CAPÍTULO TREINTA

 

Godfrey estab reclinado en una lujosa butaca de seda, en un balcón hecho de oro, donde una multitud de sirvinetes lo abanicaban y le daban de comer y él se maravillaba de lo mucho que su papel había cambiado. Solo unas horas antes había estado encerrado en una celda apestosa, sobre un suelo de barro, rodeado por una genta a la que lo matarían con la misma facilidad con la que lo mirarían. No había habido salida, ninguna propuesta ante él que no fueran la muerte y la tortura- la muerte, si tenía suerte y la tortura si no la tenía. Parecía que nunca iba a levantarse de nuevo.

Y aún así aquí estaba, en una resplandeciente villa hecha de mármol y oro, en un lujoso balcón posado al lado del mar, admirando una de las vistas más espectaculares que jamás había visto. Ante él había un puerto reluciente con barcos relucientes y, a sus pies, las olas del océano rompían por debajo de ellos. A Godfrey le servían una fina exquisitez tras otra y él y Akorth, Fulton, Merek y Ario se estaban atiborrando.

Godfrey se echó hacia atrás y eructó al terminarse su primer saco de vino, bañando un manjar de carne de venado, caviar y frutas exóticas. A su lado, Akorth todavía untaba otro trozo de pan con la mantequilla más suave que jamás había probado y se zampó una barra entera él solo. Godfrey había olvidado el hambre que pasó- no había comido bien en días. Y esta era la comida más buena que jamás había probado.

Godfrey estaba reclinado en su silla de seda, reposando los brazos en los dorados y delicadamente grabados brazos de la silla y miraba a sus captores con curiosidad. Sentados frente a él, sonriendo, al otro lado del balcón, estaban sentados media docena de Finianos, sentados en sillas igualmente lujosas, observándolos. Ninguno de ellos comía o bebía. Ninguno de ellos lo necesitaba: Godfrey estaba seguro de que tenían esta abundancia de comida cada día de sus vidas y, para ellos, este bufé de exquisiteces era una rutina. En cambio, estaban sentados tranquilamente, con una sonrisa en sus rostros y parecían entretenidos al estudiar a Godfrey y a sus amigos.

Godfrey se preguntaba qué pensarían de ellos. Se dio cuenta de que debían parecerles una visión lamentable. Godfrey apenas era el model de un brillante guerrero y Akorth y Fulton estabanen mucha peor forma que él, ambos con sobrepeso, comiendo lo suficiente como para satisfacer a un caballo y bebiendo dos veces más. Merek, con su cara llena de cicatrices y sus ojos saltones, claramente parecía un criminal, con los ojos mirando a todas partes, parecía que iba a robar la plata de debajo de la mesa. Y Ario tenía la apariencia de un chico que se había alejado de casa de su abuelo y se había perdido en algún lugar.

“Debo decir que soy el grupo de héroes más lamentable con el que me he encontrado”, dijo su líder sonriendo. Este hombre, que se presentó como Fito estaba sentado en el centro y estaba claro que todos le guardaban respeto. Godfrey se preguntaba qué haría con aquellos Finianos; nunca se había encontrado con nadie que se les pareciera. Estaban allí sentados, perfectamente en paz, con enormes ojos brillantes color avellana, brillante pelo rojo, la piel demasiado pálida y pecas pálidas. Su pelo era lo que más llamaba la atención. Era tan brillante y lo llevaban tan alto, que para Godfrey era difícil concentrarse en otra cosa. Llevaban túnicas de un rojo brillante y sus largos y delgados dedos pálidos sobresalían al final, como si las túnicas fueran demasiado largas para ellos, apenas se veían las puntas de los dedos.

Por encima de todo, Godfrey podía ver en sus rostros que aquellos hombres eran ricos. Malcriados. Nunca había conocido a nadie- incluso ni a reyes- que fuera más rico. Alguna cosa en su presencia, una sensación con derecho, que no le dejaba lugar a dudas de que estos hombres eran espectacularmente ricos. Y, lo que daba más mal agüero, siempre conseguían lo que querían.

De algún modo, enfrentarse a estos hombres todavía daba más miedo que enfrentarse a caballeros o reyes. Godfrey percibía una desgana en su manera de actuar, una cierta apatía, como si pudieran matar a un hombre con una sonrisa sin ni siquiera sudar. Él sabía que los hombres así hablaban flojito y normalmente decían todas las palabras en serio.

“Y el más hambriento”, interrumpió Akorth. “Esta carne está deliciosa. ¿Tenéis más?”

El líder hizo una señal con la cabeza y un sirviente le trajo otra fuente a Akorth.

“No somos héroes”, dijo Fulton. “Ni tan siquiera somos guerreros”.

“Solo somos plebeyos”, dijo Akorth. “Siento decepcionaros”.

“Excepto, por supuesto, Godfrey”, dijo Fulton. “Él es de la realeza”.

El líder Finiano se dio la vuelta y examinó a Godfrey, con los ojosabiertos como plaos por la sorpresa y Godfrey notó cómo se sonrojaba; odiaba que le llamaran así.

“¿Tú eres de la realeza?” preguntó el líder.

Godfrey encogió los hombros.

“A decir verdad, mi padre no me veía de esta manera, aunque de hecho soy su hijo- aunque el hijo con menos aspiraciones, el hijo que nunca estuvo destinado al trono. Supongo que nada de esto importa ahora. Mi reino está lejos, al otro lado del mar, y está hecho cenizas”.

Fitus lo estudió e hizo una amplia sonrisa.

“Me gustas, Godfrey, hijo de MacGil. Eres un hombre honesto. Un hombre humilde. Esto es algo excepcional en Volusia. También eres un hombre oado e insensato-y, debería añdir, un hombre estúpido. ¿De verdad pensabas que llegarías a Volusia y conseguirías tus objetivos? Parece incluso ingenuo viniendo de un hombre de tu posición.

Godfrey encogió los hombros.

“Te sorprenderías de lo que la desesperación puede hacer con el juicio de un hombre”, respondió. “Es mejor intentarlo que enfrentarse a una muerte segura, ¿no crees?”

Fito asintió lentamente en respuesta.

“Es admirable que escogieseais luchar por los esclavos”, dijo, “emprender una causa que no sea la vuestra propia”.

“Me gustaría declararme a mí mismo tan altruista”, respondió, “pero a decir verdad, mi señor, era una causa compartida. Nosotros también deseamos sacarnos de encima el yugo del Imperio y, si hubieran masacrado la aldea esclava, con toda seguridad hubiéramos sido los siguientes. Simplemente elegí tomar una acción preventiva en lugar de esperar a luchar en una batalla que no podíamos ganar”.

“No es que él luchara mucho”, añadió Akorth, con un eructo.

“O que hubiera ganado de todas maneras”, interrumpió Fulton.

 Fito sonrió, mirando de ellos a Godfrey.

“A pesar de todo”, dijo Fito, “fuiste valiente y tu causa era noble- por muy egoísta que hubiera sido y a pesar de lo torpes que fuisteis con ella. ¿De verdad pensasteis que comprando a las personas adecuadas protegeríais a vuestro pueblo de la fatalidad?”

Godfrey encogió los hombros.

“A mí me ha funcionado en el pasado. En mi opinión, todo el mundo puede ser comprado”.

Fito sonrió.

“Está claro que no conoces a los Finianos”, dijo. “Somos la raza más rica del Imperio. ¿Crees que unos pocos sacos de oro nos impresionarían? Este balcón en el que estás vale mil veces tus sacos de oro”.

Godfrey miró a su alrededor, vio el sólido oro por todas partes, reflejándose a la luz de forma brillante y se dio cuenta de que, en efecto, era así. Tenía razón.

“Supongo que no caí en la extrema riqueza de los Finianos”, dijo Godfrey.

“Y eso que las riquezas de los Finianos son legendarias”, dijo él. “Tu problema es que atacas a un pueblo, una región, de la que no sabe nada. No sabes nada de nuestra gente, nuestra cultura, nuestra historia. Por ejemplo, probablemente diste por sentado que todos los Volusianos libres eran de la raza del Imperio y todas las demás razas estaban esclavizadas. Sin embargo aquí estamos, los Finianos, una raza de humanos, libres, independientes e incluso más poderosos que la Reina. Probablemente no sabías que la misma líder de Volusia es humana. Somos un pueblo de muchas contradicciones”.

“No, no lo sabía”, dijo Godfrey sorprendido.

“Este es el problema que surge de la ignorancia. Debes conocer bien a tus enemigos si te quieres arriesgar a atacarlos”.

Fito tomó un sorbo del tea que un criado le sirvió en un refinado plato de oro y Godfrey estudió al hombre, haciéndose preguntas. Era más inteligente de lo que Godfrey había imaginado.

“Bien, me disculpo por no leer historia antes de entrar en vuestra ciudad”, dijo Godfrey. “Pero realmente no tenía ganas de convertirme en un erudito- solo quería salvar mi vida. Quizás incluso pillar un saco de vino o una mujer al azar.

El líder de los Finianos hizo una amplia sonrisa.

“Eres un hombre interesante, Godfrey hijo de MacGil”, dijo lentamente, analizándolo. Tienes la apriencia de ser gracioso, descarado, impetuoso, incluso estúpido. Sin embargo, al observarte puedo ver que no eres nada de eso. Bajo tu fachada eres un hombre serio- quizás tan serio y fingido como tu padre”.

Godfrey lo miró sorprendido, levantando las cejas.

“¿Y por qué ibas a saber algo de mi padre?”

Fito sonrió y negó con la cabeza.

El Rey MacGil, el sexto de los Reyes MacGil. Empezó su reinado hace veintitrés años y nombró a su segnda hija más mayor Gwendolyn heredera, saltando por encima de Luanda, kendrick, Godfrey, Reece y tú mismo. Un movimiento que los sorprendió a todos ellos”.

Godfrey lo miró fijamente, boquiabierto ante el conocimiento de este hombre.

“¿Cómo sabes tanto sobre mi familia?”

Fito hizo una amplia sonrisa.

“Al contrario que tú, estudio bien a mis enemigos”, respondió. “No solo a los cercanos, sino también a los de fuera. Lo sé todo sobre tu familia- probablemente más de lo que tú sabes. Sé lo que pasó hace cuatro generaciones, cuando tu tatarabuelo abdicó el trono. Pero no te aburriré con los detalles. Ya ves que los Finianos somos meticulosos. El conocimiento es nuestro oficio. El conocimiento es nuestra arma. “¿Cómo crees sinó que hubiéramos sobrevivido aquí, en un Imperio hostil, en medio de una raza hostil, durante nueve generaciones? Las Reinas de Volusia vienen y se van- sin embargo, nosotros los Finianos siempre estamos aquí. Y mientras vagamos a la sombra siempre hemos sido más poderosos que las Reinas”.

Godfrey los estudió a todos ellos con un nuevo respeto, viendo la sabiduría en todos ellos, viendo que todos ellos eran supervivientes. Como él. También tenían cierto cinismo, una cierta crueldad que él podía entender.

“¿Entonces por qué te tomas las molestias conmigo?” preguntó Godfrey finalmente. “Mi oro no te puede comprar. Y ya sabes más sobre mí de lo que yo te pueda contar. ¿Por qué no nos dejasteis a merced del Imperio?”

Fito rió, con un sonido ligero, afilado y peligroso.

“Como he dicho, me gustas, Godfrey hijo de MacGil. Me gusta tu causa. Y, más importante, necesito tu causa.Necesitamos tu causa. Y esto es por lo que estáis aquí”.

Godfrey lo miró fijamente, perplejo.

“Os hemos estado observando desde el momento que entrasteis a la ciudad”, dijo. “Por supuesto, nadie entra por estas puertas sin que nosotros lo sepamos. Os dejamos entrar. Queríamos ver dónde iríais, qué haríais. Vimos cómo guardabais el oro. No lo cogimos porque queríamos ver qué hacíais con él. De hecho, fue muy entretenido veros escapar. Cuando tuvimos suficiente, os trajimos aquí. No podíamos dejar que os mataran porque os necesitamos- tanto como vosotros nos necesitáis”.

Godfrey lo miró fijamente sorprendido.

“¿Cómo es posible que nos necesitéis?” preguntó.

Fitus suspiró, se dio la vuelta y miró a su gente y ellos asintieron en silencio.

“Digamos que tenemos ciero propósito en común”, continuó. “Queréis derrocar al Imperio. Queréis liberar a vuestros esclavos. Queréis la libertad para vosotros. Probablemente incluso queréis volver al Anillo. Lo entendemos. Nosotros también queremosla raza del Imperio muerta”.

Godfrey se quedó boquiabierto, con los ojos abiertos como platos, preguntándose si habalaban en serio.

“Pero vivís en paz con ellos”, dijo. “Tenéis el control, como decís. Tenéis todo el poder”.

Fito suspiró.

“En el presente, es así. Sin embargo, las cosas están cambiando. No me gusta lo que veo para el futuro. El Imperio se está envalentonando demasiado; su raza está creciendo con fuerza. Hay una nueva generación del Imperio, una generación que no nos respeta como lo hicieron sus padres; sienten más y más que los Finianos somos una reliquia de otros tiempos, que somos prescindibles. Cada vez más y más se promulgan humillaciones contra nuestro pueblo. No deseamos despertar de aquí a cinco años y descubrir que nuestra raza ha sido ilegalizada, encarcelada por esta atrevida nueva generción del Imperio. Nos gusta mucho nuestra posición de riqueza y poder y no queremos verla perturbada”.

“¿Y qué me decís de Volusia?” preguntó Godfrey. “¿No usará su ejército para machacar la revuelta?”

Fito suspiró.

“Verás, Godfrey hijo de MacGil”, concluyó, “Nosotros somos conservadores egoístas, igual que tú. No somos héroes, igual que tú. La única cosa a la que los Finianos somos leales es a la supervivencia”.

Godfrey lo iba asimilando todo, haciéndose preguntas.

“¿Entonces qué es exactamente lo que me pides que haga?” preguntó Godfrey.

“Te pido que hagas exactamente lo que partista a hacer: derrocar el Imperio. Ayudar a tus esclavos- y a nosotros- a ser libres. Con el Imperio muerto y los esclavos en el poder, Volusia será la primera y única ciudad libre del Imperio. Nosotros los Finianos preferimos compartir el poder con los esclavos que con el Imperio. Tú actuarás como nuestro intermediario, les contarás a los esclavos el papel crucial que jugamos para asegurarles la libertad y te asegurarás de que todos nosotros vivimos en paz y armonía, con los Finianos, por supuesto, tomando una posición primaria en el poder. Sois un socio que podemos respetar. Un socio en el que podemos confiar”.

Godfrey rebosaba de optimismo al oír sus palabras, sintiendo, por primera vez desde que entró en esta ciudad, que podría haber esperanza para su pueblo después de todo.

Fito asintió con la cabeza y uno de sus hombres le pasó una pluma y un pergamino.

“Escribirás una carta al líder de los esclavos, Darius” añadió. “Con tu propia letra, una letra que, al contrario que la nuestra, pueden reconocer y en la que pueden confiar. Le vas a contar nuestro plan y le vas a pedir que siga nuestras inatrucciones. Enviaremos esta carta tan pronto acabes con el próximo halcón. Lo encontrará en su campamento, a tiempo para esta noche.

“¿Y cuáles son estas instrucciones?” preguntó Godfrey con cautela.

“Esta noche, mataremos a todos los soldados del Imperio en la puerta trasera de la ciudad”, dijo. “A nuestra señal, las puertas de la ciudad se abrirán para que Darius guíe a sus hombres hasta dentro. Le dirás que esté aquí esta noche y espere nuestra señal. La ciudad será suya. Y tú, Godfrey hijo de MacGil, serás el héroe que hizo que todo sucediera”.

Godfrey estaba entusiasmado con la idea, pensando en él, por primera vez, como un verdadero héroe.

Fito se puso de pie, como hicieron todos sus hombres, y le tendió la mano.

Godfrey se levantó y se la dio y los pálidos dedos del Finiano eran fríos como el hielo al tocarlos, como darle la mano a un cadáver.

“Enhorabuena, Godfrey hijo de MacGil”, dijo. “Esta noche la ciudad será tuya- y tu gente será libre”.