Gwendolyn yacía enroscada como una bola en el duro suelo del Gran Desierto, despierta, como lo había estado la mayor parte de la noche y observaba otra mañana del desierto. El cielo rompía en un rojo escarlata, el primero de los soles estaba saliendo, increíblemente grande, parecía llenar todo el universo. Proyectaba una luz lúgubre sobre todo, sobre este desolado lugar y ya sentía que la temperatura empezaba a subir.
Krohn, acurrucado en su regazo, cambió de postura y gimió, acurrucándose contra ella, durmiendo satisfecho, lo único que le había dado calor durante la helada noche. Gwen también cambió de postura, pero sintió dolor al hacerlo, su cuerpo todavía estaba magullado por su encontronazo con los Caminantes del polvo.
Allí cerca en el suelo del desierto dormían Steffen y Arliss, Kendrick y Sandara, Illepra y la bebé –parecía que todos tenían a alguien con quien tumbarse. En momentos como este echaba de menos a Thor más que a nada, daría su vida por poder abrazar a Guwayne. Pero ella sentía que todo lo bueno del mundo le había sido arrebatado.
Gwen abrió los ojos, secándose el polvo rojo que tenía incrustado en sus párpados, aunque realmente no había dormido. Había estado tumbada despierta toda la noche, como había estado la mayoría de noches aquí en el Desierto, revolviéndose y dando vueltas preocupada por su pueblo, preocupada por Thorgrin, por Guwayne. Al parpadear le cayeron lágrimas, que se secó rápidamente para que nadie las viera, aunque la mayoría de su gente estaban dormidos. Era en momentos como estos, en la tranquilidad del amanecer, que se permitía a ella misma llorar, lamentar todo lo que había perdido, por el futuro desalentador que parecía tener por delante. Fuera de la vista de los demás, se podía permitir a sí misma reflexionar sobre todo lo que tenía y sentir pena por ella misma.
Sin embargo, Gwen solo se lo permitió un momento; rápidamente secó sus lágrimas y se incorporó, sabiendo que la autocompasión solo la perjudicaría y no cambiaría nada. Tenía que ser fuerte; si no era por ella, entonces por los demás.
Gwen miró a su alrededor, a todos los centenares de personas que estaban desparramados a su alrededor, entre ellos Kendrick, Steffen, Brandt y Atme llevando a Argon, Illepra llevando a su bebé, Aberthol, Stara y docenas de Plateados y se preguntó cuántos días habían estado allí. Había perdido la noción del tiempo. Le habían advertido que el Gran Desierto provocaba este efecto.
Había sido una marcha interminable, caminando más y más adentro de un desierto sin puntos de referencia a la vista. Había sido una cruel monotonía. Las provisiones estaban bajando aún más, si era posible, y su gente estaba debilitándose más, enfermaba más por momentos y estaban aún más disgustados. Justo el día antes- ¿o fue dos días antes? Gwen ya no podía recordarlo- perdieron a su primera víctima, un hombre mayor que simplemente dejó de caminar y se desplomó. Todos habían intentado animarlo, pero él yacía allí, ya muerto. Nadie supo si había muerto por el calor, por enfermedad, de hambre, por deshidratación, de un ataque al corazón, por la picada de un insecto o por alguna otra enfermedad desconocida de por aquí.
Gwendolyn escuchó el ruido de trepar y ella, todavía allí sentada, miró hacia arriba y vio un enorme insecto negro con la espalda blindada, una larga cola y una cabeza todavía más larga trepando hacia ella. Se detuvo, levantó las patas de delante y siseó.
Paralizada por el miedo, Gwen estaba sentada totalmente quieta. El insecto estiró el cuello, con sus brillantes ojos fijos en ella, y una larga lengua se escurrió por su boca. Ella notó que estaba a punto de atacar. Ella había visto cómo uno de los suyos moría por culpa de uno de estos antes y no fue agradable. Si estuviera de pie, podría aplastarlo con sus botas, pero la había cogido aquí, de buena mañana, sentada, vulnerable. Y ahora no tenía a dónde ir.
Gwen miró a su alrededor y vio que todos los demás estaban durmiendo y empezó a sudar, pensando qué forma de morir tan horrorosa sería esta. Poco a poco se echaba hacia atrás pero, mientras lo hacía, el insecto trepaba más y más cerca de ella. De repente, vio que levantaba su coraza blindada y supo que estaba a punto de lanzarse.
Entonces se oyó un gruñido, un tumulto de patas y, mientras la criatura saltaba al aire, Krohn, que al parecer había estado observando y esperando todo el tiempo, saltó hacia delante de repente, gruñendo y atrapó al insecto en el aire con sus mandíbulas, justo unos centímetros antes de que alcanzara a Gwendolyn. La criatura se contoneaba en su boca hasta que Krohn la inmovilizó. Finalmente murió soltando un grito agudo, de su cuerpo supuraban gotas verdes, que caían débilmente por la boca de Krohn.
Krohn tiró el blando cadáver al suelo y Gwendolyn corrió hacia él y lo abrazó, lo acarició y lo besó en la cabeza. Krohn gimoteó, frotando su cabeza contra ella.
“Te lo debo, Krohn”, dijo abrazándolo, muy agradecida con él. “Te debo mi vida”.
Gwen oyó a un bebé llorar y, al echar un vistazo, vio a Illepra sentada con la bebé que Gwen había rescatado de las Islas Superiores. Illepra echó una ojeada y sonrió a Gwendolyn con aire cansado.
“Y yo que pensaba que era la única que estaba despierta”, dijo Illepra sonriendo.
Gwen negó con la cabeza.
“Me ha tenido despierta”, añadió Illepra, mirando a la bebé. “No duerme. Pobrecita…tiene mucha hambre. Se me rompe el corazón”.
Gwen observó a la bebé, la pequeña que había rescatado de las Islas Superiores y se sintió angustiada, abrumada por la culpa.
“Le daría mi comida”, dijo Gwen. “Si la tuviera”.
“Lo sé, mi Reina”, dijo Illepra. “Aunque hay algo que todavía le podría dar”.
Gwen la miró sorprendida.
“Un nombre”, añadió Illepra.
Gwendolyn asintió, sus ojos se iluminaron. Había pensado muchas veces en darle un nombre y, sin embargo, cada vez había sido incapaz de decidirse por uno.
“¿Puedo cogerla?” preguntó Gwen.
Illepra sonrió, dio un paso adelante y colocó a la bebé en los brazos de Gwen, que estaba de pie. Gwen la sostenía fuerte, meciéndola. Mientras lo hacía, la bebé finalmente se quedó callada, mirando a Gwen a los ojos con sus grandes y hermosos ojos azules. Parecía encontrar una sensación de paz y Gwen, también, notaba una sensación de paz al sostenerla; casi sentía como si estuviera sosteniendo a Guwayne. Eran prácticamente de la misma edad.
Esto la hizo llorar y rápidamente se dio la vuelta y se secó las lágrimas.
Gwen deseaba desesperadamente darle un nombre pero, mientras la miraba fijamente a los ojos, su mente estaba en blanco. Por mucho que lo intentara, no se le ocurría ninguno.
Con tristeza, le devolvió la bebé a Illepra.
“Cuando sea el momento adecuado”, dijo Illepra, comprendiéndola.
“Un día”, dijo Gwen a la bebé, antes de soltarla, “cuando todo esto haya terminado, pasaremos mucho tiempo juntas. Conocerás a mi hijo Guwayne. Creceréis juntos. Seréis inseparables”.
En la mente de Gwen, ella decidió en silencio criar a esta niña como si fuera suya; aunque, en el fondo, sabía que era posible que no sobreviviera ni siquiera a aquel día.
Gwen deseaba poderle dar comida, leche, agua…cualquier cosa a la bebé. Pero no le quedaba nada para darle. Toda su gente se iba consumiendo poco a poco, y ella misma no había comido bien en días, pues daba la mayoría de sus raciones a la bebé y a Krohn. Se preguntaba incluso si su gente tendría la energía de caminar durante otro día. Tenía el presentimiento de que no sería así.
El sol estaba más alto y todos sus hombres empezaron a ponerse de pie, su campamento estuvo pronto vivo y despierto, preparándose para afrontar otro día. Ella marcaba el camino sin mediar palabra, sin perder más tiempo, pues el calor crecía por momentos, la variada procesión empezaba a quedarse atrás, a marchar, todos directos a adentrarse en la nada.
“¿Y ahora dónde vamos , mi señora?” exclamó Aslin, con una voz fuerte y burlona, una vez más envalentonado, lo suficientemente fuerte para que lo oyeran los demás. “¿Qué fantástico destino nos tiene reservado para hoy?”
Steffen, a su lado, se entristeció y colocó una mano en su espada mientras se daba la vuelta y se encaraba a Aslin.
“Mejor que vigiles tu lengua”, dijo bruscamente. “Esta con la que hablas es tu Reina”.
Aslin le hizo mofa.
“Ella no es mi Reina” escupió él. “Ya no. Una reina guía a su pueblo y ella no nos a guiado sino a la muerte”.
Steffen hizo el gesto de desempuñar su espada, pero Gwen alargó el brazo y le puso la mano en la muñeca para tranquilizarlo.
“Ahórrate el esfuerzo”, le dijo ella en voz baja y él soltó la empuñadura a regañadientes y continuó caminando a su lado.
“No les haga caso, mi señora”, dijo Kendrick, acercándose a su lado. “Ustes es una Reina mucho más grande de lo que ellos podrían esperar. Una Reina mucho más grande de lo que merecen”.
“Te lo agradezco”, dijo Gwendolyn. “Pero tienen razón. No los he llevado a ningún lugar. No sé si nuestro Padre previó esto cuando me eligió para que le sucediera”.
“Fue exactamente para momentos como este que nuestro Padre te eligió”, insistió Kendrick. “Nunca ha habido un momento como este y él sabía que tú tendrías la mano firme para guiar a tu pueblo por él. Mira lo lejos que nos has llevado ya. Ya nos has salvado de una muerte segura en el Anillo. Fue solo por tu predicción que escapamos. Todos nosotros estamos viviendo un tiempo prestado. Tiempo que se suponía que no debíamos tener. Tiempo que solo tenemos gracias a ti”.
Gwen lo quería por sus palabras que, como siempre, la tranquilizaron y posó la mano en su muñeca en agradecimiento, retirándola a continuación.
Caminaban y caminaban, adentrándose más y más en el Gran Desierto, los soles trepaban más arriba por encima, Gwen ya sentía que estaba cubierta de sudor. Tenía escalofríos, temblaba mientras avanzaba, y ya no sabía si se debía al cambio violento de temperatura, al agotamiento o a la falta de comida y agua. Su boca estaba tan reseca que era difícil tragar; incluso hablar se estaba convirtiendo en un esfuerzo.
Hora tras hora pasaban, más adentro en el Gran Desierto, y Gwen se encontraba mirando hacia abajo, rastreando las líneas del suelo del desierto, perdiendo toda percepción del espacio y del tiempo. Empezaba a sentirse mareada.
“¡ALLÍ DELANTE!” gritó de repente una voz.
Gwendolyn, arrancada de sus pensamientos, se detuvo y miró hacia arriba, oyendo el tono frenético de la voz y sabiendo que debía ser real. Cuando lo hizo, se quedó atónita ante la vista que había delante de ella.
Allí, en la distancia, apareció algo en el horizonte y al principio se preguntó si se trataría de un espejismo. Parecía un gran montículo, quizás de unos treinta metros de altura, con nada más alrededor. Era el primer objeto que encontraban en este vacío desierto interminable.
Todos ellos aceleraron el paso mientras caminaban más y más rápidos, animados, acercándose al montículo. Caminaban a la vez, con la energía renovada, se habían acabado las trifulcas, el corazón de Gwen palpitaba con fuerza por la emoción mientras se aproximaban a la estructura. Se levantaba hacia el cielo, de un color marrón oscuro, hecho de un extraño material que Gwen no acababa de entender. Al principio pensó que se trataba de un inmenso peñasco, pero al acercarse se dio cuento de que no lo era. Parecía que estaba hecho de barro.
Se acercaron más, hasta que estuvieron a casi unos veinte metros.
“¿Usted qué opina?” preguntó Kendrick, que estaba justo a su lado.
Gwen lo examinó, dudosa.
“No es una formación de roca”, interrumpió Aberthol. “Ni tampoco una estructura”.
“¿Sandara?” preguntó Gwen, mientras caminaba hacia su lado. “Esta es tu tierra. ¿Qué es esto?”
Sandara fijó la vista y poco a poco negó con la cabeza.
“Desearía saberlo, mi señora. Nunca he estado tan lejos en el Gran Desierto. Nadie en mi pueblo lo ha estado. No he visto ni he oído hablar de algo así antes. No es nada que reconozca”.
“¡Comida!” exclamó uno de los suyos.
De repente, hubo una avalancha de gente, todos ellos dirigiéndose en estampida hacia el enorme montículo. Dirigidos por Aslin, se dirigieron en avalancha hacia el montículo y cuando estuvieron más cerca, Gwen vio lo que estaban mirando: un material parecido a la savia supuraba de él, corría por los lados e iba a parar en un charco en su base.
“¡Es dulce!” exclamó Aslin, estirando el brazo y lamiendo la savia de sus dedos. “¡Sabe a miel!”
Gwen salivaba al pensarlo, pero había algo en ello que no le gustaba.
“¡No sé qué es ese montículo!” exclamó Gwen, por encima del escándalo. “¡Puede que no sea seguro! ¡Todos vosotros, echaos hacia atrás! ¡Manteneos lejos hasta que lo hayamos examinado de cerca!”
Sin embargo, para sorpresa de Gwen, ninguno de los suyos, que ya estaban reunidos en el montículo, la escuchó. Solo su séquito y los Plateados se quedaron atrás, obedeciéndola.
“¿Y por qué deberíamos escucharla?” exclamó Aslin. “¡Se acabó escucharla a usted y a sus consejos!”
La multitud vitoreaba, ante la consternación de Gwen, y continuaron comiendo, agarrando la savia a toda prisa y embutiéndosela en la boca.
“¡Es una montaña de miel!” exclamó otra persona. “¡Estamos salvados!”
Gwen los observaba, miraba hacia el sol y examinaba a la vez el montículo, con una profunda sensación de presentimiento.
“¿Mi señora?” preguntó Kendrick, dirigiéndose a ella. “Parece bastante seguro. ¿Comemos?”
Gwen se quedó donde estaba, a casi unos treinta metros de distancia, examinando el montículo, insegura. Todo aquello parecía demasiado bueno para ser verdad. Tenía la sensación de que algo no estaba bien.
Gwen empezó a notar un ligero temblor bajo sus pies en el suelo del desierto y empezó a escuchar un suave zumbido.
“¿Oís esto?” preguntó.
“¿Oír el qué?” preguntó Steffen.
“Aquel sonido…”
De repente, los ojos de Gwen se abrieron totalmente por el miedo al darse cuenta de lo que estaba sucediendo.
“¡ECHAOS HACIA ATRÁS!” chilló. “¡TODOS VOSOTROS! ¡Alejaos del montículo AHORA!”
De repente, antes de que ninguno de los suyos pudiera reaccionar, las paredes del montículo explotaron, lanzando barro en todas direcciones y dentro de él apareció un monstruo enorme, saliendo de su caparazón.
Gwendolyn miró hacia arriba, atónita al ver una criatura enorme, de unos treinta metros de altura, con la piel color turquesa, músculos marcados y unos brazos increíblemente largos. Tenía la cara de un buey, pero con dientes largos y afilados y unos cuernos puntiagudos por todas partes arriba y debajo de su mandíbula. Tenía cuernos sobresaliendo por todas partes, en todas direcciones, como un puercoespín. Parecía violento, furioso, como si los hubieran despertado de un sueño profundo.
Se echó hacia atrás y soltó un rugido y toda la gente de Gwendolyn, que ahora se encontraban a sus pies, se detuvieron, paralizados, con la miel goteando de sus manos, demasiado aterrados para moverse.
No tenían tiempo de reaccionar de ninguna manera. La criatura de repente golpeó con sus garras, más rápido de lo que Gwen podía imaginar y, de un golpe, mató a docenas de los suyos. Salieron volando por los aires, gritando, y cayeron con un ¡plas! dando un fuerte golpe en el suelo del desierto, rompiéndose el cuello. Entonces la criatura dio un paso adelante y los pisoteó hasta la muerte.
“¡FLECHAS!” ordenó Gwen.
Los soldados y los Plateados que se quedaron atrás con ella obedecieron su orden de inmediato, dieron un paso adelante, apuntaron con sus arcos y soltaron sus flechas, todas disparadas hacia la cabeza de la criatura, Steffen y Kendrick dispararon más que los demás.
Docenas de flechas perforaron la cara y la cabeza de la criatura y está chilló, entonces levantó el brazo y se las arrancó de la piel, como si fueran una simple molestia. Entonces el monstruo se avalanzó hacia delante, levantó una mano en alto, apretó el puño y la bajó como un martillo sobre una docena más de la gente de Gwen, los pinchos de sus brazos los atravesaron clavándolos allí mismo.
Kendrick, Brandt, Atme y Steffen formaron un círculo protector alrededor de Gwen, junto a docenas de los Plateados, todos con las espadas en alto, preparándose mientras la criatura se acercaba.
Gwendolyn sabía que debía actuar drásticamente; si no hacía algo, sabía que todos los suyos estarían muertos en unos instantes. Se dio la vuelta y miró por todas partes, desesperada por encontrar alguna solución y, de repente, tuvo una idea: divisó a Argon, todavía inmóvil, llevado a hombros de los curanderos en una camilla y, desesperada, corrió hacia él.
“¡ARGON!” exclamó, sacudiéndolo una y otra vez.
Estaba segura de que se levantaría, encontraría algún modo de ayudarla; siempre había estado allí para ella en momentos de crisis.
Pero incluso él no respondía.
Gwen se sentía machacada, desesperada, mientras la bestia desgarraba a su gente, matándolos como hormigas, sus gritos llenaban sus oídos. Esta vez, estaba realmente sola.
“¡Mi señora!” dijo una voz agitada.
Gwen se dio la vuelta y vio a Sandara de pie a su lado, con pánico en los ojos.
“Conozco a esta bestia”, dijo. “Ha atacado antes a mi pueblo. Es un Incubador de Montículos. Solo hay una manera de hacer que muera: con la sangre de un gobernador”.
“Yo lo haré”, dijo gwendolyn, sin dudar. “Daré mi vida para salvar a mi pueblo”.
Sandara negó con la cabeza.
“No lo comprende”, dijo. “No necesita su vida. Solo su sangre. Deme la mano”.
Gwen estiró el brazo y abrió la mano y Sandara le hizo un corte rápidamente con su puñal. Gwen gritó de dolor, el corte fue rápido y limpio y sintió cómo la sangre corría por su mano.
Sandara rápidamente se acercó y la recogió en un vial vacío. Después se la pasó a Gwen.
“Le corresponde a usted hacerlo. ¡Usted debe empapar a la bestia!”
Gwendolyn agarró el vial de sangre, tapándolo con su dedo pulgar y corrió, pasando a través de su gente, sorteando las hazañas y los pinchos de la bestia. El suelo temblaba mientras la bestia rugía y daba golpes con los pies, aplastando a todas las personas que estaban a su alrededor.
“¡AQUÍ!” le gritó Gwen, haciéndole señales con la mano, intentando captar su atención.
El monstruo finalmente se dio la vuelta y fijó la vista en ella, agachó la cabeza, mirándola a la cara como si la estuviera examinando.
“¡Tómame a mí!” exclamó Gwendolyn.
El monstruo rugió, abrió completamente su boca y fue corriendo hacia ella, como para tragársela entera.
Gwen se echó hacia atrás y lanzó el vial de sangre con todas sus fuerzas; observó maravillada cómo iba a parar a la boca abierta de la criatura.
El monstruo paró a medio camino justo antes de alcanzarla y se congeló. Empezó a endurecerse, convirtiéndose en piedra de arriba abajo, agrietándose a la vez.
Entonces hubo una explosión y el Incubador de Montículos se hizo añicos, cubriendo todo lo que había a su alrededor, pequeños fragmentos de piedra y polvo.
De repente, todo quedó en calma. Gwen miró todo el caos que había a su alrededor y vio que, por lo menos, algunos de los suyos habían sobrevivido. Como mínimo, dejaban atrás un horror más de este desierto.