Darius estaba de pie en la noche del desierto, con la luz iluminada por la luz de las antorchas y observaba con orgullo el mar de caras. Allí, desplegados ante él, había miles de antiguos esclavos, ahora hombres libres, no solo de su aldea sino de todas las aldeas próximas. En todas direcciones, rodeándolo, había más rostros de los que podía contar, todos mirando hacia él con esperanza. Su revolución se había extendido como el fuego, de una aldea de esclavos a la siguiente, ahora fuera de sus manos y expandiéndose por sí sola. Ahora no podía controlarla aunque lo quisiera. Los esclavos liberaban a los esclavos, las aldeas liberaban a las aldeas y estas, a su vez, liberaban a otras. Mataban a los capataces, se sublevaban por su libertad, juntando a más y más gente a su causa. Todos lo buscaban, se reunían ante él, todos formando un único ejército. No tenían muchas armas ni muchas armaduras- solo tenían lo que habían conseguido rescatar del Imperio- sin embargo tenían espíritu. Todo su resentimiento arraigado se había desatado finalmente, algo en lo profundo de sus corazones y almas se había liberado y Darius estaba eufórico al ver que los demás se sentían como él.
Darius estaba allí, con Dray a sus pies, cerca de él como siempre, masticando con satisfacción un hueso que Darius había encontrado para él- y gruñendo a cualquiera que se acercara demasiado a Darius- y él estudiaba el mar de rostros nuevos y desconocidos. Todos ellos tenían una cosa en común: la esperanza rebosaba en sus ojos. Y todos ellos tenían una cosa en común: todos lo admiraban. Estaba claro que todos lo admiraban como líder y él sentía el peso de ello sobre sus hombros, tomándoselo muy en serio. No quería hacer un movimiento equivocado.
“Zambuti”, dijo un esclavo al pasar, haciendo una reverencia con la cabeza a Darius. Era un conocido refrán que Darius oía por todas partes a donde iba esos días, hombre reuniéndose por miles solo para verlo. Algunos estiraban el brazo para tocarlo, como si no creyeran que era real. Darius apenas sabía qué hacer con todo aquello. Era como un sueño extraño.
Darius estaba emocionado al ver que su gente ya no tenían aquella actitud temerosa y servil que una vez tuvieron. Ahora caminaban al aire libre, con orgullo, sacando pecho, con los hombros atrás, como hombres libres, como hombres con dignidad. La noche del desierto por entero estaba llena de sus antorchas, Darius se dio la vuelta y vio antorchas hasta donde la vista le alcanzaba y más llegando a cada momento. La fuerza estaba cambiando, sentía Darius, incluso cambiando hacia su lado. Había un sentimiento en el aire que él no había tenido nunca, como si cosas grandes y cruciales estuvieran sucediendo, que todas sus vidas estaban a punto de cambiar y que él estaba justo en medio de todo esto.
“Has empezado algo grande, amigo mío”, dijo Desmond, acercándose a su lado, Raj a su otro lado, los tres de pie y observando cómo los fríos vientos del desierto soplaban en la noche. “Algo que yo creo que ni tú puedes controlar”.
“Algo que se ha vuelto más grande que tú”, añadió Raj con orgullo, observando.
Darius asintió con la cabeza.
“Eso es bueno”, respondió. “Ahora ellos son hombres libres. No deberían ser controlados por nadie. Los hombres libres deben controlarse a sí mismos y a su destino”.
“Y aún así te admiran”, añadió Kaz, uniéndose a ellos, “y todos los hombres deben tener un líder. ¿A qué destino los llevarás?”
Darius estaba allí, observando la noche, preguntándose lo mismo. Él sentía que dirigir hombres era una responsabilidad sagrada. Echó un vistazo y vio que se estaba formando un círculo íntimo a su alrededor, que incluía a Raj, Desmond, Kaz, Luzi y a una docena de otros chicos con los que había entrenado en su aldea. Todos estaban agrupados allí cerca, junto con muchos otros, que miraban atentamente a Darius, sin perder detalle de sus palabras.
“¡Nombra nuestra próxima conquista!” exclamó un valiente guerrero de otra aldea, “¡Y te seguiremos a donde sea!”
A continuación hubo un grito de aprobación.
“Hay otra aldea que espera ser liberada”, exclamó uno de ellos. “Está a una hore de camino desde aquí hacia el norte. Podemos llegar allí al amanecer, si estamos despiertos toda la noche ¡y liberamos varios centenares de hombres más!”
Entnces hubo otro pequeño grito de aprobación y Darius miró a lo lejos en la noche del desierto y reflexionó. Había tantas aldeas que liberar; era una tarea que podía ocupar toda una vida.
Darius tomó su espada y dio un paso adelante en el grupo de hombres y empezó a dibujar en la arena. Rápidamente formaron un círculo a su alrededor, dejándole espacio para que dibujara y agrupándose a su alrededor para ver qué estaba haciendo.
“Nosotros estamos aquí”, dijo, marcando el lugar, rayando una línea en el duro suelo del desierto con la punta de la espada. Dibujó un amplio círculo alrededor de ella y desde allí dibujó varios caminos, bifurcándose en todas las diferentes direccciones.
“Debemos olvidar todas estas direcciones”, dijo, con la voz llena de autoridad. “Ya hemos liberado suficientes aldeas, agrupado suficientes hombres. Cuánto más tiempo lo hagamos, más tiempo tendrá el Imperio de reunir todo el poder de su ejército y contraatacar. Podemos liberar a unos cuantos centenares de hombres más- quizás incluso unos cuantos miles- pero incluso esto nunca nos dará un número más elevado que el suyo”.
Respiró profundamente.
“Lo que necsitamos ahora no es la fuerza en los números.Lo que necesitamos es velocidad. Sorpresa. Digo que el tiempo de liberar, el tiempo de reclutar, han acabado. Ahora es momento de atacar”.
Todos miraron fijamente al suelo del desierto y después lo miraron a él, confundidos.
“¿Atacar dónde, Zambuti?” preguntó uno de ellos.
Darius lo miró.
“Volkara”, dijo.
Todos ellos se quedaron sin aliento ante las palabras y él no se sorprendió.
“¡Volkara!” exclamo un hombre. “¿La fortaleza de Volusia?”
Darius asintió como respuesta.
“¿Atacar Volkara?” preguntó Zirk, indignado, dando un paso adelante mientras se abría camino a través de la multitud. Entró en el círculo, pisando el dibujo de Darius y, con las manos en las caderas, le lanzó una mirada asesina. “¿Estás loco?” Volkara no es cualquier aldea, chico- es la fortaleza del Imperio. Es la ciudad principal que guarda la periferia de Volusia y la única ciudad entre ellos y nosotros. No es una aldea de barro, sino un fuerte de verdad, con muros de verdad, hecha de gruesas piedras y soldados de verdad, con armas reales. Es una ciudad en ella misma, con al menos dos mil esclavos dentro. Incluso si nuestro ejército fuera tres veces su tamaño, no podríamos tomarla”.
Darius lanzó una mirada furiosa a Zirk, rabioso porque apareció por allí y lo desafiaba a cada momento. Antes de que pudiera responder, otros se metieron en la conversación.
“Volkara es un lugar cruel”, dijo Desmond. “Al menos mil soldados del Imperio guardan sus muros. Y aquellos muros son impenetrables, incluso no tienen ni que desplegar una defensa”.
Darius observó la noche, más allá de las destellantes antorchas, hacia la oscuridad del desierto, sabiendo que Volkara estaba en algún lugar por allí.
“Y eso es exactamente por lo que la atacaremos”, dijo, con la confianza creciendo dentro de él incluso cuando pronunciaba sus palabras.
Todos los hombres lo miraron, desconcertados.
“Nunca esperarán un ataque”, continuó. “No están alerta de ello. E incluso más importante: si ganamos, le mostraremos al Imperio que son vulnerables. Haremos temblar los cimientos de su confianza. Empezarán a dudar de ellos mismos. Empezarán a temernos”.
Darius miró a su alrededor.
“Y nuestros hombres, a su vez, empezarán a creer en ellos mismos- a saber que cualquier cosa es posible”.
Todos los demás lo miraraban con reverencia, un grueso silencio en el aire, incluso Zirk no respondía.
“¿Cuándo, Zambuti?” preguntó uno de ellos.
Darius se dio la vuelta y lo miró.
“Ahora”, respondió él.
“¿¡Ahora!?” preguntó Zirk.
“¡Nadie ataca de noche!” exclamó uno de los hombres. “¡No es apropiado!”
Darius asintió.
“Que es exactamente por lo que vamos a hacerlo. Preparaos”, Darius ordenó, dirigiéndose a los demás. “Atacamos esta noche. En el momento que sepan lo que pasó, Volkara será nuestra. Y desde allí, estaremos a los pies de Volusia y listos para atacar la propia ciudad”.
“¿Atacar Volusia?” gritó Zirk. “Realmente estás loco. Esta es una misión suicida, vacía de cualquier razón”.
“Las guerras siempre las ganan los hombres que ignoraron la razón” respondió Darius.
Zirk, resoplando, se dio la vuelta y miró a los otros hombres.
“¡ignorad lo que dice este chico y seguidme a mí en su lugar!” exclamó. “Yo os llevaré por un camino más seguro. ¡No correremos semejantes riesgos!”
Darius se preparó mientras todos los otros aldeanos se daban la vuelta y miraban a Zirk, había un tenso silencio en el aire; pero sin dudarlo, todos de repente lo ignoraron, volviéndose hacia Darius en su lugar.
“Zambuti es nuestro líder ahora”, dijo uno de ellos, “y es a Zambuti a quien seguiremos. A donde quiera que nos lleve”.
Zirk, enrojecido, se dio la vuelta y desapareció hecho una furia en la noche.
Los hombres estaban todos en silencio, mirándose todos los unos a los otros, y Darius podía ver miedo, incertidumbre en sus ojos.
“¿Cómo atravesaremos aquellas puertas, más allá de aquellos muros?” preguntó Desmond. “No tenemos herramientas de asedio de ningún tipo”.
“No atravesaremos las paredes”, respondió Darius mientras los demás se reunían alrededor y escuchaban. “¡Pasaremos por encima suyo!”
“¿Por encima de ellas?”
Darius asintió.
“Sabemos escalar”, dijo. “Convertiremos las puntas de nuestras lanzas en ganchos y los ataremos a cuerdas. Nos colaremos por la parte de atrás de la ciudad, donde nadie nos estará buscando, y forcejearemos nuestro camino por encima de los muros. Una vez nos colemos dentro, nos acercaremos a ellos sin hacer ruido y los asesinaremos a todos. El silencio y la velocidad serán nuestros amigos, no la fuerza. A veces la sorpresa es más poderosa que la fuerza”.
Darius veía una mirada incierta en los ojos de los hombres, estos hombres valientes que habían sufrido toda su vida, que habían visto morir a sus familiares, cuyas mismas vidas dependían de su estrategia. Entendería que dijeran que no.
Sin embargo, ante su sorpresa, cada hombre, de uno en uno, dieron un paso adelante y agarraron sus mano.
“Nuestras vidas son tuyas ahora”, dijo uno de ellos. “Eres tú el que nos ha salvado. Tú el que nos las has dado”.
“Te seguiríamos a cualquier lugar”, dijo uno de ellos, “incluso a las mismas puertas de la muerte”.
*
Darius corría a toda velocidad en la noche, con centenares de hombres tras él, Dray a su lado, todos ellos siguiendo de cerca mientras corrían descalzos por el suelo del desierto. Darius procuraba ser lo más silencioso que podía- todos ellos lo hacían- y corrían a través de la noche, un ejército silencioso y letal. Lo único que se podía oír era el ligero sonido de sus pisadas mientras se deslizaban a través del suelo del desierto, centenares de hombres lanzando sus vidas al viento mientras luchaban por su libertad en la oscuridad.
El corazón de Darius latía en su garganta mientras se acercaban a la fortificación de Volkara, sus manos sudaban mientras agarraba su gancho y el montón de cuerda que llevaba alrededor del hombro. Corría con todas sus fuerzas, con las rodillas en alto, sus pulmones a punto de estallar, decidido a llegar antes de ser descubiertos. Afortunadamente no había luna esta noche y tenían la protección de la oscuridad de su lado.
En la distancia empezaba a verse un brillo débil, cortando la noche del desierto y, mientras se acercaban, Darius vio una serie de antorchas parpadeantes, iluminando la entrada a la ciudad. Era una entrada imponente, enmarcada por una puerta arqueada, de unos quince metros de altura- y tenía la entrada más inusual que Darius jamás había visto. No había un camino que llevara a la ciudad, ni incluso una puerta- en cambio, había un canal, que empezaba en el desierto a menos de cien metros y llegaba justo a la entrada principal. No había manera de entrar a la ciudad a pie o a caballo- tenías que viajar por este canal. Darius vio de inmediato que esto hacía la ciudad impenetrable.
Además, había filas de soldados del Imperio fuera y más filas dentro.
Aún así, Darius estaba decidido. De todas formas, no había decidido entrar por la puerta de delante de la ciudad, o incluso intentar entrar a pie. Podían usar su canal. Él encontraría su camino hacia dentro, un camino que ellos no podían haber anticipado.
Darius empezó a rodear ampliamente la ciudad, lo suficientemente lejos para estar fuera de la vista de los guardas y esta era la señal: detrás de él, sus hombres se bifurcaron, la mitad lo siguieron y la otra mitad rodeaban la ciudad por el otro lado.
Darius corrió a lo largo del muro de la ciudad, buscando las sombras más oscuras y siguió corriendo a lo largo de él.
Darius finalmente dobló la esquina de manera brusca, corriendo a lo largo del muro posterior de la ciudad. Construido para resisitir cualquier ataque, el muro posterior de la ciudad no tenía ventanas ni puertas traseras de ningún tipo, la cual cosa era perfecta para las intenciones de Darius.
Sin embargo, mientras Darius doblaba una esquina y corría, vio guardas allí de pie, alzándose amenazadores más adelante.
“¡Corre, Dray!” ordenó Darius.
Dray no necesitaba que le empujaran: se apresuró hacia delante, por delante del ejército e hizo la primera matanza de la noche, saltando encima de un guarda justo cuando este se dio la vuelta y restringiéndolo en la garganta con sus poderosas mandíbulas.
Darius estaba cerca por detrás; sin perderse ni un golpe, Darius sacó un puñal de su cintura y no paró hasta cortarle el cuello al primer guarda y apuñalar al segundo en el corazón. A su lado, Desmond y Raj apuñalaron cada uno a otros dos, matando de esta manera a los cuatro en silencio.
A la otra punta del castillo, Darius podía ver a sus hombres girando la otra esquina y cortando el cuello de otros guardas, todos ellos cayeron rápidamente, antes de que se dieran cuenta de lo que estaba pasando. Ambos lados coincidían en el medio, tal y como estaba planeado. Darius estaba animado: por ahora, todo iba bien. Habían conseguido pasar desapercibidos hasta los muros posteriores de la ciudad, con todos los guardas muertos y ningún cuerno sonando para anunciar su llegada.
Darius inmediatmente dio la señal y, sin perder tiempo, todos sus hombres agarraron los ganchos, se echaron hacia atrás y los lanzaron hacia arriba hasta la parte superior de los muros de la ciudad.
Darius observaba cómo se desplegaban todas las cuerdas, levantándose en un arco alto unos quince metros, rodeando el otro lado del muro de piedra. Tiró de su cuerda y sintió cómo el gancho se cogía al otro lado del muro de piedra, como había esperado. Miró arriba y abajo a sus filas de hombres y vio que estaban haciendo lo mismo.
Darius tiró hacia arriba inmediatamente, agarrando la cuerda con ambas manos y escalando, con los pies descargando contra la pared, su corazón palpitando mientras iba tan rápido como sus manos y sus pies le permitían y rezaba para que continuaran pasando inadvertidos. Si aparecían soldados del Imperio allá arriba, no habría modo de defenderse.
La basta cuerda le quemaba las manos mientras Darius escalaba el muro rápidamente, respirando con dificultad, sus pies descalzos arañándose contra la piedra, sabiendo que toda su vida dependía de la velocidad. Alrededor de él sus hombres hicieron lo mismo, todos escalando los muros por sus vidas, como mil hormigas escalando una ciudad.
Dray se quedó atrás, gruñendo, haciendo guardia por ellos en la pared posterior.
Finalmente, con los pulmones ardiendo y las manos encendidas, Darius llegó arriba del todo con un tirón final y se desplomó en el amplio rellano de piedra. Al hacerlo sacudió su cuerda, señalando que el camino estaba despejado y que los demás subieran- igual que hicieron todos sus hombres de arriba a abjo de las filas. Allá abajo sus hombres, formando fila, agarraron todos las cuerdas y escalaron, a solo pocos metros los unos detrás de los otros, usando la misma cuerda a la vez por docenas.
Darius se puso de rodillas, echó un vistazo, miró hacia abjo a Volkara, gozando de una vista de pájaro desde allí. Podía ver el fuerte entero desplegado ante él, débilmente iluminado por las antorchas que llenaban los muros. Era un fuerte increíblemente bien armado, centenares de soldados lo vigilaban.
Y sin embargo, cuando miró con más atención, Darius vio que el ambiente aquí era tranquilo- demasiado tranquilo. La mitad de los soldados parecían estar dormidos durante sus turnos, mientras el resto hacían el vago y hablaban los unos con los otros o jugaban a juegos. Y todos ellos miraban hacia la parte anterior de la ciudad. Ninguno miraba a la parte posterior. Claramente, ninguno de estos hombres, con los cascos y las armaduras sacados, las armas a unos metros de ellos, esperaban ningún ataque aquella noche. Después de todo, ¿por qué iban a hacerlo? ¿Qué enemigo había que fuera lo suficientemente loco para atacar al Imperio? Ninguno.
Darius sabía que era el momento adecuado para dar la señal. Sacó su gancho sobrante, se inclinó hacia atrás, encendió su cuerda y la lanzó alta en el aire, nos nueve metros por encima, dejando que describiera un arco hacia atrás, de vuelta al desierto, su fuego claro en el cielo.
Inmediatamente, en el horizonte, vio que sus hombres encendían una antorcha en respuesta, la que les había ordenado que encendieran.
“¡MOVEOS!” susurró Darius con dureza.
A la vez, todos sus hombres dieron la vuelta a sus ganchos y cuerdas y rápidamente descendieron por el otro lado del muro. darius se envolvió la mano con un trozo de ropa y se deslizó tan rápido que podía sentir cómo le quemaba la mano incluso a través de la ropa. El mundo pasó rápidamente por delante de él cuando casi cayó al vacío hacia el suelo y, en solo unos segundos, tocó ligeramente el suelo, en silencio sobre el suelo, impactando con sus pies descalzos.
A su alrededor, sus hombres tocaron suelo también.
Sin perder ni un instante, Darius se dio la vuelta y salió corriendo hacia la ciudad, todos sus hombres corrían junto a él, en dirección al grupo más cercano de soldados. Darius corrió hacia un soldado que estaba desprevenido y justo cuando el soldado se giró y empezó a darse cuenta, Darius le clavó su puñal en el corazón.
Darius fue hacia otro, le tapó la boca y le cortó el cuello. y después otro. Y otro.
Todos se esparcieron, por todas partes, cada uno escogía un hombre, como darius les había enseñado. Sus hombres cubrieron la ciudad como hormigas, matando guardas a diestro y siniestro, los cuerpos se amontonaban en silencio mientras el Imperio no sabía quién les atacaba. Todavía no sabían que tenían un intruso en medio.
Darius corrió a través de la ciudad, directo hacia la entrada delantera, deseando tomar el control de atrás hasta delante. Hizo una señal a sus hombres y todos se detuvieron y se escondieron tras enormes pilares de piedra, todos aguardando su orden antes de atacar la parte delantera.
Darius se arrodilló allí, respirando con dificultad, observando la parte delantera de la ciudad. centenares de soldados se desplegana entre un punto y el otro y él quería que todos se concentraran, para que fuera más fácil matar y tenerlos de espalda a ellos. Él se arrodilló allí y observó, con esperanza, esperando la señal, el acto final de su plan.
Finalmente, Darius sintió un gran alivio cuando vio exactamente lo que había esperado: una pequeña embarcación flotando apareció de repente flotando en el canal, a través de las puertas de la ciudad, en llamas.
Darius observó que los guardas despertaban de su sueño, todos ellos se reunían alrededor, congregándose cerca de la parte delantera de la ciudad, todos observando asombrados. Todos se juntaron en la entrada y observaron con curiosidad la noche del desierto, preguntándose claramente quién había allí fuera. Esperó y esperó hasta que la multitud fue más grande.
“¡AL ATAQUE!” exclamó Darius.
A una, él y toda su gente atacaron, con las espadas desenfundadas y atacaron a los desprevenidos soldados del Imperio desde atrás, todos ellos distraidos por el barco ardiendo. Los atacaron por detrás, acuchillándoles y apuñalándolos cuandos se daban la vuelta. Consiguieron matar a docenas de ellos antes de que estuvieran alerta.
Los soldados del Imperio que quedaban se dieron todos la vuelta, entendiendo que aquello era una invasión. Los cuernos sonaron por toda la ciudad y el temor de Darius se hizo más profundo al saber que la batalla de verdad había empezado.
Centenares de soldados del Imperio, con armaduras completas y armas profesionales, se dieron la vuelta y empezaron a luchar. Los hombres de Darius empezaron a caer.
Darius esquivó un golpe de espada y otro le arañó el brazo y gritó de dolor, su espada cayó de su mano. Pero rápidamente sacó su puñal y se lo clavó a un soldado
en la garganta cuando el hombre se disponía a matarlo.
Darius se agachó y recuperó su espada y, al hacerlo, dio una vuelta y cortó el cuello a otro soldado. Dos soldados del Imperio le atacaron y Darius usó su escudo para parar un golpe después de otro. Finalmente, llegó Desmond y mató a uno de sus atacantes- y Darius usó la ventaja para lanzarse hacia delante, golpear al otro soldado con su escudo en la cabeza y después clavarle el puñal en el corazón. Pensaba en todos sus compañeros que el Imperio había matado mientras lo hacía.
Muchos de los hombres de Darius cayeron- aunque también cayeron soldados del Imperio y, con cuerpos amontonándose en ambos lados, Darius sentía como si estuviera ganando fuerza. Por lo menos, habían conseguido atacar de verdad una ciudad del Imperio y valerse por ellos mismos con sus fuerzas- y él sabía que solo esto era una hazaña increíble.
Con la parte delantera de la ciudad desprotegida, todos los soldados del Imperio se dirigieron a luchar contra Darius. El tercer y último grupo de soldados de Darius finalmente apareció, como estaba planeado y atacaron en el frente. Todos ellos caminaban a través de las aguas del canal, chapoteando incontroladamente mientras llegaban a suelo seco dentro de los muros de la ciudad y atacaron a los soldados del Imperio desde atrás.
Ahora los soldados del Imperio estaban atrapados entre las fuerzas de Darius por ambos lados y, en ese momento, la fuerza cambió. En todas direcciones aparecieron rápidamente soldados del Imperio y los hombres de Darius los abrumaron con su rapidez y prontitud.
La lucha continuó, el sonido de las espadas en los oídos de Darius, las chispas iluminaban la noche, el sonido de los hombres gritando perforaba el fuerte. A su alrededor, los hombres caían. Sin embargo, todavía luchaban y luchaban, achicando la brecha.
Finalmente, Darius mató a un soldado del Imperio, después de un toma y daca de espadas y escudos especialmente brutal y, al hacerlo, levantó su espada y su escudo para matar al siguiente.
Pero, ante su sorpresa, no quedaba nadie detrás de él: los soldados del Imperio estaban todos muertos.
Darius apenas lo podía creer mientras estaba cerca de las puertas delanteras y se dio la vuelta para mirar hacia atrás, inspeccionando la ciudad. Vio a todos sus hombres caminando por ahí, supervisando los cuerpos del Imperio. Vio una ciudad llena de cadáveres aún calientes, tanto de sus propios hombres como del Imperio, reluciendo bajo la luz de la luna. Una ciudad que finalmente se había quedado en silencio.
Los hombres también se dieron cuenta de ello. De repente, estallaron en un grito de victoria, levantando sus puños y antorchas en alto.
Corrieron hacia delante y abrazaron a Darius, levantándolo a hombros. Darius gozaba con esto, gritaba con ellos, apenas creyéndose que esto había pasado de verdad.
Una ciudad del Imperio estaba en sus manos.
Habían ganado. Realmente habían ganado.