Erec estaba arrodillado al lado de Alistair a un lado del barco, cogiéndole la mano mientras ella estaba tumbada en un montón de pieles, atendida por varios curanderos. Le pasó una mano suavemente por la cara, húmeda por el sudor frío y le echó el pelo hacia atrás, lleno de preocupación. Le apretó la mano, abrumado de gratitud hacia ella; una vez más, le debía la vida. Sabía que era poderosa- pero no tenía ni idea de que poseyera poderes como este. Se habían enfrentado a una muerte segura y cruel a manos de aquel monstruo y era solo gracias a ella que habían sobrevivido.
Ella abrió los ojos, sonriéndole débilmente, con los ojos llenos de amor y agotamiento.
“Amor mío”, dijo él. “¿Estás bien?”
“Estoy bien”, respondió con voz débil.
“No parece que estés bien”.
Ella negó ligeramente con la cabeza.
“Solo estoy agotada por haber usado mis poderes”, dijo ella. “Mi fuerza volverá a mí. Solo necesito tiempo. Tiempo y descanso”.
Él asintió aliviado.
“La tuya fue la muestra de poder más grande que he visto”, dijo. “Todos nosotros conservamos la vida gracias a ti. Mereces descansar durante un año”.
Alistair sonrió.
“Lo volvería a hacer mil veces más, mi señor”, dijo ella.
“Igual que yo caminaría a través del fuego por ti”, dijo él. Salvarme la vida se empieza a convertir en un hábito. ¿No se supone que es al revés? Tendrás que darme alguna oportunidad, mi señora. Después de todo, un hombre necesita saber que es un hombre”.
Ella hizo una sonrisa más amplia.
“Tenemos una larga vida juntos, si tú lo eliges”, dijo ella. “Habrá suficientes oportunidades”.
“¿Si lo elijo?” dijo él. “No podría elegir otra cosa. Ni tan solo es una elección. Tú y yo estaremos juntos hasta el fin de nuestros días. Nada nos separará- te lo juro”.
Erec se inclinó y la besó, y ella lo besó a él, Alistair aún se veía preciosa, incluso en este estado de agotamiento.
“Te querré para el resto de mi vida”, dijo él.
“Y yo a ti, mi señor”, dijo ella.
Pudo ver cómo cerraba los ojos de nuevo y decidió que era mejor dejarla descansar.
“Duerme, mi amor”, dijo, besándola una última vez y, a continuación, se puso de pie.
Erec se levantó, se giró y, mientras Strom se acercaba a su lado, examinó a todos sus hombres alrededor del barco con satisfacción. En el aire había un sonido diligente, martillos, yunques, hombres gritando instrucciones, el crujido de la madera, velas que se levantaban. Todos ellos trabajaban duro, reparaban el mástil, los remos, las barandas, de todo el daño causado por la Espina del Dragón. Los soles brillaban, las aguas no podían estar más en calma y Erec navegaba, por fin, con una gran sensación de paz. Habían sobrevivido a lo peor: nada en este océano podía albergar peores miedos.
Erec caminó hacia proa, con Strom a su lado, y miró hacia el horizonte, apoyando sus brazos en la baranda. Miró tras ellos y vio cómo, en el horizonte, se desvanecía la Espina del Dragón, se veía tan pequeña, tan inofensiva desde aquí. Divisó los restos de sus barcos achafados contra ella y, por supuesto, los restos del cuerpo del monstruo, todavía atravesado. Negó con la cabeza con tristeza al pensar en todos los hombres buenos que había perdido.
Sin embargo, Erec también echó un vistazo a los barcos de su flota que quedaban, los barcos que quedaban de la flota de Krov, quién navegaba a su lado y se animó al pensar que tantos de sus hombres habían sobrevivido. Ahora no había nada en este tramo de mar entre ellos y las orillas del Imperio.
“¿Esperas que tendremos más enfrentamientos como este?” preguntó Strom.
Strom estaba allí y Erec podía ver que aquello había afectado a su hermano pequeño; la firme confianza de su hermano se había encontrado con su primer reto verdadero en la vida. Erec, un veterano en demasiadas batallas, entendía el sentimiento.
“Nunca se sabe, hermano”, respondió tras un medido silencio. “A menudo, las más grandes guerras se libran de camino a la guerra”.
“Aquello fue una guerra”, dijo Strom.
Erec asintió.
“En efecto lo fue”.
Aerec todavía le venían a la cabeza imágenes de aquella horrible criatura echándoseles encima, sus dientes, su rugido, su chillido. Intentó bloquear de su mente los gritos de sus hombres, destrozados contra aquellas rocas en la Espina del Dragón, la visión de las enormes olas impactando contra ellos una y otra vez.
Cerró los ojos y se los sacudió. Tenía que continuar. No le quedaba elección en la vida que no fuera continuar y estaba decidido a guiar a sus hombres.
“Quiero mostrarte algo”, dijo Strom y Erec espabiló y lo siguió por la cubierta.
Erec siguió a Strom a través del barco, hacia la parte de atrás, todos los hombres le abrían paso y lo saludaban con respeto mientras pasaba. Strom se detuvo en la baranda lateral y señaló al horizonte.
“Aquellas rocas”, dijo. “¿Por qué nuestro camino nos lleva tan cerca de ellas?”
Erec echó un vistazo y, en la distancia, vio unas enormes rocas que sobresalían, levantándose del agua, a unos nueve metros y se extendían a lo largo de más de un kilómetro en todas direcciones.
“No navegaremos hacia ellas, hermano mío” dijo Erec. “Las pasaremos a unos casi cien metros”.
“Y aún así”, respondió Strom, “esta no parece la ruta más directa hacia el Imperio. Deberíamos navegar más al noreste que justo al este”.
Erec se giró y observó la flota de Krov, a su lado y ligeramente por delante, guiando.
Krov conoce esta agua mejor que nadie”, dijo Erec. “Lo seguiremos, como hemos hecho desde el principio”.
“Y aún así nuestros mapas muestran otra cosa, mi señor” dijo Strom.
Erec frunció el ceño, sorprendido.
“Puede que nos haga rodear algún escollo poco profundo”, dijo Erec, “o algún otro peligro que no se ve. Él conoce esta agua. Nuestro Padre confió en él para que lo guiara y nosotros también debemos hacerlo. Los mapas no siempre te cuentan la historia entera”.
Erec, sin embargo, ahora estaba intrigado e indicó a sus centinelas que hicieran señas a la flota de Krov.
Erec miró a través de las aguas y vio a krov en la proa de su barco, dirigiendo su pequeña flota. Estaba quizás a menos de cincuenta metros y tal como les indicaron los hombres de Erec, se acercaron.
Erec se inclinó sobre el barandal cuando ellos estaban a una distancia que podían oír sus gritos.
“Tu barco parece estar peor”, exclamó Erec con una sonrisa.
Krov le sonrió.
“Esto es lo que te dan los años de piratear”, dijo. “Ya estaban erosionados desde el principio y no creo que pudieran tener peor aspecto. Debería haberme imaginado que seguirte durante un día les podría hacer esto”.
“¿Estamos navegando en la dirección correcta?” exclamó él.
Krov dudó, sorprendido, mientras miraba hacia atrás.
“¿Dudas de este viejo marinero?” exclamó, al parecer ofendido. “¿Estás mirando los mapas? No les hagas mucho caso. Hay rocas a poca profundidad más adelante. Si los hubiéramos seguido y hubiéramos seguido recto, tus barcos estarían probablemente en el fondo del mar ahora mismo”, dijo con una sonrisa picarona.
Erec, sintiéndose calmado, miró hacia Strom, el cual asintió con la cabeza, claramente más tranquilo también.
Los dos hermanos se dieron la vuelta y se dirigieron hacia proa.
“Hace un día claro y tranquilo, hermano mío”, dijo Erec, agarrándole el hombro. “Intenta relajarte. Este ha sido siempre tu problema: te preocupas demasiado”.
“Cuando lleguemos al Imperio”, dijo Strom, estudiando el horizonte, “quiero ser el primero en la batalla. Voy a matar al primer hombre que venga a ti. Tú puedes matar al que venga a por mí- tal y como se hacía en tiempos de nuestro padre. O puedes quedarte atrás y dejar que yo los mate a ambos”, añadió con una sonrisa.
Erec rió, contento al ver que Strom había vuelto a su naturaleza segura.
“¿Por qué no te dejo que luches tú solo contra el Imperio entero?” dijo Erec.
Ahora fue Erec el que rió.
“Ahora esto sería una buena idea. ¿Cuántos soldados del Imperio crees que podría coger con este…?”
De repente, un grito que cortaba el aire los interrumpió.
“¡AHÍ DELANTE!”
Erec se dio la vuelta, volviendo a la realidad, y miró hacia arriba al mástil; mucho más arriba, sentado encima del mástil, estaba el centinela, señalando y gritando.
Erec, alarmado por el tono del centinela, se dio la vuelta y miró hacia el horizonte, perplejo, sin ver nada. Había una neblina en el horizonte y, Erec observó que empezaba lentamente a levantarse.
Erec se quedó atónito al ver un centenar de enormes barcos del Imperio, fácilmente identificables por sus brillantes banderas negras y doradas, saliendo de detrás de las rocas. Miles de arqueros del Imperio estaban en el borde del barco y sus flechas apuntaban hacia su flota, con las puntas encendidas. Erec sabía que al mínimo gesto de su comandante, su flota entera sería destruida.
Estaban demasiado cerca para escapar y Ere, de repente , se dio cuenta con pánico de que les habían tendido una trampa. No había opciones posibles- no podía correr y no podía luchar sin asegurars una muerte segura a todos sus hombres. El Imperio había sido más listo que ellos y estaban a su merced, sin ninguna otra opción que la rendición.
Erec se giró hacia Krov, inmediatamente preocupado por él, sintiéndose culpable por haberlo llevado también hacia una trampa del Imperio.
Sin embargo cuando Erec se giró hacia Krov, estaba confundido: Krov no parecía asustado, o sorprendido, como Erec hubiera esperado. En cambio, Krov hizo una señal con la cabeza al comandante del Imperio, quién le correspondió con otro gesto intencionado. Aún más estremecedor era que ninguna de las flechas del Imperio iban dirigidas al barco de Krov; todas apuntaban hacia el de Erec.
Entonces es cuando lo entendió: Krov había preparado todo aquello, los había llevado hasta aquí, hasta este lugar vulnerable detrás de las rocas. Los había traicionado.
La barca de Krov se deslizó hasta ponerse al lado del barco del Imperio y Erec observó cómo un saco de oro tras otro eran lanzados por el barandal, yendo a parar a la barca de Krov y se ruborizó por la indignación.
Erec podía sentir cómo todos sus hombres lo miraban en silencio.
“¿Así es cómo me pagas mi confianza?” dijo Erec gritando a Krov, su voz resonaba en las aguas silenciosas.
Krov se dio la vuelta y miró a Erec. Él negó con la cabeza.
“Es culpa tya”, le contestó chillando. “Nunca debiste confiar en ti, Erec. Tu padre no lo hizo. Siempre te he dicho que yo me vendo al mejor postor- y tu oferta, amigo mío, no fue la más alta”.
“¡Soltad vuestras espadas!” gritó el comandante del Imperio, un violento soldado con una brillante armadura, que estaba delante de todos sus hombres.
Erec sentía que las miradas de todos los hombres estaban en él. Strom también lo miraba y Erec se dio la vuelta y miró a Alistair, que estaba allí débil, todavía agotada. Más que nunca Erec deseaba que Alistair pudiera usar sus poderes. Pero ella estaba allí, tan débil que apenas podía levantar la cabeza. Se dio cuenta de que, sin su ayuda, no había posibilidad de victoria.
“No lo hagas”, instó Strom. “Deja que muramos todos aquí, juntos”.
Erec negó con la cabeza.
“Esta es una solución para un soldado”, dijo. “No para un líder”.
Con el corazón rompiéndosele dentro, Erec lentamente, delicadamente, sacó su espada y la colocó en cubierta. Esta golpeó la cubierta con un golpe seco y hueco, el sonido atravesó el corazón de Erec. Era la primera vez que bajaba su espada ante un enemigo. Pero sabía que no le quedaba elección: era esto o matarían a todos sus hombres buenos y a Alistair.
A su alrededor, en todos los barcos de su flota, sus hombres siguieron su ejemplo y el aire pronto se llenó con el sonido de miles de espadas colocadas encima de las cubiertas, haciendo temblar la tranquilidad a su alrededor.
“¡Nos has traicionado, Krov!” gritó Erec. “Has vendido tu honor por un saco de oro”.
Krov rió.
“¿Honor?” exclamó. “¿Quién dijo que lo tuviera, para empezar?”
Krov rió.
“Ahora sois propiedad del Imperio”, dijo. “Y yo soy un hombre muy, muy rico”.