CAPÍTULO VEINTISÉIS
Gwendolyn caminaba a través del Gran Desierto, débil por el hambre, con las piernas temblándole, la piel quemada bajo los implacables soles de la mañana. De algún modo, había sido otro día de caminar durante horas, aferrándose de alguna manera a la vida. Krohn caminaba con dificultad a sus pies, demasiado agotado para quejarse y aquellos más cercanos a ella- Kendrick, Sandara, Steffen, Arliss, Brandt y Atme llevaban a Argon, Aberthol, Illepra y Stara- todavía caminaban también. Sin embargo, muchos de los suyos- demasiados- habían caído por el camino, sus cadáveres llenaban elsuelo del desierto, Gwen y los demás estaban demasiado débiles para enterrarlos- demasiado débiles incluso para detenerse. Gwen se encogía de dolor cada vez que otro caía y los insectos aparecían de repente, escapando de quién sabe dónde y cubrían el cuerpo en unos instantes, devorándolo hasta los huesos. Era como si el desierto entero estuviera esperando a que todos ellos cayeran.
Gwen miró hacia el horizonte, viendo el perpetuo polvo rojo allí, buscando en todas direcciones alguna señal de algo.
No había nada.
Se dio cuenta de que la cosa más despiadada, la más cruel del mundo no era ver a un enemigo, o a un monstruo, u otra cosa- sino no ver nada. El vacío. la ausencia de vida.
Era implacable. Para ella, significaba la muerte. La muerte no solo para ella, sino para toda su gente, todos los que había llevado hasta allí.
Gwendolyn seguía caminando, forzando de alguna manera un pie delante del otro. Reunió una fuerza mayor de la que nunca supo que tenía y se obligó a seguir caminando, a ser fuerte, al frente, guiando a su pueblo, como el pastor de un rebaño que ella sabía que nunca encontrarían un hogar. Sus provisiones se habían agotado hacía tiempo, su piel se había secado y su garganta estaba tan reseca que apenas podía respirar. Sin nada en el horizonte, ella sabía que no les quedaba otra alternativa que la muerte.
Gwen sabía que si estuviera allí sola, hacía tiempo que podría haberse tumbado y se hubiera dejado morir. Hubiera sido más compasivo que esto. Pero el orgullo la obligaba a seguir. Pensaba en los demás, pensaba en su padre y se obligaba a ser fuerte. Pensaba en lo que hubiera hecho su padre. En lo que hubiera esperado de ella.
Mientras andaba y andaba empezó a ver visiones. Tenía flashbacks de otros tiempos, de otros lugares. Parpadeaba y salía de ellos confundida, incluso ya no sabía qué era real, dónde estaba. Las imágenes de su mente estaban empezando a ser más reales que lo que había delante de ella.
Gwen tuvo un flashback de su padre. Lo veía sentado orgullosamente a la cabeza de la mesa del comedor, joven, en la cumbre de su poder, llevando su corona, su túnica, su baraba todavía sin canas, riendo con su risa afable que siempre la hacía sentir bien. En la mesa también estaba sentada su madre, a la derecha de él, sana y feliz, como gwendolyn la recordaba mucho antes de su enfermedad. Allí sentados también estaban sus hermanos y hermanas- Kendrick, gareth, Godfrey, Reece y Luanda- los seis todavía jóvenes, llevándose todavía bien, todos alrededor de la mesa con sus padres, que los miraban.
“¡Este es por vuestra querida madre!” dijo su padre, levantando una copa, riendo, bebiendo su vino, su madre sonreía y se acercó para besarlo.
“Y este es por nuestros queridos hijos- todos y cada uno de ellos dignos de gobernar el reino”, añadió su madre.
“¿Cuándo seré Reina?” preguntó Luanda.
Su padre miró a Luanda, que todavía era una niña y rió.
“Solo tienes que esperar, hija mía. Un día serás reina. ¡No tengas prisa!”
Entonces se dirigió a Gwendolyn.
“¿y tú, Gwendolyn?” preguntó, mirándola.
Gwendolyn lo miró y se sonrojó.
“Yo no deseo ser Reina, Padre. Solo deseo ser su hija”.
Su padre bajó la copa despacio y la miró y en sus ojos vio una mirada que nunca olvidaría. Podía ver lo emocionado que estaba, lo mucho que sus palabras significaban para él, cómo le habían llegado directas al corazón. La miró contanto amor, lealtad y admiración que aquella mirada la caló. La había sostenido, toda su vida.
“Esto ya lo has cumplido, hija mía. Esto y mucho más”.
Una ráfaga de aire caliente azotó a Gwendolyn en la cara y parpadeó, se espabiló, tosió, con polvo en los ojos y en la boca. Con el aliento áspero, se sacó el polvo de los ojos ya que casi se los había pegado, intentando sacárselo a la fuerza. El viento no trajo alivio- sino solo más calor, si era posible. El calor suficiente incluso para arrancarla de un lugar más bonito.
Gwen no deseaba incluso ni mirar hacia arriba, demasiado asustada de no ver nada, de decepcionarse una vez más. Pero se obligó a hacerlo, con la esperanza que esta vez sería diferente, que quizás de algún modo en el horizonte habría algo distante, un lago del que beber, un árbol que diera sombra, incluso una cueva.
Miró hacia arriba, preparada, y deseó no haberlo hecho: no había nada. Una despiadada y cruel nada.
Sin embargo, algo más llamó su atención: miró hacia arriba y vio una sompra repentina cruzaba por encima suyo. Parecía ser la única nube en un cielo despejado y, al principio esto la confundió. ¿Estaba teniendo visiones?
Pero observó como pasaba por encima y estaba segura de que era real y todavía se confundió más. No era una nube, sino una sombra negra, volando por los aires. Iba tan rápida, que apenas pudo distinguir su forma, pero bajó en picado hacia ella subiendo después a la misma velocidad y, mientras parpadeaba al mirar al sol, podía jurar que parecía un demonio.
Un demonio liberado del infierno.
Gwen se giró para seguirlo con la mirada pero, igual de rápido, se fue volando, desapareciendo rápidamente de su vista.
Gwen sintió un escalofrío, sintió como si fuera un presagio de que algo terrible estaba por venir. Cuando se acercó volando hasta ella, tuvo la sensación más terrible, como si hubiera sido maldecida por la criatura.
“¡YA ES SUFICIENTE!” gritó de repente una vez.
Era un grito violento, un grito de desesperación. Gwen la reconoció de inmediato como la voz de un hombre que había perdido la cabeza, que no tenía nada que perder.
Gwendolyn se dio la vuelta, con krohn a su lado, gruñendo para protegerla y vio a Aslin, dirigiendo a un pequeño grupo de su gente y caragando contra ella, parecían locos, parecían delirar, tocados por el sol.
“Sería mejor haber muerto en el Anillo, en paz con nuestros padres y ser enterrados en un suelo bueno. Ahora moriremos aquí y no seremos enterrados en ningún sitio. Nos convertiremos en nada que no sea comida para los escorpiones y las arañas. ¡Si tengo que morir aquí, no será antes de matarla a ella primero! ¡La sangre llama a la sangre!”
Desenfundó su espada, el sonido cortó el aire y la levantó en alto.
“¡Matemos a la Reina!” exclamó y soltó un gran grito.
Para sorpresa y horror de gwendolyn, detrás de él había varios centenares de su gente que le seguían, desenfundando sus espadas, gritando en señal de aprobación, uniéndose a él. Más de la mitad de su pueblos se reunieron detrás de él y empezaron a embestir contra ella.
A Gwen no le quedaba energía para resisitirse. Se quedó allí y esperó su destino. Si todo su pueblo la quería muerta, que así fuera. Les daría lo que quisieran. Incluso esto.
Gwendolyn no se sorprendió de que quisieran matarla; estaba más sorprendida de que todavía le quedara tanta energía, de que pudiera correr tn rápido y de que guaradara tanta energía para odiarla. Estaba apenas a unos menos de diez metros y se movía tan rápido que los demás, muy aletargados, no tuvieron tiempo de reaccionar. En sus ojos podía ver cuánto la odiaba, cuánto la quería ver muerta. Era como tener un cuchillo clavado en el corazón ver que alguien en este mundo podía odiarla tanto. ¿En qué se había equivocado? ¿No había intentado ser la mejor persona posible para cualquiera?
Gwen pensaba que había sido una buena Reina; había intentado desesperadamente salvar a su pueblo, a cada paso del camino. Incluso se había sacrificado a Andrónico, allá en Silesia, para que los otros pudieran vivir. Había intentado hacerlo todo bien.
Y aún así aquí estaba, así era como había acabado: en medio del Imperio, en medio de una tierra desértica, buscando un Segundo Anillo que probablemente incluso ni existía, separada de su marido, de su hijo. La mayoría de su gente la odiaba, la quería muerta.
Gwen estaba allí con orgullo, frente a Aslin, y se preparaba, sin encogerse, mientras él se acercaba con su golpe mortífero. Levantó la espada con ambas manos, a pocos metros y empezó a dirigirla directa a su corazón.
De repente, se oyó un sonido metálico. Gwen miró hacia arriba y vio que Steffen daba un paso adelante y paraba el golpe, arrancando la espada de las manos de Aslin, partiéndola en dos y tirándola al suelo. En el mismo momento, apareció Kendrick por el otro lado y atravesó el corazón de Aslin con su espada. Krohn también entró en acción, saltó sobre el pecho de Aslin y hundió sus colmillos en el cuello de Aslin, tirándolo al suelo, matándolo.
Los tres estaban allí delante, los tres se apresuraron a matar a cualquiera que se acercara a ella.
Gwen estaba allí parpadeando, abrumada de amor y gratitud por Steffen, Kendrick y Krohn, los cuales habían salvado su vida, una vez más.
Pero la lucha acababa de empezar. A su alrededor, se levantaban gritos de guerra mientras una rebelde multitud formada por la mitad de su gente se diponía a atacar, incluso sin Aslin, era imposible detener el ímpetu que él empezó. Todos se disponían a atacarla ciegamente, ninguno de ellos pensaba con claridad. como si matarla de algún modo cambiara su apuro.
Sin embargo, al mismo tiempo, la otra mitad de su gente, sobre unos cien, incluidos Kendrick, Steffen, Brandt, Atme y una docena de los Plateados, todos desenfundaron sus espadas para protegerla y atacar a la multitud.
El corazón de Gwen se partió en dos mientras presenciaba cómo empezaba una violenta lucha, hombre a hombre, soldado a soldado, antiguos aliados, antiguos compatriotas, hombres que una vez fueron tan cercanos como hermanos, todos dirigiéndose los unos a los otros. Todos ellos eran grandes guerreros, todos bien combinados, todos yendo golpe a golpe. Se oía el ruido de las espadas bajo el cielo del desierto, mientras se alzaban chillidos y gritos y los hombres se mataban los unos a los otros brutalmente y la sangre corría por el suelo del desierto. Gwen sabía que todos estaban trastocados por el sol y que la mitad de eelos probablemente incluso ya no sabía por qué estaban luchando. Solo querían luchar y, más probablemente, ser asesinados.
Steffen dio un paso adelante y bloqueó las espadas de dos hombres que estaban a ambos lados de Gwendolyn; le hizo un corte a uno en el estómago y después sacó el puñal y apuñaló al otro en el corazón.
Brandt dio un paso adelante, usó su maza con la velocidad de un rayo, parando un golpe que iba para Kendrick, mientras Atme venía a su lado, balanceó su hacha y mató a un hombre justo antes de que le clavara una espada en la espalda a Brandt.
Krohn saltaba encima de todos los atacantes que se acercaban demasiado a Gwendolyn, matando a más hombres que nadie.
Kendrick se dio la vuelta y paró dos golpes de espada con su escudo, entonces se dio la vuelta y usó su escudo como arma, golpeando a un hombre en la cara, dándose la vuelta después y dando una patada a otro en el pecho, lanzándolo hacia atrás. Cuando volvieron a él por segunda vez, dio un paso al lado y esquivó sus golpes y, a la vez, les hizo un corte en el pecho, matándolos a los dos.
Una lanza cayó de la mano de un soldado muerto y fue rodando hasta los pies de Gwendolyn. Miró hacia arriba y vio que un hombre atacaba a Kendrick por detrás, un hombre al que no pudo ver, y sin pensarlo, reaccionó: cogió la lanza y la arrojó
contra la espada del hombre. El hombre tropezó y cayó, de cara al suelo, a los pies de Kendrick.
Gwendolyn sintió un dolor en el estómago cuando vio caer al hombre, uno de los suyos, muerto con sus propias manos. Era un hombre al que conocía bien, un señor del pueblo de la Corte del Rey, un hombre que en su día fue leal a su padre. Ella sabía que era un día triste para su pueblo. Apenas podía creer que la hambruna, la locura y la desesperación podían conducir a los hombres a tal perdición. Pero sabía que nada podía pararlo. Era como observar una horrible pesadilla desplegarse allí delante. Algún gran mal se había puesto en marcha y no acabaría hasta que todos estos hombres hubieran muerto.
Los hombres se mataban los unos a los otros a diestro y siniestro, el sonido de la espadas parecía no tener fin, hasta que finalmente, en medio de nubes de polvo y luz, se hizo una gran calma.
El mundo pareció detenerse. Gwendolyn echó un vistazo y vio el suelo del desierto lleno de muertos. Ansiaba ver algo moverse, ver vida, algo.
En su lugar, lo único que vio fueron cadáveres.
Gwendolyn miró a su alrededor y se sintió inmensamente aliviada al ver que Kendrick y Steffen estaban vivos todavía, junto a Brandt, Atme, Aberthol, Illepra, Argon, Stara, Arliss, Sandara y media docena de miembros de los Plateados. Y, por supuesto, Krohn.
Pero eso era todo. Varios centenares de los suyos- lo único que quedaba de los exiliados del Anillo- yacían ahora muertos. Ella y aproximadamente una docena de los suyos era todo lo que quedaba.
Gwen apenas podía respirar. Su gente, muerta. Asesinados por ellos mismos.
¿Qué quedaba después de esto? se preguntaba. ¿De qué era Reina ella ahora?
Gwen cayó sobre sus rodillas, agarrándose el pelo y lloró.
Se preguntaba cómo las cosas habían ido tan horriblemente mal.