CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

 

Angel abrió los ojos, temblando de frío, y vio como el mundo subía y bajaba ante sus ojos. Se mecía arriba y abajo lentamente, suavemente subiendo y descendiendo con las onduladas olas del océano. Sentía que su cuerpo todavía estaba inmerso en el agua y, al mirar hacia arriba, vio que su cabeza estaba apenas por encima del agua y que ella estaba agarrada a un trozo de madera. Todo su cuerpo estaba congelado, inmerso en el agua fría y, al mirar hacia arriba, vio el amanecer más hermoso que jamás había visto, iluminando el océano, extendiéndose por él como un manto. se preguntaba cuántos días había estado flotando aquí.

Se frotó el agua salada de los ojos e intentó recordar y todo le venía en flashes a la mente: la violenta tormenta, las tremendas olas, el sonido del viento y el romper del mar, los gritos de todos los demás en sus oídos. recordó cómo había sido lanzada por la borda, recordaba la sensación de toda aquella agua sobre ella, una sensación que nunca olvidaría. Sentía como si el cuerpo se le hubiera partido en un millón de trozos. Estaba segura de que había muerto.

Y entonces se acordó de Thorgrin. Sintió algo frío que la agarraba por la cintura y, al echar un vistazo, lo vio a él, tumbado a su lado sobre la madera, con los ojos cerrados, un brazo sobre el trozo de madera y el otro todavía agarrándola a ella. Estaba inconsciente, pero todavía la sujetaba y ella recordó su promesa: no importaba lo que pasara, él nunca jamás la dejaría ir.

Su corazón latía deprisa por la gratitud ahora que veía que él había cumplido su palabra. Nadie en su vida se había preocupado tanto por ella, había cumplido tanto con su palabra. Y, sin embargo, allí estaba, balanceándose, inconsciente, quizás muerto, no podía decirlo y, aún así, sus manos la agarraban por la cintura, ayudándola a mantenerse a flote, asegurándose de que no se separaban.

“Thorgrin”, dijo ella.

Alargó el brazó y lo sacudió, pero no respondía.

El corazón le dio un vuelco. Miró más de cerca y vio que su pecho en efecto subía y bajaba. Se sintió aliviada: significaba que respiraba. Su cara estaba fuera del agua, aunque el resto de su cuerpo estuviera dentro de ella, por eso no se había ahogado. ¿Había entrado en coma?

Angel miró a su alrededor, esperando ver señales de los demás, de los restos- de algo. Esperaba ver a Reece y Selese, Elden e Indra, Matus y O’Connor, todos flotando por allí cerca, todos agarrados a sus propios trozos de madera.

Pero mientras miraba a su alrededor, su corazón se hundió al no ver ni rastro de ellos. Ante su consternación, no había nada a parte de un vasto mar abierto, ni escombros, ni señal de nadie ni de nada. Esto solo podía significar una cosa: todos ellos habían muerto durante la tormenta. Ella y Thorgrin eran los únicos supervivientes.

“Mira lo que nos trajo la marea”, dijo de repente una voz detrás de ella.

El corazón de Angel dio un salto, aliviada al oír otra voz humana, alguien más vivo en estos duros mares. Pero cuando se dio completamente la vuelta, vio el origen de la voz y su corazón dio un vuelco: delante de ella había un enorme barco negro, reluciente al sol, el barco más poderoso que jamás había visto, ondeando la bandera roja y negra de los despiadados. Una raza siniestra, que hacía que incluso los piratas parecieran simpáticos. Vio sus horribles caras, sonriendo como si irararan a una presa y su estómago le dio un vuelco. Recordaba las historias que los otros leprosos le habían contado, que los despiadados habían asesinado a sus padres- y siempre había deseado vengarse. Deseaba que la marea se los llevara lejos, a cualquier sitio menos aquí.

Angel estiró los brazos y empezó a chapotear en el agu, intentando nadar, para alejarse de la barca.

Los hombres reían a su esplada, claramente divertidos por sus esfuerzos.

De repente, una pesada red de cuerda vino volando por los aires, yendo a parar encima de ella y de Thor de una manera tan pesada que le hizo daño; intentó sacudírsela, pero fue inútil: sentía que ella y Thor estaban totalmente enredados en la red y pronto los levantaron fuera del agua y en el aire.

Se retorcía y gritaba, intentando liberarse mientras la levantaban más arriba, sus brazos sobresalían de los grandes agujeros de la red.

“¡Thorgrin!” exclamó empujándole. “¡Despierta! ¡Por favor!”

Pero no respondía.

Mientras se acercaban a cubierta, Angel dio la vuelta dentro de la red y vio docenas de piratas cerca del borde, mirándola. Uno con un aspecto particularmente violento, sin afeiter, con los dientes podridos, con hebras en el pelo y un collar de cabezas reales encogidas, la miraba fijamente, sonriendo, relamiéndose los labios.

“Traedla”, dijo. “Voy a divertirme un poco con esta”.

La levantaron más y más alto, como un pescado cogido para el día y la risa de los despiadados llenaba el aire mientras la levantaban a la altura de los ojos, empapada, sobre la cubierta.

“¡Soltadme!” exclamó ella, dando patadas y retorciéndose.

“¿Y por qué querrías eso, pequeña hermana?” preguntó uno de ellos con su áspera voz. “¿Preferirías estar a merced de los tiburones? ¿O prefieres estar aquí arriba viva con nosotros?”

Ella le escupió directo a su cara, a través de la red:

“Preferiría estar muerta mil veces que estar con vosotros en vuestro barco. Por lo menos, en los tiburones puedo confiar”.

Los otros despiadados se mofaron del líder mientras este se quitaba el escupitajo de la cara, carcajeándose y gritándole.

“Parece que solo hace falta una niña pequeña para ponerte en tu lugar”.

La risa del líder pronto se convirtió en rabia.

“No te preocupes”, le dijo gruñendo, “cuando acabemos contigo, quizás te lanzaremos a los peces después de todo. Por lo menos, esto es lo que te queda”.

Le habló con desprecio, decidida a embaucarlo.

“Mis amigos me encontrarán”, dijo bruscamente. “Tengo amigos muy poderosos en mi barco. Todos están vivos y vienen hacia mí ahora”.

Los despiadados se rieron a carcajadas.

“¿Ah, sí?” preguntaron. “Entonces deberíamos estar temblando de miedo”.

“¡Thorgrin!” exclamó de nuevo, dándole golpes con el codo en las costillas una y otra vez. “¡Despierta! ¡Te lo suplico! ¡Estés donde estés, despierta!”

Ella daba codazos a Thor una y otra vez, pero él solo estaba allí, con la cabeza a un lado, sin responderle. Quizás está realmente muerto, pensó ella.

“Parece que tu amigo está muerto”, dijo el capitán, mientras tiraba de ellos para acercarlos, acercándolos a la altura de los ojos y alargó un brazo y la agarró a través de la red, tirándola hasta acercarla. La miró fijamente a través de la red, apenas a unos centímetros de ella, con su horrible aliento en su cara.

“No te preocupes”, dijo. “Tenemos un remedio para la carne muerta”.

Angel miró hacia abajo y vio cómo sacaba un puñal de su cintura, el puñal más largo que jamás había visto, y vio que alargaba el brazo y apuntaba hacia ella. Gritó y se preparó para lo peor, dando por sentado que la iba a apuñalar.

Aún así, en cambio, oyó que cortaban la cuerda y se dio cuenta de lo que estaban haciendo: estaban cortando el trozo de red que sujetaba a Thorgrin.

Angel reaccionó. Agarró rápido con sus piernas a Thor y apretó tan fuerte como pudo, usando toda su fuerza para colgar de la red y evitar que él se precipitara. Se esforzaba y luchaba, sujetándose con todas sus fuerzas, mientras Thor se balanceaba bajo ella, inconsciente, colgando sobre el océano, sujetado solo por sus piernas. Sabía que si caía, en ese estado, seguramente se ahogaría.

“¡Suéltalo!” exclamó el despiadado. “Si no lo haces, irás directa al mar con él- ¡y entonces moriréis los dos!”

“¡Nunca!” dijo ella desafiante.

Angel se sujetaba con todas sus fuerzas, mientras los despiadados le daban golpes y la pinchaban con palos, intentando hacer que se soltara. Aún así, ella aguantaba, cada músculo de su cuerpo temblaba, decidida a no soltar nunca a Thorgrin.

“¡Thorgrin!” exclamaba. “¡Por favor! Te lo suplico. ¡Despierta! ¡Te necesito!”

De repente, otro despiadado dio un paso adelante, cogió un largo garrote, lo echó hacia atrás, lo balanceó y le golpeó las piernas.

Angel gritó, parecía que el dolor la iba a partir por la mitad. Involuntariamente, dejó de agarrarse y soltó a Thor.

A Angel se le rompió el corazón al ver que se desplomaba por los aires hasta el océano. Allá iba, la única persona que se había preocupado por ella en su vida, que había arriesgado la vida por ella, que había cumplido su palabra y que había estado junto a ella a pesar de todo. Y lo había dejado escapar. No había correspondido a su lealtad- y la lealtad le importaba más que su vida.

Angel tomó una repentina decisión. No podía dejar ir a Thor. Pasara lo que pasara.

Mientras los despiadados empezaban a estirar la red hacia la cubierta, Angel de repente se soltó y saltó del barco.

Se zambulló de cabeza, directa hacia las congeladas aguas de allá abajo, hacia el cuerpo de Thor, que ya podía ve hundiéndose entre las olas.

Desde allí, pudo observar todo el océano, echó un vistazo y buscó alguna señal de los demás, los hermanos de Thor, flotando por allí en algún sitio, quizás cogidos a los escombros.

Pero no había ninguno. Todos estaban muertos. Todos los hermanos de la legión de Thor. Todos muertos.

Ahora, solo estaban ella y Thor.

Mientras se zambullía en las frígidas aguas, sabía que el océano los mataría a los dos. Pero esto no significaba nada para ella.

Tener la oportunidad de salvar a Thorgrin era lo único que importaba. Y la tomaría- sin importar a qué precio.