Erec estaba en la proa del barco, con Alistair a su lado, Strom a su otro lado, centenares de sus hombres detrás de él, trabajando en el barco, bajando las velas y, al lado de ellos, su flota, media docena de barcos, navegando todos juntos hacia la Isla del Peñasco. Erec observaba, delante de ellos, la isla que rápidamente se acercaba, el sonido de las olas rompiendo a su alrededor y se asombró.
Esta isla era una escarpada pared de roca, como un peñasco gigante caído en el mar, que se elevaba treinta metros hacia arriba y tenía unos ochocientos metros de diámetro. No había orilla de ningún tipo, ninguna manera de tomar tierra, de desembarcar. Al transeúnte ocasional podría ni parecerle una isla- tan solo una roca gigante en el mar. Pero Erec sabía algo más. Al mirar más de cerca vio la entrada, camuflada en la roca, un único arco enorme, esculpido directamente en la roca y detrás de ella una compuera de rejas de hierro. Era como una isla construida en una montaña tallada.
De pie delante de la entrada, en un saliente estrecho de piedra, había una docena de arqueros con ballestas preparadas, apuntando hacia el barco, con los rostros serios y las viseras bajadas. En el centro estaba su comandante, un hombre curtido al que Erec conocía bien: Krov. Estaba allí de pie con orgullo, un hombre corpulento con una cabeza completamente calva, cubierta de cicatrices de batalla, una cara curtida por el sol y el aire salado y una barba demasiado larga y miraba fijamente y serio a Erec como si nunca lo hubiera visto en su vida.
El barco de Erec se acercó a la entrada y Erec se quedó allí y miro a Krov, extrañado por el hostil recibimiento.
Ambos ejércitos se encaraban el uno al otro en el tenso silencio, con el único sonido del romper de las olas en los peñascos.
“¿Apuntarías con flechas a un amigo?” exclamó Erec, por encima del ruido del océano.
Krov sonrió con aires de superioridad.
“¿Y desde cuándo eres mi amigo?” Contestó Krov fríamente, con las manos en las caderas.
Su respuesta cogió desprevenido a Erec.
“¿Sabes quién soy? Soy Erec, hijo del tardío Rey de las Islas del Sur, amigo y aliadas tuyas y de tus padres durante cuatro generaciones.
“Sí, sé quién eres”, respondió fríamente. Aliados es una exageración”.
Erec lo miró fijamente, desconcertado.
“Luchaste con mi padre, derramaste sangre por mi padre”, exclamó Erec. “Nuestra causa siempre ha sido vuestra causa. Yo mismo luché a tu lado en muchas batallas en el mar. Y te hemos salvado más de una vez de ser capturado por el Imperio. ¿Por qué siguen apuntándonos vuestras flechas?”
Krov levantó el brazo y se rascó su calva cabeza.
“Esto son todo medias verdades”, le dijo gritando. “Mi padre ayudó al tuyo más de una vez. Y creo que has recibido la mejor parte del trato”.
Él miró por encima los barcos de Erec.
“No llegas aquí como un amigo”, exclamó Krov. “Llegas con barcos de combate. Quizás has venido a tomar la isla”.
Erec negó con la cabeza.
“¿Y por qué querría yo este pedazo de basura al que llamáis isla?”
Krov lo miró fijamente, al parecer sorprendido y, lentamente, hizo una amplia sonrisa.
De repente, Erec echó la cabeza hacia atrás riendo fuertemente y la tensión se rompió por ambos lados. Sus hombres bajaron las flechas y los hombres de Erec bajaron las suyas.
“¡Erec, viejo bastardo!” exclamó Krov, alegre. “¡Me alegra el corazón verte de nuevo!”
Krov levantó el brazo, lanzó un enorme garfio de metal al aire y la soga se desplegó dibujando un arco y fue a parar a la proa de Erec.
“¿A qué estáis esperando?”dijo Krov regañando a sus hombres. “¡Ya oísteis al hombre! ¡Remorcadlos!”
Los hombres de Krov bajaron sus ballestas y fueron todos corriendo hacia delante, tirando de las cuerdas mano a mano, remolcando el barco de Erec. Entonces Krov saltó hasta la plaraforma de piedra y, cuando Erec desembarcó, corrió hacia él y le dio un gran abrazo. A Erec, como siempre, el impredecible modo de actuar de Krov le cogió desprevenido; parecía que igual podía matarte que abrazarte. Parte pirata, parte mercenario y parte soldado- Erec, al igual que su padre, nunca supo dónde clasificar a Krov y a sus hombres de la Isla del Peñasco.
Krov se echó hacia atrás y analizó el rostro de Erec.
“He visto a tu padre pocas veces y, a ti, menos”, dijo Krov. “Has crecido. Ahora eres un hombre. Tú y tu hermano”, dijo Krov, saludando a Strom con la cabeza mientras desembarcaba también y le saludaba. “¿Por qué no habéis venido a verme antes?”
Erec lo estudió también y vio que había envejecido con los años. Ahora su barba estaba manchada de gris, sus mejillas habían enrojecido, su cabeza calva estaba arrugada y le había salido una pequeña barriga. Sin embargo, todavía era tan fuerte como Erec recordaba, su apretón de manos como el hierro con sus manos callosas por el mar.
“Nuestro padre está muerto”, anunció Strom.
Krov miró a Erec para confirmarlo y Erec asintió. Los ojos de Krov se pusieron vidriosos por la tristeza.
“Una lástima”, dijo. “Era un buen hombre. Un buen rey. Duro como una piedra, pero justo. Yo quería al viejo bastardo”.
“Gracias”, dijo Erec. “Y nosotros”.
“¿Y quién es esta?” preguntó Krov.
Erec siguió su mirada, se dio la vuelta y vio a Alistair acercándose y todos se hicieron a un lado para dejarla pasar cuando Erec le dio la mano y la ayudó a subir a la plataforma de piedra.
“Mi amada”, respondió Erec. “Mi esposa. Alistair”.
Krov tomó su mano y se la besó.
“Tienes buen gusto”, dijo Krov y después se dirigió a ella. “¿Pero qué haces tú con un feo y viejo bastardo como este?” le preguntó guiñándole el ojo con una sonrisa.
Alistair sonrió.
“No es ninguna de las dos cosas”, respondió, “Y incluso aunque fuera feo y viejo, todavía lo querría muchísimo”.
Krov sonrió.
“Una mujer elegante”, le dijo a Erec con una sonrisa. “Me sorprende que esté contigo”.
“¿Y por qué no tendría que estarlo?” preguntó Strom. “Erec es Rey ahora”.
Krov levantó las cejas.
“¿Eres Rey?”, dijo. “Me imagino que lo serías”, dijo. “Y serás un buen rey”, dijo, apretándole fuertemente en el hombro.
Krov de repente se dio la vuelta y gritó a sus hombres.
“Bien, ¿¡a qué estáis esperando!?” les regañó. “¡Abrid la puerta! Ya habéis oído al hombre, ha llegado un Rey!”
La pesada puerta de rejas de hierro se levantó, con un fuerte sonido chirriante, dejando al descubierto la ciudad que había tras ella, una ciudad enorme que parecía un estadio.
Todos siguieron a Krov mientras los dirigió bajo el arco y a través de la entrada a la ciudad y, al hacerlo, Krov dio un paso adelante, cogió a Alistair de la mano y la apartó a un lado.
“Mi señora, quédese aquí, si es tan amable”.
“Pero, ¿por qué?” preguntó, confundida.
“Porque no quiero que la maten también”.
Erec, confundido, miró hacia arriba mientras atravesaba la entrada a la ciudad y, por el rabillo del ojo, vio a un caballero montado a caballo, empuñando una lanza, cargando contra él.
Erec, con buenos reflejos, se alejó con un salto en el último segundo y la lanza atravesó el aire, fallando por poco. En el mismo instante, un caballero cargó contra Strom desde la otra dirección y Strom reaccionó también, rodando por el suelo y alejándose con un salto antes de ser golpeado.
Erec se sorprendió al verse en el patio de entrada a la ciudad, un estadio común, varios caballeros con armadura montados a caballo, todos cargando contra él.
Miró a Krov, que estaba a varios metros de distancia, sonriendo endemoniadamente.
“Qué pronto olvidas los modos de los habitantes del Peñasco”, dijo. “Nadie entra aquí a menos que se lo gane. Esta no es una isla de mariquitas, como vuestras Islas del Sur. ¡Esta es una isla de guerreros! ¡Luchas por entrar aquí!”
“¿Y qué tal si tuviéramos un caballo y una armadura?” exclamó Strom, indignado.
Krov sonrió.
“Esta es la Isla del Peñasco”, dijo. “Aquí te los tienes que ganar, también”.
Erec se apartó de un saltó cuando otro caballero venía cargando contra él, fallando por poco, y dio vueltas en el duro barro. Una docena de caballeros más cargaron y Erec miró a Strom y los dos silenciosamente decidieron un plan de ataque.
Cuando el siguiente caballero salió disparado, Erec lo esquivó, agarró su lanza y, con un suave movimiento, se la quitó de las manos, tirando al caballero hacia delante y haciéndolo caer del caballo.
Erec cogió las riendas de inmediato y se montó en el caballo del caballero y, empuñando su lanza, le dio un puntapié y empezó a galopar corriendo.
Erec cabalgaba a toda velocidad, apuntando a un caballero que estaba a punto de coger a Strom desprevenido por un lado. Erec lo alcanzó a tiempo, le pinchó en las costillas con la lanza despuntada, obviamente usada para pelear. El caballero salió volando y Strom, sin perder el tiempo, se montó en su caballo , quitándole la lanza al caballero.
Por fin en igualdad de condiciones, Erec hizo lo que sabía hacer mejor, bajó la lanza y se preparó para la justa con los caballeros contrarios. Corrió directo hacia ellos, sin esperar, zigzagueando y desmontando uno tras otro, dejando un rastro de sonido metálico de armaduras tras ellos, mientras cada uno de ellos impactaba contra el suelo. Estos hombres del Peñasco puede que fueran hombres endurecidos, pero ninguno tenía la misma habilidad que Erec, el campeón de los habitantes de las Islas del Sur y un caballero sin igual en los reinos.
A su lado, Strom estaba haciendo el mismo daño, dejando su propio rastro a su paso.
Erec escuchó un repentino estruendo tras él y echó un vistazo hacia atrás y vio a otro caballero cargando contra él por detrás, empuñando un mayal de madera, a punto de golpearle en la cabeza; antes de que Erec pudiera reaccionar, Strom cargó por el lateral, empuñando su lanza y tirando de espaldas de un golpe al caballero del caballo antes de que acabara de balancear el mayal.
“¡Ahora estamos igualados!” gritó Strom a Erec.
Erec y Strom corrieron el uno al lado del otro, girando en amplios círculos y, a continuación, embistieron juntos, dirigiéndose hacia los caballeros que quedaban cargando contra ellos. Erec bajó su visera y su lanza y tiró a un caballero de su caballo al mismo tiempo que lo hacía Strom. Juntos separaron el grupo, derribándolos de uno en uno, dando vueltas una y otra vez hasta que acababan con ellos.
La multitud cada vez más grande que rodeaba el patio gritaba deleitada. Erec y Strom se pusieron frente a todos ellos, levantaron sus viseras y sus lanzas dando una última vuelta, victoriosos.
Krov dio un paso adelante para saludarlos, con una amplia sonrisa en el rostro y Erec no sabía si agradecérselo o matarlo.
“¡Este es el Erec que yo recuerdo!” exclamó Krov y la multitud gritó de nuevo. “Os habéis ganado vuestra estancia aquí, los dos”.
Krov se dio la vuelta y saludó con la mano hacia la siguiente puerta arqueada y, lentamente, una enorme puerta con rejas se levantó, dejando al descibierto tras ella el patio de una ciudad.
“¡Bienvenidos, amigos míos, a la Isla del Peñasco!”