CAPÍTULO DIEZ

 

Thor estaba en la proa de su pequeña embarcación, sus hermanos se encontraban detrás de él, su corazón latía fuerte a la expectativa mientras la corriente los llevaba directos a la pequeña isla que estaba delante de ellos. Thor miró hacia arriba, examinó sus acantilados maravillado; nunca había visto algo así. Las paredes eran perfectamente suaves, un granito blanco, sólido, brillando bajo los dos soles y se elevaban hacia arriba, a unos cien metros de altura. La isla tenía forma de círculo, su base estaba rodeada de peñascos y costaba pensar en medio del incesante romper de las olas. Parecía inexpugnable, parecía imposible que un ejército la pudiera escalar.

Thor se llevó una mano a los ojos y miró con dificultad por el sol. Los acantilados parecían detenerse en algún punto, terminar en una espalanada a casi cien metros de altura. Quién sea que viviera allá arriba, en la cima, viviría a salvo para siempre, pensó Thor. Suponiendo que alguien viviera allí en cualquier caso.

Arriba del todo, cerniéndose sobre la isla como una aureola, había un anillo de nubes, de un rosa y lila suaves, cubriéndola de los duros rayos del sol, como si este sitio estuviera coronado por el mismo Dios. Se movía una suave brisa, el aire era agradable y templado. Incluso desde allí, Thor podía sentir que ese lugar tenía algo especial. Parecía mágico. No se había sentido de aquella manera desde que había llegado a la tierra del castillo de su madre.

Todos los demás miraron hacia arriba también, con esxpresiones de asombro en sus rostros.

“¿Quién creéis que vive aquí?” O’Connor hizo en voz alta la pregunta que estaba en mente de todos.

“¿Quién…o qué?” preguntó Reece.

“Quizás nadie”, dijo Indra.

“Quizás deberíamos seguir navegando”, dijo O’Connor.

“¿Y saltarnos la invitación?” preguntó Matus. “Veo siete cuerdas, y nosotros somos siete”.

Thor examinó los acantilados y, al mirar más de cerca, vio siete cuerdas de oro colgando de la cima hasta las orillas, brillando con el sol. Se quedó maravillado.

“Quizás alguien nos está esperando”, dijo Elden.

“O tentando”, dijo Indra.

“¿Pero quién?” preguntó Reece.

Thor miró hacia la cima, todos aquellos mismos pensamientos corrían por su mente. Se preguntaba quién podía saber que estaban llegando. ¿Les estaban vigilando de alguna manera?

Todos estaban en la barca en silencio, balanceándose en el agua, mientras la corriente los acercaba incluso más.

“La pregunta real es”, preguntó Thor en voz alta, rompiendo finalmente el silencio, “¿serán amables o esto será una trampa?”

“¿Y esto cambia algo?” preguntó Matus, acercándose a su lado.

Thor negó con la cabeza.

“No”, dijo, agarrando con fuerza la empuñadura de su espada. “Los visitaremos de todas formas. Si son amables, los abrazaremos; si son enemigos, los mataremos”.

Las corrientes se levantaron y unas olas largas y onduladas llevaron su barca directo hacia la estrecha orilla de arena negra que rodeaba el lugar. Su barca fue arrastrada suavemente, se quedó atascada en ella y, al hacerlo, todos saltaron a la vez.

Thor agarró con fuerza la empuñadura de su espada, tenso, y miró a su alrededor en todas direcciones. No había movimiento en la playa, nada con excepción del romper de las olas.

Thor caminó hasta la base de los acantilados, puso una mano sobre ellos, sintió lo suaves que eran, sintió el calor y la energía que irradiaba de ellos. Examinó las cuerdas que se elevaban hacia arriba del acantilado, enfundó su espada y cogió una de ellas.

Tiró de ella. No cedía.

Uno a uno los demás se unieron a él, cada uno agarró una cuerda y tiró de ella.

“¿Aguantará?” O’Connor se preguntó en voz alta, mirando hacia arriba.

Todos miraron hacia arriba, obviamente preguntándose lo mismo.

“Solo hay una manera de descubrirlo”, dijo Thor.

Thor agarró la cuerda con ambas manos, saltó y empezó a ascender. A su alrededor todos los demás hicieron lo mismo, todos ellos escalaban los acantilados como cabras montesas.

Thor escalaba y escalaba, le dolían los músculos, quemaban bajo el sol. El sudor le caía por el cuello, le escocía en los ojos y todas sus extremidades temblaban.

Sin embargo, a la vez, había algo mágico en aquellas cuerdas, una energía que lo apoyaba –y a los demás- y lo hacía escalar más rápido de lo que jamás lo había hecho, como si las cuerdas lo estuvieran tirando hacia arriba.

Mucho más pronto de lo que hubiera imaginado que sería posible, Thor se encontró a sí mismo llegando a la cima; levantó el brazo y se sorprendió al ver que estaba agarrando hierba y tierra. Se echó hacia arriba, dio una vuelta sobre su costado, encima de la suave hierba, agotado, respirando con dificultad, con las extremidades doloridas. A su alrededor, vio que los demás también llegaban. Lo habían conseguido. Algo había querido que llegaran allí arriba. Thor no sabía si eso era motivo de consuelo o de preocupación.

Thor se apoyó sobre una rodilla y desenfundó su espada, poniéndose inmediatamente en guardia, sin saber qué les esperaba allá arriba. A su alrededor sus hermanos hicieron lo mismo, todos se pusieron de pie e, instintivamente, se colocaron en semicírculo, protegiéndose las espaldas los unos a los otros.

Mientras estaba allí, mirando alrededor, Thor se sorprendió por lo que vio. Había esperado ver a un enemigo enfrentándose a ellos, había esperado ver un sitio rocoso, desértico y desolado.

A cambio, no veía a nadie que los recibiera. Y, en lugar de rocas, veía el lugar más hermoso en el que sus ojos se habían posado: allí, desplegadas delante de él, había onduladas colinas verdes, exuberantes con flores, follaje y frutas, que brillaban con la luz de la mañana. La temperatura aquí era perfecta, acariciada por las suaves brisas del océano. Habían huertos de árboles frutales, abundantes viñedos, sitios de una abundancia y belleza tales que inmediatamente hizo que su tensión se desvaneciera. Enfundó su espada, mientras todos los demás también se relajaban, todos ellos contemplaban aquel lugar de perfección. Por primera vez desde que habían zarpado de la Tierra de los Muertos, Thor sentía que realmente podía relajarse y bajar la guardia. Aquel era un lugar que no tenía prisa por dejar.

Thor estaba desconcertado. ¿Cómo podía existir un lugar tan hermoso y templado en medio de un océano interminable y cruel? Thor miró a su alrededor y vio una suave neblina colgando encima de todo, miró hacia arriba y vio, allá arriba, el anillo de suaves nubes lilas que cubrían el lugar, protegiéndolo y, sin embargo, dejando que el sol se colara por aquí y por allí, y sabía en cada ápice de su cuerpo que este lugar era mágico. Era un lugar de tal belleza física, que incluso dejaba en ridículo la abundancia del Anillo.

Thor se sorprendió al escuchar lo que parecía un chillido distante; al principio pensó que simplemente su mente le estaba jugando malas pasadas. Pero después sintió un escalofrío al escucharlo de nuevo.

Levantó la mano hacia sus ojos y miró hacia arriba, estudiando los cielos. Podría haber jurado que sonaba como el grito de un dragón, sin embargo, sabía que aquello no era posible. Él sabía que el último de los dragones había muerto con Ralibar y Mycoples. Él mismo había sido testigo, aquel fatídico momento de sus muertes todavía colgaba sobre él como un puñal en su corazón. No pasaba un solo día que no pensara en su buena amiga Mycoples, que no deseara que volviera a su lado.

¿Era simplemente un pensamiento deseoso, escuchar aquel grito? ¿El eco de algún sueño olvidado?

El grito volvió de repente, rompiendo a través de los cielos, perforando el mismo tejido del aire y el corazón de Thor dio un salto, al sentirse cegado por la emoción y el asombro. ¿Podía ser?

Cuando Thor levantó la mano hacia los ojos y miró hacia los dos soles, allá arriba en los acantilados, creyó detectar el vago contorno de un pequeño dragón, volando en círculos en el aire. Se quedó congelado, pensando si sus ojos le estaban jugando una mala pasada.

“¿Aquello no es un dragón?” preguntó de repente Reece en voz alta.

“No es posible”, dijo O’Connor. “No quedan dragones vivos”.

Pero Thor no estaba muy seguro al ver cómo el contorno de la forma desaparecía entre las nubes. Thor miró de nuevo hacia abajo y estudió los alrededores. Se quedó asombrado.

“¿Qué es este lugar?” preguntó Thor en voz alta.

“Un lugar de sueños, un lugar de luz”, dijo una voz.

Thor, sorprendido por la desconocida voz, se dio la vuelta, al igual que los demás, y se sorprendió al ver, de pie delante de ellos, un hombre mayor, vestido con una túnica y una capucha amarillas, que llevaba un largo bastón translúcido, con diamantes incrustados y un amuleto negro en la punta. Brillaba con tanta intensidad que Thor apenas podía ver.

El hombre tenía una sonrisa relajada y caminaba hacia ellos de una maner afable y se echó la capucha hacia atrás, dejando al descubierto un cabello largo, ondulado y dorado y un rostro que no tenía edad. Thor no podía decir si tenía dieciocho o cien años. De su rostro emanaba una luz y Thor se quedó de piedra ante su intensidad. No había visto algo parecido desde que había visto a Argon.

“Haces bien”, dijo, mientras fijaba su mirada en Thorgrin y caminaba hacia él. Se quedó a escasos metros de él y sus translúcidos ojos verdes parecían quemarle en su interior. “En pensar en mi hermano”.

“¿Su hermano?” preguntó Thor, confundido.

El hombre asintió con la cabeza.

“Argon”.

Thor miró boquiabierto al hombre, estupefacto.

“¿¡Argon!?” dijo Thor. “¿Su hermano?” añadió, apenas capaz de articular palabra.

El hombre asintió, examinándolo, y Thor sentía como si pudiera ver dentro de su alma.

“Ragon es mi nombre”, dijo. “Soy el gemelo de Argon. Aunque, por supuesto, no nos parecemos mucho. Creo que yo soy el más agraciado”, añadió con una sonrisa.

Thor lo miró fijamente, sin palabras. No sabía por donde empezar; no tenía ni idea de que Argon tuviera un hermano.

Poco a poco, todo empezaba a cobrar sentido.

“Usted nos trajo aquí”, dijo Thor, procesándolo todo. “Aquellas corrientes, esta isla, aquellas cuerdas…Usted planeó que viniéramos hasta aquí”. Thor encajó todas las piezas. “Nos ha estado observando”.

Ragon asintió.

“De hecho, lo he estado haciendo”, dijo. “Y estoy muy orgulloso de vosotros. Yo controlé las corrientes hasta aquí-fue mi manera de brindar hospitalidad. Aquellos que llegan aquí, a esta isla, solo pueden llegar porque lo merecen. Estar aquí es una recompensa: una recompensa para aquellos que han mostrado un gran valor. Y vosotros-todos vosotros- habéis pasado la prueba”.

Thor de repente escuchó el grito fuerte y definitivo de un dragón- esta vez estaba seguro- y, al mirar hacia arriba, se quedó asombrado de ver a un bebé dragón, con unas alas de una envergadura de apenas tres metros, descendiendo en círculos. Chillaba, era el chillido de un dragón joven y extendía sus alas mientras volaba en amplios círculos; a continuación aterrizó finalmente, quedándose a tan solo unos metros al lado de Argon.

Allí estaba, mirando a Thor y a los demás, y bajó las alas, silencioso y tranquilo, mirando fijamente con orgullo.

Thor lo miraba fijamente maravillado.

“No puede ser”, suspiró, sin aliento, examinándolo. Era la criatura más hermosa que jamás había visto. Parecía ciertamente antiguo. “Vi morir al último dragón. Yo mismo lo vi”.

“Pero no viste el huevo”, dijo Ragon.

Thor lo miró, perplejo.

“¿El huevo?”

Ragon asintió con la cabeza.

“De Mycoples y Ralibar. Su hija. Una chica”.

Thor abrió la boca sorprendido y sintió cómo le brotaban las lágrimas mientras examinaba al dragón con una nueva luz mientras se daba cuenta, por primer vez, de lo mucho que se parecía a Mycoples. Sabía que había algo familiar en ella.

“Es hermosa”, dijo Thorgrin.

“Puedes acariciarla”, dijo Ragon. “De hecho, estaba deseando conocerte, mucho. Sabe todo lo que hiciste por su madre. Ha estado esperando este día”.

Thorgrin caminó hacia delante, un paso tras otro, con cautela pero ansioso por encontrarse con ella. Ella lo miraba fijamente con orgullo, sin parpadear, tenía unas escamas de un rojo claro y unos brillantes ojos verdes, y tenía quizás unos tres metros de altura. No podía decir si a ella le gustaba él o no, y sentía una intensa energía que irradiaba de ella.

Cuando se acercó, levantó una mano y la acarició suavemente en un lado de la cara, su mano tocaba sus largas escamas. Ella ronroneó con satisfacción mientras lo hacía, levantó la barbilla como si se lo agradeciera y después, de repente, bajó la cabeza y, para deleite de Thor, la rozó contra su pecho. Con su larga lengua rasposa lamió la cara de Thor.

Le arañó el lado de su mejilla, pero a él no le importó. Sabía que era una señal de cariño y él se inclinó y la besó en la cabeza. Sus escamas eran fuertes y suaves, jóvenes, todavía tenían que formarse, eran más suaves que las de sus padres. Verla le trajo todos sus recuerdos, le hizo darse cuenta de lo mucho que echaba de menos a Mycoples y le hacía sentir como si hubiera vuelto.

“Yo quise a tu madre”, le dijo Thor suavemente. “Y a ti te querré igual”.

El dragón ronroneó otra vez.

“La has hecho muy feliz, Thorgrin”, dijo Ragon. “Lo único que necesita ahora es un nombre”.

Thor lo miró confundido.

“¿Me está pidiendo que le ponga un nombre?”

Ragon asintió con la cabeza.

“Después de todo, es joven”, respondió él. “Y nadie ha venido hasta aquí para ponerle un nombre. Yo podría haberlo hecho. Pero yo sabía que esta tarea te estaba aguardando a ti”.

Thor cerró los ojos, intentando que le viniera algún nombre. Mientras lo hacía, pensaba en Mycoples y Ralibar y se preguntaba qué nombre hubieran querido ellos, qué nombre honraría más a sus padres.

“Lycoples”, Thor se oyó a sí mismo dejando escapar. “Le llamaremos Lycoples”.

Lycoples alzó el cuello y chilló, escupiendo fuego hacia el cielo, una pequeña llama, aún joven, y Thor dio un salto hacia atrás, sobresaltado. Extendió las alas, bajó la cabeza y saltó de repente hacia el aire, en círculos, volando hacia arriba, más y más alto, hasta que Thor vio, maravillado, cómo desaparecía de su vista.

“¿La he ofendido?” preguntó Thor.

Ragon sonrió y negó con la cabeza.

“Al contrario”, dijo. “Está muy de acuerdo”.

Ragon estiró el brazo y apretó con la mano el hombro de Thor y empezó a guiarlo caminando.

“Vamos, joven Thorgrin”, dijo. “Tenemos mucho de lo que hablar y esta isla es mucho más grande de lo que parece”.

 

*

 

Thor y los demás siguieron a Argon, abriéndose camino a través de la isla, asimilándolo todo mientras andaban. Thor no podía creer lo cómodo que se sentía de estar allí, en presencia de Ragon, especialmente después de su larga temporada en un interminable y cruel océano, después de muchos días sin esperanza ni tierra a la vista y con menos provisiones cada vez. Y especialmente después de salir de la Tierra de los Muertos. Sentía como si hubiera vuelto a nacer, como si hubiera salido de los escalones más profundos del infierno hacia los niveles más altos del paraíso.

Pero era más que eso. Se sentía profundamente a gusto con Ragon, se sentía cómodo con su presencia, del mismo modo que se había sentido con Argon. De algún modo, sentía que tener a Ragon aquí era como si le hubieran devuelto a Argon.

Thor también se sentía inceríblemente cómodo al ver a Lycoples, volando en círculos allá arriba, chillando a menudo para que se notara su presencia. Miró hacia arriba, la divisó y se emocionó al verla. Le hacía sentir como si Mycoples hubiera vuelto a él, como si hubiera recuperado un trozo de su ser.

Y sin embargo, aún con todo esto, había algo más en este sitio que Thor no podía detectar, que permanecía bajo la superficie. Notaba algo aquí, una presencia, pero no sabía de qué se trataba. Sentía como si hubiera algo aquí que lo estuviera esperando, algo que lo haría sentirse lleno de nuevo. No entendía qué podía ser, aquí, en este sitio vacío en medio de la nada, pero le seguía royendo, sus sentidos le gritaban que aquí había algo crucial, en algún lugar de esta isla.

Marcharon durante horas y, extrañamente, Thor vio que sus piernas no se cansaban en este lugar. Era el sitio más idílico que jamás había visto y pasearon a través de las onduladas colinas, a través de frondosos campos verdes y Thor sentía como si se estuviera meciendo en los mismos brazos del paraíso.

Llegaron a la cima de una colina y, al hacerlo, Ragon se detuvo y Thor se paró a su lado. Echó un vistazo y quedó sorprendido por la panorámica: allí, en la distancia, había un castillo hecho de luz. Brillaba al sol, destelleante, parecía una nube dorada, pero con la forma de un castillo. Tenía un aspecto translúcido y Thor se dio cuenta de que el castillo estaba completamente hecho de luz.

Miró a Ragon maravillado.

“El Castillo de la Luz”, explicó Ragon.

Todos miraron fijamente, en silencio, Thor no sabía qué decir.

“¿Es real?”, preguntó Thor, rompiendo finalmente el silencio.

“Tan real como tú y yo”, respondió Ragon.

“Pero parece estar hecho de luz”, dijo Reece, dando un paso hacia delante. “¿Se puede entrar?”

“Con la misma seguridad con la que puedes entrar a cualquier castillo”, respondió Ragon. “Es el castillo más fuerte que el hombre ha conocido. Pero sus muros están hechos de luz”.

“No entiendo cómo puede ser”, dijo Thor. “¿Cómo puede un castillo ser tan ligero y, a la vez, tan fuerte?”

Ragon sonrió.

“Encontrarás que muchas cosas aquí, en la Isla de la Luz, no son lo que parecen. Como dije, es un lugar donde solo se permite entrar a los que lo merecen”,

“¿Y aquello qué es?” preguntó Matus.

Matus hizo un gesto hacia otro edificio, Thor se dio la vuelta con los demás y vio otro edificio de luz, al otro lado del castillo, construido en un arco bajo.

“Ah”, dijo Argon. “Me alegro de que lo puntualices. Es donde tengo pensado llevaros a continuación: la armería”.

“¿Armería?” preguntó Elden, ilusionado.

Ragon asintió con la cabeza.

“Contiene todo tipo de armas, armería que no puede encontrarse en ningún otro lugar de la tierra”, dijo Ragon. “Armería pensada solo para quien la merece”.

Ragon se giró y los miró a todos significativamente.

“Dios sonríe ante vuestro valor”, dijo, “Y es el momento de vuestra recompensa. Algunas recompensas son para la otra vida, y algunas para esta. No son solo los muertos los que disfrutan”, dijo guiñando el ojo.

Los otros lo miraron sorprendidos.

“¿Quiere decir que allí hay armas pensadas para que nosotros…?” empezó O’Connor.

Pero Ragon ya se había marchado, caminando por la colina con su bastón, misteriosamente rápido, a casi cincuenta metros de distancia ya, aunque parecía que andaba a un paso pausado.

Thor y los demás se miraron entre ellos, maravillados, después se dieron la vuelta y corrieron por la montaña, para alcanzarle.

Lo siguieron hasta las elevadas dobles puertas doradas de la armería y observarón cómo Argon estiraba el brazo con su bastón y daba un golpecito en las puertas.

Al hacerlo, se oyó un tremendo golpe, que resonó como si estuviera golpeando sobre hierro con un ariete. Thor no entendía cómo podía ser; su bastón apenas había tocado las puertas de luz.

Lentamente, las puertas se abrieron de par en par, una luz brillaba desde su interior, encegando temporalmente a Thor, haciéndole levantar las manos. La luz se calmó y Ragon entró y, uno a uno, todos le siguieron.

Thor miró al alto techo arqueado mientras entró a la elevada habitación, de unos tres metros de profundidad, procesándolo todo asombrado. Un interminable despliegue de armas forraba las paredes, filas y filas de ellas, armas forjadas en oro y plata y acero y bronce y cobre y metales que Thor no reconocía. A parte de esto había todo tipo de armaduras, todas sin estrenar, brillantes, con las formas más inusuales y los diseños más complejos que Thor había visto jamás.

“Todos vosotros habéis estado en la Tierra de los Muertos y habéis vuelto”, dijo Ragon. “Todos os habéis probado a vosotros mismos. Dejasteis atrás a vuestros amigos; dejasteis atrás a vuestras familias; dejasteis atrás vuestras comodidades. Os arriesgasteis los unos por los otros, vuestros hermanos. Mantuvisteis vuestra promesa. Una promesa de hermanos es más fuerte que cualquier arma del mundo. Y esto es algo que vosotros habéis aprendido”.

Ragon se dio la vuelta e hizo un gesto hacia las paredes, hacia las filas y filas de armas.

“Ahora sois hombres. Tanto- o incluso más- que cualquier otros hombres, a pesar de vuestra edad. Es hora de que tengáis armas para hombres, armaduras para hombres. Esta armería es vuestra, un regalo de Dios. Un regalo del Que os observa”.

“Escoged”, dijo, dándose la vuelta y sonriendo, ondeando su bastón. “Escoged vuestras armas y vuestra armadura. Será el arma que tendréis que empuñar toda la vida. Cada arma aquí tiene un destino especial y el arma que escojáis está pensada solo para vosotros. Nadie más podrá empuñarla. No podéis elegir otra. Cerrad vuestros ojos y dejad que el arma os encuentre”.

Thorgrin miró hacia la armería y, al hacerlo, sintió que su espada, la Espada de los Muertos, vibraba en su mano. La sacó de su funda y la alzó, examinándola maravillado y, mientras lo hacía, se sorprendió al ver que las calaveras y las tibias cruzadas alrededor de su empuñadura empezaban a moverse, la boca de marfil se abría como si estuviera llorando. Mientras observaba, escuchó un ruido que provenía de ella y la boca empezó a emitir un sonido de queja.

Thor miró hacia su mano como si estuviera sosteniendo a una criatura que se retorcía en ella y no sabía si tirarla o sujetarla más firmemente. Nunca se había encontrado con un arma así; estaba verdaderamente viva. Le intimidaba y le otorgaba el poder a la vez.

Ragon se acercó a su lado.

“Posees una de las más grandes armas que el hombre conoce”, dijo Ragon. “Una espada que incluso los demonios tienen miedo de empuñar. No te equivocas: está muy viva”.

“Parece que esté llorando”, dijo Thor, mirándola fijamente.

“Está tan viva como tú lo estás”, dijo Ragon. Este quejido que oyes son las almas que se ha llevado; aquellas lágrimas son las lágrimas de los muertos. Es un arma difícil de empuñar, un arma con una mente propia, con una historia propia.

Un arma que debe domesticarse. Sin embargo, es un arma que elige y te eligió a ti. No la empuñarías si ella no quisiera que lo hicieras”.

“No hay arma allá fuera que pueda hacerle de rival. Aprende a empuñarla y aprende a empuñarla bien. Las armas de aquí son para los otros, no para ti”.

Thor asintió, comprendiéndolo.

“No deseo ninguna otra arma”, respondió él, enfundando su espada, decidido a aprender cómo dominarla.

Ragon asintió.

“Bien”, dijo. “Sin embargo, hay una armadura aquí para ti. Deja que te llame y la encontrarás”.

Thor cerró los ojos y, al hacerlo, sintió que una fuerza invisible se apoderaba de él. Abrió los ojos y dejó que la fuerza lo guiara hacia la pared lejana, cada uno de su amigos se dispersaron a lo largo de la vasta habitación, pues cada uno fue en una dirección diferente.

Thor se detuvo ante una armadura de oro. Miró hacia arriba y vio dos corazas largas y delgadas de armadura circular y se preguntó para qué eran.

Ragon se acercó a su lado.

“Adelante”, le empujó. “No te morderán. Bájalas”.

Las bajó de la pared con cautela y las examinó.

“¿Qué son?”, preguntó.

“Guardabrazos”, respondió Ragon. “Hechos de un metal que nunca sabrás”.

“Son muy ligeros”, observó Thor, escéptico.

“No te dejes engañar, joven Thorgrin”, dijo Ragon. “Pararán golpes más fuertes que la armadura más gruesa”.

Thor los examinó con asombro.

Ragon dio un paso adelante y se los quitó a Thor y, mientras Thor extendía los brazos, él le abrochaba cada uno de ellos en una muñeca. Eran muy largos, iban desde las muñecas de Thor hasta cubrirle los antebrazos. Thor levantó los brazos, para probarlos y no podía creer lo ligeros que eran. Le iban a la perfección, como si los hubieran hecho justo para él.

“Úsalos para bloquear el golpe de un enemigo”, dijo Ragon. “Dl mismo modo que lo haría un escudo o una espada. Y aún estas son más fuertes que el acero más fino y, cuando te encuentres en medio de la batalla, se anticiparán a tu enemigo y te sorprenderán con sus propias cualidades extraordinarias”.

“No sé cómo agradecérselo”, respondió Thor, sintiéndose preparado para luchar contra un ejército él solo.

O’Connor dio un paso adelante, con los ojos encendidos por la emoción mientras bajaba un arco y un carcaj de oro de la pared. El carcaj contenía las flechas más largas y elegantes que Thor jamás había visto y cubriéndolo había un guante de arquero de oro. O’Connor lo sujetó impresionado y se lo puso. Estaba hecho de una cota de malla dorada superligera, su malla estaba diseñada para envolver su dedo medio y después envolver su muñeca y antebrazo. Cerró y abrió el puño, examinándolo maravillado.

Entonces levantó el arco y lo sujetó junto a su barbilla.

“Este arco no es como ningún otro”, explicó Ragon. “Las flechas que se disparan con él volarán dos veces más lejos y perforarán cualquier armadura que el hombre conozca. Puedes disparalas más rápidamente y el peso del arco es el más ligero que se conoce”.

O’Connor lo probó, tirando de la cuerda, sosteniéndolo en alto y examinándolo con asombro.

“Es magnífico”, dijo.

Ragon sonrió.

“Es tu recompensa, no la mía”, dijo. “El mejor agradecimiento es usarlo bien en la batalla. Proteger a aquellos que son demasiado débiles para protegerse a sí mismos. Y para proteger a tus hermanos”.

O’Connor lo deslizó por su espalda y le iba a la perfección, como si estuviera hecho a medida.

Matus, a su lado, dio un paso adelante, estiró los brazos y colocó las dos manos encima de un largo bastón dorado tachonado, al final del cual colgaba una larga cadena de oro y tres bolas de oro con pinchos. Era el mayal más hermoso que Thor jamás había visto y Matus lo alzó, las cadenas traqueteaban y lentamente lo balanceó por encima de su cabeza. Se maravilló por su peso y miró maravillado a Ragon.

“El arma de un héroe”, dijo Ragon. “No es un mayal corriente. Sus cadenas se expanden y contraen según la necesidad, percibiendo la distancia de tu enemigo, manteniéndote fuera del alcance y las bolas detectan a su dueño y no te golpearán a ti, ni a ninguno de tu grupo”.

Matus las balanceó y resplandecían a la luz, haciendo un suave zumbido mientras las hacía girar, tan silenciosas como si tan siquiera estuvieran allí.

Elden alargó el brazo y con cautela retiró de la pared un bastón largo- tan largo como él-con una pequeña cabeza de hacha de oro reluciente al final, su hoja tenía forma de media luna muy afilada. La sostuvo en alto y le dio la vuelta, reflejó a la luz, no sabía muy bien qué hacer con él.

“Es muy ligero”, dijo Elden. “Y muy afilado”.

Ragon asintió.

“Lo suficientemente largo como para matar a un hombre a tres metros”, dijo. “Tus enemigos no podrán acercarse a ti y tú puedes tirar a un hombre del caballo antes de que su lanza te toque. Como hacha de batalla es inigualable, más largo, más liso y más fuerte que los demás. Puedes destrozar a un hombre o cortar un árbol- siempre, de un solo hachazo. Esta hacha nunca falla y su hoja nunca se desafila”.

Elden lo hizo girar por encima de su cabeza y Thor sintió su viento incluso desde donde estaba, mientras Elden parecía balancearlo sin esfuerzo, el hacha más larga que jamás había visto.

Indra alrgó el brazo y se hizo con una larga lanza, que reposaba horizontalmente en la pared, y la bajó con cuidado. La sostuvo en alto a la luz, su vara formada por un material dorado translúcido, adornada con diamantes y terminada en una punta larga y afilada de diamante. Le dio la vuelta en sus manos, examinándola con asombro.

“No existe una lanza más afilada”, dijo Ragon. “Es una lanza que puede volar más lejos que cualquier otra, que puede perforar a cualquier hombre, a cualquier armadura. Es digna de ti, una mujer con cualidades que pueden rivalizar con cualquier hombre de la Legión”.

“Es mágica”, dijo ella en tono susurrante.

“Y leal”, respondió él. “No puedes perderla nunca. Cada vez que la lances, volverá a ti”.

Indra la examinó, aún más impresionada, claramente sin palabras.

Reece dio un paso adelante y agarró la alabarda más hermosa que Thor jamás había visto, sus tres puntas doradas brillaban a la luz, clavadas al final de una vara de oro.

“Una alabarda que no tiene rival”, explicó Ragon. “Algunos la llaman la horquilla del diablo- aunque en las manos de un verdadero caballero es un arma de honor. También es incomparable en un combate mano a mano. También es mortífera en el aire: lánzala y su vara de diamante deslumbrará y cegará a tu enemigo, aturdiéndolo. Haz puntería y atravesará cualquier cosa que haya en tu camino. Y siempre volverá a ti”.

Solo quedaba Selese en el grupo y Ragon se dirigió a ella.

“Para ti, querida”, le dijo, sosteniendo un pequeño saco.

Selese extendió una mano y él se lo colocó dentro, ella miró hacia abajo y lo sujetó. Lo abrió y lo vertió en la otra mano y Thor vio que era arena de oro fina. Cayó entre sus dedos, de vuelta al saco.

“Tú no eres una luchadora”, explicó Ragon, “sino una curandera. Esta arena sanará a cualquier hombre de cualquier herida. Úsala con conocimiento: hay menos en este saco de lo que piensas”.

Selese le hizo una reverencia con la cabeza, con los ojos llorosos.

“Un gran regalo, mi señor”, dijo ella. “El único regalo más grande que el regalo de la muerte es el regalo de la vida”.

Thor observó a todos sus hermanos y a Indra y a Selese, todos ellos provistos con nuevas armas y apenas los reconocía. Cada uno de ellos, con sus relucientes armas mágicas, parecían guerreros formidables. Parecían siete titanes, un grupo de guerreros al que cualquier enemigo haría bien en no acercarse. Especialmente después de salir de los infiernos más oscuros, Thor sentía como si todos hubieran vuelto a nacer, preparados para enfrentarse al mundo.

Y todavía no se habían ni acercado a la pared de armaduras nuevas.

Ragon los miró en aprobación.

“Estas son armas que os ayudarán a encontrar vuestro camino en un mundo feroz”, dijo. “Armas para empuñar con honor, armas de luz en un mar de oscuridad, armas lo suficientemente fuertes como para enfrentarse a los demonios. Honrad a Dios y luchad en Su nombre, por la causa de los justos, la causa de los oprimidos y venceréis. Luchad por el poder, o por las riquezas, por la ambición, por la avaricia o por la conquista y perderéis. Desviaros de la luz y ningún arma podrá salvaros. Empuñaréis estas armas siempre y cuando seáis merecedores de ellas”.

Ragon se dirigió a la pared de armaduras.

“Ahora escoged vuestra armadura, una armadura espléndida, la armadura que corresponde a estas gloriosas armas”.

Uno a uno todos se dispersaron por la habitación, todos ellos miraron a las filas y filas de armaduras de oro. Thor estaba a punto de unirse a ellos cuando, de repente, algo le dejó atónito. Un sexto sentido.

Se dirigió a Ragon.

“Siento que hay algo más”, dijo él, “algo más que usted está reteniendo. Algún gran secreto”.

Ragon hizo una amplia sonrisa.

“Mi hermano tenía razón”, dijo. “El poder dentro de ti es, en efecto, fuerte”.

Suspiró.

“Sí, joven Thorgrin. Tengo una sorpresa más para ti. La mayor sorpresa, el mayor regalo, de entre todos. Por la mañana. Pasaréis la noche aquí, todos vosotros, en mi castillo. Y, por la mañana, no podréis creer la alegría que os espera”.