CAPÍTULO VEINTIOCHO

 

Alistair estaba en la proa del barco, con Erec a su lado, y miraban junto a todos los demás al enorme monstruo que se les echaba encima de todos ellos, gritando, con las mandíbulas totalmente abiertas, dejando al descubierto centenares de filas de dientes serradas y preparándose para engullirlos. Alistair sabía que este monstruo destrozaría su barco, que un golpe de esas garras partiría el barco por la mitad, haciendo que cayeran en picado hacia el furioso océano y se ahogaran- si sus dientes no los cogían primero. Habían ido a parar justo a las mandíbulas de la muerte- y no había vuelta atrás.

Alistair sabía que, si tenían que sobrevivir, se tenía que hacer algo rápidamente. Miró a todos los hombres que había a su alrededor, todos paralizados por el miedo y supo que poca cosa harían, salvo encontrarse con sus muertes. No podía culparlos. No se podía hacer nada. Estaban mirando al destino fijamente a la cara, un monstruo contra el cual un arma no bastaría.

Alistair no quería morir de este modo; aún más, no quería que Erec, a quién quería más que a ella misma, muriera de ese modo. Pensar en perderlo, en no estar juntos, en que muriera aquí, en este barco, con este mar como tumba- y con su hijo en su barriga- era más de lo que podía soportar.

Alistair ceró los ojos, decidida a cambiar su destino, decidida a no aceptar esta muerte y, en ese momento, sintió que el tiempo se congelaba. Sintió cómo todo su cuerpo se calentaba, con el hormigueo del calor, la energía que ya conocía y que crecía dentro de ella en momentos de crisis- el poder que no entendía y que no podía controlar siempre. Sintió que la abrumaba, que se apoderaba de ella, una ráfaga corrió por su cuerpo y le hizo sentir que ella y su cuerpo ya no eran uno.

Por favor, Dios, rogó, sintiendo que Él la escuchaba. Concédeme el poder que me has otorgado. Permíteme detener a esta criatura antes de que nos destroce. Permíteme salvar a toda esta gente. Permíteme salvar a Erec. Permíteme salvar a nuestro hijo.

Alistair sintió que el calor pasaba por sus manos, un calor tan poderoso que apenas podía controlarlo y, de repente, el tiempo corrió a toda velocidad, al abrir los ojos y encontrarse de vuelta en este sitio y este lugar, de vuelta al momento presente.

Miró hacia arriba al monstruo, sin miedo, y levantó las manos por encima de su cabeza. Dirigió las manos hacia la bestia y dejó que la energía saliera a través de ellas.

Alistair observó, maravillada, cómo dos esferas de luz salían volando de sus manos, hacia la criatura. Todo pasó tan rápido, en un abrir y cerrar de ojos, que ella tuvo que sujetarse, ya que las garras de la criatura vinieron directas hacia ella mientras la luz le impactaba con la repentina fuerza de una explosión.

Las esferas iluminaron los oscuros cielos, como un relámpago destelleando en medio de una tormenta y Alistair observó que la mano de la criatura de repente se torcía hacia un lado. En lugar de destruir el barco, el monstruo dio un golpe y golpeó el agua por un lado del barco, evitándolos por poco. Fue un golpe que seguramente los hubiera matado a todos.

La criatura golpeó el agua con tanta fuerza y poder que hizo que una repentina ola se levantara, como una montaña en el agua, provocando una oleada. El agua movida se levantó, incluso más, en una enorme ola, levantando la barca.

Alistair sintió cómo su barca salía disparada de repente por los aires, a unos quince metros, antes de impactar al otro lado de la ola.

Un horroroso chasquido rompió el aire y Alistair echó un vistazo y observó cómo uno de los barcos de su flota impactaba contra el lado equivocado de aquella ola, en las rocas escarpadas de la Espina del Dragón. Se rompió en pedazos, sus hombres gritaban mientras se tambaleaban en el aire e iban a parar al enfurecido mar. Alistair hizo un gesto de dolor cuando centenares de sus hombres encontraban la muerte.

El monstruo, ahora furioso, se dio la vuelta y se fijó en Alistair. Podía ver la furia en sus desalmados ojos, lo decidido que estaba a matarlos. Levantó sus garras con odio y las bajó hacia el barco de nuevo.

“¡Alistair, agáchate!” exclamó Erec, viendo que la bestia se dirigía hacia ella e intentando protegerla.

Pero Alistair la ignoró. No necesitaba su protección; no necesitaba la protección de nadie. Tenía el poder de Dios dentro de ella y ella sabía que el poder de Dios tenía el dominio sobre cualquier criatura del mundo.

Alistair levantó de nuevo los brazos hacia él, dirigiéndolos a la criatura mientras esta se abalanzaba sobre ella.

Las esferas de luz salieron disparadas y esta vez consiguió desviar las garras de la criatura hacia el otro lado del barco, no tocándolos por poco una vez más y provocando otra enorme ola.

La madera que se rompía y los gritos de los hombres llenaron el aire una vez más y Alistair se giró y vio que otro barco era lanzado por encima de las olas e impactaba contra la Espina del Dragón, aplastando a todos sus hombres y matándolos.

La criatura giró, furiosa, y esta vez apuntó hacia otro de los barcos de Erec, antes de que Alistair se diera cuenta de lo que estaba haciendo. En un instante lo partió en pedazos, su garra fue a parar justo al centro del mismo. Aplastó el mástil y las velas, aplastó la cubierta, rompiéndola en un millón de pequeños trozos. Los hombres chillaron, aplastados bajo su peso, encontrándose con una horrible muerteen los mares de la Espina del Dragón barridos por la tormenta.

Alistair examinó a la bestia, que se dirigía de nuevo a ella; la había subestimado. Era más poderosa de lo que ella se había dado cuenta y, mientras había sido capaz de evitarla, no había sido capaz de detenerla completamente. Sentía que las muertes de aquellos hombres estaban en su cabeza. Nunca se había encontrado con un poder tan fuerte como este.

Losvientos rugían y la tormenta enfurecía, mientras enormes olas seguían mandándolos rodando arriba y abajo por el mar. La criatura, furiosa, se fijó en Alistair y, esta vez, pudo ver la determinación en sus ojos. Ella tampoco se había encontrado con un poder como el suyo nunca.

El monstruo se abalanzó contra ella con todo lo largo y ancho de su cuerpo, con los brazos en alto, tirándose hacia delante, como si quisiera ir a parar sobre su barco con todo el peso de su barriga. La luz que quedaba en el cielo oscureció bajo la sombra de la bestia, mientras caía directta hacia ellos, con todo su peso.

Todos los hombres de su barco gritaban y se encogían de miedo, llevándose todos las manos a la cabeza, encogiéndose, dispuestos a encontrarse con la muerte. Todos excepto Erec, que estaba a su lado con orgullo.

Alistair, sin embargo, no se achicó, no se retractó. Se mantuvo firme y levantó las manos por encima de su cabeza. Mientras la criatura descendía, ahora apenas a unos metros, reunió todo el poder que había dentro de ella, hasta la última pizca. Una imagen de su madre le vino rápidamente a la cabeza, una imagen de su poder. Vio cómo la luz la rodeaba. Invencible, impenetrable. Ligera.

Sabía que era más que una mujer normal. Era especial. Llevaba un poder dentro de ella pensado para un destino especial, un poder que venía una vez cada generación. Provenía de Reyes y Reinas. Y, sobre todo, estaba infusa con el poder ilimitado de Dios.

Sabía que podía ser más fuerte que esta criatura. Solo tenía que dejar que su poder- todo su poder- se reuniera.

Mientras Alistair levantaba ambas manos, sintió un enorme calor que salía rápidamente de ella y vio una luz amarilla que salía disparada de sus manos, una luz más brillante que cualquiera que jamás hubiera visto. La luz impactó en la barriga de la bestia, justo por encima de ella, y esta se detuvo a medio camino.

Alistair levantó las manos más y más alto, luchando con todas sus fuerzas, sus brazos y codos temblaban mientras intentaba elevarlas.

De repente, Alistair sintió que el poder salía disparado de ella y observaba asombrada cómo la criatura salía volando con un grito hacia el cielo, a cientos de metros, revolcándose, gritando. Se concentró en empujarla hacia el cielo y, mientras lo hacía, mientras volaba más y más lejos, sintió que dominaba a la criatura. Se sentía todopoderosa.

Alistair apuntó con sus brazos y, al hacerlo, la bestia salió volando de lado. Alistair divisó las apruptas rocas de la Espina del Dragón sobresaliendo hacia el cielo y dirigió a la criatura hasta que estuvo justo encima de ellas- entonces, de repente, echó sus brazos hacia atrás con todas sus fuerzas.

La criatura cayó en picado, moviendo brazos y piernas, directa hacia las puntas escarpadas de la Espina. Alistair siguió tirando hacia abajo, abajo hasta que la bestia impactó con las afiladas rocas, atravesada de pies a cabeza por la Espina del Dragón.

El monstruo yacía allí, grotesco, inmóvil, ríos de sangre goteaban de él hacia el mar.

Muerto.

Alistair sintió cómo Erec y los demás se giraban todos y la miraban sorprendidos. Ella estaba allí, emblando, exhausta por el esfuerzo y Erec se acercó a su lado y la rodeó con el brazo.

Ahora estaban cerca del final de la Espina del Dragón, el cielo azul claro justo enfrente de ellos y otra ola enorme más levantó su barco y, esta vez, en lugar de echarlos hacia atrás, los propulsó hacia delante, hacia un mar tranquilo de cielos soleados.

Todo estaba en calma cuando el viento se detuvo, las olas se calmaron, los barcos se enderezaron.

Alistair miró hacia arriba con descrédito. Lo habían conseguido.