CAPÍTULO TREINTA Y TRES

 

Darius estaba en el fuerte tomado de Volkara, rodeado por su enorme campamento de soldados, con dray a su lado y examinaba el pergamino que tenía en las manos. Lo leyó otra vez, después una tercera vez, preguntándose si podía ser cierto. desde que el halcón había llegado con él, no había podido pensar mucho en otra cosa.

¿Podía ser cierto? se preguntaba. Al principio había estado seguro de que se trataba de algún tipo de truco, o quizás que lo había leído mal. Pero mientras lo leía una y otra vez, sentía que era verdad: era una carta auténtica de Godfrey, el hermano de la Reina. De algún modo, Godfrey, contra todo pronóstico, había triunfado con su misión imposible. Darius apenas podía creer que Godfrey, de entre todos, lo había logrado. Lo había tomado por un borracho, quizás incluso por un estúpido- verdaderamente no por un guerrero competente. le había enseñado una gran lección a Darius- la victoria podía venir de la más improbable de las fuentes. Quizás Godfrey había tenido razón después de todo: hay muchas maneras de ganar una guerra.

 

Cuando salga la luna, acércate a la parte trasera de la ciudad. Cuando veas que una antorcha se enciende en lo alto de los parapetos, las puertas se abrirán y la gran ciudad de Volusia será tuya.

 

Por primera vez desde que había empezado esta guerra, el corazón de Darius rebosaba de optimismo. Darius buscaba a Loti por todas partes, deseaba compartir esta buena noticia con ella y con Loc, abrazarla, ver lo contenta que se pondría. Le sorprendía no poderla encontrar por ningún sitio y decidió encontrarla más tarde.

Darius pasó el pergamino a Raj, Desmond, Luzi, Kaz, Bokbu, a todos sus hermanos, a todos sus mayores. Todos lo examinaban y apaludían con alegría, antes de pasarlo a otra persona. Uno a uno la alegría se extendió y una ola de optimismo empezó a extemderse por el campamento.

Antes de que llegara esto, el campamento estaba lleno de ansiedad, centenares de antiguos esclavos paseaban por allí, preguntándose cómo se apropiarían de aquel fuerte, cómo atacarían alguna vez a Volusia. Darius se había reunido con todos sus hombres, con todos los líderes de las aldeas, con los mayores, todos ellos discutían sobre qué debían hacer a continuación. Algunos discutían sobre las diferentes maneras de atacar Volusia. Todos sabían que sus muros eran demasiado altos para escalarlos, que miles de soldados los estarían esperando con fuego, con pedruscos, con infinidad de maneras para detener un asedio. Todos sabían que ellos, antiguos esclavos, no eran soldados profesionales con el equipamiento profesional necesario para sitiar una ciudad como Volusia. Algunos de ellos habían argumentado no atacar en absoluto; algunos habían argumentado quedarse con este fuerte que habían capturado y otros habían argumentado abandonarlo. Lo miraran como lo miraran, parecía claro que perderían un montón de hombres sin importar lo que hicieran.

Y ahora esto. Esta misiva, este halcón. Una puerta abierta a la ciudad. Esto es lo que les hacía falta. Una señal. Una señal para avanzar, para atacar. Podían tomar esta ciudad- Darius estaba seguro de ello.

“¡Hermanos y hermanas!” exclamó de repente Darius, saltando sobre un pedrusco en el centro del fuerte, a tres metros por encima de la multitud, pidiendo atención.

Uno a uno, se dieron la vuelta y se quedaron en silencio, cuando de un organizado caos pasaron a escuchar con atención, todas las miradas estaban en Darius.

“¡Esta noche marcharemos sobre Volusia!” exclamó. “Afilad vuestras espadas, preparaos: ¡esta noche es nuestra noche de victoria y nadie, ningún hombre, nos la arrebatará!”

La multitud dio gritos de alegría mientras todos levantaban sus espadas y golpeaban unas con las otras, el sonido del metal era cada vez más intenso y se extendía por todo el fuerte. Darius oyó la primera ola de optimismo desde que él empezó esta guerra. Veía que toda aquella gente ahora lo miraban con confianza. Con seguridad. Todos ellos podían saborear la libertad, igual que él. Después de todos estos años, todas estas generaciones, estaba muy cerca.

Solo quedaba una última batalla.

 

*

 

Darius dirigía el ataque a través de la noche, con dray a su lado, su corazón resonaba en sus oídos mientras dirigía a sus hombres fuera de la seguridad de Volkara, abriendo sus enormes puertas, y hacia desierto abierto. Centenares de hombres, espada en mano, seguían sus pasos. Corrían rápidamente, descalzos, tal y como Darius había ordenado, sigilosamente a través de la noche, corriendo sobre el duro suelo del desierto hacia Volusia, cercana en el horizonte. A su lado corrían Raj, Desmond, Kaz y Luzi, junto con docenas de sus hermanos, todos ellos corriendo con todas sus fuerzas. Darius sabía que este podía ser su último ataque antes de ser hombres completamente libres. Darius se imaginaba liberando a todos los esclavos que estaban dentro de Volusia y esto lo incitaba a correr incluso más rápido.

Mientras se acercaban a la ciudad, Darius se dio la vuelta y dirigió a sus hombres hacia los bosques que la rodeaban, adentrándose por los caminos para cubrirse, por caminos entrelazados hasta llegar a Volusia. Las ramas arañaban a  Darius, pero a él no le importaba; él tomaba los caminos, dejando que lo llevaran hasta un gran círculo que rodeaba Volusia e iba hacia la puerta trasera, como Godfrey había indicado.

Darius paró e hizo una señal a sus hombres para que se detuvieran tras él, en la periferia del bosque. Allí estaba, respirando con dificultad, observando la ciudad, agarrando con fuerza la empuñadura de su espada. Observaba el cielo negro, esperando con paciencia la señal de Godfrey.

Tras él, podía escuchar a todos sus hombres, respirando con dificultad en la noche, podía sentir su ansiedad, sus nervios. Su deseo de venganza. De libertad. Su deseo de terminar esta guerra con una gran batalla. Era un deseo que Darius compartía.

Darius estaba allí, sudando, intentando contener su agitada respiración mientras estudiaba la noche, orgullosos de que su gente estuviera tan silenciosa, fuera tan paciente, mientras esperaban. Tenían mucha más voluntad y disciplina de lo que podía haber imaginado. Se habían convertido en un verdadero ejército, una aldea mezclada con otra, todos luchando constantemente, todos unidos bajo una causa.

“¿Dijo una antorcha?” preguntó Raj, mirando fijamente al cielo junto a todos los demás.

Darius observaba, también, y parecía durar por siempre.

Darius asintió con la cabeza, buscando alguna señal en el cielo iluminado por las estrellas. Un millón de dudas y preocupaciones pasaban por su mente mientras lo hacía. ¿Y si la carta estaba equivocada? ¿Y si era una falsificación? ¿Y si no venía nunca la señal?

“¿Y si todo esto es una fanfarronada?” Desmond hizo la pregunta que estaba en mente de todos. “¿Un estúpido borracho que habla más de la cuenta?”

Darius miraba fijamente la noche, perplejo.

“Puede que sea un borracho”, dijo Darius, “pero es el hijo de un Rey. El hermano de Gwendolyn. Yo veo más en él. Yo veo un Rey en él. El corazón de un soldado. Lo conseguirá”.

“Espero que tengas razón”, dijo Kaz. “Ponemos en riesgo las vidas de toda nuestra gente para dipositar nuestra fe en él”.

Allí estaba Darius, observando el cielo, el corazón le palpitaba por la expectación.

Godfrey, venga. Dame una señal.

Darius apretaba y volvía a apretar le empuñadura de su espada, las manos le sudaban, ardía por usarla.

Darius observaba los muros de piedra de Volusia, su puerta trasera, una puerta enorme, que se elevaba unos quince metros, hecha de hierro sólido. A Darius le pareció extraño que l puerta no estuviera guardada. Debería haber docenas de guardas fuera y dentro de ella. Esto le dio esperanzas. Quizás Godfrey había comprado a las personas adecuadas como medida.

De repente, el corazón de Darius dio un vuelco cuando una gran luz llenó el cielo en la noche: Darius miró hacia arriba y vio una única antorcha, quemando, en lo alto de los parapetos de Volusia. Vio a Godfrey allí de pie, bajo su luz, levantándola por encima de su cabeza.

Godfrey lanzó la antorcha hacia abajo, las llamas cortaban la negra noche, hasta que impactó contra el suelo.

“¡AHORA!” exclamó Darius.

Darius y todos sus hombres salieron despedidos hacia delante, fuera del bosque, corriendo a toda velocidad hacia la puerta de la ciudad, quizás a menos de cien metros. Todos ellos corrían en silencio, ninguno de ellos gritaba, tal y como Darius había ordenado. Podía sentir la expectación en los corazones de todos ellos, podía sentir su propia sangre bombeando en sus oídos.

Darius corría y corría hacia la enorme puerta, cerrando el espacio, cada vez más cerca, esperando y deseando que se abriera, como había prometido Godfrey y que no los dejaran allí atrapados, al descubierto. Era una carrera de fe.

Se acercaron aún más, por encima del pequeño puente levadizo, por encima de la fosa, todo ello sin vigilancia, corriendo los últimos treinta metros, después veinte…

Venga, pensó Darius. Abre la puerta. ¡Ábrela!

Finalmente, la puerta empezó a abrirse, como estaba planeado, lentamente, chirriando cada vez más fuerte y Darius sintió una ráfaga de alivio cuando él y sus hombres llegaron hasta ella, alcanzándola justo a tiempo, sin tener que aflojar la marcha mientras todos seguían corriendo y salían en masa directo hacia las calles de Volusia.

Darius corría hacia delante, directo a las calles de Volusia, atónito por estar realmente dentro de esta legendaria ciudad, este lugar que había sido tan temido por su gente durante tanto tiempo. Se fue dispuesto a atacar hacia las calles, con la espada en alto, igual que hicieron los demás, esperando sorprender a los soldados de Volusia. Corría y corría, adentrándose más en las calles y, a todas partes donde iba, se quedaba perplejo.

No había soldados en ningún lugar. Las calles estaban desiertas. No se oía ni un solo sonido.

Darius finalmente se detuvo, al darse cuenta de que algo fallaba. Se dio la vuelta, miró hacia atrás por encima de su hombro y vio a todos sus hombres, que lo habían seguido hasta la ciudad, allí de pie, sujetando sus espadas, igualmente perplejos. Al final, todos se dieron la vuelta y lo iraron esperando respuestas.

darius miró detrás de ellos y vio en la distancia, fuera de la puerta abierta, a Zirk. Estaba fuera de los muros de la ciudad, la otra mitad del ejército de esclavos estaban con él. Por alguna razón, no los seguía a todos ellos hasta dentro.

Darius lo miró confundido, intentando entender qué estaba pasando.

De repente, el sonido de un cuerno rasgó la noche, seguido de un gran alarido, que sonó como el grito de guerra de un millón de hombres, que resonó en las calles de Volusia.

Darius se giró y el estómago le dio un vuelco al ver una corriente interminable de soldados del Imperio atacándoles, llegando a raudales detrás de ellos a través de las puertas abiertas de la ciudad, con las espadas en alto, bloqueando la salida.

Entonces se oyó otro grito y Darius se dio la vuelta y vio soldados del Imperio llegando a raudales hacia ellos desde todas direcciones, desde cada calle de Volusia. Debía haber miles de ellos. Y todos estaban esperando. Todos habían sido preparados.

Se movían en manada a través de la ciudad, acercándose a ellos como hormigas. Darius giró en todas direcciones, presa del pánico, y vio que todos sus hombres estaban completamente rodeados.

En unos momentos, se oyeron grandes gritos, mientras el Imperio empezaba la matanza, acercándose a ellos por la izquierda y por la derecha. Una gran ola de sangre y destrucción venía hacia ellos. Y no había absolutamente ningún lugar al que correr.

Darius miró hacia arriba al muro de la ciudad y la antorcha ahora estaba apagada. Lo único que vio fue la cara de Godfrey, mirando hacia abajo, horrorizado, como sél también hubiera sido traicionado.

Darius no podía creerlo. Lo habían llevado hacia una trampa. Él y todos los que conocía y amaba- todos ellos, todo por su culpa. Todos habían sido traicionados. Y ahora no les quedaba nada a ninguno de ellos, excepto la muerte fría y cruel.

“O sea que así es cómo termina esto”, dijo Raj a su lado, mientras desenfundaba su otra espada, enfrentándose al ejército que se aproximaba sin miedo.

Darius también desenfundó su segunda espada y se preparó para atacar al Imperio. Dray, a su lado, fiel hasta el final, gruñía al enemigo y esperaba al siguiente movimiento de Darius.

“Todos sabíamos que moriríamos algún día”, dijo Darius. “Caigamos con valor por lo menos”.

Darius y los demás soltaron un grito y él salió a la carga, con Dray a su lado, hacia el centro de los soldados, sabiendo que la muerte estaba solo a un instante y, finalmente, tras una vida de sufrimiento, se preparaba para recibirla.

 

*

 

Godfrey estaba en los parapetos de la puerta trasera de Volusia, Akorth, fulton, Merek y Ario a un lado y Fito al otro, junto a docenas de Finianos- y observaba horrorizado cómo se desnvolvía la escena allá abajo. Su sangre corría fría mientras presenciaba la matanza de allá abajo, sin poder creer lo que estaba viendo.

Godfrey estaba atónito; había estado tan lleno de optimismo, muy emocionado al ver que sus hombres serían libres, que el plan se llevaba a cabo a la perfección. Mientras había estado allí con los Finianos, había encendido la antorcha y la había levantado, se había emocionado al ver que todo se desenvolvía sin interrupciones. La puerta de atrás se había abierto, como habían prometido los Finianos y los hombres de Darius habían entrado a toda prisa. Godfrey estaba seguro de que todo había acabado, de que la ciudad estaba a punto de caer.

Entonces había visto que Zirk se quedaba atrás con la mitad de los soldados, que no cruzaba la puerta y esta fue la primera señal de que algo iba mal. Había observado, como anestesiado, cómo miles de soldados del Imperio, claramente alertados de algún otro plan, habían entrado por la puerta como una inundación detrás de los hombres de Darius. Entraban a raudales con un gran grito, alrededor de las esquinas de fuera del castillo, estaba claro que habían estado esperando. Todo era una gran emboscada.

Godfrey dio la vuelta, observó consternado cómo miles de tropas más habían entrado como una inundación desde cada rincón de la ciudad, rodeando completamente a los hombres de Darius. Oyó cómo sonaban los gritos, vio empezar la matanza y finalmente tuvo que cerrar los ojos y apartar la mirada, sintiendo como si le apuñalaran a él. No podía soportar ver cómo todos los hombres de Darius, tan cerca de la libertad, eran asesinados como animales- y todo por su culpa.

Godfrey sintió que le quitaban la antorcha de su débil mano, estab demasiado insensible para reaccionar y al echar un vistazo vio a Fito de pie a su lado; la cogió y la tiró hacia abajo, a la piedra y Godfrey vio que la antorcha se apagaba bajo la noche estrellada.

Godfrey, boquiabierto, miraba fijamente a Fito, que estaba allí tranquilamente, con una ligera sonrisa en la cara mirándolo fijamente también.

“¿Por qué?” dijo Godfrey, con la voz ronca, apenas capaz de articular palabra cuando se dio cuenta de que los Finianos lo habían traicionado. “¿Por qué hiciste esto? No lo entiendo”.

La sonrisa de Fto se hizo más amplia mientras estaba allí en silencio, enigmático.

Godfrey no podía creer lo engreído que era, no podía entender por qué hacía una cosa así.

“Dijiste que querías matar al Imperio”, dijo Godfrey. “Dijiste que necesitabas a nuestros hombres. Yo te creí”.

Fito suspiró.

“Había algo de verdad en todas esas cosas”, respondió finalmente Fito. “Me hubiera encantado ver asesinado a todo el Imperio. Pero esto nunca sucedería, no con tus pocos centenares de hombres. Así que planeé la siguiente mejor cosa para nuestra seguridad: te usé como cebo para Darius, entonces liquidé vuestro complot con el Imperio, haciendo un nuevo trato con ellos. Ahora a los Finianos nos grantizan la seguridad y nos garantizan un lugar en la historia de esta ciudad. Ahora somos intocables”.

“¿Y todos mis amigos?” preguntó Godfrey horrorizado.

Él se encogió de hombros.

“Sacrificables”, respondió Fito. “Cebos en un juego más grande. Todo el mundo muere”, añadió. “No todo el mundo muere al servicio de un juego”.

“Esto no es un juego”, insistió Godfrey, con la cara enrojecida, indignado, una gran furia crecía dentro de él, más grande de lo que jamás había sentido. “Todos aquellos hombres de allá abajo están siendo asesinados. ¿Esto no significa nada para ti?”

Fito se giró y miró hacia abajo,  como si observara algo de un interés pasajero.

“Los sacrificios siempre se hacen para un bien mayor. Siento decir que tus hombres son uno de ellos”.

“¿pero cómo pudiste hacer esto? Todos ellos eran hombres buenos. Hombres inocentes. Les has negado sus sueños. Les has negado su libertad”.

Fito le sonrió.

“Oh, qué estúpido eres, Godfrey hijo de MacGil. ¿No sabes que la libertad es un sueño? Ninguno de nosotros somos realmente libres. Por encima de todos nosotros hay un gobierno, un gobernador, una autoridad. La libertad no existe. Es meramente una mercancía que se compra y se vende al mejor postor”.

Fito estiró el brazo y colocó una mano en el hombro de Godfrey.

“Mira el lado bueno”, añadió. “No estás allá abajo con ellos. Me gustas y he decidido que no te maten. Vivirás seguro. Por supuesto, tendrás que pudrirte en nuestras mazmorras. Puede incluso que te visite de vez en cuando. Podemos hablar de las historias de nuestras familias”.

Fito asintió y Godfrey, de repente, sintió cómo le agarraban los brazos bruscamente mientras soldados descendían sobre él de todos lados, le estiraban los brazos detrás de la espalda y le encadenaban las muñecas. También se abalanzaron sobre Merek, Ario, Akorth y Fulton, todos fueron arrastrados junto a él.

Por primera vez en su vida, Godfrey sentía dolor de verdad, vergüenza de verdad; por primera vez, se sacudió su apatía y se preocupó de verdad. Ya no era el chico de taberna borracho y estúpido- ahora era responsable de otras personas. Era culpa suya que todas aquellas personas estuvieran muriendo allá abajo. Todos ellos estaban muriendo a causa de su estupidez. De su ingenuidad. De su confianza en la gente equivocada. Godfrey se dio cuenta de lo estúpido que había sido. Habían jugado con él.

“¡NO!” exclamó Godfrey mientras lo arrastraban, sus gritos empequeñecían junto a los de abajo. “¡Pagarás por esto! Por todos los dioses, ¡te prometo que pagarás por esto!”

Fito rió, con un sonido amenazante, hueco, que se desvanecía mientras arrastraban a Godfrey más y más lejos.

“De algún modo, lo dudo”, dijo Fito. “Lo dudo mucho”.