Gwendolyn marchaba a través del Gran Desierto bajo los implacables dos soles del cielo del desierto, con Krohn a su lado, como había estado haciendo día tras día, poniendo un pie delante del otro, levantando el polvo, las piernas le dolían con la interminable monotonía de la marcha. No habían dejado de caminar nunca desde que dejaron a la gente de Darius, todos ellos decididos a cruzar el desierto, para encontrar el Segundo Anillo, para encontrar ayuda.
Pero cuando miraba hacia delante, como había hecho durante días, lo único que veía delante suyo era más monotonía, un paisaje vacío, nada en el horizonte, solo más de este rojo desierto. El duro suelo del desierto estaba agrietado, era empinado, se alargaba para siempre hasta la nada y nada rompía la monotonía excepto las nubes de polvo que pasaban de vez en cuando o los arbustos de espinas que rodaban por el viento. Era el desierto más vacío que jamás había visto, un lugar sin esperanza, árido. Sentía como si estuviera marchando a los mismos confines del mundo.
Krohn respiraba entrecortadamente, gimiendo y, mientras marchaban, sus temores se acrecentaban, Gwendolyn se preguntaba en qué había metido a su gente. Ahora hacía días que andaban, ya les quedaban pocas provisiones, especialmente agua y no había esperanza a la vista. Tampoco había refugio a la vista y ella no sabía cuántas noches más podía tener a su pueblo durmiendo a la intemperie, al descubierto, en el suelo del desierto, con los helados, azotadores vientos de arena y los interminables bichos que trepaban sobre ellos por la noche. Ella ya estaba cubierta de picaduras, despierta cada hora, aplastando insectos extraños que pululaban cerca de su oreja. La noche anterior uno de sus hombres había muerto por la picadura de un escorpión, y esta mañana, la misma Gwen había aplastado la araña más grande que jamás había visto, justo antes de que se metiera en su bota. Era un paisaje de veneno y muerte escondida, un lugar traicionero, hogar únicamente de reptiles y escorpiones – y los huesos de otros que habían sido lo suficientemente estúpidos para cruzarlo.
“¿De verdad pensó que esto nos llevaría a algún sitio?” dijo una voz.
Gwen oyó un murmullo, se giró y vio a su variada colección de gente, lo que quedaba del Anillo, centenares de supervivientes del Anillo y sintió pena por ellos. Habían aguantado mucho –batallas, viajes, enfermedad, hambre, la pérdida de seres queridos, de sus posesiones, de su tierra – su sufrimiento parecía no tener fin, y aquí estaban, en otra caminata más, en otro destino que podía no llegar nunca. Estaban agotados, escépticos y empezaban a perder la esperanza. Apenas podía culparlos. Su corazón se le rompía sobre todo por la bebé, que lloraba, su llanto estridente siempre con ellos mientras Illepra la llevaba cuidadosamente, envuelta para protegerla del sol, sin descuidar nunca sus obligaciones con ella. Gwen deseaba poderle dar agua, sombra, un sitio cómodo para dormir.
“Si este Gran Desierto realmente llevara a algún sitio”, respondió otra persona, “¿no cree que los esclavos ya lo hubieran intentado? ¿No cree que hubieran intentado escapar?”
“Esto es porque no lleva a ningún sitio”, dijo el otro, “y lo saben. No fueron tan estúpidos de intentar cruzarlo”.
Gwendolyn vio las caras de su gente, enfadados, quemados por el sol, sedientos, deseperados – y cuando alzaban la vista y la miraban con furia, con los ojos llenos de odio, delirantes por el sol implacable – tenía que apartar la vista. A pesar de sus duras palabras, no podía soportar verlos sufrir así.
También reconoció la cara de uno de los que estaban instigando todo esto – Aslin; él había sido uno de los instigadores de la rebelión en la cueva. Ella pensaba que se le habían bajado los humos, pero aparentemente no era así. Había sido piadosa al perdonarle la vida allí; se dio cuenta de que, quizás, aquello había sido un error.
“¿Dónde cree que este desierto nos llevará, de todos modos?” oyó cómo Aslin exclamaba de repente, con una voz fuerte, por encima de la estridencia.
Gwendolyn se sorprendió al verlo tan envalentonado, como ganando fuerza, llamando a la rebelión abierta.
“¿Realmente finge creer que existe un Segundo Anillo?” añadió. “Por qué no llamarle simplemente lo que es: nos está llevando a nuestras tumbas”.
Se oyó un murmullo procediente de algunos de los suyos, que empezaban a entusiasmarse con él y Gendolyn sintió que los pelos se le ponían de punta, sentía que la tensión crecía en el ambiente tras ella. Le dolía que la condenaran tan duramente, especialmente después de todo lo que se había sacrificado por ellos. ¿Eso era lo que significaba ser reina?
A su lado, Krohn empezó a gruñir.
“No pasa nada, Krohn”, dijo tranquilizándolo.
“¿Nunca debimos luchar por aquellos aldeanos!” gritó otro de su gente. “¡Nunca debimos habernos quedado para empezar!”
Hubo otro murmullo insatisfecho.
“¡Nunca debimos quemar nuestros barcos!” exclamó otro.
“¡Nunca debimos zarpar hacia el Imperio!” exclamó otro.
El murmullo se hizo más intenso y le siguió el inconfundible sonido de una espada al desenfundarse, cortando el aire. Krohn se dio la vuelta, gruñendo, poniéndose delante de Gwen.
La multitud, de repente, paró su marcha y Gwen se dio la vuelta y vio a Steffen allí de pie, con la espada desenfundada, frente a los rebeldes.
“Si deseáis quejaros”, dijo furioso, “entonces tened el valor de enfrentaros a la Reina y quejaros directamente a ella. Dejad de reíros disimuladamente a su espalda como niños pequeños asustados. Es traición incitar a los demás y, si continuáis hablando así, aprenderéis lo que significa la muerte de verdad”.
Gwen estaba impresionada por la fuerza de Steffen, por la autoridad en su voz, por su profunda y firme lealtad hacia ella y se sintió abrumada de gratitud por su presencia. Se daba cuenta de que se sentía muy culpable por cómo estaba su pueblo por alzarse a favor de ella.
Aslin miró amenazadoramente a Steffen.
Al lado de Steffen, Kendrick se dio la vuelta y también desenfundó la espada.
“Tendrás que vértelas conmigo, también”, añadió.
El gruñido de Krohn se intensificó, mientras empezaba a caminar lentamente hacia Aslin y Aslin miraba de Krohn a Steffen a Kendrick y entonces, finalmente, agachó la cabeza.
“Solo era un comentario”, murmuró, dando marcha atrás.
Gwendolyn dio un paso adelante y puso su mano suavemente sobre las espadas de Steffen y Kendrick y estos las envainaron. Hizo un gesto a Krohn y se calmó y volvió hacia ella, mientras ella se daba la vuelta y se dirigía a su pueblo.
“Sé que este viaje es duro”, dijo. “Todos los viajes que merecen la pena lo son. Sé que todo nuestro exilio no ha sido fácil. Pero nosotros somos la gente del Anillo. Hemos tenido sufrimientos peores, y saldremos de esta. Tenemos un espíritu indomable. No luchamos solo por los esclavos, sino por nosotros mismos, ya que todos somos esclavos del Imperio- siempre lo hemos sido, como todo el mundo bajo este cielo. Finalmente, luchamos por la verdadera libertad, para deshacernos del yugo del Imperio, de una vez por todas”.
Gwendolyn respiró profundamente, viendo cómo su pueblo escuchaba atentamente cada una de sus palabras, mirándola fijamente.
“Sé que tenéis miedo” exclamó. “Yo también tengo miedo. Nos encontramos en una misión por nuestras propias vidas, por nuestra libertad y por la libertad de los demás. Nadie dijo que esto sería fácil- la libertad nunca ha sido fácil. Y pelear entre nosotros no lo hará más fácil”.
“Os prometo que un futuro más brillante nos aguarda. Debemos seguir nuestro rumbo, ser fuertes. No os llevaría a ningún lugar donde yo misma no iría- y si vamos a morir todos, yo seré la primera en caer”.
Gwendolyn veía en los rostros de su gente que sus palabras habían apaciguado a muchos de ellos y se dio la vuelta y emprendió la marcha, Kendrick y Steffen formaron filas a su lado.
“Bien dicho, mi señora”, dijo Steffen.
“Nuestro Padre no las hubiera dicho mejor”, dijo Kendrick.
“Gracias”, dijo ella, tranquilizada por su presencia y todavía sobresaltada por el comportamiento de su gente.
“No hablan por todos”, dijo Kendrick. “Solo por algunos decepcionados”.
“Y siempre habrá unos cuantos decepcionados”, añadió Steffen. “No importa lo grande que sea como reina”.
“Os agradezco a los dos vuestra lealtad”, dijo Gwen. “Pero debo tener cuidado y comprendo su frustación. Me temo que nuestro peligro más grande no nos espere más adelante, sino aquí mismo, entre nosotros”.
“Si así fuera”, dijo Steffen, cogiendo con fuerza la empuñadura de su espada, “entonces seré el primero en matar a los infractores”.
“Existen otros peligros, mi señora”, dijo Aberthol débilmente, metiéndose en la conversación, mientras caminaba a su lado. “Entre ellos, principalmente, la falta de comida y de agua. No hemos encontrado ni una sola fuente de agua y, si no encontramos una pronto, me temo que el sol puede ser nuestro peor adversario”.
Gwen había estado pensando en las mismas cosas. Miró hacia atrás, al horizonte, mientras continuaba andando, esperando una señal, algo. Pero no había nada.
Se dio la vuelta y miró a Aberthol, que caminaba a su lado, usando su bastón, parecía más débil de lo que jamás lo había visto.
“Tú has estudiado todas las historias”, le dijo en voz baja. “No solo conoces la historia del Anillo, sino también la del Imperio. Conoces todas las leyendas, toda la geografía. Dime”, dijo, dirigiéndose a él, “¿es cierto? ¿Puede existir un Segundo Anillo?”
Aberthol suspiró.
“Diría que tiene tantas posibilidades de existir como de no hacerlo”, respondió él. “El Segundo Anillo siempre se consideró en literatura como parte mito y parte realidad. Encontraréis numerosas referencias a él en las primeras historias del Anillo, pero pocas en los volúmenes más tardíos. Disminuyen totalmente en las historias recientes”.
“Quizás solo se debe a que nunca se encontró”, dijo Gwendolyn esperanzada.
Aberthol suspiró.
“Quizás”, respondió. “O quizás porque nunca existió”.
Ella reflexionó sobre sus palabras mientras caminaban en silencio. Finalmente, el se dio la vuelta y la miró.
“¿Ha pensado, mi señora”, preguntó, mirándola de manera significativa, “qué haremos si no existe? O peor, ¿si nos lleva a más desierto?”
“Sí que lo he hecho”, respondió. “A cada momento. ¿Qué elección tenemos? En la aldea nos aguarda una muerte segura. Este es el camino hacia la esperanza. El camino más duro es siempre el camino hacia la esperanza”.
Se quedaron en un melancólico silencio mientras continuaban caminando.
Mientras andaba, hora tras hora, con el sol más y más caliente cada vez, Gwendolyn se preguntaba cómo su vida se había convertido en eso, como eso podía ser lo único que quedaba del que una vez fue el gran e imponente Anillo. Estos pocos centenares de hombres, junto con unas pocas docenas de los Plateados, lo único que representaba el lugar y la nación que ella amba. Pensaba en la boda que había planeado con Thor, en el bebé que una vez había tenido en sus brazos, en la interminable abundancia del Anillo- y contuvo sus lágrimas. ¿Cómo había llegado a esto?
Lo daría todo por volver a abrazar a Guwayne; lo daría todo por volver a ver a Thorgrin, por tenerlo a su lado. Por tener a Ralibar y Mycoples de vuelta. Se sentía completamente sola y se preguntaba si las cosas podían empeorar.
Meditaba sobre su familia, todos juntos no hacía tanto tiempo y separados, rotos de tantas maneras. Su padre y su madre, muertos; Gareth, muerto; Godfrey, entrando a Volusia en una misión en la que era hombre muerto; Reece, con Thor en el otro lado del mundo, con toda probabilidad muerto; y Kendrick, el último familiar que le quedaba a su lado, en una caminata absurda por el desierto donde probablemente pronto estaría muertos. se preguntaba por qué el destino se había propuesto separarlos a todos.
Un viento caliente y polvoriento soplaba en su cara y Gwen se protegía los ojos mientras otra nube de arena del desierto arrancaba. Se atragantó con ella, tosiendo con los demás, intentando recuperar la visión.
Esta vez, sin embargo, el viento no pasó de largo; al contrario, parecía que el polvo rojo se le estaba clavando en la cara, arañándola y cada vez se hacía más y más fuerte. Gwen oyó un chillido repentino, un extraño ruido que le provocó un escalofrío en la columna vertebral, diferente a cualquier cosa que jamás hubiera oído y, al mirar hacia arriba al polvo, se quedó atónita al ver delante de ella, saliendo de la nube de polvo, una manada de criaturas.
Las exóticas criaturas eran altas y delgadas y daban vueltas dentro de la nube de polvo, sus cuerpos eran rojos, del mismo color que el polvo, con largas mandíbulas y macabros rostros alargados. Había docenas de ellas, llevadas por el viento, dando vueltas dentro de la nube de polvo y soltaban un horroroso ruido de lamento cuando aparecían, dando vueltas sobre sí mismas en medio del polvo y atacando de repente a toda su gente.
“¡Caminantes del polvo!” exclamó Sandara. “¡Protegeos!”
Kendrick, Steffen, Brandt, Atme y todos los demás desenvainaron sus espadas y Gwendolyn sacó la suya y dio vueltas junto a ellos, mientras los Caminantes del polvo descendían sobre ellos desde todas direcciones. Gwen dio un cuchillazo y falló y un Caminante del polvo rasgó el lado del rostro de Gwendolyn, arañándola con su zarpa. Gritó de dolor mientras le arañaba la cara, su pezuña era tan áspera como el papel de lija.
Otro vino hacia ella y le hizo un corte en el brazo con sus tres garras, haciéndola gritar de dolor otra vez.
Vino otro hacia ella- y otro, Gwen sentía cómo si estuviera revolcándose por un campo de espinas.
Steffen dio un paso adelante y daba cuchillazos salvajemente, tal y como hicieron Kendrick y los demás- y todos fallaron. Los Caminantes del polvo eran demasiado rápidos.
Los Caminantes del polvo entraban y salían de la multitud rápidamente, arañando y haciendo cortes, los gritos de la gente de Gwen exclamando mientras les infligían miles de pequeños cortes.
Gwen, deseperada, agarró el puñal de su cintura, dio una vuelta y se lo clavó a uno directamente en la garganta. Este cayó al suelo, chillando, desapareciendo en un montón de polvo.
“¡Agachaos!”exclamó Sandara. “¡Arrodillaos! ¡Tapaos la cabeza!”
Gwen escuchó el lloro de un bebé que rasgaba el aire, echó un vistazo y vio a Illepra agarrando a la bebé, ambas estaban siendo atacadas. Soltó su puñal y se fue corriendo hacia allí, protegiéndolas, cubriendo a la bebé con su cuerpo y tirándolas al suelo.
Gwen estaba encima de ellas, cubriendo a la bebé con sus manos, brazos y codos, sintiendo los rasguños y los arañazos por todas partes mientras la nube continuaba soplando. Sentía como si la estuvieran arañando hasta la muerte y no sabía cuánto tiempo más podría resistirlo. Al menos, sin embargo, estaba protegiendo a la bebé.
Gwen estuvo arrodillada así, al igual que los demás, durante lo que pareció una eternidad, el horroroso zumbido, aullido y lamento de estas criaturas llenaba sus oídos.
Finalmente, la nube empezó a esfumarse, soplando por el desierto, justo por delante de ellos, hasta que los arañazos se volvieron más ligeros, el ruido se acalló y todo aquello paró.
El desierto, de repente, estaba en calma, en silencio, igual que había estado antes de que llegaran y Gwen se arrodilló, miró hacia atrás y vio que la nube seguía soplando, desapareciendo en el horizonte.
Temblando, Gwen se apoyó en sus manos y rodillas y echó un vistazo a su gente. Todos ellos estaban todavía en el suelo, con arañazos y cortes, parecían traumatizados. Miró hacia el otro lado, hacia la gran extensión que les esperaba allí delante y se preguntó:
¿qué otros horrores les aguardaban?