CAPÍTULO VEINTITRÉS

 

Thor se encontraba en la proa de la pequeña embarcación mientras se alejaban navegando de la isla de Ragon al amanecer y hacia el horizonte, la dirección en la cual sus sueño le obligaba a ir, la dirección en la cual tenía la certeza de que Guwayne le estaba esperando. El sueño había sido muy real, parecía como si verdaderamente lo hubiera experimentado. Sentía que Guwayne ciertamente le estaba esperando más adelante, que lo necesitaba con urgencia. Thor estaba en el borde mirando a través de la neblina, ansioso por que esta se levantara, para dejar al descubierto la situación de su hijo; observaba las corrientes y deseaba que llevaran su barca más rápido.

Tu hijo te espera en la isla.

La voz del sueño de Thor resonaba en su cabeza una y otra vez; Thor echó un vistazo y apretó con fuerza la barandilla, lleno de expectación. Apenas podía esperar a volver a abrazar a Guwayne; se sentía horrible por haberlo dejado marchar y esta vez no permitiría que nada se pusiera en su camino hasta que encontrara a su hijo.

“¿Estás seguro de que navegamos en la dirección correcta?” preguntó Matus con escepticismo, acercándose a su lado.

Thor se dio la vuelta y vio a todos los demás- Reece, Selese, Elden, Indra, O’Connor- todos allí de pie, vestidos con sus nuevas armaduras, empuñando sus nuevas armas, que brillaban a la luz- y todos mirándolo con escepticismo.

“Esta es la dirección en la que mi sueño me ha llevado” respondió.

“¿Y si tu sueño se equivoca?” preguntó O’Connor.

Thor negó con la cabeza.

“No puede ser”, dijo. “No lo entendéis. Fue más que un sueño: fue una visión. Yo lo vi. Vi a mi hijo”.

Reece suspiró.

“Estábamos muy a gusto en la isla de Ragon”, dijo. “Teníamos provisiones, cobijo- por fin teníamos una pausa de nuestros esfuerzos. Marchamos muy súbitamente”.

“Y parece ser que Ragon estaba a punto de desvelarnos otra sorpresa- quizás más armas, o alguna otra cosa importante”, interrumpió Elden.

Thor podía ver la decepción en sus ojos y reflexionó sobre sus palabras; él también había sentido una fuerte conexión con Ragon, había sentido el gran poder del hombre y se había sentido cómodo en aquella isla. aquella isla había sido verdaderamente una isla mágica, un lugar idílico y él también hubiera deseado pasar más tiempo allí.

Reflexionaba, con el ceño fruncido, y no podía entender del todo por qué habían marchado tan deprisa. ¿Estaban bien? ¿Se habían equivocado al marchar? Thor se sentía confundido.

Sin embargo, la visión de aquel sueño no dejaba su mente, como si lo tuviera justo delante de él, estirándolo lejos de la isla y hacia el horizonte.

“No puedo explicarlo muy bien”, dijo Thorgrin. “No fue como cualquier sueño que hubiera tenido jamás. Fue como una orden. Me mostró que Guwayne estaba en peligro, que me necesitaba urgentemente. No podía permitirme quedarme allí sentado ni un solo segundo más”.

Selese suspiró.

“He sido una curandera toda mi vida”, interrumpió Selese, con la voz suave y dulce, aunque exigiendo atención. “Lo sé casi todo sobre el cuerpo humano. Sin embargo sé poco acerca de los sueños. No sé de dónde vienen, o si vienen para ayudarnos o para confundirnos. No sé si provienen de nuestro interior o de algún otro lugar”.

Se hizo silencio en la barca y Thor reflexionó sobre sus palabras. ¿Podrían haberle enviado ese sueño para confundirlo? ¿Para engañarlo? ¿Pero por qué? ¿Y cómo?

“No creo que nadie lo sepa, mi señora”, dijo O’Connor. “Y cualquiera que admita saberlo es un embustero”.

“Una cosa sí que sé”, interrumpió Reece. “Estamos excesivamente cerca de la Espina del Dragón- y aquel es un lugar en el que no deseamos estar”.

O’Connor se giró y señaló al horizonte y todos se dieron la vuelta y siguieron su mirada. En el distante horizonte, oculto en parte por la neblina, había un par de acantilados puntiagudos, escarpados, como una espina, levantándose treinta metros en el aire, separados quizás por menos de trescientos metros. Rocas peligrosas se extendían a lo largo de ellos, obligando a todos los barcos a navegar por el estrecho canal que había entre ellos.

“¿Qué sabes de esto?” preguntó Thor.

“Es un sitio de leyenda”, añadió Reece, con la voz llena de terror. “De niño me instruyeron sobre él. El lugar más peligroso de los Mares del Sur. Un lugar de terribles tormentas, bestias- un lugar del que pocos salen vivos”.

“Más adelante tenemos la bifurcación”, dijo Elden. “¿Veis las corrientes? Si queremos evitarlas, ahora es nuestra oportunidad”.

Thor estaba allí, con las manos en las caderas, mirando fijamente al océano, pensando. Reece se acercó a su lado.

“¿Hacia qué dirección, viejo amigo?” preguntó. “¿Torcemos hacia el norte, en dirección a un océano vacío, o hacia el sur, en dirección a la Espina del Dragón? Seguiremos el camino que tú elijas”.

Thor cerró los ojos e intentó concentrarse, dejar que sus sentidos lo guiaran. Estaba allí, tranquilo, escuchando el viento, las olas chocando contra la barca y, a continuación, tuvo una sensación de certeza.

“Tomaremos la bifurcación hacia el norte, hermano mío”, dijo Thor, dirigiéndose a Reece. “Lejos de la Espina”.

Reece parecía más aliviado, al igual que los demás”.

Todos se pusieron en acción, inmediatamente ajustaron las velas y agarraron los remos, Thor los ayudó. Thor agarró un remo y remó junto a los demás, llevándolos a través de las pesadas olas, su barca subía y bajaba, la espuma le salpicaba en la cara.

Finalmente, terminaron de remar por las corrientes opuestas de la bifurcación y la nueva corriente agarró su barca y los empujó en una nueva dirección. Empezaron a relajarse sobre los remos, a dejar que las velas hicieran el trabajo.

Entonces de repente se oyó un gran chillido, proveniente del cielo y Thor miró hacia arriba y el corazón le dio un vuelco al ver a Lycoples, volando en círculos en lo alto. Lycoples agitaba sus alas con furia, volando bajo en círculos, como si intentara señalar algo a Thorgrin. Descendió, justo delante de la cara de Thorgrin, obligando a él y a los demás a agacharse y Thor se preguntaba qué estaba intentando decirle.

Lycoples continuaba volando en círculos hacia la isla de la que había venido, casi como si estuviera intentando instarles a todos a dar la vuelta hacia la isla de Ragon.

“¿Qué crees que nos está intentando decir?” preguntó Indra.

“Parece que quiere que demos la vuelta”, respondió Elden.

“¿Pero por qué?” preguntó Matus.

Thor estudió el cielo, inseguro. Después de muchos intentos, Lycoples finalmente abandonó, se dio la vuelta y voló hacia donde había venido.

Thor miró hacia el cielo, perplejo, como siempre había estado por la manera de actuar de los dragones. ¿Por qué querría Lycoples que dieran la vuelta, cuando Guwayne estaba en algún lugar del mar más adelante?

Hora tras hora pasó, todos ellos se quedaron en silencio, envueltos por la neblina. Thor se encontró perdido en sus pensamientos, mientras pensaba en Gwendolyn, en lo que debía estar pasando. Su corazón se rompía por ella y le angustiaba no poder estar a su lado.

También pensaba en Lycoples, en su hijo, que estaba más adelante y se llenó de una renovada sensación de esperanza. Thor estiró el cuello, examinó el cielo y se preguntó: ¿volvería a ver a Gwendolyn alguna vez? Se podía imaginar volviendo a ella con su hijo, con un nuevo dragón, empezando una nueva vida. ¿Era demasiado tarde? se preguntaba con una sensación de terror. ¿Estaba viva todavía?

Thor empezó a oír un sonido débil, que lo apartó de su ensimismamiento. Era el sonido de las olas golpeando las rocas, contra una orilla lejana. Estaba seguro de ello.

Thor echó un vistazo y vio que los demás también miraban fijamente a la neblina. Debían haberlo oído también. Se miraban los unos a los otros con una mirada confundida, todas sus miradas tenían la misma pregunta: ¿tierra?

Cuando Thor miraba hacia la neblina, lentamente, se movió un viento y esta empezó a levantarse, dejando al descubierto lo que había más allá. El sonido de las olas chocando contra las rocas se volvió más fuerte y, cuando Thor echó un vistazo, se sorprendió al ver que podía vislumbrar una isla poco común.

Esta pequeña isla estaba rodeada por una playa blanca, del blanco más brillante que Thor jamás había visto y todas las rocas a su alrededor- todo- era blanco. Sus árboles eran blancos también una densa selva que se extendía casi a lo largo de toda la orilla, todo de un blanco brillante. Incluso el agua del océano, a medida que se acercaban más a la isla, se volvía completamente blanca.

Por encima de la isla volaban pájaros blancos, graznando, volando en círculos, pájaros extraordinarios que Thor no reconocía, de todas las formas y tamaños.

Selese dio un paso por delante de Thor, observó y se quedó boquiabierta.

“La Isla de los Leprosos”, dijo, en voz baja como reverencia.

“¿La conoces?” preguntó él.

“Solo lo que he oído”, dijo ella. “Es un lugar conocido por todos los curanderos. Es un refugio para todos aquellos que están aquejados. Un lugar donde los leprosos pueden vivir libremente. Un lugar para aquellos que no tienen esperanzas de curarse. Un lugar del que mantenerse alejado- a no ser que quieras pillar la enfermedad”.

Thor sentía temor. ¿Guwayne podría estar en un lugar así?

Cerró los ojos y, al hacerlo, sintió que esta era la isla donde necesitaba ir- que aquí era donde estaba su hijo.

Thor abrió los ojos y negó con la cabeza lentamente.

“No lo comprendo”, dijo. “Lo percibo. Aquí es donde me dirijo. Aquí es donde está mi hijo”.

“Si es así”, respondió Selese, “sería un día triste para él. Nadie que visite esto puede escapar intacto. Es una enfermedad para la que no existe cura”.

“¡Debemos dar la vuelta!” dijo Reece. “No podemos pisar tierra allí, para que ninguno de nosotros la coja. ¿No lo ves? Incluso el agua está infectada”.

Thor examinó la isla mientras se acercaban más, ahora estaban a menos de cien metros, su barca subía y bajaba con las olas, que hacían un fuerte estruendo en sus oídos.

“No me arriesgaría a perjudicaros a ninguno de vosotros”, dijo. “Es un viaje que debo hacer yo y yo solo. Todos vosotros podéis quedaros en la barca. Lo encontraré y lo traeré de vuelta”.

“Volverás leproso”, dijo Matus seriamente.

Thor encogió los hombros.

“He estado en el infierno y he vuelto por mi hijo”, dijo. “¿Creéis que dejaría que una enfermedad letal se pusiera en mi camino?”

Todos apartaron la vista, en silencio, ninguno fue capaz de darle una respuesta.

Las olas crecieron y los llevaron más cerca de la orilla, la espuma golpeaba a Thor en la cara. Cuánto más se acercaban, más le palpitaba el corazón. Podía sentir que su destino corría ante él. Sabía que su hijo estaba allí.

La barca se encalló en la orilla y, en el instante en que tomó tierra, Thor desembarcó, sus botas hacían crujir la gravilla blanca.

Estaba allí de pie y observaba la isla que tenía ante él asombrado, mirando con dificultad por el resplandor. Todo estaba cubierto de blanco, como bañado en sal. Incluso la neblina en el aire colgaba teñida de blanco. El aire tenía un olor diferente aquí, también; no solo olía a océano, sino también a muerte.

Thor sentía que esta isla tenía un ambiente solemne, de abandono, como si fuera un lugar olvidado por los demás, un lugar de gran paz y soledad- aunque también de tristeza y tragedia. Thor estudió los blancos árboles que se movían, las enormes hojas que brillaban con el viento y se preguntaba si su sueño se había hecho realidad. ¿Realmente su hijo podía estar allí?

Thor se dio la vuelta y vio a los chicos en la barca y, por primera vez, pudo ver miedo de verdad en sus rostros. Lo habían seguido hasta el Imperio, a través de los mares, hacia el infierno y de vuelta y lo habían hecho sin miedo. Sin embargo, este lugar de enfermedad letal claramente los había golpeado a todos con terror. Ninguno de ellos quería tener una muerte lenta, que durara toda la vida.

Todos estaban sentados en la barca, inmóviles.

Thor les saludó con la cabeza solemnemente. Podía ver en sus ojos que querían acompañarlo, pero estaban asustados. Lo entendía. Después de todo, andar por esta isla sería una sentencia de muerte.

Thor se giró y empezó a adentrarse, hacia la intensa selva blanca, sus botas hacían crujir la gravilla, iba paso a paso, el sonido de las olas del océano se iba desvaneciendo. Entró a la selva, las enormes hojas le rozaban, una nueva sensación bajo sus pies, dejaba atrás la orilla- y sabía que había cruzado un punto máximo:

No había vuelta atrás.

 

*

 

Thor caminaba a través de la selva, arañado por las ramas y no le preocupaba y miraba por todas partes, intentando ver a trvés del denso follaje, buscando a Guwayne. Dejó que sus sentidos lo guiaran, dio vueltas a la izquierda y a la derecha, permitiendo que le guiaran a través del grueso follaje, hasta el lugar donde su instinto lo llevó.

“¡Guwayne!” exclamó, su voz resonaba en este lugar vacío.

“¡Guwayne!”

El grito de Thor se juntó con el de un extraño pájaro, en algún lugar allá arriba, gritándole como si le estuviera haciendo burla.

Thor se adentró más en la selva y pronto fue a parar a lo que resultó ser un nuevo paisaje. Delante de él había colinas ondulantes de hierba blanca, enormes árboles blancos que se movían con el viento.

Thor no perdió tiempo en dejar la selva y aventurarse en las colinas, mirando a su alrededor, por todas partes, buscando alguna señal de Guwayne.

Pero esta isla parecía desierta. No había señal de nadie ni de nada- solo los pájaros por encima, cuyos chillidos cortaban el aire.

“¿Realmente había leprosos aquí? se preguntaba Thor. ¿O todo esto era un mito?”

Thor andaba y andaba, finalmente llegó a la cima de una colina y, al hacerlo, miró hacia abajo y vio un nuevo paisaje y todas sus preguntas fueron respondidas ante él. Allí, situado en un pequeño valle, enclavado en medio de colinas y árboles enormes, con un pequeño río que corría por su lado, había una construccióno circular baja hecha de piedra totalmente blanca, que parecía antigua, como si formara uno con el paisaje. Quizás tenía menos de cien metros de diámetro, con un tejado blanco plano y sin ventanas a la vista. Solo tenía una puerta.

En el blanco paisaje que lo rodeaba, Thor vio señales de vida: había calderas encima de pequeñas hogueras, gallinas dando deambulando, señales de gente que vivía allí- gente que no tenía miedo de dejar su ganado y su comida y cocinar al aire libre, que no había razón por la que vigilarlos. Gente que no esperaba visitas. Jamás.

Thor respiró profundamente y con pase firme bajó por la colina hasta el edificio, sin saber qué le esperaba. Un fuerte sentimiento crecía dentro de él, una voz interior le decía que su hijo estaba dentro. ¿Cómo era aquello posible? se preguntaba. ¿Cómo podía Guwayne haber entrado allí? ¿Lo había abducido alguien?

Thor sabía que, con cada paso que daba, se estaba acercando más a su sentencia de muerte. sabía que la lepra era una enfermedad horrible que con toda seguridad cogería; estaría con él el resto de su vida, volvería su piel blanca y finalmente acabaría teniendo una muerte temprana por debilidad. Se convertiría en un marginado, una persona a la que nadie querría acercarse.

Sin embargo, no le importaba. Ahora su hijo es lo único que le importaba. Más que su propia vida.

Thor llegó hasta la puerta y se quedó dudando delante de ella. Finalmente, pasó el punto de no retorno, estiró el brazo y agarró el mango, el mismo mango que todos los leprosos tocaban, una calavera y unas tibias cruzadas totalmente blancas, y lo giró. Supo al tocarlo que no podía echarse atrás.

Thor entró y, inmediatamente, tuvo una pesaad sensación en el aire: había sensación de miedo. Aquí todo era muy solemne, tranquilo. Sus ojos se adaptaron a una habitación larga y tenue, aunque ni de cerca era tan tenue como él había esperado. En la pared del fondo había una serie de ventanas descubiertas en fila en la pared, dejando entrar la luz del sol refractada y las brisas del océano, las cortinas blancas se hinchaban con el viento.

Thor se detuvo y observó la visión que tenía ante él, su corazón latía fuerte, lo asimilaba todo, miraba a través de la confusión alguna señal de su hijo. Vio una serie de camas de paja, separadas entre ellas por unos tres metros, alineadas a lo largo de las paredes. En cada cama había un leproso, con la piel totalmente blanca, con algunos vendajes alrededor del rostro, algunos en otras partes del cuerpo. La mayoría estaban tumbados, quietos y tranquilos, quizás unas dos docenas de ellos. Thor se sorprendió de que tanta gente pudiera convivir en una habitación y no hacer ningún ruido.

Cuando entró, todos se giraron de repente y miraron hacia él y pudo ver la sorpresa en sus rostros. Estaba claro que nunca antes habían tenido visita.

“Estoy buscando a mi hijo”, exclamó Thorgrin, mientras todos lo miraban fijamente. “Guwayne. Un bebé. creo que está aquí”.

Todos lo miraban en silencio, ninguno de ellos se movía, ninguno decía ni una palabra. Thor se preguntaba cuándo alguno de ellos había hablado con un extraño por última vez. Entendió que esta vida de aislamiento, de ser marginados, probablemente había desgastado sus mentes.

Al darse cuenta tras un largo silencio que nadie iba a contestar, Thor empezó a andar lentamente por el pasillo que había entre las camas. Observaba sus caras mientras andaba y ellos estaban allí tumbados y miraban fijamente con el rostro triste, rostros que habían perdido la esperanza hace tiempo y lo observaban sorprendidos.

Thor miró por todas partes buscando señales de Guwayne, alguna prueba de que un niño hubiera estado allí, pero no pudo encontrar ninguna. No escuchaba el lloro de un niño; no veía señales de que alguna cama pudiese tener un niño dentro.

Sin embargo, cuando Thor llegó a la última cama, una sensación creció en él, un sentimiento ardiente, y su corazón palpitaba cuando de repente sintió que su hijo estaba allí, detrás de aquella cortina, en la última cama. Se dispuso a mirar, estirando la cortina, esperando ver a Guwayne.

En su lugar, se quedó perplejo al ver a una niña tumbada allí, mirándole fijamente. Parecía tener quizás unos diez años. parecía tan sorprendida de verlo como él lo estaba de verla a ella. Tenía los ojos grandes, de un azul cristalino, del color del mar, hipnotizantes, ojos llenos de amor, de esperanza- de vida. Tenía el pelo largo y rubio, hermoso, salvaje, parecía que nunca se lo hubiera lavado. La piel de su cara era sorprendentemente clara, sin ninguna mancha y Thor se preguntó si ella estaba en el sitio equivocado. No parecía tener ninguna señal de la enfermedad.

Entonces Thor miró hacia abajo y vio su brazo y su hombros derechos, de un blanco luminoso, la piel devorada por la enfermedad.

Inmediatamente se incorporó en la cama, despierta, llena de vida y energía, a diferencia de los demás. Parecía ser la única del grupo que este lugar no había roto.

Thor estaba perplejo. Había notado que su hijo estaba tras esta cortina- y aún así ella era la única persona que estaba aquí. No había ni rastro de Guwayne.

“¿Quién eres tú?” preguntó la niña, con voz curiosa, llena de vida e inteligencia. “¿Por qué has venido aquí? ¿Has venido a visitarme? ¿Eres mi padre? ¿Sabes dónde está mi madre? ¿Sabes algo de mi familia? ¿Por qué me han dejado aquí? ¿Dónde está mi casa? Quiero irme a casa. Odio este lugar. Por favor. No me dejes aquí. No quiero quedarme aquí más. Seas quien seas, por favor, por favor, por favor llévame contigo”.

Antes de que Thor pudiera responder, intentando procesarlo todo todavía, ella saltó de la cama de repente y le rodeó las piernas con sus brazos, abrazándolo con fuerza.

Thor la miró sorprendido, sin saber cómo reaccionar. Ella se arrodilló allí, llorando, agarrándolo y a él se le rompió el corazón.

Bajó el brazo y puso la mano suavemente sobre su pelo.

Ella solloz´p.

“Por favor”, dijo entre lloros, “por favor no te vayas. Por favor no me dejes aquí. Por favor. Te daré lo que sea. No puedo quedarme aquí ni un minuto más. ¡Aquí moriré!”

Thor acariciaba su pelo, intentando consolarla mientras lloraba.

“Shhh”, dijo, intentando calmarla, pero ella no paraba de llorar.

“Lo siento”, dijo al final. “Pero yo vine aquí buscando a mi hijo. Un bebé. ¿Lo has visto?”

Ella negó con la cabeza, agarrándolo más fuerte.

“Aquí no hay ningún bebé. Yo lo sabría. No hay ningún bebé en ningún lugar de esta isla”.

A Thor le dio un vuelco el estómago al captar esas palabras. Guwayne no estaba aquí. De algún modo lo habían engañado. Por primera vez en su vida, sus sentidos lo habían llevado por el mal camino.

Y sin embargo, ¿por qué había sentido a su hijo en aquella cama, antes de correr la cortina? ¿Quién era esta niña?”

“Le pido cada noche a Dios que alguien venga a rescatarme”, dijo entre lágrimas, su voz sofocada contra su pierna. “Que me lleve lejos de este lugar. Pido por alguien exactamente como tú. Y entonces llegaste tú. Por favor. No puedes abandonarme aquí. ¡No puedes!”

Ella se abrazó a sus piernas y Thor intentaba asimilarlo todo. No había esperado esto, pero mientras lo agarraba, podía sentir su sufrimiento y el corazón se le rompía por ella. Después de todo, ella no había pedido esta enfermedad y, evidentemente, sus padres la habían abandonado aquí en este lugar. Pensar en esto lo enfurecía. ¿Qué tipo de padres abandonarían a su hijo, a pesar de su enfermedad? Aquí estaba él, deseando cruzar el mundo, entrar al infierno, coger cualquier enfermedad por encontrar a su hijo.

Esto también lo hacía pedazos porque se dio cuenta de que él también había sido abandonado por sus padres. Odiaba que se abandonaran las cosas. Le golpeaba en el fondo de su corazón.

“No quieres venir conmigo, niña”, dijo Thorgrin. “Cuando me vaya de este lugar, iré a una misión peligrosa. No sé exactamente a dónde iré, pero será peligroso. me enfrentaré a enemigos hostiles, tierras extrañas, directo a la batalla. No podré hacer esto y protegerte. Tus oportunidades de vivir son mayores aquí. Por lo menos aquí estarás segura y cuidada”.

Pero ella negaba con la cabeza insistentemente, las lágrimas le brotaban de los ojos.

“Esto no es vida”, dijo ella. “Aquí no hay vida. Solo se espera la muerte. Prefiero morir mientras intento vivir que vivir mientras espero morir”.

Thor la miró a los ojos y ella miró hacia arriba, sus ojos cristalinos brillaban y pudo ver el espíritu guerrero que había dentro de ella, brillando ante él. Lo abrumó su ardiente voluntad de vivir, de vivir realmente. de superar su circunstancia. Era un espíritu luchador. Veía que nada la detendría. y era un espíritu al que, por mucho que lo intentara, no podía dar la espalda.

Sabía que no podía tomar otra decisión; su espíritu guerrero no se lo permitiría.

“Está bien”, le dijo.

Ella dejó de llorar de repente, se quedó paralizada y lo miró, con los ojos abiertos como platos por la sorpresa.

“¿De verdad?” preguntó estupefacta.

Thor asintió y se arrodilló, mirándola directamente a los ojos.

“No te dejaré aquí”, dijo. “No puedo. Prepara tus cosas. Marcharemos juntos”.

Ella lo miró, con los ojos llenos de esperanza y alegría, una alegría mayor de la que había visto en nadie, una alegría que hacía que todo, cualquier riesgo que hubiera tomado, valiera la pena. Ella saltó a sus brazos, lo rodeó con los suyos, abrazándolo tan fuerte que él apenas podía respirar.

“Gracias”, dijo, gritando y llorando. “Gracias, gracias, gracias”.

Thor la abrazó y, mientras lo hacía, sentía que era lo correcto. Se sentía bien al poder abrazar, proteger y criar a un niño, incluso aunque no fuera Guwayne. sabía que abrazarla significaba infectarse, incluso ahora, y sin embargo sabía que no le quedaba elección. Después de todo, ¿cuál era el propósito de la vida, si no ayudar a los necesitados?

Thor se dio la vuelta para marcharse y ella de repente se detuvo, se dio la vuelta y fue corriendo hacia su cama, agarró algo antes de volver hacia él y le cogió la mano. Miró hacia abajo y vio que tenía agarrada una pequeña muñeca blanca, rudimentaria, hecha de palos y hojas de la isla y envuelta con un trozo de vendaje.

Agarró su mano y tiró de él, llevándolo rápidamente fuera de aquel lugar, ante las miradas sorprendidas de todos los que estaban allí tumbados lánguidamente, observando cómo se marchaban.

Caminaron hacia fuera, saliendo del edificio y a Thor lo cegó momentáneamente el resplandor. Levantó una mano y, cuando sus ojos se adaptaron, se sorprendió de la visión que tenía ante él.

delante de él estaban todos sus hermanos- Reece and Selese, Elden e Indra, O’Connor, Matus- todos ellos fuera del edificio, esperándolo pacientemente, todos vestidos con sus nuevas armaduras, llevando sus nuevas armas. Habían venido después de todo. Habían cruzado la isla, habían arriesgado sus vidas, por él.

Thor estaba emocionado más allá de las palabras, al darse cuenta de que se habían sacrificado por él.

“Hicimos una promesa”, dijo Reece. “El primer día que nos conocimos, en la Legión. Todos nosotros. Fue una promesa sagrada. Una promesa de hermanos. Una promesa más fuerte que la familia. Fue una promesa para guardarnos unos a otros las espaldas- donde quiera que vayamos.

Donde quiera que vayamos”, repitieron todos los demás, a la vez.

Thor los miró a todos, a cada uno, cara a cara, y sus ojos se llenaron de lágrimas al entender que estos eran sus verdaderos hermanos, la sangre más gruesa que la familia.

“No podíamos dejarte”, dijo Matus. “Incluso en un sitio así”.

La niña dio un paso adelante, los miró con curiosidad y todas las miradas fueron hacia ella, y a continuación a Thor, de manera inquisidora.

“Tenemos una nueva compañera”, les dijo Thor. “Me gustaría presentaros a…”

Thor, perplejo, se dio cuenta de que no sabía su nombre. Se dirigió a ella.

“¿Cómo te llamas?” le preguntó.

“Aquí, nunca conocimos a nuestros padres”, dijo. “Nos entregaron a todos al nacer. Ninguno de nosotros conoce su nombre. Su nombre verdadero. O sea que nos ponemos nombre los unos a los otros. Aquí, todos me llaman Angel”.

Thor asintió.

“Angel”, repitió. “Este es un bonito nombre. Y tú eres en efecto tan pura como la nieve”.

Thor se dirigió a todos sus hermanos y hermanas.

“Guwayne no está aquí”, anunció. “Pero Angel vendrá con nosotros. Me la llevo de este lugar”.

Todos lo miraron y él vio cómo la incertidumbre brillaba en sus ojos, podía ver lo que todos estaban pensando: llevársela los infectaría a todos.

Sin embargo, con mérito por su parte, nadie se negó. Thor vio que todos ellos estaban deseando arriesgar su vida por ella.

“Angel”, dijo Selese dulcemente, sonriendo, dando un paso adelante y dirigiéndose a ella. “Es un nombre muy bonito para una niña muy dulce”.

Le acarició el pelo y Angel le sonrió de oreja a oreja.

“Nadie me había tocado el pelo antes”, dijo Angel.

Selese hizo una amplia sonrisa.

“Entonces tendrás que irte acostumbrando”.

Thor estaba allí, preguntándose qué significaba todo aquello. Había estado seguro de que Guwayne estaba allí. Recordaba su sueño: Tu hijo te espera en la isla. Miró a Angel, que sonreía dulcemente a Selese, tan llena de vida, con alegría y se preguntaba: ¿es ella mi hija? Quizás lo era. No en el sentido literal de la palabra- pero quizás estaba destinado a educarla como propia. ¿Una hija adoptada?

Thor no lo comprendía, sin embargo sabía que era el momento de ponerse en marcha. Guwayne todavía estaba allá fuera y no había tiempo que perder.

A una, todos empezaron a andar- Thor, Reece, Selese, Elden, Indra, Matus, O’Connor y ahora Angel, cogida de la mano de Selese, un grupo inverosímil, que sin embargo juntos encajaban a la perfección. Thor no sabía dónde los llevaría esto y, aún así, sabía que todo aquello era lo correcto.