Reece abrió lentamente los ojos, sintiéndose mareado por el vapor rojo que venía de todas partes en aquel sitio y miró alrededor en la oscuridad de la cueva. Se dio cuenta de que se había quedado dormido, todavía sentado con la espalda contra la pared de la cueva; delante de él vio una hoguera ardiendo, que salía del suelo de piedra y se preguntó cuánto tiempo había dormido aquí.
Reece miró a su alrededor y vio a Thorgrin, Matus, Conven, O’Connor, Elden e Indra esparcidos a su alrededor, todos tumbados al lado del fuego. Con suavidad, se inclinó y les dio un codazo y ellos se despertaron lentamente, uno a uno.
La cabeza de Reece parecía que pesara media tonelada mientras intentaba levantarse sobre sus manos y rodillas, después sobre sus pies. Se sentía como si hubiera dormido cien años. Se dio la vuelta y miró hacia la oscuridad mientras oía un suave quejido, que resonaba en las paredes, pero no podía decir de donde procedía. Sentía como si hubiera estado aquí, en esta tierra de muertos, desde siempre, como si hubiera estado aquí más tiempo que el que llevaba vivo.
Aún así, Reece no se arrepentía. Estaba al lado de su hermano, y no había un sitio en el que quisiera estar más. Thor era su mejor amigo y reece sacaba fuerzas de la negación de Thor a volverse atrás ante un reto, de su decisión por encontrar y rescatar a su hijo. Lo seguiría hasta los confines del infierno.
No hacía tanto que el mismo Reece había estado allí, en aquel lugar de sufrimiento, de dolor por un ser querido. Vivía con la pérdida de Selese cada día y comprendía por lo que estaba pasando Thor. Era la cosa más extraña; estando aquí abajo, Reece se sentía más cerca de Selese que nunca, sentía una extraña sensación de paz. mientras pensaba en ello, recordaba que lo había despertado un sueño de ella. Todavía podía ver su rostro, sonriéndole, despertándolo.
Se oyó otro gemido proviniente de algún lugar en la oscuridad y Reece se dio la vuelta y agarró la empuñadura de su espada, como hicieron los demás, todos ellos con los nervios a flor de piel. A una, empezaron a caminar, andando en silencio, con Thorgrin al frente. Reece estaba famélico, sentía un hambre tremenda que no podía reprimir, como si no hubiera comido en un millón de años.
“¿Cuánto tiempo hemos dormido?” preguntó O’Connor mientras caminaban.
Se miraron todos los unos a los otros, preguntándoselo.
“Me siento como si hubiera envejecido”, dijo Elden.
“Parece que lo hayas hecho”, dijo Conven.
Reece flexionó sus brazos, manos y piernas. Estaban rígidos, como si no se hubiera movido durante mucho rato.
“No debemos dejar de movernos”, dijo Thorgrin. “Nunca más”.
Juntos anduvieron hacia la oscuridad, Thor indicando el camino, Reece a su lado, todos ellos mirando con dificultad con la escasa luz de las hogueras mientras serpenteaban por los túneles. Un murciélago pasó volando por su cabeza, seguido de otro y otro más, y Reece se agachó y miró hacia el techo y vio ojos brillantes de diferentes colores, criaturas exóticas que colgaban del techo del revés, algunos en las paredes.
Reece agarró con fuerza la empuñadura de su espada, preparándose para un ataque, con una sensación premonitoria.
Mientras continuaban caminando, la estrecha cueva se abrió, ensanchándose hacia un gran claro circular, de quizás unos quince metros de diámetro. delante de ellos había una serie de túneles, cuevas que se prolongaban en todas direcciones.
El claro estaba bien iluminado, con hogueras por todas partes, y Reece estaba sorprendido de ver cómo se abría, de ver todas las bifurcaciones del camino.
todavía se sorprendió más, sin embargo, con a visión que había delante de él.
Reece se desplomó sobre sus rodillas, boquiabierto, a punto de caerse al suelo, cuando vio, a pocos metros, a su amor.
Selese.
Reece, con lágrimas en los ojos, miraba asombrado como Selese se adelantaba y se dirigía hacia él. Le tomó de las manos, con su piel suave, sonriéndole suavemente, los ojos le brillaban con amor, tal y como recordaba. Poco a poco, lo ayudó a levantarse.
“¿Selese?” dijo, con miedo a creerlo, su voz apenas por encima de un susurro.
“Soy yo, mi amor”, respondió.
Reece lloró al abrazarla y ella lo abrazó, cada uno de ellos sujetando fuerte al otro. Estaba impresionado de poderla abrazar de nuevo, de que realmente estuviera entre sus brazos. Estaba abrumado por su tacto, por su olor, por la manera en que estaba en sus brazos, tal y como lo recordaba. Era realmente él. Selese.
Incluso más, no lo odiaba. parecía tener el mismo amor por él que la última vez que la había visto.
Reece lloraba, sobrepasado, sin haber tenido nunca en su vida estos sentimientos. Sentía una tremenda culpa por lo que había hecho, al recordarlo todo, de nuevo. Sin embargo, también sentía amor y agradecimiento por tener una segunda oportunidad.
“He pensado en ti cada día desde la última vez que te vi”, dijo.
“Y yo en ti”, dijo Selese.
Reece se echó hacia atrás y la miró, con la mirada fija, y ella estaba más hermosa que la última vez que la había visto.
Reece vio algo encima de su brazo, miró hacia abajo y vio una azucena saliendo de su manga. Él se la quitó, confundido; estaba mojada.
“¿Qué es esto?” preguntó Reece.
“Una azucena, mi amor”, dijo ella en voz baja. “Del Lago de los Lamentos. Del día en que me ahogué. En la tierra de los espíritus, nuestros métodos de muerte cuelgan de nosotros, especialmente si son inflingidos a uno mismo. Nos recuerdan cómo morimos. Si no, a veces es difícil de olvidar”.
Reece sintió una nueva ráfaga de culpa y dolor.
“Lo siento”, dijo. “He pedido tu perdón cada día desde que moriste. Ahora puedo pedírtelo en persona. ¿Me perdonas?”
Selese lo miró durante un buen rato.
“He oído tus palabras, amor mío. Vi la vela que encendiste, que enviaste montaña abajo. he estado contigo. A cada momento, he estado contigo”.
Reece abrazó a Selese, llorando sobre su hombro mientras la sujetaba con fuerza, decidido a no dejarla ir de nuevo jamás, aunque eso significara no poder salir de aquel lugar”.
“Sí”, suspiró, en su oído. “Te perdono. Todavía te quiero. Siempre lo he hecho”.
*
Thorgrin estaba al lado de su mejor amigo Reece, abrumado por la emoción mientras observaba su lacrimoso reencuentro con ella. Se echó atrás con los demás, todos ellos intentándoles dar intimidad. Thor nunca hubiera esperado esto. Solo esperaba demonios y diablos y enemigos; no había previsto seres queridos. Esta tierra, este sitio de los muertos, era muy misterioso para él.
Thor apenas había entendido el concepto cuando, de repente, de uno de los túneles que llevaban al claro, salió otra persona, un hombre al que Thor conocía bien. Andó y se quedó allí, orgulloso, mirando al grupo y el corazón de Thor palpitó con fuerza al ver de quién se trataba.
“Mis hermanos”, dijo el hombre en voz baja, estando allí con una sonrisa, con la espada brillante en su cinturón, justo como Thor lo había visto por última vez. Thor no lo podía creer. aquí estaba él, en persona, el querido miembro de su grupo:
Conval.
Conven de repente dio un grito ahogado y corrió hacia delante.
“”¡Mi hermano!” exclamó.
Los dos hermanos se abrazaron, haciendo un gran ruido metálico, cada uno de ellos apretando la armadura del otro, sin soltarse. Conven lloraba mientras abrazaba al hermano que había perdido hacía tiempo, riendo y llorando a la vez, y Thor vio su cara, por primera vez en lunas, llena de alegría. Conven estaba más eufórico de lo que Thor lo había visto desde que su hermano murió. El viejo Conven, lleno de vida, había vuelto a ellos de nuevo.
Thor, también, dio un paso adelante y abrazó a Conval, su viejo hermano de la Legión, el hombre que había recibido un golpe en lugar de él y le había salvado la vida. reece, Elden, Indra, O’Connor y Matus dieron un paso adelante y lo abrazaron también.
“Sabía que os vería a todos algún día”, dijo Conval. “¿Pero no pensaba que fuera tan pronto!”
Thor apretó el brazo de Conval y lo miró a los ojos.
“Moriste por mí”, dijo Thorgrin. “Nunca lo olvidaré. Estoy en gran deuda contigo”.
“No me debes nada”, dijo Conval. “Observaros ha sido suficiente pago. He estado observándoos a todos. Una y otra vez, habéis actuado con valor. Con honor. Habéis hecho que me sienta orgullosos. Habéis hecho que mi muerte valiese la pena”.
“¿Es verdad?” dijo Conven, examinando a su hermano, agarrándole por el hombro, todavía perplejo. “¿Eres realmente tú?”
Conval asintió.
“Se suponía que no me ibais a ver en muchos años”, dijo Conval. “Pero escogisteis entrar en esta tierra. Es una elección de la cual no os pude detener. Así que, bienvenidos a mi hogar, hermanos míos. Me temo que es un poco húmedo y tenebroso”.
Conven se echó a reír, como hicieron todos los demás y, por primera vez desde que entraron a este lugar, Thor sintió un alivio momentáneo de la tensión que había sentido en cada paso del camino.
Thor estaba a punto de preguntarle más cosas sobe aquel sitio cuando, de repente, salió otro hombre de otro túnel.
Thor apenas podía creérselo. Acercándose a él había un hombre que una vez representó todo su mundo. Un hombre al que había respetado más que a cualquier otro hombre. Un hombre al que estaba seguro que no volvería a ver.
Allí estaba el Rey MacGil.
Con una herida en el pecho donde su hijo lo había apuñalado con una daga, estab allí orgulloso, con una gran sonrisa a través de su larga barba, una sonrisa que Thor recordaba con cariño.
“Mi Rey”, dijo Thor, agachando la cabeza y arrodillándose, igual que los demás.
El Rey McGil negó con la cabeza y se adelantó, cogiendo a Thor por el brazo y ayudándolo a levantarse.
“Levántate”, dijo, con una voz fuerte, aquella voz conocida que Thor recordaba. “Todos vosotros, levantaros. Podéis estar de pie ahora. Ya no soy vuestro Rey. La muerte nos hace a todos iguales”.
Reece corrió hacia delante y abrazó a su padre y el Rey también lo abrazó.
“Hijo mío”, dijo el Rey MacGil. “Tendría que haberte tenido más cerca. Mucho más cerca que a Gareth. Te subestimé por tu edad. Es un error que no volvería a cometer si tuviera la oportunidad”.
El Rey MacGil miró a Thor y le agarró el hombro.
“Nos has hecho sentir orgullosos a todos”, le dijo a Thor. “Nos has concedido el valor a todos nosotros. Por ti, seguimos viviendo. Ahora vivimos a través de ti”.
Thor abrazó al Rey, mientras él también lo abrazaba.
“¿Y mi hijo?” le preguntó Thor, echándose hacia atrás. “¿Está con vosotros Guwayne?”
Thor tenía miedo de hacer la pregunta, temía la respuesta.
MacGil miró hacia abajo.
“Esta no es una pregunta que pueda contestar yo”, dijo. “Debes preguntársela al Rey”.
Thor lo miró, confundido.
“¿Al Rey?” preguntó Thor.
MacGil asintió.
“Todos los caminos llevan a un sitio aquí. Si estáis buscando a alguien aquí, nada pasa por aquí sin pasar por las manos del Rey de los Muertos”.
Thor lo miró extrañado.
“He venido para guiaros”, dijo MacGil. “Un antiguo Rey puede presentar a otro. Si no le gusta vuestra petición, os matará. Podéis dar la vuelta ahora y yo os ayudo a encontrar la salida. O podéis ir hacia delante y encontraros con él. Pero el riesgo es grande”.
Thor miró a los demás y todos lo miraron en acuerdo, con decisión en sus ojos.
“Hemos llegado hasta aquí”, dijo Thor, “y no hay vuelta atrás. Vamos al encuentro del Rey”.
El Rey MacGil asintió, con aprobación en la mirada.
“No esperaba menos”, dijo.
El Rey MacGil se dio la vuelta y ellos lo siguieron por un nuevo túnel, adentrándose más y más en la oscuridad y Thor se preparaba, agarrando fuerte su espada, con la sensación de que el próximo encuentro determinaría su vida en adelante.