Alistair se agarraba con todas sus fuerzas mientras montaba el dragón, cogiéndose a sus escamas resbaladizas, volando nube tras nubemientras rodeaban el Anllo. Ella no comprendía cómo había llegado allí, pero gritaba y se agarraba mientras bajaban en picado, atarvesando las nubes y le ofrecía una vista de pájaro del paisaje.
Alistair miró hacia abajo y, al hacerlo, se horrorizó al ver su tierra, su querido Anillo. No era la tierra que una vez conoció. Estaba ardiendo, todo el Anillo era un incendio, ardiendo más y más arriba, hasta los cielos.
Allí por donde volaba había fuego.
De repente, las llamas desaparecieron.
Cuando Alistair voló más abajo vio, en lugar de llamas, cenizas, escombros y ruinas. El Anillo se había convertido en yermo. Voló por encima de su querida Corte del Rey y no vio ni un solo muro en pie.
Cubrieron más y más paisaje y, mientras lo hacían, Alistair miró hacia abajo y vio millones de tropas, las hombres de Rómulo, marchando sistemáticamente, ocupando el Anillo desde cada esquina. Todas las personas a las que había amado y conocido estaban desaparecidas, muertas. Todo lo que una vez le había sido tan familiar, destruido.
“¡No!” gritó.
El dragón hizo un repentino movimiento brusco y Alistair no pudo agarrarse bien. Se vio a sí misma desplomándose, agitando brazos y piernas por el cielo mientras chillaba, dirigiéndose hacia la tierra chamuscada de ahí abajo.
Alistair se despertó chillando. Se incorporó en la cama, respirando con dificultad, y miró a su alrededor, desorientada.
lentamente, con la primera luz del amanecer, se dio cuenta de que solo había sido un sueño. Estaba allí sentada, sana y salva, en la lujosa cámara de la Reina, en una cama baja, cubierta por finas sedas. A su lado estaba Erec, sano y salvo, pero sobresaltado. También se incorporó.
“¿Qué sucede, mi señora?”
Alistair se sentó en el borde de la cama, con la frente fría y mojada, y movió la cabeza. Había parecido tan real. demasiado real.
“Solo fue un sueño, mi señor”, dijo ella.
Alistair se levantó, se puso su túnica de seda y se dirigió al balcón al aire libre, pasadas las ondeantes cortinas.
estaba allí fuera, respirando la cálida brisa del océano y enseguida se sintió a gusto. Miró fijamente la maravillosa vista, los empinados acantilados, las onduladas colinas, los interminables viñedos, los árboles en flor plantados a lo largo de las empinadas laderas. Olió las flores frescas de los naranjos, fuerte en el aire, y se sintió profundamente cómoda. sentía que nada en el mundo podía ir mal, que este lugar tenía el poder de borrar sus pesadillas. había algo en este lugar, algo en la manera en que el sol chocaba contra el mar, iluminándolo todo con un brillo que hacía que el mundo pareciera glorioso.
Sin embargo, esta vez, por mucho que lo intentara, Alistair no podía sacarse la pesadilla de la cabeza. parecía más que un sueño-parecía un mensaje. Una clarividencia.
Alistair oyó un aleteo, un grito, y miró hacia arriba, sobresaltada y vio a un halcón que descendía desde el cielo. Pudo ver que llevaba un mensaje en sus garras, un pequeño trozo de pergamino enrolladao.
Alistair se puso el guante de plata, atravesó el balcón y extendió la muñeca; el halcón la divisó y se desvió hacia abajo, posándose en su muñeca.
Alistair cogió el mensaje que llevaba atado a sus garras y levantó la muñeca, enviándolo de vuelta. Estaba allí de pie y lo examinaba, con miedo a abrirlo. Tenía un presentimiento y no quería leer cualquiera que fuera el mensaje.
Erec salió al balcón, para estar junto a ella y se puso a su lado.
Alistair le pasó el pergamino.
“¿No quieres abrirlo?” preguntó.
Ella negó con la cabeza. después de la pesadilla, tenía la certeza de que era un mensaje para informarla de la destrucción del Anillo. Su clarividencia ya se lo había mostrado; no le hacía falta leer el mensaje.
Erec lo desenrolló y leyó y ella oyó como soltaba un involuntario grito ahogado.
Se dio la vuelta y lo miró y su expresión le dijo todo lo que necesitaba saber.
“Me temo que son malas noticias, mi señora”, dijo él. “El Anillo ha sido destruido. Los hombres de Rómulo lo ocupan. Todos nuestros hermanos y hermanas han huido. Exiliados. Han atravesado el mar abierto, han huido hacia el Imperio. Es un mensaje de Gwendolyn. Este halcón ha cruzado el océano. Pide ayuda”.
Alistair contempló el paisaje y sintió que la desesperación la embargaba. lo sabía y, sin embargo, todavía le dolía oír las palabras. sabía lo que significaba este mensaje: cambiaría todas sus vidas, para siempre. Tendrían que dejar este lugar de inmediato, por supuesto, e ir tras su pueblo.
“¿Dice algo de Thorgrin?” preguntó ella, pensando inmediatamente en su hermano.
Erec negó con la cabeza.
Alistair miró con anhelo el hermoso paisaje y se sintió rota por dentro por tener que dejarlo. Tenía la sensación de que les esperaba un largo viaje, a través del mar-e incluso peor, Que podrían no reegresar nunca aquí.
Alistair miró hacia abajo en la distancia a todos los preparativos de boda y se imaginó la hermosa ceremoniaque hubieran tenido. Hubiera sido la Reina aquí y hubieran vivido sus vidas en paz y armonía. Hubieran tenido muchos hijos aquí y los hubieran criado en este hermoso lugar. Finalmente, después de una vida de caos y lucha, hubiera tenido paz.
En cambio, estaban a punto de embarcarse en una vida de viajes, batallas, peligro y lucha. Alistair respiró profundamente y movió la cabeza, intentando hacer que todo aquello marchara.
Finalmente se dirigió a Erec, aguantándose las lágrimas y asintió estoicamente.
“Yo ya lo sabía, mi señor”, dijo ella.
“¿Lo sabías?” dijo ella. “¿Pero cómo?”
“Un sueño. Una pesadilla. Más bien una clarividencia”.
“Debemos hacer las preparaciones”, dijo Erec, mirando serio hacia el horizonte, su voz cambiando a la de un comandante en tiempo de guerra. “Debemos ayudarles de inmediato”.
Alistair asintió.
“Sí, debemos hacerlo”.
Él la miró, ablandándose.
“Lo siento”, dijo suavemente, siguiendo su mirada hacia los preparativos de boda. “Nos casaremos en otro momento. En otro lugar”.
Ella asintió, reprimiéndose las lágrimas y le sonrió, mientras él le cogía la mano y se la besaba.
Con esto, se dio la vuelta y se marchó, caminando decidido de buena mañana, hacia la vida que estaban a punto de emprender. Ella observaba como se iba y supo que la vida que una vez había soñado para ella misma se había ido para siempre. Y aquella vida no volvería a ser lo mismo.
*
Alistair emprendió el conocido sensero que tomaba cada mañana, descalza sobre la fría piedra, mientras seguía el recorrido a través de la hermosa arboleda de naranjos, los árboles le proporcionaban el refugio y la intimidad mientras ella se encaminaba desde las tierras reales hasta los estanques reflejantes. Mientras Ere reunía la flota, todavía quedaba una pizca de tiempo antes de recoger las cosas para irse de este lugar-y ella quería que su último recuerdo de aquí fuera bonito. había mirado con deseo los calientes manantiales, escondidos en los altiplanos y deseaba una oportunidad más de remojarse en ellos antes de decir adiós a la isla.
El sol empezaba a calentar mientras salía por las islas y brillaba encima suyo mientras salía del bosque hacia el pequeño altiplano escondido en el límite de un acantilado, escondido por árboles. Se quitó su bata de seda y, desnuda, se deslizó en el pequeño estanque caliente.
Flotaba en las aguas naturales del manantial, flotando en el límite de un acantilado, contemplando, viendo la isla entera desplegada ante ella, los acantilados, el brillante mar azul, el cielo interminable. Los pájaros cantaban por encima de ella, las ramas se movían y hacían ruido, y ella flotaba, deleitándose con cada momento aquí, deleitándose con la paz más profunda que había encontrado en su vida.
Alistair rogaba a Dios que su hermano estuviera a salvo, que todo su pueblo estuviera a salvo. Que llegaran a ellos a tiempo y los rescataran de los problemas en los que estuvieran.
Alistair intentaba conseguir una profunda sensación de paz, flotando aquí, como siempre hacía. pero hoy, con todos los problemas en su mente, simplemente no podía.
Salió de las aguas y se preparaba para vestirse con su bata cuando, de repente, mientras estaba allí encima de la piedra, divisó algo que la hizo pensar dos veces. Vio las anchas y blancas hojas del árbol acillo, colgando al lado del estanque y recordó lo que su suegra le había contado: aquella hoja podía decirte si esperabas un hijo.
Alistair no sabía por qué miraba la hoja ahora, pero algo en su interior la llevaba hacia ella. Solo había pasado una luna desde que estaba con Erec y sabía que las posibilidades de estar embarazada eran remotas. Aún así, quería intentarlo.
El corazón de Alistair latía más rápido mientras se acercaba a él, arrancaba una gran hoja blanca, la sujetaba en alto y la colocaba sobre su pecho, tal y como sus suegra le había indicado. Colocó una mano sobre ella y la mantuvo allí durante diez segundos, la hoja fría sobre su piel. Finalmente, la retiró y la alzó a la luz. Si estaba embarazada, se suponía que se volvería amarilla.
El corazón de Alistair se encogió al ver que todavía era totalmente blanca.
Ella sabía que era una tontería intentarlo, tan pronto, sin embargo empezaba a preocuparse: ¿podría tener un hijo alguna vez? No había nada que codiciara más para acercarla más a Erec.
Alistair dejó la hoja en la piedra y se vistó rápidamente, echándose el pelo hacia atrás, recogiéndoselo, y dándose la vuelta para irse. Mientras lo hacía, y se disponía a entrar en el sendero del bosque, echó un vistazo hacia atrás por última vez y miró la hoja.
La miró dos veces.
Posada encima de la piedra, observó incrédula cómo la hoja cambiaba lentament de color delante de sus ojos.
Se dirigió hacia ella y la alzó a la luz con las manos temblorosas. Mientras lo hacía, todo su cuerpo se heló, paralizado por impresión.
Esperaba un hijo.