Gwen, tumbada contra la pared de la cueva cerca de su entrada, oía a los exóticos pájaros piando, y abrió los ojos para observar el amanecer de otro día más aquí en el Imperio. Había estado despierta la mayor parte de la noche, todavía incapaz de dormir, mirando fijamente durante la mayor parte de la noche a las llamas de un fuego que se consumía, acosada por el dolor. Otro día en esta tierra sin Thorgrin. Sin Guwayne.
Gwen observaba otro día aquí en este Imperio, el árido paisaje del desierto se extendía allá abajo y apenas podía creer que una luna entera había pasado. Y todavía sin señales de Thorgrin, de Guwayne. Cada día se había despertado esperando que llegaran aquí, sabiendo de todo corazón que lo harían. Después de todo, ¿cómo no iba a ser así? Thorgrin era su marido. Guwayne su hijo. No había manera que pudieran estar lejos de ella durante mucho tiempo. Todo era solo una larga pesadilla esperando llegar a su fin.
Y aún así cada día había despertado y ellos no habían llegado nunca y las noticias no habían llegado. Ahora que había pasado un ciclo entero de luna, la realidad de todo estaba empezando a hacer mella. Finalmente Gwen estaba empezando a darse cuenta de que podían no volver a ella nunca.
Darse cuenta de esto la hacía sentir hundida, vacía, más baja de moral de lo que jamás había estado en toda su vida. Quizás aquel vidente había estado en lo cierto: quizás Thorgrin realmente había ido hacia la tierra de los muertos. Y quizás su bebé no regresaría nunca.
Gwen había intentado desesperadamente despertar a Argon durante el pasado ciclo de luna y, las pocas veces que lo había conseguido, había hablado débilmente, apenas consciente, y había sido incapaz de dar alguna revelación sobre su paradero. Todo parecía cada vez más un presentimiento para ella.
Gwen había estado sentada dentro de la cueva día tras día, deprimida, congelada por la inmovilidad, con indecisión. Ella era una Reina, lo sabía, pero ahora se encontraba incapaz de tomar decisiones incluso acerca de las cosas más pequeñas. Cada día, Kendrick y Aberthol y Steffen y Godfrey habían venido hasta ella con la miríada de pequeñas cosas que su gente en el exilio necesitaba y había sido incapaz de tomar incluso la más pequeña decisión. Ella era una Reina, lo sabía, congelada por el dolor. Congelada en la depresión.
Gwen miraba a su alrededor y vio gente tumbada por todas partes, salpicados por las ascuas, la mayoría dormidos, y los pocos que estaban despiertos, mirando fijamente a las llamas desesperanzados. La mayoría tenían botas de vino en sus manos, vacías de otra larga noche bebiendo. Podía ver en sus ojos qué estaban pensando. Estaban pensando en su hogar. En el Anillo. Posiblemente en la familia o los amigos perdidos o asesinados en el camino. Estaban pensando en cuánto habían dejado, cuánto habían perdido. En cómo todos ellos estaban viviendo como topos aquí, escondidos, consumiéndose en esta cueva, realmente no viviendo para nada.
Gwen sabía que era mejor que la alternativa: ser capturados por el Imperio y tomados como esclavos. Por lo menos estaban vivos, y seguros.
Gwen dio un puntapié a las ascuas con sus botas y observó las chispas. No podía imaginar que su vida sa había convertido en esto. Parecía que era ayer cuando estaba en la Corte del Rey, en el castillo más hermoso, en el paisaje más abundante, preparándose para su boda con su fiel marido. Con su bebé en brazos. Todo había sido perfecto en el universo y ella no lo había valorado. Todo había parecido indestructible.
Ahora aquí estaba, separada de su marido y de su hijo, noche tras noche mirando fijamente a las llamas en una tierra perdida.
Gwen despertó de esto al oír un grito repentino, el sonido de una mujer llorando, seguido de unos pasos rápidos que venían de dentro de las profundidades de la enorme cueva. Gwen se dio la vuelta y miró hacia el interior de la cueva, y de repente apareció, en la luz de antes del amanecer, una chica, quizás de la edad de Gwen, caminando torpemente hacia ella, medio vestida, con la camisa rasgada. Tenía una mirada furiosa y estaba llorando mientras corría hacia Gwen y se echaba a sus pies, agarrando sus tobillos histérica.
“¡Mi señora!” exclamó.”¡Por favor, debe hacer algo! ¡Debe ayudarme!”
Gwendolyn la miró fijamente, absorta, preguntándose qué había llevado a aquella chica a aquel estado.
La chica sollozaba, y Gwen la consoló colocándole la mano encima de su hombro.
“Cuéntame qué ha pasado”, dijo, con la voz compasiva, regia. En ella había una fuerza que no había oído en un tiempo. Preocuparse por otra persona le hacía olvidar sus propios problemas.
“¡Me abordó!, mi señora!” gritó la chica. “Vino hacia mí en la cueva. En la oscuridad de la noche. Mientras estaba durmiendo. ¡Me atacó!”
Ella lloraba.
“¡Debe hacerse justicia!” gritó. “¡Tanto si estamos en el Anillo como si no, debe hacerse justicia!”
Lloraba a los pies de Gwen y Kendrick, Godfrey, Brandt, Atme, Aberthol y varios más despertaron, acercándose, haciendo crujir la grava.
Gwendolyn miró a la chica, la levantó y la abrazó, con el corazón roto. Gwen no podía evitar sentir que, de alguna manera, era culpa suya. Su gente se había vuelto demasiado nerviosa en esta cueva, con nada que hacer que no fuera sentarse día tras día en la oscuridad, bebiendo. El orden empezaba a romperse, el caos empezaba a gobernar. Gwendolyn se odiaba a sí misma por el sufrimiento de esta chica.
“¿Su nombre?” pidió Gwen. “¿Cómo se llama?” preguntó, recordando su propio ataque a manos de los McCloud y sintiendo una nueva indignación creciendo en su interior.
“Fue Baylor, mi señora”, dijo ella.
Baylor. El nombre le tocó una vena a Gwendolyn. Baylor era uno de los supervivientes del Anillo, un capitán menor en una de las guardas del Rey, que había sobrevivido, desgraciadamente, con los otros aquí en el exilio. Había sido un agitador desde el principio, constantemente expresando su descontento con el mandato de la Reina, perpetuamente borracho e instigando a los demás. Debía haber sabido que el problema provenía de él.
Gwendolyn cogió la cara de la chica con su mano e hizo que la mirara a los ojos.
“Te prometo que se hará justicia. ¿Me oyes? La justicia será tuya”.
La chica finalmente empezó a calmarse, asintiendo entre lágrimas.
Gwendolyn observó y vio que Kendrick asentía, entendiéndola. A su otro lado estaba Godfrey, borracho, tambaleándose, pero de pie a su lado en solidaridad.
Entonces vino un repentino ruido de pisadas del otro lado de la cueva, seguido de un murmullo bajo y caótico y Gwendolyn, junto a los demás, miraba hacia la oscuridad de la cueva, escasamente iluminada por hogueras esporádicas. Las pisadas se oían más fuertes y finalmente divisó a Baylor dirigiéndose hacia ella, liderando una ingobernable multitud de hombres. Estaba claramente borracho, desaseado, sin afeitar, un hombre corpulento de unos cincuenta años, con una barba salvaje, una cabeza calva y ojos ceñudos.
A Gwendolyn no le preocupaba él; lo que le preocupaba eran los centenares de hombres que venían detrás de él, todos con una mirada salvaje, marcada en sus rostros.
“¡No lo toleraremos ni un día más!” exclamó Baylor, seguido de un griterío detrás de él. Todos ellos marchaban amenazantes hacia la entrada de la cueva, hacia Gwendolyn y, mientras lo hacían, alrededor de Gwendolyn su fiel círculo se levantó, incluyendo a Brandt y a Atme, y se pusieron de pie a su lado.
Gwen se mantenía firme, impidiéndoles el paso, sabiendo que no podía dejarlos ir. Baylor se detuvo a unos tres metros de ella, mirándola fijamente.
Gwendolyn echó un vistazo y vio a Kendrick, Steffen y los demás a su lado y se sintió segura con su presencia. A sus pies, miró hacia abajo y vio a Krohn a su lado, con el pelo erizado mientras se encaraba a la multitud.
“¡Fuera de mi camino, chica!” Baylor gritó a Gwendolyn.
Gwendolyn negó ligeramente con la cabeza, manteniéndose en su sitio, sin intención de ceder.
Krohn gruñía al hombre y el hombre miraba hacia abajo, nervioso.
“¿Y dónde tienes pensado ir con estos hombres?” preguntó ella.
“¡Pensamos ir fuera, a la luz del día, para vivir como hombres libres, no como refugiados escondidos en una cueva!”
Hubo otro gran griterío detrás de él y Gwen entendió que se estaba enfrentando a una revolución con pleno derecho. Se dio cuenta de que se había permitido abandonar durante demasiado tiempo, ahogarse en sus propias penas, y que no había sido lo suficientemente perspicaz con todo lo que había estado sucediendo a su alrededor. Había permitido que su gente estuviera intranquila durante demasiado tiempo y el desasosiego es una cosa muy peligrosa.
Gwen se culpaba a sí misma. Este último ciclo de luna, mientras se recuperaban, se había convertido en un día tras día de indecisión, de falta de dirección.
“¿Y a dónde iríais?” preguntó Gwen con calma.
“¡Donde sea, menos aquí!”
Otra aclamación.
“¡No viviremos como cautivos o esclavos!” dijo otro grito, seguido de una aclamación.
“¡Saldremos y compraremos barcos y navegaremos de vuelta a casa!” exclamó Baylor, seguido de otro griterío.
Gwendolyn negó con la cabeza, viendo lo equivocados que estaban.
“Si salís de esta cueva a la luz del día”, dijo, “no solo os encontrarán y os matarán sino que nos matarán a todos nosotros, también. Incluso si por algún milagro llegaráis a la orilla y compraráis un barco, os matarían anted de que pudieráis embarcar. Nunca podríais dejar el puerto”.
“¡Apesta a muerte y putrefacción aquí!” exclamó Baylor.
La multitud hizo una aclamación.
Baylor se adelantó, pero Gwen hizo un paso a un lado y le bloqueó el camino.
“Lo siento”, dijo, “pero no vais a salir de esta cueva”. Levantó la voz y, por primera vez en semanas, adoptó un tono de Reina: “Ninguno de vosotros lo hará”.
Kendrick, Steffen, Brandt, Atme y Godfrey desenvainaron todos sus espadas a su lado, y se hizo un tenso silencio en el grupo.
“No voy a repetirte que te apartes de mi camino, mujer”, dijo furioso Baylor, mirando con desprecio a Gwendolyn.
“Harás lo que la Reina te ordene”, dijo Kendrick, dando un paso adelante, “sea lo que sea dicha orden”.
“¡No nos ha ordenado nada!” exclamó Baylor con fuerza. “¡Ella está allí sentada, congelada, día tras día, mientras todos nosotros nos pudrimos!”
Hubo otra aclamación.
“¡Ya no es nuestra Reina!” continuó Baylor.
Otra aclamación.
“¡Tú deberías haber sido el Rey, como tu padre!” gritó Baylor a Kendrick. “Pero te hiciste a un lado y dejaste que una chica te lo quitara. Ahora es demasiado tarde para ti. Ahora yo dirijo a este grupo, y os estoy diciendo que os apartéis, ¡o os mataré, también!”
Hubo otra aclamación y Baylor empezó a andar hacia adelante, dispuesto a apartar a Gwen de su camino.
Krohn gruñó y Gwen pudo ver cómo se lanzaba a morder al hombre.
Pero Gwendolyn reaccionó primero; quería matar al hombre ella misma.
Gwen giró su muñeca, agarró la larga espada de la segunda vaina de Kendrick y la desenvainó. En el mismo movimiento, dio un paso adelante y colocó la punta en la garganta de Baylor.
En la cueva se hizo un silencio sepulcral mientras estaban allí, Gwen apuntando con la espada a la garganta de Baylor y él mirándola, nervioso.
“No vais a ir a ningún lugar”, dijo Gwendolyn con firmeza.
La cueva estaba tan tensa como siempre y Gwen sentía que todos los ojos la estaban mirando.
“No vais a ir a ningún lugar”, añadió, “porque yo soy vuestra Reina y os lo ordeno. Estos a los que intentas dirigir son mi pueblo. Me toca dirigirlos a mí, no a ti. No saldréis de esta cueva. No irás a ningún lugar antes de responder por tus crímenes”.
“¿Qué crímenes?” exclamó Baylor.
“Has atacado a esta chica”, dijo Gwen, girando la cabeza hacia la chica que todavía estaba llorando a sus pies.
Baylor frunció el ceño.
“Cogeré a cualquiera que elija”, dijo él. “Incluso podría tomarte a ti. Ahora, baja esta espada y sal de mi camino, chica, o muere aquí con todos tus hombres”.
“Sí, soy una chica”, dijo Gwen con firmeza, con voz de acero. “Y mi padre fue Rey y su padre antes que él. Vengo de una gran línea de guerreros y te aseguro que mi sangre es la misma que la suya. Tú, en cambio, eres una sabandija y un violador. Te detendré porque soy tu Reina y se hará justicia de mi mano”.
Gwndolyn se echó hacia atrás y, en un movimiento rápido, clavó la espada en el corazón de Baylor.
Sus ojos salieron de sus cuencos y, de repente, cayó de rodillas delante de ella, cayendo primero de cara al suelo. Al hacerlo, Krohn saltó sobre él, gruñendo y le abrió la garganta de cuajo.
Gwendolyn estaba allí, sosteniendo la espada sangrienta, sintiéndose sorprendida. Aunque también, por primera vez en semanas, se sentía otra vez como una Reina.
“Cualquiera que pase de donde yo estoy será asesinado aquí mismo. Os quedaréis dentro porque yo lo ordeno. Porque yo soy vuestra Reina”.
La multitud la miró, aturdida, sin saber qué hacer.
Poco a poco, uno a uno, se dieron la vuelta y empezaron a filtrarse de vuelta a la cueva. Gwen estaba allí, sosteniendo la espada delante de ella. Por dentro, estaba temblando, pero se negaba a mostrarlo.
Steffen, sosteniendo su espada, se acercó a su lado.
“Me alegro de ver que mi Reina ha vuelto, mi señora”, dijo.
Gwen los miró a todos, a todos aquellos de su círculo más cercano -Kendrick, Brandt, Atme, Godfrey, Aberthol y el resto- y pudo ver un nuevo respeto en sus miradas. Y algo más: alivio.
Los miró a todos, llena de una nueva decisión. Estaba decidida a irse, por el bien de todos. Era momento de recoger los trozos. Era momento de dejar atrás sus penas. Era momento de dirigir.
“Tienen razón en una cosa”, dijo Gwen. “Es momento de tomar una decisión. Es momento de reanudar el viaje”.
Todos la miraron expectantes en silencio, todos, pudo ver ella, esperando a que los dirigieran.
“Mañana”, dijo ella, “marchamos. Vivir o morir, es hora de continuar. De encontrar un nuevo hogar. Un hogar de verdad. Vivir o morir”, dijo ella, mirándolos a todos a los ojos, “vamos a encontrar el Segundo Anillo”.