CAPÍTULO VEINTICUATRO

 

Gwendolyn estaba en la entrada de la cueva, observando como se ponía el sol, preparándose. A su alrededor, los hombres empaquetaban las pocas posesiones que tenían y se preparaban para dejar este lugar, para empezar una larga caminata a través del Gran Desierto, en búsqueda del Segundo Anillo.

Gwen entendió que era el momento de buscar un nuevo hogar, un hogar permanente. Su gente lo necesitaba y lo merecían. Puede que todos murieran en el intento, pero al menos morirían de pie, esforzándose por algo más grande-no ocultados aquí en una cueva, acobardados, esperando a morir. Le había llevado un ciclo entero de luna darse cuenta de esto, deshacerse de la depresión de echar de menos a Guwayne y a Thor. Aquella depresión todavía colgaba de ella, sin embargo ahora, Gwen era capaz de sobrellevarla, no permitiendo que le impidiera funcionar en el mundo. Después de todo, rendirse ante su depresión n cambiaría su circunstancia, tan solo empeoraría su vida.

por supuesto, Gwen sentía una profunda sensación de dolor y pérdida al aceptar el hecho de que Tjorgrin y Guwayne podrían no volver nunca a ella. Sentía que le quedaba poco por lo que vivir. Pero pensaba en su padre, y en su padre antes de él-una larga línea de reyes que habían visto grandes calamidades y que habían dipositado su fe en ella-y ella sacaba fuerzas de su ejemplo. Se obligaba a ser fuerte, a concentrarse en lo que tenía entre manos. Tenía un pueblo al que dirigir. Lo tenía que llevar a buen recaudo.

“¿Mi señora?” dijo una voz insistente.

Gwendolyn se giró y se sorprendió al ver a uno de los aldeanos allí de pie en la entrada de la cueva, sin respiración, mirándola seriamente.

“¿Por qué has venido a plena luz del día?” preguntó Gwendolyn, sobresaltada.

“Tenemos un asunto urgente”, dijo él deprisa. “Se os requiere en la reunión de nuestra aldea, inmediatamente. A todos vosotros”.

Kendrick y Godfrey se acercaron a su lado, parecían tan confundidos como ella.

“¿Por qué querríais a nuestro pueblo en vuestra reunión?” preguntó ella. “¿especialmente durante el día?”

El mensajero, todavía resuperando la respiración, asintió con la cabeza.

“Es un asunto que nos afecta a todos, mi señora. Antes de partir, por favor, venid”.

Se dio la vuelta y se fue corriendo y gwen observaba cómo se iba profundamente confundida.

“¿Qué pueden querer?” preguntó ella. “Nos suplicaron que nunca nos dejáramos ver antes de que oscureciera”.

“Quizás no quieren que nos vayamos”, dijo Godfrey.

Gwen miró lejos en la distancia, observando al mensajero corriendo de vuelta a su aldea negó lentamente con la cabeza.

“No”, dijo. “Me temo algo mucho peor”.

 

*

 

Godfrey caminaba con Gwendolyn y Kendrick y el largo contingente de miembros del Anillo mientras iban saliendo todos de la cueva y caminaban con cuidado montaña abajo, agarrándose a la ladera de la montaña para no resbalar y ser vistos. Mientras se acercaban a la aldea, divisaron centenares de aldeanos amontonados alrededor del centro de la aldea y pudo sentir el caos desde aquí. Todos tenían una mirada perturbada y tuvo la sensación de que algo horrible había sucedido.

Al entrar a la aldea, Godfrey vio al chico en el centro de la multitud, el hermano de Sandara, al que llamaban Darius; a su lado había una chica que parecía ser su chica -le llamaban Loti. Estaban frente a los mayores de la aldea y la chica parecía muy turbada. Godfrey se preguntaba qué había pasado.

Godfrey se unió a Gwen y a los demás mientras se acercaban al centro en silencio.

“¿Pero por qué lo mataste?” dijo una voz, llevada por el pánico, condenando. Godfrey se giró y vio a una mujer que podría ser la madre de Loti, al lado de los mayores, gritándole. “¿No has aprendido nada? ¿Cómo puedes haber sido tan estúpida?”

“No me lo pensé”, dijo Loti. “Simplemente reaccioné. Estaban azotando a mi hermano”.

“¿¡Y qué!?” Bokbu, el más anciano de la aldea, le fritó. “A todos nosotros nos azotan, cada día. pero nadie es tan estúpido como para volverse, y mucho menos matarlos. Has traído la muerte sobre nosotros. Sobre cada uno de nosotros”.

“¿Y qué me decís del Imperio?” exclamó Darius, al lado de ella, defendiéndola. “¿No han roto las normas también?”

El aldeano, en silencio, lo miró.

“Ellos tienen el poder”, dijo uno de los mayores. “Ellos hacen las noras”.

“¿Y por qué deberían tener ellos el poder?” dijo Darius. “¿Solo porque tienen más hombres?”

Bokbu asintió con la cabeza.

“Lo que has hecho hoy, Loti, ha sido estúpido. Muy, muy estúpido. Te dejaste llevar por la pasión y fue imprudente. Cambiará el curso de nuestra aldea para siempre. Pronto vendrán aquí. Y no solo con un hombre, con cien hombres, quizás mil. Vendrán con armaduras y armas y nos matarán a todos”.

“Lo siento”, dijo Loti, fuerte, enérgicamente, para que todo el mundo la oyera, “pero no me arrepiento. Lo haría de nuevo por mi hermano”.

La multitud jadeaba escandalizada y el padre de Loti se adelantó y le dio una bofetada en la cara.

“Siento haberte tenido”, dijo, mirándola mal.

Su padre levantó la mano para golpearla de nuevo. pero esta vez, Darius corrió hacia adelantele cogió por la muñeca en el aire y la aguantó.

El padre de Loti miró a Darius, una mirada de perplejidad y rabia en su cara, mientras Darius clavaba los ojos en él.

“No le pongas la mano encima”, amenazó Darius.

“Tú, pequeño bastardo”, respondió su padre. “Te pueden colgar por esto. No faltes al respeto a los mayores”.

“Entonces, colgadme”, replicó Darius.

El padre de Loti lo mraba con rabia fijamente, finalmente se echó hacia atrás cuando Darius lo soltó.

Loti se acercó y en silencio cogió la mano de Darius y godfrey vio como él la sujetaba, apretándola, consolándola, haciéndole saber que estaba allí por ella.

“Todo esto es inconsecuente ahora”, dijo Bokbu, mientras la gente quedaba en silencio. “Lo que importa ahora es qué se puede hacer”.

Toda la aldea se miraban los unos a los otros en el grueso silencio y Godfrey los miraba a todos, perplejo por lo que había pasado. Claramente, esto lo cambiaba todo; ciertamente entorpecería el tiempo para que Gwen y su pueblo se marcharan. Sin embargo, quedarse aquí sería un suicidio.

“¡Entregad a la chica!” exclamó un aldeano.

Entonces vino una apagada ovación de aprobación por parte de algunos aldeanos.

“¡Llévala hasta Volusia y entrégala!” añadió el hombre. “¡Quizás la aceptarán como una ofrenda y no se dejarán vivir a nosotros!”

Entonces se oyeron unos cuantos gruñidos de aprobación por parte de algunos aldeanos-pero no de otros.

Claramente, estaban divididos.

“¡No la tocaréis!” gritó Loc, el hermano de Loti. “No sin pasar por encima de mi cadáver!”

“¡O del mío!” exclamó Darius.

Los aldeanos rieron con mofa.

“¿¡Y qué van a hacer un cojo y un chico de pelo largo para detenernos?!”

Entonces hubo una risa de mofa de entre una esquina de la multitud y Godfreyagarró fuerte la empuñadura de su espada, preguntándose si estaba a punto de estallar una lucha.

“¡Ya es suficiente!” exclamó Bokbu. “¿No veis lo que el Imperio nos ha hecho? ¡Luchamos entre nosotros cuando tendríamos que estar luchando con ellos! Nos hemos vuelto verdaderamente como ellos”.

La multitud quedó en silencio, mientras los aldeanos agachaban sus cabezas, humillados.

“¡No!” continuó Bokbu. “Prepararemos nuestra defensa. Moriremos de todas maneras, por lo tanto moriremos luchando. Tomaremos posiciones y los atacaremos cuando lleguen”.

“¿Con qué?” exclamó otro de los mayores. “¿Con nuestras espadas de madera?”

“Tenemos lanzas”, contestó Bokbu, “y sus puntas están afiladas”.

“Y ellos vendrán con acero y armaduras”, contestó el anciano. “¿Qué harán entonces nuestras lanzas de madera?”

“¡No debemos luchar!” exclamó otro anciano. “Debemos esperar su llegada y suplicar su clemencia. Quizás serán indulgentes. Después de todo, nos necesitan para trabajar”.

Todos los aldeanos se enzarzaron en una agitada pelea, seguida del caos mientras los hombres y las mujeres se gritaban entre ellos. Godfrey se encontraba allí, perplejo, preguntándose cómo todo aquello podía haberse desmoronado.

Mientras Godfrey observaba, sentía algo que se removía en su interior, algo que no podía contener. Se le ocurrió de repente una idea y, toda su vida, siempre que había tenido una idea, no se había podido contener. Había tenido que soltarla y, ahora, sentía que esta hervía dentro de él. No podía quedarse en silencio, aunque lo intentara.

Godfrey se vio a sí mismo dirigiéndose al centro de la aldea, incapaz de controlarse. Se colocó en el grueso de la multitud, saltó encima de una piedra alta, agitó las manos y exclamó:

“¡Esperad un minuto!” resonó su voz, una voz profunda y fuerte, que salía de su gran barriga, sonando, extrañamente, como la voz de su padre, el rey.

Todos los aldeanos se quedaron callados, sorprendidos de verlo allí, con su gran barriga, un hombre de piel blanca pidiendo atención. Gwendolyn y los demás parecían aún más sorprendidos por su aparición. Estaba claro que no era un guerrero y, aún así, de alguna manera, reclamaba atención.

“¡Yo tengo otr idea!” gritó Godfrey.

Poco a poco todos lo miraron, clavándole los ojos.

“Desde mi experiencia, cualquier hombre se puede comprar, por un precio suficientemente alto. Y los ejércitos se componen de hombres”.

Todos lo miraron, sorprendidos.

“El oro habla todos los idiomas, en todos los países”, dijo Godfrey. “Y yo tengo mucho. Suficiente para comprar un ejército”.

Bokbu dio un paso haia adelante, dirigiéndose a Godfrey.

“¿Y qué propones exactamente? ¿Qué les entreguemos sacos de oro a los soldados del Imperio? ¿Crees que nos los enviarán? Volusia es una de las ciudades más ricas del Imperio”.

Godfrey negó con la cabeza.

“No esperaré a que su ejército venga”, dijo él. “Así no es como se compra a los hombres. Yo iré a la ciudad. Iré yo mismo y llevaré suficiente oro para comprar a quién se tenga que comprar. He conquistado hombres sin levantar una lanza y puedo hacerles retroceder incluso antes de que vengan”.

Todos miraron fijamente a Godfrey, sin habla. Él estaba allí, temblando, sorprendiéndose a sí mismo por haber hablado en voz alta de aquella manera. No sabía qué se había apoderado de él; posiblemente era la injusticia de todo aquello, posiblemente ver a aquella chica valiente llorando. Había hablado incluso antes de pensar y se sorprendió al notar una palmada en su espalda.

Un aldeano andó hacia delante y le dio una mirada de aprobación.

“Eres un hombre blanco de más allá de los mares”, dijo. “Hacéis las cosas de forma distinta a nosotros. Y aún así tienes una idea. Una idea atrevida y valiente. Si quieres entrar en la ciudad y llevar tus monedas amarillas, nosotros no te detendremos. Quizás nos salves a todos”.

Todos los aldeanos de repente soltaron un suave ruido de arrullo y extendieron sus manos vacías hacia Godfrey.

“¿Qué es ese ruido?” preguntó Godfrey. “¿Qué están haciendo con las manos?”

“Es el saludo de nuestro pueblo”, explicó Bokbu. “Es el sonido de admiración. Un sonido reservado para los héroes”.

Godfrey sintió otra palmada en la espalda, y otra, y pronto la reunión de la aldea se disipó, cada hombre siguió su camino, acabada su pelea con la interrupción de Godfrey. Al menos las tensiones se habían enfriado, pensó Godfrey, y seguramente los aldeanos se reencontrarían para hablar de estrategia en otro sentido.

Mientras observaba como se marchaban todos, Godfrey estaba allí, con una sensación surreal sobre él, preguntándose qué acababa de hacer. ¿Se acababa de comprometer de verdad a aventurarse solo a una ciudad hostil en un Imperio hostil para sobornar a gente que no conocía? ¿Era un acto de valentía? ¿ O absoluta estupidez?

Godfrey levantó los ojos y vio a Akorth y Fulton acrecándose, ayudándole a bajar de la piedra.

Asintieron con la cabeza, sonriendo.

“Y todo esto sin beber”, dijo Akorth. “Estás cambiando, amigo mío”.

“Supongo que querrás algunos compañeros de viaje”, dijo Fulton, “alguien con quién compartir algunas de aquellas monedas amarillas de las que hablas. Supongo que podemos ir contigo. No tenemos nada más que hacer, casi no nos queda bebida y estoy harto de estar en aquella cueva”.

“Por no hablar de los prostíbulos que puede que encontremos”, dijo Fulton guiñando un ojo. “He oido que Volusia es un sitio bastante suntuoso”.

Godfrey miró fijamente, boquiabierto, sin saber qué decir, y antes de que pudiera responder Merek, el jefe de las mazmorras que se había unido a la Legión, se acercó a su lado.

“Por cualquier dirección que vayas”, dijo él, “querrás entrar a los pasillos traseros. Necesitarás un buen ladrón a tu lado. Un hombre tan poco escrupuloso como tú. Yo soy ese hombre”.

Godfrey le echó un vistazo: casi de su edad, Godfrey pudo ver astucia y crueldad en sus ojos, podía ver a un chico que había hecho todo lo que fuera necesario para labrarse su camino en la vida. Era el tipo de persona que quería a su alrededor.

“Necesitarás a alguien que conozca bien el Imperio”, dijo una voz.

Godfrey se dio la vuelta y vio a Ario, el chico pequeño que se había unido a la Legión, que había viajado solo por el mar desde las selvas del Imperio, después de salvar a Thorgrin y a los demás, para mantener su promesa.

“Yo he estado en Volusia antes”, dijo el chico. “Yo soy del Imperio después de todo, La tuya es una misión valiente y yo admiro a los valientes. Vendré contigo. Te seguiré hasta la batalla”.

“¿Batalla?” dijo Godfrey, abrumado por la angustia cuando empezaba a ser consciente de la realidad.

“Muy bien, jovencito”, dijo Akorth, “pero aquí no habrá ninguna batalla. Los hombres mueren en la batalla. Y no tenemos pensado morir. Esto no será una batalla. Será una expedición a la ciudad. Una oportunidad para comprar cerveza, algunas mujeres y pagar a las personas adecuadas el precio adecuado y volver a casa como héroes inverosímiles. ¿Verdad, Godfrey?”

Godfrey lo miró fijamente como si no lo comprendiera, y asintió a continuación. ¿Eso era de lo que se trataba? Ya ni siquiera lo sabía. Lo único que sabía es que había abierto su bocaza y ahora estaba comprometido. ¿Por qué era que cuando había problemas esta vena le vencía, esta vena de su padre? ¿Era caballerosidad? ¿O impetuosidad?

Godfrey alzó la vista y vio a su hermana Gwendolyn y a su hermano Kendrick acercarse. Se acercaron a él y lo miraron seriamente.

“Nuestro padre estaría orgulloso”, dijo Kendrick. “Nosotros estamos orgullosos. Fue un ofrecimiento valiente”.

“Te has ganado la amistad de este pueblo”, dijo Gwendolyn. Ahora cuentan contigo. Están confiando en ti. La confianza es una cosa sagrada. No les decepciones”.

Godfrey los miró y asintió, sin confianza para hablar y sin saber qué más decir.

“El tuyo es un plan sabio y estúpido a la vez. Solo tú podrías ser capaz de llevarlo a cabo. Paga a las personas adecuadas y escoge bien a tu gente”.

Gwen dio un paso adelante y lo abrazó, después se echó hacia atrás y lo miró, con los ojos llenos de preocupación.

“Cuídate, hermano mío”, dijo ella en voz baja.

De esta manera, ella y Kendrick se dieron la vuelta y se marcharon. Mientras tanto, Illepra se acercó, con una sonrisa en la cara.

“Ya no eres un chico”, dijo. “En este día, eres un hombre. Este fue un acto propio de un hombre. Cuando la gente confía en ti, es cuando te conviertes en un hombre. Ahora eres un héroe. Te suceda lo que te suceda, eres un héroe”.

“No soy un héroe”, dijo Godfrey. “Un héroe no tiene miedo. No se asusta por nada. Un héroe toma decisiones calculadas. Sin embargo, la mía fue precipitada. No la pensé bien. Y estoy más asustado de lo que jamás he estado”.

Illepra asintió con la cabeza y le puso una mano en la mejilla.

“Así es como se sienten los héroes”, dijo ella. “Un héroe no nace. Un héroe se hace-a partir de una difícil decisión en un momento dado. Es una evolución. Y tú, mi amor, has evolucionado. Te estás convirtiendo en uno”.

Ella se inclinó y lo besó.

“Me retracto de todas las cosas que dije”, añadió. “Vuelve conmigo. Te quiero”.

Se volvieron a besar y, por un breve instante, Godfrey se perdió en aquel beso, sintió como todas sus miedos se fundían. Miró a sus ojos sonrientes mientras ella se retiraba y se marchaba y él se quedaba allí, totalmente solo, preguntándose: ¿qué he hecho?