Guwayne miraba hacia arriba al cielo mientras volaba por el aire, a través de las nubes, sintiendo cómo lo agarraban las suaves garras de un dragón bebé, un bebé como él mismo. El chillido del dragón de alguna manera consolaba a Guwayne, como lo había hecho durant días. Sentía que podía volar así para siempre.
Guwayne habá perdido toda noción del tiempo y el espacio, su mundo entero era este dragón, miró hacia arriba, hacia su barriga, su barbilla, sus mandíbulas, mesmerizada por sus alas batiendo, por el modo en que sus escamas reluciendo a la luz. Sentía que podía elevarse con él para siempre, a donde fuera que lo llevara.
Guwayne sintió que el dragón descendía gradualmente, más y más abajo, por primer vez desde que lo había elevado por los aires. Mientras giraban ligeramente, Guwayne vio el interminable océano desplegándose allá abajo.
El dragón volaba más y más bajo, a través de las nubes, y por primera vez desde que partieron, Guwayne vio tierra: una pequeña isla circular y solitaria, rodeada de nada tan lejos como la vista alcanzaba. La isla se levantaba en el océano, hacia arriba, alta y vertical, rodeada de alcantilados erguidos, como un géiser saliendo disparado desde el mar. En su cima había una amplia esplanada de tierra, hacia la que descendieron.
El dragón chillaba mientras bajabn más y más y entonces, finalmente, fue más despacio, batiendo sus alas mientras reducían su velocidad.
Cuando el dragón estaba cerca de detenerse, Guwayne miró hacia abajo y gritó al ver la cara de un extraño, un hombre solitario allí de pie, con ropajes de un amarillo brillante, una larga barba amarilla, que sujetaba un reluciente bastón de oro, con un diamante brillando en el centro. Guwayne no gritaba de miedo, sino de amor. Solo viendo al hombre, ya se sentía confortado.
El dragón se detuvo, batiendo sus alas, extendiéndolas, mientras el hombre se acercaba y el dragón le colocaba a Guwayne con cautela en sus brazos.
El hombre cogió a Guwayne dulcemente en sus brazos, envolviéndolo con su túnica y, lentamente, Guwayne dejó de llorar. Se sentía seguro en brazos de este hombre, sentía que irradiaba un tremendo poder y sentía que era más que solo un hombre. El hombre tenía unos ojos rojos brillantes y estaba de pie erguido y levantó su bastón hacia los cielos.
Cuando lo hizo, el mundo tronó.
El hombre misterioso cogía a Guwayne con fuerza y, mientras Guwayne lo miraba a los ojos, tuvo la sensación de que estaría aquí durante un tiempo muy, muy largo.