CAPÍTULO TREINTA Y UNO

 

Darius estaba sentado junto a la hoguera al amanecer, encorvado, con la espalda en carne viva, escociéndole, un dolor peor que nada que hubiera experimentado. parecía que le habían arrancado la piel de la espalda y le hacía daño al respirar, al moverse, al incorporarse. Dray estaba sentado fielmente a su lado, gimoteando, con la cabeza en el regazo de Darius, sin querer apartarse de su lado. Darius le ofrecía trozos pequeños de comida pero Dray, abatido, no los aceptaba. Apretaba los dientes y gruñía cuando Loti, de rodillas a su lado, le ponía un paño frío en la espalda, mojado en ungüentos, pasándolo por toda su espada como había estado haciendo durante un buen rato, intentándole calmar el dolor lo mejor que sabía. Mientras lo hacía, él vio que tenía lágrimas en los ojos, y pudo ver lo culpable que se sentía.

“No te lo merecías”, dijo ella. “Has sufrido por mis actos”.

Darius negó con la cabeza.

“Tú has sufrido por todos nuestras actos”, le corrigió. “No podía recaer en ti sola enfrentarte al Imperio. Lo que hiciste por tu hermano, por todos nosotros, fue algo honorable; lo que yo hice por ti fue eso solamente”.

Loti lloraba en voz baja mientras le limpiaba las heridas, secándose las lágrimas con la mano.

“¿Y ahora?” preguntó ella. “¿Para qué sirvió todo? Volverán por la mañana. Se me llevarán y nos mutilarán a todos. O peor, nos matarán a todos”.

Darius negó con la cabeza, empáticament.

“No permitiré que se te lleven”, dijo. “No No permitiré que te ofrezcan para salvar sus vidas”.

“Entonces moriremos todos”, afirmó ella.

Él la miró, con cara severa y seria.

“Quizás sí”, dijo. “¿Pero no hay cosas peores? Al menos moriremos juntos”.

Por su expresión podía decir lo conmovida que estaba, lo fiel que era, lo agradeciba que estaba.

“Nunca olvidaré lo que hiciste por mí hoy”, dijo ella. “Nunca. Mientras viva. Tienes todo mi corazón. Muramos mañana o no, ¿me entiendes? Soy tuya. Te querrré desde ahora hasta el final de la eternidad”.

Ella se inclinó y lo besó y él también la besó a ella, un beso largo y lleno de sentimiento y Darius sintió que su corazón latía más deprisa. Ella se retiró, con los ojos lagrimosos y pudo sentir su sinceridad. Su beso se llevó el dolor de sus heridas; lo volvería a hacer encantado por ella, a pesar del dolor, a pesar del sufrimiento.

El cuerno de la aldea sonó y, alrededor de la hoguera del pueblo, se reunieron cerca de Darius y Loti el Consejo de Ancianos, junto a centenares de aldeanos. Darius podía sentir la angustia en el aire, podía ver el pánico en sus rostros mientras se arremolinaban alrededor, hablando fuerte entre dientes, discutiendo el uno con el otro, con una sensación de desespero en el aire. Darius no podía culparles-después de todo, esta podía ser su última noche en la tierra. Mañana, una ola de mutilación o destrucción vendría hacia ellos y poca cosa podían hacer al respecto.

El cuerno volvió a sonar y los aldeanos se quedaron en silencio cuando el jefe de los ancianos, Bokbu, dio un paso hacia delante, levantó las manos y se dirigió a ellos. Echó una mirada seria a Loti y a Darius.

“Vuestros actos han puesto en peligro a nuestro pueblo”, dijo lentamente, con voz seria. “Pero esto poco importa ahora. Lo que importa”, dijo, mirando al pueblo, “es la elección que tenemos por delante. Cuando amanezca, ¿qué escogeremos? ¿Ejecución o mutilación?”

se oyeron fuertes quejas, los aldeanos discutían los unos con los otros.

“¡Escogeremos mutilación antes que ejecución cualquier día”, gritó uno.

“¡Yo no seré mutilado!” exclamó Raj. “¡Antes moriré!”

Se oyeron más quejidos, todos parecían pensar de forma diferente en esto y nadie estaba contento. darius estaba perplejo; incluso cuando se enfrentaban con la mutilación, los aldeanos no se sublevaban, no se ponían de acuerdo, como uno, para contraatacar. ¿Qué más necesitaban? ¿No les habían aplastado el espíritu?

“No es una elección”, dijo uno de los ancianos, mientras la multitud lentamente se quedaba en silencio. “No es una elección que cualquier hombre pueda hacer. es un horror, una maldición sobre todos nosotros”.

La multitud se quedó en un profundo silencio, sombría, durante un buen rato, lo único que se oía era el movimiento del viento.

“¡ que tenemos elección!” exclamó un aldeano. “¡Podemos entregarles a la chica!”

Entonces hubo un grito ahogado de aprobación entre la multitud entre los aldeanos.

“¡Nos ha puesto a todos en peligro!” exclamó. “Rompió la ley. ¡Ella es la culpable! ¡Debe pagar el precio!”

Entonces vino un grito de apoyo más fuerte entre la multitud, mezclado con discusiones. Darius estaba sorprendido de ver a su pueblo tan en contra los unos de los otros, dispuestos a entregarla.

“¡Existe otra elección!” exclamó otro anciano, levantando las manos mientras la multitud se quedaba en silencio. “Podemos ofrecerles a la chica y suplicar por nuestras vidas. Quizás tendrán piedad. Quizás no nos mutilarán ni nos matarán”.

“¡Y quizás harán las dos cosas!” exclamó otro miembro de la multitud.

Entonces hubo un griterío y la multitud una vez más estalló en un agitado murmullo, largo e intenso, hasta que Bokbu se puso de pie y levantó sus manos. Cuando lo hizo, todas las miradas fueron hacia él con respeto y, finalmente, hubo silencio.

Él se aclaró la garganta, con una presencia seria, ordenando autoridad y atención.

“A causa de los actos de esta chica”, dijo en voz alta, “toda nuestra aldea está en una situación imposible. Por supuesto que no podemos aceptar la muerte. Poco podemos elegir, solo aceptar la vida que el Imperio desea que tengamos, como siempre hemos hecho. Si esto supone entregarles al responsable, entonces esto es lo que debemos hacer”.

“Por mucho que me duela, a veces uno debe sacrificarse por el bien de todos. No veo otra salida. Debemos aceptar su sentencia. Nos mutilarán, pero no nos matarán. La vida seguirá para nosotros, como ha sido siempre”.

Se aclaró la garganta mientras la multitud continuaba en silencio, se dio la vuelta y fijó su mirada en Darius.

“Mañana, cuando rompa el día, haremos lo que el Emperador ordena y tú, Darius, tal y como pidieron, representarás a la aldea y les presentarás nuestra oferta. Entregarás a la chica, aceptaremos su castigo y continuaremos. No se hablará más sobre esto. Los mayores han hablado”.

Con esto, Bokbu golpeó su bastón en el hueco tronco de madera, haciendo un sonido definitivo, el sonido que siempre acostumbraba a marcar una importante decisión. Significaba que la decisión no podía cambiarse, no podía discutirse.

Uno a uno, los aldeanos se disiparon, volviendo hacia sus hogares, deprimidos. Los amigos de Darius, Raj, Desmond y Luzi se acercaron, junto con varios de sus otros amigos, mientras Darius estaba allí sentado, paralizado, conmocionado. No podía creer que su pueblo traicionaría a Loti, le traicionaría a él, de esta manera. ¿Les daba miedo morir? ¿Estaban tan desesperados por aferrarse a sus patéticas vidas?

“No podemos entregarla”, dijo Raj. “No podemos perder así”.

“¿Qué tenemos que hacer?” preguntó Luzi. “¿Lucharemos? ¿Nosotros contra diez mil hombres?”

Darius se dio la vuelta y vio a su hermana, Sandara, acercándose, junto con la Reina de los blancos, Gwendolyn, y sus hermanos. Vio la preocupación en la cara de Sandara y Gwendolyn. Mientras Darius miraba a Gwendolyn, pudo ver al guerrero en sus ojos; sabía que era su mejor esperanza.

“¿Cómo están tus heridas, hermano mío?” preguntó Sandara, acercándose y examinándolas, con la preocupación marcada en su cara.

“Mis heridas son profundas”, respondió él significativamente. “Y no por los azotes”.

Ella lo miró y comprendió.

“No podéis luchar”, dijo ella. “Esta vez no”.

“Tú no ha vivido aquí”, dijo Darius. “No durante años. No puedes decirme qué debo hacer. No comprendes lo que ha sufrido nuestro pueblo”.

Sandara bajó la vista y Darius se sintió culpable; no había querido ser tan brusco con ella. pero se sentía desesperado, furioso con el mundo.

Darius se dio la vuelta y miró a Gwendolyn, que también lo miraba con preocupación.

“¿Y usted, mi señora?” preguntó.

Ella lo miró interrogativamente.

“¿Tiene pensado dejarnos ahora?”

gwendolyn lo miró fijamente, sin expresión. y podía decir que esa misma decisión la consumía.

“La elección es suya” añadió, “irse o quedarse. Todavía tiene la oportunidad de marchar. El Imperio no sabe que estáis aquí. Por supuesto, el Gran Desierto podría mataros, pero al menos es una oportunidad. Nosotros, sin embargo, no tenemos ninguna oportunidad. pero si os quedáis, os quedáis aquí y lucháis a nuestro lado, tendríamos una oportunidad más grande. Los necesitamos, a usted y a sus hombres, y a sus armaduras y a su acero. Sin ustedes, no tenemos ninguna oportunidad. ¿Se unirán a nosotros? ¿Lucharán? ¿Elige ser una Reina? ¿O elige ser una guerrera?”

Gwendolyn miraba de Darius a Sandara y a Kendrick y él no podía descifrar su expresión. Parecía estar desacreditada y él podía ver lo mucho que había sufrido. podía ver que estaba sopesando el futuro de su pueblo, como reina, y no envidiaba que pudiera decidir.

“Lo siento”, dijo finalmente, con la voz rota, llena de tristeza. “Desearía poder ayudaros. Pero no puedo”.

 

*

 

Gwendolyn, en el camino de vuelta a las cuevas al atardecer, atravesó la aldea, la gente estaba inquieta, una sensación de pánico en el aire y en su mente se arremolinaban emociones mezcladas. Por un lado, pensaba en el pueblo de Sandara, en su difícil situación, y su corazón iba con ellos. Sabía lo cruel que podía ser el Imperio, lo había experimentado de primera mano. Su primer impulso, por supuesto, era correr en su ayuda, lanzar a su pueblo a la lucha, sacrificar sus vidas por su causa, por su libertad.

Por otro lado, ella era una Reina ahora. No era la hija de su padre, ni una adolescente, sino una Reina, con responsabilidades para con su pueblo. Todos contaban con ella y sus vidas dependían de ella. No podía tomar la decisión equivocada de su parte. Después de todo, ¿qué derecho tenía a sacrificar sus vidas por la de otros? ¿En qué tipo de Reina la convertiría esto?”

Gwen había visto sufrir mucho a su pueblo, demasiado, y ella misma había sufrido mucho. ¿Merecían verse involucrados en otra guerra, acabar sus vidas de esta manera, lejos de casa, aquí en esta polvorienta aldea? Los aldeanos estarían en clara desventaja numérica por la mañana, todos ellos serían mutilados o algo peor. Sabía qué sería correcto hacer, no como guerrera, sino como líder, sería reunir a su gente y, con la primera luz del sol, marcharse en dirección contraria, hacia el Gran Desierto. Empezar un gran viaje para encontrar el Segundo Anillo. Puede que solo fuera una fantasía, lo sabía, y probablemente todos morirían en el Gran Desierto, pero al menos estarían luchando por algo, luchando por otra vida. No dirigiéndose a una muerte instantánea.

A pesar de lo que ella deseara, ella, Gwendolyn, individualmente, eso era lo que su deber como Reina requería, ¿o no? ¿Proteger a su pueblo?

El corazón de Gwen se rompía por los habitantes de la aldea. Creía en su causa y era una causa que compartía. Sin embargo, los aldeanos estaban divididdos e incluso no tenían el valor para luchar. Pocos de ellos tenían el espíritu guerrero-pocos excepto Darius.¿Podía ella librar una batalla que ni ellos mismos deseaban librar?

“Como Reina, ¿no estará reflexionando sobre su difícil situación?” dijo Aberthol mientras caminaba a su lado. “Cierto, son buena gente. Una gente amable y justa…”

“Y nos acogieron”, añadió Gwen.

Aberthol asintió.

“Lo hicieron”, respondió él. “Pero no pelean en nuestras guerras por nosotros. No tenemos la obligación de pelear en las suyas por ellos. Y no podríamos ganarlas de todas formas. Verá, no es una invitación a unirnos en la batalla, es una invitación aunirnos en la muerte. Son dos proposiciones vastamente diferentes, mi señora. Su padre nunca lo hubiera aceptado. ¿Hubiera sacrificado a todo su pueblo? ¿Por una lucha en la que no desea luchar y una lucha que no puede ganar?”

Continuaron caminando, acabando en un cómodo silencio mientras Gwendolyn consideraba sus palabras.

Kendrick y Steffen caminaban a su lado y no les hacía falta decir nada; ella vio compasión en sus miradas Ellos entendían, demasiado bien, qué significaba tomar una difícil decisión. Y entendían a Gwendolyn, después de todo este tiempo, de todos estos sitios juntos. Sabían que ella debía tomar la decisión y le dieron su espacio para hacerlo.

Todo esto torturaba a Gwendolyn incluso más. Podía ver las dos caras del asunto; aún así su mente estaba hecha un lío. Deseaba que Thor estuviera allí, a su lado, con sus dragones-esto lo cambiaría todo. Lo que daría por ver a su viejo amigo Ralibar aparecer por el horizonte, descender con su familiar rugido y llevarla a dar una larga vuelta.

Pero no estaba aquí. Ni vendría. Ninguno de ellos lo haría. Una vez más, estaba sola. Tendría que abrirse camino en el mundo, como tantas veces había hecho antes.

Gwendolyn escuchó un quejido, miró hacia abajo y vio a Krohn andando a sus pies, y su presencia la tranquilizó.

“Lo sé, Krohn”, dijo. “Tú serías el primero en atacar. Igual que Thor. Y te quiero por esto. Pero a veces se necesita más que un cachorro de leopardo blanco para ganar”.

Mientras caminaban hacia la base de las cuevas, Gwen se detuvo y miró hacia la ladera, hacia la pequeña cueva donde estaba Argon. Steffen y Kendrick se detuvieron y la miraron.

“Continuad”, les dijo. “Os alcanzaré enseguida. Debo subir sola”.

Ellos asintieron con la cabeza y dieron la vuelta, comprendiéndola, y Gwen se separó de ellos. Mientras el sol se ocultaba, sus últimos rayos acariciaban la ladera, ella se dio la vuelta y subió por la ladera, hacia la única persona que sabía que podría darle respuestas, que siempre había sido su consuelo en momentos de necesidad.

Mientras caminaba, sintió algo a sus pies, miró hacia abajo y vio a Krohn.

“No, Kroh, vuelve”, dijo.

pero Krohn gruñó y se pegó a sus tobillos, y ella sabía que no cambiaría de opinión.

Subieron por la ladera de la montaña hasta llegar a la cueva de Argon y se detuvo en la entrada. Rezaba para que la pudiera ayudar. No le había respondido las últimas veces que lo había visitado, todavía más inconsciente que ahora. No sabía si le contestaría ahora, pero rezaba para que lo hiciera.

Mientras caía el crepúsculo, la última luz iluminaba el cielo y la primera de dos lunas salía, Gwen echó una larga mirada al paisaje, hermoso de una manera árida, y a continuación se dio la vuelta y entró en la pequeña cueva.

Allí estaba Argon, solo, en esta pequeña cueva, tal y como había pedido. Había una pesada energía en el ambiente; cuando era joven, ella recordaba a una tía que había estado en coma durante años. El ambiente en esta cueva era el mismo.

Gwen se acercó y se arrodilló al lado de Argon. Tocó su mano; estaba fría al tacto. Mientras cogía su mano, se sentía más confundida que nunca, más necesitada de sus consejos. ¿Qué no daría por unas respuestas?

Krohn se acercó y lamió la cara de Argon, lamentándose; pero Argon no se movió.

“Por favor, Argon”, dijo Gwen en voz alta, sin saber con seguridad si la escuchaba. “Vuelve a nosotros. Solo por esta vez. Necesito tu guía. ¿Debería quedarme aquí yluchar con esta gente?”

Gwen esperó un buen rato, tanto, que estaba segura de que nunca le contestaría.

Justo cuando se disponía a marchar, se sorprendió al sentir que él apretaba su mano. Abrió un ojo y la miró fijamente, su ojo brillaba débilmente.

“¡Argon!” dijo, abrumada, llorando. “¡Vives!”

“A duras penas”, susurró.

El corazón de Gwendolyn se alegró al oír su voz, por muy áspera que fuera. estaba vivo. Había vuelto a ella.

“Argon, por favor, respóndeme”, le suplicó. “Estoy muy confundida”.

“Eres una MacGil”, dijo finalmente. “El último de los Reyes MacGil. El líder de una nación sin hogar. Eres la última esperanza del Anillo. Está en tus manos salvar a tu pueblo”.

Se quedó en silencio un buen ato y ella no sabía si continuaría; sin embargo, finalmente, la sorprendió con más explicaciones.

“Sin embargo, no es una tierra lo que hace a un pueblo; es el corazón que late dentro de él. Por qué están dispuestos a vivir-por qué están dispuestos a morir. Puede que encontréis tierra más allá del Gran Desierto, podríais encontrar un puerto seguro, una gran ciudad. ¿Pero qué sacrificaríais por ello?”

Gwendolyn estaba allí arrodillada, sorprendida por la seriedad de sus palabras, esperando, deseando más. Pero no hubo más. Se quedó en silencio otra vez, cerró los ojos y ella supo que no se movería.

Krohn apoyó su cabeza en su pecho y gimió y gwen estaba allí arrodillada, sola con sus pensamientos, cuando vendaval entró rápidamente en la cueva.

¿Pero qué sacrificaríais por ello?

¿Qué era más importante, pensaba ella: el honor? ¿O la vida?