CAPÍTULO DIECINUEVE

 

Alistair abrió los ojos poco a poco, sintiendo una profunda sensación de paz mientras estaba entre los brazos de Erec en la cama de columnas digna de un rey, con sábanas de seda, encima de un montón de almohadas de seda, en las habitaciones del Rey nuevamente reconstruidas. Lentamente estaba amaneciendo en las Islas del Sur, se podía ver a través de su habitación al aire libre, y los pájaros ya estaban piando en este día templado, las brisas suaves del océano entraban por la ventana. Alistair olía la fragancia de todos los árboles frutales floreciendo.

Era otro día divino aquí en las Islas del Sur, otro día en los brazos de Erec, los dos por fin juntos y felices, teniendo todo el tiempo del mundo para pasarlo en uno con el otro, y sin cansarse nunca de la compañía del otro. Mientras estaba allí en los brazos de Erec, en su cálido cuerpo, Alistair daba gracias a los dioses de lo afortunada que era de haber encontrado finalmente la paz y el contento en su vida. Por una vez, las peligros del mundo no se estaban entrometiendo en su relación. Se le había dado un respiro en el caos interminable de su vida.

Erec se despertó lentamente, sintiendo que estaba despierto, como siempre hacía, la miró y sonrió. Sus claros ojos azules brillaban con el sol de la mañana y sentía su amor mientras la miraba fijamente.

“¿Antes de que amanezca, amor mío?” dijo él.

Ella sonrió.

“Estoy nerviosa”, dijo. “Estoy pensando en mi vestido”.

Él sonrió.

“Todavía queda una semana para nuestra boda, amor mío”, dijo él. “Procura no cansarte”.

Se dieron un beso y duró un buen rato. Alistair apoyó la cabeza en el pecho de él.

Ya escuchaba el sonido distante de los trabajadores al otro lado de la ventana, ya trabajando duro antes de que saliera el sol para las preparaciones de su boda, que estaba por venir. La isla entera estaba rebosante de actividad. Les había dado algo en lo que concentrarse, de lo que estar contentos, en el momento en que más lo necesitaban. Les había dado a todos algo en lo que infundir ánimo, para sacudirse la tristeza de la guerra civil que acababa de suceder un ciclo de luna atrás. Ahora, por fin, podían estar unidos bajo el reinado de Erec. Y por su amor por Alistair.

Emocionada, Alistair se levantó de la cama, se puso su túnica y se dirigió hacia fuera al balcón. Allí estaba, observándolo todo, deleitándose con ello, y disfrutando de observar todas las preparaciones, todos los banquetes preparados, plato tras plato, presentados en preparación. Interminables filas de flores se preparaban y se les daba forma, se colocaban barricas de cervezaen su sitio y se preparaban los campos de torneo. Todo cuando todavía faltaba una semana.

Erec se acercó a su lado, pasándole una mano por la cintura.

“Nunca pensé que este día llegaría”, dijo Alistair.

“¿Estás triste porque tu familia no estará aquí?” preguntó. “¿Thorgrin?”

Alistair suspiró. Había pensado en eso muchas veces.

“Por supuesto, me gustaría que todos estuvieran aquí, Thorgrin, Gwendolyn, y todos aquellos a los que queremos de la Corte del Rey. Quizás, no obstante, un día podríamos celebrar una segunda boda en el Anillo, en la Corte del Rey”.

Erec sonrió.

“Me gustaría”, contestó. “Mucho. De hecho, ¿por qué no regresamos después de nuestra boda? ¿Y visitamos el Anillo?”

Los ojos de Alistair se abrieron por la sorpresa.

“¿De verdad?” preguntó.

“¿Por qué no?” dijo él. Vinimos deprisa a ver a mi padre antes de que muriera. Ahora que no está, no veo ninguna razón por la que no podamos visitar nuestra tierra. Podemos celebrar una segunda boda. La Corte del Rey estaría encantada de recibirnos”.

Alistair rió ante la idea.

“No puedo pensar en algo mejor”, dijo ella, “que casarme contigo dos veces”.

Ella se inclinó y se besaron otra vez y Alistair se sentía en paz con el mundo. Finalmente se encontraba donde quería estar. Quería este lugar con todo su corazón, quería todavía más a Erec, no podía esperar a tener a los hijos de Erec aquí, construir un vida aquí. Se sentía como en casa. Por primera vez en su vida, sentía que realmente había encontrado su hogar.

Hubo un repentino golpe en la puerta, la familiar llamada de su sirviente, dos golpes cortos rápidos, y Erec se apresuró a abrir ls gruesa puerta de roble.

Entró el principal sirviente de Erec, haciendo una rápida reverencia, con apariencia de estar agotado.

“Su majestad”, dijo. Erec rió.

“Es demasiado temprano para estar agotado”, dijo Erec. “Debes aprender a moderar tu ritmo”.

El sirviente negó con la cabeza.

“Hay demasiados asuntos de palacio que corren prisa, me temo”, respondió.

Entrando detrás de él estaba la camarera de Alistair, una amable mujer corpulenta de unos cincuenta a ños.

“Su majestad”, dijo, dirigiéndose después a Alistair. “Mi Reina”.

“Discúlpeme, su majestad”, dijo el sirviente, “pero hay muchos asuntos de palacio urgentes a los que atender”.

“¿Y qué asuntos pueden ser tan urgentes incluso antes de que el sol haya salido?” preguntó Erec.

“Bien, vamos a ver”, dijo el sirviente, revisando un pergamino. “Hay asuntos de tesorería. Asuntos de las preparaciones de la boda; asuntos de la reconstrucción; asuntos de los campos de entrenamiento; asuntos de nuestros soldados y las armaduras y el armamento y el abastecimiento; asuntos de puerto; de barcos rotos; asuntos de agricultura; asuntos de…”

Erec levantó una mano.

“Vendré”, dijo él. Pero no asistiré a otra reunión después del mediodía. Quiero salir y planear la Cacería Real”.

“Muy bien, su majestad”, dijo el sirviente, haciendo una reverencia.

“Mi señora”, dijo la asistenta de Alistair, acercándose a su lado, “hay muchos asuntos reales para usted también. Debe revisar los nuevos diseños de todos los edificios nuevos y de los huertos; se deben revisar los vestidos para la boda; hay asuntos de ocio …”

Alistair levantó una mano.

“Todo lo que haga falta”, dijo ella, preparándose para otro largo día de asuntos de palacio.

Erec les hizo una señal con la mano para que se fueran.

“Por favor, dejadnos”, dijo él. “Dejad que nos vistamos y a continuación vendremos”.

Ambos hicieron una reverencia y salieron a toda prisa de la habitación y Erec miró a Alistair con una sonrisa de disculpa.

“Lo siento, mi señora”, dijo él. “Los días se nos echan encima demasiado rápido”.

Alistair se inclinó y lo besó y, mientras Erec se disponía a vestirse, Alistair se fue en dirección contraria y salió al balcón. Estaba allí sola, en la entrada arqueada al aire libre, contemplando la isla. Estar allí, mirando hacia abajo, era todavía más hermoso, más perfecto, la fresca brisa le acariciaba la cara.

Amo este lugar, pensaba. Con todo mi corazón, realmente lo amo. Por favor, Dios, nunca me lo arrebates.

 

*

 

 “¿Pero cómo sé que es auténtico?” vino la cuestión.

Alistair se dio la vuelta y vio a Dauphine sentada a su lado, haciendo la misma pregunta por tercera vez, mientras Alistair estaba allí, con los brazos extendidos, preparándose para el vestido de boda. Todas sus asistentas estaban atendiéndola, Dauphine y su suegra entre ellas, probándose sus propios vestidos ya que la acompañarían en esta alegre ocasión. Todas estaban en una plaza de mármol, en lo alto de una esplanada, contemplando el campo, todas las chicas riendo con una risa tonta, felices.

“¿Alistair?”

Cuando Alistair volvió a mirar a Dauphine, perdida en sus pensamientos, se maravillaba de lo mucho que su relación había cambiado. Cada día a lo largo del pasado ciclo de luna Dauphine había buscado su compañía, prácticamente se había colgado de su lado, se había convertido en algo más que su futura cuñada; ahora era también su mejor amiga. Dauphine se lo explicaba todo, viéndola claramente como la hermana que jamás había tenido y, aunque pareciera extraño, Dauphine estaba ahora incluso más cerca de Alistair que lo que había estado de Erec. Se habían vuelto prácticamente inseparables durante la última luna y Alistair se maravillaba de los giros y las vueltas que daba la vida. No podía evitar recordar cuando llegó por primera vez a las islas y Dauphine ni siquiera la miró. Ahora no solo tenía el respeto de Dauphine, tenía su amor.

“¡No me has respondido!” dijo Dauphine.

“Lo siento”, dijo Alistair, dándose cuenta de golpe. “¿Cuál era la pregunta?”

Dauphine suspiró exasperada. “¡Las bodas realmente hacen perder la cabeza a las novias! Lo preguntaré de nuevo: ¿cómo sé si es auténtico?”

Alistair ahora recordaba. Dauphine había estado hablando de su nuevo pretendiente, un afamado caballero de las regiones inferiores de las Islas del Sur, que la había estado cortejando intensamente durante todo el ciclo de luna anterior.

“Ayer por la noche me llevó a dar un paseo en barca bajo la luz de la luna”, dijo Dauphine. “Me profesa su amor por mí a diario. Y ahora me pide la mano en matrimonio”.

“¿Y por qué no debería hacerlo?” dijo su madre.

Dauphine suspiró.

“¿Por qué no debería?” repitió ella. “¡Apenas ha pasado un ciclo de luna!”

“Los hombres honorables no necesitarían más de un ciclo de luna para saber que te quieren”, dijo su madre.

Dauphine se dirigió a Alistair.

Por favor”, le imploró. “Dime”.

Alistair la observó atentamente, viendo lo enamorada que Dauphine estaba.

“¿Tú sientes que él te quiere?” preguntó Alistair.

Dauphine asintió, con los ojos brillantes.

“Con todo mi corazón”.

“¿Y tú también le quieres?”

Dauphine asintió, con lágrimas en los ojos.

“Más de lo que puedo decir”.

“Bien, entonces, tú misma te has contestado. Tienes una gran bendición”.

“¿Pero no es todo demasiado precipitado?” preguntó ella. “¿Cómo sé si es auténtico?”

Alistair pensó atentamente.

“Cuando llegue el momento no necesitarás hacerte la pregunta”, dijo ella. “Lo sabrás”.

“¿Y aceptarás su proposición?” preguntó su madre bruscamente.

Dauphine se ruborizó y miró hacia abajo.

“Yo…todavía no lo sé”, respondió.

Finalmente, Dauphine se quedó en silencio, perdida en sus propios pensamientos y Alistair contemplaba el paisaje, disfrutando las vistas de los viñedos y los huertos esparcidos entre los acantilados, la distante luz del océano brillando. No se cansaba de este lugar. Sentía a sus asistentas pasando el encaje alrededor de sus muñecas y brazos, ajustándoselo a la perfección, y se emocionaba más y más por el gran día.

Una súbita brisa fresca se percibió y cuando Alistair miró hacia el horizonte, notó unas oscuras nubes que escondían el brillante sol, una sombra pasando por encima de todos ellos, antes de que el sol volviera a salir. Alistair no sabía por qué, pero en aquel momento, sintió algo oscuro, una premonición, casi una visión. Tenía que ver con su hermano. Thorgrin. De repente sintió que estaba en un lugar muy, muy oscuro. Y la sensación le helaba los huesos.

“¿Alistair?” preguntó Dauphine. “¿Qué sucede?”

Alistair, todavía mirando al horizonte, negó con la cabeza rápidamente.

“No es nada”, dijo. “Nada en absoluto”

Pero Alistair no podía dejar de observar el horizonte. Percibía el peligro. Aguantó la respiración, sintiéndose paralizada por el terror, mientras percibía cosas oscuras en el horizonte y sentía que su hermano, Thorgrin, estaba entrando en la tierra de los muertos.