Thor siguió al Rey MacGil mientras salió de la más oscura de las cuevas hacia una alta cueva subterránea, con los techos de treinta metros de alto, más claramente iluminada que cualquier otro sitio que hubiera visto por allá abajo. Thor se detuvo de repente, igual que los demás, con temor a lo que veían ante ellos. esta caverna estaba iluminada por enormes hogueras, minas de lava borboteando esparcidas por todas partes y hacía quizás unos noventa metros de diámetro.
En su centro había un objeto singular: un inmenso trono negro hecho de granito brillante, una pieza sólida dentro de la misma roca, saliendo como un tumor del suelo. De nueve metros de altura y lo suficientemente ancho para sostener a diez hombres, sus brazos acababan en enormes gárgolas, con brillantes diamantes negros por ojos. Todo a su alrededor, fosas de lava burbujeante proyectaban hacia él un siniestro brillo.
Pero esto no era lo que más impactó a Thor. Lo que lo dejó sin habla fue lo que ocupaba el trono: una inmensa criatura, de casi la altura del trono, tan ancha como tres hombres, con la piel roja y brillante y músculos protuberantes. tenía torso de hombre, aunque sus piernas estaban cubiertas de un grueso pelo negro, que colgaba hasta el suelo de la cueva. En lugar de pies, tenía pezuñas. Su cara parecía casi humana, aunque era enorme, grotesca, monstruosa, sus proporciones demasiado grandes, con una mandíbula más ancha de lo que Thor jamás había visto, unos estrechos ojos amarillos y unos cuernos largos y negros que se retorcían en círculas a cada lado de su cabeza. La cabeza era completamente calva, sus orejas puntiagudas y sus ojos brillantes. Gruñía mientras respiraba, salía vapor a su alrededor, una oscura aureola roja golpaba por encima suyo, de detrás del trono salían llamas disparadas en todas direcciones. En su cabeza tenía una corona negra brillante, hecha enteramente de diamantes negros, con un enorme diamante negro en el centro, revestido de oro. Como una bestia salida de las entrañas de la tierra, estaba allí, echando vapor, con su brillo rojo, rezumando rabia y muerte.
Los miraba con mala cara y Thor sintió cómo miraba con el ceño fruncido directamente hacia él.
Thor tragó saliva, su vello se erizaba, al ser consciente de que estaba mirando al rey de los Muertos.
Como si todo esto no fuera lo suficientemente imponente, por todas partes alrededor del Rey flotabandocenas de criaturas,zumbando y revoloteandocon sus pequeñas alas rojas, su brillante piel roja, pequeñas gárgolas que colgaban y zumbeaban por los aires. A sus pies, en el suelo, había docenas de guardas, hombres muy musculosos con la piel roja y brillante y cuernos, perfectamente atentos y sujetando brillantes lanzas rojas, con las puntas en llamas. Serpientes se deslizaban y se enroscaban alrededor de la base del trono.
Thor miraba fijamente y sabía que había venido a la habitación del trono de la muerte.
Thor sentía que algo crujía al pisar, miró hacia abajo y vio que el suelo estaba repleto de huesos, huesos y calaveras marcando eñ camino hacia el trono.
“Se os ha concedido una audiencia con el Rey”, dijo MacGil. “No se os concederá dos veces. Miradle a los ojos. No desviéis la vista. Moriréis aquí, de todos modos: mejor morir con honor”.
El Rey MacGil asintió con la cabeza para tranquilizarlo y Thor se adelantó, con los demás a su lado, caminando a lo largo de la larga y estrecha pasarela de huesos mientras se acercaba al Rey. Mientras caminaba, a ambos lados exóticas criaturas, como abejas enormes, volaban cerca de su cabeza, zumbando con sus alas. le silbaban amenazantes mientras avanzaba.
Thor escuchó un quejido y echó un vistazo alrededor de la periferia de la cueva y vio centenares de humanos encadenados a la pared, con enormes grilletes de hierro alrededor de sus cuellos, muñecas y manos. Vio criaturas delante de ellos, azotándoles y escuchaba sus gritos. Thor se preguntaba qué habían hecho para acabar en ese lugar.
Thor tenía una sensación premonitoria de que nunca saldría de aquel lugar, que este podría ser su último encuentro antes de ser encerrado hasta la muerte para siempre. Se infundía valor a sí mismo, respiró profundamente y caminó con orgullo por la pasarela hasta el trono, con las palabras de MacGil en sus oídos.
Thor se acercó todo lo que pudo, hasta que los guards le bloquearon el camino, que bajaron sus lanzas. Thor estaba allí, mirando al Rey.
El Rey miró a Thor, respirando profundamente, un gruñido gutural salía de su pecho cada vez que respiraba, mientras clavaba las uñas en los brazos del trono. Thor no retrocedió, sino que se quedó allí y miró hacia arriba, decidido.
El zumbido cesó, cuando el tenso silencio llenó el aire. Thor sabía que aquel podía ser el momento más fatídico de su viday pensaba en su madre. Deseaba que estuviera a su lado, para ayudarlo a darle poder para superar esto.
Thor sentía que debía decir algo.
“He venido en busca de mi hijo”, dijo Thor en voz alta, con la voz llena de seguridad mientras miraba fijamente al Rey de los Muertos.
El Rey se inclinó ligeramente hacia delante, miró a Thor a los ojos y Thor sintió que sus brillantes ojos amarillos lo atravesaban.
“¿Ah, sí?” preguntó, con su voz imposiblemente profunda, anciana. la voz resonó por toda la sala y, con cada palabra que decía, la caverna zumbaba con el sonido de las criaturas, escuchando atentamente cada una de sus sílabas. El timbre de sus voz era tan oscuro y poderoso, que a Thor le dolían los oídos con tan solo oírlo hablar.
“¿Y qué te hace pensar que lo encontrarás?” añadió.
“Está muerto”, dijo Thor. “Lo vi con mis propios ojos. Deseo verlo. Por lo menos no me niegue esto”.
“¿Ah, sí?” repitió el Rey, entonces se echó hacia atrás y miró al techo, emitiendo un ruido de gemido, de gruñido, unas gárgaras en su garganta, mientras frotaba los brazos del trono.
Finalmente, miró a Thor.
“Me gustaría tener a tu hijo aquí”, dijo el Rey. “Mucho. De hecho había enviado a mis secuaces a encontrarlo para matarlo y traerlo aquí. Pero, desafortunadamente el chico está rodeado de una energía muy fuerte. Han fracasado en su misión. Él vive, todavía”.
Thor sentía cómo se llenaba de optimismo ante las palabras del Rey, pero aún así estaba conmocionado y no sabía si lo había oído corretamente.
“¿Está diciendo que Guwayne no está muerto?”
El Rey asintió con la cabeza, aunque fuera ligeramente y, al hacerlo, Thor se sintió rebosante de alegría, con una sonrisa de oreja a oreja, extático más allá de lo que jamás pudiera imaginar. Sentía que una nueva vida borboteaba dentro de él, un nuevo deseo de vivir.
“Es una lástima que viva”, dijo el Rey, “y que nunca vaya a ver a su padre, que ahora está aquí abajo conmigo”.
Thor miró al Rey y, de repente, sintió una nueva determinación a vivir, a marcharse de este lugar, a encontrar a Guwayne y rescatarlo. Mientras Guwayne estuviera vivo, Thor no quería estar ahí abajo.
“No lo entiendo”, dijo Thor. “Lo vi morir con mis propios ojos”.
El Rey negó con la cabeza.
“Viste con tus ojos y tus ojos te engañaron. Has aprendido una gran lección. Debes ver con tu mente. Y ahora debes pagar el precio. Has entrado aquí, pero nadie sale de la tierra de los muertos. Nunca. Seréis mis esclavos aquí abajo para toda la eternidad”.
“¡No!” exclamó Thor, decidido.
se detuvo todo el zumbido, pues las criaturas se quedaron congeladas y miraban a Thorgrin, claramente sorprendidas. Aparentemente, nunca nadie hablaba al Rey de aquella manera.
“Si Guwayne no está aquí, yo tampoco me quedaré”.
El Rey de los Muertos le echó una mirada feroz.
“Vigila tu lengua, Thorgrin”, le susurró el Rey MacGil para avisarlo. “Ahora estás aquí abajo, pero puedes librarte de errar como yo. Sin embargo, si enfureces al Rey, te pueden condenar a una de las salas de tortura, azotado por toda la eternindad. No le provoques. Vigila tu lengua y acepta tu destino”.
“¡NO lo haré!” exclamó Thor, una gran decisión lo llevaba.
Thor estudió la sala y, mientras una de las hogueras se apagaba, vio por primera vez una espada increíble, clavada en el suelo de granito negro, primero la punta, después la empuñadura, brillando con la luz. Era la espada más hermosa que Thor Jamás había visto, con una compleja empuñadura de mármol hecha de lo que parecían se huesos y una hoja negra y reluciente que parecía hecha del granito metida. Adornada con pequeños diamantes negros, brillaba a la luz, llamándolo. Nunca desde que Thor había sostenido la Espada del Destino, había visto un arma como esta-o un arma que le llamara tan fuertemente la atención.
“Miras a la espada”, dijo el Rey, al darse cuenta. “Miras algo que nunca podrás alcanzar. esta es la espada de la leyenda, la Espada de los Muertos. Nadie que haya pasado por aquí ha podido empuñarla. Solo un gran rey puede empuñarla. Solo el elegido”.
Thor soltó un gran grito y reunió su poder, saltó al aire, por encima del ejército de guardas y se dirigió hacia el trono, hacia el Rey de los Muertos. Soltó un gran grito de batalla mientras se dirigía a la garganta del Rey, intrépido, con la intención de matarlo.
El Rey de los Muertos ni siquiera se acobardó. Levantó débilmente una mano y, al hacerlo, Thor sintió cómo se estampaba contra una pared invisible a unos pocos metros, y después caía casi diez metros hacia el suelo, cayendo con fuerza sobre su espalda, enrollado.
thor miró hacia ariba conmocionado. Había reunido todo su poder, que siempre le había bastado para conquistar a quién fuera y lo que fuera. Incluso los hechiceros más oscuros.
“Yo no soy uno de tus hechiceros, chico”, dijo el Rey furioso, mirando hacia abajo. “¡Soy el REY!”
Su voz sonó tan fuerte que hizo temblar todas las rocas de su alrededor y piedras pequeñas cayeron sobre Thor como una lluvia.
“Tus trucos no te funcionarán conmigo. cada alma muerta pasa por mis dedos-y tú no estás por encima de la muerte. Puedo confinarte a la muerte aquí para toda la eternidad, y más, a la peor tortura que puedas imaginar. Criaturas que te sacarán los ojos y te los volverán a colocar durante todo el día solo por diversión”.
Entonces se oyó un zumbido extático y un grito de alegría entre las criaturas más pequeñas, ya que claramente parecían encantadas con la expectativa.
Thor se puso rápidamente de pie y miró al Rey, respirando con dificultad, de pie al lado de los demás. No le importaban las consecuencias; estaba preparado para luchar, para hacer cualquier cosa por Guwayne, aunque no pudiera ganar.
El Rey se inclinó hacia delante y lo examinó y algo pareió cambiar en su miradad.
“Me gustas, chico”, añadió. “Nadie había intentado atacarme antes. Lo admiro. Eres más descarado de lo que pensaba”.
Se echó hacia atrás y frotó los brazos de su trono.
“Como premio”, continuó, “voy a concederte un regalo: una oportunidad para marcharte de este lugar. Si puedes destruir a mi legión de guerreros, haré lo que nunca he hecho antes: abriré las puertas de los muertos para ti y dejaré que vuelvas allá arriba. Pero si pierdes, no solo tú serás confinado aquí, sino que tú y tus hombres seréis confinados al peor de los diez infiernos, una eternidad de tortura inimaginable. nadie nunca ha derrotado a mi legión. La elección es tuya”.
Thor miró a los enormes guerreros que tenía delante, de pie erguidos, sujetando sus lanzas encendidas, esperando las órdenes del Rey; también miró por encima de su hombroa los incontables monstruos zumbeantes que se arremolinaban en el aire. Sabía que sus posiblidades de ganar eran cercanas a ninguna.
Miró al rey fijamente con orgullo.
“Acepto”, respondió Thor.
Las criaturas zumbeaban encantadas y el Rey lo miró con respeto, claramente satisfecho.
“Pero con una condición”, añadió Thor.
El Rey se echó hacia atrás, sorprendido.
“¿Una condición?” dijo con burla. “Apenas están en posición de poner condiciones”.
“No lucharé sin esta condición”, respondió Thor, decidido.
El Rey lo miró fijamene durante un buen rato, como debatiéndose.
“¿Y cuál es esa condición?” preguntó finalmente.
“Si ganamos”, dijo Thorgrin, “le concederá a cada uno de mis hombres una petición. Sea lo que sea lo que deseemos, se nos será concedido”.
El Rey estusió a Thor durante un buen rato y finalmente asintió.
“Eres mucho más, chico, que lo que observé desde abajo. Qué mala suerte que los Druidas te cogieran; si no fuera por tu madre, te hubiera tomado hace mucho tiempo. Me gustaría tenerte a mi lado”.
No había nada en lo que Thor pudiera pensar que quería menos.
Finalmente, el Rey suspiró.
“¡Muy bien, entonces!” exclamó. “¡Tu petición es lo suficientemente atrevida para ser aceptada! Derrotad a mi legión de guerreros, y no solo os dejaré marchar, sino que también os concederé a cada uno una petición. ¡Ahora que empiece la querra!” gritó.
de repente, se hizo un tremendo zumbido en el aire y Thor se giró y desenfundó la espada. Vio a centenares de pequeñas criaturas parecidas a las gárgolas volando por los aires, pululando directamente hacia él y sus hombres. A su lado, Thor escuchó a sus hermanos desenfundando las espadas también. Era muy agradable entrar a la batalla con Conval a su lado de nuevo.
Mientras Thor encaraba a aquellas criaturas, se sentía arder, moverse con la decisión más fuerte que jamás había sentido. Su hijo estaba allá arriba, vivo en algún lugar, y esto era lo único que le importaba. Derrotaría a todas aquellas criaturas, o moriría intentándolo.
Thor no podía esperar. Soltó un gran grito de batalla y embistió hacia delante a su encuentro. Usó su poder para elevarse en el aire, para atacar con su espada con la fuerza de cien hombres, y para cortar a una gárgola roja tras otra. Un horroroso chillido se oía cuando les cortaba las alas del cuerpo y, una a una, caían al suelo.
Thor se agachaba para esquivar sus bruscas mandíbulas y sus afilados dientes mientras se lanzaban desde arriba a por él, con sus grandes ojos amarillos brillando. Él fue a parar al suelo e inmediatamente se dio la vuelta t se movió de un lado hacia el otro mientras los enormes soldados cargaban contra él, con sus lanzas encendidas por delante.
Thor daba vueltas y cortaba sus lanzas por la mitad, una tras otra. Una y otra vez, venían hacia él, una corriente interminable, y más de un golpe le acertó. Thor gritó cuando la punta encendida de una lanza le cortó el bíceps, dejándole una quemadura.
Pero Thor no se echaba atrás; se dio la vuelta y los golpeó en la cara con la empuñadura de su espada, se agachó cuando uno le dio un codazo en la cabeza, dio vueltas y cortó a otro. reunió todos los poderes, recordó su entrenamiento y reunió todas las tácticas que había aprendido y se lanzó a sí mismo a la lucha con senfreno, luchando mano a mano, golpe a golpe.
Alrededor de Thorgrin, sus hermanos hacían lo mismo. Conval dio un paso hacia delante con su gran lanza y se la clavó a dos soldados en la garganta mientras Conven, a la espalda de su hermano, balanceaba su maza, llevándose a tres soldados que intentaban apuñalar a su hermano.
O’Connor levantó su arco y disparó, llevándose a varias gárgolas, haciéndolas caer como moscas al suelo antes d que pudieran atacar a sus hermanos. Matus se abalanzó hacia delante con su mayal, balanceándolo y creó un amplio perímetro a su alrededor, llevándose a todo tipo de criaturas que descendían sobre ellos desde el cielo y a más de uno de los enormes soldados que empuñaban lanzas.
Reece apartó a Selese por seguridad junto al Rey MacGil, desenfundó su espada y se lanzó con desenfreno a la pelea, haciendo cortes, golpeando y parando golpes a izquierda y a derecha. Se abrió camino peleando hasta llegar al lado de Thor y, en más de una ocasión, bloqueó un golpe fatal que no esperaban. Thor le devolvió el favor, girando alrededor y utilizando su espada para parar el golpe de una lanza encendida justo antes de que se la clavaran a Reece en la garganta. Mientras Thor echaba la lanza hacia atrás, mientras esta frenaba su espada, sus brazos temblaban y Reece podía sentir las llamas apenas a escasos centímetros de su cara, casi abrasándosela. Finalmente, Reece se echó hacia atrás y dio una patada al soldado y él y Thor se precipitaron sobre él y lo apuñalaron a la vez.
Elden se unió a la pelea con su hacha de guerra de doble filo, propinando grandes golpes que eliminaban a dos guerreros a la vez. Una gárgola saltó hacia abajo y fue a parar a la nuca de Elden y Elden gritó cuando esta le clavó le arañó. Indra sacó su honda, apuntó y disparó, golpeando a la criatura con una gran piedra negra un instante antes de que clavara los colmillos en el cuello de Elden. Entonces arrojó tres piedras más una detrás de otra rápidamente, llevándose a varias bestias antes de queclavaran sus lanzas a Elden en el costado.
Las bestias eran poderosas, no obstante, y parecía que nunca terminaban de venir y Thor y sus hombres, después de su primera victoria inicial, empezaban a estar cansados. Matus movía su mayal de un lado a otro y una bestia lo cogió con su lanza y lo estiró de las manos de Matus, dejándolo indefenso. Otro de los soldados del Rey dio un paso hacia delante y lo apuñaló, perforando el brazo de Matus con su lanza, haciendo que Matus gritara de dolor.
Las gárgolas, también, volaban en una corriente regular y mientras O’Connor las apuntaba con su arco, una de ellas se lo arrebató de las manos, mientras tres de ellas descendieron sobre él por detrás, se posaron en sus hombros y le mordieron el cuello. O’Connor gritó y cayó sobre sus rodillas, dando golpes, echándose hacia atrás e intentando desesperadamentesacárselas de encima.
Elden hizo girar su amplia hacha y cortó a una bestia por la mitad-pero el golpe dejó su espalda al descubierto y otra bestia usó el lateral de su lanza para balancearse y la llevó hacia la espada descubierta de Elden, el lado de metal hizo crujir su espalda y el mango se partió por la mitad. Elden, dolorido por el golpe, cayó sobre sus rodillas.
Indra dio un paso hacia delante y y propinó un codazo a la criatura antes de que acabara con Elden, salvándole la vida; pero entonces una gárgola descendió sobre ella, le mordió la muñeca, le hizo soltar la honda y agarrarse el brazo por el dolor.
Reece, rodeado y en lo más reñido de la batalla al lado de Thor, daba golpes y los desviaba por todas partes, pero no podía luchar desde todos los lados y pronto, al descubierto, le clavaron una lanza en el costado y gritó de dolor.
Thor, completamente rodeado, con el sudor escociéndole los ojos, daba golpes y puñaladas con furia en todas direcciones, matando criaturas a izquierda y a derecha, luchando por su vida. Pero se estaba quedando sin fuerzas, luchaba por respirar. No impotaba cuantas criaturas matara, que aparecían cinco más. El zumbido llenaba sus oídos, mientras sus posiciones menguaban y sobre él desendían criaturas desde todas las direcciones posibles.
Thor sabía que, incluso luchando, esta era una batalla que no podía ganar. Que pronto estaría condenado a un eterno infierno de interminable dolor y tortura.
Un soldado embistió contra Thor desde un punto muerto y con un movimiento de su lanza, arrancó la espada de la mano de Thor. Golpeó el granito negro con un sonido metálico y entonces Thor recibió un codazo en la espalda. Cayó sobre sus rodillas, sin aliento, indefenso, rodeado por todas direcciones.
En medio del caos, Thor cerró los ojos y encontró un momento de paz. Mientras sentía que su vida estaba a punto de acabar, se retiró a una parte más profunda de sí mismo. Pensaba en su madre, en Argon, en todas las habilidades y poderes que le habían enseñado y sabía, en el fondo, que esta era simplemente otra prueba. Una prueba suprema. Sabía que se le había otorgado para superarla. Sabía que, por imposible que pudiera parecer, tenía el poder en lo profundo de su ser para superarla. Incluso aquí, en la tierra de los muertos, bajo tierra. El universo todavía era el universo y el todavía tenía el dominio sobre él. Sabía que estaba negando su poder, una vez más.
De repente, se dio cuenta de algo rápidamente:
Soy más grande que la muerte. Solo muero si escojo morir. Si quiero vivir, si verdaderamente quiero vivir, no puedo morir nunca. Toda muerte es un suicicio.
Toda muerte es un suicidio.
Thor sintió un repentino ardor subiendo por sus manos, entre sus ojos, y se levantó con una enorme cantidad de fuerza, con más de la que nunca se había encontrado. Saltó unos seis metros hacia arriba, sorteando todas las lanzas que le atacaban, volando sobre sus cabezas y fue a parar al otro lado de la multitud.
Thor fue a parar justo delante de la espada-la Espada de los Muertos. La miró, hundida en la roca y sintió su poder. Se sintió como se había sentido el día en que desenfundó la Espada del Destino. Sintió que era suya. Que siempre era suya. Que el debía empuñar más de un arma especial en su vida-que debía empuñar muchas.
Thor se echó hacia delante y, con un gran grito, agarró la Espada de los Muertos, con sus manos envolviendo la suave empuñadura de mármol, y tiró de ella con todas sus fuerzas.
Para su sorpresa, empezó a moverse. Con un sonido como el de la tierra partiéndose, piedra partida por la mitad, el suelo tembló y la espada lentamente salió.
Thor sostuvo la espada en alto, sintiéndose triunfador, sintiendo que su poder corría a través de él, sintiéndose uno con él. Sentía que su poder no tenía límites. Incluso sobre la muerte.
Thor vio como el Rey de los Muertos se levantaba del trono, y miraba hacia él sorprendido y con pavor.
Thor se dio la vuelta y se lanzó hacia una legión de bestias, moviéndose más rápido de lo que jamás lo había hecho, dando golpes con la espada. Vio que la espada, en lugar de hacerle ir más lento, a pesar de su peso le hacía ir más rápido, como si se clavara por ella misma-como si fuera una extensión de su brazo. Thor se encontró dando cortes a una bestia tras otra, eliminando a un soldado después del otro, abriéndose camino a través de ellos como si no estuvieran allí. A su alrededor se oían gritos mientras iban cayendo una criatura detrás de la otra, al suelo y desde el aire por igual. Obligó a veintenas de soldados a retroceder hacia una fosa de lava, gritando. Él paraba los golpes mientras le atacaban con sus lanzas, la espada era tan poderosa que partía las lanzas en dos, como si fueran ramitas. En un mismo movimiento, Thor giró y se llevó por delante a una docena de soldados de un solo golpe.
Con un fiero grito de guerra, Thor embistió contra todas las bestias que quedaban, clavándoles la espada con todas sus fuerzas, matándolas a izquierda y derecha, yendo más y más rápido en un borroso caos. Ya no sentía sus hombros cansados. Ahora, se sentía invencible.
Pronto, Thor se encontró de pie allí solo, sin más enemigos a los que enfrentarse. No entendía qué pasaba. Todo estaba tranquilo. El suelo estaba cubierto de cadáveres y no quedaba nadie con quién luchar.
Thor estaba allí, su corazón latía muy fuerte y miró hacia el trono.
En silencio, el Rey de los Muertos, con una mirada seria en su rostro, lo miró con descrédito.
Thor no podía creérselo.
Había ganado.