Godfrey estaba en el límite de los bosques, Akorth, Fulton, Merek y Ario a su lado y miraban fijamente, observando la puerta, intentando pensar con claridad mientras sentía el fuerte vino en su cabeza. Mientras estaba allí, se preguntaba por millonésima vez cómo demonios estaban metidos en esto. Era fácil, veía, ofrecerse voluntario para una misión; llevarla a cabo era la parte difícil. Deseaba ofrecerse voluntario y enviar a otro a que se encargara.
“¿Vamos a quedarnos aquí todo el día?” preguntó Akorth.
“¿O vamos a ir hasta aquellos soldados a preguntarles si podemos pasar?” añadió Fulton.
“Les podríamos regalar flores mientras estamos en ello”, dijo Akorth. “Estoy seguro de que será un buen truco”.
“Siempre podríamos dominarlos”, dijo Fulton.
“Correcto”, dijo Akorth. “Yo me encargaré de los treinta de la derecha y tú te encargarás de los treinta de la izquierda”.
Rieron con disimulo.
“Callaros, todos vosotros”, dijo Godfrey.
No podía pensar con claridad, entre el vino y su mofa en su oído. estaba intentando concentrarse, pensar claramente. Tenían que entrar a este lugar, y no podían esperar aquí mucho tiempo más. Simplemente no sabía cómo. La fuerza nunca había sido su estrategia, y la fuerza sería ridícula en este caso.
Mientras Godfrey estaba allí, pensando en todas las estrategias en potencia, todas las maneras de engañar a los guardas, de repente, escuchó el sonido distante de pezuñas de caballos.
Se giró y miró el camino que había detrás de ellos, que llevaba hacia la puerta y vio en la distancia, girando una curva, haciéndose visible en medio de una nube de polvo, una enorme caravana de esclavos. Había un vagón tirado por caballos detrás de otro, un pequeño ejército de capataces del Imperio y, detrás de ellos, una interminable cuerda de cadenas y grilletes, centenares de esclavos que eran llevados a Volusia. Era un desfile caótico de esclavos, los esclavos mucho más numerosos que los soldados.
De repente, Godfrey tuvo una idea.
“Ya está”, dijo, emocionado, observando la caravana.
Los otros lo miraron, después a la caravana, con expresiones de confusión en sus caras.
“Nos escnonderemos entre los esclavos”, añadió.
Godfrey se giró al oír el sonido de una puerta que crujía, se abría, el hierro se elevaba lentamente, vio que bajaban el puente levadizo y vio que las puertas de la ciudad se abrían. Sabía que era su oportunidad.
“¿Véis allí”, añadió, “donde la fila de árboles s cruza con la carretera?”
Todos ellos se giraron y miraron.
“El grupo de esclavos del final”, dijo. “Cuando yo cuente, correremos hacia ellos. Nos mezclaremos con ellos. Agachad las cabezas y las barbillas y acercaros tanto como podáis a aquellos esclvos”.
“¿Y si nos cogen?” preguntó Akorth.
Godfrey lo miró a los ojos y, de repente, inexplicablemente, sintió que una fuerza certera se apoderaba de él; por un momento pudo deshacerse de sus miedos y lo miraron como a un hombre. Tomó un compromiso e iba a llegar hasta el final.
“Entonces moriremos” contestó Godfrey terminantemente.
Godfrey podía oír en su propia voz la autoridad de un gobernador, de un comandante y se sorprendió al oír algo parecido a la voz de su padre saliendo de él. ¿Era así como se sentía un héroe?
La caravana pasó, el polvo se levantaba hasta s cara, el sonido de los grilletes todo dominante. Con los vagones a tan solo unos metros, podía oler el sudor de los hombres, los caballos, el miedo.
Godfrey estaba allí, su corazón latía fuerte mientras observaba a un capataz que pasaba por delante de él. Esperó unos cuantos segundos más, preguntándose si tendría el valor. Sus rodillas flaqueaban.
“¡AHORA!” oyó como él mismo decía.
Godfrey se puso en acción, corrió delante de los demás, lejos de la hilera de árboles, su corazón palpitaba mientras respiraba con dificultad, con el sudor escociéndole en los ojos, cayéndole por detrás de la nuca. Ahora, más que nunca, deseaba estar en mejor forma.
Godfrey corrió hacia la parte de atrás de la caravana, mezclándose con el grupo de esclavos rápidamente, ante las expresiones perplejas de los esclavos. ninguno de ellos, afortunadamente, dijo nada.
Godfrey no sabía si los demás le seguirían; se medio temía que no lo hicieran, que dieran la vuelta, se dirigieran a los bosques y abndonaran esta alocada misión.
Godfrey se sorprendió al darse la vuelta y ver a todos los demás uniéndose a él, amontonándose en el centro del grupo de esclavos, rozándole. Todos caminaban con la cabeza baja, como él les había indicado, y en el grueso del grupo, eran difíciles de detectar.
Godfrey miró hacia arriba, solo por un momento, y vio las enormes puertas de la ciudad delante de él, la alta puerta de pinchos de hierro. Su corazón latía con fuerza mientras continuaba andando, pasando por debajo de élla. esperaba que lo atraparan en cualquier momento, que lo detuvieran.
pero no fue así. Para su propia sorpresa, en unos momentos, estaban dentro de las murallas de la ciudad.
Se oyó un definitivo portazo detrás de ellos, hierro contra hierro, retumbando en sus oídos y Godfrey sintió que lo habían resuelto.
Habían conseguido lo imposible.
Pero ahora, no había vuelta atrás.