Thorgrin se encontraba en el borde de la barca y miraba asombrado cómo la corriente los hacía avanzar lentamente, llevándolos hacia la inmensa cueva en el umbral del mundo. Miró al antiguo techo arqueado a treinta metros por encima de ellos, la nudosa piedra negra goteando, cubierta de musgo y extraños animales que corrían a toda prisa. Una fría corriente de aire se levantó cuando entraron y la temperatura cayó diez grados. Detrás de él, Reece, Conven, Elden, Indra, O’Connor y Matus estaban todos mirando maravillados cómo se adentraban más y más en la oscuridad de la inmensa cueva. Thor sentía como si se los estuvieran tragando enteros, para no volver jamás, y su sensación de presagio crecía.
Mientras avanzaban, Thor miró hacia abajo y vio que las aguas cambiaban, empezaban a brillar, fluorescentes, un azul suave que iluminaba la oscuridad, reflejándose en las paredes, dando solamente la luz necesaria para poder ver. Las paredes y las criaturas que colgaban de ellas se reflejaban en grotescas sombras y cuanto más para adentro iban, más se amplificaban los sonidos, los insectos que chillaban, los aleteos y los extraños gemidos bajos. Thor agarró con fuerza la empuñadura de su espada, en guardia.
“¿Qué es este lugar?” dijo O’Connor en voz alta, haciendo la pregunta que estaba en mente de todos.
Thor miraba a través de la oscuridad, confuso. Por un lado, se sentía aliviado de haber dejado el océano y encontrarse, en cierto modo, en un puerto, un sitio en el que todos podían descansar y recuperarse. Por otro lado, Thor sentía un frío en el aire, notaba algo que hacía que el vello de los brazos se le erizara. Su instinto le decía que diese la vuelta, que se dirigiera a mar abierto. Pero sus provisiones eran muy bajas, todos necesitaban descansar y, por encima de todo, Thorgrin necesitaba explorar este sitio por si verdaderamente era la tierra de los muertos. ¿Y si Guwayne estuviera aquí? Ahora que Guwayne estaba muerto, a Thorgrin ya no le preocupaba el peligro, la oscuridad o incluso la muerte; una parte de él quería la muerte, incluso la aceptaría. Y si Guwayne estaba aquí, entonces, Thor sentía que valía la pena venir aquí a verlo, incluso si no podía escapar nunca.
Un extraño gemido penetró en la oscuridad, poniéndolos nerviosos a todos.
“Me pregunto si no estaríamos más seguros corriendo peligro en el mar”, dijo Matus en voz baja, su voz resonando en las paredes de la cueva.
Las aguas giraban y daban vueltas y mientras ellos se adentraban más y más en ese sitio, las corrientes los arrastraban como si los arrastraran hacia sus destinos, Thor se dio la vuelta y vio que el océano ya estaba fuera de su vista. Estaban rodeados por la oscuridad, por las aguas brillantes y ahora se encontraban a la merced de donde la marea los quisiera llevar.
“La corriente solo va en una dirección”, dijo Reece. “Esperemos que nos lleve fuera de este lugar”.
Flotaban en la oscuridad, giraron en una curva estrecha y, mientras avanzaban, Thor miraba y examinaba las paredes y, por todas ellas, vio pares de pequeños ojos amarillos parpadeando en la oscuridad, que pertenecían a algunas criaturas desconocidas. Parpadeaban y corrían a toda prisa y Thor se preguntaba qué eran. ¿Los estaban observando? ¿Estaban esperando para atacar?
Thor agarró fuerte su espada. Estaba en alerta mientras daban vueltas y más vueltas.
Finalmente, giraron en una esquina y Thor vio, en la distancia, que las aguas llegaban a un aprubto final. Se detuvieron en una playa de arena negra, que llevaba a un nuevo terreno de piedra negra.
Thor y los demás miraban, desconcertados, como la barca paraba, golpeando suavemente contra la arena. Se miraron los unos a los otros, y después se dirigieron a la amplia expansión rocosa que había delante de ellos. La cueva desapareció en la oscuridad.
“¿Aquí es donde termina el océano?” preguntó Indra.
“Solo existe una manera de descubrirlo”, dijo Conven, saliendo de la barca hacia la playa.
Los otros le siguieron, Thor el último, y mientras estaban en la playa, Thor miró hacia su barca, meciéndose suavemente en las suaves corrientes. Thor miró al agua brillante, vio donde la cueva giraba y ya no vio más la salida.
Miró a su alrededor y a través de la oscuridad, más oscura aquí sin el brillo del agua y sintió una fría corriente que venía de algún sitio.
“Al menos podemos acampar aquí”, dijo Elden. “Podemos pasar aquí la noche”.
“Siempre y cuando no se nos coma nada en la oscuridad”, dijo O’Connor.
De repente, en la distancia, se encendió una antorcha y después otra, y otra. Docenas de antorchas se encendieron en la oscuridad y Thor, agarrando la empuñadura de su espada, vio a unas personas que los estaban mirando, personas pequeñas, la mitad de su altura, sus cuerpos muy delgados, con aspecto demacrado, con largos dedos puntiagudos, largas narices puntiagudas y pequeños ojos brillantes. Sus cabezas acababan en punta.
Uno de ellos se adelantó, claramente su líder, levantó su antorcha e hizo una sonrisa maliciosa, dejando al descubierto centenares de pequeños dientes afilados.
“Estáis en un cruce de caminos” replicó la criatura.
El líder no era como los demás. Tenía tres veces su altura, era dos veces más alto que Thorgrin y sus hombres, con una gran barriga, una larga barba marrón y llevaba un bastón. El hombre se acariciaba su larga barba mientras los miraba en el tenso silencio.
“¿Un cruce de caminos hacia dónde?” preguntó Thor.
“La tierra de los vivos y la tierra de los muertos”, respondió él. “Aquí es donde termina el océano. Somos los guardianes de la puerta. Más allá de nosotros están las puertas hasta la tierra de los muertos”.
Thor miró más allá, por encima de su hombro, y en la distancia vio unas puertas enormes, de unos treinta metros de altura, hechas de hierro, de diez metros de grosor. Su corazón saltó de alegría y esperanza.
“¿Entonces es verdad?” preguntó Thor, lleno de esperanza por primera vez desde la muerte de Guwayne. “¿Existe una tierra de los muertos?”
La criatura asintió solemnemente.
“Podéis pasar aquí la noche”, respondió. “Os daremos albergue, os daremos provisiones y os enviaremos de vuelta. Podéis volver de donde vinisteis y continuar hacia donde os lleve el océano”.
“¿Por qué nos tendríais que ofrecer vuestra hospitalidad?” preguntó Reece, con cautela.
La criatura se giró hacia él.
“Es el deber de los Guardianes”, dijo. “Nuestro trabajo es mantener las puertas cerradas. No aceptamos personas en la tierra de los muertos, los mantenemos fuera de ella. Aquellos que han perdido seres queridos vienen aquí, buscando, llorando su pérdida y nosotros los mandamos de vuelta. Todavía no es su hora. Ellos luchan y se esfuerzan por verlos, a sus seres queridos, y nosotros debemos enviarlos de vuelta. De la misma manera que debemos enviaros a vosotros”.
Thor frunció el ceño y dio un paso adelante.
“Quiero entrar”, dijo, sin dudar, pensando en Guwayne. “Quiero ver a mi niño”.
La criatura lo miró fijamente, frío y con dureza.
“No lo entiendes”, dijo él. “Solo existe una entrada y no hay salida. Entrar por esas puertas significa no salir nunca”.
Thor negó con la cabeza, decidido, lleno de dolor.
“No me importa”, dijo firmemente Thorgrin. “Veré a mi hijo”.
“Thorgrin, ¿qué estás diciendo?” dijo Reece, poniéndose a su lado. “No puedes entrar”.
“No lo dice en serio” dijo Matus en voz alta.
“Sí”, insistió Thorgrin, lleno de dolor y deseando ver a Guwayne. “Lo digo muy en serio”.
La criatura miró fijamente a Thor durante un buen rato, como si examinándolo y después negó con la cabeza.
“Eres muy valiente”, dijo, “pero la respuesta es no. Pasaréis aquí la noche y después volveréis al océano. La marea de la mañana se os llevará. Quedaros dentro de ella el tiempo suficiente y, durante el curso de una luna, llegaréis a las orillas del este del Imperio. Este no es un lugar para los hombres”.
“¡Entraré por esas puertas!” Thor ordenó de manera sombría, desenvainando la espada. El sonido del metal saliendo de la vaina resonó fuertemente en las paredes de las cueva y la cueva se llenó de vida con los sonidos de los insectos y las criaturas peleando por salir de allí, como si supieran que se avecinaba una tormenta.
Inmediatamente, las docenas de criaturas de detrás del líder desenvainaron sus espadas también, espadas blancas hechas de hueso.
“Deshonras nuestra hospitalidad”, dijo el líder a Thor con desprecio.
“No quiero vuestra hospitalidad”, dijo Thor. “Quiero a mi niño. Y ni vosotros, ni ninguna criatura de este mundo, me detendrá. Caminaré a través de las puertas del infierno para hacerlo. Quiero entrar a la tierra de los muertos. Iré solo. Mis hombres pueden aceptar vuestras provisiones y volver al mar. Pero yo no. Yo entraré aquí. Y nadie ni nada en esta tierra me detendrá”.
El líder negó con la cabeza.
“De vez en cuando nos encontramos con alguien como tú”, dijo. Volvió a negar con la cabeza. “Estúpido. Deberías haber aceptado mi oferta la primer vez”.
De repente, todas las criaturas de detrás de él embistieron contra Thorgrin, docenas de ellos, con las espadas en alto, corriendo hacia él.
Thor se sentía tan decidido a ver a su hijo que algo se apoderó de él: su cuerpo de repente se llenó de calor y sus manos parecían arder, mientras se sentía más poderoso de lo que nunca se había sentido. Guardó su espada, levantó las manos y, al hacerlo, una esfera de luz salió disparada y se reflejó en la cueva, iluminándola. Movió sus manos en un movimiento semicircular y, mientras lo hacía, los rayos de luz golpeaban a las criaturas en el pecho, echándolos al suelo.
Todos cayeron al suelo, gimiendo, retorciéndose en el suelo, aturdidos pero no muertos.
Su líder abrió los ojos sorprendido mientras observaba a Thor con atención.
“Es usted”, dijo, con respeto. “El Rey de los Druidas”.
Thor lo miró fijamente con calma.
“No soy el rey de nadie”, respondió. “Solo soy un padre que desea ver a su hijo”.
El líder lo miró fijamente con un nuevo respeto.
“Se decía que llegaría un día en el que vendría”, dijo. “Un día en el que las puertas se abrirían. No pensaba que ocurriría tan pronto”.
El líder echó una mirada larga y dura a Thorgrin, como si mirara a una leyenda viva.
“Entrar por esas puertas”, dijo, “no es el precio del oro. Sino el precio de la vida”.
Thor dio un paso adelante y asintió con solemnidad.
“Entonces ese es el precio que pagaré”, dijo.
El líder lo miró durante un buen rato, hasta que al final estuvo satisfecho. Asintió y sus docenas de hombres lentamente se pusieron de pie y se hicieron a un lado, creando un camino para que Thor pasara. Más docenas de ellos se apresuraron hacia las puertas y, todos ellos, agarrando el hierro, tiraron de él con todas sus fuerzas.
Con un gran quejido y un crujido, las puertas de la muerte, protestando, se abrieron de par en par.
Thor miró hacia arriba con respeto y observó cómo las puertas de treinta metros de altura se abrían. Era como mirar a una puerta grande hacia otro mundo.
Mientras sostenían sus antorchas hacia la puerta, esta se iluminó y de pie, más allá de donde estaban ellos, Thor vio a un hombre con una larga túnica negra, sujetando un bastón largo, que llevaba una capa negra con una capucha que le cubría la cara. Estaba de pie cerca de una pequeña barca, que se encontraba a la orilla de un río que se movía lentamente.
“Él será su pastor hacia la tierra de los muertos”, dijo el líder. “Le llevará a través del río. Al otro lado del mismo hay una escalera hacia el centro del mundo. Es un viaje de ida en barca”.
Thor asintió con seriedad, entendiendo que era permanente, y agradecido por la oportunidad.
Thorgrin empezó a caminar por delante del líder, por delante de las filas de criaturas alineadas, que abrían un paso para él, y hacia las puertas abiertas de la muerte. Preparado para emprender solo la larga marcha.
De repente, oyó unas pisadas a su alrededor, se dio la vuelta y se sorprendió al ver a todos sus hermanos a su lado, mirándolo solemnemente.
“Si vas a ir a la tierra de los muertos”, dijo Reece, “necesitarás compañía”.
Thor los miró, confundido; nunca había esperado que dejaran su vida por él.
O’Connor asintió con la cabeza.
“Si no vas a volver, ninguno de nosotros lo hará”, dijo O’Connor.
Thor los miró a los ojos y vio su seriedad, vio que no podría hacerlos cambiar de opinión. Estaban allí con él, a su lado, hermanos de armas, preparados para marchar a través de las puertas del infierno con él.
Thor asintió con la cabeza, más agradecido de lo que podía decir. Había encontrado a sus verdaderos hermanos. Su verdadera familia.
A una, todos se dieron la vuelta y empezaron a andar, Thor los dirigía mientras marchaban a través de las puertas y a través de la entrada a otro mundo, un mundo del cual Thor sabía que nunca volverían.