Darius daba golpes y más golpes, el sonido de su espada de madera perforaba el aire mientras paraba los golpes de Raj y Desmond alternativamente, cada uno de ellos atacándole de ambos lados. Ellos le obligaban a retroceder y él estaba sudando la gota gorda mientras entrenaba con ellos, haciéndolo lo mejor que sabía para defenderse de un golpe tras otro. El sol se estaba ocultando tras un largo día de trabajo y, como habían hecho casi cada día durante el último ciclo de luna, Desmond, Raj y Darius entrenaban, soltando toda su agresión por el Imperio, toda su frustración con los capataces, con el manejo de la espada.
A un lado, estaba Dray, observando cada golpe, gruñendo a los atacantes de Darius cada vez que le propinaban un golpe. Claramente quería atacar, pero Darius por fin le había ensañado a sentarse allí y observar pacientemente. Aún así, sus gruñidos llenaban el aire, y Darius no sabía cuando finalmente rompería y desafiaría su autoridad. Era tan fiel a Darius, y Darius a él, que no se podía controlar.
A lo largo del último ciclo de luna, Darius y Raj y Desmond se habían convertido en buenos amigos, los dos chicos mayores decididos a hacer de Darius un mejor luchador. Estaba funcionando. Darius sentía que sus brazos y hombros estaban cansados, pero no tan cansados como habían estado días atrás; y mientras en los últimos días demasiados de sus golpes pasaban desapercibidos, hoy él conseguía parar sus golpes mientras le atacaban inexorablemente.
Iban de adelante hacia atrás, Darius paraba golpes de lado a lado, dando vueltas sobre sí mismo antes de parar un golpe alto e incluso atreviéndose a contraatacar, dando más golpes. Sentía que se estaba haciendo más fuerte, más rápido, más seguro de sí mismo. Él sabía que a la vez que su amistad se hacía más profunda, también lo hacían sus habilidades en el combate.
Darius se estaba concentrando, buscando el punto débil en el golpe de Raj, a punto de dar su primer golpe cuando, de repente, la voz de una chica cortó el aire.
“¡Darius!”
Darius, distraído, se giró hacia el sonido y, al hacerlo, bajó la guardia y recibió un poderoso golpe en las costillas.
Gritó fuerte y miró a Raj con mala cara.
“¡Injusto!” dijo.
“Has bajado la guardia”, dijo Raj.
“Estaba distraído”.
“En la batalla”, dijo Desmond, “tu enemigo espera las distracciones”.
Darius se dio la vuelta, enfadado, y se sorprendió al ver quién lo había llamado. Para su sorpresa, allí estaba Loti, acercándose rápido, con apariencia de estar turbada. Todavía se sorprendió más al ver que tenía los ojos rojos de haber llorado.
Darius estaba desconcertado; no la había visto durante todo el ciclo de luna y estaba seguro de que ella no quería volver a verlo. No entendía por qué lo buscaba ahora, o por qué estaba tan inquieta.
“Tengo que hablar contigo”, dijo ella.
Estaba tan triste que su voz se rompía y podía ver la angustia en su cara, haciendo el misterio más profundo.
Darius se dio la vuelta y miró a Raj y Desmond.
Ellos asintieron, entendiéndolo.
“Otro día”, dijo Raj.
Se dieron la vuelta y se fueron caminando y Darius y Loti se quedaron solos en el descampadado, el uno frente al otro.
Darius caminó hacia ella y ella le sorprendió corriendo hacia él, echándose a sus brazos y abarazándolo fuerte. Mientras lo hacía lloraba sobre su hombro. No sabía qué hacer con eso; la manera de hacer de las mujeres era infinitamente misteriosa para él.
“Lo siento”, dijo Loti, sobre su hombro. “Lo siento mucho. Soy una estúpida. No sé por qué fui tan mezquina contigo. Tú salvaste mi vida. Nunca te lo agradecí”.
Darius también la abrazó, apretándola fuerte. Era muy agradable tenerla entre sus brazos, y se sentía redimido al oír aquello, después de todo lo que había pasado. Todo el sufrimiento y la angustia y la decepción y la confusión que había sentido durante el último ciclo de luna empezaron a disiparse. Realmente lo quería después de todo. Tanto como él la quería a ella.
“¿Por qué no…?” empezó él.
Pero ella lo cortó, echándose hacia atrás y levantando un dedo.
“Después”, dijo ella. “Por ahora, tengo asuntos urgentes”.
Lloró de nuevo y él la miró a la cara, preguntándose, después le cogió la barbilla.
“Cuéntame”, dijo. “Lo que sea, puedes contármelo”.
Se detuvo durante un buen rato, mirando hacia abajo, hasta que finalmente miró hacia arriba y se encontró con su mirada.
“Maté a uno de ellos hoy”, dijo, con voz terriblemente seria.
Darius vio la seriedad en sus ojos y vio que no era broma. Su estómago se encogió al darse cuenta.
Ella asintió con la cabeza, afirmándolo.
“Intentaban hacer daño a mi hermano”, explicó. “No podía quedarme sin hacer nada. Ya no. No hoy”.
Rompió a llorar.
“Ahora el Imperio vendrá a por mí”, dijo. “A por todos nosotros”.
Ahora Darius entendía por qué lo había buscado; la trajo hacia él y ella la abrazó y lloró sobre su hombro mientras él la apretaba fuerte. Él sentía simpatía por ella, a la vez que compasión y, por encima de todo, un recién-descubierto sentido del respeto. Admiraba sus actos.
Él la apartó y la miró seriamente.
“Lo que has hecho”, dijo él, “fue un acto de honor. De valentía. Un acto que incluso los hombres tuvieron miedo de hacer. No deberías sentir vergüenza, deberías sentir orgullo. Salvaste la vida de tu hermano. Salvaste todas nuestras vidas. Puede que muramos. Pero ahora, gracias a ti, todos moriremos con venganza, con honor en nuestras vidas”.
Ella lo miró y se secó las lágrimas y él pudo ver que la había consolado; aunque su cara reflejaba preocupación.
“No sé por qué vine a ti primero”, dijo ella. “Me imagino que pensaba…que tú lo entenderías. Tú de entre todos”.
Él le agarró las manos.
“Lo entiendo”, dijo. “Más de lo que puedo decir”.
“Ahora debemos decírselo”, dijo ella. “Debemos decírselo a todos los mayores”.
Darius tomó su mano y la miró con seriedad.
“Prometo por el sol y las estrellas, por la luna y por la tierra de debajo de ella. Ningún daño te acontecerá mientras yo viva”.
Ella lo miró a los ojos y pudo sentir su amor por él, un amor que se alargaba por siglos. Ella lo abrazó, se acercó y le susurró al oído, las mismas palabras que él había estado deseando oír:
“Te quiero”.