CAPÍTULO DIECISIETE

 

Alistair estaba al lado de Erec, dándole la mano, los dos de pie en el altiplano más alto de ls Islas del Sur, contemplando juntos el deslumbrante panorama, con el sol de la mañana extendiéndose a lo largo de las islas. Alistair estaba encantada de tener a Erec de vuelta, en camino de curarse, a su lado otra vez. Erec finalmente volvía a ser él, agarrando su mano con la fuerza del guerrero que ella un día conoció.

Mientras Alistair estaba allí, saludando otro nuevo día con él, con todo el caos y la mortandad delante de ellos, sentía que su vida se le había devuelto y se sentía muy agradecida a Dios por responder a sus oraciones.

Los dos estaban allí, mirando a lo lejos, y mientras Alistair observaba el paisaje de su nuevo hogar, este hogar que ya había empezado a querer, ya podía ver toda la reconstrucción que se estaba llevando a cabo, a lo largo y ancho de las islas. Al igual que ella y Erec, la nación entera estaba recogiendo los trozos, preparándose para reconstruir, para empezar de nuevo. En la distancia, Alistair podía oír el suave ruido tranqulizador de cinceles lejanos, dando golpes, reconstruyendo.

“Los martillos y cinceles nunca se detienen”, dijo Erec, “y aún así aún queda mucho por hacer”.

La tierra estaba en ruinas, destruida por la guerra civil. Pero con los hombres finalmente unidos de nuevo bajo las órdenes de Erec, había una nueva alegría, un propósito en el aire, y todos se disponían a reconstruir con prontitud, a la una. Las casas estaban empezando a levantarse de nuevo, mientras los cuerpos se retiraban de las calles, se enterraban en las colinas, y las campanas sonaban para conmemorar las pérdidas. Alistair las podía oír incluso ahora, distantes, sonando de un pueblo a otro.

Había un ambiente tranquilo, una calma después de la tormenta.

“Me salvaste la vida”, dijo Erec. “No creas que no lo sé. Es algo muy sagrado. Nuestras vidas están unidas. La mía a la tuya y la tuya a la mía. Hasta el día que me muera, te lo deberé”.

Alistair sonrió y le apretó la mano.

“Has vuelto a la vida”, respondió ella. “Está suficientemente pagado”.

Le pasó un brazo por el hombro y Alistair se inclinó hacia él. Miró a lo lejos, abrumada por la belleza de aquel lugar, el sol brillando por encima de todo, la belleza de su futuro delante de ella. Ella y Erec se casarían pronto. Tendrían un hijo. Gobernaría este magnífico lugar con él.

Sus sueños se estaban haciendo realidad finalmente. Era momento de empezar de nuevo.