CAPÍTULO VEINTIDÓS

 

Thorgrin, junto a sus hermanos de la Legión, caminaba lentamente, con cuidado, a través de la tierra de los muertos, parpadeaba y se preguntaba qué había sucedido. Se sentía como si hubiera perdido cualquier noción del tiempo, como si hubiera estado allá abajo durante semanas, quizás incluso durante un ciclo entero de luna, caminando a través de un extraño vórtice de tiempo y espacio mientras andaban a través de los interminables túneles en la tierra de los muertos. Sabía que no era posible andar durante muchos días, sin embargo se sentía muy fatigado, los ojos le pesaban. ¿Tanto tiempo había pasado?

Parpadeó varias veces, mirando con dificultad a través del vapor rojizo que iba y venía en aquellas enormes cuevas y miró a su alrededor y vio que sus compañeros parecían igual de desorientados. Era como si finalmente estuvieran saliendo de la niebla, de vuelta al tiempo presente. Thor recordó la advertencia del guardián del río: unos cuantos pasos en esta tierra pueden durar muchas lunas.

“¿Qué nos ha pasado?” Elden hizo la pregunta que estaba en mente de todos.

“¿Hemos estado andando todo este tiempo?” preguntó O’Connor.

“Y aún así parece que acabamos de entrar al túnel”, dijo Reece.

Thor miró a su alrededor, observando los alrededores, preguntándose lo mismo. Inmediatamente se puso en guardia, apretando el puño en la empuñadura de su espada, mientras sentía un aire frío colgado de su piel. Ruidos escalofriantes llenaban la gigantesca cueva, que resonaban provenientes de ningún lugar en este sitio de oscuridad. La única cosa que iluminaba su camino eran las hogueras esporádicas que salían disparadas del suelo, cada seis metros más o menos, alumbrando los lados de la cueva. Ocasionales géiseres de fuego salían disparados, algunos de ellos echando chispas, otros borboteando lentamente. Más que cualquier otro sitio en el que hubiera estado, aquel sitio parecía un lugar de oscuridad y tristeza y muerte. Thor sentía que había entrado en otra dimensión, un lugar adonde ningún humano se esperaba que viajara. Empezaba a preguntarse si había cometido un error muy grande viniendo aquí.

“¡Guwayne!”, gritó Thor.

Su voz resonaba en las paredes de la cueva, volviendo a él una y otra vez, como haciéndole burla. Miraba a su alrededor, deteniéndose, escuchando, esperando algún sonido de su hijo. El lloro de un bebé. Cualquier cosa.

No obtuvo nada que no fuera un cruel silencio como respuesta. Entonces, después de una larga pausa, empezaron los sonidos otra vez, los goteos distantes y los chillidos y los aleteos, la miríada de criaturas escondidas en la oscuridad. También había los distantes sonidos de silbido, de quejidos suaves, el traqueteo de cadenas. Interminables quejidos y gritos resonaban en el aire, los sonidos de almas angustiadas.

“¿Qué es este lugar?” preguntó Indra, con voz triste.

“El infierno”, respondió Matus.

“O uno de los Doce Infiernos”, añadió Elden.

Thor caminaba con cuidado, evitando pequeños charcos de fuego y sentía una profunda sensación de recelo mientras escuchaba el distante rugido y rumor de algún tipo de criatura.

“Si todos están muertos, ¿qué es esto?” preguntó Matus. “¿Qué normas hay aquí abajo?”

Thorgrin dio un paso adelante, agarrando la empuñadura y negó con la cabeza.

“No hay normas”, dijo Reece. “Dejamos las normas allá arriba en la tierra”.

“Las únicas normas de aquí las da el filo de tu espada”, dijo Thor, sacando su espada con un distintivo sonido. Los otros le siguieron, todos sujetando sus armas, todos con los nervios de punta. Reece llevaba una maza, Matus un mayal, Elden una espada, O’Connor su arco, Conven su espada e Indra su honda.

“No creo que nos sean de mucha ayuda”, dijo Reece. “Después de todo, estas criaturas ya están muertas”.

“Pero nosotros no”, dijo Indra. “Todavía no, por lo menos”.

Continuaron andando hacia los sonidos, adentrándose más y más en la cueva, los sonidos se volvían más fuertes mientras ellos se sentían envueltos en este otro mundo.

“!GUWAYNE!” gritó Thor de nuevo.

De nuevo, su voz resonó, esta vez seguida de una risa burlona que provenía de algún lugar de muy adentro, rebotando en las paredes. Entonces vino el sonido de un goteo y Thor miró hacia arriba y vio pequeñas gotas de lava cayendo del techo, gotas esporádicas, como lluvia, haciendo un silbido cuando llegaban al suelo.

“¡UFFF!” gritó O’Connor y saltó.

Thor lo vio apartarse de un salto y sacudirse una llama ardiente de la manga, de un golpe. Todos ellos se agruparon más y fueron corriendo hacia el centro, donde no había tanto goteo.

“Dijeron que nadie salía”, dijo Matus. “Quizás moriremos más pronto de lo que pensamos”.

“Aquí no”, dijo Reece. “Por muy alocado que suene, no quiero morir en la tierra de los muertos. Quiero morir sobre tierra”.

Conven dio un paso adelante, con apariencia relajada, como si se sintiera cómodo aquí.

“Nos podríamos ahorrar un viaje”, dijo.

Ellos andaban y andaban, el vapor rojo se levantaba y desaparecía, Thor miraba con dificultad a través de la oscuridad, porciones de la cueva iluminados por llamas más grandes que otras. Buscaba por todas partes a Guwayne.

Sin embargo, a todas partes a donde iba, no había ni rastro de él.

Thor escuchó un súbito traqueteo, miró a su alrededor y se sorprendió ante lo que vio. Al principio no podía entenderlo. Pero después, la niebla se retiró y quedó claramente a la vista. No estaba viendo visiones.

Allí, a pocos metros, Gareth, el hermano de Reece, apareció de entre la oscuridad. Encadenado a la pared con grilletes de hierro alrededor de su cuello, los miraba fijamente con la cara flaca y las mejillas huecas. Sus brazos y sus piernas tenían grilletes de plata y tenía una daga clavada en el pecho.

Les sonrió y de su boca goteaba sangre mientras lo hacía.

“Gareth”, dijo Reece con dificultad, dando un paso hacia delante, sujetando la espada por delante de él.

“Mi hermano”, le dijo Gareth.

“Tú no eres mi hermano”, dijo Reece.

“¿Reconoces esta daga que hay en mi pecho?” preguntó Gareth. “Es la que usé para asesinar a nuestro Padre. Me la han clavado. Para toda la eternidad. ¿Me la sacarías?”

Reece se echó atrás horrorizado, mirando fijamente a su hermano, escandalizado.

Poco a poco, Reece retrocedió. Se dio la vuelta, y Thor pudo ver el miedo en su rostro y, a continuación, siguieron túnel abajo.

Los otros los siguieron, dándole todos la espalda a Gareth, dejándolo allí, encadenado a la pared, condenado a vivir su infierno por toda la eternidad.

“¡Por favor!” se lamentaba Gareth detrás de ellos, sonando desesperado. “¡Por favor, liberadme! ¡Por favor, volved! ¡Lo siento! ¿Me oyes, hermano? ¡Siento haber matado a nuestro Padre!”

Andaban y andaban y Thor veía la mirada pálida en la cara de Reece. Parecía perturbado.

“Nunca había pensado que volvería a ver a mi hermano”, dijo Reece en voz baja mientras continuaban caminando.

Thor miró a su alrededor y tenía un nuevo respeto por este lugar; se preguntaba qué vendría a continuación.

Pasaron por cuevas pequeñas, en los huecos de las paredes, parecidas a la de donde había salido Gareth y, mientras lo hacían, estaban todos alertas, preguntándose con quién más se podrían encontrar.

Entonces vino otro traqueteo de cadenas, este más violento, y de la oscuridad de una de las pequeñas cuevas salió una figura abalanzándose sobre ellos. Todos dieron un salto hacia atrás y se prepararon, Thor levantando la espada, dispuestos a atacar.

Pero al hombre lo detuvieron sus grilletes antes de que pudiera alcanzarlos. Gruñía, dirigiéndose hacia ellos.

“Acercaros más”, gritó, “¡y os presentaré el infierno!”

Thor miró al hombre, horrorosamente desfigurado, al que le faltaba un ojo, con la cara quemada y cubierta de heridas rezumando, que parecían recientes y Thor se dio cuenta, horrorizado, de quién era: McCloud.

“Tú eres el que atacó a Gwendolyn”, dijo Thor, mientras le venía todo a la memoria como si fuera ayer. “Siempre había deseado estar allí para matarte primero. Ahora tengo la oportunidad”.

Thor frunció el ceño y, dando un paso al frente, apuñaló a McCloud en el corazón.

Pero McCloud estaba allí, todavía sonriéndole mientras le salía sangre por la boca, con apariencia imperturbable.

Thor miró hacia abajo y vio que varias espadas perforaban ya el torso de McCloud.

“Mátame”, dijo McCloud. “Me harías un gran favor y acabarías con el infierno en el que estoy”.

Thor lo miró confundido y, en aquel momento, entendió que había justicia en el mundo. McCloud había herido a otros incontables veces y ahora estaba sufriendo en su propio infierno privado. Y sufriría para siempre.

“No”, dijo Thor, retirando su espada. “No te ahorraré ningún infierno”.

Siguieron caminando, los gritos de McCloud les asaltaban mientras se iban. Thor estaba todavía más alerta ahora, mirando a través de la oscuridad, mientras una a una, iban saliendo figuras a ambos lados del túnel, todas encadenadas.

Thor pasó por delante de hombres a los que reconoció, hombres a los que había matado en el campo de batalla, la mayoría de ellos enemigos extranjeros. Todos parecían querer alcanzarlo, para atacar, pero sus grilletes se lo impedían.

De repente, Matus saltó hacia atrás; Thor se dio la vuelta y vio salir a su padre y sus hermanos de las Islas Superiores muertos, dirigiéndose hacia él.

“Nos decepcionaste, Matus”, dijo su padre. “Nos traicionaste por el continente del Anillo. Diste la espalda a la familia”.

Matus negó con la cabeza mientras los miraba fijamente.

“Nunca fuisteis mi familia”, respondió. “Solo de sangre. No en el honor”.

Reece andó hacia adelante, directo hacia el padre de Matus, que lo miraba con mala cara. Todavía tenía la herida de puñalada con la que Reece lo había matado.

“Me mataste”, le dijo a Reece.

“Y por tu culpa, la mujer con la que me iba a casar está muerta”, respondió Reece. “Tú mataste a Selese”.

“La volvería a matar”, dijo, ¡y con gusto te mataría a ti!”

Se abalanzó hacia Reece, pero sus cadenas lo detuvieron.

Reece estaba allí y lo miraba mal.

“Te mataría cada día si pudiera”, dijo Reece, sintiendo de nuevo la angustia por la muerte de Selese. “Me robaste a la persona a la que más quería”.

“¿Por qué no te quedas aquí abajo con nosotros?”, dijo el hermano de Matus a Reece, “Así podrás”.

Thor se giró y estiró a Reece, llevándolo hacia otro lugar.

“Venga”, le dijo a Reece. “No merecen nuestro tiempo”.

Todos siguieron andando, passando por un desfile interminable de fantasmas.

Thor vio a todos los hombres a los que había matado en batalla, rostros que no había visto en años, mientras se adentraban más y más en aquel atroz lugar.

Thor de repente sintió que un escalofrío le recorría y sabía, simplemente sabía, que algún ser malvado estaba al acecho en un cueva más adelante, escondido tras una nube de vapor.

Lentamente, la figura emergió, adelántandose cuando el vapor pasó, y Thor se detuvo cerca, perplejo.

“¿Y a dónde te diriges, hijo mío?” dijo la oscura y gutural voz.

El pelo de Thorgrin se erizó al reconocer aquella voz, la voz que le había causado tanta angustia, que le había causado interminables pesadillas. Thor se preparó.

No puede ser.

Thor se horrorizó de ver cómo salía caminando de la oscuridad, encadenado por seis grilletes, su verdadero padre.

Andrónico.

Sus grilletes detuvieron a Andrónico y Thor poco a poco se acercó, parando delante de él, mirándolo fijamente a la cara. Andrónico tenía todo el cuerpo cubierto de heridas, tanto como Thor lo había visto por última vez en el campo de batalla.

Andrónico sonreía maliciosamente, con una sonrisa cruel, aparentemente invencible.

“Me odiaste en vida. ¿Vas a odiarme también en la muerte?” preguntó Andrónico.

“Te odiaré siempre”, respondió Thor, temblando por dentro.

Andrónico sonrió.

“Eso está bien. Tu odio me mantendrá vivo. Nos mantendrá conectados”.

Thor pensó en sus palabras, y se dio cuenta de que su padre tenía razón. El odio que sentía por Andrónico le hacía pensar cada día en él; los mantenía conectados de una extraña manera. Se dio cuenta de que en aquel momento le gustaría realmente librarse de él. Y, para hacerlo, tendría que soltar su odio.

“No eres nada para mí ahora”, dijo Thorgrin. “No eres un padre. Nunca lo fuiste. No eres un enemigo. Eres solo un cadáver en la tierra de los muertos”.

“Sin embargo sigo vivo”, dijo Andrónico, “en tus sueños. Me has matado. Pero no realmente. Para librarte de mí, deberías conquistarte a ti mismo. Y no eres lo suficientemente fuerte para eso”.

Thor sintió una nueva ola de furia.

“Soy más fuerte que tú, Padre”, dijo Thor. “Estoy vivo, allá arriba, y tú estás muerto, atrapado aquí abajo”.

¿Tú, el que sueña conmigo, estás verdaderamente vivo?” preguntó Andrónico, sonriendo. “¿Cuál de los dos está atrapado por el otro?”

Andrónico se echó hacia atrás y rió, más y más fuerte, un ruido áspero, su risa resonaba en las paredes. Thor lo miró con odio; quería matarlo, enviarlo al infierno. Pero ya estaba en el infierno. Thor se dio cuenta de que era a él mismo a quién necesitaba liberar.

Thor sintió una mano en su hombro ahora y, al darse la vuelta, vio a Reece, devolviéndole el favor, llevándoselo de allí.

“No vale la pena”, dijo Reece. “Solo es otro fantasma”.

Thor se dejó llevar y todos ellos continuaron caminando, la risa de Andrónico resonaba en los oídos de Thor mientras continuaba haciendo su camino a través de la interminable cueva de los horrores.

 

*

 

Anduvieron y anduvieron durante lo que parecieron lunas, girando y dando vueltas a través de interminables túneles, bifurcándose más de una vez, perdiéndose interminablemente en este laberinto bajo tierra. Thor se sentía como si hubiera atravesado un desierto de oscuridad, como si hubiera estado caminando toda su vida.

Finalmente, llegaron a lo que parecía ser el final de la cueva. Thor se detuvo, perplejo, como hicieron los demás, mirando fijamente a la pared de piedra negra sólida. ¿Habían llegado a un callejón sin salida?

“¡Mira!” dijo O’Connor. “Allá abajo”.

Thor miró hacia abajo y vio, en el suelo al final de la cueva, un amplio agujero en el suelo, un túnel que bajaba en pendiente directo a la oscuridad.

Thor fue andando hacia el precipicio con los demás y miró hacia abajo; el túnel parecía desaparecer en el centro de la tierra. Un aire cálido se levantaba de allí, con olor a sulfuro. Thor oyó un quejido que resonaba desde las profundidades de allá abajo.

Thor miró a los demás, que lo miraron fijamente, con respeto en la mirada. Podía decir que ninguno de ellos quería entrar en el túnel, bajar deslizándose hacia la oscuridad. No estaba seguro que el quisiera, tampoco. ¿Pero que elección les quedaba? ¿Habían girado en el sitio equivocado en algún lugar?

Mientras estaban allí debatiendo, de repente, vino un horroroso grito por debajo de ellos, uno que hizo que los pelos de la nuca de Thor se erizaban. Era como el rugido de un león.

Thor se giró y se horrorizó al ver, allí, mirándolos, el monstruo más grotesco que jamás había visto. Se elevaba sobre ellos sobre ellos, tres veces el tamaño de Thorgrin y dos veces su anchura. Parecía un gigante, pero su piel era de un rojo brillante y escamosa y, en lugar de dedos, tenía tres largas garras. Tenía pezuñas en lugar de pies y una cabeza alta y muy delgada, con tres ojos arriba del todo y una boca que se componía enteramente de su boca. Su boca era enorme, con dientes amarillos mellados cada uno de unos quince centímetros y su cuerpo entero estaba ondeado de escamas y músculos, como una armadura.

“Parece que haya escapado del infierno”, dijo O’Connor.

“O que quiera enviarnos allí”, dijo Indra.

La criatura echó la cabeza hacia atrás y rugió; entonces caminó hacia delante y les asestó un golpe. Thorgrin dio un salto, apartándose de allí, justo a tiempo, la bestia no lo tocó por unos centímetros.

Pero O’Connor no tuvo tanta suerte. Dio un fuerte grito cuando la bestia le clavó sus largas garras amarillas, dejándole tres cortes en el bíceps y lo envió volando por los aires hasta ir a parar a la piedra. O’Connor, con honor, dio vueltas hasta colisionar con el suelo y, a pesar del dolor, agarró su arco y disparó una flecha.

La bestia era demasiado rápida; simplemente la agarró al aire. La sujetó, la observó y la masticó, tragándosela como si fuera un aperitivo. Se echó hacia atrás y volvió a rugir.

Thor se puso en acción. Embistió, levantó en lo alto su espada con las dos manos y la llevó hasta el pie de la bestia. Con todas sus fuerzas la clavó, atravesando la piel, la armadura y hacia el lecho de roca, clavándolo en el suelo.

La bestia gritó. Thorgrin, al descubierto, sabía que pagaría un precio, y lo hizo. La bestia giró su otra mano y golpeó a Thor en las costillas. Thor sintió como si sus costillas se estuvieran rompiendo mientras volaba por los aires e iba a colisionar a la pared de roca del otro lado de la cueva.

El monstruo intentó embestirlo, pero todavía estaba clavado en el suelo; entonces, agarró la espada de Thorgrin, la arrancó de la piedra y de su pie.

La bestia se dirigió a Thor y lo embistió; Thor dio vueltas, con los ojos borrosos por la colisión y miró hacia arriba, preparándose para el ataque. No pudo reaccionar a tiempo.

Los otros se pusieron en acción. Matus corrió hacia delante con su mayal, lo balanceó ampliamente y golpeó a la bestia en el muslo.

La bestia, furiosa, se dio la vuelta y, mientras lo hacía, Reece la atacó desde el otro lado, la apuñaló y la hizo caer de rodillas. O’Connor lanzó otra flecha e Indra hizo varios disparos con su honda, una piedra impactó en los ojos de la bestia, mientras Elden corría hacia delante con su hacha y la clavaba en el hombro de la bestia. Conven hizo un salto hacia arriba y fue a parar encima de la cabeza de la bestia, levantó en alto su espada y se la clavó en el cráneo.

La bestia chilló, asediada por todos estos ataques. Rugió y, en un rápido movimiento, todo lo alta y ancha que era, echó atrás sus brazos y mandó a Conven volando por los aires. Golpeó fuertemente y dio a los demás, enviándolos, también, volando en todas direcciones, hasta impactar en el lecho de roca.

Cuando la vista de Thor se aclaró, él estaba tumbado, mirando arriba hacia ella y se dio cuenta de que la bestia era impenetrable. Nada de lo que hicieran la mataría jamás. Luchar contra ella significaba la muerte segura.

Thor entendió que debía hacerse cargo y tomar una decisión rápida si tenía que salvar la vida de todos.

“¡Hacia el túnel!”ordenó Thor.

Todos siguieron sus indicaciones y, al mirar, vieron de lo que estaba hablando-el túnel era su única esperanza. Se pusieron en marcha, agarraron sus armas, corriendo mientras la bestia embestía hacia ellos, siguiendo a Thor mientras se apresuraba hacia el túnel.

Thor se detuvo delante de la entrada.

“¡Seguid!” ordenó, deseando que los demás escaparan primero.

Thor estaba allí, sujetando la espada, bloqueando el camino a la bestia para que los demás pudieran entrar. De uno en uno, Indra, Elden, O’Connor y Reece entraron, saltando con los pies por delante y desapareciendo en la oscuridad.

Matus se detuvo al lado de Thor.

“Yo te lo ahuyentaré”, dijo Matus. “¡Tú sigue!”

“¡No!” dijo Thor.

Pero Matus no escuchó. La bestia embistió hacia el túnel, dirigiéndose a Thor y Matus dio un paso hacia delante y le clavó la espada, cortándole dos de las largas garras a la bestia mientras acechaban a Thor. Thor movió la espada al mismo tiempo, agachándose y rebanando la otra mano de la bestia.

La bestia chilló y Thor y Matus observaban horrorizados como la mano y las garras se regeneraban inmediatamente. Thor sabía que derrotarla sería una causa perdida.

Thorgrin sabía que era su única oportunidad.

“¡VETE!” exclamó Thor.

Matus se giró y se lanzó hacia adentro y Thor le siguió, tirándose de cabeza primero, preparado para deslizarse. Pero tan pronto como empezó a deslizarse, Thor se detuvo de repente. Sintió que las garras de la bestia se clavaban en la parte posterior de su pierna, perforándole la piel, y gritó de dolor. Estaba empezando a tirarlo hacia atrás.

Thor se dio la vuelta y vio a la criatura tirándolo hacia atrás rápidamente, directo hacia su boca abierta. Sabía que en unos momentos sufriría una muerte horrible.

Thor reunió su última reserva de fuerza y consiguió girarse lo suficiente para dar un corte hacia atrás, cortando de tajo la muñeca de la bestia.

Thor gritó mientras repentinamente empezó a desplomarse, con la cabeza por delante, túnel abajo. Daba vueltas sobre sí mismo, abalanzándose más y más rápido sobre lo que fuera que había allá abajo.