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Llamé a Dwight para preguntarle si Ollie podía pasar conmigo un par de semanas ese verano. Con mucha menos resistencia de la que esperaba, aceptó que pasara quince días conmigo: el periodo más largo que yo había pasado con mi hijo desde que perdí la custodia.

—Si oigo una sola palabra de que bebes, esto no se repetirá —me advirtió.

Quise replicarle, pero no lo hice. Lo único que me importaba era que iba a poder pasar dos semanas con Ollie. Hacía tanto tiempo que lo esperaba…

La noche siguiente, cuando hablamos por teléfono, Ollie me contó sus planes para nuestras vacaciones. Iba a enseñarle un truco a Rocco, dijo. Y quería seguir aprendiendo a nadar. El día en que se metió en la piscina con el Hombre Mono, habían decidido que harían una carrera el fin de semana del Día del Trabajo. Tenía que practicar.

—A lo mejor, si estoy de buen humor, te dejo ventaja, amiguito —le había dicho Swift—. Pero no creo que la necesites. Eres mucho más joven que yo. ¿Sabes cuántos años tengo?

—¿Veinticinco? —había preguntado Ollie. No sabía calcular la edad de los adultos, pero era cierto que Swift se comportaba como un chico de veinticinco años.

No era solo Ollie quien parecía entusiasmado con aquellas vacaciones. También lo estaba Swift. Compró entradas para un partido de los Giants y preguntó en una pista que había visto cerca de la I-280 cuál era la edad mínima para conducir un kart de fórmula 4, con idea llevar algún día a Ollie. Y no solo eso: pensaba renovar la vieja jaula de bateo de Cooper, que llevaba cerca de diez años abandonada en el jardín. Sabía que yo seguramente no querría que Ollie montara en su moto, pero ¿y si se compraba un sidecar?, preguntó.

—Quiero llevar al niño a Tahoe —nos dijo a Ava y a mí—. Y salir con él en la lancha. En la Donzi.

Yo le había oído hablar otras veces de su lancha. Había sido un regalo de graduación para Cooper. En varias de las fotografías que adornaban las paredes de la casa aparecían ellos dos montados en la lancha motora, seguida por una larga estela de espuma. Riendo, como siempre.

—No estamos hablando de una vieja Boston Whaler —prosiguió Swift—. Es una auténtica lancha motora Donzi de 1969. Colin Farrell conducía una Donzi en la película Corrupción en Miami. ¿Crees que a nuestro Oliver le gustaría dar una vuelta en ella?

—No te olvides de lo fundamental, cariño —le dijo Ava mientras Swift enumeraba las muchas cosas que quería hacer con mi hijo ese verano—. Se trata de que Helen y Ollie pasen más tiempo juntos, no de que tú tengas la oportunidad de compartir tus juguetes con otro niño.

—Lo sé, lo sé —contestó él—. Solo hablo de todas las cosas que haré cuando Cooper y Virginia empiecen a tener hijos. Esto me va a servir para practicar.

Oyéndole hablar así, sentí una oleada de gratitud y afecto. Como si no fuera suficiente con que me hubieran adoptado a mí, ahora también iban a incluir a mi hijo en ese cálido abrazo. Tal vez fuera cierto que estaba utilizándolos para conseguir que Ollie pasara más tiempo conmigo, pero ¿acaso era tan terrible? Por alguna parte teníamos que empezar.

—No sé si me siento lo bastante mayor para ser abuelo —comentó Swift—. Podéis llamarme «tío». Un tío rico. —Soltó una estruendosa carcajada—. Lo vamos a pasar en grande.

—Recuerda, querido —dijo Ava—, que se supone que es Helen quien tiene que pasar las vacaciones con Ollie. Quién sabe, puede que también a mí me apetezca verte algún que otro rato este verano.

—¿Y qué parte de mí quieres ver? —repuso él.