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Después de aquello, algo cambió. Yo, naturalmente, le había contado a Elliot todo lo relativo a los planes de Swift y Ava para su fundación y le había hablado de su amor por los perros, y él se lo tomó como si fuera una chifladura de esas que hacían los ricachones. Pero tras nuestra desastrosa excursión en barco, pareció desarrollar una nueva obsesión: estudiar el funcionamiento interno de BARK.

Se acercaba el momento de devolver a Ollie a casa de su padre y, para hacer algo especial que marcara el fin de las vacaciones, Swift lo llevó a la pista de karts de Mountain View. Me habría gustado acompañar a mi hijo en aquella excursión, pero Ollie me dejó muy claro que quería que aquello fuera cosa de ellos dos: de Swift y suya. Yo, entre tanto, aproveché la oportunidad para pasarme a ver a Elliot.

Era la primera vez que nos veíamos desde aquella noche en el velero de los Havilland, y hacía ya algún tiempo que no visitaba su casa en Los Gatos. La última vez que había estado allí, la casa estaba impecable, como de costumbre. Ese día, en cambio, la mesa del comedor estaba cubierta de papeles y había una pared entera cubierta de notas adhesivas. Al echar un vistazo, distinguí un papel en el que estaba escrito el apellido Havilland y otro en el que se hacía referencia a la fundación BARK.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté a Elliot—. Ni siquiera eres el contable de Swift. ¿Es que auditar empresas es una especie de hobby, como coleccionar sellos o jugar al pimpón?

—Es información pública —contestó—. Están registrados como asociación sin ánimo de lucro.

—¿No tienes nada mejor que hacer que husmear en las cuentas de mis amigos? —Sabía que mi voz sonaba hiriente, pero no me importó.

—Hay algo raro en todo esto —dijo.

—Es solo que estás celoso —repuse yo—, porque paso mucho tiempo con mis amigos.

—No, es que estoy preocupado. Tú sabes que las fotografías pueden contar una historia, ¿no? Pues los números también. Y no siempre es buena.

—¿Tienes idea de todo lo que han hecho por mí? —pregunté—. ¿Y por Ollie? Adora a Swift.

Elliot se quedó callado un momento.

—¿No crees que a mí también me gustaría poder ser amigo de tu hijo? —dijo por fin—. Si me dieras la oportunidad.

—Estoy segura de que llegará el momento de que eso pase —contesté—. Es solo que habéis empezado con mal pie.

—Podría hacer la cena para los tres —propuso—. Y llevar el telescopio a un sitio que conozco donde la luz ambiental es mínima. Le enseñaría Marte.

—Quizá la próxima vez que esté conmigo —dije.

—Cuando se alineen los planetas —comentó Elliot con un dejo de amargura. Pero no se refería al firmamento.