18

 

Llamé a mi exmarido.

—Estaba pensando que quizá podría traer a Ollie a casa cuando vaya a verlo este fin de semana —le dije como si no fuera nada importante, algo que se me acababa de ocurrir—. Si pasa aquí la noche, puedo llevarlo de vuelta el domingo por la mañana.

No quería parecer demasiado ansiosa. Hacía ya tres años que no podía acostar a mi hijo, ni estar presente cuando se levantaba. Sentía su ausencia cada hora del día. A veces, como una punzada de dolor. Otras, como un dolor sordo y palpitante. En todo caso, siempre estaba ahí.

—O quizá podría ir el viernes por la tarde, en vez del sábado por la mañana —añadí—. Y llevarlo el domingo.

Al otro lado de la línea, Dwight se quedó callado como si buscara la línea del guion que le tocaba decir. En las raras ocasiones en las que hablaba con él, yo tenía la impresión de que nada de lo que decía era natural o espontáneo.

—Puede que a Cheri y a ti os venga bien —dije—. Podríais buscar una canguro para Jared. Y salir a cenar los dos solos.

—No creo que sea posible, Helen —contestó.

—O podría ir a buscarlo el sábado. Y que duerma conmigo solo esta vez.

¿Había subido el tono una octava o solo me lo parecía? Tal vez pudiera probar suerte más adelante, por si me permitía pasar con Ollie todo un fin de semana. No debía ser avariciosa. De momento, me conformaba con una noche.

Noté que respiraba hondo como solía hacer cuando estábamos juntos. Respiraba así cuando tenía que dar una noticia difícil: que había que cambiarle el pañal al bebé; que quería ir a jugar al golf el sábado; o que se había enamorado de alguien del trabajo.

—Cheri y yo no creemos que sea buena idea —dijo—. Cada vez que te ve, Ollie pasa varios días muy inquieto. Creemos que no se siente seguro contigo.

—Es solo que necesitamos pasar más tiempo juntos —repuse yo, intentando no levantar la voz ni evidenciar mi desesperación.

Dwight había adoptado el tono de lo que era: un agente hipotecario. Estaba claro que mi informe crediticio había arrojado un resultado negativo.

—Afrontémoslo —añadió—. La última vez que pasaste la noche con nuestro hijo, tuvo que ver cómo se te llevaban esposada.

—Eso fue hace más de tres años, Dwight.

—Puede que más adelante las cosas cambien —dijo—. Pero ahora mismo eso es lo que pensamos.

Me quedé allí, sujetando el teléfono. Temía lo que podía llegar a decir.

Luego, de pronto, Dwight volvió a adoptar su tono de locutor radiofónico. Como si yo fuera una vieja amiga o una clienta, y no hubiera diferencia entre ambas cosas.

—¿Sabes qué te digo? —dijo—. Si Oliver me dice que de verdad quiere ir a pasar el fin de semana contigo, le dejaremos. De momento no es esa la impresión que me da, pero quién sabe qué puede ocurrir más adelante. No pasa nada —concluyó, echando mano de su expresión favorita.