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Una semana después de que Ollie volviera a Walnut Creek ocurrió algo sorprendente. Dwight llamó para proponerme que nuestro hijo pasara conmigo el resto del verano.

—Estamos pasando por un mal momento —dijo—. Se ha vuelto muy contestón. No respeta la autoridad. De repente dice cosas como «joderse» y «capullo», y cuando le regañó sigue soltando tacos. Supongo que es una fase, pero a Cheri le preocupa que esté contagiando a Jared sus malos hábitos. Si quieres vértelas con él, por nosotros bien.

No dije nada, pero sabía dónde había adquirido ese vocabulario. Swift siempre le estaba diciendo que la gente que llegaba a algo en la vida era la que se saltaba las normas, los forajidos. Una vez, estando en casa de los Havilland, Ollie había contado una anécdota sobre su profesor de segundo, el señor Rettstadt, que les había hecho volver al autobús cuando estaban de excursión porque unos niños se habían puesto a hacer break dance en la fila.

—Menuda nenaza —había comentado Swift—. Seguramente lo que pasaba es que estaba celoso porque él no sabía bailar así.

Ahora, en el coche, mientras volvíamos a Redwood City, intenté hablar con mi hijo de lo que estaba pasando con su padre y Cheri.

—Cheri es idiota —dijo—. Lo único que hace es hablar por teléfono.

Por mal que me cayera Cheri (y me caía muy mal), yo sabía que no podía dejar pasar aquello.

—Ya sabes que me gustaría que pudieras estar conmigo todo el tiempo —le dije—. Pero cuando estás con tu padre y tu madrastra, es importante que intentes llevarte bien con ellos, y tienes que ser amable. Los niños no lo saben todo. Por eso tienen padres que se ocupan de ellos.

Se quedó callado un rato mientras cruzábamos el puente, con su ropa y su hámster sobre el regazo.

—No es que papá quiera librarse de mí ni nada de eso —dijo de ese modo que tienen a veces los niños de expresar sus peores temores con la esperanza de que alguien les diga que no son ciertos—. Es solo que ha pensado que me vendría bien cambiar un poco de ritmo —añadió—. Jared siempre está tocando mis cosas. Los niños pequeños son un fastidio.

Tenía esa expresión dura y desafiante con la que yo estaba tan familiarizada a esas alturas. Conocía a mi hijo lo suficiente para saber que era dolor lo que ocultaba aquel gesto.

—Además, creo que le saco de quicio —dijo en voz tan baja que apenas le oí.

—He estado pensando en varias cosas que podemos hacer juntos ahora que tenemos más tiempo —le dije—. Podríamos ir de acampada. Y visitar el acuario de Monterrey.

Me miró cansinamente.

—¿Y qué hay del Hombre Mono? —preguntó—. También puedo ir a su casa, ¿verdad?

—A veces —contesté—. Pero también he pensado que puede ser divertido que salgamos con Elliot. ¿Te acuerdas de él?

No lo llamé «mi novio». Lo llamé «mi amigo».

—Yo quiero ir a la piscina del Hombre Mono —dijo—. Tengo que practicar para la carrera. Y vamos a ir al lago Tahoe a montar en la Donzi.

—Ava y Swift querrán estar solos a veces —le dije—. Pero tú y yo vamos a correr muchas aventuras.

Se quedó un rato mirando por la ventanilla, observando los coches que pasaban por el puente. Iba contando los Mini Cooper. Cada pocos minutos gritaba que había visto otro.

—A los mayores no les gusta que haya niños por allí cuando hacen el sexo —dijo de repente. No me miró al decir esto, siguió con la mirada fija en la ventanilla, trazando letras imaginarias en el cristal.

—Hacer el amor es algo privado —contesté—. Algún día, cuando seas mayor, tendrás pareja y sentirás lo mismo. Tú también querrás intimidad.

—Es como cuando vas al baño —dijo.

—No, qué va. Pero también es necesaria la intimidad.

—Mi padre y Cheri lo hacen cuando creen que estoy dormido —dijo—. No saben que lo sé.

Me quedé pensando un momento antes de responder.

—¡Rayas de carreras! —gritó Ollie. Había pasado otro Mini Cooper.

—La gente hace el amor cuando está enamorada —dije. O no, podría haber añadido, pero no lo hice.

—Me alegro de que tú no te hayas casado con nadie —comentó como si estuviera clarísimo que estaría sola para siempre.

—Ahora mismo no estoy casada con nadie —repuse yo—. Pero nunca se sabe. Puede que algún día me case.

—Eso sería una tontería —respondió.

—Bueno, de todos modos no tengo pensado casarme, por ahora —le dije.

Aquel podría haber sido un buen momento para hablarle de Elliot, pero no lo hice.