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A pesar de lo bien que me iban las cosas con Elliot antes de que empezara el verano, apenas pensaba en él desde que tenía a Ollie conmigo. Me sentía tan feliz de estar otra vez con mi hijo… Y teníamos todos los días ocupados con los Havilland. Las cosas iban tan bien que Ollie le había preguntado a Dwight si podía quedarse una semana más, pero su padre le contestó que no. Aun así, era una buena señal que mi hijo quisiera seguir conmigo, aunque yo sabía que en gran medida se debía a Swift.

Durante aquellos días, Ava me preguntó una sola vez por Elliot. Estábamos en su despacho, revisando fotografías para el libro conmemorativo.

—¿Sigues viéndote con ese chico? —preguntó—. ¿Cómo se llamaba? ¿Evan? ¿Irving? El contable.

—No hemos tenido ocasión de vernos desde que tengo a Ollie —le dije—. Pero sí.

—Cuando conocí a Swift, no podíamos estar separados ni cinco minutos —comentó ella—. Estaba pensando que quizá lo que te pasa es que el sexo con él no es gran cosa.

Yo no quería hablar de aquello, pero era muy difícil decirle que no a Ava. Elliot era un amante muy tierno, le dije. No salvaje, ni agresivo, y le faltaba un poco de imaginación, quizá, pero se tomaba las cosas con calma y era mucho más dulce que cualquier hombre que hubiera conocido. Cuando yo salía de la bañera (estaba pensando en los tiempos anteriores a la llegada de Ollie), me daba crema en los codos y en las rodillas, de una marca que había usado toda la vida, decía. La crema que usaban los granjeros.

—Ummm, qué maravilla —comentó Ava en tono escéptico.

Era cierto, le dije, que Elliot no era romántico en el sentido que la gente suele atribuirle a ese término. Pero una vez que tuve tres días libres seguidos, fuimos en coche hasta el condado de Humboldt y acampamos en un lugar muy escondido, junto a un manantial de aguas termales. Elliot llevó su telescopio y estuvimos mirando las constelaciones. En el trayecto de vuelta pensé que, aunque no fuera uno de esos hombres que te impresionan nada más conocerlos, cada vez que lo veía me gustaba un poco más. Pero –le dije a Ava– no veía cómo podía encajar Elliot en mi vida con Ollie. Y quería a mi hijo más que a nada en el mundo.

Nunca dije que estuviera enamorada de Elliot, ni que sintiera esa ansia arrolladora de estar con él que, según decía, Ava había experimentado con Swift (y experimentaba aún, al parecer). De hecho, casi nada de lo que contaba Ava sobre su relación con Swift se parecía a lo que podría haber contado yo de mi relación con Elliot. Con él me sentía cómoda y a gusto. Estaba contenta cuando estábamos juntos, pero no lo echaba de menos. Siempre era amable conmigo. Confiaba en él por completo, más de lo que confiaba en mí misma, posiblemente.

—Está bien que sea tan tierno, supongo —comentó Ava con una cierta vacilación. Era evidente, sin que hiciera falta que dijera nada más, que ella esperaba mucho más de una relación de pareja.

Swift aludía a menudo a la pasión explosiva que sentían el uno por el otro, pero ella nunca entraba en detalles. No intentaban ocultar los libros sobre sexo tántrico que tenían por la casa, ni la edición limitada de los grabados de Hiroshige que adornaban la primera planta. Pero lo que de verdad ocurría entre ellos y hasta qué punto estaba limitada Ava por su lesión medular… Eran temas que nunca tocábamos.

Una noche, en mi apartamento, me conecté a Internet y busqué «sexo en parapléjicos» y aparecieron toda clase de páginas webs con información acerca de catéteres y posiciones para hacer el amor en una silla de ruedas. El solo hecho de hacer aquella búsqueda hizo que me sintiera culpable, como si hubiera abierto la puerta de una habitación que debía permanecer cerrada. Cada vez que Ava me hablaba de su relación íntima con Swift, lo hacía de manera vaga, afirmando que lo que ocurría entre ellos superaba con creces lo que la mayoría de las parejas eran capaces de imaginar.

—Swift y yo no tenemos secretos el uno para el otro —decía—. Es como si formáramos parte del mismo cuerpo. Quizá por eso no me parece una tragedia estar en esta silla. Él puede andar, y eso hace que me sienta completa.

Hablando de Elliot, le dije:

—Somos muy distintos, pero es agradable tener a mi lado a un hombre tan estable. Nunca había tenido una pareja en la que confiara tanto.

Como siempre cuando le hablaba de Elliot, la respuesta de Ava me pareció una sentencia apenas disfrazada de halago.

—Sin duda es un chico estupendo —dijo—. Pero asegúrate de que lo que tienes con él no es una relación de hermanos o de amigos. Yo prefiero los amores apasionados. Pero hablo solo por mí, claro.

En aquel momento, la idea de vivir un amor apasionado me parecía inconcebible, de todos modos. Ava no tenía hijos. Quizás eso fuera lo que nos diferenciaba. Yo había recuperado a mi hijo hasta cierto punto. No había sitio en mi vida para mucho más.