Normalmente, Swift estaba en la caseta de la piscina, hablando por teléfono, cuando llegaba a Folger Lane para ver a Ava o trabajar (en secreto, claro está) en el libro de cumpleaños. Si estaba por allí, bromeaba conmigo unos minutos y luego desaparecía. Pero la siguiente vez que lo vi, un par de días después de la visita de Ollie, quiso que habláramos de mi hijo.
—Tienes un crío estupendo —me dijo.
—Le encantó jugar contigo.
—Es una auténtica putada que su padre te lo quitara. —Swift estaba comiendo una pata de pavo mientras hablaba. Comía como un cavernícola. Sin tenedor—. Él no querrá reconocerlo, pero un niño de esa edad necesita a su madre. Yo siempre lo tuve claro cuando Cooper era pequeño, aunque mi exmujer me sacara de quicio.
—El padre de mi hijo no se parece nada a ti, te lo aseguro —le dije.
—Pues tú eres una madre estupenda —afirmó—. Ollie debería poder pasar mucho más tiempo contigo.
A mí me había parecido que con quien de verdad quería pasar tiempo mi hijo era con él. Pero aun así era una buena noticia: mientras Ollie quisiera ir a casa de Swift y Ava, también querría estar conmigo. Y mientras los Havilland estuvieran allí, yo tendría una familia que ofrecerle.
—Bueno, entonces ¿cuándo vas a volver a traer al chico? —preguntó Swift—. Ya lo echo de menos.
—Estaba pensando en intentar pasar más tiempo con él en las vacaciones de verano —le dije—. Pero no creo que su padre vaya a permitirlo y, si no accede voluntariamente, ahora mismo no puedo recurrir al juzgado para obligarlo. El abogado de oficio con el que hablé el año pasado todavía no ha movido un dedo.
Eso por no hablar de que iba a tener muy poco tiempo libre ese verano. Aparte del trabajo que estaba haciendo para los Havilland, había aceptado un trabajo extra en la península, haciendo fotos para catálogos, de modo que apenas tendría tiempo para estar con Ollie. Y menos aún con Elliot.
—Mira —dijo Ava—, Oliver es feliz aquí. Y Estela siempre está en casa. Si consigues que tu exmarido acepte que pase un par de semanas contigo este verano, Swift y yo estaremos encantados de tenerlo en casa cuando estés trabajando.
No pude decir nada. Su generosidad me había dejado muda. Me permití fantasear con la idea de ponerle el colchón inflable en casa, de que los legos volvieran a ocupar la mesa del cuarto de estar, de que comiéramos palomitas en el sofá…
—Yo le enseñaré a nadar —afirmó Swift—. A principios de septiembre, ese chico dominará el estilo mariposa.
—Hablaré con su padre —dije.