Debería haberme ido derecha a la cama cuando llegué a casa, pero no lo hice. Ni siquiera fui directamente a casa, a decir verdad.
En el trayecto entre la casa de los Havilland y mi apartamento había una licorería. Debía de haber pasado mil veces por allí sin apenas reparar en ella. Pero esa noche paré. Compré una botella de cabernet y la puse en el asiento de al lado, junto a mi cámara. Cuando llegué al apartamento, la descorché y me serví una copa. Después de tanto tiempo acudiendo a reuniones y tachando en el calendario los días que llevaba sobria, me la ventilé en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando estuvo vacía, me puse delante del espejo y estudié mi cara para ver si parecía distinta. Puede que sí, pero teniendo en cuenta la cantidad de alcohol que había consumido y el hecho de que no había comido nada en todo el día, me habría resultado difícil juzgar nada con claridad.
Entonces hice una cosa extraña, aunque en aquel momento me pareció que tenía sentido. Puede que quisiera dejar constancia de aquel momento para acordarme de que no debía repetirse. O puede que lo hiciera movida por la desesperante convicción de que no había logrado cambiar de vida, después de todo.
Coloqué la cámara sobre un montón de libros, como había hecho al hacerme la foto para Match.com, y puse el temporizador. Me puse delante del visor y esperé a oír el chasquido del disparador.
Luego levanté el teléfono. Podría haber llamado a mi padrino en Alcohólicos Anónimos, pero en aquellos momentos la persona a la que llamaba en caso de emergencia era Ava. De no haber estado borracha jamás la habría llamado a esas horas, pero estaba borracha. Como sucedía siempre –a pesar de la hora que era y de que indudablemente la había despertado–, su voz al otro lado de la línea sonó llena de empatía y preocupación.
—La he cagado —dije—. Me he emborrachado. Soy Helen —añadí en voz alta, como hacíamos en las reuniones—. Soy alcohólica.
A la mañana siguiente intenté olvidarme de todo aquello. El viaje a Tahoe. Lo que había visto allí. La reacción de Ava. Y, sobre todo, la borrachera, aunque tendría que hablar de ella en mi reunión del día siguiente, y así lo hice. Hasta ese momento, había pasado 1 086 días sobria. Ahora, de pronto, volvía a estar a cero.
Sin embargo, antes de que pudiera quitarme todo aquello de la cabeza, tenía que hacer una cosa: imprimir el autorretrato que me había hecho estando borracha la noche anterior. Guardé la foto en el cajón de mi ropa interior para verla todos los días y acordarme de que no debía permitir que aquello volviera a suceder.
Cuando conseguí librarme del dolor de cabeza me fui a Folger Lane. Había decidido preguntarle sin rodeos a Swift si todavía pensaba ayudarme a contratar a un abogado para recuperar la custodia de mi hijo. En cuanto llamara a su abogado, como había prometido, me pondría manos a la obra para reunir el informe crediticio, los saldos bancarios y las cartas de referencia que necesitaba. Empezando por Swift y Ava, claro. Y quizá también por Evelyn Couture.
Entonces me asaltó una idea: no había prácticamente ninguna faceta de mi vida en esos momentos que no procediera directamente de los Havilland. Mis amigos, mi medio de vida, mi futuro abogado, incluso mi ropa. Se lo debía todo a los Havilland, a excepción del hijo al que había parido y el hombre con el que me acostaba (aunque ya rara vez lo hiciera). En cierto modo, también se habían adueñado de Elliot al mostrarme continuamente sus defectos, de modo que, pasado un tiempo, había dejado de ver sus virtudes.
Aquello resultaba desconcertante incluso para mí. Tras saber por boca de Ava que tanto ella misma como su hijastro, su marido y la novia de su hijastro desdeñaban la noción de fidelidad, podría haber sentido un renovado respeto hacia Elliot, que era leal como nadie. En cambio, solo veía que, al alinearme con Elliot, me estaba colocando en franca oposición a todo cuanto representaban Swift y Ava. Y Swift y Ava eran quienes habían hecho posible mi nueva vida, incluida la disposición de Oliver a abrirme por fin su corazón. Por turbador que hubiera sido mi descubrimiento en el lago Tahoe, si quería recuperar a mi hijo no había sitio en mi vida para aquel desasosiego.