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Pasaron las semanas. Dwight y Cheri llevaron a Ollie y a su hijo Jared a Disneylandia y luego a Sacramento, y después a casa de los padres de Cheri en algún lugar del Sur de California, y cuando pedí ver a mi hijo Dwight me recordó que Ollie necesitaba pasar tiempo con sus abuelos, que se estaban haciendo mayores.

—Lamento decirte esto, Helen —añadió—, pero Ollie no se siente muy a gusto contigo en estos momentos. Creemos que lo mejor para él es un ambiente familiar estable.

En otro momento, un comentario como aquel me habría hecho correr al armario para abrir una botella de vino. Pero no lo hice. Ahora, me limitaba a levantar el teléfono y a hablar con Ava. O simplemente me acercaba a Folger Lane.

Aunque apenas pasaba un día sin que viera a Ava, probé a salir con Alice una vez, cuando se estrenó una película basada en una novela de Jane Austen. Le dije que solo me apetecía verla con ella, lo cual no era del todo cierto. Pero Ava no era del tipo Jane Austen.

Lo pasamos bastante bien, pero al llegar a casa me di cuenta de que me había pasado toda la noche hablando de los Havilland. Alice dejó de llamarme y yo dejé de llamarla a ella. Desde que había aceptado la oferta de Ava ya no trabajaba de camarera, así que tampoco nos veíamos en el trabajo. Las Navidades, que siempre pasábamos juntas, haciéndonos regalos que comprábamos en bazares económicos y vistiéndonos con jerséis navideños horteras, llegaron y se fueron.

Ahora, cuando pensaba en Alice, me sentía como si estuviera engañando a un amante. Evitaba los sitios donde podía encontrarme con ella. Una vez, su nombre apareció en mi teléfono. No contesté.