70

 

Llegaron a la casa del lago pasadas las diez de la mañana del sábado. Ollie lo sabía porque llevaba el reloj que le había regalado el Hombre Mono y que nunca se quitaba: su reloj especial de buceo, el que soportaba hasta cien metros de profundidad.

En cuanto llegaron a la casa se dieron cuenta de que estaba allí Cooper. Aquel deportivo amarillo chillón.

—Esa monada es un Viper —le dijo Swift a Ollie—. Tienes que prometerme que nunca permitirás que te pillen conduciendo un coche aburrido, campeón.

Ollie se lo prometió. Cuando fuera mayor él también conduciría un Viper, igual que Cooper.

Pensaron que estaría en la casa, pero no estaba, aunque saltaba a la vista que había pasado por allí.

—Era como en Ricitos de Oro y los tres osos —me dijo Ollie—. Cuando dicen: «Alguien se ha sentado en mi silla».

El Hombre Mono se ofreció a prepararle el desayuno –en Tahoe era tradición que lo preparara él–, pero Ollie le dijo que no.

—No, gracias —me contó que le dijo.

Se habían comido un plátano en el coche y lo que de verdad le apetecía era salir en la lancha. Llevaba mucho tiempo esperando aquel día.

Así pues, bajaron al cobertizo donde guardaban las embarcaciones. Faltaba una de las motos acuáticas, y así fue como el Hombre Mono dedujo que Cooper debía de estar en el agua. Pero la Donzi seguía allí.

—Era como un cohete —me contó Ollie.

Incluso en ese momento, después de todo lo que había pasado, hablaba de la lancha embelesado. Con una mezcla de asombro y horror.

El Hombre Mono dijo que primero irían a dar una vuelta rápida por si veían a Cooper y luego volverían a la casa y prepararían un buen desayuno.

—Íbamos a comer beicon y tortitas —dijo Ollie—, y luego a salir otra vez con la lancha.

Como el otoño estaba ya muy entrado, apenas había embarcaciones en el agua esa mañana.

—Qué bien —le dijo el Hombre Mono—. Así podremos poner a tope esta maravilla.

—Seguramente debería ponerme mi chaleco salvavidas —le dijo Ollie—. Se lo prometí a mamá.

—Buena idea, chaval —dijo el Hombre Mono—. Yo nunca hacía lo que me decía mi madre, pero si tú eres de esos me alegro por ti.

Ollie había llevado su cámara. El Hombre Mono llevaba una nevera en la lancha. Abrió una cerveza.

—¿Quieres probarla? —le preguntó.

—Soy muy pequeño para beber cerveza —le dijo Ollie.

El Hombre Mono arrancó la Donzi y echaron a volar por el agua, tan deprisa, dijo Ollie, que notaba que las mejillas iban a desprendérsele de la cara y se las sujetó con las manos. Se le voló la gorra de los Giants y el Hombre Mono le dijo que no se preocupara, que ya le compraría otra.

Estuvieron dando vueltas así unos minutos. El Hombre Mono se reía y agitaba la mano en el aire. Ollie también quería gritar algo, pero la verdad era que estaba mareado. Le preocupaba vomitar en la lancha.

En realidad, no le gustó nada ir montado en la lancha. Cerró los ojos con fuerza y se agarró a la barandilla, deseando que aquello se acabara.

—No quería que el Hombre Mono pensara que soy un bebé —dijo—. Él gritaba todo el rato «¡Yija!» y cosas así, como si fuéramos vaqueros o paracaidistas o algo así, y yo también intentaba gritar, pero no podía porque me quedaba sin aire —me contó—. Solo quería que se terminara de una vez.

Fue entonces cuando vieron la moto acuática. Aunque estaban lejos, el Hombre Mono se dio cuenta de que era su hijo, Cooper. Seguramente por cómo empezó a hacer eses con la moto al ver la Donzi.

Venía hacía ellos desde atrás, y había alguien montado detrás de Cooper, aunque el Hombre Mono no sabía quién era. Ollie, que intentaba no vomitar, tenía la cabeza agachada.

Cuando la moto estuvo cerca de la Donzi, Cooper se puso a hacer locuras, dijo Ollie.

—Se puso a moverla de un lado a otro para pasar por encima de las olas que hacía la Donzi. Cuando cogía una ola, la moto se levantaba por encima del agua un momento como si volara. Luego caía haciendo mucho ruido, y él se ponía otra vez a hacer eses y volvía a hacer lo mismo. Cooper movía la cabeza y se reía, igual que hacía el Hombre Mono, pero todavía más.

Soltó el manillar de la moto. Estaba ya tan cerca que Ollie vio que detrás de él iba una chica. La chica le gritaba que volviera a agarrar el manillar.

El Hombre Mono también se puso a hacer eses con la lancha, dijo Ollie. Como si los dos –la lancha y la moto acuática– bailaran juntos o jugaran al pilla pilla.

Entonces la moto viró bruscamente hacia ellos y fue como si Cooper la acelerara de pronto, porque se lanzó derecha hacia la Donzi, más deprisa que nunca. Iba tan deprisa y estaba tan cerca que el Hombre Mono no pudo esquivarla.

Entonces se oyó un ruido muy fuerte. Ollie se cayó al suelo de la lancha. La moto volcó y su motor barboteó un momento y se apagó. Cooper cayó al agua, pero apareció un segundo después. Parecía que no le había pasado nada grave, aunque se frotaba la mano. Ya no se reía, pero seguía sonriendo.

La chica también se había caído al agua, pero no salió. Dio un grito, pero luego se metió debajo de la lancha y ya no la vieron más.

—Creo que se ha dado un golpe en la cabeza —dijo Cooper. Hablaba con una voz muy rara, como si tuviera canicas en la boca.

—No llevaba puesto el chaleco salvavidas —me contó Ollie—. Yo esperé a que sacara la cabeza, pero no la sacó.

Entonces el Hombre Mono apagó el motor de la Donzi. Se lanzó al agua de cabeza. Hubo muchos chapoteos y unos segundos después el Hombre Mono volvió a salir sujetando a la chica. Le sostenía la cabeza por encima del agua, pero no le resultaba fácil porque ella estaba como muerta.

Cooper seguía allí tumbado, apoyado contra un lado de la moto acuática, como si estuviera viendo la tele. Cantaba aquella canción sobre las botellas de cerveza en el estante. Se suponía que tenía que ir contando hacia atrás, pero se equivocaba todo el tiempo.

—Era como si no lo entendiera, mamá —dijo Ollie—. Como si todavía le pareciera gracioso. Yo soy un niño y sabía que no tenía ninguna gracia.

El Hombre Mono sacó a la chica del agua y la subió a la lancha. Cooper seguía sin hacer nada aparte de mirar.

La chica no se movía. Estaba allí tendida, como una muerta. El Hombre Mono se inclinó y al principio Ollie pensó que iba a darle un beso, pero resultó que solo quería saber si todavía respiraba.

—Seguramente va a despertarse enseguida —le dijo el Hombre Mono a Cooper—. Mientras tanto, tú tienes que espabilarte, jovencito. Parece que esta mañana has empezado temprano.

Entonces Cooper le dijo a su padre que se había tomado cuatro bloody no sé qués. Era absurdo, pero aquello parecía hacerle gracia. Todo le parecía divertido.

Amarraron la moto acuática a la lancha. Fue entonces cuando el Hombre Mono empezó a hacer beber agua a Cooper a montones.

Se quedaron allí mucho tiempo, sentados. Ollie dijo que a lo mejor deberían llamar a alguien. A su madre, quizá.

—Aquí no tengo cobertura —le dijo el Hombre Mono.

Para entonces Ollie había empezado a sentir hambre. Antes había estado demasiado emocionado para desayunar. No habían vuelto a casa a comerse las tortitas, y seguramente ya había pasado la hora de la comida. Pero la chica seguía sin despertarse. Tampoco dormía como una persona normal. Respiraba, pero no de manera regular, y seguía sin moverse.

—Es como aquella vez que me golpearon con un palo de lacrosse, en primer curso —comentó Cooper—. Estuve un rato inconsciente. Dicen que ves las estrellas y es verdad. Luego me puse bien.

Ya no se reía. Ollie pensó que parecía un poco preocupado. Pero seguía diciendo tonterías, y el Hombre Mono seguía diciéndole que bebiera más agua. Tenía una caja vieja de galletas saladas en la lancha. Le dijo a Cooper que se las comiera. Cooper dijo que estaban húmedas y asquerosas.

—Me importa una mierda que te gusten o no —le dijo el Hombro Mono—. Quiero que te las comas todas.

Ollie tenía tanta hambre que de buena gana se habría comido una de aquellas galletas, pero el Hombre Mono no se la ofreció. Hacía mucho calor en la lancha y a Ollie se le había volado la gorra y, como yo había insistido tanto en que recordara no quitársela, le preocupaba quemarse y que me enfadara. Habían tapado a la chica con la chaqueta del Hombre Mono. Ollie tenía sed, así que el Hombre Mono le pasó el agua.

—No bebas mucha —le dijo—. Mi chico necesita beber toda la que pueda. Si tienes sed puedes beber un trago de esto. —Le pasó una lata de cerveza.

Ollie sabía que los niños no debían beber cerveza, pero como tenía tanta sed bebió un sorbo.

Luego se quedaron allí flotando un rato más, los tres. Los cuatro, en realidad, contando a la chica. Ollie no sabía cuánto tiempo estuvieron allí, pero le entraron tantas ganas de hacer pis que pensó que iba a estallar.

—Mea por encima de la borda de la lancha —le dijo el Hombre Mono.

Pero había una chica a bordo.

—No se va a enterar —le dijo el Hombro Mono.

Ollie le dijo otra vez que quería llamar a su mamá.

—¿Recuerdas lo que te he dicho? —le preguntó el Hombro Mono—. No hay cobertura en el lago. Y de todos modos, ¿para qué quieres llamar a tu mamá? No eres un bebé, ¿verdad que no?

Para que se le pasara antes el tiempo, Ollie se imaginó que estaba viendo Toy Story 2, empezando desde el principio y procurando no saltar a toda prisa hasta sus partes favoritas. Pero no le sirvió de mucho. Entonces intentó acordarse de los poemas de Shel Silverstein que solíamos leer.

«Dos cajas se encontraron en el camino», recitó. No en voz alta, solo para sus adentros. Había olvidado qué venía después, así que empezó otro poema. «Si eres un pájaro, sé un pájaro tempranero».

—Tenía el cerebro hecho un lío —dijo—. No me acordaba de nada.

Por fin consiguió recitar para sus adentros Buenas noches, luna. Un libro para bebés, pero por alguna razón todavía se acordaba de las palabras. «En el verde salón, había un teléfono y un rojo balón…» Se sintió mejor, dijo, pensando en cuando, hacía mucho tiempo, yo le sentaba sobre mis rodillas y leíamos juntos aquel libro.

Empezaba a hacerse tarde. Lo sabía porque el sol estaba mucho más bajo que antes: era la hora del día –recordó que le había contado yo– a la que los fotógrafos suelen hacer sus mejores fotos. Además, ya no hacía tanto calor. Se había quedado dormido un rato, pero luego se despertó. El Hombre Mono y Cooper seguían sentados en la parte de atrás de la lancha, hablando.

—Creo que ya podemos llamar a alguien —dijo el Hombre Mono.

Fue raro, porque llevaba todo el día diciéndole que el teléfono móvil no funcionaba en el lago.

Durante todo aquel tiempo –menos cuando Ollie le hacía una pregunta–, el Hombre Mono parecía haberse olvidado de él. De pronto, sin embargo, se acordó de que estaba allí.

—Tenemos que hablar de una cosa, amiguito —le dijo—. Tú y yo. De hombre a hombre.

Muy pronto iban a venir unos hombres en un barco para ayudar a la chica a despertarse. Seguramente necesitaba ir al médico. En el hospital le darían una medicina para que se pusiera bien.

—Puede que después te hagan algunas preguntas —le dijo el Hombre Mono a Ollie—. Cómo se golpeó la cabeza y cómo la lancha chocó con la moto.

Lo estaba diciendo al revés. Era la moto la que había chocado con la lancha. Ollie intentó recordárselo.

—Algunas cosas que han pasado hoy… No sería buena idea contarlas —le dijo el Hombre Mono—. La policía podría enfadarse con Cooper si pensaran que estaba haciendo un poco el loco con la moto.

Cooper ya no hablaba de aquella forma tan rara. Ni siquiera sonreía como antes. Estaba bastante serio, como si hubiera perdido su dinero o se hubiera muerto su perro.

—No vamos a decirles que Cooper estuvo haciendo tonterías con la moto —dijo el Hombre Mono—. Puede que los hombres que vengan a ayudarnos no entiendan esa parte. Y si no la entienden, no dejarán que Cooper vuelva a conducir la moto, y tú no podrás montar con él la próxima vez.

En realidad, Ollie no tenía ganas de montar en la moto acuática. Lo único que quería era volver a tierra firme y no volver nunca al lago Tahoe.

—Otra cosa —le dijo el Hombre Mono—. Seguramente tampoco vamos a decirles que nos hemos tomado un descansito. Les diremos solo que salimos a dar una vueltecita y que tuvimos el accidente, y que hay que llevar a nuestra amiga al hospital.

Ollie no entendía qué importaba que hubieran descansado o no. Quizá su madre se enfadaría si se enteraba de que el Hombre Mono le había permitido estar en la lancha todo ese tiempo sin la gorra puesta, quemándose al sol.

—Hay varias cosas —añadió el Hombre Mono— que tienen que quedar entre nosotros. Esa cerveza que te has bebido, por ejemplo. No quiero que te metas en líos por eso. Si tuvieras que ir a la cárcel, por ejemplo. No podrías volver a ver a tu mamá.

Entonces el Hombre Mono sacó su móvil y llamó a alguien, y lo sorprendente fue que el móvil funcionaba perfectamente. Unos minutos después llegó otro barco. Era una especie de policía acuática. Había dos hombres con uniforme, y también una mujer con traje de médico.

Lo primero que hicieron al saltar a la lancha fue mirar a la chica, que había estado en el suelo, exactamente en la misma postura, todo ese tiempo. Le pusieron una especie de brazalete y escucharon su corazón. Le levantaron los párpados y le miraron los ojos con una linterna.

Dijeron que había que llevarla enseguida al hospital. Primero la pusieron en una camilla y luego la llevaron a su barco y se marcharon.

Uno de los policías se quedó en la Donzi con el Hombre Mono, Cooper y Ollie. El policía volvió al muelle con ellos, remolcando la moto.

Ollie confiaba en que le dieran algo de comer en cuanto volvieran a tierra. Sabía que seguramente ya no comería tortitas, pero se habría conformado con unas patatas fritas o un sándwich de mantequilla de cacahuete. El policía, sin embargo, les dijo que ellos también tenían que ir al hospital. Había que hacerles un chequeo, y quería que le contaran con detalle lo que había pasado.

Cuando el policía dijo esto, el Hombre Mono miró a Ollie. No dijo nada, pero Ollie entendió. Quería recordarle su secreto. La parte de la historia de la que el policía no debía enterarse.

Ollie asintió con la cabeza. Intentaría con todas sus fuerzas hacer lo que quería el Hombre Mono.

Después de que el médico le echara un vistazo, le dijeron que podía sentarse en el sofá de la sala de espera. Cuando llegó, el Hombre Mono y Cooper ya estaban en la mesa. Fue allí donde les encontré al llegar al hospital.

El Hombre Mono no volvió a hablarle. Ni entonces, ni nunca más.

Mi hijo y yo habíamos estado tendidos en la cama mientras me contaba esta historia. Cuando acabó, sentí que algo cambiaba. Todo su cuerpo, hasta entonces rígido y tenso, pareció ablandarse como si alguien acabara de aflojar las cuerdas de una guitarra. Al contarme lo sucedido había hablado con voz firme. Baja y un poco monótona, sí, pero con claridad y precisión sorprendentes. Ahora se dejó caer contra mi pecho, llorando y temblando.

—No te lo tenía que contar —dijo—. El Hombre Mono me dijo que no te lo contara.

—No has hecho nada malo —le aseguré—. Los que hicieron mal fueron Swift y Cooper. No debí dejar que fueras con él. Lo siento muchísimo.

—No quiero volver a montar en barco —me dijo.

Lo abracé con fuerza y le canté una canción (Eres mi sol) que solía cantarle cuando era bebé. Pasados unos minutos dejó de llorar y comenzó a respirar pausadamente.

—Mamá —me dijo justo antes de quedarse dormido—, una cosa más. No se lo dije al Hombre Mono, pero hice unas fotografías.