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Era el último día que Ollie estaba conmigo, y quiso pasarlo en casa del Hombre Mono, claro está. Estaba en la piscina, practicando el estilo mariposa para la gran carrera del Día del Trabajo mientras Swift manejaba el cronómetro. Le había prometido a Ollie que, si ganaba, irían al lago Tahoe y sacarían la Donzi, como soñaba mi hijo. Aunque Ollie se conformaba con ir a cualquier sitio con el Hombre Mono.

Ava se había ido a pilates. Yo había pasado un par de horas en el despacho, haciendo las invitaciones para la fiesta de cumpleaños. Aún era pronto, pero Ava quería asegurarse de que todo el mundo reservaba aquel día para su fiesta. A la hora de la comida, bajé a reunirme con Swift, Ava y Ollie, como solía.

Estábamos junto a la piscina, viendo nadar a Ollie.

—Es un chaval increíble —comentó Swift—. Has hecho un gran trabajo.

Negué con la cabeza.

—En estos momentos no puedo atribuirme ningún mérito —dije—. Ya sabes que hace tres años que apenas lo veo. Estas últimas dos semanas han sido las mejores que he pasado con mi hijo desde que estaba en la escuela infantil.

—De eso quería hablarte, Helen —dijo Swift, más serio de lo normal—. Ava y yo lo hemos hablado y estamos de acuerdo. Nos gustaría pagarte un abogado para que recuperes a tu hijo. Necesitamos tener cerca al niño.

—Pero todavía no he acabado de pagar al anterior —repuse yo—. No podría aceptar un regalo así.

—¿Para qué está la familia? —dijo Swift—. Voy a llamar a Marty Matthias. Te concertaremos una reunión.

Esa noche, Swift y Ava nos invitaron a cenar en un restaurante japonés. Ava tuvo la amabilidad de sugerirme que invitara también a Elliot (incluso lo llamó por su nombre), pero cuando lo llamé para proponérselo me dijo que estaba ocupado.

El restaurante era uno de esos sitios donde el camarero viene a tu mesa y lo cocina todo delante de ti en una parrilla chisporroteante mientras blande una espada de samurái por encima de su cabeza. A Ollie le encantó, claro.

—Voy a echarte mucho de menos, amiguito —le dijo Swift—. Más te vale prometer que volverás pronto.

Después, mi hijo y yo volvimos en coche a mi apartamento. Ollie se puso el pijama. Yo me eché en el colchón inflable, a su lado. No quería dar un aire dramático a su marcha, a pesar de que temía que llegara el momento de decirle adiós al día siguiente.

—He estado pensando —le dije—. Me preguntaba qué te parecería que habláramos con tu padre sobre la posibilidad de que vengas a vivir aquí el curso que viene. Solo para probar.

Oliver, que había estado manejando el iPod que le había regalado Swift esa noche, me miró. No con esa mirada torcida y desconfiada con la que me miraba antes, sino fijamente, a los ojos.

—Estaría bien —dijo.

—No estoy diciendo que vayas a ir a restaurantes y a recibir regalos caros como este todos los días —le advertí—. Me refiero a la vida normal. El cole, los deberes, las tareas de casa…

—Lo sé —contestó.

Yo no estaba segura de que fuera consciente de lo que suponía aquello, pero él había pasado una pierna sobre la mía y apoyado la cabeza sobre mi hombro. En aquel momento, nada tenía importancia, salvo la esperanza de poder recuperar a mi hijo de una vez por todas.

Después se me ocurrieron otras cosas. No le había dicho a Ollie que Elliot también formaría parte de nuestras vidas si volvíamos a vivir juntos. Pero no quería arriesgarme. No estaba preparada para volver a perder a mi hijo, después de haber llegado hasta allí. Mi relación con Ollie parecía todavía demasiado frágil y precaria. Y la verdad era que, después de aquella noche en el barco, no estaba segura de que lo mío con Elliot tuviera algún futuro.