Crianza y socialización
Principio 6: El niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión. Siempre que sea posible, deberá crecer al amparo y bajo la responsabilidad de sus padres y, en todo caso, en un ambiente de afecto y de seguridad moral y material; salvo circunstancias excepcionales, no deberá separarse al niño de corta edad de su madre [...].
Principio 7: [...] El niño debe disfrutar plenamente de juegos y recreaciones, los cuales deben estar orientados hacia los fines perseguidos por la educación [...].
Principio 9: El niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación. No será objeto de ningún tipo de trata [...].
Asamblea General de las Naciones Unidas,
Ginebra (1959),
Declaración de los Derechos del Niño
EL TRATO DADO A LA INFANCIA:
EUNA HISTORIA INFAMANTE
No se legisla en vano. Que las Naciones Unidas declaren en 1959 los Derechos del Niño, sobre la base previa de la declaración de 1924 de la Liga de Naciones e insistan en 1989 con la Convención sobre los Derechos del Niño, no es asunto trivial. El legislador no pierde el tiempo creando leyes que no tengan sentido social acerca de hechos que no ocurren o es muy improbable que ocurran. Nadie hace una ley para castigar al que por la noche suba a la Luna y la manche, ya que eso es difícil que pase hoy día. Si una ley existe es porque la conducta que se sanciona está ocurriendo.
Esta «Declaración» es el colofón de siglos de infamia en el trato dado a personas en la época más hermosa de sus vidas, la niñez, como ya denuncia amargamente el propio san Agustín quejándose en varios pasajes de sus Confesiones de la incomprensión con que lo trataban de niño.
Aunque es indudable que en toda época y lugar ha habido madres y padres que han querido, cuidado y tratado bien a sus hijos, en general, la vida infantil hasta bien entrado el siglo XVIII no era adecuadamente valorada. Cuesta creer que la ley inglesa de 1889 contra el trato cruel a los niños y la autorización real seis años después para la creación de una sociedad protectora de la infancia fuesen aprobadas a instancias de la sociedad protectora de animales, que recibía quejas por el abandono de niños muertos en las calles de Londres.
Todo ello delata el muy insuficiente trato humanitario que la infancia ha recibido hasta hace bien poco en la civilización que surge del mundo grecorromano, la Occidental, la nuestra. En Roma no existía la expresión «tener un hijo» y sí la de «tomar» o «acoger»: si el padre no lo acogía como hijo, el recién nacido era «expuesto» a la puerta de la casa o en el basurero, donde lo recogían mercaderes de esclavos o quien quisiere, siendo frecuente su fallecimiento.
El infanticidio, en especial el de niñas, es común desde la prehistoria; el sacrificio ritual de niños, filicidio incluido, era habitual entre fenicios, cartagineses, escandinavos, galos e israelitas entre otros; su venta era legal en la época babilónica en muchas naciones de la antigüedad; para los persas no tenían ningún valor los menores de 5 años y en Grecia, ni la opinión pública ni los grandes filósofos veían nada reprobable en el infanticidio, siendo comunes el abandono de recién nacidos y los sacrificios rituales; los recién nacidos espartanos considerados débiles o defectuosos eran arrojados a una sima. Filósofos griegos como Platón (427-347 a. C.) y Aristóteles (384-322 a. C.), aunque defienden el juego como forma de aprendizaje, justifican ocasionalmente el castigo corporal para asegurar obediencia y aprendizaje.
En la Edad Media era corriente el infanticidio de hijas legítimas; matar niños seguía siendo frecuente en Inglaterra en el siglo XVI, en especial en épocas de penuria, la tasa de infanticidio era elevada en el siglo XVIII en toda Europa y todo ello subsistió sin reparos en la Rusia imperial hasta finales del siglo XIX donde 1 de cada 80 nacidos era asesinado y otros tantos morían por dietas deficientes, mala asistencia médica, determinadas prácticas religiosas y la negligencia y hostilidad por parte de los padres hacia sus hijos.
La del trato a la infancia es una historia infamante que hunde sus orígenes en lo más profundo de los tiempos. Conocemos lo bastante de nuestra cultura para poder afirmarlo, pero no estamos solos: que se sepa, el trato fue similar en civilizaciones asiáticas como la persa, la india y la china.
No ahorres corrección al niño,
que no se va a morir porque lo castigues con la vara.
La Biblia. Proverbios, 23: 13
(siglo V a. C.)
El que ama a su hijo le azota sin cesar
para poderse alegrar en su futuro.
Halaga a tu hijo y te dará sorpresas,
juega con él y te traerá pesares.
Doblega su cerviz mientras es joven,
tunde sus costillas cuando es niño.
La Biblia. Eclesiástico, 30: 1, 9 y 12
(190-180 a. C.)
Hay en la Biblia, probablemente el libro que más ha influido en las costumbres, pensamiento y usos del mundo occidental, hasta trece argumentaciones serias a favor del maltrato infantil, que así hay que llamar al pegar a un niño.
El filósofo Immanuel Kant (1724-1804) piensa que el hombre, a diferencia de los animales que nacen enseñados, necesita cuidados y disciplina para poder vivir en sociedad. Según él, un excesivo cariño materno es contraproducente, pues malacostumbra al niño y no es eso lo que va a encontrar habitualmente en la sociedad en que vivirá de adulto.
Aunque Freud (1856-1939) en su teoría psicoanalítica nos advierte de las consecuencias que puede tener lo que vivan los niños en su primera infancia para su vida emocional de adultos, considera que al niño hay que reprimirlo coartando el yo que tiende al placer (buscar caricias, la madre), para que acabe adaptándose y aceptando la realidad, los principios de la sociedad en la que vive. Por otra parte, en el psicoanálisis subyace una aversión al cariño y caricias entre padres e hijos por postular que puede interferir en el desarrollo sexual de los niños.
Finalmente en el conductismo, otra corriente de la psicología en boga desde el último tercio del siglo XX, el cariño y el placer o la ausencia de los mismos solo existen como recompensa o castigo para adiestrar, no son un fin en sí mismos.
A FAVOR DE LA INFANCIA
Las primeras leyes que castigan el asesinato de niños se promulgan en Roma en el año 374 d. C. A lo largo de la historia ha habido personalidades ilustres que han defendido la idea del niño como persona a tratar con el máximo respeto. El riojano Marco Fabio Quintiliano (c. 40-c. 95 d. C.) triunfa como pedagogo y enseñante en Roma con métodos respetuosos hacia los niños, se opone por completo a la reprensión y al castigo físico como medios educativos y exhorta a padres y educadores a observar y respetar a sus hijos. Plutarco (46-120 d. C.) deja clara su oposición al castigo corporal para con los niños. No podemos olvidar la defensa de los niños que hace el Jesús del Nuevo Testamento (Mateo, 18 y 19) sin que logre contrarrestar la dureza defendida en el resto del corpus bíblico.
Desde la antigüedad se fajaba a los lactantes como momias. El sevillano Nebrija (1441-1522) propone en su tratado La educación de los hijos, de 1509, que se les dejen los brazos libres y se les quiten todas las ataduras en cuanto empiezan a sonreír. Tres siglos más tarde, Jean Jacques Rousseau se opone por completo a esta costumbre ancestral.
Diversos sínodos en España (León, Oviedo, Astorga) a lo largo del siglo XVI prohíben acostar a los menores de 2 años con sus padres, debido a que se sospechaba que se presentaba como excusa esta costumbre generalizada para justificar la muerte intencionada mediante asfixia de los propios hijos.
Los humanistas y pedagogos Luis Vives (1492-1540) y Come-nio (1592-1670) defienden la importancia de la lactancia y de la madre en la educación primera de los hijos y reconocen la psicología propia de los niños.
El filósofo y pedagogo inglés John Locke (1632-1704) está a favor del juego y en contra del castigo corporal como medios de aprendizaje.
Es el ginebrino Rousseau (1712-1778), con su obra Emilio o de la educación, de 1762, el que instaura un puente entre Quin-tiliano y la pedagogía moderna defendiendo la importancia del vínculo, del respeto y del amor de padres y educadores hacia el niño como hechos fundamentales para su aprendizaje y maduración psicológica. Rousseau nos recuerda que el niño es persona, diferente de un adulto, no un adulto pequeño, con sentimientos, necesidades y forma de pensar particulares, al que hay que respetar, dejar madurar y apoyar en su aprendizaje sin forzar, puesto que para ser adultos primero debemos ser niños. Rousseau hace una verdadera exaltación de las excelencias de la lactancia materna y del desarrollo durante la infancia.
El siglo XIX, con una industrialización creciente que fuerza la incorporación de la mujer al trabajo en fábricas con horarios extenuantes, junto a guerras que dejan miles de niños huérfanos y abandonados hace que la escolarización se adelante, naciendo el parvulario y el jardín de infancia de manos de Pestalozzi (1746-1827) y Fröbel (1782-1852), que dedican sus esfuerzos a la infancia marginada y hacen avances en la educación de los primeros años. Estos autores ensalzan el amor materno como motor educativo, reconocen la importancia del juego infantil y centran la escuela en el niño, no en el maestro; el niño debe desarrollarse y aprender sin prisas, de modo placentero para él, sin pedirle más de lo que es capaz de hacer en cada etapa madurativa. No es casual que ambos tuviesen una infancia muy dura, huérfanos los dos de un progenitor.
Miguel de Unamuno (1864-1936) defiende la infancia como necesaria para llegar a la madurez, critica lo mal que los adultos se portan con los niños, defiende el culto a la infancia, elogia su genialidad, su originalidad y llega a pedir perdón colectivo a los niños por las guerras de los adultos.
La médica María Montessori (1870-1952), interesándose en la educación de niños con déficit neurológico, acabó desarrollando un método que propugna una educación desde el nacimiento basada en la libertad, el cultivo de la espontaneidad propia de la infancia y el respeto a la personalidad del niño.
El psicólogo Jean Piaget (1896-1980) describe las diferentes etapas del desarrollo cognitivo del niño, que partiendo de reflejos innatos van organizándose de forma cada vez más compleja hasta alcanzar el pensamiento adulto. El aprendizaje es un proceso interno que parte del niño con etapas precisas en cada edad. Hay que respetarlo y apoyarlo.
Pese a todos estos discursos oficiales y pensadores apuntando en el mismo sentido, que invitan a las madres a ser amorosas y a los padres a jugar con sus hijos, la situación real de la infancia desde antiguo no era buena ni entre las clases populares ni entre las acomodadas: pudo más el relato religioso y la costumbre que la razón y el cariño o la piedad. De antiguo encontramos juntos a los que quieren y respetan a los niños frente a los que no, los que piensan que los niños son egoístas y malos y los que todo lo contrario, los partidarios de una disciplina ruda y los del cariño... Llevamos así varios milenios, debatiéndonos entre la idea de que al niño hay que domarlo a toda costa porque nace malo y la de que al niño hay que quererlo y guiarlo cariñosamente en su desarrollo porque nace inocente.
LO DIFÍCIL DE SUPERAR: LA TEORÍA DEL APEGO
Las aportaciones que hacen algunos investigadores a mediados del siglo XX van a hacer que la sociedad empiece a ser consciente de la importancia que tiene el trato cariñoso, protector, inicial y continuo a los niños por parte de al menos un adulto en los primeros años de su vida, para un correcto desarrollo psíquico y físico. Ya las leyes protegen a los niños; ya el pensamiento cultivado indica que no hay que castigarles, que hay que respetarlos, en sus tiempos, en su pensamiento... Ahora nos van a decir que eso no basta: hay que quererlos, apoyarlos, estar presentes, no fallarles.
El médico y psicoanalista René Spitz (1887-1974), observando a bebés menores de un año abandonados en un orfanato, describe en 1945 el hospitalismo, una depresión ocasionada por falta de cariño: privados de la madre y con personal sanitario desbordado de trabajo, con el tiempo justo para alimentarlos y asearlos, estos bebés criados sin afecto llegaban a morir.
Konrad Lorenz (1903-1989), médico, zoólogo y etólogo austríaco, describe en animales la impronta y el psicólogo estadounidense Harry Frederick Harlow (1905-1981) lo confirma por medio de experimentos realizados en monos. Se trata del vínculo que se establece muy temprano en un período crítico nada más nacer entre padres e hijos, innato, independiente de la alimentación y necesario para la supervivencia.
El psicoanalista inglés John Bowlby (1907-1990) utiliza en parte las ideas de los anteriores para construir la teoría del apego. El bebé nace con un deseo innato de contacto físico y psíquico con un cuidador; desde el primer momento, con todo lo que sabe hacer (llorar, succionar, gorjear, sonreír...) provoca una serie de reacciones en sus padres/cuidadores para establecer el vínculo y sentirse seguro y protegido. En realidad, está programado para enamorarlos y asegurar su supervivencia. Para un desarrollo social y emocional normal, el niño tiene que crear una relación de apego al menos con una persona, y aunque esa necesidad de contacto es independiente de la comida, la persona que acaba siendo el cuidador principal suele ser la que le cuida y alimenta: su madre. A partir de la seguridad que le aporta esa persona, el niño, desde el segundo semestre, explora de modo más o menos confiado el mundo exterior. La mayoría de los bebés, a partir de una determinada edad, en general los 6-7 meses, empiezan a manifestar resistencia a separarse de su o sus cuidadores principales (madre y padre por lo general) y tener prevención hacia los extraños; este miedo a separarse y a los desconocidos suele acentuarse hacia los 12 meses y desaparecer gradualmente en torno a los 2 años. La psicóloga estadounidense Mary Ainsworth (19131999) asegura que el tipo de apego depende de la disponibilidad de la figura de apego principal. Es importante saber que gracias a esta teoría conocemos que son los bebés los que van dirigiendo el proceso de vinculación, interactuando con los adultos que los cuidan.
Aunque algunos han defendido que es la madre la que tiene obligatoriamente que jugar el papel de figura primaria y única de apego, esto no es así obligatoriamente, y se ha visto que los bebés pueden establecer lazos de vinculación muy seguros con más de una figura: el padre o pareja, los hermanos mayores, los abuelos y hasta, en algunos casos, cuidadores contratados o personal de guardería, que jugarían el papel de figuras alternativas de apego y que vienen muy bien para descargar a la madre de tanta responsabilidad o por si tiene que ausentarse por trabajo u otro motivo.
A estas figuras alternativas se ha querido asociar indefectiblemente un tipo de apego inseguro pero, si el cuidador ofrece cuidados con disponibilidad y respuesta consistente a los requerimientos del bebé, se establece un proceso de vinculación segura y no hay mayor riesgo de problema emocional posterior, independientemente de quién sea el cuidador.
UNA VUELTA DE TUERCA: LA CRIANZA CON APEGO
En la década de 1980, el pediatra estadounidense Williams Sears junto a su esposa la enfermera Martha Sears acuñan el término en inglés Attachment Parenting, que podríamos traducir como crianza con apego, para nombrar un método de crianza basado en los postulados de la teoría del apego. Indican los siete pasos para conseguir un apego seguro, confiado, del bebé con sus padres: contacto piel con piel inmediato al nacimiento, lactancia materna, porteo del bebé, «colecho», respuesta atenta e inmediata al llanto del bebé, desconfianza de cualquier método de entrenamiento de conducta del bebé y cuidarse los cuidadores. Este tipo de crianza entraña un alto grado de implicación, dedicación y esfuerzo personal.
Sus teorías se ven reforzadas por las ideas descritas en el libro de 1975 El concepto del continuum. En busca del bienestar perdido, de la escritora estadounidense Jean Liedloff (1926-2011), tras quedar fascinada por el modo de vida de tribus amazónicas que visitó a lo largo de su vida.
La crianza con apego se ha extendido con éxito por países de Occidente, conociéndose con diversos nombres: crianza natural, cercana, de proximidad, intuitiva, instintiva y convirtiéndose prácticamente en un estilo de vida, una filosofía de la vida para muchas familias de las postrimerías del siglo XX y principios del XXI. Sus partidarios se entrelazan con los de estilos de vida sanos, alimentación ecológica, educación alternativa o movimientos antivacunas, siendo esto último lamentablemente estimulado desde el entorno familiar del doctor Sears por medio de libros de divulgación sobre la conveniencia de las vacunas de una ambigüedad sorprendente para un pediatra.
LA MATERNIDAD. LAS MADRES
Quizá te preguntes dónde está la madre en todo este tiempo, pues no ha aparecido en este discurso histórico contado por hombres. Simplemente no ha sido considerada. La maternidad es una construcción cultural hecha por hombres en la mayor parte de la historia. Ignorada en la civilización clásica grecorromana, relegada a una mera función reproductora al servicio del padre, despreciada como inferior en la cultura judeocristiana y supeditada a la autoridad del padre que con frecuencia tiene poder casi absoluto sobre mujer e hijos, incluso sobre su vida; hasta el siglo XIII, pese a las leyes, un padre puede matar a su hijo sin gran perjuicio para él. A partir del siglo XVII, la autoridad paternal pierde puntos y empieza lentamente a considerarse y apreciarse al hijo y a la madre hasta llegar al modelo actual, basado en el cariño entre los miembros de la familia, y en el que se espera, como nunca antes sucedió, que la madre se ocupe a tiempo completo de la crianza.
¿Sabemos si las madres en el pasado tenían amor por sus hijos? ¿Sufrían ante sus desgracias o muerte? ¿Lloraban por ello? Seguro que sí, pues desde antiguo tenían encomendada la crianza desde el nacimiento hasta los 6 años de vida de sus hijos, momento en que el padre empezaba a hacerse cargo de la educación; así pues, las madres tenían un contacto estrecho con sus hijos estos primeros años, encargándose de alimentarlos, asearlos, acostarlos, jugar con ellos. Hay que tener en cuenta que la mortalidad infantil tan elevada —hasta principios del siglo XIX, una de cada tres criaturas no llegaba al año de vida— pudo haber sido determinante para que no se constituyese un gran apego a los hijos como medio de protegerse ante su muy probable fallecimiento.
Durante los siglos XVII a XIX, las obligaciones sociales de las mujeres de clase alta y la incorporación al trabajo en fábricas con horarios extenuantes de las mujeres más pobres provocan una devaluación de la función de la maternidad y muchos hijos son confiados durante los primeros años de su vida al cuidado de otras mujeres, las nodrizas. En el siglo XIX se relega de nuevo a la mujer a su función reproductora como función exclusiva y sometida, desde luego, a la autoridad del hombre. A lo largo del siglo XX, la emancipación progresiva de la mujer hace de la maternidad una opción a decidir por ella misma; dentro de la idea de maternidad subsiste el modelo en el que el rol principal sigue estando asumido por la mujer, incluso en exclusiva, y otro en los que el padre o pareja comparte la responsabilidad de la crianza.
HASTA AQUÍ LA HISTORIA
Bien, hasta aquí la historia, que vamos a dejar ya y ocuparnos de ti. Tú eres la madre de tu hijo y quien decide libremente qué quieres hacer conjuntamente con tu pareja, pero hay que ser consciente de que aunque actuamos pensando que somos nosotros los que decidimos, lo hacemos influidos por las corrientes dominantes en cada momento, pues todos somos deudores de nuestra época y circunstancias.
Además, puede ayudarnos a relativizar el conocer los claroscuros de toda corriente de pensamiento. Varios de los artífices de tan bellas teorías a favor de la infancia tuvieron terribles contradicciones personales, hasta el punto de que sus conductas y actitudes pueden hacer dudar de la veracidad de sus tesis.
Independientemente de tanta teoría, ¿cómo se puede pensar que los niños nacen malvados y vienen a fastidiarnos?, ¿cómo se puede decir que son perezosos por naturaleza, que si no se les fuerza no harán nada de provecho? Creo que estas consideraciones están de más y no debemos perder tiempo en rebatirlas, pues hasta la ley ampara y defiende a los niños y castiga al que les falta al respeto, aunque no siempre, solo en lugares privilegiados de la tierra. El número de transgresiones contra los derechos del niño hoy día en todo el mundo es asombroso: no registrar los nacimientos, no proporcionar acceso a los servicios de salud ni a la escuela primaria, malos tratos en conflictos armados, utilizarlos como soldados, mutilación genital femenina, trabajo forzado y explotación sexual.
LA SOCIALIZACIÓN
La base de la educación: el niño como persona.
El respeto al niño
Dejemos aparte todas esas teorías que seguro que nos (te) condicionan, para bien o para mal, o lo que es peor, algunos te hacen creer que, según como actúes, aunque sea ocasionalmente, aunque no dependa de ti, tu hijo acabará siendo más bueno o más malo, más educado o menos, más preparado o incompetente ante la sociedad. Todo esto no está probado en absoluto, existe solo en la mente de algunos y es, además, irresponsable que se difunda, por dos motivos:
Así pues, ¿cómo debemos tratar a los niños y por qué? Para mí está claro que con cariño, con respeto, pero ¿por qué? Más de una madre me lo ha dicho y no es preciso que tuviese estudios: porque lo quiero, porque se lo merece, porque es lo mejor del mundo, porque sí.
Pues eso. A fin de cuentas, ¿qué es un niño? Una persona, una persona dependiente. Creo que si tenemos eso en cuenta siempre, en cada momento, acertaremos siempre en cómo tratar a los niños. Un niño no es un adulto imperfecto al que enderezar hasta que se entere. Un niño es una persona y, por tanto, digna del máximo respeto, desde el primer día. Respetamos a las personas y tenemos en más consideración a las que no pueden valerse enteramente por sí mismas, lo que es el caso de los niños. El respeto implica valoración, comprensión, miramiento, reconocimiento de sus necesidades. Un trato respetuoso hacia un niño que depende para casi todo de un cuidador adulto que no siempre entiende los intereses de ese niño, pero que sabe que son importantes para él, que tiene su propio ritmo a respetar, implica un trato amoroso, confiado, cariñoso.
Creo que una relación entre dos personas no debe basarse en teorías construidas por otros. No, la relación entre dos personas debe basarse ante todo en el respeto mutuo, después y a la vez, en el cariño, y más si es persona próxima, y en la solicitud de la una para la otra (del adulto al niño, por ejemplo) si hay disimilitud de capacidades.
NIÑO BUENO, NIÑO MALO. ¿SE PORTA BIEN?
¿Es bueno?, ¿se porta bien? Os preguntan a veces. ¿En qué se basan para decir que no es bueno o no se porta bien? ¿Que llora mucho? ¿Que duerme poco? ¿Que no te deja hacer nada? ¿Un bebé es bueno si se pasa todo el día durmiendo sin decir ni pío?
La cuestión no estriba en si es bueno o malo. Piensa en él como una persona digna de respeto y amor que está explorando el mundo con vuestra ayuda y desaparecerán las dudas: mi bebé es muy bueno y muy competente, sabe muy bien cómo pedirnos lo que quiere, explora cómo funciona el mundo con la técnica de repetición de experimentos y entre su padre y yo nos turnamos para ayudarle en tan emocionante aventura. A veces nos amoldamos a sus horarios y a veces se amolda a los nuestros, aunque esto último le cuesta.
CÓMO AFRONTAR EL LLANTO
¿Sabemos por qué lloran los niños? ¿Sabemos cómo calmarlos? Pues no, no siempre sabemos por qué lloran los niños y bastantes veces cuesta calmarlos. La mayor parte de las veces es una llamada de auxilio y, como tal, hay que atenderla: ver qué quiere, si tiene hambre, si se siente solo, si está muy tapado o poco, si tiene el pañal para cambiar, si se aburre, tiene sueño, quiere brazos, está malito o le duele algo. Al cabo de algunos días o semanas, muchas madres acabáis distinguiendo bien por el tipo de llanto qué es lo que necesita, lo que le pasa, pero otras muchas veces llora y, tras todas las comprobaciones, no hay nada que encuentres que pueda explicar su llanto. Hay que rendirse a la evidencia: no siempre sabemos por qué lloran los niños; es posible que ellos sí que lo sepan o quizá tampoco.
Muchos expertos piensan que el llanto frecuente de los primeros meses tiene una clara función evolutiva y de supervivencia de especie: se trata de obtener mayor frecuencia de alimentos y cuidados. Este tipo de llanto tan frecuente desaparece varios meses después, lo que sugiere un patrón madurativo.
De algo nos sirve que los psicólogos nos expliquen que el llanto es un proceso adaptativo, que forma parte del desarrollo neu-rológico del bebé, que cada vez que está pasando de una etapa a otra, aprendiendo a hacer algo, su cerebro y emociones están como muy desorganizados e incluso temerosos y excitados ante los nuevos alcances (aprender a sentarse y ver el mundo desde otra perspectiva, aprender a gatear, a caminar, etc.) y eso hace que lloren. De todas formas, es bueno descartar que no tenga hambre u otro problema y que no esté malito. Si después de ello sigue llorando y llorando piensa que debe ser que está progresando mucho, seguro, pero no viene mal cogerlo y consolarlo.
Hay también psicólogos convencidos de que el llanto es una función necesaria en sí misma para aliviar las tensiones o el estrés y, aunque es una teoría muy sugerente, no hay base ni comprobación de que sus afirmaciones sean ciertas y no una mera ocurrencia.
Independientemente de lo que signifique el llanto y cuál sea su función en los bebés, hay que tomar una actitud ante él, cómo responder ante una situación de llanto. Pienso que lo correcto es no dejar llorar solo a un niño; es cierto que a veces no logras calmarlo, pero te quedas con tu hijo y le hablas con voz suave y rítmica; le haces ver que le apoyas. Así consolados, con acompañamiento, no hay llanto que se haga eterno, suelen acabar callando y durmiéndose tras llorar o se ponen a jugar como si nada hubiera pasado. Hay buenas pruebas de que la prontitud de respuesta al llanto conviene para establecer una vinculación segura.
Las primeras semanas lloran de soledad, hambre e incomodidades; posteriormente, y hasta los 3 o 4 meses, se añade algo que no sabemos qué es pero llamamos cólico del lactante; a partir de los 6 meses suele empezar el temor a los extraños como causa de llanto y, de más mayorcitos, la frustración ante los problemas con los que tropiezan al ejercitar las habilidades que adquieren en su desarrollo. Como ves, tienen muchos motivos para llorar y siempre persiste la soledad y la búsqueda de compañía como causa de llanto.
El llanto de las primeras horas y días se aminora o cesa por completo al tomar al bebé en brazos, al ponerlo en contacto piel con piel, al escuchar voces conocidas. Así que no temas «malcriarlo», haz como tantas madres: coge a tu bebé si llora. No se ha publicado ningún trabajo que relacione el número de horas de tomar en brazos a los bebés con el malcriarlo. Es más, cada especialista tiene su propia definición de lo que es malcriar. Un lío vaya; mientras se aclaran, nosotros a lo nuestro: respeto, compasión y ternura.
EL CÓLICO DEL LACTANTE
Cualquier llanto excesivo los primeros meses se suele llamar cólico del lactante, pero fue Wessel, en 1954, quien definió lo que se considera oficialmente cólico del lactante: lactante aparentemente sano que tiene episodios de llanto inconsolable, durante 3 o más horas al día, 3 o más días a la semana, en los cuales se agita, flexiona los miembros inferiores, su rostro se pone rojo, su abdomen duro y, en ocasiones, se acompaña de ventosidades.
Esta manera de llorar puede empezar en los primeros días, se va acentuando hasta el mes y medio y suele desaparecer de forma espontánea entre los 3 y 4 meses de edad. Suelen ser más frecuentes por las tardes, incluso al anochecer y de ahí que se les llame vespertinos.
Se ha publicado que hasta un 80 % de madres consideran que sus bebés lloran de forma excesiva, pero cuando se aplican los criterios de Wessel para definir el cólico solo los cumplen un 16 % de niños.
Las causas del cólico siguen siendo desconocidas. Se llaman cólicos porque se interpretan como dolores abdominales, pero no hay nada que lo asegure. Se ha relacionado con la alergia a las proteínas de la leche de vaca (incluso a través de la leche materna en madres que beben leche), con gases y con exceso de estímulos, pero hay pocas pruebas de cualquiera de estas teorías. Puede que tenga importancia el temperamento del bebé, y la interrelación entre el bebé y los padres y el cómo viven ellos el llanto de su hijo.
La prevalencia del cólico del lactante según el tipo de lactancia tampoco está aclarada: hay trabajos en que es menor en lactantes amamantados, pero en otros se ha visto que es igual con lactancia materna o artificial. Con frecuencia se ven más cólicos en niños muy comedores y que van bien, o muy bien, de peso.
Una causa de cólico puede ser la limitación de la duración de la mamada a unos pocos minutos de cada pecho, con lo que el lactante no obtiene la leche final del primer pecho, rica en grasas, lo que compensa con la obtención de mayor cantidad de leche inicial, con menos grasas y calorías y más lactosa; esto le ocasiona hambre frecuente (llanto) y cólicos por el flato producido por el exceso de lactosa y de volumen ingerido.
Lo malo del cólico es el temor e inseguridad que ese llanto excesivo origina. Tú y tu pareja, y hasta vuestro pediatra, os podéis poner muy nerviosos, pensar que el niño pasa hambre, empezar a dar biberones o infusiones de hierbas y de esta forma estropear la lactancia materna; o que le pasa algo grave, empezar a hacer análisis y recibir tratamientos innecesarios. Es simplista y erróneo atribuir sin más a la lactancia materna el origen del llanto y suspenderla o torpedearla con suplementos innecesarios de fórmula de leche artificial u otros líquidos.
El cólico no es una enfermedad y no necesita tratamiento. El cólico no ocurre por algo que estéis haciendo vosotros, ni mal ni bien. No se sabe por qué ocurre, pero sí que acabará por sí solo en poco tiempo. A veces, solo con convencerse de que es algo dentro de lo normal y hasta signo de buena salud si el niño es buen comedor y aumenta bien de peso, los cólicos remiten o disminuyen. Si el bebé está tomando lactancia materna no hay que darle ninguna otra cosa como infusiones o medicamentos, que no hacen ningún efecto y pueden ser perjudiciales para el bebé y para la lactancia.
Aunque hay estudios controlados que demuestran que no disminuye la frecuencia de cólicos al aumentar el tiempo diario de llevar en brazos al bebé, se ha visto que dar mucho cariño, no dejarlos llorar y cogerlos cuando lloran hace sentirse útiles a los padres y mejora su tolerancia al cólico. Responder pronto al llanto, tomar en brazos sin ajetreo, sujetarlos apretaditos contra el cuerpo (mochila, pañuelos porteadores) y alimentar a demanda, es decir, sin horarios rígidos, son medidas de superior efecto que el dejarlos desgañitarse. No hay que olvidar que lo de no llevar horarios rígidos es aplicable también a bebés alimentados con fórmulas artificiales y que a los amamantados no hay que limitarles el tiempo de mamar en cada pecho y que más vale que se acaben bien el primero.
Si no dejas llorar a tu bebé, si intentas calmarlo dándole de comer o cogiéndolo en brazos, hablándole o cambiándole el pañal, o acunándolo suavemente para que se calme, es muy probable que logres reducir la ansiedad de ambos, tuya y de tu bebé. Ve probando tranquilamente las anteriores opciones a ver cuál le calma más. No te preocupes por sobrealimentarlo ni malcriarlo, eso no va a ocurrir. Si no se calma con nada y te has asegurado de que no le pasa nada, tenlo simplemente en brazos hasta que se le pase. Vale la pena acunarlo, mecerlo, cantarle, bañarlo, darle un masa-jito, dejar que succione el pecho o un dedo o hasta un chupete cuando ya no sabes qué hacer. Del mismo modo, sacarlo a pasear en el cochecito o en el coche cuando ya no puedes más es curativo al menos para la ansiedad y, aunque no hay pruebas seguras de que sea eficaz, sí que hay múltiples observaciones de expertos que corroboran que bastantes bebés se calman de esta forma.
No sirve de nada y está demostrado que no tiene ningún efecto el cambiar a fórmulas de leche sin lactosa o a base de soja, el darle medicamentos contra el flato, productos de homeopatía, hierbas calmantes o digestivas (tila, manzanilla, anís, etc.), ni como infusiones ni como granulados liofilizados. Tampoco hay datos que avalen la eficacia de masajes, manipulaciones espinales, técnicas de osteopatía craneal o aparatos que produzcan vibraciones en la cuna o ruidos diversos, como el de los latidos del corazón o el «ruido blanco» o de «nieve».
Suspender la lactancia materna, aparte de ser un error, no mejora desde luego los cólicos. Tampoco que la madre lactante evite tomar determinados alimentos. Se ha comprobado que procurar un ambiente tranquilo, sin estímulos en casa, ni hacer ningún ruido, tampoco es efectivo para disminuir los cólicos, o sea que no es preciso que andéis todo el día de puntillas. Algunos emplean medicamentos potentes que tienen algo de eficacia porque adormecen, pero son contraproducentes y peligrosos por el alto riesgo de toxicidad. Dejar llorar hasta que se le pase sin hacerle caso no mejora para nada el cólico y es una opción cruel en sí misma.
Si estás dando el pecho y en vuestra familia hay historia de intolerancia a la leche, o si tú o el padre no bebéis leche o muy poca porque os sienta mal, puede valer la pena que dejes de beber leche una semana a ver si notáis alguna mejoría. En este caso, no se trataría de un cólico sino una intolerancia a la proteína de la leche de vaca a través de la leche materna.
Algunos bebés con lactancia artificial y que tienen cólicos muy exagerados, que incluso llegan a no querer comer o vomitan mucho y pierden peso, pueden tener una verdadera alergia o intolerancia a las proteínas de la leche de vaca, lo que hay que demostrar mediante las pruebas convenientes, y si es así, pueden mejorar con fórmulas muy especiales de leche artificial a base de hidrolizados de caseína.
Se ha publicado un trabajo muy interesante que compara tres grupos de familias con ideas diferentes de crianza, dos de ellas, la habitual occidental con esquemas, horarios y reglas precisas para la alimentación y sueño aunque aplicadas de diferente forma (padres de Londres muy estrictos y padres de Copenhague menos), y un tercer grupo de padres partidarios de una crianza de proximidad o crianza con apego. Los autores comprueban que hay pocas variaciones en la duración total de episodios de llanto según el estilo de crianza, aunque los bebés de padres muy estrictos lloran más tiempo de media al día. No hay diferencias en cuanto al tiempo de llanto de los bebés de familias que practican una forma de crianza con apego y los que lo hacen de forma tradicional pero son solícitos con sus bebés.
Los autores manifiestan su preocupación por el estilo de crianza de padres londinenses influidos por teorías muy restrictivas de disciplina que conducen a demasiado llanto inconsolable en sus bebés y, al mismo tiempo, dan un mensaje de tranquilidad a las familias que ejercen una crianza cariñosa tradicional que podrían sentirse culpables ante lo que se difunde desde algunos partidarios de la crianza con apego. No hay diferencias en cuanto al llanto entre los bebés criados con solicitud en uno y otro estilo. No por mucho acarrear se llora menos. De nuevo pienso que si lo tomas en brazos es porque así os sentís bien, no para conseguir nada específico (llorar menos), que no se logra demostrar en estudios bien hechos.
INDEPENDENCIA Y NEGATIVISMO.
RABIETAS, BERRINCHES, CAPRICHOS...
Hacia los nueve meses, cuando tu bebé empieza a independizarse un poco de vosotros, cuando percibe que es parte separada de ti y va siendo cada vez más consciente de esto, va a intentar afirmarse en su independencia y a explorarla con cierta prevención. Al llegar al año empieza a decir «no» con mucha facilidad para autoafirmarse, al mismo tiempo que hay cosas que no le cuadran o asustan; puede perder el control de sus emociones, desconcertarse cuando quiere algo y no sabe cómo conseguirlo o hacerlo, tener dificultad para expresar su frustración, ya que aún no sabe hablar, y acabar cogiendo un berrinche o rabieta por algo que a veces a ti te resulta difícil de entender. Puede ocurrir al no querer comer algo que le estás ofreciendo, no dejarse cambiar el pañal o intentar ordenar un juego que no le sale. Ocurre con más frecuencia cuando el bebé está cansado o enfermito y, desde luego, una vez que empieza, no baja fácilmente de nivel al no poder controlarlo el propio niño.
Las rabietas son parte normal del desarrollo neuroemocio-nal de los bebés. Suelen iniciarse en torno al año, hacerse máximas entre los 2 y 3 años, para luego ir declinando hasta desaparecer casi por completo a los 4 años. En el mundo de la psicología piensan que las rabietas preceden a la adquisición de nuevas habilidades. Se está desarrollando y aprendiendo tanto, cambiando tanto en su cerebro las percepciones y emociones, que puede perder el control de lo que ya ha aprendido; puede sentir desequilibrio e inestabilidad ante situaciones nuevas no dominadas, entrar en conflicto al elegir entre varias alternativas, como por ejemplo preferir jugar a comer cuando está comiendo o estar de pie cuando le estás cambiando el pañal y, si no lo consigue, acabar en un arrebato emocional de mucho cuidado, la rabieta.
Que tu bebé tenga rabietas es completamente normal, no tiene que ver con ser bueno o malo o con estar bien o mal educado como tontamente te pueden querer hacer ver. Tan metida está la idea en las mentes de muchos de nosotros de que un bebé tiene que ser amable, tranquilo, bien educado y no montar espectáculos (y una rabieta con frecuencia es un espectáculo impresionante), que muchos tratan de esconder, de apartar casi con vergüenza al hijo en plena rabieta cuando esta ha sucedido en público, o incluso de reprenderle más o menos duramente (aunque en casa no lo harían) para que los asistentes extraños a la familia vean que le das una buena educación. Si la rabieta te coge en medio del supermercado u otro lugar público, cógelo y sal de allí si crees que molesta, pero con la cabeza muy alta y sin avergonzarte, que no conozco niños sanos y «bien educados» que no hayan tenido rabietas.
¿Qué hacer ante una rabieta? He podido comprobar que madres y padres pacientes tienen estrategias para atajar mejor y más rápidamente las rabietas de sus hijos que aquellos que intentan reñirles, ignorarlos, dejarlos solos, gritarles y, no digamos ya, pegarles. Unos y otros son cariñosos, pero los partidarios de atajar ante todo una rabieta me han dicho que creen, por haberlo leído o porque se lo han dicho familiares o amigos, que no es bueno ceder ante los deseos sin sentido de su hijo, que hay que educarlo desde el principio bien y que no es normal que se salga con la suya «siempre».
Hay padres que intentan consolar a su bebé sin mucho éxito, pero lo contienen con cariño, le permiten llorar y le explican que lo entienden; se aseguran de que no va a sufrir daño, cogiéndolo si es preciso, pues algunos se golpean la cabeza contra el suelo o un mueble o se encanan llorando. También les explican lo que van a hacer, por ejemplo, que se van a otra habitación, que tienen cosas que hacer y que pueden volver ahora o cuando se les pase, que mamá les quiere mucho. Pero sí que es verdad que suelen estar tan enfurecidos que atienden poco a razones o tentativas de distracción y que incluso aumenta su berrinche ante los intentos de calmarlos; por eso quizá no es bueno ser muy insistente, basta que sepa que estamos a su lado o cerca. Suele ser conveniente hacer pausas de tiempo de 2 o 3 minutos antes de hablarles o intentar calmarlos de nuevo.
Cogerlo o no en medio de la rabieta depende de cómo reaccione o haya reaccionado otras veces; si eso lo calma, pues bien; si claramente no quiere que lo cojas, es mejor no hacerlo. Hay que cogerlos y sujetarlos sin pensarlo si se pueden hacer daño o quieren pegar, tirar o romper cosas. La rabieta cederá de una u otra manera, pero si entendemos que no es culpa del niño, que no puede hacer gran cosa por evitarlo, que no está «poniendo en duda nuestra autoridad», que no compite con nosotros ni nos quiere fastidiar, es más consecuente actuar poniéndose de parte del bebé que en realidad lo está pasando mal y no sabe cómo salir de esa situación.
Desde luego, si lo que desencadenó la rabieta fue algo que le prohibiste porque piensas que no está bien (pegar a otro, romper cosas) o es peligroso para tu bebé, no tienes que concedérselo para que ceda la rabieta, eso sería contraproducente para la necesaria percepción de los límites razonables y le haría creer al bebé que para conseguir lo que quiere tiene que coger una rabieta. No hay que temer decir que no cuando es necesario.
Los bebés que duermen suficiente y están descansados suelen tener menos berrinches. Los padres que no están todo el día diciéndoles que no a todo, sino solo a lo esencial que puede perjudicarles o que no es correcto y que les permiten elegir entre varias posibilidades (de comida, de vestidos, de juguetes mientras les cambian el pañal...), obtienen mejores resultados en cuanto a rabietas que cuando se es muy coercitivo y rígido en las normas. No porque el bebé diga que no a todo debemos nosotros hacer lo mismo.
El establecer rutinas a lo largo del día, no poner límites sin sentido y que los que hayáis puesto sean consistentes y válidos para todos los que tratan con tu bebé, ayuda a no desconcertarlo y a que tenga menos rabietas. También conviene el no hacerle participar de actividades tediosas y largas (la compra de la semana, un acto social largo) o, en estos casos, se pueden llevar cuentos o juguetes que lo puedan entretener. Tener la casa preparada a prueba de niños para no tener que decir «no» continuamente es una actitud muy práctica.
Hay madres que han comprobado lo bien que viene el hablarles y animarles a expresar sus sentimientos de modo sencillo; que oigan que sabes que está muy enfadado o muy triste o preguntárselo es más que adecuado para bebés de más de 9 meses que son capaces de entender muy bien aunque no sepan expresarse todavía con la palabra. Comentarle la rabieta una vez pasada, preguntarle qué le pasaba y por qué se ha enfadado tanto, hacerle ver que así lo pasa mal e incluso que a mamá no le gusta que se ponga en ese estado, parecen buenas estrategias.
Si habéis tenido un mal día y estáis agotados, si no estáis seguros de cómo vais a manejar la situación o estáis muy enfurecidos ante la rabieta de vuestro hijo, más vale turnarse con la pareja o contar hasta 10 y respirar hondo antes de hacer o decir nada. Si al final os sale un exabrupto y hasta le propináis un cachete, posiblemente os sentiréis mal después, pero sois humanos, no seres angélicos, vuestros ideales de crianza no se ponen en cuestión por eso; cuando estéis todos más calmados, habla con tu hijo, explícale lo que te ha pasado y pídele disculpas. Pegar a otra persona no está bien y menos a un niño.
Si las rabietas no van disminuyendo de intensidad y frecuencia conforme os acercáis a los 4 años, o son más de una todos los días, o duran más de 15 minutos cada una o cursan con estallidos de ira de tal calibre que se autolesiona o puede lesionar a otros niños o personas, es mejor consultar a tu pediatra por si pudiese tratarse de una enfermedad neurológica o del comportamiento.
LOS CELOS
Tener celos es un comportamiento habitualmente normal que ocurre con frecuencia en la infancia ante el temor a perder el cariño de los padres, y más especialmente el de la madre con ocasión de la llegada de un extraño, normalmente un nuevo hermano. Al ver a sus papás tan atentos con el nuevo bebé hay una sensación de desplazamiento muy dura de soportar en la que se mezclan la frustración y el miedo propios con la envidia y el resentimiento hacia el recién llegado, percibido como intruso.
Las manifestaciones de los celos varían ampliamente en los niños; pueden mostrar indiferencia, rencor, pedir que devuelvas al recién llegado o intentar hacerle daño claramente. Pueden presentar síntomas de regresión y volver a practicar conductas que ya no hacían, como chuparse el dedo, querer llevar pañal, volverse a hacer pipí o caca, volver a querer mamar o tomar biberones, estar todo el día pegado a su mamá y querer ir en brazos negándose a caminar. Pueden ponerse muy negativos y no querer comer o dar muchos problemas para dormir o aumentar las rabietas. Una forma particular de manifestar los celos es mostrar mucho cariño por el nuevo hermanito: hay que vigilar que no lo apretujen demasiado y no le hagan daño. También se han visto celos de los pequeños hacia los mayores.
Para prevenir los celos hay estrategias satisfactorias probadas. Los padres que comparten con el bebé la noticia de un nuevo hermano desde unos meses antes de nacer (quizá cuando ya se nota bien el aumento del abdomen, no mucho antes, pues pueden ponerse ansiosos ante la falta de señales claras) y les explican el embarazo, hablan con el bebé del nombre del hermano y le hacen partícipe de la ropita que le pondrán, están en el buen camino. Si tenéis amigos o familiares con más de un hijo pequeño, podéis aprovechar el ir a verlos para comentar con vuestro hijo la situación, que vean lo que es. Es bueno también evitar que tenga sensación de desplazamiento: si pensáis destetarlo, o llevarlo a la guardería o sacarlo de la cama familiar o de su cuna, no esperéis a hacerlo cuando nazca vuestro nuevo hijo, para que no asocie la llegada con una pérdida de sus privilegios actuales.
Bastantes madres continúan amamantando al mayor mientras lo hacen con el pequeño (lactancia en tándem se llama) y continúan durmiendo todos juntos: eso sí, el pequeño debe estar separado al menos por un adulto de su hermano mayor, para que el colecho sea seguro para el pequeño. Si este no es vuestro deseo, es conveniente intentar destetarlo tiempo antes, sacarlo de vuestra cama o de su cuna, o buscar guardería sin darle pistas para que no pueda asociar temporalmente el acontecimiento.
Dejar que cuide o participe en el cuidado del hermano pequeño (ayudar a vestirlo, a bañarlo) con vigilancia, es buena idea. Sin embargo, la estrategia muy extendida de valorarle que «es el mayor y lo sabe hacer todo y que su hermano es pequeño e incapaz» no es de mucha perspicacia, pues además de atribuirle demasiada responsabilidad, justamente el ver tanta complacencia con el «pequeño e incapaz», puede darle ideas para adoptar comportamientos regresivos en un intento de lograr los mismos favores que su hermano «inútil». Hay que advertir a otros familiares, abuelos, tíos, etc., que eviten ese tipo de comentarios. Es preferible responder verazmente a sus preguntas y no ridiculizar al hermano pequeño. No es buena estrategia tampoco el premiarle por ser amable con su hermano, aunque sí el valorar que lo haga.
Conviene ser ecuánimes con él y si la mamá coge al pequeño, el papá puede coger al mayor. Todo el mundo trae regalos para el pequeño. Se le puede explicar por qué a su hermano le traen algo y a él no: porque él ya tiene zapatos, por ejemplo, y su hermano no. Reservarse tiempo en exclusiva para el mayor es muy reconfortante para este, pero no por ello hay que ocultarle que queréis al nuevo hijo.
Los celos no son malos en sí mismos, son un sentimiento muy común en todas las edades. Obedecen al temor a perder lo poseído en exclusiva. Los niños pueden tenerlos, no solo ante la llegada de un hermano, sino también ante demostraciones de afecto entre tú y tu pareja o cuando te ven coger a otro niño pequeño. Si tu niño tiene celos de su hermano menor, no hay que castigarlo ni reprenderlo, te dará mejor resultado hablarlo, intentar verba-lizar sus sentimientos, que pueda ser consciente de lo que le pasa y por qué, que sepa que lo entiendes, que sabes que lo pasa mal y que se le pasará, asegurarle que lo quieres mucho y que nunca lo vas a dejar de querer.
En las raras ocasiones en que las manifestaciones de los celos son muy agresivas o desproporcionadas y alteran la convivencia familiar, puede tratarse de celos patológicos que precisarán una consulta profesional.
CONTROL DE ESFÍNTERES. EL PIPÍ Y LA CACA
Al principio suelen evacuar el intestino cada vez que comen. Esto es así sobre todo el primer mes y con lactancia materna, siendo capaces de hacer más de 10 deposiciones al día. A partir del mes los lactantes de pecho pueden empezar a hacer menos deposiciones, una al día, y, en ocasiones, tardar entre 2 y 6 días en hacer una deposición que suele ser enorme, blanda y maloliente. Es el llamado falso estreñimiento de la lactancia materna que no requiere ningún tratamiento. Los bebés que toman fórmulas artificiales suelen hacer menos veces que los de pecho y un poco más duras, llegando a tener un verdadero estreñimiento.
Hacia el año y medio de edad, la mayoría de los bebés se dan cuenta de que han orinado o defecado y empiezan a avisar de que lo han hecho; posteriormente, alguna vez dicen que van a hacer y crean falsas ilusiones en los padres, pues no suele dar tiempo a que lo hagan en el orinal. Hay que ser pacientes. En general, es práctico esperar al verano en que tienen 2 años para quitarles los pañales y empezar a ofrecerles el orinal. Acaban controlando antes el intestino que la vejiga y la mayoría dejan de defecar encima hacia los 2 años y medio, tanto de día como de noche. A esa edad muchos aceptan, e incluso prefieren «como los mayores», utilizar la taza del retrete a la que intentan trepar ellos solos, y es mejor dejarles.
Hay que enseñarle con calma, sin meterle prisa ni obligarle, pues está en plena época de reafirmación del «yo», de negativismo: basta que entienda que estáis muy interesados en que haga pipí o caca en el orinal para que se niegue a hacerlo. A veces, observándole mientras juega, podréis apreciar que se está reteniendo, pues está tan absorto en su juego que va posponiendo el ir al orinal o a la taza; vale la pena intentar sugerirle que lo haga, pero con mucha diplomacia. Alternaréis momentos y épocas de ponerle pañales y otras que no. Cuando tenga algún accidente, que al principio son frecuentes, explicadle que no pasa nada; no es bueno castigar ni premiar. Si a partir de los 2 años veis que empieza a controlar bastante, que no hay demasiados accidentes, que avisa con suficiente antelación y sobre todo si es verano y puede ir con poca ropa o sin ella, podéis arriesgaros a dejarlo sin pañal durante el día. Por la noche, o si hay que ir a algún sitio, es mejor que se lo pongáis para minimizar las consecuencias de un eventual «accidente».
Puede haber regresiones temporales coincidiendo con enfermedades o viajes, o cambios en la situación familiar como, por ejemplo, la llegada de un hermano.
El control del esfínter vesical por la noche no lo logran todos los niños antes de los 5 o 6 años. Aproximadamente la tercera parte siguen mojando la cama hasta esa edad. Acaban controlando antes las niñas que los niños. Menos de uno de cada diez niños sigue mojando la cama a los 10 años. Así pues, durante los primeros 5 o 6 años de vida no está indicado tomar ninguna medida si vuestro hijo se orina por las noches. Lo más práctico es ponerle el pañal por la noche y esperar a que madure sin reñirle ni humillarlo, pero sí tratar el tema con naturalidad si lo saca a colación explicándole que eso es normal y que conforme crezca se le pasará.
ACTIVIDAD SEXUAL
No sabemos mucho de la sexualidad infantil debido a que por razones culturales y religiosas se ha considerado inmoral o peligrosa y hay una tendencia a negarla o ignorarla. Hoy día, tras estudios de antropólogos y sexólogos en los últimos 60 años, no podemos desconocer su existencia y hemos de admitir que se manifiesta desde la más tierna infancia, pero sigue siendo poco conocida y mal estudiada.
Desde el nacimiento, los órganos sexuales están capacitados para activar el placer y son reconocibles episodios de erecciones en los niños y congestión de la vulva en las niñas. A partir de la edad en que ya acierta con facilidad dónde poner las manos para coger objetos, observarás cómo tu bebé, sea niño o niña, se toca y manipula los genitales, toqueteándolos y dándose tirones, aprovechando que le cambias el pañal o le bañas. Esto puede empezar en torno a los 5-6 meses y no debe alarmarte ni debes prestarle atención ni reñirle o impedírselo; forma parte de la curiosidad que tienen por explorarlo todo y, principalmente, su propio cuerpo. Tampoco es signo de masturbación al principio pero sí acaba siéndolo hacia los 2 años. Alrededor de la mitad de los bebés lo hacen a partir de esa edad. Antes de aprender a masturbarse con la mano, lo hacen frotándose un muslo contra otro o moviendo la pelvis arriba y abajo, o frotándose contra algún objeto desde incluso antes del año. Suele acompañarse de enrojecimiento de la cara y de estar como muy concentrados y hasta sudorosos.
Aunque en los siglos XVIII y XIX se imponían terribles castigos o impedimentos ante la masturbación a cualquier edad incluso infantil, hoy todos los expertos están de acuerdo en que no hay que hacer nada por impedirla o prohibirla, que no es reprobable ni ocasiona ningún trastorno físico ni psíquico. Suele ocurrir cuando se están durmiendo o no tienen nada que hacer y están aburridos, y es raro cuando tienen entretenimiento o están jugando. Es un error regañarles o decirles que es algo muy feo y que está muy mal, porque no es verdad y vamos a confundirlos. No debéis sentiros mal ni enfadaros o preocuparos porque vuestro tierno bebé explore y disfrute de su propio cuerpo. La masturbación no suele causar problemas de convivencia social antes de los 3 o 4 años, siendo una conducta aislada en la mayor parte de los casos; a partir de esa edad conviene asegurarse de que pueden esperar si están en un lugar público, interiorizando las convenciones sociales al uso, pero importa que no tengan la sensación de hacer nada malo. Por otra parte, tan normales son los niños y niñas que se masturban como los que no lo hacen nunca, eso no va a tener repercusiones en su futura conducta sexual ni emocional.
Solo si es muy frecuente y compulsiva vale la pena investigar si hay alguna irritación o infección local, mucho aburrimiento u otro problema psicológico. Conviene descartar como causa de una masturbación excesiva el que haya irritación o inflamación de los genitales, por ejemplo después de ir a la playa por culpa de la arena o que no tengan parásitos («gusanitos», oxiuros) en el intestino, que salen por el ano por la noche y dan picores en los genitales sobre todo de las niñas. El abuso sexual debe sospecharse si la masturbación es compulsiva o con modos que es difícil que se les haya ocurrido a los niños por sí mismos.
Desde muy pequeños muestran interés en conocer las distintas partes de su cuerpo y les llama la atención las diferencias sexuales que pueden ver en otros niños y hasta en sus padres. No te extrañes si desde los 2 años entran en la habitación como para sorprenderos mientras os estáis vistiendo, ni del número de preguntas que pueden hacer al respecto a partir de los 3 años. Vale la pena incluir en el repertorio de palabras a enseñarles el cómo se llaman las diversas partes de su cuerpo, incluidos los genitales.
No hay por qué ocultarse para besarse o abrazarse normalmente delante de vuestro hijo, pero si alguna vez os sorprende manteniendo relaciones sexuales más vale no reñirle ni enfadarse y explicarle de forma sencilla que es una forma de quererse. Independientemente de las creencias religiosas de cada cual, es importante evitar a toda costa la asociación de mentiras, miedos y culpabilidades con la sexualidad.
COGERLOS O NO COGERLOS
¿Cuánto tocarlos o besarlos? ¿Cuánto tomarlos en brazos? Lo que os apetezca, lo que os pida vuestro bebé. Nadie ha podido probar que haya relación alguna entre el tiempo que tengáis a vuestro bebé en brazos, el número de besos que le deis y el grado de malcriadeza. Malcriar es literalmente educar mal a los hijos y educar tiene que ver con bastantes cosas, pero no con llevarlos en brazos. Por eso si os dicen el «No lo cojas que se malacostumbrará», sabed que no es verdad.
¿Cama familiar, cunita aparte? Ya lo hemos hablado en un capítulo anterior: lo que hayáis decidido y sea cómodo para todos. Tened en cuenta la necesidad de contacto estrecho frecuente que tienen los bebés. Valorad también vuestro descanso y las diferentes opciones.
¿Cochecitos, portabebés de carga? No hay que cerrarse a ninguna de las dos opciones, pues son perfectamente compatibles y complementarias. Y esta complementariedad es muy beneficiosa para niños y adultos pudiendo simultanear, según la ocasión, el cansancio y el tipo de actividad a realizar, uno y otro método.
Creo que es de celebrar que en Occidente hayan surgido grupos de padres influenciados por la teoría de la crianza con apego que vuelven a tomar a los niños con más frecuencia en brazos; es bueno el contacto físico y los niños empiezan a estar presentes en más actividades de las que tradicionalmente se les había excluido.
No es bueno para un bebé dejarlo todo el día boca arriba en una cuna o carrito o hamaquita, ya que la falta de estímulo a su musculatura hace que tarden en adquirir tono y fuerza muscular; además, desde que se aconseja poner a dormir a los niños boca arriba para disminuir el riesgo de muerte súbita, estamos viendo con más frecuencia deformaciones de la parte posterior del cráneo en forma de aplanamiento, la llamada plagiocefalia, debido a horas y horas de presión de la cabeza contra el colchón en la misma postura. Los blandos huesos de su cráneo corren el riesgo de deformarse por la presión mantenida siempre en el mismo sitio: la parte de detrás de la cabeza. En realidad, mientras no están durmiendo los cuidadores ni el bebé y están vigilándole, a la vista, no hay riesgo de muerte súbita, por lo que pueden estar en otra postura y, desde luego, viene muy bien que lo tomen en brazos frecuentemente.
En los últimos años, trato cada vez más con mamás que llevan a su bebé cargado al cuerpo por medio de sistemas derivados de los tradicionales de otras culturas para portar niños. Pueden ser rígidos, tipo mochilas con armazón, o flexibles, tipo telas o mochilas sin el mismo, y van sujetos en uno o los dos hombros del cargador por medio de tiras que rodean su cuello.
Ambos métodos, cochecito y portabebés de carga, hay que conocerlos, saber los riesgos que tienen y que los cucos y cochecitos deben estar homologados para su uso, leer bien las instrucciones del fabricante, saber si tiene frenos, cómo funcionan, cómo se montan y desmontan, cómo fijarlos en el coche, etc. Son muy prácticas las sillitas-cochecito que sirven, además de para ir de paseo, como asientos de seguridad para ir en coche.
Los sistemas para cargar bebés también tienen manual de instrucciones si son de fabricantes homologados; si son fabricados por particulares, comprobad si tienen experiencia en cargar bebés y que os den las explicaciones necesarias para dominar correctamente su uso. En Estados Unidos, entre 1990 y 2010 se registraron 14 muertes por el empleo inadecuado de estos dispositivos, casi todas en menores de 3 meses. Es una cifra quizás inferior a la de niños que fallecen en cochecitos y cunas, pero a tener en cuenta en uno y otro caso: los bebés, en especial los muy pequeños o prematuros, no se deben dejar en posiciones inadecuadas que comprometan sus vías respiratorias y sin vigilancia, pues pueden sofocarse en pocos minutos y perder el conocimiento sin avisar siquiera.
Hay que respetar unas reglas básicas de seguridad a la hora de llevar un bebé en un portabebés blando o en bandolera:
Para ello es preciso:
Evitar traumatismos y quemaduras, para lo cual es necesario:
Ser partidario de un método de llevar a tus bebés no debe ser excluyente del otro, como si fuésemos hinchas de un equipo de fútbol o de otro. Los dos, empleados juiciosamente, tienen efectos positivos. Ya hemos visto que no hay nada demostrado sobre los efectos de uno u otro tipo de crianza mientras los cuidados se otorguen con solicitud y cariño. Ambos métodos se pueden compaginar según dónde vayáis a ir, qué vas a hacer, si cabe un cochecito o no, si el trayecto es largo y te puedes cansar, según la edad y peso de tu bebé, si vas sola y tienes que llevar otras cosas, etc.
Si prefieres llevar a tu bebé en brazos o en un cochecito, es tu decisión personal y ambas decisiones son perfectas pues seguro que las haces con todo el cariño.
LOS OTROS CUIDADORES. ABUELOS. CUIDADORAS.
GUARDERÍA. LAS SEPARACIONES
Ya comentamos algo este tema en el capítulo sobre la vuelta al trabajo. Ahora lo haremos desde el punto de vista de lo que implica en la crianza y la socialización.
Los cuidados que reciben los bebés estos primeros años deben ser seguros, predecibles, continuos, cariñosos. Necesitan el apoyo de sus cuidadores, saberse queridos. Es más estabilizador para ellos tener pocos cuidadores y estables que muchos y cambiantes, por eso cuando tengáis que tomar una decisión al respecto (contratar particular, dejarlo al cuidado de los abuelos, llevarlo a la guardería), meditadla, investigad bien las posibilidades para intentar no cambiar a menudo de cuidadores para vuestro hijo.
Muchas madres se turnan con su pareja para mantener la continuidad de los cuidados de su bebé. Es una decisión acertada pues, como comentamos en el capítulo de la vuelta al trabajo, por razones de crianza y de riesgo de contagio de infecciones, las opciones a considerar de sistema alternativo de cuidados son, por orden de menor a mayor riesgo:
Es de señalar que si vuestro bebé ya tiene un hermanito mayor que va a la guardería o al colegio, los problemas de contagio de infecciones ya no los debéis tomar en cuenta, pues los virus y demás agentes infecciosos ya se los trae el hermano mayor a casa.
Dicho esto, hay unas consideraciones a hacer en cuanto a la calidad de la crianza:
La investigación sobre las secuelas emocionales y las repercusiones sociales de la guardería es muy compleja y sigue sujeta a revisión actualmente. Puede que no esté exenta de riesgos, pero dependiendo de muchas circunstancias no tiene por qué provocar perturbaciones emocionales. La calidad que ofertan en el cuidado de niños, las circunstancias familiares de cada niño, la edad en la que son llevados a la guardería y el tiempo que pasan en ella, son factores que determinan los resultados finales. Se ha visto que si la madre trabaja pero está con su hijo a diario, ni aparecen trastornos ni hay riesgo de que aparezcan y varios autores no han encontrado diferencias en los lazos maternofiliales entre niños que asisten a la guardería y otros que no.
Un estudio de seguimiento de más de mil niños nacidos en 1991 en Estados Unidos concluye que los niños que fueron cuidados exclusivamente por sus madres no se desarrollaron diferentemente que aquellos que fueron cuidados también por otros cuidadores.
Si vuestras circunstancias os obligan a buscar un cuidado alternativo, tenéis que tener en cuenta varios factores a la hora de elegir; el principal, la calidad de los cuidados para vuestro hijo. Los abuelos disponibles han constituido en las sociedades tradicionales y siguen constituyendo hoy día, y más en situación de crisis económica, la principal opción a la que se recurre. Para los niños es una opción inmejorable, pues normalmente aporta cariño a raudales y bajo riesgo de contagio de enfermedades infecciosas de otros niños. Pero es preciso tener en cuenta la situación laboral, de salud y de edad, el carácter y las apetencias reales de los abuelos. Posiblemente muchos estarán encantados con volver a cuidar niños, algunos para nada, y otros desearán tener suficiente tiempo libre en su jubilación para dedicarlo a sus cosas. Si el cuidado del bebé va a ser una tarea fija o extensa diaria, es preciso hablarlo antes con detenimiento para evitar malentendidos, pues una cosa es echar una mano puntual y otra criar a un nieto. Además, conviene que habléis de vez en cuando con vuestros padres sobre si desean seguir o tienen algún problema con hacerlo, pues puede que ellos no se atrevan a plantear el tema. No hay ninguna obligación de ser como el abuelo de José Luis Sampedro en La sonrisa etrusca.
Las guarderías tienen el problema de la disminución de tiempo de cuidado total debido al elevado número de niños que atiende cada empleado. En España las sucesivas leyes de educación recogen la Educación infantil, que así es como llaman a la asistencia a guardería, como aquella que se ejerce entre los 0 y 6 años, con 2 ciclos, 0 a 3 (primer ciclo) y 3 a 6 (segundo ciclo), reconociendo que es de carácter voluntario y dejando a las administraciones educativas autonómicas el decidir por medio de decretos los «requisitos que han de cumplir los centros». Normalmente, las distintas administraciones han decretado un número máximo de niños por cuidador de 8 para menores de 1 año, 13-14 para niños entre 1 y 2 años y 18-20 para mayores de 2 años. La normativa para el segundo ciclo (3 a 6 años) es general, por real decreto, y está estipulada en un máximo de 25 niños por cuidador-profesor.
Como resulta evidente, esta relación tan elevada de menores por cuidador resulta muy desventajosa para estos menores. A la hora de elegir guardería importa conocer estos números, y también obtener referencias sobre la titulación y carácter de los cuidadores.
Finalmente, la elección de cuidadores pagados en vuestro propio domicilio o en el suyo junto a un número reducido de niños (3 o 4) en España es una actividad no regulada, por lo que deberéis informaros muy bien acerca de la persona que contratéis para tener las máximas garantías en los cuidados de vuestro bebé, pero puede ser una solución muy interesante.
Aunque el conocimiento y la investigación sobre el cuidado de niños es aún muy inestable, todos los expertos están de acuerdo en que el tipo de cuidado recibido es fundamental para el desarrollo del niño. La guardería puede ser positiva para el desarrollo intelectual y emocional de los niños o puede ser todo lo contrario, pero tampoco están exentos de esto los otros cuidadores posibles: madre, padre, abuelos o cuidadores contratados. Los resultados van a depender más de la calidad de los cuidados impartidos que de quién sea el cuidador. Cuidadores atentos, cariñosos, solícitos, amables que tratan bien a los niños, que les hablan, les cuentan cuentos, les explican las cosas y responden a sus preguntas son fundamentales para obtener buenos cuidados.
LOS LÍMITES
Cuando David era pequeñito, de unos tres o cuatro años, le gustaba jugar a soltarse de la mano e ir corriendo solo cuando paseábamos por la calle. Le decíamos que no bajara de la acera para cruzar la calle sin darnos la mano y poco a poco desarrolló un juego que le divertía mucho: iba corriendo hasta el borde de la acera mientras le gritábamos: «David, espera, no cruces», y de repente paraba en el borde y se giraba a mirar nuestras caras, nos esperaba y se reía mucho hasta que lo alcanzábamos, le dábamos la mano, cruzábamos la calle y vuelta a empezar.
Un día que íbamos paseando todos, él hizo como siempre pero en vez de detenerse en el bordillo de la acera, cruzó la calle mientras pasaban coches en ambas direcciones, que milagrosamente no le atro-pellaron y se paró en el bordillo de la acera del otro lado, se giró y nos miró divertido.
Yo estaba desencajado, blanco, del susto que me había dado al ver entrecruzarse coches e hijo e imaginar que podía haber sucedido fácilmente una desgracia irremediable. Así que, sin poderme contener, crucé la calle, le sujeté de un bracito y le di palmadas en el culo, mientras le decía o le gritaba que muy mal, que no se debía cruzar la calle, que era peligroso. Una señora mayor, menos que yo ahora, me miraba desde la otra acera y me recriminaba por ello, creyendo que yo era un salvaje.
Nos fuimos de allí cogidos de la mano y al cabo de un rato, más calmado, le dije que lo sentía, pero que me había dado un susto muy grande. Creo que él no lo hizo adrede, simplemente se equivocó y, en vez de pararse en un lado, se paró en el otro.
Es la única vez que he pegado a un niño y aún me acuerdo.
Los padres, lo quieran o no, son los primeros maestros de su hijos. Sois vosotros los que les vais a transmitir los valores culturales y familiares que os son propios y con los que estáis de acuerdo. Sois vosotros los que les descubrís el mundo exterior, el de los objetos y la naturaleza, lo que entraña peligro para ellos, lo que se puede tocar y lo que no porque quema, pincha, araña o muerde. Sois vosotros los que les hacéis descubrir poco a poco, muchas veces sin querer ni proponéroslo, solo con vuestro ejemplo, el mundo de las personas, el mundo de las relaciones, las convenciones de la sociedad en la que vivís, lo que es correcto (decir adiós, dar las gracias) y lo que no (pegar, morder, romper cosas).
La mayoría de las veces, afortunadamente, no os estáis planteando eso a cada momento, simplemente lo hacéis sin pensar en esa finalidad. La vida cotidiana es lo suficiente rica en experiencias, y ocurrente lo que en ella vivimos con nuestros hijos, que nos basta y sobra con estar a su lado observando y cuidando.
Vuestro bebé va a aprender de vosotros la forma de relacionarse con el entorno; desde el nacimiento tiene una capacidad de imitación extraordinaria que se acentúa progresivamente. No solo va a aprender vuestro idioma sino que va a captar vuestra entonación y acento, el tono con el que habláis, de tal manera que si lo hacéis con sosiego lo más probable es que acabe hablando pausado, y si chilláis, mostráis ira u os enfadáis con frecuencia, posiblemente acabará teniendo facilidad para chillar, ponerse iracundo o enojarse.
Como norma de buena práctica, hay que dejarles que exploren, que toquen, que vean, que oigan, que intenten las cosas una y otra vez, ayudándoles cuando veáis que el desconcierto les puede y se irritan; dejarles que se equivoquen y que acierten y respetar sus ritmos repetitivos. Pero hay que protegerlos de posibles accidentes graves para ellos y de no tener que estar todo el día diciéndoles esto no y esto no y esto tampoco: la casa hay que adaptarla a sus posibilidades para cada momento de su desarrollo. Según vuestra disponibilidad, puede haber una habitación preparada a prueba de niños en la que estéis seguros de que no puede hacerse daño ni romper nada que os importe. Estableciendo rutinas que tengan asimiladas desde bien pequeñitos, os ahorraréis también mucho trabajo.
El conjunto de conocimientos, valores y reglas de comportamiento necesarios para valerse por sí mismo en sociedad constituye la disciplina, entendida como el arte de proteger, prevenir, controlar y educar a un niño. Es preciso impartirla una y otra vez hasta que la acaben interiorizando y se convierta en autodisciplina. Hay que tener en cuenta que hasta el año y medio no son capaces de asimilar e interiorizar el carácter inmutable de una norma (no tocar los enchufes, por ejemplo), por eso hay que repetírselo una y otra vez, sin irritación.
No es nada prudente dejar crecer a los niños sin normas, eso les puede crear inseguridad y ponerlos en peligro; hay que saber decir que no, ahora sí y ahora no, luego, espera un poco... Todos los expertos están de acuerdo en que no hay que ser permisivo con todo, no ceder a todos los caprichos. La disciplina ayuda a que se sientan seguros y mejore su autoestima.
Es conveniente tener bastante claro qué normas, qué límites, qué valores les queréis transmitir, de qué manera se las queréis transmitir y cómo hacer que las interioricen, que las respeten.
Es preferible no poner muchas normas, pero sí esenciales: las que sirven para que no se cause daño a sí mismo y las que tienen que ver con el respeto a las otras personas, animales y cosas. Aparte de estas, poco a poco se inculcan normas de horarios y otras necesarias para convivir en familia y en sociedad.
Hay familias que desarrollan buenas estrategias de cómo inculcar estas normas de modo eficaz y logrando que no lo vivan de manera negativa sus hijos:
¿Qué hacer cuando no hace lo que le decís? Pues hay que enmendar, corregir, advertir, prevenir, reprender, dar ejemplo, enseñar. Todas estas palabras son acepciones para el verbo castigar al que podéis tener prevención o rechazo, pues la misma palabra en sí, «castigo», tiene mala prensa. El castigo es una técnica para promover las conductas adecuadas y reprobar las inaceptables. Para aplicar un castigo no hay que humillar, no hay que degradar, no hay que chillar y ni mucho menos hay que pegar. Con el castigo se desaprueba una conducta concreta, no al niño. Cuando el niño ya diferencia bien y está inmerso en la esfera de lo social, el castigo se hace en privado, no delante de todo el mundo.
Muchas veces el castigo puede consistir simplemente en decir que no, y explicarle por qué, en mostrar que no te gusta que haga o deje de hacer una determinada cosa, que estás enfadada por eso. Y siempre intentar sacar tiempo para razonar lo que ha pasado. Por supuesto, si la acción en cuestión supone un riesgo para tu hijo (tocar el horno, asomarse a una ventana, etc.) o para otros niños (morder, pegar...), no hay que andarse con rodeos: se dice que no y basta, y si es preciso se le sujeta firmemente. Luego ya le explicarás por qué no debe hacer lo que pretendía. La explicación debe incluir el aprendizaje de las consecuencias que hubiera tenido su acto.
Conviene razonar el castigo y adaptarlo a cada edad y tipo de conducta desobedecida. En el primer año quizá baste con decir que no y mostrar enfado; más adelante, se puede dedicar tiempo a explicaciones e incluso el enfado se puede transformar en que sepa que no vas a atenderle ni estar disponible hasta pasado un rato y acceda a hablar de lo que ha pasado o corrija su acción anterior.
Hagas lo que hagas como castigo, no lo dejes para luego, es mejor que sea inmediato; los niños de corta edad no asocian fácilmente hechos muy separados en el tiempo, ni siquiera una hora. Si estáis muy irritados por una dura jornada y no estáis seguros de cómo vais a responder a una acción no deseada de vuestro hijo, haced lo mismo que hemos comentado ante una rabieta que os ha podido superar y haceros perder el control. En ese caso no hay que olvidar explicarnos posteriormente y pedir disculpas si nos hemos pasado.
Las acciones coherentes de madres y padres logran que sus hijos asimilen las normas con más rapidez. Hay que aplicar una acción similar a la empleada la vez pasada ante el mismo límite incumplido; lo que le puede desconcertar es que hoy le digas que estás enfadada porque no ha guardado sus juguetes y mañana no le digas nada.
En ningún momento hay que decir o amenazar con acciones que no vamos a cumplir y nunca amenazar con expulsarlos de casa o irnos nosotros, decir que ya no los quieres o similares. Tampoco que son malos, es la acción que han hecho o dejado de hacer lo que no nos gusta, ellos sí. Y, desde luego, no pegarles, y si se nos ha escapado la mano, es mejor emplear energías en disculparnos y explicarnos que en culpabilizarnos. Según cómo haya sido la infancia de cada cual, hay que tener cuidado en no reproducir determinados esquemas del pasado basados en un autoritarismo trasnochado.
SABER MÁS. REFERENCIAS
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