Los primeros días. Que no cunda el pánico
Sobre el año 2000, asistiendo en Madrid a una reunión del Comité de Lactancia, vi en el metro un cartel de una campaña ministerial para promocionar la igualdad de género:« Creciendo en igualdad.» En una afable escena doméstica, un joven administraba tiernamente un biberón a un bebé de muy pocas semanas. En un pequeño recuadro, en la parte inferior del cartel, una joven sonreía desde la mesa de su oficina.
Protestamos tanta gente que lo retiraron y ahora es casi imposible encontrar su rastro en Internet.
Mientras escribo esto todavía andan los gobiernos discutiendo sobre la duración del permiso de paternidad y no teniendo claro para qué sirve.
EL PADRE, LA PAREJA
La única cosa que no puede hacer nadie de los que te rodean es dar de mamar. Todo lo que podamos hacer los demás, bienvenido sea. Si das de mamar necesitas ayuda física, pues tu tiempo está muy limitado por la demanda del bebé y acabas de realizar una hazaña titánica, apta para mujeres: dar a luz. Y si te han realizado una cesárea, ni te cuento. Si tu pareja está contigo mientras amamantas podrá ayudarte si necesitas algo, pero si está trabajando y estás sola en casa, es mejor que tengas a mano todo lo que te pueda hacer falta mientras das de mamar, pues casi siempre dura más que un poquito; no te olvides de la bebida (agua, zumo, leche...), ya que dar de mamar da mucha sed.
Tu pareja juega un importante papel en el apoyo a tu capacidad de amamantar. Con el embarazo has demostrado de sobra que eres capaz de crear vida. Ahora se trata de una tarea de continuidad: mantener esa vida con la leche de tu pecho y con tu amor. La pareja, habitualmente un padre, hombre al que nuestra sociedad suele malcriar desde pequeño en una cultura de desigualdad, si no ha espabilado contigo, antes, durante y después del embarazo, ahora puede seguir sintiéndose desplazado, en desventaja, inútil y, además, serlo; por eso, conviene que hayáis vivido todo juntos, desde el principio. Afortunadamente, empiezo a ver cada vez más hombres que participan, que viven la gestación y nacimiento de sus hijos, y que realizan su paternidad con responsabilidad, siendo capaces de procurar descanso a sus mujeres conteniendo las visitas, procurando evitar comentarios desafortunados, apoyando su capacidad, realizando el papeleo y burocracia de los primeros días, cambiando los pañales y haciendo, sin ruborizarse demasiado, piel con piel con su bebé contra su pecho velludo o, en los últimos tiempos con frecuencia depilado, aunque a su hijo le da igual uno u otro estado.
¿En qué te puede ayudar? En todo. Apoyándote en tu decisión de lactancia, confortándote cuando estés fastidiada, bañando a vuestro bebé, cambiándole los pañales, acunándolo, paseándolo, tranquilizándolo cuando llore y no sea por hambre, ocupándose de la limpieza de la casa, de la intendencia de las comidas, de vuestros otros hijos si los tenéis. Su papel, ya iniciado en la maternidad de ordenante de las visitas, le habrá dado la experiencia necesaria para seguir desempeñando la tarea con éxito al llegar a casa.
He conocido mujeres que intentaban hacerlo todo ellas, en especial con el bebé, como si fuese su obligación todo, como si pretendiesen demostrarse algo, no sé exactamente qué. Si no permites que tu pareja participe en la crianza de vuestra criatura existe el gran peligro de que se sienta desplazada y acabe por perder apego, primero con el bebé y luego contigo.
Gran parte de la fuerza del apego, de la vinculación es carga hormonal: mediadores bioquímicos que actúan en el cerebro, y que van preparándose durante el embarazo, culminan durante el parto y se refuerzan con la lactancia. Otra parte no menos importante del apego es la voluntad cerebral y la convención social. De lo primero, aunque tenemos bastantes de las mismas hormonas, los hombres carecemos y vamos vinculándonos a través del amor a nuestras parejas, de covivir la gestación del retoño común, pero necesita de mucho refuerzo consciente, volitivo y recompensado: por eso es importante que tu pareja participe desde el principio, acudiendo a talleres de preparación al parto, a las visitas del embarazo, al parto y, posteriormente, que sea una parte importante en el mantenimiento de la lactancia y la crianza de vuestro hijo.
Y, al igual que tu pareja debe estar preparada para animarte, para felicitarte por lo bien que estás criando a vuestro bebé, por lo buena que es tu leche y lo bien que le sienta, también tú debes agradecerle la comida que ha preparado o la limpieza de la casa. Afortunadamente para vosotras, cada vez va habiendo más hombres cocinitas; lo de barrer y planchar aún son asignaturas pendientes para demasiados.
Los hombres que excusan su falta de colaboración por el trabajo que tienen y, no siendo aún las bajas paternales ni generalizadas ni de duración adecuada, gozan de una magnífica oportunidad de cambiar el tiempo dedicado a sus ocios y aficiones por tiempo de paternidad, para no perdérsela y apoyar eficazmente a su pareja.
CUANDO NO HAY PAREJA.
LA FAMILIA MONOPARENTAL
No siempre hay pareja para compartir la maternidad. Por circunstancias no deseadas o por elección propia, numerosas mujeres viven su maternidad sin pareja, sea el padre de su hijo o alguien cercano que les acompañe. En España hay algo más de medio millón de familias monoparentales, y en el 90 % de los casos es la mujer la persona de referencia. En este caso, el tipo de ayuda y apoyo que describo como conveniente aquí y en otras partes de este libro se puede buscar y encontrar en otros familiares, amigos o personas contratadas.
LA VUELTA A CASA
Tras esos días de estancia en el hospital que cada vez se van reduciendo más —antes eran cuatro o cinco, ahora son dos y, en algunos países y clínicas del nuestro, bastan 6 horas si todo ha ido bien—, os volvéis a casa.
Los días de hospital te pueden haber parecido larguísimos, llenos de incomodidades, con muchos ruidos sobrantes, demasiadas actividades programadas de tipo sanitario que no se adaptan al ritmo de vida de las personas, una puerta que permite que entren oleadas de visitas con solo abrirse tras una llamada débil o sin previo aviso y una habitación compartida muchas veces con otra madre, pues aunque la tendencia es empezar a poner habitaciones individuales en los hospitales, aún estamos muy lejos y son pocos los que tienen esto. Lo peor es cuando la insensibilidad de los gestores del hospital permite utilizar la maternidad de comodín para ingresar enfermas y hasta enfermos de medicina interna, cirugía, traumatología y otras especialidades, con enfermedades ajenas al momento mágico de la maternidad. Cada vez que me quejé de esto, mis gestores me tildaron de insolidario.
Posiblemente te fue todo de maravilla y estés deseando irte a casa. El parto salió bien y tú y el bebé estáis adaptándoos a la nueva situación, con pocas dudas y miedos los justos. A veces, aunque no han ido tan bien las cosas, es tal el mareo de visitas, de médicos, de enfermeras, las instrucciones contradictorias de unos y otros, el bombardeo de información, etc., que igualmente deseas irte a casa con tu bebé y tu pareja.
¿Y dónde quieres ir? Muchas quieren ir a su domicilio, con su pareja, solas o solas con sus otros hijos, si ya los tienen. Se encuentran bien físicamente, saben que su pareja se va a hacer cargo y, sobre todo, está disponible: o tiene unos cuantos días de permiso, o se ha cogido vacaciones o está en paro.
Pero asegúrate de que se cumplen las condiciones del párrafo anterior. No te creas Superwoman. No eres peor madre, ni persona, por necesitar, buscar y aceptar ayuda eficaz. Tras el parto o cesárea hay limitaciones físicas más o menos importantes, más cansancio del normal y un bebé te ocupa todo el tiempo del mundo. Es un tiempo encantador, porque lo pasas con tu hijo, pero es «todo-el-tiempo-del-mundo». Si tu pareja está disponible, arriésgate. Ten en cuenta pequeños detalles que, aunque no son inherentes al género, lo parecen a fuerza de repetirse. Uno de ellos es la diferente tolerancia al polvo doméstico y sus rodantes pelusillas entre uno y otro género, que hace que algunos se alarmen solo cuando adquieren el tamaño de las plantas rodadoras que se pasean por los desiertos de las películas del Oeste. Tenéis que consensuar el tamaño máximo permitido de esas pelusillas para evitaros discusiones y sarcasmos posteriores.
Otras mujeres, muy afectadas tras el parto o cesárea, sin pareja o con pareja poco disponible u ocupada sin remedio en el trabajo, buscan apoyo extrafamiliar, teniendo dos posibilidades: irse a vivir a casa de la madre una temporada o traérsela a vivir a casa. Son posibilidades que pueden introducir elementos de fricción en las relaciones de pareja, sobre todo si es el primer bebé y hace poco que os habéis ido de la casa paterna, y aunque no sea así: tener un bebé es la oportunidad de «enterrar» metafóricamente, sentimentalmente, a los propios padres; ya no eres la hija, ahora eres la madre; ya no eres el hijo, ahora eres el padre. Todos tenemos necesidad de cortar un día ese cordón umbilical que nos ata a nuestra madre, a nuestro padre, de autoafirmarnos como seres adultos. Ha llegado el momento, y si no lo entendemos y asumimos bien, volver al hogar materno o paterno, o a compartir espacios, se puede convertir en una pesadilla aunque algunos que lo ven desde fuera piensen que son nimiedades. No lo son.
Por supuesto que depende mucho también de cómo somos cada uno, de cómo son nuestros padres, del grado de tolerancia mutuo, del entender y saber disculpar a una abuela o abuelo, sean los padres o suegros, que ha dicho algo que nos ha sentado como un tiro. Lo más probable es que lo haya dicho con la mejor de las intenciones, pero muy desafortunadamente. O lo que es peor: a veces no, que de todo hay en la viña del Señor.
La última posibilidad es pagar a alguien para que haga las tareas domésticas que tú no debes hacer y que tu pareja, por su trabajo, no puede hacer. Si vuestras posibilidades económicas lo permiten puede ser una buena solución. Si necesitas buscar acompañamiento para tu maternidad, tu lactancia, puedes valorar el contratar a una persona, amiga o doula con experiencia.
En cualquier caso no rechaces ayuda a priori, sea de modo continuo, sea discontinuo. En breve comprobarás lo cansada que estás tras el embarazo y el parto, cuántas cosas te duelen, cuántos miedos afrontas y cuánto sueño tienes a todas horas. No cualquier ayuda es buena, pero sí las hay buenas: elígelas con cuidado; tú que conoces tu entorno familiar y de amistades sabes quién te puede ayudar y quién no.
Los que elijas, tienen que tener instrucciones claras sobre cómo ayudar. Ellos, claro, no pueden dar de mamar pero pueden hacer muchas otras cosas. Además, lo más probable es que tu pareja tenga casi tanto sueño como tú, si es él el que cambia a vuestro bebé tras darle el pecho tú o lo pasea cuando llora y no es para comer o te está ayudando con el enganche dificultoso al pecho o dándole tu leche extraída porque ha sido prematurito y aún se coge mal..., lo que sea. Quizá con buena intención os ofrezcan cuidar un rato a vuestro bebé para que descanséis o salgáis un poco u os dé algo el aire a solas, no sé. Es posible que no sea una buena idea, que digáis que sí y antes de 5 minutos estéis ya arrepentidos y con miedo de no verlo, de no tenerlo, de que le pueda pasar algo. Parece mentira lo protectores que os sentís. Hay cosas más prácticas que hacer; seguro que puede haber una pila de cacharros sin fregar de mucho cuidado o una barridita olvidada no vendría mal o pueden haceros una buena comida o dejaros la nevera bien surtida para unos días.
TUS FUERZAS FÍSICAS
Date tiempo para recuperarte. Tantea la mejor posición para amamantar, que suele estar en la cama o tumbada en un sillón, hasta que no tengas molestias para sentarte. Puedes emplear juiciosamente medicamentos para el dolor como el paracetamol o el ibuprofeno, que no tienen ninguna contraindicación en la lactancia por no alterar la composición ni la cantidad de la leche y no pasar a la misma.
Es normal que sangres un poco de vez en cuando las primeras semanas, y es normal que notes contracciones, a veces molestas, del útero sobre todo al dar de mamar. Recuerda que la oxitocina que se libera con la estimulación del pezón provoca contracciones en el útero que son beneficiosas para que sangres menos y el útero vuelva a su tamaño normal.
En cambio, no es normal si tienes fiebre o dolores agudos en las piernas o el pecho; esto sería motivo para consultar antes de 24 horas a tu médico.
Las relaciones sexuales con penetración tendrán que esperar unas semanas, tú debes marcar la pauta e ir tanteando poco a poco. Si molesta la salida de leche del pecho por la oxitocina liberada durante la práctica del sexo, se puede dar de mamar o extraer antes. No te extrañe tener la libido disminuida.
La lactancia materna ha espaciado los nacimientos a lo largo de la historia de la humanidad, y es verdad que si las pausas entre tetadas no son de más de 2 a 3 horas, tardarás meses, incluso más de doce, en volver a tener la menstruación, pero no debes fiarte de esto como único método anticonceptivo. El método de amenorrea de la lactancia (MELA) debe ser bien explicado por un profesional y solo es seguro los primeros seis meses, si la lactancia es exclusiva y sin pausas mayores de 4 horas de día y 6 horas de noche y si no ha habido ya menstruación.
TUS FUERZAS PSÍQUICAS. TRISTEZA PUERPERAL.
DEPRESIÓN POSPARTO
Los tremendos cambios hormonales, el cansancio del parto, el dormir poco, la nueva situación personal y familiar, la responsabilidad de que una personita tan pequeña dependa de ti y una serie de factores no conocidos, casi todos de naturaleza bioquímica, hacen que muchas mujeres a lo largo de la primera semana tras el parto puedan tener una especial y desagradable sensación de tristeza, de melancolía, de llanto fácil, de verlo todo difícil y problemático, de inseguridad de no llegar a todo, de atrapamiento sin vuelta atrás.
Es importante saber que esta sensación de desánimo es muy frecuente y se ha estudiado mucho (le ocurre casi a tres mujeres de cada cuatro). Lo digo porque es un motivo más por el que puedes sentirte culpable, creerte una mala persona, una «mala madre» por no estar radiantemente feliz como se supone que se espera de ti, como hemos visto en tantas películas, por sentir que no quieres a tu bebé y, así, acabar entrando en un círculo vicioso.
Es imposible que tres de cada cuatro mujeres sean malas personas y, además, tengan la culpa de todo. Es mucho más simple y no tiene que ver ni con tu valía como persona, como mujer y como madre, ni con el amor que sientas por tu criaturita: puedes volver a leer lo escrito hace dos párrafos. Esta situación, conocida como melancolía o tristeza de la maternidad o puerperal, baby blues en el mundo anglosajón, es transitoria, no suele afectar gravemente al sueño y es raro que dure más allá de los 15 días, desapareciendo poco a poco sin precisar tratamientos ni de psicoterapia ni de medicinas. Aunque a veces se la llama depresión del tercer día, no se considera una verdadera depresión. El que la pareja conozca que esto ocurre y es así, su apoyo y el de la familia, tanto psicológico (que te convenzan de que tú eres la mejor, que vales mucho, que es la verdad) como físico (que puedas dormir, que puedas dedicarte a tu bebé y que todo el resto, lo de la casa, no sea un problema tuyo, ellos te lo resolverán), son muy convenientes para acabar con esta sensación abrumadora de tristeza.
Es importante no callarse estos sentimientos por más que te avergüencen o den miedo. Tu pareja debe saber que te está pasando esto y entre los dos aprender a reconocerlo o sospechar, si dura o empeora, que se trate de una verdadera depresión. Las reuniones de madres en talleres de embarazo y posparto, los grupos de apoyo a la lactancia o la crianza, son de las mejores terapias de grupo que conozco, pues vas a estar con otras mujeres que están viviendo o han vivido tus mismas o similares sensaciones y te vas a sentir escuchada y reconfortada; solo si tienes una verdadera depresión posparto no serán suficientes para que mejores y deberás buscar ayuda profesional.
Si esa sensación de tristeza y agobio no pasa, si cada vez te sientes más desmotivada y triste, si no logras conciliar el sueño de ninguna de las maneras, si tienes sentimientos de incapacidad para cuidar o incluso de rechazo a tu bebé, si temes quedarte a solas con él, si tienes sensación de pánico y hasta alguna vez de muerte, y todo esto empieza a durar más allá de dos o tres semanas, es muy fácil que tengas una depresión puerperal. Se trata de una verdadera depresión con la particularidad de que ocurre en el período de los primeros meses después del parto, hasta dentro del primer año después; puede incluso empezar bruscamente al mes del nacimiento sin haber tenido problemas de tristeza antes, y de hecho, cuando empieza más allá de los 15 días, no es una simple tristeza del parto, sino una verdadera depresión. No lo dudes ni un minuto: consulta a un profesional, díselo a tu médico, a tu ginecólogo y que te remitan a un buen especialista que te trate la depresión.
Esta depresión no tiene que ver ni se debe a sentimientos negativos hacia tu bebé aunque los tengas, ya que estos son producto de la depresión y no al revés. Hay que saber que la depresión posparto ocurre en hasta un 10 % de mujeres y tiene que ver con los cambios hormonales, con factores genéticos, ambientales y sociales. La depresión posparto es más frecuente cuando hay antecedentes personales o familiares de depresión, se es adolescente o muy joven, se es fumadora o consume alcohol o drogas, si no se da el pecho, si el parto ha sido duro o prematuro, cuando hay poco apoyo familiar o de la pareja y si las condiciones socioeconómicas son difíciles. Pero puede ocurrirle a cualquiera y tiene tratamiento.
No conviene minimizar los síntomas («estarás cansada», «espera un poco a ver si se te pasa», etc.); si sospechas lo más mínimo que puedas tener o empezar a tener una depresión posparto no te lo calles, dilo: a tu pareja, a tu médico, y busca ayuda profesional; ten en cuenta que es una situación que, al contrario que la tristeza puerperal, no vas a poder controlar. Puede que te tengan que descartar antes una afectación del tiroides que, a veces, simula una depresión. Hay psicoterapias que han demostrado ser útiles, como la terapia interpersonal y la conductual-cognitiva, pero lo más fácil es que te prescriban antidepresivos que van muy bien y en menos de 6 meses logran controlar el problema; de otra manera puede cronificarse y durar años. Debes saber que la mayoría de medicamentos antidepresivos son totalmente compatibles con la lactancia de tu bebé, pasan en cantidades ínfimas, si no nulas, por la leche y no le van a ocasionar ningún daño. También algunos medicamentos para controlar la ansiedad (ansiolíticos) usados a baja dosis pueden administrarse durante la lactancia (tu médico y tú podéis consultar la página web que coordino www.e-lactancia.org).
He conocido madres que además de sufrir por tener depresión y sentirse fatal por ello, se creen malas madres por tener que tomar un medicamento que creen que le va a causar un gran daño a su hijo a través de su leche y prefieren no tomarlo. Muy al contrario, la depresión de madres no tratadas perjudica seriamente a los bebés ya que el estado emocional alterado de la madre afecta mucho a las relaciones con su hijo y llega a resentirse la vinculación y el desarrollo emocional inicial del mismo. La depresión siempre hay que tratarla pero, en el posparto, con más razón.
Finalmente, como nota curiosa, pero a conocer y no desdeñar: las parejas, los padres del bebé, que no han tenido cambios hormonales ni embarazo ni parto, también se pueden deprimir.
SABER MÁS. REFERENCIAS
La Liga de la Leche Internacional, Rol del padre en la lactancia, descargable en http://www.llli.org/docs/fathers_support07.pdf Medline Plus. Biblioteca Nacional de Medicina de EE.UU., Depresión posparto, accesible en http://www.nlm.nih.gov/medlineplus/spanish/ency/article/007215. htm Sitio de Internet (en inglés y castellano) desarrollado por el Instituto Nacional para la Salud Mental de EE.UU. para educar acerca de la depresión posparto: http://www.mededppd.org/sp/