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La siguiente comida

Nada diré sin embargo de cómo en sus comidas se chupaba la leche de cuatro mil seiscientas vacas; ni de cómo para hacerle un caldero donde cocer su papilla hubieron de emplearse todos los calderos de Saumur de Anjou, de Villedieu de Normandía y de Bramont de Lorena, dándole de comer la papilla susodicha en un pilón enorme que aún se ve hoy en Bourges, muy cerca del palacio.

FRANÇOIS RABELAIS, 1483-1553,

Pantagruel (1532). Capítulo IV.

De la infancia de Pantagruel

EL PROBLEMA

Menos mal que nuestros bebés no comen como el lactante Pantagruel, que al poco de nacer ya comía todo eso y más. Para los que no lo sepan, hay que decir que Pantagruel sí que comía mucho: era un gigante.

Sé que algunas madres no están para estas bromas y me dicen: «Ni tanto ni tan poco; el mío no come nada.» Frases como esta, o como «No come desde que nació», «no quiere nada», «apenas come», «antes comía, pero ahora...», «me tiene desesperada», «no me come», «mientras le di pecho, muy bien, pero luego cerró la boca», «solo quiere leche»..., y así una letanía monótona que los pediatras oímos numerosas veces, tantas, y de madres tan desesperadas, que hay que tomarlas en la consideración que se merecen.

No es trivial que empiece este capítulo contándoos cómo comía Pantagruel, pues tal parece que, pese a la queja de las madres acerca de lo poco o nada que comen sus hijos, estos, en realidad, están comiendo más de lo que deben. Uno de los males de la infancia de las sociedades occidentales no es la desnutrición ni mucho menos, sino el sobrepeso y la obesidad, que como una plaga se abaten sobre nuestras criaturas y nosotros mismos. Casi la mitad de los niños de muchas de nuestras prósperas sociedades padecen esta enfermedad de terribles consecuencias físicas y psicológicas, que llega a acortar hasta una década la vida de las personas que la padecen y que es mucho más difícil de curar que la desnutrición por estos lares en los que hay comida de sobra que la impide.

¿Cómo se puede llegar a una situación semejante? Creo que de nuevo estamos ante un mal del siglo XX en la sociedad postindustrial de Occidente. Junto con la destrucción de la cultura de la lactancia y el cambio de hábitos en el dormir de niños y adultos que hemos visto en capítulos precedentes, desde 1900 se han creado unas expectativas en el comer, unos hábitos rígidos, unas presiones económico-industriales y una alteración de las costumbres familiares y sociales que, al igual que con la lactancia y el sueño, acaban transformando el que debería ser el tranquilo acto de comer en familia y perjudicando a sus actores, niños y padres, saliendo peor parados los primeros, que son los que menos comprenden.

El comer, al igual que la lactancia y el sueño, constituye un acto humano, mediatizado por la cultura, siendo pues también un fenómeno biocultural, mezcla de hecho biológico y social: comemos para vivir, pero comemos según la cultura en la que crecemos, en estipulados postura y modales, a horarios fijados, más o menos acompañados, ingerimos determinados manjares y en orden y cantidades que pueden o no tener que ver con nuestro apetito natural y concreto. En efecto, podemos comer y se ha comido, según civilizaciones y ocasiones, tumbados, sentados, de pie, en sillas, en el suelo, con mesa o sin ella, con cubiertos o con las manos... Hasta la cantidad, que, según el sentido común, debería ser fijada por el hambre o apetito del momento, está condicionada sociológicamente: en las fiestas y celebraciones podemos comer sin hambre.

La mayor parte de las veces que un niño «no come suficiente» o «no come nada» se trata de un error de apreciación, un desequilibrio entre lo que esperamos que coma y lo que realmente es capaz de comer y probablemente está comiendo, muchas veces agravado por la interpretación que hace el niño de lo que queremos de él. No quiere ello decir que esté comiendo bien, pero es fácil que al cabo del día esté comiendo lo suficiente para conseguir las calorías necesarias para moverse y crecer.

La comida para nosotros es como la gasolina para un coche: es necesaria para obtener energía para movernos y hacer todas nuestras funciones, incluida la de pensar, que es la que más consumo hace. Pero, además, los adultos vamos regenerando nuestro cuerpo en mayor o menor medida, para lo cual es precisa la comida, que acaba reconvertida en parte de nosotros. Los niños aún hacen algo más: crecen, a temporadas a ritmos vertiginosos, como todo el primer año de vida, en el que aumentan mucho y por eso necesitan comer proporcionalmente a su tamaño cantidades que luego jamás en la vida repetimos. En el primer año de vida aumentan entre 5 y 7 kilogramos de peso y crecen alrededor de 25 centímetros. En su segundo año de 2 a 3 kilogramos y unos 12 centímetros y al tercer año 2 kilogramos y 9 centímetros respectivamente. Hay que comer mucho para lograr eso. Es lógico pensar que necesiten hacerlo proporcionalmente a estos crecimientos. Si desconoces esto, puedes pensar que tu bebé de 18 meses come casi menos ahora que cuando tenía 8 meses y aproximadamente así es, pero le sobra y basta para lo que ahora está creciendo, que es la mitad que el año anterior. ¿Cómo saber cuánta cantidad debe comer tu bebé? En circunstancias normales, de un bebé sano como la inmensa mayoría, ni siquiera vale la pena saberlo: los bebés sanos a los que no se les fuerza a comer y se les presenta comida variada comen lo que necesitan para crecer y moverse, ni más ni menos.

Vamos a recuperar un poco de historia para ver de entender qué nos ha pasado en un país en que la comida sobra y dicen que los niños no quieren comérsela.

CUÁNDO Y POR QUÉ INTRODUCIR

LA ALIMENTACIÓN COMPLEMENTARIA

Buenas preguntas que deberíamos plantearnos los profesionales de Salud antes de repartir a piñón fijo hojas con pautas, generalmente estrictas, fotocopiadas desde hace tiempo. En los años setenta y ochenta del siglo XX, mi generación crio a nuestros retoños con normas de los manuales de puericultura de la época; allí se nos indicaba que, a lo más tardar los tres meses, debíamos comenzar con las papillas, sustituyendo con ellas poco a poco las tomas de pecho. Había una precipitación por adelantar el momento de introducción de las mismas, como si en ello nos fuese la honra y el poder presumir de lo bien preparados que estaban nuestros hijos para digerir de todo.

Recuerdo un compañero de promoción en la residencia de Pediatría que un día todo orgulloso nos dijo que su niña se había comido sin parpadear una papilla de pescado... ¡con un mes de vida!

Lo del pescado imagino que es porque era gallego.

Los datos que obtenemos de la Historia son tan variables, que puede ser iluso el dar fechas exactas para comenzar a introducir otros alimentos, además de la leche materna, si no disponemos de razones de peso para ello.

Aunque hasta el siglo XVI hay muy poco escrito sobre alimentación infantil, sabemos que el filósofo Plotino (205-207 d. C.), a los 8 años, pasaba el día entre las enseñanzas de su tutor y los pechos de su nodriza.

En 1609 el médico, cirujano y obstetra francés Jacques Gui-llemeau recomienda el amamantamiento por la propia madre y no por nodriza e indica que las primeras papillas se empiecen a dar cuando hayan erupcionado los incisivos de abajo y de arriba, es decir, a los 8-10 meses, comenzando con sopas, pan y gachas. A los 15 meses pollo picado y a partir de los 2 años, carne.

Médicos británicos a lo largo de los siglos XVIII y XIX preconizan duraciones de la lactancia en torno al año con variaciones en la edad de introducción de alimentos complementarios: a partir de los 3 meses según William Cadogan (1748) y a los 6 meses según el doctor George Armstrong (1768). Thomas Bull, hacia 1840, piensa que la lactancia materna exclusiva debe continuar hasta la erupción de los dientes.

La Pediatría francesa de principios del siglo XX (Marfan, Budin, Pinard) no recomienda introducir otros alimentos distintos de la leche materna hasta los 9-12 meses de edad. A partir de 1920, la edad recomendada de introducción de papillas fue descendiendo hasta llegar, en los años setenta, a los 2-3 meses de edad.

Solo tardíamente en mi vida, cuando en los años noventa empecé a dar charlas de lactancia para cursos de capacitación de profesionales, me entró la curiosidad y pregunté a mi madre cuánto tiempo me había amamantado.

—Huy, poco, hijo, poco tiempo.

Casi palideciendo por aquel poco de mi madre, le insistí:

—Pero ¿cuánto es poco para ti, mamá?

—Pues seis meses, hijo. —Lo que me dejó inexplicablemente muy aliviado, como si me fuesen a poner nota en el curso por eso.

Mi madre, inmigrante aragonesa en Valencia, me crio con las enseñanzas del Catecismo de Puericultura del profesor de la Facultad de Medicina y de la Escuela de Puericultura de Valencia, doctor Bosch Marín. En el libro de 1948, que conservo, recomienda leche materna exclusiva hasta los 6 meses, lo que quizá le pareció poco a ella, acostumbrada a lo que había visto en mujeres de su Aragón natal y en su propia madre con sus hermanas pequeñas. En las ediciones posteriores a 1950, el zumo de frutas se recomienda al tercer mes y las papillas a partir de los cuatro meses.

La edad de introducción de otros alimentos ha seguido más los dictados de ocurrencias e intereses de diversos autores que la experiencia y el conocimiento científico. La edad recomendada para introducir alimentos distintos a la leche materna va descendiendo progresivamente a lo largo del siglo XX, pese al aumento del número de enfermedades y de la mortalidad que se constata debido a estas prácticas. La enorme inversión económica y publicitaria desarrollada por las multinacionales de la alimentación infantil, amparada por la mejora progresiva de la calidad de sus productos, les permite comprar voluntades profesionales, modular la investigación y publicación científicas y cambiar las costumbres y preferencias de alimentación de las familias para con sus hijos. Sus fórmulas artificiales son presentadas tan buenas como la leche materna, sus papillas y potitos envasados los pretenden tan nutritivos y sanos como la comida familiar y la edad de introducción de los mismos es cuanto antes, mejor.

Hoy día, cada vez más organismos científicos constatan la insensatez de esta espiral de adelantamientos y premuras y, si era disculpable la ignorancia de los siglos XVI a XIX, lo es menos el haber seguido insistiendo en el siglo XX tras confirmarse la mayor frecuencia de enfermedades y muerte que acarreaban estas recomendaciones.

Actualmente existen bastantes pruebas de la certeza de lo siguiente:

Es decir, que la leche, sea tu leche o una leche artificial que se le asemeje, es más que suficiente para, al menos, los 6 primeros meses. No es preciso sofocarse por dar nada más antes de esta edad. La leche tiene de todo: proteínas, grasas, azúcares, vitaminas, minerales. Si es además tu leche, tiene defensas frente a infecciones, moduladores de la inflamación, ácidos grasos especiales para la formación del sistema nervioso, etc. Cualquier papilla o alimento que le prepares y que su intestino esté dispuesto para digerir va a tener menos variedad de nutrientes (proteínas, grasas, azúcares, minerales, vitaminas, etc.) y menos calorías que la leche, tuya o artificial; solo alimentos grasos como una tajada de tocino tienen más calorías que la leche, pero no se le puede dar a un bebé tocino sin que se ponga malo. Por eso no es verdad lo de «con una buena papilla por la noche, como tiene muchas calorías, dormirá mejor».

La leche materna o la artificial que la imita es la base de la alimentación en el primer año de vida y un pilar fundamental en el segundo, de tal manera que la obtención de nutrientes y calorías ha de ser preferentemente de la leche durante el primer año y a medias en el segundo. Durante el primer año está indicado darles antes de las comidas el pecho y, a partir de ahí, mejor hacerlo como postre. Por encima de los 2 años, si sigues amamantando, es un complemento que tiene muchas calorías, muchas defensas y mucho cariño y consuelo.

Si no estás dando el pecho, a lo largo del segundo semestre, una leche del número dos o del número uno en cantidad de unos 500 a 600 ml diarios, repartidos en dos o tres tomas al día, serán suficientes. A partir de los 12 meses puede tomar la leche que bebéis en casa.

Algo más de la mitad de los adultos no toleramos la leche por no poder digerir la lactosa, el azúcar de la leche, pero suele digerirse muy bien hasta los 3 o 4 años de edad. Aprovecho para decir que al que le guste y la tolere, no hay ningún inconveniente en tomarla, es un alimento con alto contenido y variedad de nutrientes.

La leche de vaca, contrariamente a afirmaciones sin fundamento difundidas por personas y profesionales no médicos ni nutricionistas de solvencia, no causa molestias extrañas, como fabricar mocos u otras dolencias. Si no se tiene alergia a sus proteínas, lo que es infrecuente, y se digiere su azúcar, la lactosa, se puede tomar sin problemas. Es preciso vigilar a niños pequeños a partir de 3 años que pueden quejarse de dolores abdominales; si en la familia, el padre o madre no beben leche porque les sienta mal, es fácil que sea mejor suspenderla por posible intolerancia a la lactosa. En cambio, los productos lácteos (yogur, queso), ya digeridos por bacterias y sin casi o nada de lactosa son perfectamente sanos y muy útiles desde el punto de vista nutricional.

Solo el exceso de leche de vaca es perjudicial por dos motivos: uno, que se toman muchas calorías (un litro de leche tiene casi 700 calorías), con lo que se pierde el apetito para comer otros alimentos; otro, que el intestino tiene que trabajar bastante para digerir y absorber los diversos componentes de la leche y, cuando se toma en exceso, puede haber una pequeña inflamación crónica del intestino que hace que se pierda sangre a través del mismo en proporciones pequeñas pero constantes, acabando por producirse anemia.

Es tremendo ver cómo ahora hay que presentar pruebas fidedignas de que amamantar seis meses es mejor que solo cuatro. Así lo tuvo que hacer la misma Organización Mundial de la Salud (OMS) para cambiar su recomendación de finales del siglo XX de lactancia materna exclusiva 4 meses por ídem 6 meses, realizando una serie de trabajos costosísimos a nivel internacional que demostraron que los amamantados en exclusiva 6 meses estaban más sanos y tenían menos enfermedades que los que tomaban otros alimentos aparte de leche materna desde los 4 meses, incluso en países ricos. Nadie pidió ningún estudio en su día para disminuir la edad recomendada de introducción de papillas.

He conocido padres o parejas que, algo celosos del pecho de su mujer, y de sentir mermada su participación en los cuidados de su hijo, desean el inicio de la alimentación complementaria a toda costa; bueno, es un tema a resolver entre ambos, pero no hay que adelantar lo que no se puede o debe.

HASTA CUÁNDO SEGUIR AMAMANTANDO

Hijo [...], te llevé en el seno por nueve meses, te amamanté por tres años y te crie y eduqué hasta la edad que tienes.

La Biblia, Segundo libro de los Macabeos, 7: 27.

(124 años a. C.)

No voy a ser yo el que te lo diga; es una cuestión entre tu hijo y tú: si a ti te apetece y a tu bebé también, adelante; si tú ya prefieres dejarlo porque te agobia o por lo que sea, o tienes que dejarlo por trabajo u otro motivo, se lo explicas y lo mejor es hacerlo poco a poco marcándoos fechas. He conocido madres que han pactado un cumpleaños para acabar, que han negociado con sus hijos el número de veces al día, o si por el día no y por la noche sí, o solo para dormir...

También conozco madres emocionadas con su lactancia a las que su hijo deja como tiradas de un día para otro: se desteta sin casi previo aviso. Y no estoy hablando de la «huelga de lactancia» descrita en el capítulo 3, sino de un destete espontáneo. Son los menos, pero existen. Si te ha pasado y no era tu deseo, ya te puedo anticipar que llevas las de perder; quizá por la noche en la cama y piel con piel logres algo, según me han dicho. El destete espontáneo, realizado por el propio niño, es raro que ocurra antes de los 12 meses de vida.

—Pero ¿de verdad no me puedes decir hasta cuándo es normal dar pecho?

—Sí: es normal hasta que a ambos os venga bien. Sabemos por múltiples testimonios históricos que han sido frecuentes períodos de amamantamiento de 3 años y estudios de etología comparada (las costumbres de otros animales, mamíferos, respecto a nosotros) nos indican que la edad media y más frecuente del destete se situaría entre los 3 y 4 años, oscilando entre el año y los 7 años. En sociedades tradicionales no influidas por la cultura occidental, la introducción de otros alimentos muchas veces se hace coincidiendo con la erupción de los primeros dientes de leche (6 a 10 meses) y el destete definitivo al brotar los primeros molares permanentes (6 a 7 años).

En los años cincuenta del siglo pasado, cuando estábamos jugando los muchichos en la calle del pueblo aragonés de mis padres, recuerdo que mi primo hermano de mi misma edad, y tendríamos casi 5 años, cuando su madre salía a ratos a la puerta a vigilar, él no podía evitarlo y se iba corriendo hacia ella y le decía: «Madre, vamos dentro para una mamadica», porque le daba vergüenza que lo viésemos mamar.

Por cierto, muchicho, que así es como se decía en esa zona de Teruel, viene de muchacho, una de cuyas acepciones en nuestra lengua es niño de pecho. Hoy vuelve a haber algunas mujeres que amamantan durante años, llegando algunas a los 6 u 8 años y no se ocultan (blogs, páginas web...), y hay de todo, desde profesionales superespecializadas hasta mujeres sin estudios superiores.

Pero está claro que existe una presión social ante la lactancia de niños ya mayorcitos que acaba en un destete obligado o confinado a la intimidad; algunas madres me cuentan que se sienten incómodas de hacerlo en público y otras que es el propio hijo el que prefiere mamar en el ámbito doméstico sin presencia de extraños; otras veces se convierte en algo testimonial para ir a dormir. La edad más frecuente de destete espontáneo es entre los 3 y 4 años. Muchos se destetan a mitad de un nuevo embarazo por disminuir la producción de leche, mientras que a otros no parece incomodarles y acaban mamando a la vez que su hermano pequeño (la llamada lactancia en tándem); en este último caso hay que saber que no es malo para el hermano pequeño, que durante unos días se vuelve a producir calostro, que algunas madres se sienten agobiadas y tienen que regular las demandas del mayor y que la prioridad a la hora de amamantar es del más pequeño.

CÓMO, QUÉ Y EN QUÉ ORDEN INTRODUCIR

LA ALIMENTACIÓN COMPLEMENTARIA

Hoy día tiene poco sentido ofrecer comida tremendamente triturada a bebés más maduros desde el punto de vista motor y sensorial como son los de 6 a 7 meses, edad a la que se aconseja ahora introducir la alimentación complementaria, respecto a los de 3 o 4 meses, que se aconsejaba antes.

Cuando la industria de la alimentación y médicos y nutricio-nistas modificaron los hábitos tradicionales de alimentación de la población occidental hasta lograr que se asumiese como normal el añadir otros alimentos a la leche, materna o no, antes de los 4 meses de edad, fue preciso desarrollar técnicas de triturado fino para evitar problemas de atragantamiento. Se llegó a dar los diversos sólidos (frutas, cereales y verduras-carne) incluso a través de tetinas de biberón convenientemente agrandados sus agujeros, pues la inmadurez del lactante es tal a los 3 meses que el riesgo de atragantamiento al ofertar comida a cucharadas, aun triturada, es grande.

He comprobado cómo las madres que introducen otros alimentos distintos de la leche cuando su bebé los reclama, cuando ven que muestra interés por ellos y son capaces de agarrarlos con sus manitas, logran resultados buenos, espectacularmente tranquilos: sus bebés acaban comiendo por sí mismos y encantados de la vida. Esto suele ocurrir entre los 6 y 9 meses, en especial si lo sentáis a vuestra mesa, sea en una sillita alta o trona adherida a la mesa, sea sentado en vuestro regazo. Se va a entretener mirando vuestra comida y si veis que le interesa, podéis poner a su alcance trocitos blandos y pequeños de comida, como pan, patata o verduras blandas hervidas, de lo que hayáis hecho para vosotros.

Se ha visto que administrar la comida sin triturar mejora la capacidad de elegir comida sana por los bebés, hace que acepten de muy buen grado gran diversidad de alimentos, y disminuye la ansiedad de los padres hacia lo que comen en cantidad y calidad. Es la llamada alimentación complementaria dirigida por el bebé (baby led weaning en inglés), que lleva una década al menos bien experimentada en el mundo anglosajón con muy buenas referencias y que, posiblemente, ha ocurrido habitualmente desde la antigüedad.

Algunos piensan que con comida sin triturar es más fácil que los bebés se atraganten, pero no es cierto: pueden producirse algunas arcadas al principio, y hasta es más probable que ocurran con el método tradicional de papillas trituradas, especialmente si se les da de comer poco incorporados. Mientras son jovencitos no tienen capacidad de llevarse trozos grandes de comida a la parte de atrás de la boca y les suelen caer por fuera; conforme adquieren habilidad desperdician menos comida. Es mejor no empezar antes de los 6 o 7 meses, cuando el bebé está maduro; se debe poner siempre en posición sentada erguido con la espalda en posición vertical. Es mejor, asimismo, ponerles trozos grandes, no pequeños, del tamaño de la palma de su mano más o menos para que los vayan chupando y deshaciendo.

Es preferible que se coma con ellos y se les ofrezca lo que vamos comiendo los adultos, que se supone que será comida sana (patata, arroz, verduras y carne o pescado hervidos sin pasarse para que tengan consistencia, y pan, tortitas de cereales, tomate crudo, frutas diversas, etc.). Hay que tener cuidado de separar lo del bebé antes de añadir sal. No hay razón válida para evitar ningún alimento sano en especial, salvo los que llevan añadidos azúcar o sal y embutidos, bollería industrial o alimentos muy grasos. Pese al nombre de esta técnica en realidad pienso que los padres dirigen, presentándole al bebé una serie de alimentos sanos (cereales, pan, verduras, frutas, carne, pescado, gambas, etc.) entre los que él elige, a la vez que prospera en su desarrollo psicomo-tor explorando la textura, los colores y los olores de los diversos alimentos.

Parecería al ver bebés comiendo de esta manera (en Internet hay muchos vídeos al respecto) que se pierde mucho tiempo con esta técnica, pero comiendo con mi nieta Elsa y sus padres, he comprobado que no, que la niña come mientras comemos los demás; eso sí, al acabar hay que limpiarla a ella, la silla, la mesa y el suelo porque se suele poner todo de miedo... Es bueno equiparlos con un buen babero, que la trona o sillita sea de plástico o material lavable y se puede poner un plástico en el suelo bajo el bebé para poder recoger mejor los restos después.

El truco para que todo vaya bien: no forzar lo más mínimo y no empezar antes de los 6 meses a no ser que el bebé esté tan preparado que os quite la comida de la boca. Conviene, sobre los 6 meses, ir sentándolos en vuestra mesa mientras coméis para ver si están interesados y actuar en consecuencia. En los bebés prematuros habrá que «corregirles» la edad, es decir, si nacieron con un mes de adelanto, por ejemplo, será mejor empezar un mes más tarde, según su madurez. Es mejor también ponerles poca comida delante: se agobian menos, ensucian menos y desperdician menos comida; conforme veas que quiere más se van añadiendo trocitos. No es preciso llevar un orden preciso de introducción de alimentos, ni marcarse fechas concretas para empezar: cada bebé tiene su ritmo y no se va a desnutrir por empezar a los 6 o a los 7, 8 o 9 meses.

Es bueno ofertar agua en un vaso durante la comida. Los bebés de pecho generalmente prefieren el pecho al agua, al menos inicialmente.

No esperéis que coman enseguida de todo, al principio solo exploran la comida como una cosa o juguete más y se la llevan a la boca, y luego, al ver que sabe bien, se la van comiendo. Comen pequeñas cantidades porque la base de su alimentación todavía es la leche, materna o no. No lo dejéis solo comiendo sin vigilancia, no le metáis prisa ni elijáis por él, no le introduzcáis trozos de comida en la boca ni permitáis que un hermanito o hermanita mayor lo haga y no le deis comida dura y pequeña como frutos secos (de hecho, es mejor evitarlos por riesgo de atragantamiento grave y aspiración al pulmón los primeros 4 o 5 años de vida). Finalmente, si queremos que adquieran buenos hábitos, no hay que ofertarles comida rápida, bollería industrial, bebidas gaseosas azucaradas, zumos comerciales ni alimentos con azúcar ni sal añadidos.

Tampoco hay que hacerle ascos a los triturados (todos comemos también purés y sopas). Conviene que vaya acostumbrándose a comer con cuchara y acertar. Puede venir bien hacerlo el día que tienes más prisa o menos ganas de limpiar tantas cosas después de la comida. Desde luego que si tienes prisa es mejor darles de comer, pues los peores desastres ocurren cuando comen por sí mismos con cuchara. Tiene poco sentido utilizar potitos para alimentar a un bebé: no está claro que sea más rápido comprar un potito que hacer un puré en casa, esto último es más barato y seguro que con menos conservantes y otros productos artificiales.

De todas maneras, si has empezado con papillas, se puede ir diversificando y poniéndole trocitos de comida de vez en cuando, generalmente después de los 6-7 meses de edad. Cuanto más se tarda en ofrecer comida a trocitos, más problemas puede haber después del año para que acepten comer menos triturado. Lo mismo pasa con darles de comer: cuanto antes dejes que coma por sí mismo, que experimente aunque lo ponga todo perdido, antes comerá solo. Es posible que, aun así, pida de vez en cuando que le des de comer, por estar malito o con celos o cansado: no pasa nada por darle.

Acerca del orden y el ritmo de introducción de diversos alimentos no hay pruebas que demuestren que es mejor introducir unos antes que otros, ni si hacer o no pausas entre unos y otros. Mientras sean alimentos sanos, es decir, frescos, elaborados en casa, sin sal o azúcar añadidos, etc., poco importa lo demás. La prudencia, pero no la ciencia, parece querer decir que mejor introducirlos de uno en uno y esperar al menos de un día para otro antes de dar un nuevo alimento por, si le sentase mal el anterior, poder distinguir cuál es el causante del problema. Es poco útil esperarse una semana, como a veces leemos, entre la introducción de uno y otro alimento, pues las alergias suelen desencadenarse en cuestión de horas y las posibles diarreas en alrededor de un día. Es más, la comida sana, sobre todo en ausencia de enfermedades alérgicas en la familia, rara vez nos va a causar problemas. Si hay muchos antecedentes familiares de alergias, quizá sea prudente tardar un poco más en introducir alimentos con mayor riesgo de originar alergias, como pescados, huevo, gambas, fresas o melocotón, posiblemente hacia los 9-10 meses, o hacerlo en pequeñas cantidades observando con cuidado.

El gluten es una proteína que existe en la mayoría de cereales de consumo común (trigo, avena, centeno, cebada y espelta). Los cereales que no tienen gluten son el arroz, el maíz, el mijo y el sorgo. Otras semillas semejantes a cereales sin serlos y que tampoco contienen gluten son el alforfón o trigo sarraceno y los andinos quinua y amaranto o kiwicha. La enfermedad celíaca, celiaquía o intolerancia al gluten es una enfermedad crónica y frecuente (una de cada 100 a 300 personas) en la que el gluten inflama el intestino delgado y origina diarrea, mala absorción de alimentos, anemia y desnutrición crónicas y cuya única solución es no tomar gluten de por vida. Se sabe hoy que es mucho menos frecuente con lactancia materna y, cuanto más prolongada, menor es el riesgo de padecerla. Se ha visto también que disminuye un poco más el riesgo si se retrasa la introducción del gluten, se hace muy poco a poco y cuando aún se está dando el pecho. Puede ser interesante, sobre todo en caso de antecedentes familiares, introducir el gluten entre los 6 y 7 meses mientras aún se da la leche materna.

QUÉ NO HACER

No formarse expectativas irreales sobre lo que debe comer un niño, ni en la cantidad, ni en el tipo de comida. Un bebé sano come la cantidad de comida que tiene que comer y cuando no puede más es tontería forzarle. Cada niño come una cantidad diferente que depende de su edad, de su peso y talla, del ejercicio que ha hecho ese día, del hambre que tiene y de las ganas que tiene de jugar con la comida. Un bebé sano va a elegir entre lo que le ofertemos: si le ofertamos comida sana —pan, zanahoria hervida y pollo—, elegirá entre alimentos sanos; si le ofertamos comida basura —bollo industrial, gusanitos y papas fritas—, elegirá entre ellos. La diferencia es que la segunda opción no es buena para el organismo ni para crear hábitos alimenticios sanos. La solución está en el momento de la compra: si no se compran estos alimentos, jamás llegarán a casa y jamás serán comidos por ningún miembro de la familia. Esto hay que aplicarlo también a las bebidas gaseosas azucaradas o no y a los zumos de frutas comerciales: es mejor no comprarlos, el agua es lo más sano para beber en las comidas.

Distraer para que alguien coma es muy empleado con los niños pero no con los adultos. Es una burda técnica que va contra natura, se come por hambre, no por distracción. Lo peor es cuando en las comidas se pone la televisión. Aparte de que se ha demostrado, como veremos en el capítulo 8, que cuanta más televisión ven los niños, más obesidad padecen y peores resultados escolares tienen, la televisión a la hora de comer altera por completo la convivencia familiar y el intercambio de mensajes. Muy buenos estudios publicados acaban recomendando que antes de los 3 años, no se debería ver la televisión. Se ha comprobado que comer en familia, además de contribuir al desarrollo de buenos hábitos alimentarios, mejora las habilidades de comunicación de los niños pequeños: el tiempo de conversación mientras se come influye directamente en su riqueza de vocabulario.

No considerar la comida objeto ni de castigo ni de premio. No castigar porque no come, no premiar o alabar porque lo ha hecho. No estar pendiente todo el rato de la comida demostrando ansiedad que será percibida y mal entendida por el bebé. No darles de comer a traición, cuando están dormidos, por ejemplo.

Tampoco es buena idea hacer otra comida diferente porque no ha comido lo que había, o recurrir a los yogures, natillas, golosinas y chucherías. Y lo acabaremos de estropear todo si picotea entre comidas o un rato antes de comer se toma un quesito. Sin embargo, eso no debe hacerte pensar que comerá mejor si no le das el pecho. En el primer año de vida es mejor dar el pecho antes de las comidas y que coma alimentos sólidos después. Cuando están malitos a veces lo único que quieren es el pecho de su madre.

Hemos pervertido tanto los hábitos alimenticios tradicionales que aceptamos comer cualquier cosa. Compramos bollos industriales, cargados de grasas animales y vegetales, comidas y bebidas llenas de sal, azúcar, edulcorantes, conservantes y colorantes, cuyos efectos nocivos en la nutrición y en el desarrollo psicofísico darían para escribir un libro aparte. Llevar a los niños, encima como premio, a comer los festivos comida rápida en restaurantes al uso no es hacer pedagogía de la buena alimentación. Está comprobado que estos restaurantes, por más que han modificado y aligerado sus menús, no son buenos para prevenir la obesidad y las enfermedades cardiovasculares.

Nada tan sano como la comida en casa. De salir, no hay que olvidar pedir ensaladas o verdura de primer plato. Incluso muchos restaurantes ofrecen menús aparte para niños; menús poco sanos, menús para niños que no saben comer, claro. Nada tan sano y barato como el pan, nada tan sano y barato como el agua.

Mención aparte merecen las chucherías, las «chuches». Nada hay peor nutritivamente hablando que dichos productos, muchos de ellos además con escasos controles sanitarios. Es más difícil controlar las «chuches» que la comida que compramos en el comercio. Cuando nuestros niños van ya al colegio o a la guardería, o cuando paseamos con ellos para ir al parque, es difícil sustraerse a la presión social, la de los otros niños, que los tienen y comen, que los muestran con sus chillones colores. ¿Qué decirle a nuestro hijo, que no entiende de «calorías huecas» y sí de colores y dulzores? Es mejor tener preparado a mano otro alimento sano, una fruta, un bocadillo de casa, que le guste mucho y explicarle las veces que haga falta que eso otro no es bueno. El tema de los kioscos y papelerías en las proximidades de colegios, guarderías e institutos, junto a la impunidad de la implantación de máquinas expendedoras de bebidas gaseosas y comida basura en colegios e institutos, debería estar regulado por la ley, dentro de la estrategia nacional de prevención de la obesidad, pero es un tema que sobrepasa los límites de este libro; me atrevo a apuntar que las AMPAS (Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos) tienen mucho que decir en este campo para proteger la salud de sus hijos.

Y esto resumiría todo este apartado de «Qué no hacer»: no forzar jamás a comer; ni forzar, ni alabar, ni castigar, ni regañar, ni engañar, ni distraer. Y menos en un país donde hay comida y nadie se muere de hambre. Hay países en los que sí que se mueren de hambre, pero aquí no. De nuevo te digo: confía en tu hijo, es un bebé sano que va a comer lo que le hace falta, ni más ni menos.

QUÉ HACER CUANDO LAS COMIDAS

SON COMPLICADAS

Los niños, estos primeros años, en especial en el segundo y tercer año de su vida, se desarrollan, empiezan a diferenciar claramente el yo del otro y, con frecuencia, se oponen a decisiones de sus padres diciendo «no». Basta haberlos forzado a comer alguna vez para que ellos se nieguen o simplemente encuentren entretenida esa pugna con su madre. En otras ocasiones, no tienen hambre y son incapaces de comer más. Pueden encontrar también muy divertido jugar con la comida y preferirla más como objeto de exploración que como comida. Si se ha forzado mucho su deseo de comer o si, como indican en tantos folletos sanitarios y foros de Internet, se les ha pasado sin grandes explicaciones de la leche a las papillas, cambiándolas por las tomas de pecho o biberón en vez de complementarlas, es difícil que entiendan algo y fácil que se reboten y no coman lo que los adultos pretendemos que coman.

Lo cierto es que muchas madres están convencidas de que no comen nada, pero cuando les pregunto si corren, juegan y están contentos, me suelen decir que sí. Pues bien, para hacer un trabajo esforzado hay que comer algo primero: para moverse de manera que agoten a toda la familia, hay que haber comido, en especial los niños, que no suelen tener las reservas que tenemos los adultos en forma de grasa acumulada donde nos incomoda. Estos niños están comiendo, comiendo lo suficiente para ir tirando, para crecer y jugar sin parar. Es fácil que estén comiendo lo que deben y nos parezca que no, es posible que estén comiendo mal o cosas no sanas pero llenas de calorías como zumos y chucherías, que les dan para moverse y crecer. Pero están comiendo y no se van a desnutrir. Si tu bebé pesa lo que toca a su edad, aunque esté en la rayita más baja de las gráficas de peso (el llamado per-centil 3), es que está comiendo y no debes temer nada. Tan buena es la rayita de abajo como la de arriba (el percentil 97) y situarse entre la una y la otra es lo normal.

¿Qué hay que hacer pues para que la hora de la comida no sea un suplicio para todos? No hacer nada o, más bien, dejar de hacer lo que hasta ahora estamos haciendo. Es decir, no hacer nada de lo que he puesto en el apartado «Qué no hacer». Dejar de pelear porque coma, dejar de forzarle, de engañarle, de amenazarle, dejar de pensar que lo hace porque es malo, porque quiere castigarte y que sufras, porque te ha cogido manía, porque te tiene dominada... Ponedle la comida, y si no la quiere no pasa nada, tampoco debe notar vuestro enfado porque no ha comido. Se le puede decir que ya se puede ir a jugar y en paz. Si al poco desea comer y decides darle, debe ser la comida que no ha querido, y no dársela fría como si fuese un castigo. En la siguiente comida, se le puede ofrecer la misma que no ha comido porque está buena, o bien ofrecerle la comida que se haya hecho para esa ocasión.

Normalmente, al tercer día suelen convencerse de que ya no te gusta jugar a hacer cosas raras para que le entre la cuchara en la boca y se ponen a comer con normalidad. Con la condición de que haya consenso entre los adultos cuidadores y nadie se esté «apiadando» y dándole a escondidas comida aparte o golosinas. No sufras, porque no va a perder peso, quizá tampoco ganarlo, pero seguirá sano, ganando el mismo peso que antes, poco o mucho, pero al menos tendréis unas comidas descansadas, normales.

CUÁNDO PREOCUPARSE

Cuando estamos enfermos no comemos, ni los adultos ni los niños. Si tu bebé comía tan ricamente y deja de comer de forma abrupta, mira a ver si además le notas algo más: tristeza, sueño, fiebre, dolor o llanto; igual está incubando o padeciendo ya alguna enfermedad. Si está malito es normal que coma poco o deje de comer o solo quiera pecho y nada más. No hay que forzarlo esos días.

Si la pérdida de apetito empieza a durar o es habitual, hay que comprobar el peso. Si está en su línea de siempre, aunque sea el percentil 3, y no por debajo o no demasiado por debajo, estamos ante un rechazo de comida del que hemos hablado en este capítulo y que se soluciona como hemos comentado. Si realmente está perdiendo peso o lleva una temporada por debajo de lo mínimo normal a su edad, es mejor comentarlo con tu pediatra para que haga un examen físico pertinente y, si hace falta, unos análisis para descartar una enfermedad.

En ocasiones, la falta de hierro puede disminuir el apetito enormemente y hacer que no coman nada, con lo que empeora el déficit de hierro y se convierte en un círculo vicioso. Comprueba cuánta leche está bebiendo que no sea tu leche materna. Si es leche de vaca de la misma que bebéis en casa y bebe bastante más de medio litro diario, es posible que esté desarrollando una anemia por falta de hierro. El poco hierro que lleva la leche de vaca, el no comer otros alimentos ricos en hierro por no tener más hambre debido a la cantidad de leche que bebe y la inflamación que suele provocar en el intestino el exceso de leche de vaca, con pérdidas microscópicas de sangre, acaban en anemia.

Si sois vegetarianos, debéis saber que un bebé necesita muchas proteínas para ir creciendo y que a base de leche, materna de preferencia, huevos y proteínas que hay en los vegetales, sí se puede criar a un bebé con éxito, pero sin leche ni huevos, y no siendo expertos en nutrición, esto no es posible por ser muy peligrosos los déficits nutricionales que le podéis provocar a vuestro hijo.

Si tu bebé padece una enfermedad crónica o neurológica es evidente que también debes confiar en él, pero deberás supervisarle más estrechamente y orientarte con profesionales, también en cuanto a la alimentación.

EPÍLOGO

Bueno, llegar hasta aquí y que no haya puesto ni una recetita simple de lo que hay que comer a cada edad, ya tiene mérito... o cara, podrías pensar. Resulta difícil sobrevivir sin guías y normas rígidas que nos encorseten a nosotros y a nuestros bebés.

Diré algunas cosas de las que sí está comprobada su validez:

3

* A partir de los 15 días de vida, tras recuperar la pérdida fisiológica.

SABER MÁS. REFERENCIAS

Comisión Europea. Karolinska Institutet, Institute for Child Health IRCCS Burlo Garofolo, «Alimentación de los lactantes y de los niños pequeños: Normas recomendadas para la Unión Europea», WHO. 2006. Descargable en http://www.ihan.es/publicaciones/li-bros_manuales/Alimentaciónlactantes_Normas%20recomendadas-UE.pdf

González, C. Mi niño no me come. Consejos para prevenir y resolver el problema, Temas de Hoy, Madrid, 1999.

Illinhgworth, R. S. El niño normal, El Manual Moderno, México D.F., 1982.

Kramer, M. S. y Kakuma, R., «Optimal duration of exclusive breastfeeding» Cochrane Database of Systematic Reviews, núm. 8, 15 de agosto de 2012, CD003517.

Moreno Villares, J. M. y Galiano Segovia, M. J., «La comida en familia: algo más que comer juntos», Acta Pediátrica Española, vol. 64,

núm. 11, 2006, pp. 554-558. Descargable en http://www.gastroinf. com/SecciNutri/NUTRICIÓN%20INFANTIL%2064(11).pdf Rapley, G., «Guidelines for implementing a baby-led approach to the introduction of solid foods», actualizado en junio de 2008. Descar-gable en http://www. rapleyweaning. com/assets/ blw_guidelines.pdf Solter, A. J. Mi bebé lo entiende todo, Medici, Barcelona, 2002. Townsend, E. y Pitchford, N. J., «Baby knows best? The impact of weaning style on food preferences and body mass index in early childhood in a caseecontrolled sample», BMJ Open, núm. 2, 2012, e000298. Descargable en http://bmjopen.bmj.eom/content/2/1/ e000298.full.pdf Wickes, I. G. A History of Infant Feeding.

° I parte: «Primitive peoples, ancient works, Renaissance writers» Archives of Disease Childhood, 28, 1953, pp.151-158. ° II parte: «Seventeenth and eighteenth centuries» Archives of Disease Childhood, vol. 28, núm. 139, junio de 1953, pp. 232-240. ° III parte: «Eighteenth and nineteenth century writers» Archives of Disease Childhood, vol. 28, núm. 140, agosto de 1953, pp. 332340.