Enfermedades y accidentes
¡Cuánta fiebre! Contempla al niño. Hace dos noches empezó a toser repetidamente. Una tos profunda, desgarrada, de viejo pero en tono más alto. Por la mañana se negó a comer y a mediodía cerró los ojitos y cayó en el sopor de la fiebre. Desde entonces solo los abre a veces, mira en torno como preguntando por qué le maltratan, gime, tose, respira ruidosamente.
JOSÉ LUIS SAMPEDRO (1917-2013),
La sonrisa etrusca (1985)
ENFERMEDADES COMUNES
Durante los primeros años de vida tu bebé enfermará unas cuantas veces. Si le has dado el pecho, es el primer bebé, no sois fumadores y no va a la guardería, es muy posible que pase el primer año de vida sin enfermedades. Está muy protegido tanto por las defensas que le aporta tu leche y no respirar partículas contaminantes del tabaco, como por no tener hermanos mayores que le traigan microbios del exterior, ni ir él mismo a atraparlos. Si no se cumple alguna de estas condiciones es fácil que tenga del orden de cinco a diez enfermedades infecciosas en el primer año de vida y otras tantas en los otros dos años hasta que cumpla 3. Se trata de bebés sanísimos pero que pueden estar enfermos unas 30 veces entre catarros, diarreas y alguna que otra otitis en tres años. Afortunadamente, son más fuertes que nosotros y lo suelen llevar muy bien.
Vamos a repasar los síntomas más comunes que suelen tener y cómo hacer frente a ellos. Un síntoma no es una enfermedad sino un aspecto de ella que se puede repetir en otras enfermedades; por ejemplo, la fiebre, uno de los síntomas más comunes, no es una enfermedad sino un síntoma que está presente en múltiples enfermedades, generalmente infecciones, desde el catarro común hasta la pulmonía o infección del pulmón.
LAS INFECCIONES: VIRUS Y BACTERIAS.
LOS ANTIBIÓTICOS
Es bueno saber algo sobre las infecciones, qué las causa y cuál es su tratamiento, si lo hay. En general, una infección la provoca la invasión de nuestro cuerpo (parte o todo) por algún otro ser vivo, muy pequeño, microscópico llamado microbio. Nuestro cuerpo reacciona con violencia frente a la invasión, manda células de la sangre, los glóbulos blancos, para frenarla, segrega sustancias químicas para neutralizar a los extraños invasores y todo ello acaba provocando inflamación de la zona afectada que es como un campo de batalla. Además, el cuerpo entero puede reaccionar produciendo un aumento de la temperatura corporal, la fiebre. La inflamación en medicina se nombra añadiendo la terminación «-itis» al nombre de la zona inflamada. Por ejemplo, amigdalitis es la inflamación de las amígdalas o anginas de la garganta, otitis es la inflamación del oído, etc.
Los microbios que más frecuentemente nos causan enfermedades infecciosas son los virus, seguidos muy de lejos por las bacterias. También parásitos y hongos. Los virus son mucho más pequeños que las bacterias, tanto que ni siquiera se pueden ver con microscopios normales, al revés que las bacterias que se llegan a ver muy bien en el microscopio. Todos los virus son perjudiciales para el organismo que atacan (personas, animales o plantas) porque no pueden vivir ni reproducirse por sí mismos, necesitan robar sustancias a los organismos que invaden. Las bacterias sí que pueden arreglárselas por sí mismas y no todas causan daño, al contrario: muchas de ellas conviven con nosotros sin causarnos daño e incluso las necesitamos para que nos ayuden a funcionar, como las bacterias «buenas» o probióticos del intestino que nos ayudan a hacer la digestión.
Para los virus hemos podido inventar pocos medicamentos que los maten o frenen, en cambio para casi todas las bacterias tenemos un medicamento llamado antibiótico. De cada diez infecciones que sufren los menores de 3 años, aproximadamente ocho son producidas por virus y solo dos por bacterias; por eso cada vez que a un niño menor de 3 años se le da un antibiótico para tratar una infección, hay un 80 % de probabilidades de haber cometido un error. Los catarros, faringitis, bronquitis y diarreas los provocan virus y de nada sirven los antibióticos. La otitis (infección del oído) y la neumonía (infección del pulmón) suelen estar provocadas por bacterias y precisan de antibióticos para combatirlas. Dar antibióticos a diestro y siniestro no es buena política, ya que las bacterias «buenas», que conviven con nosotros y nos ayudan, se mueren provocándonos trastornos, como diarrea o dolor de estómago, y las bacterias, que sí que nos provocan infecciones, se van acostumbrando a tanto antibiótico y se hacen resistentes.
Hay miles de virus y bacterias diferentes y unos pocos de entre ellos nos provocan enfermedades. Ejemplos de enfermedades causadas por virus son la gripe, los catarros o resfriados, la mayor parte de diarreas o gastroenteritis, las hepatitis, la varicela, las verrugas y muchas de las enfermedades comunes de los niños pequeños. Las bacterias son las causantes de las anginas con pus, de muchas otitis y neumonías y también de las infecciones de orina.
LA FIEBRE
La fiebre es un mecanismo de defensa ante la infección. Por medio de ella, nuestro cuerpo se defiende mejor y tanto bacterias como virus suelen estar menos cómodos cuando la temperatura aumenta. Normalmente, los humanos tenemos el cuerpo entre 35,5 y 37,5 grados centígrados (°C). Cuando es superior a 37,5 °C hablamos de fiebre. La fiebre en sí misma no es mala pues ayuda al cuerpo a combatir la infección, por eso no debemos obsesionarnos con bajar la temperatura a una persona, adulto o niño que tenga fiebre. Lo que sucede es que provoca incomodidad, pues se tiene sensación de mucho frío, y suele dar dolores por el cuerpo y dolor de cabeza, en especial si pasa de 38,5 °C. En los niños pequeños además puede originar convulsiones, lo que provoca mucho susto en los padres y familiares.
Por todo ello, es conveniente que sepas qué hacer cuando tu bebé tiene fiebre hasta ser visitado por su médico. Lo primero es no abrigarlo demasiado, puede ir incluso solo con el pañal por dentro de casa si no hace mucho frío. Se le puede bañar con agua templada que no le moleste y le haga estar cómodo en la bañera; dejadlo jugar en ella mientras se enfría el agua poco a poco. No está indicado el agua fría ni los paños con agua fría y mucho menos con alcohol, que puede irritarlos y emborracharlos. Es bueno que beba mucho: agua, leche, zumos, dependiendo de su edad y tipo de alimentación; los líquidos que beba no tienen por qué estar calientes, mejor a temperatura ambiente, para no añadir más calor al cuerpo.
Si el bebé parece tolerar bien la fiebre, lo que es habitual mientras tiene menos de 38,5 °C, no hay que hacer mucho más. Si la temperatura sobrepasa este límite o se encuentra molesto, conviene administrarle un medicamento normalmente por la boca, aunque hay niños que rechazan por completo tomar medicamentos por la boca, en cuyo caso vale la pena ver si diluyéndolos en leche o zumos o mezclándolos con papilla o yogur se los toman. Si no, habrá que recurrir al medicamento en forma de supositorio rectal, por el culito.
Los dos antitérmicos (medicamentos para bajar la fiebre) más empleados en Pediatría son el paracetamol y el ibuprofeno, de los que hay muchas marcas comerciales. Ambos se administran por la boca y se pueden repetir a las cinco o seis horas. Es bueno dar uno u otro, no los dos a la vez ni alternando para dominar la fiebre, pues ya hemos dicho que la fiebre ayuda a controlar la infección. La cantidad que hay que dar de estos medicamentos depende del peso de cada niño, está indicada en el prospecto y vuestro médico os lo puede confirmar.
Un niño con fiebre conviene que sea visto por un pediatra o médico con experiencia en niños, pero no está justificado ir siempre enseguida a los servicios de urgencias. El médico que mejor puede saber qué le pasa a vuestro bebé suele ser su médico o pediatra habitual, por lo que es bueno pedir cita para ser visto en menos de 24 horas. Está indicado ir al servicio de urgencias del centro de salud sin esperar al día siguiente si es menor de 3 meses de edad, si la fiebre es de 38,5 °C o más y no baja a la hora de haberle dado un antitérmico, si lo notáis muy decaído, sin ganas de nada, si le veis una erupción de manchitas rojas o violetas en la piel o si tiene una convulsión y se queda desmayado como sin conocimiento.
LAS CONVULSIONES FEBRILES
Se trata de un ataque de movimientos anormales, bruscos, convulsivos, del cuerpo en un niño que tiene fiebre. El niño pierde el conocimiento repentinamente, desvía o fija la mirada y presenta movimientos bruscos de las extremidades y mucha rigidez del tronco, aunque a veces puede producirse lo contrario, quedarse desmadejado sin fuerza. La cara se pone pálida o azulada, hay mucha salivación y respiración muy ruidosa. Suele durar pocos minutos, menos de cinco la mayoría de veces, luego se quedan dormidos y finalmente recuperan el conocimiento, aunque están algo aturdidos un rato más.
Es una de las peores experiencias para los padres y familiares, pues piensan que su hijo se está muriendo o que se va a quedar muy mal, con epilepsia o peor. Aunque dure pocos minutos, se les hace eterno. Afortunadamente estos episodios son más aparatosos que peligrosos: ni fallecen ni padecen epilepsia ni sufren daño cerebral por haber tenido convulsiones febriles, que presentan alrededor de uno de cada diez niños de entre 9 meses y 5 años de edad, aunque son más frecuentes entre 1 y 3 años. La convulsión ocurre porque el cerebro y sistema nervioso del niño aún no están formados del todo y las subidas o bajadas bruscas de la temperatura corporal desencadenan como un ataque epiléptico. Lo que importa es saber si la causa de la fiebre es una enfermedad peligrosa o no; la mayoría de veces es por una enfermedad relativamente benigna de la infancia (catarros, otitis, diarrea, enfermedades víricas o reacción a alguna vacuna que provoque fiebre).
¿Qué podéis hacer si vuestro bebé tiene una convulsión por fiebre? Comprobad si tiene fiebre, pues a veces la convulsión empieza sin que estuviese aparentemente enfermo, siendo la primera manifestación de la enfermedad: la fiebre empieza a subir y desencadena la convulsión. Intentad mantener la calma (es difícil); si tiene muchas babas en la boca o vomita, ponedlo de lado; por nada del mundo le metáis nada en la boca ni palos ni cucharas ni dedos vuestros, pues solo lograréis hacerle heridas en la boca o garganta y os puede morder con mucha fuerza el dedo. Desnudadlo e incluso ponedle paños de agua templada por el cuerpo para bajar la temperatura antes. Si tenéis supositorios de paracetamol ponedle uno. No le deis nada por la boca, pues se puede atragantar al estar sin conocimiento.
Esperad a ver si la convulsión cede en menos de cinco minutos, pero id preparando todo para llevarlo al servicio de urgencias más cercano. Si no cede en cinco minutos llevadlo mientras convulsiona. Se precisa al menos dos personas para llevarlo, una para conducir y la otra para sujetarlo de lado mientras esté con la convulsión o adormilado. Salvo si vivís muy cerca de un centro de salud u hospital, es mejor llamar al número de emergencias (el 112 en la Unión Europea y muchos otros países del mundo).
Si llega en plena convulsión al servicio de urgencias, se la pararán con medicamentos, generalmente con un sedante introducido con una cánula por el recto; si no cede, será necesario canalizarle una vena para poner más medicamentos. Por el contrario, si al llegar ya no convulsiona, lo que es muy frecuente, pues suelen ceder en casa o por el camino, le bajarán la fiebre y lo examinarán para ver qué la produce. Si la enfermedad que se la causa no es grave, lo tendrán un rato en observación hasta que baje algo la fiebre. Generalmente no necesitan ingresar en un hospital, aunque, si es la primera vez, hay mucha angustia en la familia y es mejor quedarse hasta el día siguiente. Hay que saber que en el mismo episodio de fiebre no suele repetirse la convulsión.
Los niños que han tenido uno o más episodios de convulsiones por fiebre y que han durado menos de 15 minutos, son normales, no tienen epilepsia ni otros problemas; normalmente no hay que hacerles análisis o pruebas para descartar nada. Pueden hacer vida normal y, aunque uno de cada tres niños tiene posibilidades de que le repita la convulsión, no hay que vivir angustiados por ello. Si ha tenido varias veces convulsiones o vivís muy lejos de un centro sanitario, os suministrarán una cánula para poner por el recto en casa que frenará la convulsión si se repite.
LOS CATARROS RESPIRATORIOS
Un catarro respiratorio, también llamado resfriado, constipado o mocos simplemente, es una inflamación de la nariz o la garganta o ambas a la vez provocada por la infección de un virus. Son más frecuentes en los períodos fríos del año, desde el final del otoño hasta el inicio de la primavera. Es la infección más frecuente de las personas, sobre todo en los niños menores de 3 años, que llegan a pasar entre cinco y diez catarros al año, incluso más si no toman pecho, tienen hermanos, los padres son fumadores o asisten a la guardería. Son tan comunes y es tan frecuente que los niños tengan mocos, que en varios idiomas se les llama a los niños mocosos aunque no estén acatarrados.
Varios virus provocan los catarros; los más frecuentes se llaman rinovirus y el virus de la gripe o influenza que provoca mucha fiebre y malestar. En niños pequeños, el llamado virus respiratorio sincitial es muy usual y, además, ocasiona una especial bronquitis en niños menores de 2 años: la bronquiolitis
El catarro es muy contagioso desde dos o tres días antes de que notemos sus síntomas y durante toda la primera semana de catarro. Se contagia por los mocos, la respiración, las manos y los juguetes y chupetes de niños enfermos de catarro.
El niño enfermo tiene muchos mocos en el interior de la nariz y en la garganta, que salen al estornudar y toser. Como la garganta suele doler, los más mayores lo señalan o lo dicen claramente y los pequeños lloran; además, están muy molestos por tener la nariz taponada. Puede haber fiebre, incluso alta, o nada de fiebre; los bebés comen peor porque hay pérdida de apetito. Puede haber vómitos y diarrea de tanto moco que se tragan y que les irrita el estómago.
Los catarros duran de cinco a siete días, aunque los mocos, la tos y la pérdida del apetito pueden durar una semana o dos más. Si el niño está contento y al bajarle la fiebre tiene ganas de sonreír o está interesado en el entorno, lo normal es que no sea nada grave. A veces, al ser muy frecuentes los catarros y todos acumulados en el período otoño-invierno, parece que el bebé tenga algo crónico y es, en realidad, que se juntan unos con otros.
Los catarros se pueden complicar con infección de oído (otitis) o de bronquios o pulmón (bronquitis, neumonía), en cuyo caso la situación del bebé empeora y es preciso hacerlo reconocer por un pediatra.
Si tu bebé debuta con un catarro hay que decidir cuándo ir al médico. En general, es mucho mejor, prudente y seguro consultar con cita previa al pediatra o médico habitual de su centro de salud, que es quien mejor conoce la salud de tu bebé. Está justificado consultar fuera de horario, en un servicio de urgencias si es menor de 3 meses y tiene fiebre, si lo notáis muy decaído o irritable y si tiene convulsiones o dificultad para respirar.
Qué hacer
No hay tratamiento para el catarro, se cura solo en varios días: con jarabes o sin jarabes dura los mismos días. Solo hay remedios para aliviar algo los síntomas: la fiebre, la tos y la obstrucción nasal.
No le fuerces a comer; fracciona las tomas de alimentación, menos cantidad, más veces. Si es lactante, déjale descansar mientras toma; si es mayor dale de comer lo que le agrade, de capricho, mientras dura la enfermedad. Acostarlo con la parte superior del cuerpo un poco incorporada también le alivia algo para respirar. Si la fiebre es alta y da muchas molestias, hay que tratarla como hemos comentado en el apartado de la fiebre.
Lo que más alivia un catarro es que los mocos estén bien mojados, hidratados, que sean fluidos, que no estén secos y se puedan sacar fácilmente por la nariz o la boca. Para ello conviene beber cuanto más mejor; hay que evitar que el ambiente de casa esté reseco por la calefacción, poniendo cazos con agua encima de los radiadores o haciendo vahos de humedad en el cuarto de baño si hace falta y lavar el interior de la nariz con agua salada (suero salino o nebulizadores de agua de mar de farmacia o preparado en casa: un litro de agua con una cucharada sopera rasa de sal): con una jeringa se introduce a chorro, pero con poca fuerza en cada narina (los orificios de la nariz), 1 ml en menores de 1 año, 2 ml en niños de hasta 3 años. No hay que olvidar el pañuelo para niños mayores, es menos molesto y más eficaz que lo anterior; aún no se ha inventado remedio mejor para los mocos que el pañuelo. Solo a niños muy pequeños, con mucho taponamiento nasal puede valer la pena aspirarles la nariz con sondas muy blanditas al cabo de unos minutos de haber puesto el suero salino.
Qué no hacer
No hay ningún medicamento (mucolíticos, expectorantes, descongestivos, etc.), ni infusiones, ni productos de homeopatía, ni remedios tradicionales (ajos, cebollas, emplastos de mostaza o eucaliptus, ventosas, inhalaciones de vapor de agua), que se haya podido comprobar que cure el catarro o acorte su duración. Solo en caso de tos muy irritativa que impida dormir, puede estar justificado el administrar un medicamento contra la tos.
Los antibióticos ni curan el catarro, ni evitan las complicaciones; no están justificados pues solo sirven para las bacterias, y los catarros los provocan los virus. Los mocos amarillos o verdes tampoco lo justifican.
Hacer vahos de vapor con cazos de agua hirviendo solo sirve para aumentar el riesgo de quemaduras.
Cómo prevenir
Si queréis evitar muchos catarros en vuestros niños, los trucos son sencillos: amamantar y no exponerles al humo del tabaco ni en casa ni en la calle ni en el campo ni en el exterior de las cafeterías. Si sois fumadores, nunca fuméis dentro de casa pues las partículas se quedan adheridas a cortinas, muebles y paredes.
Si el bebé va a la guardería y los catarros son muy frecuentes y se ve resentido en su humor, su apetito y su peso, puede valer la pena considerar no llevarlo durante unas semanas para que descanse de tanto catarro.
Cuando los niños vayan siendo mayorcitos es bueno enseñarles a ponerse la mano delante de la boca para toser o estornudar y no contaminar a otros niños.
El lavado de manos es una de las medidas más eficaces para prevenir el contagio a otras personas, niños o no, ya que los virus permanecen vivos en la piel de las manos varias horas.
No hay vacunas para evitar el catarro. Sí para la gripe, pero solo está indicada en niños con enfermedades crónicas y graves.
Mitos no ciertos
Las corrientes de aire, el aire acondicionado, sudar o beber o comer cosas frías no provocan ni facilitan los catarros.
No hay relación entre la leche de vaca y los mocos. Creer que «la leche de vaca produce mocos» es un mito muy extendido desde el siglo XII por el médico árabe Maimónides, también en parte de la medicina china y entre bastantes padres occidentales y algún pediatra, pero no tiene ningún fundamento ni prueba.
LA BRONQUIOLITIS
Es una inflamación de los bronquios pequeños causada por virus, generalmente el virus respiratorio sincitial (VRS). Es una infección muy frecuente en menores de 2 años. Ocurre en los meses más fríos del año.
La bronquiolitis empieza como un catarro común con mucosidad y obstrucción nasal, tos y a veces fiebre. En los tres a cinco días siguientes el niño empeora. La respiración se hace más rápida y el esfuerzo para respirar es mayor, con lo que el niño puede tener dificultades para comer. En unos días más, la mayoría comienza a mejorar, pero la tos y los mocos pueden durar hasta un mes y medio.
La bronquiolitis está causada por un virus, por lo que no hay medicamentos para curarla y los antibióticos no sirven para nada. Solo podemos aliviar los síntomas que presenta, fundamentalmente la dificultad respiratoria que les molesta para respirar y para comer. Si le das el pecho y le cuesta tomar, amamántalo con más frecuencia: tomas cortas con pausas frecuentes para que descanse y respire; si toma biberón, lo mismo. Si tiene la nariz tapada con moco espeso, viene bien hacer lavados nasales con suero fisiológico como hemos dicho en el apartado del catarro. Si tiene fiebre, paracetamol. Incorporar la cabecera de la cuna unos 30° hace que el bebé se sienta más cómodo.
Hay que consultar al pediatra en el día si el niño tiene dificultad para respirar, en especial si es muy pequeño (menor de 3 meses), si toma muy poco alimento (la mitad de lo que toma habitualmente) o deja de orinar (no moja el pañal en 12 horas), o si tiene fiebre alta o parece muy cansado o irritable. La bronquiolitis es más peligrosa en menores de 3 meses y, en especial, en menores de 1 mes: estos niños, por prudencia, se ingresan casi todos en el hospital por si se cansan de respirar y hay que ayudarles.
LA DIARREA O GASTROENTERITIS
La diarrea es un aumento del número de deposiciones que, además, se hacen más blandas de lo habitual o líquidas. Suele haber también vómitos, fiebre y dolor abdominal de tipo cólico, como retortijones. La diarrea en una infección intestinal provocada casi siempre por virus. El peligro que tiene, y más en lactantes pequeños, es la pérdida de líquidos del cuerpo, es decir, la deshidratación. Es muy frecuente, siendo el segundo motivo de consulta en los servicios de urgencia después del catarro común. Como otras infecciones, tienen más riesgo de padecerla los lactantes no amamantados, los que tienen hermanos y los que asisten a la guardería.
Cómo tratarla
Hay que evitar la deshidratación dando de beber mucho líquido para recuperar lo perdido; lo mejor son los sueros que venden en las farmacias para ello, pero si no le gustan, es preferible que tome otra bebida que le guste, a ser posible algo azucarada, sin pasarse. Si está con el pecho, ofréceselo con frecuencia.
Si hay náuseas o vómitos, hay que dar pequeñas tomas (una cucharada cada 5-10 minutos o 20 a 30 mililitros cada media hora), aumentando la cantidad progresivamente según la tolerancia. Si sigue vomitando, se esperará una o dos horas sin beber nada antes de volver a intentarlo. Cuando ya no vomite se le ofrecerá su comida normal en pequeñas cantidades y sin forzar, preocupándose de que siga bebiendo lo máximo posible. Si toma el pecho, puede continuar con ello; si toma biberones, no es preciso diluirlos.
No es necesario hacer dieta especial, sino una alimentación suave que al niño le apetezca. Los alimentos que suelen tolerar mejor son: cereales (arroz, trigo), patata, pan, carne magra, verdura, pescado, yogur y fruta. Evitad darle comidas flatulentas, con mucha grasa o azúcar.
En general, es mucho mejor, más prudente y seguro consultar al pediatra o médico habitual de su centro de salud. Si los vómitos son persistentes y exagerados con bilis, sangre o posos negros, o si el bebé está decaído, adormilado o muy pálido, o si tiene los ojos hundidos, llora sin lágrimas, hace horas que no ha orinado y no quiere beber nada de nada, es mejor consultar en el mismo día en un servicio de urgencias si no es el horario de vuestro médico habitual; es posible que necesite que le pongan líquidos extra a través de una vena en el hospital.
No hay medicamentos que curen la diarrea; solo está indicado el administrar paracetamol si hay fiebre. La diarrea se cura en pocos días sin ninguna medicación ni leche especial. Los medicamentos llamados antidiarreicos, antisecretores, astringentes, espasmolíticos y contra los vómitos no curan la diarrea y pueden tener efectos secundarios graves.
EL ESPASMO DEL LLANTO
También llamado espasmo del sollozo o encanamiento, no es en realidad una enfermedad, pero sí que asusta mucho, a veces tanto como las convulsiones, con las que se puede confundir. Ocurre cuando el niño está llorando o empieza a llorar; se queda con la respiración parada, se pone primero rojo y luego morado, desvía la mirada, se pone muy rígido todo el cuerpo y puede llegar a perder el conocimiento. A veces, puede haber convulsiones como las descritas en el apartado «Las convulsiones febriles», pero sin fiebre. Esto pasa porque el niño, voluntariamente, deja de respirar, contiene la respiración y el cerebro se queda un momento sin oxígeno, llegando a perder el conocimiento; no puede pasar nada porque en cuanto se pierde el conocimiento se pone en marcha el sistema automático que tenemos para respirar y todo vuelve a lo normal.
No tiene tratamiento. Es frecuente entre el medio año y los 5 años y lo único que hay que hacer es proteger al bebé que se está encanando, pues si pierde el conocimiento se caerá, pudiendo golpearse y hacerse daño. No sirve de nada soplarle o tirarle agua en la cara. Conviene no poner cara de mucho susto cuando se recupera, pues se ha observado que algunos niños pueden provocarse estos episodios como medio de obtener cosas que les son negadas. Aunque asuste mucho, no hay que hacer análisis ni pruebas para descartar alguna enfermedad.
TRAUMATISMOS, HERIDAS Y QUEMADURAS
Cura sana,
cura sana,
si no se cura hoy,
se curará mañana.
Retahíla-conjuro para curar
las pupas de los niños.
Cuando un niño cae y se golpea, conviene que sepáis evaluar mínimamente si podéis seguir tranquilos con lo que estabais haciendo tras atenderle vosotros mismos o debéis acudir al médico o servicio de urgencias. Los niños caen y se dan golpes demasiadas veces estos primeros años (forma parte de su aprendizaje de límites de seguridad) como para estar todas las semanas en un servicio de urgencias.
Si cae golpeándose la cabeza o se la golpea contra una esquina o un columpio, si no pierde el conocimiento, si llora enseguida, si no se ha hecho herida que sangre, si no vomita más de dos veces, y si es mayor de un año, podéis dar paracetamol para el dolor y observar unas horas. Es normal que después de un golpe y mucho llorar tenga tendencia a adormecerse. Si se despierta o reniega al intentar despertarlo, es normal; caso contrario, es mejor consultar.
Cuando un bebé menor de 1 año cae de cualquier altura (mientras lo cambiabais, por ejemplo) golpeándose la cabeza, es mejor consultar, en especial si le notáis un bulto o chichón en la zona del golpe.
Si se ha caído y golpeado no sabéis dónde y se queja o llora, dadle ibuprofeno para calmar el dolor y al cabo de un momentito movedle suavemente, con cuidado, y uno a uno, brazos, manos, dedos, piernas, rodillas y pies: si algún movimiento le duele mucho o notáis alguna deformidad consultad de inmediato, pues puede haber una fractura. Si tras una caída se queja en la zona del abdomen, es mejor consultar.
Si se ha dado un golpe en la boca y los dientes los notáis raros o desaparecidos, mirad si veis alguno, aunque lo más probable es que se le haya hundido en la encía. Si lo encontráis, recogedlo pero no lo reintroduzcáis. Acudid a un servicio de urgencias o a un dentista que atienda niños. La mayoría de sociedades de dentistas contraindican el reimplante de un diente de leche por ser muy difícil y por poder dañar al diente definitivo.
En los tres primeros años les gusta mucho que los llevéis de la mano; a veces tropiezan y se quedan colgando de vuestra mano y se ponen a llorar porque les duele mucho el codo y no lo pueden girar; en realidad, no se ha roto, solo se ha salido un poco del sitio al quedar colgados. Cuando pasados cinco minutos no ha entrado por sí solo en el sitio y siguen quejándose, acudid a urgencias, en donde siempre habrá algún profesional preparado que descarte una fractura y sepa ponerlo en su sitio con una sencilla maniobra que dura menos de un minuto y acaba con la inmovilidad y los dolores.
Si tras una caída o accidente por un objeto cortante hay una herida que sangra, es conveniente lavar con agua y ver cómo es la herida. Si es un roce superficial, desinfectad con clorhexidina acuosa y poned alguna gasa o paño limpio encima. Si es una herida profunda de más de medio centímetro de larga, es mejor ir a urgencias. Mientras sangre una herida hay que hacer tapón con un algodón o gasa para contener la hemorragia hasta llegar a urgencias. Dad paracetamol o ibuprofeno para el dolor.
Si ha sufrido una quemadura, quitad la ropa si está cubierta, lavad con agua, no pongáis ninguna crema y acudid a un servicio de urgencias. Dad paracetamol o ibuprofeno para el dolor.
PREVENCIÓN DE INFECCIONES: LAS VACUNAS
Olivia, mi hija mayor, cogió el sarampión cuando tenía siete años. Mientras la enfermedad seguía su curso habitual, recuerdo leerle a menudo mientras estaba en cama y no sentirme particularmente alarmado. Una mañana, mientras se encontraba en fase de recuperación, yo estaba sentado en su cama mostrándole cómo hacer animalitos con escobillas limpiapipas de colores y, cuando le tocó a ella el turno de hacer uno, me di cuenta de que sus dedos y su mente no estaban coordinados y que no podía hacer nada.
«¿Te encuentras bien?», le pregunté.
«Tengo sueño», me contestó.
Una hora después estaba inconsciente. Doce horas más tarde había muerto.
El sarampión se había convertido en algo terrible llamado encefalitis por sarampión y no había nada que los médicos pudieran hacer por salvarla.
Eso fue hace 24 años, en 1962, pero incluso ahora, si un niño con sarampión desarrolla la misma reacción mortal que Olivia, sigue sin haber nada que los médicos puedan hacer para ayudarle [...].
ROALD DAHL (Reino Unido, 1916-1990)
Sarampión: Una peligrosa enfermedad.
Folleto de 1988 para la Sandwell Health Authority,
sobre la muerte de Olivia Dahl
por encefalitis sarampionosa
Pocos inventos hay más importantes para la humanidad que las vacunas. Protegen y salvan vidas, preservan a lactantes, niños y adultos de sufrir enfermedades innecesarias y muy peligrosas por poder provocar muertes prematuras o dejar secuelas irremediables. Son enfermedades que muchas veces no sabemos tratar o que cuando nos damos cuenta ya es tarde para ello.
Antes de que el médico inglés Edward Jenner inventase a finales de 1700 la vacuna de la viruela, esta enfermedad había matado a millones de seres humanos y dejado marcados con tremendas cicatrices a los escasos supervivientes. Gracias a esta vacuna, la primera del mundo, la viruela, azote de la humanidad, ha sido erradicada en 1977 y ya no hace falta vacunar. Esta vacuna da origen al nombre de vacuna, por provenir de pústulas contaminadas con un virus parecido al de la viruela que tenían las vacas; Jenner había observado que los vaqueros, que ordeñaban estas vacas, se contagiaban en las manos de una especie de viruela poco peligrosa pero jamás padecían la viruela de verdad. Jenner demostró que inoculando el material purulento de las pústulas de las manos de estos vaqueros a otras personas, estas se hacían inmunes, es decir, no contraían nunca más la viruela.
En realidad, el mecanismo de la vacuna reproduce lo que sucede en la naturaleza. De forma sencilla podemos decir que cuando un virus o bacteria te invade, el sistema inmunitario o defensivo de una persona sana desarrolla en pocos días una serie de «defensas» (anticuerpos) para anularlo y, tras vencer esa invasión, en su cuerpo se queda una reserva defensiva de anticuerpos que hace que la siguiente vez que ese mismo tipo de virus o bacteria vuelve a invadirte, es rápidamente neutralizado por esas defensas.
En una vacuna lo que se suele hacer es tomar el virus o bacteria peligrosa y, antes de introducirlo en una persona, matarlo o dejarlo muy debilitado con diversos métodos. Cuando le es introducido, su mecanismo defensivo creerá que es el virus o bacteria en cuestión, sin distinguir que en realidad está muerto o debilitado y desarrollará las defensas correspondientes. Cuando el virus o bacteria de verdad, vivo y coleando, quiera entrar porque se lo han contagiado, estas defensas se lo impedirán.
Las enfermedades contra las que nos vacunamos han causado a lo largo de la historia enorme sufrimiento, sea por muertes, sea por sus secuelas. Son enfermedades que no sabemos ni podemos tratar, pero sí prevenir que no ocurran por medio de las vacunas. En los países con pocas personas vacunadas, hay numerosos casos de muertos y paralizados de por vida por la poliomielitis, y el sarampión es aún hoy una de las principales causas de muerte. No he vivido tantos años como para que cuando hablo se piense que narro hechos de la historia antigua, pero sí suficientes como para haber visto morir varios niños a causa del sarampión y muchos más que quedaron con secuelas cerebrales irremediables por la misma enfermedad. Empezamos a vacunar contra el sarampión a principios de 1980 y he visto desaparecer una enfermedad insufrible para los niños. Era tan terrible que, aun sin secuelas, hoy día pocos padres soportarían ver a sus hijos tan enfermos durante 15 días.
La difteria apenas se estudia, porque con la vacuna ha desaparecido casi por completo. Es una enfermedad que se parece mucho a una amigdalitis, unas anginas con pus. Diagnosticaríamos y trataríamos de eso y en una semana habría muerto por asfixia, ya que las membranas de pus que se producen en la difteria acaban obstruyendo por completo la entrada de aire de la persona enferma.
He visto demasiadas meningitis en niños que murieron o quedaron gravemente afectados pese a nuestros cuidados, como para no estar muy agradecido por los niños y por mi vida profesional y tranquilidad personal; en las guardias, cada vez que veo un niño vacunado contra diversos microbios que causan meningitis, me digo: «bueno, este niño tiene fiebre, no se aún qué le pasa, pero por lo menos no es ese tipo de meningitis contra la que está vacunado». Los microbios que causan meningitis son muy traidores, pues son demasiado rápidos en atacar y destrozar a un niño o un adulto y no siempre avisan, con lo que los ves venir demasiado tarde. Así que pienso que esas vacunas son una bendición para todos los afortunados que las tienen puestas, que son los niños de los países con un buen sistema sanitario.
La poliomielitis mata por parálisis de los músculos respiratorios y si deja viva a la persona, que necesita estar con ventilación mecánica varios meses, esta queda con músculos atrofiados de por vida que hace que suelan acabar con una pierna más corta y delgada que la otra. En España la vacuna de la poliomielitis se empezó a administrar bien entrados los años cincuenta. Cada vez que en algún país, generalmente por motivos fanáticos y religiosos, se ha dejado de vacunar de poliomielitis, han aparecido verdaderas epidemias de muertos y paralíticos, como ha sucedido en Nigeria, Pakistán y Afganistán, únicos países del mundo en los que la intransigencia religiosa hace que siga siendo una enfermedad endémica.
Por todo ello, es lamentable que por motivos religiosos, filosóficos, de estilo de vida o por aprensiones injustificadas, se ponga en peligro la vida y seguridad de nuestros niños, clamando contra las vacunas. Estos motivos son fanáticos pues no se basan en nada cierto; todo lo que se ha argumentado contra las vacunas es palmariamente falso y producto de estudios tendenciosos, mal hechos o ni siquiera hechos, y de interpretaciones que no se sostienen en el razonamiento. La vacuna contra el sarampión, sola o combinada con la de paperas y rubéola, no provoca autismo.
No es aquí el momento de decir qué vacunas deben ser puestas y cuáles no, pues es cierto que algunas ya parecen rizar el rizo, en el sentido de que protegen de enfermedades poco peligrosas en nuestro medio social, pero sí que os puedo decir que, mínimo, las que constan en el calendario nacional oficial son aconsejables. Las vacunas para enfermedades poco peligrosas pueden tener menos justificación. Hablad con vuestro pediatra de los pros y contras de vacunar contra enfermedades que no están en el calendario oficial (son las llamadas «vacunas de pago»). Unas son aconsejables y otras, depende de todas estas consideraciones.
PREVENCIÓN DE ACCIDENTES
El desarrollo acelerado de los niños y su afán de exploración del mundo externo los pone en constante riesgo de sufrir percances. Forma parte de la socialización que debe ser mediatizada por la crianza para evitarles daños irremediables. Estos tres primeros años necesitan una supervisión constante, pese a la cual pequeños accidentes son prácticamente inevitables. Para no volverse loco de supervisión y pasarse el día diciendo «no esto, no lo otro, cuidado con eso, eso no...», conviene realizar una adaptación progresiva del hogar y dejarlo a prueba de niños: los medicamentos, las escaleras, las ventanas, los aparatos de calefacción que puedan quemar, los aparatos que se pueden caer encima... , etc.
Hay que tener en cuenta que los accidentes son una de las primeras causas de muerte en niños entre 1 y 5 años. Son más frecuentes en niños que en niñas. A partir del año, son frecuentes las quemaduras y caídas; los mayores de 2 años, que investigan mucho y son más silenciosos, pueden sufrir descargas eléctricas e intoxicaciones por medicamentos y venenos y, a partir de los 3 años, que no paran en todo el día y son capaces de correr muy atolondrados, se pueden caer de sitios altos, quemarse o ser atropellados.
El primer año hay que evitar las caídas del cambiador o la cama. No dejad de mirar ni un instante, pues desde los 3 meses muchos bebés son capaces de voltearse y caer; las puertas y ventanas tenedlas controladas en todo momento (la puerta de la calle que da a las escaleras es muy peligrosa en niños que ya gatean o caminan); los balcones con rejas demasiado anchas (más de 9 centímetros entre barrote y barrote o barrotes horizontales por los que pueden trepar) hay que protegerlos con una red o similar. La distancia entre barrotes de cunas no debería ser de más de 6 centímetros. Ya hablamos en el primer capítulo del gran riesgo de los andadores o tacatacas.
Nunca debe haber muebles, sillas, sofás u objetos que permitan encaramarse a una ventana o balcón. La mayor parte de muertes por caídas desde ventanas o balcones es por ese motivo y por dejar sin supervisión a bebés que gatean o caminan. Si hay escaleras dentro de casa, conviene poner puerta de barrotes con pestillo al principio y al final de la escalera.
Un accidente común a esta edad es el atrapamiento de los dedos entre la puerta y su marco; hay que mentalizarse y antes de abrir o cerrar una puerta comprobar sistemáticamente dónde están los dedos del bebé.
Los accidentes de tráfico son una de las principales causas de lesiones en niños pequeños. Es preciso respetar las normas de sillas y asientos de seguridad homologados para niños, y cumplirlas incluso y, sobre todo, en trayectos cortos. Pueden sufrir accidentes como peatones. Desde muy pequeños se les puede enseñar educación vial, qué son la acera y la calzada, por dónde van los vehículos y por dónde las personas, qué es un semáforo y darles ejemplo. Nunca dejéis a vuestro bebé solo en el coche, ni para ir a pagar la gasolina.
Conviene evitar toda posibilidad de quemaduras, pues a veces pueden ser irremediables, en especial las de líquidos, puertas del horno, mecheros, velas y electricidad. Hay que tener los enchufes bien protegidos con placas protectoras; tener cuidado con la plancha caliente o fría: no llegan a ella pero estirando del cable se la pueden tirar encima. No debería haber niños pequeños por la cocina mientras se cocina, es demasiado peligroso. No es prudente dar de mamar al mismo tiempo que tomas té o café caliente. Si no hay grifo monomando que regule la temperatura del agua, la bañera hay que llenarla primero con agua fría y luego añadir la caliente, no al revés. Ponedle cremas protectoras solares si vais a salir a pasear más de cinco minutos en horas de sol intenso.
Los ahogamientos en piscinas privadas no son infrecuentes y menos en los meses fríos cuando nadie piensa en una piscina, o si habéis alquilado una casa que no es vuestra y tiene piscina. Por haber trabajado en zonas cálidas del Mediterráneo con muchas casas con piscina he asistido a demasiados ahogamientos dolorosísimos. Hay países como Francia que regulan estrictamente, no ya la normativa de seguridad de piscinas públicas, sino la de las privadas. Conviene poner valla y puerta de seguridad en la piscina privada, que siempre esté cerrada e imposible de abrir por niños pequeños, y enseñarles a nadar lo antes posible. Por supuesto, nunca hay que dejar a un bebé ni un instante solo en la bañera ni a cargo de un hermanito mayor. Una causa de asfixia distinta a la de la sumersión en agua es la causada por bolsas de plástico puestas en la cabeza: deben estar tan escondidas en casa como los productos de limpieza, y nunca hay que dejar que un niño juegue con ellas.
No hay que dejarles jugar con objetos pequeños ni darles frutos secos, pues pueden provocar atragantamientos y tener graves problemas de respiración. Los menores de 3 años pueden introducirse piedrecitas o pepitas de uva o miguitas de pan por la nariz o el oído, y luego sufren molestias importantes para extraérselos en los servicios de urgencia. No se debe poner anillos a niños pequeños, pues crecen muy aprisa y es posible que un día no haya forma de sacarlo y tengáis que acudir a urgencias. Las pulseras y collares pueden engancharse en salientes y provocarles esguinces de muñeca o estrangulación. Los pendientes es mejor que no sobresalgan ni sean anillados para que no se los puedan arrancar de un tirón.
Todos los medicamentos y productos de limpieza deben estar a buen recaudo. Les encantan los jarabes de medicinas (ojo con el paracetamol para la fiebre, que les parece jarabe de fresa) y las pastillitas de colores del abuelo; cuidado cuando vayáis a casa de otros familiares. Si a pesar de todo ha ingerido algún medicamento o producto de limpieza, no le hagáis vomitar antes de haber llamado al teléfono del centro de toxicología para pedir instrucciones. Nunca pongáis un producto de limpieza (lejía, salfumán, detergente) en una botella de agua, zumo o refresco.
Ojo con el televisor y los muebles que puedan volcar sobre el bebé y hacerle daño. El cubo de la basura, sea de la cocina o del cuarto de baño, es un lugar fascinante para ellos.
No hay que dejarles que lleven en la mano mientras caminan objetos alargados y duros como una cuchara, un tenedor, el cepillo de dientes, un lápiz, etc., pues pueden ponérselos en la boca y tropezar, caer y clavárselos en el paladar o la garganta.
Cualquier perro más grande que un niño es un peligro grave para él. Hay demasiados casos publicados de accidentes mortales por perros de cualquier raza como para dudar de ello.
Es imposible evitar todos los accidentes y no hay que obsesionarse y vivir en angustia permanente por ello, ni criar a niños amedrentados por todo, pero sí que hay que ser cuidadoso para evitar los más graves. El ambiente a prueba de accidentes es imposible y deberéis enseñarle a convivir con el peligro y saber manejarlo. Aun con un hogar controlado nunca hay que dejar solo a un niño en casa, ni para bajar a comprar el pan.
Conviene explicarle en cada caso que le hayamos dicho «no» el porqué, aunque sea pequeño. Sorprende ver cómo niños muy pequeños entienden muy bien lo que les han dicho sus padres y la siguiente vez recuerdan lo que no tienen que hacer. Si está en inminente peligro no os andéis con rodeos; sujetadlo firmemente para que no se cause daño y luego explicadle por qué no debía haber hecho aquello. La prevención de accidentes en vuestro bebé requiere invertir mucho tiempo, tiempo en vigilarlo y tiempo en ir marcándole con cariño y firmeza los límites, en este caso, de lo que puede ser peligroso para él.
Hay que aportarle seguridad protegiéndolo hasta que sea capaz de hacerlo por sí mismo, impidiéndole que se haga daño, explicándole bien lo que se puede y lo que no se puede hacer, haciéndolo con cariño y dándole ejemplo constante.
EL BOTIQUÍN DOMÉSTICO
Conviene guardar en un lugar recogido y conocido tanto las medicinas que podemos tomar como los útiles más habituales para realizar unos primeros auxilios tras un accidente doméstico. El botiquín puede ser un armarito colgado de la pared o una pequeña caja que cierre bien. No es preciso que sea muy grande pues no vamos a tener allí un gran arsenal de medicamentos. En cualquier caso debe estar en lugar seguro, fuera del alcance de los niños.
¿Qué es útil que contenga el botiquín?
El botiquín no debe ser un almacén en el que acumulemos todos los restos de medicamentos que no hayamos tomado. Es mejor devolver lo que sobra a la farmacia. No conviene tampoco comprar medicinas y guardarlas para automedicarse cuando tengamos una enfermedad. Salvo si empleamos medicamentos por alguna enfermedad crónica y los de primeros auxilios, en el botiquín no debería haber ningún otro. Conviene revisar lo que hay en él al menos una vez al año, mirando las fechas de caducidad.
En el botiquín deben constar, en una nota adherida a la tapa, los teléfonos de emergencias, el de intoxicaciones y el del pediatra o centro de salud.
SABER MÁS. REFERENCIAS
Illingworth, R. S., El niño normal. Problemas de los primeros años de vida y su tratamiento, El manual moderno, México, 1993.
Kliegman, R. M., Stanton, B. F., St. Geme III, J. W., Schor, N. F. y Behrman, R. E., Nelson tratado de pediatría, Elsevier, Barcelona, 2013, 19.a ed., pp. 28-39.
Sarampión. Información para padres de los CDC de Atlanta, en http:// www. cdc. gov/vaccines/vpd-vac/measles/ downloads/PL-dis-meas-les-color-office-sp.pdf