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Epílogo. Madres y maternidades

—Cuando eres joven, Rosasharn, todo lo que pasa es una cosa en sí misma. Es un hecho aislado. Lo sé, lo recuerdo, Rosasharn. —Su boca pronunció con amor el nombre de su hija—. Vas a tener un hijo, Rosasharn, y para ti es algo aislado y lejano, te dolerá y el dolor será un dolor aislado y esta tienda está sola en el mundo, Rosasharn. [...]

Madre continuó:

—Hay un tiempo de cambio, y cuando llega, una muerte se convierte en un trozo del morir, y un parto en un trozo de todos los nacimientos, y dar a luz y morir son dos partes de la misma cosa. Entonces los hechos dejan de estar aislados. Entonces un dolor ya no duele tanto, porque ya no es un dolor aislado, Rosasharn. Ojalá pudiera explicártelo para que lo entendieras, pero no puedo.

Y su voz era tan suave, estaba tan llena de amor, que los ojos de Rose of Sharon se inundaron de lágrimas que fluyeron y la cegaron.

JOHN STEINBECK (Estados Unidos, 1902-1968),

Las uvas de la ira (1939)

Bien, hasta aquí hemos llegado. No sé si habrás aguantado todo el rato, si te habrás saltado trozos, si te habrá servido de algo.

Como has visto no me he atrevido muchas veces a ser tajante; si buscabas un manual de instrucciones, no era aquí el lugar de encontrarlo. Hay ya muchos manuales de instrucciones.

La mayoría pecan de dogmatismo al afirmar que son los mejores, de intolerancia al ser excluyentes con otros métodos, y de fatalismo al pronosticar los peores males presentes y futuros si no haces lo que el autor te sugiere. Los diferentes métodos se contradicen entre ellos; igual lees razones a favor de dormir con los niños que razones en contra, dejarles llorar o no dejarles llorar en absoluto, o dejarles llorar pero acompañados con cariño... Por otra parte, los métodos que han ido muy bien para los hijos del autor no tienen por qué funcionar con otros niños y, finalmente, los métodos que te aconsejan seguir tu instinto son una contradicción en sí mismos, pues podían poner eso en la única página, primera y última, y acabar antes, dado que lo único que tienes que hacer es seguir tu instinto.

He visto demasiadas veces cómo lo que hacen y piensan las mujeres madres no es exactamente nada de esto. Unas hacen lo que los libros les dicen, otras dicen que siguen su instinto pero leen esos libros, quizá porque bien saben que el instinto no basta o no lo encuentran, y otras, sencillamente, van haciendo. Pero todas toman como referencia para hacer, adaptar o hacer justo lo contrario, lo que interiorizaron en su infancia y vieron en otras mujeres de su familia, y hasta en otras amigas o conocidas. Es cierto que hoy, en Occidente, se leen más libros de crianza que nunca, dado que el porcentaje de analfabetismo es mínimo y que la familia se ha disgregado, pasando de ser extensa a nuclear: en la familia extensa se podía observar, preguntar y aprender de los demás miembros de la familia; en la nuclear, la pareja suele estar aislada y tener además reticencias a aceptar métodos de crianza de la generación anterior. Recurren pues a libros, blogs y foros de Internet y comparten experiencias con amistades de similar afinidad.

No podemos seguir nuestro instinto porque no lo tenemos para criar. Para criar tenemos el vínculo que nuestros hijos se encargan de establecer. Esa vinculación nos impele a quererlos, a no dañarlos, a protegerlos, y ahí es donde estoy de acuerdo con los que dicen que sigas tu instinto, aunque se equivoquen y no sea instinto, sino apego, vínculo. Es ese vínculo el que entra en contradicción con teorías absurdas que van en contra de los mecanismos de vinculación.

EL MITO DE LA BUENA MADRE.

EL ORIGEN DE LA CULPA

Una mujer completa. ¿Quién la encontrará?

Es mucho más valiosa que las perlas.

Proverbios 31,10.

La Biblia. Siglo VIII a. C.

La buena madre puede con todo, la buena madre quiere a sus hijos de forma incondicional y desde el primer momento. La buena madre sabe lo que hay que hacer siempre, la buena madre no duda: actúa. La buena madre no tiene sentimientos negativos, ni se cansa ni se irrita, siempre está contenta. La buena madre jamás grita a sus hijos. La buena madre amamanta, la buena madre es solícita con sus hijos. La buena madre les protege de todo mal, incluido enfermedades. La buena madre satisface todas las necesidades de sus hijos. La buena madre tiene instinto natural para hacer todo esto y mucho más.

«La buena madre» solo existe en el mito y llevamos tan arraigado el creer en su existencia que es casi imposible sustraerse a él. La maternidad es un fenómeno sacralizado desde la antigüedad, digno de culto religioso en religiones monoteístas y politeístas (la Virgen María cristiana, las «venus» prehistóricas, la Juno romana y la Hera griega, son algunos ejemplos).

No hay una madre, no hay una maternidad; las figuras de la madre buena, abnegada, hacendosa, perfecta, no existen más que en el mundo de las ideas, son un mito que conduce inexorablemente a la inseguridad y a la culpa y, posiblemente, fueron difundidas por hombres que así las deseaban. Su ideal de perfección conlleva una tremenda responsabilidad para la madre; si algo falla en el hijo es fácil encontrar la responsable: la madre. Surge entonces el mito de «la mala madre» potenciado por el psicoanálisis desde la sombra de la otra, la buena.

No hay una madre, hay madres, no hay una maternidad ideal, hay maternidades, múltiples maternidades ejercidas por madres, madres concretas con su cara, su corazón, su bebé, su nombre y apellidos. Cada bebé es único y a cada uno corresponde una maternidad, incluso entre hermanos de la misma madre. Muchas madres me han dicho que lo que fue bien con un hijo fue diferente con otro. No hay una maternidad estándar. Según sus vivencias, creencias y apetencias habrá elegido y practicará uno u otro estilo de crianza, que siempre será adecuado mientras respete los mecanismos naturales de vinculación que conocemos.

Hay madres que amamantan y madres que no, madres que duermen con sus hijos y madres que los ponen en la cuna, sus razones tienen en cada caso. Pero si ambas los acogen y consuelan cuando lloran, los alimentan con cariño, los respetan y los quieren, están haciendo lo correcto. Esas razones de mujer suelen ser sólidas, ancladas en lo más profundo de su ser y sentimientos; pueden estar basadas en teorías científicas, antropológicas y psicológicas o en el desconocimiento y la ignorancia, pero en cualquier caso son las razones de esa mujer, de esa madre en concreto y tan válidas unas como otras para criar a sus hijos.

LOS SENTIMIENTOS «NEGATIVOS»

Todo un cúmulo de dispares sentimientos considerados negativos para lo que esta sociedad espera de una madre, que solo puede ser una «buena madre», van a contribuir a ahondar más en el sentimiento de culpa que entristece y hasta puede emponzoñar la vida de las madres.

Frustración. Especialmente si es el primer hijo que tenéis, puede dolerte que tu vida haya cambiado, que ya no sois dos sino tres, que durante el embarazo todo giraba en torno a ti y ahora todo gira en torno al bebé, que todo hay que organizarlo y reorganizarlo en función del más pequeño. Cansancio. Una sensación de agotamiento, de no poder más, de no dormir o hacerlo poco, de que los días pasan sin sentir y tú no logras dormir bastante. Irritación. Ante ese cansancio, se alza en ocasiones la rebelión ante la demanda continua de cuidados que tu hijo te pide: estás harta, llegas a reconocerte a ti misma con algo de miedo. Pero aún puede ser mayor la irritación e inseguridad que te provocan los consejos y opiniones de familiares, amigos y extraños sobre la crianza. Miedo. El pensar que puedes no llegar a estar a la altura de tanta responsabilidad te puede angustiar. Desconcierto. Si no experimentas ese amor que tantas veces has leído y te han dicho que sienten las madres por sus hijos, de modo inmediato y fuerte puedes llegar a pensar que tú no estabas hecha para esto, que no eres una buena madre.

LA CULPA

Ese mito ancestral de la buena madre puede conducirte a hondos sentimientos de culpa que tarde o temprano afloran a la superficie y provocan angustia. La culpa crece también al no admitir como normales sentimientos cotidianos que estás en tu derecho a experimentar porque no eres «la buena madre», sino una madre, muy posiblemente una buena madre, pero no «la buena madre». Desconocer que las decisiones que toméis sobre la crianza van a estar muy mediatizadas por vuestras creencias familiares, religiosas y culturales, pero también directamente por vuestras posibilidades personales y profesionales en cada momento, vuestras circunstancias en suma, es asumir una gran responsabilidad que puede generar culpa el día menos pensado.

La crianza será propia o delegada en familiares o guardería y de poco sirve tener sentimientos de culpa: querías criar y tuviste que trabajar, como si ambas cosas fuesen incompatibles. Si trabajas fuera de casa y es por necesidades de sustento familiar parece que la culpa se aminora, pues hay una justificación que entra dentro de las admisibles en la mujer hacendosa bíblica, pero si trabajas porque quieres, porque te gusta tu profesión, la validez moral de la elección empieza a ser difícil de compatibilizar con la misoginia subyacente en la mujer de los Proverbios.

CÓMO SOBREPONERSE

Para sobrellevar esta culpa, hay dos salidas: poder con todo, creando un nuevo mito, el de la supermujer, o admitir nuestra contingencia y límites, pero con naturalidad y orgullo al mismo tiempo. Se hace lo que se puede, de la mejor manera que se puede y teniendo en cuenta las trampas que la cultura ha puesto en nuestro camino. Decir adiós a «la buena madre» es difícil, pero no imposible.

La supermujer, buena madre, buena profesional, buena esposa y amante y buena ama de casa es una salida aparente a la presión forzada por el mito de la buena madre: poder con todo, asumirlo todo y no morir en el intento. Es una posibilidad normalmente extenuante, pero bueno, cada cual puede medir sus fuerzas y actuar en consecuencia. Yo intentaría solo eso, medir mis fuerzas previamente, y averiguar por qué quiero tomar esa decisión, si es cosa mía o impuesta por las convenciones sociales interiorizadas. He conocido desde luego madres que han optado por esta solución y, aparentemente, han aguantado y resultado increíbles a los ojos de todos. Desconozco el precio personal emocional y físico que han pagado, pero sospecho que debe ser alto.

Las más de las veces las mujeres optan por hacer lo que pueden y como pueden. Y ahí es donde entra el arte de compaginar los deseos de lo ideal con la realidad de lo posible. Ese arte se afina mucho y tiene menos carga si se hace en equipo con la pareja y otros actores invitados. Cuidar un bebé supone mucho esfuerzo, muchas horas suplementarias, mucha dedicación y no debe ser cosa solo de la madre; aparte de la lactancia materna, lo demás puede ser compartido.

Todas las soluciones son buenas si se tiene en cuenta el bien mayor del bebé. Desde criar exclusivamente al hijo renunciando a una carrera profesional (voluntariamente o impuesto por el paro y la crisis), hasta practicar una crianza compartida con la pareja u otros familiares y cuidadores contratados, que te permitan desarrollar tu trabajo en países como el nuestro, que no da demasiadas facilidades de conciliación, digan lo que digan.

Fomentar la existencia de más de un cuidador es prudente y favorable al desarrollo del bebé; el padre o pareja puede crear perfectamente lazos de apego muy beneficiosos para el desarrollo. Contribuir a la formación de múltiples vínculos de apego, creando una red de apoyo amplia basada en abuelos, familiares, cuidadores contratados, amigos o buenos compañeros parece lo más sensato y seguro en una sociedad que da pocas o débiles oportunidades reales de conciliación.

El cuidado de niños es un fenómeno multidimensional, con muchos factores que influyen en el modo de hacerlo, desde los vividos en la propia familia hasta los aprendidos culturalmente. Entre lo que se desea hacer y lo que se puede realmente suele haber un abismo que se franquea con puentes más o menos largos que tienden los padres según sus convicciones y circunstancias. La elección de uno u otro método de cuidados depende más de las circunstancias posibles que de las convicciones de madres y padres.

Cualquier método que reconozca al niño como persona digna de cariño y respeto, que necesita del amor y atención solícita y coherente de los adultos, es bueno y, probablemente, no habrá diferencias profundas en el desarrollo emocional de niños criados de una y otra manera, siempre que estas maneras respeten los mecanismos básicos de vinculación.

Y, aunque sea por una vez, al final del libro para no crear precedentes, me atreveré a aconsejarte: cuídate, reserva un tiempito para ti de vez en cuando, sigue hablando regularmente con tu pareja, sal con las amigas, constrúyete una red sociofamiliar de apoyo a la crianza de vuestro bebé. Disfruta de ti, de tu bebé y de la vida.

Que seas tan feliz como muchas que conocí.

Ah, casi se me olvidaba decírtelo: eres una buena madre y, para tu bebé, tú eres la mejor madre del mundo.