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Dormir o no dormir. El sueño

Duerme, duerme negrito

Que tu mamá está en el campo, negrito...

Te va a traer muchas cosas para ti...

Canción tradicional.

Zona del Caribe en la frontera

Venezuela-Colombia

¿Por qué no se duerme el niño de la canción rescatada del olvido por el cantor argentino Atahualpa Yupanqui?

Porque no está su madre para dormirlo y, como a muchos otros niños pequeños, le cuesta conciliar por sí solo el sueño. Tienen dificultad para dormirse y, una vez dormidos, se despiertan una o más veces en medio de la noche. Esto constituye una etapa más del desarrollo normal en los primeros años de la vida.

Desde siempre se les ha arrullado con nanas semejantes a la canción con la que comienza este capítulo. Hasta hace bien poco, esas nanas se las cantaba directamente su madre o algún familiar; hoy día, si el bebé tiene la suerte de oírlas, con frecuencia oirá la voz grabada de un cantante con mejor voz que su madre o su padre, sin duda, pero que no será la voz de ellos.

Porque dicen que tiempo no tenéis los padres. O porque os han convencido de que vuestro bebé debe dormir por sí mismo. Sin molestar a nadie. Debe hacerse independiente y autónomo, como lo será de mayor, dicen. Debe prepararse para la vida. Porque vosotros, sus padres, tenéis derecho a que os deje tranquilos un momento. Porque no debe malcriarse, dicen. Porque si ahora no aprende, no aprenderá nunca. Porque los trastornos del sueño hay que atajarlos de raíz, porque son muy frecuentes y peligrosos: de su buen y pronto control depende la vida emocional y el desarrollo futuro de vuestro hijo. En suma, debe aprender a dormir solito y pronto.

Por si leéis este libro a saltos, todo lo del párrafo anterior son afirmaciones que no se basan en pruebas válidas y publicadas y con las que, sin negar que existen verdaderos problemas del sueño en la infancia, estoy en profundo desacuerdo. Son afirmaciones basadas en opiniones de expertos, expertos en sueño, que no en niños; otras madres y otros padres, incluidos madres y padres que han intentado creer en esos expertos, tienen opiniones diferentes.

He dudado en incluir un capítulo sobre el sueño de los bebés porque creo que sería mejor que ningún profesional escribiese ni una línea más sobre el sueño de los bebés y sus «problemas». Existen en el mercado decenas de libros de ayuda a padres que intentan dar la solución a dichos problemas que son descritos en esos libros para que los padres sepan interpretarlos e incluso sepan que tienen un problema. Toda sociedad de Pediatría nacional que se precie tiene su comité o grupo específico de sueño y su guía de actuación ante los «problemas del sueño» en la infancia. ¿Para qué escribir ni una línea más al respecto, si ya está todo dicho? Pues porque considero, junto con otros médicos y psicólogos de la infancia, y junto con multitud de madres y padres, que esos libros de divulgación y esas guías científicas, en lugar de centrarse en los verdaderos problemas del sueño que pueden existir y que afortunadamente no son tan frecuentes, hacen hincapié en una situación que no es de índole médica, y que a fuerza de exponerla como problema, constituye hoy día un problema para los padres y, a fuerza de describirla como muy frecuente, se han convertido en un reto prácticamente universal para los padres. Es lo que los expertos del sueño llaman «insomnio conductual de la infancia», que consiste básicamente en la resistencia a dormirse solos, sin acompañamiento, sea al inicio del sueño, sea en los despertares nocturnos.

¿QUÉ ES EL SUEÑO?

El sueño es un estado normal que ocurre en muchos seres vivos y en el que los humanos invertimos hasta un tercio de nuestras vidas. Otros mamíferos duermen mucho más que nosotros (el oso perezoso el 80 % de su vida y el gato un 60 %, por ejemplo).

Cuando dormimos, nuestros sentidos dejan de estar alerta y apenas percibimos los estímulos del mundo exterior, estamos inconscientes, nuestros músculos se relajan, la temperatura corporal disminuye, el cuerpo descansa y se recompone, se segrega hormona de crecimiento y el cerebro, contrariamente a lo que se cree, no descansa todo el tiempo, sino que, a ratos, realiza una serie de actividades, como repararse y fijar los recuerdos, permitiendo el aprendizaje.

El sueño es, en realidad, un comportamiento biológico absolutamente necesario para vivir, tanto como el comer o beber, pero la comprensión de esa necesidad biológica está fuertemente condicionada por las creencias y valores culturales de la familia y de la sociedad concreta en que vive el niño. En Occidente resulta preocupante constatar que las expectativas respecto a cómo debe ser el sueño de los niños han sido construidas a partir de ideas difundidas por médicos, pediatras y psicólogos que atendieron únicamente las necesidades impuestas a las personas adultas que viven bajo el llamado estilo de vida occidental de las sociedades industrializadas y no tuvieron en cuenta aspectos biológicos y evolutivos de los patrones del sueño en la infancia ni las propias necesidades de las personas niños. En realidad, su definición de sueño normal en el niño es «aquel que no molesta a los adultos cuidadores».

EVOLUCIÓN DEL PATRÓN DEL SUEÑO

El dormir, al igual que el caminar o el control de esfínteres, es un proceso evolutivo que se va adaptando a las necesidades de cada época de la vida. Los bebés menores de 6 meses, con solo dos fases de sueño de las cuatro que tendrá posteriormente y durante toda su vida de adulto, se despiertan con frecuencia, de día y de noche, porque necesitan comer muchas veces debido al enorme incremento de peso que realizan en esa edad. No pueden hacerlo en gran cantidad cada vez porque su estómago es pequeño, así que no les queda más remedio que comer pequeñas cantidades muchas veces.

Entre los estudiosos del tema hay cada vez más consenso en que esta actitud de despertarse frecuentemente e interactuar con sus padres forma parte del programa de vinculación y desarrollo de la afectividad con el que los bebés vienen al mundo para asegurar su supervivencia y socialización.

Aunque tu bebé de pocos meses dormirá la mayor parte del día y muchas más horas que tú, sus ciclos de sueño son muy cortos y muy diferentes a los tuyos, pudiéndote dar la sensación de que no duerme y, sobre todo, no dejándote dormir como hasta ahora dormías.

Conviene que conozcamos algo sobre la evolución del sueño a lo largo de la vida. Al nacer, y durante todo el primer año de vida, los bebés duermen una media de 14 horas diarias, con variaciones entre los muy dormidores, que lo hacen entre 16 y 20 horas al día, y los poco dormidores, que pueden dormir 10-11 horas al día. A los 3 años, la media de dormir diaria baja a 13 horas con variaciones entre 10 y 15 horas, pero tan normal es el que duerme 10 como el que duerme 15.

Todo esto es mucho más de lo que dormimos los adultos con nuestra media de apenas 8 horas. ¿Cómo es posible, pues, que durmiendo tanto los bebés, se haya armado tanto revuelo con sus problemas del sueño? ¿Por qué tantas madres y padres se quejan de que duermen mal desde que nació su bebé? La respuesta es múltiple, pues tiene que ver con la distinta forma de dormir que tienen los niños de los adultos, con el estilo de vida occidental (incluyendo los hábitos de dormir), con las expectativas que los padres tienen sobre el sueño de sus hijos y con lo que se les recomienda desde el grueso de la Pediatría y Psicología oficial.

Para que te hagas una idea, los primeros 3-4 meses los bebés duermen períodos que pueden durar de una a tres horas interrumpidos por tiempos de vigilia (estar despiertos) de alrededor de una a dos horas y vuelta a dormir. No distinguen para nada el día de la noche, duermen y se despiertan cíclicamente tanto de día como de noche.

De los 4 a los 12 meses, los períodos de sueño pueden durar un poco más, de tres a seis horas; empiezan a distinguir el día de la noche, y algunos son capaces de dormir seis o más horas por la noche y realizar dos o tres siestas diurnas de una a tres horas.

Entre el 1 y los 3 años, de las diez a quince horas diarias que duermen, la mayor parte son nocturnas con una siesta diurna de dos a cuatro horas y presentan con frecuencia despertares nocturnos.

El sueño en los humanos (y en muchos mamíferos que se sepa) se organiza en varios ciclos compuestos cada uno de dos fases principales: una llamada de sueño tranquilo (ST) y otra llamada de sueño activo (SA). Tras cada ciclo hay un pequeño despertar (d) que ni siquiera solemos recordar y vuelta a empezar. Al dormir, los adultos entramos poco a poco en la fase de sueño tranquilo, que viene a durar entre 60 y 70 minutos, tras la cual entramos en la fase de sueño activo durante 20 a 30 minutos, pasados los cuales nos despertamos (d) unos segundos (es ahí donde a lo mejor nos damos la vuelta o nos tapamos con la sábana, sin acordarnos de nada al día siguiente) y, posteriormente, volvemos a entrar en fase de sueño tranquilo y así sucesivamente. En una noche podemos repetir de 4 a 5 ciclos hasta despertarnos de verdad.

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¿Por qué se llaman sueño tranquilo y sueño activo estas fases del sueño?

En la fase de sueño activo el cerebro está prácticamente despierto, muy alerta y trabajando mucho en sus cosas, reorganizándose y fijando los recuerdos, o sea la memoria, por lo que se cree que esta fase del sueño es fundamental para conseguir el aprendizaje. Curiosamente, en esta fase, el cerebro deja al cuerpo prácticamente paralizado, como si necesitase que nada ni nadie le molestase. En esta parte del dormir, como el cerebro está muy activo, los sentidos están muy alerta y es fácil despertarse al menor estímulo. Es también en esta fase en la que se producen la mayor parte de sueños y pesadillas que recordamos. La cantidad total de tiempo que permanecemos en forma de sueño activo suele ser de la tercera a quinta parte del total de horas dormidas.

En la fase de sueño tranquilo el cerebro va disminuyendo poco a poco su actividad a lo largo de tres etapas de mayor intensidad de sueño hasta estar profundamente dormido y desconectado. Deja que el cuerpo descanse y se recupere, se segrega hormona de crecimiento y se forman proteínas en el organismo; es un sueño reparador del cuerpo.

Los adultos y niños mayores de 6-7 meses empezamos en fase de sueño tranquilo durante una hora y luego entramos en fase de sueño activo en la última media hora del ciclo, nos despertamos unos segundos y volvemos a empezar con otro ciclo y otro y otro hasta que nos despertamos definitivamente.

Hay varias diferencias importantes entre este dormir «adulto» y el sueño durante los primeros tres o cuatro meses de vida:

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Aunque a partir del segundo semestre de la vida van apareciendo las fases de sueño del adulto, el inicio del sueño, su periodicidad y duración son muy diferentes, con frecuente rechazo a iniciarlo por la angustia de la separación de la figura del cuidador principal (la madre normalmente), por los frecuentes despertares debidos a la adaptación a las nuevas fases de sueño adquiridas, por la menor duración del ciclo completo de sueño (la mitad que en el adulto) y por la ansiedad que pueden provocar los sueños, en directa relación con lo vivido durante el día. Solo a los 5-6 años, la misma época en que se suele alcanzar la plena maduración del esfínter vesical (de la vejiga), con desaparición de la enuresis nocturna (hacerse pipí por la noche), se consigue un patrón de sueño ya muy parecido al de la vida adulta.

¿Para qué nos sirve conocer algo de todos estos tecnicismos sobre el sueño? Pues para comprender lo diferente que es el sueño de los bebés, saber cuándo es más fácil que se despierten y cuándo menos, entender lo importante que es el que duerman bien y se respeten sus ritmos y ver qué estrategias desarrollar para que los adultos, para quienes el sueño es también fundamental, podamos seguir durmiendo. En suma, para ver cómo se te ocurre integrar del modo más armónico posible el sueño de tu bebé y el tuyo y el de tu pareja.

Sirve también todo esto para huir de soluciones efectistas y simplistas con las que se bombardea a los padres occidentales para que aprendan a solucionar los «problemas» del sueño de sus hijos. Conozcamos, pues, también la base de estas propuestas.

LO QUE NO HACER: TÉCNICAS

DE ADIESTRAMIENTO DEL SUEÑO

Orientar a los niños en la adquisición de habilidades para el comer, control de esfínteres y ritmos de sueño, y ayudarles a establecer límites y niveles de responsabilidad en su proceso de socialización, son elementos necesarios para su propia seguridad y para su integración social. Pero todo ello hay que hacerlo desde el conocimiento de cada proceso biológico y desde un profundo respeto hacia el niño como persona.

No se puede negar la mayor: los llamados problemas del sueño de los niños han existido siempre, en toda época y todo lugar; ello viene implícito en la diferente forma de dormir que tienen niños y adultos. Se sabe que los despertares nocturnos ocurren en más de la tercera parte de niños menores de 3 años y otro tanto ocurre con la resistencia a dormirse. Se conocen escritos acerca de los remedios para que los bebés duerman que datan de la época romana, así que no lo neguemos: tenemos un problema. Lo que sí hemos de negar es que el problema lo tengan los niños: son los adultos quienes tienen problemas con el especial sueño de los niños. También sabemos que nunca en la historia de la humanidad ha habido tanta preocupación por el sueño de los niños como en los últimos 100 años en la sociedad occidental.

La cultura nos dice dónde hay que dormir, cuánto, cómo y con quién hay que dormir. Así, una función orgánica, el dormir, se convierte, como la lactancia y otros fenómenos biológicos, en un fenómeno sociocultural.

Es la cultura la que determina si hay problemas en el sueño, de tal manera que un problema del sueño lo tiene aquel sueño que no se adapta a lo que se entiende por sueño «normal» en esa cultura. Lo que en Italia o España se puede considerar normal, por ejemplo la hora tardía de acostar a los niños, no lo es un poco más al norte o en el mundo anglosajón y viceversa. Las costumbres en torno al sueño no son las mismas en EE.UU. que en Japón, en donde el que los niños compartan cama con los padres u otros adultos de la familia está integrado en la cultura.

A lo largo del siglo XX, el modelo que se impone y propaga desde el mundo anglosajón logra sacar a los niños de la cama familiar por primera vez en la historia de forma sistemática y con argumentos extraídos de diversas fuentes: puritanismo, higienis-mo, psicoanálisis, individualismo, etc. Se sugiere que los malos hábitos del sueño en niños acaban provocando en la etapa adulta problemas de inmadurez emocional. Médicos, pediatras, psicólogos, profesores y otros teóricos difunden técnicas conductistas para enseñar a dormir a los niños, logrando crear un paradigma único y excluyente: «Los niños tienen que aprender a dormir, a dormir solos y eso se puede adiestrar y son los padres los encargados de hacerlo.» Los padres, cuyos niños no duermen como viene descrito en esos métodos, acaban pensando que algo están haciendo mal.

Estas ideas tienen poco que ver con el desarrollo del sueño de los niños, pues pretenden adelantar etapas. Es como si nos empeñamos en que un bebé de 9 meses controle ya el pipí. Además, se basan en una idea falsa: «Los bebés tienen que aprender a dormir.» Todos los bebés sanos saben cómo dormir sin que se lo enseñen; lo que no saben es cómo queremos los adultos que duerman.

Para condicionar algo en un animal o una persona, se puede hacer con dos tipos de estímulos: positivos o de recompensa (cada vez que haces algo bien, como yo quiero, te premio) y negativos o de castigo. Son más efectivos y más agradables para conseguir la conducta que se quiere los estímulos de recompensa que los de castigo.

Como comprenderás el método conductista para lograr que un bebé que no se quiere dormir lo haga, no puede, por lógica, aplicar estímulos positivos («si se duerme le daré teta o biberón después» o «si se duerme le haré una sonrisa que le encantará») por la sencilla razón de que ya se ha dormido y no lo vas a despertar para darle su premio.

El método que se aplica para que los niños «aprendan» a dormirse solos tiene dos versiones, denominadas poco sutilmente «extinción estándar» y «extinción gradual». Las dos versiones tienen en común varias ideas claras: la noche es para dormir, cada uno duerme en su habitación y cada uno, desde luego, en su propia cama o cuna y de tonterías (arrumacos, nanas, etc.) nada de nada.

La extinción estándar, que yo llamaría brusca, es sencilla: cuando el bebé llora porque no se quiere dormir solo, simplemente se le ignora: se cierra la puerta de la habitación y no se abre hasta la mañana siguiente, llore lo que llore. Dicen estos expertos en sus libros que la primera noche pueden llorar media hora, pero a la siguiente solo un cuarto, a la otra cinco minutos y a la otra ya no lloran: han «aprendido» a dormir. Y parecen tener razón.

Hace años, cuando yo era residente de Pediatría, estaba prohibido que los padres estuviesen en el hospital con sus bebés hospitalizados, incluso a cualquier edad.

Los bebés lloraban unas cuantas horas y de modo intermitente, todo el primer día; volvían a llorar en la siguiente visita cuando veían a su madre a través de los cristales, pero ciertamente, llegaba el día en que muchos de ellos no lloraban ya ni al ver a sus madres. Ni cuando les pinchaban las enfermeras para ponerles una medicación.

En realidad, estos bebés corrían grave peligro de atrapar una terrible enfermedad depresiva llamada hospitalismo, causada por privación de afecto, en especial, materno.

Bueno, para padres con corazones menos rudos, otros expertos más sensibles idearon el método de la extinción gradual: el primer día cuando llore porque no quiere dormir solo en su cuna cierras la puerta y te esperas, por ejemplo, 5 minutos. Entonces, entras, sin cogerlo le dices que lo quieres mucho y vuelves a salir en menos de un minuto. Lo dejas llorar el doble de tiempo antes de volver a entrar y el doble de tiempo las siguientes veces hasta que se duerme. La noche siguiente es lo mismo pero con los tiempos incrementados al doble según una tabla de tiempos.

Esto es lo que viene a poner en la mayoría de los libros que se escriben para resolver los problemas del sueño, con honrosas excepciones. Y es que no hay nada como crear expectativas, descubrir a la población que tiene un inmenso problema y ofrecerle una solución aparentemente fácil.

El método, vendido como fácil y rápido, con cierta frecuencia requiere varias semanas de aplicación y refuerzos al pasar el tiempo o ante cambios de ambiente (vacaciones) o situaciones especiales (haber estado malito con un catarro). Además, muchos padres no lo toleran bien, sintiéndose mal al emplearlo.

Aún es peor darse cuenta de que el método se vende, no ya para niños con un problema o enfermedad, sino para todo niño, como un sistema educativo universal: «Todo niño debe aprender a dormir de esa manera y no de otra.» Y peor también el que siendo un método de terapia del comportamiento, en principio destinado a ser supervisado por psicólogos o personal avezado en estas técnicas, en implantarlas y controlar sus efectos, se deja en manos de padres y madres, que más o menos convencidos por los expertos, más o menos culpabilizados al ver las consecuencias inmediatas, las implantan sin controles adecuados.

A infinidad de madres y padres, a muchos pediatras y psicólogos y a mí, estos métodos nos parecen una barbaridad, de una crueldad increíble. Me da igual que lo propongan expertos y sociedades de sueño y que digan que no se han publicado efectos negativos a corto o a largo plazo. Me sobran las explicaciones científicas: dejar llorar a una persona sin atenderla, y nuestros hijos son personas, está mal y creo que no hay que hacerlo, es reprobable.

LO QUE HACER: CARIÑO, MIMOS,

CONOCIMIENTO, RUTINAS, SENTIDO COMÚN,

PACIENCIA Y CUIDARSE

Los que no estamos de acuerdo con esas técnicas, lo tenemos muy crudo, porque ante unos padres ojerosos, derrotados porque no duermen, agotados y buscando soluciones eficaces y rápidas, les proponemos el título de este apartado: «cariño, mimos, rutinas, sentido común, paciencia...», nada atractivo vaya, porque cariño ya se lo están dando, mimos también, sentido común no saben ya lo que es, rutinas las han perdido hace días y la paciencia se les ha agotado anteayer. Crudo, de veras, pero vamos a intentar ordenarnos las ideas.

Empecemos con el cariño y los mimos. Esto es bueno a toda hora en cualquier edad de tu bebé, sea recién nacido o tenga ya 3 años, y más, por supuesto. Pero es que es lo fundamental los primeros 6 meses de vida. No resulta bueno ni natural dejar a un bebé desconsolado sin cogerlo, hablarle, comprobar si quiere comer, ver si necesita que le cambien el pañal, si tiene frío o está demasiado abrigado y, si todo está bien, simplemente cogerlo, ponerse a su lado, que sepa que estás ahí y que, aunque no entiendes qué le pasa, estás con él. Muchas veces no es posible saber qué quiere o por qué llora. Si no descubres la causa y sigue llorando, no te desesperes ni te culpabilices por no saber qué pasa; si crees que está bien y no le pasa nada malo, quédate con tu bebé hasta que se calme. Te aseguro que los pediatras y también los expertos en sueño, la mayoría de veces no sabemos por qué lloran los niños. El mismo cólico del lactante de los primeros meses no se sabe muy bien lo que es. Convéncete de que no es culpa tuya, acompáñale en su llanto para que no sienta el desamparo y te sentirás mucho mejor; hasta es posible que perciba tu tranquilidad y se calme antes.

Por supuesto, si llora de modo demasiado agudo y prolongado, o, si no siendo un bebé muy llorón, comienza de repente a llorar de modo inesperado, puede ser conveniente descartar una enfermedad: comprueba que no tenga fiebre y valora hacer una consulta médica.

Hay expertos que piensan que el llorar es necesario incluso en lactantes muy pequeños para aliviar el estrés, las tensiones del día; no sé qué pensar de esto, pero es posible que así sea y si suele ser una tontería el decirle a una persona adulta que no llore cuando tiene una gran pena, puede que sea lo mismo para un bebé, pero eso sí, lo que nunca es una tontería es el quedarse con la persona que llora, acompañarla.

Así pues, primer pilar de la solución: acompañamiento, con cariño y con mimos; háblale despacio, calmadamente, si le cantabas alguna canción antes de nacer, cántasela mientras llora. Acarícialo despacito. Prueba si quiere comer de tu pecho o de un biberón, pero si ves que no quiere, o estás segura de que ha comido suficiente, tampoco es conveniente calmarle el sofoco poniéndole el pezón o la tetina en la boca como para que se calle. Puedes intentar acunarlo, mecerlo, pero les va mejor lentamente, no con movimientos bruscos y repetidos sino pausados.

Todo lo que sea aumentar el tiempo y calidad del contacto mejorará la situación. Venimos de un útero que nos rodeaba y tocaba casi enteramente, así que cuanto más pequeños son más les calma un contacto similar realizado al acunarlos.

Sigamos con el conocimiento y el sentido común. He visto muchos niños, he hablado con muchas madres y padres y el conjunto de lo que me han contado no es muy diferente de lo que dicen los expertos del sueño: a muchos bebés y niños pequeños les cuesta dormirse solos y se despiertan varias veces en la noche. Lo que sigue son datos que debéis conocer antes de pensar que vuestro bebé tiene un problema con el sueño:

Tanta frecuencia en una conducta en niños, por lo demás sanos, hace pensar que no puede haber tanto niño con problemas, sino más bien que los niños son así. Hay que desarrollar estrategias para amoldarse lo máximo posible dependiendo de vuestros horarios, de vuestros trabajos y de la edad de vuestro hijo.

Es preciso asegurarse de cuántas horas duerme tu bebé y ver si entra dentro de los límites que hemos hablado un poco antes. Si crees de veras que duerme muy poco, apunta durante dos o tres días el horario de lo que duerme por día para asegurarte; muchas veces estamos tan nerviosos y cansados que creemos que duermen mucho menos de lo que en realidad hacen. Si realmente compruebas que duerme sistemáticamente menos de lo que se considera normal (en general, menos de 9 horas diarias antes de los 3 años), es el momento de consultar al pediatra.

Los primeros seis meses, se despierta tantas veces y tan diferentemente a los adultos, que la principal arma que tenéis para mejorar vuestra calidad de vida y no sentiros hechos añicos es aprender a dormir con vuestro bebé. Y para ello lo más práctico resulta lo contrario de lo que algunos piensan y propugnan: instaladlo lo más cerca posible de donde dormís vosotros. En efecto, comen tantas veces al día que si lo ponéis en otra habitación vais a tener que caminar mucho y despertaros más, en especial si le das el pecho, en cuyo caso muchas madres prefieren tenerlo al lado de ellas en la cama o en una cuna adosada a la misma (consultad el apartado sobre el «colecho» en este mismo capítulo). Incluso en el caso de que le des biberón suele ser más práctico y seguro el tenerlo en la misma habitación, pues conforme crecen y comen menos frecuentemente, a veces basta una caricia o unas palabras para que se vuelvan a dormir y no hace falta más.

Una tentación que puedes tener es aprovechar que el bebé se ha dormido para hacer algo pendiente: piénsatelo bien, es más práctico aprovechar para dormir, cada hora cuenta; mira a ver si realmente lo que tienes que hacer no lo puedes hacer más que tú o si alguien puede hacerlo por ti, en cuyo caso no lo dudes, en especial si estás dando el pecho.

Personalmente, no estoy en contra de que los bebés duerman en cunas y no en la cama de los padres, siempre que sea el deseo de los padres y los bebés lo toleren. No se ha probado ningún efecto psicológico negativo a la larga. Si preferís que no duerma en la misma cama, hay que recordar que en cualquier edad de vuestro bebé la primera media hora tiene el sueño muy ligero, sea porque los primeros tres a cuatro meses empiezan a dormir en la fase de sueño activo en la que el cerebro está prácticamente despierto, sea después por empezar en la fase de sueño tranquilo, cuya primera media hora es de adormecimiento, con sueño ligero, fácil de despertar. Si lo habéis dormido en brazos acunándolo probablemente menos de media hora, no habrá quedado suficientemente dormido como para que lo dejéis en la cuna; probad a ponerlo directamente o, si no lo tolera, esperad a pasarlo de los brazos a la cuna una media hora. Si aun así no hay manera y se despierta (hay bebés que parece que la cuna les pinche), acabaréis antes acostándolos en vuestra cama (consultad el apartado sobre el «colecho» en este mismo capítulo).

Aunque muchos bebés, especialmente muy pequeños, son capaces de dormir en medio de un concierto de rock, es de sentido común a la hora de dormir disminuir todos los estímulos que puedan despertar a vuestros hijos, cuidando que el ambiente en el que duermen esté tranquilo, sin luz o con la menor posible (algunos niños mayores de 1 año concilian mejor el sueño si hay una lucecita tenue encendida en la habitación), sin ruidos, y que no haga ni calor ni frío.

Algunas cosas que pueden resultar útiles y se pueden emplear, en especial si no se comparte cama familiar:

Cuidar al cuidador: aprender a dormir los padres

Cerca de la mitad de los nuevos padres aquejáis problemas de sueño, de vuestro sueño, que os ocasionan un gran cansancio y, si no se pone remedio, puede facilitar una verdadera depresión. Esta situación es mucho más acuciante durante los tres o cuatro primeros meses tras el nacimiento, en los que las demandas de vuestro bebé son casi constantes y ponen a prueba al más pintado. Hay que diseñar estrategias entre tú y tu pareja para repartiros la faena dependiendo de vuestras circunstancias concretas: amamantar o no, trabajar uno o los dos o estar en el paro, tipo y número de horas de trabajo, tener familia extensa disponible o no, etc. Puede valer la pena tener reuniones periódicas formales de pareja para conversar sobre esto, sobre quién va a hacer qué.

El ritmo de amamantamiento inicial suele ser intenso. Alguien tiene que encargarse del resto, de todo lo demás, para que además comas, duermas y descanses, aunque sea a trompicones, todo lo que puedas y debas. Aunque tu pareja trabaje fuera de casa 8 horas, tú trabajas 24 horas al día, luego la intendencia de la casa debe ser cosa suya. El cambio de pañales, mecimientos y contacto piel con piel extras y arrullos y cantos de canciones, también debería serlo, siendo bueno además para la vinculación con vuestro bebé así como una forma de sentirse partícipe en la crianza, muy monopolizada lógicamente por el amamantamiento, que puede resultar para algunos padres o parejas excluyente. En caso de lactancia artificial, podéis hacer un plan para turnaros, en especial por las noches, y así poder descansar y dormir adecuadamente los dos.

No os apure ni incomode pedir ayuda externa, dentro de las posibilidades que tengáis: no vais a ser mejores padres por hacerlo todo vosotros. En función de vuestra situación laboral y de la disponibilidad de vuestros padres, los abuelos, y otros miembros de vuestra familia y hasta amigos de confianza, mirad a ver qué es lo que os conviene. Este período inicial desencadena sentimientos protectores hacia vuestro bebé muy fuertes, que son comunes en prácticamente todas las especies de mamíferos, en especial en la madre; estos sentimientos pueden hacer que sientas miedo o preocupación por quién y cómo cuida a tu bebé si no lo haces tú misma y, si te descuidas, puedes tener tendencia a ser excluyente en el acercamiento de los otros a tu bebé; eso no es malo pero racionalízalo un poco y déjate ayudar. Probablemente aceptarás mejor que te ayuden tus padres o suegros en temas domésticos, una barridita o fregada, por ejemplo, que en el cuidado directo de tu bebé, pero es bueno que les dejes participar también en ello, baño o cambio de pañales por ejemplo. Implica contacto directo y vinculación y viene muy bien para todos, pues es un inicio de la socialización inevitable que debe ir realizando tu hijo.

Los buenos amigos pueden ayudar mucho, pueden hacer una hora de guardia para que duermas, o hacer una compra o aquello en lo que sean hábiles. Es bueno para ellos y de nuevo forma parte del proceso de inmersión social de vuestro bebé, pues llegará el día en que no solo será vuestro. Ni que decir tiene que si vuestra situación económica es holgada y podéis permitíroslo, contratar a una persona para las tareas domésticas es una buena opción.

¿CÓMO Y DÓNDE PONERLOS A DORMIR

Y HASTA CUÁNDO?

El lugar más seguro para dormir durante todo el primer año de vida es el propio dormitorio de los padres y la postura para hacerlo es la llamada decúbito supino, que es un tecnicismo que quiere decir boca arriba. En efecto, en los últimos 20 años se ha logrado establecer que hay una relación clara entre estas dos situaciones (postura y lugar donde dormir) y la muerte súbita del lactante.

La muerte súbita del lactante, también llamada muerte en la cuna, es una trágica situación en la que un bebé sano, de entre 1 y 12 meses, sin ninguna enfermedad previa, aparece muerto mientras dormía, sin que se descubra ninguna causa, como si se le hubiese olvidado respirar. Ya sé que da escalofríos y mucho miedo solo pensarlo, pero es una situación que le puede suceder a 1 de cada 2.000 bebés. Se sabe muy poco del porqué, pero sí que se sabe bastante de cuáles son los factores que influyen. Sabemos que la frecuencia de muerte súbita es mayor si los bebés duermen boca abajo o de lado, si los padres son fumadores, si toman lactancia artificial, si duermen en habitación separada de los padres y si están demasiado arropados. Por tanto, todo lo contrario se ha visto que previene y hace disminuir la posibilidad de muerte súbita en el lactante: ponerlos a dormir boca arriba, dejar de fumar, amamantar y que duerman en la misma habitación que vosotros. Desde que, desde hace unos 20 años, se van aplicando todas estas recomendaciones, en los países en los que se ha hecho, la frecuencia de muerte súbita del lactante ha bajado a algo más de la mitad.

Ponerlos a dormir boca arriba, contrariamente a lo que se pensaba antes, no favorece el que se puedan atragantar si vomitan. Esta postura, si se sigue erróneamente a rajatabla, de día y de noche, incluso cuando están despiertos y vigilados, acaba aumentando la posibilidad de deformaciones de la parte de detrás de la cabeza que se aplana de forma más o menos simétrica; esto es llamado por los pediatras plagiocefalia y ocurre debido a que los huesos de la cabeza son blanditos y se deforman, se aplanan al estar siempre presionados por el mismo sitio. Se puede prevenir poniéndolos boca abajo con frecuencia cuando están despiertos y vigilados, permitiéndoles que rueden cuando ya saben hacerlo, portándolos en mochilas o similares y sentándolos en hamaqui-tas, para que los huesos de la parte de detrás de la cabeza descansen de la presión constante. Es bueno recordar que la postura que protege de la muerte súbita es boca arriba, no de lado.

Si no se deja de fumar, la manera de minimizar el riesgo para nuestros bebés es no hacerlo nunca dentro de casa, sacudirse la ropa y el pelo tras haber fumado antes de acercarse al bebé y no dormir con ellos.

Así pues, al menos el primer año de vida, es más prudente para el bebé y más práctico para los padres que duerma en la habitación de ellos. A partir de ahí no soy quién para decir dónde «deben» dormir los bebés. Puedo contaros lo que sé por mí mismo y lo que me han contado otras madres. En general, la mitad de los niños menores de 5-6 años no aceptan bien el dormir separados de los padres, y la otra mitad sí. Unos y otros desarrollan estrategias para alargar lo máximo posible la separación a la hora de ir a dormir y casi la mitad se despiertan por la noche y, si ya duermen en una cama de la que pueden salir, se van a dormir a la de los padres. Tienen miedo, miedo ancestral a la oscuridad, y sus posibles peligros, y a la soledad. Si habéis optado por habitación aparte y os ocurre esto, son situaciones normales que hay que ir superando poco a poco con dulzura, contando los cuentos que tengáis que contar y poniendo con inteligencia y cariño las lucecitas y límites que estiméis conveniente, pues no es práctico ni bueno alargar de modo incómodo los rituales de sueño.

TRASTORNOS DEL SUEÑO

EN LOS PRIMEROS 3 AÑOS

Hemos estado hablando todo el tiempo de las dificultades para conciliar el sueño, de los despertares nocturnos frecuentes y del rechazo a dormir solos, todas ellas situaciones que son muy frecuentes y nunca deberían haber sido consideradas enfermedades o problemas a los que poner tratamiento. Además de esto, hay una serie de situaciones que se dan durante el sueño en la infancia, muchas de ellas también normales y otras que constituyen verdaderas enfermedades.

A partir de los 9 meses algunos bebés, hasta 5 de cada 100, realizan una serie de movimientos rítmicos, repetitivos con la cabeza (jactatio capitis) o con todo el cuerpo a la hora de dormirse; pueden estar mucho rato moviendo la cabeza o balanceando todo el cuerpo, dándose golpes contra la cama, emitir palabras o sonidos repetidos, como un sonsonete, e incluso rechinar los dientes hasta dormirse del todo. Todo esto lo pueden hacer tumbados o puestos a gatas sobre la cama. Bueno, pues también es normal, no se ha asociado a ninguna enfermedad o problema psicológico que se sepa y suele desaparecer espontáneamente antes de los 3 años de edad. Hay que procurar que no se hagan daño en sus balanceos. Es bueno consultar si les impiden dormir o persisten más allá de los 4 o 5 años.

A partir de los 2 años pueden aparecer con mucha frecuencia (hasta en uno de cada tres niños) las pesadillas, que son malos sueños que despiertan al niño y se recuerdan perfectamente. La pesadilla les da miedo, tiene que ver con sustos o situaciones de ansiedad vividas en el día o días antes, de modo real (conflicto familiar) o más frecuentemente irreales (películas en la televisión). Como se acuerdan, tienen miedo y no quieren volver a dormirse, al menos solos, al no distinguir entre sueño y realidad. Hay que calmar al niño, hablar con él, asegurarle que todo va bien, prevenir que no vea la televisión, que el ambiente previo a dormir sea tranquilo, etc. Aunque ceden espontáneamente, muchas personas tienen pesadillas de vez en cuando a lo largo de la vida.

Los terrores nocturnos también pueden aparecer a partir de los 2 años, pero son mucho menos frecuentes: apenas 5 de cada 100 niños los padecen. Ocurren al final de la fase de sueño tranquilo, que es la etapa de mayor profundidad de sueño. Se produce un aparente despertar brusco, sentándose en la cama, con sensación de terror y llamada de socorro a los padres. El pequeño está francamente asustado aunque, en realidad, está dormido y no reconoce a nadie. Es preciso tranquilizarlo, pero sin despertarlo, procurar que no se caiga de la cama, permaneciendo a su lado hasta que en unos 10 minutos se vuelva a dormir, generalmente de golpe. Como esta situación ocurre en la fase de sueño más profundo, al día siguiente no va a recordar nada. Suelen desaparecer espontáneamente antes de la adolescencia y, si son muy frecuentes o largos, es mejor consultar.

Un insomnio agudo en un bebé que duerme habitualmente bien debe hacernos sospechar la presencia de una enfermedad que causa dolor o molestias: un catarro y su obstrucción de la nariz, una inflamación de los oídos —otitis—, picor en el culito por parásitos que justo salen alrededor del ano por la noche, una diarrea que le produzca dolor abdominal, etc.

Uno o dos de cada cien niños pueden presentar pausas en la respiración mientras duermen: es el llamado síndrome de apnea obstructiva del sueño; ocurre a partir del año y es debido al aumento de tamaño de las vegetaciones de la nariz y de las anginas, que impiden respirar bien. También es más frecuente en niños obesos. Estos niños roncan siempre, pero no todos los niños que roncan hacen pausas en la respiración. Si ves que tu bebé ronca y parece que para de respirar a ratitos, hay que consultar al pediatra. El tratamiento consiste en la extirpación de amígdalas (anginas) y adenoides (vegetaciones).

Otros trastornos del sueño, algunos graves, aparecen en épocas posteriores de la vida, incluso en la adolescencia; así, el sonambulismo (caminar o hablar mientras se duerme) es raro antes de los 5 o 6 años, y la narcolepsia (sueño irresistible diurno), el retraso de fase (dormirse y despertarse dos o más horas más tarde de lo habitual) y el síndrome de las piernas inquietas (molestias en las piernas que se alivian moviéndolas) se suelen manifestar a partir de la adolescencia.

EL COLECHO: ¿TÉCNICA O ESTILO DE VIDA?

Se revolvía en la yacija, sin conseguir conciliar el sueño,

cuando oyó detrás del tabique de madera pegado a su cabeza

unos débiles sollozos como de un niño que llora. [...]

Era la niña que, acostumbrada a dormir siempre con su madre,

tenía miedo en aquel exiguo camaranchón. [...]

Se la trajo a su cama calentita, la abrazó estrechándola

contra su pecho, le hizo mimitos, la arropó en su exagerada

ternura y luego, tranquila también ella, se durmió.

GUY DE MAUPASSANT (1850-1893),

La casa Tellier (París, 1881)

La niña que cuenta Maupassant en su relato es una niña mayor; tanto, que al día siguiente va a tomar la primera comunión. Duerme habitualmente con su madre y a nadie le extraña esto en la Francia, al menos rural, de finales del siglo XIX. ¡Cuánto han cambiado las cosas en apenas 100 años! Hoy día la Sociedad Francesa de Pediatría desaconseja formalmente el dormir en la cama de los padres.

Definición de colecho

El término «colecho» no existe en castellano; es un neologismo que significa compartir cama. Es la práctica de dormir los niños con un adulto, generalmente la madre, con frecuencia y bastantes horas. Puede consistir en compartir superficies distintas de la cama (sofás, sillones, etc.) y también con otros adultos (padre y madre, por ejemplo) e incluso con hermanos. No hay una práctica estándar de colecho, lo que dificulta los estudios sobre sus implicaciones.

El colecho es una práctica ancestral muy extendida en los humanos, con cifras, según los países, entre el 5 y el 100 %, dándose las cifras más bajas en Occidente desde los últimos 200 años.

El colecho tiene que ver con el estilo de crianza, con la lactancia materna y con el riesgo de muerte súbita infantil. Hay una tendencia a adoptar posturas extremas, tanto a favor, predominantemente entre madres y grupos pro lactancia materna, como en contra, sobre todo entre personal sanitario, médicos, pediatras, psiquiatras y psicólogos y, en especial, en Occidente.

Argumentos a favor del colecho

En zonas en las que el colecho está muy extendido (Japón, Hong-Kong), la muerte súbita del lactante tiene muy escasa incidencia.

Hay trabajos publicados que indican que el colecho aumenta la independencia y mejora el desarrollo psicológico de los niños y no da ningún problema conductual o de personalidad. Tampoco tiene nada que ver con el incesto.

Compartir cama facilita la lactancia materna y la producción de leche, y aumenta las horas de sueño de las madres que amamantan, pues aunque los bebés en colecho se despiertan el doble de veces que los que duermen en su cuna, los despertares son más breves y las madres, sin tener que levantarse de la cama, vuelven a conciliar el sueño antes.

Prácticas comprobadas de colecho arriesgado («colecho mal hecho»)

Vinieron por entonces al rey dos prostitutas y se presentaron ante él. [...]

«El hijo de esa mujer murió anoche porque ella se acostó sobre él. Se levantó ella durante la noche y tomó a mi hijo de mi lado mientras tu sierva dormía y lo acostó en su regazo, y a su hijo muerto lo acostó en mi regazo. Cuando me levanté de madrugada para dar de mamar a mi hijo, lo hallé muerto.»

Juicio de Salomón

1 Reyes, 3: 16-20 (mediados del siglo VI a. C.)

Históricamente, la idea de que la causa de muerte de lactantes aparecidos muertos mientras duermen es la asfixia por aplastamiento inadvertido de sus padres dura desde los tiempos bíblicos de Salomón hasta la década de 1950, en que se empiezan a investigar los factores posiblemente relacionados. No se han publicado trabajos que demuestren que el colecho, por sí solo, sea un factor que aumente el riesgo de muerte súbita del lactante, pero sí, cuando se asocia a otros factores, que serán los que habrá que evitar si el deseo de los padres es dormir con su bebé:

Como alternativa, si en vuestro caso se da alguna de estas circunstancias de riesgo, podéis practicar cohabitación con la cuna del bebé cercana a vuestra cama, pero si lo que deseáis es compartir la cama, una opción que permite ganar espacio y comodidad es una cuna sujeta a la cama, tipo sidecar (hay modelos comercializados y también se puede preparar; ojo a no dejar ningún espacio entre ambos colchones), que permite al bebé dormir sobre el colchón de su cuna al mismo nivel de vuestra cama, sin que baranda alguna os separe y tener acceso fácil tú a tu bebé y él a tu pecho.

CONCLUSIONES

Pretender adiestramientos del sueño que ignoren su natural desarrollo y difundir falsas expectativas entre los padres acerca del dormir de los niños, no parece la mejor manera de resolver conflictos, sino de crearlos, máxime cuando estos métodos suelen obviar e impedir los mecanismos de vinculación, debido a que emplean una metodología conductista con estímulos negativos (dejarlos llorar) que aumentan el nivel de estrés, produciendo hormonas (cortisol, adrenalina) que inhiben la producción de oxitocina.

En los últimos 50 años, en las sociedades occidentales y de forma masiva se han difundido prácticas de adiestramiento del sueño de los niños que levantan controversia.

Hay estudios que demuestran el riesgo emocional derivado de las situaciones de estrés pero, independientemente de las consecuencias físicas y psicológicas a corto y largo plazo que pueda tener la aplicación de este método de adiestramiento, a muchos nos resulta difícil distinguir entre la aplicación sistemática de estímulos de tipo castigo a niños y el maltrato infantil.

Frente a teorías de índole conductista, existen otras tendencias basadas en la creencia de que los niños, incluso muy pequeños, pueden entenderlo todo si se les explica adecuadamente, especialmente si se les demuestra amor, tratándolos con ternura al hacerlo.

Los tratamientos conductistas pueden resultar adecuados en casos diagnosticados y comprobados de auténtica disfunción patológica del sueño o de otra función, pero no hay razones para utilizarlos universal y rutinariamente como estilo educativo en niños sanos. En cualquier caso, y para lo que nos compete en este foro, nunca deben interferir con técnicas adecuadas de lactancia, ni con el afecto y respeto debido al colectivo más entrañable de seres humanos: las niñas y niños de corta edad.

El «colecho» es una práctica ancestral de la humanidad, prácticamente universal mientras la vivienda fue de reducidas dimensiones y muy extendida aún en nuestra sociedad. Aunque es evidente que aporta seguridad y calor a los niños y comodidad a la madre lactante, no está demostrado que sea de obligatoria necesidad para un correcto desarrollo emocional de los humanos y tampoco para mantener una lactancia materna prolongada.

El «colecho» es una opción no médica que facilita la lactancia, pudiendo resultar cómoda o no a la madre y a su pareja, por lo que se debe valorar y asumirlo o no en cada familia. Tan prejuicio es negarlo drásticamente como recomendarlo universalmente, como si de cualquiera de las dos posturas dependiese el futuro psíquico de nuestros hijos. Ambas posiciones son extremas y pueden ocasionar problemas.

SABER MÁS. REFERENCIAS

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