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EDICIONES KIWI, 2019
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Editado por Ediciones Kiwi S.L.
Primera edición, enero 2019
© 2019 Victoria Vílchez
© de la cubierta: Borja Puig
© de la fotografía de cubierta: shutterstock
© Ediciones Kiwi S.L.
Gracias por comprar contenido original y apoyar a los nuevos autores.
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Tienes en tus manos una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y acontecimientos recogidos son producto de la imaginación del autor y ficticios.
Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, negocios, eventos o locales es mera coincidencia.
A todos los que os gusta el invierno, y también a los que no; sin él, nunca apreciaríamos la belleza de la primavera.
—Tienes que hablar con tu hermano —le dijo la señora Donaldson.
—Lo he intentado, mamá, pero no me coge el jodido teléfono.
Sean llevaba dos días con el móvil pegado a la oreja. Primero había sido su madre la que lo había llamado muy alterada; le había costado al menos veinte minutos que se tranquilizase y le contara lo sucedido. Aun así, no había podido explicarle demasiado, ni siquiera ella sabía qué era lo que le ocurría exactamente a Cam.
Luego él se había dedicado a llamar una y otra vez a su gemelo, hora tras hora, sin obtener más respuesta que la de su buzón de voz.
—Cuida ese lenguaje, Sean —lo regañó su madre, sin perder ni un ápice de su sentido del decoro.
—¿No ha salido en todo este tiempo de su habitación? —inquirió, ignorando su comentario.
Sean empezaba a plantearse si no sería mejor coger un avión e ir él mismo a sacarlo a la fuerza. Escuchó a su madre suspirar, aquello la superaba.
—Solo un par de veces, pero ni me habla y…
No terminó la frase.
—¿Y qué, mamá?
Otro suspiro. Sean se armó de paciencia.
—Maverick estuvo ayer aquí. Le pregunté si sabía algo de lo que le había sucedido a Cam, si ellos… habían discutido o algo así. Pero no quiso decirme nada. ¿Están saliendo otra vez juntos, Sean? —Le sorprendió la pregunta. «¿Otra vez?» ¿Desde cuándo estaba su madre al tanto de lo de Cam y Maverick?—.
¿Crees que no lo sabía? ¿Que nunca me di cuenta de lo que sucedía entre ellos?
Sean no contestó. Resultaba irónico que Cam hubiera creído que nadie en su familia conocía su relación con Maverick y todos fueran conscientes de ella.
Se frotó las sienes, frustrado.
—Hay cosas de ella que Cam no sabe. Tal vez… —Se dio cuenta de que había hablado en alto y se apresuró a añadir—: Intentaré llamarlo de nuevo y ver qué puedo hacer. Si no, tendré que volver a casa.
Gracias a Dios, su madre no preguntó.
La charla no se alargó mucho más, no había demasiado que pudieran hacer
mientras Cam se negara a hablar con ellos. Se despidieron, y la señora Donaldson regresó al piso superior y se detuvo frente a la puerta de Cam. No se oía ruido alguno, pero llamó de todas formas.
—¿Cam?
Pero Cam no estaba allí. Mientras su madre hablaba con su hermano, se había escabullido hasta el jardín trasero, llevado por una necesidad que no entendía ni él, y ahora se encontraba en la cabaña del árbol. Estaba furioso y, por un momento, se sintió tentado de destrozar a golpes todo lo que allí había solo para aliviar el dolor y la sensación de traición.
No quería hablar con Sean, ni con su madre, ni con nadie, menos aún con Maverick; la sola idea de enfrentarse a ella le rompía el corazón. ¿Por qué demonios había regresado? ¿Por qué había hecho resurgir en él sentimientos que creía olvidados?
El rostro de una pequeña niña pelirroja bailó frente a sus ojos durante unos pocos segundos, y su rabia se aplacó en parte. Era tan parecida a Aria y a la vez tenía tanto de Maverick que resultaba imposible que Cam la odiase; al contrario, en todo caso, aquella pequeña era su sobrina y no tenía culpa de nada.
Se desplomó sobre el colchón, abrumado. Tenía una sobrina; Sean era el padre de una niña y Maverick su madre. Pensó entonces no solo en lo que suponía para él, sino en cómo asumiría Sean, y también Olivia, algo así.
Acababan de comprometerse, iban a casarse.
Se le escapó una carcajada cínica muy poco propia de él. Era como un jodido culebrón, solo que él era parte del enredo.
«Debiste quedarte en California», se dijo, aunque sabía que eso no hubiera cambiado las cosas.
Esa niña existía y no iba a dejar de hacerlo. Tampoco quería que fuera así, en otro momento Cam se hubiera sentido incluso ilusionado por la noticia. Pero él continuaba albergando sentimientos por Maverick que sabía que no desaparecerían así como así.
Sin embargo, las mentiras, su silencio durante años, la traición de su hermano… Eran demasiado para él. Había descartado por completo la idea de que Sean hubiera forzado a Maverick, eso sí que no podía ser verdad; ella misma lo había negado.
Le dolía el pecho, le escocían los ojos por todas las lágrimas que se había negado a dejar salir, y su mente, normalmente racional, no lograba hallar una forma de afrontar lo sucedido.
Baker Hills siempre había sido un lugar frío en invierno, pero en esos días a Maverick su clima le resultaba más inclemente que nunca.
—¿Te encuentras mejor? —le preguntó a Lily, su hija.
La niña había pasado gran parte de las fiestas arrastrando un resfriado. No estaba acostumbrada a las bajas temperaturas de Ohio, sino a la calidez de California, a la playa, la arena y el sol. La pequeña asintió, sonriendo, y Maverick le devolvió la sonrisa a pesar de todo. Ella era la razón de su regreso al pueblo.
—¿Podemos ir hoy a patinar, mami? —le pidió, esperanzada, y tosió un poco, pero se puso la mano en la boca para disimularlo.
—Ya veremos, peque. Ahora ve a recoger tus cosas. Mañana regresamos a casa.
La niña no se movió.
—¿Vendremos más veces? —preguntó, de pie frente a su madre—. Me gusta Ohio, y la nieve, y el frío.
Sonrió, y Maverick vio en ella la sonrisa de los Donaldson, la veía cada día desde hacía seis años. Agarró a la pequeña y la sentó sobre sus rodillas.
—Creo que sí —le dijo, aunque no estaba segura de que así fuera.
—¿Aunque la abuela refunfuñe?
Maverick rio; incluso Lily se daba cuenta de que su abuela no era lo que se decía una anciana entrañable.
—Aunque la abuela refunfuñe —le aseguro, susurrándole al oído.
Le hizo cosquillas y Lily saltó de sus piernas al suelo, risueña y feliz, y se marchó escaleras arriba para preparar su equipaje.
Maverick permaneció largo rato en la cocina, sentada en una silla y con la vista fija en las vetas que formaba la madera de la mesa. Todo había salido mal; Cam no quería verla siquiera, y no podía olvidar cómo la había mirado, horrorizado, al comprender lo que había sucedido. Tampoco podía culparlo por ello.
—¿Os vais?
La voz de su abuela hizo que levantara la cabeza de repente; supuso que había estado escuchando la conversación.
—Sí, mañana. Tenemos que regresar ya.
Maverick no tenía demasiado claro si la mujer querría que volvieran a
visitarla o no, aunque en el fondo quería creer que sí lo deseaba. Era muy difícil permanecer ajena al encanto de Lily, si bien, su abuela se había puesto del lado de su padre años atrás.
Cuando los padres de Maverick se habían enterado de que esta estaba embarazada, se había desatado el infierno en aquella casa. Su padre la había abofeteado y la había llamado «zorra», y su abuela no había movido un dedo para defenderla. Solo su madre se había mostrado más comprensiva a pesar de las lágrimas que había derramado. Ella sabía la forma en la que aquello afectaría a su hija, lo sabía de sobra, pero la había apoyado pese a todo.
Su padre, por el contrario, no le dio opción. Lo primero que hizo fue sacarlos a todos del pueblo para que nadie se enterase de lo sucedido, temiendo las habladurías que despertaría.
—Es una niña muy espabilada —señaló la anciana, y Maverick supo que eso sería lo máximo que obtendría de ella.
—Lo es.
Era eso y mucho más, para Maverick era lo mejor de su vida, le daba igual lo que hubiera tenido que sacrificar. Aunque su vida no hubiera transcurrido como había imaginado, no cambiaría la decisión tomada casi siete años atrás.
—Si hubiera dependido de mi padre, Lily no existiría.
—Solo quería lo mejor para ti —lo defendió la anciana.
Maverick sabía que lo haría, incluso aunque no estuviera de acuerdo con él, solo porque se trataba de su hijo. Lo entendía, podía llegar a comprenderlo, ella también era madre. Pero no dejaba de doler.
—Me llevó a rastras a una clínica, ¿lo sabías? Se lo ocultó a mi madre. En cuanto llegamos a California, aprovechó que ella había salido para llevarme allí
—le espetó, y la amargura se derramó junto con su voz—. Estaba aterrada. Yo…
yo no quería, pero a él no le importó.
Ni siquiera sabía por qué le contaba todo aquello; su abuela de sobra conocía a su propio hijo.
—No quería para ti lo mismo que para él.
Aquello terminó de enfurecerla. Para su padre ella solo había sido una carga.
—No —negó Maverick—, lo que de verdad le molestaba era verse reflejado en mí. Me odiaba, y odió a Lily incluso desde antes de que naciera. Le recordábamos todo lo que él no había sido. Todo lo que yo impedí que tuviera; según él, al menos.
Su abuela chasqueó la lengua, molesta por lo acertado de sus palabras.
Maverick se levantó y salió de la cocina.
—¿Volveréis? —preguntó la mujer, siguiendo sus pasos.
—No lo sé.
No tenía ni idea. Regresar a Baker Hills había resultado doloroso y extraño, también alentador; la había llenado de esperanza y a la vez había revelado emociones que ignoraba que siguiera albergando.
—No quiero a ese muchacho en mi puerta —soltó su abuela, cuando ya subía las escaleras.
Maverick se detuvo y giró para encararla, y el dolor reapareció en su pecho.
—No te preocupes, no va a volver. Él ya está muy lejos de aquí.
No le dio más explicaciones. Continuó ascendiendo para ir junto a su hija.
Ella era lo importante, lo único que valía la pena en aquella casa. Quizás regresar a Baker Hills hubiera sido una pésima idea, quizás su vida ya nunca volvería a estar allí.
Al llegar al piso superior, escuchó a Lily canturreando en la que había sido su antigua habitación. Se acercó de puntillas y se asomó a la puerta para observarla. Los juguetes seguían dispersos sobre la alfombra y estaba claro que no había empezado a recoger; como siempre, se había distraído. Probablemente incluso había olvidado cuál era la tarea que le había encomendado.
—¿Lily? ¿No tenías algo que hacer? —La niña ladeó la cabeza con rapidez y esbozó una sonrisa que Maverick conocía demasiado bien—. Recógelo todo,
¿vale?
—Un momento, mami. Estoy jugando.
Los «momentos» de su hija podían durar tanto como lo hiciera su interés por lo que se traía entre manos.
—Ahora, Lily. Mañana nos vamos temprano.
Pero Maverick sabía que tendría que volver a insistir varias veces antes de conseguir que le hiciera caso. Ser madre era un trabajo a tiempo completo, a veces realmente agotador, pero no se arrepentiría nunca de la decisión que había tomado.
Siete años atrás, a duras penas había logrado retrasar a su padre el tiempo suficiente para que su madre los encontrara e impidiera que él la obligara a interrumpir el embarazo. Después de aquel día, las discusiones entre sus padres se volvieron más y más habituales, y violentas, hasta que su madre reunió el valor que le había faltado durante su matrimonio y lo echó a la calle.
—Lily —le advirtió, tratando de ponerse seria.
Resultaba difícil estando en su antigua habitación. Maverick no había sido lo que se dice una niña dócil, y su hija, en eso, se parecía a ella.
La pequeña siguió a lo suyo. Maverick se acercó y terminó sentándose en la alfombra frente a ella.
—Si no recoges, no podremos ir a patinar.
A la niña se le iluminó el rostro y soltó de inmediato el peluche que tenía entre las manos.
—¿Vamos a ir al lago? ¿Vas a llevarme?
Maverick asintió.
—Solo si recoges.
Debido al catarro y la fiebre que había tenido durante varios días, apenas habían salido dos o tres veces de casa juntas durante las fiestas. En esas ocasiones, una parte de Maverick había deseado encontrarse con alguno de los Donaldson. Cualquiera de ellos se hubiera dado cuenta de que Lily era una copia pelirroja de Aria y eso la habría salvado de tener que ser ella la que lo confesara.
Era un pensamiento detestable y cobarde, y, desde luego, una idea horrible, visto el resultado. Pero después de haber visto a Cam aquel primer día en el funeral de su padre, ya había sabido que todo sería más complicado de lo que en realidad esperaba.
—Recoge rápido e iremos a patinar —le dijo a la pequeña—, pero solo un ratito, y tendrás que abrigarte bien.
Lily asintió de forma repetida y se puso a recoger corriendo. Maverick contempló como se movía a saltitos por la habitación, ajena a todo por lo que su madre había pasado en los últimos días. Para bien o para mal, Maverick decidió que continuaría siendo así.
—¿Has hablado con Sean?
Cam se estremeció al escuchar el nombre de su hermano. Negó, y su madre exhaló un largo suspiro.
—Tienes que hablar con él o conmigo, Cam, no puedes…
—Voy a volver a California —la interrumpió, desconcertándola aún más.
La mujer no sabía si alegrarse o no de que su hijo hubiera decidido regresar a la universidad. Días atrás, la noticia la hubiera emocionado, pero ahora era demasiado consciente de que Cam no estaba bien.
—Es una decisión importante —terció ella, tanteándolo—. ¿Estás seguro?
Cam asintió. No podía seguir en Baker Hills, aunque tampoco estaba seguro de que fuera capaz de enfrentarse a su gemelo. Maverick había venido a buscarlo; él le había dicho a su madre que no quería verla, y luego había espiado a través de la cortina de su habitación para observar cómo regresaba a su casa.
Su estómago se había agitado al contemplar su melena roja revuelta por el viento y había tenido que apartarse de la ventana para recuperar la calma. Ni aun así lo había conseguido.
—Me iré en un par de días —prosiguió, a pesar de que era probable que se largara al día siguiente. Aquello era una huida en toda regla—. ¿Necesitas que hable con Davis?
—No te preocupes por eso. Yo me haré cargo. —Cam se puso en pie, pero su madre lo empujó de nuevo contra el asiento—. Vas a comer —le dijo, recuperando parte de la autoridad que había perdido en aquellos días.
—Mamá…
—No. Comerás, Cam, no me importa si tengo que hacerte tragar la comida a la fuerza. Vas a alimentarte.
Evitó discutir con ella. Iba a marcharse y no quería embarcarse en una batalla que perdería de todas formas. No podía culpar a su madre por estar preocupada cuando él mismo también lo estaba. Su vida se había desmoronado con la muerte de su padre y, de nuevo, lo había hecho con la revelación de Maverick. Pero la cuestión era que no sabía qué hacer al respecto. ¿Debería saber su madre que tenía a una nieta a pocas casas de distancia?
Sean, sin duda, tendría que saberlo o… ¿lo sabría ya? ¿Se lo habría dicho
Maverick en algún momento durante su visita? ¿Por eso había ido Sean a buscarla a su casa? La señora Parker había dicho que había estado allí… Era una posibilidad que no se había planteado hasta ese momento. Su mente se negaba a pensar que Sean pudiera ocultarle algo así y menos aún que hubiera vivido siete años sabiendo que Maverick se había quedado embarazada y que no le importase en absoluto. Sean no era así; sin embargo, tampoco lo habría creído capaz de traicionarlo. Pensar en ello lo superaba, luchaba constantemente con un dolor que se volvía más y más intenso con el paso de las horas.
Debería haber hablado con su gemelo desde el momento en que había visto a la niña, pero no hacerlo constituía su único refugio; cuando se enfrentara a él, ya no habría marcha atrás.
Obedeció a su madre y se esforzó por comer algo. Luego subió a preparar sus cosas para el viaje. De repente, el ansia de abandonar Baker Hills lo quemaba por dentro. Daba igual que California tampoco le pareciera un destino más agradable que aquel. Quería irse de allí; cuanto antes, mejor.
Para cuando llegó la tarde, a Cam ya le era imposible soportar las miradas recelosas de su madre y sus atenciones. Se debatió entre encerrarse de nuevo en su habitación y salir de casa. Ganó esta última, más que nada porque la señora Donaldson se apresuró a meterse en el dormitorio de su hijo con la excusa de poner un poco de orden.
Cam se planteó subir a la cabaña, pero terminó vagando por la calle en dirección al centro del pueblo. El cielo estaba completamente despejado y hacía frío; aun así, agradeció la brisa fresca que le acariciaba la cara.
Sus pies lo llevaron hasta la calle del Lucky’s. Empezaba a anochecer y el local estaba bastante lleno. Desde el exterior, recorrió el rostro de todos y cada uno de los clientes, aunque la ausencia de una melena pelirroja ya le había dicho lo que quería saber: Maverick no estaba allí.
No quería encontrársela, no podía soportar lo que sería mirarla a los ojos de nuevo. Estaba más dolido de lo que lo hubiera estado nunca. A pesar de que no había entendido a Sean cuando este se había empeñado en negar la muerte de su padre, ahora comprendía por qué lo había hecho. Aceptarlo suponía un viaje sin retorno y, en el caso de Cam y Maverick, él no estaba preparado para realizarlo.
—¿Batido de chocolate? —le preguntó Marianne.
Cam asintió y se sentó en uno de los taburetes de la barra. La mujer le sonrió mientras se lo servía, pero él apenas si pudo devolverle el gesto.
Salir de Baker Hills era su mejor opción, su única opción, aunque eso
supusiera tener que enfrentarse a su gemelo. En realidad, quizás eso fuera lo que deseaba. Quería saber cómo, cuándo y, sobre todo, por qué.
—Hoy estás demasiado serio —señaló Marianne—. ¿Se han ido ya tus hermanos?
Tuvo que obligarse a hablar.
—Sí, de vuelta a la universidad.
—¿Y tú?
Había una pequeña multitud de clientes reclamando la atención de la dueña y del otro camarero de ese turno, ¿por qué demonios tenía que interesarse por él?
En otro momento de su vida, Cam se hubiera amonestado por esa clase de pensamiento y le hubiera contestado con cortesía, pero en ese instante…
—Me voy mañana —atinó a decir de forma brusca.
Marianne, desconcertada por su actitud, no intentó alargar más la conversación. Cam se preguntó en qué clase de persona lo estaba convirtiendo aquello. Él nunca actuaba así. Siempre había sido responsable, quizás demasiado serio, pero jamás maleducado con nadie. Fue a disculparse, pero la mujer ya estaba atendiendo a otro cliente.
Bajó la vista y se quedó mirando su batido hasta que alguien le dio un par de golpecitos en el hombro para llamar su atención. Se giró y se encontró a su prima.
—¿Qué hay, Lea? —Miró tras ella—. ¿Estás sola?
—Iba de vuelta a casa y te he visto desde fuera.
Cam echó un vistazo a su alrededor, no había ningún otro taburete libre. Ni siquiera había tocado su batido, pero sacó un billete y lo dejó sobre el mostrador.
—Vamos, te acompaño —le dijo, poniéndose en pie.
Cam huía, de todo y de todos. Llevaba semanas haciéndolo, y resultaba curioso que le brindase compañía a una persona con la que nunca había terminado de entenderse. Pero en el fondo necesitaba hablar con alguien, y Lea estaba allí.
Caminaron durante un rato el uno junto al otro sin hablar. Cam con las manos en los bolsillos y la vista clavada en el suelo, y Lea, arrebujada en su abrigo, ligeramente incómoda.
—No tenías por qué molestarte —le dijo ella, a mitad de camino.
Su casa estaba al otro lado del pueblo, justo en dirección contraria a la residencia de los Donaldson. Cam levantó la barbilla y la miró.
—Tranquila, me vendrá bien el paseo —replicó, sintiéndose un poco más él
mismo—. ¿Cómo siguen las cosas en el instituto?
—Son unos gilipollas —soltó ella, mucho menos comedida que en su conversación anterior. Suspiró—. Nada que yo no haya sido.
El comentario estuvo a punto de hacer sonreír a Cam.
—Todos pasamos por esa etapa y todos nos hemos puesto un poco gilipollas alguna vez.
Lea resopló.
—No como yo, créeme, ni como ellos —añadió, y Cam percibió la tristeza que trataba de esconder; en eso, él era un verdadero experto—. Pero supongo que me lo merezco.
Rodearon un pequeño parque infantil, a esas horas desierto, y el lago apareció ante ellos.
—Lea… —comenzó Cam.
—No me sermonees más, por favor. Sé lo que hice.
Pero Cam negó.
—Estuvo mal, muy mal —continuó, a pesar de sus protestas—. Pero no puedes seguir lamentándote ni dejar que te pisoteen. Todos cometemos errores…
Pensó en Sean y en Maverick, y en que ni siquiera les había dejado explicarse. ¿Había sido un error lo que pasó entre ellos? ¿Podía llamársele así?
Apartó el pensamiento y se concentró en su prima.
—No te culpes. Aria y Max te han perdonado y eso es lo que importa.
Lea sonrió.
—Parece que les va bien, ¿no? —le dijo, y su alegría sonó sincera, muy alejada del tono sarcástico y malintencionado al que su prima lo tenía acostumbrado.
—Están muy bien juntos —coincidió.
Se detuvieron frente a la pista de patinaje. Había aún un buen puñado de personas sobre el hielo a pesar del frío y de la hora. La Navidad poco a poco llegaba a su fin y muy pronto retirarían el árbol que presidía el lago y el resto de la decoración del pueblo, aunque todavía quedaba mucho para que el deshielo convirtiera la pista de nuevo en un lago.
—Me alegro —dijo Lea. Inspiró y observó a la gente que patinaba a pocos metros de ellos.
Su casa quedaba tan cerca que desde la ventana de su habitación podía ver el lago helado, pero ese año ni siquiera había sacado los patines del armario. Las cosas se habían puesto peor para ella después del verano y apenas contaba ya
con ninguna amiga con la que ir a patinar o a cualquier otro lugar. En realidad, no contaba con ninguna.
—¿Esa es Parker? —comentó, señalando un punto a su derecha—. Es ella,
¿no? No sabía que había regresado al pueblo.
Cam palideció. Sus ojos se desviaron al lugar que Lea había señalado y buscaron con ansiedad a Maverick. Cuando la encontró, descubrió también a su lado una pequeña figura que le daba la mano.
—¿Y esa niña? —continuó Lea, sin percatarse de la expresión inquieta de Cam—. Se parece a ella, mira su pelo… ¿Será su hija?
Él no trató de contestar, no podía. Ante su silencio, su prima se volvió para mirarlo, pero Cam continuaba con los ojos fijos en la pista.
—¿Cam? ¿Estás bien?
No agradeció la atención, pero le alivió que Lea hubiera dejado de observarlas. No tardaría en darse cuenta de a quién se parecía la niña, además de a su madre.
—Vamos. Es tarde. —Prácticamente la empujó en dirección a su casa.
—Por lo que veo, ha repetido la historia familiar… —exclamó, pero a continuación perdió parte del entusiasmo que el cotilleo había provocado en ella y no dijo una palabras más.
Cam creyó que lo había descubierto.
—¿Qué pasa? —preguntó con miedo.
Lea prosiguió andando, ahora por iniciativa propia. No le contestó hasta que estuvo en la puerta de su casa.
—Lo siento —le dijo a Cam, pero él siguió sin entender, temiendo lo peor
—. Prometí que me mantendría al margen de cualquier clase de rumores. Es una estupidez —murmuró, bajando la vista—, pero lo estoy intentando… ser una persona mejor.
Se echó a reír, avergonzada.
Cam no pudo evitar sorprenderse. Lea parecía por fin ser consciente del daño que había hecho el curso pasado. Tal vez, después de todo, su prima hubiera aprendido la lección.
Él, por el contrario, se sentía menos él mismo que nunca. Quizás todos estuvieran cambiando, quizás nada volviera a ser lo mismo a partir de ahora.
Cam abandonó Baker Hills de la misma forma en la que había llegado, aturdido, triste y con un peso extra en el corazón, uno que le obligaba a respirar con pesadez.
Apenas había dormido la noche anterior. Solo cuando el sol comenzó a llenar de luz su habitación, el agotamiento lo venció y logró descansar un poco.
Perdió parte de la mañana en la cama, pero a la hora del almuerzo ya estaba en el aeropuerto.
Había luchado consigo mismo antes de decidir subirse al taxi, porque sabía que no había vuelta atrás. Puede que Maverick ya estuviera en el mismo estado al que él se dirigía, tal vez no, tal vez se encontraba al otro lado de la calle; tanto daba una cosa como la otra, al marcharse dejaba en aquel pueblo la oportunidad de obtener las respuestas que se estaba negando. A pesar de que la niña fuera…
su sobrina, le resultaba demasiado doloroso llamar a esa puerta y hacer algo para cambiar las cosas. No era él mismo, no era más de lo que había sido desde el momento en que se enteró de la muerte de su padre. Era irónico que tampoco lo fuese tratándose de una nueva vida.
Conseguir el billete que lo llevaría al otro lado del país le había costado, la noche anterior, un buen pellizco de sus ahorros, pero quedarse más tiempo parecía una opción que requería de él pagar un precio mucho más alto.
Llegó a California a primera hora de la tarde con poco más que una mochila colgada de la espalda y una bolsa pequeña. El aire cargado de humedad lo golpeó en la cara al descender del avión, aunque agradeció la temperatura, mucho más suave que la de Ohio. Se deshizo de la chaqueta y caminó en dirección a la salida. Cogería otro taxi hasta el campus.
No había avisado a Sean ni a ninguno de sus amigos de su regreso, necesitaba algo de tiempo para acostumbrarse a estar allí de nuevo, y el trayecto hasta la universidad ni siquiera alcanzaría para empezar a hacerlo. Era una pena que la ventana de su apartamento que daba a la calle fuera la de Sean, si no, hubiera empleado el mismo sistema que usaba Olivia para colarse en él, a través de la escalera de incendios.
Caminaba por la terminal de llegadas con la mirada baja, ausente y preocupado, cuando tropezó con alguien que apareció de la nada. Se disculpó
por inercia antes de darse cuenta de que el desconocido no era tal, se trataba de Sean.
—No has avisado —comentó su hermano por todo saludo, y su expresión cautelosa le dijo a Cam que no sabía muy bien a qué atenerse.
—No, y no tenías que venir a buscarme.
Sean, con los brazos cruzados sobre el pecho, observó su rostro.
—¿Me estás vacilando, Cam? —le espetó, perdiendo la paciencia—. Llevo tres putos días llamándote a todas horas. ¿Se puede saber qué demonios te pasa?
Sean estaba enfadado y no era de los que se contenía cuando era así; pero, más allá de eso, estaba preocupado por su gemelo.
—Estabas bien, o al menos parecías estarlo cuando nos fuimos —prosiguió, al comprender que Cam no tenía intención de contestar—. ¿Qué ha pasado? No es que no me alegre de que hayas regresado, pero mamá me ha llamado diciendo que ni siquiera estaba segura de que fuera aquí a donde te dirigías.
Cam apenas lo escuchaba. No podía apartar los ojos de su rostro a pesar de que era el mismo que él veía todos los días en el espejo, aunque el suyo lucía ahora unas ojeras y la sombra de una barba de la que su hermano carecía.
—No voy a hablar de esto aquí —le dijo, apartando por fin la mirada de él y echando un vistazo a la puerta de salida.
Fuera, una larga fila de taxis recogían a los viajeros para llevarlos a su destino. Todo lo que Cam deseaba era llegar hasta uno de ellos y marcharse.
—¿Aquí? ¿Y en casa? ¿Hablarás en casa? —lo presionó Sean—. Mamá se está volviendo loca de preocupación, y yo también. Olivia, Aria, Max… incluso Maya lo está.
—Ahora no —repitió, al límite de sus fuerzas.
Ni siquiera sabía si podría hablar con él en el campus. Montar un numerito en pleno aeropuerto no entraba en sus planes.
Sean gruñó, frustrado. No entendía nada.
—Vamos, te llevaré a casa —le dijo, dando por perdida esa batalla.
—No.
Sean, que ya había echado a andar hacia el aparcamiento, se detuvo y se giró para mirar a su gemelo.
—No seas imbécil, Cam. No sé qué ha pasado ni por qué te niegas a hablar conmigo, pero tu coche está ahí fuera y te juro que ahí se quedará si no vienes conmigo. Me da igual si lo roban o se lo lleva la grúa.
Esperaba que su hermano no decidiera coger el coche y se largara de allí sin
él, algo probable dado su estado. Aun así, le lanzó las llaves y Cam las cogió al vuelo. Echaron a andar en silencio, y este los acompañó durante casi todo el trayecto hasta el campus.
—¿Vas a contarme lo que está pasando? —le preguntó de nuevo, cuando se acercaban a la universidad, y esta vez su tono voz fue mucho más suave, suplicante. No obtuvo respuesta—. Cam, por favor. Eres mi hermano, mi gemelo, me duele verte así y no saber qué hacer para ayudarte. Déjame ayudarte
—rogó, sentado junto a él.
Cam no apartó la vista de la carretera y su expresión resultaba indescifrable.
A Sean nunca le había costado tanto adivinar lo que pasaba por su mente como en ese momento.
—¿Es por Maverick? ¿Esto es por ella? —aventuró, porque era lo único que se le ocurría—. Cuéntamelo, por favor.
Pero Cam estalló al escuchar ese nombre.
—¡No puedes! —gritó, y su voz retumbó en el interior del habitáculo—. No quiero que me ayudes. No tienes por qué saberlo todo de mí, Sean. ¡No tenemos por qué compartirlo todo!
Sean enmudeció al escucharlo. Había rabia en su voz, rabia y dolor, y una amargura que salía de lo más hondo de su pecho. Sin embargo, Sean estaba seguro de que había pulsado la tecla adecuada al mencionar a Maverick. Se trataba de ella, ¿de quién si no?
Suspiró y se tragó un montón de palabras que no creía que fueran bien recibidas en ese momento. No ganaría nada discutiendo con Cam. La tensión que se respiraba en el coche, sin embargo, no disminuyó un ápice.
Cam apretaba los dientes casi con tanta fuerza como lo hacía con el volante.
Normalmente, disfrutaba conduciendo, pero en ese instante solo quería llegar al campus, bajarse del coche e interponer la mayor distancia posible entre su gemelo y él.
Le dolía pensar en lo que sabía y estar allí sentado junto a él.
Apenas aparcó, sacó la llave del motor, cogió sus cosas y se bajó del coche.
Enfiló el camino en dirección al edificio de apartamentos en el que vivían. Sean lo siguió, aunque no se esforzó para alcanzarlo. Aun así, Cam apretó el paso y subió por las escaleras para no tener que esperar por el ascensor. Jamás le había costado hablar con su gemelo y ahora se sentía incapaz.
Rato después de llegar al apartamento, Sean continuaba sin aparecer, y supuso que habría subido al piso de Olivia, su novia.
«¿Qué mierda estás haciendo, Cam?», se preguntó, ya en su dormitorio.
Si la revelación de Maverick había roto algo en su interior, lo de Sean lo estaba destrozando por completo.
Lanzó la bolsa y la mochila al suelo y se dejó caer sobre la cama, exhausto y dolorido, por dentro y por fuera. Iba a tener que hablar con Sean y tendría que hacerlo pronto. Era consciente de lo que esa conversación podía suponer para él, pero las cosas ya no podían empeorar; él no podía sentirse peor de lo que ya lo hacía.
Sean no apareció por el apartamento en toda la noche y, cuando Cam salió de su habitación al día siguiente, tampoco estaba allí. Debía de haber dormido en casa de Olivia. Aplazado su encuentro, decidió que se acercaría al edificio de administración y quizás también a hablar con sus profesores. Tal vez hubiera una manera de recuperar el tiempo que había perdido, aunque era obvio que no se graduaría ese verano.
Tener algo en lo que pensar lo ayudó a que su estómago aceptase el desayuno. Se dio una ducha rápida y se cambió de ropa, casi como si fuera un día más en la universidad y nada hubiera cambiado, a pesar de que todo estaba fuera de lugar.
No tardó mucho en estar listo, no quería cruzarse con Sean todavía. Para su sorpresa, fue Olivia la que apareció en su salón.
—Tienes que dejar de colarte por la ventana —comentó, al verla allí de pie
—. Estaba a punto de irme, Sean no está.
Se giró hacia la puerta, decidido a largarse, pero Olivia tenía otros planes para él. Unos pocos segundos después, la tenía colgada del cuello. La anestesia emocional en la que había tratado de hundirse no evitó que Cam percibiera el cariño con el que lo abrazaba.
—Me alegro de verte, cuñado —le dijo, y se rio al llamarlo así. Seguía sin creerse que fuera a casarse con Sean—. Te he echado de menos, y Perseo también.
Cuando la chica se retiró, Cam notó que algo se restregaba contra sus piernas. Bajó la mirada para encontrarse con el gato de Olivia. La noche anterior no lo había visto, ni siquiera se había acordado de que estaba en el apartamento, aunque seguramente había estado durmiendo en la cama de su hermano.
Cam se inclinó para coger al cachorro, que había crecido en el escaso mes que había estado fuera, y le acarició el lomo. El gato ronroneó satisfecho por las atenciones.
—He venido a darle de comer —comentó Olivia—. ¿Vas a clase? —Cam negó y le contó brevemente su idea de ir a hablar con los profesores. No podía incorporarse a las clases así como así—. Te acompaño.
Eso no se lo esperaba.
Olivia llevaba puestos unos vaqueros y una camiseta que, por el tamaño y lo larga que le quedaba, era de su gemelo, pero ella no era de las que se preocupaba por lo que la gente pudiera pensar.
—Puedo llevarte en la moto —trató de convencerlo, al comprender que Cam pretendía negarse.
Puso tal empeño que Cam no tuvo más remedio que aceptar su compañía.
Ninguna excusa sirvió con ella, Olivia era muy insistente cuando se lo proponía y, en esa ocasión, estaba claro que quería ir con él. Cam solo esperaba no acabar gritándole también a ella.
Olivia desapareció por la escalera de incendio para ir en busca de las llaves de la moto, pero estaba ya en el callejón cuando él llegó abajo. Cam levantó la mirada hacia la ventana del apartamento de la chica y se encontró a su gemelo observándolos.
—¿Esto ha sido idea de Sean? —le preguntó a Olivia, cuando ella le tendió un casco.
—¿Tú me has visto alguna vez hacer lo que él dice? —se burló; algo que, por otro lado, era completamente cierto.
La novia de su hermano solía hacer lo que quería y cuando quería, así que, si estaba allí, era por voluntad propia. Cam suspiró y se ajustó el casco.
—No está muy contento contigo —comentó ella, refiriéndose a Sean.
Cam echó un nuevo vistazo a la ventana, pero él ya no estaba allí.
—Ya, bueno, yo tampoco lo estoy.
Ir con Olivia en moto resultaba todo un acto de fe. Conducía bien, eso había que concedérselo, pero tendía a ignorar más señales de tráfico de las que a Cam le hubiera gustado. Era la primera vez que viajaba con ella en moto y, seguramente, sería la última.
—Divertido, ¿verdad? —preguntó a Cam, al detenerse frente al edificio de administración.
Él agitó la cabeza de un lado a otro, pero no la sacó de su error.
La chica lo acompañó por el campus durante toda la mañana. No hizo preguntas incómodas y su conversación se limitó a un poco de charla insustancial acerca de las asignaturas que le quedaban por cursar a Cam para graduarse. Había esperado que empezara a interrogarlo sobre lo que ocurría entre su hermano y él. Conforme avanzaba el día, y eso no sucedió, se fue relajando.
Incluso llegó a sonreír con alguna de sus bromas. Era fácil estar con Olivia, no juzgaba a nadie. Entendía por qué su gemelo había perdido la cabeza por aquella chica.
Comieron en uno de los locales con los que contaba el campus y Cam se ofreció a pagar para agradecerle la compañía. No había sido consciente de lo mucho que necesitaba esa clase de normalidad hasta que se vio allí sentado, con Olivia devorando una hamburguesa y chupándose los dedos al terminar.
—¿Sabe mi hermano lo que eres capaz de tragar? —le preguntó, mencionando sin querer a Sean.
Olivia asintió muy tranquila a pesar de la transformación que sufrió el rostro de Cam.
—Hacemos competiciones de vez en cuando —repuso ella, y mantuvo la sonrisa en todo momento.
Se lo había puesto en bandeja, pero Olivia no hizo nada por aprovecharlo.
Cam se preguntó si no sería él el que más necesitaba hablar de aquello. Se dedicó a terminarse las patatas fritas que quedaban en su plato mientras Olivia se reclinaba en el asiento.
—Nos casaremos en verano —lo informó, poco después—. En Lostlake.
Supongo que Sean hubiera querido decírtelo él, pero ya está dicho.
—¿Este verano? —inquirió Cam, sorprendido.
Olivia realizó un gesto afirmativo con la cabeza.
—Es muy probable que Sean firme con los Rams, y dice que quiere ser un hombre casado para entonces…
Todo aquello era algo que debería haber sabido de labios de su gemelo; era la clase de noticia que Sean le contaría tirado en el sofá, con los pies sobre la mesa, mientras compartían una cerveza, sin ceremonia alguna.
Pensó en Lostlake, el lugar en el que pasaban las vacaciones estivales todos los años, y pudo imaginar sin problemas a Olivia vestida de novia junto al lago de la mano de Sean, probablemente lanzándose al agua tras la ceremonia. Sería perfecto para ellos.
Sin embargo, la imagen varió de un instante a otro y se encontró contemplando a una chica pelirroja y no castaña, y a él en lugar de a su gemelo.
Había una niña también, una preciosa niña situada junto a ellos. El pensamiento lo aterró e hizo aflorar el dolor de su pecho.
—¿Estáis seguros de esto? —preguntó, sin poder evitarlo.
Muy posiblemente, Sean desconocía la existencia de esa niña y, por tanto, también Olivia.
Ella arqueó las cejas.
—Muy muy seguros —terció, sin un solo titubeo.
Por muy enfadado que estuviera con Sean, eso no cambiaría nada de lo que había pasado años atrás. Tenía que hablar con él, era lo justo para todos, incluida Olivia.
—Debería hablar con Sean —farfulló para sí mismo, pero el comentario
Esta se me metió una patata en la boca y no dijo nada. Había conseguido exactamente lo que quería.
A primera hora de la tarde, regresaron dando un largo paseo en moto por las calles y avenidas del campus. Allí no había nieve, salvo por la gran nevada que había caído en otoño, histórica en realidad; pero la cercanía de la noche siempre hacía descender la temperatura. De igual forma, Olivia parecía encantada de poder disfrutar durante un rato de su moto.
Tras aparcarla en el callejón en el que solía dejarla, la chica señaló la escalera de incendios.
—Me subo por aquí, ¿te veo luego?
Cam no estaba seguro de que fuera un pregunta, pero asintió y la dejó marchar, y con ella se fue una parte de la tranquilidad que lo había acompañado durante las horas anteriores. Se alegraba de que Olivia fuera la mujer que Sean había elegido para compartir su vida, y jamás pondría en riesgo su felicidad.
¿Cómo era posible que, sabiendo lo que él había sentido por Maverick, Sean se hubiera arriesgado a herirlo de esa forma?
«Si de verdad piensas eso de Sean, pregúntaselo de una vez».
Parecía imposible.
Creía conocer a su gemelo mejor que a sí mismo. Aquello era una locura.
«Habla con él», insistió su conciencia.
Afrontar sus miedos, el dolor o lo que viniera después, no podía ser peor que lo que estaba viviendo. Aun así, Cam no se sentía tan valiente.
Decidió que hablaría con alguien, aunque no con Sean. Siempre había protegido y apoyado a su hermana pequeña, ahora le tocaba a Aria ayudarlo a él.
Subió al apartamento y se acomodó en el sofá para llamarla con la única compañía de Perseo, el gato de Olivia. No había rastro de Sean.
—Dichosos los oídos, hermanito —lo saludó Aria en cuanto descolgó el teléfono—. No estoy segura de sí debería colgarte o comenzar a gritarte.
Cam inspiró hondo. Se había ganado la reprimenda a pulso.
—Lo siento.
—Lo siento ni siquiera se acerca a lo que quiero oír, Cam. No quiero una disculpa, no la necesito —le dijo Aria, enfadada—. Quiero la verdad, saber qué te pasa y cómo ayudarte.
Era algo muy similar a lo que le había dicho Sean, y eso lo hizo sentir aún peor.
Aria se tomó unos segundos para contestar, odiaba tener que mantener esa clase de conversación por teléfono, sin poder verle la cara a su hermano, pero sus universidades se encontraban a más de seis horas en coche. Ojalá pudiera cruzar el pasillo y llegar a su puerta como hacían cuando vivían en la misma casa.
—Por el principio, Cam. Todas las historias empiezan por el principio.
Contarle a Aria lo que había descubierto era complicado, muy complicado, pero comenzó hablándole de Maverick.
—Ella y yo… tuvimos algo hace años.
Escuchó la risa de su hermana a través de la línea. Normalmente, ese sonido le hubiera hecho sonreír.
—Me lo imaginaba. Yo era una cría, pero me daba cuenta de ciertas cosas.
—¿En serio?
—La mirabas con la misma cara de lelo que Clark Kent a Louis Lane —se burló, y Cam recordó que, por aquel entonces, Aria había tenido una extraña fijación con Superman.
Sonrió un poco, aunque su hermana no pudiera verlo, y prosiguió contándole cómo había sido para él volver a encontrarse con Maverick después de tanto tiempo, escucharla reír… Una vez que empezó ya no se detuvo, y le habló incluso de algo de lo que jamás pensó que hablaría con su hermana pequeña.
—Nos acostamos —soltó a bocajarro, con el teléfono apretado contra la oreja.
—¿Antes de que ella se fuera de Baker Hills o estas navidades?
—En ambas ocasiones —confesó Cam.
—Bueno, no puedo decir que no me lo esperara, al menos lo de estas navidades. Mi mente de hace siete años era demasiado ingenua para pensar ese tipo de cosas.
Cam escuchó la voz de Max por detrás de la de su hermana.
—¿Estás ocupada? Podemos hablar en otro momento…
—No, no lo estoy. No para ti. —Su voz sonó un poco más alejada mientras le decía a su novio que iba fuera a hablar. Tras unos pocos segundos, y el sonido de una puerta abriéndose y volviéndose a cerrar, se centró de nuevo en la conversación—. ¿Y qué ha ido mal? Porque entiendo que, si me cuentas todo esto, tenéis algún problema.
Cam suspiró. Estaba a punto de abrir también una brecha entre Sean y su hermana, y eso era algo que no quería hacer. Sin embargo, necesitaba sacarlo fuera o terminaría perdiendo la cabeza.
—Tiene una hija, Aria, una niña de unos seis años, y ella es igual que… tú.
En el silencio posterior, casi pudo escuchar la mente de su hermana procesando la información que acababa de darle.
—¡Oh, Dios!
—No es lo que piensas —aclaró—. No puede ser mía.
—No te entiendo, Cam —replicó ella—. Si se parece a mí, debería ser tu…
—Es de Sean —la interrumpió, apretando los dientes.
Se había puesto en pie y deambulaba por el salón como un animal enjaulado.
—Estás loco. No puede ser. Sean nunca te haría algo como eso —sentenció Aria, y él quiso creerla.
—Maverick y yo siempre usamos protección. Siempre —recalcó, deteniéndose junto a la pared. Apoyó la espalda en ella y se dejó caer hasta el suelo—, y nunca tuvimos ninguna clase de problema.
Un resoplido atravesó la línea.
—Los condones fallan, hermanito. Cualquier cosa puede fallar si lo comparas con el amor y la devoción que Sean siente hacia ti, y eres un jodido idiota si no te das cuenta de eso…
Su voz fue aumentando de volumen hasta que acabó gritándole que no podía entender que creyera algo así de su gemelo. Aria estaba furiosa e indignada. Cam se sintió avergonzado y permitió que le gritara su hermana pequeña; fue como una bofetada mental, como si lo sacudieran por dentro.
—No sé de quién será esa niña, pero no es de Sean —concluyó ella—.
Puede que haya sido un inconsciente la mayor parte de su adolescencia, pero nunca se acostaría con una chica por la que tú sintieras algo; ni siquiera aunque él estuviera también enamorado de ella. Deberías saberlo, Cam. Preferiría mil veces sufrir él que hacerte daño a ti.
En el fondo, Cam lo sabía, siempre lo había sabido, y aun así había dudado.
—La abuela de Maverick dijo que él la… la forzó —apenas si podía pronunciar esa palabra, no para hacer referencia a su gemelo.
—¡¿Qué?! Mierda, Cam. Eso sí que no me lo creo.
—Yo tampoco —terció él—. Maverick dijo que no había sido así. Hablaré con él —cedió, sentado en suelo, aturdido por la vehemencia de su hermana.
Era la primera vez que ella le echaba la bronca a él.
—Hazlo, y hazlo ya —exigió Aria—, o te juro que lo haré yo.
Cam permaneció un buen rato sentado en el suelo, intentando reconciliarse consigo mismo y con las emociones que había vivido en las últimas semanas. No lo había tenido fácil y no se lo había puesto fácil a los demás.
Escuchó la puerta de entrada abrirse y luego volverse a cerrar. Supuso que se trataría de Sean; Olivia era más de colarse por la ventana. Esperó hasta que su gemelo se adentró en el salón y lo descubrió tirado en el suelo. Ninguno de los dos tenía buen aspecto.
Sean se le quedó mirando unos segundos antes de hablar.
—¿Qué haces ahí? —inquirió, la voz carente de emoción.
Cam le mostró la mano en la que aún mantenía el móvil.
—Hablaba con Aria.
La respuesta sorprendió a Sean, últimamente su hermano no hablaba con nadie. Aunque también hirió un poco su orgullo; no había recurrido a él.
—Tenemos que hablar, Sean —dijo al fin.
Ambos sintieron alivio; Sean, esperando que le contara de una vez que sucedía, y Cam, sabiendo que era lo correcto. Sin embargo, entre ellos se había alzado una barrera que nunca había existido y que dificultaba más aún el mantener una conversación normal.
Sean lo pensó un momento y, a continuación, le tendió la mano a su hermano para ayudarlo a levantarse. El gesto era más que eso, era una oferta de paz, y Cam la aceptó. Se asió a él y se puso en pie. El contacto, aunque breve, resultó reconfortante. Echaba de menos a su gemelo.
—Vamos, salgamos de aquí —propuso Cam—. Será mejor que demos una vuelta mientras hablamos.
Sean no se negó. Hubiera ido hasta el fin del mundo para hablar con él.
Salieron a la calle y se subieron al coche sin mediar palabra. No se dirigían a ningún sitio en particular, pero terminaron aparcando frente al Silver’s, un local a las afueras del campus en el que solía haber actuaciones en directo varias veces en semana y al que acudían muchos alumnos de UCLA. Ese día estaba tranquilo, podrían mantener una charla mientras se tomaban algo, y Cam prefería estar en un sitio público; eso lo ayudaría a mantener la calma, o al menos eso era lo que esperaba.
Pidieron dos cervezas y se sentaron en una de las mesas. Tras un sorbo a sus respectivas bebidas, Cam se planteó cómo empezar la conversación. Sean ya estaba al tanto de su relación con Maverick, al contrario que Aria, por lo que no tenía sentido regresar hasta el inicio de esta.
No, con Sean tendría que ser más directo.
Respiró hondo varias veces, buscando el valor para soltar la bomba, pero Sean se le adelantó:
—Lo sabes, ¿no? Maverick te lo ha contado y por eso no me hablas.
A Cam se le vino el mundo encima. En el fondo, había estado convencido de que había otra explicación y de que Sean no tendría nada que ver. Él no, su gemelo no.
—Lo sabías —murmuró, y muy a su pesar no sintió ira, sino decepción.
Los ojos se le humedecieron.
—Ella me pidió que no te lo contara —explicó Sean, mientras hacía girar su botella de cerveza entre las manos, nervioso—. Y luego cuando se marchó supuse que era mejor dejarlo estar. No quería que tú sufrieras…
—¿No querías que sufriera? —lo interrumpió Cam, incapaz de callar por más tiempo. La carcajada posterior estaba cargada de cinismo—. ¿Y qué cojones esperabas, Sean? Tú sabías lo que era para mí, me lo dijiste, sabías que ella y yo estábamos juntos.
Sean agitó la cabeza, dolido por la dureza con la que su gemelo escupía cada palabra.
—Era un puto crío. ¡Yo qué sé! No sabía qué hacer y ella no quería contártelo.
Cam apretó los dientes con fuerza y un músculo palpitó en su mandíbula. A duras penas se contenía.
—Me da igual que no quisiera, tú deberías habérmelo contando —le dijo, en voz baja pero airada—. Joder, ni siquiera deberías haber tenido que contarme nada si no te hubieras acostado con ella.
La acusación desgarró su garganta al salir al tiempo que le rompía el corazón.
—¡Qué mierda dices, Cam! —soltó su gemelo, casi gritando, y la gente a su alrededor comenzó a prestarles atención—. ¿Qué se supone que significa eso?
Cam estaba haciendo un esfuerzo titánico para no levantarse e irse; era su hermano y lo quería, pero ese amor cada vez se resentía más.
—Os acostasteis, Sean, eso es lo que digo —le espetó, tratando de no
contestar también a gritos—, y el resultado es una niña idéntica a Aria que ahora tiene seis años.
La cerveza de Sean resbaló entre sus manos y cayó al suelo, pero no hizo ademán de recogerla. Abrió la boca casi tanto como los ojos, totalmente desconcertado, algo que no extrañó a Cam, estaba claro que no tenía ni idea de la existencia de la niña.
Tardó casi un minuto en reaccionar.
—Bromeas. —Fue lo único que acertó a decir, pero Cam, por desgracia, no bromeaba.
Negó con la cabeza y se bebió la mitad de la cerveza de un trago. Cualquier cosa para distraerse del infierno que se había desatado entre su gemelo y él.
—¿Tienes una hija con Maverick? —preguntó Sean, atónito.
—Tú —recalcó— la tienes.
Pero ahora fue el turno de Sean para negar.
—Eso es imposible. Maverick y yo nunca nos hemos acostado. Nunca —
recalcó—, y que hayas sido capaz de pensar que sí dice mucho de la opinión que tienes de mí. —Cam no podía creer que se hiciera el ofendido—. Si alguien de los dos es el padre, eres tú —insistió Sean—. Si Maverick te dijo que hubo algo entre nosotros, te mintió.
Cam se puso en pie, fuera de sí, y lo apuntó con el dedo.
—¡Lo has confesado, joder! Hace un momento —lo acusó, roto de dolor—, has dicho que ella no quería que me lo contaras.
Pero Sean negó de nuevo; no tenía ni idea de cómo sentirse, si cabreado por lo que Cam sugería o aliviado porque aquello no fuera más que un malentendido.
Claro que el malentendido parecía tener seis años…
—No era eso de lo que hablaba, y ahora siéntate y deja de dar el espectáculo. ¿De verdad creías que ella y yo…? Joder, hermanito, eres un gilipollas.
Cam estaba aturdido, no sabía qué pensar. No obstante, le tranquilizó que Sean fuera capaz de referirse a él como su hermano con ese tono cariñoso, a pesar del insulto. Eso fue lo único que consiguió que se sentara de nuevo.
—Usamos condón siempre, Sean.
Su gemelo hizo lo mismo que había hecho su hermana pequeña: reírse.
—Lo que yo te diga, eres un gilipollas. Espera un momento —le dijo, cambiando notablemente de actitud—, ¿tengo una sobrina?
Cam no sabía si reírse o llorar, estaba al borde del colapso.
El gemelo suspiró, no era momento para los chistes fáciles.
—¿Cómo sabes que no es tuya?
Cam le contó lo que había visto, y describió a la niña con tanta precisión que incluso él se sorprendió. Se había fijado en ella más de lo que pensaba para estar en shock.
—¿Qué dijo Maverick? —continuó interrogándolo. Pero Cam no tenía respuesta para eso—. ¿Eres imbécil? Aunque pensaras que era mía. Cam, hubiera sido tu sobrina, por el amor de Dios. ¿Huiste? ¿Así sin más?
Había estado huyendo durante semanas, por un motivo o por otro, pero siempre huyendo, encerrándose en sí mismo y manteniendo a los demás al margen.
—¡Joder, tío! Tienes una hija —repitió Sean.
—Deja de decir eso.
—Puedo dejar de decirlo, pero no por eso dejará de ser real.
Su hermano tenía razón.
Cam se levantó y fue a la barra a por otras dos cervezas. No solía beber, menos aún si salía con el coche, pero ese día lo necesitaba. Regresó a la mesa, puso la botella frente a su gemelo y se sentó de nuevo.
Apartó de su mente por el momento el hecho de que era probable que tuviera una hija, quizás buscando la forma de asimilarlo, y optó por preguntarle a Sean otra cosa.
—¿Qué me ocultabas? ¿Qué era lo que Maverick no quería que me dijeses?
Sean lucía ahora mucho más relajado que a su llegada, como si el hecho de tener una sobrina desconocida hasta ahora no le preocupara en absoluto. Pero, tras su pregunta, se incorporó en el asiento y se inclinó hacia Cam.
—Un día, la primavera anterior a que Maverick se marchara de Baker Hills, yo estaba en la cabaña solo. Maverick apareció poco después. Había quedado contigo, pero tú habías salido a ayudar a papá con algo. Siempre eras tú el que se ofrecía, yo era un jodido imbécil irresponsable —explicó, y Cam advirtió lo mucho que se arrepentía su hermano de no haber pasado más tiempo con su padre—. Estábamos los dos sentados en el colchón, solo hablábamos, te lo juro
—se apresuró a aclarar—. Apareció su padre, la había visto salir de su casa justo cuando él enfilaba la calle con el coche y la había seguido hasta nuestro jardín.
No le sentó bien encontrarnos allí, él… —hizo una pausa— la abofeteó delante de mí, le dijo que era una buscona y no sé cuántas cosas más, y le dio igual que
tanto ella como yo le dijésemos que no estábamos haciendo nada malo.
—Nunca le gustamos a esa familia —intervino Cam—. Mamá me contó que tuvieron una pelea en el instituto.
Maverick nunca había querido contarle a sus padres que Cam era su amigo, mucho menos que había algo más entre ellos.
—Se la llevó a rastras. Yo quise contártelo, Cam, pero Maverick me hizo jurar que jamás lo haría. Se avergonzaba de lo que su padre era capaz de llegar a hacer y de lo que pensaba sobre ella.
Cam suspiró y bajó la vista. Había presionado a Maverick sobre el tema.
Sabía que sus padres eran muy estrictos con ella y que no iban a permitirles salir juntos, tendría que haber sospechado que la cosa era más sería de lo que había imaginado.
—Debiste decírmelo, Sean.
—Lo sé, lo sé. Pero ella me lo pidió llorando, me dijo que nunca había ido tan lejos como para pegarle y que tú te preocuparías y te meterías en un lío por defenderla —se excusó Sean, aunque ahora sabía que hubiera sido mejor contarlo—. Yo estaba seguro de que la defenderías, Cam, que no te quedarías de brazos cruzados. Sabía que la querías, joder, al igual que lo sabía ella.
Maverick conocía sus sentimientos, sí, y aun así, aunque la obligaron a marcharse, nunca había sido capaz de llamarlo para contarle lo sucedido, para decirle que tenía una hija.
—Su abuela me dijo que la forzaste —señaló Cam, aunque sabía que aquello no tenía ni pies ni cabeza.
La expresión horrorizada de Sean le dijo todo lo que necesitaba saber.
—Yo… no, Cam. Nunca, nunca haría algo como eso a nadie —aseguró Sean, con el rostro desfigurado por la frustración, y él lo creyó.
Regresaron a casa andando a pesar de que no estaba precisamente cerca.
Ambos estaban demasiado conmocionados como para conducir. No sabían si se debía al alcohol o a la conversación que habían mantenido. Con toda probabilidad, a lo segundo; tan solo habían tomado dos cervezas. No pararon de hablar durante el trayecto. Charlaron como no lo habían hecho en semanas. Cam se descubrió sincerándose con su gemelo como pocas veces lo había hecho, mostrándoselo todo, sus miedos, el rencor, incluso el odio que se había apropiado de su voluntad. Todo. Era Sean, podía confiar en él.
Sus dudas se habían evaporado y su gemelo, aunque enfadado, olvidó enseguida la desconfianza de su hermano. Así eran los cosas entre ellos.
—Olivia estaba muy preocupada por ti. Y yo también —añadió, aunque resultaba evidente.
—Me ha dicho que os casaréis en Lostlake.
—¿Te lo ha dicho? Será… —Sean rio a pesar de todo—. Pero no te ha dicho que quiero que seas mi padrino, ¿verdad? Porque juro que la mataré si es así.
Cam se detuvo en mitad de la acera. Su pecho, por primera vez en mucho tiempo, se aligeró. Se sintió… bien.
—¿En serio?
Sean esbozó una sonrisa.
—Deja de poner esa cara de idiota. ¿De verdad creías que me casaría sin contar con el mejor padrino que podría tener?
Cam sintió que las lágrimas acudían de nuevo a sus ojos y recordó también la imagen de Maverick en el lago, no importaba que ella nunca hubiera estado allí.
—Joder, la he cagado, Sean, y ella…
¿Qué había hecho? ¡¡Tenía una hija, por Dios!! Una hija preciosa con Maverick, con la única chica a la que de verdad había amado en toda su vida.
Tenía una hija…
—Te has perdido seis años de su vida, Cam —suspiró su gemelo, agitando la cabeza—, todos nosotros lo hemos hecho. ¿No estás cabreado?
Debería estarlo. Maverick le había arrebatado cualquier posibilidad de
decisión sobre el futuro de su propia hija, no le había dado margen para hacerse cargo de su responsabilidad y, con ello, se había perdido una parte importante de su vida. Sin embargo, aún estaba asimilándolo todo, y había sentido tanto dolor desde la muerte de su padre que la noticia solo podía provocarle una inmensa alegría.
—No sé cómo sentirme —barbotó a duras penas—. Sí, supongo que sí, pero…
—Tengo una sobrina, tío. —Sean soltó una carcajada y Cam, que continuaba en shock, se unió a él—. Vuelve a contarme cómo es.
Cam le narró una vez más lo poco que sabía con todo lujo de detalles.
—Ni siquiera sé cómo se llama —señaló, al finalizar.
Sean le asestó un golpe en el hombro.
—Eres un puto imbécil, hermanito, aunque eso yo ya lo sabía. ¿Qué vas a hacer?
Cam valoró sus opciones. Maverick podía encontrarse aún en Baker Hills, pero había dicho que no iba a quedarse allí a vivir. Estaba de visita, por lo que más tarde o más temprano regresaría a California.
—No sé dónde viven…
La confesión le valió otro puñetazo de su hermano. Sean parecía encantado con la idea de tener una sobrina, y Cam no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa al pensar en que iba a ser un tío terrible, de los que consentían y urdían travesuras con sus sobrinos como si también ellos fueran aún niños; eso si Maverick les permitía acercarse a la pequeña. ¿Por qué demonios se lo había ocultado durante tanto tiempo? Con dieciséis años, resultaba obvio que no había estado preparado para ser padre, pero se hubiera hecho responsable de ella sin dudarlo.
Si quería saber dónde se encontraban, iba a tener que llamar a la abuela de Maverick, y dudaba que la mujer le fuera a contar lo que necesitaba saber. Otra opción era confesárselo todo a su propia madre y que esta se presentara en casa de los Parker y le reclamara a la anciana una dirección. Si Maverick por casualidad estaba aún en Baker Hills, la señora Donaldson podría hablar directamente con ella. O quizás lo adecuado sería que volara de nuevo a Ohio y fuera él el que llamara a su puerta.
—Ni siquiera sabe quién soy —murmuró, recordando que la niña no le había prestado la más mínima atención en el porche.
Habían cruzado una mirada, solo eso, y Cam no había apreciado señal
alguna de reconocimiento por su parte. ¿Qué le habría contado Maverick al respecto? Con seis años ya habría preguntado alguna vez por su padre…
—Eso puedes cambiarlo —replicó Sean—. Estás en tu derecho, Cam, y si Maverick la llevó a Baker Hills tal vez es porque quería contártelo y que la conocieras. Sabía que podrías verla en cualquier momento. ¿De verdad se parece tanto a Aria?
Cam asintió, distraído, pensando en qué hacer. La cabeza le daba vueltas.
—Es una pequeña versión pelirroja de ella.
—No va a haber quién aguante a nuestra hermanita —se rio Sean.
Se estaba tomando aquello extremadamente bien, claro que no era él el que acababa de descubrir que era padre.
Llegaron al edificio en el que vivían y subieron por el ascensor.
—¿Quieres que me quede esta noche? Pensaba dormir arriba, con Olivia, pero si necesitas hablar o que esté contigo.
Cam negó.
—Estaré bien, necesito pensar.
—¿Seguro? —insistió Sean, reacio a dejarlo solo—. No, me quedo. No quiero bajar mañana y encontrar que has hecho la maleta y te has pirado o cualquier cosa por el estilo.
—Tú eres el impulsivo, hermanito, no yo.
Sean arqueó una ceja.
—De vez en cuando no está mal ser impulsivo, ¿sabes? Pero preferiría que esta vez me dijeras lo que pretendes y no volvieras a hacer el capullo.
Sin previo aviso, Sean tiró de él y lo abrazó. Su relación siempre había sido buena, pero no eran unos fanáticos de las muestras de afecto. Sin embargo, Cam agradeció más que nunca el gesto. Lo necesitaba.
Sean lo soltó y se dispuso a abrir la puerta del apartamento.
—¿Sabes? —le dijo—. A papá le hubiera encantado tener una nieta.
—Lo sé —repuso Cam, con una sonrisa triste en los labios—. Y me hubiera matado de saber cómo me he comportado todo este tiempo.
Accedieron al salón y Sean fue directo hacia la cocina en busca de algo que comer. No habían cenado y las cervezas le habían abierto el apetito. Aunque seguía un poco preocupado por su gemelo, estaba seguro de que las cosas iban a empezar a cambiar desde ese momento. No volverían a ser como antes, eso era imposible, pero, con suerte, serían incluso mejores. No iba a atosigar más a Cam con su reciente paternidad, pero estaba convencido de que su hermano podría ser
un padre ejemplar si Maverick le daba una oportunidad; si alguien podía serlo, era él.
—¿Qué hay de Maverick? —gritó, con la cabeza metida en el refrigerador.
Cam lo había seguido y estaba apoyado en el umbral de la puerta, observándolo rebuscar en el interior.
—¿Maverick? ¿Qué pasa con ella?
Sean se irguió para mirarlo.
—Sigues colgado de ella. ¿Hay posibilidad de que vosotros… bueno, ya sabes, os convirtáis en una familia? ¿Es eso lo que quieres?
Cam lo pensó un momento y la idea le produjo vértigo. Sin embargo, una parte de él se enamoró de esa misma idea.
«Una familia. Una familia con Maverick», pensó para sí mismo, y sonrió.
La noche resultó larga y extraña. El paso de las horas no disminuyó el desconcierto de Cam. La tarde anterior había peregrinado por el campus en busca de soluciones para su futuro. Algunos de sus profesores se habían apiadado de él, otros le dijeron que la puerta de su despacho estaría abierta para el siguiente semestre, no antes, por lo que ya era una realidad que no se graduaría ese verano. Sin embargo, al margen de sus estudios, todo en lo que Cam podía pensar era en Maverick y en su hija.
La mañana no alivió el revuelo de pensamientos que lo asediaban, no habría alivio para él hasta que encontrara a Maverick y esta le permitiera ver a la niña.
Ambas, quería verlas a ambas.
A pesar de lo sucedido durante las fiestas entre ellos, no albergaba muchas esperanzas de que lo que él sentía por Maverick fuera recíproco. La había visto triste y titubeante, tal vez solo había ido a Baker Hills para desvelarle la existencia de la niña, y lo que había pasado fuera solo consecuencia de su relación en el pasado. Se habían acostado, pero eso no tenía por qué significar nada.
Sean ya se había marchado a clase, así que se sentó a desayunar solo y decidió llamar a su madre; más tarde o más temprano, tendría que enterarse.
La señora Donaldson recibió la noticia mejor de lo que Cam esperaba, y le echó un sermón muy parecido a los que ya había recibido de Sean y Aria. Para los Donaldson, la familia era muy importante, y aquella niña era una Donaldson.
—¿Qué tiene que ver todo esto con tu hermano? —inquirió su madre.
—¿Con Sean?
—No os hablabais —señaló la mujer, y Cam comprendió a qué se refería—.
Si me dices que Sean lo sabía y no había dicho nada, te aseguro que cogeré un vuelo a California y lo pondré en su sitio.
—No, mamá, Sean tampoco sabía nada —le dijo, cargado de remordimientos—. Él y yo… estamos bien. Solo fue un malentendido.
Hubo un silencio. Cam continuaba pensando en lo injusto que había sido con su familia y lo poco que había valorado sus esfuerzos por ayudarlo.
—No me has llamado solo para decirme que soy abuela, ¿no? —La señora Donaldson soltó una risita, algo que Cam jamás hubiera esperado de ella—.
—Tienes que ir a casa de los Parker.
Era consciente de que no resultaría un buen trago para su madre presentarse en la puerta de la abuela de Maverick, pero le explicó que no tenía ni idea de si ella aún continuaba en Baker Hills o ya había regresado a California, en cuyo caso necesitaría saber dónde vivía. Su madre aceptó el encargo encantada.
Estaba entusiasmada con la posibilidad de ver a su nieta. A Cam le sorprendió un poco su actitud, era más de lo que hubiera esperado de ella.
Tras colgar, seguía dándole vueltas al tema. No podía dejar de pensar en Maverick. Su mente volvía una y otra vez a ella, hasta que cayó en la cuenta de un detalle que había pasado por alto hasta entonces.
—¡Maverick! —exclamó en voz alta a pesar de estar solo.
Se sentó en el sofá con el móvil de la mano y abrió el navegador. Buscó la playa que le daba nombre a la chica. Maverick le había contado muchas veces de dónde provenía su familia materna; la costa oeste, California, su madre había sido surfista de joven… Al abandonar Baker Hills, era allí a donde se habían dirigido. No era gran cosa, pero sí un lugar por el que comenzar a buscar.
Localizó Half Moon Bay, la zona en la que se encontraba la playa; no era una población excesivamente grande, y Maverick había dicho que trabajaba en una cafetería. Esperaría a tener noticias de su madre, pero si ella no conseguía una dirección concreta, estaba dispuesto a plantarse en aquel pueblo y recorrer todas y cada una de las cafeterías con las que contara.
Las encontraría, no iba a parar hasta encontrar a Maverick y a su hija.
Para cuando Sean y Olivia regresaron de clases a la hora del almuerzo, Cam tenía ya preparada una lista de los locales que coincidían con la descripción que Maverick le había dado. La señora Donaldson no había dado señales de vida aún, pero él estaba más decidido que nunca.
—¿Os apetece hacerle una visita a Aria? —les preguntó, en cuanto pusieron un pie en el apartamento.
Olivia y Sean se miraron el uno al otro y luego centraron su atención en Cam.
—¿Tienes un ataque de nostalgia o algo así? —terció Olivia.
Pero Sean sonreía; de algún modo, intuía lo que su hermano se proponía.
—¿Vas a ir a por ella? —preguntó, y no se estaba refiriendo a su hermana.
—¿A por Aria? —intervino Olivia, que no entendía del todo lo que estaba sucediendo—. ¿Ha pasado algo?
Sean negó, tiró de ella y la llevó hasta el sofá. Quería conocer los planes de su gemelo.
—Vamos contigo —le dijo, y Olivia asintió.
No le importaba a dónde, un viaje siempre era una buena idea, y Cam por fin parecía más animado.
—Maverick, la playa —aclaró Cam—, está en Half Moon Bay, a una hora de coche de Berkeley. He pensado que podemos hacerle una visita a Aria.
—¿Quieres ir ahora? —lo interrogó Sean, sacando ya el móvil para mandarle un mensaje a su hermana.
—Mañana tenéis clase —repuso Cam, con tono culpable.
En realidad, él también tenía algunas, las de los profesores que habían accedido a darle una oportunidad para recuperar las que había perdido.
Sean enarcó las cejas.
—Dilo y nos vamos ahora mismo —aseguró.
Cam se preguntó cómo había podido dudar de su gemelo. Le proponía saltarse las clases, a saber con qué consecuencias, conducir unas seis o siete horas hasta Berkeley, y luego una más para llegar a Half Moon Bay, todo ello sin la mínima certeza de dar con Maverick. Sean ni siquiera conocía cuáles eran su plan para localizarla, y allí estaba, dispuesto a salir corriendo en el momento en el que él lo dijera. Olivia, a su vez, también parecía encantada con la idea de acompañarlo.
«No me los merezco», pensó.
—¿No tienes entrenamiento? —le preguntó, y Sean hizo un gesto con la mano para restarle importancia.
—Lo arreglaré, Cam. Esto es más importante. Se trata de mi sobrina.
Olivia no se puso a gritar como una loca ni pareció sorprenderse. Cam supuso que Sean la habría puesto al corriente.
—Está bien —cedió, no quería esperar más.
—Bueno —intervino Olivia, poniéndose en pie—, subiré a meter un par de cosas en una mochila.
Le dio un beso a Sean antes de encaminarse hacia la habitación de este; era obvio que pensaba subir por la escalera de incendios. Su comentario puso en marcha también a los gemelos, que se dirigieron a sus respectivos dormitorios.
—¡Aria ya está al tanto de todo! —gritó Sean, mientras preparaba sus cosas
—. Podemos quedarnos en casa de Max.
Sin responderle, Cam salió de su habitación y entró en la de su hermano.
No podía creer que, después de todo por lo que habían pasado, fueran a hacer aquello.
—Gracias, Sean —le dijo, y su voz se quebró debido a la emoción.
Su hermano levantó la vista de la mochila que había colocado sobre la cama y se volvió.
—Estás de coña, ¿no? Haría lo que fuera por verte feliz, Cam, cualquier cosa. Métetelo en la cabeza, hermanito. —Le dio un empujoncito en el hombro.
Él también se había emocionado—. Y ahora vete y acaba de recoger. Olivia no tardará mucho más.
Se turnaron para conducir hasta Berkeley. Cam tuvo que esforzarse para no pisarle de más al coche cuando estuvo tras el volante. Tomar la decisión de ir en busca de Maverick había disparado sus niveles de adrenalina, estaba desesperado por llegar.
Sean llamó a su entrenador de camino y los gritos de este se escucharon con claridad en el interior del habitáculo sin necesidad de que pusiera el manos libres. Lo amenazó con echarlo del equipo titular si no regresaba para el fin de semana a pesar de que Sean le aseguró que se trataba de una emergencia familiar. Cuando colgó, Cam le hizo prometer que volvería a tiempo, no importaba lo que sucediera. No quería que saliera perjudicado por su culpa.
Durante el trayecto, pararon para aprovisionarse de refrescos, patatas fritas y un buen surtido de snacks que hicieron las delicias de Olivia, y llegaron a Berkeley bien entrada la tarde, cansados pero felices de estar allí. Condujeron directamente hacia el piso de Max. Ya habían estado meses atrás en él. Ninguno guardaba buenos recuerdos de esa visita, pero no hicieron comentarios al respecto. No era algo de lo que quisieran hablar.
Aria los esperaba en la calle, frente al edificio en el que vivía Max, tal y como había hecho la vez anterior. Apenas Cam salió del coche, se lanzó sobre él con tanto ímpetu que estuvieron a punto de caer al suelo.
Cam la estrechó entre sus brazos con fuerza.
—Te he echado de menos —murmuró Aria contra su pecho.
Ambos sabían que no se refería solo a los días que habían pasado desde que se habían despedido en Baker Hills.
—Yo también, hermanita. Mucho.
La mantuvo un instante más entre los brazos y se permitió disfrutar del cariño que le brindaba su hermana. Fue como si recuperara una parte de sí mismo, aunque no estaba del completo, no todavía.
Se separó de Aria con una sonrisa. Le estrechó la mano a Max y los demás intercambiaron también saludos. Era tarde, demasiado tarde para comenzar su búsqueda; todo lo que podían hacer era cenar algo e irse a dormir.
Lo peor fue recibir una llamada de la señora Donaldson en la que los informó de que Maverick no estaba ya en Baker Hills. Su madre no entró en detalles, pero el encuentro con la abuela de la chica no había sido precisamente agradable. La mujer se había negado a decirle nada sobre su paradero.
—Da igual —le dijo Cam—. Pienso encontrarla de todas formas.
—No es una lista corta, Cam.
Estaban en Half Moon Bay. Max era el único que no había podido unirse a ellos; ese día tenía un examen que no había forma de que pudiera eludir. Todos miraban por encima del hombro de Aria los nombres de los locales que Cam había localizado a través de internet.
—Puede que sea más —les dijo él. Algunos no constarían en el mapa que había consultado.
Sean le dio una palmada en la espalda.
—No hay problema, nos dividimos y listo.
Eso hicieron. Formaron dos parejas: Sean y Olivia irían por un lado y Aria y Cam por otro.
Si lo pensaban bien, aquello era una locura. Ni siquiera sabían si Maverick vivía en ese pueblo; o quizás sí, pero no trabajaba allí. Aunque así fuera, podía coincidir con su día libre.
Aria debió detectar la inquietud de Cam, porque se acercó a él y se colgó de su brazo.
—La encontraremos —le dijo, sonriendo para tranquilizarlo.
Cam deseaba que tuviera razón. Asintió para convencerse de ello y echaron a andar. Olivia y Sean ya iban calle abajo en dirección contraria.
A pesar de haberse levantado temprano y de emplear gran parte de la mañana en recorrer las cafeterías de la zona, sus esfuerzos no habían dado frutos aún a la hora del almuerzo. Sean y Olivia tampoco habían tenido suerte. Su hermano le había enviado un mensaje para decirle que Olivia y él iban a parar un momento para comer algo y que luego se pondrían de nuevo en marcha. Ellos decidieron hacer lo mismo; estaban muertos de hambre.
Compraron unos perritos calientes y refrescos y se sentaron en el muro que delimitaba la playa, mirando al mar. Las olas eran increíbles y no aptas para novatos. Cam entendió por qué atraían a tantos surfistas. Había una belleza extraña e hipnótica en la forma en la que el mar cobraba fuerza y se iba levantando para dar lugar a aquellas olas inmensas.
—Siempre he querido hacer surf —comentó Aria, y le dio un mordisco a su perrito.
Su hermana se giró para mirarlo.
—¿Olivia sabe hacer surf?
Cam se encogió de hombros y sonrió. En realidad, no tenía ni idea.
—Dudo mucho que haya algo que no se atreva a hacer.
Aria estuvo de acuerdo con él.
—Es perfecta para Sean —señaló ella. Dio otro bocado, masticó y tragó antes de continuar—. Y Maverick lo es para ti.
—No quiero hacerme ilusiones, Aria, no sé si ella…
No terminó la frase, no estaba seguro de qué decir. Aunque la niña fuera hija suya, aún estaba el hecho de que Maverick jamás se hubiera puesto en contacto con él durante años.
Su hermana le dedicó una sonrisa comprensiva y, por primera vez, Cam se sintió como si ella fuera la hermana mayor y él estuviese perdido y necesitase su consejo. Tal vez fuera así. Quizás todos necesitamos a alguien que haga de hermano mayor, de amigo, que nos tienda la mano y que nos diga que todo va a salir bien.
—Eres la mejor persona que conozco, Cam. Siempre has estado ahí para mí
—le dijo Aria, manteniendo la sonrisa en sus labios—, incluso cuando yo no creía necesitarte. Te pareces tanto a papá… —Hizo un breve pausa, turbada por el recuerdo—. Maverick sabe eso, pero, si duda, muéstraselo. Terminará por verlo, igual que lo ve Sean o lo veo yo. Olvídate de lo correcto o de ser responsable, es probable que eso no sirva con ella. Sé tú mismo, sé solo Cameron James Donaldson y todo saldrá bien.
No podría haber contestado aunque hubiera querido. Se limitó a abrazarla y darle las gracias en silencio. Mientras la mantenía contra su pecho, su mirada regresó al mar. Había media docena de surfistas en el agua, pero uno de ellos llamó su atención.
—Reconocería esa melena en cualquier parte —murmuró, atrayendo la atención de Aria.
Esta lo soltó y dirigió la vista hacia la playa.
En el agua, una chica pelirroja acababa de empezar a remar sobre su tabla.
No tardó en ponerse en pie, impulsada por una ola de proporciones considerables. Se deslizó con una soltura y una gracilidad que Cam no pudo dejar de admirar, prácticamente bailaba sobre el agua, inclinándose en distintas direcciones para adaptarse a sus movimientos. Su cuerpo fluía en armonía con la
ola, y la imagen hizo que Cam evocara la sensación de su piel bajo la yema de los dedos.
La observó desde donde se encontraban mientras ella se acercaba más y más a la orilla, hasta que comprendió que su intención era salir del agua. Aria, a su lado, había permanecido en silencio, absorta también en el magnífico espectáculo.
—Debería dejaros solos —le dijo, consciente de que Maverick no tardaría en llegar a la arena—. Tranquilo, va a ir bien.
Maverick estaba preciosa, más hermosa de lo que Cam la hubiera visto jamás. El sol hacía brillar las gotas de agua de su pelo, convirtiéndolo en el fuego que él necesitaba para derretir el invierno que había creído infinito, el de su propio corazón. Mientras se acercaba a ella, solo echó de menos una cosa: su sonrisa. No había rastro de ella cuando lo descubrió a pocos metros, caminando en su dirección.
—Eso… eso ha sido increíble —le dijo, sin dejar de sonreír.
Él, al contrario que Maverick, no podía ocultar su sonrisa ni la emoción que suponía haberla encontrado.
Maverick depositó la tabla sobre la arena y tiró del velcro que cerraba el cuello de su neopreno. Estaba sorprendida, Cam era consciente de ello, la conocía bien. Sin embargo, parecía reacia a hablar. Cam esperó, podía esperar todo el tiempo que ella necesitara. Contempló cómo sacudía el pelo y echaba un rápido vistazo al agua. Un momento después, Maverick se decidió a hablar por fin.
—¿Cómo me has encontrado?
Cam pensó su respuesta durante unos segundos, mientras sus miradas se enredaban de una forma familiar, reconfortante.
—Me lo contaste hace años —abarcó la playa con un gesto de su mano—, la playa, tu nombre. Mavericks Beach.
Ella bajó la vista y se miró las manos, desconcertada.
—Me escuchabas. —Fue todo lo que dijo, y Cam pensó en decirle que había prestado atención a cada palabra que había salido de su boca. Siempre.
Avanzó unos pocos pasos hacia ella. Había tanto que quería decirle…
—¿Cómo se llama? —Cam sabía que entendería a quién se refería—.
Quiero… Necesito verla.
Maverick exhaló un largo suspiro, uno que la vació por dentro y se llevó algo más que el aire de sus pulmones.
—¿Hacer qué? —replicó él, confuso.
Maverick seguía con la vista fija en la arena. Cam deslizó los dedos bajo su barbilla y empujó hacia arriba para obligarla a mirarlo.
—Lily, su nombre es Lily, de Lilian. —Maverick asintió al descubrir su expresión de sorpresa—. Sí, como tu abuela, yo también te escuchaba.
Le había puesto el nombre de la abuela materna de Cam. La mujer había muerto cuando él rondaba los catorce años, pero él siempre la había adorado.
Había sido un golpe duro para todos los hermanos Donaldson, y que Maverick hubiera elegido ese nombre para su hija conmovió a Cam.
—Lily —repitió Cam, y el eco de su nombre le calentó un poco más el pecho.
Pero Maverick se removió, inquieta, y se apartó de él. La mano con la que Cam había sujetado su barbilla cayó a un lado.
—No deberías estar aquí.
—Ah, ¿no? —terció él, levemente enfadado—. ¿De verdad creías que lo dejaría estar? ¡Es mi hija, Mave, por Dios!
Los ojos de Maverick se clavaron él.
—Lo era también hace cuatro días —replicó, dolida—. Lo vi, Cam, vi tu rostro al mirarla. Lo mucho que te horrorizaba. —Su voz se tornó dura—.
¿Sabes? Mi padre también me miró así una vez, y no permitiré jamás que nadie lo haga con Lily. Ni siquiera tú.
No logró convencer a Maverick de que lo llevara con la niña, ni siquiera quería escucharlo. Eso lo cabreó y lo entristeció al mismo tiempo.
—¡Me lo ocultaste, joder! —le gritó desde el mismo muro en el que había estado sentado un momento antes junto a Aria.
Maverick se detuvo, descalza sobre la acera y con la tabla de surf bajo el brazo. Cuando se giró hacia él, había lágrimas resbalando por sus mejillas. Cam se arrepintió en el acto.
No podía hablarle del porqué de su expresión al descubrir a Lily en el porche de su abuela. ¿Cómo iba a decirle que había pensado que Sean y ella habían tenido algo a sus espaldas?
Se miraron en silencio, separados por varios metros de distancia. Cam no se atrevió a acercarse a ella y Maverick no parecía tener intención de volver sobre sus pasos. Deseó secar sus lágrimas y ser capaz de conseguir que dejase de llorar, pero se mantuvo inmóvil.
—Quiero volver a verla, Mave. Por favor, déjame verla.
Ella agitó la cabeza de un lado a otro, pero no había seguridad en aquel movimiento, casi parecía un simple reflejo, una madre protegiendo a su hija.
—No hace falta que le digas quién soy. Solo… deja que la vea. —Ahora sí, Cam avanzó un paso hacia ella, titubeante; odiaba la tristeza que reflejaba su mirada, y se preguntó si tanto le disgustaba que hubiera ido a buscarla—. Aria está estudiando en Berkeley y yo voy a quedarme unos días con ella —continuó, esperando disuadirla para que aceptara—. Por favor, Mave. Tú y yo deberíamos hablar. Querías explicármelo y yo no te dejé. Lo siento, déjame arreglarlo.
Avanzó un paso más. Maverick no retrocedió, así que caminó despacio hasta donde se encontraba.
—Por favor —repitió.
No le importaba suplicar.
—No me dejaron llamarte —soltó Maverick, cuando Cam estuvo frente a ella—. Al principio… mi padre me quitó el móvil y me prohibió que avisara al padre del niño o a cualquier otra persona. Luego…
Cam estiró la mano y tomó la suya con suavidad. Sus dedos estaban fríos.
—¿Qué pasó después, Mave? —Había cariño en su voz, una ternura infinita
Ardía en deseos de rodearla con los brazos y no dejarla marchar jamás. Fue consciente de ello en el instante en que Maverick lo miró a los ojos. Había estado enamorado de ella en el pasado y lo estaba ahora. Amaba a Maverick Parker. Ese pensamiento derritió cualquier rastro de hielo que quedara en torno a su corazón.
—Después yo… —tartamudeó ella, y volvió a negar con la cabeza—. No podemos hablar de esto aquí, Cam. No, yo no…
—Tranquila, solo dime cuándo y dónde. Estaré allí.
Tras esas palabras, más lágrimas acudieron a sus ojos. Cam no comprendía qué había dicho para que reaccionara así.
Sacó su móvil del bolsillo y se lo tendió.
—Apúntame tu número. Te haré una llamada perdida y puedes llamarme cuando quieras. —Cam se estaba esforzando para no presionarla, aunque todo cuanto deseaba era besarla y hacerle prometer que jamás volvería a desaparecer
—. O puedo acompañarte si quieres.
Maverick reflexionó un momento antes de contestar.
—Es tu hija —le dijo, finalmente—, tienes todo el derecho del mundo a verla.
A Cam le daba la sensación de que la idea no le entusiasmaba demasiado.
¿Era posible que no lo quisiera en su vida? ¿Que lo sucedido entre ellos en Baker Hills no hubiera significado lo mismo para ella?
Mientras Maverick tecleaba su número en el teléfono de Cam, él la observó sin disimulo. Había pasado siete años sin saber nada de ella; sin embargo, era como si nunca se hubiera ido pero estuviera a punto de hacerlo ahora. Sentía que la perdía, o quizás nunca la hubiera tenido en realidad.
—Mave, yo…
—Te avisaré —lo cortó ella—. Yo te avisaré.
«Abrázala —se dijo—. No la dejes marchar».
Pero Cam no se movió.
Maverick se deshacía en pedazos frente a sus ojos y él ni siquiera era capaz de reaccionar. Aunque continuaba sin comprender por qué nunca se había puesto en contacto con él, no podía ni imaginar lo que había supuesto para ella criar sola a su hija, ser madre con tan solo diecisiete años. Ahora comprendía que no hubiera ido a la universidad, como también podía entender que le hubiera dicho que era feliz cuando él le había preguntado. Cam había sido testigo de la forma
en la que Maverick trataba a Lily en Baker Hills, incluso mientras discutía con él, y con su abuela presente, el rostro de Maverick se había transformado al mirar a su hija y le había dedicado una de esas sonrisas que él tanto echaba de menos.
Cam trató de no pensar que la tristeza que mostraba en ese momento la provocaba él.
—Está bien —le dijo—, pero llámame, por favor.
La dejó marchar muy a su pesar, con la sensación amarga de no saber qué hacer ni qué decir para recuperar sus sonrisas, para que ella volviera a mirarlo como lo había hecho en el pasado, como Cam quería que lo hiciese. La observó mientras se alejaba cargando con su tabla, y Aria se acercó a él y se colocó a su lado. Se había mantenido al margen pero cerca, por si Cam la necesitaba.
—¿No ha ido bien? —Resultaba obvio que las cosas no habían salido como esperaba. Cam negó, pesaroso—. ¿La quieres, Cam? ¿Estás enamorado de Maverick?
—Sí. —Fue todo cuanto dijo.
No había mucho más que decir; no cuando la chica a la que amaba se estaba alejando de él.
Fueron en busca de Olivia y Sean, que habían continuado visitando cafeterías en busca de Maverick y que se entusiasmaron al enterarse de que habían dado con ella, pero la alegría les duró poco, el tiempo que tardaron en reunirse y comprobar el estado derrotado en el que Cam se encontraba.
—Tengo su teléfono —comentó Cam, aunque eso no parecía suficiente, nada lo parecía en ese momento. Mientras los ponía al corriente, se habían sentado en una de las terrazas del pequeño puerto—. Tenéis que volver —
agregó, dirigiéndose sobre todo a Sean.
Ya no tenía sentido que todos estuvieran saltándose sus obligaciones universitarias.
—Y una mierda —le espetó su gemelo—, yo quiero conocer a mi sobrina.
Aria arqueó las cejas, pero mostró su acuerdo asintiendo.
—Vais a tener que darme un poco de tiempo para conseguir eso —terció él.
Dio un sorbo a su bebida, más ausente que nunca. Sabía que se le estaba escapando algo, pero no lograba descubrir de qué se trataba.
—¿Qué vas a hacer ahora? —inquirió Aria.
Esperar, eso era lo que se suponía que debía hacer; sin embargo, se sentía incapaz de quedarse de brazos cruzados. Ya había perdido mucho tiempo, siete
Alternó la mirada entre sus hermanos; la pequeña Aria, que ya no era tan pequeña, había luchado por Max, había ido a buscarlo después de cometer el error de desconfiar de él y de sus sentimientos; a Sean, por el contrario, había sido Olivia la que había tenido que sacarlo del agujero en el que se había metido.
Ninguna de las dos parejas lo había tenido fácil, pero no se habían rendido y allí estaban. Él tampoco quería hacerlo. Al final de la historia, él quería quedarse con la chica, con las dos chicas, quería una familia. Quería esos años de vuelta, y eso era algo imposible de conseguir, pero no iba a perder ni un minuto más. No pretendía imponerle su presencia a Maverick, pero tenían que hablar, ella debía saber lo que sentía. Todo.
—¿Recuerdas lo que me dijiste, Aria? ¿Lo de mostrarle a Maverick quién soy? —Aria asintió, y le mostró su comprensión con una sonrisa—. Pues eso es todo lo que tengo, voy a enseñarle quién es Cameron James Donaldson. Ojalá sea suficiente.
—Lo será —terció Olivia, que había permanecido callada hasta entonces—.
Estoy segura de que lo será.
Maverick temblaba cuando llegó a la casa de dos plantas en la que vivía desde hacía siete años, y no temblaba debido al frío.
Su tía los había acogido sin reparos, incluso a su padre, al que nunca había soportado por la manera en la que trataba a su madre. Ella lo había echado de allí poco después. Ahora, en la casa, solo había mujeres: su madre, Lily y ella. Su tía vivía en otra de las propiedades con la que contaba en el pueblo, no muy lejos de allí.
Dejó la tabla junto a la puerta, sin molestarse en lavarla con la manguera.
En realidad, lo olvidó por completo a pesar de que era algo que hacía de forma rutinaria cada vez que llegaba de la playa. Tampoco se quitó el neopreno, sino que entró con él puesto. La voz de su madre le llegó desde la cocina, Lily estaba con ella.
—¡Ya he vuelto! —gritó desde la entrada, y enseguida se encaminó hacia ellas.
Lily echó a correr en cuanto entró en la estancia.
—Mamá, mamá —la llamó, lanzándose en sus brazos.
Maverick sonrió y la alzó en vilo; cada vez pesaba más y le costaba levantarla del suelo, pero la cargó sobre su cadera de todas formas.
—¡Estás mojada! —chilló la niña.
Riendo, se revolvió entre sus brazos y Maverick la puso en el suelo, no sin antes darle un beso en la mejilla. Lily regresó corriendo junto a su abuela. La mujer estaba preparándole la merienda a su nieta. Levantó la vista de la encimera y se percató enseguida de que algo iba mal.
—Lily, cariño, ¿por qué no vas un rato a ver la tele? —sugirió, sin dejar de mirar a Maverick—. Pero solo un ratito. Toma —le entregó un sándwich a la pequeña—. Ahora te llevo un poco de zumo.
Lily las observó a ambas con curiosidad, como si supiera que querían deshacerse de ella.
—¿Vais a hablar de cosas de mayores? —inquirió, y su abuela se echó a reír.
—Así es.
—Vamos, peque. Ve al salón. Ahora voy contigo —añadió Maverick.
La niña, no demasiado convencida, obedeció.
Becca, la madre de Maverick, comenzó entonces a recoger los restos de comida y sacó una jarra de zumo de naranja del frigorífico.
—¿Estás bien? —preguntó a su hija.
—Cam está aquí. Cam Donaldson —añadió, aunque no creía que su madre necesitara la aclaración. Estaba al tanto de una parte de lo sucedido en Baker Hills—. Hay algo que no te he dicho nunca —continuó. Rodeó la isla que presidía la cocina y se colocó junto a ella para poder hablar en voz baja y que Lily no la escuchara—. Él es el padre de Lily, no Sean.
Tuvo que explicarle algo que no había hecho hasta entonces. Sus padres nunca habían sabido a ciencia cierta quién era el padre de Lily, aunque siempre habían sospechado de los Donaldson, en concreto, de Sean Donaldson, dado que su padre la había sorprendido con él en la cabaña. Maverick dejó que pensaran que era él, aunque no lo llegó a confirmar. De algún modo, creía estar protegiendo a Cam. Todo el mundo conocía la fama de ligón de Sean ya por aquel entonces, y Maverick sabía que, de haberse tratado del gemelo más responsable de los Donaldson, sus padres podrían haberse sentido tentados de obligarlo a hacerse cargo de la niña.
—¿Cam? ¿Cam? —repitió su madre, y ella asintió—. ¿Y está aquí?
Volvió a asentir.
En un primer momento, Maverick había creído que eran imaginaciones suyas, que su mente había invocado la imagen de Cam allí, caminando hacia ella sobre la arena con un extraña expresión en el rostro. Pero era real, Cam estaba en Half Moon Bay y quería ver a su hija.
—Quiere verla.
—Está en su derecho —suspiró Becca—. No puedo creer que me mintieras acerca de esto.
—No lo hice, nunca os dije que fuera Sean.
Su madre le dedicó una mirada reprobatoria, pero hizo lo posible por no enfadarse con Maverick. No lo había tenido fácil y ya era tarde para lamentarse por el pasado.
—No sé qué decirle a Lily —repuso ella.
Tampoco sabía cómo afrontar lo que había pasado entre Cam y ella en Baker Hills, algo para lo que no había estado preparada. Pero no dijo nada a su madre al respecto, esa era una de las partes que no le había contado de su viaje.
—Sería bueno para ella conocerlo, Maverick. Es muy lista y cada vez hace
más preguntas. Ni siquiera creo que se trague eso de que su padre vive en la otra punta del mundo y no puede venir a verla.
El comentario de su madre la hizo sentir aún más culpable. Nunca había querido confesarle a su hija que la que la había mantenido al margen de su padre todos estos años era ella… ¿La odiaría por ello? Pero Cam tenía derecho a estar con ella, ese era un error que no se perdonaría fácilmente, si bien, en su momento la decisión había parecido ser la adecuada.
—Preséntaselo, que lo conozca —suspiró la mujer, y le tendió un vaso de zumo—. Luego ya encontrarás la manera de decirle quién es. A lo mejor entonces también me lo cuentas a mí —añadió, sonriéndole.
Después de ducharse, Maverick pasó un rato viendo los dibujos con Lily.
Esa tarde le tocaba trabajar, por lo que la niña se quedaría con su madre. Tendría tiempo para pensar y decidir qué hacer.
Aún sentía un hormigueo extraño en el pecho cuando entró en la cafetería en la que trabajaba. Había cogido el móvil y, al ver la llamada perdida de Cam, se había quedado varios minutos observando la pantalla. Incluso ahora, el aparato le quemaba en el bolsillo trasero del pantalón.
—¡Al fin estás aquí! —Jane, su jefa, se lanzó sobre ella y la abrazó.
Era el primer día que tenía turno después de su regreso de las vacaciones.
Jane y ella eran amigas desde hacía años, cuando Maverick había entrado allí buscando un trabajo que la ayudara a mantener a su hija y a ella misma.
—Yo también te he echado de menos —le dijo con una sonrisa.
—¿Y bien?
Maverick arqueó las cejas, aunque sospechaba lo que Jane le estaba preguntando.
—¿Y bien qué?
—No me hagas sonsacarte la información, Maverick, sabes que lo haría —
repuso, señalando la zona tras el mostrador—. Puedo tenerte fregando vasos todo el día o… mandarte a limpiar el baño si me lo pones difícil.
Maverick rio. Eso era parte de su trabajo de todas formas.
—¿Lo has visto?
Mantuvo una expresión neutra durante un instante, lo suficiente para crear expectación. Eso era lo que le gustaba de Jane, era capaz de arrancarte una sonrisa siempre, no importa lo mal que estuvieran las cosas. Fue hasta la barra y tomó uno de los delantales con el logo de la cafetería para ponérselo. Su jefa observó el proceso con atención, esperando una respuesta.
Maverick terminó de atarse las cintas y alzó la mirada.
—Lo he visto —le confirmó.
Los detalles tuvieron que esperar. Los clientes no podían hacerlo y, al local, lleno a medias, comenzó a llegar más y más gente. La amistad entre su jefa y ella era una de las pocas cosas buenas que había conllevado su traslado a California.
A ella le había confiado más cosas de su pasado que a cualquier otra persona.
Ella era la única que lo sabía todo, absolutamente todo.
Las horas desfilaron por el reloj sin pausa y de forma apresurada. El ambiente en la cafetería siempre era bueno, y mucho de los clientes, habituales.
Maverick disfrutaba de la sencillez de su labor, pero sobre todo del trato humano y la relación con las personas que allí acudían.
—¿Qué hay, Rob? —Saludó a un chico que venía siempre a media tarde.
Solía sentarse en una de las mesas junto a las cristaleras que daban al paseo y pasaba al menos dos o tres horas allí, consumiendo un café tras otro mientras escribía en su portátil. Había publicado recientemente su primera novela, el inicio de una saga de fantasía, que había escrito sentado a aquella mesa.
—Tengo una idea… —No terminó la frase, pero ella sabía lo que significaba.
Maverick le sonrió.
—Iré a por café.
Rodeó la barra y fue a por una de las jarras y una taza para servirle; Rob estaba inspirado, pero necesitaba su dosis de café para funcionar. Cuando regresó, el chico ya estaba encendiendo el ordenador. Rellenó una taza grande casi hasta el borde sin decir una palabra. Probablemente, él no volvería a abrir la boca hasta que terminara su sesión de escritura.
Maverick dejó también unas galletitas en la mesa y se retiró complacida por la expresión de concentración del muchacho. Su espalda topó con alguien y fue a girarse para pedir disculpas al cliente con el que había tropezado, pero antes incluso de volverse del todo supo de quién se trataba. El aroma de Cam se coló por su nariz y la envolvió por completo, reconocería ese olor en cualquier lugar.
Aun así, su cuerpo completó el giro y sus ojos buscaron el rostro que tan bien conocía.
Durante un instante, ninguno de los dos dijo nada. Fue Cam el que por fin se decidió a hablar.
—Hola.
—Hola —contestó Maverick.
Tiempo atrás, no hubieran tenido que hacer ningún tipo de esfuerzo para entablar una conversación, pero para Maverick resultaba extraño ver a Cam allí, dos partes de su vida confluyendo en un mismo lugar; presente y pasado estaban ahora en aquel pequeño café del paseo de Half Moon Bay, y ella no tenía ni idea de cómo sentirse al respecto. Entendió lo que debía haber sido para él encontrársela entre los asistentes al funeral de su padre.
—No sé si deberías estar aquí. Estoy… estoy trabajando.
Él sonrió, una sonrisa de medio lado que en otro tiempo la volvía loca; Maverick se estremeció.
—Lo sé. Solo quiero tomarme un café —le dijo, sin dejar de sonreír—. He pasado por unas cuantas cafeterías antes de encontrar el lugar adecuado.
Cam la rodeó para ir a sentarse en una mesa. Ni siquiera la rozó, pero ella fue consciente de todos y cada uno de sus movimientos.
Tardó tanto en recuperarse de la sorpresa de ver a Cam en su lugar de trabajo que Jane tuvo que llamar su atención desde detrás del mostrador.
—¿Estás bien? —le preguntó, cuando regresó tras la barra. Jane miró hacia Cam y luego de vuelta a ella—. ¿Se puede saber quién es ese bombón? ¿Os conocéis?
Maverick siseó para hacerla callar, aunque le pareció que la sonrisa de Cam se hacía más pronunciada.
—Cam —susurró muy bajito, y su jefa abrió mucho los ojos y los desvió de nuevo hacia él.
—¿Ese es Cam? —inquirió, y Maverick le dedicó una mirada de advertencia—. Nunca dijiste que fuera tan tan…
Maverick le puso la mano sobre la boca antes de que completara la frase y no la retiró hasta que estuvo segura de que no lo haría.
Cam ya había sido guapo con tan solo quince años, pero ahora era escandalosamente atractivo. Sus ojos azules, idénticos a los que veía cada día en el rostro de su hija y que habían hecho que no dejara de pensar en él; el pelo rubio alborotado, un poco más largo que entonces; su resplandeciente sonrisa, y esa sombra de barba que le daba un toque de lo más sexy. Sin embargo, no había sido su físico lo que había atraído a Maverick. De ser así, no habría encontrado diferencia alguna entre su gemelo y él. Cam era más, mucho más de lo que se veía a simple vista.
—¿Vas a ir a preguntarle qué quiere o prefieres que lo haga yo? —El tono de Jane dejaba claro lo que sucedería si era ella la que lo atendía.
Maverick la retuvo, agarrándola del brazo.
—Ni se te ocurra.
Su jefa se encogió de hombros.
—Atiéndele bien —se burló—, queremos que nuestros clientes vuelvan.
Maverick puso los ojos en blanco. Se acercó despacio a la mesa en la que se había sentado Cam; llevaba la jarra de café en la mano, pero había olvidado la taza. Tuvo que volver sobre sus pasos para coger una.
—Café, ¿verdad?
Cam levantó la vista de la carta y asintió, y una cascada de recuerdos se
hizo con el control de la mente de Maverick. Se esforzó para concentrarse y no derramar la bebida mientras la servía.
—No tenemos pastel de calabaza —comentó, sabiendo que era su preferido
—, pero tal vez quieras probar el de manzana.
—¿A qué hora sales?
La pregunta fue tan directa y repentina que la pilló desprevenida. La jarra estuvo a punto de resbalar de su mano, y le pareció escuchar la risa aguda de Jane a su espalda. Con toda probabilidad, no perdía detalle de lo que sucedía en la mesa y disfrutaba de ello.
Agitó la cabeza, sin saber si negaba o asentía.
—A las siete —logró contestar por fin.
Cam le dio un sorbo al café y se quedó mirándola. Había una determinación en su expresión que no había estado ahí esa mañana, una que Maverick desconocía.
—Me preguntaba si querrías cenar conmigo.
Todo aquello iba demasiado rápido. Maverick no podía pensar con claridad.
—No sé si es una buena idea, Cam. —Titubeó. Era lógico que Cam se interesase por ella o, más bien, por su hija—. Tengo que regresar a casa, Lily…
—Sí, ya lo imaginaba —la interrumpió él—. He visto un restaurante al venir hacia aquí, tiene una zona de juego para niños. Puede que a Lily le guste.
Abrumada, Maverick balbuceó una excusa y aprovechó la excusa que le brindaba la llegada de nuevos clientes. Se dedicó a realizar su trabajo con un esmero nunca visto; Jane era muy consciente de ello.
—Si sigues sacando brillo a ese plato, lo harás desaparecer —le susurró, divertida.
Era la primera vez que la mujer veía a Maverick perder la compostura. A pesar de lo joven que era, se comportaba siempre con una madurez que no correspondía a su edad. A lo largo de los años en los que había trabajado para ella, algunos clientes habían tratado de tontear con ella y se los había quitado de encima sin ningún problema. Pero claro, aquel no era un cliente cualquiera.
—Quiere que salgamos a cenar. Con Lily —añadió, dejando el plato con el resto de la vajilla.
Jane se apoyó en la barra, de espaldas a la clientela.
—¿Y tú qué es lo que quieres? —le preguntó—. Porque yo tengo muy claro lo que querría…
Maverick le dio un codazo para hacerla callar, pero tuvo que reírse. Su risa
atrajo la atención de Cam, que la observó con intensidad renovada.
—Te está mirando de nuevo —silbó Jane, encantada por la situación.
—Yo… yo no…
Jane arqueó las cejas.
—Tú no pareces tú, ¿tanto te impone?
Maverick soltó otro plato; lo había cogido sin darse cuenta y ya estaba reluciente.
—No sé si puedo hacer esto.
—¿Qué es lo que te da miedo, Maverick? —la interrogó su jefa, arrebatándole un tercer plato—. Es el padre de Lily y está aquí, eso tiene que ser una señal.
Maverick desvió la vista hacia la mesa de Cam. Era el padre de Lily, sí, pero también era su primer amor, el chico del que se había enamorado años atrás, un amigo de la infancia, un amante en las navidades pasadas; era solo una persona y, a la vez, era muchas. Maverick se preguntaba cuál de todas ellas estaba sentada en aquella mesa.
Continuó sirviendo a los clientes sin que Cam la interrumpiera o reclamara su atención, hasta que pasó por su lado y él se dirigió a ella.
—¿Te importa ponerme más café, por favor? —le pidió, con voz suave.
Ella asintió y fue en busca de una de las jarras y galletitas para acompañar la bebida. Cuando ya había rellenado la mitad de la taza, Cam rodeó su muñeca con los dedos y la detuvo.
—Gracias —le dijo, pero no la soltó.
La sensación de su mano contra la piel trajo a su memoria lo sucedido en Baker Hills, y el calor que ascendió por su brazo comenzó a extenderse por todo su cuerpo.
—Está bien. Iré… iremos a cenar contigo. Es justo que puedas conocer a Lily.
Las comisuras de los labios de Cam se curvaron y el brillo de su mirada redobló su intensidad. Echó un vistazo al reloj y se puso en pie.
—Estaré aquí a las siete.
Maverick murmuró un «de acuerdo» y se apartó para dejarlo pasar, pero Cam se mantuvo frente a ella. Se inclinó un poco hacia ella y, por un momento, creyó que iba a besarla. Abrumada, sus pies retrocedieron un par de pasos, a lo que él contestó con otra de sus sonrisas torcidas. No se lo estaba poniendo fácil.
—¿Vas a dejar de sonreírme así? —soltó, parte de su descaro habitual
—¿Te molesta que te sonría, Mave?