Negó, aunque sí que la ponía nerviosa. De repente, Cam parecía muy seguro de sí mismo y no estaba segura de lo que eso significaba.
—A las siete —repitió Cam, y luego se marchó.
Maverick rellenó varias tazas más, incluida la de Rob, que continuaba enfrascado en su labor sin atender a nada de lo que sucedía en la cafetería, y acudió junto a Jane. Esperó a que su jefa terminara de cobrarle a un cliente.
—Esto no va a salir bien —le dijo.
—¿Te refieres a Lily y él? ¿O a ti?
Miró la puerta por la que Cam había salido hacía apenas unos minutos y reflexionó acerca de lo que tanto le preocupaba; era lo mismo que le había preocupado años atrás, lo mismo que hizo que no lo llamara nunca a pesar de que, tras el secuestro inicial de su móvil por parte de su padre, había tenido ocasiones de sobra para hacerlo.
Cam estaba de vuelta a las siete menos diez. Había estado con Sean, Aria y Olivia un rato y luego los había acompañado hasta la estación de autobuses. Él se quedaría con el coche, por lo que habían tenido que buscar una alternativa para regresar a Berkeley. Ninguno había protestado; todos estaban ilusionados y felices de ver a Cam tan decidido. Aria lo había abrazado, al igual que Sean, e incluso Olivia se había mostrado emocionada.
—¿Te molesta si me siento aquí a esperarte? —le preguntó a Maverick, señalando uno de los taburetes de la barra. No quería estorbar.
Debían estar a punto de cerrar, y la mayoría de clientes ya habían abandonado el local.
—Tranquilo, puedes sentarte —intervino Jane, antes de que Maverick pudiera abrir la boca.
Cam tomó asiento y la observó mientras recogía las mesas. Era completamente diferente a la chica que había encontrado en Baker Hills, no había tensión en sus hombros y brillaba, resplandecía cada vez que sus labios se curvaban. Supuso que a eso se refería cuando le había dicho que era feliz con su nueva vida.
Contempló sus movimientos mientras iba y venía por el local, la coleta alta que se había hecho oscilaba de un lado a otro al mismo ritmo que lo hacían sus caderas, de una forma deliciosa.
—Deja de comerte con los ojos a mi empleada —repuso Jane, divertida.
Cam apartó entonces la mirada de Maverick. Se centró en la dueña de la cafetería y le ofreció una sonrisa de disculpa.
—Es difícil. Llevo siete años sin verla —replicó, con una sinceridad apabullante. A continuación, bajó un poco la voz—. Me da miedo que vuelva a desaparecer.
Aun habiendo susurrado, Maverick escuchó cada palabra.
La campanilla de la entrada repicó, anunciando la llegada de un nuevo cliente a pesar de que el cartel de «cerrado» ya colgaba visible contra el cristal de la puerta. Cam se giró a tiempo para ver pasar a la carrera una pequeña de melena pelirroja. Lily se lanzó sobre las piernas de su madre en un intento de darle un susto.
Maverick fingió asustarse y cayó de rodillas al suelo, para luego tirar de su hija y envolverla con sus brazos. Cam asistió al intercambio de besos, sonrisas y miradas cómplices que se dedicaron; lo maravilló verlas juntas, tan parecidas y a la vez tan diferentes. Vio a Aria en la pequeña, pero también descubrió que los ojos de Lily eran del mismo azul que los suyos y su sonrisa la misma que él tanto se había negado a dejar asomar a su rostro en los meses anteriores.
Se le encogió el corazón al comprender que había una parte de él en aquella pequeña personita, y se sintió sobrecogido por esa realidad: era padre.
—La abu me ha dicho que tú y yo vamos a cenar fuera —comentó la niña, que parecía encantada con la idea.
Señaló al exterior. Cam siguió la dirección de su pequeña manita y descubrió a la madre de Maverick justo delante de una de las cristaleras. A pesar de los siete años transcurridos, la señora Parker lucía mucho mejor que entonces.
Maverick y ella podrían haber pasado por hermanas.
La mujer alzó la mano y saludó a Cam. No había rastro de la hostilidad que en otras ocasiones había mostrado su familia hacia él. Correspondió a su saludo con uno muy similar y una sonrisa de cortesía.
—Sí, hoy cenamos fuera —repuso Maverick, aún arrodillada frente a Lily
—, con un amigo.
—¿Un amigo tuyo?
Maverick asintió y se volvió hacia Cam.
—Lily, él es Cam.
La niña también lo miró, y él se bajó del taburete para acercarse; imitó a Maverick y se puso de rodillas.
—¡Tú estabas en el pueblo de mi otra abuela! —exclamó la niña, emocionada.
Maverick mantenía a la pequeña sujeta por la cintura, pero ella había dejado de prestarle atención. Cam estaba tan nervioso que no sabía cómo actuar.
—Hola, Lily —la saludó finalmente, y extendió la mano en su dirección—.
Encantado. Así que te acuerdas de mí…
Chocó los cinco con él en vez de estrecharle la mano; Maverick reprimía la risa a duras penas.
—¿Conoces a mi abuela? Vive allí, en Baker… Baker…
—Hills —le recordó Maverick.
—¡Eso! Es un poco gruñona.
—¡Lily! —la amonestó Maverick, esforzándose para no soltar una carcajada.
—Déjala, dice la verdad —apuntó la señora Parker, que había entrado en la cafetería y ahora estaba junto a la puerta contemplando la escena. Jane hacía rato que había desaparecido en el interior del almacén para dejarlos a solas—. Cam Donaldson —lo saludó entonces la mujer, acercándose a él.
—Señora Parker. —Hizo un gesto con la cabeza, aunque no se irguió; no quería alejarse de Lily.
—Llámame Becca, por favor. —Echó un vistazo a la niña y a Maverick—.
Tráelas a casa temprano.
Cam asintió a pesar de que escuchó a Maverick resoplar. Resultaba obvio que la mujer continuaba mostrándose de lo más protectora con ella y, por supuesto, también con su nieta.
—Así lo haré.
Un breve asentimiento por su parte y un gesto de aprobación por parte de Becca Parker.
El restaurante no estaba lejos de la cafetería, por lo que fueron andando hasta él. Lily iba de la mano de Maverick, relatándole lo que había hecho por la mañana en el colegio. Cam no intervino en ningún momento, se limitó a escucharla embelesado. Al llegar, la niña salió corriendo directa a la zona de juegos aunque Maverick le advirtió que debía acudir a la mesa en cuanto la llamara.
—Es toda energía —comentó Cam mientras se sentaban.
—No te haces una idea, a veces resulta agotadora —repuso Maverick, había resignación en su tono de voz, pero también un cariño inmenso.
Estaba más nerviosa de lo que aparentaba, mucho más. Era consciente de que Cam haría preguntas y seguramente le exigiría formar parte de la vida de Lily. Había mucho de lo que hablar y no tenía ni idea de por dónde empezar. Sin embargo, fue Cam el que tomó la palabra en primer lugar.
—Tu madre tiene buen aspecto —comentó, rompiendo el silencio en el que se habían sumido.
Por duro que resultase, Maverick sabía que su padre solo había sido un lastre tanto para su madre como para toda su familia. Era duro aceptarlo, pero era la verdad. Una vez que había salido de sus vidas, todo había comenzado a mejorar de inmediato.
—Y ella es… —añadió Cam, lanzando un rápido vistazo a la zona infantil
«Igual que tú», pensó, pero no llegó a verbalizar ese pensamiento.
Se observaron durante unos minutos y el silencio regresó a la mesa. A pesar de la algarabía que reinaba en el restaurante, no prestaban atención a las voces de los otros comensales.
—Lo siento —dijo Maverick, enfrentándose de una vez por todas a lo que les había llevado hasta allí—. Nunca quise marcharme de Baker Hills.
Cam levantó la mano, interrumpiéndola, y luego la colocó sobre la suya.
Maverick clavó los ojos en sus manos unidas, y se sorprendió de lo que un contacto tan simple provocaba en ella. Trató de reprimir el temblor que la acometió.
—Lo entiendo. Sé que no tuviste opción. —Cam hizo un breve pausa—.
Pero… ¿por qué no me llamaste, Mave? En todos estos años… ¿por qué? Habría venido, lo sabes; te habría buscado allí donde estuvieras.
Maverick continuaba con la vista fija en sus manos, reacia a levantar la mirada y enfrentarse a la de Cam. Suspiró y trató de recobrar al menos en parte la calma.
—Lo sé, Cam. Sé que hubieras venido —susurró, porque estaba segura de que así habría sido.
El camarero se acercó a la mesa y rellenó sus copas; la de Maverick, con vino, y la de Cam, con agua. Más tarde, tendría que conducir durante una hora para regresar a Berkeley.
Cam esperó pacientemente hasta que el camarero se retiró. Lily, por su parte, continuaba lanzándose por un tobogán circular, ajena a su conversación.
—Podrás verla siempre que quieras —le dijo Maverick, y él no pudo evitar sorprenderse por lo rápido que había cedido—, pero tienes que darme tiempo para contarle quién eres. Deja… deja que te conozca primero, que se acostumbre a ti.
Cam asentía, convencido de que Maverick sabría mejor que nadie cómo afrontar el tema. Le asustaba pensar que Lily pudiera rechazarlo, pero también no ser capaz de volver a llegar hasta Maverick. Quería formar parte de la vida de su hija, verla crecer, ayudarla, protegerla… Pero, además, había algo más que Cam Donaldson deseaba con todo su corazón: a Maverick.
Lily resultó ser una niña aún más increíble de lo que Cam podía haber imaginado: inteligente, despierta, no paraba quieta y su parecido con Aria iba más allá del físico; era tan cabezota como su hermana pequeña, lo cual le hizo reír a pesar de que no creía que Maverick apreciara ese rasgo en particular de su hija.
La buena relación entre ambas quedó patente durante la cena. Maverick adoraba a la niña y Lily sentía devoción por su madre, aunque protestara o se revelara de tanto en tanto. La velada se desarrolló de forma amena y divertida, y Cam fue relajándose conforme avanzaba, tanto que olvidó sus temores.
Cuando llegaron al postre, se sentía tan bien que se inclinó hacia Lily y cuchicheó en su oído:
—¿Te gusta el helado? ¿Crees que tu madre nos dejara tomarnos uno? —le preguntó, y Lily soltó una risita, encantada de ser parte de aquella intriga.
—No me permite comer helado entre semana —le susurró también ella.
Maverick era muy consciente de lo que tramaban, pero los dejó hacer. La estampa la conmovió de tal manera que sabía que no podría negarse. Siempre había sabido que Cam podría llegar a ser un buen padre, no era de eso de lo que había dudado durante los años que lo mantuvo al margen.
—¿Crees que hoy hará una excepción? —le dijo Cam, y el rostro de Lily adquirió una expresión pensativa que la hizo parecer mucho mayor.
—Tal vez si se lo pides tú te haga caso.
Cam fingió una tos y se enderezó en el asiento para dirigirse a Maverick.
Esta se cruzó de brazos y se esforzó para disimular lo mucho que le divertía la situación.
—Habíamos pensado… —empezó a decir Cam, esbozando una mueca inocente. Lily soltó otra risita— que podríamos tomarnos un helado de postre. Si te parece bien, claro. De fruta —añadió, muy serio—, la fruta es muy sana.
—¡De fresa! —intervino la niña, dando botes en el asiento—. Tú siempre dices que tengo que comer más fruta.
Maverick enarcó las cejas ante el argumento expuesto por su hija.
—Así que todo lo hacéis por la fruta, ¿no? Porque es saludable.
Ambos asintieron, y Maverick apenas si pudo contener la risa al descubrir
lo mucho que se parecían en aquel momento.
—Sí, mami, la fruta es lo mejor del helado —replicó Lily.
El camarero se acercó para retirar los platos y les preguntó si tomarían postre. Tanto Cam como Lily miraron a Maverick, sonrientes, a la espera del veredicto.
—Helado para todos —afirmó, poniendo los ojos en blanco.
Cam y Lily chocaron los cinco por debajo de la mesa, y la sensación cálida que inundó el pecho de él, aunque desconocida, resultó reconfortante.
—Se ha dormido —le hizo saber Maverick, cuando Cam maniobraba con el coche frente a la casa de esta.
Terminó de aparcar y detuvo el motor. Al caer el sol, la temperatura había descendido y corría una brisa fresca procedente del mar. Las calles estaban casi desiertas y Cam había sugerido llevarlas de vuelta en coche para evitar que Lily se cansara. La niña había empezado a bostezar incluso antes de que pagaran la cuenta en el restaurante.
Cam volvió la cabeza y la observó unos segundos. Estaba profundamente dormida, tan solo el cinturón de seguridad había evitado que terminara tumbada sobre el asiento trasero.
—Puedo llevarla dentro si quieres —se atrevió a sugerir Cam.
—Te lo agradecería —repuso Maverick, abriendo la puerta para descender del coche—. Cada vez pesa más.
Cam salió del vehículo y lo rodeó para alcanzar la puerta trasera. Con una delicadeza infinita, desabrochó el cinturón y tomó a la pequeña en brazos.
Maverick contemplaba sus movimientos con atención; apenas si pudo discernir entre la multitud de emociones que se agolpaban en su interior al ver la forma en la que él la acunó contra su pecho.
Lo guió por el interior de la casa y agradeció no toparse con su madre, que ya debía estar acostada. Cam depositó a la niña en una pequeña cama de un dormitorio repleto de peluches, juguetes y al menos tres pósteres de gatitos.
Sonrió al imaginar a Lily jugando con Perseo. Tendría que invitarlas a que lo visitaran en UCLA, estaba seguro de que le encantaría.
Maverick la tapó con una manta y ambos regresaron a la planta baja. Cam se dirigió hacia la puerta de entrada, dispuesto a marcharse; no quería tentar más a la suerte ese día.
—Espera, Cam, te acompaño fuera —le dijo Maverick, al ver que se marchaba.
Salieron en silencio y caminaron juntos por la acera. A pesar de no dirigirse la palabra en los pocos metros que separaban la casa del coche, Cam deseó haber aparcado más lejos, alargar aquella tarde tan especial.
Al alcanzar el vehículo, se volvió hacia ella con las manos en los bolsillos.
—Gracias, Mave —le dijo, ligeramente avergonzado—. No sabes lo que esto significa para mí.
Ella estaba a tan solo unos pasos de él, arrebujada en una chaqueta de punto demasiado fina para proporcionarle abrigo suficiente. Cam advirtió en su mirada el rastro de la tristeza que tanto lo había confundido en Baker Hills.
—¿Estás bien? —inquirió, y sin poder evitarlo se acercó un poco más a ella
—. ¿Tienes frío?
Frotó sus brazos con las manos para hacerla entrar en calor con la misma naturalidad que habría empleado siete años atrás, sin pensar demasiado en lo que hacía. Maverick se estremeció, y Cam no dudó entonces en envolverla con los brazos. Fue un acto reflejo, una muestra de los sentimientos que no era capaz de dominar; sin embargo, cuando la tuvo contra su pecho, su cuerpo entero vibró al revivir todo lo que aquella chica pelirroja le hacía sentir. Era difícil resistirse al aroma de Maverick, al tacto de su piel, el sonido de las carcajadas que, durante la cena, habían hecho desear a Cam que no parara de reír nunca.
—¿Estás bien? —repitió, aunque no sabía si se lo preguntaba a ella o a sí mismo.
Maverick levantó la barbilla y sus ojos se encontraron.
—Sí —murmuró ella, a pesar de no saber cómo se sentía en realidad.
Los dedos de Cam se deslizaron por la curva de su rostro con una lentitud deliciosa, tanto que volvió a estremecerse. Sus labios estaban tan cerca que sus alientos se entremezclaron y formaron uno solo. Cam deseaba besarla, lo había deseado desde el momento en que la había visto en la playa, saliendo del agua, y sus miradas se habían cruzado; pero ahora lo deseaba de una forma tan intensa que no creía ser capaz de resistirse.
—Mave… —dijo su nombre con suavidad, como un ruego—. Quiero besarte.
Que Cam Donaldson le pidiera permiso para besarla eran tan propio de él que Maverick no pudo evitar sonreír. Las dudas que albergaba perdieron fuerza y dejaron de torturarla los segundos suficientes para que cediera a su petición; sin
embargo, no estaba en absoluto preparada para lo que sucedió a continuación.
Cam tomó su rostro entre las manos y rozó sus bocas con una tranquilidad perezosa, y eso fue lo único que hizo durante un largo instante. Pero luego todo cambio, en cuanto los labios de ella se entreabrieron y le dieron paso a su lengua, este recorrió con verdadera necesidad cada rincón. La mantuvo en todo momento muy cerca, profundizando en el beso cada vez más, arrebatándole la cordura y dejando a su paso una pasión que la desbordó más allá de su propio límite. La besó como nunca la había besado antes; era un beso, solo eso, y a la vez era mucho más.
Al separarse, ambos jadeaban.
—No me importa por qué elegiste dejarme atrás, Mave —le dijo él, con la respiración entrecortada pero más decidido que nunca—, aunque espero que logres contármelo algún día. Pero quiero que sepas que no voy a dejar que vuelvas a hacerlo.
Maverick apenas si podía comprender todo lo que esa declaración de intenciones suponía. Aquel era Cam, el chico que había bailado con ella en la cabaña del árbol, también el que le había hecho el amor por primera vez, el mismo del que se había enamorado sin remedio, el que siempre la había escuchado… Era Cam y no era él.
Siete años antes.
—Te dije que bailaría contigo, Cam Donaldson —rio Maverick, arrastrándolo hacia la pista.
Era una de las últimas canciones y las habían bailado casi todas. También había reído juntos, hablado de mil tonterías y se habían besado a escondidas más veces de las que podía recordar. No querían llamar la atención, pero era el baile de fin de curso y estaban demasiado achispados para resistirse a los rincones oscuros que el gimnasio en que se celebraba la fiesta les brindaba.
Cam, que no solía beber, lo llevaba bastante peor que Maverick. Así que, cuando llegó el final, él aún no estaba ni mucho menos preparado para dejar ir a su chica.
Incluso luego, cuando estuvieron en la cabaña, Maverick no podía reprimir la risa al verlo excesivamente contento a causa del alcohol.
Ya a solas, Cam dejó de contenerse. Deseaba a Maverick a todas horas, no importaba las veces que la besara o hicieran el amor, no se cansaba nunca de aquello y sabía que no se cansaría jamás.
—Estás borracho, Cam —le dijo, divertida.
Pero Cam le dedicó una media sonrisa y la acomodó en su regazo.
—Eso no va a impedirme hacerte el amor —afirmó él, y deslizó las manos por sus costados.
A Maverick, la caricia le erizó la piel. Aún tenían puesta la ropa, en su caso, un vestido corto cuya falda ahora se arrugaba en torno a sus caderas; pero a Cam no parecía importarle.
—No quiero pasar el verano separado de ti —se lamentó él, hundiendo la cara en el hueco de su cuello. Aspiró su aroma y comenzó a darle besos y pequeños mordiscos a lo largo de la piel de este—. No quiero —repitió—. No quiero estar lejos de ti nunca, Mave.
Ella gimió, desesperada por sentirlo en su interior, sabiendo que pasarían las siguientes semanas sin poder verse.
—Solo son un par de meses —intentó animarlo y animarse ella.
Cam gruñó como protesta y alargó la mano en busca de sus pantalones,
pero no encontró lo que buscaba.
—Oh, joder —maldijo. Las caderas de Maverick frotándose contra su erección—. No tengo preservativo.
Podían haber parado, deberían haber parado, y en otro momento puede que lo hubieran hecho. Siempre habían sido lo suficientemente responsables para usar protección, pero aquella noche les pudo el ansia de entregarse al otro, de suplir los días que pasarían separados, de decir «te quiero» en forma de besos y caricias que el otro no pudiera olvidar y a los que se aferrara cuando no estuvieran juntos. Los traicionaron las ganas, el alcohol, y, sin ser conscientes de lo que hacían, sellaron el destino que los llevaría a no encontrarse hasta siete años después.
—Estabas demasiado borracho para acordarte a la mañana siguiente —
confesó Maverick, sentada sobre una toalla.
Cam se había marchado a Berkeley la noche anterior, pero había regresado para pasar la tarde con Maverick y Lily en la playa. El tiempo no era el más adecuado para un baño, así que se limitaron a permanecer en la arena. Su hija se encontraba a pocos pasos de ellos, jugando.
—No puedo creer que me comportara de una forma tan inconsciente y que ni siquiera lo recuerde —replicó él, avergonzado.
—Estabas muy muy borracho —insistió ella—, fue más culpa mía que tuya.
Pero no lo lamentes —añadió, desviando su atención hacia Lily—. Yo no lo hago.
Cam también la miró. Él nunca bebía mucho, y el alcohol no le sentaba especialmente bien. Todo lo que solía permitirse era alguna cerveza, sobre todo con su hermano, a veces ni siquiera eso.
Suspiró al pensar en su hermano; había llegado el momento de sincerarse.
—Pensé que Lily era hija de… Sean —farfulló, encogiéndose al pronunciar el nombre de su gemelo—. Lo siento, yo… Me horrorizó pensar que él y tú…
Maverick se giró hacia él, enfadada pero también perpleja por lo que acababa de escuchar.
—¡¿Con Sean?! ¿Creíste que me había acostado con Sean?
—No lo digas como si él no fuera tan guapo como yo —se permitió bromear, más avergonzado aún que antes.
Maverick lo atravesó con la mirada.
—Nunca fue una cuestión de físico, Cam, por eso Sean nunca me atrajo de esa forma. Yo… me enamoré de ti poco a poco, mientras crecíamos juntos; no hay atractivo que iguale eso.
—Debería haberlo sabido —se lamentó Cam.
Ahora, después de haber hablado con Sean y también con Maverick, le parecía ridículo haber creído que ambos lo hubieran traicionado.
—Deberías —terció ella, aunque su voz se suavizó—, pero mi actuación tampoco ayudó mucho. Supongo que estamos empatados.
Lily corrió hasta ellos, obligándolos a dejar en el aire la conversación.
—Cam, tienes que ayudarme —le dijo la pequeña, y él no pudo negarse.
Maverick se mantuvo al margen para observarlos mientras ambos construían un castillo. Acabaron con arena incluso en el pelo, pero ella no hizo ni un solo comentario; se limitaba a contemplar la escena, su mente repleta de un miedo que debería haber considerado absurdo.
Lily, en cambio, estaba encantada con el nuevo «amigo» de su madre, así se lo había hecho saber esa misma mañana en el desayuno.
—Voy a tener que regresar a UCLA —le dijo Cam, poco después, una vez que Lily se despidió de él frente a su casa dándole un abrazo y haciéndole prometer que volverían a la playa en más ocasiones pero con las herramientas necesarias para hacer un castillo «indestructible»—. Me quedan solo unas pocas asignaturas para graduarme, pero no podré hacerlo hasta el siguiente semestre.
—Para, Cam. No tienes que cambiar tus planes por mí, por nosotras —se corrigió enseguida.
Cam se encogió de hombros.
—Mis planes… Bueno, he pensado en improvisar. —Aquello sí que era una sorpresa para Maverick—. ¿Qué te parece si Lily y tú venís a visitar el campus?
Sean está deseando conocerla, podríamos ir a verlo jugar. Por cierto, Aria también quiere verla. Después de todo, es una Donaldson.
Maverick bajó la vista al suelo y la fijó en los adoquines de la acera para que él no se percatara de la humedad que se acumulaba en ellos. Lily tenía otra familia además de la suya, una que estaba deseando conocerla y que estaba segura de que la recibiría con los brazos abiertos; así eran los Donaldson.
—Olivia, la novia de Sean, tiene un gatito. Lily se volverá loca con él —
continuó, nervioso por su silencio—. Y él está a punto de fichar por los Rams.
Después de graduarme, me gustaría quedarme aquí, en California, así estaría cerca de él y de… Lily. Pero no tenemos que hablar de esto ahora si no quieres
—aseguró, hablando cada vez más rápido.
—Está bien, Cam. Me parece bien —le dijo Maverick, con la mirada baja.
Pero a él le daba la sensación de que nada estaba bien, de que Maverick estaba más triste que nunca a pesar de lo que le había dicho, y no tenía ni idea de por qué.
—¿Vendrás a UCLA? —inquirió, y casi esperaba que le dijera que no.
Pero ella levantó la cabeza y asintió, esbozando una sonrisa. La cuestión era que Cam conocía todas y cada una de las sonrisas de Maverick, se sabía de memoria la forma en la que se curvaban sus labios y qué era lo que lo provocaba; podía iluminar una habitación entera y, más allá de eso, Maverick hubiera logrado iluminar su corazón de habérselo propuesto, pero no en ese instante. Había cierta satisfacción en su gesto, pero no verdadera alegría, y Cam deseaba verla sonreír de nuevo así más que ninguna otra cosa.
—Me aseguraré de que tengáis nuestro apartamento para vosotras. Sean puede dormir con Olivia, y estoy seguro de que encontraré algo para mí —le ofreció.
Quizás había forzado demasiado las cosas, tal vez ella se sintiera obligada.
La había besado el día anterior y había sentido que correspondía aquel beso, pero continuaba habiendo un muro entre ellos que no sabía cómo derribar.
—No hace falta que te vayas de tu propia casa, Cam —terció ella, y su sonrisa ganó un poco naturalidad—. Estoy segura de que podremos arreglarnos.
—¿Así que vas a venir de verdad?
—Claro que sí —le dijo ella, más animada—. Ya te lo he dicho. Seguro que a Lily le encantará.
Cam atrapó su barbilla para evitar que desviara la mirada.
—Haré que no te arrepientas de ello, Mave. Te lo prometo —le dijo, con una seriedad tal que a ella le dio la sensación de que había muchas más promesas escondidas tras sus palabras.
No hacía ni siquiera una semana de su visita a Half Moon Bay y Cam ya estaba desesperado por ver de nuevo a Maverick y Lily. Lo había arreglado todo para que Sean pasara el fin de semana en casa de su novia; él dormiría en la habitación de su gemelo, y Maverick y la niña lo harían en la suya.
—No la atosigues, Sean —le advirtió Cam—. Ni siquiera sabe que somos su familia.
—¿Maverick no le ha dicho nada aún?
—No, y no me importa esperar si ella cree que es lo mejor.
—Yo ya se lo hubiera soltado —replicó, encogiéndose de hombros.
Olivia negaba con la cabeza.
—Vamos a tener que trabajar un poco lo de tu sensibilidad antes de que se nos ocurra tener a un pequeño Sean—rio ella.
Sean se giró hacia su novia con tanta rapidez que resultó cómico. Cam reprimió una carcajada al contemplar su expresión.
—¿Eso quiere decir que vas a tener miniseans conmigo?
Se acercó a ella con una sonrisa bobalicona en el rostro. Cam nunca hubiera dicho que algo así le haría ilusión a su hermano, pero tal y como estaban las cosas ya nada lo sorprendía.
—O miniolivias —terció ella, rodeando su cuello con los brazos.
Cam tuvo que toser para recordarles que estaba allí.
Olivia empujó a Sean con suavidad para apartarlo y se centró en Cam.
—Bien, ¿y tú qué?
—Yo dormiré aquí —le dijo, pero no era eso a lo que Olivia se refería.
—Tú y Maverick, ¿en qué punto estáis?
Cam, en el sofá, se hundió un poco en el asiento. No tenía ni idea.
—No lo sé.
—Pensaba que habíais acercado posturas cuando os visteis la semana pasada —bromeó Sean, ganándose un codazo por parte de su novia—. ¡Ouch!
Para una vez que no me pongo en plan bestia…
—Casi te prefiero en plan bestia, Sean —señaló Olivia, pero su atención regresó enseguida a Cam—. ¿Por qué no salís los dos solos? Nosotros nos quedaremos cuidando a Lily. Podemos ver una peli y hacer palomitas, si a
Maverick le parece bien —argumentó para convencerlo—. Os vendrá bien hablar.
Sean también se mostró encantado con la idea de pasar un rato con su sobrina; le daba igual que ella no supiera que era su tío. Cam, por el contrario, titubeó. Para el sábado había planeado llevarlas a ver jugar a Sean, este les había conseguido entradas y Olivia también acudiría al partido. Para esa noche, la del viernes, no había hecho demasiados planes, aunque no podía negar que también quería pasar tiempo con Maverick. Sus conversaciones habían quedado interrumpidas la mayoría de las veces, y sabía que tenían aún mucho por aclarar.
Sin contar con que no podía dejar de pensar en besarla de nuevo.
—¿No me convertiría eso en un egoísta? —les planteó, arrancándole una sonrisa a Olivia que no fue capaz de interpretar.
—Hazme caso, Cam —repuso esta—. Maverick es la madre de tu hija, pero también es una mujer, y estoy segura de que no ha tenido demasiadas oportunidades para serlo en los últimos años. Debe haber sido duro criar a Lily sola. Si ella es para ti algo más que la madre de tu hija, vas a tener que ganártela también a ella.
Desde luego, lo que decía Olivia tenía sentido; Cam estaba tan ansioso por pasar tiempo tanto con su hija como con Maverick. Quería hacer las cosas bien con ambas y no tenía ni idea de si lo estaba consiguiendo.
Cuando por fin llegaron al campus, Maverick y Lily se dirigieron directamente al apartamento de Cam. Tal y como habían previsto, Lily apenas si pudo contener la emoción al descubrir a Perseo hecho un ovillo en el sofá. La niña se acercó muy despacio y se sentó junto a él.
—Ahora no vamos a poder arrancarla de ese sofá en todo el fin de semana
—rio Maverick, observándola.
—Tal vez eso nos dará la oportunidad de salir a cenar. Tú y yo —soltó Cam, aprovechando su comentario—. Olivia y Sean se han ofrecido para cuidarla.
Cam los había obligado a marcharse para darles algo de intimidad, aunque a Sean casi había tenido que echarlo de la casa y tuvo que prometerle que lo avisaría cuanto antes.
—Yo… No sé si Lily… —farfulló Maverick, ante lo inesperado de la proposición.
—La cuidarán bien. Deja que los conozca y, si ella acepta, podríamos disfrutar de una velada para adultos.
El comentario, que no pretendía otra cosa que animarla a aceptar, carecía de ninguna segunda intención, pero Cam fue muy consciente de cómo había sonado. Maverick, no obstante, parecía divertida a pesar del azoramiento de Cam.
—¿Me estás pidiendo una cita, Cam Donaldson? Oh, Dios, si hasta te estás sonrojando…
La carcajada que salió de los labios de Maverick fue como música para sus oídos. Sintió deseos de besarla allí mismo, pero la presencia de Lily lo disuadió por muy poco.
—¿Qué pasa, mami? —le preguntó la pequeña al escucharla reír.
Maverick agitó la cabeza y fue a sentarse junto a ella.
—¿Te gusta el gatito?
Lily había empezado a acariciarlo con mucho cuidado, y Perseo ronroneaba complacido.
—Es precioso —aseguró la niña—, yo también quiero tener uno, ¿podemos tener uno?
Maverick continuaba sonriendo. Cam ya se había dado cuenta de que sus sonrisas siempre eran genuinas cuando iban dirigidas a Lily. ¿Era él el problema entonces? ¿El que provocaba que a veces su mirada reflejara esa tristeza tan desoladora?
Su hija, desde luego, no lo era.
Tras darles un tiempo prudencial para instalarse, le preguntó a Maverick si le importaba que Olivia y Sean bajaran a conocer a Lily. Su hermano llevaba alrededor de veinte minutos acosándolo con mensajes. Tras avisarlos, apenas si tardaron unos pocos segundos en aparecer, cualquiera diría que estaban esperando detrás de la puerta de entrada.
Sean, como no, congenió con la niña casi de inmediato. Perseo ayudó mucho, y que su gemelo lo cogiera y se lo colocara a Lily entre los brazos hizo pensar a Cam que la pequeña adoraría a su gemelo hasta el fin de los tiempos.
De alguna manera, terminaron corriendo del salón hasta uno de los dormitorios y consiguieron que el gato los persiguiera, para delicia de Lily.
—No sé quién de los dos es peor —señaló Olivia, aunque parecía encantada de ver a su novio divirtiéndose con la niña.
Maverick no pudo negarse a salir con Cam. Sean y Lily se plantaron frente a ella, se arrodillaron y afirmaron que no los sacarían de casa ni a rastras, que iban a cenar pizza y palomitas y verían una película; además, pensaban acostarse
muy tarde. Lo dijeron los dos a la vez, y Cam supo que Sean lo había planeado para darle la oportunidad de estar a solas con Maverick.
—Venga, mami. Me quedaré con el tito Sean y la tita Olivia —soltó su hija como si nada.
A Maverick se le descolgó la mandíbula al escucharla y Cam fulminó a su gemelo con la mirada.
—Sean, ¡joder! —farfulló en voz baja.
Pero su hermano era la viva imagen de la inocencia.
—Los titos cuidarán a Lily. ¿O era al revés? —bromeó Sean, y Lily y Olivia se unieron a él, coreando su comentario.
La pequeña se abalanzó sobre su madre y esta la cogió en brazos.
—Me portaré bien —le aseguró la niña, muy seria.
—Me dan más miedo ellos que tú —replicó Maverick, y Lily supo que se había salido con la suya.
Cam no había tenido tiempo para planear nada, pero conocía un italiano cerca del campus en el que se comía bien; esperaba que a Maverick le gustara.
Luego tal vez pudieran tomarse también una copa en alguno de los bares a los que solía ir con Sean y con sus amigos.
Silbó por lo bajo cuando Maverick salió de su habitación ya cambiada de ropa. Como no había previsto una salida de ese tipo, Olivia le había prestado un vestido corto de color azul noche que, al ser Olivia algo más bajita y delgada que ella, se ajustaba a sus curvas como un guante. Cam se obligó a apartar la vista para no ponerse en evidencia delante de todos.
Le hizo jurar a Sean que lo llamaría si surgía cualquier problema y Maverick se despidió de su hija con un beso y una advertencia de que se portara muy bien.
—Estás muy muy guapa, mami —le dijo ella, y alternó la mirada entre Cam y su madre, como si supiera que escondían algo más de lo que le habían contado.
Para cuando llegaron al restaurante, Cam no sabía quién de los dos estaba más nervioso por haber dejado a Lily con Sean y Olivia, si Maverick o él.
—¿Quieres que les envíe un mensaje para saber que va todo bien? —le preguntó, pero Maverick le aseguró que no era necesario.
Cam lo envió de todas formas.
La respuesta llegó en forma de mensaje de audio en el que Lily se reía a carcajadas y varios selfis de los cuatro —Perseo también salía— desparramados en el sofá comienzo pizza.
—Nos la devolverán hecha una salvaje —rio Cam, y Maverick se quedó mirándolo con una expresión extraña en el rostro—. ¿Qué?
—Has dicho «nos la devolverán», a nosotros —aclaró, y sus labios se curvaron de forma leve.
—¿Te ha molestado? —preguntó él, aunque no creía que fuera así.
—Resulta raro, pero no, no me molesta. Supongo que llevo todos estos años pensando en Lily como algo mío.
Estaba parados aún junto al coche. Cam le ofreció el brazo y recordó lo que Olivia le había dicho esa mañana.
—¿Puedo hacer una sugerencia? —Maverick asintió—. ¿Qué te parece si esta noche somos solo tú y yo?
—¿De qué hablas? —inquirió ella, sin esconder su desconcierto. No terminaba de entenderlo.
—Tú misma lo has dicho, llevas años pensando solo en Lily. Deja que esta noche seamos solo Maverick y Cam. Solo por esta noche —repitió, no quería que pensara que Lily no era importante para él.
Lo era, y mucho. Estaba dispuesto a demostrárselo. Pero ambos se merecían esa velada; ella se lo merecía.
—Lily está en buenas manos —continuó, tomándola de los hombros—.
Puede que la malcríen de todas las formas posibles, pero la cuidarán como si se tratara de su propia hija. Así que vas a relajarte y a disfrutar de la cena… —hizo una pausa y le mostró una sonrisa juguetona; en esa ocasión, sí que eligió lo que iba a decir de forma premeditada— y de lo que venga después. Esto es una cita, Maverick Parker, una de verdad.
El restaurante tenía buena fama y era viernes por la noche, pero tuvieron suerte y consiguieron una mesa a pesar de no haber hecho reserva. Cuando se sentaron, Maverick aún continuaba asimilando lo que Cam había dicho. En un primer momento, se había sentido egoísta por desear esa clase de libertad, aunque solo fuera por una noche, como si de algún modo traicionara a su hija por querer algo así. Pero luego comprendió que no tenía nada que ver y que no la quería menos por ello. Lily estaba cuidada y era una niña feliz, y no tenía que sentirse mal por disfrutar de una velada «adulta», significara lo que eso significase para Cam.
El pensamiento la hizo sonreír.
—¿Todo bien? —preguntó él, sentados ya a la mesa.
—Perfecto —le dijo, y Cam también sonrió.
—Así que te gusta servir café —la interrogó, después de que el camarero pasara a tomarles nota.
Viniendo de Cam, y dada la sonrisa que lucía este, Maverick supo que no buscaba despreciar su trabajo, sino interesarse por ella y por lo que hacía.
—Es sencillo, pero me gusta. Los clientes son casi siempre los mismos —le contó—. Y Jane, mi jefa, es una muy buena amiga. Ella fue la primera en tenderme una mano cuando necesité ganarme la vida de algún modo en Half Moon Bay. Me hubiera gustado ir a la universidad —agregó, y se encogió de hombros—, pero soy feliz. Tengo tiempo libre para hacer lo que me gusta.
«Para estar con Lily», pensó, y Cam, de algún modo, lo supo.
Continuó haciéndole preguntas durante toda la cena y Maverick cada vez fue animándose más. Le habló del surf y de lo mucho que disfrutaba practicándolo. «Con un nombre como el mío, supongo que estaba destinado a gustarme», le contó riendo. También le habló de los paseos al atardecer por la bahía junto a Lily y su madre, de la fotografía… Durante los años transcurridos desde el nacimiento de Lily, le había sacado fotos prácticamente a diario con la esperanza de que él pudiera disfrutar de esos momentos de algún modo. Pero calló ese detalle, aunque había tres álbumes que reposaban en ese mismo instante en el maletero de su coche; ya encontraría el instante adecuado para dárselos.
Cam la escuchó hablar y le prestó toda su atención. Quería saber más, quería saberlo todo de ella, y Maverick terminó por olvidar incluso sus miedos.
Cuando él alargó la mano y la puso sobre la suya, ella no la retiró. Un agradable cosquilleo ascendió por su brazo, uno muy familiar.
Disfrutaron de la cena y, al acabar, después de asegurarse de que Sean, Olivia y Lily no habían prendido fuego a la casa, decidieron ir a tomar algo a un local frecuentado por alumnos de UCLA. Cam entró en el bar llevando a Maverick de la mano. Saludó a varios compañeros de clase y a algunos miembros de los Bruins.
—¿Y Sean? ¿No ha salido esta noche? —le preguntó Crowley, uno de los defensas del equipo.
—Está haciendo de canguro.
Su amigo no entendió nada, pero Cam no se detuvo a darle explicaciones.
Estaba seguro de que Sean no tardaría en alardear de su sobrina frente a todos sus colegas. Sonrió y continuó avanzando en busca de un hueco libre en la barra.
Era muy consciente de las miradas que Maverick atraía entre la clientela masculina del local, y también parte de la femenina.
Hallaron un hueco y situó a Maverick entre el mostrador y su cuerpo.
—Estás increíble, ¿lo sabías? —le dijo, susurrándole las palabras al oído—.
Aún más preciosa que cuando tenías dieciséis años. Ellos también lo han notado.
Señaló en dirección al grupo de compañeros de Sean, y Maverick rio.
—Deberías saber que los jugadores de fútbol no me interesan lo más mínimo.
—Yo también jugaba al fútbol antes, Mave.
Ella no se giró para mirarlo, pero se recostó ligeramente contra su pecho antes de contestar:
—Tú siempre fuiste la excepción.
Maverick continuó con la vista al frente. Percibía con claridad las zonas en las que sus cuerpos se tocaban, y notó también cuando los dedos de Cam rozaron con descuido una de sus piernas. Fue solo un segundo, una caricia casual producto de un empujón que recibió de un muchacho pasando tras él, pero le puso la piel de gallina.
La atmósfera se tornó sofocante, aunque puede que el calor que sentía no tuviera nada que ver con la cantidad de gente que se apiñaba en el local.
—¿Puedes pedirme una cerveza? —le dijo él, y de nuevo su aliento revoloteó junto a su oído.
El pulso comenzó a acelerarse y se sintió como la primera vez en la que Cam y ella se habían besado en la cabaña del árbol. A pesar de haberse conocido mucho antes, con tan solo diez años, ese día había estado muy nerviosa, ansiosa y, a la vez, repleta de miedos absurdos que luego él se había encargado de disipar a base de besos dulces y caricias torpes pero tiernas. Cam siempre conseguía, de una forma u otra, poner su vida patas arriba…
Pasado y presente… No importaba cuándo ni dónde, existían personas cuya huella iba más allá de un momento o lugar, personas que no estaban destinadas a dejar de ser nunca. Maverick comprendió entonces que Cam era de esa clase de personas, con Lily o sin ella, sabía que los recuerdos que habían creado juntos nunca se borrarían, siempre sentiría ese hormigueo agradable cuando la tocara, ese escalofrío de placer cuando la mirara.
—¿…a tomar? —El camarero, frente a ella, le estaba hablando, y por un momento no supo lo que le preguntaba.
—Dos cervezas —pidió Cam, aún tras ella.
Cuando les sirvió, Cam se inclinó para alcanzar la suya y ella se giró un poco para pasársela. Se encontró sin quererlo cara a cara con él, sus labios demasiado cerca como para ignorarlos. Apenas atinó a retroceder un poco. El espacio disponible era mínimo; cada vez llegaba más gente al local.
Cam alzó su botella para brindar con ella, y el sonido de cristal contra cristal la sacó por fin de su trance. Maverick se apresuró a darle un largo trago a su bebida, rezando para que eso ayudara a bajar la temperatura de su cuerpo, revolucionado por su cercanía.
Pero Cam no le dio tregua. La espalda de Maverick reposaba ahora contra la madera del mostrador y no tenía a dónde ir. Él se inclinó otra vez para dejar la cerveza y, una vez que tuvo las manos libres, las apoyó en la barra; sus brazos a ambos lados del cuerpo de ella, su boca a tan solo unos centímetros. Una de sus comisuras se elevó y la expresión canalla que asomó a su rostro le dijo a Maverick que no era la única a la que le afectaba la cercanía de sus cuerpos. Por los ojos azules de Cam desfilaron multitud de emociones, unas más osadas que otras, pero todas, sin duda, tentadoras.
Maverick colocó una mano sobre el pecho de él, no con la intención de separarlo, sino porque ardía en deseos de tocarlo. Incluso a través de la camisa negra que llevaba, la piel de Cam parecía arder.
—Ya no tengo quince años —le dijo él, y sus ojos descendieron hasta su boca.
Maverick era perfectamente consciente de en qué estaba pensando, sus pensamientos era muy similares. Si algo les había sobrado siempre era pasión, y esta continuaba ahí, latiendo en cada mirada, en cada roce.
—¿Y eso qué se supone que quiere decir? —lo provocó ella, a sabiendas.
Cam recortó parte de la distancia que había entre sus cuerpos, aunque sus bocas continuaron anhelándose. Una de sus manos se posó en su cadera y ascendió por su costado. Fue un movimiento lento, muy lento, como si Cam estuviera recreándose en la curva de su cintura, aprendiéndosela de memoria.
Luego deslizó la mano bajo su chaqueta hasta su espalda, y se detuvo brevemente en la zona entre sus omóplatos que el vestido dejaba al descubierto.
Comenzó a trazar líneas, dibujando formas que su piel se bebía con necesidad.
Se movió de nuevo y sus labios terminaron junto a su oído, rozando el lóbulo al hablar.
—Que hay un montón de cosas que ahora mismo estoy pensando en hacerte, cosas que mi mente inocente de entonces no soñó siquiera —susurró.
Acto seguido, su boca buscó el hueco tras su oreja.
La besó muy suavemente, torturándola con una ternura que Maverick solo había conocido en él. Movió sus labios por parte de su cuello y fue dejando besos sobre su piel, uno tras otro, excitándola de una forma deliciosa.
A Maverick se le escapó un gemido que quedó ahogado por el bullicio reinante en el local pero que Cam no pasó por alto.
—¿Me propones una cita y luego un revolcón rápido, Cameron? —se burló, y que empleara su nombre completo solo azuzó más el deseo de este—. No me parece que las cosas hayan cambiado mucho.
Estaban en un bar, rodeados de estudiantes universitarios, pero eso no disuadió a ninguno de los dos. Se retaron con la mirada unos segundos y el deseo los arrastró un poco más.
—Nadie ha hablado de un revolcón, Parker —la rebatió él, siguiéndole el juego—, y mucho menos he dicho que vaya a ser rápido.
Por puro instinto, Maverick adelantó las caderas, y Cam aprovechó ese movimiento para empujarla ligeramente con la mano que mantenía sobre su espalda. Ya no quedó espacio alguno entre ellos. Maverick se mordió el labio inferior al percibir con claridad la erección de Cam.
Se separó de ella y se hizo de nuevo con su cerveza para darle un trago, sin dejar de observarla, y Maverick supo que estaba perdida cuando lo vio sonreír.
—Voy a disfrutar mucho con esto —soltó él sin más, haciendo gala de un
Y fue entonces, al escuchar sus carcajadas, cuando Cam supo que el que estaba perdido era él. Si había algo jodidamente sexy de Maverick, era su risa; que fuera él el que la provocaba, lo volvía loco.
Salieron del bar con mucha más urgencia que con la que habían entrado.
Cam ni siquiera se despidió de sus amigos, sino que atravesó el local de una punta a otro en cuestión de segundos, sus manos entrelazadas con fuerza. No la miró a los ojos hasta que estuvieron junto al coche, y entonces ya no fue capaz de reprimirse por más tiempo. La acorraló contra la carrocería y atacó su boca con voracidad. Maverick recibió el asalto casi con alivio.
Las manos de Cam se deslizaron por la parte exterior de sus muslos y alcanzaron sus caderas, y de ahí pasaron a sus nalgas.
—¡Joder, Mave! —gruñó, al sentir que ella correspondía sus caricias apretándose contra su erección.
Mordisqueó su labio y ahondó en su boca, llenándose de ella, reclamando todo lo que pudiera darle. Mientras la besaba, se sacó el móvil del bolsillo del pantalón.
—Dame… dame un segundo —le pidió, separando sus bocas, aunque era lo último que deseaba en ese instante.
Sus dedos volaron sobre el teclado mientras Maverick lo observaba desconcertada. La besó con desesperación con el móvil aún en su mano, y se retiró de nuevo cuando el aparato vibró.
—¿Se puede saber qué haces? —inquirió Maverick, al comprobar que empezaba a teclear otra vez.
Cam le mostró la pantalla. Había una foto de Lily acurrucada en una cama, durmiendo junto a Perseo.
—Están en el piso de Olivia. Podemos subir cuando queramos a buscarla, hay unas llaves en casa —le dijo Cam—, pero ahora mi apartamento está vacío…
Maverick se echó a reír al comprender lo que trataba de decirle.
—¿Te me estás insinuando?
Cam negó, muy serio, durante un segundo. Luego tiró de ella y volvió a besarla.
—Solo te digo que voy a llevarte a casa, voy a follarte primero y a hacerte el amor después, Parker —afirmó, y sus manos se perdieron bajo su falda.
Esta vez, sin embargo, ascendieron por la parte interna de sus muslos hasta
alcanzar el encaje de su ropa interior. Maverick estalló en llamas al sentir el contacto.
La necesidad de ambos aumentó de tal forma que llegar hasta el apartamento requirió de ellos verdadera fuerza de voluntad. Tras aparcar el coche, corrieron por la calle como los dos chiquillos que habían sido cuando se conocieron, aunque sus intenciones ahora no fueran tan castas como entonces.
Encontraron la casa en silencio y a oscuras, justo como Sean le había dicho que estaría, y Cam no pudo evitar dar gracias mentalmente a su gemelo por haber pensado en que aquello pudiera suceder.
La puerta aún no se había cerrado del todo y él ya había agarrado a Maverick por las caderas. La alzó en vilo para que lo rodeara con sus piernas y la colocó contra la pared. La besó largo rato, luchando contra la necesidad de poseerla en ese mismo instante. Quería que durase, iba a recrearse con el sabor de sus besos y la calidez de su piel durante tanto tiempo como fuera posible, y, después de eso, tal y como le había dicho, volvería a hacerle el amor de forma lenta y minuciosa hasta que Maverick sintiera deseos de gritar su nombre.
—¿Esto es todo lo que sabes hacer, Cameron? —volvió ella a la carga, aunque la voz se le quebró al pronunciar su nombre.
Cam supo que estaba tan excitada como él. Le dedicó una sonrisa descarada que prometía más, mucho más, y caminó cargando con ella hasta su dormitorio.
—Estás jugando con fuego, Parker —repuso él, mientras la depositaba sobre la cama.
No se tumbó encima, sino que se arrodilló a su lado en el colchón. Sin esperar más, se deshizo de las braguitas de Maverick y empujó con suavidad sus rodillas para dejarla totalmente expuesta.
—Definitivamente, voy a disfrutar mucho con esto —afirmó, inclinándose para tomarla con la boca.
Maverick gimió al sentir su lengua apretarse contra su centro; lamiéndola con suavidad primero y con más ímpetu después. Sus jadeos no hicieron más que aumentar la intensidad con la que Cam la acariciaba, como si sintiera en su propia carne el placer que le estaba provocando. Mientras sus labios se movían, llevándola al límite, hundió un dedo en su interior y ella tuvo que cerrar los ojos, desbordaba por la sensación. Continuó torturándola sin pausa y, poco después, un segundo dedo se unió al anterior.
Cam la saboreó con deleite, perdido entre sus piernas, hasta arrastrarla al abismo de un primer orgasmo que la dejó temblando. Pero no se detuvo ahí. La giró para colocarla boca abajo y Maverick lo dejó hacer, estremeciéndose aún por las oleadas de placer que recorrían su cuerpo. Cam bajó la cremallera de su
vestido y se deshizo de la prenda; el sujetador fue lo siguiente en desaparecer.
Quedó desnuda frente a él.
—¿Has terminado? —le dijo ella, observándolo por encima de su hombro.
Cam negó, y una sensual sonrisa acompañó al gesto.
—Ni siquiera he empezado aún.
Besó su piel, cada rincón de ella; lamió, mordió, succionó su espalda, la curva de sus nalgas, mientras sus dedos volvían a estimularla con delicadeza, muy poco a poco. Acarició su cuerpo con una devoción tal que Maverick no pudo hacer otra cosa que rendirse y rogar para que él se uniera por fin a ella.
—Cam…
—¿Ya no soy Cameron? —bromeó él, pero comenzó a quitarse su propia ropa.
Se desnudó por completo sin separarse de ella y luego volvió a recorrer sus curvas, piel con piel, la acarició con todo el cuerpo, conteniéndose a duras penas; despertando su excitación de nuevo, acercándola una vez más al clímax.
—Cam —gimió Maverick, ansiosa—. Por favor.
La súplica fue más de lo que él pudo resistir.
Se inclinó hasta alcanzar el primer cajón de la mesilla y tomar de él un preservativo que no tardó en ponerse. Se colocó tras ella, tiró de sus caderas para alzarlas y, sin más aviso que ese, la penetró.
Cam gruñó, su respiración se volvió entrecortada y su pulso se desbocó.
Cada embestida le arrancaba un jadeo que excitaba tanto a Maverick como la sensación de tenerlo por fin en su interior. Se hundía en ella una y otra vez sin descanso, hasta que tuvo que parar para evitar alcanzar el orgasmo antes de lo que deseaba.
Maverick se incorporó entonces y pegó su espalda contra el pecho de Cam.
—Tengo que reconocer que te estás esforzando —rio, con esa complicidad que compartían y que rellenó una parte del vacío en el pecho de Cam.
Acarició su pechó y jugueteó con sus pezones endurecidos, y cedió al deseo de saborearlos.
—Esto es lo que haces conmigo, Mave —le susurró, justo antes de que ella cayera, ahora boca arriba, sobre el colchón—. Me vuelves loco —añadió, aunque calló su siguiente pensamiento.
«Estoy jodidamente enamorado de ti».
Deseo y amor no eran lo mismo, pero en el caso de Cam confluían y se enredaban hasta dar forma a un único sentimiento. Quería perderse en su cuerpo,
pero también ser parte de su alma; devolverle esos años en los que no había estado a su lado.
Se tumbó sobre ella, agarró sus manos para colocárselas por encima de sus cabezas, y la penetró de nuevo. Maverick gimoteó de puro placer al sentir cómo la llenaba.
—Podría hacer esto para siempre —murmuró, arrancándole a Maverick una carcajada.
—No aguantarías tanto —replicó, sin comprender del todo el sentido de sus palabras.
Pero Cam volvió a embestirla y su espalda se arqueó, y sus caderas salieron a su encuentro para recibirlo con desesperación.
—Ponme a prueba —la desafió.
No hablaron más. Cam pasó un brazo bajo su rodilla y alzó una de sus piernas, para colarse aún más hondo en su interior. Sus respiraciones se volvieron erráticas y sus cuerpos danzaron en perfecta armonía, sintiéndose el uno parte del otro, exigiéndose más aunque se lo estuvieran dando absolutamente todo, incluso el alma.
Maverick no tardó en alcanzar un límite desde el que ya no había vuelta atrás y se vio empujada al clímax, arrastrando con ella a Cam cuando las paredes de su sexo se apretaron en torno a él.
Cayeron enredados sobre las sábanas. Maverick apoyó la cabeza en su pecho antes de cerrar los ojos. Aún se estremecía de placer, exhausta pero satisfecha, acurrucada contra su cuerpo y disfrutando de ese instante de intimidad tan similar a muchos otros que habían compartido en el pasado. Era como volver a estar por fin en casa después de mucho tiempo fuera.
—Subiremos a por Lily cuando quieras —le dijo Cam, luchando por recuperar el aliento. Deslizó los dedos por uno de sus mechones pelirrojos—, aunque mi idea era tener tiempo para recuperarme y luego hacerte el amor con algo menos de prisa —rio, avergonzado, de nuevo casi como el adolescente de años atrás.
Cam siempre había encontrado la manera de mostrar su dulzura, daban igual las circunstancias en las que se encontraran, y a Maverick le agradó comprobar que eso no había cambiado y que, además, no dejaba de pensar en el bienestar de su hija.
Aunque se había dejado convencer para salir esa noche, se sentía en parte culpable. Llevaba años haciéndose cargo de Lily sola, aunque contaba con la
ayuda de su madre; todo lo que se había permitido era pasar, de vez en cuando, un par de horas en el mar haciendo surf.
—Ella está bien —susurró Cam, como si supiera el rumbo que habían tomado sus pensamientos—. Sean y Olivia nos llamarán si se despierta o pasa algo.
Él depositó un beso en su sien que la hizo sentir mejor, y ese beso llevó a otro, y ese a otros, cada vez más intensos, cada uno más apasionado que el anterior… Hasta que Maverick cedió al deseo de sentirse de nuevo parte de aquel chico dulce que le había robado el corazón con tan solo dieciséis años y que ahora parecía dispuesto a recuperarlo.
Se olvidó por el momento de sus dudas y dejó a un lado todo para sentirlo únicamente a él. Cam, por su parte, se preguntó si ella desearía tanto como él que ese instante se volviera infinito, que la distancia que los había separado hasta entonces no volviera a hacerlo jamás. Se preguntó si Maverick estaría dispuesta a compartir más que unas pocas horas de su vida con él.
Porque Cam Donaldson ansiaba más que una noche. Quería toda una vida.
Horas después, subieron al apartamento de Olivia y Maya. Cam supuso que esta última no estaría allí si Sean se había aventurado a llevarse a Perseo con ellos; la compañera de piso de Olivia era alérgica al gato y solía comenzar a estornudar y a rascarse de forma frenética en cuanto estaba en la misma habitación que el animal.
Entraron de puntillas para no despertar a nadie, pero fue en vano. Bajo la puerta de la habitación de Olivia había una rendija de luz que indicaba que no estaban dormidos. Cam llamó con suavidad y Sean no tardó en salir del dormitorio y reunirse con ellos en el salón.
—No he querido dormirme por si Lily se despertaba —les dijo, con aspecto somnoliento y cansado.
Cam arqueó las cejas. Era difícil reconciliar la imagen que todo el mundo tenía de su gemelo con la de alguien capaz de pasar horas velando el sueño de una niña de seis años. La entrada de Olivia en la vida de Sean había obrado verdaderas maravillas; lo había cambiado por completo.
Sonrió.
—¿Qué? —inquirió Sean, al percatarse de la expresión de su hermano, pero este agitó la cabeza.
—¿Se ha portado bien? —intervino Maverick.
—Tal vez deberías preguntarle eso a Lily. Sobre Olivia y él —aclaró Cam, ahogando una risita.
Sean le dio un empujón.
—Es única —aseguró, ignorando la pulla de su gemelo—, y lista, y divertida. Además, tiene el encanto de los Donaldson —se jactó, orgulloso de la niña que dormía en la habitación de al lado—. Nos permitirás seguir viéndola,
¿verdad?
Ahora fue Cam el que le propinó un empujón disimulado a su hermano. No quería que presionara a Maverick, no hasta que ellos pudieran hablar del tema.
Pero ella esbozó una sonrisa, miró a Cam un instante y asintió.
Sean debió comprender que se había excedido. Alternó el peso de una a otra de sus piernas y se frotó el cuello.
—Bien. Voy a dormir un poco —les dijo, y los dejó a solas.
Lily dormía enredada en una manta, y Perseo lo hacía junto a ella. La niña ni siquiera se había llevado a la cama su peluche favorito, a pesar de haber insistido a su madre para que no olvidara meterlo en su bolsa de viaje antes de marcharse de Half Moon Bay. Maverick la contempló con una sonrisa igual de serena que la que reflejaba el rostro de la pequeña, y Cam las observó a ambas con atención, como si no se creyera del todo que estuvieran en la misma habitación que él, que existieran en realidad.
Ella se inclinó para tomar a Lily en brazos, pero Cam se le adelantó. Había anhelado el momento en el que pudiera sostenerla de nuevo contra su pecho; dormida podía permitirse acunarla de la forma cariñosa en la que lo haría un padre, su padre. Le pidió permiso a Maverick con la mirada y, en cuanto esta se lo concedió con un leve asentimiento, la levantó y la sostuvo con una mezcla de felicidad y terror que no logró comprender. La cabeza de Lily se deslizó y terminó reposando contra su pecho; Cam no podía dejar de mirarla y tampoco controlar el torrente de emociones que atravesaba su cuerpo y su mente en ese momento.
—Es preciosa —murmuró muy bajito, aunque eso no alcanzaba a describir en modo alguno lo que de verdad quería decir sobre la niña.
Bajaron hasta el apartamento de Cam en silencio; Maverick con el corazón encogido por una escena que no se había atrevido siquiera a soñar, y Cam demasiado abrumado por sus propios sentimientos. Acomodaron a la niña en la cama de Cam, y Maverick, que había cargado con Perseo, lo depositó también sobre el colchón. El animal giró dos veces sobre sí mismo y se aovilló pegado al costado de Lily.
—Tú… tú quieres… —Cam no sabía muy cómo abordar el tema.
Finalmente, hizo un gesto en dirección al otro dormitorio—. Dormiré en la habitación de Sean —concluyó, y Maverick comprendió por fin qué era lo que no se atrevía a preguntar.
Tardó unos segundos en decidir qué hacer.
—Me quedaré aquí con Lily —le dijo, y él no hizo ninguna objeción al respecto.
Era lógico que quisiera dormir con su hija, aunque lo que en realidad preocupaba a Maverick era que Lily se despertara antes que ellos y los sorprendiera juntos en la cama. Tenía mucho de lo que hablar con ella y no quería empezar dándole ese tipo de explicaciones.
—Te veré… Os veré mañana —afirmó Cam, en un susurro, y no pudo
evitar acercarse a ella y darle un beso de buenas noches.
Fue rápido pero delicado, una promesa.
Resultaba tan extraño como reconfortante. La vida de Cam se había puesto del revés en apenas un mes y no terminaba de acostumbrarse. Disfrutó del contacto suave de los labios de Maverick durante un segundo y luego se marchó a la habitación de su gemelo.
A la mañana siguiente lo despertó una risa infantil proveniente del salón acompañada de una voz que hablaba en susurros. Se puso una camiseta de su hermano antes de abandonar el dormitorio y reunirse con Maverick y Lily, que ya hacía varias horas que estaban en pie.
—No hemos querido despertarte —le dijo Maverick, sentada en el sofá.
Tenía aún el pelo húmedo por la ducha que se había dado y Cam sonrió al recordarla saliendo del mar con su tabla debajo del brazo.
Lily estaba a su lado, mordisqueando una de las galletas que Cam había comprado pocos días antes esperando que le gustaran. No conocía sus gustos, nada de ella, salvo lo mucho que adoraba los gatos. Se sintió excluido al pensar en todo lo que se había perdido de ella, en lo que se perdía incluso ahora. No era más que un extraño, un amigo de su madre en el mejor de los casos.
Maverick percibió el momento en el que la expresión de Cam se ensombreció y la tristeza se acumuló en su mirada azul, oscureciéndola.
—Sean juega esta tarde —comentó él, apartando esos pensamientos de su mente, aunque sus ojos no recuperaron el brillo—. Tengo entradas para los tres si os apetece ir a verlo.
—¡¡Sí!! —chilló la niña, entusiasmada—. Tito Sean me ha explicado que juega de quarterbark, es el que más mola del equipo.
Cam podía imaginarse perfectamente a su gemelo empleando esas mismas palabras para contarle a Lily cuál era su labor en el equipo. Recordó entonces que le había comprado un regalo. Fue a su dormitorio y regresó con el paquete entre las manos, tan ilusionado como la propia niña.
—Esto es para ti.
La cara de Lily se iluminó y comenzó a dar pequeños botes en el asiento.
Ese detalle, unido a la sonrisa que asomó a los labios de Maverick, fue suficiente para dejar atrás la tristeza que se había apoderado de él momentos antes.
A Lily le encantó la gorra y la sudadera de los Bruins, el equipo de UCLA en el que Sean jugaba, y aseguró que se la pondría esa misma tarde para animar a Sean desde las gradas.
—Gracias —le dijo Maverick rato después en la cocina.
Pero Cam agitó la cabeza, negando. No había nada que agradecer. Se mantuvo junto a la cafetera a la espera de que el café estuviera listo. Maverick echó un vistazo a Lily para asegurarse de que continuaba en el salón, entretenida con Perseo, y se colocó junto a Cam.
—Quiero decírselo —susurró, y él no necesitó que especificara a qué se refería. Ladeó la cabeza para mirarla con un movimiento tan repentino que a punto estuvo de arrancarle una carcajada a Maverick—. Es lo justo, tiene derecho a saberlo, y tú… —Las palabras se le atascaron en la garganta.
Cam le rodeó los hombros con un brazo, no se atrevió a más.
—Puedo esperar —le dijo, aunque no era del todo verdad; ya se había perdido demasiado de la vida de su hija.
—No, está bien. Encontraré la manera de explicárselo…
Cam deseó besarla, lo deseaba con todo su ser, pero se contuvo.
No profundizaron más en el tema, no con Lily en la habitación de al lado; aunque ambos sabían que se debían una conversación. Pero no ese día.
Después de desayunar, salieron a dar un paseo y Cam les enseñó el campus.
También almorzaron fuera, junto con Sean, Olivia y Maya, y Lily se ganó a todos y cada uno de ellos sin excepción. Tal y como su gemelo había comentado, la pequeña tenía el encanto de los Donaldson, sumado a su maravillosa sonrisa, resultaba difícil no caer rendido ante ella.
Esa misma tarde, disfrutaron del partido y animaron a Sean hasta perder la voz, y Lily no dejó de aplaudir con sus pequeñas manitas cuando, en una de las ocasiones en la que los Bruins anotaron, Sean traspasó la línea de anotación y se volvió hacia la grada para dedicarle el tanto a su sobrina.
—La emoción no la dejará dormir esta noche —le susurró Maverick a Cam, moviendo la cabeza de un lado a otro.
Sin embargo, también ella parecía estar disfrutando. Cam se atrevió entonces a mover la mano y colocarla sobre la suya. Le dio un ligero apretón mientras sus ojos confesaban lo mucho que deseaba besarla y estrecharla entre sus brazos; si Maverick descifró o no su expresión, no hubo manera de saberlo.
Tras el partido, Lily iba de la mano de su madre mientras caminaban por el pasillo que conducía a los vestuarios.
—¿Te ha gustado? —le preguntó Olivia, y la pequeña asintió con efusividad—. Procura no decírselo al tito Sean o no habrá quién lo aguante luego.
Lily soltó una risita. Aún llevaba puesta la gorra que Cam le había regalado y también la sudadera con el emblema del equipo.
—Pero ha ganado —respondió ella, porque los Bruins habían jugado como nunca y habían obtenido una holgada victoria.
—Por eso lo digo. No necesita que nadie se lo repita —se burló Olivia, y Cam rio.
—A Sean le gusta presumir —le susurró él a la niña, aún sonriendo.
Tal vez Lily no se dio cuenta y puede que Cam tampoco lo comprendiera en ese momento, pero estaba volviendo a ser de nuevo él mismo, un poco más cada vez, más de ese Cam capaz de bromear y meterse con su gemelo, más feliz, más libre de las cargas que tanto habían oprimido su pecho en las últimas semanas.
Empezaba a reconciliarse consigo mismo y con el mundo que lo rodeaba; tenía esperanza. Solo había una preocupación que aún mantenía una parte de su angustia latiendo en su corazón… su futuro con Maverick y Lily.
Sean salió del vestuario exhibiendo su mejor sonrisa, le dio un largo beso a Olivia y, acto seguido, fue directo hacia la niña. La tomó en brazos y la lanzó al aire ante la mirada horrorizada de sus padres, que por un momento temieron que se le escapara de las manos.
—¿Lo has visto? —le decía, pero la niña apenas podía hablar a causa de las carcajadas.
Cam envidió un poco la naturalidad con la que su gemelo se relacionaba con Lily, lo fácil que resultaba para él. Pero eso cambió cuando Sean se acercó a él con ella aún entre los brazos y la sentó sobre sus hombros, como si supiera con exactitud lo que le rondaba la mente. Lily se agarró a su cuello sin parar de reír, y Cam se derritió al sentirla aferrándose a él. Ladeó la cabeza en dirección a Maverick, que los observaba con una expresión indescifrable.
—Vamos a comer algo. Me muero de hambre —sugirió Sean.
Algunos de sus compañeros de equipo, incluido Crowley, salieron del vestuario. No perdieron detalle de la escena. Cam sabía que lo habían visto con Maverick la noche anterior en el Silver’s y también que habría rumores acerca de la relación que unía a los gemelos con la niña, pero no le importaba en absoluto.
La muerte de su padre había cambiado por completo sus prioridades, las de ambos, y Cam era ahora más feliz de lo que lo había sido en mucho tiempo.
Cenaron todos juntos y, aunque faltaran Aria, Max o la señora Donaldson, Cam se sintió como en familia. Pasó la comida alternando la mirada entre Maverick y Lily, y Olivia, sentada a su lado, se burló un poco de él debido a eso.
—Se te cae la baba —le susurró, para que los demás no se percataran de ello.
Cam puso los ojos en blanco, pero sabía que tenía razón.
De alguna forma, Sean se las arregló para dejar a solas a Maverick y Cam.
Lily se mostraba encantada con las atenciones que todos le dedicaban y no le importó que su madre se quedara rezagada mientras regresaban caminando al apartamento.
—Mave, yo… —Cam tomó aire y trató de ordenar sus pensamientos—.
Podemos arreglárnoslas para que pueda verla hasta que me gradúe. Me quedaré en California después de eso —agregó, porque eso era lo que deseaba, estar cerca de ellas—. Y nosotros…
—Cam —lo interrumpió ella. No lo miró, siguió caminando con la vista fija al frente—. No necesitas decidir tu futuro ahora. Podemos ir con calma.
Él asintió y siguieron andando en silencio hasta que el edificio en el que vivía apareció ante ellos.
Maverick suspiró.
—Te eché de menos —admitió ella, aún sin mirarlo—. Durante todo ese tiempo, miraba a Lily y te veía en ella y… —Inspiró con fuerza—. Te echaba de menos.
Cam pensó en lo que no le decía. Estaba seguro de que había algo que se callaba; la tristeza que asomaba a sus ojos era buena prueba de ello. La agarró del brazo para detenerla y echó un rápido vistazo al portal. No había ni rastro de los demás, ya debían estar arriba.
Acunó su rostro entre las manos y rebuscó en su mirada tratando de dar con la causa de su agonía.
—Tú y yo… —comenzó, pero Maverick negó.
—No hablemos de eso ahora, Cam —le dijo; rogó más bien.
—¿Por qué?
—Porque no es el momento.
—No lo entiendo, Mave. Pensaba que podríamos ser… que podíamos ser una familia —soltó, titubeante. No porque no creyera en lo que decía, sino porque no sabía si era eso lo que ella quería.
Los ojos de Maverick brillaron con la humedad que acumulaban, y ella se esforzó para contener las lágrimas. Cam no comprendía porque cada una de sus palabras parecía hacer que ella se sintiera peor. No era eso lo que deseaba, anhelaba su sonrisa más que ninguna otra cosa.
Mantuvo un instante más su cara entre las manos, el pulgar acariciando su mejilla son suavidad.
—Está bien —cedió finalmente—. No hablaremos de esto si no quieres. Por ahora —añadió. Más tarde o más temprano, iban a tener que hablar de ellos, no como padres de una niña, sino como pareja.
Eso era lo que Cam quería, a Maverick a su lado, para siempre.
El fin de semana terminó y, con él, el tiempo del que disponían. Pero Cam estaba decidido a ver a Maverick y a Lily siempre que le fuera posible, como también lo estaba a graduarse. Entre semana acudía a sus clases y todos los fines de semana que podía escaparse viajaba a Half Moon Bay para visitarlas.
Pasó enero y parte de febrero de un lado a otro de la costa californiana. En sus visitas, Maverick mantenía una actitud ambigua que desconcertaba a Cam; lucía feliz al ver cómo se relacionaba con Lily, cómo hablaban, reían juntos e incluso cómo comenzaban a compartir confidencias, pero él continuaba vislumbrando una sombra de dolor tras su sonrisa y no tenía muy claro qué hacer para cambiar eso.
Aún no le habían explicado a la pequeña quién era en realidad Cam y, aunque este se moría de ganas de decírselo, se armó de paciencia a la espera de que Maverick encontrara el momento oportuno para hacerlo.
De su propia relación, de la magia de la noche que habían compartido en la universidad semanas atrás, de los momentos que habían pasado juntos durante las navidades, de los besos, las caricias, las promesas formuladas con tan solo una mirada… De lo que sentían el uno por el otro, no volvieron a hablar en todo ese tiempo a pesar de que Cam no era capaz de apartar esas imágenes de su mente.
Aunque Lily no supiera aún que era su padre, le estaba resultando más difícil acercarse a Maverick que a ella.
—Así que aún no lo sabe —señaló Becca, la madre de Maverick.
Cam estaba en la cocina de su casa en Half Moon Bay y, por su tono, comprendió que su pregunta no era solo una forma de iniciar una conversación.
Maverick había subido a acostar a Lily y él se iría enseguida de vuelta a Berkeley para pasar la noche en el apartamento de Max.
—¿Puedo hacerle una pregunta, señora Parker?
Ella esbozó una mueca de disgusto.
—No me llames así, por favor. Solo Becca, y pregunta lo que quieras.
—Lo siento, Becca —se disculpó él. Resultaba obvio que ella no estimaba demasiado a su exmarido—. ¿Cree que hay algún motivo por el que Maverick no quiere decirle a Lily quién soy?
La mujer negó. Tomó asiento frente a él con una taza de té entre las manos.
—No creo que eso sea lo que le preocupa —señaló—. Lily te adora, a ti y a tu familia. No deja de hablar de vosotros. Y Maverick es consciente de cómo la tratas; ojalá su padre se hubiera comportado así con ella —suspiró, apesadumbrada.
A pesar de que la propia madre de Cam no había tardado mucho más que la de Maverick en quedarse embarazada, sus vidas habían sido completamente diferentes; sus familias, el modo en el que las dos parejas habían enfrentado el hecho de ser padres jóvenes, el amor que les mostraron a sus hijos o la manera de criarlos… todo había sido diferente.
—Siento lo que pasó entre mis padres y el padre de Maverick —volvió a disculparse, pero Becca le restó importancia con un ademán—. Entonces, ¿hay algo más que le preocupa a Maverick?
Cam sabía que esa charla debía estarla manteniendo con Maverick y no con su madre, pero presionarla no había servido de nada, y le daba miedo que, de alguna manera, pudiera hacerle daño sin siquiera saberlo. ¿Qué más podía esconderle ella después de tanto tiempo?
Becca le dio un sorbo a su té y se tomó un momento para responder.
—Todo, le preocupa todo. Lleva años preocupándose por todo, más aún en lo que respecta a Lily. Ha sido duro para ella —afirmó, y Cam estaba convencido de que era verdad. Por mucha ayuda de su madre con la que hubiera contado, criar a una niña sin su padre tenía que haber requerido mucho sacrificio.
—Podía habérmelo dicho en cualquier momento —replicó Cam, sin ánimo de reproche—. Yo hubiera estado aquí. Quizás… Quizás lo que su exmarido pensaba de mi familia le influyó más de lo que cree —aventuró, aunque no creía muy probable que así fuera.
—Lo dudo. Maverick no lo ve desde hace años y no es que se llevaran muy bien.
Cam apoyó los codos en la mesa y escondió la cara entre las manos, frustrado. Becca estiró el brazo y le dio un apretón de ánimo en el hombro.
—Eres un buen chico y ella lo sabe, y Lily estará encantada cuando se entere de la verdad.
Cam amagó una sonrisa torpe para agradecerle a la mujer su apoyo justo cuando Maverick apareció en la puerta de la cocina retorciéndose las manos y con la mirada repleta de inquietud.
—Se lo he dicho —soltó con voz temblorosa, más pálida que de costumbre
—. Ella quiere que subas. Quiere… quiere hablar contigo.
Cam permaneció inmóvil durante unos segundos, asimilando lo que Maverick acababa de decir y sin saber si ella habría escuchado algo de la conversación que había mantenido con su madre. No se movió hasta que Maverick se apartó del umbral y le hizo un gesto indicando las escaleras que llevaban al piso superior.
Se puso en pie y atravesó la cocina en unas pocas zancadas, pero al pasar junto a ella se detuvo. Pensó en cogerle la mano, en rozar su piel de alguna manera solo para decirle que todo iría bien, que él estaba allí y no pensaba marcharse, que no tenía que preocuparse de nada; pero Maverick retrocedió un paso más, apartándose de él.
La felicidad que le producía que Lily supiera por fin que él era su padre se vio enturbiada por el muro existente entre Maverick y él. Al margen de la existencia de Lily, Cam sabía que hubiera ido a buscar a Maverick a cualquier lugar en el que se encontrara si ella lo hubiera avisado. Era por eso por lo que Sean nunca le había hablado de lo que había sucedido entre el padre de Maverick y ella, le hervía la sangre solo de pensar en que le hubiera puesto la mano encima, y su gemelo lo conocía lo suficientemente bien para ser consciente de que hubiera removido cielo y tierra hasta dar con ella. La había amado hasta ese punto en el pasado y la amaba aún más ahora.
Ascendió por las escaleras despacio; temblaba como no lo había hecho nunca. Él, normalmente decidido y capaz, se sentía perdido. Era el momento que había estado esperando, ese instante en el que podría mirar a su hija a los ojos sabiendo que ella comprendía quién era él. Y, aunque decírselo no iba a hacer que la niña lo asumiera de repente y lo tratara como tal, era un paso más, uno muy importante.
Dio dos golpes en la puerta entreabierta y se adentró en la habitación sin esperar una respuesta. El dormitorio se hallaba iluminado tan solo con la luz tenue de una lámpara situada sobre la mesilla de noche, junto a la cama, y Lily se encontraba acostada ya, tapada con una manta hasta el pecho y rodeada de varios peluches que apenas si dejaban espacio sobre el colchón para nada más.
Cuando Cam se aventuró a mirar el rostro de la niña, la encontró seria, con el ceño fruncido como si de un adulto se tratase. Le recordó tanto a Aria que no pudo evitar sonreír. Ambas compartían esa mueca que no terminaba de expresar ni disgusto ni desconcierto, sino algo intermedio.
—Hola, peque —le dijo, acercándose a la cama.
Había empezado a llamarla así semanas atrás, tal y como hacía Maverick, y la niña lo había aceptado de una forma natural.
Cam cogió un gato de peluche que le habían comprado días atrás, también gris, como Perseo, y se sentó en el lugar que este había ocupado. La pequeña tardó un poco en contestar a su saludo, continuó observándolo con esa pequeña arruga atravesando su frente, pensativa.
—Mami dice que tú eres mi papá —soltó por fin, y Cam asintió con un nudo en la garganta. No estaba seguro de si, a la niña, la idea le disgustaba o no
—. Y también dice que no te fuiste lejos antes de que yo naciera, que… —
titubeó, tal vez sin comprender del todo lo que Maverick acababa de explicarle
—. Que tú no sabías que yo estaba aquí.
Cam no tenía muy claro hasta dónde habían llegado las explicaciones de Maverick, ni qué habría alegado para justificar su ausencia durante tanto tiempo, pero lo último que deseaba era que Lily guardara rencor a su madre por lo que había hecho.
—¿Crees que podrías hacerme un hueco mientras hablamos? —le pidió. Al comprobar que no se oponía, retiró varios peluches y los depositó en el suelo.
Lily se deslizó hacia un lado y él se tumbó de forma precaria casi al borde del colchón.
—¿Es verdad? —insistió ella, cuando él se hubo acomodado.
Cam mantenía el gatito de trapo entre las manos. Había imaginado decenas de veces lo que le diría a Lily cuando supiera la verdad, pero ahora las palabras se negaban a salir.
—Sí, lo es —admitió, y el mismo temblor que había sacudido su cuerpo minutos antes se adueñó ahora de su voz—. Yo no quería irme lejos, hubiera querido estar contigo siempre, y con tu madre —agregó—. Fue complicado para ella y no pudimos hacer otra cosa, Lily.
Estaba justificando a Maverick incluso sin saber lo que realmente había sucedido, pero en ningún momento se planteó hacer nada diferente.
La niña se removió, también inquieta, y sus ojos fueron a parar al peluche que Cam sujetaba. Este se lo tendió y esbozó una sonrisa, tanteándola. Ella sonrió un poco también.
—¿Y volverás a irte? —El deje de amargura con el que lo interrogó no le pasó inadvertido a Cam.
Probó a pasar un brazo bajo la cabeza de la niña, y se le encogió el corazón
al sentir cómo ella acurrucaba su pequeño cuerpo contra él.
—¿Tú quieres que me quede? Porque a mí me gustaría quedarme —le dijo, las lágrimas aflorando a sus ojos.
Nunca, en toda su vida, había sentido la extraña emoción que se adueñó de él en ese momento. Se forzó a tragarse unas lágrimas que no eran de tristeza, sino de pura felicidad.
La niña asintió, moviendo la cabeza de arriba abajo, y su sonrisa es ensanchó un poco más.
—¿También se quedarán el tito Sean y Olivia? —inquirió, y ahora había esperanza en su voz.
—Claro que sí, y también Aria. ¿Te acuerdas de ella? ¿La chica que tanto se parece a ti? Ella también es tu tita.
Lily la había conocido el fin de semana anterior, cuando su hermana se había acercado hasta Half Moon Bay con Max y con él. Maverick se había alegrado de poder volver a verla y, como era de esperar, la niña había conquistado también a la tercera de las hermanas Donaldson.
—¡Ahora tengo una familia grande! —exclamó la pequeña, entusiasmada con la idea, y Cam no pudo evitar reír, aliviado—. Y un papá.
Esas últimas tres palabras fueron más de lo que pudo resistir. Varias lágrimas escaparon mejilla abajo y Cam se apresuró a secarlas antes de que ella se diera cuenta de que estaba llorando.
—¿Puedes quedarte mientras me duermo? —Lily elevó la barbilla para mirarlo a la cara y él asintió, incapaz de hablar.
Era consciente de que, conforme creciera, probablemente haría más preguntas, y aún no estaba seguro de en qué punto estaban Maverick y él y de cómo iban a afrontar las cosas ahora o cómo se organizarían… Todo dependía de ella, en realidad. Cam la quería en su vida, pero no porque fuera la madre de su hija, sino porque estaba completamente enamorado de ella.
—Duerme tranquila, me quedaré aquí.
«Siempre», se dijo. No había nada que deseara más.
—¿Y bien? — inquirió Maverick, una vez que bajó al piso inferior y regresó a la cocina.
Becca había desaparecido, y Cam supuso que quería darles algo de intimidad.
—Se ha dormido —repuso él, demasiado aturdido para darle una respuesta más elaborada.
Sabía lo que ella le preguntaba, podía detectar la ansiedad en su mirada y en la forma en la que retorcía uno de sus mechones pelirrojos. Maverick amaba a su hija por encima de cualquier otra cosa o persona, y Cam podía entender que así fuera.
«¿Hay lugar también para mí, Mave?», se preguntó, sin ser capaz de expresarlo en voz alta.
Tal vez ella solo veía en él a un muchacho del que una vez había estado enamorada y que le había dado lo mejor de su vida. Tal vez eso, y nada más, era lo que Cam representaba para ella.
—Creo que se lo ha tomado bien —admitió, en un intento de calmarla y de serenarse también él mismo—. Ella… ha querido que me quedase hasta que se durmiera, por eso he tardado tanto.
Maverick se mordió el labio y asintió.
—Supongo que es una buena señal. Emplea toda clase de trucos conmigo para que me quede y no dormirse sola —rio, nerviosa. Ninguno de los dos sabía muy bien cómo actuar—. En cambio, con mi madre no hace lo mismo. Se duerme sin problemas si es ella la que la acuesta.
—Hará más preguntas —terció. Él también las tenía—. Preguntas para las que no tengo respuesta.
Maverick suspiró y fue a sentarse en una de las sillas. Parecía exhausta, aunque, más que algo físico, Cam intuía que su agotamiento era mental. Becca llevaba razón al decir que se preocupaba por todo, al menos en lo que respectaba a su hija.
La observó unos segundos desde su posición, aún de pie y cerca de la puerta. Llevaba unos vaqueros y una camiseta desgastada, y se había recogido el pelo en un moño descuidado del que escapaban varios mechones. Era preciosa.
Cam se descubría pensando en ello cada vez que la miraba, incluso en aquel momento, pese al cansancio y la preocupación, Maverick era la chica más hermosa que hubiera conocido jamás.
Se aproximó a ella con cautela, atraído por la necesidad de sentirse más cerca pero con miedo a su reacción. No había ido más allá de pequeños roces accidentales desde el fin de semana que Lily y ella habían pasado en UCLA, y, a Cam, la idea de que Maverick no sintiera lo mismo que él lo consumía. Durante todo ese tiempo se había repetido que mantenían las distancia solo porque Lily desconocía quién era él, pero no estaba seguro de que fuera solo eso lo que los separaba. Y le dolía, dolía como el demonio.
Maverick mantenía la vista en el suelo, como si no fuera capaz de enfrentarse a su mirada. Así que Cam se arrodilló delante de ella y esperó.
—Poco a poco —le dijo ella, un instante más tarde—. Iremos resolviéndolo poco a poco.
Pero Cam estaba harto de ir poco a poco. Podía mostrar una paciencia infinita con respecto a Lily, eso no era un problema, pero quería a Maverick, la quería en su vida; la necesitaba. Deseaba volver a verla sonreír sin rastro de tristeza o miedo, de la forma en la que lo había hecho tiempo atrás al mirarlo.
—No quiero ir poco a poco —soltó, con mayor brusquedad de la que pretendía. Los nervios y su ansiedad le habían jugado una mala pasada—.
Quiero que estemos juntos.
—Cam…
—No, Mave, deja que lo diga. No sé a qué tienes miedo… Quiero estar contigo y con Lily, como una familia.
Estaba presionándola, algo que se había prometido no hacer, más aún cuando ellas vivían en Half Moon Bay y él aún tenía que permanecer en la universidad al menos por un semestre más. Pero luego… Luego Cam estaba dispuesto a vivir allí si eso era lo que ella quería, si no deseaba cambiar a Lily de colegio ni alterar la vida de su hija; a Cam no le importaba ceder en eso, buscaría trabajo por la zona de ser así.
—Te quiero —murmuró. No quería callarlo por más tiempo—. Te quiero, Mave.
Ella alzó la vista al escucharlo. Se quedó mirándolo un momento, con la cabeza ladeada y una sonrisa algo triste bailando en sus labios.
—Lo sé, Cam, sé que lo haces —le dijo. Esa no era la respuesta que él esperaba—. Y sé que quieres a Lily y deseas formar parte de su vida. Es más de
Continuaba sin comprender cuál era el problema, a menos que Maverick no sintiera lo mismo por él. El pensamiento resultó tan doloroso que fue Cam el que rehuyó su mirada.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
Maverick no contestó; no le dio una explicación ese día ni tampoco al siguiente. Cam se marchó de regreso a UCLA con una mezcla de alegría y tristeza que lo mantuvo más callado de lo habitual incluso después de llegar al campus y sentarse en el salón de su apartamento a tomar una cerveza con Sean.
—Entonces, ¿ha ido bien? —inquirió su hermano, después de que le contara lo sucedido con Lily el día anterior—. Porque no pareces todo lo feliz que deberías.
Cam se estiró sobre el sofá para alcanzar a Perseo, que daba saltos entre los cojines jugueteando con su propia cola, y lo colocó sobre su regazo. El animal le brindaba cierto consuelo ahora que estaba lejos de Maverick y Lily.
—¿Es por ella? ¿Por Maverick? —continuó interrogándolo, cuando Cam permaneció en silencio—. ¿Ella y tú no…?
No concluyó la frase, no sabía muy bien cómo animar a su gemelo y no quería echar más leña al fuego.
—Vendrán el viernes. —Fue todo cuando este dijo.
El siguiente fin de semana sería el cumpleaños de los gemelos, el uno de marzo, y la tradición siempre había sido que lo celebraran juntos con una fiesta por todo lo alto. Cam había invitado a Maverick para que viniera de nuevo a UCLA con Lily y poder celebrarlo con ellas, pero no estaba seguro de que los planes de su gemelo fueran aptos para una niña de seis años.
—Este año haremos algo más tranquilo —terció Sean, que ya había pensado en Lily, y Cam no pudo evitar sonreír para mostrarle su agradecimiento.
A pesar de todos los cambios que habían sufrido sus vidas en los meses anteriores, los gemelos continuaban compartiendo la misma complicidad de siempre, tal vez incluso más.
—Y tal vez Maverick y tú podríais salir a celebrarlo luego por vuestra cuenta —añadió a continuación—. Olivia y yo cuidaremos de Lily encantados.
Cam no estaba muy convencido de que Maverick aceptara la propuesta, pero no le dijo nada a su hermano. Permaneció un rato en silencio, bebiéndose la cerveza a pequeños sorbos, sin saborearla realmente. Pensaba en Maverick, en la noche en la que habían salido a cenar los dos solos semanas atrás, en su sonrisa
mientras coqueteaban apoyados en la barra del bar, en la forma en la que lo había mirado. Recordó también sus encuentros durante las fiestas navideñas. Maverick había mostrado también entonces parte de esa extraña tristeza de la que no parecía conseguir deshacerse; si bien, en otros momentos había reído, reído de verdad, como la Maverick de años atrás. En la cabaña del árbol, había visto en ella a la chica de dieciséis años de la que se había enamorado. ¿Qué era lo que convertía esos momentos en algo diferente? ¿Por qué ella parecía alejarse de él cuanto más se acercaba Cam a su hija? Becca había dicho que Maverick se preocupaba por todo, sobre todo en lo concerniente a Lily, pero aquello no podía ser por su hija; Maverick parecía feliz con la relación que se había establecido entre Cam y la niña…
Y entonces lo comprendió. Revisó mentalmente cada momento, pasado y presente, en el que Maverick y él habían estado juntos, repasó cada conversación, cada mirada; evocó la imagen de los dos críos que habían sido años atrás y la de los dos adultos en los que se habían convertido. Sus vidas habían sido diferentes; sus familias, tan distintas.
—Creo que sé lo que le pasa —admitió en voz alta, reclamando la atención de su gemelo.
Sean enarcó las cejas. Se incorporó un poco en el sofá y dejó su cerveza a un lado, dispuesto a escuchar las teorías de Cam.
—¿Y bien? —le dijo.
Cuantas más vueltas le daba Cam, más convencido estaba de que sus suposiciones tenían que ser correctas. Conocía a Maverick, no importaba el tiempo que hubieran pasado sin verse, y ella también lo conocía a él, o eso creía.
—Voy a necesitar que me hagas un favor —repuso Cam, inclinándose para que Sean pudiera ver su expresión.
Su gemelo apenas tardó unos segundos en responder, lo justo para que la unión que compartían, y que les permitía descifrar el pensamiento del otro con una simple mirada, le dijera lo que necesitaba saber.
—Lo que quieras, hermanito —replicó Sean, sonriendo—. Sabes que haría cualquier cosa por ti.
—Me alegra que Lily esté tan feliz —aseguró Becca, y Maverick asintió.
Estaban aún en su casa en Half Moon Bay, aunque se suponía que deberían haberse marchado a UCLA la tarde anterior. Pero Aria la había llamado un par de días antes. Junto con Max, quería darles una sorpresa a los gemelos. Irían con Lily y con ella para la celebración de su cumpleaños, pero no podían viajar hasta el sábado por la mañana. Así que había retrasado su salida para poder ir todos juntos.
Cam se había mostrado decepcionado cuando lo había llamado para decirle que le habían cambiado el turno en el último momento y que llegarían a UCLA el sábado poco después de la hora del almuerzo, en vez del viernes por la tarde.
Sin embargo, Maverick estaba segura de que se alegraría al descubrir que Max y su hermana iban con ellas.
—Lo está llevando muy bien —terció, en respuesta al comentario de su madre.
Lily había asumido con relativa tranquilidad que Cam era el padre que creía al otro lado del mundo. Maverick se sentía estúpida por haberle contado esa historia a su hija y la culpabilidad había planeado sobre su cabeza de forma constante en los últimos días. A pesar de lo bien que se había desarrollado todo al confesarle la verdad a la niña, ella continuaba albergando dudas acerca de lo que le depararía el futuro en lo concerniente a Cam. No dudaba de que sería un padre estupendo para Lily, uno que nada tendría que ver con el suyo, y que se desviviría por su hija. Sabía que, tras la graduación, se quedaría en California, no importaba cuáles hubieran sido sus planes anteriores; e incluso, era muy probable que decidiera mudarse a Half Moon Bay.
—¿Y tú? —inquirió Becca, al pie de la escalera.
Maverick alzó la mirada hacia la parte superior. Estaban esperando a que Lily eligiera qué peluche se llevaría consigo a UCLA, las maletas ya estaban en el coche y se marcharían en cuanto la niña bajara.
—¡Vamos, Lily! Se hace tarde —gritó, para que la pequeña pudiera oírla desde la planta superior.
Fue una forma de ganar algo de tiempo antes de contestarle a su madre, porque en realidad no tenía ni idea de cómo responder.
—Yo estoy bien —dijo por fin, pero Becca no la creyó.
—Sabes que a mí no me supone ningún problema que estés con un Donaldson, ¿verdad?
Maverick agitó la cabeza, ese no era el problema.
—Lo sé, mamá, pero Cam y yo no estamos juntos.
Su madre rio.
—Será porque tú no quieres. Él parece más que dispuesto.
Maverick suspiró.
—Sí, supongo que sí.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
Se encogió de hombros. No quería tener esa conversación con su madre a pesar de que, con toda probabilidad, ella comprendería sus miedos mejor que nadie.
—Lily es lo importante ahora —afirmó, evitando contestar.
Becca dejó de sonreír y una arruga cruzó su frente en señal de disgusto.
Continuaba siendo joven para ser abuela de una niña de seis años, e incluso lucía mejor aspecto que durante los años que estuvo casada. Es más, Maverick sabía que de vez en cuando tenía citas, algo que ella sin duda aprobaba.
—Tú también eres importante, Maverick. Todos queremos a Lily, tú más que nadie. No tienes nada que demostrar —aseguró la mujer—. Eres madre, sí, pero tienes solo veintitrés años. Te mereces ser feliz y, aunque no me has pedido mi opinión, tengo la sensación de que Cam ayudaría mucho a que lo fueras.
Resonaron pasos apresurados en la planta superior y Lily apareció corriendo escaleras abajo.
—Despacio —la reprendió Maverick; la excusa perfecta para no ahondar en lo que su madre había dicho.
—¡Estoy lista! —dijo la pequeña, en cuanto se reunió con ellas.
Agitó en el aire el peluche del gatito gris tan parecido a Perseo mientras sonreía.
Maverick se despidió de su madre con un beso en la mejilla, y esta le dedicó una mirada elocuente, sabedora de que había esquivado sus preguntas.
—¡Vamos, vamos! —las urgió Lily, deseosa de emprender el viaje—.
¡Quiero ver a papá!
Tanto Maverick como Becca desviaron la vista hacia ella. Era la primera vez que se refería a Cam así.
—Bueno, al menos una de las dos lo tiene claro —farfulló Becca en voz
baja, lo suficiente como para que solo Maverick la oyera.
Lily abrazó a su abuela y, acto seguido, tomó a Maverick de la mano para arrastrarla hacia la entrada. Ella se dejó llevar. También tenía ganas de ver a Cam, muchas más de las que estaba dispuesta a admitir.
Pasaron con el coche por Berkeley para recoger a Max y a Aria, y pusieron rumbo a UCLA. Había decidido salir muy temprano, casi al amanecer, ya que les esperaban algo más de siete horas de carretera, siete largas horas en las que Maverick no dejó de pensar ni un momento en el sermón de su madre; sin embargo, para cuando aparcaron frente al edificio del campus en el que vivían los gemelos, la expresión de Maverick albergaba más tristeza y resignación que nunca.
Lily atravesó la puerta del apartamento como una exhalación y se lanzó sobre Cam al grito de «¡Papá!». Maverick vislumbró la sorpresa en su rostro y le regaló una sonrisa al descubrir también la humedad que se acumuló de forma repentina en sus ojos.
—¡Feliz cumpleaños! —le dijo la pequeña, y, en brazos de su padre, se giró, buscando a Sean con la mirada—. ¡Feliz cumpleaños, tito Sean! —Se quedó unos instantes pensando antes de añadir—: Eres mi tito de verdad…
Todos rieron.
Cam le dio un beso a Lily y, tras estrecharla un poco más entre sus brazos, la dejó en el suelo para permitir que saludara también a su gemelo y a Olivia.
Habían preparado una pequeña celebración allí mismo, en el apartamento, nada demasiado espectacular en comparación con las de otros años. Pero parecía lo más adecuado para poder celebrarlo en familia.
«Familia».
Maverick contempló a Cam mientras se acercaba a ella. Él se inclinó e invadió su espacio personal sin ningún pudor, y depositó un beso en su mejilla, muy cerca de la comisura de su boca.
—Hola —le dijo él, y esbozó una media sonrisa que hizo que las rodillas se le aflojaran.
Era difícil resistirse al famoso encanto de los Donaldson, y ella llevaba semanas luchando para no caer enredada en él.
—Hola —respondió, sosteniéndole la mirada a pesar de la intensidad con la que Cam la observaba, como si pudiera ver dentro de ella—. ¡Feliz cumpleaños, Cam! —añadió, y aprovechó para reclamar la atención de Lily.
Había preparado dos regalos para los gemelos, y sabía que su hija estaba
ansiosa por entregárselos. La niña los había metido en la mochila que aún colgaba de su espalda y le había rogado a Maverick que le permitiera dárselos en cuanto llegasen, sin esperar a la celebración. Así que, en cuanto hubo repartido besos y abrazos entre todos los presentes, Lily se sentó en el suelo y los sacó. Se los entregó a Cam y Sean con una amplia sonrisa en el rostro.
—¡Mis regalos! —les dijo, y luego añadió—: También son de parte de mami.
Maverick sonrió. A Sean le habían enmarcado una bonita foto de Lily y él que Olivia le había enviado a Maverick y que ella se encargó de imprimir. Era del día en el que habían asistido al partido, por lo que Lily llevaba la gorra y la sudadera del equipo de Sean.
—Tendremos que hacernos otra cuando fiche por los Rams, pequeñaja —le dijo Sean, revolviéndole el pelo, y la niña asintió, feliz de que le hubiera gustado.
El regalo de Cam era similar, aunque mucho más especial. Cuando lo desenvolvió, se encontró tres abultados álbumes de fotos. Sentado también en el suelo, y bajo la atenta mirada de Lily, Maverick y el resto del grupo, abrió el primero de ellos. Conformé pasaba las páginas, repletas de fotos de Lily que reflejaban cada momento desde su nacimiento hasta el presente, su expresión se iba transformando. Nadie dijo nada cuando varias lágrimas resbalaron por sus mejillas, aunque todos se percataron de ello.
A pesar de la decisión de no llamar nunca a Cam y contarle la verdad, Maverick siempre había albergado la esperanza de ser lo suficientemente valiente como para ir en su busca y hablarle de la existencia de Lily. Sabía que nada podría enmendar la pérdida de todos esos momentos, pero había querido asegurarse de que, al menos en parte, Cam pudiera disfrutar de ellos.
—Es… es… —A Cam no le salían las palabras.
Tiró de Lily y ambos se fundieron en un abrazo que le encogido el corazón a Maverick.
—¿Te gusta, papá? —inquirió la pequeña, convirtiendo las lágrimas de Cam en una maravillosa sonrisa—. Mamá dijo que esto te gustaría.
Él asintió y elevó la vista hasta Maverick. Sus miradas se encontraron a mitad de camino; la de Cam, agradecida, y la de Maverick, tan emocionada como pudiera estar él mismo.
—Gracias —articuló a duras penas, para luego concentrarse de nuevo en Lily—. Muchas gracias —le dijo a esta.
Celebraron el cumpleaños con algo a medio camino entre una merienda y una cena. Cuando Olivia y Maya se disponían a sacar las dos tartas que habían comprado para los gemelos, llamaron al timbre de la puerta y Aria, situada algo más cerca, se apresuró hacia la entrada.
—¿Has invitado a alguien más? —le preguntó Cam a su gemelo, pero este se encogió de hombros.
Ninguno de los dos sabían de quién podía tratarse. Aria, sin embargo, sonrió incluso antes de abrir la puerta.
—¡Feliz cumpleaños! —exclamó la señora Donaldson, en cuanto atravesó el umbral.
—¡¿Mamá?! —replicaron los gemelos al unísono.
Cam y Sean se pusieron en pie y sendas sonrisas aparecieron en sus rostros.
Su madre siempre había sido reacia a coger el avión, incluso cuando, meses atrás, Sean había estado hospitalizado por un duro placaje en uno de sus partidos, había sido su padre el que se había trasladado hasta California para estar a su lado.
—¿No creeríais que iba a perderme vuestro cumpleaños? —repuso la mujer, y sus ojos se posaron entonces en Lily.
Al descubrir la expresión de ternura con la que su madre observaba a la pequeña, y a pesar de que echaba muchísimo de menos a su padre, Cam sintió que por fin el hueco de su pecho se cerraba. Que, de alguna manera, las piezas dispersas de su corazón se recolocaban. Fuera lo que fuese lo que le deparara el futuro, contaba con una familia que siempre lo arroparía.
Ahora solo quedaba una última pieza por encajar: Maverick.
—Creo que tu madre adoptaría a Lily sin pensárselo dos veces —bromeó Maverick, y acto seguido se dio cuenta de lo que acababa de decir.
Lily llevaba el apellido «Parker». Cam no constaba como padre de la niña.
—Respecto a eso… —repuso Cam, titubeante—. Me gustaría que realizáramos los trámites para que fuera mi hija a efectos oficiales.
Maverick asintió, había contado ya con que eso sería lo que él querría, y estaba de acuerdo.
—Bueno, ha sido una celebración… interesante —terció ella, contemplando la escena.
Seguían todos en el salón del apartamento de los gemelos. La señora Donaldson, que se había puesto de acuerdo con Aria para viajar desde Ohio y sorprender a sus hijos, estaba encandilada con su nieta y, además, había tratado a Maverick casi con mayor amabilidad que la que mostraba a sus propios hijos.
Cam se deslizó un poco sobre la pared en la que ambos se apoyaban y se colocó tan cerca de Maverick que sus brazos se rozaron.
—¿Quién ha dicho que haya terminado? —dijo él, con un tono travieso que le provocó un escalofrío.
Cam parecía más feliz que nunca, casi tan despreocupado como cuando tenía quince años y vivían en Baker Hills; el pensamiento hizo sonreír a Maverick.
—Mi madre, Sean y Olivia van a quedarse cuidando de Lily —señaló él—, y tú y yo y los demás vamos a irnos de fiesta.
Cam no aceptó una negativa por respuesta. Por lo que le dijo, los miembros de la hermandad a la que tanto Sean como él pertenecían no habían renunciado a celebrar una fiesta en honor al quarterback estrella de los Bruins y a su gemelo.
Aunque Sean faltaría, ya que se había ofrecido a cuidar de Lily, Cam, Aria, Max y Maya sí que pensaban asistir.
—Debería quedarme yo y que Sean fuera —objetó Maverick, sintiéndose culpable—. No debería perderse su propia fiesta.
—Yo ya tengo mi fiesta aquí —replicó el aludido, sosteniendo a su sobrina entre los brazos y poniéndola cabeza abajo.
Olivia, que los observaba divertida, se acercó a Maverick.
—La primera sorprendida soy yo, pero te aseguro que no lo echará de menos. No es que vaya a aburrirse —le dijo, y señaló en dirección al gemelo.
Sean había perdido ya el interés en la conversación y se había centrado de nuevo en la pequeña—. Salid y divertíos, estaremos bien.
La chica se ofreció a prestarle también algo de ropa, como ya había hecho semanas atrás, pero Maverick había venido preparada en esta ocasión. Aun convencida de que no lo iba a utilizar, había añadido a su equipaje un precioso vestido que no había tenido oportunidad de estrenar. Lo había comprado en un arrebato absurdo, dado que no solía arreglarse tanto, pero ahora se alegraba de haberlo traído consigo.
—Está bien —cedió finalmente—. Iré a cambiarme.
Cam olvidó parte de lo que se había propuesto para esa noche cuando Maverick salió de su habitación lista para marcharse a la fiesta. Llevaba un vestido verde esmeralda que le llegaba a medio muslo y que se ajustaba a sus curvas con tanta precisión que empezó a plantearse si llevaría algo debajo. El pensamiento no ayudó demasiado a que recuperara la lucidez, tampoco a que cerrara la boca a pesar de las risitas que se escucharon a lo largo de la estancia.
Por un momento lo único que vio fue a la Maverick de dieciséis años ascendiendo por la escalinata de su antiguo instituto para reunirse con él.
Aunque no se trataba del mismo vestido, ella brillaba tanto como lo había hecho aquella noche, y estaba aún más guapa que entonces.
Cam también se había cambiado, aunque sus vaqueros negros y el jersey oscuro que se había puesto no tenían mucho que ver con el traje que había llevado aquel día. Sin embargo, Maverick sonrió cuando sus miradas se encontraron.
Sean le dio un par de palmaditas en la espalda a su gemelo.
—Pasadlo bien —le dijo, y bajó la voz para susurrarle—: No le des opción, hermanito.
La determinación de Cam no había decaído. Solo esperaba que su corazonada acerca de Maverick fuera cierta.
La fiesta en la hermandad ya se había desmadrado incluso antes de la llegada de los anfitriones. Cam se vio arrastrado por la casa por los compañeros de equipo de su gemelo a pesar de sus protestas. La ausencia de Sean despertó la curiosidad de sus amigos, que se vio aún más incrementada cuando Cam no dudó en decir que se había quedado a cargo de su propia hija.
—¿Tienes una hija? —lo interrogó uno de los running back, mientras le
ponía un vaso rojo en la mano y lo rellenaba solo Dios sabe con qué.
Él se demoró dando algunas explicaciones, no demasiadas, solo las necesarias para que sus amigos formaran parte también de esa nueva faceta de su vida. Pero lo que en realidad quería era regresar de nuevo junto a Maverick.
Le dio un trago a su bebida para descubrir que se trataba de whisky.
Aunque no solía tomar bebidas tan fuertes, se dijo que la noche bien lo merecía y a punto estuvo de apurar todo el contenido de un solo trago. Buscó la espalda ancha de Crowley entre los que se apiñaban en la cocina de la casa, repartidos alrededor de varios barriles de cerveza. No habían escatimado en gastos para celebrar el cumpleaños de los gemelos, aunque tampoco era que necesitaran una excusa para montar una fiesta.
Tardó un poco en localizar al defensa. Sabía por su hermano que Olivia y él habían tenido algo antes de que esta conociera a Sean, pero eso no había afectado en absoluto a la buena relación que había entre ellos. Había sido a Crowley al que Sean había recurrido para que le echara una mano con sus planes para esa noche.
—¡Ey! ¿Qué tal, tío? —lo saludó Cam, cuando lo vio aparecer por fin en el umbral de la cocina.
Crowley estrechó su mano y le dio una palmadita en la espalda.
—Está todo listo —aseguró, sin permitirse ni una sola sonrisita socarrona
—. Espero que vaya todo bien.
—Yo también. Gracias por todo.
El defensa asintió y se dirigió hacia uno de los barriles, y Cam se vio por fin libre de regresar junto a Maverick. Rellenó su vaso, lo volvió a vaciar casi de inmediato y se dirigió al salón para ir en su busca, decidido a disfrutar de una noche muy especial a su lado.
Maverick se encontraba con Aria y Maya, bailando en el salón más espacioso con el que contaba la residencia. Aquella era una de las hermandades más populares de todo el campus y las celebraciones eran parte de la rutina habitual de sus miembros, pero Maverick nunca había estado en una fiesta universitaria, por lo que todo era nuevo para ella.
—¿Max no baila? —le preguntó a Aria, que soltó una carcajada al escucharla.
—Tal vez cuando se tome un par de copas, y no creo que ni siquiera entonces.
Max, apoyado en una pared cercana, se limitaba a observarlas sin perder
detalle de la escena. Las tres chicas ya habían atraído las miradas de parte de los presentes. Salvo algunos de los compañeros de equipo de Sean, nadie conocía a Maverick, y su melena pelirroja llamaba la atención poderosamente. Aunque ella no era demasiado consciente de ello, no al menos hasta que unas manos se deslizaron por sus caderas y la arrastraron hacia atrás.
Se sobresaltó en cuanto sintió la caricia y su primer instinto fue lanzar el codo y clavarlo en las costillas de quién fuera que se hubiera atrevido a tocarla sin su permiso. Cam soltó una maldición al recibir el golpe, pero no perdió del todo la sonrisa.
—Me lo tengo merecido —le dijo, resoplando, cuando Maverick se giró para increparlo.
El enfado de la chica se disolvió tan rápidamente como había aparecido y su expresión reflejó una expresión culpable que hizo reír aún más a Cam.
—Lo siento —se disculpó, pero él negó.
—No esperaba menos de ti. —Echó un vistazo alrededor. Había bastante gente bailando, personas entrando y saliendo de la sala y otras charlando en las zonas más cercanas a las paredes—. No conozco a la mayoría de esta gente.
Maverick se encogió de hombros.
—Yo tampoco.
Una sonrisa tironeó de las comisuras de la boca de Cam y avanzó un paso hasta situarse de nuevo muy cerca de ella.
—Entonces —le dijo, bajando un poco la cabeza para mirarla directamente a los ojos—, podemos ser quiénes queramos. Quizás… solo un chico y una chica que van juntos a un baile —agregó, y Maverick comprendió que también él recordaba lo mucho que se parecía su vestido al que una vez había llevado para asistir con él a uno de los bailes de su instituto.
Cam rodeó su cintura con un brazo y la atrajo con suavidad hasta que no quedó espacio alguno entre sus cuerpos. Sus alientos se enredaron hasta formar uno solo, y Maverick se estremeció al percibir lo mucho que añoraba el sabor de sus besos.
La mirada celeste de Cam barrió su rostro, deteniéndose brevemente en su boca y alcanzando luego sus ojos. Parecía a punto de besarla…
—¿Vamos a por algo de beber? —propuso entonces, y la soltó.
No fue capaz de esconder del todo su decepción.
—Sí, claro —acertó a responder.
Cam la tomó de la mano, entrelazando los dedos con los suyos, y se
encaminó hacia la cocina después de advertir a los demás de que iban a por bebidas.
—¿Sabes? He estado pensando mucho en nosotros —le dijo a Maverick.
—Cam… —comenzó ella, pero él colocó un dedo sobre sus labios para acallarla.
Lo mantuvo ahí más de lo necesario. Solo después de un largo instante, lo retiró y continuó avanzando entre la gente.
Consiguieron bebidas para todos y volvieron con el resto del grupo para seguir disfrutando de la fiesta. Cam rio, bromeó e incluso bailó, y Aria logró arrancar a Max de su lugar junto a la pared y hacer que se uniera a ellos.
Maverick se esforzó en olvidar el breve acercamiento entre Cam y ella, y se concentró en disfrutar de la noche sin más expectativas que las de pasar un buen rato con todos.
Tras varias horas allí, Maverick tenía que reconocer que se lo estaba pasando como nunca. Tal vez fuera estúpido por su parte sentirse así; pero después de años sin acudir a una fiesta, la sencillez de poder compartir un rato con amigos, reír, bailar y hablar con ellos resultaba reconfortante. Más aún teniendo en cuenta que uno de esos amigos era Cam Donaldson.
No había dejado de mirarla en toda la noche, de dedicarle sus mejores sonrisas torcidas, las mismas que conseguían hacerla temblar de pies a cabeza, y habían bailado juntos en varias ocasiones. Bebió más cerveza de la que probablemente debería y rio tanto que le dolía el estómago. Los roces descuidados y aparentemente accidentales de Cam le quemaban la piel; y, mientras dejaba que la música retumbara en su pecho y guiara sus movimientos, empezó a desear que esas caricias sutiles se convirtieran en algo más.
Siempre se había sentido así con él. Durante siete largos años había añorado su ternura, las risas, el tacto de sus dedos sobre su piel, el cielo sin fin en el que se convertían sus ojos cuando la miraba… Y ahora que lo tenía delante se negaba a dejarse arrastrar de vuelta a sus brazos.
Mientras bailaba con Aria y sus pensamientos vagaban en un recorrido minucioso por las últimas semanas, percibió a Cam detrás de ella, muy cerca. No había manera de que supiera realmente que se trataba de él; sin embargo, lo sabía. Quizás por el calor que ascendía desde la parte baja de su espalda o por el aroma que la envolvió cuando dio un paso atrás y se recostó levemente contra su pecho. Estaba un poco mareada, acalorada también, seguramente por el alcohol y por la atmósfera cargada que se respiraba a esas alturas en el interior de la hermandad.
Los brazos de Cam rodearon su cintura y la apretaron un poco más.
—¿Te diviertes? —murmuró en su oído, y su aliento revoloteó sobre la piel
Una descarga atravesó su columna de arriba abajo, estremeciéndola; estaba segura de que él lo había advertido.
Asintió despacio. No le veía la cara, pero Cam sonreía. Deslizó los dedos sobre la tela de su vestido unos centímetros hacia arriba y el pulso de Maverick se desbocó. ¿Cómo era posible que la hiciera sentir tanto con tan poco?
—Me alegra que lo estés pasando bien, pero… —Dejó el resto de la frase en el aire mientras la hacía girar sobre sí misma.
No llegó a salir de la cárcel de sus brazos, pero ahora estaban frente a frente, y no estaba en absoluto preparada para encararse con él. En su mirada brillaba de nuevo la determinación que había visto el día que la encontró en Half Moon Bay.
—¿Pero? —inquirió Maverick.
Sin querer, bajó la vista hasta tropezar con sus labios entreabiertos; en ellos se dibujó una sonrisa canalla.
—Tengo una sorpresa para ti.
No le dio opción a contestar o preguntarle de qué se trataba. Se vio arrastrada entre los universitarios que copaban ya la estancia. La llevó de la mano por un pasillo y de ahí pasaron a la cocina, en la que un nutrido grupo de gente continuaba sirviéndose más y más bebida. Salieron al exterior por la puerta trasera y fueron a dar a un extenso jardín. También allí había gente, aunque en menor medida que en el interior. Casi todos estaban sentados en el porche o en las escaleras que descendían hasta el césped.
Maverick caminó con cuidado, prestando atención a donde ponía los pies, hasta que se encontraron en el jardín. Cam estaba a su lado, sosteniendo aún su mano, y siguió su mirada para descubrir lo que supuso que los había llevado hasta allí. En mitad de la pequeña explanada se alzaba un gran árbol y, sobre sus ramas, había una casita de madera cubierta de decenas de pequeñas luces. De inmediato, se vio transportada a Baker Hills, a la cabaña del árbol que había sido su refugio durante tanto tiempo en el pasado.
—Oh. —Fue todo lo que pudo decir, conmocionada por el torrente de recuerdos que se había desatado en su mente.
La casita era algo más pequeña que la original y ni mucho menos había sido construida con el mismo mimo que en su día empleara el padre de Cam, pero le pareció igualmente maravillosa.
—Hace años que los de la hermandad la usan para los novatos —le dijo
Cam, aunque ella continuó con la vista en el árbol—. Pero me he asegurado de que esté todo limpio y no haya nadie en ella. Me preguntaba…
Maverick ladeó la cabeza hasta que sus ojos se posaron en el rostro de Cam y encontró sus mejillas ligeramente ruborizadas. Se preguntó si él era consciente de lo encantador que resultaba que fuera capaz de sonrojarse y parecer tan avergonzado. Esa era una de las muchas cosas que le gustaban de él, y que eso no hubiera cambiado, ahora que era un hombre y no un chico de quince años, resultaba casi un milagro.
—Ven —le dijo él, y ella no dudó en seguirlo.
Ignoraron las miradas curiosas y los silbidos que despertaron al comenzar a ascender por la escalerilla que llevaba hasta la cabaña. En el interior, apenas si había espacio para un sofá y una estantería desvencijada que alguien debía haber ordenado apresuradamente; unos cuantos libros en ella y más de aquellas pequeñas tiras de luces colgaban de las paredes. Había también una botella de vino con dos copas.
Música empezó a sonar dentro de la cabaña y Maverick giró sobre sí misma para encontrarse a Cam con el móvil en la mano y una sonrisa tímida bailando en sus labios. Dejó el teléfono sobre la estantería antes de reunir valor para volver a hablar.
—Baila conmigo una vez más, Mave —Le tendió la mano mientras los primeros acordes de la canción sonaban, la misma canción que habían bailado la noche de fin de año: Perfect, de Ed Sheeran.
Agarró sus dedos, abrumada por la intensidad de su mirada, y Cam la sostuvo entre sus brazos con la delicadeza del que piensa que podría romperse si apretaba demasiado. Comenzaron a mecerse a un ritmo lento y suave. Ella apoyó la cabeza en su pecho y se sorprendió cuando él comenzó a cantarle muy bajito al oído. La letra era… Era para ellos, como su propia historia hecha canción…
Lágrimas anegaron sus ojos y, aunque se dijo que no lloraría, no pudo evitar que se deslizaran por sus mejillas. Pero Cam continuó tarareando: Darling, just hold my hand.
Be my girl. I’ll be your man.
I see my future in your eyes.
Después de todo por lo que él había pasado en los últimos meses, de que la muerte de su padre lo destrozara por dentro, ese instante lo hizo sentir como si todo volviera a estar bien, como si, a pesar de las pérdidas, la vida le diera una segunda oportunidad para ser feliz. Realmente, veía su futuro en los ojos de
—No, no llores, Mave —susurró, y, uno a uno, secó los surcos húmedos de su rostro con la yema de los dedos—. Por favor —rogó, y tomó entonces su rostro entre las manos.
Aun balanceándose, se observaron el uno al otro en silencio. Maverick dudó, dudó por primera vez de que sus miedos fueran reales. Quizás… quizás no debería seguir huyendo de él y de los sentimientos que la devoraban por dentro.
Y comprendió que había llegado el momento de hacerles frente, que él merecía saber…
—Cuando me enteré… cuando supe que estaba embarazada… —Hizo un pausa, luchando por recuperar el control de su voz. Cam mantenía sus ojos fijos en ella, ojos repletos de esperanza y un amor tan profundo que era imposible de ocultar—. Imaginé lo que dirías al enterarte. Imaginé el momento en que regresarías de Lostlake y yo te contaría la verdad.
—Yo hubiera…
—Lo sé, Cam —lo interrumpió ella, porque esa era la certeza que la había llevado a callar durante tanto tiempo—. Sabía que te harías cargo, sabía que sacrificarías todo por hacer lo correcto. Siempre fuiste demasiado responsable, Cam, incluso con quince años. Siempre te preocupaste demasiado por mí, por mi bienestar… Sabía que continuarías conmigo aunque dejaras de quererme, aunque no me amaras lo suficiente como para compartir tu vida conmigo. Lo harías porque eso era lo que se supone que debías hacer.
Maverick alzó la mano con rapidez y la colocó sobre sus labios, impidiendo que él replicara. Se había estado guardando aquella amargura dentro durante tanto tiempo que ahora no había manera de que pudiera detener las palabras.
—Vi lo que eso les hizo a mis padres, vi en qué se convirtieron y lo que les hizo; lo que me hizo a mí. Puede que Lily no fuera una niña buscada, pero incluso antes de que naciera yo la quería… —Apretó un momento los dientes, permitiendo que la rabia también saliera—. La quería porque era tu hija también.
No deseaba que pasara por lo que yo pasé, ni que tú… tú… Ni que tú estuvieras conmigo por obligación.
Cedió de nuevo a las lágrimas, recordando la infinidad de veces en las que había estado a punto de ponerse en contacto con Cam para hablarle de Lily. Ella sabía que acudiría, que no dudaría un instante. Quizás por eso le había sorprendido tanto que, al descubrir su existencia en Baker Hills, él se hubiera mostrado tan horrorizado.
—No puedo creer que pensaras que era de Sean —sollozó.
Maverick se removió para que la soltara, ahogándose en sus propias lágrimas, sintiéndose mal por no saber, aún ahora, si había obrado mal o bien al permitir que él viviera su vida como un adolescente normal, sin más responsabilidades que las que él mismo ya se encargaba de acarrear sobre sus hombros.
Pero Cam se mantuvo firme y no le permitió deshacerse de él. Aferró su cintura y la obligó a permanecer cerca.
—Fui un estúpido —le dijo, a pesar de todo—. Me sentí morir al pensar que las dos personas a las que más quería me habían traicionado —confesó, mirándola fijamente a los ojos; su verdad más expuesta que nunca—. Y debería haberme dado cuenta antes de qué era lo que te preocupaba. No lo entiendes, Mave… Hubiera hecho lo correcto, sí, pero yo te quería… Te amaba, no me importaba lo que tus padres o los míos pensaran de eso. Te amaba y te sigo amando ahora. Y te voy a seguir amando; no porque seas la madre de mi hija, sino porque eres tú. Quiero estar contigo… y quiero que sonrías, que sonrías de verdad —afirmó, empujando un poco su barbilla hacia arriba—. Estoy jodidamente enamorado de esa sonrisa.
Maverick sonrió a pesar de las lágrimas que rodaban por sus mejillas. No había manera de no hacerlo. Cam también sonrió antes de ceder finalmente al impulso que había estado conteniendo durante toda la noche, durante cada minuto que había pasado con ella, y la besó.
Se abrió en canal para ella y volcó en ese beso todos y cada uno de sus sentimientos, los «te quiero» que no le había dicho, las caricias que no había podido brindarle, los abrazos que no había llegado a darle mientras estaban separados. Se lo enseñó todo, y Maverick tembló al percibir la ternura, el amor, la devoción, su entrega… Puede que hubiesen pasado años lejos uno del otro, pero en ese instante fue como si jamás hubieran dejado de amarse.
—Voy a estar contigo, Mave, porque eso es lo que quiero y lo que me hace feliz. Nada me obliga más allá de lo que siento por ti —le aseguró, y ella supo que era verdad.
Y en una cabaña en un árbol, con la música flotando a su alrededor, volvieron a besarse, comprendiendo por fin que el futuro de uno siempre había estado en los ojos del otro.
—No siempre será invierno —dijo Cam, haciendo malabarismos para mantener el móvil contra la oreja.
Lily estaba sobre su regazo comiéndose otra galleta. Parecía que al final sí que había acertado con algunas de sus preferencias. Maverick, a su lado, se encontraba recostada sobre él. Cam no podía ser más feliz; las tenía, a ambas, e iba a seguir compartiendo su vida con ellas.
—Sí, ya —replicó Lea, al otro lado de la línea—, como que la primavera llega mañana. Pero ¿qué se supone que significa eso?
Cam sonrió.
—Que las cosas empezarán a ir a mejor.
Lea no estaba segura de que eso fuera a pasar en su caso, pero no quería atosigar a su primo con los detalles de su pésima vida social. Él había estado llamándola para interesarse por cómo iban las cosas en el instituto y, en una de esas llamadas, le había confirmado lo que su tía ya le había dicho: Cam era padre de una niña de seis años, la misma que ambos habían visto patinando en el lago en Baker Hills durante las navidades junto con su madre, Maverick Parker.
No dejaba de sorprenderla que los tres hermanos Donaldson hubieran encontrado el amor en menos de un año. Aria, en verano en Lostlake; Sean, durante el otoño en la universidad; y Cam, en el invierno que llegaría a su fin la mañana siguiente, se había reencontrado con la chica de la que se había enamorado en la adolescencia y había formado una familia. La Leah del pasado seguramente hubiera sentido una envidia malsana, pero ya no era esa chica.
Ahora se alegraba por ellos.
—¿Vas a venir a hacernos una visita? Quiero conocer a Lily —le dijo, rehuyendo el tema que sabía que preocupaba a Cam.
—Bueno, la boda de Sean y Olivia será en verano en Lostlake. Nos veremos allí seguro. —Cam echó un vistazo a Maverick, que le guiñó un ojo. Ya habían hablado del tema y ella estaba deseando conocer Lostlake—. Pero pueda que podamos escaparnos antes.
Cam se estaba aplicando incluso más que de costumbre para sacar adelante las asignaturas que le restaban para graduarse. Sean ya había firmado con los Rams para jugar con ellos la próxima temporada, y todos se quedarían a vivir en
California. Incluso su madre se estaba planteando vender la empresa familiar y trasladarse para estar más cerca de ellos, pero Baker Hills siempre sería un hogar al que los Donaldson no dudarían en regresar.
Hablaron durante un rato más y, cuando colgaron, Lea permaneció tumbada sobre la cama de su habitación mirando el techo. Había acabado un trabajo que tenía que entregar al día siguiente y no tenía otros deberes pendientes, tampoco nada que hacer. Así que cogió los libros que había sacado de la biblioteca y se dijo que podría acercarse a devolverlos.
Los días transcurrían con demasiada pereza en Baker Hills, al menos para ella. Pero la llegada de la primavera anunciaba el principio de un final que ella estaba más que deseosa de alcanzar. En unos pocos meses se graduaría en el instituto y se olvidaría por fin del infierno que le habían hecho vivir sus compañeros después de lo sucedido con aquella maldita fotografía. Empezaría de nuevo, muy lejos de ese pueblo, en la primera universidad que la admitiera; no le importaba dónde.
Se puso el abrigo y avisó a su madre de que iba a salir. No tardaría. Sus tardes habían estado mucho más ocupadas cuando aún tenía amigas, si podía llamarlas así. Ahora comprendía que la única persona que se había preocupado por ella era Aria, su prima había dado la cara en su nombre a pesar de que eso le había costado su propia reputación. Agradeció en silencio que la hubiera perdonado por todo lo que sucedió luego, no era como si realmente se lo mereciera.
La biblioteca de Baker Hills no era gran cosa, pero Lea había encontrado un refugio en ella. Además de los libros que empleaba para algunas de sus tareas del instituto, había empezado a sacar también otros por puro entretenimiento.
Devolvió los que llevaba y se deslizó entre las exiguas estanterías en busca de nuevas lecturas con las que pasar las horas muertas. Al final, encontró una trilogía completa de fantasía que llamó su atención y decidió llevársela.
Al salir cargando con los tres tomos y su mochila, el aire fresco le arañó la cara y tiró del faldón de abrigo, que había olvidado abrocharse. Mechones de pelo rubio se agitaron frente a sus ojos y maldijo por no ser capaz de retirarlos.
Con suerte, la aceptarían en Berkeley como a Aria y no tendría que pasar otro invierno padeciendo el frío de Ohio.
Sin ver demasiado bien por dónde iba, metió el pie en un charco. No llovía en ese momento, pero en los dos últimos días no había parado y había agua por todas partes. El bajo del pantalón se le empapó al instante y estuvo a punto de
resbalar y acabar con el culo metido también en el charco. Maldijo de nuevo, esta vez en voz alta y de una forma muy imaginativa.
Escuchó un silbido.
—Vaya boca…
Su humor empeoraba por momentos. Seguro que sería alguno de sus compañeros de instituto, muy dispuesto a burlarse de sus miserias y de recordarle lo explícita que había sido la maldita fotografía.
Resopló y dejó de mirarse los pies. Al empezar a levantar la vista lo primero que vio fue unas botas negras de cordones y las ruedas de una moto.
¿Qué clase de loco conducía una moto con ese tiempo? Sus ojos continuaron ascendiendo, deslizándose por un pecho amplio y bien formado, sobre el que el desconocido cruzaba los brazos, y luego… más arriba… tropezó con unos labios curvados en una sonrisa socarrona y unos ojos verdes que brillaban divertidos.
Los mechones de su pelo negro también se agitaban con el aire frío, aunque a él no parecía molestarle. Era guapo, más que cualquier chico con el que Lea se hubiera tropezado jamás, o al menos eso le pareció a ella.
La cuestión era que ese rostro le resultaba extrañamente familiar… Sabía que lo había visto antes, pero no sabía dónde. El chico debía tener al menos un par de años más que ella, por lo que podría tratarse de algún compañero que ya hubiera terminado sus estudios en el instituto y con el que se hubiera cruzado en algún momento por los pasillos. Baker Hills era un pueblo relativamente pequeño, pero no tanto como para que todos sus habitantes se conocieran.
—Tus padres se horrorizarían si supieran las cosas que salen por esa boca
—señaló, y Lea no pudo evitar ponerse a la defensiva.
No le importaba si estaba bromeando, era más que probable que supiera de ella y de lo sucedido el curso anterior y aquello solo fuera otra de tantas burlas.
Empezaba a cansarse.
—Nadie te ha preguntado —le espetó, resentida, y él alzó las manos en señal de rendición.
—Te recordaba más amable, y también más… pequeña.
Sus sospechas eran ciertas entonces, ya se conocían. Pero Lea estaba convencida de que no hubiera podido olvidar una cara como esa, por mucho que su propietario fuera un imbécil arrogante y engreído, especialmente si era así; a su antigua «yo» le encantaban ese tipo de tíos.
«¿Qué fue de mi propósito de no juzgar a los demás?», se reprochó, pero el chico continuaba observándola con un descaro irritante.
Si lo sabía, si había visto la fotografía que había circulado por cada teléfono móvil de todos los alumnos del instituto, no cambiaría nada que se mostrara brusca con él; tal vez así desistiera de su afán de humillarla. Se debatió durante unos segundos, pero al final ganó la batalla la parte de ella que aún luchaba por mantener cierta dignidad.
—Pues yo no te recuerdo en absoluto, así que si no te importa…
Comenzó a caminar por la acera. Volvería a su casa, al calor de su dormitorio, y se sumergiría en el primer volumen de la historia que acarreaba entre las manos. Evadirse con la lectura era, a buen seguro, la mejor forma de esperar a que llegara la primavera.
Pero él dejó la moto atrás y se apresuró a colocarse a su lado.
—No he cambiado tanto —le dijo, mientras se adaptaba a su paso rápido.
Sonreía. Lea lo sabía a pesar de no estar mirándolo, de alguna forma extraña y retorcida era consciente de ello.
Apretó el paso. No estaba dispuesta a soportar más burlas, ni una más.
—¡Vamos, Lea! —rio él, sin darse cuenta de su creciente enfado—. Soy Jared, Jared Payne.
Lea se detuvo al escucharlo, comprendiendo por fin el porqué de tanta insistencia. Él aún dio unos cuantos pasos más antes de darse cuenta de que la había dejado atrás. Giró sobre sí mismo y permaneció en pie en mitad de la acera, observándola.
—Ahora sí que sabes quién soy —repuso, sonriéndole, y Lea hirvió de rabia.
—Sí, sí que lo sé.
Cuando fue a acercarse, ella retrocedió.
—Acabo de volver al pueblo. ¿Quieres… Podríamos ir a tomar algo a Lucky’s? —propuso, y su titubeo hubiera resultado adorable de no ser porque era el hermano mayor de Connor, el mismo Connor que había arruinado su vida.
—Vete al infierno, Payne —escupió, desafiante.
Pero, incluso así, Jared no dejó de sonreír.
En esta ocasión, quiero empezar agradeciendo su labor a todos los administradores de blogs, páginas literarias y canales de YouTube que fomentan con su labor el amor por los libros y la lectura. Hacen un gran trabajo, no siempre reconocido, y, como lectora y autora, me admira el trabajo que realizan.
En particular, no puedo dejar de agradecer a Nieves, de Aprovecha la vida cada día, y a Toñi, de Viajando a otros mundos, el apoyo que me brindan siempre.
A Cristina Martín, por ser mi amiga y compartir mi «sufrimiento». El camino se haría más largo y tortuoso sin ti.
A mis queridas chicas H: Nazareth Vargas, Tamara Arteaga, Yuliss M.
Priego y María Martínez. Sin vosotras mi mundo sería más oscuro, sin duda.
Gracias por hacerme reír y por estar siempre, en lo bueno y en lo malo (somos como un matrimonio, pero con más componentes).
A mi editora, Teresa, por la confianza y el apoyo; y a Borja, porque sus portadas siempre visten a mis historias con la mejor de sus caras.
Gracias a mi familia, siempre. Por ser y estar.
Y por último, a ti, a cada lector que «rescata» uno de mis libros de una estantería y lo devuelve a la vida. Cada novela es un sueño, uno de mis sueños, y sois vosotros quiénes conseguís que los cumpla. Gracias.