Negó,  aunque  sí  que  la  ponía  nerviosa.  De  repente,  Cam  parecía  muy seguro de sí mismo y no estaba segura de lo que eso significaba.

—A las siete —repitió Cam, y luego se marchó.

Maverick  rellenó  varias  tazas  más,  incluida  la  de  Rob,  que  continuaba enfrascado  en  su  labor  sin  atender  a  nada  de  lo  que  sucedía  en  la  cafetería,  y acudió junto a Jane. Esperó a que su jefa terminara de cobrarle a un cliente.

—Esto no va a salir bien —le dijo.

—¿Te refieres a Lily y él? ¿O a ti?

Miró  la  puerta  por  la  que  Cam  había  salido  hacía  apenas  unos  minutos  y reflexionó  acerca  de  lo  que  tanto  le  preocupaba;  era  lo  mismo  que  le  había preocupado  años  atrás,  lo  mismo  que  hizo  que  no  lo  llamara  nunca  a  pesar  de que,  tras  el  secuestro  inicial  de  su  móvil  por  parte  de  su  padre,  había  tenido ocasiones de sobra para hacerlo.

12

Cam estaba de vuelta a las siete menos diez. Había estado con Sean, Aria y Olivia un rato y luego los había acompañado hasta la estación de autobuses. Él se  quedaría  con  el  coche,  por  lo  que  habían  tenido  que  buscar  una  alternativa para regresar a Berkeley. Ninguno había protestado; todos estaban ilusionados y felices de ver a Cam tan decidido. Aria lo había abrazado, al igual que Sean, e incluso Olivia se había mostrado emocionada.

—¿Te  molesta  si  me  siento  aquí  a  esperarte?  —le  preguntó  a  Maverick, señalando uno de los taburetes de la barra. No quería estorbar.

Debían  estar  a  punto  de  cerrar,  y  la  mayoría  de  clientes  ya  habían abandonado el local.

—Tranquilo,  puedes  sentarte  —intervino  Jane,  antes  de  que  Maverick pudiera abrir la boca.

Cam  tomó  asiento  y  la  observó  mientras  recogía  las  mesas.  Era completamente  diferente  a  la  chica  que  había  encontrado  en  Baker  Hills,  no había tensión en sus hombros y brillaba, resplandecía cada vez que sus labios se curvaban. Supuso que a eso se refería cuando le había dicho que era feliz con su nueva vida.

Contempló sus movimientos mientras iba y venía por el local, la coleta alta que se había hecho oscilaba de un lado a otro al mismo ritmo que lo hacían sus caderas, de una forma deliciosa.

—Deja de comerte con los ojos a mi empleada —repuso Jane, divertida.

Cam  apartó  entonces  la  mirada  de  Maverick.  Se  centró  en  la  dueña  de  la cafetería y le ofreció una sonrisa de disculpa.

—Es  difícil.  Llevo  siete  años  sin  verla  —replicó,  con  una  sinceridad apabullante. A continuación, bajó un poco la voz—. Me da miedo que vuelva a desaparecer.

Aun habiendo susurrado, Maverick escuchó cada palabra.

La  campanilla  de  la  entrada  repicó,  anunciando  la  llegada  de  un  nuevo cliente a pesar de que el cartel de «cerrado» ya colgaba visible contra el cristal de  la  puerta.  Cam  se  giró  a  tiempo  para  ver  pasar  a  la  carrera  una  pequeña  de melena  pelirroja.  Lily  se  lanzó  sobre  las  piernas  de  su  madre  en  un  intento  de darle un susto.

—Buuuu —gritó la niña.

Maverick fingió asustarse y cayó de rodillas al suelo, para luego tirar de su hija y envolverla con sus brazos. Cam asistió al intercambio de besos, sonrisas y miradas cómplices que se dedicaron; lo maravilló verlas juntas, tan parecidas y a la vez tan diferentes. Vio a Aria en la pequeña, pero también descubrió que los ojos  de  Lily  eran  del  mismo  azul  que  los  suyos  y  su  sonrisa  la  misma  que  él tanto se había negado a dejar asomar a su rostro en los meses anteriores.

Se le encogió el corazón al comprender que había una parte de él en aquella pequeña personita, y se sintió sobrecogido por esa realidad: era padre.

—La abu me ha dicho que tú y yo vamos a cenar fuera —comentó la niña, que parecía encantada con la idea.

Señaló  al  exterior.  Cam  siguió  la  dirección  de  su  pequeña  manita  y descubrió a la madre de Maverick justo delante de una de las cristaleras. A pesar de los siete años transcurridos, la señora Parker lucía mucho mejor que entonces.

Maverick y ella podrían haber pasado por hermanas.

La mujer alzó la mano y saludó a Cam. No había rastro de la hostilidad que en otras ocasiones había mostrado su familia hacia él. Correspondió a su saludo con uno muy similar y una sonrisa de cortesía.

—Sí, hoy cenamos fuera —repuso Maverick, aún arrodillada frente a Lily

—, con un amigo.

—¿Un amigo tuyo?

Maverick asintió y se volvió hacia Cam.

—Lily, él es Cam.

La  niña  también  lo  miró,  y  él  se  bajó  del  taburete  para  acercarse;  imitó  a Maverick y se puso de rodillas.

—¡Tú  estabas  en  el  pueblo  de  mi  otra  abuela!  —exclamó  la  niña, emocionada.

Maverick mantenía a la pequeña sujeta por la cintura, pero ella había dejado de prestarle atención. Cam estaba tan nervioso que no sabía cómo actuar.

—Hola, Lily —la saludó finalmente, y extendió la mano en su dirección—.

Encantado. Así que te acuerdas de mí…

Chocó los cinco con él en vez de estrecharle la mano; Maverick reprimía la risa a duras penas.

—¿Conoces a mi abuela? Vive allí, en Baker… Baker…

—Hills —le recordó Maverick.

—¡Eso! Es un poco gruñona.

—¡Lily!  —la  amonestó  Maverick,  esforzándose  para  no  soltar  una carcajada.

—Déjala, dice la verdad —apuntó la señora Parker, que había entrado en la cafetería y ahora estaba junto a la puerta contemplando la escena. Jane hacía rato que había desaparecido en el interior del almacén para dejarlos a solas—. Cam Donaldson —lo saludó entonces la mujer, acercándose a él.

—Señora  Parker.  —Hizo  un  gesto  con  la  cabeza,  aunque  no  se  irguió;  no quería alejarse de Lily.

—Llámame Becca, por favor. —Echó un vistazo a la niña y a Maverick—.

Tráelas a casa temprano.

Cam  asintió  a  pesar  de  que  escuchó  a  Maverick  resoplar.  Resultaba  obvio que  la  mujer  continuaba  mostrándose  de  lo  más  protectora  con  ella  y,  por supuesto, también con su nieta.

—Así lo haré.

Un  breve  asentimiento  por  su  parte  y  un  gesto  de  aprobación  por  parte  de Becca Parker.

El  restaurante  no  estaba  lejos  de  la  cafetería,  por  lo  que  fueron  andando hasta él. Lily iba de la mano de Maverick, relatándole lo que había hecho por la mañana  en  el  colegio.  Cam  no  intervino  en  ningún  momento,  se  limitó  a escucharla  embelesado.  Al  llegar,  la  niña  salió  corriendo  directa  a  la  zona  de juegos  aunque  Maverick  le  advirtió  que  debía  acudir  a  la  mesa  en  cuanto  la llamara.

—Es toda energía —comentó Cam mientras se sentaban.

—No te haces una idea, a veces resulta agotadora —repuso Maverick, había resignación en su tono de voz, pero también un cariño inmenso.

Estaba  más  nerviosa  de  lo  que  aparentaba,  mucho  más.  Era  consciente  de que  Cam  haría  preguntas  y  seguramente  le  exigiría  formar  parte  de  la  vida  de Lily. Había mucho de lo que hablar y no tenía ni idea de por dónde empezar. Sin embargo, fue Cam el que tomó la palabra en primer lugar.

—Tu madre tiene buen aspecto —comentó, rompiendo el silencio en el que se habían sumido.

Por  duro  que  resultase,  Maverick  sabía  que  su  padre  solo  había  sido  un lastre  tanto  para  su  madre  como  para  toda  su  familia.  Era  duro  aceptarlo,  pero era  la  verdad.  Una  vez  que  había  salido  de  sus  vidas,  todo  había  comenzado  a mejorar de inmediato.

—Y ella es… —añadió Cam, lanzando un rápido vistazo a la zona infantil

—. Fantástica.

«Igual que tú», pensó, pero no llegó a verbalizar ese pensamiento.

Se observaron durante unos minutos y el silencio regresó a la mesa. A pesar de la algarabía que reinaba en el restaurante, no prestaban atención a las voces de los otros comensales.

—Lo siento —dijo Maverick, enfrentándose de una vez por todas a lo que les había llevado hasta allí—. Nunca quise marcharme de Baker Hills.

Cam  levantó  la  mano,  interrumpiéndola,  y  luego  la  colocó  sobre  la  suya.

Maverick  clavó  los  ojos  en  sus  manos  unidas,  y  se  sorprendió  de  lo  que  un contacto  tan  simple  provocaba  en  ella.  Trató  de  reprimir  el  temblor  que  la acometió.

—Lo  entiendo.  Sé  que  no  tuviste  opción.  —Cam  hizo  un  breve  pausa—.

Pero… ¿por qué no me llamaste, Mave? En todos estos años… ¿por qué? Habría venido, lo sabes; te habría buscado allí donde estuvieras.

Maverick  continuaba  con  la  vista  fija  en  sus  manos,  reacia  a  levantar  la mirada y enfrentarse a la de Cam. Suspiró y trató de recobrar al menos en parte la calma.

—Lo sé, Cam. Sé que hubieras venido —susurró, porque estaba segura de que así habría sido.

El  camarero  se  acercó  a  la  mesa  y  rellenó  sus  copas;  la  de  Maverick,  con vino, y la de Cam, con agua. Más tarde, tendría que conducir durante una hora para regresar a Berkeley.

Cam  esperó  pacientemente  hasta  que  el  camarero  se  retiró.  Lily,  por  su parte, continuaba lanzándose por un tobogán circular, ajena a su conversación.

—Podrás verla siempre que quieras —le dijo Maverick, y él no pudo evitar sorprenderse  por  lo  rápido  que  había  cedido—,  pero  tienes  que  darme  tiempo para contarle quién eres. Deja… deja que te conozca primero, que se acostumbre a ti.

Cam  asentía,  convencido  de  que  Maverick  sabría  mejor  que  nadie  cómo afrontar  el  tema.  Le  asustaba  pensar  que  Lily  pudiera  rechazarlo,  pero  también no ser capaz de volver a llegar hasta Maverick. Quería formar parte de la vida de su  hija,  verla  crecer,  ayudarla,  protegerla…  Pero,  además,  había  algo  más  que Cam Donaldson deseaba con todo su corazón: a Maverick.

13

Lily  resultó  ser  una  niña  aún  más  increíble  de  lo  que  Cam  podía  haber imaginado:  inteligente,  despierta,  no  paraba  quieta  y  su  parecido  con  Aria  iba más allá del físico; era tan cabezota como su hermana pequeña, lo cual le hizo reír a pesar de que no creía que Maverick apreciara ese rasgo en particular de su hija.

La  buena  relación  entre  ambas  quedó  patente  durante  la  cena.  Maverick adoraba  a  la  niña  y  Lily  sentía  devoción  por  su  madre,  aunque  protestara  o  se revelara de tanto en tanto. La velada se desarrolló de forma amena y divertida, y Cam fue relajándose conforme avanzaba, tanto que olvidó sus temores.

Cuando  llegaron  al  postre,  se  sentía  tan  bien  que  se  inclinó  hacia  Lily  y cuchicheó en su oído:

—¿Te gusta el helado? ¿Crees que tu madre nos dejara tomarnos uno? —le preguntó, y Lily soltó una risita, encantada de ser parte de aquella intriga.

—No me permite comer helado entre semana —le susurró también ella.

Maverick  era  muy  consciente  de  lo  que  tramaban,  pero  los  dejó  hacer.  La estampa  la  conmovió  de  tal  manera  que  sabía  que  no  podría  negarse.  Siempre había sabido que Cam podría llegar a ser un buen padre, no era de eso de lo que había dudado durante los años que lo mantuvo al margen.

—¿Crees  que  hoy  hará  una  excepción?  —le  dijo  Cam,  y  el  rostro  de  Lily adquirió una expresión pensativa que la hizo parecer mucho mayor.

—Tal vez si se lo pides tú te haga caso.

Cam  fingió  una  tos  y  se  enderezó  en  el  asiento  para  dirigirse  a  Maverick.

Esta se cruzó de brazos y se esforzó para disimular lo mucho que le divertía la situación.

—Habíamos  pensado…  —empezó  a  decir  Cam,  esbozando  una  mueca inocente. Lily soltó otra risita— que podríamos tomarnos un helado de postre. Si te parece bien, claro. De fruta —añadió, muy serio—, la fruta es muy sana.

—¡De  fresa!  —intervino  la  niña,  dando  botes  en  el  asiento—.  Tú  siempre dices que tengo que comer más fruta.

Maverick enarcó las cejas ante el argumento expuesto por su hija.

—Así que todo lo hacéis por la fruta, ¿no? Porque es saludable.

Ambos asintieron, y Maverick apenas si pudo contener la risa al descubrir

lo mucho que se parecían en aquel momento.

—Sí, mami, la fruta es lo mejor del helado —replicó Lily.

El  camarero  se  acercó  para  retirar  los  platos  y  les  preguntó  si  tomarían postre.  Tanto  Cam  como  Lily  miraron  a  Maverick,  sonrientes,  a  la  espera  del veredicto.

—Helado para todos —afirmó, poniendo los ojos en blanco.

Cam y Lily chocaron los cinco por debajo de la mesa, y la sensación cálida que inundó el pecho de él, aunque desconocida, resultó reconfortante.

—Se ha dormido —le hizo saber Maverick, cuando Cam maniobraba con el coche frente a la casa de esta.

Terminó de aparcar y detuvo el motor. Al caer el sol, la temperatura había descendido y corría una brisa fresca procedente del mar. Las calles estaban casi desiertas y Cam había sugerido llevarlas de vuelta en coche para evitar que Lily se cansara. La niña había empezado a bostezar incluso antes de que pagaran la cuenta en el restaurante.

Cam  volvió  la  cabeza  y  la  observó  unos  segundos.  Estaba  profundamente dormida, tan solo el cinturón de seguridad había evitado que terminara tumbada sobre el asiento trasero.

—Puedo llevarla dentro si quieres —se atrevió a sugerir Cam.

—Te lo agradecería —repuso Maverick, abriendo la puerta para descender del coche—. Cada vez pesa más.

Cam salió del vehículo y lo rodeó para alcanzar la puerta trasera. Con una delicadeza  infinita,  desabrochó  el  cinturón  y  tomó  a  la  pequeña  en  brazos.

Maverick contemplaba sus movimientos con atención; apenas si pudo discernir entre la multitud de emociones que se agolpaban en su interior al ver la forma en la que él la acunó contra su pecho.

Lo guió por el interior de la casa y agradeció no toparse con su madre, que ya  debía  estar  acostada.  Cam  depositó  a  la  niña  en  una  pequeña  cama  de  un dormitorio  repleto  de  peluches,  juguetes  y  al  menos  tres  pósteres  de  gatitos.

Sonrió  al  imaginar  a  Lily  jugando  con  Perseo.  Tendría  que  invitarlas  a  que  lo visitaran en UCLA, estaba seguro de que le encantaría.

Maverick la tapó con una manta y ambos regresaron a la planta baja. Cam se dirigió hacia la puerta de entrada, dispuesto a marcharse; no quería tentar más a la suerte ese día.

—Espera,  Cam,  te  acompaño  fuera  —le  dijo  Maverick,  al  ver  que  se marchaba.

Salieron en silencio y caminaron juntos por la acera. A pesar de no dirigirse la palabra en los pocos metros que separaban la casa del coche, Cam deseó haber aparcado más lejos, alargar aquella tarde tan especial.

Al alcanzar el vehículo, se volvió hacia ella con las manos en los bolsillos.

—Gracias,  Mave  —le  dijo,  ligeramente  avergonzado—.  No  sabes  lo  que esto significa para mí.

Ella estaba a tan solo unos pasos de él, arrebujada en una chaqueta de punto demasiado fina para proporcionarle abrigo suficiente. Cam advirtió en su mirada el rastro de la tristeza que tanto lo había confundido en Baker Hills.

—¿Estás bien? —inquirió, y sin poder evitarlo se acercó un poco más a ella

—. ¿Tienes frío?

Frotó  sus  brazos  con  las  manos  para  hacerla  entrar  en  calor  con  la  misma naturalidad que habría empleado siete años atrás, sin pensar demasiado en lo que hacía.  Maverick  se  estremeció,  y  Cam  no  dudó  entonces  en  envolverla  con  los brazos. Fue un acto reflejo, una muestra de los sentimientos que no era capaz de dominar; sin embargo, cuando la tuvo contra su pecho, su cuerpo entero vibró al revivir todo lo que aquella chica pelirroja le hacía sentir. Era difícil resistirse al aroma de Maverick, al tacto de su piel, el sonido de las carcajadas que, durante la cena, habían hecho desear a Cam que no parara de reír nunca.

—¿Estás bien? —repitió, aunque no sabía si se lo preguntaba a ella o a sí mismo.

Maverick levantó la barbilla y sus ojos se encontraron.

—Sí —murmuró ella, a pesar de no saber cómo se sentía en realidad.

Los dedos de Cam se deslizaron por la curva de su rostro con una lentitud deliciosa, tanto que volvió a estremecerse. Sus labios estaban tan cerca que sus alientos se entremezclaron y formaron uno solo. Cam deseaba besarla, lo había deseado desde el momento en que la había visto en la playa, saliendo del agua, y sus miradas se habían cruzado; pero ahora lo deseaba de una forma tan intensa que no creía ser capaz de resistirse.

—Mave…  —dijo  su  nombre  con  suavidad,  como  un  ruego—.  Quiero besarte.

Que  Cam  Donaldson  le  pidiera  permiso  para  besarla  eran  tan  propio  de  él que Maverick no pudo evitar sonreír. Las dudas que albergaba perdieron fuerza y dejaron de torturarla los segundos suficientes para que cediera a su petición; sin

embargo,  no  estaba  en  absoluto  preparada  para  lo  que  sucedió  a  continuación.

Cam  tomó  su  rostro  entre  las  manos  y  rozó  sus  bocas  con  una  tranquilidad perezosa, y eso fue lo único que hizo durante un largo instante. Pero luego todo cambio,  en  cuanto  los  labios  de  ella  se  entreabrieron  y  le  dieron  paso  a  su lengua, este recorrió con verdadera necesidad cada rincón. La mantuvo en todo momento  muy  cerca,  profundizando  en  el  beso  cada  vez  más,  arrebatándole  la cordura  y  dejando  a  su  paso  una  pasión  que  la  desbordó  más  allá  de  su  propio límite. La besó como nunca la había besado antes; era un beso, solo eso, y a la vez era mucho más.

Al separarse, ambos jadeaban.

—No me importa por qué elegiste dejarme atrás, Mave —le dijo él, con la respiración  entrecortada  pero  más  decidido  que  nunca—,  aunque  espero  que logres  contármelo  algún  día.  Pero  quiero  que  sepas  que  no  voy  a  dejar  que vuelvas a hacerlo.

Maverick  apenas  si  podía  comprender  todo  lo  que  esa  declaración  de intenciones  suponía.  Aquel  era  Cam,  el  chico  que  había  bailado  con  ella  en  la cabaña  del  árbol,  también  el  que  le  había  hecho  el  amor  por  primera  vez,  el mismo  del  que  se  había  enamorado  sin  remedio,  el  que  siempre  la  había escuchado… Era Cam y no era él.

14

Siete años antes.

—Te  dije  que  bailaría  contigo,  Cam  Donaldson  —rio  Maverick, arrastrándolo hacia la pista.

Era  una  de  las  últimas  canciones  y  las  habían  bailado  casi  todas.  También había reído juntos, hablado de mil tonterías y se habían besado a escondidas más veces de las que podía recordar. No querían llamar la atención, pero era el baile de  fin  de  curso  y  estaban  demasiado  achispados  para  resistirse  a  los  rincones oscuros que el gimnasio en que se celebraba la fiesta les brindaba.

Cam,  que  no  solía  beber,  lo  llevaba  bastante  peor  que  Maverick.  Así  que, cuando llegó el final, él aún no estaba ni mucho menos preparado para dejar ir a su chica.

Incluso luego, cuando estuvieron en la cabaña, Maverick no podía reprimir la risa al verlo excesivamente contento a causa del alcohol.

Ya a solas, Cam dejó de contenerse. Deseaba a Maverick a todas horas, no importaba  las  veces  que  la  besara  o  hicieran  el  amor,  no  se  cansaba  nunca  de aquello y sabía que no se cansaría jamás.

—Estás borracho, Cam —le dijo, divertida.

Pero Cam le dedicó una media sonrisa y la acomodó en su regazo.

—Eso no va a impedirme hacerte el amor —afirmó él, y deslizó las manos por sus costados.

A Maverick, la caricia le erizó la piel. Aún tenían puesta la ropa, en su caso, un vestido corto cuya falda ahora se arrugaba en torno a sus caderas; pero a Cam no parecía importarle.

—No  quiero  pasar  el  verano  separado  de  ti  —se  lamentó  él,  hundiendo  la cara  en  el  hueco  de  su  cuello.  Aspiró  su  aroma  y  comenzó  a  darle  besos  y pequeños  mordiscos  a  lo  largo  de  la  piel  de  este—.  No  quiero  —repitió—.  No quiero estar lejos de ti nunca, Mave.

Ella  gimió,  desesperada  por  sentirlo  en  su  interior,  sabiendo  que  pasarían las siguientes semanas sin poder verse.

—Solo son un par de meses —intentó animarlo y animarse ella.

Cam  gruñó  como  protesta  y  alargó  la  mano  en  busca  de  sus  pantalones,

pero no encontró lo que buscaba.

—Oh,  joder  —maldijo.  Las  caderas  de  Maverick  frotándose  contra  su erección—. No tengo preservativo.

Podían haber parado, deberían haber parado, y en otro momento puede que lo  hubieran  hecho.  Siempre  habían  sido  lo  suficientemente  responsables  para usar  protección,  pero  aquella  noche  les  pudo  el  ansia  de  entregarse  al  otro,  de suplir los días que pasarían separados, de decir «te quiero» en forma de besos y caricias  que  el  otro  no  pudiera  olvidar  y  a  los  que  se  aferrara  cuando  no estuvieran juntos. Los traicionaron las ganas, el alcohol, y, sin ser conscientes de lo  que  hacían,  sellaron  el  destino  que  los  llevaría  a  no  encontrarse  hasta  siete años después.

—Estabas  demasiado  borracho  para  acordarte  a  la  mañana  siguiente  —

confesó Maverick, sentada sobre una toalla.

Cam se había marchado a Berkeley la noche anterior, pero había regresado para  pasar  la  tarde  con  Maverick  y  Lily  en  la  playa.  El  tiempo  no  era  el  más adecuado para un baño, así que se limitaron a permanecer en la arena. Su hija se encontraba a pocos pasos de ellos, jugando.

—No puedo creer que me comportara de una forma tan inconsciente y que ni siquiera lo recuerde —replicó él, avergonzado.

—Estabas muy muy borracho —insistió ella—, fue más culpa mía que tuya.

Pero  no  lo  lamentes  —añadió,  desviando  su  atención  hacia  Lily—.  Yo  no  lo hago.

Cam  también  la  miró.  Él  nunca  bebía  mucho,  y  el  alcohol  no  le  sentaba especialmente bien. Todo lo que solía permitirse era alguna cerveza, sobre todo con su hermano, a veces ni siquiera eso.

Suspiró al pensar en su hermano; había llegado el momento de sincerarse.

—Pensé que Lily era hija de… Sean —farfulló, encogiéndose al pronunciar el nombre de su gemelo—. Lo siento, yo… Me horrorizó pensar que él y tú…

Maverick  se  giró  hacia  él,  enfadada  pero  también  perpleja  por  lo  que acababa de escuchar.

—¡¿Con Sean?! ¿Creíste que me había acostado con Sean?

—No  lo  digas  como  si  él  no  fuera  tan  guapo  como  yo  —se  permitió bromear, más avergonzado aún que antes.

Maverick lo atravesó con la mirada.

—Nunca fue una cuestión de físico, Cam, por eso Sean nunca me atrajo de esa  forma.  Yo…  me  enamoré  de  ti  poco  a  poco,  mientras  crecíamos  juntos;  no hay atractivo que iguale eso.

—Debería haberlo sabido —se lamentó Cam.

Ahora,  después  de  haber  hablado  con  Sean  y  también  con  Maverick,  le parecía ridículo haber creído que ambos lo hubieran traicionado.

—Deberías  —terció  ella,  aunque  su  voz  se  suavizó—,  pero  mi  actuación tampoco ayudó mucho. Supongo que estamos empatados.

Lily corrió hasta ellos, obligándolos a dejar en el aire la conversación.

—Cam, tienes que ayudarme —le dijo la pequeña, y él no pudo negarse.

Maverick  se  mantuvo  al  margen  para  observarlos  mientras  ambos construían un castillo. Acabaron con arena incluso en el pelo, pero ella no hizo ni un solo comentario; se limitaba a contemplar la escena, su mente repleta de un miedo que debería haber considerado absurdo.

Lily, en cambio, estaba encantada con el nuevo «amigo» de su madre, así se lo había hecho saber esa misma mañana en el desayuno.

—Voy a tener que regresar a UCLA —le dijo Cam, poco después, una vez que  Lily  se  despidió  de  él  frente  a  su  casa  dándole  un  abrazo  y  haciéndole prometer  que  volverían  a  la  playa  en  más  ocasiones  pero  con  las  herramientas necesarias para hacer un castillo «indestructible»—. Me quedan solo unas pocas asignaturas para graduarme, pero no podré hacerlo hasta el siguiente semestre.

—Para,  Cam.  No  tienes  que  cambiar  tus  planes  por  mí,  por  nosotras  —se corrigió enseguida.

Cam se encogió de hombros.

—Mis planes… Bueno, he pensado en improvisar. —Aquello sí que era una sorpresa para Maverick—. ¿Qué te parece si Lily y tú venís a visitar el campus?

Sean  está  deseando  conocerla,  podríamos  ir  a  verlo  jugar.  Por  cierto,  Aria también quiere verla. Después de todo, es una Donaldson.

Maverick  bajó  la  vista  al  suelo  y  la  fijó  en  los  adoquines  de  la  acera  para que él no se percatara de la humedad que se acumulaba en ellos. Lily tenía otra familia  además  de  la  suya,  una  que  estaba  deseando  conocerla  y  que  estaba segura de que la recibiría con los brazos abiertos; así eran los Donaldson.

—Olivia,  la  novia  de  Sean,  tiene  un  gatito.  Lily  se  volverá  loca  con  él  —

continuó, nervioso por su silencio—. Y él está a punto de fichar por los Rams.

Después  de  graduarme,  me  gustaría  quedarme  aquí,  en  California,  así  estaría cerca de él y de… Lily. Pero no tenemos que hablar de esto ahora si no quieres

—aseguró, hablando cada vez más rápido.

—Está bien, Cam. Me parece bien —le dijo Maverick, con la mirada baja.

Pero  a  él  le  daba  la  sensación  de  que  nada  estaba  bien,  de  que  Maverick estaba más triste que nunca a pesar de lo que le había dicho, y no tenía ni idea de por qué.

—¿Vendrás a UCLA? —inquirió, y casi esperaba que le dijera que no.

Pero ella levantó la cabeza y asintió, esbozando una sonrisa. La cuestión era que  Cam  conocía  todas  y  cada  una  de  las  sonrisas  de  Maverick,  se  sabía  de memoria  la  forma  en  la  que  se  curvaban  sus  labios  y  qué  era  lo  que  lo provocaba;  podía  iluminar  una  habitación  entera  y,  más  allá  de  eso,  Maverick hubiera  logrado  iluminar  su  corazón  de  habérselo  propuesto,  pero  no  en  ese instante. Había cierta satisfacción en su gesto, pero no verdadera alegría, y Cam deseaba verla sonreír de nuevo así más que ninguna otra cosa.

—Me  aseguraré  de  que  tengáis  nuestro  apartamento  para  vosotras.  Sean puede  dormir  con  Olivia,  y  estoy  seguro  de  que  encontraré  algo  para  mí  —le ofreció.

Quizás había forzado demasiado las cosas, tal vez ella se sintiera obligada.

La había besado el día anterior y había sentido que correspondía aquel beso, pero continuaba habiendo un muro entre ellos que no sabía cómo derribar.

—No  hace  falta  que  te  vayas  de  tu  propia  casa,  Cam  —terció  ella,  y  su sonrisa ganó un poco naturalidad—. Estoy segura de que podremos arreglarnos.

—¿Así que vas a venir de verdad?

—Claro que sí —le dijo ella, más animada—. Ya te lo he dicho. Seguro que a Lily le encantará.

Cam atrapó su barbilla para evitar que desviara la mirada.

—Haré  que  no  te  arrepientas  de  ello,  Mave.  Te  lo  prometo  —le  dijo,  con una seriedad tal que a ella le dio la sensación de que había muchas más promesas escondidas tras sus palabras.

15

No  hacía  ni  siquiera  una  semana  de  su  visita  a  Half  Moon  Bay  y  Cam  ya estaba desesperado por ver de nuevo a Maverick y Lily. Lo había arreglado todo para  que  Sean  pasara  el  fin  de  semana  en  casa  de  su  novia;  él  dormiría  en  la habitación de su gemelo, y Maverick y la niña lo harían en la suya.

—No la atosigues, Sean —le advirtió Cam—. Ni siquiera sabe que somos su familia.

—¿Maverick no le ha dicho nada aún?

—No, y no me importa esperar si ella cree que es lo mejor.

—Yo ya se lo hubiera soltado —replicó, encogiéndose de hombros.

Olivia negaba con la cabeza.

—Vamos a tener que trabajar un poco lo de tu sensibilidad antes de que se nos ocurra tener a un pequeño Sean—rio ella.

Sean  se  giró  hacia  su  novia  con  tanta  rapidez  que  resultó  cómico.  Cam reprimió una carcajada al contemplar su expresión.

—¿Eso quiere decir que vas a tener miniseans conmigo?

Se acercó a ella con una sonrisa bobalicona en el rostro. Cam nunca hubiera dicho  que  algo  así  le  haría  ilusión  a  su  hermano,  pero  tal  y  como  estaban  las cosas ya nada lo sorprendía.

—O miniolivias —terció ella, rodeando su cuello con los brazos.

Cam tuvo que toser para recordarles que estaba allí.

Olivia empujó a Sean con suavidad para apartarlo y se centró en Cam.

—Bien, ¿y tú qué?

—Yo dormiré aquí —le dijo, pero no era eso a lo que Olivia se refería.

—Tú y Maverick, ¿en qué punto estáis?

Cam, en el sofá, se hundió un poco en el asiento. No tenía ni idea.

—No lo sé.

—Pensaba  que  habíais  acercado  posturas  cuando  os  visteis  la  semana pasada  —bromeó  Sean,  ganándose  un  codazo  por  parte  de  su  novia—.  ¡Ouch!

Para una vez que no me pongo en plan bestia…

—Casi  te  prefiero  en  plan  bestia,  Sean  —señaló  Olivia,  pero  su  atención regresó  enseguida  a  Cam—.  ¿Por  qué  no  salís  los  dos  solos?  Nosotros  nos quedaremos  cuidando  a  Lily.  Podemos  ver  una  peli  y  hacer  palomitas,  si  a

Maverick  le  parece  bien  —argumentó  para  convencerlo—.  Os  vendrá  bien hablar.

Sean  también  se  mostró  encantado  con  la  idea  de  pasar  un  rato  con  su sobrina; le daba igual que ella no supiera que era su tío. Cam, por el contrario, titubeó. Para el sábado había planeado llevarlas a ver jugar a Sean, este les había conseguido entradas y Olivia también acudiría al partido. Para esa noche, la del viernes, no había hecho demasiados planes, aunque no podía negar que también quería  pasar  tiempo  con  Maverick.  Sus  conversaciones  habían  quedado interrumpidas la mayoría de las veces, y sabía que tenían aún mucho por aclarar.

Sin contar con que no podía dejar de pensar en besarla de nuevo.

—¿No  me  convertiría  eso  en  un  egoísta?  —les  planteó,  arrancándole  una sonrisa a Olivia que no fue capaz de interpretar.

—Hazme caso, Cam —repuso esta—. Maverick es la madre de tu hija, pero también  es  una  mujer,  y  estoy  segura  de  que  no  ha  tenido  demasiadas oportunidades para serlo en los últimos años. Debe haber sido duro criar a Lily sola. Si ella es para ti algo más que la madre de tu hija, vas a tener que ganártela también a ella.

Desde luego, lo que decía Olivia tenía sentido; Cam estaba tan ansioso por pasar tiempo tanto con su hija como con Maverick. Quería hacer las cosas bien con ambas y no tenía ni idea de si lo estaba consiguiendo.

Cuando  por  fin  llegaron  al  campus,  Maverick  y  Lily  se  dirigieron directamente al apartamento de Cam. Tal y como habían previsto, Lily apenas si pudo  contener  la  emoción  al  descubrir  a  Perseo  hecho  un  ovillo  en  el  sofá.  La niña se acercó muy despacio y se sentó junto a él.

—Ahora no vamos a poder arrancarla de ese sofá en todo el fin de semana

—rio Maverick, observándola.

—Tal  vez  eso  nos  dará  la  oportunidad  de  salir  a  cenar.  Tú  y  yo  —soltó Cam,  aprovechando  su  comentario—.  Olivia  y  Sean  se  han  ofrecido  para cuidarla.

Cam los había obligado a marcharse para darles algo de intimidad, aunque a Sean  casi  había  tenido  que  echarlo  de  la  casa  y  tuvo  que  prometerle  que  lo avisaría cuanto antes.

—Yo…  No  sé  si  Lily…  —farfulló  Maverick,  ante  lo  inesperado  de  la proposición.

—La  cuidarán  bien.  Deja  que  los  conozca  y,  si  ella  acepta,  podríamos disfrutar de una velada para adultos.

El comentario, que no pretendía otra cosa que animarla a aceptar, carecía de ninguna  segunda  intención,  pero  Cam  fue  muy  consciente  de  cómo  había sonado.  Maverick,  no  obstante,  parecía  divertida  a  pesar  del  azoramiento  de Cam.

—¿Me estás pidiendo una cita, Cam Donaldson? Oh, Dios, si hasta te estás sonrojando…

La carcajada que salió de los labios de Maverick fue como música para sus oídos. Sintió deseos de besarla allí mismo, pero la presencia de Lily lo disuadió por muy poco.

—¿Qué pasa, mami? —le preguntó la pequeña al escucharla reír.

Maverick agitó la cabeza y fue a sentarse junto a ella.

—¿Te gusta el gatito?

Lily había empezado a acariciarlo con mucho cuidado, y Perseo ronroneaba complacido.

—Es precioso —aseguró la niña—, yo también quiero tener uno, ¿podemos tener uno?

Maverick  continuaba  sonriendo.  Cam  ya  se  había  dado  cuenta  de  que  sus sonrisas siempre eran genuinas cuando iban dirigidas a Lily. ¿Era él el problema entonces?  ¿El  que  provocaba  que  a  veces  su  mirada  reflejara  esa  tristeza  tan desoladora?

Su hija, desde luego, no lo era.

Tras darles un tiempo prudencial para instalarse, le preguntó a Maverick si le  importaba  que  Olivia  y  Sean  bajaran  a  conocer  a  Lily.  Su  hermano  llevaba alrededor de veinte minutos acosándolo con mensajes. Tras avisarlos, apenas si tardaron  unos  pocos  segundos  en  aparecer,  cualquiera  diría  que  estaban esperando detrás de la puerta de entrada.

Sean,  como  no,  congenió  con  la  niña  casi  de  inmediato.  Perseo  ayudó mucho, y que su gemelo lo cogiera y se lo colocara a Lily entre los brazos hizo pensar a Cam que la pequeña adoraría a su gemelo hasta el fin de los tiempos.

De alguna manera, terminaron corriendo del salón hasta uno de los dormitorios y consiguieron que el gato los persiguiera, para delicia de Lily.

—No sé quién de los dos es peor —señaló Olivia, aunque parecía encantada de ver a su novio divirtiéndose con la niña.

Maverick no pudo negarse a salir con Cam. Sean y Lily se plantaron frente a  ella,  se  arrodillaron  y  afirmaron  que  no  los  sacarían  de  casa  ni  a  rastras,  que iban a cenar pizza y palomitas y verían una película; además, pensaban acostarse

muy tarde. Lo dijeron los dos a la vez, y Cam supo que Sean lo había planeado para darle la oportunidad de estar a solas con Maverick.

—Venga, mami. Me quedaré con el tito Sean y la tita Olivia —soltó su hija como si nada.

A Maverick se le descolgó la mandíbula al escucharla y Cam fulminó a su gemelo con la mirada.

—Sean, ¡joder! —farfulló en voz baja.

Pero su hermano era la viva imagen de la inocencia.

—Los  titos  cuidarán  a  Lily.  ¿O  era  al  revés?  —bromeó  Sean,  y  Lily  y Olivia se unieron a él, coreando su comentario.

La pequeña se abalanzó sobre su madre y esta la cogió en brazos.

—Me portaré bien —le aseguró la niña, muy seria.

—Me dan más miedo ellos que tú —replicó Maverick, y Lily supo que se había salido con la suya.

Cam  no  había  tenido  tiempo  para  planear  nada,  pero  conocía  un  italiano cerca del campus en el que se comía bien; esperaba que a Maverick le gustara.

Luego  tal  vez  pudieran  tomarse  también  una  copa  en  alguno  de  los  bares  a  los que solía ir con Sean y con sus amigos.

Silbó  por  lo  bajo  cuando  Maverick  salió  de  su  habitación  ya  cambiada  de ropa. Como no había previsto una salida de ese tipo, Olivia le había prestado un vestido corto de color azul noche que, al ser Olivia algo más bajita y delgada que ella, se ajustaba a sus curvas como un guante. Cam se obligó a apartar la vista para no ponerse en evidencia delante de todos.

Le  hizo  jurar  a  Sean  que  lo  llamaría  si  surgía  cualquier  problema  y Maverick se despidió de su hija con un beso y una advertencia de que se portara muy bien.

—Estás muy muy guapa, mami —le dijo ella, y alternó la mirada entre Cam y su madre, como si supiera que escondían algo más de lo que le habían contado.

Para cuando llegaron al restaurante, Cam no sabía quién de los dos estaba más nervioso por haber dejado a Lily con Sean y Olivia, si Maverick o él.

—¿Quieres  que  les  envíe  un  mensaje  para  saber  que  va  todo  bien?  —le preguntó, pero Maverick le aseguró que no era necesario.

Cam lo envió de todas formas.

La  respuesta  llegó  en  forma  de  mensaje  de  audio  en  el  que  Lily  se  reía  a carcajadas y varios selfis de los cuatro —Perseo también salía— desparramados en el sofá comienzo pizza.

—Nos  la  devolverán  hecha  una  salvaje  —rio  Cam,  y  Maverick  se  quedó mirándolo con una expresión extraña en el rostro—. ¿Qué?

—Has  dicho  «nos  la  devolverán»,  a  nosotros  —aclaró,  y  sus  labios  se curvaron de forma leve.

—¿Te ha molestado? —preguntó él, aunque no creía que fuera así.

—Resulta raro, pero no, no me molesta. Supongo que llevo todos estos años pensando en Lily como algo mío.

Estaba parados aún junto al coche. Cam le ofreció el brazo y recordó lo que Olivia le había dicho esa mañana.

—¿Puedo  hacer  una  sugerencia?  —Maverick  asintió—.  ¿Qué  te  parece  si esta noche somos solo tú y yo?

—¿De  qué  hablas?  —inquirió  ella,  sin  esconder  su  desconcierto.  No terminaba de entenderlo.

—Tú misma lo has dicho, llevas años pensando solo en Lily. Deja que esta noche  seamos  solo  Maverick  y  Cam.  Solo  por  esta  noche  —repitió,  no  quería que pensara que Lily no era importante para él.

Lo era, y mucho. Estaba dispuesto a demostrárselo. Pero ambos se merecían esa velada; ella se lo merecía.

—Lily  está  en  buenas  manos  —continuó,  tomándola  de  los  hombros—.

Puede que la malcríen de todas las formas posibles, pero la cuidarán como si se tratara de su propia hija. Así que vas a relajarte y a disfrutar de la cena… —hizo una pausa y le mostró una sonrisa juguetona; en esa ocasión, sí que eligió lo que iba a decir de forma premeditada— y de lo que venga después. Esto es una cita, Maverick Parker, una de verdad.

16

El  restaurante  tenía  buena  fama  y  era  viernes  por  la  noche,  pero  tuvieron suerte  y  consiguieron  una  mesa  a  pesar  de  no  haber  hecho  reserva.  Cuando  se sentaron,  Maverick  aún  continuaba  asimilando  lo  que  Cam  había  dicho.  En  un primer  momento,  se  había  sentido  egoísta  por  desear  esa  clase  de  libertad, aunque  solo  fuera  por  una  noche,  como  si  de  algún  modo  traicionara  a  su  hija por querer algo así. Pero luego comprendió que no tenía nada que ver y que no la quería  menos  por  ello.  Lily  estaba  cuidada  y  era  una  niña  feliz,  y  no  tenía  que sentirse  mal  por  disfrutar  de  una  velada  «adulta»,  significara  lo  que  eso significase para Cam.

El pensamiento la hizo sonreír.

—¿Todo bien? —preguntó él, sentados ya a la mesa.

—Perfecto —le dijo, y Cam también sonrió.

—Así  que  te  gusta  servir  café  —la  interrogó,  después  de  que  el  camarero pasara a tomarles nota.

Viniendo  de  Cam,  y  dada  la  sonrisa  que  lucía  este,  Maverick  supo  que  no buscaba despreciar su trabajo, sino interesarse por ella y por lo que hacía.

—Es sencillo, pero me gusta. Los clientes son casi siempre los mismos —le contó—.  Y  Jane,  mi  jefa,  es  una  muy  buena  amiga.  Ella  fue  la  primera  en tenderme  una  mano  cuando  necesité  ganarme  la  vida  de  algún  modo  en  Half Moon  Bay.  Me  hubiera  gustado  ir  a  la  universidad  —agregó,  y  se  encogió  de hombros—, pero soy feliz. Tengo tiempo libre para hacer lo que me gusta.

«Para estar con Lily», pensó, y Cam, de algún modo, lo supo.

Continuó  haciéndole  preguntas  durante  toda  la  cena  y  Maverick  cada  vez fue  animándose  más.  Le  habló  del  surf  y  de  lo  mucho  que  disfrutaba practicándolo.  «Con  un  nombre  como  el  mío,  supongo  que  estaba  destinado  a gustarme»,  le  contó  riendo.  También  le  habló  de  los  paseos  al  atardecer  por  la bahía junto a Lily y su madre, de la fotografía… Durante los años transcurridos desde el nacimiento de Lily, le había sacado fotos prácticamente a diario con la esperanza  de  que  él  pudiera  disfrutar  de  esos  momentos  de  algún  modo.  Pero calló  ese  detalle,  aunque  había  tres  álbumes  que  reposaban  en  ese  mismo instante  en  el  maletero  de  su  coche;  ya  encontraría  el  instante  adecuado  para dárselos.

Cam  la  escuchó  hablar  y  le  prestó  toda  su  atención.  Quería  saber  más, quería saberlo todo de ella, y Maverick terminó por olvidar incluso sus miedos.

Cuando él alargó la mano y la puso sobre la suya, ella no la retiró. Un agradable cosquilleo ascendió por su brazo, uno muy familiar.

Disfrutaron  de  la  cena  y,  al  acabar,  después  de  asegurarse  de  que  Sean, Olivia y Lily no habían prendido fuego a la casa, decidieron ir a tomar algo a un local  frecuentado  por  alumnos  de  UCLA.  Cam  entró  en  el  bar  llevando  a Maverick  de  la  mano.  Saludó  a  varios  compañeros  de  clase  y  a  algunos miembros de los Bruins.

—¿Y Sean? ¿No ha salido esta noche? —le preguntó Crowley, uno de los defensas del equipo.

—Está haciendo de canguro.

Su amigo no entendió nada, pero Cam no se detuvo a darle explicaciones.

Estaba  seguro  de  que  Sean  no  tardaría  en  alardear  de  su  sobrina  frente  a  todos sus colegas. Sonrió y continuó avanzando en busca de un hueco libre en la barra.

Era  muy  consciente  de  las  miradas  que  Maverick  atraía  entre  la  clientela masculina del local, y también parte de la femenina.

Hallaron un hueco y situó a Maverick entre el mostrador y su cuerpo.

—Estás increíble, ¿lo sabías? —le dijo, susurrándole las palabras al oído—.

Aún más preciosa que cuando tenías dieciséis años. Ellos también lo han notado.

Señaló en dirección al grupo de compañeros de Sean, y Maverick rio.

—Deberías  saber  que  los  jugadores  de  fútbol  no  me  interesan  lo  más mínimo.

—Yo también jugaba al fútbol antes, Mave.

Ella  no  se  giró  para  mirarlo,  pero  se  recostó  ligeramente  contra  su  pecho antes de contestar:

—Tú siempre fuiste la excepción.

Maverick continuó con la vista al frente. Percibía con claridad las zonas en las que sus cuerpos se tocaban, y notó también cuando los dedos de Cam rozaron con  descuido  una  de  sus  piernas.  Fue  solo  un  segundo,  una  caricia  casual producto  de  un  empujón  que  recibió  de  un  muchacho  pasando  tras  él,  pero  le puso la piel de gallina.

La  atmósfera  se  tornó  sofocante,  aunque  puede  que  el  calor  que  sentía  no tuviera nada que ver con la cantidad de gente que se apiñaba en el local.

—¿Puedes  pedirme  una  cerveza?  —le  dijo  él,  y  de  nuevo  su  aliento revoloteó junto a su oído.

El  pulso  comenzó  a  acelerarse  y  se  sintió  como  la  primera  vez  en  la  que Cam y ella se habían besado en la cabaña del árbol. A pesar de haberse conocido mucho antes, con tan solo diez años, ese día había estado muy nerviosa, ansiosa y, a la vez, repleta de miedos absurdos que luego él se había encargado de disipar a base de besos dulces y caricias torpes pero tiernas. Cam siempre conseguía, de una forma u otra, poner su vida patas arriba…

Pasado y presente… No importaba cuándo ni dónde, existían personas cuya huella iba más allá de un momento o lugar, personas que no estaban destinadas a dejar de ser nunca. Maverick comprendió entonces que Cam era de esa clase de personas,  con  Lily  o  sin  ella,  sabía  que  los  recuerdos  que  habían  creado  juntos nunca  se  borrarían,  siempre  sentiría  ese  hormigueo  agradable  cuando  la  tocara, ese escalofrío de placer cuando la mirara.

—¿…a  tomar?  —El  camarero,  frente  a  ella,  le  estaba  hablando,  y  por  un momento no supo lo que le preguntaba.

—Dos cervezas —pidió Cam, aún tras ella.

Cuando  les  sirvió,  Cam  se  inclinó  para  alcanzar  la  suya  y  ella  se  giró  un poco  para  pasársela.  Se  encontró  sin  quererlo  cara  a  cara  con  él,  sus  labios demasiado  cerca  como  para  ignorarlos.  Apenas  atinó  a  retroceder  un  poco.  El espacio disponible era mínimo; cada vez llegaba más gente al local.

Cam  alzó  su  botella  para  brindar  con  ella,  y  el  sonido  de  cristal  contra cristal la sacó por fin de su trance. Maverick se apresuró a darle un largo trago a su  bebida,  rezando  para  que  eso  ayudara  a  bajar  la  temperatura  de  su  cuerpo, revolucionado por su cercanía.

Pero Cam no le dio tregua. La espalda de Maverick reposaba ahora contra la madera del mostrador y no tenía a dónde ir. Él se inclinó otra vez para dejar la cerveza y, una vez que tuvo las manos libres, las apoyó en la barra; sus brazos a ambos lados del cuerpo de ella, su boca a tan solo unos centímetros. Una de sus comisuras  se  elevó  y  la  expresión  canalla  que  asomó  a  su  rostro  le  dijo  a Maverick que no era la única a la que le afectaba la cercanía de sus cuerpos. Por los ojos azules de Cam desfilaron multitud de emociones, unas más osadas que otras, pero todas, sin duda, tentadoras.

Maverick  colocó  una  mano  sobre  el  pecho  de  él,  no  con  la  intención  de separarlo, sino porque ardía en deseos de tocarlo. Incluso a través de la camisa negra que llevaba, la piel de Cam parecía arder.

—Ya  no  tengo  quince  años  —le  dijo  él,  y  sus  ojos  descendieron  hasta  su boca.

Maverick  era  perfectamente  consciente  de  en  qué  estaba  pensando,  sus pensamientos era muy similares. Si algo les había sobrado siempre era pasión, y esta continuaba ahí, latiendo en cada mirada, en cada roce.

—¿Y eso qué se supone que quiere decir? —lo provocó ella, a sabiendas.

Cam  recortó  parte  de  la  distancia  que  había  entre  sus  cuerpos,  aunque  sus bocas  continuaron  anhelándose.  Una  de  sus  manos  se  posó  en  su  cadera  y ascendió  por  su  costado.  Fue  un  movimiento  lento,  muy  lento,  como  si  Cam estuviera  recreándose  en  la  curva  de  su  cintura,  aprendiéndosela  de  memoria.

Luego  deslizó  la  mano  bajo  su  chaqueta  hasta  su  espalda,  y  se  detuvo brevemente en la zona entre sus omóplatos que el vestido dejaba al descubierto.

Comenzó a trazar líneas, dibujando formas que su piel se bebía con necesidad.

Se  movió  de  nuevo  y  sus  labios  terminaron  junto  a  su  oído,  rozando  el lóbulo al hablar.

—Que  hay  un  montón  de  cosas  que  ahora  mismo  estoy  pensando  en hacerte,  cosas  que  mi  mente  inocente  de  entonces  no  soñó  siquiera  —susurró.

Acto seguido, su boca buscó el hueco tras su oreja.

La besó muy suavemente, torturándola con una ternura que Maverick solo había  conocido  en  él.  Movió  sus  labios  por  parte  de  su  cuello  y  fue  dejando besos sobre su piel, uno tras otro, excitándola de una forma deliciosa.

A  Maverick  se  le  escapó  un  gemido  que  quedó  ahogado  por  el  bullicio reinante en el local pero que Cam no pasó por alto.

—¿Me propones una cita y luego un revolcón rápido, Cameron? —se burló, y que empleara su nombre completo solo azuzó más el deseo de este—. No me parece que las cosas hayan cambiado mucho.

Estaban  en  un  bar,  rodeados  de  estudiantes  universitarios,  pero  eso  no disuadió a ninguno de los dos. Se retaron con la mirada unos segundos y el deseo los arrastró un poco más.

—Nadie  ha  hablado  de  un  revolcón,  Parker  —la  rebatió  él,  siguiéndole  el juego—, y mucho menos he dicho que vaya a ser rápido.

Por  puro  instinto,  Maverick  adelantó  las  caderas,  y  Cam  aprovechó  ese movimiento  para  empujarla  ligeramente  con  la  mano  que  mantenía  sobre  su espalda.  Ya  no  quedó  espacio  alguno  entre  ellos.  Maverick  se  mordió  el  labio inferior al percibir con claridad la erección de Cam.

Se separó de ella y se hizo de nuevo con su cerveza para darle un trago, sin dejar de observarla, y Maverick supo que estaba perdida cuando lo vio sonreír.

—Voy a disfrutar mucho con esto —soltó él sin más, haciendo gala de un

descaro que la hizo reír.

Y  fue  entonces,  al  escuchar  sus  carcajadas,  cuando  Cam  supo  que  el  que estaba  perdido  era  él.  Si  había  algo  jodidamente   sexy  de  Maverick,  era  su  risa; que fuera él el que la provocaba, lo volvía loco.

Salieron  del  bar  con  mucha  más  urgencia  que  con  la  que  habían  entrado.

Cam  ni  siquiera  se  despidió  de  sus  amigos,  sino  que  atravesó  el  local  de  una punta a otro en cuestión de segundos, sus manos entrelazadas con fuerza. No la miró a los ojos hasta que estuvieron junto al coche, y entonces ya no fue capaz de  reprimirse  por  más  tiempo.  La  acorraló  contra  la  carrocería  y  atacó  su  boca con voracidad. Maverick recibió el asalto casi con alivio.

Las  manos  de  Cam  se  deslizaron  por  la  parte  exterior  de  sus  muslos  y alcanzaron sus caderas, y de ahí pasaron a sus nalgas.

—¡Joder,  Mave!  —gruñó,  al  sentir  que  ella  correspondía  sus  caricias apretándose contra su erección.

Mordisqueó su labio  y ahondó en  su boca, llenándose  de ella,  reclamando todo  lo  que  pudiera  darle.  Mientras  la  besaba,  se  sacó  el  móvil  del  bolsillo  del pantalón.

—Dame… dame un segundo —le pidió, separando sus bocas, aunque era lo último que deseaba en ese instante.

Sus  dedos  volaron  sobre  el  teclado  mientras  Maverick  lo  observaba desconcertada.  La  besó  con  desesperación  con  el  móvil  aún  en  su  mano,  y  se retiró de nuevo cuando el aparato vibró.

—¿Se  puede  saber  qué  haces?  —inquirió  Maverick,  al  comprobar  que empezaba a teclear otra vez.

Cam le mostró la pantalla. Había una foto de Lily acurrucada en una cama, durmiendo junto a Perseo.

—Están en el  piso de Olivia.  Podemos subir cuando  queramos a  buscarla, hay  unas  llaves  en  casa  —le  dijo  Cam—,  pero  ahora  mi  apartamento  está vacío…

Maverick se echó a reír al comprender lo que trataba de decirle.

—¿Te me estás insinuando?

Cam  negó,  muy  serio,  durante  un  segundo.  Luego  tiró  de  ella  y  volvió  a besarla.

—Solo te digo que voy a llevarte a casa, voy a follarte primero y a hacerte el amor después, Parker —afirmó, y sus manos se perdieron bajo su falda.

Esta vez, sin embargo, ascendieron por la parte interna de sus muslos hasta

alcanzar  el  encaje  de  su  ropa  interior.  Maverick  estalló  en  llamas  al  sentir  el contacto.

La  necesidad  de  ambos  aumentó  de  tal  forma  que  llegar  hasta  el apartamento  requirió  de  ellos  verdadera  fuerza  de  voluntad.  Tras  aparcar  el coche, corrieron por la calle como los dos chiquillos que habían sido cuando se conocieron, aunque sus intenciones ahora no fueran tan castas como entonces.

17

Encontraron la casa en silencio y a oscuras, justo como Sean le había dicho que  estaría,  y  Cam  no  pudo  evitar  dar  gracias  mentalmente  a  su  gemelo  por haber pensado en que aquello pudiera suceder.

La  puerta  aún  no  se  había  cerrado  del  todo  y  él  ya  había  agarrado  a Maverick por las caderas. La alzó en vilo para que lo rodeara con sus piernas y la  colocó  contra  la  pared.  La  besó  largo  rato,  luchando  contra  la  necesidad  de poseerla en ese mismo instante. Quería que durase, iba a recrearse con el sabor de sus besos y la calidez de su piel durante tanto tiempo como fuera posible, y, después de eso, tal y como le había dicho, volvería a hacerle el amor de forma lenta y minuciosa hasta que Maverick sintiera deseos de gritar su nombre.

—¿Esto  es  todo  lo  que  sabes  hacer,  Cameron?  —volvió  ella  a  la  carga, aunque la voz se le quebró al pronunciar su nombre.

Cam supo que estaba tan excitada como él. Le dedicó una sonrisa descarada que prometía más, mucho más, y caminó cargando con ella hasta su dormitorio.

—Estás  jugando  con  fuego,  Parker  —repuso  él,  mientras  la  depositaba sobre la cama.

No  se  tumbó  encima,  sino  que  se  arrodilló  a  su  lado  en  el  colchón.  Sin esperar más, se deshizo de las braguitas de Maverick y empujó con suavidad sus rodillas para dejarla totalmente expuesta.

—Definitivamente, voy a disfrutar mucho con esto —afirmó, inclinándose para tomarla con la boca.

Maverick  gimió  al  sentir  su  lengua  apretarse  contra  su  centro;  lamiéndola con suavidad primero y con más ímpetu después. Sus jadeos no hicieron más que aumentar  la  intensidad  con  la  que  Cam  la  acariciaba,  como  si  sintiera  en  su propia carne el placer que le estaba provocando. Mientras sus labios se movían, llevándola al límite, hundió un dedo en su interior y ella tuvo que cerrar los ojos, desbordaba  por  la  sensación.  Continuó  torturándola  sin  pausa  y,  poco  después, un segundo dedo se unió al anterior.

Cam  la  saboreó  con  deleite,  perdido  entre  sus  piernas,  hasta  arrastrarla  al abismo de un primer orgasmo que la dejó temblando. Pero no se detuvo ahí. La giró  para  colocarla  boca  abajo  y  Maverick  lo  dejó  hacer,  estremeciéndose  aún por las oleadas de placer que recorrían su cuerpo. Cam bajó la cremallera de su

vestido  y  se  deshizo  de  la  prenda;  el  sujetador  fue  lo  siguiente  en  desaparecer.

Quedó desnuda frente a él.

—¿Has terminado? —le dijo ella, observándolo por encima de su hombro.

Cam negó, y una sensual sonrisa acompañó al gesto.

—Ni siquiera he empezado aún.

Besó  su  piel,  cada  rincón  de  ella;  lamió,  mordió,  succionó  su  espalda,  la curva  de  sus  nalgas,  mientras  sus  dedos  volvían  a  estimularla  con  delicadeza, muy  poco  a  poco.  Acarició  su  cuerpo  con  una  devoción  tal  que  Maverick  no pudo hacer otra cosa que rendirse y rogar para que él se uniera por fin a ella.

—Cam…

—¿Ya  no  soy  Cameron?  —bromeó  él,  pero  comenzó  a  quitarse  su  propia ropa.

Se desnudó por completo sin separarse de ella y luego volvió a recorrer sus curvas, piel con piel, la acarició con todo el cuerpo, conteniéndose a duras penas; despertando su excitación de nuevo, acercándola una vez más al clímax.

—Cam —gimió Maverick, ansiosa—. Por favor.

La súplica fue más de lo que él pudo resistir.

Se  inclinó  hasta  alcanzar  el  primer  cajón  de  la  mesilla  y  tomar  de  él  un preservativo que no tardó en ponerse. Se colocó tras ella, tiró de sus caderas para alzarlas y, sin más aviso que ese, la penetró.

Cam  gruñó,  su  respiración  se  volvió  entrecortada  y  su  pulso  se  desbocó.

Cada  embestida  le  arrancaba  un  jadeo  que  excitaba  tanto  a  Maverick  como  la sensación de tenerlo por fin en su interior. Se hundía en ella una y otra vez sin descanso,  hasta  que  tuvo  que  parar  para  evitar  alcanzar  el  orgasmo  antes  de  lo que deseaba.

Maverick se incorporó entonces y pegó su espalda contra el pecho de Cam.

—Tengo que reconocer que te estás esforzando —rio, con esa complicidad que compartían y que rellenó una parte del vacío en el pecho de Cam.

Acarició su pechó y jugueteó con sus pezones endurecidos, y cedió al deseo de saborearlos.

—Esto es lo que haces conmigo, Mave —le susurró, justo antes de que ella cayera,  ahora  boca  arriba,  sobre  el  colchón—.  Me  vuelves  loco  —añadió, aunque calló su siguiente pensamiento.

«Estoy jodidamente enamorado de ti».

Deseo  y  amor  no  eran  lo  mismo,  pero  en  el  caso  de  Cam  confluían  y  se enredaban hasta dar forma a un único sentimiento. Quería perderse en su cuerpo,

pero  también  ser  parte  de  su  alma;  devolverle  esos  años  en  los  que  no  había estado a su lado.

Se tumbó sobre ella, agarró sus manos para colocárselas por encima de sus cabezas, y la penetró de nuevo. Maverick gimoteó de puro placer al sentir cómo la llenaba.

—Podría hacer esto para siempre —murmuró, arrancándole a Maverick una carcajada.

—No aguantarías tanto —replicó, sin comprender del todo el sentido de sus palabras.

Pero Cam volvió a embestirla y su espalda se arqueó, y sus caderas salieron a su encuentro para recibirlo con desesperación.

—Ponme a prueba —la desafió.

No  hablaron  más.  Cam  pasó  un  brazo  bajo  su  rodilla  y  alzó  una  de  sus piernas,  para  colarse  aún  más  hondo  en  su  interior.  Sus  respiraciones  se volvieron  erráticas  y  sus  cuerpos  danzaron  en  perfecta  armonía,  sintiéndose  el uno  parte  del  otro,  exigiéndose  más  aunque  se  lo  estuvieran  dando absolutamente todo, incluso el alma.

Maverick  no  tardó  en  alcanzar  un  límite  desde  el  que  ya  no  había  vuelta atrás y se vio empujada al clímax, arrastrando con ella a Cam cuando las paredes de su sexo se apretaron en torno a él.

Cayeron  enredados  sobre  las  sábanas.  Maverick  apoyó  la  cabeza  en  su pecho  antes  de  cerrar  los  ojos.  Aún  se  estremecía  de  placer,  exhausta  pero satisfecha,  acurrucada  contra  su  cuerpo  y  disfrutando  de  ese  instante  de intimidad  tan  similar  a  muchos  otros  que  habían  compartido  en  el  pasado.  Era como volver a estar por fin en casa después de mucho tiempo fuera.

—Subiremos  a  por  Lily  cuando  quieras  —le  dijo  Cam,  luchando  por recuperar  el  aliento.  Deslizó  los  dedos  por  uno  de  sus  mechones  pelirrojos—, aunque mi idea era tener tiempo para recuperarme y luego hacerte el amor con algo menos de prisa —rio, avergonzado, de nuevo casi como el adolescente de años atrás.

Cam  siempre  había  encontrado  la  manera  de  mostrar  su  dulzura,  daban igual  las  circunstancias  en  las  que  se  encontraran,  y  a  Maverick  le  agradó comprobar que eso no había cambiado y que, además, no dejaba de pensar en el bienestar de su hija.

Aunque  se  había  dejado  convencer  para  salir  esa  noche,  se  sentía  en  parte culpable.  Llevaba  años  haciéndose  cargo  de  Lily  sola,  aunque  contaba  con  la

ayuda de su madre; todo lo que se había permitido era pasar, de vez en cuando, un par de horas en el mar haciendo surf.

—Ella  está  bien  —susurró  Cam,  como  si  supiera  el  rumbo  que  habían tomado  sus  pensamientos—.  Sean  y  Olivia  nos  llamarán  si  se  despierta  o  pasa algo.

Él depositó un beso en su sien que la hizo sentir mejor, y ese beso llevó a otro,  y  ese  a  otros,  cada  vez  más  intensos,  cada  uno  más  apasionado  que  el anterior…  Hasta  que  Maverick  cedió  al  deseo  de  sentirse  de  nuevo  parte  de aquel  chico  dulce  que  le  había  robado  el  corazón  con  tan  solo  dieciséis  años  y que ahora parecía dispuesto a recuperarlo.

Se olvidó por el momento de sus dudas y dejó a un lado todo para sentirlo únicamente  a  él.  Cam,  por  su  parte,  se  preguntó  si  ella  desearía  tanto  como  él que ese instante se volviera infinito, que la distancia que los había separado hasta entonces no volviera a hacerlo jamás. Se preguntó si Maverick estaría dispuesta a compartir más que unas pocas horas de su vida con él.

Porque Cam Donaldson ansiaba más que una noche. Quería toda una vida.

18

Horas después, subieron al apartamento de Olivia y Maya. Cam supuso que esta  última  no  estaría  allí  si  Sean  se  había  aventurado  a  llevarse  a  Perseo  con ellos;  la  compañera  de  piso  de  Olivia  era  alérgica  al  gato  y  solía  comenzar  a estornudar  y  a  rascarse  de  forma  frenética  en  cuanto  estaba  en  la  misma habitación que el animal.

Entraron  de  puntillas  para  no  despertar  a  nadie,  pero  fue  en  vano.  Bajo  la puerta  de  la  habitación  de  Olivia  había  una  rendija  de  luz  que  indicaba  que  no estaban  dormidos.  Cam  llamó  con  suavidad  y  Sean  no  tardó  en  salir  del dormitorio y reunirse con ellos en el salón.

—No he querido dormirme por si Lily se despertaba —les dijo, con aspecto somnoliento y cansado.

Cam  arqueó  las  cejas.  Era  difícil  reconciliar  la  imagen  que  todo  el  mundo tenía de su gemelo con la de alguien capaz de pasar horas velando el sueño de una  niña  de  seis  años.  La  entrada  de  Olivia  en  la  vida  de  Sean  había  obrado verdaderas maravillas; lo había cambiado por completo.

Sonrió.

—¿Qué? —inquirió Sean, al percatarse de la expresión de su hermano, pero este agitó la cabeza.

—¿Se ha portado bien? —intervino Maverick.

—Tal vez deberías preguntarle eso a Lily. Sobre Olivia y él —aclaró Cam, ahogando una risita.

Sean le dio un empujón.

—Es  única  —aseguró,  ignorando  la  pulla  de  su  gemelo—,  y  lista,  y divertida. Además, tiene el encanto de los Donaldson —se jactó, orgulloso de la niña  que  dormía  en  la  habitación  de  al  lado—.  Nos  permitirás  seguir  viéndola,

¿verdad?

Ahora fue Cam el que le propinó un empujón disimulado a su hermano. No quería que presionara a Maverick, no hasta que ellos pudieran hablar del tema.

Pero ella esbozó una sonrisa, miró a Cam un instante y asintió.

Sean debió comprender que se había excedido. Alternó el peso de una a otra de sus piernas y se frotó el cuello.

—Bien. Voy a dormir un poco —les dijo, y los dejó a solas.

Lily dormía enredada en una manta, y Perseo lo hacía junto a ella. La niña ni  siquiera  se  había  llevado  a  la  cama  su  peluche  favorito,  a  pesar  de  haber insistido a su madre para que no olvidara meterlo en su bolsa de viaje antes de marcharse de Half Moon Bay. Maverick la contempló con una sonrisa igual de serena que la que reflejaba el rostro de la pequeña, y Cam las observó a ambas con  atención,  como  si  no  se  creyera  del  todo  que  estuvieran  en  la  misma habitación que él, que existieran en realidad.

Ella se inclinó para tomar a Lily en brazos, pero Cam se le adelantó. Había anhelado  el  momento  en  el  que  pudiera  sostenerla  de  nuevo  contra  su  pecho; dormida  podía  permitirse  acunarla  de  la  forma  cariñosa  en  la  que  lo  haría  un padre, su padre. Le pidió permiso a Maverick con la mirada y, en cuanto esta se lo concedió con un leve asentimiento, la levantó y la sostuvo con una mezcla de felicidad  y  terror  que  no  logró  comprender.  La  cabeza  de  Lily  se  deslizó  y terminó  reposando  contra  su  pecho;  Cam  no  podía  dejar  de  mirarla  y  tampoco controlar  el  torrente  de  emociones  que  atravesaba  su  cuerpo  y  su  mente  en  ese momento.

—Es preciosa —murmuró muy bajito, aunque eso no alcanzaba a describir en modo alguno lo que de verdad quería decir sobre la niña.

Bajaron hasta el apartamento de Cam en silencio; Maverick con el corazón encogido  por  una  escena  que  no  se  había  atrevido  siquiera  a  soñar,  y  Cam demasiado abrumado por sus propios sentimientos. Acomodaron a la niña en la cama  de  Cam,  y  Maverick,  que  había  cargado  con  Perseo,  lo  depositó  también sobre el colchón. El animal giró dos veces sobre sí mismo y se aovilló pegado al costado de Lily.

—Tú…  tú  quieres…  —Cam  no  sabía  muy  cómo  abordar  el  tema.

Finalmente,  hizo  un  gesto  en  dirección  al  otro  dormitorio—.  Dormiré  en  la habitación  de  Sean  —concluyó,  y  Maverick  comprendió  por  fin  qué  era  lo  que no se atrevía a preguntar.

Tardó unos segundos en decidir qué hacer.

—Me  quedaré  aquí  con  Lily  —le  dijo,  y  él  no  hizo  ninguna  objeción  al respecto.

Era  lógico  que  quisiera  dormir  con  su  hija,  aunque  lo  que  en  realidad preocupaba  a  Maverick  era  que  Lily  se  despertara  antes  que  ellos  y  los sorprendiera  juntos  en  la  cama.  Tenía  mucho  de  lo  que  hablar  con  ella  y  no quería empezar dándole ese tipo de explicaciones.

—Te  veré…  Os  veré  mañana  —afirmó  Cam,  en  un  susurro,  y  no  pudo

evitar acercarse a ella y darle un beso de buenas noches.

Fue rápido pero delicado, una promesa.

Resultaba tan extraño como reconfortante. La vida de Cam se había puesto del  revés  en  apenas  un  mes  y  no  terminaba  de  acostumbrarse.  Disfrutó  del contacto suave de los labios de Maverick durante un segundo y luego se marchó a la habitación de su gemelo.

A  la  mañana  siguiente  lo  despertó  una  risa  infantil  proveniente  del  salón acompañada  de  una  voz  que  hablaba  en  susurros.  Se  puso  una  camiseta  de  su hermano antes de abandonar el dormitorio y reunirse con Maverick y Lily, que ya hacía varias horas que estaban en pie.

—No hemos querido despertarte —le dijo Maverick, sentada en el sofá.

Tenía aún el pelo húmedo por la ducha que se había dado y Cam sonrió al recordarla saliendo del mar con su tabla debajo del brazo.

Lily  estaba  a  su  lado,  mordisqueando  una  de  las  galletas  que  Cam  había comprado  pocos  días  antes  esperando  que  le  gustaran.  No  conocía  sus  gustos, nada de ella, salvo lo mucho que adoraba los gatos. Se sintió excluido al pensar en todo lo que se había perdido de ella, en lo que se perdía incluso ahora. No era más que un extraño, un amigo de su madre en el mejor de los casos.

Maverick  percibió  el  momento  en  el  que  la  expresión  de  Cam  se ensombreció y la tristeza se acumuló en su mirada azul, oscureciéndola.

—Sean  juega  esta  tarde  —comentó  él,  apartando  esos  pensamientos  de  su mente, aunque sus ojos no recuperaron el brillo—. Tengo entradas para los tres si os apetece ir a verlo.

—¡¡Sí!!  —chilló  la  niña,  entusiasmada—.  Tito  Sean  me  ha  explicado  que juega de quarterbark, es el que más mola del equipo.

Cam podía imaginarse perfectamente a su gemelo empleando esas mismas palabras  para  contarle  a  Lily  cuál  era  su  labor  en  el  equipo.  Recordó  entonces que le había comprado un regalo. Fue a su dormitorio y regresó con el paquete entre las manos, tan ilusionado como la propia niña.

—Esto es para ti.

La cara de Lily se iluminó y comenzó a dar pequeños botes en el asiento.

Ese detalle, unido a la sonrisa que asomó a los labios de Maverick, fue suficiente para dejar atrás la tristeza que se había apoderado de él momentos antes.

A Lily le encantó la gorra y la sudadera de los Bruins, el equipo de UCLA en el que Sean jugaba, y aseguró que se la pondría esa misma tarde para animar a Sean desde las gradas.

—Gracias —le dijo Maverick rato después en la cocina.

Pero  Cam  agitó  la  cabeza,  negando.  No  había  nada  que  agradecer.  Se mantuvo junto a la cafetera a la espera de que el café estuviera listo. Maverick echó un vistazo a Lily para asegurarse de que continuaba en el salón, entretenida con Perseo, y se colocó junto a Cam.

—Quiero  decírselo  —susurró,  y  él  no  necesitó  que  especificara  a  qué  se refería.  Ladeó  la  cabeza  para  mirarla  con  un  movimiento  tan  repentino  que  a punto  estuvo  de  arrancarle  una  carcajada  a  Maverick—.  Es  lo  justo,  tiene derecho a saberlo, y tú… —Las palabras se le atascaron en la garganta.

Cam le rodeó los hombros con un brazo, no se atrevió a más.

—Puedo  esperar  —le  dijo,  aunque  no  era  del  todo  verdad;  ya  se  había perdido demasiado de la vida de su hija.

—No, está bien. Encontraré la manera de explicárselo…

Cam deseó besarla, lo deseaba con todo su ser, pero se contuvo.

No profundizaron más en el tema, no con Lily en la habitación de al lado; aunque ambos sabían que se debían una conversación. Pero no ese día.

Después de desayunar, salieron a dar un paseo y Cam les enseñó el campus.

También  almorzaron  fuera,  junto  con  Sean,  Olivia  y  Maya,  y  Lily  se  ganó  a todos y cada uno de ellos sin excepción. Tal y como su gemelo había comentado, la pequeña tenía el encanto de los Donaldson, sumado a su maravillosa sonrisa, resultaba difícil no caer rendido ante ella.

Esa misma tarde, disfrutaron del partido y animaron a Sean hasta perder la voz, y Lily no dejó de aplaudir con sus pequeñas manitas cuando, en una de las ocasiones en la que los Bruins anotaron, Sean traspasó la línea de anotación y se volvió hacia la grada para dedicarle el tanto a su sobrina.

—La emoción no la dejará dormir esta noche —le susurró Maverick a Cam, moviendo la cabeza de un lado a otro.

Sin  embargo,  también  ella  parecía  estar  disfrutando.  Cam  se  atrevió entonces  a  mover  la  mano  y  colocarla  sobre  la  suya.  Le  dio  un  ligero  apretón mientras  sus  ojos  confesaban  lo  mucho  que  deseaba  besarla  y  estrecharla  entre sus brazos; si Maverick descifró o no su expresión, no hubo manera de saberlo.

Tras el partido, Lily iba de la mano de su madre mientras caminaban por el pasillo que conducía a los vestuarios.

—¿Te  ha  gustado?  —le  preguntó  Olivia,  y  la  pequeña  asintió  con efusividad—.  Procura  no  decírselo  al  tito  Sean  o  no  habrá  quién  lo  aguante luego.

Lily soltó una risita. Aún llevaba puesta la gorra que Cam le había regalado y también la sudadera con el emblema del equipo.

—Pero ha ganado —respondió ella, porque los Bruins habían jugado como nunca y habían obtenido una holgada victoria.

—Por  eso  lo  digo.  No  necesita  que  nadie  se  lo  repita  —se  burló  Olivia,  y Cam rio.

—A Sean le gusta presumir —le susurró él a la niña, aún sonriendo.

Tal vez Lily no se dio cuenta y puede que Cam tampoco lo comprendiera en ese momento, pero estaba volviendo a ser de nuevo él mismo, un poco más cada vez, más de ese Cam capaz de bromear y meterse con su gemelo, más feliz, más libre de las cargas que tanto habían oprimido su pecho en las últimas semanas.

Empezaba a reconciliarse consigo mismo y con el mundo que lo rodeaba; tenía esperanza.  Solo  había  una  preocupación  que  aún  mantenía  una  parte  de  su angustia latiendo en su corazón… su futuro con Maverick y Lily.

Sean salió del vestuario exhibiendo su mejor sonrisa, le dio un largo beso a Olivia y, acto seguido, fue directo hacia la niña. La tomó en brazos y la lanzó al aire ante la mirada horrorizada de sus padres, que por un momento temieron que se le escapara de las manos.

—¿Lo has visto? —le decía, pero la niña apenas podía hablar a causa de las carcajadas.

Cam  envidió  un  poco  la  naturalidad  con  la  que  su  gemelo  se  relacionaba con Lily, lo fácil que resultaba para él. Pero eso cambió cuando Sean se acercó a él  con  ella  aún  entre  los  brazos  y  la  sentó  sobre  sus  hombros,  como  si  supiera con exactitud lo que le rondaba la mente. Lily se agarró a su cuello sin parar de reír, y Cam se derritió al sentirla aferrándose a él. Ladeó la cabeza en dirección a Maverick, que los observaba con una expresión indescifrable.

—Vamos a comer algo. Me muero de hambre —sugirió Sean.

Algunos  de  sus  compañeros  de  equipo,  incluido  Crowley,  salieron  del vestuario. No perdieron detalle de la escena. Cam sabía que lo habían visto con Maverick la noche anterior en el Silver’s y también que habría rumores acerca de la relación que unía a los gemelos con la niña, pero no le importaba en absoluto.

La  muerte  de  su  padre  había  cambiado  por  completo  sus  prioridades,  las  de ambos, y Cam era ahora más feliz de lo que lo había sido en mucho tiempo.

Cenaron todos juntos y, aunque faltaran Aria, Max o la señora Donaldson, Cam  se  sintió  como  en  familia.  Pasó  la  comida  alternando  la  mirada  entre Maverick y Lily, y Olivia, sentada a su lado, se burló un poco de él debido a eso.

—Se  te  cae  la  baba  —le  susurró,  para  que  los  demás  no  se  percataran  de ello.

Cam puso los ojos en blanco, pero sabía que tenía razón.

De alguna forma, Sean se las arregló para dejar a solas a Maverick y Cam.

Lily  se  mostraba  encantada  con  las  atenciones  que  todos  le  dedicaban  y  no  le importó  que  su  madre  se  quedara  rezagada  mientras  regresaban  caminando  al apartamento.

—Mave,  yo…  —Cam  tomó  aire  y  trató  de  ordenar  sus  pensamientos—.

Podemos arreglárnoslas para que pueda verla hasta que me gradúe. Me quedaré en  California  después  de  eso  —agregó,  porque  eso  era  lo  que  deseaba,  estar cerca de ellas—. Y nosotros…

—Cam —lo interrumpió ella. No lo miró, siguió caminando con la vista fija al frente—. No necesitas decidir tu futuro ahora. Podemos ir con calma.

Él  asintió  y  siguieron  andando  en  silencio  hasta  que  el  edificio  en  el  que vivía apareció ante ellos.

Maverick suspiró.

—Te  eché  de  menos  —admitió  ella,  aún  sin  mirarlo—.  Durante  todo  ese tiempo, miraba a Lily y te veía en ella y… —Inspiró con fuerza—. Te echaba de menos.

Cam  pensó  en  lo  que  no  le  decía.  Estaba  seguro  de  que  había  algo  que  se callaba;  la  tristeza  que  asomaba  a  sus  ojos  era  buena  prueba  de  ello.  La  agarró del brazo para detenerla y echó un rápido vistazo al portal. No había ni rastro de los demás, ya debían estar arriba.

Acunó su rostro entre las manos y rebuscó en su mirada tratando de dar con la causa de su agonía.

—Tú y yo… —comenzó, pero Maverick negó.

—No hablemos de eso ahora, Cam —le dijo; rogó más bien.

—¿Por qué?

—Porque no es el momento.

—No  lo  entiendo,  Mave.  Pensaba  que  podríamos  ser…  que  podíamos  ser una  familia  —soltó,  titubeante.  No  porque  no  creyera  en  lo  que  decía,  sino porque no sabía si era eso lo que ella quería.

Los ojos de Maverick brillaron con la humedad que acumulaban, y ella se esforzó para contener las lágrimas. Cam no comprendía porque cada una de sus palabras  parecía  hacer  que  ella  se  sintiera  peor.  No  era  eso  lo  que  deseaba, anhelaba su sonrisa más que ninguna otra cosa.

Mantuvo un instante más su cara entre las manos, el pulgar acariciando su mejilla son suavidad.

—Está bien —cedió finalmente—. No hablaremos de esto si no quieres. Por ahora —añadió. Más tarde o más temprano, iban a tener que hablar de ellos, no como padres de una niña, sino como pareja.

Eso era lo que Cam quería, a Maverick a su lado, para siempre.

19

El fin de semana terminó y, con él, el tiempo del que disponían. Pero Cam estaba  decidido  a  ver  a  Maverick  y  a  Lily  siempre  que  le  fuera  posible,  como también lo estaba a graduarse. Entre semana acudía a sus clases y todos los fines de semana que podía escaparse viajaba a Half Moon Bay para visitarlas.

Pasó enero y parte de febrero de un lado a otro de la costa californiana. En sus  visitas,  Maverick  mantenía  una  actitud  ambigua  que  desconcertaba  a  Cam; lucía  feliz  al  ver  cómo  se  relacionaba  con  Lily,  cómo  hablaban,  reían  juntos  e incluso  cómo  comenzaban  a  compartir  confidencias,  pero  él  continuaba vislumbrando una sombra de dolor tras su sonrisa y no tenía muy claro qué hacer para cambiar eso.

Aún  no  le  habían  explicado  a  la  pequeña  quién  era  en  realidad  Cam  y, aunque este se moría de ganas de decírselo, se armó de paciencia a la espera de que Maverick encontrara el momento oportuno para hacerlo.

De su propia relación, de la magia de la noche que habían compartido en la universidad  semanas  atrás,  de  los  momentos  que  habían  pasado  juntos  durante las  navidades,  de  los  besos,  las  caricias,  las  promesas  formuladas  con  tan  solo una mirada… De lo que sentían el uno por el otro, no volvieron a hablar en todo ese  tiempo  a  pesar  de  que  Cam  no  era  capaz  de  apartar  esas  imágenes  de  su mente.

Aunque  Lily  no  supiera  aún  que  era  su  padre,  le  estaba  resultando  más difícil acercarse a Maverick que a ella.

—Así que aún no lo sabe —señaló Becca, la madre de Maverick.

Cam  estaba  en  la  cocina  de  su  casa  en  Half  Moon  Bay  y,  por  su  tono, comprendió que su pregunta no era solo una forma de iniciar una conversación.

Maverick  había  subido  a  acostar  a  Lily  y  él  se  iría  enseguida  de  vuelta  a Berkeley para pasar la noche en el apartamento de Max.

—¿Puedo hacerle una pregunta, señora Parker?

Ella esbozó una mueca de disgusto.

—No me llames así, por favor. Solo Becca, y pregunta lo que quieras.

—Lo siento, Becca —se disculpó él. Resultaba obvio que ella no estimaba demasiado a su exmarido—. ¿Cree que hay algún motivo por el que Maverick no quiere decirle a Lily quién soy?

La mujer negó. Tomó asiento frente a él con una taza de té entre las manos.

—No creo que eso sea lo que le preocupa —señaló—. Lily te adora, a ti y a tu familia. No deja de hablar de vosotros. Y Maverick es consciente de cómo la tratas;  ojalá  su  padre  se  hubiera  comportado  así  con  ella  —suspiró, apesadumbrada.

A pesar de que la propia madre de Cam no había tardado mucho más que la de  Maverick  en  quedarse  embarazada,  sus  vidas  habían  sido  completamente diferentes; sus familias, el modo en el que las dos parejas habían enfrentado el hecho de ser padres jóvenes, el amor que les mostraron a sus hijos o la manera de criarlos… todo había sido diferente.

—Siento  lo  que  pasó  entre  mis  padres  y  el  padre  de  Maverick  —volvió  a disculparse,  pero  Becca  le  restó  importancia  con  un  ademán—.  Entonces,  ¿hay algo más que le preocupa a Maverick?

Cam sabía que esa charla debía estarla manteniendo con Maverick y no con su  madre,  pero  presionarla  no  había  servido  de  nada,  y  le  daba  miedo  que,  de alguna  manera,  pudiera  hacerle  daño  sin  siquiera  saberlo.  ¿Qué  más  podía esconderle ella después de tanto tiempo?

Becca le dio un sorbo a su té y se tomó un momento para responder.

—Todo, le preocupa todo. Lleva años preocupándose por todo, más aún en lo  que  respecta  a  Lily.  Ha  sido  duro  para  ella  —afirmó,  y  Cam  estaba convencido de que era verdad. Por mucha ayuda de su madre con la que hubiera contado,  criar  a  una  niña  sin  su  padre  tenía  que  haber  requerido  mucho sacrificio.

—Podía habérmelo dicho en cualquier momento —replicó Cam, sin ánimo de  reproche—.  Yo  hubiera  estado  aquí.  Quizás…  Quizás  lo  que  su  exmarido pensaba de mi familia le influyó más de lo que cree —aventuró, aunque no creía muy probable que así fuera.

—Lo dudo. Maverick no lo ve desde hace años y no es que se llevaran muy bien.

Cam  apoyó  los  codos  en  la  mesa  y  escondió  la  cara  entre  las  manos, frustrado. Becca estiró el brazo y le dio un apretón de ánimo en el hombro.

—Eres  un  buen  chico  y  ella  lo  sabe,  y  Lily  estará  encantada  cuando  se entere de la verdad.

Cam  amagó  una  sonrisa  torpe  para  agradecerle  a  la  mujer  su  apoyo  justo cuando  Maverick  apareció  en  la  puerta  de  la  cocina  retorciéndose  las  manos  y con la mirada repleta de inquietud.

—Se lo he dicho —soltó con voz temblorosa, más pálida que de costumbre

—. Ella quiere que subas. Quiere… quiere hablar contigo.

Cam  permaneció  inmóvil  durante  unos  segundos,  asimilando  lo  que Maverick  acababa  de  decir  y  sin  saber  si  ella  habría  escuchado  algo  de  la conversación  que  había  mantenido  con  su  madre.  No  se  movió  hasta  que Maverick  se  apartó  del  umbral  y  le  hizo  un  gesto  indicando  las  escaleras  que llevaban al piso superior.

Se puso en pie y atravesó la cocina en unas pocas zancadas, pero al pasar junto  a  ella  se  detuvo.  Pensó  en  cogerle  la  mano,  en  rozar  su  piel  de  alguna manera  solo  para  decirle  que  todo  iría  bien,  que  él  estaba  allí  y  no  pensaba marcharse, que no tenía que preocuparse de nada; pero Maverick retrocedió un paso más, apartándose de él.

La felicidad que le producía que Lily supiera por fin que él era su padre se vio  enturbiada  por  el  muro  existente  entre  Maverick  y  él.  Al  margen  de  la existencia  de  Lily,  Cam  sabía  que  hubiera  ido  a  buscar  a  Maverick  a  cualquier lugar en el que se encontrara si ella lo hubiera avisado. Era por eso por lo que Sean nunca le había hablado de lo que había sucedido entre el padre de Maverick y  ella,  le  hervía  la  sangre  solo  de  pensar  en  que  le  hubiera  puesto  la  mano encima,  y  su  gemelo  lo  conocía  lo  suficientemente  bien  para  ser  consciente  de que hubiera removido cielo y tierra hasta dar con ella. La había amado hasta ese punto en el pasado y la amaba aún más ahora.

Ascendió  por  las  escaleras  despacio;  temblaba  como  no  lo  había  hecho nunca. Él, normalmente decidido y capaz, se sentía perdido. Era el momento que había  estado  esperando,  ese  instante  en  el  que  podría  mirar  a  su  hija  a  los  ojos sabiendo  que  ella  comprendía  quién  era  él.  Y,  aunque  decírselo  no  iba  a  hacer que  la  niña  lo  asumiera  de  repente  y  lo  tratara  como  tal,  era  un  paso  más,  uno muy importante.

Dio  dos  golpes  en  la  puerta  entreabierta  y  se  adentró  en  la  habitación  sin esperar  una  respuesta.  El  dormitorio  se  hallaba  iluminado  tan  solo  con  la  luz tenue de una lámpara situada sobre la mesilla de noche, junto a la cama, y Lily se  encontraba  acostada  ya,  tapada  con  una  manta  hasta  el  pecho  y  rodeada  de varios peluches que apenas si dejaban espacio sobre el colchón para nada más.

Cuando Cam se aventuró a mirar el rostro de la niña, la encontró seria, con el ceño fruncido como si de un adulto se tratase. Le recordó tanto a Aria que no pudo evitar sonreír. Ambas compartían esa mueca que no terminaba de expresar ni disgusto ni desconcierto, sino algo intermedio.

—Hola, peque —le dijo, acercándose a la cama.

Había empezado a llamarla así semanas atrás, tal y como hacía Maverick, y la niña lo había aceptado de una forma natural.

Cam cogió un gato de peluche que le habían comprado días atrás, también gris,  como  Perseo,  y  se  sentó  en  el  lugar  que  este  había  ocupado.  La  pequeña tardó un poco en contestar a su saludo, continuó observándolo con esa pequeña arruga atravesando su frente, pensativa.

—Mami  dice  que  tú  eres  mi  papá  —soltó  por  fin,  y  Cam  asintió  con  un nudo en la garganta. No estaba seguro de si, a la niña, la idea le disgustaba o no

—.  Y  también  dice  que  no  te  fuiste  lejos  antes  de  que  yo  naciera,  que…  —

titubeó, tal vez sin comprender del todo lo que Maverick acababa de explicarle

—. Que tú no sabías que yo estaba aquí.

Cam  no  tenía  muy  claro  hasta  dónde  habían  llegado  las  explicaciones  de Maverick, ni qué habría alegado para justificar su ausencia durante tanto tiempo, pero lo último que deseaba era que Lily guardara rencor a su madre por lo que había hecho.

—¿Crees que podrías hacerme un hueco mientras hablamos? —le pidió. Al comprobar que no se oponía, retiró varios peluches y los depositó en el suelo.

Lily se deslizó hacia un lado y él se tumbó de forma precaria casi al borde del colchón.

—¿Es verdad? —insistió ella, cuando él se hubo acomodado.

Cam mantenía el gatito de trapo entre las manos. Había imaginado decenas de veces lo que le diría a Lily cuando supiera la verdad, pero ahora las palabras se negaban a salir.

—Sí,  lo  es  —admitió,  y  el  mismo  temblor  que  había  sacudido  su  cuerpo minutos  antes  se  adueñó  ahora  de  su  voz—.  Yo  no  quería  irme  lejos,  hubiera querido estar contigo siempre, y con tu madre —agregó—. Fue complicado para ella y no pudimos hacer otra cosa, Lily.

Estaba  justificando  a  Maverick  incluso  sin  saber  lo  que  realmente  había sucedido, pero en ningún momento se planteó hacer nada diferente.

La niña se removió, también inquieta, y sus ojos fueron a parar al peluche que  Cam  sujetaba.  Este  se  lo  tendió  y  esbozó  una  sonrisa,  tanteándola.  Ella sonrió un poco también.

—¿Y volverás a irte? —El deje de amargura con el que lo interrogó no le pasó inadvertido a Cam.

Probó a pasar un brazo bajo la cabeza de la niña, y se le encogió el corazón

al sentir cómo ella acurrucaba su pequeño cuerpo contra él.

—¿Tú quieres que me quede? Porque a mí me gustaría quedarme —le dijo, las lágrimas aflorando a sus ojos.

Nunca, en toda su vida, había sentido la extraña emoción que se adueñó de él  en  ese  momento.  Se  forzó  a  tragarse  unas  lágrimas  que  no  eran  de  tristeza, sino de pura felicidad.

La  niña  asintió,  moviendo  la  cabeza  de  arriba  abajo,  y  su  sonrisa  es ensanchó un poco más.

—¿También  se  quedarán  el  tito  Sean  y  Olivia?  —inquirió,  y  ahora  había esperanza en su voz.

—Claro que sí, y también Aria. ¿Te acuerdas de ella? ¿La chica que tanto se parece a ti? Ella también es tu tita.

Lily  la  había  conocido  el  fin  de  semana  anterior,  cuando  su  hermana  se había  acercado  hasta  Half  Moon  Bay  con  Max  y  con  él.  Maverick  se  había alegrado  de  poder  volver  a  verla  y,  como  era  de  esperar,  la  niña  había conquistado también a la tercera de las hermanas Donaldson.

—¡Ahora  tengo  una  familia  grande!  —exclamó  la  pequeña,  entusiasmada con la idea, y Cam no pudo evitar reír, aliviado—. Y un papá.

Esas  últimas  tres  palabras  fueron  más  de  lo  que  pudo  resistir.  Varias lágrimas escaparon mejilla abajo y Cam se apresuró a secarlas antes de que ella se diera cuenta de que estaba llorando.

—¿Puedes  quedarte  mientras  me  duermo?  —Lily  elevó  la  barbilla  para mirarlo a la cara y él asintió, incapaz de hablar.

Era  consciente  de  que,  conforme  creciera,  probablemente  haría  más preguntas,  y  aún  no  estaba  seguro  de  en  qué  punto  estaban  Maverick  y  él  y  de cómo iban a afrontar las cosas ahora o cómo se organizarían… Todo dependía de ella, en realidad. Cam la quería en su vida, pero no porque fuera la madre de su hija, sino porque estaba completamente enamorado de ella.

—Duerme tranquila, me quedaré aquí.

«Siempre», se dijo. No había nada que deseara más.

20

—¿Y  bien?  —  inquirió  Maverick,  una  vez  que  bajó  al  piso  inferior  y regresó a la cocina.

Becca  había  desaparecido,  y  Cam  supuso  que  quería  darles  algo  de intimidad.

—Se ha dormido —repuso él, demasiado aturdido para darle una respuesta más elaborada.

Sabía lo que ella le preguntaba, podía detectar la ansiedad en su mirada y en la forma en la que retorcía uno de sus mechones pelirrojos. Maverick amaba a su hija por encima de cualquier otra cosa o persona, y Cam podía entender que así fuera.

«¿Hay  lugar  también  para  mí,  Mave?»,  se  preguntó,  sin  ser  capaz  de expresarlo en voz alta.

Tal  vez  ella  solo  veía  en  él  a  un  muchacho  del  que  una  vez  había  estado enamorada y que le había dado lo mejor de su vida. Tal vez eso, y nada más, era lo que Cam representaba para ella.

—Creo que se lo ha tomado bien —admitió, en un intento de calmarla y de serenarse también él mismo—. Ella… ha querido que me quedase hasta que se durmiera, por eso he tardado tanto.

Maverick se mordió el labio y asintió.

—Supongo  que  es  una  buena  señal.  Emplea  toda  clase  de  trucos  conmigo para que me quede y no dormirse sola —rio, nerviosa. Ninguno de los dos sabía muy  bien  cómo  actuar—.  En  cambio,  con  mi  madre  no  hace  lo  mismo.  Se duerme sin problemas si es ella la que la acuesta.

—Hará más preguntas —terció. Él también las tenía—. Preguntas para las que no tengo respuesta.

Maverick  suspiró  y  fue  a  sentarse  en  una  de  las  sillas.  Parecía  exhausta, aunque, más que algo físico, Cam intuía que su agotamiento era mental. Becca llevaba razón al decir que se preocupaba por todo, al menos en lo que respectaba a su hija.

La  observó  unos  segundos  desde  su  posición,  aún  de  pie  y  cerca  de  la puerta. Llevaba unos vaqueros y una camiseta desgastada, y se había recogido el pelo en un moño descuidado del que escapaban varios mechones. Era preciosa.

Cam  se  descubría  pensando  en  ello  cada  vez  que  la  miraba,  incluso  en  aquel momento,  pese  al  cansancio  y  la  preocupación,  Maverick  era  la  chica  más hermosa que hubiera conocido jamás.

Se  aproximó  a  ella  con  cautela,  atraído  por  la  necesidad  de  sentirse  más cerca  pero  con  miedo  a  su  reacción.  No  había  ido  más  allá  de  pequeños  roces accidentales desde el fin de semana que Lily y ella habían pasado en UCLA, y, a Cam, la idea de que Maverick no sintiera lo mismo que él lo consumía. Durante todo ese tiempo se había repetido que mantenían las distancia solo porque Lily desconocía quién era él, pero no estaba seguro de que fuera solo eso lo que los separaba. Y le dolía, dolía como el demonio.

Maverick  mantenía  la  vista  en  el  suelo,  como  si  no  fuera  capaz  de enfrentarse a su mirada. Así que Cam se arrodilló delante de ella y esperó.

—Poco a poco —le dijo ella, un instante más tarde—. Iremos resolviéndolo poco a poco.

Pero  Cam  estaba  harto  de  ir  poco  a  poco.  Podía  mostrar  una  paciencia infinita con respecto a Lily, eso no era un problema, pero quería a Maverick, la quería  en  su  vida;  la  necesitaba.  Deseaba  volver  a  verla  sonreír  sin  rastro  de tristeza o miedo, de la forma en la que lo había hecho tiempo atrás al mirarlo.

—No  quiero  ir  poco  a  poco  —soltó,  con  mayor  brusquedad  de  la  que pretendía.  Los  nervios  y  su  ansiedad  le  habían  jugado  una  mala  pasada—.

Quiero que estemos juntos.

—Cam…

—No,  Mave,  deja  que  lo  diga.  No  sé  a  qué  tienes  miedo…  Quiero  estar contigo y con Lily, como una familia.

Estaba  presionándola,  algo  que  se  había  prometido  no  hacer,  más  aún cuando  ellas  vivían  en  Half  Moon  Bay  y  él  aún  tenía  que  permanecer  en  la universidad  al  menos  por  un  semestre  más.  Pero  luego…  Luego  Cam  estaba dispuesto a vivir allí si eso era lo que ella quería, si no deseaba cambiar a Lily de colegio ni alterar la vida de su hija; a Cam no le importaba ceder en eso, buscaría trabajo por la zona de ser así.

—Te  quiero  —murmuró.  No  quería  callarlo  por  más  tiempo—.  Te  quiero, Mave.

Ella  alzó  la  vista  al  escucharlo.  Se  quedó  mirándolo  un  momento,  con  la cabeza ladeada y una sonrisa algo triste bailando en sus labios.

—Lo  sé,  Cam,  sé  que  lo  haces  —le  dijo.  Esa  no  era  la  respuesta  que  él esperaba—. Y sé que quieres a Lily y deseas formar parte de su vida. Es más de

lo que mi padre hizo por mí.

Continuaba sin comprender cuál era el problema, a menos que Maverick no sintiera lo mismo por él. El pensamiento resultó tan doloroso que fue Cam el que rehuyó su mirada.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

Maverick  no  contestó;  no  le  dio  una  explicación  ese  día  ni  tampoco  al siguiente.  Cam  se  marchó  de  regreso  a  UCLA  con  una  mezcla  de  alegría  y tristeza  que  lo  mantuvo  más  callado  de  lo  habitual  incluso  después  de  llegar  al campus y sentarse en el salón de su apartamento a tomar una cerveza con Sean.

—Entonces,  ¿ha  ido  bien?  —inquirió  su  hermano,  después  de  que  le contara  lo  sucedido  con  Lily  el  día  anterior—.  Porque  no  pareces  todo  lo  feliz que deberías.

Cam se estiró sobre el sofá para alcanzar a Perseo, que daba saltos entre los cojines jugueteando con su propia cola, y lo colocó sobre su regazo. El animal le brindaba cierto consuelo ahora que estaba lejos de Maverick y Lily.

—¿Es  por  ella?  ¿Por  Maverick?  —continuó  interrogándolo,  cuando  Cam permaneció en silencio—. ¿Ella y tú no…?

No  concluyó  la  frase,  no  sabía  muy  bien  cómo  animar  a  su  gemelo  y  no quería echar más leña al fuego.

—Vendrán el viernes. —Fue todo cuando este dijo.

El  siguiente  fin  de  semana  sería  el  cumpleaños  de  los  gemelos,  el  uno  de marzo, y la tradición siempre había sido que lo celebraran juntos con una fiesta por  todo  lo  alto.  Cam  había  invitado  a  Maverick  para  que  viniera  de  nuevo  a UCLA  con  Lily  y  poder  celebrarlo  con  ellas,  pero  no  estaba  seguro  de  que  los planes de su gemelo fueran aptos para una niña de seis años.

—Este  año  haremos  algo  más  tranquilo  —terció  Sean,  que  ya  había pensado en Lily, y Cam no pudo evitar sonreír para mostrarle su agradecimiento.

A  pesar  de  todos  los  cambios  que  habían  sufrido  sus  vidas  en  los  meses anteriores,  los  gemelos  continuaban  compartiendo  la  misma  complicidad  de siempre, tal vez incluso más.

—Y  tal  vez  Maverick  y  tú  podríais  salir  a  celebrarlo  luego  por  vuestra cuenta —añadió a continuación—. Olivia y yo cuidaremos de Lily encantados.

Cam  no  estaba  muy  convencido  de  que  Maverick  aceptara  la  propuesta, pero no le dijo nada a su hermano. Permaneció un rato en silencio, bebiéndose la cerveza a pequeños sorbos, sin saborearla realmente. Pensaba en Maverick, en la noche en la que habían salido a cenar los dos solos semanas atrás, en su sonrisa

mientras coqueteaban apoyados en la barra del bar, en la forma en la que lo había mirado. Recordó también sus encuentros durante las fiestas navideñas. Maverick había  mostrado  también  entonces  parte  de  esa  extraña  tristeza  de  la  que  no parecía  conseguir  deshacerse;  si  bien,  en  otros  momentos  había  reído,  reído  de verdad, como la Maverick de años atrás. En la cabaña del árbol, había visto en ella a la chica de dieciséis años de la que se había enamorado. ¿Qué era lo que convertía esos momentos en algo diferente? ¿Por qué ella parecía alejarse de él cuanto  más  se  acercaba  Cam  a  su  hija?  Becca  había  dicho  que  Maverick  se preocupaba por todo, sobre todo en lo concerniente a Lily, pero aquello no podía ser  por  su  hija;  Maverick  parecía  feliz  con  la  relación  que  se  había  establecido entre Cam y la niña…

Y  entonces  lo  comprendió.  Revisó  mentalmente  cada  momento,  pasado  y presente,  en  el  que  Maverick  y  él  habían  estado  juntos,  repasó  cada conversación,  cada  mirada;  evocó  la  imagen  de  los  dos  críos  que  habían  sido años  atrás  y  la  de  los  dos  adultos  en  los  que  se  habían  convertido.  Sus  vidas habían sido diferentes; sus familias, tan distintas.

—Creo que sé lo que le pasa —admitió en voz alta, reclamando la atención de su gemelo.

Sean enarcó las cejas. Se incorporó un poco en el sofá y dejó su cerveza a un lado, dispuesto a escuchar las teorías de Cam.

—¿Y bien? —le dijo.

Cuantas  más  vueltas  le  daba  Cam,  más  convencido  estaba  de  que  sus suposiciones  tenían  que  ser  correctas.  Conocía  a  Maverick,  no  importaba  el tiempo que hubieran pasado sin verse, y ella también lo conocía a él, o eso creía.

—Voy a necesitar que me hagas un favor —repuso Cam, inclinándose para que Sean pudiera ver su expresión.

Su  gemelo  apenas  tardó  unos  segundos  en  responder,  lo  justo  para  que  la unión  que  compartían,  y  que  les  permitía  descifrar  el  pensamiento  del  otro  con una simple mirada, le dijera lo que necesitaba saber.

—Lo que quieras, hermanito —replicó Sean, sonriendo—. Sabes que haría cualquier cosa por ti.

21

—Me alegra que Lily esté tan feliz —aseguró Becca, y Maverick asintió.

Estaban aún en su casa en Half Moon Bay, aunque se suponía que deberían haberse marchado a UCLA la tarde anterior. Pero Aria la había llamado un par de días antes. Junto con Max, quería darles una sorpresa a los gemelos. Irían con Lily y con ella para la celebración de su cumpleaños, pero no podían viajar hasta el  sábado  por  la  mañana.  Así  que  había  retrasado  su  salida  para  poder  ir  todos juntos.

Cam se había mostrado decepcionado cuando lo había llamado para decirle que le habían cambiado el turno en el último momento y que llegarían a UCLA el sábado poco después de la hora del almuerzo, en vez del viernes por la tarde.

Sin embargo, Maverick estaba segura de que se alegraría al descubrir que Max y su hermana iban con ellas.

—Lo  está  llevando  muy  bien  —terció,  en  respuesta  al  comentario  de  su madre.

Lily había asumido con relativa tranquilidad que Cam era el padre que creía al  otro  lado  del  mundo.  Maverick  se  sentía  estúpida  por  haberle  contado  esa historia  a  su  hija  y  la  culpabilidad  había  planeado  sobre  su  cabeza  de  forma constante en los últimos días. A pesar de lo bien que se había desarrollado todo al confesarle la verdad a la niña, ella continuaba albergando dudas acerca de lo que le depararía el futuro en lo concerniente a Cam. No dudaba de que sería un padre  estupendo  para  Lily,  uno  que  nada  tendría  que  ver  con  el  suyo,  y  que  se desviviría por su hija. Sabía que, tras la graduación, se quedaría en California, no importaba  cuáles  hubieran  sido  sus  planes  anteriores;  e  incluso,  era  muy probable que decidiera mudarse a Half Moon Bay.

—¿Y tú? —inquirió Becca, al pie de la escalera.

Maverick  alzó  la  mirada  hacia  la  parte  superior.  Estaban  esperando  a  que Lily eligiera qué peluche se llevaría consigo a UCLA, las maletas ya estaban en el coche y se marcharían en cuanto la niña bajara.

—¡Vamos,  Lily!  Se  hace  tarde  —gritó,  para  que  la  pequeña  pudiera  oírla desde la planta superior.

Fue  una  forma  de  ganar  algo  de  tiempo  antes  de  contestarle  a  su  madre, porque en realidad no tenía ni idea de cómo responder.

—Yo estoy bien —dijo por fin, pero Becca no la creyó.

—Sabes  que  a  mí  no  me  supone  ningún  problema  que  estés  con  un Donaldson, ¿verdad?

Maverick agitó la cabeza, ese no era el problema.

—Lo sé, mamá, pero Cam y yo no estamos juntos.

Su madre rio.

—Será porque tú no quieres. Él parece más que dispuesto.

Maverick suspiró.

—Sí, supongo que sí.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

Se  encogió  de  hombros.  No  quería  tener  esa  conversación  con  su  madre  a pesar  de  que,  con  toda  probabilidad,  ella  comprendería  sus  miedos  mejor  que nadie.

—Lily es lo importante ahora —afirmó, evitando contestar.

Becca  dejó  de  sonreír  y  una  arruga  cruzó  su  frente  en  señal  de  disgusto.

Continuaba siendo joven para ser abuela de una niña de seis años, e incluso lucía mejor aspecto que durante los años que estuvo casada. Es más, Maverick sabía que de vez en cuando tenía citas, algo que ella sin duda aprobaba.

—Tú  también  eres  importante,  Maverick.  Todos  queremos  a  Lily,  tú  más que nadie. No tienes nada que demostrar —aseguró la mujer—. Eres madre, sí, pero tienes solo veintitrés años. Te mereces ser feliz y, aunque no me has pedido mi opinión, tengo la sensación de que Cam ayudaría mucho a que lo fueras.

Resonaron  pasos  apresurados  en  la  planta  superior  y  Lily  apareció corriendo escaleras abajo.

—Despacio —la reprendió Maverick; la excusa perfecta para no ahondar en lo que su madre había dicho.

—¡Estoy lista! —dijo la pequeña, en cuanto se reunió con ellas.

Agitó  en  el  aire  el  peluche  del  gatito  gris  tan  parecido  a  Perseo  mientras sonreía.

Maverick  se  despidió  de  su  madre  con  un  beso  en  la  mejilla,  y  esta  le dedicó una mirada elocuente, sabedora de que había esquivado sus preguntas.

—¡Vamos,  vamos!  —las  urgió  Lily,  deseosa  de  emprender  el  viaje—.

¡Quiero ver a papá!

Tanto  Maverick  como  Becca  desviaron  la  vista  hacia  ella.  Era  la  primera vez que se refería a Cam así.

—Bueno,  al  menos  una  de  las  dos  lo  tiene  claro  —farfulló  Becca  en  voz

baja, lo suficiente como para que solo Maverick la oyera.

Lily abrazó a su abuela y, acto seguido, tomó a Maverick de la mano para arrastrarla  hacia  la  entrada.  Ella  se  dejó  llevar.  También  tenía  ganas  de  ver  a Cam, muchas más de las que estaba dispuesta a admitir.

Pasaron con el coche por Berkeley para recoger a Max y a Aria, y pusieron rumbo a UCLA. Había decidido salir muy temprano, casi al amanecer, ya que les esperaban  algo  más  de  siete  horas  de  carretera,  siete  largas  horas  en  las  que Maverick  no  dejó  de  pensar  ni  un  momento  en  el  sermón  de  su  madre;  sin embargo,  para  cuando  aparcaron  frente  al  edificio  del  campus  en  el  que  vivían los gemelos, la expresión de Maverick albergaba más tristeza y resignación que nunca.

Lily  atravesó  la  puerta  del  apartamento  como  una  exhalación  y  se  lanzó sobre Cam al grito de «¡Papá!». Maverick vislumbró la sorpresa en su rostro y le regaló  una  sonrisa  al  descubrir  también  la  humedad  que  se  acumuló  de  forma repentina en sus ojos.

—¡Feliz  cumpleaños!  —le  dijo  la  pequeña,  y,  en  brazos  de  su  padre,  se giró,  buscando  a  Sean  con  la  mirada—.  ¡Feliz  cumpleaños,  tito  Sean!  —Se quedó unos instantes pensando antes de añadir—: Eres mi tito de verdad…

Todos rieron.

Cam le dio un beso a Lily y, tras estrecharla un poco más entre sus brazos, la  dejó  en  el  suelo  para  permitir  que  saludara  también  a  su  gemelo  y  a  Olivia.

Habían preparado una pequeña celebración allí mismo, en el apartamento, nada demasiado  espectacular  en  comparación  con  las  de  otros  años.  Pero  parecía  lo más adecuado para poder celebrarlo en familia.

«Familia».

Maverick  contempló  a  Cam  mientras  se  acercaba  a  ella.  Él  se  inclinó  e invadió su espacio personal sin ningún pudor, y depositó un beso en su mejilla, muy cerca de la comisura de su boca.

—Hola —le dijo él, y esbozó una media sonrisa que hizo que las rodillas se le aflojaran.

Era  difícil  resistirse  al  famoso  encanto  de  los  Donaldson,  y  ella  llevaba semanas luchando para no caer enredada en él.

—Hola —respondió, sosteniéndole la mirada a pesar de la intensidad con la que Cam la observaba, como si pudiera ver dentro de ella—. ¡Feliz cumpleaños, Cam! —añadió, y aprovechó para reclamar la atención de Lily.

Había  preparado  dos  regalos  para  los  gemelos,  y  sabía  que  su  hija  estaba

ansiosa  por  entregárselos.  La  niña  los  había  metido  en  la  mochila  que  aún colgaba de su espalda y le había rogado a Maverick que le permitiera dárselos en cuanto llegasen, sin esperar a la celebración. Así que, en cuanto hubo repartido besos y abrazos entre todos los presentes, Lily se sentó en el suelo y los sacó. Se los entregó a Cam y Sean con una amplia sonrisa en el rostro.

—¡Mis  regalos!  —les  dijo,  y  luego  añadió—:  También  son  de  parte  de mami.

Maverick sonrió. A Sean le habían enmarcado una bonita foto de Lily y él que Olivia le había enviado a Maverick y que ella se encargó de imprimir. Era del día en el que habían asistido al partido, por lo que Lily llevaba la gorra y la sudadera del equipo de Sean.

—Tendremos que hacernos otra cuando fiche por los Rams, pequeñaja —le dijo  Sean,  revolviéndole  el  pelo,  y  la  niña  asintió,  feliz  de  que  le  hubiera gustado.

El  regalo  de  Cam  era  similar,  aunque  mucho  más  especial.  Cuando  lo desenvolvió, se encontró tres abultados álbumes de fotos. Sentado también en el suelo,  y  bajo  la  atenta  mirada  de  Lily,  Maverick  y  el  resto  del  grupo,  abrió  el primero  de  ellos.  Conformé  pasaba  las  páginas,  repletas  de  fotos  de  Lily  que reflejaban cada momento desde su nacimiento hasta el presente, su expresión se iba  transformando.  Nadie  dijo  nada  cuando  varias  lágrimas  resbalaron  por  sus mejillas, aunque todos se percataron de ello.

A  pesar  de  la  decisión  de  no  llamar  nunca  a  Cam  y  contarle  la  verdad, Maverick  siempre  había  albergado  la  esperanza  de  ser  lo  suficientemente valiente como para ir en su busca y hablarle de la existencia de Lily. Sabía que nada  podría  enmendar  la  pérdida  de  todos  esos  momentos,  pero  había  querido asegurarse de que, al menos en parte, Cam pudiera disfrutar de ellos.

—Es… es… —A Cam no le salían las palabras.

Tiró de Lily y ambos se fundieron en un abrazo que le encogido el corazón a Maverick.

—¿Te  gusta,  papá?  —inquirió  la  pequeña,  convirtiendo  las  lágrimas  de Cam en una maravillosa sonrisa—. Mamá dijo que esto te gustaría.

Él  asintió  y  elevó  la  vista  hasta  Maverick.  Sus  miradas  se  encontraron  a mitad  de  camino;  la  de  Cam,  agradecida,  y  la  de  Maverick,  tan  emocionada como pudiera estar él mismo.

—Gracias  —articuló  a  duras  penas,  para  luego  concentrarse  de  nuevo  en Lily—. Muchas gracias —le dijo a esta.

Celebraron  el  cumpleaños  con  algo  a  medio  camino  entre  una  merienda  y una cena. Cuando Olivia y Maya se disponían a sacar las dos tartas que habían comprado para los gemelos, llamaron al timbre de la puerta y Aria, situada algo más cerca, se apresuró hacia la entrada.

—¿Has invitado a alguien más? —le preguntó Cam a su gemelo, pero este se encogió de hombros.

Ninguno  de  los  dos  sabían  de  quién  podía  tratarse.  Aria,  sin  embargo, sonrió incluso antes de abrir la puerta.

—¡Feliz  cumpleaños!  —exclamó  la  señora  Donaldson,  en  cuanto  atravesó el umbral.

—¡¿Mamá?! —replicaron los gemelos al unísono.

Cam y Sean se pusieron en pie y sendas sonrisas aparecieron en sus rostros.

Su  madre  siempre  había  sido  reacia  a  coger  el  avión,  incluso  cuando,  meses atrás,  Sean  había  estado  hospitalizado  por  un  duro  placaje  en  uno  de  sus partidos,  había  sido  su  padre  el  que  se  había  trasladado  hasta  California  para estar a su lado.

—¿No  creeríais  que  iba  a  perderme  vuestro  cumpleaños?  —repuso  la mujer, y sus ojos se posaron entonces en Lily.

Al  descubrir  la  expresión  de  ternura  con  la  que  su  madre  observaba  a  la pequeña, y a pesar de que echaba muchísimo de menos a su padre, Cam sintió que por fin el hueco de su pecho se cerraba. Que, de alguna manera, las piezas dispersas de su corazón se recolocaban. Fuera lo que fuese lo que le deparara el futuro, contaba con una familia que siempre lo arroparía.

Ahora solo quedaba una última pieza por encajar: Maverick.

22

—Creo  que  tu  madre  adoptaría  a  Lily  sin  pensárselo  dos  veces  —bromeó Maverick, y acto seguido se dio cuenta de lo que acababa de decir.

Lily llevaba el apellido «Parker». Cam no constaba como padre de la niña.

—Respecto  a  eso…  —repuso  Cam,  titubeante—.  Me  gustaría  que realizáramos los trámites para que fuera mi hija a efectos oficiales.

Maverick  asintió,  había  contado  ya  con  que  eso  sería  lo  que  él  querría,  y estaba de acuerdo.

—Bueno, ha sido una celebración… interesante —terció ella, contemplando la escena.

Seguían  todos  en  el  salón  del  apartamento  de  los  gemelos.  La  señora Donaldson,  que  se  había  puesto  de  acuerdo  con  Aria  para  viajar  desde  Ohio  y sorprender a sus hijos, estaba encandilada con su nieta y, además, había tratado a Maverick casi con mayor amabilidad que la que mostraba a sus propios hijos.

Cam  se  deslizó  un  poco  sobre  la  pared  en  la  que  ambos  se  apoyaban  y  se colocó tan cerca de Maverick que sus brazos se rozaron.

—¿Quién ha dicho que haya terminado? —dijo él, con un tono travieso que le provocó un escalofrío.

Cam  parecía  más  feliz  que  nunca,  casi  tan  despreocupado  como  cuando tenía  quince  años  y  vivían  en  Baker  Hills;  el  pensamiento  hizo  sonreír  a Maverick.

—Mi madre, Sean y Olivia van a quedarse cuidando de Lily —señaló él—, y tú y yo y los demás vamos a irnos de fiesta.

Cam no aceptó una negativa por respuesta. Por lo que le dijo, los miembros de la hermandad a la que tanto Sean como él pertenecían no habían renunciado a celebrar una fiesta en honor al quarterback estrella de los Bruins y a su gemelo.

Aunque Sean faltaría, ya que se había ofrecido a cuidar de Lily, Cam, Aria, Max y Maya sí que pensaban asistir.

—Debería  quedarme  yo  y  que  Sean  fuera  —objetó  Maverick,  sintiéndose culpable—. No debería perderse su propia fiesta.

—Yo ya tengo mi fiesta aquí —replicó el aludido, sosteniendo a su sobrina entre los brazos y poniéndola cabeza abajo.

Olivia, que los observaba divertida, se acercó a Maverick.

—La  primera  sorprendida  soy  yo,  pero  te  aseguro  que  no  lo  echará  de menos.  No  es  que  vaya  a  aburrirse  —le  dijo,  y  señaló  en  dirección  al  gemelo.

Sean había perdido ya el interés en la conversación y se había centrado de nuevo en la pequeña—. Salid y divertíos, estaremos bien.

La chica se ofreció a prestarle también algo de ropa, como ya había hecho semanas  atrás,  pero  Maverick  había  venido  preparada  en  esta  ocasión.  Aun convencida de que no lo iba a utilizar, había añadido a su equipaje un precioso vestido  que  no  había  tenido  oportunidad  de  estrenar.  Lo  había  comprado  en  un arrebato  absurdo,  dado  que  no  solía  arreglarse  tanto,  pero  ahora  se  alegraba  de haberlo traído consigo.

—Está bien —cedió finalmente—. Iré a cambiarme.

Cam  olvidó  parte  de  lo  que  se  había  propuesto  para  esa  noche  cuando Maverick  salió  de  su  habitación  lista  para  marcharse  a  la  fiesta.  Llevaba  un vestido  verde  esmeralda  que  le  llegaba  a  medio  muslo  y  que  se  ajustaba  a  sus curvas  con  tanta  precisión  que  empezó  a  plantearse  si  llevaría  algo  debajo.  El pensamiento  no  ayudó  demasiado  a  que  recuperara  la  lucidez,  tampoco  a  que cerrara la boca a pesar de las risitas que se escucharon a lo largo de la estancia.

Por  un  momento  lo  único  que  vio  fue  a  la  Maverick  de  dieciséis  años ascendiendo  por  la  escalinata  de  su  antiguo  instituto  para  reunirse  con  él.

Aunque no se trataba del mismo vestido, ella brillaba tanto como lo había hecho aquella noche, y estaba aún más guapa que entonces.

Cam  también  se  había  cambiado,  aunque  sus  vaqueros  negros  y  el  jersey oscuro  que  se  había  puesto  no  tenían  mucho  que  ver  con  el  traje  que  había llevado  aquel  día.  Sin  embargo,  Maverick  sonrió  cuando  sus  miradas  se encontraron.

Sean le dio un par de palmaditas en la espalda a su gemelo.

—Pasadlo bien —le dijo, y bajó la voz para susurrarle—: No le des opción, hermanito.

La  determinación  de  Cam  no  había  decaído.  Solo  esperaba  que  su corazonada acerca de Maverick fuera cierta.

La  fiesta  en  la  hermandad  ya  se  había  desmadrado  incluso  antes  de  la llegada de los anfitriones. Cam se vio arrastrado por la casa por los compañeros de equipo de su gemelo a pesar de sus protestas. La ausencia de Sean despertó la curiosidad  de  sus  amigos,  que  se  vio  aún  más  incrementada  cuando  Cam  no dudó en decir que se había quedado a cargo de su propia hija.

—¿Tienes  una  hija?  —lo  interrogó  uno  de  los   running  back,  mientras  le

ponía un vaso rojo en la mano y lo rellenaba solo Dios sabe con qué.

Él  se  demoró  dando  algunas  explicaciones,  no  demasiadas,  solo  las necesarias para que sus amigos formaran parte también de esa nueva faceta de su vida. Pero lo que en realidad quería era regresar de nuevo junto a Maverick.

Le  dio  un  trago  a  su  bebida  para  descubrir  que  se  trataba  de  whisky.

Aunque no solía tomar bebidas tan fuertes, se dijo que la noche bien lo merecía y a  punto  estuvo  de  apurar  todo  el  contenido  de  un  solo  trago.  Buscó  la  espalda ancha  de  Crowley  entre  los  que  se  apiñaban  en  la  cocina  de  la  casa,  repartidos alrededor  de  varios  barriles  de  cerveza.  No  habían  escatimado  en  gastos  para celebrar el cumpleaños de los gemelos, aunque tampoco era que necesitaran una excusa para montar una fiesta.

Tardó un poco en localizar al defensa. Sabía por su hermano que Olivia y él habían  tenido  algo  antes  de  que  esta  conociera  a  Sean,  pero  eso  no  había afectado  en  absoluto  a  la  buena  relación  que  había  entre  ellos.  Había  sido  a Crowley al que Sean había recurrido para que le echara una mano con sus planes para esa noche.

—¡Ey! ¿Qué tal, tío? —lo saludó Cam, cuando lo vio aparecer por fin en el umbral de la cocina.

Crowley estrechó su mano y le dio una palmadita en la espalda.

—Está  todo  listo  —aseguró,  sin  permitirse  ni  una  sola  sonrisita  socarrona

—. Espero que vaya todo bien.

—Yo también. Gracias por todo.

El defensa asintió y se dirigió hacia uno de los barriles, y Cam se vio por fin libre de regresar junto a Maverick. Rellenó su vaso, lo volvió a vaciar casi de inmediato  y  se  dirigió  al  salón  para  ir  en  su  busca,  decidido  a  disfrutar  de  una noche muy especial a su lado.

Maverick  se  encontraba  con  Aria  y  Maya,  bailando  en  el  salón  más espacioso con el que contaba la residencia. Aquella era una de las hermandades más  populares  de  todo  el  campus  y  las  celebraciones  eran  parte  de  la  rutina habitual  de  sus  miembros,  pero  Maverick  nunca  había  estado  en  una  fiesta universitaria, por lo que todo era nuevo para ella.

—¿Max  no  baila?  —le  preguntó  a  Aria,  que  soltó  una  carcajada  al escucharla.

—Tal  vez  cuando  se  tome  un  par  de  copas,  y  no  creo  que  ni  siquiera entonces.

Max,  apoyado  en  una  pared  cercana,  se  limitaba  a  observarlas  sin  perder

detalle de la escena. Las tres chicas ya habían atraído las miradas de parte de los presentes. Salvo algunos de los compañeros de equipo de Sean, nadie conocía a Maverick, y su melena pelirroja llamaba la atención poderosamente. Aunque ella no  era  demasiado  consciente  de  ello,  no  al  menos  hasta  que  unas  manos  se deslizaron por sus caderas y la arrastraron hacia atrás.

Se  sobresaltó  en  cuanto  sintió  la  caricia  y  su  primer  instinto  fue  lanzar  el codo y clavarlo en las costillas de quién fuera que se hubiera atrevido a tocarla sin su permiso. Cam soltó una maldición al recibir el golpe, pero no perdió del todo la sonrisa.

—Me  lo  tengo  merecido  —le  dijo,  resoplando,  cuando  Maverick  se  giró para increparlo.

El  enfado  de  la  chica  se  disolvió  tan  rápidamente  como  había  aparecido  y su expresión reflejó una expresión culpable que hizo reír aún más a Cam.

—Lo siento —se disculpó, pero él negó.

—No  esperaba  menos  de  ti.  —Echó  un  vistazo  alrededor.  Había  bastante gente bailando, personas entrando y saliendo de la sala y otras charlando en las zonas más cercanas a las paredes—. No conozco a la mayoría de esta gente.

Maverick se encogió de hombros.

—Yo tampoco.

Una sonrisa tironeó de las comisuras de la boca de Cam y avanzó un paso hasta situarse de nuevo muy cerca de ella.

—Entonces —le dijo, bajando un poco la cabeza para mirarla directamente a los ojos—, podemos ser quiénes queramos. Quizás… solo un chico y una chica que  van  juntos  a  un  baile  —agregó,  y  Maverick  comprendió  que  también  él recordaba lo mucho que se parecía su vestido al que una vez había llevado para asistir con él a uno de los bailes de su instituto.

Cam  rodeó  su  cintura  con  un  brazo  y  la  atrajo  con  suavidad  hasta  que  no quedó espacio alguno entre sus cuerpos. Sus alientos se enredaron hasta formar uno solo, y Maverick se estremeció al percibir lo mucho que añoraba el sabor de sus besos.

La mirada celeste de Cam barrió su rostro, deteniéndose brevemente en su boca y alcanzando luego sus ojos. Parecía a punto de besarla…

—¿Vamos a por algo de beber? —propuso entonces, y la soltó.

No fue capaz de esconder del todo su decepción.

—Sí, claro —acertó a responder.

Cam  la  tomó  de  la  mano,  entrelazando  los  dedos  con  los  suyos,  y  se

encaminó  hacia  la  cocina  después  de  advertir  a  los  demás  de  que  iban  a  por bebidas.

—¿Sabes? He estado pensando mucho en nosotros —le dijo a Maverick.

—Cam…  —comenzó  ella,  pero  él  colocó  un  dedo  sobre  sus  labios  para acallarla.

Lo mantuvo ahí más de lo necesario. Solo después de un largo instante, lo retiró y continuó avanzando entre la gente.

23

Consiguieron  bebidas  para  todos  y  volvieron  con  el  resto  del  grupo  para seguir  disfrutando  de  la  fiesta.  Cam  rio,  bromeó  e  incluso  bailó,  y  Aria  logró arrancar  a  Max  de  su  lugar  junto  a  la  pared  y  hacer  que  se  uniera  a  ellos.

Maverick  se  esforzó  en  olvidar  el  breve  acercamiento  entre  Cam  y  ella,  y  se concentró en disfrutar de la noche sin más expectativas que las de pasar un buen rato con todos.

Tras  varias  horas  allí,  Maverick  tenía  que  reconocer  que  se  lo  estaba pasando  como  nunca.  Tal  vez  fuera  estúpido  por  su  parte  sentirse  así;  pero después de años sin acudir a una fiesta, la sencillez de poder compartir un rato con  amigos,  reír,  bailar  y  hablar  con  ellos  resultaba  reconfortante.  Más  aún teniendo en cuenta que uno de esos amigos era Cam Donaldson.

No  había  dejado  de  mirarla  en  toda  la  noche,  de  dedicarle  sus  mejores sonrisas torcidas, las mismas que conseguían hacerla temblar de pies a cabeza, y habían  bailado  juntos  en  varias  ocasiones.  Bebió  más  cerveza  de  la  que probablemente  debería  y  rio  tanto  que  le  dolía  el  estómago.  Los  roces descuidados  y  aparentemente  accidentales  de  Cam  le  quemaban  la  piel;  y, mientras dejaba que la música retumbara en su pecho y guiara sus movimientos, empezó a desear que esas caricias sutiles se convirtieran en algo más.

Siempre se había sentido así con él. Durante siete largos años había añorado su ternura, las risas, el tacto de sus dedos sobre su piel, el cielo sin fin en el que se convertían sus ojos cuando la miraba… Y ahora que lo tenía delante se negaba a dejarse arrastrar de vuelta a sus brazos.

Mientras  bailaba  con  Aria  y  sus  pensamientos  vagaban  en  un  recorrido minucioso por las últimas semanas, percibió a Cam detrás de ella, muy cerca. No había  manera  de  que  supiera  realmente  que  se  trataba  de  él;  sin  embargo,  lo sabía. Quizás por el calor que ascendía desde la parte baja de su espalda o por el aroma que la envolvió cuando dio un paso atrás y se recostó levemente contra su pecho. Estaba un poco mareada, acalorada también, seguramente por el alcohol y por  la  atmósfera  cargada  que  se  respiraba  a  esas  alturas  en  el  interior  de  la hermandad.

Los brazos de Cam rodearon su cintura y la apretaron un poco más.

—¿Te diviertes? —murmuró en su oído, y su aliento revoloteó sobre la piel

del cuello de Maverick.

Una descarga atravesó su columna de arriba abajo, estremeciéndola; estaba segura de que él lo había advertido.

Asintió  despacio.  No  le  veía  la  cara,  pero  Cam  sonreía.  Deslizó  los  dedos sobre la tela de su vestido unos centímetros hacia arriba y el pulso de Maverick se desbocó. ¿Cómo era posible que la hiciera sentir tanto con tan poco?

—Me alegra que lo estés pasando bien, pero… —Dejó el resto de la frase en el aire mientras la hacía girar sobre sí misma.

No  llegó  a  salir  de  la  cárcel  de  sus  brazos,  pero  ahora  estaban  frente  a frente,  y  no  estaba  en  absoluto  preparada  para  encararse  con  él.  En  su  mirada brillaba de nuevo la determinación que había visto el día que la encontró en Half Moon Bay.

—¿Pero? —inquirió Maverick.

Sin querer, bajó la vista hasta tropezar con sus labios entreabiertos; en ellos se dibujó una sonrisa canalla.

—Tengo una sorpresa para ti.

No  le  dio  opción  a  contestar  o  preguntarle  de  qué  se  trataba.  Se  vio arrastrada  entre  los  universitarios  que  copaban  ya  la  estancia.  La  llevó  de  la mano por un pasillo y de ahí pasaron a la cocina, en la que un nutrido grupo de gente continuaba sirviéndose más y más bebida. Salieron al exterior por la puerta trasera y fueron a dar a un extenso jardín. También allí había gente, aunque en menor medida que en el interior. Casi todos estaban sentados en el porche o en las escaleras que descendían hasta el césped.

Maverick  caminó  con  cuidado,  prestando  atención  a  donde  ponía  los  pies, hasta que se encontraron en el jardín. Cam estaba a su lado, sosteniendo aún su mano,  y  siguió  su  mirada  para  descubrir  lo  que  supuso  que  los  había  llevado hasta allí. En mitad de la pequeña explanada se alzaba un gran árbol y, sobre sus ramas,  había  una  casita  de  madera  cubierta  de  decenas  de  pequeñas  luces.  De inmediato, se vio transportada a Baker Hills, a la cabaña del árbol que había sido su refugio durante tanto tiempo en el pasado.

—Oh.  —Fue  todo  lo  que  pudo  decir,  conmocionada  por  el  torrente  de recuerdos que se había desatado en su mente.

La casita era algo más pequeña que la original y ni mucho menos había sido construida con el mismo mimo que en su día empleara el padre de Cam, pero le pareció igualmente maravillosa.

—Hace  años  que  los  de  la  hermandad  la  usan  para  los  novatos  —le  dijo

Cam, aunque ella continuó con la vista en el árbol—. Pero me he asegurado de que esté todo limpio y no haya nadie en ella. Me preguntaba…

Maverick ladeó la cabeza hasta que sus ojos se posaron en el rostro de Cam y encontró sus mejillas ligeramente ruborizadas. Se preguntó si él era consciente de  lo  encantador  que  resultaba  que  fuera  capaz  de  sonrojarse  y  parecer  tan avergonzado. Esa era una de las muchas cosas que le gustaban de él, y que eso no  hubiera  cambiado,  ahora  que  era  un  hombre  y  no  un  chico  de  quince  años, resultaba casi un milagro.

—Ven —le dijo él, y ella no dudó en seguirlo.

Ignoraron las miradas curiosas y los silbidos que despertaron al comenzar a ascender por la escalerilla que llevaba hasta la cabaña. En el interior, apenas si había espacio para un sofá y una estantería desvencijada que alguien debía haber ordenado  apresuradamente;  unos  cuantos  libros  en  ella  y  más  de  aquellas pequeñas  tiras  de  luces  colgaban  de  las  paredes.  Había  también  una  botella  de vino con dos copas.

Música empezó a sonar dentro de la cabaña y Maverick giró sobre sí misma para encontrarse a Cam con el móvil en la mano y una sonrisa tímida bailando en  sus  labios.  Dejó  el  teléfono  sobre  la  estantería  antes  de  reunir  valor  para volver a hablar.

—Baila  conmigo  una  vez  más,  Mave  —Le  tendió  la  mano  mientras  los primeros acordes de la canción sonaban, la misma canción que habían bailado la noche de fin de año: Perfect, de Ed Sheeran.

Agarró  sus  dedos,  abrumada  por  la  intensidad  de  su  mirada,  y  Cam  la sostuvo entre sus brazos con la delicadeza del que piensa que podría romperse si apretaba demasiado. Comenzaron a mecerse a un ritmo lento y suave. Ella apoyó la cabeza en su pecho y se sorprendió cuando él comenzó a cantarle muy bajito al oído. La letra era… Era para ellos, como su propia historia hecha canción…

Lágrimas anegaron sus ojos y, aunque se dijo que no lloraría, no pudo evitar que se deslizaran por sus mejillas. Pero Cam continuó tarareando: Darling, just hold my hand.

Be my girl. I’ll be your man.

I see my future in your eyes.

Después de todo por lo que él había pasado en los últimos meses, de que la muerte de su padre lo destrozara por dentro, ese instante lo hizo sentir como si todo volviera a estar bien, como si, a pesar de las pérdidas, la vida le diera una segunda  oportunidad  para  ser  feliz.  Realmente,  veía  su  futuro  en  los  ojos  de

Maverick.

—No, no llores, Mave —susurró, y, uno a uno, secó los surcos húmedos de su  rostro  con  la  yema  de  los  dedos—.  Por  favor  —rogó,  y  tomó  entonces  su rostro entre las manos.

Aun  balanceándose,  se  observaron  el  uno  al  otro  en  silencio.  Maverick dudó, dudó por primera vez de que sus miedos fueran reales. Quizás… quizás no debería seguir huyendo de él y de los sentimientos que la devoraban por dentro.

Y comprendió que había llegado el momento de hacerles frente, que él merecía saber…

—Cuando  me  enteré…  cuando  supe  que  estaba  embarazada…  —Hizo  un pausa, luchando por recuperar el control de su voz. Cam mantenía sus ojos fijos en ella, ojos repletos de esperanza y un amor tan profundo que era imposible de ocultar—.  Imaginé  lo  que  dirías  al  enterarte.  Imaginé  el  momento  en  que regresarías de Lostlake y yo te contaría la verdad.

—Yo hubiera…

—Lo sé, Cam —lo interrumpió ella, porque esa era la certeza que la había llevado  a  callar  durante  tanto  tiempo—.  Sabía  que  te  harías  cargo,  sabía  que sacrificarías  todo  por  hacer  lo  correcto.  Siempre  fuiste  demasiado  responsable, Cam, incluso con quince años. Siempre te preocupaste demasiado por mí, por mi bienestar… Sabía que continuarías conmigo aunque dejaras de quererme, aunque no  me  amaras  lo  suficiente  como  para  compartir  tu  vida  conmigo.  Lo  harías porque eso era lo que se supone que debías hacer.

Maverick alzó la mano con rapidez y la colocó sobre sus labios, impidiendo que  él  replicara.  Se  había  estado  guardando  aquella  amargura  dentro  durante tanto tiempo que ahora no había manera de que pudiera detener las palabras.

—Vi lo que eso les hizo a mis padres, vi en qué se convirtieron y lo que les hizo;  lo  que  me  hizo  a  mí.  Puede  que  Lily  no  fuera  una  niña  buscada,  pero incluso  antes  de  que  naciera  yo  la  quería…  —Apretó  un  momento  los  dientes, permitiendo que la rabia también saliera—. La quería porque era tu hija también.

No deseaba que pasara por lo que yo pasé, ni que tú… tú… Ni que tú estuvieras conmigo por obligación.

Cedió de nuevo a las lágrimas, recordando la infinidad de veces en las que había estado a punto de ponerse en contacto con Cam para hablarle de Lily. Ella sabía  que  acudiría,  que  no  dudaría  un  instante.  Quizás  por  eso  le  había sorprendido  tanto  que,  al  descubrir  su  existencia  en  Baker  Hills,  él  se  hubiera mostrado tan horrorizado.

—No puedo creer que pensaras que era de Sean —sollozó.

Maverick  se  removió  para  que  la  soltara,  ahogándose  en  sus  propias lágrimas, sintiéndose mal por no saber, aún ahora, si había obrado mal o bien al permitir  que  él  viviera  su  vida  como  un  adolescente  normal,  sin  más responsabilidades  que  las  que  él  mismo  ya  se  encargaba  de  acarrear  sobre  sus hombros.

Pero  Cam  se  mantuvo  firme  y  no  le  permitió  deshacerse  de  él.  Aferró  su cintura y la obligó a permanecer cerca.

—Fui un estúpido —le dijo, a pesar de todo—. Me sentí morir al pensar que las  dos  personas  a  las  que  más  quería  me  habían  traicionado  —confesó, mirándola fijamente a los ojos; su verdad más expuesta que nunca—. Y debería haberme  dado  cuenta  antes  de  qué  era  lo  que  te  preocupaba.  No  lo  entiendes, Mave…  Hubiera  hecho  lo  correcto,  sí,  pero  yo  te  quería…  Te  amaba,  no  me importaba  lo  que  tus  padres  o  los  míos  pensaran  de  eso.  Te  amaba  y  te  sigo amando  ahora.  Y  te  voy  a  seguir  amando;  no  porque  seas  la  madre  de  mi  hija, sino porque eres tú. Quiero estar contigo… y quiero que sonrías, que sonrías de verdad  —afirmó,  empujando  un  poco  su  barbilla  hacia  arriba—.  Estoy jodidamente enamorado de esa sonrisa.

Maverick  sonrió  a  pesar  de  las  lágrimas  que  rodaban  por  sus  mejillas.  No había  manera  de  no  hacerlo.  Cam  también  sonrió  antes  de  ceder  finalmente  al impulso  que  había  estado  conteniendo  durante  toda  la  noche,  durante  cada minuto que había pasado con ella, y la besó.

Se  abrió  en  canal  para  ella  y  volcó  en  ese  beso  todos  y  cada  uno  de  sus sentimientos,  los  «te  quiero»  que  no  le  había  dicho,  las  caricias  que  no  había podido  brindarle,  los  abrazos  que  no  había  llegado  a  darle  mientras  estaban separados. Se lo enseñó todo, y Maverick tembló al percibir la ternura, el amor, la  devoción,  su  entrega…  Puede  que  hubiesen  pasado  años  lejos  uno  del  otro, pero en ese instante fue como si jamás hubieran dejado de amarse.

—Voy a estar contigo, Mave, porque eso es lo que quiero y lo que me hace feliz. Nada me obliga más allá de lo que siento por ti —le aseguró, y ella supo que era verdad.

Y  en  una  cabaña  en  un  árbol,  con  la  música  flotando  a  su  alrededor, volvieron a besarse, comprendiendo por fin que el futuro de uno siempre había estado en los ojos del otro.

Epílogo

—No  siempre  será  invierno  —dijo  Cam,  haciendo  malabarismos  para mantener el móvil contra la oreja.

Lily estaba sobre su regazo comiéndose otra galleta. Parecía que al final sí que  había  acertado  con  algunas  de  sus  preferencias.  Maverick,  a  su  lado,  se encontraba recostada sobre él. Cam no podía ser más feliz; las tenía, a ambas, e iba a seguir compartiendo su vida con ellas.

—Sí,  ya  —replicó  Lea,  al  otro  lado  de  la  línea—,  como  que  la  primavera llega mañana. Pero ¿qué se supone que significa eso?

Cam sonrió.

—Que las cosas empezarán a ir a mejor.

Lea  no  estaba  segura  de  que  eso  fuera  a  pasar  en  su  caso,  pero  no  quería atosigar  a  su  primo  con  los  detalles  de  su  pésima  vida  social.  Él  había  estado llamándola para interesarse por cómo iban las cosas en el instituto y, en una de esas llamadas, le había confirmado lo que su tía ya le había dicho: Cam era padre de una niña de seis años, la misma que ambos habían visto patinando en el lago en Baker Hills durante las navidades junto con su madre, Maverick Parker.

No  dejaba  de  sorprenderla  que  los  tres  hermanos  Donaldson  hubieran encontrado  el  amor  en  menos  de  un  año.  Aria,  en  verano  en  Lostlake;  Sean, durante el otoño en la universidad; y Cam, en el invierno que llegaría a su fin la mañana  siguiente,  se  había  reencontrado  con  la  chica  de  la  que  se  había enamorado en la adolescencia y había formado una familia. La Leah del pasado seguramente  hubiera  sentido  una  envidia  malsana,  pero  ya  no  era  esa  chica.

Ahora se alegraba por ellos.

—¿Vas  a  venir  a  hacernos  una  visita?  Quiero  conocer  a  Lily  —le  dijo, rehuyendo el tema que sabía que preocupaba a Cam.

—Bueno,  la  boda  de  Sean  y  Olivia  será  en  verano  en  Lostlake.  Nos veremos allí seguro. —Cam echó un vistazo a Maverick, que le guiñó un ojo. Ya habían hablado del tema y ella estaba deseando conocer Lostlake—. Pero pueda que podamos escaparnos antes.

Cam se estaba aplicando incluso más que de costumbre para sacar adelante las  asignaturas  que  le  restaban  para  graduarse.  Sean  ya  había  firmado  con  los Rams para jugar con ellos la próxima temporada, y todos se quedarían a vivir en

California. Incluso su madre se estaba planteando vender la empresa familiar y trasladarse para estar más cerca de ellos, pero Baker Hills siempre sería un hogar al que los Donaldson no dudarían en regresar.

Hablaron durante un rato más y, cuando colgaron, Lea permaneció tumbada sobre la cama de su habitación mirando el techo. Había acabado un trabajo que tenía que entregar al día siguiente y no tenía otros deberes pendientes, tampoco nada que hacer. Así que cogió los libros que había sacado de la biblioteca y se dijo que podría acercarse a devolverlos.

Los días transcurrían  con demasiada pereza  en Baker Hills,  al menos para ella. Pero la llegada de la primavera anunciaba el principio de un final que ella estaba  más  que  deseosa  de  alcanzar.  En  unos  pocos  meses  se  graduaría  en  el instituto  y  se  olvidaría  por  fin  del  infierno  que  le  habían  hecho  vivir  sus compañeros  después  de  lo  sucedido  con  aquella  maldita  fotografía.  Empezaría de nuevo, muy lejos de ese pueblo, en la primera universidad que la admitiera; no le importaba dónde.

Se  puso  el  abrigo  y  avisó  a  su  madre  de  que  iba  a  salir.  No  tardaría.  Sus tardes  habían  estado  mucho  más  ocupadas  cuando  aún  tenía  amigas,  si  podía llamarlas así. Ahora comprendía que la única persona que se había preocupado por ella era Aria, su prima había dado la cara en su nombre a pesar de que eso le había  costado  su  propia  reputación.  Agradeció  en  silencio  que  la  hubiera perdonado  por  todo  lo  que  sucedió  luego,  no  era  como  si  realmente  se  lo mereciera.

La biblioteca de Baker Hills no era gran cosa, pero Lea había encontrado un refugio  en  ella.  Además  de  los  libros  que  empleaba  para  algunas  de  sus  tareas del  instituto,  había  empezado  a  sacar  también  otros  por  puro  entretenimiento.

Devolvió  los  que  llevaba  y  se  deslizó  entre  las  exiguas  estanterías  en  busca  de nuevas  lecturas  con  las  que  pasar  las  horas  muertas.  Al  final,  encontró  una trilogía completa de fantasía que llamó su atención y decidió llevársela.

Al salir cargando con los tres tomos y su mochila, el aire fresco le arañó la cara  y  tiró  del  faldón  de  abrigo,  que  había  olvidado  abrocharse.  Mechones  de pelo rubio se agitaron frente a sus ojos y maldijo por no ser capaz de retirarlos.

Con  suerte,  la  aceptarían  en  Berkeley  como  a  Aria  y  no  tendría  que  pasar  otro invierno padeciendo el frío de Ohio.

Sin ver demasiado bien por dónde iba, metió el pie en un charco. No llovía en ese momento, pero en los dos últimos días no había parado y había agua por todas  partes.  El  bajo  del  pantalón  se  le  empapó  al  instante  y  estuvo  a  punto  de

resbalar  y  acabar  con  el  culo  metido  también  en  el  charco.  Maldijo  de  nuevo, esta vez en voz alta y de una forma muy imaginativa.

Escuchó un silbido.

—Vaya boca…

Su  humor  empeoraba  por  momentos.  Seguro  que  sería  alguno  de  sus compañeros  de  instituto,  muy  dispuesto  a  burlarse  de  sus  miserias  y  de recordarle lo explícita que había sido la maldita fotografía.

Resopló  y  dejó  de  mirarse  los  pies.  Al  empezar  a  levantar  la  vista  lo primero  que  vio  fue  unas  botas  negras  de  cordones  y  las  ruedas  de  una  moto.

¿Qué  clase  de  loco  conducía  una  moto  con  ese  tiempo?  Sus  ojos  continuaron ascendiendo, deslizándose por un pecho amplio y bien formado, sobre el que el desconocido cruzaba los brazos, y luego… más arriba… tropezó con unos labios curvados  en  una  sonrisa  socarrona  y  unos  ojos  verdes  que  brillaban  divertidos.

Los mechones de su pelo negro también se agitaban con el aire frío, aunque a él no  parecía  molestarle.  Era  guapo,  más  que  cualquier  chico  con  el  que  Lea  se hubiera tropezado jamás, o al menos eso le pareció a ella.

La  cuestión  era  que  ese  rostro  le  resultaba  extrañamente  familiar…  Sabía que lo había visto antes, pero no sabía dónde. El chico debía tener al menos un par de años más que ella, por lo que podría tratarse de algún compañero que ya hubiera terminado sus estudios en el instituto y con el que se hubiera cruzado en algún  momento  por  los  pasillos.  Baker  Hills  era  un  pueblo  relativamente pequeño, pero no tanto como para que todos sus habitantes se conocieran.

—Tus padres se horrorizarían si supieran las cosas que salen por esa boca

—señaló, y Lea no pudo evitar ponerse a la defensiva.

No le importaba si estaba bromeando, era más que probable que supiera de ella y de lo sucedido el curso anterior y aquello solo fuera otra de tantas burlas.

Empezaba a cansarse.

—Nadie  te  ha  preguntado  —le  espetó,  resentida,  y  él  alzó  las  manos  en señal de rendición.

—Te recordaba más amable, y también más… pequeña.

Sus  sospechas  eran  ciertas  entonces,  ya  se  conocían.  Pero  Lea  estaba convencida de que no hubiera podido olvidar una cara como esa, por mucho que su propietario fuera un imbécil arrogante y engreído, especialmente si era así; a su antigua «yo» le encantaban ese tipo de tíos.

«¿Qué fue de mi propósito de no juzgar a los demás?», se reprochó, pero el chico continuaba observándola con un descaro irritante.

Si lo sabía, si había visto la fotografía que había circulado por cada teléfono móvil  de  todos  los  alumnos  del  instituto,  no  cambiaría  nada  que  se  mostrara brusca con él; tal vez así desistiera de su afán de humillarla. Se debatió durante unos segundos, pero al final ganó la batalla la parte de ella que aún luchaba por mantener cierta dignidad.

—Pues yo no te recuerdo en absoluto, así que si no te importa…

Comenzó  a  caminar  por  la  acera.  Volvería  a  su  casa,  al  calor  de  su dormitorio,  y  se  sumergiría  en  el  primer  volumen  de  la  historia  que  acarreaba entre  las  manos.  Evadirse  con  la  lectura  era,  a  buen  seguro,  la  mejor  forma  de esperar a que llegara la primavera.

Pero él dejó la moto atrás y se apresuró a colocarse a su lado.

—No he cambiado tanto —le dijo, mientras se adaptaba a su paso rápido.

Sonreía.  Lea  lo  sabía  a  pesar  de  no  estar  mirándolo,  de  alguna  forma extraña y retorcida era consciente de ello.

Apretó el paso. No estaba dispuesta a soportar más burlas, ni una más.

—¡Vamos,  Lea!  —rio  él,  sin  darse  cuenta  de  su  creciente  enfado—.  Soy Jared, Jared Payne.

Lea  se  detuvo  al  escucharlo,  comprendiendo  por  fin  el  porqué  de  tanta insistencia.  Él  aún  dio  unos  cuantos  pasos  más  antes  de  darse  cuenta  de  que  la había  dejado  atrás.  Giró  sobre  sí  mismo  y  permaneció  en  pie  en  mitad  de  la acera, observándola.

—Ahora  sí  que  sabes  quién  soy  —repuso,  sonriéndole,  y  Lea  hirvió  de rabia.

—Sí, sí que lo sé.

Cuando fue a acercarse, ella retrocedió.

—Acabo  de  volver  al  pueblo.  ¿Quieres…  Podríamos  ir  a  tomar  algo  a Lucky’s?  —propuso,  y  su  titubeo  hubiera  resultado  adorable  de  no  ser  porque era el hermano mayor de Connor, el mismo Connor que había arruinado su vida.

—Vete al infierno, Payne —escupió, desafiante.

Pero, incluso así, Jared no dejó de sonreír.

Agradecimientos

En  esta  ocasión,  quiero  empezar  agradeciendo  su  labor  a  todos  los administradores de blogs, páginas literarias y canales de YouTube que fomentan con  su  labor  el  amor  por  los  libros  y  la  lectura.  Hacen  un  gran  trabajo,  no siempre reconocido, y, como lectora y autora, me admira el trabajo que realizan.

En particular, no puedo dejar de agradecer a Nieves, de Aprovecha la vida cada día, y a Toñi, de Viajando a otros mundos, el apoyo que me brindan siempre.

A  Cristina  Martín,  por  ser  mi  amiga  y  compartir  mi  «sufrimiento».  El camino se haría más largo y tortuoso sin ti.

A  mis  queridas  chicas  H:  Nazareth  Vargas,  Tamara  Arteaga,  Yuliss  M.

Priego  y  María  Martínez.  Sin  vosotras  mi  mundo  sería  más  oscuro,  sin  duda.

Gracias por hacerme reír y por estar siempre, en lo bueno y en lo malo (somos como un matrimonio, pero con más componentes).

A  mi  editora,  Teresa,  por  la  confianza  y  el  apoyo;  y  a  Borja,  porque  sus portadas siempre visten a mis historias con la mejor de sus caras.

Gracias a mi familia, siempre. Por ser y estar.

Y  por  último,  a  ti,  a  cada  lector  que  «rescata»  uno  de  mis  libros  de  una estantería y lo devuelve a la vida. Cada novela es un sueño, uno de mis sueños, y sois vosotros quiénes conseguís que los cumpla. Gracias.