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EDICIONES KIWI, 2019

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Editado por Ediciones Kiwi S.L.

Primera edición, enero 2019

© 2019 Victoria Vílchez

© de la cubierta: Borja Puig

© de la fotografía de cubierta: shutterstock

© Ediciones Kiwi S.L.

Gracias por comprar contenido original y apoyar a los nuevos autores.

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Nota del Editor

Tienes en tus manos una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y acontecimientos recogidos son producto de la imaginación del autor y ficticios.

Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, negocios, eventos o locales es mera coincidencia.

Índice

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Nota del Editor

Parte 2

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Epílogo

Agradecimientos

A todos los que os gusta el invierno, y también a los que no; sin él, nunca apreciaríamos la belleza de la primavera.

Parte 2

1

—Tienes que hablar con tu hermano —le dijo la señora Donaldson.

—Lo he intentado, mamá, pero no me coge el jodido teléfono.

Sean llevaba dos días con el móvil pegado a la oreja. Primero había sido su madre  la  que  lo  había  llamado  muy  alterada;  le  había  costado  al  menos  veinte minutos que se tranquilizase y le contara lo sucedido. Aun así, no había podido explicarle demasiado, ni siquiera ella sabía qué era lo que le ocurría exactamente a Cam.

Luego él se había dedicado a llamar una y otra vez a su gemelo, hora tras hora, sin obtener más respuesta que la de su buzón de voz.

—Cuida ese lenguaje, Sean —lo regañó su madre, sin perder ni un ápice de su sentido del decoro.

—¿No  ha  salido  en  todo  este  tiempo  de  su  habitación?  —inquirió, ignorando su comentario.

Sean empezaba a plantearse si no sería mejor coger un avión e ir él mismo a sacarlo a la fuerza. Escuchó a su madre suspirar, aquello la superaba.

—Solo un par de veces, pero ni me habla y…

No terminó la frase.

—¿Y qué, mamá?

Otro suspiro. Sean se armó de paciencia.

—Maverick estuvo ayer aquí. Le pregunté si sabía algo de lo que le había sucedido  a  Cam,  si  ellos…  habían  discutido  o  algo  así.  Pero  no  quiso  decirme nada. ¿Están saliendo otra vez juntos, Sean? —Le sorprendió la pregunta. «¿Otra vez?»  ¿Desde  cuándo  estaba  su  madre  al  tanto  de  lo  de  Cam  y  Maverick?—.

¿Crees que no lo sabía? ¿Que nunca me di cuenta de lo que sucedía entre ellos?

Sean  no  contestó.  Resultaba  irónico  que  Cam  hubiera  creído  que  nadie  en su familia conocía su relación con Maverick y todos fueran conscientes de ella.

Se frotó las sienes, frustrado.

—Hay  cosas  de  ella  que  Cam  no  sabe.  Tal  vez…  —Se  dio  cuenta  de  que había hablado en alto y se apresuró a añadir—: Intentaré llamarlo de nuevo y ver qué puedo hacer. Si no, tendré que volver a casa.

Gracias a Dios, su madre no preguntó.

La charla no se alargó mucho más, no había demasiado que pudieran hacer

mientras  Cam  se  negara  a  hablar  con  ellos.  Se  despidieron,  y  la  señora Donaldson regresó al piso superior y se detuvo frente a la puerta de Cam. No se oía ruido alguno, pero llamó de todas formas.

—¿Cam?

Pero  Cam  no  estaba  allí.  Mientras  su  madre  hablaba  con  su  hermano,  se había  escabullido  hasta  el  jardín  trasero,  llevado  por  una  necesidad  que  no entendía ni él, y ahora se encontraba en la cabaña del árbol. Estaba furioso y, por un momento, se sintió tentado de destrozar a golpes todo lo que allí había solo para aliviar el dolor y la sensación de traición.

No quería hablar con Sean, ni con su madre, ni con nadie, menos aún con Maverick;  la  sola  idea  de  enfrentarse  a  ella  le  rompía  el  corazón.  ¿Por  qué demonios había regresado? ¿Por qué había hecho resurgir en él sentimientos que creía olvidados?

El rostro de una pequeña niña pelirroja bailó frente a sus ojos durante unos pocos segundos, y su rabia se aplacó en parte. Era tan parecida a Aria y a la vez tenía tanto de Maverick que resultaba imposible que Cam la odiase; al contrario, en todo caso, aquella pequeña era su sobrina y no tenía culpa de nada.

Se  desplomó  sobre  el  colchón,  abrumado.  Tenía  una  sobrina;  Sean  era  el padre  de  una  niña  y  Maverick  su  madre.  Pensó  entonces  no  solo  en  lo  que suponía  para  él,  sino  en  cómo  asumiría  Sean,  y  también  Olivia,  algo  así.

Acababan de comprometerse, iban a casarse.

Se  le  escapó  una  carcajada  cínica  muy  poco  propia  de  él.  Era  como  un jodido culebrón, solo que él era parte del enredo.

«Debiste quedarte en California», se dijo, aunque sabía que eso no hubiera cambiado las cosas.

Esa niña existía y no iba a dejar de hacerlo. Tampoco quería que fuera así, en otro momento Cam se hubiera sentido incluso ilusionado por la noticia. Pero él  continuaba  albergando  sentimientos  por  Maverick  que  sabía  que  no desaparecerían así como así.

Sin  embargo,  las  mentiras,  su  silencio  durante  años,  la  traición  de  su hermano…  Eran  demasiado  para  él.  Había  descartado  por  completo  la  idea  de que Sean hubiera forzado a Maverick, eso sí que no podía ser verdad; ella misma lo había negado.

Le dolía el pecho, le escocían los ojos por todas las lágrimas que se había negado  a  dejar  salir,  y  su  mente,  normalmente  racional,  no  lograba  hallar  una forma de afrontar lo sucedido.

Baker Hills siempre había sido un lugar frío en invierno, pero en esos días a Maverick su clima le resultaba más inclemente que nunca.

—¿Te encuentras mejor? —le preguntó a Lily, su hija.

La niña había pasado gran parte de las fiestas arrastrando un resfriado. No estaba  acostumbrada  a  las  bajas  temperaturas  de  Ohio,  sino  a  la  calidez  de California,  a  la  playa,  la  arena  y  el  sol.  La  pequeña  asintió,  sonriendo,  y Maverick le devolvió la sonrisa a pesar de todo. Ella era la razón de su regreso al pueblo.

—¿Podemos  ir  hoy  a  patinar,  mami?  —le  pidió,  esperanzada,  y  tosió  un poco, pero se puso la mano en la boca para disimularlo.

—Ya veremos, peque. Ahora ve a recoger tus cosas. Mañana regresamos a casa.

La niña no se movió.

—¿Vendremos  más  veces?  —preguntó,  de  pie  frente  a  su  madre—.  Me gusta Ohio, y la nieve, y el frío.

Sonrió, y Maverick vio en ella la sonrisa de los Donaldson, la veía cada día desde hacía seis años. Agarró a la pequeña y la sentó sobre sus rodillas.

—Creo que sí —le dijo, aunque no estaba segura de que así fuera.

—¿Aunque la abuela refunfuñe?

Maverick rio; incluso Lily se daba cuenta de que su abuela no era lo que se decía una anciana entrañable.

—Aunque la abuela refunfuñe —le aseguro, susurrándole al oído.

Le hizo cosquillas y Lily saltó de sus piernas al suelo, risueña y feliz, y se marchó escaleras arriba para preparar su equipaje.

Maverick permaneció largo rato en la cocina, sentada en una silla y con la vista fija en las vetas que formaba la madera de la mesa. Todo había salido mal; Cam  no  quería  verla  siquiera,  y  no  podía  olvidar  cómo  la  había  mirado, horrorizado, al comprender lo que había sucedido. Tampoco podía culparlo por ello.

—¿Os vais?

La  voz  de  su  abuela  hizo  que  levantara  la  cabeza  de  repente;  supuso  que había estado escuchando la conversación.

—Sí, mañana. Tenemos que regresar ya.

Maverick  no  tenía  demasiado  claro  si  la  mujer  querría  que  volvieran  a

visitarla o no, aunque en el fondo quería creer que sí lo deseaba. Era muy difícil permanecer ajena al encanto de Lily, si bien, su abuela se había puesto del lado de su padre años atrás.

Cuando  los  padres  de  Maverick  se  habían  enterado  de  que  esta  estaba embarazada,  se  había  desatado  el  infierno  en  aquella  casa.  Su  padre  la  había abofeteado  y  la  había  llamado  «zorra»,  y  su  abuela  no  había  movido  un  dedo para  defenderla.  Solo  su  madre  se  había  mostrado  más  comprensiva  a  pesar  de las lágrimas que había derramado. Ella sabía la forma en la que aquello afectaría a su hija, lo sabía de sobra, pero la había apoyado pese a todo.

Su  padre,  por  el  contrario,  no  le  dio  opción.  Lo  primero  que  hizo  fue sacarlos a todos del pueblo para que nadie se enterase de lo sucedido, temiendo las habladurías que despertaría.

—Es  una  niña  muy  espabilada  —señaló  la  anciana,  y  Maverick  supo  que eso sería lo máximo que obtendría de ella.

—Lo es.

Era eso y mucho más, para Maverick era lo mejor de su vida, le daba igual lo  que  hubiera  tenido  que  sacrificar.  Aunque  su  vida  no  hubiera  transcurrido como había imaginado, no cambiaría la decisión tomada casi siete años atrás.

—Si hubiera dependido de mi padre, Lily no existiría.

—Solo quería lo mejor para ti —lo defendió la anciana.

Maverick sabía que lo haría, incluso aunque no estuviera de acuerdo con él, solo porque se trataba de su hijo. Lo entendía, podía llegar a comprenderlo, ella también era madre. Pero no dejaba de doler.

—Me llevó a rastras a una clínica, ¿lo sabías? Se lo ocultó a mi madre. En cuanto llegamos a California, aprovechó que ella había salido para llevarme allí

—le espetó, y la amargura se derramó junto con su voz—. Estaba aterrada. Yo…

yo no quería, pero a él no le importó.

Ni  siquiera  sabía  por  qué  le  contaba  todo  aquello;  su  abuela  de  sobra conocía a su propio hijo.

—No quería para ti lo mismo que para él.

Aquello  terminó  de  enfurecerla.  Para  su  padre  ella  solo  había  sido  una carga.

—No  —negó  Maverick—,  lo  que  de  verdad  le  molestaba  era  verse reflejado en mí. Me odiaba, y odió a Lily incluso desde antes de que naciera. Le recordábamos todo lo que él no había sido. Todo lo que yo impedí que tuviera; según él, al menos.

Su  abuela  chasqueó  la  lengua,  molesta  por  lo  acertado  de  sus  palabras.

Maverick se levantó y salió de la cocina.

—¿Volveréis? —preguntó la mujer, siguiendo sus pasos.

—No lo sé.

No tenía ni idea. Regresar a Baker Hills había resultado doloroso y extraño, también  alentador;  la  había  llenado  de  esperanza  y  a  la  vez  había  revelado emociones que ignoraba que siguiera albergando.

—No  quiero  a  ese  muchacho  en  mi  puerta  —soltó  su  abuela,  cuando  ya subía las escaleras.

Maverick se detuvo y giró para encararla, y el dolor reapareció en su pecho.

—No te preocupes, no va a volver. Él ya está muy lejos de aquí.

No le dio más explicaciones. Continuó ascendiendo para ir junto a su hija.

Ella era lo importante, lo único que valía la pena en aquella casa. Quizás regresar a Baker Hills hubiera sido una pésima idea, quizás su vida ya nunca volvería a estar allí.

Al llegar al piso superior, escuchó a Lily canturreando en la que había sido su  antigua  habitación.  Se  acercó  de  puntillas  y  se  asomó  a  la  puerta  para observarla. Los juguetes seguían dispersos sobre la alfombra y estaba claro que no había empezado a recoger; como siempre, se había distraído. Probablemente incluso había olvidado cuál era la tarea que le había encomendado.

—¿Lily? ¿No tenías algo que hacer? —La niña ladeó la cabeza con rapidez y  esbozó  una  sonrisa  que  Maverick  conocía  demasiado  bien—.  Recógelo  todo,

¿vale?

—Un momento, mami. Estoy jugando.

Los  «momentos»  de  su  hija  podían  durar  tanto  como  lo  hiciera  su  interés por lo que se traía entre manos.

—Ahora, Lily. Mañana nos vamos temprano.

Pero Maverick sabía que tendría que volver a insistir varias veces antes de conseguir  que  le  hiciera  caso.  Ser  madre  era  un  trabajo  a  tiempo  completo,  a veces realmente agotador, pero no se arrepentiría nunca de la decisión que había tomado.

Siete años atrás, a duras penas había logrado retrasar a su padre el tiempo suficiente  para  que  su  madre  los  encontrara  e  impidiera  que  él  la  obligara  a interrumpir el embarazo. Después de aquel día, las discusiones entre sus padres se  volvieron  más  y  más  habituales,  y  violentas,  hasta  que  su  madre  reunió  el valor que le había faltado durante su matrimonio y lo echó a la calle.

—Lily —le advirtió, tratando de ponerse seria.

Resultaba difícil estando en su antigua habitación. Maverick no había sido lo que se dice una niña dócil, y su hija, en eso, se parecía a ella.

La pequeña siguió a lo suyo. Maverick se acercó y terminó sentándose en la alfombra frente a ella.

—Si no recoges, no podremos ir a patinar.

A la niña se le iluminó el rostro y soltó de inmediato el peluche que tenía entre las manos.

—¿Vamos a ir al lago? ¿Vas a llevarme?

Maverick asintió.

—Solo si recoges.

Debido  al  catarro  y  la  fiebre  que  había  tenido  durante  varios  días,  apenas habían  salido  dos  o  tres  veces  de  casa  juntas  durante  las  fiestas.  En  esas ocasiones,  una  parte  de  Maverick  había  deseado  encontrarse  con  alguno  de  los Donaldson. Cualquiera de ellos se hubiera dado cuenta de que Lily era una copia pelirroja de Aria y eso la habría salvado de tener que ser ella la que lo confesara.

Era un pensamiento detestable y cobarde, y, desde luego, una idea horrible, visto el resultado. Pero después de haber visto a Cam aquel primer día en el funeral de su padre, ya había sabido que todo sería más complicado de lo que en realidad esperaba.

—Recoge rápido e iremos a patinar —le dijo a la pequeña—, pero solo un ratito, y tendrás que abrigarte bien.

Lily  asintió  de  forma  repetida  y  se  puso  a  recoger  corriendo.  Maverick contempló como se movía a saltitos por la habitación, ajena a todo por lo que su madre había pasado en los últimos días. Para bien o para mal, Maverick decidió que continuaría siendo así.

2

—¿Has hablado con Sean?

Cam se estremeció al escuchar el nombre de su hermano. Negó, y su madre exhaló un largo suspiro.

—Tienes que hablar con él o conmigo, Cam, no puedes…

—Voy a volver a California —la interrumpió, desconcertándola aún más.

La mujer no sabía si alegrarse o no de que su hijo hubiera decidido regresar a  la  universidad.  Días  atrás,  la  noticia  la  hubiera  emocionado,  pero  ahora  era demasiado consciente de que Cam no estaba bien.

—Es una decisión importante —terció ella, tanteándolo—. ¿Estás seguro?

Cam asintió. No podía seguir en Baker Hills, aunque tampoco estaba seguro de  que  fuera  capaz  de  enfrentarse  a  su  gemelo.  Maverick  había  venido  a buscarlo; él le había dicho a su madre que no quería verla, y luego había espiado a través de la cortina de su habitación para observar cómo regresaba a su casa.

Su estómago se había agitado al contemplar su melena roja revuelta por el viento y había tenido que apartarse de la ventana para recuperar la calma. Ni aun así lo había conseguido.

—Me iré en un par de días —prosiguió, a pesar de que era probable que se largara  al  día  siguiente.  Aquello  era  una  huida  en  toda  regla—.  ¿Necesitas  que hable con Davis?

—No te preocupes por eso. Yo me haré cargo. —Cam se puso en pie, pero su  madre  lo  empujó  de  nuevo  contra  el  asiento—.  Vas  a  comer  —le  dijo, recuperando parte de la autoridad que había perdido en aquellos días.

—Mamá…

—No. Comerás, Cam, no me importa si tengo que hacerte tragar la comida a la fuerza. Vas a alimentarte.

Evitó  discutir  con  ella.  Iba  a  marcharse  y  no  quería  embarcarse  en  una batalla  que  perdería  de  todas  formas.  No  podía  culpar  a  su  madre  por  estar preocupada cuando él mismo también lo estaba. Su vida se había desmoronado con  la  muerte  de  su  padre  y,  de  nuevo,  lo  había  hecho  con  la  revelación  de Maverick.  Pero  la  cuestión  era  que  no  sabía  qué  hacer  al  respecto.  ¿Debería saber su madre que tenía a una nieta a pocas casas de distancia?

Sean, sin duda, tendría que saberlo o… ¿lo sabría ya? ¿Se lo habría dicho

Maverick  en  algún  momento  durante  su  visita?  ¿Por  eso  había  ido  Sean  a buscarla a su casa? La señora Parker había dicho que había estado allí… Era una posibilidad que no se había planteado hasta ese momento. Su mente se negaba a pensar que Sean pudiera ocultarle algo así y menos aún que hubiera vivido siete años sabiendo que Maverick se había quedado embarazada y que no le importase en  absoluto.  Sean  no  era  así;  sin  embargo,  tampoco  lo  habría  creído  capaz  de traicionarlo.  Pensar  en  ello  lo  superaba,  luchaba  constantemente  con  un  dolor que se volvía más y más intenso con el paso de las horas.

Debería haber hablado con su gemelo desde el momento en que había visto a la niña, pero no hacerlo constituía su único refugio; cuando se enfrentara a él, ya no habría marcha atrás.

Obedeció a su madre y se esforzó por comer algo. Luego subió a preparar sus  cosas  para  el  viaje.  De  repente,  el  ansia  de  abandonar  Baker  Hills  lo quemaba por dentro. Daba igual que California tampoco le pareciera un destino más agradable que aquel. Quería irse de allí; cuanto antes, mejor.

Para cuando llegó la tarde, a Cam ya le era imposible soportar las miradas recelosas de su madre y sus atenciones. Se debatió entre encerrarse de nuevo en su habitación y salir de casa. Ganó esta última, más que nada porque la señora Donaldson  se  apresuró  a  meterse  en  el  dormitorio  de  su  hijo  con  la  excusa  de poner un poco de orden.

Cam  se  planteó  subir  a  la  cabaña,  pero  terminó  vagando  por  la  calle  en dirección al centro del pueblo. El cielo estaba completamente despejado y hacía frío; aun así, agradeció la brisa fresca que le acariciaba la cara.

Sus pies lo llevaron hasta la calle del Lucky’s. Empezaba a anochecer y el local estaba bastante lleno. Desde el exterior, recorrió el rostro de todos y cada uno de los clientes, aunque la ausencia de una melena pelirroja ya le había dicho lo que quería saber: Maverick no estaba allí.

No quería encontrársela, no podía soportar lo que sería mirarla a los ojos de nuevo. Estaba más dolido de lo que lo hubiera estado nunca. A pesar de que no había entendido a Sean cuando este se había empeñado en negar la muerte de su padre, ahora comprendía por qué lo había hecho. Aceptarlo suponía un viaje sin retorno y, en el caso de Cam y Maverick, él no estaba preparado para realizarlo.

—¿Batido de chocolate? —le preguntó Marianne.

Cam  asintió  y  se  sentó  en  uno  de  los  taburetes  de  la  barra.  La  mujer  le sonrió mientras se lo servía, pero él apenas si pudo devolverle el gesto.

Salir  de  Baker  Hills  era  su  mejor  opción,  su  única  opción,  aunque  eso

supusiera tener que enfrentarse a su gemelo. En realidad, quizás eso fuera lo que deseaba. Quería saber cómo, cuándo y, sobre todo, por qué.

—Hoy  estás  demasiado  serio  —señaló  Marianne—.  ¿Se  han  ido  ya  tus hermanos?

Tuvo que obligarse a hablar.

—Sí, de vuelta a la universidad.

—¿Y tú?

Había una pequeña multitud de clientes reclamando la atención de la dueña y del otro camarero de ese turno, ¿por qué demonios tenía que interesarse por él?

En  otro  momento  de  su  vida,  Cam  se  hubiera  amonestado  por  esa  clase  de pensamiento y le hubiera contestado con cortesía, pero en ese instante…

—Me voy mañana —atinó a decir de forma brusca.

Marianne,  desconcertada  por  su  actitud,  no  intentó  alargar  más  la conversación.  Cam  se  preguntó  en  qué  clase  de  persona  lo  estaba  convirtiendo aquello. Él nunca actuaba así. Siempre había sido responsable, quizás demasiado serio,  pero  jamás  maleducado  con  nadie.  Fue  a  disculparse,  pero  la  mujer  ya estaba atendiendo a otro cliente.

Bajó la vista y se quedó mirando su batido hasta que alguien le dio un par de golpecitos en el hombro para llamar su atención. Se giró y se encontró a su prima.

—¿Qué hay, Lea? —Miró tras ella—. ¿Estás sola?

—Iba de vuelta a casa y te he visto desde fuera.

Cam echó un vistazo a su alrededor, no había ningún otro taburete libre. Ni siquiera había tocado su batido, pero sacó un billete y lo dejó sobre el mostrador.

—Vamos, te acompaño —le dijo, poniéndose en pie.

Cam  huía,  de  todo  y  de  todos.  Llevaba  semanas  haciéndolo,  y  resultaba curioso  que  le  brindase  compañía  a  una  persona  con  la  que  nunca  había terminado de entenderse. Pero en el fondo necesitaba hablar con alguien, y Lea estaba allí.

Caminaron  durante  un  rato  el  uno  junto  al  otro  sin  hablar.  Cam  con  las manos  en  los  bolsillos  y  la  vista  clavada  en  el  suelo,  y  Lea,  arrebujada  en  su abrigo, ligeramente incómoda.

—No tenías por qué molestarte —le dijo ella, a mitad de camino.

Su  casa  estaba  al  otro  lado  del  pueblo,  justo  en  dirección  contraria  a  la residencia de los Donaldson. Cam levantó la barbilla y la miró.

—Tranquila, me vendrá bien el paseo —replicó, sintiéndose un poco más él

mismo—. ¿Cómo siguen las cosas en el instituto?

—Son  unos  gilipollas  —soltó  ella,  mucho  menos  comedida  que  en  su conversación anterior. Suspiró—. Nada que yo no haya sido.

El comentario estuvo a punto de hacer sonreír a Cam.

—Todos  pasamos  por  esa  etapa  y  todos  nos  hemos  puesto  un  poco gilipollas alguna vez.

Lea resopló.

—No como yo, créeme, ni como ellos —añadió, y Cam percibió la tristeza que  trataba  de  esconder;  en  eso,  él  era  un  verdadero  experto—.  Pero  supongo que me lo merezco.

Rodearon  un  pequeño  parque  infantil,  a  esas  horas  desierto,  y  el  lago apareció ante ellos.

—Lea… —comenzó Cam.

—No me sermonees más, por favor. Sé lo que hice.

Pero Cam negó.

—Estuvo  mal,  muy  mal  —continuó,  a  pesar  de  sus  protestas—.  Pero  no puedes seguir lamentándote ni dejar que te pisoteen. Todos cometemos errores…

Pensó  en  Sean  y  en  Maverick,  y  en  que  ni  siquiera  les  había  dejado explicarse. ¿Había sido un error lo que pasó entre ellos? ¿Podía llamársele así?

Apartó el pensamiento y se concentró en su prima.

—No te culpes. Aria y Max te han perdonado y eso es lo que importa.

Lea sonrió.

—Parece  que  les  va  bien,  ¿no?  —le  dijo,  y  su  alegría  sonó  sincera,  muy alejada  del  tono  sarcástico  y  malintencionado  al  que  su  prima  lo  tenía acostumbrado.

—Están muy bien juntos —coincidió.

Se  detuvieron  frente  a  la  pista  de  patinaje.  Había  aún  un  buen  puñado  de personas  sobre  el  hielo  a  pesar  del  frío  y  de  la  hora.  La  Navidad  poco  a  poco llegaba a su fin y muy pronto retirarían el árbol que presidía el lago y el resto de la  decoración  del  pueblo,  aunque  todavía  quedaba  mucho  para  que  el  deshielo convirtiera la pista de nuevo en un lago.

—Me alegro —dijo Lea. Inspiró y observó a la gente que patinaba a pocos metros de ellos.

Su casa quedaba tan cerca que desde la ventana de su habitación podía ver el lago helado, pero ese año ni siquiera había sacado los patines del armario. Las cosas  se  habían  puesto  peor  para  ella  después  del  verano  y  apenas  contaba  ya

con ninguna amiga con la que ir a patinar o a cualquier otro lugar. En realidad, no contaba con ninguna.

—¿Esa es Parker? —comentó, señalando un punto a su derecha—. Es ella,

¿no? No sabía que había regresado al pueblo.

Cam  palideció.  Sus  ojos  se  desviaron  al  lugar  que  Lea  había  señalado  y buscaron con ansiedad a Maverick. Cuando la encontró, descubrió también a su lado una pequeña figura que le daba la mano.

—¿Y esa niña?  —continuó Lea, sin  percatarse de la  expresión inquieta de Cam—. Se parece a ella, mira su pelo… ¿Será su hija?

Él no trató de contestar, no podía. Ante su silencio, su prima se volvió para mirarlo, pero Cam continuaba con los ojos fijos en la pista.

—¿Cam? ¿Estás bien?

No  agradeció  la  atención,  pero  le  alivió  que  Lea  hubiera  dejado  de observarlas. No tardaría en darse cuenta de a quién se parecía la niña, además de a su madre.

—Vamos. Es tarde. —Prácticamente la empujó en dirección a su casa.

—Por  lo  que  veo,  ha  repetido  la  historia  familiar…  —exclamó,  pero  a continuación perdió parte del entusiasmo que el cotilleo había provocado en ella y no dijo una palabras más.

Cam creyó que lo había descubierto.

—¿Qué pasa? —preguntó con miedo.

Lea  prosiguió  andando,  ahora  por  iniciativa  propia.  No  le  contestó  hasta que estuvo en la puerta de su casa.

—Lo siento —le dijo a Cam, pero él siguió sin entender, temiendo lo peor

—. Prometí que me mantendría al margen de cualquier clase de rumores. Es una estupidez  —murmuró,  bajando  la  vista—,  pero  lo  estoy  intentando…  ser  una persona mejor.

Se echó a reír, avergonzada.

Cam  no  pudo  evitar  sorprenderse.  Lea  parecía  por  fin  ser  consciente  del daño  que  había  hecho  el  curso  pasado.  Tal  vez,  después  de  todo,  su  prima hubiera aprendido la lección.

Él,  por  el  contrario,  se  sentía  menos  él  mismo  que  nunca.  Quizás  todos estuvieran cambiando, quizás nada volviera a ser lo mismo a partir de ahora.

3

Cam  abandonó  Baker  Hills  de  la  misma  forma  en  la  que  había  llegado, aturdido, triste y con un peso extra en el corazón, uno que le obligaba a respirar con pesadez.

Apenas  había  dormido  la  noche  anterior.  Solo  cuando  el  sol  comenzó  a llenar de luz su habitación, el agotamiento lo venció y logró descansar un poco.

Perdió parte de la mañana en la cama, pero a la hora del almuerzo ya estaba en el aeropuerto.

Había luchado consigo mismo antes de decidir subirse al taxi, porque sabía que no había vuelta atrás. Puede que Maverick ya estuviera en el mismo estado al que él se dirigía, tal vez no, tal vez se encontraba al otro lado de la calle; tanto daba una cosa como la otra, al marcharse dejaba en aquel pueblo la oportunidad de obtener las respuestas que se estaba negando. A pesar de que la niña fuera…

su sobrina, le resultaba demasiado doloroso llamar a esa puerta y hacer algo para cambiar  las  cosas.  No  era  él  mismo,  no  era  más  de  lo  que  había  sido  desde  el momento en que se enteró de la muerte de su padre. Era irónico que tampoco lo fuese tratándose de una nueva vida.

Conseguir el billete que lo llevaría al otro lado del país le había costado, la noche  anterior,  un  buen  pellizco  de  sus  ahorros,  pero  quedarse  más  tiempo parecía una opción que requería de él pagar un precio mucho más alto.

Llegó a California a primera hora de la tarde con poco más que una mochila colgada  de  la  espalda  y  una  bolsa  pequeña.  El  aire  cargado  de  humedad  lo golpeó  en  la  cara  al  descender  del  avión,  aunque  agradeció  la  temperatura, mucho  más  suave  que  la  de  Ohio.  Se  deshizo  de  la  chaqueta  y  caminó  en dirección a la salida. Cogería otro taxi hasta el campus.

No  había  avisado  a  Sean  ni  a  ninguno  de  sus  amigos  de  su  regreso, necesitaba algo de tiempo para acostumbrarse a estar allí de nuevo, y el trayecto hasta la universidad ni siquiera alcanzaría para empezar a hacerlo. Era una pena que  la  ventana  de  su  apartamento  que  daba  a  la  calle  fuera  la  de  Sean,  si  no, hubiera empleado el mismo sistema que usaba Olivia para colarse en él, a través de la escalera de incendios.

Caminaba  por  la  terminal  de  llegadas  con  la  mirada  baja,  ausente  y preocupado,  cuando  tropezó  con  alguien  que  apareció  de  la  nada.  Se  disculpó

por inercia antes de darse cuenta de que el desconocido no era tal, se trataba de Sean.

—No  has  avisado  —comentó  su  hermano  por  todo  saludo,  y  su  expresión cautelosa le dijo a Cam que no sabía muy bien a qué atenerse.

—No, y no tenías que venir a buscarme.

Sean, con los brazos cruzados sobre el pecho, observó su rostro.

—¿Me estás vacilando, Cam? —le espetó, perdiendo la paciencia—. Llevo tres putos días llamándote a todas horas. ¿Se puede saber qué demonios te pasa?

Sean estaba enfadado y no era de los que se contenía cuando era así; pero, más allá de eso, estaba preocupado por su gemelo.

—Estabas bien, o al menos parecías estarlo cuando nos fuimos —prosiguió, al comprender que Cam no tenía intención de contestar—. ¿Qué ha pasado? No es que no me alegre de que hayas regresado, pero mamá me ha llamado diciendo que ni siquiera estaba segura de que fuera aquí a donde te dirigías.

Cam apenas lo escuchaba. No podía apartar los ojos de su rostro a pesar de que  era  el  mismo  que  él  veía  todos  los  días  en  el  espejo,  aunque  el  suyo  lucía ahora unas ojeras y la sombra de una barba de la que su hermano carecía.

—No voy a hablar de esto aquí —le dijo, apartando por fin la mirada de él y echando un vistazo a la puerta de salida.

Fuera,  una  larga  fila  de  taxis  recogían  a  los  viajeros  para  llevarlos  a  su destino. Todo lo que Cam deseaba era llegar hasta uno de ellos y marcharse.

—¿Aquí? ¿Y en casa? ¿Hablarás en casa? —lo presionó Sean—. Mamá se está volviendo loca de preocupación, y yo también. Olivia, Aria, Max… incluso Maya lo está.

—Ahora no —repitió, al límite de sus fuerzas.

Ni siquiera sabía si podría hablar con él en el campus. Montar un numerito en pleno aeropuerto no entraba en sus planes.

Sean gruñó, frustrado. No entendía nada.

—Vamos, te llevaré a casa —le dijo, dando por perdida esa batalla.

—No.

Sean,  que  ya  había  echado  a  andar  hacia  el  aparcamiento,  se  detuvo  y  se giró para mirar a su gemelo.

—No seas imbécil, Cam. No sé qué ha pasado ni por qué te niegas a hablar conmigo, pero tu coche está ahí fuera y te juro que ahí se quedará si no vienes conmigo. Me da igual si lo roban o se lo lleva la grúa.

Esperaba que su hermano no decidiera coger el coche y se largara de allí sin

él, algo probable dado su estado. Aun así, le lanzó las llaves y Cam las cogió al vuelo.  Echaron  a  andar  en  silencio,  y  este  los  acompañó  durante  casi  todo  el trayecto hasta el campus.

—¿Vas a contarme lo que está pasando? —le preguntó de nuevo, cuando se acercaban  a  la  universidad,  y  esta  vez  su  tono  voz  fue  mucho  más  suave, suplicante.  No  obtuvo  respuesta—.  Cam,  por  favor.  Eres  mi  hermano,  mi gemelo, me duele verte así y no saber qué hacer para ayudarte. Déjame ayudarte

—rogó, sentado junto a él.

Cam no apartó la vista de la carretera y su expresión resultaba indescifrable.

A Sean nunca le había costado tanto adivinar lo que pasaba por su mente como en ese momento.

—¿Es  por  Maverick?  ¿Esto  es  por  ella?  —aventuró,  porque  era  lo  único que se le ocurría—. Cuéntamelo, por favor.

Pero Cam estalló al escuchar ese nombre.

—¡No puedes! —gritó, y su voz retumbó en el interior del habitáculo—. No quiero que me ayudes. No tienes por qué saberlo todo de mí, Sean. ¡No tenemos por qué compartirlo todo!

Sean enmudeció al escucharlo. Había rabia en su voz, rabia y dolor, y una amargura  que  salía  de  lo  más  hondo  de  su  pecho.  Sin  embargo,  Sean  estaba seguro  de  que  había  pulsado  la  tecla  adecuada  al  mencionar  a  Maverick.  Se trataba de ella, ¿de quién si no?

Suspiró  y  se  tragó  un  montón  de  palabras  que  no  creía  que  fueran  bien recibidas en ese momento. No ganaría nada discutiendo con Cam. La tensión que se respiraba en el coche, sin embargo, no disminuyó un ápice.

Cam apretaba los dientes casi con tanta fuerza como lo hacía con el volante.

Normalmente, disfrutaba conduciendo, pero en ese instante solo quería llegar al campus,  bajarse  del  coche  e  interponer  la  mayor  distancia  posible  entre  su gemelo y él.

Le dolía pensar en lo que sabía y estar allí sentado junto a él.

Apenas aparcó, sacó la llave del motor, cogió sus cosas y se bajó del coche.

Enfiló el camino en dirección al edificio de apartamentos en el que vivían. Sean lo siguió, aunque no se esforzó para alcanzarlo. Aun así, Cam apretó el paso y subió por las escaleras para no tener que esperar por el ascensor. Jamás le había costado hablar con su gemelo y ahora se sentía incapaz.

Rato  después  de  llegar  al  apartamento,  Sean  continuaba  sin  aparecer,  y supuso que habría subido al piso de Olivia, su novia.

«¿Qué mierda estás haciendo, Cam?», se preguntó, ya en su dormitorio.

Si  la  revelación  de  Maverick  había  roto  algo  en  su  interior,  lo  de  Sean  lo estaba destrozando por completo.

Lanzó la bolsa y la mochila al suelo y se dejó caer sobre la cama, exhausto y dolorido, por dentro y por fuera. Iba a tener que hablar con Sean y tendría que hacerlo pronto. Era consciente de lo que esa conversación podía suponer para él, pero las cosas ya no podían empeorar; él no podía sentirse peor de lo que ya lo hacía.

Sean no apareció por el apartamento en toda la noche y, cuando Cam salió de su habitación al día siguiente, tampoco estaba allí. Debía de haber dormido en casa  de  Olivia.  Aplazado  su  encuentro,  decidió  que  se  acercaría  al  edificio  de administración y quizás también a hablar con sus profesores. Tal vez hubiera una manera  de  recuperar  el  tiempo  que  había  perdido,  aunque  era  obvio  que  no  se graduaría ese verano.

Tener  algo  en  lo  que  pensar  lo  ayudó  a  que  su  estómago  aceptase  el desayuno. Se dio una ducha rápida y se cambió de ropa, casi como si fuera un día más en la universidad y nada hubiera cambiado, a pesar de que todo estaba fuera de lugar.

No tardó mucho en estar listo, no quería cruzarse con Sean todavía. Para su sorpresa, fue Olivia la que apareció en su salón.

—Tienes que dejar de colarte por la ventana —comentó, al verla allí de pie

—. Estaba a punto de irme, Sean no está.

Se  giró  hacia  la  puerta,  decidido  a  largarse,  pero  Olivia  tenía  otros  planes para él. Unos pocos segundos después, la tenía colgada del cuello. La anestesia emocional  en  la  que  había  tratado  de  hundirse  no  evitó  que  Cam  percibiera  el cariño con el que lo abrazaba.

—Me alegro de verte, cuñado —le dijo, y se rio al llamarlo así. Seguía sin creerse  que  fuera  a  casarse  con  Sean—.  Te  he  echado  de  menos,  y  Perseo también.

Cuando  la  chica  se  retiró,  Cam  notó  que  algo  se  restregaba  contra  sus piernas. Bajó la mirada para encontrarse con el gato de Olivia. La noche anterior no lo había visto, ni siquiera se había acordado de que estaba en el apartamento, aunque seguramente había estado durmiendo en la cama de su hermano.

Cam se inclinó para coger al cachorro, que había crecido en el escaso mes que había estado fuera, y le acarició el lomo. El gato ronroneó satisfecho por las atenciones.

—He  venido  a  darle  de  comer  —comentó  Olivia—.  ¿Vas  a  clase?  —Cam negó y le contó brevemente su idea de ir a hablar con los profesores. No podía incorporarse a las clases así como así—. Te acompaño.

Eso no se lo esperaba.

Olivia llevaba puestos unos vaqueros y una camiseta que, por el tamaño y lo  larga  que  le  quedaba,  era  de  su  gemelo,  pero  ella  no  era  de  las  que  se preocupaba por lo que la gente pudiera pensar.

—Puedo  llevarte  en  la  moto  —trató  de  convencerlo,  al  comprender  que Cam pretendía negarse.

Puso tal empeño que Cam no tuvo más remedio que aceptar su compañía.

Ninguna excusa sirvió con ella, Olivia era muy insistente cuando se lo proponía y, en esa ocasión, estaba claro que quería ir con él. Cam solo esperaba no acabar gritándole también a ella.

4

Olivia desapareció por la escalera de incendio para ir en busca de las llaves de la moto, pero estaba ya en el callejón cuando él llegó abajo. Cam levantó la mirada hacia la ventana del apartamento de la chica y se encontró a su gemelo observándolos.

—¿Esto ha sido idea de Sean? —le preguntó a Olivia, cuando ella le tendió un casco.

—¿Tú me has visto alguna vez hacer lo que él dice? —se burló; algo que, por otro lado, era completamente cierto.

La novia de su hermano solía hacer lo que quería y cuando quería, así que, si estaba allí, era por voluntad propia. Cam suspiró y se ajustó el casco.

—No está muy contento contigo —comentó ella, refiriéndose a Sean.

Cam echó un nuevo vistazo a la ventana, pero él ya no estaba allí.

—Ya, bueno, yo tampoco lo estoy.

Ir con Olivia en moto resultaba todo un acto de fe. Conducía bien, eso había que concedérselo, pero tendía a ignorar más señales de tráfico de las que a Cam le  hubiera  gustado.  Era  la  primera  vez  que  viajaba  con  ella  en  moto  y, seguramente, sería la última.

—Divertido, ¿verdad? —preguntó a Cam, al detenerse frente al edificio de administración.

Él agitó la cabeza de un lado a otro, pero no la sacó de su error.

La  chica  lo  acompañó  por  el  campus  durante  toda  la  mañana.  No  hizo preguntas  incómodas  y  su  conversación  se  limitó  a  un  poco  de  charla insustancial  acerca  de  las  asignaturas  que  le  quedaban  por  cursar  a  Cam  para graduarse. Había esperado que empezara a interrogarlo sobre lo que ocurría entre su hermano y él. Conforme avanzaba el día, y eso no sucedió, se fue relajando.

Incluso llegó a sonreír con alguna de sus bromas. Era fácil estar con Olivia, no juzgaba a nadie. Entendía por qué su gemelo había perdido la cabeza por aquella chica.

Comieron  en  uno  de  los  locales  con  los  que  contaba  el  campus  y  Cam  se ofreció  a  pagar  para  agradecerle  la  compañía.  No  había  sido  consciente  de  lo mucho que necesitaba esa clase de normalidad hasta que se vio allí sentado, con Olivia devorando una hamburguesa y chupándose los dedos al terminar.

—¿Sabe  mi  hermano  lo  que  eres  capaz  de  tragar?  —le  preguntó, mencionando sin querer a Sean.

Olivia  asintió  muy  tranquila  a  pesar  de  la  transformación  que  sufrió  el rostro de Cam.

—Hacemos  competiciones  de  vez  en  cuando  —repuso  ella,  y  mantuvo  la sonrisa en todo momento.

Se lo había puesto en bandeja, pero Olivia no hizo nada por aprovecharlo.

Cam  se  preguntó  si  no  sería  él  el  que  más  necesitaba  hablar  de  aquello.  Se dedicó a terminarse las patatas fritas que quedaban en su plato mientras Olivia se reclinaba en el asiento.

—Nos  casaremos  en  verano  —lo  informó,  poco  después—.  En  Lostlake.

Supongo que Sean hubiera querido decírtelo él, pero ya está dicho.

—¿Este verano? —inquirió Cam, sorprendido.

Olivia realizó un gesto afirmativo con la cabeza.

—Es muy probable que Sean firme con los Rams, y dice que quiere ser un hombre casado para entonces…

Todo aquello era algo que debería haber sabido de labios de su gemelo; era la  clase  de  noticia  que  Sean  le  contaría  tirado  en  el  sofá,  con  los  pies  sobre  la mesa, mientras compartían una cerveza, sin ceremonia alguna.

Pensó en Lostlake, el lugar en el que pasaban las vacaciones estivales todos los años, y pudo imaginar sin problemas a Olivia vestida de novia junto al lago de la mano de Sean, probablemente lanzándose al agua tras la ceremonia. Sería perfecto para ellos.

Sin  embargo,  la  imagen  varió  de  un  instante  a  otro  y  se  encontró contemplando a una chica pelirroja y no castaña, y a él en lugar de a su gemelo.

Había una niña también, una preciosa niña situada junto a ellos. El pensamiento lo aterró e hizo aflorar el dolor de su pecho.

—¿Estáis seguros de esto? —preguntó, sin poder evitarlo.

Muy posiblemente, Sean desconocía la existencia de esa niña y, por tanto, también Olivia.

Ella arqueó las cejas.

—Muy muy seguros —terció, sin un solo titubeo.

Por muy enfadado que estuviera con Sean, eso no cambiaría nada de lo que había pasado años atrás. Tenía que hablar con él, era lo justo para todos, incluida Olivia.

—Debería  hablar  con  Sean  —farfulló  para  sí  mismo,  pero  el  comentario

llegó a oídos de Olivia.

Esta  se  me  metió  una  patata  en  la  boca  y  no  dijo  nada.  Había  conseguido exactamente lo que quería.

A primera hora de la tarde, regresaron dando un largo paseo en moto por las calles y avenidas del campus. Allí no había nieve, salvo por la gran nevada que había caído en otoño, histórica en realidad; pero la cercanía de la noche siempre hacía  descender  la  temperatura.  De  igual  forma,  Olivia  parecía  encantada  de poder disfrutar durante un rato de su moto.

Tras  aparcarla  en  el  callejón  en  el  que  solía  dejarla,  la  chica  señaló  la escalera de incendios.

—Me subo por aquí, ¿te veo luego?

Cam  no  estaba  seguro  de  que  fuera  un  pregunta,  pero  asintió  y  la  dejó marchar, y con ella se fue una parte de la tranquilidad que lo había acompañado durante las horas anteriores. Se alegraba de que Olivia fuera la mujer que Sean había  elegido  para  compartir  su  vida,  y  jamás  pondría  en  riesgo  su  felicidad.

¿Cómo era posible que, sabiendo lo que él había sentido por Maverick, Sean se hubiera arriesgado a herirlo de esa forma?

«Si de verdad piensas eso de Sean, pregúntaselo de una vez».

Parecía imposible.

Creía conocer a su gemelo mejor que a sí mismo. Aquello era una locura.

«Habla con él», insistió su conciencia.

Afrontar  sus  miedos,  el  dolor  o  lo  que  viniera  después,  no  podía  ser  peor que lo que estaba viviendo. Aun así, Cam no se sentía tan valiente.

Decidió  que  hablaría  con  alguien,  aunque  no  con  Sean.  Siempre  había protegido y apoyado a su hermana pequeña, ahora le tocaba a Aria ayudarlo a él.

Subió  al  apartamento  y  se  acomodó  en  el  sofá  para  llamarla  con  la  única compañía de Perseo, el gato de Olivia. No había rastro de Sean.

—Dichosos  los  oídos,  hermanito  —lo  saludó  Aria  en  cuanto  descolgó  el teléfono—. No estoy segura de sí debería colgarte o comenzar a gritarte.

Cam inspiró hondo. Se había ganado la reprimenda a pulso.

—Lo siento.

—Lo siento ni siquiera se acerca a lo que quiero oír, Cam. No quiero una disculpa, no la necesito —le dijo Aria, enfadada—. Quiero la verdad, saber qué te pasa y cómo ayudarte.

Era algo muy similar a lo que le había dicho Sean, y eso lo hizo sentir aún peor.

—No sé por dónde empezar…

Aria se tomó unos segundos para contestar, odiaba tener que mantener esa clase  de  conversación  por  teléfono,  sin  poder  verle  la  cara  a  su  hermano,  pero sus  universidades  se  encontraban  a  más  de  seis  horas  en  coche.  Ojalá  pudiera cruzar  el  pasillo  y  llegar  a  su  puerta  como  hacían  cuando  vivían  en  la  misma casa.

—Por el principio, Cam. Todas las historias empiezan por el principio.

Contarle a Aria lo que había descubierto era complicado, muy complicado, pero comenzó hablándole de Maverick.

—Ella y yo… tuvimos algo hace años.

Escuchó la risa de su hermana a través de la línea. Normalmente, ese sonido le hubiera hecho sonreír.

—Me lo imaginaba. Yo era una cría, pero me daba cuenta de ciertas cosas.

—¿En serio?

—La mirabas con la misma cara de lelo que Clark Kent a Louis Lane —se burló,  y  Cam  recordó  que,  por  aquel  entonces,  Aria  había  tenido  una  extraña fijación con Superman.

Sonrió  un  poco,  aunque  su  hermana  no  pudiera  verlo,  y  prosiguió contándole cómo había sido para él volver a encontrarse con Maverick después de  tanto  tiempo,  escucharla  reír…  Una  vez  que  empezó  ya  no  se  detuvo,  y  le habló  incluso  de  algo  de  lo  que  jamás  pensó  que  hablaría  con  su  hermana pequeña.

—Nos  acostamos  —soltó  a  bocajarro,  con  el  teléfono  apretado  contra  la oreja.

—¿Antes de que ella se fuera de Baker Hills o estas navidades?

—En ambas ocasiones —confesó Cam.

—Bueno,  no  puedo  decir  que  no  me  lo  esperara,  al  menos  lo  de  estas navidades. Mi mente de hace siete años era demasiado ingenua para pensar ese tipo de cosas.

Cam escuchó la voz de Max por detrás de la de su hermana.

—¿Estás ocupada? Podemos hablar en otro momento…

—No, no lo estoy. No para ti. —Su voz sonó un poco más alejada mientras le decía a su novio que iba fuera a hablar. Tras unos pocos segundos, y el sonido de  una  puerta  abriéndose  y  volviéndose  a  cerrar,  se  centró  de  nuevo  en  la conversación—.  ¿Y  qué  ha  ido  mal?  Porque  entiendo  que,  si  me  cuentas  todo esto, tenéis algún problema.

Cam  suspiró.  Estaba  a  punto  de  abrir  también  una  brecha  entre  Sean  y  su hermana,  y  eso  era  algo  que  no  quería  hacer.  Sin  embargo,  necesitaba  sacarlo fuera o terminaría perdiendo la cabeza.

—Tiene una hija, Aria, una niña de unos seis años, y ella es igual que… tú.

En  el  silencio  posterior,  casi  pudo  escuchar  la  mente  de  su  hermana procesando la información que acababa de darle.

—¡Oh, Dios!

—No es lo que piensas —aclaró—. No puede ser mía.

—No te entiendo, Cam —replicó ella—. Si se parece a mí, debería ser tu…

—Es de Sean —la interrumpió, apretando los dientes.

Se  había  puesto  en  pie  y  deambulaba  por  el  salón  como  un  animal enjaulado.

—Estás loco. No puede ser. Sean nunca te haría algo como eso —sentenció Aria, y él quiso creerla.

—Maverick  y  yo  siempre  usamos  protección.  Siempre  —recalcó, deteniéndose  junto  a  la  pared.  Apoyó  la  espalda  en  ella  y  se  dejó  caer  hasta  el suelo—, y nunca tuvimos ninguna clase de problema.

Un resoplido atravesó la línea.

—Los  condones  fallan,  hermanito.  Cualquier  cosa  puede  fallar  si  lo comparas  con  el  amor  y  la  devoción  que  Sean  siente  hacia  ti,  y  eres  un  jodido idiota si no te das cuenta de eso…

Su  voz  fue  aumentando  de  volumen  hasta  que  acabó  gritándole  que  no podía  entender  que  creyera  algo  así  de  su  gemelo.  Aria  estaba  furiosa  e indignada.  Cam  se  sintió  avergonzado  y  permitió  que  le  gritara  su  hermana pequeña; fue como una bofetada mental, como si lo sacudieran por dentro.

—No  sé  de  quién  será  esa  niña,  pero  no  es  de  Sean  —concluyó  ella—.

Puede  que  haya  sido  un  inconsciente  la  mayor  parte  de  su  adolescencia,  pero nunca se acostaría con una chica por la que tú sintieras algo; ni siquiera aunque él  estuviera  también  enamorado  de  ella.  Deberías  saberlo,  Cam.  Preferiría  mil veces sufrir él que hacerte daño a ti.

En el fondo, Cam lo sabía, siempre lo había sabido, y aun así había dudado.

—La  abuela  de  Maverick  dijo  que  él  la…  la  forzó  —apenas  si  podía pronunciar esa palabra, no para hacer referencia a su gemelo.

—¡¿Qué?! Mierda, Cam. Eso sí que no me lo creo.

—Yo tampoco —terció él—. Maverick dijo que no había sido así. Hablaré con él —cedió, sentado en suelo, aturdido por la vehemencia de su hermana.

Era la primera vez que ella le echaba la bronca a él.

—Hazlo, y hazlo ya —exigió Aria—, o te juro que lo haré yo.

5

Cam permaneció un buen rato sentado en el suelo, intentando reconciliarse consigo mismo y con las emociones que había vivido en las últimas semanas. No lo había tenido fácil y no se lo había puesto fácil a los demás.

Escuchó la puerta de entrada abrirse y luego volverse a cerrar. Supuso que se trataría de Sean; Olivia era más de colarse por la ventana. Esperó hasta que su gemelo se adentró en el salón y lo descubrió tirado en el suelo. Ninguno de los dos tenía buen aspecto.

Sean se le quedó mirando unos segundos antes de hablar.

—¿Qué haces ahí? —inquirió, la voz carente de emoción.

Cam le mostró la mano en la que aún mantenía el móvil.

—Hablaba con Aria.

La  respuesta  sorprendió  a  Sean,  últimamente  su  hermano  no  hablaba  con nadie. Aunque también hirió un poco su orgullo; no había recurrido a él.

—Tenemos que hablar, Sean —dijo al fin.

Ambos  sintieron  alivio;  Sean,  esperando  que  le  contara  de  una  vez  que sucedía, y Cam, sabiendo que era lo correcto. Sin embargo, entre ellos se había alzado  una  barrera  que  nunca  había  existido  y  que  dificultaba  más  aún  el mantener una conversación normal.

Sean  lo  pensó  un  momento  y,  a  continuación,  le  tendió  la  mano  a  su hermano para ayudarlo a levantarse. El gesto era más que eso, era una oferta de paz, y Cam la aceptó. Se asió a él y se puso en pie. El contacto, aunque breve, resultó reconfortante. Echaba de menos a su gemelo.

—Vamos, salgamos de aquí —propuso Cam—. Será mejor que demos una vuelta mientras hablamos.

Sean no se negó. Hubiera ido hasta el fin del mundo para hablar con él.

Salieron a la calle y se subieron al coche sin mediar palabra. No se dirigían a  ningún  sitio  en  particular,  pero  terminaron  aparcando  frente  al  Silver’s,  un local a las afueras del campus en el que solía haber actuaciones en directo varias veces  en  semana  y  al  que  acudían  muchos  alumnos  de  UCLA.  Ese  día  estaba tranquilo, podrían mantener una charla mientras se tomaban algo, y Cam prefería estar en un sitio público; eso lo ayudaría a mantener la calma, o al menos eso era lo que esperaba.

Pidieron  dos  cervezas  y  se  sentaron  en  una  de  las  mesas.  Tras  un  sorbo  a sus respectivas bebidas, Cam se planteó cómo empezar la conversación. Sean ya estaba al tanto de su relación con Maverick, al contrario que Aria, por lo que no tenía sentido regresar hasta el inicio de esta.

No, con Sean tendría que ser más directo.

Respiró  hondo  varias  veces,  buscando  el  valor  para  soltar  la  bomba,  pero Sean se le adelantó:

—Lo sabes, ¿no? Maverick te lo ha contado y por eso no me hablas.

A Cam se le vino el mundo encima. En el fondo, había estado convencido de que había otra explicación y de que Sean no tendría nada que ver. Él no, su gemelo no.

—Lo sabías —murmuró, y muy a su pesar no sintió ira, sino decepción.

Los ojos se le humedecieron.

—Ella me pidió que no te lo contara —explicó Sean, mientras hacía girar su botella  de  cerveza  entre  las  manos,  nervioso—.  Y  luego  cuando  se  marchó supuse que era mejor dejarlo estar. No quería que tú sufrieras…

—¿No  querías  que  sufriera?  —lo  interrumpió  Cam,  incapaz  de  callar  por más tiempo. La carcajada posterior estaba cargada de cinismo—. ¿Y qué cojones esperabas, Sean? Tú sabías lo que era para mí, me lo dijiste, sabías que ella y yo estábamos juntos.

Sean  agitó  la  cabeza,  dolido  por  la  dureza  con  la  que  su  gemelo  escupía cada palabra.

—Era  un  puto  crío.  ¡Yo  qué  sé!  No  sabía  qué  hacer  y  ella  no  quería contártelo.

Cam apretó los dientes con fuerza y un músculo palpitó en su mandíbula. A duras penas se contenía.

—Me  da  igual  que  no  quisiera,  tú  deberías  habérmelo  contando  —le  dijo, en voz baja pero airada—. Joder, ni siquiera deberías haber tenido que contarme nada si no te hubieras acostado con ella.

La  acusación  desgarró  su  garganta  al  salir  al  tiempo  que  le  rompía  el corazón.

—¡Qué mierda dices, Cam! —soltó su gemelo, casi gritando, y la gente a su alrededor comenzó a prestarles atención—. ¿Qué se supone que significa eso?

Cam estaba haciendo un esfuerzo titánico para no levantarse e irse; era su hermano y lo quería, pero ese amor cada vez se resentía más.

—Os  acostasteis,  Sean,  eso  es  lo  que  digo  —le  espetó,  tratando  de  no

contestar también a gritos—, y el resultado es una niña idéntica a Aria que ahora tiene seis años.

La cerveza de Sean resbaló entre sus manos y cayó al suelo, pero no hizo ademán  de  recogerla.  Abrió  la  boca  casi  tanto  como  los  ojos,  totalmente desconcertado, algo que no extrañó a Cam, estaba claro que no tenía ni idea de la existencia de la niña.

Tardó casi un minuto en reaccionar.

—Bromeas. —Fue lo único que acertó a decir, pero Cam, por desgracia, no bromeaba.

Negó con la cabeza y se bebió la mitad de la cerveza de un trago. Cualquier cosa para distraerse del infierno que se había desatado entre su gemelo y él.

—¿Tienes una hija con Maverick? —preguntó Sean, atónito.

—Tú —recalcó— la tienes.

Pero ahora fue el turno de Sean para negar.

—Eso  es  imposible.  Maverick  y  yo  nunca  nos  hemos  acostado.  Nunca  —

recalcó—, y que hayas sido capaz de pensar que sí dice mucho de la opinión que tienes de mí. —Cam no podía creer que se hiciera el ofendido—. Si alguien de los dos es el padre, eres tú —insistió Sean—. Si Maverick te dijo que hubo algo entre nosotros, te mintió.

Cam se puso en pie, fuera de sí, y lo apuntó con el dedo.

—¡Lo has confesado, joder! Hace un momento —lo acusó, roto de dolor—, has dicho que ella no quería que me lo contaras.

Pero Sean negó de nuevo; no tenía ni idea de cómo sentirse, si cabreado por lo que Cam sugería o aliviado porque aquello no fuera más que un malentendido.

Claro que el malentendido parecía tener seis años…

—No  era  eso  de  lo  que  hablaba,  y  ahora  siéntate  y  deja  de  dar  el espectáculo.  ¿De  verdad  creías  que  ella  y  yo…?  Joder,  hermanito,  eres  un gilipollas.

Cam  estaba  aturdido,  no  sabía  qué  pensar.  No  obstante,  le  tranquilizó  que Sean  fuera  capaz  de  referirse  a  él  como  su  hermano  con  ese  tono  cariñoso,  a pesar del insulto. Eso fue lo único que consiguió que se sentara de nuevo.

—Usamos condón siempre, Sean.

Su gemelo hizo lo mismo que había hecho su hermana pequeña: reírse.

—Lo  que  yo  te  diga,  eres  un  gilipollas.  Espera  un  momento  —le  dijo, cambiando notablemente de actitud—, ¿tengo una sobrina?

Cam no sabía si reírse o llorar, estaba al borde del colapso.

—Sean, esto no es una broma.

El gemelo suspiró, no era momento para los chistes fáciles.

—¿Cómo sabes que no es tuya?

Cam  le  contó  lo  que  había  visto,  y  describió  a  la  niña  con  tanta  precisión que incluso él se sorprendió. Se había fijado en ella más de lo que pensaba para estar en shock.

—¿Qué  dijo  Maverick?  —continuó  interrogándolo.  Pero  Cam  no  tenía respuesta  para  eso—.  ¿Eres  imbécil?  Aunque  pensaras  que  era  mía.  Cam, hubiera sido tu sobrina, por el amor de Dios. ¿Huiste? ¿Así sin más?

Había  estado  huyendo  durante  semanas,  por  un  motivo  o  por  otro,  pero siempre  huyendo,  encerrándose  en  sí  mismo  y  manteniendo  a  los  demás  al margen.

—¡Joder, tío! Tienes una hija —repitió Sean.

—Deja de decir eso.

—Puedo dejar de decirlo, pero no por eso dejará de ser real.

Su hermano tenía razón.

Cam  se  levantó  y  fue  a  la  barra  a  por  otras  dos  cervezas.  No  solía  beber, menos aún si salía con el coche, pero ese día lo necesitaba. Regresó a la mesa, puso la botella frente a su gemelo y se sentó de nuevo.

Apartó  de  su  mente  por  el  momento  el  hecho  de  que  era  probable  que tuviera una hija, quizás buscando la forma de asimilarlo, y optó por preguntarle a Sean otra cosa.

—¿Qué me ocultabas? ¿Qué era lo que Maverick no quería que me dijeses?

Sean lucía ahora mucho más relajado que a su llegada, como si el hecho de tener  una  sobrina  desconocida  hasta  ahora  no  le  preocupara  en  absoluto.  Pero, tras su pregunta, se incorporó en el asiento y se inclinó hacia Cam.

—Un día, la primavera anterior a que Maverick se marchara de Baker Hills, yo  estaba  en  la  cabaña  solo.  Maverick  apareció  poco  después.  Había  quedado contigo, pero tú habías salido a ayudar a papá con algo. Siempre eras tú el que se ofrecía,  yo  era  un  jodido  imbécil  irresponsable  —explicó,  y  Cam  advirtió  lo mucho  que  se  arrepentía  su  hermano  de  no  haber  pasado  más  tiempo  con  su padre—. Estábamos los dos sentados en el colchón, solo hablábamos, te lo juro

—se apresuró a aclarar—. Apareció su padre, la había visto salir de su casa justo cuando él enfilaba la calle con el coche y la había seguido hasta nuestro jardín.

No le sentó bien encontrarnos allí, él… —hizo una pausa— la abofeteó delante de mí, le dijo que era una buscona y no sé cuántas cosas más, y le dio igual que

tanto ella como yo le dijésemos que no estábamos haciendo nada malo.

—Nunca  le  gustamos  a  esa  familia  —intervino  Cam—.  Mamá  me  contó que tuvieron una pelea en el instituto.

Maverick nunca había querido contarle a sus padres que Cam era su amigo, mucho menos que había algo más entre ellos.

—Se  la  llevó  a  rastras.  Yo  quise  contártelo,  Cam,  pero  Maverick  me  hizo jurar que jamás lo haría. Se avergonzaba de lo que su padre era capaz de llegar a hacer y de lo que pensaba sobre ella.

Cam  suspiró  y  bajó  la  vista.  Había  presionado  a  Maverick  sobre  el  tema.

Sabía que sus padres eran muy estrictos con ella y que no iban a permitirles salir juntos, tendría que haber sospechado que la cosa era más sería de lo que había imaginado.

—Debiste decírmelo, Sean.

—Lo sé, lo sé. Pero ella me lo pidió llorando, me dijo que nunca había ido tan lejos como para pegarle y que tú te preocuparías y te meterías en un lío por defenderla  —se  excusó  Sean,  aunque  ahora  sabía  que  hubiera  sido  mejor contarlo—. Yo estaba seguro de que la defenderías, Cam, que no te quedarías de brazos cruzados. Sabía que la querías, joder, al igual que lo sabía ella.

Maverick  conocía  sus  sentimientos,  sí,  y  aun  así,  aunque  la  obligaron  a marcharse,  nunca  había  sido  capaz  de  llamarlo  para  contarle  lo  sucedido,  para decirle que tenía una hija.

—Su  abuela  me  dijo  que  la  forzaste  —señaló  Cam,  aunque  sabía  que aquello no tenía ni pies ni cabeza.

La expresión horrorizada de Sean le dijo todo lo que necesitaba saber.

—Yo…  no,  Cam.  Nunca,  nunca  haría  algo  como  eso  a  nadie  —aseguró Sean, con el rostro desfigurado por la frustración, y él lo creyó.

6

Regresaron  a  casa  andando  a  pesar  de  que  no  estaba  precisamente  cerca.

Ambos estaban demasiado conmocionados como para conducir. No sabían si se debía  al  alcohol  o  a  la  conversación  que  habían  mantenido.  Con  toda probabilidad, a lo segundo; tan solo habían tomado dos cervezas. No pararon de hablar durante el trayecto. Charlaron como no lo habían hecho en semanas. Cam se  descubrió  sincerándose  con  su  gemelo  como  pocas  veces  lo  había  hecho, mostrándoselo  todo,  sus  miedos,  el  rencor,  incluso  el  odio  que  se  había apropiado de su voluntad. Todo. Era Sean, podía confiar en él.

Sus  dudas  se  habían  evaporado  y  su  gemelo,  aunque  enfadado,  olvidó enseguida la desconfianza de su hermano. Así eran los cosas entre ellos.

—Olivia  estaba  muy  preocupada  por  ti.  Y  yo  también  —añadió,  aunque resultaba evidente.

—Me ha dicho que os casaréis en Lostlake.

—¿Te  lo  ha  dicho?  Será…  —Sean  rio  a  pesar  de  todo—.  Pero  no  te  ha dicho que quiero que seas mi padrino, ¿verdad? Porque juro que la mataré si es así.

Cam se detuvo en mitad de la acera. Su pecho, por primera vez en mucho tiempo, se aligeró. Se sintió… bien.

—¿En serio?

Sean esbozó una sonrisa.

—Deja  de  poner  esa  cara  de  idiota.  ¿De  verdad  creías  que  me  casaría  sin contar con el mejor padrino que podría tener?

Cam sintió que las lágrimas acudían de nuevo a sus ojos y recordó también la  imagen  de  Maverick  en  el  lago,  no  importaba  que  ella  nunca  hubiera  estado allí.

—Joder, la he cagado, Sean, y ella…

¿Qué  había  hecho?  ¡¡Tenía  una  hija,  por  Dios!!  Una  hija  preciosa  con Maverick,  con  la  única  chica  a  la  que  de  verdad  había  amado  en  toda  su  vida.

Tenía una hija…

—Te has perdido seis años de su vida, Cam —suspiró su gemelo, agitando la cabeza—, todos nosotros lo hemos hecho. ¿No estás cabreado?

Debería  estarlo.  Maverick  le  había  arrebatado  cualquier  posibilidad  de

decisión sobre el futuro de su propia hija, no le había dado margen para hacerse cargo de su responsabilidad y, con ello, se había perdido una parte importante de su vida. Sin embargo, aún estaba asimilándolo todo, y había sentido tanto dolor desde  la  muerte  de  su  padre  que  la  noticia  solo  podía  provocarle  una  inmensa alegría.

—No  sé  cómo  sentirme  —barbotó  a  duras  penas—.  Sí,  supongo  que  sí, pero…

—Tengo  una  sobrina,  tío.  —Sean  soltó  una  carcajada  y  Cam,  que continuaba en shock, se unió a él—. Vuelve a contarme cómo es.

Cam le narró una vez más lo poco que sabía con todo lujo de detalles.

—Ni siquiera sé cómo se llama —señaló, al finalizar.

Sean le asestó un golpe en el hombro.

—Eres un puto imbécil, hermanito, aunque eso yo ya lo sabía. ¿Qué vas a hacer?

Cam valoró sus opciones. Maverick podía encontrarse aún en Baker Hills, pero había dicho que no iba a quedarse allí a vivir. Estaba de visita, por lo que más tarde o más temprano regresaría a California.

—No sé dónde viven…

La confesión le valió otro puñetazo de su hermano. Sean parecía encantado con  la  idea  de  tener  una  sobrina,  y  Cam  no  pudo  evitar  esbozar  una  pequeña sonrisa al pensar en que iba a ser un tío terrible, de los que consentían y urdían travesuras  con  sus  sobrinos  como  si  también  ellos  fueran  aún  niños;  eso  si Maverick  les  permitía  acercarse  a  la  pequeña.  ¿Por  qué  demonios  se  lo  había ocultado durante tanto tiempo? Con dieciséis años, resultaba obvio que no había estado  preparado  para  ser  padre,  pero  se  hubiera  hecho  responsable  de  ella  sin dudarlo.

Si quería saber dónde se encontraban, iba a tener que llamar a la abuela de Maverick, y dudaba que la mujer le fuera a contar lo que necesitaba saber. Otra opción era confesárselo todo a su propia madre y que esta se presentara en casa de  los  Parker  y  le  reclamara  a  la  anciana  una  dirección.  Si  Maverick  por casualidad  estaba  aún  en  Baker  Hills,  la  señora  Donaldson  podría  hablar directamente con ella. O quizás lo adecuado sería que volara de nuevo a Ohio y fuera él el que llamara a su puerta.

—Ni  siquiera  sabe  quién  soy  —murmuró,  recordando  que  la  niña  no  le había prestado la más mínima atención en el porche.

Habían  cruzado  una  mirada,  solo  eso,  y  Cam  no  había  apreciado  señal

alguna  de  reconocimiento  por  su  parte.  ¿Qué  le  habría  contado  Maverick  al respecto? Con seis años ya habría preguntado alguna vez por su padre…

—Eso puedes cambiarlo —replicó Sean—. Estás en tu derecho, Cam, y si Maverick  la  llevó  a  Baker  Hills  tal  vez  es  porque  quería  contártelo  y  que  la conocieras. Sabía que podrías verla en cualquier momento. ¿De verdad se parece tanto a Aria?

Cam asintió, distraído, pensando en qué hacer. La cabeza le daba vueltas.

—Es una pequeña versión pelirroja de ella.

—No va a haber quién aguante a nuestra hermanita —se rio Sean.

Se estaba tomando aquello extremadamente bien, claro que no era él el que acababa de descubrir que era padre.

Llegaron al edificio en el que vivían y subieron por el ascensor.

—¿Quieres  que  me  quede  esta  noche?  Pensaba  dormir  arriba,  con  Olivia, pero si necesitas hablar o que esté contigo.

Cam negó.

—Estaré bien, necesito pensar.

—¿Seguro?  —insistió  Sean,  reacio  a  dejarlo  solo—.  No,  me  quedo.  No quiero  bajar  mañana  y  encontrar  que  has  hecho  la  maleta  y  te  has  pirado  o cualquier cosa por el estilo.

—Tú eres el impulsivo, hermanito, no yo.

Sean arqueó una ceja.

—De vez en cuando no está mal ser impulsivo, ¿sabes? Pero preferiría que esta vez me dijeras lo que pretendes y no volvieras a hacer el capullo.

Sin previo aviso, Sean tiró de él y lo abrazó. Su relación siempre había sido buena, pero no eran unos fanáticos de las muestras de afecto. Sin embargo, Cam agradeció más que nunca el gesto. Lo necesitaba.

Sean lo soltó y se dispuso a abrir la puerta del apartamento.

—¿Sabes? —le dijo—. A papá le hubiera encantado tener una nieta.

—Lo sé —repuso Cam, con una sonrisa triste en los labios—. Y me hubiera matado de saber cómo me he comportado todo este tiempo.

Accedieron al salón y Sean fue directo hacia la cocina en busca de algo que comer.  No  habían  cenado  y  las  cervezas  le  habían  abierto  el  apetito.  Aunque seguía un poco preocupado por su gemelo, estaba seguro de que las cosas iban a empezar a cambiar desde ese momento. No volverían a ser como antes, eso era imposible, pero, con suerte, serían incluso mejores. No iba a atosigar más a Cam con su reciente paternidad, pero estaba convencido de que su hermano podría ser

un  padre  ejemplar  si  Maverick  le  daba  una  oportunidad;  si  alguien  podía  serlo, era él.

—¿Qué hay de Maverick? —gritó, con la cabeza metida en el refrigerador.

Cam  lo  había  seguido  y  estaba  apoyado  en  el  umbral  de  la  puerta, observándolo rebuscar en el interior.

—¿Maverick? ¿Qué pasa con ella?

Sean se irguió para mirarlo.

—Sigues  colgado  de  ella.  ¿Hay  posibilidad  de  que  vosotros…  bueno,  ya sabes, os convirtáis en una familia? ¿Es eso lo que quieres?

Cam lo pensó un momento y la idea le produjo vértigo. Sin embargo, una parte de él se enamoró de esa misma idea.

«Una familia. Una familia con Maverick», pensó para sí mismo, y sonrió.

7

La  noche  resultó  larga  y  extraña.  El  paso  de  las  horas  no  disminuyó  el desconcierto  de  Cam.  La  tarde  anterior  había  peregrinado  por  el  campus  en busca  de  soluciones  para  su  futuro.  Algunos  de  sus  profesores  se  habían apiadado de él, otros le dijeron que la puerta de su despacho estaría abierta para el  siguiente  semestre,  no  antes,  por  lo  que  ya  era  una  realidad  que  no  se graduaría  ese  verano.  Sin  embargo,  al  margen  de  sus  estudios,  todo  en  lo  que Cam podía pensar era en Maverick y en su hija.

La mañana no alivió el revuelo de pensamientos que lo asediaban, no habría alivio para él hasta que encontrara a Maverick y esta le permitiera ver a la niña.

Ambas, quería verlas a ambas.

A pesar de lo sucedido durante las fiestas entre ellos, no albergaba muchas esperanzas de que lo que él sentía por Maverick fuera recíproco. La había visto triste  y  titubeante,  tal  vez  solo  había  ido  a  Baker  Hills  para  desvelarle  la existencia  de  la  niña,  y  lo  que  había  pasado  fuera  solo  consecuencia  de  su relación  en  el  pasado.  Se  habían  acostado,  pero  eso  no  tenía  por  qué  significar nada.

Sean  ya  se  había  marchado  a  clase,  así  que  se  sentó  a  desayunar  solo  y decidió llamar a su madre; más tarde o más temprano, tendría que enterarse.

La señora Donaldson recibió la noticia mejor de lo que Cam esperaba, y le echó un sermón muy parecido a los que ya había recibido de Sean y Aria. Para los Donaldson, la familia era muy importante, y aquella niña era una Donaldson.

—¿Qué tiene que ver todo esto con tu hermano? —inquirió su madre.

—¿Con Sean?

—No os hablabais —señaló la mujer, y Cam comprendió a qué se refería—.

Si me dices que Sean lo sabía y no había dicho nada, te aseguro que cogeré un vuelo a California y lo pondré en su sitio.

—No,  mamá,  Sean  tampoco  sabía  nada  —le  dijo,  cargado  de remordimientos—. Él y yo… estamos bien. Solo fue un malentendido.

Hubo  un  silencio.  Cam  continuaba  pensando  en  lo  injusto  que  había  sido con su familia y lo poco que había valorado sus esfuerzos por ayudarlo.

—No me has llamado solo para decirme que soy abuela, ¿no? —La señora Donaldson  soltó  una  risita,  algo  que  Cam  jamás  hubiera  esperado  de  ella—.

¿Qué necesitas?

—Tienes que ir a casa de los Parker.

Era consciente de que no resultaría un buen trago para su madre presentarse en la puerta de la abuela de Maverick, pero le explicó que no tenía ni idea de si ella  aún  continuaba  en  Baker  Hills  o  ya  había  regresado  a  California,  en  cuyo caso  necesitaría  saber  dónde  vivía.  Su  madre  aceptó  el  encargo  encantada.

Estaba entusiasmada con la posibilidad de ver a su nieta. A Cam le sorprendió un poco su actitud, era más de lo que hubiera esperado de ella.

Tras  colgar,  seguía  dándole  vueltas  al  tema.  No  podía  dejar  de  pensar  en Maverick. Su mente volvía una y otra vez a ella, hasta que cayó en la cuenta de un detalle que había pasado por alto hasta entonces.

—¡Maverick! —exclamó en voz alta a pesar de estar solo.

Se sentó en el sofá con el móvil de la mano y abrió el navegador. Buscó la playa que le daba nombre a la chica. Maverick le había contado muchas veces de dónde  provenía  su  familia  materna;  la  costa  oeste,  California,  su  madre  había sido  surfista  de  joven…  Al  abandonar  Baker  Hills,  era  allí  a  donde  se  habían dirigido. No era gran cosa, pero sí un lugar por el que comenzar a buscar.

Localizó Half Moon Bay, la zona en la que se encontraba la playa; no era una  población  excesivamente  grande,  y  Maverick  había  dicho  que  trabajaba  en una  cafetería.  Esperaría  a  tener  noticias  de  su  madre,  pero  si  ella  no  conseguía una  dirección  concreta,  estaba  dispuesto  a  plantarse  en  aquel  pueblo  y  recorrer todas y cada una de las cafeterías con las que contara.

Las encontraría, no iba a parar hasta encontrar a Maverick y a su hija.

Para cuando Sean y Olivia regresaron de clases a la hora del almuerzo, Cam tenía ya preparada una lista de los locales que coincidían con la descripción que Maverick  le  había  dado.  La  señora  Donaldson  no  había  dado  señales  de  vida aún, pero él estaba más decidido que nunca.

—¿Os apetece hacerle una visita a Aria? —les preguntó, en cuanto pusieron un pie en el apartamento.

Olivia  y  Sean  se  miraron  el  uno  al  otro  y  luego  centraron  su  atención  en Cam.

—¿Tienes un ataque de nostalgia o algo así? —terció Olivia.

Pero Sean sonreía; de algún modo, intuía lo que su hermano se proponía.

—¿Vas a ir a por ella? —preguntó, y no se estaba refiriendo a su hermana.

—¿A por Aria? —intervino Olivia, que no entendía del todo lo que estaba sucediendo—. ¿Ha pasado algo?

Sean negó, tiró de ella y la llevó hasta el sofá. Quería conocer los planes de su gemelo.

—Vamos contigo —le dijo, y Olivia asintió.

No le importaba a dónde, un viaje siempre era una buena idea, y Cam por fin parecía más animado.

—Maverick, la playa —aclaró Cam—, está en Half Moon Bay, a una hora de coche de Berkeley. He pensado que podemos hacerle una visita a Aria.

—¿Quieres  ir  ahora?  —lo  interrogó  Sean,  sacando  ya  el  móvil  para mandarle un mensaje a su hermana.

—Mañana tenéis clase —repuso Cam, con tono culpable.

En  realidad,  él  también  tenía  algunas,  las  de  los  profesores  que  habían accedido a darle una oportunidad para recuperar las que había perdido.

Sean enarcó las cejas.

—Dilo y nos vamos ahora mismo —aseguró.

Cam  se  preguntó  cómo  había  podido  dudar  de  su  gemelo.  Le  proponía saltarse  las  clases,  a  saber  con  qué  consecuencias,  conducir  unas  seis  o  siete horas hasta Berkeley, y luego una más para llegar a Half Moon Bay, todo ello sin la mínima certeza de dar con Maverick. Sean ni siquiera conocía cuáles eran su plan para localizarla, y allí estaba, dispuesto a salir corriendo en el momento en el  que  él  lo  dijera.  Olivia,  a  su  vez,  también  parecía  encantada  con  la  idea  de acompañarlo.

«No me los merezco», pensó.

—¿No  tienes  entrenamiento?  —le  preguntó,  y  Sean  hizo  un  gesto  con  la mano para restarle importancia.

—Lo arreglaré, Cam. Esto es más importante. Se trata de mi sobrina.

Olivia  no  se  puso  a  gritar  como  una  loca  ni  pareció  sorprenderse.  Cam supuso que Sean la habría puesto al corriente.

—Está bien —cedió, no quería esperar más.

—Bueno —intervino Olivia, poniéndose en pie—, subiré a meter un par de cosas en una mochila.

Le dio un beso a Sean antes de encaminarse hacia la habitación de este; era obvio  que  pensaba  subir  por  la  escalera  de  incendios.  Su  comentario  puso  en marcha también a los gemelos, que se dirigieron a sus respectivos dormitorios.

—¡Aria ya está al tanto de todo! —gritó Sean, mientras preparaba sus cosas

—. Podemos quedarnos en casa de Max.

Sin  responderle,  Cam  salió  de  su  habitación  y  entró  en  la  de  su  hermano.

No  podía  creer  que,  después  de  todo  por  lo  que  habían  pasado,  fueran  a  hacer aquello.

—Gracias, Sean —le dijo, y su voz se quebró debido a la emoción.

Su hermano levantó la vista de la mochila que había colocado sobre la cama y se volvió.

—Estás  de  coña,  ¿no?  Haría  lo  que  fuera  por  verte  feliz,  Cam,  cualquier cosa. Métetelo en la cabeza, hermanito. —Le dio un empujoncito en el hombro.

Él también se había emocionado—. Y ahora vete y acaba de recoger. Olivia no tardará mucho más.

Se turnaron para conducir hasta Berkeley. Cam tuvo que esforzarse para no pisarle de más al coche cuando estuvo tras el volante. Tomar la decisión de ir en busca de Maverick había disparado sus niveles de adrenalina, estaba desesperado por llegar.

Sean llamó a su entrenador de camino y los gritos de este se escucharon con claridad  en  el  interior  del  habitáculo  sin  necesidad  de  que  pusiera  el  manos libres. Lo amenazó con echarlo del equipo titular si no regresaba para el fin de semana  a  pesar  de  que  Sean  le  aseguró  que  se  trataba  de  una  emergencia familiar.  Cuando  colgó,  Cam  le  hizo  prometer  que  volvería  a  tiempo,  no importaba lo que sucediera. No quería que saliera perjudicado por su culpa.

Durante el trayecto, pararon para aprovisionarse de refrescos, patatas fritas y  un  buen  surtido  de   snacks  que  hicieron  las  delicias  de  Olivia,  y  llegaron  a Berkeley  bien  entrada  la  tarde,  cansados  pero  felices  de  estar  allí.  Condujeron directamente hacia el piso de Max. Ya habían estado meses atrás en él. Ninguno guardaba  buenos  recuerdos  de  esa  visita,  pero  no  hicieron  comentarios  al respecto. No era algo de lo que quisieran hablar.

Aria  los  esperaba  en  la  calle,  frente  al  edificio  en  el  que  vivía  Max,  tal  y como había hecho la vez anterior. Apenas Cam salió del coche, se lanzó sobre él con tanto ímpetu que estuvieron a punto de caer al suelo.

Cam la estrechó entre sus brazos con fuerza.

—Te he echado de menos —murmuró Aria contra su pecho.

Ambos sabían que no se refería solo a los días que habían pasado desde que se habían despedido en Baker Hills.

—Yo también, hermanita. Mucho.

La  mantuvo  un  instante  más  entre  los  brazos  y  se  permitió  disfrutar  del cariño  que  le  brindaba  su  hermana.  Fue  como  si  recuperara  una  parte  de  sí mismo, aunque no estaba del completo, no todavía.

Se separó de Aria con una sonrisa. Le estrechó la mano a Max y los demás intercambiaron  también  saludos.  Era  tarde,  demasiado  tarde  para  comenzar  su búsqueda; todo lo que podían hacer era cenar algo e irse a dormir.

Lo  peor  fue  recibir  una  llamada  de  la  señora  Donaldson  en  la  que  los informó  de  que  Maverick  no  estaba  ya  en  Baker  Hills.  Su  madre  no  entró  en detalles, pero el encuentro con la abuela de la chica no había sido precisamente agradable. La mujer se había negado a decirle nada sobre su paradero.

—Da igual —le dijo Cam—. Pienso encontrarla de todas formas.

8

—No es una lista corta, Cam.

Estaban en Half Moon Bay. Max era el único que no había podido unirse a ellos; ese día tenía un examen que no había forma de que pudiera eludir. Todos miraban  por  encima  del  hombro  de  Aria  los  nombres  de  los  locales  que  Cam había localizado a través de internet.

—Puede que sea más —les dijo él. Algunos no constarían en el mapa que había consultado.

Sean le dio una palmada en la espalda.

—No hay problema, nos dividimos y listo.

Eso hicieron. Formaron dos parejas: Sean y Olivia irían por un lado y Aria y Cam por otro.

Si lo pensaban bien, aquello era una locura. Ni siquiera sabían si Maverick vivía en ese pueblo; o quizás sí, pero no trabajaba allí. Aunque así fuera, podía coincidir con su día libre.

Aria debió detectar la inquietud de Cam, porque se acercó a él y se colgó de su brazo.

—La encontraremos —le dijo, sonriendo para tranquilizarlo.

Cam deseaba que tuviera razón. Asintió para convencerse de ello y echaron a andar. Olivia y Sean ya iban calle abajo en dirección contraria.

A  pesar  de  haberse  levantado  temprano  y  de  emplear  gran  parte  de  la mañana en recorrer las cafeterías de la zona, sus esfuerzos no habían dado frutos aún  a  la  hora  del  almuerzo.  Sean  y  Olivia  tampoco  habían  tenido  suerte.  Su hermano le había enviado un mensaje para decirle que Olivia y él iban a parar un momento  para  comer  algo  y  que  luego  se  pondrían  de  nuevo  en  marcha.  Ellos decidieron hacer lo mismo; estaban muertos de hambre.

Compraron unos perritos calientes y refrescos y se sentaron en el muro que delimitaba  la  playa,  mirando  al  mar.  Las  olas  eran  increíbles  y  no  aptas  para novatos.  Cam  entendió  por  qué  atraían  a  tantos  surfistas.  Había  una  belleza extraña  e  hipnótica  en  la  forma  en  la  que  el  mar  cobraba  fuerza  y  se  iba levantando para dar lugar a aquellas olas inmensas.

—Siempre he querido hacer surf —comentó Aria, y le dio un mordisco a su perrito.

—Olivia podría enseñarte.

Su hermana se giró para mirarlo.

—¿Olivia sabe hacer surf?

Cam se encogió de hombros y sonrió. En realidad, no tenía ni idea.

—Dudo mucho que haya algo que no se atreva a hacer.

Aria estuvo de acuerdo con él.

—Es  perfecta  para  Sean  —señaló  ella.  Dio  otro  bocado,  masticó  y  tragó antes de continuar—. Y Maverick lo es para ti.

—No quiero hacerme ilusiones, Aria, no sé si ella…

No  terminó  la  frase,  no  estaba  seguro  de  qué  decir.  Aunque  la  niña  fuera hija  suya,  aún  estaba  el  hecho  de  que  Maverick  jamás  se  hubiera  puesto  en contacto con él durante años.

Su hermana le dedicó una sonrisa comprensiva y, por primera vez, Cam se sintió como si ella fuera la hermana mayor y él estuviese perdido y necesitase su consejo.  Tal  vez  fuera  así.  Quizás  todos  necesitamos  a  alguien  que  haga  de hermano mayor, de amigo, que nos tienda la mano y que nos diga que todo va a salir bien.

—Eres la mejor persona que conozco, Cam. Siempre has estado ahí para mí

—le  dijo  Aria,  manteniendo  la  sonrisa  en  sus  labios—,  incluso  cuando  yo  no creía necesitarte. Te pareces tanto a papá… —Hizo un breve pausa, turbada por el  recuerdo—.  Maverick  sabe  eso,  pero,  si  duda,  muéstraselo.  Terminará  por verlo,  igual  que  lo  ve  Sean  o  lo  veo  yo.  Olvídate  de  lo  correcto  o  de  ser responsable,  es  probable  que  eso  no  sirva  con  ella.  Sé  tú  mismo,  sé  solo Cameron James Donaldson y todo saldrá bien.

No podría haber contestado aunque hubiera querido. Se limitó a abrazarla y darle  las  gracias  en  silencio.  Mientras  la  mantenía  contra  su  pecho,  su  mirada regresó  al  mar.  Había  media  docena  de  surfistas  en  el  agua,  pero  uno  de  ellos llamó su atención.

—Reconocería  esa  melena  en  cualquier  parte  —murmuró,  atrayendo  la atención de Aria.

Esta lo soltó y dirigió la vista hacia la playa.

En el agua, una chica pelirroja acababa de empezar a remar sobre su tabla.

No  tardó  en  ponerse  en  pie,  impulsada  por  una  ola  de  proporciones considerables.  Se  deslizó  con  una  soltura  y  una  gracilidad  que  Cam  no  pudo dejar de admirar, prácticamente bailaba sobre el agua, inclinándose en distintas direcciones para adaptarse a sus movimientos. Su cuerpo fluía en armonía con la

ola, y la imagen hizo que Cam evocara la sensación de su piel bajo la yema de los dedos.

La  observó  desde  donde  se  encontraban  mientras  ella  se  acercaba  más  y más a la orilla, hasta que comprendió que su intención era salir del agua. Aria, a su  lado,  había  permanecido  en  silencio,  absorta  también  en  el  magnífico espectáculo.

—Debería dejaros solos —le dijo, consciente de que Maverick no tardaría en llegar a la arena—. Tranquilo, va a ir bien.

Maverick  estaba  preciosa,  más  hermosa  de  lo  que  Cam  la  hubiera  visto jamás.  El  sol  hacía  brillar  las  gotas  de  agua  de  su  pelo,  convirtiéndolo  en  el fuego que él necesitaba para derretir el invierno que había creído infinito, el de su propio corazón. Mientras se acercaba a ella, solo echó de menos una cosa: su sonrisa. No había rastro de ella cuando lo descubrió a pocos metros, caminando en su dirección.

—Eso… eso ha sido increíble —le dijo, sin dejar de sonreír.

Él, al contrario que Maverick, no podía ocultar su sonrisa ni la emoción que suponía haberla encontrado.

Maverick  depositó  la  tabla  sobre  la  arena  y  tiró  del  velcro  que  cerraba  el cuello  de  su  neopreno.  Estaba  sorprendida,  Cam  era  consciente  de  ello,  la conocía  bien.  Sin  embargo,  parecía  reacia  a  hablar.  Cam  esperó,  podía  esperar todo el tiempo que ella necesitara. Contempló cómo sacudía el pelo y echaba un rápido vistazo al agua. Un momento después, Maverick se decidió a hablar por fin.

—¿Cómo me has encontrado?

Cam  pensó  su  respuesta  durante  unos  segundos,  mientras  sus  miradas  se enredaban de una forma familiar, reconfortante.

—Me lo contaste hace años —abarcó la playa con un gesto de su mano—, la playa, tu nombre. Mavericks Beach.

Ella bajó la vista y se miró las manos, desconcertada.

—Me  escuchabas.  —Fue  todo  lo  que  dijo,  y  Cam  pensó  en  decirle  que había prestado atención a cada palabra que había salido de su boca. Siempre.

Avanzó unos pocos pasos hacia ella. Había tanto que quería decirle…

—¿Cómo  se  llama?  —Cam  sabía  que  entendería  a  quién  se  refería—.

Quiero… Necesito verla.

Maverick  exhaló  un  largo  suspiro,  uno  que  la  vació  por  dentro  y  se  llevó algo más que el aire de sus pulmones.

—No hagas esto, Cam.

—¿Hacer qué? —replicó él, confuso.

Maverick seguía con la vista fija en la arena. Cam deslizó los dedos bajo su barbilla y empujó hacia arriba para obligarla a mirarlo.

—Lily,  su  nombre  es  Lily,  de  Lilian.  —Maverick  asintió  al  descubrir  su expresión de sorpresa—. Sí, como tu abuela, yo también te escuchaba.

Le  había  puesto  el  nombre  de  la  abuela  materna  de  Cam.  La  mujer  había muerto  cuando  él  rondaba  los  catorce  años,  pero  él  siempre  la  había  adorado.

Había sido un golpe duro para todos los hermanos Donaldson, y que Maverick hubiera elegido ese nombre para su hija conmovió a Cam.

—Lily  —repitió  Cam,  y  el  eco  de  su  nombre  le  calentó  un  poco  más  el pecho.

Pero Maverick se removió, inquieta, y se apartó de él. La mano con la que Cam había sujetado su barbilla cayó a un lado.

—No deberías estar aquí.

—Ah,  ¿no?  —terció  él,  levemente  enfadado—.  ¿De  verdad  creías  que  lo dejaría estar? ¡Es mi hija, Mave, por Dios!

Los ojos de Maverick se clavaron él.

—Lo  era  también  hace  cuatro  días  —replicó,  dolida—.  Lo  vi,  Cam,  vi  tu rostro  al  mirarla.  Lo  mucho  que  te  horrorizaba.  —Su  voz  se  tornó  dura—.

¿Sabes? Mi padre también me miró así una vez, y no permitiré jamás que nadie lo haga con Lily. Ni siquiera tú.

9

No  logró  convencer  a  Maverick  de  que  lo  llevara  con  la  niña,  ni  siquiera quería escucharlo. Eso lo cabreó y lo entristeció al mismo tiempo.

—¡Me lo ocultaste, joder! —le gritó desde el mismo muro en el que había estado sentado un momento antes junto a Aria.

Maverick  se  detuvo,  descalza  sobre  la  acera  y  con  la  tabla  de  surf  bajo  el brazo. Cuando se giró hacia él, había lágrimas resbalando por sus mejillas. Cam se arrepintió en el acto.

No  podía  hablarle  del  porqué  de  su  expresión  al  descubrir  a  Lily  en  el porche  de  su  abuela.  ¿Cómo  iba  a  decirle  que  había  pensado  que  Sean  y  ella habían tenido algo a sus espaldas?

Se miraron en silencio, separados por varios metros de distancia. Cam no se atrevió a acercarse a ella y Maverick no parecía tener intención de volver sobre sus  pasos.  Deseó  secar  sus  lágrimas  y  ser  capaz  de  conseguir  que  dejase  de llorar, pero se mantuvo inmóvil.

—Quiero volver a verla, Mave. Por favor, déjame verla.

Ella  agitó  la  cabeza  de  un  lado  a  otro,  pero  no  había  seguridad  en  aquel movimiento, casi parecía un simple reflejo, una madre protegiendo a su hija.

—No hace falta que le digas quién soy. Solo… deja que la vea. —Ahora sí, Cam  avanzó  un  paso  hacia  ella,  titubeante;  odiaba  la  tristeza  que  reflejaba  su mirada,  y  se  preguntó  si  tanto  le  disgustaba  que  hubiera  ido  a  buscarla—.  Aria está estudiando en Berkeley y yo voy a quedarme unos días con ella —continuó, esperando disuadirla para que aceptara—. Por favor, Mave. Tú y yo deberíamos hablar. Querías explicármelo y yo no te dejé. Lo siento, déjame arreglarlo.

Avanzó  un  paso  más.  Maverick  no  retrocedió,  así  que  caminó  despacio hasta donde se encontraba.

—Por favor —repitió.

No le importaba suplicar.

—No  me  dejaron  llamarte  —soltó  Maverick,  cuando  Cam  estuvo  frente  a ella—. Al principio… mi padre me quitó el móvil y me prohibió que avisara al padre del niño o a cualquier otra persona. Luego…

Cam estiró la mano y tomó la suya con suavidad. Sus dedos estaban fríos.

—¿Qué pasó después, Mave? —Había cariño en su voz, una ternura infinita

hacia ella.

Ardía en deseos de rodearla con los brazos y no dejarla marchar jamás. Fue consciente  de  ello  en  el  instante  en  que  Maverick  lo  miró  a  los  ojos.  Había estado  enamorado  de  ella  en  el  pasado  y  lo  estaba  ahora.  Amaba  a  Maverick Parker. Ese pensamiento derritió cualquier rastro de hielo que quedara en torno a su corazón.

—Después  yo…  —tartamudeó  ella,  y  volvió  a  negar  con  la  cabeza—.  No podemos hablar de esto aquí, Cam. No, yo no…

—Tranquila, solo dime cuándo y dónde. Estaré allí.

Tras esas palabras, más lágrimas acudieron a sus ojos. Cam no comprendía qué había dicho para que reaccionara así.

Sacó su móvil del bolsillo y se lo tendió.

—Apúntame  tu  número.  Te  haré  una  llamada  perdida  y  puedes  llamarme cuando  quieras.  —Cam  se  estaba  esforzando  para  no  presionarla,  aunque  todo cuanto deseaba era besarla y hacerle prometer que jamás volvería a desaparecer

—. O puedo acompañarte si quieres.

Maverick reflexionó un momento antes de contestar.

—Es  tu  hija  —le  dijo,  finalmente—,  tienes  todo  el  derecho  del  mundo  a verla.

A Cam le daba la sensación de que la idea no le entusiasmaba demasiado.

¿Era  posible  que  no  lo  quisiera  en  su  vida?  ¿Que  lo  sucedido  entre  ellos  en Baker Hills no hubiera significado lo mismo para ella?

Mientras Maverick tecleaba su número en el teléfono de Cam, él la observó sin  disimulo.  Había  pasado  siete  años  sin  saber  nada  de  ella;  sin  embargo,  era como si nunca se hubiera ido pero estuviera a punto de hacerlo ahora. Sentía que la perdía, o quizás nunca la hubiera tenido en realidad.

—Mave, yo…

—Te avisaré —lo cortó ella—. Yo te avisaré.

«Abrázala —se dijo—. No la dejes marchar».

Pero Cam no se movió.

Maverick se deshacía en pedazos frente a sus ojos y él ni siquiera era capaz de reaccionar. Aunque continuaba sin comprender por qué nunca se había puesto en  contacto  con  él,  no  podía  ni  imaginar  lo  que  había  supuesto  para  ella  criar sola a su hija, ser madre con tan solo diecisiete años. Ahora comprendía que no hubiera ido a la universidad, como también podía entender que le hubiera dicho que era feliz cuando él le había preguntado. Cam había sido testigo de la forma

en la que Maverick trataba a Lily en Baker Hills, incluso mientras discutía con él,  y  con  su  abuela  presente,  el  rostro  de  Maverick  se  había  transformado  al mirar a su hija y le había dedicado una de esas sonrisas que él tanto echaba de menos.

Cam  trató  de  no  pensar  que  la  tristeza  que  mostraba  en  ese  momento  la provocaba él.

—Está bien —le dijo—, pero llámame, por favor.

La dejó marchar muy a su pesar, con la sensación amarga de no saber qué hacer  ni  qué  decir  para  recuperar  sus  sonrisas,  para  que  ella  volviera  a  mirarlo como lo había hecho en el pasado, como Cam quería que lo hiciese. La observó mientras se alejaba cargando con su tabla, y Aria se acercó a él y se colocó a su lado. Se había mantenido al margen pero cerca, por si Cam la necesitaba.

—¿No ha ido bien? —Resultaba obvio que las cosas no habían salido como esperaba.  Cam  negó,  pesaroso—.  ¿La  quieres,  Cam?  ¿Estás  enamorado  de Maverick?

—Sí. —Fue todo cuanto dijo.

No había mucho más que decir; no cuando la chica a la que amaba se estaba alejando de él.

Fueron  en  busca  de  Olivia  y  Sean,  que  habían  continuado  visitando cafeterías  en  busca  de  Maverick  y  que  se  entusiasmaron  al  enterarse  de  que habían  dado  con  ella,  pero  la  alegría  les  duró  poco,  el  tiempo  que  tardaron  en reunirse y comprobar el estado derrotado en el que Cam se encontraba.

—Tengo  su  teléfono  —comentó  Cam,  aunque  eso  no  parecía  suficiente, nada  lo  parecía  en  ese  momento.  Mientras  los  ponía  al  corriente,  se  habían sentado  en  una  de  las  terrazas  del  pequeño  puerto—.  Tenéis  que  volver  —

agregó, dirigiéndose sobre todo a Sean.

Ya  no  tenía  sentido  que  todos  estuvieran  saltándose  sus  obligaciones universitarias.

—Y una mierda —le espetó su gemelo—, yo quiero conocer a mi sobrina.

Aria arqueó las cejas, pero mostró su acuerdo asintiendo.

—Vais a tener que darme un poco de tiempo para conseguir eso —terció él.

Dio  un  sorbo  a  su  bebida,  más  ausente  que  nunca.  Sabía  que  se  le  estaba escapando algo, pero no lograba descubrir de qué se trataba.

—¿Qué vas a hacer ahora? —inquirió Aria.

Esperar, eso era lo que se suponía que debía hacer; sin embargo, se sentía incapaz de quedarse de brazos cruzados. Ya había perdido mucho tiempo, siete

años, no quería perder más.

Alternó  la  mirada  entre  sus  hermanos;  la  pequeña  Aria,  que  ya  no  era  tan pequeña,  había  luchado  por  Max,  había  ido  a  buscarlo  después  de  cometer  el error  de  desconfiar  de  él  y  de  sus  sentimientos;  a  Sean,  por  el  contrario,  había sido Olivia la que había tenido que sacarlo del agujero en el que se había metido.

Ninguna de las dos parejas lo había tenido fácil, pero no se habían rendido y allí estaban. Él tampoco quería hacerlo. Al final de la historia, él quería quedarse con la chica, con las dos chicas, quería una familia. Quería esos años de vuelta, y eso era  algo  imposible  de  conseguir,  pero  no  iba  a  perder  ni  un  minuto  más.  No pretendía imponerle su presencia a Maverick, pero tenían que hablar, ella debía saber lo que sentía. Todo.

—¿Recuerdas lo que  me dijiste, Aria?  ¿Lo de mostrarle  a Maverick quién soy? —Aria asintió, y le mostró su comprensión con una sonrisa—. Pues eso es todo  lo  que  tengo,  voy  a  enseñarle  quién  es  Cameron  James  Donaldson.  Ojalá sea suficiente.

—Lo será —terció Olivia, que había permanecido callada hasta entonces—.

Estoy segura de que lo será.

10

Maverick  temblaba  cuando  llegó  a  la  casa  de  dos  plantas  en  la  que  vivía desde hacía siete años, y no temblaba debido al frío.

Su tía los había acogido sin reparos, incluso a su padre, al que nunca había soportado por la manera en la que trataba a su madre. Ella lo había echado de allí poco después. Ahora, en la casa, solo había mujeres: su madre, Lily y ella. Su tía vivía en otra de las propiedades con la que contaba en el pueblo, no muy lejos de allí.

Dejó  la  tabla  junto  a  la  puerta,  sin  molestarse  en  lavarla  con  la  manguera.

En realidad, lo olvidó por completo a pesar de que era algo que hacía de forma rutinaria  cada  vez  que  llegaba  de  la  playa.  Tampoco  se  quitó  el  neopreno,  sino que entró con él puesto. La voz de su madre le llegó desde la cocina, Lily estaba con ella.

—¡Ya  he  vuelto!  —gritó  desde  la  entrada,  y  enseguida  se  encaminó  hacia ellas.

Lily echó a correr en cuanto entró en la estancia.

—Mamá, mamá —la llamó, lanzándose en sus brazos.

Maverick  sonrió  y  la  alzó  en  vilo;  cada  vez  pesaba  más  y  le  costaba levantarla del suelo, pero la cargó sobre su cadera de todas formas.

—¡Estás mojada! —chilló la niña.

Riendo, se revolvió entre sus brazos y Maverick la puso en el suelo, no sin antes  darle  un  beso  en  la  mejilla.  Lily  regresó  corriendo  junto  a  su  abuela.  La mujer estaba preparándole la merienda a su nieta. Levantó la vista de la encimera y se percató enseguida de que algo iba mal.

—Lily, cariño, ¿por qué no vas un rato a ver la tele? —sugirió, sin dejar de mirar  a  Maverick—.  Pero  solo  un  ratito.  Toma  —le  entregó  un  sándwich  a  la pequeña—. Ahora te llevo un poco de zumo.

Lily  las  observó  a  ambas  con  curiosidad,  como  si  supiera  que  querían deshacerse de ella.

—¿Vais  a  hablar  de  cosas  de  mayores?  —inquirió,  y  su  abuela  se  echó  a reír.

—Así es.

—Vamos, peque. Ve al salón. Ahora voy contigo —añadió Maverick.

La niña, no demasiado convencida, obedeció.

Becca,  la  madre  de  Maverick,  comenzó  entonces  a  recoger  los  restos  de comida y sacó una jarra de zumo de naranja del frigorífico.

—¿Estás bien? —preguntó a su hija.

—Cam está aquí. Cam Donaldson —añadió, aunque no creía que su madre necesitara  la  aclaración.  Estaba  al  tanto  de  una  parte  de  lo  sucedido  en  Baker Hills—.  Hay  algo  que  no  te  he  dicho  nunca  —continuó.  Rodeó  la  isla  que presidía  la  cocina  y  se  colocó  junto  a  ella  para  poder  hablar  en  voz  baja  y  que Lily no la escuchara—. Él es el padre de Lily, no Sean.

Tuvo  que  explicarle  algo  que  no  había  hecho  hasta  entonces.  Sus  padres nunca habían sabido a ciencia cierta quién era el padre de Lily, aunque siempre habían sospechado de los Donaldson, en concreto, de Sean Donaldson, dado que su padre la había sorprendido con él en la cabaña. Maverick dejó que pensaran que  era  él,  aunque  no  lo  llegó  a  confirmar.  De  algún  modo,  creía  estar protegiendo  a  Cam.  Todo  el  mundo  conocía  la  fama  de  ligón  de  Sean  ya  por aquel  entonces,  y  Maverick  sabía  que,  de  haberse  tratado  del  gemelo  más responsable  de  los  Donaldson,  sus  padres  podrían  haberse  sentido  tentados  de obligarlo a hacerse cargo de la niña.

—¿Cam? ¿Cam? —repitió su madre, y ella asintió—. ¿Y está aquí?

Volvió a asentir.

En  un  primer  momento,  Maverick  había  creído  que  eran  imaginaciones suyas, que su mente había invocado la imagen de Cam allí, caminando hacia ella sobre la arena con un extraña expresión en el rostro. Pero era real, Cam estaba en Half Moon Bay y quería ver a su hija.

—Quiere verla.

—Está en su derecho —suspiró Becca—. No puedo creer que me mintieras acerca de esto.

—No lo hice, nunca os dije que fuera Sean.

Su  madre  le  dedicó  una  mirada  reprobatoria,  pero  hizo  lo  posible  por  no enfadarse con Maverick. No lo había tenido fácil y ya era tarde para lamentarse por el pasado.

—No sé qué decirle a Lily —repuso ella.

Tampoco  sabía  cómo  afrontar  lo  que  había  pasado  entre  Cam  y  ella  en Baker Hills, algo para lo que no había estado preparada. Pero no dijo nada a su madre al respecto, esa era una de las partes que no le había contado de su viaje.

—Sería bueno para ella conocerlo, Maverick. Es muy lista y cada vez hace

más preguntas. Ni siquiera creo que se trague eso de que su padre vive en la otra punta del mundo y no puede venir a verla.

El  comentario  de  su  madre  la  hizo  sentir  aún  más  culpable.  Nunca  había querido confesarle a su hija que la que la había mantenido al margen de su padre todos estos años era ella… ¿La odiaría por ello? Pero Cam tenía derecho a estar con  ella,  ese  era  un  error  que  no  se  perdonaría  fácilmente,  si  bien,  en  su momento la decisión había parecido ser la adecuada.

—Preséntaselo,  que  lo  conozca  —suspiró  la  mujer,  y  le  tendió  un  vaso  de zumo—.  Luego  ya  encontrarás  la  manera  de  decirle  quién  es.  A  lo  mejor entonces también me lo cuentas a mí —añadió, sonriéndole.

Después  de  ducharse,  Maverick  pasó  un  rato  viendo  los  dibujos  con  Lily.

Esa tarde le tocaba trabajar, por lo que la niña se quedaría con su madre. Tendría tiempo para pensar y decidir qué hacer.

Aún sentía un hormigueo extraño en el pecho cuando entró en la cafetería en la que trabajaba. Había cogido el móvil y, al ver la llamada perdida de Cam, se  había  quedado  varios  minutos  observando  la  pantalla.  Incluso  ahora,  el aparato le quemaba en el bolsillo trasero del pantalón.

—¡Al fin estás aquí! —Jane, su jefa, se lanzó sobre ella y la abrazó.

Era el primer día que tenía turno después de su regreso de las vacaciones.

Jane  y  ella  eran  amigas  desde  hacía  años,  cuando  Maverick  había  entrado  allí buscando un trabajo que la ayudara a mantener a su hija y a ella misma.

—Yo también te he echado de menos —le dijo con una sonrisa.

—¿Y bien?

Maverick  arqueó  las  cejas,  aunque  sospechaba  lo  que  Jane  le  estaba preguntando.

—¿Y bien qué?

—No me hagas sonsacarte la información, Maverick, sabes que lo haría —

repuso,  señalando  la  zona  tras  el  mostrador—.  Puedo  tenerte  fregando  vasos todo el día o… mandarte a limpiar el baño si me lo pones difícil.

Maverick rio. Eso era parte de su trabajo de todas formas.

—¿Lo has visto?

Mantuvo una expresión neutra durante un instante, lo suficiente para crear expectación.  Eso  era  lo  que  le  gustaba  de  Jane,  era  capaz  de  arrancarte  una sonrisa siempre, no importa lo mal que estuvieran las cosas. Fue hasta la barra y tomó  uno  de  los  delantales  con  el  logo  de  la  cafetería  para  ponérselo.  Su  jefa observó el proceso con atención, esperando una respuesta.

Maverick terminó de atarse las cintas y alzó la mirada.

—Lo he visto —le confirmó.

Los detalles tuvieron que esperar. Los clientes no podían hacerlo y, al local, lleno a medias, comenzó a llegar más y más gente. La amistad entre su jefa y ella era una de las pocas cosas buenas que había conllevado su traslado a California.

A  ella  le  había  confiado  más  cosas  de  su  pasado  que  a  cualquier  otra  persona.

Ella era la única que lo sabía todo, absolutamente todo.

Las  horas  desfilaron  por  el  reloj  sin  pausa  y  de  forma  apresurada.  El ambiente en la cafetería siempre era bueno, y mucho de los clientes, habituales.

Maverick disfrutaba de la sencillez de su labor, pero sobre todo del trato humano y la relación con las personas que allí acudían.

—¿Qué hay, Rob? —Saludó a un chico que venía siempre a media tarde.

Solía sentarse en una de las mesas junto a las cristaleras que daban al paseo y pasaba al menos dos o tres horas allí, consumiendo un café tras otro mientras escribía  en  su  portátil.  Había  publicado  recientemente  su  primera  novela,  el inicio de una saga de fantasía, que había escrito sentado a aquella mesa.

—Tengo  una  idea…  —No  terminó  la  frase,  pero  ella  sabía  lo  que significaba.

Maverick le sonrió.

—Iré a por café.

Rodeó  la  barra  y  fue  a  por  una  de  las  jarras  y  una  taza  para  servirle;  Rob estaba  inspirado,  pero  necesitaba  su  dosis  de  café  para  funcionar.  Cuando regresó,  el  chico  ya  estaba  encendiendo  el  ordenador.  Rellenó  una  taza  grande casi hasta el borde sin decir una palabra. Probablemente, él no volvería a abrir la boca hasta que terminara su sesión de escritura.

Maverick dejó también unas galletitas en la mesa y se retiró complacida por la expresión de concentración del muchacho. Su espalda topó con alguien y fue a girarse  para  pedir  disculpas  al  cliente  con  el  que  había  tropezado,  pero  antes incluso de volverse del todo supo de quién se trataba. El aroma de Cam se coló por su nariz y la envolvió por completo, reconocería ese olor en cualquier lugar.

Aun  así,  su  cuerpo  completó  el  giro  y  sus  ojos  buscaron  el  rostro  que  tan  bien conocía.

Durante un instante, ninguno de los dos dijo nada. Fue Cam el que por fin se decidió a hablar.

—Hola.

—Hola —contestó Maverick.

Tiempo  atrás,  no  hubieran  tenido  que  hacer  ningún  tipo  de  esfuerzo  para entablar una conversación, pero para Maverick resultaba extraño ver a Cam allí, dos partes de su vida confluyendo en un mismo lugar; presente y pasado estaban ahora en aquel pequeño café del paseo de Half Moon Bay, y ella no tenía ni idea de  cómo  sentirse  al  respecto.  Entendió  lo  que  debía  haber  sido  para  él encontrársela entre los asistentes al funeral de su padre.

—No sé si deberías estar aquí. Estoy… estoy trabajando.

Él  sonrió,  una  sonrisa  de  medio  lado  que  en  otro  tiempo  la  volvía  loca; Maverick se estremeció.

—Lo sé. Solo quiero tomarme un café —le dijo, sin dejar de sonreír—. He pasado por unas cuantas cafeterías antes de encontrar el lugar adecuado.

Cam la rodeó para ir a sentarse en una mesa. Ni siquiera la rozó, pero ella fue consciente de todos y cada uno de sus movimientos.

11

Tardó  tanto  en  recuperarse  de  la  sorpresa  de  ver  a  Cam  en  su  lugar  de trabajo que Jane tuvo que llamar su atención desde detrás del mostrador.

—¿Estás bien? —le preguntó, cuando regresó tras la barra. Jane miró hacia Cam  y  luego  de  vuelta  a  ella—.  ¿Se  puede  saber  quién  es  ese  bombón?  ¿Os conocéis?

Maverick siseó para hacerla callar, aunque le pareció que la sonrisa de Cam se hacía más pronunciada.

—Cam —susurró muy bajito, y su jefa abrió mucho los ojos y los desvió de nuevo hacia él.

—¿Ese  es  Cam?  —inquirió,  y  Maverick  le  dedicó  una  mirada  de advertencia—. Nunca dijiste que fuera tan tan…

Maverick le puso la mano sobre la boca antes de que completara la frase y no la retiró hasta que estuvo segura de que no lo haría.

Cam  ya  había  sido  guapo  con  tan  solo  quince  años,  pero  ahora  era escandalosamente atractivo. Sus ojos azules, idénticos a los que veía cada día en el  rostro  de  su  hija  y  que  habían  hecho  que  no  dejara  de  pensar  en  él;  el  pelo rubio alborotado, un poco más largo que entonces; su resplandeciente sonrisa, y esa sombra de barba que le daba un toque de lo más sexy. Sin embargo, no había sido su físico lo que había atraído a Maverick. De ser así, no habría encontrado diferencia  alguna  entre  su  gemelo  y  él.  Cam  era  más,  mucho  más  de  lo  que  se veía a simple vista.

—¿Vas a ir a preguntarle qué quiere o prefieres que lo haga yo? —El tono de Jane dejaba claro lo que sucedería si era ella la que lo atendía.

Maverick la retuvo, agarrándola del brazo.

—Ni se te ocurra.

Su jefa se encogió de hombros.

—Atiéndele bien —se burló—, queremos que nuestros clientes vuelvan.

Maverick puso los ojos en blanco. Se acercó despacio a la mesa en la que se había sentado Cam; llevaba la jarra de café en la mano, pero había olvidado la taza. Tuvo que volver sobre sus pasos para coger una.

—Café, ¿verdad?

Cam  levantó  la  vista  de  la  carta  y  asintió,  y  una  cascada  de  recuerdos  se

hizo con el control de la mente de Maverick. Se esforzó para concentrarse y no derramar la bebida mientras la servía.

—No tenemos pastel de calabaza —comentó, sabiendo que era su preferido

—, pero tal vez quieras probar el de manzana.

—¿A qué hora sales?

La  pregunta  fue  tan  directa  y  repentina  que  la  pilló  desprevenida.  La  jarra estuvo  a  punto  de  resbalar  de  su  mano,  y  le  pareció  escuchar  la  risa  aguda  de Jane a su espalda. Con toda probabilidad, no perdía detalle de lo que sucedía en la mesa y disfrutaba de ello.

Agitó la cabeza, sin saber si negaba o asentía.

—A las siete —logró contestar por fin.

Cam le dio un sorbo al café y se quedó mirándola. Había una determinación en  su  expresión  que  no  había  estado  ahí  esa  mañana,  una  que  Maverick desconocía.

—Me preguntaba si querrías cenar conmigo.

Todo aquello iba demasiado rápido. Maverick no podía pensar con claridad.

—No  sé  si  es  una  buena  idea,  Cam.  —Titubeó.  Era  lógico  que  Cam  se interesase por ella o, más bien, por su hija—. Tengo que regresar a casa, Lily…

—Sí,  ya  lo  imaginaba  —la  interrumpió  él—.  He  visto  un  restaurante  al venir hacia aquí, tiene una zona de juego para niños. Puede que a Lily le guste.

Abrumada,  Maverick  balbuceó  una  excusa  y  aprovechó  la  excusa  que  le brindaba  la  llegada  de  nuevos  clientes.  Se  dedicó  a  realizar  su  trabajo  con  un esmero nunca visto; Jane era muy consciente de ello.

—Si  sigues  sacando  brillo  a  ese  plato,  lo  harás  desaparecer  —le  susurró, divertida.

Era  la  primera  vez  que  la  mujer  veía  a  Maverick  perder  la  compostura.  A pesar  de  lo  joven  que  era,  se  comportaba  siempre  con  una  madurez  que  no correspondía  a  su  edad.  A  lo  largo  de  los  años  en  los  que  había  trabajado  para ella, algunos clientes habían tratado de tontear con ella y se los había quitado de encima sin ningún problema. Pero claro, aquel no era un cliente cualquiera.

—Quiere que salgamos a cenar. Con Lily —añadió, dejando el plato con el resto de la vajilla.

Jane se apoyó en la barra, de espaldas a la clientela.

—¿Y tú qué es lo que quieres? —le preguntó—. Porque yo tengo muy claro lo que querría…

Maverick le dio un codazo para hacerla callar, pero tuvo que reírse. Su risa

atrajo la atención de Cam, que la observó con intensidad renovada.

—Te está mirando de nuevo —silbó Jane, encantada por la situación.

—Yo… yo no…

Jane arqueó las cejas.

—Tú no pareces tú, ¿tanto te impone?

Maverick  soltó  otro  plato;  lo  había  cogido  sin  darse  cuenta  y  ya  estaba reluciente.

—No sé si puedo hacer esto.

—¿Qué  es  lo  que  te  da  miedo,  Maverick?  —la  interrogó  su  jefa, arrebatándole un tercer plato—. Es el padre de Lily y está aquí, eso tiene que ser una señal.

Maverick  desvió  la  vista  hacia  la  mesa  de  Cam.  Era  el  padre  de  Lily,  sí, pero también era su primer amor, el chico del que se había enamorado años atrás, un  amigo  de  la  infancia,  un  amante  en  las  navidades  pasadas;  era  solo  una persona  y,  a  la  vez,  era  muchas.  Maverick  se  preguntaba  cuál  de  todas  ellas estaba sentada en aquella mesa.

Continuó sirviendo a los clientes sin que Cam la interrumpiera o reclamara su atención, hasta que pasó por su lado y él se dirigió a ella.

—¿Te importa ponerme más café, por favor? —le pidió, con voz suave.

Ella asintió y fue en busca de una de las jarras y galletitas para acompañar la bebida. Cuando ya había rellenado la mitad de la taza, Cam rodeó su muñeca con los dedos y la detuvo.

—Gracias —le dijo, pero no la soltó.

La sensación de su mano contra la piel trajo a su memoria lo sucedido en Baker Hills, y el calor que ascendió por su brazo comenzó a extenderse por todo su cuerpo.

—Está  bien.  Iré…  iremos  a  cenar  contigo.  Es  justo  que  puedas  conocer  a Lily.

Las  comisuras  de  los  labios  de  Cam  se  curvaron  y  el  brillo  de  su  mirada redobló su intensidad. Echó un vistazo al reloj y se puso en pie.

—Estaré aquí a las siete.

Maverick  murmuró  un  «de  acuerdo»  y  se  apartó  para  dejarlo  pasar,  pero Cam se mantuvo frente a ella. Se inclinó un poco hacia ella y, por un momento, creyó que iba a besarla. Abrumada, sus pies retrocedieron un par de pasos, a lo que él contestó con otra de sus sonrisas torcidas. No se lo estaba poniendo fácil.

—¿Vas  a  dejar  de  sonreírme  así?  —soltó,  parte  de  su  descaro  habitual

recuperado.

—¿Te molesta que te sonría, Mave?