Más allá de los planos de los vivos, en un mundo de sombras y muerte, había un hombre sentado sobre un gran trono de mármol negro. Venas negras pulsaban debajo de su piel de color gris, y una larga trenza de cabello negro le colgaba por un lado de su grande y muscular torso. Grandes argollas de oro pendían de sus orejas, y los muchos anillos que llevaba en sus dedos se iluminaban bajo la luz de las antorchas. Estaba sentado en la penumbra, en un gran calabozo oscuro donde las llamas brillaban sobre las paredes de piedra negra que parecían hechas de diamantes negros.
Un muro translúcido de energía color naranja dividía la sala y desaparecía en la oscuridad del techo del calabozo. Reverberaba y se estremecía como una ominosa advertencia a los intrusos.
Al hombre en el trono le gustaban las cosas que brillaban. Admiraba el globo que representaba el mundo de los mortales, y lo sujetaba firmemente en su mano derecha.
Escuchó pasos suaves que se acercaban.
Un hombre vestido con simple traje de cuero negro irrumpió en el salón del trono. Su pelo negro largo y capa ondulaban detrás de él como alas agitándose en el viento. Era alto y delgado, caminaba con confianza y en una forma en la que lucía su atlético cuerpo. Su rostro era feroz pero bello, y sus orejas también tenían argollas. El sonido de sus altas botas hacían eco en las paredes obscuras y húmedas del calabozo, y sus ojos, amarillos como los de un gato, brillaban bajo la luz de las antorchas.
Una criatura servil, un enano de piernas retorcidas con brazos largos como de gorila, una nariz plana y una cara repulsivamente retorcida, caminaba atrás del hombre. Su piel gris oscura era gruesa como el cuero. Parecía un cruce entre un mono y un cerdo y sus brillantes ojos rojos refulgían en la tenue luz mientras corría como un asustado perro entre los talones de su amo.
"¿Encontraste a la chica?" preguntó el hombre en el trono.
Su profunda voz de mando tenía la autoridad de un rey que había vivido muchos años entre batallas. Sus ojos de gato amarillo estaban fijos en el mundo que sostenía en su mano.
El hombre se detuvo justo delante de la pared de energía móvil y cruzó las manos detrás de su espalda. La criatura se inclinó y se quedó al lado del otro hombre.
“Sí, mi Señor", dijo el hombre con un tono ligeramente festivo.
“¿Y tuviste éxito?"
“Sí, señor Belcebú", los dientes puntiagudos y negros del hombre brillaron. "Fui muy exitoso. La Legión pensó que podrían ocultarla en el cuerpo de un mortal, pero su energía fluye con tal potencia que la pude encontrar con mucha facilidad. Los Ángeles no han cambiado mucho; siguen siendo tontos”.
Él vaciló por un momento y luego añadió con una sonrisa, "Ella es una pequeña luchadora. Peleó con fuerza, pero logré vencerla al final. Me imagino que habrán signos de su transformación muy pronto".
El señor Belcebú desvió su mirada del globo e inclinó la cabeza hacia las dos figuras.
"Estoy complacido. Esa es una muy buena noticia, Betaazu", dijo, volviendo su mirada al mundo. “¿Y la Legión no sabe nada de su… transformación? ¿No sospechan nada?"
Betaazu sacudió su cabeza. "No, mi Señor. No van a notar cambios en ella sino hasta las etapas finales de la transmutación. Después de eso, va a ser demasiado tarde para ellos. Ella estará bajo nuestro mando, la oscuridad habrá asumido el control. Ellos no tienen posibilidades, no sabrán cómo controlarle".
El señor Belcebú guardó silencio por un momento. Parecía estar pensando, sus dedos jugaban con el globo en su mano y sus ojos se deslizaron a Betaazu nuevamente.
"Cuando mi confinamiento sea levantado", dijo, señalando el campo de energía, "y mis hermanos y hermanas sean libres, tomaremos de nuevo lo que es nuestro. Acabaremos con Horizonte por habernos mantenido presos en este infame lugar abandonado. Vamos a aplastar su luz y a dejarlos en la oscuridad… el verdadero y único poder".
La voz del señor Belcebú retumbó. "Prepara a los ejércitos, atacaremos en dos lunas”.
“Sí, mi Señor", respondió Betaazu moviéndose incómodamente y retorciendo los labios, como si estuviera luchando por decir algo. Finalmente despejó su garganta.
"Mi Señor, usted perdone si soy impertinente... pero hay algo que me da curiosidad, algo que he querido preguntarle..."
"¿Sí?", dijo Belcebú perezosamente. "Dime, ¿qué es?"
“¿Por qué ella?", preguntó Betaazu.
La criatura temblaba detrás de él como si supiera que su amo había ido demasiado lejos.
"¿Por qué esta chica... este ángel? Los rumores de la caída de Asmodeus han llegado hasta el fondo del inframundo. Estoy seguro de que usted sabe que el demonio intentó reclutar a esta particular chica-ángel, pero ella no se convirtió. Ella es leal a la Legión".
"No por mucho tiempo". El rostro del señor Belcebú se crispó con molestia y enojo.
"Asmodeus era un tonto, y se merecía lo que recibió. Los demonios siempre han sido demasiado arrogantes, demasiado ensimismados para ver el valor real de las cosas. Una falla desde sus días como ángeles, estoy seguro".
Él se recostó en su silla nuevamente y continuó.
"Ella es única, no sólo entre su propia clase, sino en todos los mundos. Es esa singularidad la que hace de ella una criatura de poder sin precedentes”.
Betaazu levantó las cejas. "Pero ¿por qué, su Señoría? ¿Qué es tan especial acerca de ella? Yo sentí su energía. Era fuerte, sí, muy fuerte, pero no sentí nada que me pareciera excepcional. No es ningún demonio”.
El Señor Belcebú sonrió.
"No, ella no es como nosotros... aún no. Asmodeus pensó que sabía lo que tenía; pensó que sabía lo que estaba haciendo, pero era un tonto. Sí, ella tenía la cantidad exacta de esencia elemental mezclada con la cantidad exacta de alma de ángel y demonio para hacer de ella el ángel más poderoso que ha existido... pero en su afán de buscar el poder para sí mismo, no fue capaz de reconocer la verdad, el verdadero secreto acerca de dónde proviene ella. Acerca de su linaje".
Se detuvo por un momento, complacido con la expresión de intriga en la cara de su oficial. "Su linaje se remonta al principio de todas las cosas, a los primeros archidemonios, antes de que fuéramos confinados a esta prisión y reemplazados por arcángeles. Antes de que mis hermanos y hermanas fueran destruidos. He remontado su linaje hasta aquellos tiempos".
"Una vez que la transformación haya tenido lugar, ella se convertirá en un imparable facilitador de muerte. La oscuridad se alimenta de su energía. Tiene una vida propia, quiere vivir. Con ella junto a nosotros, la orden de los archidemonios será más fuerte que cuando combatimos contra los arcángeles. Destruiremos a los arcángeles, los ángeles y todas las cosas vivientes que son tan queridas para ellos en su precioso mundo mortal. No más árboles, agua, o seres humanos; sólo permanecerán la oscuridad y el fuego. Y luego, mi estimado Betaazu, nos regocijaremos en la oscuridad y viviremos para siempre”.
Betaazu sonrió. “Sí, mi Señor. Sé que lo haremos".
"¡Imp!", exclamó el Señor Belcebú. La criatura caminó hacia adelante, manteniendo sus ojos en el suelo y temblando.
“¿Sí, su eminencia?", dijo. Su voz era chillona y aullaba como un animal moribundo. “Yo soy tu humilde servidor. Tus deseos son órdenes. Pídeme cualquier cosa, mi Señor, lo que sea. Espero tus instrucciones".
"Sí, sí, sí. ¿Qué hay de los segadores?", dijo el Señor Belcebú impacientemente. "¿Qué tienes que reportar, Imp?"
"Sí, por supuesto, su Eminencia", dijo el diablillo, inclinándose otra vez con la debida reverencia y casi raspando el suelo con su cabeza. La criatura elevó la mirada un segundo y la bajó de nuevo.
"Los segadores se están reuniendo, mi Señor. Ciudades de todo el mundo han sido afectadas por sus guadañas y muchas almas han sido tomadas". El imp comenzó a reír, una risa enferma, húmeda, contento por lo que le comunicaba a su amo. “Cien mil denomites ya han encontrado anfitriones".
“¿Y se puede controlar a los denomites?”
Kyton levantó su mirada por un momento, jugando con sus dedos nerviosamente.
“Sí, mi Señor. Los segadores los controlan. Los segadores... son criaturas magníficas".
El resto de las palabras del imp murieron bajo la fulminante mirada de Belcebú. La criatura había dicho demasiado. Tembló y aplastó sus largos y desgarbados dedos sobre el suelo.
"Gracias, Kyton", dijo Betaazu, y pateó al imp en el estómago con su bota. Kyton rodó por el suelo y aulló de dolor. Se enrolló tanto como pudo, casi en pose de oración, y se aplanó contra el piso.
"Yo debo pedirle disculpas por mi entusiasta naturaleza, mi señor. Nosotros los imps somos… "
Betaazu lo pateó otra vez.
"Cállate, Kyton. El señor Belcebú no quiere oír tus inútiles divagaciones, imp.
Kyton tosió y dijo, viendo hacia el suelo: "Sólo vivo para servir a su señoría".
El archidemonio se aferró de los bordes de la silla para mantener su temperamento bajo control.
“¿Y qué hay de la llave?”
Kyton despejó su garganta. "¿La llave, mi señor? Oh, sí, sí, por supuesto. La llave. Tonto de mí. Claro. Hemos aislado la llave en una ubicación específica. Es sólo cuestión de tiempo para que la encuentren y la pongan a salvo, su señoría".
El Archidemonio entrecerró los ojos. "Espero, por tu bien, que esta vez tengas razón y no estés enviando a los imps en otra de tus misiones fallidas".
"No, quiero decir… sí. Digo…" Kyton se detuvo. Su voz temblaba. "No es una misión fallida. Es decir, sí soy un ´perdedor, pero no esta vez. Estoy seguro acerca de este lugar, su señoría".
El imp dirigió la mirada a su amo.
Belcebú vio a la criatura un momento más.
"Ya lo veremos. Hemos estado esperando milenios para que se de una ocasión como esta. Las profecías no significan nada, pueden cambiarse y romperse. Esto es inevitable, y tendrá que pasar. Ella será lo suficientemente fuerte como para matar a cada ángel que exista en la Legión. La oscuridad en ella romperá las barreras entre la vida y la muerte en el mundo mortal".
Betaazu sonrió malévolamente. "Esta es nuestra oportunidad. Lograremos tener éxito donde todo el mundo ha fracasado. Hemos visto a demonios como Valkmeer, Moluk y Asmodeus terminar mal. Se precipitaron demasiado, y ahora nosotros hemos aprendido de sus errores”.
“Nos levantaremos otra vez", rugió Belcebú. "Los Dioses Oscuros se levantarán otra vez",
Él se levantó de su trono, y sus enormes alas coriáceas se desplegaron sobre su espalda. Era un magnífico y aterrorizante dios de la obscuridad.
“Y ¿qué pasará con los no creyentes, mi Señor?", preguntó Betaazu.
Belcebú aplastó el mundo en sus manos creando una explosión de polvo.
"Lidiaremos con los demonios en su momento”, dijo el Archidemonio.
"Si no desean unirse a nosotros, entonces serán destruirlos".