Amarillo. Más amarillo. Por todas partes a donde veía, había amarillo. Sentía que estaba flotando en una bola gigante amarilla. No podía ver a David ni al Sr. Patterson, pero los sentía a ambos, sobre todo David. La sensación era como cuando está oscuro y no se puede ver, pero todavía puedes sentir a una persona detrás de ti.
Ella sabía que se estaba moviendo o estaba siendo propulsada hacia el lugar que el Sr. Patterson llamaba Edén. Cuando sintió que su cuerpo hormigueaba recordó la sensación que experimentaba en los tanques vega, en sus viajes de Horizonte a la tierra. Sin embargo, esto era diferente de alguna manera. No estaba exactamente segura, pero esta vez era casi como si su cuerpo hubiera permanecido intacto. No sentía que su cuerpo y su alma se hubieran desmaterializado ni que se re materializaran como cuando utiliza los tanques vega.
No era una sensación desagradable. Más de una vez creyó escuchar risas que sonaba muy parecidas a las de David. Sentía como si estuviera flotando en un sueño donde podía sentir su cuerpo, y al mismo tiempo no lo sentía.
Finalmente sintió que sus pies tocaban tierra firme. Parpadeó para acostumbrarse a la luz. Su visión se aclaró y vio a su alrededor. Un mundo de azules y verdes.
Edén era un jardín gigante. Parecía un paraíso.
Estaba parada en un gran prado con colinas verdes y doradas que se desvanecía entre lejanas montañas. Un brillante sol flotaba en un cielo perfectamente azul salpicado de nubes blancas. Había un gran río que llegaba desde el sureste y se dividía en cuatro ríos más pequeños cuyas aguas parecían ser de plata y oro.
Una brisa cálida acariciaba las mejillas de Kara y el aire estaba espeso con los ricos aromas de la tierra mojada, césped recién cortado y lilas, las favoritas de su madre. Olía a primavera, pero tenía la fascinante belleza y el color del otoño. Las hojas caían de los árboles rojos, naranjas y amarillos y flotaban alrededor de ellos como nieve multicolor. Todo tenía un color y una luz brillante que nunca había visto antes. Estaba en los árboles, las hojas, incluso las mariposas.
Y había animales.
Kara nunca había visto tantos animales en el mismo lugar. Había pájaros, gatos, perros, cerdos y caballos galopando en los prados. Lobos, linces, zorros, castores y visones caminaban por los litorales de los ríos y osos, vacas, ciervos y cabras vagaban por el bosque. Y entre los animales más familiares había animales exóticos como leones, tigres, cocodrilos, elefantes, jirafas, hienas, pandas, gacelas, cebras y ñus alimentándose y disfrutando del sol.
Había especies que no reconocía y algunos que sólo había visto en su computadora. Había miles, probablemente millones de animales e insectos en Edén, y todos compartían algo en común, todos irradiaban un tipo de luz interior.
Al ver a un gato naranja de pelo largo descansando perezosamente sobre la hierba, Kara pudo observar la luz blanca que emanaba claramente desde dentro de él, como si el gato sí mismo fuera hecho de luz.
Mariposas de todos los colores se agitaba a su alrededor. Algunas incluso se posaban en su cabeza y en su ropa, como pequeñas hadas. Las aves volaban por encima de ellos, cantando felizmente mientras se deslizaban, flotando, entre la brisa.
Kara pensó en sus propias alas. Todavía las tenía, esa parte no había cambiado. Quería saltar y volar con las aves, sentir el viento en su cara, en sus alas. Casi lo hizo, pero cuando vio a David y al Sr. Patterson, se dio cuenta de lo tonta que estaba siendo y se quedó en tierra firme... por ahora.
Esto era el paraíso. Era absolutamente impresionante. Incluso más hermoso que los bosques y las montañas de la División de Milagros, algo que no creía posible. Pero aquí estaba, mirándolo todo de cerca.
"Es hermoso", dijo Kara finalmente. "Es como un bosque encantado".
"Lo es", dijo el Sr. Patterson guardando su globo amarillo.
Kara esperaba de cierto modo que apareciera vistiendo su traje brillante de plata y pataleando encima de su esfera de cristal como los oráculos en Horizonte. Pero no era así. Llevaba su viejo traje de cuadros marrón, y no había ninguna esfera de cristal a la vista.
Kara sabía que no estaban en ningún lugar del mundo de los mortales. Este reino irradiaba una luz pura que era casi como un espíritu en sí. Estaba por todas partes, en los árboles, la hierba y en los animales.
"Este es Edén", dijo el anciano. "Es un mundo entre la tierra y Horizonte. Estamos en otro plano de existencia. Sólo las criaturas de naturaleza etérea pueden venir aquí. Y ustedes dos son los únicos ángeles de la guarda que han puesto pie en Edén”.
Kara vio un destello de miedo en sus ojos nuevamente. Ella no podía imaginar por qué sentiría miedo en un lugar como este. Era tan tranquilo y pacífico… ella se sentía segura aquí.
David observaba a Kara de cerca.
"Me siento especial en este lugar", dijo, con una sonrisa boba pegada en la cara.
Él le lanzó a Kara su espada de repuesto. "Toma, por si acaso".
Kara la tomó y la deslizó en el bolsillo de su chaqueta, aunque sentía que no iba a necesitarla en este lugar.
“Síganme”. El Sr. Patterson caminó a través de la verde y ondulante hierba.
Lo siguieron a través de la pradera, por un pequeño camino de tierra que bordeaba un arroyo de agua plateada. Pasaron junto a unos pinos enormes, del tamaño de rascacielos, y árboles frutales con flores de color rosa y rojo.
Y luego, a través de una brecha en los árboles, al final del camino de tierra, Kara pudo ver una gigante bola de cristal.
Era del tamaño de un centro comercial. Desde donde estaba, parecía que la luna había decidido posarse ahí un momento. Tenía la misma superficie pulida brillante y las mismas luces internas que los cristales que los oráculos, solamente que éste era mil veces mayor.
David silbó ruidosamente. "¿Por qué tengo la impresión de que las mujeres oráculos van a ser realmente grandes?"
Kara frunció el ceño. Tal vez David tenía razón. ¿Serían gigantes los oráculos femeninos?
El Sr. Patterson se movía lentamente, como si estuviera renuente a seguir adelante, pero lo hacía por Kara.
Cuando se acercaron más a la colosal esfera Kara pudo distinguir formas circulares envolviendo el globo en un diseño geométrico, como ventanas. Parecía una pelota de golf gigante.
Más allá del globo gigante había un patio con brillantes paredes blancas de roca que se destacaban contra la hierba verde. Había árboles con flores rosas y árboles dorados y naranjas que parecían haber sido besados por el fuego. Había enredaderas colgando sobre grandes paredes de piedra y fuentes decoradas con ciervos y caballos que rociaban agua con los colores del arco iris desde sus bocas extendidas. El centro del jardín estaba decorado con estatuas de animales.
Se movieron, juntos, silenciosamente, y llegaron a la base del globo gigante.
Los patrones circulares que Kara había visto desde la distancia y había pensado que eran simplemente un diseño exterior elaborado eran, de hecho, ventanas. La mayoría de ellas estaban cerradas, pero algunas de las que quedaban frente a la puerta de la entrada estaban entreabiertas. Por más que lo intentó, no pudo ver hacia el interior. Llegaron a una puerta redonda de cristal, y Kara pudo ver sombras grises moviéndose adentro.
David la miró con entusiasmo.
Ella sabía que él no podía esperar para ver qué tan grandes eran los oráculos femeninos.
Kara se encontró preguntándose lo mismo. Pero sobre todo, quería saber por qué el Sr. Patterson estaba tan incómodo.
El Sr. Patterson levantó tímidamente su puño, como si no estuviera seguro de si debería o no tocar. Finalmente golpeó tres veces y dio un paso atrás, se peinó el cabello en la parte superior de su cabeza y enderezó su chaqueta sin éxito, como un adolescente nervioso en su primera cita.
Kara sintió pena por él porque sin importar lo que hiciera, de todas formas se veía hecho un desastre. Entonces se le ocurrió que los oráculos debían tener algún tipo de romance. Si no, ¿para qué habría mujeres? No había romances en Horizonte, pero ¿podrían existir en Edén? Y justo cuando ella se preguntaba por qué él estaba tratando con tanto empeño de verse presentable, la puerta se abrió.
David escupió un par de palabas altisonantes.
Kara perdió su voz.
Una anciana estaba parada en la puerta. Parecía un gnomo del bosque, sólo que un poco más grande. Era pequeña y regordeta, de cerca de cuatro pies de altura. Su pelo, tan blanco como su piel, estaba escondido cuidadosamente dentro de un sombrero verde alto y puntiagudo. Vestía una túnica de color verde bosque con hojas bordadas en oro y plata alrededor del cuello y las mangas. Sus pies rosas, descalzos, se asomaban por debajo de su larga falda. Una pesada cadena de oro colgaba de su cuello, y de ella colgaba una bola de cristal del tamaño de un pomelo.
Ella levantó sus cejas al verlos, y cuando vio al Sr. Patterson apretó sus ojos, queriendo ver mejor.
"Jim", dijo, su voz fuerte y clara, "cuando los demás profetizaron tu llegada, pensé que habían ido al Río de Cristal y que habían bebido demasiado… pero ahora estás aquí".
El Sr. Patterson bajó la cabeza cortésmente. “Mistral, qué bueno verte otra vez. Ha pasado demasiado tiempo".
"Tres mil veintiséis años, once meses y tres días", dijo la pequeña mujer. Sus redondos ojos amarillos brillaban con sabiduría e inteligencia. "Todo ese tiempo ha pasado".
"Tu decidiste irte", dijo el Sr. Patterson, susurrando. "Todas ustedes".
"Sí, porque valoramos las almas de todas las criaturas", dijo Mistral. "No sólo las de los seres humanos. Todas son iguales… si es que no más importantes. El alma de cada bestia requiere cuidado. Sí, hemos decidido irnos, porque teníamos que hacerlo. Lo vimos. Lo predijeron los cristales. Los cristales nunca mienten".
La mujer cruzó sus brazos sobre su vientre redondo. "No hemos tenido que lidiar con Horizonte durante todo este tiempo. Me sorprendes, Jim. ¿Qué te trae aquí?
La cabeza de Sr. Patterson permanecía inclinada, y él evitó sus ojos. "Yo no habría venido si hubiera habido alguna otra forma. Lo juro por los cristales y las almas".
Mistral frunció los labios.
"Te creo", dijo finalmente. Kara vio un atisbo de una sonrisa en los labios de la mujer, como si estuviera disfrutando ver al Sr. Patterson retorcerse como un adolescente. ¿Era eso a lo que le tenía miedo?
"Y veo que has traído compañía".
La mujer se inclinó hacia adelante y miró curiosamente a David y a Kara. "Dos de ellos".
Sus ojos se abrieron desmesuradamente y abrió la boca cuando vio las alas de Kara. "¡Oh cielos!"
Kara intentó, sin éxito, esconderse detrás de David, pero sus alas eran tan grandes que no podía ocultarlas.
"Estos son Kara y David", dijo el Sr. Patterson. "Tutores excepcionales, lo mejor que tenemos".
"Bien", dijo Mistral con una mirada grave en su rostro, "entonces será mejor que entren. Las otras oráculos querrán ver esto por sí mismas. Síganme”.
La pequeña mujer se volvió y caminó hacia el edificio con forma de globo sin decir otra palabra. Con el Sr. Patterson por delante, Kara y David agacharon la cabeza e ingresaron por la puerta redonda.
El edificio era igual de grande en su interior. Era hueco, y sus pasos hacían eco a lo largo de sus curvos muros. No había escaleras, ni paredes, ni corredores que condujeran a otras habitaciones, era sólo un gigantesco hueco interior.
Caminaron a lo largo de un sendero marcado de amarillo que se curvaba ligeramente hacia arriba. El camino era uno de dos que se cruzaban rodeando las paredes interiores del globo y proporcionando acceso a las mesas apiladas con libros, sillas, librerías, cubículos de cristal y las áreas de laboratorio con frascos humeantes y potes burbujeantes. Las mesas y las sillas estaban fijas en el techo y en todos los lados de la enorme estructura esférica. Era como caminar en una Casa de la Risa, pero en vez de espejos en los techos y paredes, había muebles. Era lo más curioso que Kara hubiese visto nunca.
¿Por qué estaban allí? Ella se preguntaba si ella tendría tiempo para descubrir por qué los oráculos en Edén tenían mesas fijas en sus techos. Kara reflexionó profundamente sobre estos nuevos oráculos. Aparte de ser mujeres, eran muy similares a los oráculos de Horizonte. Sus ojos se dirigieron a los pies de la pequeña mujer.
Kara se inclinó y le susurró a David. "¿Dónde está su cristal?”
David sólo se encogió de hombros. No sabía por qué el misterioso oráculo femenino no corría por encima de una bola de cristal, al igual que los oráculos de Horizonte. Tal vez su cristal era el que llevaba en el cuello, pero entonces ¿por qué tenía sus pies descalzos, si no manejaba una gran bola de cristal?
Mistral descubrió a Kara mirando sus pies.
"¿Qué? ¿Esperaba ver algo diferente allí?"
Kara desvió la vista, avergonzada. "Le pido una disculpa, no quise ser grosera. Es sólo... es que estaba buscando la bola de cristal".
"Oh, ya veo", dijo Mistral, mirando al Sr. Patterson. "Bien, nosotras las oráculos llevamos nuestros cristales alrededor de nuestros cuellos con una cadena".
Ella recogió y acunó su cristal con ambas manos, frotándolo suavemente con una sonrisa en su rostro, como una orgullosa madre abrazaría a su hijo.
"Así es como siempre fue y debe ser, pero sé lo que estás pensando".
Soltó su cristal y miró al Sr. Patterson con desaprobación. “Fueron los oráculos masculinos los que decidieron montarlos como bicicletas. ¡Una noción realmente ridícula! Nuestros cristales son preciosos y no estaban destinados a ser usados de tal manera”.
"Siempre hemos tenido una conexión con los cristales, Kara", dijo el Sr. Patterson.
Su voz era casi un susurro. "Nos pareció correcto hacer lo que hicimos".
"Los cristales no son juguetes, Jim", lo regañó Mistral. "Nunca entendimos por qué los hombres necesitaban hacerlos bicicletas. Ridículo".
"Podríamos movernos más rápido de esa manera, y lográbamos hacer muchas más cosas", dijo el Sr. Patterson y agregó para sí mismo, "…y además es más divertido”.
Él levantó su voz nuevamente. "Pareces olvidar, Mistral, que Horizonte es mucho más grande que Edén. Tenemos muchos más niveles y mucho más territorio que cubrir. No era posible lograr lo que necesitábamos hacer con nuestras cortas piernas. Simplemente hicimos unos pequeños ajustes a los cristales".
Mistral levantó sus cejas. "Menores, mis ojos. Bueno, creo que es absolutamente escandaloso. Y el constante rodaje afecta su memoria", añadió con seriedad.
Kara se preguntaba si Mistral se refería al hecho de que los oráculos de Horizonte siempre se equivocaban con los nombres.
“…Eso si lo recuerdo", continuó la pequeña mujer, en una voz con tono autoritario. "Pero finalmente, no es asunto nuestro cómo se adapten a sus cristales."
Ella miró a Kara y continuó, "Los hombres siempre han hecho las cosas de manera diferente. Somos iguales... pero diferentes".
Se detuvo y vio de frente al Sr. Patterson. “¿Y dónde está tu cristal?”
El Sr. Patterson dio unas palmaditas en el bolsillo delantero de su chaqueta. "Nunca salgo de casa sin él", dijo, sonriéndole con orgullo. Su inquietud parecía haber sido sustituida por el deseo de complacerla.
"Hmmm", dijo Mistral, y giró. Kara pudo ver una sonrisa juguetona en su cara cuando continuó con su camino.
Kara sonrió. Le agradaba esta pequeña mujer entrometida. Le recordaba a su propia abuela; severa, pero con un gran corazón. Y claramente le gustaba embromar al Sr. Patterson. Era algo casi tierno. Eso le dio el valor de hacerle una pregunta.
“Disculpe, ¿oráculo Mistral?", dijo Kara, esperando no resultar impertinente por hablar fuera de turno. "Usted dice que Edén es un lugar para las almas de las bestias... para las almas de todas las criaturas. ¿Eso significa que los animales nos vimos anteriormente eran…? "
"Almas", respondió Mistral. Ella volvió la cabeza hacia Kara mientras caminaba. "Sí, tu encontrarás las almas de todo ser viviente aquí, desde una minúscula hormiga hasta un elefante, de mariposas a árboles. Todo tiene un alma. Y aquí, en Edén, nosotros nos ocupamos de todas ellas”.
. "Es por eso que tienen una luz dentro de ellos. Es su alma", dijo Kara.
"Sí".
"Entonces, ¿sólo permanecen aquí?" preguntó David. Kara podría ver que sentía tanta curiosidad y asombro por este lugar como ella. "¿No reencarnan al mundo mortal, en animales bebé e insectos bebé, al igual que los seres humanos?"
Mistral suspiró pesadamente. "Bueno, algunos lo hacen, algunos no. Depende. Algunas de las almas que llegan aquí no quieren volver. Y ¿cómo culparlos? En el mundo de los mortales los matan para obtener sus pieles, son quemados, pasan hambre, son perseguidos, maltratados y comidos. Eventualmente algunos deciden volver, pero puede tomarles décadas el decidirse".
En el medio de la esfera, veinte mujeres oráculo estaban trabajando sobre grandes libros colocados a lo largo de una gran mesa de roble macizo. Vestían el mismo tipo de traje y sombrero puntiagudo alto como Mistral, pero en rojo, amarillo, rosa, azul, púrpura y naranja brillante. Estaban discutiendo fuertemente.
"Te estoy diciendo que gacela # 1908 está lista para volver", decía una mujer oráculo en un manto púrpura. "Ella misma me lo dijo".
“No puede ser”, decía otra en un traje amarillo.
Se rascó la parte superior de la cabeza y agregó: "Según el libro de contabilidad no. 2014, apenas llegó aquí hace cinco años. Es demasiado pronto. Envía a otra".
"No, ¡no es así!" dijo otra.
"Sí es".
"No…"
A medida que Kara y los demás se acercaba a la mesa, las oráculos callaron. Sus ojos dorados viajaban del Sr. Patterson a David, y finalmente todos descansaron en Kara… más específicamente, en lo que estaba detrás de ella.
Mistral se paró frente a la mesa. "Oráculos. ¿Recuerdan a Jim?"
A la mención de Jim, las mujeres repentinamente se vieron molestas. Bajaron la vista a los pies del Sr. Patterson, esperando ver un gran cristal.
El Sr. Patterson sonrió nerviosamente e inclinó la cabeza en un saludo.
"Oráculos".
"Ha traído a dos guardianes con él. Estos son David y Kara".
Cuando Kara oyó su nombre, sus alas se agitaron involuntariamente.
Las oráculos saltaron a sus pies y sujetaron los cristales alrededor de sus cuellos como si quisiera protegerse de Kara, como si fuera una bestia peligrosa.
"¡Por el poder de las almas!" gritó una oráculo. Se hizo hacia atrás, tropezándose con su manto rojo, y cayó.
"¡Lo sabía! ¡Tenía que ser un hombre al que se le ocurriera hacer algo como esto!" espetó la más alta del grupo. Su sombrero amarillo cayó de su cabeza.
A Kara le dolía ser tratada como un monstruo. Las oráculos la miraban con el mismo miedo e incredulidad que el Sr. Patterson había demostrado cuando había visto por primera vez sus alas.
Kara descubrió a David mirándola. Ella odiaba la piedad que sabía que sentía por ella. No había nada peor que sentir que la compadecían.
"Calma, Niri", dijo Mistral. Su expresión se suavizó cuando vio la mirada de angustia en el rostro de Kara. Ella le dirigió una corta sonrisa.
"No creo que Jim haya traído algo de gran mal, si hubiera sabido lo que era. Puede ser un hombre, pero estoy segura de que no nos pondría en peligro nunca. Se le dio el cristal amarillo para que pudiera llamarnos si necesitaba ayuda".
"Todas estuvimos de acuerdo en eso", les recordó, y ahora él está aquí, y por lo que veo, necesita nuestra ayuda. ¿Jim?"
El Sr. Patterson despejó su voz y estiró su chaqueta nerviosamente. "Oráculos, lo que Mistral ha dicho es verdad. He venido a buscar su consejo. No puedo explicar lo que le ha sucedido a Kara, pero les diré lo que sé".
A medida que el Sr. Patterson relataba los acontecimientos que rodeaban el nacimiento de las alas de Kara, todas las oráculos se interesaron en la plática. Una por una fueron acercándose para lograr verla más de cerca. Le inspeccionaban como a una rata de laboratorio. La empujaban, jalaban, observaban e incluso olían sus alas.
"Ay, ¡eso duele!" exclamó Kara cuando uno de las oráculos intentó cortar una muestra del ala.
"Me temo... Espero que..."
El dolor reflejado en la cara del Sr. Patterson hacía que Kara se sintiera aun peor.
“… espero equivocarme”.
Kara vio los rostros a su alrededor. Su miedo se había convertido en una gran tristeza.
"Ustedes saben lo que es esto, ¿no? Puedo verlo en sus rostros. ¿Saben lo que significan estas alas? Díganme. Por favor".
Una oráculo con una ligera túnica azul se dirigió hacia Kara, tomó sus manos entre las de ella, y Kara se encogió al sentir lo frías que estaban las manos de la anciana. Era como tocar el hielo.
"Verdaderamente lo siento, pequeña guardián. Se trata de una grave carga la que llevas".
Kara retiró las manos.
"¿Por qué resulta tal alboroto el tener alas? Las aves tienen alas".
"Pero no eres un pájaro ni una mariposa", dijo otra oráculo. "Eres un ángel, un protector de almas y vidas humanas. Y los ángeles de la guarda no se crearon con alas”.
"Está bien... lo entiendo. Los ángeles no tienen alas". Kara no quería ser grosera, pero estaba empezando a molestarse. “Y ahora tengo un problema, porque tengo alas. Digan lo que están pensando. Adelante, puedo soportarlo. ¿Qué tan grande es este problema?”
Mistral habló. "Todas hemos visto alas como las tuyas antes, Kara. Hace mucho tiempo”
"Bien, eso es bueno, ¿o no?”
El oráculo sacudió la cabeza. "Para decirlo a tu manera, no. No es bueno. Es lo contrario de bueno. El peor tipo imaginable".
Kara sintió como su pequeña burbuja de esperanza estallaba.
"En el principio, sólo una criatura fue hecha con alas", dijo Mistral.
"Eran las criaturas más viles y peligrosas que hayan existido. Eran los archidemonios".