Capítulo 25

Annibal ni siquiera se despertó cuando el Mustang quedó aparcado en el interior del garaje. Tuvo que ser el Lobo quien sacudiese suavemente a su amigo tras abrir la puerta trasera izquierda. El chico se echó hacia atrás con brusquedad nada más despertar. Cuando consiguió ubicarse en el tiempo y en el espacio, se levantó con cuidado y salió del vehículo. Le pidió disculpas a Rafael, quien le restó importancia. Scorpio se pasó los dedos por la cabeza y supo que ya nada quedaba del peinado impecable con el que había salido por la mañana. Luego se miró las manos. Teñidas de sangre seca, estaban doloridas. Presentaban múltiples contusiones derivadas de los puñetazos, así como cortes debido a los afilados restos dentales. Pensó en que tendría que limpiar muy bien los asientos del coche para eliminar cualquier posible rastro indeseado. Pero no sería ese día.

Eran las dos y cuarto de la tarde. Los tres entraron directos al interior de la casa. El Lobo encabezaba el grupo y Biaggi era quien lo cerraba. Cuando llegaron al pasillo principal, se pudo escuchar el sonido de la televisión. Tan solo el dueño no se extrañó.

Angela salió a su encuentro.

La mujer solo vestía una camiseta blanca prestada que cubría lo justo. La sonrisa de sus labios murió antes de nacer. Que Annibal hubiese aparecido con dos de sus amigos no significaba nada en comparación al aspecto que este presentaba. Sin poder controlarlo, su corazón empezó a latir muy deprisa. La expresión del chico, al igual que la de sus compañeros, era lúgubre. Se fijó en que él ahora llevaba el pelo revuelto. Unas manchas extrañas se apreciaban sobre la tela oscura de su ropa. Sangre. La misma que ensuciaba su rostro, brazos y, sobre todo, manos. La primera reacción de Angela fue quedarse quieta, sin poder hacer otra cosa que mirarle. Una alarma se encendió en su cabeza. Pensó que podría estar herido. Quería acercarse, pero no se atrevía. Ignoraba cuál podría ser su reacción.

Annibal supo que necesitaba un pretexto. ¿Qué excusa podría haber para alguien cubierto de sangre que no presentaba una herida importante? Rehuyó su mirada. No era así como debía haber ocurrido. Él no tendría que haber vuelto a casa con esa apariencia y, de haberlo hecho, le tendría que haber dado tiempo a limpiarse antes. Pero ya no había vuelta atrás.

—Podéis marcharos, ya me apaño solo —anunció Annibal. Aún tenía la voz rasgada.

—Como quieras —respondió Sandro. No le había sorprendido que la belleza rubia que conoció hacía una semana estuviese en aquella casa y ligera de ropa. Sin embargo, le inquietaba cómo podría responder su jefe ante ella. Deseaba que no cometiese ningún disparate.

—Estamos en contacto —propuso el Lobo.

—Mañana —impuso Scorpio.

Antes de marcharse, Rafael le dio una pequeña palmada en el hombro. Annibal agradeció en silencio aquel gesto cargado de significado. Tenía muy en cuenta la actitud de ambos en tales circunstancias. El sonido de los pasos se desvaneció en la distancia, siendo el golpe de la puerta el final de la melodía. Lo único que se escuchaba eran las voces del televisor.

—¿Qué... te ha pasado? —se animó a preguntar Angela. Intentó ocultar los rastros de temor, pero no le salió muy bien.

—Nada —soltó él, seco. Creyó que era lo mejor para ella. Sin más explicaciones, comenzó a andar hasta el amplio cuarto de baño del piso inferior. De repente se vio con un desorden enorme dentro de la cabeza. Quiso que la chica no fuese detrás, pero no tuvo tanta suerte.

—¿Cómo que nada? ¡Estás lleno de sangre! —exclamó ella. Caminaba a paso ligero para poder seguirle el ritmo. Él no contestó y eso la puso todavía más nerviosa—. ¡Joder, dime algo! —La respuesta no llegaba—. ¡Annibal!

—Déjame en paz.

El hombre se arrepintió de inmediato. Le hizo sentir aún peor.

Abrió la puerta del lavabo, encendió la luz y entró. Angela se quedó en el umbral, mirándole. Ahora tenía que afrontar la nueva situación y no tenía ni idea de cómo iba a hacerlo. Desde luego, no podía pasar por alto que le hubiese visto con ese aspecto.

—No me hables así, no tengo la culpa de lo que te haya pasado —le soltó Angela, molesta. Esa manera de dirigirse a ella le había afectado más de lo que estaba dispuesta a admitir ante sí misma.

—Pues deja de preguntar, coño —gruñó Scorpio mientras abría el grifo y dejaba caer el agua sobre sus manos machacadas. El contacto frío del líquido le hizo daño. Cerró los ojos un segundo. La sangre seca teñía de escarlata la corriente. Las heridas de los nudillos se apreciaban mejor una vez limpias. Escocía. Procuró no manifestarlo.

—¿Cómo quieres que no pregunte viéndote así? —La entonación que utilizó la rubia en esta ocasión fue tan desagradable como la que acababa de escuchar. Podía llegar a entender que no estaba en su mejor momento después de lo que fuera que hubiese ocurrido, pero no tenía por qué aguantar que la tratase así. Y no se iba a quedar callada.

—Hay cosas que no tienes porqué saber —aseguró Annibal. Le sorprendió tal carácter. Sabía que ella tenía razón, pero le agobiaba la insistencia. Debía controlarse. Y tenía que pensar muy bien qué camino quería tomar.

—No te preguntaría si no quisiera saberlas —le recordó la mujer. Se adentró en el cuarto de baño hasta situarse a su altura.

—No era una sugerencia.

Angela ignoró esa nueva salida de tono. El gesto de su rostro se agravó. Le miró las manos. Vérselas dañadas hizo que acercara las suyas para cogerlas bajo el agua fría. Él hizo el ademán de retirarlas por puro reflejo, pero no completó el recorrido. Sentir los dedos suaves cerrarse en torno a su piel irritada supuso alivio, no tanto en las manos como en el ánimo. Reparó en cómo procuraba no tocarle las heridas. Se estaba calmando.

—Es mejor así —añadió el chico. Acontecía una poderosa lucha en su interior cuyos bandos enfrentados eran la seguridad de la chica y la propia. El hecho de que estuviera allí con él en lugar de haber salido corriendo dificultaba sus decisiones. Respiró profundamente.

—¿Tan malo es? —preguntó Angela. Estaba preocupada. Abrió las puertas de los pulcros armarios del lavabo en busca de algo con lo que sanarle los cortes. Encontró alcohol.

—No te haces una idea.

Annibal pensó que, si la mujer hubiese presenciado lo que había hecho por la mañana, no querría ni acercarse a él. Buscó los iris oscuros con los suyos marrones. La luz blanquecina del lavabo intensificaba el color. A pesar de que la pistola reposaba en su espalda, se sintió desarmado frente a ella. Rompió la conexión al notar el contacto del etanol con sus lesiones. Cerró fuerte los ojos. La intensa quemazón hizo que contrajera los dedos. Consiguió mantener las manos bajo el chorro con estoicismo. Angela le cubrió la piel con agua fría para aplacar el dolor. Vio que apenas quedaban manchas rojas en las manos, a diferencia de los brazos y el rostro.

A la chica no le cupo ninguna duda: esa sangre no era de él. Contuvo un estremecimiento.

Scorpio cerró el grifo. Se apoyó en los bordes de la pila del lavabo. Dejó caer la cabeza hacia delante y sus hombros quedaron en una posición más alta.

—¿Me vas a contar qué te ha pasado? —la improvisada enfermera rompió el extraño silencio. No confiaba en que llegara a responderle, pero resultaría forzado fingir que no había visto nada.

—¿Por qué no puedes simplemente pasar del tema, Angela? —El traficante volvió a ser brusco. No entendía el motivo que la impulsaba a pedir explicaciones. Nunca nadie las requería y mucho menos él las contestaba. Pensó que la culpa era solo suya por dejar que se quedara la noche anterior. Pero tampoco había previsto que la visita a Johnson City acabaría así.

—Porque no. Porque no es normal ver que el hombre con el que te estás acostando aparece por la puerta cubierto de una sangre que probablemente no sea suya —le reprochó Angela. Había alzado la voz. De pronto advirtió que podría estar metiéndose en pantanos peligrosos.

—¿Qué sabrás tú lo que es normal? ¿Follamos dos veces y ya estás exigiendo? —gritó Scorpio.

La nueva e incipiente furia no impidió que otro golpe interno le reprendiera por ese comportamiento. Su orgullo hablaba por él. Volvía a perder los papeles. No supo frenar el impulso que le recorrió como un latigazo y descargó su puño derecho sobre el espejo. Reventó el centro y resquebrajó el resto. Le ardieron los nudillos. Se le clavaron algunos fragmentos de cristal. Reprimió un quejido y retiró la mano. Cayeron abundantes gotas de sangre sobre la pila blanca.

—Cúrate tú solo. —La rubia le tiró el bote de alcohol al pecho. Este rebotó y cayó al lavabo, manchándose de rojo. Ya había aguantado suficiente—. Que te jodan.

Angela se dio media vuelta. Se sentía muy estúpida. Cuando estuvo de espaldas notó, impotente y asustada, cómo los ojos empezaban a picarle. Él estaba en lo cierto. Se conocían de apenas dos semanas y nada de lo que habían hecho le otorgaba ningún derecho. Pensaba que entonces nada la hacía especial ante sus ojos. Solo era… sustituible. Se sintió más ridícula todavía. ¿Cómo era posible que estuviese pensando eso? Para su desgracia, acababa de descubrir que le afectaba de aquella forma porque sentía cosas que no debía. Se mordió el labio inferior. No tendría que haber sucedido, tendría que haber sido solo sexo. Pero no lo había podido controlar. Se dispuso a salir del cuarto.

—Espera, joder.

Más que una orden sonaba como una petición.

Tras debatir en milésimas de segundo si hablar o no, Annibal al final había cedido. Había tenido que tragarse su terquedad para no dejar que las cosas se truncasen de un modo irreversible. Estaba acostumbrado a que Deborah, la mujer que más le conocía, acatara sus malas maneras sin apenas replicar. Sin duda, el temperamento de Angela no era igual. Si la chica salía por esa puerta, con toda seguridad no volvería a verla. O eso pensaba. No sabía muy bien por qué, pero no quería dejarla escapar.

Angela se paró. Dudó. Resignada, se dio cuenta de que había esperado que la detuviera. Se giró tras la pausa. Había enfado en el modo de mirarle. Sus pestañas parecían desprender escarcha.

Scorpio la encontró irresistible, tan seria.

Él volvió a abrir el grifo para lavar la sangre nueva de sus nudillos. Golpear el espejo no había sido la mejor idea. Otro componente de la casa que tendría que cambiar. Cortó la corriente cuando creyó que la hemorragia se encontraba bajo control. Se secó las manos con una toalla beige que colgaba cerca. Tiñó las zonas que estaba tocando. Le dolía.

—Siento… haberte hablado así. No he tenido un buen día.

Si alguien que le conociera le hubiese escuchado, no se lo creería. Se le había olvidado la última vez que su orgullo le había permitido disculparse en circunstancias parecidas. Tenía tanto mérito como no haber saltado cuando la mujer le había encarado.

Se acercó a ella y se paró en frente. Le acarició una mejilla con la mano fría. Había sido un gesto tan delicado que parecía imposible que perteneciera al mismo que había cometido el brutal asesinato por la mañana. El roce despertó una nueva vibración dentro de Angela. Pero no se movió, tan solo le miraba.

—Será mejor que te cambies de ropa.

Él había vuelto a ganar.

Lo primero que hicieron después fue comer. Ella le había estado esperando y él no había probado bocado desde aquella cafetería de carretera. Prepararía algo rápido. Estaba cansado y no le apetecía esmerarse demasiado. No sentía la necesidad de sorprender a la mujer con sus dotes culinarias. En veinte minutos tuvo listos dos platos de macarrones con tomate y un par de filetes de pollo a la plancha. Angela se había encargado de preparar la mesa. Apenas hablaron. La serie de televisión que estaban emitiendo salvaba ese momento incómodo. Annibal apenas prestaba atención al diálogo entre aquellos dos personajes de comedia fácil.

Ella acabó de comer primero. Cuando lo hizo el otro, la mujer se levantó de la silla y recogió los platos y demás enseres que habían utilizado. Antes de marcharse a su habitación, él terminó de llevarse a la cocina lo que quedaba.

Angela había estado repitiendo mentalmente la discusión. Al final decidió ir tras él, no tendría sentido quedarse sola allí abajo. Cuando llegó al dormitorio, abrió la puerta con cierta timidez. Le encontró rebuscando en su armario. La joven se sentó a los pies de la cama. Resultaba extraña la distancia que de repente parecía haber entre ellos. Cuando el hombre hubo recopilado algunas prendas, las dejó en el sillón de la esquina. A continuación, cansado de darle vueltas a lo mismo, se sentó a su lado.

—En ningún momento quería que pasara esto —se sinceró Annibal. Se le daba peor abordar esa conversación que terminar con la vida de un hombre. Tenía la mirada fija en algún punto del suelo.

—¿Que pasara el qué? —También ella encontraba interesantes otros lugares de la habitación. No se le había escuchado muy bien.

—Es demasiado pronto, joder.

—Creo que a los dos nos ha quedado claro que solo han pasado dos semanas desde que nos conocemos. —Se encogió de hombros.

—Precisamente.

Aquello no tenía manual de instrucciones. No comprendía por qué tenía que ser tan complicado. El hecho de que ella se terminase alejando y se acercara a la policía era posible. Lo más inteligente por su parte sería tomar cartas en el asunto y silenciarla para siempre. No. No podía hacer eso. Tan solo le había visto cubierto de sangre, nada más. Lo que le pedía el cuerpo era afrontar la realidad de otra forma. Una forma menos suya. No entraba en sus planes hacerle daño. Era una situación que se había adelantado muchísimo. Tenía que tantear el terreno.

—Hay cosas que…

—Déjalo. No tienes que explicarme nada.

—Angela, necesito saber que puedo confiar en ti.

—¿Te fías de mí? Solo hemos follado un par de veces —le citó. No pudo evitarlo, aun a riesgo de empeorar el curso de la tarde. Era un comentario que la había herido.

—Necesito oírte decir que puedo confiar en ti —insistió el chico. Contó hasta tres mentalmente para no responder a la provocación.

—Annibal, puedes confiar en mí.

Eran simples palabras, pero él tenía la imperiosa obligación de creerlas para resistirse a actuar como su instinto le ordenaba. Había llegado a la conclusión de que merecía la pena darle una oportunidad. Debía llevar la cautela al extremo.

—¿Lo que ocurrió esta mañana tiene que ver con los policías de anoche? —osó preguntar Angela. Se vio a sí misma caminar por el filo de una cuchilla gigantesca.

—Algo tuvo que ver, sí. —Para Scorpio fue bastante violento reconocerlo. No hablaba de sus asuntos con gente que no fuera de su estricta confianza.

—No te dedicas al negocio de los coches, ¿verdad?

Casi pudo escucharse el sonido de un vasto bloque de hielo precipitarse contra el suelo oscuro de la habitación. Pese al calor veraniego, les llegaba el frío del iceberg invisible. Fue la primera vez que se decidió a mirarla desde que se había sentado en la cama. Angela apenas pestañeaba. Él se fijó en aquellos labios apetecibles. Desechó de inmediato el capricho loco de besarlos. Sabía que era una mujer muy avispada, su conclusión no le sorprendió.

—No te mentí en eso —aseguró Annibal. Odiaba aquel sábado. Leyó entre líneas las intenciones que se escondían detrás de la pregunta. De nada serviría seguir utilizando el doble sentido.

—Seguramente no esté bien que hable de esto, pero creo que hay algo más. —Angela se esforzaba por permanecer imperturbable.

No quería decirlo en voz alta. Al menos no hasta que él confirmase o desmintiese. Volvió a saberse al borde del abismo.

Scorpio retiró la vista. Supo que no lo tenía que haber hecho cuando ya era demasiado tarde. ¿Qué era lo que ella sabía? ¿Serían solo teorías? ¿Prefería que terminara enterándose por terceros? ¿Y hasta qué punto eso le importaba a él? No le parecía correcto dejar que fuesen los rumores los encargados de presentarle, solían distorsionar la información. En cualquier caso, era ridículo actuar como si lo que Angela había planteado fuese una locura. La chica había tenido el valor de poner la cuestión encima de la mesa, tenía que responderle a la altura.

No tenía muy claro cómo debía empezar, qué palabras emplear para explicarse sin desvelar nada más allá de su intención. Tal vez ella se asustara. Tal vez estuviese a punto de cometer la mayor estupidez de la historia. No se iba a echar atrás. Y, como no encontraba la expresión adecuada que resumiera lo que tenía en mente, optó por quedarse en silencio. Por lo menos al principio. Condujo la mano derecha a su espalda, empuñó el arma sujeta por el pantalón y la sacó.

Al ver la Desert Eagle, Angela se sobresaltó. La piel de su rostro adquirió un matiz más pálido en cuestión de segundos. Se relajó cuando observó que Scorpio cogía la pistola despreocupado y sin apuntar hacia ella. Solo se la enseñaba. La rubia se fijó en él, en sus gestos, en el modo en el que dejó el arma encima de la cama. Intentó adivinar lo que pensaba. Una pérdida de tiempo.

—No voy a hacerte daño —aclaró Annibal. No dejaría que existiera ni la más remota posibilidad de que hiciera conjeturas erróneas—. Me extraña que Deborah no te contara nada. —No dudaba de la lealtad de la morena, estaba probando a la mujer de su izquierda.

—Por supuesto que Deborah no me ha dicho nada —se apresuró a responder. Esa no había tenido nada que ver—. Uno de mis trabajos es en un pub nocturno. La gente habla.

—¿Y crees todo lo que la gente dice?

—Solo lo que puede ser verdad.

—¿Qué has escuchado? —se interesó Scorpio sin alterarse. No era ninguna novedad que pudieran comentar sobre él en entornos que no controlaba.

—¿Quieres saberlo? —Era una cuestión más bien retórica. El hombre asintió con un leve movimiento de cabeza—. Narcotraficante.

El hombre suspiró sin emitir ningún sonido. Era chocante la pasmosa tranquilidad con la que Angela había pronunciado la última palabra. Notó cómo descendía su nivel de tensión, igual que lo hacía el mercurio de un termómetro en invierno. Era como si ya hubiese hecho la mitad del trabajo, salvo porque la desconfianza no le permitía relajarse.

—¿No vas a decir nada? —preguntó Angela. Tenía la pistola tan cerca que podía cogerla si estiraba la mano.

—¿Qué quieres que te diga? —No iba a negarlo—. ¿Quién te ha dicho eso?

—La noche que vinisteis al Hot Fire —respondió la chica. Lo recordaba como si fuese el día anterior. En ambas ocasiones había terminado en aquella misma cama—. Me vieron contigo y, en una de las veces que fui al baño, me preguntaron que si no sabía quién eras. Algo me comentaron y me dijeron que tuviera cuidado.

—¿Cuidado? —repitió él con cierto sarcasmo.

—Annibal, me da igual. Me da lo mismo que seas… Me da lo mismo lo que hagas.

Era algo inverosímil para él. Respiró más tranquilo. Ella se lo había tomado sorprendentemente bien. Había sonado muy natural, supuso que había tenido tiempo para pensar. Y se encontraba allí a pesar de todo.

—¿Por qué no me dijiste nada? —preguntó Scorpio.

—Porque no es algo de lo que se hable. ¿Me lo habrías contado si no te hubiese visto hoy así?

—No.

—Lo habría terminado sabiendo.

Un nuevo silencio. Se escuchaba un repiqueteo suave en el cristal de la ventana abierta de la habitación, así como en el alfeizar y en la lejanía de la calle. En algún momento de la tarde las nubes se habían hecho con el control del cielo. La brisa les llevaba el inconfundible olor de la lluvia. Ambos se dieron cuenta de que habían llegado a un punto muerto.

Angela se sintió como una adolescente. No creía que su opinión pudiese importar demasiado cuando el hombre se dedicaba a esa actividad desde muchísimo antes de conocerla a ella. Su dinero y sus bienes eran la prueba. Pero no había mentido: no le molestaba. Y, sinceramente, le creía cuando había dicho que no le haría daño.

—No te lo montas nada mal.

La cantante se encogió de hombros. Allí ya no había lugar para el nerviosismo, no después de la sinceridad de la reciente conversación. No cambiaría su forma de pensar sobre él. Creyó que ya era mayorcito para saber lo que se hacía.

Los labios de la mujer se transformaron en una amplia sonrisa que descubrió sus dientes blancos. Se colocó un mechón de cabello dorado detrás de la oreja. Cruzó las piernas suaves y desnudas terminadas en pies descalzos. Consiguió que él también sonriera por primera vez desde que había vuelto a casa.

—Y, a juzgar por la fiesta en la que te conocí, debes de ser de los importantes. —Angela dibujó una mueca casi pícara. Recordó las caras avergonzadas de los hombres aquella noche en el Hot Fire, cuando habían llegado juntos a la mesa.

—Eres muy observadora. —Scorpio rio por lo bajo. No le pasaron desapercibidas las rápidas conexiones que debía de estar haciendo. No escucharía de su boca que se trataba del líder de la organización. Ni siquiera había admitido de forma explícita sus actividades.

—No voy a preguntarte sobre lo que sea que hayas hecho esta mañana. No me interesa saberlo —decidió ella. Había cambiado sin querer “lo que te ha pasado” por “lo que has hecho”. Entendía que los asuntos turbios en los que estuviera implicado solo le concernía a él y a la gente con la que trabajaba. Con la confirmación por su parte, todo era más fácil.

—Me alegro de que pienses así —admitió Annibal. Iba dándose cuenta del intelecto de su compañera de cama, pero posiblemente todavía no conocía el alcance de lo que esa cualidad suponía en ella. Le resultaría interesante descubrirlo. Ensombreció la mirada—. No creo que haga falta que te diga esto, pero tengo que hacerlo. Comprenderás que tienes que tener la boca cerrada. —Remarcó la última palabra—. Es muy importante, Angela. No puedes decir nada a nadie de lo que sabes o lo que creas que sabes. Me importan una mierda las conjeturas de los imbéciles a partir de lo que han oído, pero las afirmaciones directas no son una opción. Tú hoy no has visto nada. De lo contrario, me veré obligado a hacer algo que te juro que no quiero. Me entiendes, ¿no?

—Perfectamente.

No le había afirmado, con esas mismas palabras, que si hablaba iba a tener que matarla. No hizo falta. El siniestro mensaje fue comprensible. El vello rubio de la mujer se erizó. Angela sabía que, llegado el caso, lo cumpliría. Pero se dijo que no tenía por qué preocuparse, no estaba en sus planes cometer una metedura de pata tan nefasta.

—¿Alguna pregunta más, señoría? ¿O me deja libre ya? —bromeó Annibal. Su media sonrisa había regresado.

—No, no. Puede marcharse. Si se me ocurre alguna otra cuestión, ya volveré a ponerme en contacto con usted.

Angela había hablado con tal naturalidad que el hombre pensó que bien podría ganarse la vida como actriz. Pero la risa la delató.

—Bien. Pues entonces voy a ducharme.

Antes de levantarse, Scorpio cogió su pistola de encima de la cama. Se la llevó al cuarto de baño de su habitación. No tenía miedo de que ella la pudiese coger, no creía que la supiese utilizar, pero prefería tenerla a su lado y bien visible. Era una de sus manías. Cerró la puerta una vez estuvo dentro.

Angela no se movió del sitio. Se sentía bien por haber accedido a él, por la confianza que había depositado en ella. Si rememoraba el transcurso de la conversación, veía que el hombre no le había dicho nada en absoluto. Todo habían sido meros dobles sentidos y datos que daban por hecho otros. La forma de manejar la información y la ausencia de negación hablaban por sí solos. Al igual que también hablaba por sí sola la estúpida sonrisa que de repente descubrió en su cara. La hizo desaparecer. Era evidente que el físico imponente ya no era lo único que le atraía de él. Procuraba, por su propio bien, controlar ciertas emociones.

Bajo el agua caliente, Annibal estaba disfrutando de un placentero estado de relajación. Los restos de sangre de sus brazos y rostro ya habían desaparecido. Lo primero que había hecho fue enjabonarse para borrar esas marcas. Ponía especial cuidado en que los chorros no incidieran directamente en sus manos, le hacían daño. Evitó pensar en nada de lo acontecido ese día. Apoyó el hombro en los azulejos mojados de la pared. Sintió fría la superficie. Estaba tan a gusto que, si dispusiera de una cama allí dentro, se quedaría dormido. El cuarto de baño pronto empezó a inundarse de vapor. El agua estaba muy caliente.

De pronto escuchó algo dentro del espacioso plato de ducha. Sonrió. No se movió. Notó un roce en la espalda que se inició a la altura de los hombros y le recorrió toda la columna vertebral. Su cuerpo se erguía con el paso de los dedos. Todavía no quería darse la vuelta porque, si lo hacía, lo que vería prendería fuego incluso debajo del agua. Se propuso aguantar unos minutos más. Era una ardua tarea con las manos de Angela deambulando por su cuerpo sin restricciones. Ella se recreó cuanto quiso en su espalda. Luego se aproximó tanto que notó las formas femeninas presionar contra él. Desde esa posición, la mujer llegaba a acariciar su abdomen marcado.

Annibal apoyó ambas manos en la pared blanca que le quedaba enfrente. Los rasguños se hicieron notar, sobre todo los que herían sus nudillos. La joven buscó los brazos masculinos y le arañó con suavidad la cara interna de los bíceps. Él no necesitaba mucho más para perder el contacto con la realidad. Solía sucederle cada vez que tenían sexo. No recordaba que ninguna otra mujer se detuviera tanto en los preliminares como lo hacía ella. Y habían sido muchas. El hombre había descubierto que le encantaba que fuera así. Maximizaba su excitación. Como ahora. Angela, a sus espaldas, buscó su zona más erógena. Una descarga le recorrió por completo. Se dejó hacer.

Hasta que se dio la vuelta.

Quedaron cara a cara. Scorpio inspeccionó cada centímetro de la mujer. Era la primera vez que la observaba desnuda bajo una luz más brillante. Vio cómo el agua acariciaba su contorno perfecto. El cabello húmedo y dorado se adhería a su aterciopelada piel. Advirtió que la coloración de sus labios era más rosada. La visión era demasiado estimulante.

Ella no aguantó más, no tuvo suficiente fuerza de voluntad. Se lanzó a su boca. Annibal la arrinconó en la ducha. La buscó con la mano derecha. La intensidad con la que la miraba sobrecogió a Angela.

Comenzó el juego.

La chica sintió una gran sacudida. No pudo acallar las cuerdas vocales. Era presa de la agitación. Cuanto más exaltada estaba, más rápido actuaba él. Con la espalda todavía apoyada en la pared, Angela se inclinó hacia delante y le rodeó el cuello con los brazos. Le clavaba las uñas, pero su acompañante estaba demasiado ocupado para hacer caso del dolor.

Cuando él se dignó a detenerse, la miró. Se veía sonrojada y con los párpados entornados. Jadeaba. Estaba preciosa a través de la humedad y las gotas cristalinas. Annibal levantó de nuevo la diestra y movió los dedos índice y corazón. Angela negó con la cabeza mientras intentaba recomponerse. Sabía que, si él quería, no le quedaría otra. Eso le excitaba aún más. Se liberó de él y se colocó bajo el agua. Se atusó la melena empapada y revuelta. Sus pupilas destilaban erotismo cuando las centró en Scorpio. No las retiró en ningún momento en la bajada. Quedó de rodillas en el plato de ducha.

No salieron hasta una hora después.

El vapor era denso. Se secaron con sendas toallas. Él le dejó otra camiseta para que se vistiera y estuviera cómoda, esta vez de color azul. Sobre su cuerpo, la prenda había adquirido un matiz sensual del que siempre había carecido. Angela después se colocó el largo cabello humedecido en un lado, situándolo por delante del hombro. Empezó a secarlo. Las gotas que caían mojaban la camiseta. La tela se adhería en aquellos lugares que las recibían.

Scorpio volvió a acercarse a ella sin previo aviso. La empujó hacia la cama e hizo que se tumbara. La desnudó otra vez.