Capítulo 27

—Dos heridas de bala en el pecho y una en la cabeza. Lo encontraron en el rincón de un garaje, en el segundo sótano —informó Roger. Leía del expediente que tenía en la mano.

—¿Tiene algo que ver con...? —inquirió el sargento, sentado en la silla de su despacho. No fue necesario terminar la pregunta. Le parecía estar inmerso en una espiral interminable. A veces tenía la sensación de que todo lo que escuchaba se relacionaba con el caso infame, aquel que no eran capaces de resolver.

—No, no. O al menos no lo parece. Juliet me entregó el informe al medio día y me ha dado tiempo a hacer mis averiguaciones. Se llama Wayne Ford. Llevaba la documentación encima. Por lo que he podido comprobar, no estaba relacionado con Scorpio. No hay constancia de ello en ninguno de los archivos. El tipo tampoco aparece en nuestros ficheros de antecedentes, tan solo en los antiguos. Lo único que he encontrado es de cuando tenía diecinueve años, por un robo con intimidación en unos ultramarinos. Cumplió cuarenta y uno este año.

—En fin. Es bueno saber que hay vida después de Scorpio —suspiró Sawyer. Durante los últimos días había tomado la mala costumbre de dejar en un segundo plano aquellos casos que no tuviesen relación con el narcotraficante. Se había propuesto cambiar eso, pero nunca le parecía un buen momento.

—No para Ford.

Pese al ingenio de Rickman, el sargento no tenía humor ni para esbozar una sonrisa. Dormía poco. No podía dejar el trabajo fuera de casa, se estaba obsesionando. También se le acumulaban las tareas. Le habían propuesto tomarse unos días libres, pero se había negado.

La detective Jones apareció por la puerta. Portaba un sobre del tamaño de un folio. Informó de que se trataba de la autopsia completa de Larry Greenwich. Dejó el envoltorio encima de la mesa. Sawyer no creía que les fuese a dar nuevos datos que arrojaran luz a la investigación, pues así había ocurrido con los anteriores. La mujer tomó asiento al lado de Roger. El hombre de mayor rango lo cogió y lo abrió sin más dilación.

Mientras Wolfgang leía, se escuchaba el característico tic–tac del reloj de pared. Eran las cuatro menos cuarto de la tarde. Ambos detectives podían ver los ojos azules de Sawyer pasear de un lado a otro por las letras impresas. Sus cejas rubias se aproximaron entre sí en un momento concreto. Dejó el informe sobre el escritorio minutos después. Apoyó los codos encima y entrelazó los dedos. Miró el primer folio, luego a ellos.

—¿Y bien? —se impacientó Roger.

—Confirma lo que nos contaron los forenses mientras examinaban el cuerpo de Greenwich in situ. Primero le dispararon en el pecho, lo que le mató, y después le clavaron, que no arrojaron, la estrella en la cabeza. No presenta más contusiones, además de las propias del golpe tras caer al suelo —resumió Sawyer con tranquilidad.

—No sé por qué aún esperaba que nos pudieran decir algo distinto —se lamentó Catherine.

—Pero eso no es todo —añadió Wolfgang, haciéndose de nuevo con el interés—. En uno de los bolsillos del pantalón del cadáver encontraron una nota.

—¿Una nota? —repitió Rickman.

—Sí. “A la segunda va la vencida”. Eso decía. Escrita a ordenador y, por supuesto, sin huellas.

—¿Y eso qué demonios significa? —se extrañó el detective. No quería más acertijos.

—¿Ustedes qué creen que significa? —les animó a pensar el sargento. Para él estaba claro.

—Obviamente no iba dirigida a Greenwich. No tendría sentido. Es para alguien más, alguien relacionado con él. Alguien que, aunque posiblemente no encuentre la nota porque lo habríamos hecho nosotros antes, se terminaría enterando del contenido —razonó Jones. Había apoyado el dedo índice en la barbilla.

—¿Scorpio? —escupió Roger.

—¿Encuentra alguna similitud entre el mensaje y la situación de Scorpio? Piense, Rickman —le corrigió Sawyer.

—El Lobo —se adelantó Catherine.

—Exacto.

—¿Cómo lo sabías? —le preguntó Rickman a su compañera, asombrado.

—Porque ya lo hizo una vez —le recordó ella.

—Sí, claramente se ve la referencia al Lobo ahí. No cabe duda —satirizó Roger. Había esperado algo más explícito—. Eso podría ir para cualquiera.

—¿Seguro? —intervino Sawyer. Levantó la ceja derecha—. ¿Acaso no encontramos la sangre de Rafael? ¿Y acaso no coincidió con que el asesino había dejado el primer mensaje escrito con un bote de espray negro?

— “Aúlla mientras puedas” —citó Jones.

—Debe de sentirse molesto por no haberle matado cuando tuvo la oportunidad. Y, al igual que hizo en la ocasión anterior, habrá decidido dejar un aviso. Puede que busque atemorizarle, o simplemente es un juego siniestro, tomando el rol del gato que va tras el ratón —dedujo el hombre rubio.

—Vale, vale. Queda claro que el más tonto de los tres soy yo —bromeó Roger—. No sabía que soy el único al que le falta un máster en interpretación de notas de psicópatas.

—Era obvio —respondió la mujer, sonriendo. Consiguió una pequeña mueca de burla por parte de su compañero.

—¿Y me podría explicar alguien por qué tiene esa fijación por el Lobo? Puestos a apuntar a lo grande, qué mejor que cargarse al mandamás. Vamos, digo yo —dijo Rickman.

—Si tuviéramos esa información, no estaríamos aquí sentados —contestó el sargento. El otro hombre resopló.

—Bueno, ¿y qué vamos a hacer con la nota? —preguntó Catherine.

—¿Cómo que qué vamos a hacer? Dejarla con el resto de pruebas —respondió Wolfgang.

—Me refería a que, bueno… —La detective se planteó si debía decir lo que pensaba, pues no sabía a ciencia cierta la reacción que conseguiría. Al final continuó—. Supongo que el aludido tendría que tener conocimiento de esto.

—No necesariamente. No le dijimos nada sobre el primer mensaje y no tenemos por qué hacerlo con el segundo —decidió el superior.

—No me parece bien que, si puede llegar a producirse un ataque hacia alguien en concreto, no le pongamos sobre aviso. Por lo menos para que tenga cuidado —insistió Jones, seria.

—¿De verdad piensas que esa gentuza se merece que les digamos algo así? —inquirió Roger. Se había ofendido—. Creo recordar que, cuando fuimos a avisar a Scorpio de algo que le concernía a él, no fue lo que se dice amable con nosotros. Y la vez anterior ni te digo.

—Eso no es una razón. Si no lo hacemos, ocultamos datos que podrían salvar la vida de un hombre. —A la mujer no le parecía ético.

—¡Qué exagerada eres! —exclamó su compañero—. Bueno, ¿y a ti que más te da?

—Somos policías y no podemos dejarnos llevar por prejuicios ni opiniones personales. —Catherine percibió extrañas sus propias palabras, pero seguiría hacia delante con sus convicciones.

—No son prejuicios, Cathy. Son mafiosos —apuntó Roger. Parecía un adulto explicando algo a un niño pequeño. Trataba de que entrara en razón.

—Y nosotros policías —repitió la detective. No estaba acostumbrada a que se refiriese a ella con tal apelativo—. ¿Acaso dejarías de salvar a alguien de un atraco solo porque el día anterior le escuchaste decir que la policía es una mierda? Yo no lo creo.

—Creo que los dos estáis en lo cierto —medió Sawyer—. Si en nuestra mano está conseguir que no muera nadie más, debemos hacerlo. Pero este es un caso especial. Si les revelamos algo, Scorpio podría actuar por su cuenta. Eso podría poner en peligro nuestra investigación. Estoy seguro de que Rafael se sabe cuidar muy bien, sobre todo desde que le alcanzaron. Si tenemos que decirles esto, que sea más adelante. Primero tenemos que avanzar nosotros para poner facilidades a otros, ¿no le parece, Jones?

—Un buen momento para comunicárselo sería cuando estén enterrando al Lobo —ironizó Catherine. No eran habituales en ella los comentarios de tal índole, pero esta vez no pudo reprimirse.

—Lo siento. No puedo estar de acuerdo con usted en esta ocasión —reiteró Wolfgang—. Creo que ya han quedado claros los motivos. —A su juicio, aquella era la opción más correcta de las que disponían.

—Pues nada.

Jones se levantó de la silla. Había cosas que iban en contra de sus principios y esta era una de ellas. No quería convertir la conversación en discusión. Se marchó del despacho. Pensó que quizás ellos lo creyesen exagerado, pero no lo era. No lo era en absoluto. Le parecía mentira ser la única con aquella moral. No le sorprendía por parte de Roger, pero había esperado más de su superior. Se sentía impotente. Por norma general, no le costaba acatar órdenes en su trabajo. No era así en esta ocasión.

—En fin —suspiró Roger. Negó con la cabeza.

—Ya se le pasará —dijo Sawyer. Cogió las páginas del informe forense y, mediante pequeños golpecitos en la mesa, los alineó para meterlos de nuevo en el sobre—. Es normal. Tenemos algo que nos indica que en algún momento Rafael volverá a ser el objetivo. Pero la investigación es más importante.

—Sinceramente, no se merecen que les digamos nada. Scorpio es un auténtico imbécil. Solo hay que ver cómo se comportó las dos últimas veces. Yo a ese no le doy ni agua —protestó el detective.

—Creo que su última reacción podría haberse debido al impacto de la noticia. Desde luego, quedó bastante claro que no se la esperaba.

—No es excusa, sargento. Ese tío es gilipollas y punto.

—La única razón que se me ocurre para los asesinatos es que podrían tratarse de un medio para un fin. —Wolfgang cambió el curso de la conversación para evitar que las únicas intervenciones del otro fueran insultos. No conducían a nada—. Y la insistencia con los mensajes hacia el Lobo confirman mi teoría, puesto que él es el hombre más cercano a Scorpio. Creo que podrían estar atacándole de un modo indirecto, acabando primero con los suyos. —Ni siquiera se había percatado de que ya no hablaban del caso de Wayne Ford. Lo había vuelto a hacer.

—Tiene lógica. Ya tiene que montárselo bien para que no le pillen. ¡Coño, que estamos hablando del crimen organizado! Me parece increíble que una sola persona sea capaz de llevar a cabo todos esos homicidios y seguir en la sombra.

—Pediré que hagan un estudio más exhaustivo de la bala hallada en el cuerpo para ver si coincide con las encontradas en otros escenarios. Como ya dije, la estrella estaba pinchada y no arrojada. Puede que avancemos si nos muestra que podría haber varios atacantes, tal y como sospechamos.

—¿Cree que quien está haciendo esto busca terminar con la organización de Scorpio para sustituirle con la suya? —se le ocurrió a Roger.

—No lo descarte.

—Quizás aún no le han atacado porque buscan capturarle y no han tenido la oportunidad. Por lo que he leído en el dossier, ya le ocurrió en el pasado. —Aún recordaba cuando le asignaron al intrincado caso y tuvo que leerse aquel grueso expediente.

—Aquello sucedió cuando aún no se había labrado el nombre que tiene ahora. ¿Para qué querrían capturarle? No es el tipo de persona que se secuestra por una recompensa. Precisamente se llevarían a alguien de su entorno para obligarle a él a pagar una cuantiosa cantidad por recuperarlo. Y, si quiere que le diga la verdad, dudo mucho que haya alguien por ahí con agallas suficientes como para atreverse a hacerlo sin esperar consecuencias —explicó Sawyer. Pero a partir de ahí, nada. Continuaban en punto muerto—. La premeditación y destreza del asesino es enorme. Está consiguiendo despistarles a ellos, pero también a nosotros.

—¿Y sabe algo más sobre la investigación por los alrededores del motel? ¿Se descubrió algo? —se interesó Rickman.

—Ayer el agente Morrison vino a verme a última hora de la tarde. Me estuvo comentando que a un kilómetro aproximadamente del HK Empty Road descubrieron huellas de un vehículo. Parecen pertenecer a un todoterreno, por el tamaño y el grado de profundidad del dibujo. Estaban relativamente recientes en el momento del hallazgo. Podría tratarse de una pista. Puede que se sea el rastro de alguien que pasara por allí por casualidad y no tuviera nada que ver, o tal vez fuera el asesino. Ya están buscando el tipo de rueda que encaje con las marcas encontradas. Pretenden descubrir los posibles modelos de todoterreno. Cuando nos hagamos con ello, comprobaremos el número de vehículos que cumplen las características en un radio a determinar. Y a quién pertenecen. Por desgracia, habrá que ir por partes.

—¿Y qué harían a un kilómetro de la escena del crimen? —Pero Roger se respondió solo—. Intentar pasar desapercibidos.

—Exactamente eso si se confirma la relación. Tanto si el autor tenía que reunirse con Greenwich como si era una tercera persona, sabía perfectamente a lo que iba y evitaría por todos los medios dejar pistas —razonó el sargento.

—Supongamos que el asesino no era quien tenía que reunirse con el tío este. Si al final Greenwich estuviera allí para encontrarse con alguien, ¿por qué no se presentó? ¿Dónde está ese individuo? ¿Sabía lo que iba a ocurrir?

—Podría haber ido allí y que nosotros no lo sepamos porque no haya nadie que lo hubiese visto. Es que nos falta muchísima información. Podemos ir deduciendo solo a partir del resultado de las pruebas y las investigaciones. Mientras nos falte el denominador común, no podremos hacer nada productivo.

—Hay que joderse —se indignó Rickman. Contuvo un manotazo encima de la mesa—. ¿De verdad cree que Scorpio no sabía con quién iba a reunirse Greenwich? —Consideraba que era una pregunta tonta, pero sintió la necesidad de saber si su jefe pensaba lo mismo.

—Por supuesto que sí lo sabía, otra cosa es lo que nos dijera a nosotros. Dudo mucho que no estuviese al corriente de sus propios negocios, pese a que fuese solo un peón quien se encargase de ellos. No se trataba de “tiempo libre”, tal y como nos quiso hacer creer. Lo único que él desconocía de esa actividad era que quien iba a llevarla a cabo estaba muerto.

—Pues deberíamos volver. O mejor aún, traerle aquí.

—No podemos hacerlo basándonos en una idea preconcebida o en sospechas. No nos diría algo diferente. Y, siendo sinceros, su paso por comisaría sin una buena razón de peso no nos haría ningún favor a nosotros. Que Scorpio se fuese tan tranquilo de aquí serviría tan solo para dejarnos en ridículo por librarse una vez más —argumentó Sawyer. No era un secreto que Roger se dejaba influir por su opinión tan negativa, pero él intentaba no perder la objetividad. Logro muy difícil de completar a veces—. Debería saber que ese hombre siempre se las arregla para sortear este tipo de circunstancias y salir airoso.

Sawyer llevaba bastante tiempo detrás del criminal. Con amargura, recordó que se habían dado incluso casos en los que se le había señalado como culpable y que, por alguna razón desconocida, se había conseguido modificar la sentencia tras haberla apelado previamente. A esa “razón desconocida” Wolfgang siempre la había llamado dinero. El narcotraficante contaba con uno de los mejores abogados que conocía y eso también contribuía a hacer de él un hombre casi intocable. Todo eso, por supuesto, suponiendo que se demostrara que no era inocente. Otra tarea harto difícil.

Entendía al detective.

—No tenemos por qué tener nada contra él si solo le llamamos para que declare. Sería un complemento a nuestra investigación —insistió Roger. Aborrecía ese aspecto de la justicia. Saber quién era alguien y, como no había “suficientes pruebas sólidas”, no poder hacer nada para encerrarle. Tampoco soportaba su maldita arrogancia, pero eso ya era más personal.

—¿Y qué cree que nos va a contar?

El detective no respondió. Más mentiras, eso era lo que les diría. Pero como no tendrían manera de probar el engaño, no podrían tacharlas como tales. Cerró las manos con fuerza, deseando poder hacerlo en torno al cuello del tipo.

—Le digo lo mismo que a su compañera Jones. No vamos a hacer movimientos innecesarios, bastante tenemos con saber cuáles son los correctos. Cada cosa tiene su momento. Por ahora pretendo que nos centremos en la investigación de las huellas del todoterreno —dispuso Wolfgang. Se estaba levantando para salir del despacho. Tenía más cosas que hacer y la conversación ya no les ofrecería nada nuevo.

—Espero que estemos yendo por el buen camino. —Roger le imitó.

—Yo también. No quiero que nos veamos obligados a archivar el caso. Fíjese. Si alguien es capaz de asesinar a los hombres de Scorpio sin que este les haya cogido ya, no es conveniente que tipos así anden sueltos por ahí. Podrían ser más peligrosos de lo que en un principio hayamos podido pensar.