Niñeros por un día.
—¿Y a mí por qué me dices eso, Morris? —le cuestiono, alzando una ceja.
—Porque conociéndote, actuarás como una ratona huyendo de un gato. Y no quiero ser ese gato —argumenta, bajando su brazo—. Que coincidamos en el trabajo sólo es eso: trabajo.
—Me alegra que pensemos igual —esbozo mi mejor sonrisa y salgo de la bodega. Espero que él salga también para cerrarla con la llave.
Durante las horas de trabajo, Allek y yo actuamos como completos desconocidos. Trazamos alguna que otra palabra, pero nada más que eso. Al terminar de trabajar, la encargada lo felicitó por su gran desempeño y él explicó que ya había trabajado en una cafetería anteriormente.
Nunca creí que Allek podría hablar tanto... en serio. Siempre pensé que es el tipo de chico que sólo habla lo necesario, pero supongo que es diferente cuando tiene a su jefa al frente.
Saludo al Sr. George con un ademán y subo al ascensor. La tarde está regularmente fría, al menos no como los días anteriores que se me congelaba hasta la médula cuando salía a la calle. Al llegar al piso 7 me encuentro con Margareth afuera de su puerta.
—¡Oh, Michi! —exclama esbozando la sonrisa más radiante que he podido ver hasta ahora. Podría haber quedado ciega, desde ahora cada traeré lentes de sol para ponérmelos cada vez que vea a Margareth—.
¿Estás más guapa o es mi idea? Debe ser porque ahora sales con mi hijo —las dos soltamos unas risillas extrañas.
¡Ay, Dios! ¡Huston, sostenme que me desmayo!
—Así que Chase se lo dijo...
—Sí... —suspira—. Bueno, lo obligué a hacerlo. Me preguntó qué clases de flores les gusta a las chicas. Cuando le pregunté para qué las quería no deseaba responderme, hasta que le saqué la respuesta a la fuerza — mete las llaves en la puerta— y dijo que las quería para dártelas. Chase no es del tipo que hace regalos así, me sorprendí bastante.
—Yo también lo hice cuando lo vi —hago un intento por no volver a reírme—. Jamás creí que lo haría, de hecho.
—Eso quiere decir que te quiere —abre la puerta y saca la llave de la cerradura—. Cuida de Chase, es mi pequeño hombrecito —asiento en respuesta—. Nos vemos, linda.
Margareth entra al departamento y cierra la puerta.
Golpeo la puerta de mi departamento. Escucho unos pasos acercándose y en seguida, el crack de la cerradura.
Al abrirse la puerta, un rostro inesperado me abre. Pecosa, pelirroja y con unos kilos más desde la última vez que la vi para su casamiento, Margo, la hija de tía Molly, esboza una sonrisa cariñosa al verme.
—¡Michi! —grita con emoción lanzándose para darme un abrazo— Tanto tiempo, primita.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto sin saber qué decir. Al separarnos, las dos nos miramos para examinarnos mejor. No ha cambiado casi en nada. Sigue siendo la radiante Margo que me obligaba a ir de comprar con ella de pequeña.
—Es una larga historia —responde moviendo su cabeza. Entramos al departamento, entonces noto a dos invitados extras; su marido y un pequeño bebé de más o menos seis meses siendo entretenido por mamá—. La familia se está expandiendo y necesitamos una casa.
—Aww... —me acerco al bebé con deseos de apretujarlo, pero en cuanto él me ve, se lanza a llorar. Apostaría mi vida que Chase en este preciso momento diría: "Eres tan fea que se ha asustado con tu cara"— Oh... creo que no le caigo bien.
—Ya se acostumbrará —dice John lanzando una pelota de goma al aire. Él es un jugador de futbol americano muy aclamado en la ciudad. Además de ser apuesto, es muy carismático y humilde.
—Tiene que hacerlo —dice mamá, lanzándome una mirada extraña—. Mañana serás su niñera.
—¿Yo? —Abro mis ojos incrédula— ¿Por qué?
—Iremos a visitar unas cuantas casas a la venta. Domingo.
Después de dormir unas pocas horas en el sofá del living, estiro mi espalda y acomodo los huesos adoloridos de mi cuello. Por alguna razón que no quiero mencionar —pero que es bastante obvia—, he soñado que tengo que cuidar a pequeños infantes que se multiplicaban cada vez que pestañeaba. Así que, una vez más, al mirarme al espejo, las ojeras bajo mis ojos son lo más lamentable que puedo hallar.
El pequeño John duerme plácidamente en su coche arropado por mantas de polar. Y tras unas instrucciones por parte de Margo y las típicas advertencias de mamá para que cierre todo con pestillo, él y yo quedamos solos en casa.
—Wooow —escucho a mis espaldas la voz de Chase— ¿en qué momento tú y yo...?
—Shh, lo vas a despertar —le interrumpo, mirando al pequeño John. Creo que olvidé decir que Chase ha tomado la manía de entrar por mi habitación como si fuese su casa. Suerte que no ha entrado en momentos inoportunos... aún.
É y yo nos acercamos al coche para ver como el pequeño de la familia duerme chupándose el dedo.
—Es tan pequeño... —comenta Chase perfilando una sonrisa tierna. No era la primera vez que veía esa sonrisa, la había hecho en la feria de libros cuando tuvimos que buscar a la madre de un pequeño. Y tal como aquella vez, mi corazón vuelve a dar saltos y a estremecerse bajo mi pecho— ¿Ocurre algo? —pregunta sacándome de mis pensamientos. Niego con la cabeza mirando en otra dirección en un intento por ocultar mi rostro color tomate.
—I-iré a poner el hervidor.
¿Cómo es posible que con cada día que pasa Chase me guste más?
Lleno el hervidor con agua y la pongo a hervir. Volviendo al living me doy cuenta de la vestimenta de Chase. Al igual que yo, los dos vestimos pijamas a rayas del mismo color, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo.
—¿Has comprado el mismo pijama en la misma tienda que yo o qué? —
le pregunto al llegar a su lado.
—Eres tú la que quiere ser tan sensacional como yo —masculla con desdén. Le doy un codazo en el estómago que provoca que lance un gemido adolorido—. Algún día me acostumbraré a tus codazos.
El pequeño John abre sus verdosos ojos, mira a Chase, y luego a mí curvando sus rosados labios haciendo un puchero que me parte el alma en dos. Agarro al pequeño John en mis brazos y lo acuno lentamente de un lado a otro; sin embargo, al pequeño se le llenan los ojos de lágrimas y estalla en llanto.
—Eres tan fea que... —antes de que Chase termine la frase, le lanzo una mirada amenazante. Él se traga las palabras, sorprendido—. Ok, me callaré.
—Debe tener hambre —murmuro—. ¿Puedes tenerlo? Iré a preparar su leche.
Chase asiente animoso. En cuanto toma al pequeño John, deja de llorar.
—¿Qué rayos? —pregunto agarrándome la cabeza.
—Éste niño sabe lo que es bueno —dice Chase sonriente. El pequeño John cierra sus ojos y vuelve a dormir en los brazos de Chase. Acaricio con mi dedo índice su frente.
—¿Podrías quedarte el resto del día Chase? Me harías un gran favor...
Luego de muchos cambios de pañales e intentos por hacer reír al pequeño John, Chase y yo terminamos el día viendo la programación para niños en la televisión, sentados en el sofá, cubiertos por una manta de polar y con el pequeño John en los brazos de Chase. Si no fuese por él, seguramente mi día hubiese sido un desastre confirmado. Y podrían proclamarme la peor tía del mundo justo ahora, por pensar todo el día en lo genial y masculino que se ve Chase cuidando de John Junior.
—¿Por qué me miras? —pregunta Chase volteando a verme. Me encojo de hombros— Es la séptima vez que te pillo observándome, ¿qué tramas, Michi?
—No sé, yo... —suspiro—. Sé que te dije que lo diría una vez, pero... —
muerdo mi labio— Me gustas, Chase.
Chase sonríe y yo le devuelvo la sonrisa. Me acerco a él y le doy un beso en la mejilla, entonces, siento algo viscoso y vinagre escurrirse por mi ropa.
John me ha vomitado encima.
—Jah... déjà vu.
No... esto se llama karma.