Jugar sucio.

 

 

—¿Por mero gusto? —curiosea Bonnie, inconforme con la respuesta que Chase le dio.

 

—Así es, Bonnie. Para alimentar su estúpido ego Chase creó las tres reglas —esbozo una pequeña sonrisa y miro a Chase. Sé que esa no es la razón, pero quiero hacerlo enfadar. No es justo que me deje como una estúpida—. Pero también hace varias actividades para saciarlo; por ejemplo, guiñarle sus feos ojos a chicas, decirle que tienen lindo cabello, invitarlas a sentarse en la mesa para el almuerzo y no mencionar que TIENE NOVIA.

 

—¿Tienes novia? —le pregunta Bonnie con incredulidad, con sus ojos brillosos como implorando que diga no. Chase se ha puesto a reír a carcajadas con mi comentario. Mika y Jax, miran nuestra escena divertidos.

 

Al recomponerse, Chase mira a Bonnie.

 

 

—Sí, es la gruñona que tienes al lado —Chase me señala con su

 

cabeza, pero yo no hago más que enseñarle mi hermoso, largo y delgado dedo del medio, o dedo corazón, como se les apetezca llamarlo.

 

—¡Oh, cielos! Y yo dije tantas cosas sobre él en la mañana —exclama ella entre arrepentida y avergonzada. Cubre su rostro unos segundos y luego se inclina para verme—. Lo siento, no tenía idea.

 

—Descuida, descuida. Tú no tienes la culpa —le lanzo una mirada voraz a Chase. Él se ríe entre dientes sabiendo bien que estoy molesta por todo el asunto.

 

Sigue riendo, bobo. Tendrás que disculparte de rodillas.

 

Aclaradas las cosas con Bonnie, terminamos el almuerzo conociéndola un poco mejor. Ella comentó cuando le preguntamos por sus estudios que es muy perfeccionista, en todos los sentidos, por lo que no descarto la idea de nombrarla mi nueva "enemiga potencial". A Chase no le dirigí

ni una palabra en la clase de Historia y ahora, mientras caminamos hacia el paradero donde tomo el bus para ir a trabajar, tampoco. Camino unos pasos más adelante que él para enfatizar y dramatizar un poco la situación demostrando que estoy molesta.

 

—Michi... ¿estás molesta? —pregunta al llegar a mi lado.

 

 

—¿Te importa? Chase se echa a reír.

—Oye, sólo era una broma. Estaba jugando —se defiende al escuchar mi apática pregunta—. Sabes que no le guiñaría el ojo a nadie que no

fueses tú, pero cuando me llegó esa nota no puede evitar hacerte sentir celosa.

 

—Ah... ¿estabas jugando?

 

 

Llegamos al paradero. Ninguno de los dos se atreve a sentarse en la larga banca que hay para esperar el bus; está hecha un desastre que cualquier persona que se siente allí podría contraer alguna enfermedad... y lo digo en serio.

 

—Sí, sólo era un juego. ¿Te dije que te ves linda enojada? —se para frente a mí y me agarra las mejillas—. Pero no frunzas tanto el ceño o te saldrán arrugas.

—Bueno, Chase —tomo sus manos para que él suelte mis mejillas—, ya no estaré molesta. Y quiero que sepas que yo también puedo jugar sucio y hacerte sentir los condenados celos.

 

Sí, poner celoso no es una brillante idea, pero servirá para hacerlo pagar por su estupidez en la mañana. El único problema es que no hay nadie con quien pueda darle celos. No conozco a ningún chico y tampoco hablo con alguno. Mi único amigo es Huston, pero él está lejos. Los chicos universitarios que entran a la cafetería solo le prestan suma atención e interés a Delfi.

 

La única persona disponible es...

 

 

—¿Allek, tienes la llave de la bodega?

 

 

Allek podría ser el candidato perfecto para poner celoso a Chase, sin embargo, estoy cien por ciento segura que Chase me odiaría de por vida si lo hago. Con el pasado que tienen estos dos y el enredo que pasó para mediados de navidad, las cosas no saldrían bien, sino empeorarían. Así que, después de todo, tal vez me rinda con lo de poner celoso a Chase e invente alguna venganza aparte.

 

—Sí, espera —Allek mete su mano al bolsillo en busca de la llave, pero a juzgar con su sorpresivo rostro no da con ella—. Mierda...

 

—¿Qué? —miro hacia los lados procurando no ver a la encargada para entrar en desesperación—. No me digas que la perdiste, porque de ser así estás... no, estamos jodidamente perdidos. La encargada querrá matarnos.

 

—¿Matarnos? Fui yo el que perdió la llave, Wallas.

 

—Pero yo perdí la copia que sacaron el otro día. Delfi me pidió que la guardara y no sé donde quedó. Ay, Huston qué haremos ahora...

 

—¿Quién es Huston...? Olvídalo, eres rara —Allek rebusca en sus bolsillos otra vez, pero nada. Muerdo mi labio nerviosa pensando cómo rayos encontrar un objeto de no más de 10 centímetros, sin embargo, estoy bloqueada. Yo sólo quería reponer el saco de azúcar que me pidió la encarga... bueno, tendrá que esperar.

 

Agarro mi cara queriendo sacarme la piel.

 

 

—Vamos a moriiiir. Voy a morir sin haber podido ser la primera en la lista de notas —llevo una mano a mi boca y comienzo a morderme las uñas como Anne lo haría. Como una loca.

 

—Cálmate y actúa normal, de nada te sirve darte por muerta antes de tiempo —hace una mueca de desagrado al verme como una piraña triturando mis uñas.

 

—Si tienes una idea de qué hacer, entonces soy todo oído, Allek —bajo mi mano.

 

—Busquemos la llave con la excusa de que perdiste algo de sumo valor para ti por si alguien pregunta. ¿Tienes algo pequeño que se pueda perder fácilmente? —toco mi pecho con la intención de palpar el dije que Chase me dio como prueba de nuestro amor— ¿Tienes o no?

 

—Mi dije... —musito ante la insistencia de Allek.

 

 

—Bueno, dámelo —extiende su mano hacia mí como prestamista esperando que su deudor le entregue lo que le debe. A regañadientes me giro dándole la espalda y levanto la mata de cabello que tengo cubierto por la malla de trabajo que todos debemos usar por obligación del protocolo. Siento los dedos de Allek rozar mi cuello mientras me quita el dije— Listo. Yo guardaré esto.

 

—No lo vayas a perder —junto mis manos como haciendo una plegaria—

 

. Si lo hicieras, nunca me lo perdonaría.

 

 

Allek me mira con esa cara de jugador de póker y se limita a lanzar un suspiro desganado.

 

—Busca en la cocina. Yo buscaré entre las mesas y las personas — asiento y le hago un gesto militar. Allek blanquea los ojos y sale del oscuro pasillo donde nos topamos.

 

Si se me diera bien la actuación podría poner una expresión que no sea la de una niña pequeña que ha roto el jarrón más preciado de su madre. Lastimosamente, es la única que puedo poner, aunque trate de poner mi cara despreocupada. La copia de la llave original la perdí hace pocos días y mantuve el secreto hasta ahora. No quiero imaginar cómo reaccionará la encargada cuando se entere que perdimos las dos llaves. Quizás nos mutile y nos sirva en trozos como reemplazo de los

endulzantes o nos cuelgue afuera de la cafetería con carteles que dicten: "Los idiotas más idiotas del universo". Durante mi búsqueda de la llave en la cocina, me repito una y otra vez que he salido de problemas peores, que meterme líos es algo normal en mí, quizás por suerte divina ocurra un milagro. Quizás, Dios se apiade de nosotros y envié a un ángel del cielo con una llave para la bodega anti-perdidas.

 

—¡Wallas...!

 

 

Mi apellido siendo pronunciado por la encargada se siente como el juez dictando mi sentencia de muerte. Camino hacia donde se encuentra con pesadumbre, derrotada y resignada a perder el único y primer trabajo que he tenido —y que quizás tendré— hasta ahora. Me asomo lentamente por el arco que divide la zona de personas autorizado y la cafetería en sí, donde los clientes son atendidos —y dónde supuestamente Allek busca la llave—.

 

—¿Diga? —pregunto con temor. Hago una sonrisa más que forzada y espero sus nuevas órdenes.

 

—¿Y el saco de azúcar que pedí? —alzo mis dos cejas.

 

 

—¿El saco? ¿Ese saco gigante que está en la bodega que contiene azúcar?

 

—Sí, Michelle, ese saco.

 

 

—Pues...

 

 

Allek se asoma por detrás de la encargada, está entre dos mesas; una de ellas con una pareja que se mira como queriendo devorarse a besos allí mismo. No tengo tiempo de observar la otra mesa puesto que Allek alza su mano dejándola a la altura de su cabeza y me enseña la llave dorada que yace sostenida por sus delgados dedos.

 

¡Dios no me ha abandonado!

 

 

—Debo pedirle la llave a Allek —me encojo de hombros y salgo al encuentro de Allek. Él también camina hacia mí para acortar camino. Un impulso de alegría me hace querer abrazarlo, pero me contengo—. Has salvado nuestros traseros. ¿Dónde estaba?

—Eso no importa. Date la vuelta para colocarte tu collar... —antes de girarme y sostener mi cabello alborotado ya por la innecesaria búsqueda de la llave, Allek me entrega la bendita llave. De nuevo siento sus dedos rozar mi piel, pero esta vez sus dedos están fríos lo que produce un escalofrío que recorre toda mi espina dorsal.

 

Al girarme de vuelta, descubro que Chase ha venido a buscar y me está mirando tan serio como un anciano gruñón.

 

...

 

 

Me despido de mis compañeros de trabajo y salgo de la cafetería encontrando a Chase, como de costumbre, apoyado del auto de la encargada, con sus manos en los bolsillos para apaciguar el frío del invierno, con el gorro de lana que recientemente le compré por mero gusto y una expresión bastante diferente a la de la mañana.

 

En cuanto la puerta se cierra detrás, Chase comienza a caminar hacia el paradero. Yo apresuro el paso y me pongo a su lado. Una minúscula sonrisa traza mis labios. Una sonrisa que, de cierta forma, sabe a satisfacción.

 

—¿Estás molesto? —pregunto con mofa, aludiendo a la pregunta que él hizo en la tarde.

 

—A eso te referían con "jugar sucio", ¿ah? Alzo una ceja.

—¿A qué te refieres?

 

 

—Bueno, me sacaste celos con el idiota de Allek... ¿No podías haber elegido a otro?

 

Muerdo mi labio inferior con fuerza para aguantar las inmensas ganas de reír. Si bien desde el principio planeaba poner celoso a Chase —cosa que pocas veces he visto—, desistí de aquella idea con lo de la llave. Sin embargo, haberlo hecho de pura casualidad es algo que sólo el destino o quizás el karma se encargó de hacerlo. Porque ya lo dije antes, darle celos a Chase con Allek es demasiado.

 

—No quería hacerlo, menso, fue el karma —confieso entre risas. Chase frunce el ceño de tal modo que sus cejas podrían volverse una—. ¿Ya te he dicho lo lindo que te ves celoso? —me apego más a él y me aferro a su brazo.

 

—Esa es mi frase, boba —alega revolviendo mi cabello con su mano libre—. Bueno, bueno... intencional o no, si lograste sacarme celos.

 

—¿Ah sí?

 

 

—Sí, cuando el muy idiota te puso el dije —vuelve a meter su mano al bolsillo—. Y como disculpa tendrás que acompañarme a una cena familiar el sábado en la noche.

 

—¿Una cena familiar? ¡Eso suena genial, Chase!

 

 

Hasta ahora son pocos los familiares que conozco de Chase. De hecho, sólo conozco a Margareth y su padre, nadie más. Que me invite a una cena familiar es algo fantástico, pues confirma que a pesar de

lo tarupido que puede llegar a ser a veces por sus bromas, va en serio. Ya me estoy imaginando todo; él llegando conmigo del brazo, dónde me presenta a su familia, me hace comentarios sobre ellos, me cuenta algunos chistes y terminamos bebiendo champagne en el balcón de la casa mirando la luna llena y el hermoso jardín de la casa.

 

—Queda algo lejos, así que tendrás que quedarte a dormir.

—Eso no es problema si tú le pides a mamá que me deje ir —Chase lanza una carcajada—. Oh, cielos... ya estoy deseando que llegue el sábado.

 

—Y tendrás que usar tacones —agrega, destruyendo toda la escena que había recreado en mi cabeza—. Es una cena formal.

 

—Bueno, eso no es problema... supongo —encojo un hombro.

 

 

Para qué mentir, soy un desastre andando en tacones. Lo soy y lo seré siempre. No puedo con ellos. No puedo con los pies hinchados.

 

—Que linda. Oye... —detiene el paso y por inercia también yo. Mueve su brazo para que lo suelte y se gira para verme con una expresión terroríficamente seria—. Lamento lo de la mañana, creo que crucé la raya.

 

—Siempre lo haces, Chase, pero te perdonaré a cambio de un abrazo — extiendo mis brazos. Chase no tarda en acercarse y rodearme entre sus viriles, moldeados y vigorizados brazos. Después de unos segundos abrazados e intercambiando calor, se hace un poco hacia atrás para mirarme a la cara. Acaricia mi mejilla y se acerca para besarme. Obvio que no me hago de rogar y respondo su beso con gusto.

 

Despierto justo antes de que el bus se pase nuestra parada.

 

 

—¡Nosotros nos bajamos aquí! —le grito al conductor tan fuerte como mis pulmones me permiten. Él frena de forma inesperada que por poco choco contra el asiento de adelante. Chase, despierta desorbitado y exaltado. Le hago un ademán para bajar y en dos parpadeos estamos pisando tierra.

Continúamos nuestro camino pasando frente al minimarket. Es entonces que la pregunta impertinente que Bonnie les hizo a Los Tres Mosqueteros en la hora de almuerzo, vuelve a hacerse presente.

 

—Oye, Chase.

 

 

—¿Qué pasa, Piernas Sexys? —me sonrojo ante su apodo. Desde el observatorio que no me llamaba así.

 

—Ponte serio, Chase —abanico una mano para disipar el calor que ha subido a mis mejillas—. Antes, prométeme que responderás con la verdad y nada más que la verdad.

 

Chase levanta su mano derecha igual como muestran en las películas.

 

 

—Lo juro.

 

 

—Dime, ¿por qué crearon las tres reglas?