Nos vamos a Los Ángeles. Parte 2.
Ojeras.
Es lo único llamativo que tengo en mi rostro. Y es que en todo el viaje no he podido dormir a causa de los ronquidos del profesor Marshall que se sienten hasta nuestro asiento. Creo que no he sido la única que no ha podido dormir, pues, cuando me levanté al baño, Chase estaba pensativo y todo su rostro decía <<Muero de sueño>>. Seguramente los dos preferiríamos estar muertos por unos minutos, sólo para dormir aunque sea un poco.
No deberías decir eso, Michi. Menos cuando estás en un avión.
Salgo del baño y vuelvo a mi asiento. Chase se ha quedado dormido. Odio que sus pestañas sean más largas que las mías. Al sentarme, las observo de cerca y me veo tentada a tocarlas con mi dedo índice, pero a centímetros de hacerlos, escucho la voz del piloto avisando que ya vamos a aterrizar y abrochemos nuestros cinturones. Así que antes de que Chase abra sus ojos, retraigo mi mano, abrocho mi cinturón y me quedo quieta como una momia embalsamada.
De nuevo turbulencias y un aterrizaje que casi me saca los pelos de la piel. Respiro hondo antes de volar de mi asiento para sacar mis cosas. Chase y yo estamos tan somnolientos que parecemos zombies, mientras miramos al profesor Marshall que parece recién salido de un centro de spa.
—Argh... Que injusta es la vida, ¿verdad?—comenta por lo bajo Chase, cuando nos subimos al auto que nos llevará al hotel. Sólo atino a asentir.
Hago caso omiso a las indicaciones del profesor y cierro mis ojos un momento.
—¡Hey, Michi! —Chase sacude mis hombros. Respondo agitada, encontrándome dentro del auto. Hemos llegado al hotel, al parecer.
Nos bajamos. Sacamos las maletas del auto y avanzamos hasta la recepción del hotel. No es la gran cosa, incluso podría decir que se parece al edificio de los suburbios donde Chase y yo vivimos. El profesor Marshall habla por nosotros.
Bostezo y Chase me imita. Los dos nos sentamos en un sofá florido.
—Bonito viaje —comenta él, con sarcasmo. Rio de mala gana, pero me callo al sentir su cabeza apoyarse sobre mi hombro. Lo muevo hacia arriba provocando que su cabeza rebote—. Déjame dormir unos segundos, ¿si?
—Podrás hacerlo en tu habitación —el profesor Marshall nos echa un vistazo. Y puedo asegurar que ha alzado una ceja, ocultando su sorpresa.
En éste preciso instante ¿Qué parecemos Chase y yo? ¿Hermanos?
¿Amigos? ¿O tal vez, algo más?
El profesor Marshall llega hasta nosotros y carraspea, para llamar nuestra atención —Más bien dicho: la de Chase—.
—Chicos, ha habido un problema con las habitaciones —informa y nos obliga a hacerle un espacio entre Chase y yo, sentándose en el sofá—. Verán, sus habitaciones eran las 202 y 203, pero alguien más ocupó la
203, por lo que Chase tendrá que quedarse en la 207.
Bien, estaré lejos de Chase. Ya no seremos vecinos aquí en Los Ángeles
¿Eso es bueno o malo?
—No es problema —Chase se frota un ojo y bosteza—, mientras más lejos de Michelle, mejor.
—Oh, agradece que estás lejos de mí, deficiente mental, porque el puñetazo en la cara no te lo quitará ni la cirugía plástica—sacudo mi puño, mostrándoselo amenazadoramente, mientras Chase estalla en risa.
—Señorita Wallas, no conocía esa faceta suya —comenta el profesor
Marshall.
—Lo siento, es que Chase logra sacar lo peor de mí —me excuso avergonzada.
Nos levantamos y nos dirigimos al ascensor. Subimos hasta no-sé-qué piso. El profesor Marshall nos hace una señal para bajar.
Afuera del ascensor me entrega la llave 202 y a Chase la 207. Nos miramos unos momentos y buscamos la habitación. Al encontrar la mía, nos habla:
—Estaré ocupado con los asuntos del concurso. Nos veremos a la cena que será... —mira su reloj—a las 20:00. Aprovechen de dormir.
Asentimos. Abro la puerta y me despido de los dos, con un movimiento de cabeza.
Apenas entro a la habitación, me fijo en el ventanal gigante que da al balcón. Mi corazón se estruja, trayéndome recuerdos de mi habitación. También de mamá, papá y mi Pato.
La cama que está a la derecha es de plaza y media, sobre ella hay una toalla blanca doblada como un rollo. Un velador al lado de la cama, con una lámpara sobre éste. Un closet vacio. Un soá. Un escritorio con una plasma y una sillita de ruedas.
Contemplo esto por unos segundos y salgo al balcón. Según mis cálculos, Chase ya debería estar en su habitación. Miro hacia donde se supone estar y lo encuentro mirando hacia mí, con sus brazos apoyados en la baranda. Al mirarnos sonreímos.
Alza su brazo al cielo y me saluda.
—¡Bonita cara, Michi! —grita a todo pulmón.
—También la tuya! —le grito. Apenas puedo verle el rostro, pero estoy segura que se está riendo.
Un sujeto asoma su cabeza por la ventana de la habitación 203. Es un chico de lentes, cabello azabache y pálido, como si no hubiese salido jamás de su habitación. Me quedo observándolo por unos instantes. Definitivamente, tiene algo que me parece familiar.
—¿Eres Michi Wallas? —me pregunta, saliendo al balcón con un libro en su mano. Asiento lentamente, para luego fruncir el ceño.
—¿Te conozco de algún lugar?
—Ohh... claro que sí—cierra su libro y se acerca—. Antes no nos separábamos, ¿en serio no me recuerdas?
—Am... —trato de hacer memoria, pero mi mente no llega a ninguna conclusión. Los recuerdos borrosos se aglomeran en mi cabeza hasta quedarse con la confusa imagen de mi viejo amigo y único amigo hombre— ¿Huston? ¿Realmente eres tú?
—El mismo hoy y siempre... supongo—dice, encogiendo sus hombros—
¿Cómo estás, Michi?
Respiro profundo. Ante su boba sonrisa, no me queda más remedio que golpearlo en la frente con mis dedos, como si lanzara una canica.
¿Después de tanto tiempo sin llamar o dar señales de vida, se atreve a preguntar cómo estoy?
Huston se soba el lugar donde lo golpeé.
—¡Ouch! —exclama— ¿Por qué has hecho eso?
—Lo siento, lo siento —digo, suplicante—. Es que encontrarte aquí es muy extraño.
—Lo sé, lo sé... ¿un abrazo de monos? —pregunta extendiendo sus brazos. Bufo, desplegando una sonrisa mientras niego con la cabeza.
Oh, qué rayos. De todas formas es mi viejo amigo.
Enredo mis brazos en su espalda y él hace lo mismo con los suyos, abrazándonos como solíamos hacerlo antes de que se fuera lejos de mi y el edificio. Sin darme cuenta, he cerrado mis ojos y apoyado mi cabeza
en su hombro. Sigue teniendo ese aroma tan particular que me resulta sumamente familiar. Al abrirlos noto a lo lejos a Chase, de pie, mirando en nuestra dirección.