Semejanza.
Me he quedado pegada viendo el techo blanco de mi habitación. Nunca noté las grietas que en él, o quizás lo hice y nunca le di gran importancia dado a que el edificio donde vivimos ya se cae a pedazos. Partiendo por el ascensor. Es hechizante recorrer el techo raso siguiendo las fisuras de un lado a otro.
Me siento extraña. Es por eso que busco entretenerme mirando el techo sin ningún propósito además del de distraerme. Me siento extraña estando en mi habitación desde de tanto tiempo durmiendo en el sofá. Mi cama se siente tan cómoda, el espacio tan pequeño, las paredes coloridas y el balcón sumamente peligroso. Siento que si me asomo por
él caeré cuesta abajo. Además de soportar el frío de afuera, por lo que debo mantener el ventanal cerrado.
Todo es extraño. Incluso el sermón que mis padres están recitando ahora mismo al cual poco caso hago. Así es, señores, estoy divagando. Podría estar horas y horas viendo el techo, refugiándome entre mis
pensamientos absurdos para no tener que volver a escuchar esas charlas que ya los profesores me han repetido una y otra vez a causa de mis notas.
Mis padres nunca tuvieron o han tenido sumo interés en mis notas ya que siempre notaron que mi afición a los estudios superaba los límites pensados para cualquier adolescente. ¿Qué niña y adolescente tiene esa fijación extraña por los estudios? Bueno, pocas. Ellos por tener a una
niña a la que no debían decirle cada tarde que hiciera la tarea porque ella era lo bastante autosuficiente para hacerla sola, no se preocuparon más que ayudarla con cada duda y mantener sus útiles al corriente. Ahora, sin embargo, los profesores y el director se han preocupado tanto por mi repentina dejadez que los han citado para charlar sobre ello.
He ahí el motivo del sermón al que no presto atención. De reojo puedo ver como sus labios pronuncian cada palabra, pero mis oídos están tapados. Estoy hasta el cuello de oír sobre que es mi último año y que si quiero una beca debo ser la mejor. ¡Lo sé! Ya lo sabía, gracias por recordarme la presión que ejerce sobre mis hombros.
Pero bueno, a mis padres les dio el Mal de Anne y ahora están exagerando todo.
—¿Entonces, intentarás esforzarte más?
La pregunta de mamá me saca de los cabales. Cómo puede preguntar eso cuando todos estos años me he esforzado tanto por ser la primera en la lista de notas, ser la alumna perfecta y derrocar a Chase en los estudios. No puedo esforzarme más de lo que hasta ahora he hecho. Desperdicié mis años de juventud por mis notas y ahora que conseguí sentir por fin lo que son las mariposas en el estómago todo mi esfuerzo decayó. No lo entiendo. No puede ser equilibrada la cosa; o son los estudios, o es el amor.
Así está la situación.
Calma, Michi. Respira hondo.
—Bien, me esforzaré más. Dejaré mis distracciones para cuando sea una anciana amargada que le quite el asiento a los jóvenes en el bus reclamando que está en su derecho por ser vieja.
Mis padres se miran entre sí, sin entender mi comentario. A decir verdad, yo tampoco lo entendí muy bien, pero todo lo que dije es tan cierto como que me llamo Michelle. Las ancianas del trasporte público son demonios disfrazados que te golpean con sus bolsas si no les cedes el asiento.
Suspiro.
—Me refiero a que sí me esforzaré más.
Papá asiente y procede a salir por la puerta. Mamá, no obstante se queda de pie. Ya saben qué viene: esa escena donde intentará empatizar conmigo para que le cuente mis penas y problemas.
No hay problemas, sólo me desvié de camino de la rectitud.
—Michi —comienza a decir, sentándose en la cama, junto a mí—, no queremos presionarte, ¿lo sabes, verdad?
—Lo sé.
—Sólo queremos que no eches a perder todo tu esfuerzo este último año. Mucho menos ahora que te queda tan poco. Si logras obtener una beca podrás estudiar lo que se te plazca. ¿Ya te decidiste?
Aunque no me veo de camino a la luna dentro de una nave espacial, descubrí que me encantaría hondar en el tema de la astronomía sabiendo bien que no es una carrera que se vea todo el tiempo. La astronomía fue siempre una de mis ambiciones y poder estudiarla como corresponde es algo que no dudaría. Aunque en la ciudad poco campo laboral se ve, estoy dispuesta a sacrificarme al máximo para lograr trabajar en el tema.
—Astronomía —respondo casi en un resoplido, temiendo oír replicas por mi elección de carrera.
Mamá posa sus manos sobre las mías y me sonríe con dulzura.
—Era de esperarse —dice, con voz apacible.
Se levanta de la cama y se marcha, cerrando la puerta al salir.
Me quedo mirando la puerta unos segundos hasta que mi cansado cuerpo me obliga a recostarme. Sin embargo, mi cabeza se estrella de lleno contra la pared haciendo que el ventanal emita un ruido en sincronía. Ha sido tan fuerte el golpe que me he dado que el dolor se acentúa cada vez más fuerte en mi nuca. Vuelvo a sentarme entre quejidos que se mezclan con gruñidos mientras mis manos frotan la zona adolorida. Me pongo de pie con un esfuerzo sobre natural. Tambaleándome, camino hasta la ventana y la abro con el fin de avistar algún indicio de vida humana en el balcón continuo al mío.
Asomo la mitad de mi cuerpo comprobando que en el balcón del dictador no hay rastro de su paradero.
—Debe estar estudiando.
Hablar en voz alta no es necesario, no hay nadie aquí.
Lo dije para convencerme a mí misma de que lo está haciendo —y para informarte al intruso lector—. Quizás no sea buena idea decirles que Chase y yo terminamos.
Es broma.
La situación es ésta: Chase y yo estamos algo distanciados debido a que él está estudiando.
A diferencia de mí, él se ha estado esforzando como nunca lo pensé para la entrevista en la universidad. Casi no hemos podido hablar más que en Jackson. Cuando llega de la biblioteca, está cansado y sólo desea
dormir. Ya no va a la biblioteca seguido, ni tampoco pasa a buscarme.
Además de que apenas nos decimos cursilerías. Él está más frío y distante. He pensado que la culpa no es de los estudios, sino de nuestra visita al cementerio, pero dudo mucho que lo sea. Chase aunque parecía apenado por contarme sobre Ellen, parece más bien molesto por lo que pasó con Allek.
Es eso o no sé. Su repentino cambio me tiene dentro de una burbuja de dudas que temen ser respondidas.
Chase es un idiota. Después de todo lo que dijo e hizo actúa como un papanatas sin corazón que me tiene más que preocupada. He querido aclarar nuestra situación actual pero hablamos tan poco que no se ha dado el momento oportuno. Es un dictador olvidadizo, ¿no creen? Debería golpearlo con mi telescopio por eso.
De hecho, debería golpearlo ahora mismo para que me dé explicaciones.
Mis costumbres de pasarme de balcón en balcón parece que se han oxidado con el tiempo. Es eso o la falta de ejercicio físico, pues apenas puedo levantar las piernas sin que suelte algún que otro quejido. Con un esfuerzo casi paranormal, logro pasar al balcón de Chase, meciéndome en la oscuridad del lugar que es levemente iluminada por la luz de mi habitación. El frío de la noche me golpea el rostro en forma de una brisa afilada. Me estremezco, abrazándome a mí misma.
El ventanal de Chase está cerrado. Como sé que es de los chicos que no cierran con pestillo las cosas confiados en que nada pasará, logro arrastrarla para abrirla lo suficiente para permitirme entrar. Doy un paso dentro del cuarto oscuro reconociendo al instante todo lo que se encuentra a mí alrededor. Está todo en su lugar como a Chase le gusta.
Noto un bulto en la cama; es Chase durmiendo. Una risilla maliciosa se escapa de mí, no muy alta para despertarlo, aunque el motivo de mi risa fuese ese. Camino hasta quedar junto a la cama y me inclino hacia el velador para encender la lámpara. Una luz tenue invade la habitación.
Chase parece un niño pequeño durmiendo cubierto por su cobertor azul marino. Incluso durmiendo puedo notar sus envidiables pestañas largas. Esta con sus labios entre abiertos. Esta de costado apoyando su cabeza en una mano que apenas se ve sobre la almohada. Luce tan... tan... absurdamente relajado —¿Qué esperaban? ¿Qué dijera guapo?— que me da disgusto de solo verlo.
Extiendo lentamente una mano hacia su rostro con el fin de acariciarlo y apartar los revoltosos cabellos de su frente, pero en cuanto mis dedos rozan su piel, el rostro tranquilo de Chase se convierte en una mueca indescifrable. Arruga sus cejas, mientras cierra su boca, tensando sus labios. Traga saliva y vuelve a abrir sus labios, ésta vez murmurando con voz quebrantada el nombre de Ellen Grimes.
Sólo eso basta para que salga perseguida por mis ofuscados pensamientos de su habitación, hasta sentirme resguardada en mi habitación.
¿Por qué? ¿Por qué su nombre? ¿No pudo ser Margareth, Ashley o
Pepita?
*****
—Felicidades, oficialmente te ganaste el premio de la niña más torpe de la tierra.
Miro a Delfi, quien me ayuda a limpiar el desastre que hice después de que botara de casualidad un juego de tazas. En parte ella ha tenido la culpa de aparecer tan repentinamente en mi camino cuando estaba sumida en mis depresivos pensamientos.
—¿Rompí un nuevo record? Ella sólo se limita a asentir.
Escucho pasos detrás de mí y me preparo para escuchar a la jefa reprenderme por mi torpeza ya tan vista dentro de la cafetería, pero todo lo que obtengo es ver cómo Allek se agacha a mi lado para ayudarme a recoger los trozos de tazas y platos esparcidos por el pasillo. Suerte que mi espectáculo no ha sido en la cafetería a los ojos de todos los
clientes.
—Iré por la pala y la escoba —informa Delfi, dejándonos agachados a los dos mientras recogemos los trozos más grandes.
—¿Nunca dejas de ser tan torpe? —recrimina Don Expresivo— Vuelvo al trabajo y me topo con esto.
Siento mi garganta seca. Allek estaba enfermo y, así como comencé a ver poco a Chase, mis encuentros con Allek no se vieron retomados desde que ocurrió ese "incidente" en su casa, cuando cayó sobre mí, inconsciente. Me inquieta el tenerlo de vuelta pues me había acostumbrado a no pensar en aquel beso accidental. Mas ahora, todo lo ocurrido esa tarde de lluvia revive en mi cabeza.
Agarro el cuello de mi camisa y lo agito. Por alguna (no tan) extraña razón mi cuerpo entero está acalorado.
—Si no quieres ayudar, simplemente no lo hagas —contraataco, esquivando sus ojos.
Las manos inquietas de Allek que metían los trozos de loza dentro de la bolsa de basura, se detienen. Por unos instantes creo que le hará caso a mis palabras.
—Estás de mal humor —indica—. Puedo hacerme una idea de los motivos, así que te aclararé algo: Ese día, cuando enfermé, no recuerdo nada, pero desperté en el momento preciso para escuchar a Chase.
Ah, qué bien. Fue un beso accidental y no lo recuerda.
—No estamos enojados, Allek.
—Sólo estoy aclarando las cosas para no verme involucrado entre su relación —contesta, volviendo a recoger los trozos de loza—. O lo que quede de ella —agrega.
Su comentario me resulta de lo más ofensivo. Allek puede ser un antisocial y adicto a los video-juegos, pero eso no le quita lo perspicaz que puede llegar a ser. No me impresionaría que me haya dicho esa explicación al notar que me sonrojé. Además de darse cuenta de mis emociones, puede notar que mi relación con Chase se hunde como
el Titanic. Tampoco estoy para actuaciones y decirle que todo marcha de maravilla, pues simplemente no me hago los ánimos —y no se me da bien la actuación—. Así que, ¿para qué fingir?
—Eres un quisquilloso, ¿lo sabías? —Lo miro fijamente, esperando su respuesta.
—Ya está pasando...
Lo miro con confusión ante su repentino comentario. Parece que se le ha escapado sin querer, pero dudo mucho que Allek sea de los chicos que deje escapar pensamientos a diestra y siniestra como yo. No, Allek lo ha dicho esperando mi cuota de curiosidad.
—¿Qué cosa? —curioseo.
Guarda silencio, por lo que me veo en la necesidad de hacerle un gesto para que hable.
—¿Has notado alguna similitud entre las ex novias de Chase? Todas tenían algo que las hacían casi idénticas.
Me pongo a meditar su pregunta unos segundos. Nunca me fijé con detalle en las pretendientes de Chase y la larga fila de chicas que desean salir con él (que no son pocas), mucho menos en el aspecto de las
chicas con las que ha salido estando en Jackson. Puedo decir que todas se asemejan al ser mujeres, pero eso es demasiado obvio y estúpido.
¡Vamos, cabeza, piensa! Rebusco entre mis recuerdos, encontrando a lista de ex novias de Chase. Todas ellas...
—Han sido rubias —respondo—. ¿Qué tiene que ver eso?
—Dedúcelo por ti, Wallas.
Allek se levanta, dejándome con un enorme signo de interrogación sobre la cabeza.
¿Qué quiere que deduzca? ¿Qué Chase tiene un fetiche con las rubias?
¿Y por qué se marcha de manera tan enigmática como en las películas?
Delfi llega con la escoba y la pala justo en el momento en que me iba a dar por vencida.
Luego de limpiar mi desastre y recibir los regaños de la jefa, vuelvo a encargarme de los pedidos de las personas, ésta vez, prestando más atención a mis acciones. Mi torpeza me costará descuento de mi sueldo, por lo que no quiero que se vuelva a repetir.
Respiro hondo y me mentalizo en el papel de mesera que llevo haciendo hace meses.
Al salir hacia la zona de las mesas, mis ojos se desvían hacia la mesa donde Chase solía sentarse a tomar su capuchino mientras nos lanzábamos miradas que hablaban por sí solas. Al pasar a su lado siempre decía algún comentario que me sacaba de quicio e iniciaba algún enfrentamiento entre los dos donde le decía insultos disimulados que lo hacían reír como una foca con retraso... si es que existe eso.
Ese puesto está siendo ocupado por alguien más. Anne acompañada de Bonnie, están sentadas esperando ser atendidas por alguien. Por obvias razones, estoy segura que no están aquí para ver a Allek —bueno,
quizás Bonnie sí, pero Anne no—, así que me acerco a ellas con la mejor de mis sonrisas.
—Oh, qué lindas, han venido a verme —las saludo, mientras con mis ojos les enseño la salida.
No me gusta que vengan a verme en el trabajo porque es penoso escuchar como estallan en carcajadas observando cada detalle de mis falencias. No obstante, Anne está tan seria que da la impresión de que está enferma. Al asentir, hace una mueca con sus labios, luego mira a Bonnie. Ese gesto parece más bien una sugerencia pidiéndole que hable primero.
—Hola... —saluda Bonnie, con una evidente sonrisa incómoda.
—¿Pasó algo?
Bonnie mira a Anne. Las dos mueven sus cabezas asertivamente, helándome la piel.
—Estábamos en el centro comercial, charlando —informa Anne, con voz queda—. Fuimos a las tiendas de chicos y encontramos a Jax y Chase hablando entre sí. Antes de que nos descubrieran nos ocultamos, pero logramos escuchar parte de una conversación.
Anne me hace un espacio para que me siente junto a ella. Antes de hacerlo, verifico que la jefa no esté cerca para recibir otra reprendida.
—¿Qué clase de conversación? —interrogo con la voz algo quebrada.
—Chase le decía a Jax que estaba cansado e inseguro —explica Bonnie—. Que siente miedo pues ya nada es lo mismo y que la rutina lo está matando. Él dijo «ya me aburrí de ella».
Un silencioso «¿De mí?» quiere salir de mi boca, pero un dolor en la garganta me lo impide. Todo se vuelve nebuloso cuando mis ojos se llenan de lágrimas rebeldes.
—¡Oye, escucha! —exclama Anne— Aún no sabemos de quién hablaba. Puede ser Margareth o alguien más.
Seco mis húmedos ojos y respiro fuerte, así los mocos que osan a querer escaparse de mi nariz no salgan.
—¿De quién más hablará? ¿Su abuela muerta? —ironizo. Las dos sonríen con compasión.
Me pongo de pie y golpeo con mis palmas la mesa, provocando un ruido que llama la atención de los demás presentes. Haciendo caso omiso a las miradas acusadoras, miro a Anne y Bonnie con determinación. No le daré a Chase el privilegio de terminar conmigo como lo hizo con las otras chicas, antes de que eso suceda le pediré explicaciones y terminaré yo con él.
...
Me siento como una madre esperando de madrugada a su hijo, sentada en un sillón con las luces apagadas y un rostro de muerte. O como una esposa esperando a su marido que salió de parranda. En cualquiera de los dos casos, el final del penoso encuentro es un desastre que acabará en una discusión.
Presiento que lo mismo pasará aquí.
Tantas veces me advertí respecto a las intenciones a Chase, diciéndome que él es un vil dictador mentiroso que sólo fingía gustar de mí. Hoy eso ha quedado muy claro; no sólo por lo que Anne y Bonnie me contaron en el trabajo, sino también por la sutil pista que Allek me dio.
Todo el puzle mental que me había creado está resuelto.
Agradecería que algún ser despiadado me esté diciendo «Te lo dije». Pero no hay nadie que centralice mi devastadora situación pronunciando esas palabras posteriores a la advertencia que nadie nunca me dijo. Bueno, mi cerebro me obligó en un principio a ser precavida con Chase y sus juegos, pero como el corazón le gana a la razón resulté en esta situación.
Fui parte de un juego. Fui el premio de consolación, literalmente.
—¿Qué haces ahí? ¿No tienes frío?
Chase camina hacia la baranda que separa mi balcón del suyo. Es bueno que haya llegado antes de que mi trasero se congele.
—Te estaba esperando —contesto con frialdad—. Necesito hablar contigo.
Me levanto de la silla plástica en la que reposaba, para acercarme a la baranda y quedar frente a él. Chase lleva una mano a su cabello y lo revuelve, bajando su cabeza.
—Yo también quiero hablar contigo —responde—. Es algo importante.
—Si saliste al balcón como no lo hacías hace días, entonces sí, debe serlo —comento con sarcasmo.
Su arrogante forma de mirar luce sombría. Seguramente, con mi afilado comentario puede hacerse una idea de lo molesta que estoy. Aunque quiero pedirle explicaciones, todo lo que puedo hacer es mirarlo mientras un malestar estomacal —que no es indigestión— me sugiere que no diga nada; que si lo hago todo estará perdido.
—Michi, estoy con algunos problemas. Creo que necesitamos...
—Necesitamos tiempo —completo las palabras por él—. Lo supuse. Sonrío por inercia. En realidad no deseo sonreír. Al verlo asentir,
aprobando lo dicho por mí, las palabras de Houston revotan por mi cabeza aludiendo que "tiempo" es sinónimo a "terminar". En pocas palabras, lo que Chase pretende hacer es terminar conmigo como
concluí por la tarde. De camino a casa me hice la idea de éste encuentro y de sus palabras.
—Necesito estar solo.
—Chase si quieres terminar conmigo sólo dilo y ya. No te pongas a empatizar conmigo ahora. Te entiendo perfectamente. Y no tienes la culpa de nada, yo fui la tonta que se dejó engañar por unas lindas palabras, caprichosas discusiones y estúpidas sensaciones estomacales. Siempre me jacté de mi inteligencia, pero no pude darme cuenta de tus intenciones antes.
Me mira con desconcierto. Seguro no se hace una idea de lo que estoy diciéndole.
—¿De qué hablas?
—Todo este tiempo saliste conmigo por mi parecido con Ellen, ¿verdad?
—él guarda silencio, pero juzgando su rostro mis palabras han dado justo en el clavo. Claro que la parte irracional en mí se rehúsa a guiarse sólo por la perplejidad de su rostro, por lo que me atrevo a volver a preguntar— ¿Saliste conmigo, así como con las demás, por mi parecido con Ellen Grimes?
Chase baja su cabeza, mirando sus manos puestas sobre la baranda. Tras unos segundos, todo lo que hace es asentir en silencio.