Las tres reglas.
Viernes.
¡El gran día llegó!
Estoy nerviosa. Me he paseado de lado a lado intranquila esperando a que Chase pase a buscarme junto a Margareth. Ya tengo todo
preparado, incluyendo mi mochila con las cosas para quedarme a dormir. Traigo puesto el vestido que Chase y yo compramos el miércoles por la tarde, los tacones que Anne me prestó por el día acorde con el vestido azul que llevo puesto, he tomado mi cabello —Ajá, hice esa excepción
por esta noche— y he escuchado el sermón de mamá. Ah, sí... Y ya hice una oración para que no estropeara el momento.
Por Dios que deseo darle una buena impresión a la familia de Chase para que no me terminen odiando debido a mi torpeza.
Margo me detiene por los hombros.
—Estás hermosa, prima. No tienes de qué preocuparte... Ven —me guía hasta el sofá—, tranquilízate un poco.
—Dios... —murmura papá, quien niega con la cabeza— si se pone así de nerviosa ahora, no quiero ni imaginar en la boda.
Todos en la sala nos ponen a reír. Ese comentario es como los que Anne haría.
Y ahora que menciono a Anne —gracias, pensamiento—, diré que aún estoy molesta por lo que hizo. No sé si acostarse con Jax era parte de su "plan de destrucción", aunque lo dudo. Acabó cavando su propia tumba después de todo y, siendo sincera, no quiero decirle "Te lo dije" cuando
el estúpido de Jax se aburra de ella como lo hizo con Claire y Sussie. Jax parece entusiasmado con Anne, pero también actuaba así con las dos amiguitas. Estoy molesta con Anne, estoy preocupada por Anne, estoy queriendo golpear a Anne.
Los golpes en la puerta me traen de golpe a la realidad. Ese molesto
dolor en mi estómago renace al ver como mamá abre la puerta dejando a
Chase se asome.
¿Recuerdan cuando Chase le pidió a papá salir conmigo? Pues luce exactamente igual. Claro, dejó de lado ese absurdo peinado lleno de gel
y ahora trae su cabello más alocado. Saluda a mis padres, luego a Margo y John. Finalmente, se detiene frente a mí y me mira de pies a cabeza
con una sonrisa que derretiría al mismísimo sol.
Que absurda comparación, Michi.
Denme créditos, al menos, estoy nerviosa.
—Estás bellísima... —comenta cuando nos subimos al asiento trasero del auto de Margareth. Muerde su labio inferior mientras yo trato de no
pensar en lo que pasa por su cabeza en este preciso momento.
—Y tú querías que usara un vestido viejo...
—Confieso que las horas de sufrimiento en el centro comercial valieron la pena —pasa su brazo por mi espalda y me apega a él—. ¿Sabes? — runrunea cerca de mi oreja— Podría decirle a Tío Marcus que nos deje dormir una habitación, juntos los dos... ya sabes, como para repetir lo del Año Nuevo.
—Ni lo sueñes —se apronta a decir Margareth antes de replicar—. Nancy me pidió estrictamente que duerman en habitaciones SEPARADAS.
Chase murmura entre dientes. Yo sólo atino a reír.
—¿Cuántas personas habrán en la cena? —pregunto inclinándome hacia el asiento de adelante.
—Unas treinta personas, me parece —responde Margareth—. Somos una familia muy numerosa, ¿sabes, linda? Solíamos ser más cuando estaba casada con Josh.
Con Josh se refiere al padre de Chase, claro.
No entiendo porqué motivo no me los puedo imaginar cenando a todos felices en una mesa. Tal vez estoy siendo demasiado subjetiva ante la visión que le tengo al padre de Chase.
—Llegamos.
Salgo de mi atontado estado para caer en uno más bajo. Afuera está oscuro, pero unos faros ayudar a deleitarme con el lugar. Margareth ha parado el auto frente a un enorme portón de reglas negras. Un sujeto anciano que sale de un del interior se acerca a la ventanilla de Margareth, quien baja un poco la ventana para proceder a hablar con el anciano hombre.
—Buenas noches, Pedro.
Saluda, sin embargo, el anciano parece no reconocerla del todo, pues frunce el entrecejo. Después de unos segundos, donde parece buscar dentro de su cabeza el rostro familiar que tiene frente a sus ojos, sonríe.
—Por poco no la reconozco, señora —dice él, luego mira hacia el interior posando sus ilegibles ojos en nosotros—. El señor Thompson los está esperando.
Sin más que decir, vuelve a su cubículo y abre el portón desde el interior. Cuando pasamos a su lado, Margareth le hace un ademán como agradecimiento y él responde con otra seña.
Un largo camino sementado nos queda por recorrer hasta la casa gigante ante nuestros ojos. Es una especie de sendero de cuento, como para deleitarse con los ojos sobre la maravillosa decoración de rosas,
arbustos con formas, y arboles sacados de cuento. Arrastro mi vista hasta posar mis ojos en la casa; parece la mansión de Barbie que toda niña quiso tener alguna vez. Consta de dos pisos, donde cada ventana va acompañada de dos columnas al estilo griego a los lados y un balcón pequeño. La puerta principal es doble a la cual hay que llegar subiendo una pequeña escalera, a los costados, hay dos macetas gigantes con arbustos.
—Michi —murmura Chase, acercándose confidente—, sécate la baba.
—Calla, Chase —lo reprendo. Antes de poder escupir uno más de mis comentarios, prefiero callar al ver la cantidad de autos de lujo que tengo frente a mis narices.
Anne, desearías estar en mis zapatos. Bueno, en los tuyos... ¡Como sea!
Reparo en cada uno de los autos fantaseando en cómo me sentiría estando en uno de ellos, cómo sería estar dentro de la limosina frente a la puerta, cómo estaría de cómoda sentada en uno de esos asientos.
¡Dios! Mis modestos ojos no estaban preparados para ver tantas cantidades de brillo. Si tienen estos autos, no quiero ni pensar cómo serán las personas que dentro de poco tendré que conocer.
Oh, mierda. Oh, mierda. Dije mierda otra vez.
Margareth se estaciona frente a un auto que parece sacado de la película de James Bond. Nos bajamos y caminamos hasta la puerta subiendo las escaleras. Afuera, una alfombra de bienvenida casi intacta nos recibe. Chase procede a golpear la puerta, y en menos de dos segundos, un hombre nos abre.
—¡Chase! ¡Mira qué grande estás!
Los dos se dan la mano y terminan en un abrazo. Margareth es la siguiente en saludarlo con un beso en la mejilla y luego un abrazo. Así que, por consiguiente, los verdosos ojos del hombre recaen en mí.
—Ella es Michelle —me presenta Chase—, es mi novia.
—Hola —saludo con un hilo de voz. Carraspeo fingiendo que fue un error de garganta el que mi voz haya salido de forma tan penosa y vuelvo a saludar—, es un placer.
—Hugo Thompson —se presenta. Extiendo mi mano para estrecharla, pero él hace un rápido movimiento y termina besándola, como en las películas—. El placer es mío, señorita.
Colapso mental. Hugo parece mayor que Margareth, pero eso no le quita lo atractivo. Y, por Dios, que yo nunca me he fijado en hombres mayores, pero Hugo se ha ganado ese privilegio.
Entramos a la sala —omitiré las descripciones del lugar, porque juro que muero de un colapso mental con tantas miradas sobre nosotros— donde Chase comienza a presentarme ante cada familiar, grande y pequeño, alardeando de lo inteligente y toda esa habladuría que apenas logro procesar. Lo único que tengo en mente es decir lo apropiado y no desmayarme con tanta gente salida de la burocracia. ¿Es que toda la rama genética de Chase es así de perfecta? Tanto ancianos como adultos parecen artistas, con ostentosos relojes y joyas, mientras que yo estoy aquí... con una cola de cabello desaliñada y un vestido común que no se compara con el de las primas de Chase.
Después de presentarme a todos, Chase me guía hasta la pesa donde está el ponche.
—Me siento como Cenicienta.
Chase sólo sonríe mientras bebe del vaso.
—Yo sería el príncipe, ¿verdad? —inquiere, dejando el vaso sobre la mesa.
—¿Qué? No, tu tío sería perfecto para ser el príncipe.
—Ah, te gusta Tío Hugo —Hace una mueca y mira en otra dirección—. Iré a decirle...
Lo agarro del brazo antes de que de otro paso más. Chase ríe entre dientes y vuelve a posicionarse junto mí
—¡No! ¿Estás loco?
—Era una broma, tontita. Los dos sabemos que soy tu príncipe hoy, mañana y siempre.
Guiña un ojo.
—Yo espero que te comportes como uno, Chase. Que cumplas tu palabra y me digas por qué crearon las tres reglas...
Una mujer robusta que viste un vestido rojo, se acerca donde Margareth y su hermano Hugo hablan animosamente. Los dos parecen prestarle suma atención a las palabras ilegibles desde nuestra posición y luego esbozan una sonrisa mientras asientes con sus cabezas mirando a los demás. Algo me dice que es hora de la cena.
Hugo hace sonar una especie de campanilla y, entonces no me cabe duda. Caminamos hasta el comedor; una habitación enorme, con una mesa enorme. Un mantel beige con hilos que conjugan unas flores de lirios están bordadas en él, dándole un toque de elegancia que se mezcla a la perfección con los cubiertos y las copas. Un candelabro enorme en
el centro del comedor, por encima de la mesa, yace colgado y parece ser el centro de atención de todo el sitio. Chase y yo nos sentamos juntos.
Un hombre, al cual me presentaron de Welton —creo—, se sienta a mi lado.
Los mayordomos —Sí, por Diooos, mayordomos— llegan con la comida y la dejan sobre la mesa. Y para mi mala suerte, —porque claro, ella no podía faltar a la cena—, descubro que la cena que tanto esperaba se reduce a un oloroso plato de mariscos.
Odio los mariscos.
—Mmm... —el sujeto a mi lado saborea la cena con su olfato— Huele delicioso, ¿no cree?
No, huele fatal.
—Sí... —Despliego mi mejor (y más fingida) sonrisa— huele exquisito. El tío Marcus, dueño de la casa, dice unas palabras por el reencuentro de la familia, agradece por asistir y nos pide encarecidamente que disfrutemos del "exquisito" plato que han preparado sus cocineros con mucho espero durante toda la tarde. Los mayordomos, o quienes sean esos sujetos de pie tras nuestros asientos, nos sirven vino tinto; lo único que tengo para poder pasar por mi garganta los mariscos.
¡Cielos! ¿Es que no podía ser pollo frito y ya? ¿Por qué mariscos? ¡¿Por qué!?
Vamos, Michi, puedes no comerlos y ya.
Podría, pero sería una falta de respeto. Y lo que quiero es caerle en gracia a la familia de Chase, no quedar como una estúpida regodeona.
—¿Estás bien? —pregunta Chase al verme.
—Sí. Estoy bien.
—No lo pareces, Michi —insiste—. ¿Acaso no te gustan los mariscos?
—Chase, los amo.
No, mentira, estoy siendo educada. La verdad es que los odio.
—¿En serio? Porque cada vez que llevas a tus lindos labios un trozo de piure bebes vino, como si con eso pudieras asimilar un poco su sabor o algo por el estilo —recrimina, confidente. Siento un leve sonrojo—. No tomes tanto, recuerda que tienes serios problemas con el alcohol.
Le doy un pisotón por debajo de la mesa y él lanza un gritito que llama la atención de su familia.
¡Lo que faltaba! Ser el centro de atención.
*****
—¡LOS ODIO!
Recibo el vaso con agua que Chase trae para mí.
Hemos salido al balcón del segundo piso que da hacia el enorme jardín de la casa. Desde aquí, el cielo es visible siendo iluminado por una enorme luna amarilla que está rodeada de pequeñas estrellas que tintinean. No tengo la menor idea de dónde o que tan lejos estamos de casa, pero todo se ve espectacular. Desearía estar con mi telescopio para poder el sin fin de constelaciones que yacen en la inmensidad del cielo nocturno.
—Te pregunté si no querías y no dijiste nada.
—¿Cómo podría hacerlo? —Le doy otro sorbo al vaso— Era una falta de respeto.
—La falta de respeto es que te hayas tomado todo el vino. Estalla en carcajadas.
—Muy gracioso —recrimino. Él apoya su mano sobre mi hombro sin parar de reír—. Oye en serio no le veo la gracia. Fue un chiste muy aburrido.
—Lo sé, lo sé —dice y seca una lágrima del rabillo de sus ojos—. Ah... te adoro, ¿sabes?
—Ya... no intentes distraerme.
Chas endereza su espalda y me mira con seriedad.
—¿Sólo viniste a eso?
—Sí.
Mi respuesta sale con tal frialdad que yo misma me causo temor.
—Mala —me arrebata el vaso con agua y lo bebe por completo—. Bien, te contaré por qué creamos las tres reglas.
Respiro hondo y me preparo mentalmente para lo que parece ser una historia larga por contar. Chase juguetea con el vaso, como si buscase alguna manera o forma por dónde empezar a contar el invento de las tres reglas. De pronto, siento que todo mi cuerpo se contrae y provoca un horrible dolor en mi estómago. Gruñidos feroces proclaman la venida de lo que parece ser el dolor más infortunado que una joven adolescente en casa de un desconocido puede pedir. Siento que mi estómago va a estallar, o mejor dicho, otra...
—¡Mierda! —exclamo al aire.
Antes de escuchar las preguntas de Chase, quien luce desconcertado por mi insulto, me adentro a la casa y busco con desesperación el baño. Entre el millar de puertas que abro, por fin logro dar con una que contiene un estúpido baño. No lo pienso dos veces, si siquiera para limpiar o algo por el estilo, y me siento en el placentero trono de loza.
Michi es... libre.
Salgo de mi estado parsimonioso y busco papel higiénico con el cual limpiarme; pero no encuentro el rollo por ningún lado. Me petrifico por un momento... Tal vez deba mirar de nuevo. Nada. Dentro de las cuatro paredes y el retrete donde me encuentro reposando no encuentro nada más que un rollo usado. ¡Ni siquiera hay desodorante! Madre santa, que estas cosas sólo pueden ocurrirle a personas desafortunadas como yo.
¿Qué diré cuando salga? ¿Alguien me encontrará? ¿Le puse pestillo a la puerta antes de entrar?
Cierro los ojos empezando una oración que no concreto del todo cuando escucho el rechinido del pomo de la puerta al girarlo. Abro los ojos de golpe.
—¡Está ocupado!
Grito antes de que la puerta sea abierta. Otro dolor de estómago contraataca.
—Lo siento, no sabía que estaba ocupado. Esperaré aquí.
¿Este quiere sentir mi esencia o qué?
—La verdad, es que necesito su ayuda —comento entre quejidos de dolor. Mi estómago es un volcán que pronto quiere hacer erupción—. No hay papel... ni desodorante —espero una respuesta del sujeto que está del otro lado. Pero nada—. Ah, maldición...
Tiro la cadena desechando toda esperanza, hasta que la voz del sujeto trae de vuelta mi alma desamparada.
—Tengo el papel higiénico.
—Grandioso... ahora sól-
Me muerdo la lengua al ver como el pomo de la puerta gira y ésta se abre por completo, dejando en evidencia a la persona que estaba hablando desde el otro lado. Chase, con una mano cubriendo su nariz entra con el rollo de papel higiénico.
—Sabía que las mujeres cagaban, pero esto es de otro mundo.
*****
Miro el techo de la habitación donde pretendo dormir, hacer como que duermo, o más bien, intento dormir. Estar lejos de casa, en una cama con un colchón tan cómodo hasta el punto de hundirme en él, es de otro
mundo. Mas me siento extraña estando en una habitación que no es mía
—o el living del departamento donde vivo—. Siento que estoy en un hotel abandonado, frío, con sombras extrañas provenientes de las sombras
que provocan las ramas contra la luna. Hasta parece que mi pijama se ha impregnado con el olor de las sábanas.
Otro retorcijón de estómago hace que agarre la almohada junto a mí y la apriete con fuerza.
Durante el resto de la cena, luego de que Chase entrara al baño y escupiera en la poca dignidad que tenía en ese instante, he padecido dolor de estómago. No pretendo culpar al cocinero por preparar los mariscos, o al Tío Hugo por tener la brillante idea de hacerlo para la cena; pero como tengo que culpar a alguien, culparé a Chase. Punto.
Bah... ¿A quién engaño? Me siento sola en esta lúgubre habitación, dentro de esta enorme casa.
—Pss... —Chase aparece en el umbral de la puerta, asomándose con cautela—. Me escapé de la conversación de hombres que pretendían tener mis primos.
—¿Vienes a contarme un cuento? —ironizo al sentarme sobre la cama.
—Tal vez —entra y cierra la puerta—. Lo que vengo a contarte no es un cuento de hadas, para serte sincero.
—¿Entonces?
—Trata sobre motivos muy personales.
Camina hasta mi cama y se sienta sobre ésta. Apenas logro darme
cuenta que está en pijamas también, uno de cuadros. Me hago a un lado, haciendo espacio en la cama para que se ponga a mi lado. Se acomoda apoyando su espalda sobre los enormes almohadones que yacen aplastados contra el respaldo de la cama y se adentra en las sábanas.
Yo me acurruco a su lado asentando mi cabeza en el brazo que abraza mi cuello.
Se siente bien sentir un aroma familiar a mi lado.
—¿Me contarás sobre las tres reglas? Asiente.
—En secundaria conocí Ellen, Allek y a Jax en primer día de clases. Jax siempre fue alguien extrovertido y bueno para burlarse de los defectos de las personas. Aún no era un playboy por hobby, pero me di cuenta que la mayoría de las niñas le tenían puesto el ojo encima. Yo lo odiaba porque él quería destacar como fuese... y tenía sus motivos; al igual que yo, sus padres casi no pasaban en casa, y si estaban, no hacían más que discutir. Su verdadera madre desapareció un día y eso lo destrozó.
Bueno, bueno. Eso explicaría por una parte el porqué Jax es un mujeriego sin escrúpulo que no mira a nadie que no sea del sexo opuesto. Lo que me causa duda es el por qué Chase me está contando todo esto. Es decir, pensé que me contaría de las tres reglas, no de los inicios de cómo se conocieron. Además, no quiero sonar mala persona, pero escuchar de Ellen me deja mal sabor de boca.
—Así que, como buenos compañeros, lo consolé. Por un momento me sentí bien conmigo mismo al ayudar a alguien más; sin embargo, no esperaba que mi nuevo entusiasmo por ayudar a alguien más me involucrara en una terrible revuelta —suspira—. En nuestro curso, en unos asientos apartados del fondo, un trío de niños parecían ser buenos amigos. Sus nombres eran Patrick, Mathew y Mika. Para entonces, eran un grupo anexo a nosotros dos y solían ser más turbio que el resto de la clase, así que lo que hacían me tenía sin cuidado. Una tarde de invierno, cuando Jax y yo volvíamos a cada descubrimos que Patrick estaba golpeando y molestando a Mika después de la hora de clases. Patrick parecía gozar el sufrimiento de Mika mientras lo grababa todo.
—Eso es horrible... —dejo escapar sin pensar.
Miro a Chase, quien hace una mueca que no logro descifrar.
—Lo sé. Lo defendimos como pudimos y ofrecimos nuestra ayuda; pero los insultos y el abuso continuaron hasta dentro de un año, cuando los cinco éramos un grupo. Mika no era el único al que maltrataban, pero como amigo, nos preocupábamos por él. Antes de disolvernos por causa del Allek y Ellen, éramos unidos... como uña y mugre. Así que creamos tres reglas para que cosas así nos ocurrieran con nosotros.
—¿Y por eso crearon las tres reglas?
—Algo así —se encoje de hombros—. Nunca llevamos a cabo las tres reglas hasta que nos topamos a Patrick el primer día en Jackson. Mika creyó que la historia se repetiría. Bastó con decirle a unos cuantos sobre las tres reglas, plantar algo de miedo y reputación para que las tres reglas se hicieran conocidas y respetadas.
—¿Y qué ocurrió con Patrick? —interrogo, sentándome en la cama—
Mika no lo golpeó sólo por no seguir las reglas, ¿verdad?
—Patrick se río de él y Mika mandó a golpearlo... pero esa es otra historia.
—Entonces... ¿las tres reglas son una clase de autoprotección?
—Las tres reglas son una forma sutil de mantener alejada a las preguntonas como tú —agarra mis mejillas.