La noche del baile. Parte 2

 

 

¿Quién lo diría?

 

 

El líder y cabecilla de Los Tres Mosqueteros, arrogante, con ese toque de: "Soy superior a todos", el chico que siempre sale primero en todo, el casi perfecto, y para nada agradable, Chase parece un niño pequeño estando sumergido entre las sábanas, temblando de frío, con sus ojos cerrados y las cejas fruncidas.

 

De alguna forma, me siento culpable. Espero nadie pregunte el porqué, porque no lo sé. Digo, el Chase que tengo frente a mis ojos es alguien completamente diferente.

 

Está indefenso.

 

 

¿No se te ocurren cosas malas que hacerle, Michi? Piensa: es el chico más popular de Jackson y estás en su habitación.

 

Agito la cabeza cerrando los ojos. No, no, no. ¿Qué pasa con la "puritana

 

Michi"?

 

 

—¿Qu-qué piensas? —titubea él. Me sorprende que lo pregunte. Pero me sorprende más la respuesta que le doy.

 

—Nada —eso no es nada convincente. Por razones obvias, el ser humano nunca deja de pensar. ¿Es posible pensar en la nada?

 

Trago saliva. Debería dejar de pensar en bobadas.

 

 

—Eres tan débil ¿cómo te resfrías en estas épocas? —le pregunto levantándome de su cama. Chase sonríe con desgana, aún sin mirarme. Eso me alegra, no quiero que se burle de mi pijama.

—Es una mala costumbre —hace una pausa, arrugando su frente—. Siempre dejo las ventanas abiertas, por si alguna chica linda quiere entrar a mi habitación, pero de ella sólo ha entrado un "troll" —estiro mi

brazo y lo golpeo con la intensión de no hacerle mucho daño, pero que lo sienta. Él vuelve a sonreír. Carraspeo, mirándolo con desdén.

 

—¿Donde están las toallas? —Chase por primera vez abre los ojos. Se inclina un poco y apunta los cajones del closet.

 

—¿Para qué las quieres?

 

 

—Humedeceré una con agua fría, así te baja la fiebre y te sientes más aliviado —respondo frente a su closet, abro el cajón y saco una toalla blanca de tamaño mediano. Chase me mira incrédulo, tan pálido como la hoja de un papel.

 

—¿Naciste en los setentas? Para eso están las aspirinas... —me reprocha, sentándose en la cama.

 

—¡Shhh! Soy yo la que te está cuidando... deberías ser más agradecido.

 

Después de unos minutos de remojar la toalla y doblarla, vuelvo al cuarto de Chase. Está con una expresión ida, pensando en quién-sabe-qué; sin embargo, al verme, vuelve a su semblante tan particular.

 

—¿Eso tiene veneno, verdad? —pregunta, recostándose. Una carcajada se escapa de mí. Pongo la toalla húmeda en su frente y siento el suspiro ahogado que expela cuando lo hago. Se ve vulnerable e indefenso. Tranquilo. Jamás pasó por mi cabeza la imagen que tengo frente a mis ojos. Nunca creí que Chase y yo estaríamos así de cerca— ¿No te gustan los bailes? —pregunta de repente, desvaneciendo el silencio que de pronto surgió.

—Nah... No pierdo mi tiempo en esas bobadas. Prefiero quedarme en casa, viendo películas, llorando con un pañuelo en la mano derecha y una cuchara con helado en la otra —creí que Chase se burlaría de mí, pero no dice nada. Eso me asusta— ¿Por qué Mika y Jax no están cuidando de ti?

 

—Pues —frunce sus labios, arrugándolos—, se supone que estoy de viaje con Margareth, pero no fue así... les dije una pequeña mentira para no ir al baile.

 

Bien, bien. Los Tres Mosqueteros tal vez no son tan unidos como parecen o Chase tiene el derecho de mentirles a sus amigos de toda la vida. En cualquiera de los casos, la duda que me surge está en la punta de mi lengua, mas antes de preguntarla, Chase se adelanta.

 

—Tampoco me gustan los bailes —aclara. Respira hondo y exhala—. Menos cuando esa persona especial no estará ahí...

 

Me encojo de hombros y medito unos segundos.

 

 

—Pero podían invitar a alguien de afuera. La traicionera de Anne lo hizo así —muerdo mi labio inferior recordando a Anne y JJ.

 

¡RATAS TRAICIONERAS!

 

 

—Sí, lo sé... pero ella es diferente. Probablemente me habría dicho que no.

 

—¡Oh! —exclamo con sarcasmo— ¡Chase Frederick tiene una piel delicada y un amor imposible! Esto es una primicia para tus fans,

¿sabes? Debería anotarlo.

 

 

—Eres tan malvada, Michi, por eso no tienes amigos. Ni novio.

Golpe bajo.

 

 

—Tengo los justos y necesarios —le doy otro golpe. En el rostro de

 

Chase surca una sonrisa traviesa.

 

 

Extiendo mi mano para quitarle la toalla de la frente. Cuando lo hago, me percato de los mechones mojados, pegados a su frente, castaños y rubios. Entonces siento la necesidad de apartarlos de ese lugar, rosando con mis dedos su frente con suavidad y cautela, igual que una caricia. Chase abre los ojos cuando siente el contacto de mis dedos y yo retraigo mi mano, intentado disimular mi vergüenza. Con el corazón latiéndome a mil por segundo y un nudo extraño en la garganta. Una pregunta asomándose en mi cabeza carcomiendo mi cerebro:

 

¿Por qué lo he hecho?