En casa de Allek. Parte 1.
Lo odio. Lo odio. Lo odio.
Miro por el rabillo del ojo a Chase, quien come su almuerzo con tranquilidad; como si lo de hace unos minutos nunca hubiese ocurrido. Después de todo, me ha arrastrado hasta su mesa predilecta, junto con Anne, y me ha obligado a sentarme junto a él y sus dos amigos para comer. A mi amiga no parece desagradarle la idea de tener que sentarse con Los Tres Mosqueteros, pues ha estado charlando amenamente con Jax —¿Se habrá dado cuenta de las miradas recelosas de Claire y Sussie?—. Y Mika tiene esa sonrisa escalofriante pero desinteresada.
Por otro lado, entre "los normales" no ha parado el chismeo. Les he escuchado preguntarse si yo era una nueva alumna porque jamás me habían visto dentro de Jackson. Pero bueno, espero que el espectáculo se detenga luego de las vacaciones de invierno y todos olviden el escándalo teatral que Chase armó.
—¿Por qué no comes? —Pregunta dejando su tenedor plástico en la mesa— ¿Estás esperando que te dé en la boca? Porque por mí no hay problemas, eh —una sonrisa pérfida se dibuja en sus labios.
—No puedo creer que lo hayas hecho —mascullo apretando los puños—. Cuando dijiste que te vengarías, nunca creí que harías esto —pongo mi boca como haciendo un puchero.
—No exageres, Michi —salta Anne—. Es nuestro último año escolar,
deja que las personas te recuerden por algo que no sean las notas —Jax le da la razón asintiendo repetidas veces a su lado.
Chasqueo la lengua y me centro en el puré con vienesa. Por cortesía de la cocinera, me han servido otro plato. Los no-populares como yo no tenemos tanta suerte cuando la bandeja con comida se desparrama o sufre algún desastre. Ya lo decía la cocinera: "un plato de comida para un niño". Supongo que estar mezclada con Chase tiene su ventaja, de
otra forma, me habría quedado sin almuerzo después de chocar contra el chico robusto.
—¿Y por qué el chico robusto ese aceptó formar parte de tu venganza?
—pregunto sosteniendo el vaso. Le lanzo una mirada a Chase con sospecha, esperando a que me responda con la verdad.
—Digamos que nos debía un favor —salta Mika, antes de que Chase responda.
*****
Miro por la ventana de la cafetería el cielo. Está particularmente más nublado de lo normal, tanto así, que la encargada ha tenido que
encender las luces de la cafetería para que no tropezáramos llevando los pedidos a las mesas, lo ha dicho mirándome con cierto brillo en sus ojos. Inevitablemente me sentí identificada, hoy he estado más torpe que de costumbre...
—Hoy estás extraña —comenta revisando los pedidos—, ¿acaso es porque ese chiquillo castaño no ha venido aún?
¿Chiquillo castaño? —Se refiere a Chase, boba—. Me encojo de hombros sintiendo una extraña sensación recorrer mi cuerpo.
Chase, nuestro cliente habitual, ha tenido que salir con Margareth a no- sé-dónde. Creo que todos en la tienda ya se han acostumbrado a verlo sentado en la misma mesa tomando lo mismo de todos los días y siendo atendido por la misma persona siempre. Es decir: yop.
—¿Chiquillo castaño? No sé de qué habla...
Delfi, una universitaria aspirante a cocinera, pega una ruidosa carcajada. La encargada y yo giramos a verla reír mientras hace bollos para el pan. Allek está a su lado.
—¡JAH! —exclama—. Todos aquí saben que ustedes son amigos o algo más. Se puede ver la chispa destellando de sus ojos. Cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta, ¿verdad, Allek? —Le da un codazo a Allek justo en el brazo. El inexpresivo Allek, sólo asiente.
No sé si hacer bollos para el pan no se le da bien o también está harto del olor a fritura, pero está más pálido que lo normal. Su mirada delata cansancio y su postura encorvada indica que en cualquier momento podría desmayarse. Sin embargo, parece que nadie lo ha notado.
Cuando la encargada nos manda a los dos en busca de sacos de café, aprovecho para sacar mis dudas al aire.
—¿Te encuentras bien? —Interrogo, abriendo la puerta. Él asiente de nuevo, sin decir nada ¡como si los ratones le hubieran comido la lengua!— Pues no lo pareces.
—Estoy bien —afirma, en tono cortante. Allek es el primero en entrar a la bodega y dirigirse a la zona donde están los sacos. Yo lo sigo en silencio guardando la llave en mi delantal.
—Es que... —muerdo mis labios temiendo recibir otra respuesta seca y cortante— no lo parece —toma dos sacos de café y se gira enseñándome su rostro agotado. Al acercarme para aligerar su carga y tomar uno de los sacos, compruebo mis sospechas. Llevo una mano a su frente; está caliente a pesar del ambiente frío— ¡Tienes fiebre!
Allek blanquea sus ojos. Se hace a un lado para pasar, pero lo detengo del brazo.
—Vamos a decirle a la encargada.
Él lanza un suspiro pesado y se encoge de hombros.
—Que sea la última vez, ¿entendido? No quiero que vengan a repartir virus en mi cafetería —Allek y yo asentimos apenados. Le he dicho a la encargada que Allek no se encuentra bien y, además, que tiene fiebre. A juzgar por el rostro de Allek, que le haya dicho a la encargada no le ha caído en gracia, pero sí, soy lo bastante idiota como para delatar su estado en estos precisos momentos. No porque tengamos "roces" él y yo, seré tan poca persona para verlo con cara de moribundo—. Bien... tomen esto como un día libre, chicos.
—¿Tomen? —Consulto sin comprender la situación.
—¿Qué? —Espeta la encargada— ¡Acompáñalo hasta su casa! — Exclama, incomprendida. Abro los ojos como plato al escuchar su orden—. Mira en qué estado está —apunta con su cabeza la silla donde Allek se ha sentado. El muy pobre tiembla de escalofríos bajo su abrigo—. Ya que tú eres la que ha dicho que se encuentra mal, tú serás quien lo lleve a casa.
Suelto un bufido cargado de resignación. ¿Llevar a Allek a su casa?
¡¿Qué no puede tomar un estúpido taxi o llamar a algún familiar?! No. No puedo ser tan egoísta y orgullosa en vísperas de navidad, sería la
versión femenina de Grinch.
Oh, Huston. Ver de niños tantas veces esa película me tiene mal...
¡PERO VAMOS! En la televisión la transmiten en todos los canales.
—No es necesario llevarme hasta la puerta de mi casa, Wallas —explica Allek camino. Todo el transcurso hasta su casa se me hace muy familiar, pues no es muy lejos de los departamentos donde vivimos Chase y yo. Eso aclararía porque siempre nos topamos en el paradero—. Estoy resfriado, no ciego.
—Guarda silencio, ¿quieres? —recrimino con autoridad— No podría dejarte ir solo... demasiada carga de conciencia.
—Ajá, olvidaba lo extraña que eras —dice en un hilo de voz—. Tal vez, por eso él se fijó en ti... —hace un pausa— o quizás porque eres igual a ella.
Siento que la sangre me hierve.
—¿Ellen?
—Sí, las dos tienen cierto parecido —explica volteando a verme, como si me examinara.
Nos detenemos frente a una casa de dos pisos con rejas negras. Allek abre la puerta de la reja. Antes de entrar alza su cabeza y mira al cielo. Una gota cae justo en su mejilla y en segundos, nos encontramos siendo empapados por la repentina lluvia.
—Argh... —gruño recordando que me he dejado el paraguas en el trabajo. Allek niega con la cabeza.
—Yo te presto uno. Ven, pasa.
Antes de poner mi pie dentro de la casa, miro en todas las direcciones posibles buscando alguna vía de escape en caso de cualquier cosa. Por suerte Allek no es consciente de esto para lanzarme algún comentario sarcástico. Suspiro y limpio mis pies en el tapete navideño que yace en la entrada.
La casa de Allek es igual que nuestro departamento, la entrada da directamente al living; hay dos sillones a cada lado de un sofá para tres personas frente a la chimenea, donde cuelgan seis botas con nombres bordados que no logro distinguir. También veo fotografías con marcos navideños, y al costado, frente al enorme ventanal junto a la puerta, el árbol navideño.
Allek enciende la luz iluminando la habitación por completo.
—Ponte cómoda —dice con la voz áspera, señalando con su cabeza el sofá—. No sé dónde han dejado los paraguas...
Trago saliva. Esta situación se me hace incómoda —y por algún motivo me siento culpable—. Si Chase se entera que estoy en casa de Allek
¿qué es lo que diría? Evidentemente se molestaría. Un escalofrío recorre mi espina dorsal de solo pensar en Chase y sus reacciones.
Me paseo por el living hasta la chimenea. Anastasia, Melissa, Katherine, Natacha, Valery y Allek, son los nombres bordados en las botas — demasiadas mujeres en la casa para un hombre ¿Qué es esto? ¿Un harem?—. Subo mi vista hasta toparme con las fotografías; la más grande es una fotografía familiar donde Allek sale rodeado de las cinco mujeres de las botas y todas parecen mayores que él —bien, entonces Allek es el menor de la familia Morris—. La siguiente es la de un hombre mayor de cabello castaño oscuro, se parece bastante a Allek. Y por último me fijo en la tercera fotografía. Logro reconocer a cuatro pubertos sonriéndole a la cámara, enseñando sus dientes perfectos y su rostro angelical: Mika sobre la espalda de Allek y Jax sobre la espalda de Chase, y en medio de Allek y Chase, se encuentra una chica rubia con una coleta alta.
Siento que el corazón me da un vuelco.
—Ella es Ellen —murmura Allek a mi costado. Me giro mientras el corazón se agita bajo mi pecho, como si ver aquella fotografía fuese un acto delictual. Enderezo mi espalda y doy un paso hacia atrás. Allek se ha puesto lo suficientemente cerca como para notar sus pecas—. Éramos buenos amigos... antes.
—¿Qué paso con ella? —Le interrogo. No obstante, Allek no parece dispuesto a responder. Abre un poco los labios, pero los aprieta como si se contuviera. Estoy a punto de preguntarle si se encuentra bien, mas me veo obligada a callar al sentir sus dedos colocar un mechón de cabello tras mi oreja. Siento una punzada en mi pecho que aumenta cuando, sin previo aviso, sus labios tocan los míos de una forma tímida y sutil, pero que se va intensificando arrimándose más en mí. Soy consciente de lo que ocurre, pero no puedo mover un musculo, como si estuviese petrificada ante Allek y su repentino beso. O más bien, ante todo. El peso de su cuerpo parece superarme y oír el sonido del paraguas chocar
contra el suelo me hace reaccionar. Sin embargo, ya es demasiado tarde. Antes de poder apartarlo de mí, me doy cuenta que se ha desmayado. Está inconsciente recargado en mí.
Aunque es más alto que yo, lo tomo desde bajo los hombros, subiendo la mitad de su cuerpo sobre el sofá. Luego, tomo sus piernas y las subo. Un dormido Allek queda recostado sobre su sofá dejándome una duda existencial de por vida...
¿Aquel beso fue un accidente o fue apropósito?
Niego con la cabeza cerrando los ojos con fuerza para olvidar el suceso de hace un momento. Sólo espero Allek también lo haga cuando despierte.
He encontrado una manta para ponerle encima a Allek. He encendido la chimenea —no preguntes cómo—, para abrigarlo más y me he quedado viendo si su fiebre disminuye aunque no he podido usar el mismo método que usé con Chase aquella vez que enfermó.
Oh, Chase. Me siento una maldita culpable...
A estas horas debería estar en casa, pero por esas casualidades extrañas, he terminado en casa de Allek, sentada hecha un ovillo sobre uno de los sillones, observando el fuego de la chimenea menearse como si bailara.
El tono de llamada me pone en alerta mirando a Allek, comprobando si despierta. Aún duerme y parece que no lo hará hasta unas horas. Miro la pantalla de mi celular; "Tu rey está llamando", leo. Una sonrisa nerviosa se escapa de mí.
Es Chase.
—¡Menuda lluvia y tú aún no estás en casa! —Exclama desde el otro lado de la línea—. ¿Aún trabajas?
—N-no, ya salí... —titubeo.
—¿Qué pasa? ¿Aún estas molesta por lo de la venganza? Cuando llegues a casa podría arreglarlo —su voz me suena provocadora. Niego con la cabeza.
—No gracias, Chase. Sé a qué te refieres con "arreglarlo" —escucho que ríe—.
—¿Dónde estás? —Muerdo mis labios. ¿Será buena idea decirle exactamente dónde estoy?— ¿Michi?
—Estoy... —trago saliva— en casa de una amiga.
—¿Anne?
—Sí, Anne —escucho el cerrojo y la puerta abrirse. Una mujer alta, vestida de traje se queda perpleja en el umbral de la puerta, la reconozco de la fotografía—. Te corto, luego hablamos. ¡Adiós!
CHASE
Caminé por la cafetería hasta el asiento donde habitualmente me siento
a fastidiar a Michi. Verla sonrojarse cada vez que me ve sentado siempre me causa risa, pero intento demostrarlo lo menos posible. Sólo quiero verla cómoda con un rostro familiar, aunque evidentemente no lo hace mucho estando yo.
Me senté y la esperé para que llegara hasta mi mesa, no obstante, dentro de la tienda ella no apareció. La busqué con la mirada, pero su rostro no estaba.
Una chica de pelo castaño vestida de forma diferente a las demás se me acercó con una sonrisa cómplice. Sabía perfectamente a quién buscaba.
—Ella no está —me informó—. Fue a dejar a un compañero de trabajo que estaba enfermo.
—¿Ella sola? —Pregunté levantándome enseguida. La castaña chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
—Sí... Allek enfermó y la encargada le pidió a ella llegarlo a casa — explicó rascando su cabeza—. Se fueron hace como hora y media o dos.
Apreté los puños y salí de la cafetería empujando todo a mi paso.
Al llegar a casa me asomé por el balcón para comprobar si había llegado, pero su cuarto estaba oscuro, las cortinas corridas y Pato miraba asustado la lluvia desde dentro.
Marqué su número y esperé a que respondiera. Tardo unos minutos, pero lo hizo.
—¡Menuda lluvia y tú aún no estás en casa! —Exclamé en tono casual. Esperaba a que me respondiera con la verdad—. ¿Aún trabajas?
—N-no, ya salí... —titubeó. Respiré hondo, esperando a que dijese algo más, pero conociéndola debería sacarle la verdad yo mismo.
—¿Qué pasa? ¿Aún estas molesta por lo de la venganza? Cuando llegues a casa podría arreglarlo...
—No gracias, Chase. Sé a qué te refieres con arreglarlo —reí con nerviosismo esperando a que no lo notase.
—¿Dónde estás? —Trago saliva. Demoró en responder— ¿Michi?
—Estoy... en casa de una amiga.
—¿Anne?
—Sí, Anne —responde en tono frío. Apreté mi mandíbula—. Te corto, luego hablamos. ¡Adiós!
Miré la pantalla —llamada finalizada—.
Michi mintió y no soy lo suficientemente idiota como para no saber el motivo; el tono nervioso de su voz me lo había dicho todo: estaba con Allek. Pero, ¿por qué mentir?
Caminé de un lado a otro por mi habitación, hasta decidirme. Allek no se había cambiado de casa, sólo vivía a una cuadra y media de la nuestra. Agarré el paraguas y salí del edificio sin darle explicaciones a Margareth de mi salida repentina. Debía comprobarlo con mis ojos. Ella no podía haberme mentido.
Corrí por la desolada calle hasta quedar frente a la casa de Allek. Hacía años que no la veía, estaba igual que la última vez que la vi.
Tomé aire en un intento por controlar mi respiración y golpeé la puerta. Tras unos segundos, la puerta fue abierta y quien se asomó fue nadie más que Michi.