27

Juegos de manos

 

 

Caitlin y Judith entraron en la casa poco después que Derek. El caballero se había instalado en su sillón favorito, entre la señora Bailey y la señora Herrington. Cuando las hermanas entraron en el salón, Derek acababa de anunciar que tenía algo importante que comunicarles.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Judith, antes incluso de tomar asiento—. Señor Mallory, no sabíamos que había ido a reunirse con el coronel.

Derek puso cara de contrariedad; le habían estropeado el gancho con el que esperaba despertar la atención de sus oyentes.

—Mis padres, que en paz descansen, estaban muy bien relacionados aquí en Bournemouth. —El caballero hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Quizá esté mal que yo lo diga, pero sabían hacerse de querer allá a donde iban. Más que ninguna otra cosa, me habría gustado heredar eso de ellos.

Siguiendo un impulso, la señora Dixon trató de decir algo en favor de su señor. Derek se lo impidió con un gesto.

—No —dijo con sencillez—. Cuando me mudé a Londres, debería haber hecho un esfuerzo por mantener las relaciones y amistades que mis padres habían trabado. Al menos, por carta. Algo tan simple como eso me habría facilitado las cosas para concertar un encuentro con el coronel Tutton.

—Seguro que estuviste muy ocupado. —La señora Herrington también trató de defender a su sobrino.

—No lo estaba. Pero da la casualidad de que otra persona sí que estuvo muy ocupada durante mi ausencia. Anoche, cuando revisé el correo, me encontré con las notas de muchas familias del lugar que me daban las gracias por haberles enviado cartas con cestos de las mejores flores o fruta de los jardines de Mallory Hall. Usted no sabrá nada al respecto ¿verdad, señora Dixon? Usted jamás enviaría cartas y regalos en mi nombre a otras personas.

El ama de llaves puso cara de inocencia.

—¿No fue usted quién me lo ordenó, señor?

Derek rio entre dientes.

—Bendita seas, Anna. No esperaba encontrar abiertas todas las puertas de la ciudad —admitió—. Gracias a esto, no me fue difícil que me presentasen al coronel Tutton. Y les digo más: fui invitado al baile que celebrará la semana próxima.

La noticia dejó a todos boquiabiertos. Era una oportunidad única para tratar de contactar con Oswyn Tutton. El caballero debía ser informado sobre la presencia de Judith en Bournemouth. Tenía derecho a saber que su prometida había ido a buscarle para salvar el compromiso que les unía.

—Señor Mallory. —Judith se aclaró la garganta—. Una vez más, no tengo palabras.

La señora Bailey y Caitlin asintieron, apoyando las palabras de la joven.

—Nunca podré agradecérselo del todo —dijo la mayor de las hermanas—. El que se haya preocupado de concertar un encuentro con Oswyn para exponerle la situación…

Derek frunció el ceño, cambiando de postura.

—¿Quién ha dicho nada de hablar con él? Señorita Bailey, no tengo la menor intención de hablar con Oswyn Tutton sobre su compromiso. Tiene derecho a saber que rechacé la invitación del coronel Tutton por causas de fuerza mayor. No puedo ir a ningún baile, tal y como tengo la pierna. La última vez que lo intenté, el resultado fue bochornoso. Tuve que regresar a casa de mi tía mucho antes de que terminase la velada.

Miradas estupefactas volaron de un lado a otro del salón. Caitlin no podía creer lo que estaba oyendo. Llegó a sospechar que el caballero se estaba burlando de ellas; de ella, para ser exactos.

¿Habría sido capaz de orquestar aquella oportunidad inmejorable solo para echarla a perder? ¿Solo para castigar a Caitlin por lo que había sucedido durante el baile en casa de los Evans?

—Por supuesto, el coronel Tutton insistió en su invitación —dijo Derek—. No lo sabía, pero es un admirador de mis novelas. Pero yo me negué, informándole de mi situación y de que no sería justo para ninguna joven el tener que bailar conmigo.

La señora Herrington fue a decir algo, pero Caitlin tomó su mano y le apretó los dedos. Presentía que Derek no había terminado.

¿Ese era el trato?, pensaba. ¿Si aceptaba ir con él como su pareja de baile, consentiría en aceptar la invitación?

—Señor Mallory —dijo Caitlin—. Si lo que le preocupa es el baile…

—Sea tan amable de no interrumpirme, señorita Bailey. No tengo la más mínima intención de bailar de aquí a una temporada. Con nadie, en ninguna fiesta. Pero el coronel insistió, así que me vi obligado a hablarle sobre los muchos sacrificios que había hecho mi familia para que me recuperase. En definitiva, para que me encontrase hoy aquí, con ellos, en Mallory Hall.

Derek Mallory hizo una última pausa, mirándole a todos y a cada uno de ellos, pero especialmente a Caitlin.

—Así que el coronel Tutton acabó por extender la invitación a mi enfermera, a mi querida tía y a la dama de compañía de esta, por su avanza edad.

El silencio que siguió a aquellas palabras fue más largo e intenso que los anteriores. Derek Mallory no solo había conseguido ser invitado al baile que celebraban los Tutton. Sin saberlo, el coronel había dado su consentimiento para que Caitlin y Judith acudiesen al baile.

—Y ahora, si me disculpan —dijo Derek, reprimiendo una sonrisa de triunfo—, tengo otros asuntos que atender. Estaré en mi despacho, pero bajaré a la hora de comer.

Nadie contestó; todos estaban petrificados. En cuanto se cerró la puerta, la señora Herrington fue la primera en hablar.

—¿Avanzada edad? —dijo, repitiendo las palabras de su sobrino. A duras penas podía contener su indignación—. ¿Yo?

Judith se cubrió el rostro con las manos y empezó a llorar de alegría.

La señora Bailey se levantó para abrazar a su hija. Caitlin bullía de felicidad, pero sus pasos le condujeron fuera del salón, hasta el despacho del caballero.

—Señor Mallory. —Caitlin llamó con los nudillos antes de entrar.

—Adelante.

Derek ya se había instalado en su escritorio. Caitlin entró y dejó la puerta entornada.

—Le escucho —dijo él, sin levantar la mirada—. Y por favor, no hace falta que se disculpe. Estoy seguro de que no era su intención espiarme cuando me vieron llegar con el coronel.

Muy a su pesar, Caitlin tuvo que sonreír. Aquel hombre podía ser encantador cuando se lo proponía. Taimado, orgulloso, imposible en ocasiones, pero encantador al fin y al cabo.

—Señor Mallory, me asombra. —Caitlin se atrevió a ser osada.

—Me lo dicen a menudo —replicó él.

La joven guardó silencio, excitando de esa manera la curiosidad del caballero.

Al final, Derek Mallory alzó la mirada. Sus dedos jugueteaban con la pluma que tenía entre las manos.

—¿Podría ser más específica? —preguntó el caballero.

Caitlin reprimió una sonrisa de deleite. Podía ver que él estaba nervioso. Ella le había puesto nervioso, con muy poco esfuerzo y usando solo su intelecto.

—Me refería a esa habilidad suya: la de conmover a un espíritu tan inamovible como el coronel Tutton.

—Ah. —Derek Mallory sonrió de forma burlona, entrando en el juego—. Como ya le dije, el coronel y yo tenemos gustos parecidos en lo que a literatura se refiere.

Se produjo un momento de silencio embarazoso en el que ninguno de los dos supo que decir. Llamaron a la puerta entreabierta del despacho. La señora Dixon asomó la cabeza, vio a su señor reunido y se apresuró a disculparse.

—¡Pasa, Anna! —dijo Derek—. No interrumpes nada importante. La señorita Bailey y yo estábamos hablando de libros. Anda detrás de una nueva lectura, y yo le estaba hablando sobre cierto autor muy alabado entre estas paredes. ¿Crees que podrías ayudarla?

—Creo que se a lo que se refiere —dijo el ama de llaves, sonriente—. Por favor, terminen su conversación. Yo misma iré a la biblioteca y le traeré a la señorita Bailey un libro de este autor en particular.

—Te lo agradezco —replicó Derek.

El ama de llaves salió del despacho.

—¿Dónde habíamos dejado la conversación, señorita Bailey?

—No nos hemos desviado de ella —contestó Caitlin de buen humor—. Así que el coronel es un admirador de este autor en particular. ¿Por qué no me sorprende?

—Tal vez, porque finalmente ha reconocido el genio de este gran escritor.

Caitlin sonrió, menando la cabeza.

«Él y sus libros moralistas», se dijo para sus adentros. «Si fuera una pizca más apasionado».

Aquella reflexión espontánea consiguió que le ardiesen las orejas. Debió notársele, porque el caballero le preguntó:

—¿Se encuentra bien, señorita Bailey?

La puerta se abrió, dando paso nuevamente a la señora Dixon. El ama de llaves traía una sonrisa en el rostro y un libro entre las manos.

—Aquí está —dijo—. El autor más querido entre estas paredes: Richard Brooks.

Caitlin frunció el ceño, aceptando el volumen que le ofrecía el ama de llaves. No conocía al autor. Es más: había esperado que le trajesen una de las novelas escritas por Derek.

Intrigada, se volvió hacia el señor Mallory y vio que este había palidecido.

—Anna, ese no es el autor —farfulló—. Te has equivocado por completo.

El ama de llaves miró el libro y miró a su señor.

—Entonces ¿a quién se refería? —preguntó.

—A mí. —El caballero forzó una sonrisa—. Derek Mallory. ¿No es obvio?

La señora Dixon pareció comprender.

—Pero qué torpe soy —dijo, a modo de excusa. Extendió una mano hacia Caitlin—. Por favor, señorita Bailey. Si me permite, yo misma devolveré ese libro a la biblioteca y…

Caitlin retrocedió un paso, apretando el libro contra su pecho.

—Ya iré yo —respondió. Tenía la sensación de que allí estaba sucediendo algo muy extraño—. Gracias por su tiempo, señor Mallory.