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¿Por qué lo llama devoción, cuando debería decir pasión?
Derek Mallory escogió el que probablemente era el peor sitio para declararse: la biblioteca. Hasta la fecha, Caitlin solo guardaba recuerdos felices de aquel cuarto. Eso estaba a punto de cambiar.
El caballero condujo a la joven sin decir palabra. No le dio órdenes ni trató de persuadirla; él avanzaba, y ella retrocedía como si la quemase con su presencia. Derek Mallory la arrinconó como acorrala el cazador a la presa: persiguiéndola, cortándole el paso cuando lo creyó necesario y sin perder el contacto visual.
La biblioteca estaba más allá del salón de pintura. Las rodillas de Caitlin chocaron contra el sillón, y allí se sentó, mientras el caballero cerraba la puerta a su espalda.
—Le ruego no me torture más —dijo el señor Mallory, acercándose a la joven.
Caitlin estaba aterrorizada, y la declaración empezó con mal pie. Al principio ni siquiera estaba segura de sí era eso lo que pretendía el caballero: confesarle su amor. Derek Mallory abrió su discurso con términos como devoción, veneración y adoración. Caitlin se daba cuenta del lirismo detrás de aquellas metáforas, pero le parecían más propias de un sermón que de una declaración apasionada. Además, aquel hombre no podía estarse quieto, moviéndose de un lado para otro al tiempo que gesticulaba como si se dirigiese a un público numeroso.
Y lo cierto es que había pasión en sus ojos y en su voz; eso, o un estado de exaltación febril.
—Me sigue, ¿verdad? —preguntó Derek Mallory, haciendo una pausa espontánea.
Caitlin asintió por inercia, pero luego sacudió la cabeza. No sabía qué hacer ni cómo reaccionar.
Derek Mallory sonrió, magnánimo.
—Me temo que es culpa mía. Quizá estoy usando términos demasiado abstractos.
Metafísicos, pensó Caitlin, retorciéndose las manos.
—Será el hábito de escribir —dijo el caballero—. O su serena belleza, que me enaltece e inspira a partes iguales.
¿Enaltece?
—Si es tan amable, permítame que apoye la exposición de mis sentimientos con algún pasaje que haya escrito cuando me hallaba menos enardecido.
Exposición, esa era la palabra que Caitlin había estado buscando. Eso era lo que estaba haciendo el caballero.
Animado por el silencio de ella, pues el que calla otorga, Derek Mallory sacó de la estantería dos de las novelas que él mismo había escrito. Caitlin quería morirse en aquel momento.
A ratos leyendo, a ratos reflexionando en voz alta, el caballero procedió una vez más a confesar la adoración que sentía por ella. Una devoción tal que el caballero admitió haber llegado a «dudar de su propia fe».
Caitlin se abrazó, tratando de no perder el contacto con la realidad. En silencio rogaba para que todo aquello fuera fruto de un mal sueño.
Parecía imposible, pero Derek Mallory le estaba abriendo su corazón a ella, su peor enemigo en el campo de las letras. La situación era incomoda en extremo y no por las formas; ni siquiera por la expresión de suficiencia en el rostro de aquel hombre altanero y mojigato.
¿Con qué excusa podría rechazar ella, una joven sin apenas dote y perspectivas de futuro, a un hombre de buena posición, atractivo y con dinero? ¿Cómo confesarle que le aborrecía y que no tenían nada en común salvo el desprecio que compartían el uno por las novelas del otro?
Caitlin se mordió el labio, preguntándose si sería una descortesía mirar el reloj en mitad de una declaración.
—¿No estáis de acuerdo, señorita Bailey?
Caitlin dio un respingo; había perdido el hilo de la conversación. Su mente había vagado a la deriva.
—¿Os encontráis bien? ¿Tenéis alguna objeción a este planteamiento? —El caballero se acercó al sillón—. Porque si es así, me encantaría oírla. Vuestra opinión me importa y mucho.
Caitlin se levantó, presa de un ataque de nervios. Derek Mallory estaba muy cerca de ella, y le sacaba una cabeza.
—Te… tengo que irme.
El caballero frunció el ceño.
—Aún no he concluido.
—Mañana os daré una respuesta —dijo Caitlin.
—Pero mañana viajáis de regreso a vuestro hogar.
Caitlin tragó saliva. Parecía irse a desmayar de un momento a otro, pero el caballero acabó por dulcificar su expresión. Derek Mallory estaba seguro de cuál sería la respuesta. Era perfectamente comprensible que la joven se hallase desbordada por la emoción; por eso no encontraba las palabras.
—¿Mañana?
La joven asintió con premura.
—Cuando llegue a mi hogar y haya hablado con mi familia. Será lo primero que haga, se lo garantizo.
—¿No estaréis cansada por el viaje? —Derek Mallory avanzó un paso hacia ella, pero Caitlin retrocedió, poniendo el sillón ente ambos. Lejos de molestarse, el caballero estaba complacido por la buena cabeza de la joven, que se resistía a darle una respuesta afirmativa sin antes poner el tema en conocimiento de sus padres.
—¿Al día siguiente? —gimió ella. Su espalda chocó contra la estantería. El caballero estaba cada vez más cerca.
—El día siguiente es domingo. —Derek Mallory parecía contrariado y emocionado a partes iguales—. ¿Seríais capaz? —dijo—. ¿Faltaríais a los sagrados oficios por mi causa?
—No… digo, sí. ¡No deis un paso más!
La puerta se abrió en ese momento. En un arranque de valor, Caitlin rodeó a Derek Mallory y abandonó el cuarto a toda prisa. Linda había regresado, al fin, y junto a ella había un caballero que le cortó el paso a Derek en la puerta.
—¡Caitlin! —dijo Linda.
La joven no se detuvo, siguió corriendo hasta alcanzar su cuarto y allí se encerró. Estaba demasiado nerviosa como para pensar con claridad. Unos nudillos llamaron a la puerta, cuando aún no se había separado de ella.
—Soy yo, Linda. Abre, por favor.
—No —gimió Caitlin, sollozando—. Necesito estar sola.
—De verdad que me gustaría hablar contigo. No es nada sobre Derek.
Caitlin apoyó la frente contra la puerta. Resbalaban lágrimas por sus mejillas. Una parte de ella quería abrir la puerta y lanzarse a los brazos de Linda. Pero también estaba avergonzada, y sabía que su amiga la reprendería por su falta de entereza.
—Mañana. Por favor, Linda.
Caitlin oyó una voz masculina al otro lado de la puerta, y se preguntó si sería Thomas Fairchild quién estaba con su amiga. No pasó mucho tiempo antes de que el sonido de unos pasos se alejase por el pasillo que conectaba los dormitorios. Caitlin suspiró y se separó de la puerta.
El sueño se apoderó de ella en cuanto se dejó caer en la cama.
Cuando despertó, la luz gris del amanecer se colaba por la ventana. Los ruidos del baile habían desaparecido, y Caitlin se levantó con los músculos agarrotados. Se había dormido con el vestido puesto.
Lo mejor sería que fuese a disculparse con su amiga por haberse negado a abrirle la puerta durante la pasada noche.
Caitlin se dirigió al dormitorio de Linda y llamó a la puerta con los nudillos. Nadie contestó, así que se le planteó un nuevo dilema. Podía esperar a que su amiga se levantase, algo que no ocurriría hasta bien entrada la mañana, o enviarle una carta desde su hogar.
Al final se decantó por la segunda opción, temerosa de que Derek Mallory regresase antes de lo previsto en busca de una respuesta a su declaración.
Haciendo de tripas corazón, Caitlin hizo su equipaje. Escribió una nota para el señor y la señora Herrington, despidiéndose, y luego fue a hablar con el cochero, pues los criados eran los únicos que estaban levantados a aquella hora. Los trabajadores de la casa se movían de aquí para allá, recogiendo y limpiando.
Antes de abandonar la mansión, Caitlin sintió el impulso de regresar al dormitorio de Linda, abrir la puerta y despertar a su amiga para una despedida rápida. Estuvo a punto de hacerlo, pero le faltó el valor necesario.
¿Y si Linda no estaba dormida? ¿Y si se había enojado con ella cuando se negó a abrir le puerta de su dormitorio la pasada noche?
Al final, Caitlin abandonó la casa de Queen Square con el corazón en un puño. Lo primero que haría al llegar a casa sería escribir dos cartas: una para Linda, pidiendo disculpas, y otra para el señor Mallory, rechazando su proposición.
El coche se puso en movimiento, y Caitlin se asomó a la ventana para lanzar una última mirada a la fachada de la casa. Ni en sus peores pesadillas habría podido imaginar lo que estaba a punto de desencadenarse.
La razón por la que Linda no le había abierto la puerta era simple: no estaba en su dormitorio, ni en ningún otro lugar de la casa.
Caitlin partió de Bath antes de que el sol alcanzase su cenit, pero las noticias no tardarían en perseguirla.