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Ni disculpas, ni reproches

 

 

Caitlin y Derek salieron de la casa. La escalinata frente a la entrada estaba poco concurrida a esa hora de la noche. El frio era cortante, pero ningún otro lugar les proporcionaría un poco de intimidad.

La joven se abrazó, temblando por más de un motivo. Sabía lo que iba a pasar, y sentía un miedo atroz.

—Señorita Bailey, el motivo por el que quería…

—No es necesario —musitó Caitlin.

—¿Perdón?

No quería escuchar explicaciones de ningún tipo, ni sobre Richard Brooks; ni sobre Louise Kensington. Así se lo dijo, dejando a Derek confuso y decepcionado antes de que pudiese hablar.

—No me debe explicaciones, señor. Si siente remordimientos por todo lo que ha pasado entre nosotros, le perdono. Ha hecho usted por mí y por mi familia más de lo que me habría atrevido a soñar. Si todo va bien, mi hermana salvará su compromiso con Oswyn gracias a su intervención. No obstante, me veo obligada a pedirle un último favor.

—No quiero su perdón —replicó el caballero—. Lamento muchas cosas que hice, pero no es eso lo que…

—En primer lugar, quiero darle las gracias por lo que ha hecho. —Caitlin no podía dejar de hablar. Jamás le había pasado algo semejante. Las palabras nacían de su corazón, imposibles de contener—. Tal vez no lo planeó, pero mi carácter ha salido fortalecido de nuestro acuerdo. Esto es la despedida, y me gustaría que no hubiese disculpas, reproches o acusaciones de ningún tipo. Dentro de poco, usted rehará su vida, y yo reharé la mía como mejor sepa. Tengo el convencimiento de que no me delatará sí yo…

—¿A dónde quiere llegar?

Caitlin se pasó una mano por los ojos. Las lágrimas amenazaban con brotar.

¿Por qué tiene que hacerlo todo tan difícil? ¿Por qué tiene que ser tan imposible?

—Por favor, diga abiertamente lo que quiere de mí —le pidió el caballero.

Caitlin cerró los párpados con fuerza.

—No creo que le suponga mucha molestia volver a bailar con la señora Kensington. Pero antes, haga el favor de decirle a Oswyn que se reúna con mi hermana aquí, en la escalinata. Yo hablaré con la señora Herrington para que distraiga al coronel. No se me ocurre otra cosa para lograr que Judith y Oswyn puedan hablar con un mínimo de intimidad.

Impulsivamente, Derek Mallory avanzó un paso; pero retrocedió. Recuperó la compostura con demasiada rapidez, en opinión de la joven.

—¿Eso es todo? —preguntó Derek—. ¿No me pedirá nada más? ¿No escuchará más?

Caitlin se mordió el labio con fuerza.

—Usted me conoce —dijo con voz quebrada—. Creo que ha llegado a conocerme más de lo que yo me conocía a mí misma. Por favor, no me lo ponga más difícil. Solo haga lo que le he pedido.

Derek asintió con la cabeza, apretando los puños contra las caderas.

—Esta conversación no ha terminado.

—No…

El caballero le dio la espalda y regresó a la casa con paso firme. Cuando desapareció, Caitlin contuvo un sollozo y miró a su alrededor. Hacía frío, pero mucho más ahora que él se había marchado para siempre de su vida.

Si Judith y Oswyn salvaban su compromiso, lo más probable era que nunca volviese a encontrarse con Derek Mallory en semejantes términos. De algún modo, Caitlin tenía la certeza de que el caballero jamás cumpliría su amenaza de airear el secreto del seudónimo.

Inspirando hondo, también ella regresó al interior de la casa.

Encontró a la señora Herrington en el saloncito del piano. La anciana se mostró encantada cuando le pidieron ayuda. Estaba segura de poder distraer al coronel con su «sagaz conversación».

—Déjamelo a mí, querida. El señor Herrington tiene muchos amigos en la Armada. Recuerdo cierta historia sobre el heroísmo de un joven soldado que se topó con el frente enemigo cuando estos trataban de emboscarles. Le hirieron de gravedad, pero logró regresar y un oficial médico muy talentoso logró salvarle la vida antes de que…

—Gracias, señora Herrington —dijo Caitlin, apretándole la mano—. Se lo agradezco de todo corazón.

La anciana sonrió de oreja a oreja y se dirigió hacia el salón.

Caitlin esperó unos segundos y luego se asomó al salón. En silencio rogaba para que todo saliese según lo que habían hablado.

La señora Herrington había interceptado al coronel Tutton con éxito. Derek aprovechó ese momento para acercarse a Oswyn y comentarle algo en voz baja. Acto seguido, los dos caballeros partieron en direcciones diferentes.

La orquesta empezó a tocar una nueva pieza.

Derek sacó a Louise Kensington a bailar. Por su parte, Oswyn se abrió paso hasta el hall de entrada, donde se topó con Caitlin.

—¿Dónde está? —exclamó el caballero. Caitlin se lo perdonó todo al verle tan preocupado y a la vez tan lleno de júbilo—. ¿Está fuera?

Caitlin asintió, y el caballero salió disparado hacia la puerta.

Suspirado, la joven apoyó la espalda en la pared.

Pasaron varios minutos antes de que Oswyn reapareciese, y Caitlin se asustó al ver que regresaba en solitario. El caballero estaba lívido de ira cuando pasó por su lado sin detenerse. Una muda indignación contraía sus facciones, por lo general tranquilas y distendidas.

Confusa, Caitlin se asomó al salón y se puso de puntillas, tratando de localizar al prometido de su hermana.

Oswyn Tutton se acercó a su abuelo y le pidió permiso para hablar con él en privado. El coronel se alegró de tener una excusa para quitarse a la señora Herrington de encima, pero solo hasta que vio la cara que traía su nieto.

—Hablaremos en otro momento, muchacho —dijo—. ¿Por qué no bailas de nuevo con la señora Kensington?

—Insisto en hablar con usted, señor —contestó Oswyn—. E insistió en que sea ahora.

No le quedó más remedio al coronel que pedir disculpas a sus invitados. Abuelo y nieto se encerraron en el despacho de la casa durante lo que prometieron serían cinco cortos minutos.

Cuando pasaban diez minutos, y viendo que los anfitriones no regresaban, Caitlin salió a buscar a su hermana.

Judith lloraba desconsoladamente, sentada en un lateral de la escalinata. No hubo forma de sacarle una palabra sobre lo que había sucedido entre ella y Oswyn. Estaba demasiado alterada.

—Yo solo quiero que sea feliz —La joven no sabía repetir otra cosa—. Solo quiero que sea feliz.

Acongojada, e incapaz de hacer reaccionar a su hermana, Caitlin fue en busca de la señora Herrington y del señor Mallory.

El regreso a Mallory Hall fue tenso y confuso. Una hora más tarde, después de que Judith cayese en un estado de sopor fruto del agotamiento, la señora Bailey salió del dormitorio de su hija.

Derek, Caitlin y la señora Herrington estaban reunidos en el salón. Ninguno de ellos quería irse a dormir antes de tener una pista sobre lo sucedido.

—Oswyn no sabía nada —dijo la señora Bailey, tomando asiento. El cansancio y la desesperación dominaban todos y cada uno de sus movimientos. Su rostro parecía haber envejecido en el transcurso de unos minutos—. Le pidió a mi hija que se fugase con él, convencido de que el coronel no daría su visto bueno para que se celebrase el enlace entre ellos.

—Pero Judith… —murmuró la señora Herrington.

Derek y Caitlin compartieron una mirada de consternación; ya habían adivinado la respuesta.

—Judith dijo que no, por supuesto.