21

Alas

 

 

Llegó la noche del baile y Caitlin se sintió mal nada más entrar en la casa de los Evans.

—No deberíamos haber venido —murmuró—. Mira lo que hemos provocado.

Derek Mallory estaba al lado de la joven. Al oír el comentario, echó un vistazo a su alrededor.

No cabía otra alma en el vestíbulo. Buena parte de los invitados les observaban y murmuraban. Otros seguían con la mirada a la señora Herrington, que se estaba abriendo paso hacia donde estaban los anfitriones.

—Es normal que hablen —replicó Derek, sonriendo con superioridad—. Nuestra familia es la más prominente de cuantas han acudido. Si a eso le sumamos el magnífico gusto que tuvo la persona que le regaló ese vestido —bromeó.

El comentario hizo enrojecer a Caitlin. No le pasó desapercibido el que él la incluyera a ella con aquello de «nuestra familia». Aturullada, bajó el rostro y se adentró en el salón, forzando al caballero a seguirle. Derek Mallory aún cojeaba ligeramente.

—No me refiero a eso —susurró Caitlin mientras avanzaba—. Fijaos de nuevo.

—Hay muchos adornos de mal gusto —murmuró el caballero—. Varios de los muebles parecen nuevos, pero no estoy seguro.

El caballero frunció el ceño.

—Espera… ¿Nosotros hemos provocado esto?

—A eso es a lo que me refería —contestó Caitlin—. No hay tantos invitados como parece. Es la casa, que es pequeña y está ahora más llena de muebles. Esto debería haber sido una reunión más íntima, casi familiar. Al aceptar la invitación, obligaron a los Evans a realizar un desembolso para que todo estuviese a la altura de vuestra familia.

Derek miró de reojo a la joven, impresionado por su perspicacia.

—Como peces sacados de un estanque y metidos en una pecera pequeña —dijo en voz baja—. ¿Por eso nos miran todos?

—En efecto.

Después de saludar a los Evans, Caitlin y Derek tomaron asiento en el salón. Al enterarse de la reciente lesión del caballero, varios de los invitados se acercaron para interesarse por su estado de salud.

Derek se mostró sorprendido por la falta de doblez de aquellas personas. Caitlin le estaba mirando de reojo, y un brillo divertido le bailaba en los ojos. Cuando se percató de que estaba siendo observado por la joven, Derek recuperó su expresión adusta y solemne.

—Todo esto debe de parecerle muy divertido, señorita Bailey.

—Jamás me atrevería a insinuar algo así, señor Mallory.

—Mire como murmuran; me toman por un tullido. Pero espere a que me vean bailar.

Caitlin meneó la cabeza, risueña.

—No murmuran, señor. No como usted cree.

Derek miró a su alrededor, y descubrió a qué se refería la joven. Entre los que le rodeaban no había lores, ni señores, ni terratenientes. Si acaso, alcanzó a ver a un par de oficiales de bajo rango.

—Me temen.

—Les intimida —corrigió Caitlin—. Y aun así se han mostrado atentos y sinceros.

Derek Mallory guardó silencio unos instantes.

—Ahora me doy cuenta de que usted tenía razón. No deberíamos haber venido —dijo en voz baja—. Acepté la invitación por motivos puramente egoístas, al igual que mi tía. No obstante, hay algo que no me cuadra sobre su postura, señorita Bailey.

—¿Qué es? —preguntó Caitlin con curiosidad.

—Sus novelas están repletas de humor y romance que se producen en esta clase de situaciones, cuando se producen fricciones debido a la diferencia de clases.

Caitlin meditó lo que el caballero había dicho.

Touché.

Pasaron unos minutos sin que ninguno de los dos dijese nada. Los bailes comenzaron, pero Derek no quería danzar las primeras piezas. Pretendía que su recuperación fuese un golpe de efecto entre los invitados.

—¿Cree que se reirán, cuando me vean bailar con esta cojera?

La pregunta tomó a Caitlin por sorpresa. Aquella faceta de Derek Mallory seguía fascinándola: la vulnerabilidad que en ocasiones translucía. ¿Pudiera ser que aquel hombre hubiese construido una imagen a su alrededor basada no en cómo era él en realidad, sino en cómo quería que le viesen los demás?

—¿Por qué sonríe? —preguntó Derek con acritud—. ¿Cree que se reirán o no?

—No está acostumbrado a que le compadezcan, ¿verdad?

—¿Qué estás insinuando?

Caitlin desvió la mirada.

—Nada. Solo que creo saber cómo te sientes.

Derek torció el gesto, cruzándose de brazos.

—A ti también te observan.

—Ya me he dado cuenta, y por peores motivos. A usted le visten sus privilegios, y a mí un vestido regalado. En casa de los Herrington, yo era un pez entre aves. Ellos me miraban desde arriba, a sabiendas de que nunca podría alzar el vuelo.

El caballero frunció el ceño, desconcertado por el giro de la conversación.

—Aquí está entre peces, si me permite usar su analogía.

—Obligada a vestir un traje de plumas —replicó Caitlin sin mirarle, y sin pensar en lo que estaba diciendo—. Pero se olvidó de regalarme alas, señor Mallory.

Derek miró a la joven con intensidad, notando una punzada en el pecho que superaba con creces al dolor de la pierna.

—Así que esto es lo que hacía en los otros bailes, señorita Bailey —murmuró—. Ahora lo veo claro.

—¿A qué se refiere? —preguntó Caitlin a la defensiva.

—Quedarse callada y aparte del resto del mundo —dijo Derek—. Lanzar dardos silenciosos a personas que se compadecían o se burlaban de usted.

Caitlin apretó los labios.

—¿Y qué otra cosa esperaba que hiciese, dada mi situación?

—Hacerles ver que no te importa lo que piensen. Dejar de soñar con la aprobación de personas que no te conocen. —Derek se levantó y le ofreció su mano—. Bailar, eso es lo que quiero que haga.

Caitlin miró al fin al caballero. Algo de lo que había dicho había tocado una fibra sensible en su interior.

—Lo haré —dijo con sencillez—. Bailaré con usted, si me lo pide como un caballero.