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Luz en la oscuridad
Tras lo sucedido durante el baile, amaneció en Mallory Hall un día que prometía ser gris y deprimente. Cuando llegó el cartero, entrado el mediodía, la casa estaba silenciosa y casi todos sus moradores dormidos. La señora Dixon recogió la carta, que provenía de Bath y era para la señora Herrington, y dio orden de empezar a preparar el almuerzo.
Tal y como esperaba el ama de llaves, los invitados empezaron a levantarse uno tras otro. El ruido de la puerta y el suculento aroma les fue atrayendo hacia el comedor.
Todos tenían un aspecto ojeroso y cansado. Ninguno había dormido adecuadamente esa noche. Judith ni siquiera pronunció palabra, y las palabras y muestras de afecto o consuelo que recibió resbalaron sobre ella como gotas de lluvia.
La señora Herrington fue la última en levantarse, así que el contenido de la carta permaneció envuelto en misterio hasta que todas las sillas de la mesa estuvieron ocupadas.
—Querida esposa… —La anciana empezó a leer en voz alta, pero se le escapó un grito de sorpresa—. ¡Cielos! ¡Oh, cielos!
—Por el amor de dios, tía —imploró Derek—. Haga el favor de seguir leyendo.
A la señora Herrington se le saltaron las lágrimas. Se aclaró la garganta antes de continuar; el contenido del mensaje no podía ser más dichoso.
Querida esposa, tantas semanas de esfuerzo han dado finalmente sus frutos. Me gustaría decir que todo el mérito es mío, aunque no es así. El rastro que había estado siguiendo desde hacía varios días me condujo nuevamente a Londres, pero fue nuestra hija la que se decidió a buscarme. En estos instantes, mientras escribo, me invade un alivio tal que no quiero hacer juicios prematuros. Nuestra pequeña está aquí, conmigo, y de su cómplice no hay señales de vida. Quizá sea mejor así. Nada irreparable ha sucedido durante su ausencia. Es lo que ella afirma, y por el momento me siento tentado a confiar en su palabra. Nada más merece ser comentado hasta que volvamos a reunirnos. Con ese objetivo me despido, pues partiremos hacia Bath inmediatamente después de poner esta carta en camino. Afectuosamente, etc., etc.
La noticia del regreso de Linda fue como un bálsamo reparador. Una buena nueva como aquella no podía ser más bienvenida, dada la atmósfera de desilusión. De haberse solucionado el asunto del compromiso de Judith, la felicidad habría sido completa en Mallory Hall.
—Iré ahora mismo a preparar el equipaje —anunció la señora Herrington, poniéndose en pie—. ¡Caitlin, querida…! —La anciana se lo pensó dos veces antes de continuar. Miró a su protegida, miró a la señora Bailey y a Judith y replanteó lo que iba a decir y en qué forma lo iba a decir—. Linda estará deseando veros a todos. Estoy segura de que le hará mucho bien estar rodeada de su familia y sus seres queridos. Todos estáis invitados a venir a Queen Square, y si no podéis, ya iremos nosotros a visitaros cuando todo se haya calmado.
Derek también se levantó.
—Contrataré un coche que lleve a mi tía de regreso a Bath. —Antes de salir, miró a la señora Bailey y a sus hijas—. Por favor, siéntase como en casa. No tardaré en regresar.
Caitlin sintió una enorme gratitud hacia el caballero. Con aquellas palabras, Derek parecía querer decirles que no había ninguna prisa porque regresasen a Fenimore Hill.
La marcha de la señora Herrington dejaba cojo al grupo. Ella había sido el nexo de unión entre ambas familias. Sin ella en Mallory Hall, y después de lo que había pasado en el baile, lo más sensato sería que cada cual regresase a su hogar.
—También nosotros deberíamos hacer el equipaje —afirmó la señora Bailey, como si le hubiese leído el pensamiento a su hija—. Caitlin, si quieres ir a Bath…
—No. —Caitlin alargó un brazo sobre la mesa y tomó la mano de su hermana—. Es en casa donde quiero estar.
Judith esbozó una sonrisa, devolviéndole el apretón a su hermana, y la señora Bailey se sintió aliviada y orgullosa al mismo tiempo. Las hermanas parecían haber madurado mucho a raíz de los últimos acontecimientos.
Tratando de mostrarse optimista, Caitlin fantaseó con el momento en que volvería a reunirse con Linda. Ardía en deseos de ver a la que seguía siendo su mejor amiga. La abrazaría una y mil veces, y ya habría tiempo para los reproches más tarde.
—Mallory Hall va a quedarse muy solo sin ustedes —dijo la señora Dixon de forma espontánea.
Más sorprendente fue la respuesta que obtuvo.
—Creo que la casa no permanecerá vacía por mucho tiempo —dijo Caitlin sin poder evitarlo.
Todos se volvieron para mirar a la joven. Judith y la señora Bailey parecían confusas, pero la señora Dixon se mostró esperanzada.
—¿Usted cree? —dijo—. ¿Lo cree realmente?
Caitlin bajó la mirada, abochornada; había hablado sin pensar. Se refería a Louise Kensington, pero el ama de llaves lo había interpretado de otra manera. La señora Dixon había creído que se refería a ella misma y al señor Mallory.
—Estaré en el salón —anunció Caitlin, levantándose de la mesa—. Me gustaría escribir una carta para Linda y dársela a la señora Herrington antes de que se vaya.
La señora Bailey observó a Caitlin mientras esta salía del comedor. Durante los próximos meses, los esfuerzos y el afecto de la familia habrían de volcarse en Judith. El tiempo haría el resto, pero la señora Bailey se preguntó si no sería mejor enviar a su hija mayor a Bath, para que olvidase a Oswyn Tutton, y mantener a la menor en casa durante una temporada. No le había pasado desapercibido la forma en que Caitlin miraba al señor Mallory, un caballero muy superior a ella en fortuna y posición.
—Vamos, Judith —dijo la señora Bailey—. Iremos a hacer las maletas y de paso hablaremos con la señora Herrington sobre una cosa.
La joven se levantó y siguió a su madre con movimientos mecánicos, como si careciese de voluntad propia.
Pasados unos minutos, alguien llamó a la puerta principal. Caitlin, que estaba redactando la carta, alzó la pluma y esperó a que hiciesen pasar al visitante. En vez de eso, el criado fue a buscar a la señora Dixon y juntos regresaron al vestíbulo.
Caitlin aguzó el oído, tratando de escuchar la conversación que tenía lugar en la puerta de entrada.
—El señor no está en casa —dijo la señora Dixon, dubitativa.
—Por favor, Anna. —Caitlin adivinó un mohín encantador detrás de aquella voz. Se trataba de Louise Kensington—. Ni que fuera una desconocida. Esperaré a que regrese Derek, sino te importa. Por otra parte, ayer tuve el placer de conocer a una de sus invitadas, la señorita Bailey. Estaría encantada de charlar con ella y así conocernos mejor.
Caitlin dejó la pluma en el tintero y se levantó. Una parte de ella deseaba correr escaleras arriba y esconderse, pero no quería parecer una cobarde delante de aquella mujer.
—¡Buenos días, señorita Bailey! —saludó la señora Kensington, entrando en el salón—. Nada más lejos de mi intención que interrumpirla en sus quehaceres. Continúe lo que estaba haciendo, por favor. Yo me sentaré aquí y esperaré a que Derek regrese.
Caitlin sonrió con desgana. La audacia de aquella mujer no parecía conocer límites; una determinación a la que solo parecían superar su elegancia y naturalidad a la hora de perseguir cuales fueran sus objetivos.
Y Caitlin estaba muy segura acerca de qué era lo que había traído a Louise Kensington hasta Mallory Hall.
Lo que no entendía era que papel jugaba ella en los planes de la joven viuda.