14
Todo se complica
Las condiciones han cambiado.
La advertencia de Derek Mallory persiguió a Caitlin durante los días siguientes. Al final se quedaron en casa de los Herrington.
¿Qué otra cosa podía hacer la joven? Derek la tenía atrapada gracias al secreto del seudónimo. La boda de su hermana Judith estaba demasiado cerca, así que no le quedó más remedio que hacer de tripas corazón. No podía permitirse un solo paso en falso.
A la mente le vino el recuerdo de la expresión de dolor en el rostro de Derek Mallory cuando le dijo aquellas duras palabras en la intimidad del dormitorio.
«Se trataba de orgullo», pensó Caitlin. «Nada más que orgullo herido. ¿Qué otra cosa podía importarle a aquel hombre?»
—Derek está mejor esta mañana —anunció la señora Herrington como lo había hecho el día anterior, y el anterior.
A diferencia del caballero, que pasaba dormido la mayor parte del tiempo debido al láudano, Caitlin no pegó ojo. ¿A qué esperaba Derek para mandarla llamar? ¿Qué sucedería la próxima vez que se encontrasen?
—¿Se puede saber que te ocurre? —acabó por preguntarle Judith una mañana. Se había dado cuenta de que su hermana brincaba cada vez que un criado entraba en el salón.
—No es nada —contestó—. No he pasado una buena noche.
—Pues yo te veo un pelín alterada —cuchicheó Judith—. ¿No será por el señor Mallory?
Caitlin enrojeció.
—¡Pues… pues claro que no! Es solo que todo este asunto del accidente me ha afectado más de lo que esperaba.
La sonrisa de Judith se hizo más amplia. Fue a decir algo más, pero la puerta del salón se abrió en ese momento.
—El doctor Stevenson —anunció el criado.
Aquel día, el médico pasó más tiempo del acostumbrado en la habitación del herido. Cuando bajó al salón, la señora Herrington estaba tan impaciente que se levantó y le abordó al pie de la escalera.
—¿Cómo se encuentra, doctor? —preguntó.
Caitlin bajó el libro que estaba leyendo y se asomó sobre las páginas. Pero al ver la sonrisa de su hermana Judith, volvió a cubrirse el rostro.
—Todo marcha perfectamente —dijo el médico—. La recuperación sigue su curso. Es más: me ha parecido detectar en él una nueva determinación. Sin duda, el estar rodeado de familiares y amigos debe estar ayudándole.
—Mi hermana habló con él hace unos días —apuntó Judith—. El día después de que usted viniese por primera vez. Ella también acaba de salir de una convalecencia, y creímos que eso podría ayudar al señor Mallory.
Caitlin le lanzó una mirada a su hermana para que se callase. Luego, al sentir los ojos del médico posados sobre ella, se apresuró a mudar su expresión.
—Creo que es una idea estupenda —dijo el doctor—. Con la debida corrección y siempre que la señora Herrington de su consentimiento. He disminuido la dosis de láudano, así que el señor Mallory pasará más tiempo despierto a partir de ahora. Hablen con él, si les place. Distráiganle para que la recuperación le sea más llevadera.
—Estaremos más que encantadas —dijo la señora Herrington—. ¿Verdad, Caitlin?
«Solo hasta la boda de Judith. Hasta la boda de Judith, ni un día más», se prometió la joven mentalmente.
El doctor Stevenson se despidió y dio media vuelta, pero se lo pensó mejor.
—Lo olvidaba —dijo, sacando un sobre de uno de los bolsillos de su abrigo—. Viniendo de camino me crucé con un mensajero que traía esto para la señorita Judith.
La mayor de las hermanas se levantó para tomar la carta que le tendía el médico.
—Gracias, doctor —dijo, y regresó al diván.
Caitlin se inclinó para leer el remitente escrito en el sobre. Un suspiro manó de sus labios al leer el apellido: Tutton. Al fin. Quizá ahora podría concentrarse en la lectura, o eso creía.
—Qué extraño —dijo Judith, todavía sin abrir el sobre.
—¿Qué sucede, querida? —preguntó la señora Herrington.
—Esperaba que fuese de Oswyn… Pero es de su abuelo.
Judith rompió el lacre y devoró las líneas en silencio.
—¿Qué es? —inquirió Caitlin, incapaz de contenerse—. ¿Qué dice el coronel?
—Oswyn no se encuentra bien —balbució Judith—. Ha estado enfermo estas dos semanas, por eso no contestaba a mis cartas. El coronel dice que no es nada grave, pero hace alusión al estrés que le provocó el viaje cuando nos acompañó a Caitlin y a mí hasta Bath.
Caitlin y la señora Herrington se miraron con preocupación.
—También dice... —Judith tragó saliva—. Dice que llevará a Oswyn a Bournemouth, bajo recomendación del médico, por el aire del mar. Pero entonces ¿qué pasa con la boda?
Caitlin sufrió un escalofrió. Se repitió a si misma que aquello era un contratiempo. Nada más que un contratiempo.
—¿Sabes qué, querida? —dijo la señora Herrington—. Yo creo que deberías ir a Bournemouth.
Caitlin secundó la propuesta de la anciana, aunque la idea de quedarse a solas en compañía de la señora Herrington y Derek Mallory no la seducía en absoluto.
—La señora Herrington tiene razón. Deberías ir a ver a Oswyn. La boda no debería retrasarse por segunda vez. Ya sabes lo que pasa cuando los noviazgos se alargan demasiado.
Judith se mordió el labio, releyendo la carta.
—Pero el coronel no me ofrece el ir a visitarles en ningún momento. ¿Cómo voy a presentarme en Bournemouth sin más?
—Los hombres rara vez piden lo que necesitan —dijo la señora Herrington, categórica—. Siempre nos toca a nosotras intuir esa clase de cosas.
Caitlin asintió con premura, mirando a su hermana a los ojos.
—Ahora más que nunca tienes que estar al lado de Oswyn.
Judith se estremeció. Se sentía preocupada, pero sobre todo estaba arrepentida. Ahora se daba cuenta de que no debería haberse marchado de Fenimore Hill a tan escasos días de la boda. Se había dejado llevar por un deseo infantil y egoísta.
—Iré a casa para hablar con nuestros padres. Luego partiré hacia Bournemouth.