12
Un incidente desafortunado
La noticia causó una gran conmoción en la casa de Queen Square. Las desgracias se acumulaban sobre la familia Herrington: primero la fuga de su hija, y ahora el accidente sufrido por su sobrino.
La carta era del médico que atendía al herido. Derek Mallory estaba sedado y solo había sabido dar la dirección y señas de sus tíos en Bath. Aquello conmovió a la señora Herrington, que se obcecó en la idea de que su sobrino debía ser trasladado a Bath para su recuperación.
—¡Tienes que traerlo! ¡Tiene que estar aquí, con su familia!
El señor Herrington hizo una mueca.
—Querida, piensa en lo que estás diciendo —dijo con impaciencia—. Speenhamland está junto a Newbury. Eso es casi tan cerca de Bath como de Londres, y Derek aún tiene que resolver ese asunto sobre la herencia de su tío.
—Pero ¿qué direcciones le dio tu sobrino al médico? ¿De quién se acordó en un momento de necesidad?
Caitlin y Judith les contemplaban desde el vestíbulo, acongojadas.
—Derek también tiene familia en Londres —protestó el señor Herrington.
—¿No te estarás refiriendo a ese tío avinagrado? —contraatacó la anciana.
El señor Herrington meneó la cabeza, antes de calarse el sombrero. La puerta se abrió, dando paso al cochero. Todo estaba listo para partir. Una llovizna fina se derramaba sobre Bath.
—Veremos que se puede hacer —rezongó el señor Herrington antes de salir—. ¡Pero no te hagas ilusiones!
La puerta se cerró con fuerza.
—Quizá deberíamos regresar a Fenimore Hill —sugirió Caitlin—. Lo prioritario ahora es que se ocupen de su sobrino. Nosotras no haríamos más que estorbar.
El comentario pareció espantar a la señora Herrington
—¡Se lo ruego, no me abandonen en un momento como este! —La anciana huyó al salón— ¡Mi corazón no lo soportaría!
Judith le lanzó a su hermana una mirada de reproche. Estaban solas en el vestíbulo.
—¿Cómo puedes sugerir una cosa así? No podemos marcharnos en un momento como este. Ahora es cuando más nos necesitan.
—¿Y qué pasa conmigo? —gimió Caitlin—. ¿Qué pasa con mis necesidades? Vine aquí a descansar y a recuperarme.
—¿Y qué mejor ambiente para ello? —Judith no podía entenderlo—. El señor Mallory también está convaleciente, así que no habrá nada de bailes ni reuniones. Incluso podréis haceros compañía el uno al otro cuando me vaya.
Caitlin palideció. Por muy debilitado que estuviese Derek Mallory, no se sentía con fuerzas para enfrentarse a él.
—Tú, que acabas de pasar por algo parecido —dijo Judith en tono acusador—. Tú, que has necesitado cuidados y atenciones. ¿Es que no quieres ayudar a alguien en una posición similar?
Caitlin tragó saliva y miró de reojo hacia el salón. La señora Herrington se había sentado y estaba abanicándose con el periódico del día.
—Escucha, hagamos un trato —dijo Judith—. Nos quedaremos solo hasta que traigan al señor Mallory. Ayudaremos a la señora Herrington a acomodar a su sobrino y nos iremos al día siguiente.
—¿Ni un día más?
—Eso es. Newbury está a un día de distancia, pero cabe la posibilidad de que el herido no pueda ser trasladado inmediatamente. Entre una cosa y otra, lo más probable es que tarden tres días o más en regresar. Eso si el señor Herrington decide al fin traer a su sobrino. Piensa en todas las cosas que podrías hacer en ese tiempo: ir a los baños, leer un libro de los que te ha comprado el señor Herrington con toda su mejor intención.
Caitlin alzó las manos.
—Está bien —dijo, claudicando—. Solo hasta que traigan al señor Mallory.
Los siguientes tres días transcurrieron tal y cómo los había descrito Judith. Caitlin repartió su tiempo entre baños y lecturas, sin olvidarse de dar conversación y consolar a la señora Herrington. Solo echaba de menos la escritura.
Una vez, después de redactar una carta para sus padres, intentó escribir unas líneas para ella misma. Pensó que plasmar sus pensamientos en el papel la ayudaría, pero le acosaba el recuerdo del terrible error que había cometido al redactar aquella otra carta que terminó en las manos de Derek Mallory. Estaba bloqueada.
Judith se dedicó a lo que mejor sabía: brillar con luz propia. A pesar de lo dicho sobre reuniones y bailes, no faltaron en la casa de Queen Square las visitas. Habiendo pasado ya un tiempo prudencial, vecinos y amigos se acercaron a los Herrington para expresar su apoyo y preocupación.
En dichos encuentros, Judith llevó la iniciativa con habilidad. Gracias a ella, las visitas se encadenaron. Pronto corrió la voz de que había en la gran casa de Queen Square una joven muy hermosa y desconocida para la sociedad de Bath; aun tratándose de una pueblerina de escasa dote.
La sonrisa de Judith llegó a sugestionar a varios caballeros, que se convencieron de que el compromiso de la joven con un tal Oswyn Tutton no era más que una excusa para guardar las formas mientras se resolvían los problemas en casa de los Herrington.
—¿No es maravilloso que tanta gente venga a visitar a la señora Herrington? —le comentó Judith a su hermana después de una velada en compañía de los Thomson y el hijo de estos.
La señora Herrington dormitaba en el sillón desde hacía más de diez minutos. Las dos hermanas se habían levantado para acompañar a los invitados a la puerta; era lo menos que podían hacer, dada la indisposición de la anfitriona.
«Es su dinero lo que estima la gente», pensó Caitlin, mirando a su hermana de reojo. «¿Es que no te das cuenta? ¿No ves por qué acuden tantas visitas?»
—Me parece lamentable que sus hijos no vengan nunca a verles —dijo Judith, apoyando la espalda en la puerta. Ahora que la casa se había vaciado, la voz de la joven levantaba ecos en el vestíbulo—. Bristol no está tan lejos.
Caitlin esquivó los ojos de su hermana y se dirigió al salón. No quería discutir con ella, y mucho menos contarle la verdad. El buen humor de Judith era lo único que mantenía a flote los ánimos de la señora Herrington.
Al día siguiente llegó carta desde Speenhamland. Era del señor Herrington, anunciando que había llegado a su destino. Junto con su sobrino, se estaba alojando en George y el Pelicano, una posada muy frecuentada por aquellos viajaban a Londres desde el oeste del país. Al final, el anciano se había plegado a los deseos de su esposa: llevaría a Derek a Bath.
—Aún tardaran dos o tres días en regresar —dijo la anciana, sin percatarse de la expresión de ansiedad en el rostro de Caitlin—. Viajaran despacio debido a una lesión en la pierna de Derek. El viaje de regreso debe ser lo más tranquilo posible. Así lo ha prescrito el doctor local.
Las visitas siguieron sucediéndose en la casa de Queen Square. En ellas, la señora Herrington hizo saber a todos lo mucho que le entusiasma la idea de volver a acoger a su sobrino bajo su techo. Diríase que se había olvidado de su hija fugada, ahora que su sobrino estaba en camino.
Todas las noches, Caitlin le hacía a su hermana la misma pregunta.
—¿No te parece extraño que no hayas recibido carta de Oswyn?
—Ya llegará —contestaba Judith con despreocupación.
Pero quienes llegaron fueron el señor Herrington y un debilitado Derek Mallory, pasados los tres días. Aparecieron a última hora de la tarde, varias horas después de lo que esperaban.
Caitlin no quería, pero miró hacia las escaleras mientras subían al caballero. Hizo falta la fuerza de varios hombres para trasladar al herido a su dormitorio. Derek Mallory lucía pálido y desmejorado. Su mirada se cruzó durante un instante con la de Caitlin. Hubo un destello de reconocimiento en sus pupilas, y luego cerró los párpados y perdió el conocimiento.
Una hora después, una criada regresó a casa en compañía del doctor Stevenson. Caitlin le conocía de otras veces.
Después de examinar al herido, el médico bajo al salón para informar a la familia.
—Tiene una pierna muy lastimada —dijo el doctor, pero eso ya lo sabían—. El vendaje que trae está muy bien hecho. Esperaremos a ver como evoluciona.
—¿Podemos hablar con él? —preguntó la señora Herrington.
—Quizá mañana. El viaje no le ha sentado del todo bien. Yo mismo no hubiese aconsejado moverle hasta pasada otra semana, y por eso le he administrador láudano para que duerma. Creo que ya se lo comenté al señor Herrington: el reposo es vital en esta etapa de la recuperación. Si evoluciona favorablemente, y estoy convencido de que lo hará, ya hablaremos de dar paseos cortos por la casa con la ayuda de unas muletas.
El señor Herrington acompañó al doctor a la puerta. A su regreso, se dirigió a las hermanas.
—Volveré a hacer uso del coche mañana. Pero no os preocupéis, alquilaré otro vehículo para que os lleve a Fenimore Hill.
La señora Herrington dio un respingo.
—¿Te marchas de nuevo?
—Debo hacerlo. En Speenhamland coincidí con uno de mis contactos en Londres. Venía para avisarme de una nueva pista sobre el paradero de Linda.
La anciana recibió aquellas noticias con sentimientos encontrados. Por su expresión, era obvio que no esperaba quedarse sola y al cargo de la recuperación de su sobrino.
—Está decidido —dijo el señor Herrington, atajando cualquier protesta—. Mañana saldré a primera hora y mandaré un coche para que recoja a las niñas. Te mandaré una carta todos los días. El doctor Stevenson se pasará por casa todo lo que sea posible, y espero que me mantengas al tanto del estado de Derek. Tienes que ocuparte de nuestro sobrino. Sé que puedes hacerlo, porque no es la tarea más adecuada para dos jóvenes, y creo que sus padres estarían de acuerdo conmigo.
La señora Herrington apretó los labios y desvió la mirada. Su marido tuvo que conformarse con eso.
A la mañana siguiente, todos se levantaron temprano para acompañar al señor Herrington en el desayuno. Cuando llegó el momento de la despedida, Caitlin le deseó suerte al anciano de todo corazón. Judith imitó a su hermana, más efusiva, y la señora Herrington abrazó a su marido antes de que se separasen.
Cuando se cerró la puerta, las tres mujeres se acomodaron en el salón. Ahora solo quedaba esperar a que llegase el coche que recogería a las jóvenes.
A los pocos minutos, una criada bajó las escaleras con una noticia sorprendente.
—El señor Mallory está despierto… y ha pedido ver a la señorita Caitlin.