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—Señorita Robards, hay una correspondencia para usted.
Anunció Jöel, entrando al salón con una bandeja de plata y sobre esta, una tarjeta nítidamente doblada a la mitad. Kalahan levantó la vista de los papeles que revisaba esa tarde, en la cercanía de su familia, para estudiar el rostro pálido y contorsionado de su hija.
—¡Vaya Meghan! no sabía que tuvieras un pretendiente-Vaciló Anne con tono fastidioso. —¡Qué bien escondido lo tenías!— Agregó mirando de reojo a Wauters para que el también siguiera su juego, a lo que él desistió. En el fondo sentía lástima por esa chiquilla, aunque tampoco podía negar que le fastidiaba sobre manera.
—No, en realidad no lo tengo que yo sepa.
Respondió su hermana con tono frío.
—Abra el sobre hija, que todos estamos afanosos por conocer las buenas nuevas— comentó su madre emocionada —¿Será una carta de Arthur?
Meghan sacudió la cabeza y sintiéndose asqueada al leer en el encabezado del sobre, el apellido del coronel, decidió no abrir la correspondencia. Mucho menos delante de Edward quien la miraba con los ojos fijos, como estudiándola con atención.
—¿Qué pasa Meghan? Por favor, abra el sobre de una vez.
Meghan rasgó el sobre con las manos temblorosas, tras oír la demanda exigente en voz de su padre, y leyó con rapidez. Era una pequeña correspondencia, solicitando su permiso de visitarla el día siguiente. Levantó los ojos del papel y miró a todos los espectadores.
—Es una carta del coronel Wilson, solicitándome permiso para apersonarse mañana.
Dorothy sonrió satisfecha, casi a punto del éxtasis. Mientras Kalahan meditaba aquella nueva oportunidad. Si el coronel realmente estaba interesado en su hija, él le ayudaría a conquistarla.
—Por favor Meghan, no le haga sufrir más a mi pobre amigo— La voz de Wauters sonó como una deliciosa cascada en medio de aquel silencio incómodo —Hace varias semanas, desde que su hermano partió, que no deja de pensar en usted. Cada vez que me escribe, me pregunta por su salud y alegría. Para él su bienestar es muy importante.
Meghan se sintió nerviosa y hasta obligada a aceptar la visita de aquel meloso solterón, no porque su padre o Anne la observaran con ojos asesinos, sino por la calidez de la súplica que encontró en la voz y en los gestos de Wauters.
—Aceptaré su visita, pero no pienso hacer otra cosa más por él.
Dijo de mala gana, guardando la carta con disimulo dentro de su escote.
—Permítame hablar con él primero Meghan— Comentó Kalahan, como si aquello no estuviera ya planeado ni pensado con meses de antelación. —Antes de consentir un cortejo por su parte, necesito cerciorarme de muchas cosas.
Por la noche, una vez que todos se fueron a sus respectivas recámaras y cuando los sirvientes dormían en la profundidad de sus más ansiados sueños. Meghan dio lugar a su último plan. Sabía que Wauters la repudiaba y hasta sentía odio hacia ella, pero era partidaria de que entre el amor y el odio, solo distaba un paso y ese paso se llamaba pasión. Caminó con sigilo hasta el dormitorio de Wauters, vistiendo un albornoz de muselina tan traslucido como la neblina misma. Giró la cerradura de la puerta con suficiente cuidado y pisó el suelo de madera con las puntas de sus pies descalzos, procurando que ninguna tabla crujiera bajo sus pasos.
A medio camino, encontró la cama amplia y cómoda, con dosel en tonos verde oscuro y dorado. Y ahí, en un rincón arropado se encontraba el cuerpo de Wauters, respirando quieto y con los ojos muy apretados en un letárgico sueño.
El corazón comenzó a latirle y las manos a sudarle profusamente. Sin perder más tiempo, entró en la cama y se pegó al cuerpo del militar, esperando su reacción. Una reacción positiva, una vez que sus manos se afanaron en provocarle caricias prohibidas. A la vez que en el oído, le susurraba inquietudes que despertaran la duda respecto a Anne.
Al cabo de unos minutos, el cuerpo de Wauters despertó de su ensoñación y balbuceó fascinado, pensando que quien le seducía era su amada prometida, pero al girarse se encontró con el rostro de Meghan. Un rostro regordete, de cejas negras y tupidas. Con los ojos achinados y los labios pequeños como un botón incompleto.
—¡Santo Dios!— el marino gimió, dando un salto lejos de la cama. Los ojos grises de pupilas dilatadas, estudiaban aquel espectro en la vaga iluminación del dormitorio, provista tan solo por la mortecina luz de la luna —Señorita Meghan, ¿Qué hace usted aquí?
—Reclamando lo que me pertenece—Expresó, deshaciéndose del albornoz para quedar expuesta con su figura de piel lechosa que bajo la luz de aquella noche tormentosa, irradiaba deseo por cada poro.
Wauters tragó grueso, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba. Trató de taparse los ojos con las manos, pero algo le impedía hacerlo. Odiaba a esa mocosa impertinente, mimada y por si fuera poco, con cara de muñeca barata.
—Se piensa quedar toda la noche mirándome.
Wauters saltó de nuevo a la cama, después de ponerle llave a la puerta. Se desnudó con rapidez y tomó a Meghan en brazos para tirarla en la hamaca de madera, cercana al amplio ventanal. Abrió las puertas de vidrio para dejar que los gemidos se escaparan con el viento, y con la lluvia de aquella noche.
Al amanecer, el cuerpo de Meghan saboreaba aquel éxtasis que tanto había anhelado. Con esa noche de seguro Wauters se tomaría más enserio el delimitar una fecha para su boda. De seguro Anne no le había dado ni tan siquiera un beso arrebatador, porque sabía que ella era todo precaución, y de besos castos y roces superficiales no pasaba.
Estuvo toda la mañana sentada en el jardín, pensando en la noche anterior y cómo el marino después de aquel encuentro, se le había terminado de meter en las venas. Luego recordó que el coronel llegaría cerca de las diez de la mañana, para hablar con su padre y luego visitarla a ella, claro, siempre y cuando Kalahan se lo permitiera.
—Mi estimado coronel Wilson— saludó el señor Robards, levantándose del asiento de su escritorio —Mi hija recibió ayer una carta de usted. Dígame, ¿Qué le trae de regreso por aquí?
—Ya usted sabe que estamos en guerra, y que tanto mi amigo el señor Wauters y yo pertenecemos a la armada— Kalahan asintió aun sin entender el fondo ni el fin de aquella visita —Yo solo quería pedirle permiso de cortejar a su hija, antes de partir a la batalla. Estoy enterado que la señorita Anne y el señor Wauters están organizando la fiesta para su compromiso. Me alegra mucho saberlo, pero como le he dicho… —Kalahan levantó su pesada mano al aire, salió del encajonado rincón del escritorio y caminó con el señor hasta la ventana que daba al jardín.
—Dígame nada más señor Wilson, ¿Ama o cree poder amar a mi hija algún día?— Preguntó señalando su figura menuda, confundiéndose en el follaje del jardín.
Wilson trago grueso, recordando las cartas de su amigo y cómo este le exponía lo herrado que estaba al querer cortejar a Meghan. Le hablo de su mal carácter, de lo insoportable que era. Pero aun así el señor Wilson sentía algo más que solo simpatía por esa chiquilla mimada.
—Sí señor Robards. Siento desde la primera tarde que la vi, que la amaba.