III
Power of a dinasty

1

La familia Robards Greenwood, era una de las más poderosas del pueblo sureño, con una plantación de algodón y tabaco que abarcaban varias hectáreas. A lo que Kalahan pudo contar con la ayuda de su fiel administrador Jasson, supo que su finca constaba de casi novecientas hectáreas de tierra virgen, que con el tiempo se fue poblando de esclavos para que cultivaran el mejor tabaco de la región y próximamente, al rey algodón. Con todo esto el poder de Kalahan y su familia ya era evidente, junto a los chismes entre vecinos que no se hacían esperar. El sur tuvo su gran apogeo económico antes de que el norte compitiera con su poderosa economía industrial, entonces el comercio de sus productos daba grandes beneficios a los terratenientes, junto a los dueños de las embarcaciones. Sin embargo, aquello no significaba gran cosa, siendo que la gran mayoría de residentes que poblaban el estado del sur, eran personas de muy escasos recursos. Ganaderos, herreros y carpinteros. Muy pocas eran las familias de clase alta y los terratenientes con poder, buena descendencia y por si fuera poco, con buena mano para manejar a sus “niggers”.  Pero para ese año de 1856, Kalahan ya tenía fundado su gran imperio. Nadie competía con él porque con su carácter y determinación, terminó por acaparar todo poderío. Lo único que le faltaba era convertirse en embargador y cobrar hipotecas. Todo eso junto a sus sueños proyectados en cada uno de sus hijos, sobre todo en Arthur, a quien quería convertirlo en una fiel prolongación de sí mismo. Como si mediante su hijo, Kalahan pudiera extender su vida por unos años para cumplir más de lo que su espíritu avaricioso, no fue capaz de lograr a tiempo; hacía de aquel hombre de piel curtida por el sol, mirada fulminante y barba minuciosamente cuidada, el terror endemoniado de aquella pequeña ciudad.

A pesar del terror que Kalahan inspiraba a cada pueblerino, muchas madres y familias similarmente acaudaladas, siendo la gran mayoría residentes del Norte, querían casar a alguna de sus preciosas hijas con el único varón y heredero del señor Robards. Sabían que de lograrlo, sus familias cosecharían algo más que solo algodón y tabaco. Pero Kalahan oía ofertas y se negaba a entablar negocio alguno. Ninguna le parecía lo suficientemente atractiva como para sacrificar sus ideas ya establecidas. El futuro de su vástago ya estaba fielmente labrado, aun cuando Arthur era apenas un crío. Dorothy por su lado, se empeñaba en dejarlo ser él mismo e insistía en que fuera su propio hijo, quien eligiera a su futura esposa cuando llegara el momento. Cuestión que para Kalahan fue totalmente humillante. 

—No voy a discutir más con usted Dorothy. Me ha llevado muchos años tener el poder que gozo hoy y no pienso ponerlo en juego, por patrañas estúpidas de mi mujer o por inmadurez precoz de mi único varón— Dorothy le ofreció una sonrisa fingida y se apresuró para tomar el chaleco de su esposo en sus manos, para colgarlo así sobre los hombros de Kalahan —Si nuestro hijo no desea dedicarse al cuido de las siembras ni ser terrateniente, entonces triunfará como asambleísta.  Nada de ser médico y casarse con el romanticismo, que esas cosas no las quiero para un varón Robards.

—Discúlpeme Kalahan, por entrometerme donde no soy bienvenida, pero como su madre, me preocupa el bienestar de Arthur y su felicidad.

—¿Y usted cree que a mí no?— preguntó con tono pesado y grosero —Está bien que se preocupe por él, pero usted Dorothy no hace más que malcriarlo. ¿Acaso cree que es nuestra tercera hija? Deje de mimarlo tanto y permítame forjarlo como un verdadero hombre.

Kalahan se giró en sus talones y llenó el pequeño vaso de cristal con aquel líquido ambarino. Bebió dos vasos, antes de partir a los campos para supervisar el trabajo de su viejo capataz.

—¿Está seguro que sabe lo que hace Kalahan?

Preguntó uno de sus pocos vecinos terratenientes. Khilian era un hombre chismoso, que gustaba de la buena debida, las apuestas y además, buscaba siempre la mejor manera de sacar gratis varios cigarrillos de los que procesaba Kalahan. No era un verdadero estorbo en cuanto a producción agrícola, pues lo poco que adquiría lo gastaba en juergas y no invertía nada en sus plantaciones.

—¡Cómo no estarlo! si el que maneja la vida de mi familia soy yo— respondió con aire pomposo y lleno de galantería —A las señoritas, las enseña mi mujer y yo por ser hombre, controlo el presente y el futuro de mi vástago. Es el único varón que tengo y deseo que tenga una vida llena de infinitos propósitos. Además, cuando se case con una mujer de buena posición social de suculenta dote, y cuando nazca su primogénito, ya sabe para quién irán todas estas tierras— exclamó orgulloso, apuntando con el dedo todas las hectáreas que a simple vista sus ojos podían alcanzar —¿verdad?

—Por supuesto que lo sé Kalahan.

Agregó Khilian poco convencido. Sintiendo el peso amenazante de aquel vecino jactándose orgulloso.

—Si se sorprende, mejor no lo haga. Yo estoy construyendo un imperio por si no lo ha notado. Y mi nieto, será el dueño del poder que mi propio hijo rechazó. El apellido Robards tendrá gran repercusión a nivel social. Entonces cuando yo muera, quedaré perpetuamente en la memoria de cada habitante, como un hombre de gran valía.

—Admiro grandemente su afán de poder Kalahan, es usted un hombre con mucha visión. Espero que su hijo tanto como su nieto, le den buenas razones por las cuales alardear. No era mi intensión llevarle la contraria, yo solo me preguntaba… su hijo no parece ser el hombre que las jovencitas y sus madres creen que es.

—¡Callase, eso ya lo sé! O ¿Acaso cree que no lo he pensado también?— exclamó Robards angustiado, pasándose la mano por el cabello despeinado, una vez que se sacó el sombrero de hala ancha —Es un pendejo, tímido y mimado. Y todo es culpa de mi mujer que lo consiente demasiado. Es probable que mi hijo y hasta mi esposa no me lo perdonen jamás, pero luego me lo van a agradecer— Khilian lo miró con ojos expectantes, a la espera de oír qué tenía en mente su vecino —La mente humana y la visión proyectiva del futuro, solo pertenece a los hombres con verdadero afán de poder. Así que grábeselo muy bien Khilian, mi hijo será el próximo político que esta nación necesita. Mientras tanto, yo seguiré trabajando en mi imperio. ¡Que tenga una bonita tarde!

Además de las diversas hectáreas y plantaciones, Kalahan disponía de un gran número de esclavos destinados a labrar y recoger los productos, junto a otros más encargados de la mansión como sirvientes. Esos que solo se empeñaban en llevar una vida más tranquila, que sus paisanos a las afueras de la casa.

—¿Cuánto me da por esa jaula llena de monos?—Preguntó Kalahan durante una subasta en Price Birch and Co. Zarandeando el bastón de madera de nogal en el aire, como si estuviera molestando a unos tigres en el zoológico.

—¿Los piensa comprar todos, o solo pregunta por mera curiosidad?

Kalahan enarcó las cejas, entrecerró los ojos y taconeó en el suelo polvoriento con sus botas de cuero. Le enfadaba sobremanera que se dirigieran a él con tan poco respeto y aquella pregunta realmente lo ofendió, sintiendo la obligación de aclararse: —Sí, los pienso comprar todos, ya usted sabe que los niggers después de varios años de trabajo continuo, se acostumbran a los azotes y les importa un comino que los castiguen. Los que tengo laborando en mi finca, se quejan más de lo que hacen. Creo que ha llegado el momento de reemplazarlos, junto con el viejo capataz.

El vendedor sonrió emocionado al ver la frialdad y determinación de aquel cliente. Si todos los terratenientes fueran como él, la trata de esclavos daría mayores ganancias. Incluso mejores de las que ya ofrecía. 

—Cada esclavo lo vendo a $800 dólares y hay otros a $1300,  saque usted sus cuentas porque en cada grupo van mezclados como animales. En esa jaula como le llamó usted, tengo treinta esclavos. ¿Cree acaso poder pagar tanto dinero por ellos?

Kalahan dejó escapar un resoplido, contó los billetes que recién sacó de su bolsillo y le tiró el fajo de dólares a aquel vendedor prepotente.

—¿Le basta con esto?

Preguntó, pidiendo después a un transportista que le llevara todo el manojo de esclavos hasta sus tierras.

Desde aquel momento Kalahan trazó líneas para uno más de sus negocios despiadados. Además de comerciar productos, con el tiempo sus influencias y negocios adyacentes comenzaron a crecer sin medida, dejando en segundo plano la supervisión de sus productos y esclavos, para tramar contacto directo con poderosos ingleses y así dedicarse al tráfico de negros desde África hasta América, para comercializarlos entre los demás estados vecinos. 

Cuando su poder adquisitivo aumentó, Kalahan hizo otros contactos más y sabiendo que ya era de esperar el estallido de una pronta guerra civil, se metió de lleno en la compra y venta de equinos pura sangre. Se los daba con recelo al señor Bikes para que los entrenara de manera que fueran funcionales para la caballería del ejército.

Dorothy estaba asombrada por la cantidad de dinero que manejaba su esposo. No le importaba qué negocios hacía, pero sabía agradecida que de ellos dependía sus cuantiosas comodidades y la dote que tendrían pronto sus dos hijas. No podía hacer nada más que sentirse agradecida, importante y dichosa en medio de sus amistades lujuriosamente envidiosas. No cabía duda que ella tenía verdadera suerte, al contar con un esposo como Kalahan.

2

Esa mañana, dos días después de la compra de esclavos, Khilian volvió a darse una vuelta por los campos de Kalahan. Cualquiera pensaría que buscaba la manera de robarle ideas, o de sabotearlo con un negocio sucio. Pero aunque Khilian daba la apariencia de un hombre juerguista y bobo, era igual de pensador que su vecino. Suponía que si Kalahan había invertido en la compra de esclavos, era para hacer más eficiente la producción y recolecta de algodón, quien ahora tenía su máximo esplendor en temas de exportación.  Lo que no lograba entender, era quien manejaba y supervisaba dicha producción, si Kalahan tenía tantos negocios entre manos, de los cuales seguramente solo a uno prestaba verdadero interés. Se preguntó también ¿Qué negocio tan bueno tenía su vecino para poder adquirir tantos esclavos de calidad, en una sola compra?

—Yo que usted no dejaría a sus niggers solos mucho tiempo. Tampoco le daría más trabajo a su administrador del que puede hacer. 

—Usted es un hombre bastante entrometido no le parece.

Kalahan se dirigió a Khilian con voz respondona, pero ofreciéndole una sonrisa simpática. Le hacía gracia tener un vecino tan necio, que mostrara tanto interés en cómo él llevaba sus negocios, vida y familia. ¿No estaba siendo ya demasiado?

—Puede que sí lo sea, pero si me permite entrometerme más… Es una lástima que haya invertido tanto dinero en esos esclavos, y no tenga un capataz de altura. Creo que Nelson ya es muy anciano e incapaz desde mi visión, para dominar a toda esa prole de negros majaderos.

Kalahan abrió mucho los ojos, sintiendo cierta curiosidad y hasta preocupación ante aquellos comentarios. La duda comenzó a sedimentarse en su corazón de piedra, sintiendo cómo la desconfianza ganaba con rapidez terreno.

—¿Cómo sabe usted tanto de mi vida y mi trabajo?

Preguntó interesado, evitando que su vecino notara preocupación en su voz.

—Ya usted sabe que es un pueblo pequeño, donde los chismes se saben con rapidez. En todo caso, si usted es inteligente, debe considerar lo que le he dicho. Tal vez no le de importancia por tratarse de mí, un hombre borracho y apostador. Pero créame, yo sé por qué se lo digo.

Kalahan meditó aquella sugerencia que si bien su vecino daba mucho de qué hablar, no dejaba de estar en lo cierto. Nelson ya rondaba los sesenta años, estaba ciego de un ojo y sufría de artritis. ¿Cómo demonios pensaba manejar a tantos negros para que produjeran más del doble?

Cerró la puerta del despacho a sus espaldas, y se sentó a redactar un anuncio que pondría en el pizarrón de corcho, a las afueras del abastecedor del centro. Algún buen camarada se animaría a tomar el puesto. Y sino entonces, él daría con alguien pronto.

Semanas más tarde, un hombre de temperamento calmado y mirada lánguida, se presentó a la mansión de color blanco y pilares redondeados, solicitando conversar con el señor Kalahan Robards. El ama de llaves le invitó a pasar, no sin antes estudiar su apariencia de pueblerino granjero, una y otra vez. Consultó su nombre por referencia y luego se apartó.

—El señor no tarda en llegar. Puede esperarlo en el recibidor. Él mismo le hará pasar a su despacho cuando sea el momento.

Jonathan se aclaró la garganta, y agradeció a la mulata con un gesto caballeroso. Ofreciéndole una ligera venia. Mientras esperaba por el señor Robards, se tomó el tiempo para estudiar cuidadosamente el salón. La gran chimenea de madera de nogal, con enchape en piedra de laja. Los sillones aterciopelados con ribetes bien trabajados. Las alfombras recién lavadas junto a las cortinas a juego. En el salón adyacente, figuraba una mesa para varios comensales, con sillas altas y estilizadas, acompañadas de una preciosa lámpara con diminutas candelas de cebo. Por todas las paredes habían oleos muy llamativos, y en cada esquina plantas muy verdes. Se percibía un aroma tan distinto al de su casa. Nada comparado al penetrante olor de la leña. Aquella casa olía a limpio, a comida elegante y a perfumes de New York, Londres y París.

—¡Buen día señor Pembroke! Me imagino que está aquí por el anuncio, ¿No es así?

La voz de Kalahan lo regresó a la realidad.

—Buen día señor Robards, en efecto así es.

—Pues bien, seré muy breve con usted. Me imagino que en los alrededores de la ciudad debe oír chismes de toda clase— Jonathan se limitó a guardar silencio, parpadeando lentamente y a la calma espera de recibir más detalles del puesto —En fin, creo que no hace falta que le explique nada más sobre el trabajo. El anuncio estaba muy detallado y claro. Así que si acepta, usted sería alguien más que un simple peón.

Kalahan le ordenó sin derecho a la negación, hacerse cargo de sus tierras y manejar a sus esclavos como era debido. Porque él era un hombre de mucho poder, con otros asuntos más importantes que atender entre manos.

—Conozco su poder y sus negocios señor Robards. Por eso acepto el trabajo ciegamente— Jonathan extendió la mano con decidida seguridad, se aclaró la garganta y sacando pecho expresó: —Para mí es un verdadero honor servirle.

Jonathan quien tenía un espíritu rebelde y dinámico, aceptó pensando que de todos los oficios antes trabajados, aquel sería el que mejor ganancias le dejaría.

—No se hable más del asunto entonces. Lo espero mañana mismo en los plantíos para que Jasson mi administrador y yo, le presentemos ante los niggers—

Jonathan asintió con una sonrisa sostenida. Esperaba que la buena noticia alegrara la tarde de su esposa.

Al amanecer, Jonathan salió de casa temprano, mucho antes de que Francesca despertara. No debió café ni tomó ningún bollo añejo de pan. Quería llegar tan pronto como fuera posible a su nuevo trabajo. Desconocía la exigencia que aquel puesto de capataz tendría para con él, pero pensaba que no sería tampoco nada fuera de lo común.

Llegando a los plantíos, le esperaba Kalahan acompañado de un hombre delgado con el rostro igualmente alargado. Los ojos saltones y los dientes salidos sobre el labio inferior. —Jasson, le presento al señor Pembroke nuestro nuevo capataz.

Jonathan extendió la mano para saludar a aquel hombre que parecía, se lo llevaría el viento en cualquier momento. Luego Kalahan le guio hasta los campos donde los esclavos estaban todos formados en línea recta, para conocer a su nuevo verdugo. 

A Jonathan le llamó la atención ver los rostros curiosos de tantos negros, cuyos ojos se percibían cansados dentro de un par de cuencas casi vacías. La ropa raída cómo dejaba al descubierto la piel pegada al hueso, fue lo que más le atormentó.

Se disponía a ofrecer un saludo cordial a sus siervos, cuando Kalahan le aparto la mano de un grosero empujón. Le clavó la mirada inyectada en furia, y se apartó unos pasos junto a Jonathan para explicarle cómo debía ser aquel trabajo.

—Muy bien Pembroke, el trabajo es bastante fácil. Solo tiene que estar atento a que ningún esclavo huya o le quiera tomar el pelo. Muchos son mentirosos y otros manipuladores. Siempre están enfermos para no trabajar, pero para eso está el látigo. Úselo sin compasión, que para eso le he contratado— Kalahan guardó silencio un momento, para encender un cigarrillo, luego prosiguió —¿Quiero beneficios me ha oído? Si quiere conservar su trabajo y tener mi favor de su parte en todo momento, haga todo lo que a mí me complazca. Le veo por la noche, que aquí se trabaja de doce a quince horas diarias.

Por cierto, el domingo y a veces el sábado por la tarde, es libre pero ellos deben ganárselo a pulso.

Jonathan prestó atención a todo cuanto su superior le dijo y hasta le ordenó. Apretó los dientes con tensión, cuando Kalahan le colocó el látigo en la mano y le enseñó cómo usarlo. Le cogió el brazo con demandante fuerza y juntos atusaron el suelo, llamando la atención de todos los esclavos. 

Los ojos de Jonathan se llenaron de lágrimas de angustia, y la frente se le perló de gotas de sudor. El corazón comenzó a latirle con fuerza, temiendo ser él quien marcara la espalda de alguno de aquellos trabajadores.

Permaneció en estado pensativo unos minutos, apretando los dedos alrededor del material rugoso, y cerró los ojos un momento, armándose de valor. No esperaba que aquel trabajo de capataz exigiera ese tipo de agresión inhumana. Quiso renunciar o por lo menos poner en claro que él no usaría ese tipo de fuerza contra hombres, niños ni mujeres. Pero prefirió morderse la lengua para no buscarse problemas con Kalahan, quien tenía mala fama. Mucho menos en su primer día de trabajo.

Aquel día no había resultado tan mal después de todo, si había sido bastante cansado por estar bajo el sol, observando y dirigiendo cada movimiento de los niggers. Cuando se aseó un poco en la pileta trasera, fue en busca de Kalahan como él le había ordenado. No fue tampoco la gran cosa, siendo que le había exigido y recalcado, lo mismo que hacía unas horas le había dicho. “debe tener mano dura con esos liendrosos, golpeadles, gritadles… ellos entienden así. El buen modo guardadlo para los negocios”

Semanas más tarde, las producciones decrecieron y los esclavos comenzaron a hacer lo que les vino en gana. Muchos se escaparon de las plantaciones para no volver más, siendo influenciados por los chismes de que podrían comprar su libertad. Otros más se quejaron de estar enfermos y cansados.

—Massa Pembroke— un negro alto, de cuerpo espigado como una palmera incendiada, y con los ojos vacíos de color amarillento, se le acercó arrastrando los pies descalzos sobre aquel suelo incandescente —Nadie va a poder trabajar en estas condiciones. Nuestro amo es autoritario, y nos niega los derechos más básicos de cualquier ser humano— Jonathan aparto la mirada fuera de aquel negro y la enfocó en la lejanía. Con el sol del atardecer, los campos verdes con motas blancas, relucían bajo el celaje en tonos naranja y nubes deshilachadas de color marfil. Entre aquellas motas blancas, se divisaban manchas negras como una colonia de hormigas, labrando de sol a sol —Muchos de nosotros tenemos familia y la comida es bien monótona: cerdo salado, celemín de harina de maíz y melaza, y, cuando se puede comemos pollo. Nuestras viviendas son viejas cabañas, hechas de tablas mal unidas, que no cubren ni la escasa lluvia del invierno. Solo le pido de parte de mis compañeros, un poco de consideración. Usted parece un buen hombre, tal vez pueda ser el porta voz de nosotros y pedirle al señor, mejores condiciones laborales.

Jonathan permaneció silencioso, meditando sobre toda aquella palabrería que le había dicho el esclavo.  No sabía qué tanto era mentira o verdad. Recordó lo que Kalahan le había dicho sobre la manipulación, y que no cediera con la compasión. Sintió culpa por ignorar aquella súplica, quiso poner su mano sobre el hombro del joven, pero se retractó. Agachó la cabeza, luego elevó la frente con dignidad y le ordenó irse a trabajar de nuevo. 

Por la noche, Jonathan volvió a los aposentos de Kalahan para recibir su pago diario. Pero aquella noche, Robards le fulminó con la mirada. Luego dejó escapar una carcajada sínica. 

—Le miré hoy en la plantación señor Pembroke. Vi cómo se debatía entre el deber y la misericordia para con el esclavo— Jonathan se puso tan nervioso, que comenzó a transpirar sin control. La garganta se le cerró, impidiéndole respirar con facilidad —Le felicito por haberme tomado en cuenta, y sobre todo por mantenerse firme. Así es como se hace— Al oír aquello, sintió como sus hombros tensos se relajaban junto al resto de su cuerpo —Pero le diré una cosa, ándese con cuidado que mañana mismo tendrá a veinte niggers quejándose de alguna moribunda enfermedad. Siempre son así, ya no pienso decirlo más.

—Muchas gracias señor Robards y disculpe por lo de esta mañana. Créame que no volverá a pasar— Kalahan asintió con un aire de duda —Tomaré en cuenta lo que me ha dicho. Ahora, si no le importa, el día fue muy largo y mi esposa me espera en casa para cenar.