1
El señor Kalahan Robards era fiel amigo de diplomáticos, terratenientes adinerados y siempre tenía hombres de poder, como gobernadores y senadores en casa. La mansión nunca estaba vacía; y si no había altos dignatarios, entonces había oficiales militares. Todos compartiendo las buenas nuevas de sus negocios, del país e incluso del mundo entero. Pasaban largas horas en la oficina, luego pasaban al comedor y tomaban una comida elegante. Jugaban un rato al póker, bebían licor y fumaban cigarrillos. Kalahan nunca perdía oportunidad alguna para hacer negocios y ampliar más sus mercados. Siempre susurraba para sus adentros “Todo esto me lo agradecerá mi querido nieto algún día”
—Sumatra, mañana será un día muy importante. Quiero un almuerzo elegante ¿Me ha oído?
—Sí señora Robards.
Aceptó el ama de llaves, con la mirada baja. Primero por respeto y segundo porque prefería mirar al suelo, que enfocarse en el rostro rígido de su patrona.
—Muy bien, mañana esperamos la visita del señor Frank Wilson coronel militar, junto a Edwin Wauters y oficial de la marina.
—Será un honor atender a tan importantes figuras Señora.
Dorothy asintió, guardando silencio al escuchar los pasos firmes de su esposo, aproximarse a ellas. Luego aquella figura corpulenta se asomó al salón y se unió a la conversación.
—Así es mujer. Mañana almorzaremos con los dos señores y en la tarde, vamos a concertar una cena para la despedida de Arthur.
—Esposo, ¿Los señores que vendrán por la mañana son jóvenes? ¿Habrá alguno que pueda interesarse en alguna de nuestras queridas hijas?
Preguntó Dorothy inquisitiva, pensando que por fin Anne podría gozar de ese tan ansiado esposo que esperaba con urgida desesperación. No alcanzaba los diecinueve años y ya lloraba amargamente, por estar entrando en los campos olvidados de toda solterona.
—No coma ansias mujer. Pero sí. Respondiendo a su pregunta vuelvo a repetirle que sí. El señor Wauters es en quien confió plenamente y sé que él no se podrá resistir a los encantos de Anne.
—¡Oh! Kalahan, ¡qué gratas noticias! Hablaré entonces con Rachelle para que tenga los mejores vestidos lavados y planchados para nuestras hijas. Mañana deben estar más que presentables—Dorothy se giró sobre sus talones, y mirando a la ventana sonrió como hacía mucho no lo hacía. Estaba acostumbrada a una petrificante seriedad, que a pesar de que no llegaba ni a los cuarenta y tantos años, ya tenía varias líneas de expresión, aun cuando no gesticulaba nada en absoluto. La frente siempre rígida y la mirada apagada. El cuello erguido casi embalsamado por la pollera del vestido, y los botones en línea recta, enmarañados cuidadosamente con el encaje a juego, con un tono más claro que del vestido —Sumatra, espero le dé el recado a Rachelle; de que mis niñas deben parecer princesas mañana. ¿Me ha oído?
—Pierda cuidado, lo estarán señores.
Kalahan hizo un gesto de indiferencia con el mentón a su esposa, y luego ignoró la respuesta de su criada. Salió del despacho con paso firme, jugueteando con el bastón y se dirigió al cuarto de costura, donde sus hijas se divertían a su aburrida manera.
—Muy bien, mañana mismo recibiremos al coronel Wilson y al joven Wauters; ambos miembros importantes de la infantería.
Repitió Kalahan por si sus hijas no habían oído la conversación en el pasillo.
Los ojos de las dos chiquillas brillaron con ilusión, pero Megan sabía que la suerte estaba del lado de su hermana mayor, a quien de seguro casarían con alguno de los dos militares. Menuda clase de vida se echaría; pensó para sus adentros con cierto aire de envidia. A lo cual su hermana sonrió llena de gratitud y no pudo evitar la excitación en su voz.
—¡Oh padre! Son tan gratas noticias las que nos trae.
Anne dejó el piano y corrió como una pequeña niña a los brazos de su padre, quien le sonreía alegre. Apartó el cigarrillo de su boca y la felicitó por lo que estaba próximo a suceder.
—En efecto son muy gratas noticias— respondió jactándose de su suerte —El joven Wauters es de muy buen parecer, tiene varias tierras, ganado y además, tiene un currículo intachable… justo el hombre que quiero para mi hija mayor.
Megan hizo pucheros, sintiéndose desplazada ante la ventaja de su hermana. Solo un año las distanciaba, pero en cuestiones de apariencia y madurez, había muchos años de diferencia. Sobre todo cuando Anne parecía ser un poco más recatada, más coqueta y más sensata. Su hermana era pura furia, emotiva fluctuante y por si fuera poco, envidiosa.
—Mamá, yo quiero casarme también y quiero que sea con un hombre de gran poder como nuestro padre.
Expresó Megan, observando a Kalahan y dándole una sonrisa llena luminosidad hipócrita. Haciendo uso de aquel fuerte cumplido, para ganar el favor de su padre, quien al oírlo no medió si aquello venía de corazón o de razón, pero le bastó el efecto altivo que provocó en él.
Dorothy dejó de medio lado el ovillo de lana y miró fugazmente a su hija. Sabía que si no estuviera Kalahan presente, Megan ya hubiera hecho más de un berrinche infantil, por obtener lo que exigía a sus espaldas de forma manipuladora. Y aun cuando no lo hacía de forma conductual, manipulaba con miradas o comentarios impertinentes.
Así era Megan incluso cuando iban de paseo a New York, dos veces al año para comprar vestidos y sombreros. Cuando Anne encontraba un conjunto hecho a su medida, o algún color nuevo que la favorecía, Megan quería uno igual o sino mucho mejor. Detestaba quedar resegada. Peor aún no ser tomada en cuenta, como si fuera una pequeña niña de tres años, en plena conversación de adultos. Ser siempre el centro de atención, era lo que más satisfacción le daba. En palabras simples, Megan era una copia exacta de su padre. Arrogante, frívola y déspota.
—Lo tendrá hija, lo tendrá— la tranquilizó su padre con poco convencimiento. Conocía la clase de hija menor que tenía y no quería despertar sus caprichos más oscuros–Déjeme buscar el que mejor le quede— la chiquilla sonrió complacida, haciendo un gesto inmaduro a su hermana. A lo cual Anne tomó con demasiada calma —Por el momento, nos conviene primero casar a su hermana. Y no es nada personal solo…—
“negocios” estuvo a punto de decir, pero cambió la palabra por: “privilegios”
—Bueno, ya fue suficiente de tanta cháchara. La cena nos espera y ustedes dos deben dormir temprano para estar presentables para el almuerzo de mañana.
Las dos chiquillas asintieron llenas de ilusión, y salieron corriendo fuera del salón para subir a sus aposentos entre risas y disputas, tan propias de dos señoritas en edad casadera.
2
A la mañana siguiente y después de ir de cacería acompañado de su hijo Arthur, quien en la puntería no era capaz ni te coger una abeja al vuelo. Kalahan invitó a los dos hombres a casa. Su esposa e hijas les esperaban ansiosas en el salón común; una leyendo, la otra cantando en el piano y la señora Robards, tejiendo incansablemente y levantando la mirada repetidas veces, para darse cuenta de la aproximación de los hombres.
—Señor Wilson, Señor Wauters— escuchó la voz aguda de su marido a los pocos pasos de donde ellas estaban sentadas —Les presento a mis dos hijas Anne y Megan. Y a mi esposa Dorothy— Los dos hombres saludaron a las damas con una venia, luego con la aprobación de Kalahan se animaron a besar cálidamente las manos de ambas señoritas —Y bueno, mi hijo Arthur— agregó halando al pobre muchacho de los hombros como si presentarlo, fuera una vergüenza, o un miembro añadido —Que ya le conocieron en el campo. Tal vez usted señor Wilson, pueda hablar con él y convencerle de los grandes beneficios que tiene trabajar para el gobierno.
El señor Wilson hizo un gesto de incomodidad, pensando que la verdadera razón de aquel almuerzo, iba más allá de conversar con un jovencito tímido y torpe, al que ni obligándolo haría cambiar de opinión.
Anne nada más ver al joven Wauters sintió que el mundo y el firmamento caían rendidos a sus pies. Nunca antes había visto un hombre tan apuesto y tan educado. Se moría de ganas por conocer sus gustos y aficiones. Por saber si ambos compartían la misma pasión por la música. Le sonrió tímidamente y coqueteó con él sin que su padre lo notara. Megan, también había puesto los ojos en el joven militar, y no dejaba de llamar su atención, mostrándole su vestido a juego con el sombrero y los zapatos. Conversándole sobre geografía e historia, pero quien se prendó de ella fue el coronel de la marina, el señor Wilson.
—Sabe señor Wauters, siempre he tenido tanta curiosidad por el trabajo de los marinos. ¿Qué hacen? ¿Cómo se siente ser uno?— Megan lanzó las preguntas todas con rapidez, agitando las pestañas como dos aletas de pez —¿Cree algún día poder llevarme de paseo en uno de sus navíos?—Al oír aquellas preguntas denotando solo ignorancia, Kalahan tomó a su hija con recato y la animó a sentarse en el sofá. Megan sintió cómo el rostro se le incendiaba en vergüenza y rabia, pero aquella distancia dio pie al señor Wilson para acercarse a ella. Quien después de pedirle permiso para sentarse a su lado, le tomó cortésmente la mano y le miró directo a los ojos.
—Señorita Megan, es usted mucho más bonita de lo que su padre me había dicho— expresó dulcemente, fijando su mirada en las pupilas inquietas de Megan, quien al principio se sintió alagada por ser tomada en cuenta, pero su ojos estaban puestos en aquel rincón donde su hermana y Wauters reían —Tiene usted unos rizos chocolate tan brillantes y cálidos, como la tierra fértil. Y sus mejillas arreboladas en rosa intenso, parecen dos duraznos jugosos.
Los ojos de Megan se abrieron como platos tras aquel cumplido tan poco educado. Estaba decidido que el señor Wilson, era un anciano para ella. Tenía treinta y cinco años. Un hombre demasiado maduro que no le daría beneficio alguno. Se aburriría en los bailes y la vestiría como una señora soporífera. Seguramente unos meses después de la boda, la llenaría de hijos por doquier, sin necesidad de querer pasar tiempo compartido solo ellos dos. Además, para esa edad posiblemente tuviera ya más de una dolencia artrítica, o quejas de salud que empeorarían con el paso de los años. Y ella no estaba en condiciones de casarse con un vejestorio que tenía los días ya contados.
Anne se giró disimuladamente al oír aquel cortejo y observó sobre su hombro, el gesto sorprendido y pálido de su hermana. No cabía duda que su semblante radiante y de paralizante hermosura, habían cautivado al coronel. Luego lo miró detenidamente, dándose cuenta de que a pesar de ser un hombre de mediana edad, era muy atractivo. Se preguntó si a su hermana le llamó la atención, pues para ella de haber sido más joven, quizás lo hubiera elegido en lugar de al señor Wauters.
El señor Wilson, tenía el cabello largo y castaño claro, con ligeros destellos platinados. Los ojos almendrados en color olivo y el rostro perfilado, tan bien delineado que se notaba fresco y parecía difícil adivinar su edad.
Cuando Anne notó que su hermana se quedaba quieta sin nada por hacer, le propinó un disimulado empujón en la cintura, haciendo que Megan expulsara un agradecimiento cortés casi a la fuerza.
—Es usted muy amable señor Wilson. Agradezco tan preciosas palabras. Muy poéticas por cierto.
—Es un verdadero honor para mí señorita Robards, poder compartir con usted este cálido momento, en la cercanía de su familia y buen padre.
La forma de hablar le pareció incluso pesada y melosa. Si al principio quería distancia, ahora le urgía alejarse pronto de aquel anciano coquetón. Se levantó del sillón y sin decir ni hacer una venia, salió del salón para tomar aire en el jardín un momento. Las palabras intensas de aquel coronel, la habían dejado un poco incómoda. Aun cuando a ella le encantaba ser siempre el centro de atención.
Luego de los saludos pertinentes, pasaron al comedor donde los tres jóvenes intercambiaron miradas curiosas. Meghan echaba fuego por los ojos, mientras Anne se derretía en el asiento del frente admirando a su futuro esposo. No podía creer su suerte; en definitiva su padre era el mejor de todos.
Con descaro Megan hacia lo imposible por coquetear y llamar la atención de su futuro cuñado, sentado en la mesa frente a ella. Mientras los gestos simpáticos del señor Wilson aumentaban, sentado al lado de Kalahan y en diagonal a Megan. Sintió que el estómago le subía al cuello, ya no veía la hora en que el coronel le pediría la mano a su padre. ¿Qué diría él; aceptaría por yerno a un anciano como Wilson para su joven hija?
Cuando el almuerzo terminó, Kalahan animó a la futura pareja a conversar en la sala adyacente para que se conocieran mejor. Mientras tanto, Arthur se disculpó con las visitas y salió corriendo del salón con la excusa de que deseaba dormir antes de la cena. Aquello fue la excusa perfecta para librarlo de tener que hablar con el señor Wilson, y para él fue una grata oportunidad para poder cortejar con más soltura a Megan.
—Señorita Robards, ¿Me acompañaría a dar un paseo por su jardín? He notado que le gusta estar entre flores y aromas dulces. Pero es imposible para la naturaleza, competir con su belleza.
—Agradezco sus esfuerzos por conquistarme señor Wilson, pero no tengo interés alguno en usted. Por cierto ¿Siempre es tan empalagoso y poético con las damas?
Aquellas palabras filosas, se clavaron en el coronel como si con una bayoneta le disparasen balas de hielo. Wilson apretó la mandíbula ofendido, dejó escapar un resuello y no pudo hacer otra cosa más que pedirle disculpas.
—Perdone usted señorita, mis gestos caballerosos y delicados para con usted. Lo que menos quería era ofenderle.
—Oh no, usted no me ha ofendido, al contrario. Solo me ha importunado al querer conquistarme cuando yo no le he dado motivo de interés alguno. Y si no le importa, prefiero quedarme en el sillón leyendo un rato— el señor Wilson asintió, con la mirada turbada —Usted puede irse a conversar con mis padres, que de seguro tienen temas muy afines por compartir.
Megan trató de concentrarse en la lectura, pero le fue imposible seguir el hilo de la historia. Su mente giraba desbocada, y en cada letra de la novela encontraba cómo el nombre de Wauters se formaba. Luego la voz melodiosa del coronel, se clavaba en su oído como una molesta mosca rondando el jarro de miel. Cerró el libro de un solo golpe, lo lanzó al lado vació del sillón y tras levantar la mirada, se encontró con que el militar se comía a su hermana con los ojos. A pesar de la corta distancia, logró escuchar lo que conversaban.
—Por favor señorita— Pidió Wauters ofreciéndole su brazo a la joven —Me haría el honor de…— Anne no le dejó terminar de hablar y en su lugar, señaló con su dedo la puerta cerrada ante sus ojos que figuraba como el salón siguiente. Wauters asintió emocionado y se dirigieron con paso lento hasta la estancia de artes y música.
Mientras Anne y Wauters gozaban respetuosamente de sus halagos y coqueteos, Megan corrió tras ellos para figurar como incómoda chaperona de su hermana. Sentada en la silla opuesta, estaba la mar de afanada con la apariencia del marino. No hacía más que mirarle el porte con el uniforme reluciente y desear uno así por esposo. Sintió nauseas al ser alagada por el anciano coronel. Pero ver cómo la pareja se sonreía y se coqueteaba con los gestos del amor a primera vista, fue un golpe directo a su hígado. Megan rechinó los dientes con furia y clavó las uñas en la madera de la silla, jurándose que Wauters sería para ella, así tuviera que arrancárselo a su propia hermana.