La temporada 91-92 de la NBA giró alrededor de una noche de octubre de 1991, cuando “Magic” Johnson esperó a solas a que su mujer, embarazada, volviera a casa para contarle que era portador del VIH. El 7 de noviembre lo anunció públicamente en una rueda de prensa, pero antes llamó a varios amigos para contárselo personalmente. Entre esos amigos estaban sus tres antiguos rivales: Larry Bird, Isiah Thomas y Michael Jordan. Cada uno reaccionó a su manera, Bird en silencio, Isiah estallando en lágrimas y Jordan a punto de perder el control del coche que conducía cuando supo la noticia. Fiel a su naturaleza, tuvo que ser “Magic” el que consolara a sus amigos y no al revés. “Te quiero”, fueron las últimas palabras de Jordan antes de colgar. El baloncesto quedó en un segundo plano, oscurecido por la nube de noticias, informaciones y rumores sobre la situación médica del jugador, ya ex jugador de los Lakers. En 1991 pocos conocían la diferencia entre VIH y SIDA, que aún era una enfermedad mortal propia de heroinómanos y homosexuales, y su primera tarea fue una labor de información para explicar qué suponía la presencia del virus en su sangre, cómo lo había adquirido, qué efectos tendría en su salud, etcétera. Para Michael Jordan era no sólo que un amigo sufriera una grave enfermedad, sino que requería un ajuste mental para un jugador de la NBA acostumbrado a creerse físicamente invulnerable. De un día para otro, una enfermedad había atacado el cuerpo de uno de los mejores atletas del mundo, poniendo en peligro su carrera y su propia vida. ¿Quién podía seguir creyendo que estaba a salvo?
Desde otra perspectiva, la retirada de “Magic” por el VIH en 1991 sumada a la de Larry Bird en 1992 debido a sus problemas crónicos de espalda suponían el fin de una era. En el plazo de unos meses se retiraban las dos grandes estrellas del baloncesto estadounidense de los ochenta, que habían sacado de las catacumbas a la NBA y la habían llevado al esplendor de los focos de la televisión. Las finales de la temporada pasada adquirían así un valor simbólico añadido, el cambio traumático a una época nueva que Jordan aspiraba a definir, como Bird y “Magic” definieran la anterior. Ese “cambio de la guardia” se representó de manera deliberada en la composición del Dream Team, la selección olímpica estadounidense que acudiría a los Juegos de Barcelona’92 y que sería la primera en contar con jugadores procedentes de la NBA. El segundo gran tema que relegaría a los partidos de esta temporada a las páginas interiores de la prensa deportiva sería precisamente la plantilla que conformaría este Dream Team.
La presencia de jugadores NBA en las selecciones nacionales se aprobó pese a la oposición frontal del organismo federativo estadounidense responsable de la representación internacional, que poco después adquirió su denominación actual de USA Basketball. Estaba organizado como un comité dominado por representantes del baloncesto universitario que se había resistido a ser fagocitado por la NBA, y que tras el desembarco de los representantes de David Stern quedaba compuesto por una mezcla confusa de miembros de los diferentes estamentos del baloncesto estadounidenses. Por lo tanto, el proceso para gestar el llamado Dream Team sería largo y controvertido debido a la necesidad de armonizar intereses diversos. Había que determinar cuántas plazas se reservarían a jugadores universitarios, que algunos pretendían que llegaran a cinco; había que nombrar a un seleccionador nacional siguiendo criterios aún no acordados; había que elegir a los jugadores. Inicialmente se concluyó que los jugadores universitarios serían dos y que el entrenador debería poseer experiencia profesional para que lo respetaran las estrellas NBA. Don Nelson poseía contactos en Europa y Larry Brown tenía experiencia internacional, pero el elegido fue Chuck Daly, experto en lidiar con vestuarios repletos de egos.
Cuando el comité exploró voluntad de manera discreta, lo primero que averiguó fue que los jugadores se negaban en redondo a pasar cualquier tipo de prueba o preselección, ya que lo consideraban humillante, y que el compromiso con el equipo olímpico sería lo más breve posible, ya que el verano era para descansar y ganar dinero mediante apariciones publicitarias o campamentos de baloncesto, y no para entrenar. Eso era fácil de solucionar, pero el auténtico problema era la firme negativa de dos jugadores básicos: Larry Bird, que consideraba que su espalda le impedía competir con garantías, y Michael Jordan, que necesitaba los veranos para sus labores de promoción y que ya poseía un oro olímpico. Posteriormente se sumó la incertidumbre sobre la situación de “Magic”, cuya enfermedad ponía en duda su participación. Durante meses el comité siguió dos líneas de trabajo paralelas, por un lado intentando convencer a esos jugadores de que cambiaran de opinión y por otro preparando escenarios alternativos para el caso de que las renuncias fueran definitivas. Suponía resolver un elaborado sudoku en el que cada pieza dependía de las demás, y así, por ejemplo, la presencia de Charles Barkley estaba condicionada a la de Jordan, Bird y/o “Magic”, ya que eran los únicos jugadores que podían controlar su comportamiento; si Jordan finalmente no acudía, eso significaba que podía entrar un escolta con mejor tiro exterior y no haría falta un alero tirador, aunque quizás necesitaran a un tercer base, etcétera. No todos los miembros del comité estaban seguros de querer contar con un jugador con un ego tan desarrollado y que podía solaparse con “Magic”; después de todo, se decía que Clyde Drexler era un jugador más completo y podía ofrecer casi lo mismo. Sin embargo, la mayoría opinaban que la combinación de ataque y defensa de Jordan no tenía igual en la liga, y además no podían prescindir de la gran estrella del momento. Una de las mayores dificultades del comité era la necesidad de armonizar objetivos muy dispares: el Dream Team debía no sólo vencer, sino arrasar a sus rivales; pero también debía ser un catálogo publicitario que presentara al mundo las maravillas de la NBA. Debía incluir estrellas consagradas y también otras que estuvieran en ascenso, y reflejar el pasado reciente y el futuro inmediato de la competición. Sería la avanzadilla del desembarco de la NBA en el mundo más allá de los Estados Unidos.
Después de un año de discusiones no se había tomado ninguna decisión, y se pidió ayuda al entrenador. Chuck Daly presentó dos listas al comité, una con los 26 jugadores candidatos para la selección y otra con los 7 que consideraba básicos. Por orden, estos siete jugadores eran Jordan, “Magic”, Robinson, Ewing, Pippen, Karl Malone y Mullin. Lo más destacable era la importancia que otorgaba a Scottie Pippen, la presencia de Chris Mullin como sustituto de Larry Bird, la ausencia de Isiah Thomas y la presencia de Michael Jordan. Estos dos últimos factores se unirían en el aspecto más controvertido del Dream Team. En principio Jordan había sido tajante en su negativa, pero un comentario de su agente David Falk parecía abrir una puerta a la esperanza. “Cualquier aficionado a la NBA sabe que la relación entre Michael e Isiah es fría, como poco. Y el equipo olímpico tendrá que convivir estrechamente durante 37 días.” Uno de los alicientes para Jordan era precisamente la posibilidad de disfrutar de la camaradería que tanto deseaba con otras grandes estrellas, pero eso no sería posible si estaba Thomas. “Magic” Johnson había sido el principal reclutador de USA Basketball, convenciendo a las demás estrellas para que se comprometieran a acudir a la selección, pero Jordan se hacía de rogar. Entendía el interés de los jugadores que nunca habían participado en unos Juegos, decía, pero él ya había pasado por eso y además era algo propio de jóvenes, no de alguien de su edad. Por otro lado, Charles Barkley había sido siempre muy claro respecto a su nulo interés por ser seleccionado en 1984 para jugar sin cobrar en Los Ángeles, pero en 1992 estaba deseando acudir a la Olimpiada. Una vez más, sus motivos no eran patrióticos sino de interés personal, ya que Barkley percibía claramente que esos JJ.OO. supondrían la salida a un mercado internacional, y los jugadores que supieran colocarse partirían en ventaja. Michael Jordan se había convertido en el gran icono comercial de EE.UU. desde su llegada a la liga, pero renunciar al Dream Team suponía arriesgarse a perder esa posición dominante. Durante el verano de 1990 Jordan hizo una gira por Europa organizada por Nike y visitó Barcelona para inaugurar la liga ACB y acudir a las instalaciones del denominado Anillo Olímpico. Algunos periodistas tuvieron la impresión de que sólo venía a jugar al golf y promocionar zapatillas, pero Jordan no desperdició la oportunidad de comprobar que las instalaciones que se estaban construyendo y las muchedumbres que acudían a sus actos públicos sugerían que había llegado la hora de exportar el baloncesto NBA a Europa. Permanecer al margen del Dream Team sería un error que podría provocar que el rostro de la NBA en el mundo terminara siendo Barkley o Robinson.
El comité sufrió constantes giros de opinión durante el verano de 1991 conforme la situación daba un vuelco tras otro. La operación de espalda de Larry Bird había resultado mejor de lo esperado y en el último momento se retractaba de su renuncia. Barkley había sido descartado, pero la incorporación de Bird permitía asumir el riesgo de convocarlo. Y luego estaba Jordan, que oficialmente no había tomado ninguna decisión. En realidad, Jordan ya lo admitía en privado, y en una partida de cartas con Jack Haley y Reggie Miller estuvo hablando de cómo se podrían complementar en la selección. Miller y Jordan eran enemigos jurados ante la prensa, pero su rivalidad sólo era deportiva y estuvieron comentando cómo el tiro exterior de Miller (candidato a ocupar una de las dos últimas plazas del equipo olímpico) impediría que las defensas rivales se cerraran sobre Jordan. A esas alturas era muy improbable que Michael Jordan renunciara al Dream Team por Isiah Thomas, ya que su forma de ser le impedía actuar en contra de una decisión racional de negocios sólo por causas emocionales, pero el comité no podía estar seguro.
Además, Michael Jordan era la coartada perfecta para ocultar que la lista de enemigos de Isiah Thomas era mucho más larga. La carrera de Isiah era una serie de desplantes y enemistades desde el principio, cuando se dedicó a insultar a las franquicias que poseían las primeras elecciones de su draft para poder ser elegido por la que él quería, hasta pocas semanas atrás, cuando emborronó la imagen de la liga al abandonar la pista al terminar la final de conferencia. En medio, Isiah Thomas había insultado a Larry Bird, había provocado traspasos en su equipo y se rumoreaba que estaba moviendo la silla de Daly en los Pistons (voluntaria o involuntariamente). Incluso cuando llevaba a cabo acciones de mérito era criticado: como presidente del sindicato de jugadores, su esfuerzo para promover medidas en favor de los jugadores peor pagados de la liga le había granjeado las antipatías de las estrellas. Aunque su declive físico era evidente, en realidad no pasaba de ser una excusa para justificar una decisión que muchos miembros del comité estaban deseando tomar y que era más cómoda cuanto más se atribuyera a Jordan.
Especialmente porque el largo período de indecisión jugaba en su contra. Como parte de su cobertura de los juegos, la NBC preparó un programa especial para el 21 de septiembre de 1991 en el que se revelaría en exclusiva la lista de diez jugadores de la NBA que formarían la selección (más dos universitarios, que serían designados más adelante). La NBC pidió a los agraciados que mantuvieran el secreto para que el programa generara más expectación, pero el periodista Jan Hubbard consiguió la lista y la publicó en la revista Newsweek. Cumpliendo su compromiso con la NBC, Jordan se negó a confirmar o desmentir su presencia en el Dream Team, y eso reforzó la idea de que estaba usando su posible renuncia como amenaza para asegurarse de que Isiah Thomas no formaría parte del combinado nacional. Bob Costas había anunciado que llegaría al fondo del asunto el 21 de septiembre, y durante el programa le preguntó directamente a Jordan si había boicoteado la presencia de Isiah. “Si yo pudiera influir en el proceso de selección, mis hermanos vendrían conmigo a Barcelona. Mi relación con Isiah Thomas no ha tenido nada que ver con la composición del equipo.” Por una vez, Isiah encontró las palabras adecuadas para conducirse con dignidad ante los micrófonos: “Lo único que puedo hacer es aceptar su palabra. Me dijo que no intentó bloquearme. Por mi propia paz interior tengo que creerle, porque tenía muchas ganas de formar parte de esa experiencia olímpica y no tuve la oportunidad”.
La ausencia de Thomas resaltaba aún más considerando que Chuck Daly iba a ser el entrenador de la selección olímpica, y que el general manager de los Pistons, Jack McCloskey, era miembro del comité directivo de USA Basketball. McCloskey dimitió de ese puesto afirmando que el no haber conseguido plaza para Isiah le convencía de que no tenía nada que aportar al comité, pero Daly no pudo librarse de las críticas. “Yo no tenía voto, lo hizo todo el comité. No sé la razón, y no quisieron discutirlo conmigo”, declaró posteriormente. Es cierto que el comité había insistido en que el entrenador tuviera un papel puramente consultivo durante el proceso de selección para evitar malos entendidos, pero también era cierto que Daly había presentado las listas que fueron la base para elegir la plantilla. Isiah Thomas no aparecía en la lista de jugadores básicos, y algunos pensaban que había presionado con más fuerza en favor de otros miembros de los Pistons, como Joe Dumars o Dennis Rodman. Un factor que apenas se comentó fue la falta de apoyo de “Magic” Johnson, supuestamente uno de los mejores amigos de Isiah Thomas, pero cuya relación había pasado por varios altibajos durante sus enfrentamientos en las finales de 1988 y 1989. “Magic” era el único jugador más importante que Jordan para USA Basketball debido a su participación activa desde el principio, y podría haber inclinado la balanza en un momento en el que Jordan habría sufrido un grave deterioro de su imagen pública si se hubiera echado atrás. “Magic” Johnson publicó una carta abierta protestando por la ausencia de Isiah Thomas al día siguiente de anunciarse la composición del equipo, justamente cuando ya no podía cambiar nada. Demasiada casualidad o quizá precisión milimétrica.
Si Jordan esperaba que la polémica se fuera olvidando al empezar la temporada, se debió llevar una decepción. La composición del equipo olímpico era un tema recurrente en todas las entrevistas, y los jugadores descartados estaban deseando demostrar su superioridad sobre los que ocupaban sus plazas (Dominique Wilkins vs Chris Mullin) o vengarse de quienes se sospechaba que habían provocado su descarte (Clyde Drexler vs Don Nelson). El caso más llamativo fue precisamente el de Isiah Thomas, que aprovechó la primera visita de los Utah Jazz a Detroit para cascarle 44 puntos a John Stockton en lo que se consideró toda una declaración de intenciones. Cuando los Pistons devolvieron visita en Utah, Karl Malone decidió salir en defensa de su compañero y de un codazo le abrió a Isiah una brecha en la cabeza que necesitó 40 puntos de sutura. El incidente más inconveniente para Jordan se produjo apenas comenzar la competición, en el primer partido entre los Bulls y los Pistons desde el desaire en final de conferencia de la temporada anterior. Bill Laimbeer derribó a Horace Grant, y cuando Scottie Pippen intentó intervenir, Isiah Thomas le empujó por la espalda. Nada nuevo, pero que provocó la respuesta de Pippen en la rueda de prensa al terminar el encuentro. “Es un artista dando golpes por la espalda”, declaró antes de referirse directamente al equipo olímpico: “Si Isiah juega, yo no voy”. Esas declaraciones se referían al debate sobre el posible sustituto de “Magic” Johnson si su estado de salud le impedía acudir a los juegos. “Magic” estaba tirando de todos los hilos, recurriendo a sus amigos y cobrándose todos los favores pendientes para conseguir que no lo descartaran, pero la decisión no estaba nada clara e Isiah Thomas era uno de los principales candidatos a ocupar su puesto. Poco importó que fuera Pippen y no Jordan el que hiciera esas declaraciones, ni que se retractara pocos días después: para el gran público fue como si Michael Jordan en persona lo hubiera dicho. Al fin y al cabo, ¿quién era Pippen para amenazar con un boicot? Jordan había ejercido un cuidado exquisito (y lo seguiría haciendo) para proteger su imagen de la polémica, respondiendo invariablemente que estaba dispuesto a compartir equipo con Isiah, con Laimbeer o con Rodman si hacía falta. Incluso su círculo de periodistas, representantes y consejeros había guardado respetuoso silencio sobre el tema desde la indiscreción de Falk, y ahora todo se venía abajo por un descuido de Pippen.
Lo último que necesitaba Michael Jordan eran más controversias. “Sabía que la gente iba a empezar a criticarme. Se llega a un punto en el que la gente está cansada de verte en un pedestal, limpio y reluciente, y empiezan a buscar a ver si hay algo sucio”, declaró a la revista Playboy. Es probable que Jordan se estuviera refiriendo a The Jordan Rules, el libro publicado por el periodista Sam Smith en diciembre de 1991 que se convirtió en un éxito de ventas inmediato. El libro se presentaba como una mirada crítica y reveladora de la temporada que había culminado en el primer campeonato de los Bulls, e incluía numerosas anécdotas que no dejaban en muy buen lugar a Michael Jordan, Jerry Krause y otros. Jordan se negó a leer el libro, pero los extractos publicados en la prensa no dejaban lugar a dudas (algunos opinan que se equivocó al no leer el libro entero, ya que la imagen global no era tan negativa como podía parecer de las citas aisladas, pero es muy improbable que eso hubiera modificado sustancialmente su opinión, ya que el enfoque crítico era evidente). Mientras, Jerry Krause llegó a intentar denunciar al autor por difamación, y años después Phil Jackson bromearía diciendo que Sam Smith había logrado la difícil hazaña de poner a Jordan y Krause de acuerdo en algo. Las historias relatadas en el libro persiguieron a Michael Jordan durante toda su carrera, y, para colmo, él y Krause seguían teniendo que tratar regularmente con Smith, que seguía siendo el corresponsal del Chicago Tribune. Eso sirvió para ilustrar de nuevo algunas coincidencias de carácter entre Jordan y Krause, ya que ambos optaron por tratar al periodista de la misma manera: Sam Smith procuraba hacer preguntas totalmente neutras y Jordan o Krause respondían correctamente pero sin extenderse ni establecer contacto visual. Somos profesionales, parecían decir.
Precisamente era en The Jordan Rules donde Michael Jordan reflexionaba sobre su temor a que un escándalo arruinara su imagen. Ese escándalo se empezó a gestar el 1 de octubre de 1991, cuando se supo que Michael Jordan había declinado la invitación para acudir a la recepción del presidente de los Estados Unidos con el resto del equipo. Horace Grant lo completó con una de sus típicas indiscreciones y declaró a la prensa su desacuerdo con la postura de su compañero, algo que molestó a Jordan, ya que Grant no le dijo nada cuando supo que no iría. Desde su punto de vista se trataba de una manipulación de la prensa, que criticaba su ausencia cuando no había criticado la de Larry Bird años atrás, pero Jordan no quería considerar que Bird había cultivado una imagen de independencia aun a costa de renunciar a jugosos contratos publicitarios, y su negativa a acudir a la Casa Blanca mostraba una coherencia de la que carecía este nuevo caso. Y lo peor estaba por llegar: para evitar las críticas, Jordan había declarado que no acudió a la recepción para pasar tiempo con su familia, pero poco después se supo que había pasado el día jugando al golf con personajes de dudosa catadura. James “Slim” Bouler era un turbio elemento con antecedentes penales por tráfico de drogas y posesión de armas, además de propietario de una tienda de golf en Carolina del Sur desde donde se relacionaba con el mundillo de las apuestas de golf, en el que decenas de miles de dólares cambiaban de mano según el resultado. En 1986 había conocido a un joven jugador de baloncesto llamado Michael Jordan que ya entonces apostaba cientos de dólares en cada hoyo, y como en otros casos se encargó de organizar partidas discretas de alto nivel. Michael Jordan pasó la semana en la que se celebró la recepción en la Casa Blanca jugando al golf de día y a las cartas de noche, y al terminar pagó 57.000 dólares en cheques a “Slim” Bouler para cubrir sus deudas. Estos cheques salieron a la luz en noviembre de 1991 cuando el FBI efectuó un registro en las oficinas de Bouler debido a una investigación sobre posibles delitos de tráficos de drogas y evasión fiscal, aunque Jordan intentó ocultar la naturaleza de su relación con Bouler afirmando que se trataba de un préstamo. Entonces, en febrero de 1992 un prestamista llamado Eddie Dow fue asesinado a la puerta de su casa para robarle varios miles de dólares que llevaba en un maletín de acero. Además de financiar fianzas y de gestionar un club nocturno, Dow se encargaba de guardar parte del dinero de Bouler, y cuando la policía llegó al lugar del crimen encontró dentro del maletín forzado fotocopias de más cheques firmados por Michael Jordan por un valor total de 107.000 dólares.
La NBA llevó a cabo una apresurada investigación que concluyó que Jordan no apostaba sobre partidos de baloncesto y que tampoco estaba siendo investigado por el FBI, pero esta serie de noticias dejó muy claro a la opinión pública que, como mínimo, su escala de prioridades era muy discutible, y que estaba perdiendo sustanciosas sumas de dinero en apuestas con individuos poco recomendables. La sordidez de los detalles publicados contrastaba con la elegancia y plasticidad que durante años se había asociado a su imagen. Pocos meses antes Jordan estaba en la cima de su popularidad: campeón de la NBA, MVP tanto de la fase regular como de la final, portada holográfica de Sports Illustrated. Ahora se pasaba cada vez más tiempo respondiendo a lo que le parecían preguntas hostiles de la prensa sobre Isiah Thomas, sus partidas de golf con delincuentes habituales o el libro de ese hombrecito detestable. “El baloncesto no es mi trabajo”, escribiría al pie de una foto en la que aparecía rodeado de micrófonos, “éste es mi trabajo”. Michael Jordan empezó a aislarse, refugiándose de la prensa en habitaciones de hotel o vestuarios y tratando solamente con un círculo cada vez más reducido de periodistas de confianza.
Y menos mal que estaban ganando. Después de ganar el anillo, Jerry Krause apostó por mantener el bloque, y el único traspaso significativo fue el de Dennis Hopson a Sacramento. Hopson había terminado fuera de la rotación y después de uno de los partidos contra Detroit no pudo contener las lágrimas de pura impotencia; a cambio llegó el escolta Bobby Hansen, un especialista defensivo para emparejarse con Jordan en los entrenamientos. El resto de la plantilla permaneció igual, aunque ni así consiguieron librarse de las tiranteces con la gerencia de la franquicia, especialmente durante la renovación de Scott Williams. Williams sufría un problema en el hombro que fue lo que lo dejó fuera del draft, y al avanzar la temporada anterior se había ido agravando hasta extremos ridículos (como una luxación del hombro al saludar a sus compañeros después de derrotar a los Pistons). La franquicia había insistido para que se operara, pero el jugador no estaba seguro del resultado de la operación y la retrasó todo lo que pudo para intentar que lo renovaran antes. Jerry Krause se molestó por lo que consideraba poco menos que un chantaje, y para presionarle eligió en el draft a Mark Randall, un ala-pívot que venía de plantar cara a todo un Christian Laettner en la final de la NCAA. Al final los Bulls le ofrecieron un contrato a Williams después de recuperarse completamente de la operación y cortaron a Randall, aunque Scott Williams sospechaba que si el rookie hubiera cuajado él se habría quedado en la calle. Phil Jackson intentó convencer a Krause más de una vez de que su obsesión por quedar por encima en todas las negociaciones era contraproducente ya que creaba un mal ambiente innecesario, pero era superior a sus fuerzas. También Jerry Reinsdorf sufría del mismo defecto, como pudo comprobar John Paxson cuando firmó su renovación. Después de su gran papel en la final, Paxson recibió un nuevo contrato en el que por fin cobraba un sueldo apropiado después de muchos años de estar entre los titulares peor pagados de la NBA, y en el momento de la firma Reinsdorf exclamó: “No puedo creer que vaya a pagarte esto”. Paxson salió asqueado de la reunión y se lo comentó inmediatamente a sus compañeros, y así una oportunidad perfecta para crear buen ambiente en el equipo mostrando que los veteranos eran recompensados se convirtió en otra prueba de la mezquindad de la empresa.
El extraordinario rendimiento del equipo durante un período tan agitado fue el mayor reconocimiento posible de la maduración de Phil Jackson como entrenador y de Michael Jordan, Scottie Pippen y Horace Grant como jugadores. Grant alcanzó el nivel de allstar y Pippen se convirtió en una auténtica estrella de la liga, pero quizás lo más sorprendente es que Jordan continuara su ascenso y se convirtiera en un jugador aún más decisivo que en años anteriores. No sólo eran los recursos técnicos, como la media vuelta en suspensión que empezó a sacar regularmente incluso clavándose a media penetración, ni los tácticos, como la manera en la que fingía retroceder cuando llegaba la ayuda para volver a atacar el aro cuando el defensor intentaba recuperar; era sobre todo la consistencia para dar la cara todos los días de la temporada. Perdieron dos partidos la primera semana, y luego en la gira de enero-febrero por el Oeste. No hubo más derrotas consecutivas, porque incluso en esas noches absurdas en sitios como Milwaukee, jugando el tercer partido en cuatro días, saltaban a la cancha convencidos de que tenían que demostrar que eran los campeones. Camino de las 67 victorias parecían no tener rival (el siguiente equipo estaba a 10 partidos de distancia), ni siquiera esos Blazers que sembraban el terror en el Oeste.
Y apenas se lo reconocía nadie. Lejos de ser objeto de alabanza, los Bulls eran criticados precisamente por su excesivo número de victorias, que parecían devaluar la competición. Era la prueba, según muchos analistas, de que con la decadencia de Pistons, Lakers y Celtics, más las sucesivas expansiones de la NBA, apenas quedaban rivales de entidad que se les opusieran. Incluso cuando se hablaba de los partidos era muchas veces para quedarse en lo anecdótico, como los dos tiros libres que Michael Jordan anotó con los ojos cerrados en un pique amistoso con Dikembe Mutombo. Se escribía mucho alrededor de Jordan y el baloncesto, pero muy poco sobre Jordan y el baloncesto.
Tampoco el emotivo All Star de 1992 se libró de la controversia. Para los aficionados fue la oportunidad de expresarse mediante las votaciones y sentir que habían ayudado a que se produjeran las imágenes finales de ese partido más de las estrellas que nunca, cuando “Magic” Johnson encaraba a Michael Jordan una vez más. Que éramos los únicos que lo habíamos entendido. “Quiero decir aquí y ahora lo tremenda e increíblemente estúpido que soy. Un estúpido enorme. Del tamaño de un trasatlántico. Tan estúpido que creía que lo de Magic Johnson tenía que ver con el baloncesto, con el ego y con no ser capaz de aceptar la retirada”, escribió Rick Reilly. “En algún momento de los dos últimos minutos, entre el uno contra uno de Magic contra Michael Jordan y el festival de triples del final, pude olvidar sólo durante un instante que alguien en la cancha tenía el VIH. Entonces fue cuando comprendí que no tenía que ver con el baloncesto.” Durante un instante estuvimos de vuelta en casa.
No podía durar, y quizá ni siquiera existió. La presencia de “Magic” llegó rodeada de un torbellino de declaraciones a favor y en contra hasta que David Stern zanjó el tema negando la mayor y remitiéndose a los votos de los fans (así que no éramos los únicos que lo habían entendido), pero sobre todo sirvió de ensayo general ante su posible presencia en la selección olímpica. Aunque nadie lo reconociera, la reacción de los demás jugadores, el rendimiento de “Magic” y la respuesta del público durante el All Star determinarían si finalmente era excluido del Dream Team. Y no era el único, ya que los jugadores que se habían quedado a las puertas tenían una última oportunidad de presentar su candidatura, fuera como sustitutos de “Magic” o para la undécima plaza de la plantilla (según los últimos rumores, sólo entraría un jugador universitario y no dos). Concretamente, Isiah Thomas intentó suavizar su relación con Michael Jordan, y ambos mantuvieron una conversación en la que el jugador de los Bulls negó ser el responsable de su exclusión.
De todas esas polémicas extradeportivas, es probable que la más importante fuera creada por el propio Michael Jordan cuando exigió a través de Nike y de su agente David Falk que la NBA suspendiera la venta y distribución de cualquier prenda de ropa que llevara su imagen. La liga recurrió a los tribunales, pero de manera cautelar aceptó cesar la venta de ese tipo de producto, empezando por la propia camiseta conmemorativa del All Star (que fue sustituida con Tim Hardaway en su lugar). El primer choque entre la NBA y Michael Jordan en lo referente a los derechos de imagen se había producido en 1989 alrededor de la “superestación” WGN-TV. El concepto de “superestación” surgió cuando Ted Turner tuvo la idea de enviar la señal de su emisora de Atlanta a un satélite, y desde ahí retransmitir para todo el país. Así, una televisión local de bajo coste pasaba a tener una audiencia nacional, con los ingresos que eso suponía. En total, cinco emisoras aprovecharon ese resquicio legal antes de que la Comisión Federal de Comunicaciones cerrara la inscripción hasta resolver las numerosas cuestiones legales planteadas. Una de esas cinco “superestaciones” era la WGN-TV, propiedad del periódico Chicago Tribune, y en 1989 adquirió los derechos de emisión de los partidos de los Bulls para Chicago. Eso significaba que la NBA (que gestionaba la venta de derechos de emisión de toda la liga a nivel nacional) estaba compitiendo con los Chicago Bulls, ya que la “superestación” WGN-TV ofrecía a todo el país los partidos de los Bulls a un precio muy interesante justo cuando Michael Jordan se estaba convirtiendo en el mayor reclamo de la competición. La NBA y los Bulls se pasaron la mayor parte de la década de los noventa entrando y saliendo de los juzgados, y Jerry Reinsdorf no hizo muchos amigos cuando esos procesos legales revelaron que varias franquicias (incluyendo a los Bulls) habían ocultado parte de sus ingresos para mantener el tope salarial por debajo de su valor real. Mientras, la exigencia de Michael Jordan a través de Nike de controlar sus derechos de imagen amenazaba con hacerse extensiva a las demás estrellas de la liga, y explicaba los sentimientos encontrados de David Stern hacia un Jordan que por un lado era la gallina de los huevos de oro de la NBA y por el otro no dejaba de provocarle un problema tras otro.
En medio de todo esto, los Chicago Bulls llegaron a playoffs con el mejor récord de la liga y Michael Jordan repitiendo como MVP de la NBA, pero persistían las dudas sobre su auténtico nivel. No era infrecuente leer artículos en los que se los describía como un buen equipo, pero no uno de los grandes, como sugerían sus 67 victorias, y la eliminatoria de primera ronda contra los Miami Heat no sirvió para despejar esas dudas. Los Heat habían logrado su primera presencia en playoffs con sólo 38 victorias y su cruce con los Bulls suponía el reencuentro de Jordan con su primer entrenador, Kevin Loughery. Los equipos de Loughery se caracterizaban por atacar mejor de lo que defendían, y tampoco se puede decir que Miami tuviera equipo para otro estilo de juego. Las previas apuntaban a un duelo anotador en las alas, con Steve Smith y Glen Rice frente a Michael Jordan y Scottie Pippen, y así fue. Jordan completó una ronda espectacular en el aspecto individual, con una serie de 46, 33 y 56 puntos, pero el juego ofensivo de los Bulls degeneró en una serie de unos contra unos de Jordan y Pippen mientras sus compañeros permanecían al margen. En el tercer partido, Miami aprovechó el apoyo de su público para coger ventaja en el primer cuarto, hasta que Jordan se detuvo un momento junto al comentarista “Red” Kerr. “Allá vamos”, dijo antes de recordarle a Loughery los tiempos del Guardian Angel y finiquitar la eliminatoria. No era lo que se esperaba del gran favorito para el anillo.
Tampoco se esperaba que en segunda ronda los Knicks fueran un auténtico desafío, a pesar de que Pat Riley hubiera conseguido terminar con los clásicos conflictos internos de la franquicia al hacerse cargo del equipo. Riley había desterrado a Kiki Vandeweghe al fondo del banquillo, quedándose con Pat Ewing como único estilete ofensivo y reinventando a los Knicks como equipo defensivo. A pesar de ello, los Bulls los habían derrotado en todos sus enfrentamientos de la temporada, y en primera ronda Jordan y Pippen los llamaron por teléfono para desearles suerte contra los Pistons, lo cual dejaba claro el poco temor que inspiraban. Eso cambió tras el primer partido, cuando los Knicks dieron la campanada al vencer en el Chicago Stadium por 89-94 y robar el factor cancha. El estilo físico y defensivo implantado por Pat Riley era particularmente apropiado para triunfar en playoffs, y las comparaciones con los Pistons de años atrás fueron inmediatas.
En realidad, las diferencias entre el estilo defensivo de los Pistons y los Knicks eran una prueba de lo mucho que habían progresado Jordan y los Bulls en las últimas tres temporadas. Los Pistons habían apostado por intentar negarle la canasta permanentemente, pero eso ya no era una opción válida, porque exigía dos contra uno constantes por toda la pista. Por una parte, Jordan había aprendido a superarlos doblando el balón, dividiendo a la defensa o esperando a que la ayuda tuviera que recuperar y atacando en ese momento; por otra, el ascenso de Pippen al nivel de estrella le permitía castigar a cualquier rival que intentara doblar sobre Jordan de esa manera. Los Knicks apostaron por abandonar a su suerte a sus escoltas, Gerald Wilkins y John Starks, en lo referente al tiro exterior. Las ayudas defensivas llegarían solamente cuando Michael Jordan intentara penetrar en la zona, lo cual reduciría el desgaste de un Ewing que se cargaba de faltas demasiado rápido contra los Bulls. Wilkins y Starks pecaban de cierta irregularidad, pero también eran dos jugadores rápidos y atléticos capaces de pegarse a Jordan tan bien como cualquiera si sabían que detrás había una línea interior que los respaldaba. Los Knicks habían fichado a Xavier McDaniel, un rocoso alero conocido por su intensidad, y a Anthony Mason, un ala-pívot fortísimo más ancho que alto. Con Ewing y Charles Oakley formaban la rotación interior más física de la NBA, y estaban dispuestos a demostrárselo a Jordan y a los Bulls.
Para Jordan era como una pesadilla. Por fin se habían librado de los Pistons, y a continuación aparecía otro equipo con el mismo estilo de juego. Cada vez que intentaba progresar hacia el aro aparecían sucesivas líneas de defensores, y volvía a faltarle el apoyo de unos compañeros que parecían intimidados por el rival. En especial por Xavier McDaniel, apodado “X-Man”, que se convirtió en la estrella de la eliminatoria al anular a un Scottie Pippen que se suponía había superado sus temores del pasado. Jordan no consiguió encestar ni un mate en los dos primeros partidos, los Bulls anotaron menos de 90 puntos y sólo una gran actuación de B.J. Armstrong desde el banquillo en el segundo impidió que se colocaran con un 0-2 en casa que les hubiera dejado al borde de la eliminación. En el pasado Bill Cartwright había sido capaz de frenar a Ewing, pero Pat Riley le dio libertad de salir al perímetro y jugar de cara a canasta, con los demás cargando el rebote. La gran arma de los Bulls, la defensa, servía de poco contra un equipo que practicaba un ataque ineficiente y al que no le importaba quedarse en 85 puntos. Michael Jordan decidió echarse el equipo a las espaldas y atacar la zona de los Knicks al precio que fuera. Aunque el público neoyorquino se burló de él cuando falló un mate solo, Michael Jordan recuperó el factor cancha en el tercer partido, manifestando una vez más su capacidad para generar imágenes que definían el momento: en este caso, un poderoso mate superando un “bocadillo” formado por Ewing y McDaniel, que rodaron por el suelo mientras un victorioso Jordan gritaba su superioridad.
La pugna se extendió a la prensa, donde Phil Jackson se quejaba de la permisividad arbitral hacia el juego duro de los Knicks y Pat Riley protestaba por los 17 tiros libres concedidos a Jordan en el quinto partido. En el global de los seis anillos que terminaría consiguiendo, sólo dos veces tuvo que afrontar Michael Jordan un séptimo y definitivo partido. Una de esas dos veces fue 1992 contra los Knicks, después de que un gran John Starks le superara en ambos lados de la pista del Madison Square Garden. Pero Jordan le puso fin en el séptimo encuentro, con otra de las muchas actuaciones legendarias que marcan su carrera: 18 puntos en el primer cuarto, 29 al descanso y los Knicks que se desmoronaron en el tercero. Durante mucho tiempo Phil Jackson tuvo colgado en su despacho una ampliación de la foto del momento decisivo del partido, cuando Scottie Pippen y Xavier McDaniel se encararon camino de un tiempo muerto y Michael Jordan acudió a controlar la situación. “Fuck you, X”, se podía leer en sus labios con la cámara centrada en sus cabezas afeitadas frente contra frente. “Fuck you too, Mc-Daniel. ” Es posible que Jordan nunca llegara a ser el clásico líder del vestuario, pero en la cancha no había dudas.
Con el tiempo, estas eliminatorias contra los Knicks se valorarían como un difícil triunfo contra un rival correoso y bien preparado, pero en el momento los Bulls habían dado una imagen de fragilidad, necesitando siete partidos y el arbitraje de Jake O’Donnell para eliminar a un equipo al que habían anunciado que iban a barrer. La final de conferencia contra los Cleveland Cavaliers no ayudó precisamente a disipar esas dudas. Los Cavs estaban disfrutando de lo que sería el último fulgor de esa plantilla que tanto prometiera en los ochenta, y por una vez llegaban todos en situación de jugar: Price, Daugherty, Nance, Williams, Ehlo. Pero seguían siendo los mismos Cavs contra quienes Jordan batía un récord distinto cada temporada, un equipo que, como los Miami Heat, jugaba y dejaba jugar. Unos Cavs a los que la prensa de Chicago apodó como “merengue” después de que los Bulls los apalizaran en el primer partido sin bajarse del autobús. Se rumoreaba que a los jugadores no les había gustado lo de “merengues”, pero ¿qué iban a hacer? Eran los Cavs, y lo más parecido que tenían a un jugador duro era Danny Ferry.
Y esos Cavs ganaron en Chicago nada menos que por 26 puntos de ventaja, 81-107. Fue el comienzo de una serie loca, en la cual los Bulls ganaron de paliza tres partidos y los Cavs dos, sin que se encontrara ningún marcador equilibrado hasta el sexto y último encuentro. El partido llegó empatado al último cuarto con un decepcionante Jordan (13 puntos, 5/20 en tiros), gracias a una brillante actuación de Pippen y Grant. “Mis compañeros aguantaron al equipo cuando yo tiraba rematadamente mal, y cuando me recuperé siguieron ahí.” Michael Jordan tomó el control en el último cuarto y anotó 16 puntos para conseguir la clasificación para la final de la NBA por un ajustado 99-94. Los Bulls sumaban ya cinco derrotas en playoffs cuando el año anterior habían sufrido sólo dos, y sus jugadores clave mostraban signos de fatiga. A pesar de que Chicago había disfrutado de muchas victorias holgadas, el mal rendimiento del banquillo había impedido dar descanso a Jordan, Pippen y Grant, y se esperaba que eso les pasara factura contra los Blazers, un equipo capaz de anotar como los Cavs pero físico como los Knicks, con una rotación más larga y un Clyde Drexler deseoso de demostrar que la supuesta superioridad de Jordan era un mito. “Sea como sea”, declaró Jordan, “aquí estamos otra vez”.
Por lo menos, los Bulls podían tener la tranquilidad de saber que no cabía la posibilidad de un exceso de confianza, como ante Knicks o Cavs. Los Blazers habían hecho una gran temporada y Clyde Drexler había quedado segundo en la votación por el MVP. Jordan era muy consciente de que no sólo había quienes colocaban a Drexler a un nivel comparable al suyo, sino que incluso algunos periodistas sugerían que podía estar por encima. Era claramente peor defensor, pero se decía que Drexler era mejor pasador (según Sam Smith, el propio Phil Jackson creía que Jordan había perdido la visión de juego que permitió que Doug Collins lo pusiera de base años atrás) y tenía mejor tiro exterior. Los Bulls no estaban muy de acuerdo, ya que consideraban que la toma de decisiones de Drexler era muy discutible y que su tendencia a recurrir al tiro de tres lo apartaba de otras opciones más eficientes para su equipo. Michael Jordan estaba decidido a zanjar el debate de una vez por todas, y le faltó tiempo para hacerlo: los Blazers tuvieron un buen comienzo en el primer partido, pero en el segundo cuarto el cielo se desplomó sobre sus cabezas cuando Michael Jordan anotó seis triples improbables que remató volviéndose teatralmente hacia la mesa de comentaristas y encogiéndose de hombros delante de “Magic” Johnson. “Los triples parecían tiros libres”, explicó. “No sé qué estaba haciendo, pero me entraba todo.”
Phil Jackson temía que la obsesión de Michael Jordan por superar a Clyde Drexler terminara siendo contraproducente. Su intensidad en defensa estaba anulando a la estrella de los Blazers, pero cuando Drexler fue eliminado por personales a falta de cuatro minutos en el segundo partido, Jordan sufrió una sorprendente pérdida de concentración y provocó la derrota de su equipo. Los Bulls ganaban de 10 puntos y parecían tener la victoria en el bolsillo cuando una serie de errores de Jordan permitió que Portland empatara el partido y luego Danny Ainge resultó decisivo en la prórroga. Phil Jackson pensaba que los Blazers jugaban mejor con Ainge en pista que con Drexler, pero aun así era sorprendente una derrota para un equipo especializado en rematar a los rivales cuando se mostraban vulnerables. “Teníamos el partido en la mano y se lo regalamos”, resumió acertadamente Horace Grant. Los Portland Trail Blazers habían conseguido ganar un partido en Chicago y recuperar el factor cancha, pero se estaban viendo superados claramente por los Bulls, y sus perspectivas no eran buenas. Esas sensaciones se vieron ratificadas en un tercer partido que Chicago ganó con comodidad con la ayuda inesperada de Stacey King. King se había convertido en el blanco de las burlas del vestuario de los Bulls (un día llegó con una caja y Jordan le dijo que esperaba que dentro llevara un buen tiro en suspensión, porque le hacía falta), y antes del tercer encuentro alguien repartió fotocopias de un imaginario “Campamento de Baloncesto ‘Stacey King’ para pívots blancos de más de 120 kilos”; Phil Jackson apostó por el presumible deseo de reivindicarse por parte de King y lo puso en cancha en un momento importante. Clyde Drexler hizo buenos números, pero no tuvo apenas presencia en el partido, y Rick Adelman admitió que fue un error empeñarse en volver inmediatamente a Portland después del segundo partido. Llegaron de madrugada, y con un solo día de descanso el equipo dio imagen de cansancio y falta de recursos, mientras los Bulls (que habían viajado más relajadamente) ejecutaban el balance defensivo con soltura y tomaban el control del partido. Sin embargo, los Bulls volvieron a perder una oportunidad perfecta para tomar una ventaja decisiva en la eliminatoria, cuando permitieron que los Blazers remontaran en los minutos finales del cuarto partido. Fue un acierto de Adelman apostar por un quinteto pequeño con Jerome Kersey y Cliff Robinson como pívots, pero en la recta final fueron Pippen y Jordan quienes no lograron mantener la ventaja en el marcador, tal y como ocurriera en el segundo partido.
Durante un momento los Bulls dieron la imagen de estar a punto de desmoronarse. Michael Jordan criticó públicamente a Scottie Pippen, afirmando que había alterado la rotación normal de los Bulls al cargarse de faltas. “A Scottie le entraron las dudas en la serie contra New York y empezó a perder confianza”, declaró. “Creo que en este momento le entra cierta inseguridad en algunos partidos.” Los Blazers no paraban de quejarse de que no se les reconocía el mérito en sus victorias, ya que cada derrota de los Bulls se atribuía a errores propios no forzados, pero lo cierto es que esa era la impresión. El equipo de Chicago había controlado todos los partidos con holgura y sólo dos desfallecimientos finales habían empatado la eliminatoria. “Por lógica, esta serie debería haberse acabado ya”, sentenciaba Jackson. El quinto partido en Portland fue otra prueba más de ello, ya que los Bulls tomaron una ventaja inicial que mantuvieron sin dificultad hasta el 119-106 final. Jordan y Pippen habían vuelto a ser los de siempre, el primero con 46 puntos (a pesar de torcerse el tobillo al tropezar con un fotógrafo) y el segundo rozando el triple doble con un 24-11-9. Pero en el sexto los Blazers volvieron a la carga y los Bulls se deshicieron como azucarillos. Jordan y Pippen se borraron del partido, y Portland terminó el tercer cuarto con 15 puntos de ventaja.
Fue el momento de gloria de Phil Jackson, el partido que cimentó su fama futura y lo convirtió definitivamente en algo más que el entrenador de Michael Jordan. Jackson decidió salir en el último cuarto con los suplentes, dejando solamente a Pippen en lo que parecía un gesto de rendición concediendo la derrota. Michael Jordan admitió posteriormente que cuando vio en la pista a B.J. Armstrong, Bobby Hansen, Scott Williams y Stacey King lo último que se esperaba era verlos remontar el partido. Y sin embargo, así fue: con Hansen presionando en defensa y King aportando minutos de calidad, los Blazers perdieron la compostura y ofrecieron una imagen de fragilidad sorprendente en un equipo que pocos minutos antes tenía la victoria en el bolsillo. Terry Porter y Buck Williams completaron su mala actuación en la final con una serie de errores que metieron a los Bulls en el partido, y aunque seguían por delante en el marcador cuando los titulares volvieron a la cancha, la marea había cambiado. “Ya no jugábamos para ganar, sino para no perder”, admitió Ainge. Jordan felicitó a Hansen al sustituirlo, y a continuación terminó con la agonía de los Blazers. Portland anotó sólo 6 puntos en los últimos 4 minutos, Adelman agotó sus tiempos muertos sin fruto y Michael Jordan dominó la recta final del partido para llevar a los Chicago Bulls a su segundo anillo. “Dos campeonatos consecutivos son la marca de un gran equipo”, les dijo Phil Jackson. “Este segundo título nos pone por encima.” Cuando se enteraron de que los aficionados estaban bailando en la pista, Jackson y Reinsdorf decidieron volver a salir con el trofeo para celebrarlo con ellos. Los altavoces emitieron la canción Eye in the Sky (que se usaba cada partido en la presentación del equipo), y los jugadores volvieron al parqué a mezclarse con los aficionados en una fiesta improvisada que duró más de media hora.
No hubo lágrimas de Michael Jordan en 1992. En vez de eso, Jordan encabezó una conga llevando el trofeo de campeones y al terminar subió de un salto a la mesa de anotadores, hizo el gesto de agarrar un palo de golf y levantó ocho dedos en un mensaje dirigido a sus amigos: mañana a las ocho, golf.