Dicen que en Carolina del Norte ni un gorrión cae en una cancha de baloncesto sin el consentimiento de Dean Smith, el todopoderoso entrenador de la universidad de North Carolina. En febrero de 1980, el director de deportes del condado de New Hanover (Wilmington) descolgó un teléfono y marcó el número del asistente Roy Williams. El mejor deportista que había visto nunca, dijo el informante, y las ruedas de la maquinaria de los Tar Heels4 se pusieron en marcha. Uno de los entrenadores asistentes acudió a Wilmington a ver un partido, y no volvió excesivamente impresionado. Tiraba demasiado de fuera y estaba totalmente por hacer, pero parecía tener la capacidad física y atlética para jugar en la exigente liga universitaria de la ACC (Atlantic Coast Conference): archívese para referencia.
Michael Jordan ha dicho que hoy en día sería imposible que hubiera pasado tan inadvertido, pero lo cierto es que incluso en 1980 ya se consideraba altamente improbable que un jugador con futuro fuese a entrar en su último año de instituto habiendo sido objeto de tan poca atención. En cierto sentido, Jordan tiene razón cuando piensa que en realidad fue positivo, ya que lo motivó a trabajar más duramente en lugar de considerarse una estrella; por otro lado, un absoluto desconocido como él tenía imposible acceder a los mejores campamentos de baloncesto, tales como el Dapper Dan de Sonny Vaccaro o el B/C All Star Basketball Camp. “Pop” Herring intentó tirar de contactos y logró que entrara en el campus de Bobby Cremmins, prestigioso entrenador entonces en la Appalache State University, pero nadie lo conocía y pasó sin pena ni gloria. Y lo invitaron al campamento de Dean Smith, claro.
A pesar de su reputación de incluir sólo a los mejores, no se trataba de una distinción tan exclusiva. Ese año fueron invitados unos 400 jugadores procedentes de todos los institutos del estado, en la mayor parte de los casos más por interés publicitario que por auténtico valor deportivo: la preocupación de los monitores era comprobar que todos pasaban en algún momento por la pista del Carmichael Gym, para que cada chaval pudiera volver a su pueblo presumiendo de haber jugado en el mítico pabellón de los Tar Heels. Pero los responsables se aseguraban también de que no faltaba ninguno de los jugadores auténticamente destacados, como “Buzz” Peterson o Lynwood Robinson, para reiterar el interés de la universidad e ir sembrando las semillas que germinarían en una carta de compromiso firmada. Finalmente, era la ocasión ideal de examinar en un entorno controlado a aquellos jugadores cuyo potencial despertara curiosidad. Roy Williams no había olvidado el soplo recibido meses antes, y llamó al entrenador Herring.
Así fue como Jordan llegó a Chapel Hill sin ser ni un absoluto desconocido ni tampoco parte destacada de los planes de la universidad, y fue asignado a unas habitaciones que iba a compartir con “Buzz” Peterson y Randy Shepherd, de Asheville…y con Leroy Smith. Eso no significaba que existiera la posibilidad de que se repitiera la historia de su primer año en el instituto; en realidad, Smith y Shepherd habían sido invitados más como acompañantes que como jugadores, para facilitar la integración de sus compañeros más capacitados. Pero el campamento de Dean Smith no sólo interesaba a North Carolina, y ambos jóvenes sabían que si ofrecían una buena imagen era muy probable que recibieran ofertas de universidades de menor nivel. Incluso los padres de Jordan cifraban sus esperanzas en una oferta de ese tipo, que permitiera sufragar los elevados costes de una educación universitaria. Sólo el propio Michael creía poder llegar a tener una carrera deportiva de alto nivel, como la de ese nuevo compañero con el que compartía el baño.
Robert “Buzz” Peterson sí era uno de los dos objetivos destacados (o blue chips, en el argot) para Dean Smith, junto con el base Lynwood Robinson, que venía de ganar el torneo estatal. Su nombre ya era conocido en todo el país, y su buzón estaba lleno de invitaciones a los mejores campamentos de verano y de ofertas de universidades de primerísimo nivel. Para más inri, jugaba en la misma posición que Jordan, con lo que el contraste entre uno y otro se hacía más evidente. No es necesario poseer la legendaria competitividad de Michael Jordan para comprender que la viva imagen de lo que quería llegar a ser estaba en el cuarto de al lado, y prácticamente lo sometió a un interrogatorio para averiguar qué invitaciones había recibido, cómo se conseguía entrar en esos campamentos, qué era lo que le faltaba. Durante varios años, Jordan y Peterson chocaron de manera tan repetida como inevitable, al coincidir en numerosas competiciones, partidos allstar, campamentos de baloncesto y finalmente en el mismo equipo universitario. Y desde el primer día que compartieron dormitorio, se convirtieron en más que amigos. Casi hermanos, como en los tiempos de Larry contra Mike.
Como Larry, “Buzz” Peterson partía con ventaja. Había empezado antes a jugar en serio y su preparación había sido mucho más cuidadosa, así que en esta época estaba por encima de su amigo y rival. Después del verano, en el último año de instituto, Peterson fue elegido Mr. Basketball y mejor deportista del estado; Jordan fue el finalista en ambas categorías. Peterson fue titular en el McDonalds All Stars, y Jordan su suplente. Pero como sucediera con Larry, Michael fue recortando la ventaja hasta que finalmente no hubo discusión posible sobre quién era superior. Al igual que sucediera en el patio de la casa de sus padres, esa competición encarnizada sólo sirvió para cimentar una amistad en apariencia eterna: años después, de pie junto al altar el día de su boda, “Buzz” Peterson le ganó diez dólares a su hermano apostando que Jordan aparecería en la iglesia masticando chicle a pesar de ser el padrino. “Lo hace siempre que está nervioso.”
Ese primer día sólo eran unos chicos procedentes de los dos extremos del estado, que habían conectado apenas conocerse. Mientras, Roy Williams apenas podía dar abasto para organizar los entrenamientos de centenares de chavales. Los tenía que llevar al pabellón en grupos de treinta para que jugaran tres partidillos simultáneamente, pero aún tuvo un momento para echarle un ojo a ese tal Jordan. Cuando terminó el partido de su grupo, Williams le pidió que se quedara con el grupo siguiente. Más tarde, el propio Jordan consiguió colarse para una tercera sesión, lo cual era el tipo de comportamiento que buscaban los entrenadores. Pero lo que más llamó la atención de Roy Williams fue la desorbitada exhuberancia atlética del joven Mike, esa velocidad y ese salto, esa intensidad y ese olfato para el balón. Parecía demasiado bueno para ser verdad, una de esas historias que se oyen, la gran promesa que de alguna manera ha permanecido escondida. “Creo que acabo de conocer al mejor jugador de instituto de 1,90 que he visto en la vida.”
A pesar del elevado número de asistentes, el campamento de Dean Smith hacía honor a su nombre y podía presumir de una perfecta organización y una total atención a los fundamentos baloncestísticos. Fue allí donde Jordan se vio expuesto por primera vez a una preparación de auténtico nivel. Hay que tener muy presente que Michael Jordan supone un caso muy extremo de evolución como jugador, ya que sus circunstancias físicas y personales hicieron que su trabajo de aprendizaje fuera muy por detrás de su desarrollo atlético. A pesar de que la genética evidente en su padre y sus hermanos no era desdeñable, la manera en la que en el plazo de pocos meses pasó a convertirse en un espécimen atlético de primera magnitud fue una sorpresa completa. Su estatura se disparó de lo normal a lo adecuado para una carrera profesional, pero mantuvo su velocidad y capacidad atlética. Su desarrollo muscular se salía de cualquier escala, y antes incluso de llegar al deporte de élite su porcentaje de grasa corporal era ridículamente bajo. Cuando años después se le realizaron pruebas de velocidad de reflejos, agudeza visual y otros elementos de percepción, los resultados fueron extraordinarios. Fue como si apareciera de repente en un instituto un atleta de élite, desprovisto casi totalmente de preparación. El trabajo estajanovista al que lo sometió el entrenador Herring apenas si pudo bastar para familiarizar al Mike Jordan adolescente con su nuevo cuerpo y para desarrollar unas capacidades básicas de resistencia, colocación y desplazamiento. Virtualmente, la única habilidad propiamente baloncestística que podía mostrar Jordan en aquel momento era el tiro. Todo el resto de su juego se basaba en lo atlético, hasta el punto que su jugada habitual era capturar el rebote en defensa, hacer el “costa a costa” y finalizar en el aro. Lo que deslumbró a sus compañeros y a los entrenadores de North Carolina fue su desarbolada capacidad atlética, tanto en velocidad y salto como en control de su propio cuerpo. Randy Shepherd, que había sido asignado al mismo grupo que Jordan, volvió al dormitorio casi en estado de shock: “Buzz, tú y yo no hemos visto nunca a nadie así. Creo que podría jugar en la NBA”.
Dean Smith no era muy aficionado a los mates, y los ejercicios de su campamento hacían hincapié en el desarrollo de los fundamentos del juego. No era el entorno ideal para desplegar todos los recursos atléticos de un Michael Jordan, pero de vez en cuando se escapaba algún destello: “Buzz, no te puedes imaginar lo que es jugar con él, sólo tienes que lanzar el alley-oop y se acabó. No le gusta mucho jugar por fuera, pero por dentro es mortal con lo rápido que es y cómo salta”. Finalmente, “Buzz” Peterson pudo verlo, aunque fuera sólo en una pachanga; como era costumbre, varios antiguos Tar Heels andaban por la universidad, y organizaron un partidillo que completaron con algunos de los chavales. Michael Jordan fue invitado, al igual que su inseparable Leroy Smith, y pudo jugar con auténticas estrellas universitarias, como Mike O’Koren, Dudley Bradley o Al Wood. Al verlo, Peterson tuvo la revelación del futuro que les esperaba: ese tal Jordan jugaría en la NBA, pero por más que se esforzara él nunca podría. Era Peterson el que estaba mirando entonces la viva imagen de lo que querría llegar a ser. Cuando terminó el campamento, Shepherd y Smith estaban en el buen camino para ser becados por colleges subordinados de la UNC (Asheville y Charlotte, respectivamente). Después de pasar por el “ABC Camp”, Peterson recibió la oferta en firme de los Tar Heels. Pero el secreto mejor guardado del baloncesto universitario era que Michael Jordan había adelantado a Lynwood Robinson y “Buzz” Peterson para convertirse en el objetivo número uno de North Carolina.
“Al terminar la semana, decidimos que si sólo pudiéramos reclutar a un único jugador de todo el país, ese jugador sería Michael Jordan. Nos esforzamos mucho para disimularlo, porque aún era casi desconocido y queríamos que siguiera siendo así”, recordaría Roy Williams. A pesar de que Dean Smith le otorgó la distinción de comer dos veces con él (algo reservado a los blue chips de máximo nivel), los entrenadores de la UNC no terminaban de creer que hubieran tenido tanta suerte y que Jordan fuera tan bueno como parecía. Roy Williams decidió inscribir a Michael Jordan en el Five Star Camp de Howie Garfinkle en Pittsburg. Desde su punto de vista, era la mejor opción: el entrenador Herring podría decir que uno de sus jugadores había llegado a, quizás, el mejor campamento de baloncesto del país, Jordan recibiría el entrenamiento de alto nivel que tanto necesitaba y la universidad podría comprobar el auténtico nivel de ese proyecto de jugador. Dean Smith, sin embargo, montó en cólera al enterarse de que su arma secreta se iba a exhibir ante los ojos de los principales entrenadores del país: “¿Cómo se te ocurre hacer eso? Para nosotros sería mejor no enviarlo para allá a que todo el mundo lo vea”. Williams sólo pudo defenderse argumentando que lo hecho, hecho está; y que a fin de cuentas Jordan no iba a seguir siendo un secreto eternamente.
Cuando Howie Garfinkle recibió la llamada solicitando una plaza para un tal Michael Jordan, decidió hacer alguna pequeña comprobación por su cuenta y llamó a su entrenador de instituto. “La única manera de entrar en el Five Star Camp era ser uno de los jugadores mejor valorados del país, y yo no aparecía en ningún ranquin. El entrenador Herring les dijo que yo estaba promediando 35 puntos, 20 rebotes y ocho asistencias, o algo por el estilo. Así es como pude entrar.” En realidad, Jordan había promediado “sólo” 20,8 puntos por partido, y ni siquiera alcanzaría esos números al año siguiente (sus promedios como senior fueron 29,2 puntos, 11,6 rebotes y 10,1 asistencias).
Michael Jordan llegó a Pittsburg acompañado de su inseparable Leroy Smith, y en apenas un solo día dejó de ser un secreto. El Five Star Camp empezaba con la celebración de una especie de draft en el que los entrenadores seleccionaban al equipo con el que trabajarían durante la semana. Uno de ellos, Brendan Malone de Syracuse, no podía asistir a dicho draft y dejó instrucciones precisas a un amigo para que lo reemplazara. Malone había insistido en que eligiera a Aubrey Sherrod, un escolta que era una de las grandes promesas en aquel momento, pero se encontró con que su amigo había decidido seleccionar a un absoluto desconocido. “¿Quién demonios es ese Mike Jordan?” Confía en mí, respondió su amigo, y después de jugar solamente tres posesiones del primer partido obtuvieron la respuesta: Jordan robó el balón, corrió la pista y dejó suavemente la bandeja (los mates estaban prohibidos por temor a las lesiones). Howie Garfinkle había acudido discretamente a ver quién era ese jugador que le habían colocado, y quedó boquiabierto. Michael Jordan era el jugador más atlético que Garfinkle había visto en toda una vida dedicada a ojear talentos; no sólo poseía un salto y una velocidad fuera de lo común, sino que además lo combinaba con un control de sus movimientos impropio de su edad y de su escasa preparación. No había precedentes de una situación como esa, en la que un jugador desconocido apareciera con esa combinación de exuberancia atlética y control del juego.
Ese mismo día, Howie Garfinkle llamó a su amigo Dave Krider, de Street & Smith’s. Esta publicación editaba un anuario que estaba considerado como una especie de “quién es quién” del baloncesto de base estadounidense, y Krider era el encargado de elegir a los jugadores de instituto que formarían los tres quintetos ideales. “Dave, estoy viendo algo extraordinario. Tengo aquí a un jugador tremendo. Se llama Mike Jordan. Es increíble. ¿Lo tienes en tu lista?” Krider contestó que ni siquiera había oído hablar de él, y que era demasiado tarde para incluirlo: la revista ya estaba en imprenta. Garfinkle no pudo convencerlo, y nadie olvidaría jamás que la Street & Smith’s salió a la calle con la lista de los jugadores de instituto más prometedores sin incluir a Michael Jordan. Posteriormente, Dave Krider tuvo firmes sospechas de que detrás de ese error hubo algo más que mala suerte, ya que a su ojeador en Carolina del Norte lo unían fuertes lazos con Chapel Hill y a la universidad no le desagradaba que Jordan permaneciera fuera de la prensa nacional. El brazo de Dean Smith era muy largo.
Cuando “Buzz” Peterson llegó al campamento Five Star una semana más tarde, Michael Jordan ya era una auténtica estrella. Había sido elegido MVP de la primera semana, y Brendan Malone se moría de ganas de reclutarlo para Syracuse. Pero era demasiado tarde; Jordan siempre estaba acompañado por alguien de North Carolina, normalmente Roy Williams, que bloqueaba cualquier intento de aproximación. Sólo había surgido un problema: el coste del campamento era considerable, incluso para una familia de clase media como los Jordan, y no podían pagar otra semana más. Michael tendría que dejar el campamento.
Howie Garfinkle se subía por las paredes, intentando explicar a los padres de Jordan que habían subestimado las capacidades de su hijo. Que no estaban hablando de un Leroy Smith, un buen jugador que podría usar el deporte para conseguir una educación que no podría pagar de otra manera. Que no estaban hablando de un futuro en la CBA o en el baloncesto europeo. “Gané cinco trofeos la primera semana. Así que antes de que viniera mi padre a recogerme, le llamaron para preguntar si podía quedarme otra semana. Howard Garfinkle, el que llevaba el campamento, le dijo a mi padre: ‘Señor Jordan, si le deja quedarse le garantizo que recibirá una beca completa para cuatro años. Podría llegar a ser elegido McDonald’s All-American. Económicamente sería muy beneficioso para ustedes que se quedara otra semana’.” Los padres de Jordan respondieron que simplemente no tenían dinero para otra semana, y Garfinkle llegó a su límite: “Lo pago yo”. Pero los Jordan no podían aceptar caridad de un desconocido, y así se lo hicieron saber. Sin embargo, el gesto les impresionó lo suficiente como para que aceptaran buscar una solución, y finalmente se decidió que Michael Jordan cubriría el coste de la segunda semana limpiando mesas y fregando platos (en realidad, Garfinkle usaba este truco para disimular el hecho de que no se cobraba a las grandes promesas). Estuvo igual de impresionante que la semana anterior, y volvió a ser elegido MVP. Él y Peterson terminaron de hacerse amigos, y hablaban de ir juntos a North Carolina, compartir dormitorio y ganar un campeonato. Se intercambiaron los números de teléfono, y durante ese año se llamaron constantemente.
Curiosamente, North Carolina no había despertado las simpatías de Michael Jordan hasta su primera visita, un viaje escolar con su instituto antes de convertirse en promesa del baloncesto. Walter Davis le había parecido un gran jugador durante su paso por los Tar Heels, pero su ídolo era David Thompson de North Carolina State. Para cuando se fue acercando la hora de que Jordan eligiera universidad, N.C. State estaba sumida en un proceso de reconstrucción y acababa de despedir al entrenador. UCLA, que le atraía por su historial de éxitos, no respondió a su solicitud; y Virginia, que ofrecía la posibilidad de jugar con Ralph Sampson, le envió un impreso genérico. De las demás posibilidades, “Buck” Williams de Maryland anunció que se iba a presentar al draft, y South Carolina (que incluyó una visita al gobernador del estado) no poseía suficiente nivel. Cuando Malone intentó sugerir una visita a Syracuse, Jordan fue tajante: “Entrenador, he disfrutado jugando para usted, pero ya he decidido ir a otro sitio”.
No fueron pocos los que creyeron que Michael Jordan estaba cometiendo un grave error al intentar abrirse hueco en North Carolina en lugar de aceptar la oferta de la Air Force Academy. En una universidad menor como esa tendría la titularidad garantizada y podría sacarse el título. Ningún deportista de Wilmington había triunfado en la Division I (la máxima categoría del deporte universitario), y en North Carolina permanecería atornillado al banquillo como suplente del famoso “Buzz” Peterson. Acabaría perdiendo la beca, o simplemente tirando la toalla para regresar con el rabo entre las piernas. “Terminarás volviendo a Wilmington a trabajar en una gasolinera si no vas a la Air Force Academy”, le dijo el director de su instituto. Pero Michael Jordan ya había hecho su elección, y sus padres le apoyaban. James Jordan creía que uno debía siempre aspirar a lo más alto, y si terminaba en el banquillo por lo menos estaría sentado en el banquillo entre los mejores. Deloris Jordan había quedado muy impresionada con el ambiente familiar y de estudio de North Carolina, y con su entrenador. Dean Smith era el clásico entrenador de la vieja escuela que compensaba su absoluta falta de carisma mediante una sinceridad a toda prueba. Se limitaba a ofrecer atención personalizada, una educación académica del máximo nivel y la mejor preparación deportiva. Podía perder a algunos aspirantes por no prometerles la titularidad o un trato especial, pero a estas alturas la reputación de la universidad hacía que fueran los menos; y cuando trataba con familias como los Jordan, que se enorgullecían de mantener unos valores, se convertía en una ventaja. Además, su oferta estaba calculada para apelar al orgullo del jugador: sólo te garantizo, decía, que los cinco mejores jugadores del equipo serán titulares; depende de ti ser uno de ellos. ¿Qué joven estrella de instituto se iba a considerar menos? Dean Smith poseía un valor añadido a los ojos de la comunidad afroamericana, que no había olvidado su compromiso personal con la causa de la integración racial. Desde los tiempos en que había sido un recién llegado sin fama ni renombre, Smith se había distinguido por integrar diversos establecimientos locales por la vía ejecutiva, mediante el procedimiento de aparecer con estudiantes y profesores de cualquier raza y pedir la carta. Fue él quien reclutó a los primeros jugadores negros en la historia de la universidad, y Charlie Scott no olvidaría la imagen de Dean Smith el día que un espectador llamó al jugador “chimpancé” e hicieron falta tres personas para impedir que el entrenador saltara a la grada. Esa reputación basada no en sus palabras sino en su propia vida había atraído a jugadores como James Worthy, la gran estrella del equipo en esa época: “Mi padre sabía lo que Dean Smith había hecho en Chapel Hill, y cómo había tratado a Charlie Scott, no sólo poniéndolo a jugar sino apoyándolo, y era el tipo de persona para quien quería que yo jugara”.
North Carolina no dejaba cabos sueltos, y durante todo el último año de Michael Jordan en el instituto los entrenadores asistentes se fueron dejando caer periódicamente por Wilmington para comprobar qué tal iban las cosas, y recordarles el interés de la universidad. El más habitual era Roy Williams, que consideraba a Jordan algo así como su gran hallazgo, y que se convirtió poco menos que en un miembro más de la familia. “Le caes muy bien a Ray [Deloris siempre llamaba así a su marido] porque ve que te ganas la vida trabajando duro, y eso siempre le gusta. Es como él ve su propia vida.” James Jordan era consciente de que Williams estaba empezando su carrera de entrenador y cobraba un salario minúsculo, pero aun así estaba dispuesto a atravesar medio estado para echarle un ojo a un jugador de instituto. Decidió hacerle un regalo como reconocimiento de ese sacrificio, pero sabía que resultaría ofensivo ofrecerle dinero; así que a mitad de curso, James Jordan apareció en la puerta de la casa de Roy Williams con una chimenea que le había fabricado con sus propias manos y por la que no estaba dispuesto a aceptar pago alguno: “Entrenador, ya vengo cansado de hacerla, transportarla hasta aquí y traerla a la casa. Si tengo que volver a llevármela a Wilmington, entonces sí que voy a terminar cabreándome”. Durante el otoño de 1980, Michael Jordan visitó Chapel Hill junto con otros candidatos (entre ellos “Buzz” Peterson), y luego Dean Smith descendió del olimpo para visitar la casa de los Jordan, acompañado de dos de sus ayudantes. Cuando llegó, Michael estaba en el patio con su padre hurgando en las tripas de un coche, y durante la reunión permaneció en silencio, sentado en un sofá manoseando un balón mientras los adultos hablaban de su futuro. La decisión estaba tomada mucho antes de la rueda de prensa de noviembre de 1980 en la que Michael Jordan anunció oficialmente que había firmado la carta de compromiso para asistir a la Universidad de North Carolina.
Porque fue una rueda de prensa. El jugador anónimo de pocos meses antes se había convertido en noticia a nivel estatal, a pesar de que su anuncio coincidió con el de Lynwood Robinson. “Había periodistas en nuestro patio, y se negaban a marcharse hasta que les hubiéramos concedido una entrevista”, recordaría Deloris Jordan. Y eso no era nada comparado con el tumulto vivido en casa de los Peterson, donde el padre de “Buzz” llegó a perder los nervios y se encaró con la nube de reporteros que intentaban obtener confirmación del rumor de que “Buzz” Peterson, elegido Mr. Basketball de Carolina del Norte y mejor deportista del estado por la marca Hersch, se había comprometido verbalmente con la Universidad de Kentucky. Al final ese compromiso quedó en nada, después de que el equipo de gestión de crisis de North Carolina interviniera para evitar la “fuga”. Peterson recibió primero la llamada de su entrenador del instituto y posteriormente la visita del propio Dean Smith, y terminó firmando su compromiso con la UNC. Pero no antes de haber recibido una llamada de Michael Jordan que contribuyó a su, digamos, vuelta al redil.
“Me comprometí verbalmente, en privado, con la Universidad de Kentucky. Michael me llamó y me dijo: ‘Eh, creía que íbamos a ir a la misma universidad, a compartir habitación y ganar un campeonato’.” Posteriormente, “Buzz” Peterson reflexionó sobre hasta qué punto fue una buena decisión asistir a North Carolina: “Ahí estaba yo, comprometiéndome con una universidad a la vez que otro jugador que ocupaba mi misma posición. Supongo que se podría decir que no era una buena decisión de cara a conseguir minutos de juego”. Aunque esto no era exactamente como lo explica Peterson (en realidad, North Carolina era una de las pocas universidades que no tenían a un veterano para su puesto, ya que el escolta titular acababa de graduarse), provoca una reflexión a la inversa: ¿Por qué lo llamó Jordan? ¿Qué llevó a Michael Jordan a llamar a Peterson, decepcionado y dolido, pidiéndole que fuera con él a Chapel Hill? ¿Acaso no era consciente de que sin Peterson sus opciones de juego se multiplicaban? Es más que improbable que Jordan desconociera este extremo, cuando le habían estado recomendando que eligiera otra universidad precisamente para evitar coincidir con el mejor jugador del estado. Pese a ello, Michael Jordan le pidió que fueran juntos.
Porque para Michael Jordan lo único más importante que su carrera era sentirse arropado por personas que gozaran de su intimidad y su confianza. Antes de aceptar comprometerse con North Carolina, necesitó la seguridad de que con él acudirían su amigo Adolph Shiver y su hermana Roslyn (que se graduó con un año de adelanto para poder matricularse a la vez que Mike). Incluso si la ausencia de “Buzz” Peterson suponía una ventaja objetiva en sus perspectivas deportivas, eso no compensaba perder al único amigo que iba a tener en el equipo. La necesidad de sentirse rodeado por personas de su confianza sería una constante en la vida de Michael Jordan, y por ello el problema de equilibrar la barrera que suponía ese círculo de fieles con su integración en un equipo sería una constante en su carrera. En caso de conflicto, Jordan optaría siempre por el mismo bando que eligió en 1980: por encima del baloncesto, los suyos.
Tras finalizar el curso y graduarse en el instituto, Michael Jordan acudió a varios torneos All Stars como el Capital Classic de Washington o el National Sports Festival de Syracuse. Tal y como predijera Howie Garfinkle, Jordan fue invitado al McDonald’s All-American Game, aunque fuera como suplente de “Buzz” Peterson. Y fue en ese partido en el que se pudo comprobar que ya había superado a su amigo; Peterson jugó bien y anotó diez puntos, pero Jordan batió el récord de anotación del torneo con treinta puntos en una serie de 13/17 tiros de campo. Sin embargo, el galardón de mejor jugador fue para Adrian Branch, un anotador superlativo que posteriormente jugaría en Maryland (y en el Caja de Ronda) y que había hecho 24 puntos y 8 rebotes para decidir el partido. Fue quizá la primera ocasión en la que pudo verse en acción a ese círculo de fieles que rodearía siempre a Michael Jordan: los entrenadores de North Carolina tuvieron que formar un cordón humano para proteger a los jueces de la ira de Deloris…y de la madre de Peterson, que ya consideraba a Michael como parte de su propia familia. Jordan tendría siempre muy claro en quiénes podía confiar.
4 Apodo del equipo universitario y, en general, de los habitantes de Carolina del Norte.