Doug Collins tenía motivos para sentirse traicionado por Phil Jackson. Lo había contratado sabiendo que era una apuesta de Krause y había alabado su trabajo públicamente incluso después del partido en Milwaukee. También había intercedido en su favor cuando la franquicia se negó a que Jackson aceptara ofertas de otros equipos, aunque en ese caso existía un interés personal por librarse de un competidor y fue la oferta de los Knicks la que precipitó los acontecimientos, ya que Jerry Krause se arriesgaba a perder a Phil Jackson. Aunque ambos han declarado que en el momento de despedir a Doug Collins aún no se había tomado una decisión, durante la temporada anterior Krause le insistió a Jackson en que siguiera viajando con el equipo en lugar de distanciarse para reducir la tensión con Collins.
Phil Jackson llegaba al cargo con la ventaja de ser bien conocido por los jugadores y de disfrutar de una relación estrecha con los más jóvenes después de trabajar con ellos. Además, Collins dejaba en herencia un equipo con una buena estructura defensiva que sólo necesitaba mejorar su juego de ataque. Ahí entraban Tex Winter y su triángulo ofensivo, que era para lo que lo había elegido Jerry Krause (Winter bromearía diciendo que, para ser un entrenador especializado en defensa, Jackson se pasaba todo el tiempo trasteando con el ataque). También era necesario mejorar el ambiente del vestuario, y Jackson era consciente de que sus dos antecesores en el cargo habían terminado siendo devorados por las tensiones que provocaba la presencia de Michael Jordan.
Para ello necesitaba jugadores. Los Pistons habían derrotado a los Bulls en una guerra de desgaste por su mejor banquillo, y Jerry Krause estaba decidido a remediarlo en el draft. En 1987 las elecciones de Grant y Pippen habían completado el quinteto titular de los Bulls, y en 1989 era el momento de conseguir una rotación. Chicago disponía de dos elecciones de primera ronda y consiguieron una tercera enviando al decepcionante Brad Sellers a Seattle, así que tenían la posibilidad de conseguir un base, un alero y un pívot. Johnny Bach había sido tajante respecto a las posibilidades de Will Perdue: “Si Cartwright sigue jugando hasta cumplir los 50, Perdue seguirá siendo su suplente”. Bill Cartwright tenía problemas de rodillas y Dave Corzine había sido traspasado (Krause lamentó que tras pasar toda la etapa de vacas flacas, el veterano pívot no llegara a disfrutar de los triunfos), dejando la rotación interior en cuadro. Eso suponía gastar en un pívot la elección más alta, ya que la estatura cotiza mucho en el draft, y el principal candidato era Stacey King. King era un pívot anotador que había llevado a la Universidad de Oklahoma a la final de la NCAA en 1988 y en los torneos previos al draft había dado una imagen de superioridad aplastante; era la típica elección obvia con total seguridad de aceptar. Sin embargo, Jerry Krause había oído rumores de una posibilidad intrigante, relacionada con un país europeo llamado Yugoslavia donde se decía que habían aparecido unos pívots con mucho futuro llamados Divac y Radja. Phil Jackson parecía interesado en Vlade Divac, el más prometedor de los dos, pero Jerry Krause tenía muchas dudas. Los anteriores experimentos con jugadores formados en Europa (Glouchkov en Phoenix y Martín en Portland) habían resultado un fracaso, mientras que el fichaje de Sabonis llevaba años empantanado en toneladas de burocracia sin que se vislumbrara un final positivo. Decidió que no valía la pena hacer el viaje para verlo en persona, sino que consiguió los informes elaborados por otras franquicias que seguían más de cerca el mercado europeo. Dichos informes no eran positivos, así que decidió que irían a por Divac en segunda ronda si aún estaba disponible. Los elegidos en primera ronda fueron el pívot Stacey King, el base BJ Armstrong y el ala-pívot Jeff Sanders. Pocos meses después, con Divac convertido en el sustituto de Abdul-Jabbar en Lakers, Jerry Krause admitió públicamente su error y decidió en privado no volver a confiar jamás en informes de otros.
Cuando los Bulls descartaron el fichaje de Rick Mahorn debido a sus problemas de espalda, Michael Jordan decidió que estaba harto de rookies. Necesitaba ayuda para enfrentarse a los Pistons y sólo le traían a novatos que se asustaban en los momentos decisivos. Jordan dejó clara su opinión en pretemporada, cuando el joven Matt Brust le colocó un taponazo en un entrenamiento que lo dejó sentado de culo. Matt era un alero hermano de Chris Brust, compañero de Jordan en North Carolina, con un físico de jugador de fútbol americano que intentaba ganarse un contrato a base de lucha. En la siguiente jugada Jordan volvió a penetrar y, cuando Brust vino al tapón, se cambió el balón de mano, encestó el mate con la izquierda y con la derecha le metió un codazo en la cabeza que lo dejó tumbado con una conmoción cerebral. Era la jugada que Laimbeer le había hecho a Pippen en playoffs y Michael Jordan no quería que nadie olvidara a lo que se iban a enfrentar.
“Entre 1986 y 1988 me hice un hombre”, escribió Jordan. En 1989 Michael Jordan estaba teniendo que aceptar una serie de cambios en su vida, no todos agradables y ninguno fácil. El más evidente fue su matrimonio con Juanita Vanoy el 2 de septiembre de 1989, después de una tumultuosa relación de cinco años. Ambos se habían conocido en 1984 en un restaurante y empezaron a salir seis meses después. A pesar de los rumores posteriores que la presentaban como una cazafortunas que había estado relacionada con Reggie Theus, la anterior estrella de los Bulls, Juanita era una mujer independiente y de carácter, con una vida propia. Mantuvieron la clásica relación de “fijos discontinuos” que suelen llevar las estrellas de la NBA hasta que ella se quedó embarazada y Michael le pidió que se casaran en la Nochevieja de 1987. Sin embargo, el compromiso se rompió cuando la prensa filtró que Jordan había estado acompañado durante uno de sus viajes, y no por Juanita precisamente, lo cual hizo que ésta cancelara la boda y el pequeño Jeffrey naciera cuando aún no estaban casados. Después de varias cancelaciones, finalmente la boda se llevó a cabo durante un fin de semana que pasaron en Las Vegas. Fue una ceremonia apresurada celebrada a las 3:30 de la madrugada en una de esas capillitas típicas de las comedias americanas, con el novio en vaqueros y sin la presencia de las familias respectivas. Jordan quiso presentarlo más adelante como una consecuencia de su extraño ritmo de vida y de su naturaleza impulsiva, pero cabe preguntarse qué pensaría su nueva esposa de semejante ceremonia.
El primer enfado de Michael Jordan con la prensa vino precisamente provocado por la publicación de detalles de su vida personal, tales como el nacimiento de su primer hijo o su compromiso con Juanita. El tratamiento de esos aspectos íntimos fue respetuoso y discreto, pero el jugador no se encontraba en disposición de apreciarlo después de un proceso de deterioro de su relación con el entorno. Cuando llegó a la liga Jordan destacaba por su gran accesibilidad debido a que Dean Smith enseñaba a sus jugadores a no considerarse estrellas “mediáticas”. Tardó meses en descubrir que era el único de la plantilla que contestaba a todas las llamadas y entrevistas, e incluso cuando aceptó que la oficina de prensa de los Bulls sirviera de filtro seguía dedicándole mucho más tiempo que otros jugadores. Los corresponsales que seguían al equipo formaban parte de su círculo de conocidos y pasaban horas jugando a las cartas en los aviones o eran invitados a su casa para una partida al billar o al ping-pong. Dedicaba un rato a firmar autógrafos a la entrada y salida del pabellón, y prestaba especial atención a los niños y a los minusválidos. Aunque esas actividades tenían su parte de promoción, respondían también a sentimientos reales. Cada vez que firmaba un autógrafo o posaba para una foto no podía evitar pensar que cada uno de esos niños tenía un padre dispuesto a hacer cola durante horas, y eso merecía una recompensa.
Sin embargo, su popularidad había ido creciendo hasta hacerle perder el control de la situación. Se había vuelto imposible atender a la prensa de manera razonable, y varias apariciones públicas, como firmas de autógrafos, estuvieron a punto de terminar en tragedia por la avalancha de aficionados y la policía tuvo que rescatarle de un centro comercial cuando intentó acudir disimuladamente a comprar unos regalos. Cuando aparecieron noticias de varios asesinatos motivados por el robo de sus zapatillas y prendas deportivas, Jordan quedó paralizado sin ser capaz de decidir si tenía parte de culpa y qué podía hacer para remediarlo. Incluso su colaboración con la organización benéfica Make A Wish Foundation, destinada a hacer realidad el mayor deseo de niños con enfermedades terminales, se terminó convirtiendo en un desfile de niños enfermos de cáncer por el vestuario de los Bulls. Jordan se negaba a reducir su participación, pero no podía evitar que le afectara. “¿Cómo pueden pretender que después de algo así salga a jugar como si nada?” Para protegerse, Jordan había ido creando a su alrededor una burbuja formada por familiares y amigos íntimos, que le acompañaban en todo momento. En el vestuario, el avión o el hotel se encontraban siempre dos o tres de sus íntimos, principalmente su padre, Howard White, George Koestler, Adolph Shiver o Fred Whitfield. “Una cancha de baloncesto durante un partido es para mí el lugar más pacífico que puedo imaginar. Realmente es donde siento menos presión. En la pista, no me preocupa nada. Cuando estoy ahí, nadie puede molestarme. Es una de las partes más privadas de mi vida”, le explicó a Greene. “Es el único lugar en el que hay normas que prohíben que me hablen o me interrumpan mientras juego. Para mí, jugar a baloncesto organizado es como meditar.”
Phil Jackson decidió utilizar ese progresivo alejamiento de Michael Jordan para involucrarlo en los cambios que pretendía introducir en el equipo y su juego. Jackson era consciente de que no podría aplicar una estrategia tan diferente como el famoso triángulo sin su apoyo, y también que el infantilismo que rige las relaciones dentro del mundo del deporte profesional había sido el mayor obstáculo para la armonía del vestuario de los Bulls. Phil Jackson intentó desde el primer momento establecer una relación adulta con todos los jugadores y especialmente con Michael Jordan. Uno de los errores más habituales en quienes trataban con él era pedirle favores, como alguna de las entradas gratuitas que recibía. Desde que los Bulls empezaron a llenar sistemáticamente el Chicago Stadium, la franquicia impuso un límite estricto al número de entradas que podía recibir cualquiera de sus miembros, y al tiempo de antelación con el que se debían solicitar. Se decía que incluso se le negarían al propietario de la franquicia si pidiera más de las que le correspondían. Excepto a Michael Jordan, que según los rumores podía conseguir en cualquier momento tantas como deseara. Jordan obtenía un perverso placer al ordenar su taco de entradas en el vestuario a plena vista de sus compañeros, mientras le suplicaban que les diera alguna. Phil Jackson y sus asistentes decidieron que jamás le pedirían un favor de ese tipo, ya que era imposible mantener la autoridad sobre un jugador al que andas mendigando.
Lo más delicado era transformar al equipo de Jordan & the Jordannaires en un bloque, y la única manera en la que Jordan aceptaría un estilo de juego que dependía de un alto grado de confianza en sus compañeros era cambiando la naturaleza de su relación. El equipo debía ser un círculo íntimo en el que Michael Jordan encontrara refugio de la misma forma que lo encontraba en su familia y sus amigos. Ello exigía una serie de medidas muy arriesgadas que Phil Jackson hubo de ir tomando poco a poco, coordinadas con los cambios en el juego de los Bulls. El nuevo entrenador definió una serie de momentos que pertenecerían en exclusiva al equipo, definido como los doce jugadores más los tres entrenadores: los entrenamientos se harían a puerta cerrada o bloqueando la visión mediante paneles o cortinas, incumpliendo las propias normas de la NBA si hacía falta, y Jordan prescindiría de su guardia pretoriana durante los viajes. Podrían esperarle en el hotel, pero en el avión su burbuja la formarían sus compañeros de equipo. Aún más sutiles fueron los efectos de otra gran decisión de Jackson, como fue abolir la anotación de los partidillos de entrenamiento. Era consciente de que el mayor enfrentamiento entre Jordan y Collins vino precisamente por ese tema, pero en su opinión Michael Jordan se definía a sí mismo por su anotación y era necesario cambiar ese concepto para que aceptara compartirla.
Al mismo tiempo, Phil Jackson era consciente de que los reparos que sentía su estrella tenían cierta base. Jordan creía que los miembros más jóvenes de la plantilla poseían un talento indiscutible, pero les faltaba la actitud competitiva correspondiente. Ver a Pippen o Grant bromear y reír el día siguiente a una derrota le enfurecía, y no comprendía por qué no les dolía como a él. Los veteranos sí estaban centrados en la victoria, pero bien por problemas físicos o limitaciones técnicas no podían aportar lo que desearían. Phil Jackson quería convencerle de que aplicar un juego ofensivo más diversificado durante los tres primeros cuartos le descansaría para explotar en el último, pero era necesario que los demás jugadores asumieran su parte de responsabilidad; en caso contrario se estaría repitiendo el error de Collins al colocar a Jordan de base, que para éste significaba que durante tres cuartos debía cargar con sus compañeros y luego en el último sacar fuerzas para ganar. Combinar el aprovechamiento de la plantilla con el buen uso del individuo más devastador del baloncesto moderno no sería sencillo.
Para evitar el exceso de autoritarismo que había terminado volviendo a los jugadores en contra de Collins, Phil Jackson intentaba plantear los aspectos tácticos del juego en forma de desafío en lugar de órdenes. De esa forma aprovechaba la competitividad intrínseca de los deportistas profesionales en general y de Jordan en particular, y otorgaba un alto grado de libertad a unos jugadores a los que se animaba a encontrar por sí mismos la solución. “Cuando Phil llegó, creo que hizo mucho más que adoptar el ataque con triple poste. Creo que devolvió el juego a los jugadores”, explicaba Bach. Y no sólo a los jugadores, sino también a sus asistentes que pasaron a gozar de amplias responsabilidades en sus respectivas facetas (Winter en ataque y Bach en defensa). Phil Jackson consideraba que haría falta mucho tiempo y trabajo antes de poder aplicar el triángulo ofensivo, y mientras tanto confiaba en la defensa como base del juego. La idea era similar a la que usara Rick Pitino en los Knicks, una defensa presionante a toda cancha que anulara al rival y concediera canastas fáciles en contraataque. La diferencia era que los Bulls ya tenían una muy buena defensa “convencional” y eso les permitía reservar la presión para los momentos decisivos. En ataque estático Jackson pretendía ir introduciendo lentamente algunos de los conceptos del triple poste, sin llegar a aplicarlo plenamente sino permitiendo que los jugadores se fueran adaptando. Una de las claves eran los balones interiores a Cartwright “al menos en una de cada tres jugadas” y otra la vuelta de John Paxson a la titularidad. “Es gratificante ver que pasan los años, pasan tantos bases por el equipo y yo sigo siendo titular”, declaró. Krause y Jordan apreciaban a Paxson como un jugador trabajador con un tiro fiable, pero Jackson veía en él algo más que un buen suplente. Su capacidad de abrir espacios era muy apreciada, y a pesar de su fama de mal defensor los entrenadores comprobaron que conseguía mantenerse delante de sus defendidos por pura tenacidad mucho mejor que otros bases más jóvenes y rápidos. Pero Paxson no era un director de juego, y dado que Jordan no volvería a ejercer de base a tiempo completo eso llevaba a otro de los principios del triángulo ofensivo: la presencia de múltiples jugadores capaces de subir el balón e iniciar la jugada.
Todo dependía de Scottie Pippen. Phil Jackson lo había visto progresar desde su llegada al equipo, pero consideraba que poseía un potencial aún mayor por destapar. Esa temporada Pippen había decidido que sus días de juerguista habían terminado y que debía mejorar su ética de trabajo para llegar al nivel de allstar que tenía a su alcance. Michael Jordan sentía que Scottie Pippen estaba recorriendo el mismo camino que hiciera él en el pasado, con horas de entrenamiento para mejorar su tiro en movimiento, su bote y su pase para poder jugar en el perímetro. Al final del proceso, Pippen parecía salido de una universidad de primer nivel y su estilo de juego recordaba poderosamente al de Jordan.
El arranque no fue precisamente deslumbrante, con un 5-5 inicial que no invitaba al optimismo. Sin embargo, una vez que el equipo se adaptó al nuevo estilo de juego las victorias se fueron sucediendo. En diciembre hicieron un brillante 11-3 y el Chicago Stadium se convirtió en un fortín donde sólo perderían cinco partidos en toda la temporada. Cada vez que John Bach se levantaba del banquillo y hacía el gesto de Aces Up, la señal para hacer presión a toda cancha, se hacía la noche para los rivales. Incluso si los Bulls terminaban perdiendo, la presión causaba una remontada inmediata que impedía que los contrarios se sintieran seguros en ningún momento. A pesar de ello, el frágil equilibrio en el vestuario amenazaba con romperse cuando los Bulls encadenaron cuatro derrotas consecutivas durante una gira por el Oeste, debido en parte al deterioro de un Bill Cartwright que al final de la temporada tendría que pasar por el quirófano para aliviar su tendinitis de rodilla.
Existía el riesgo permanente de que Michael Jordan decidiera en cualquier momento dejar de lado la táctica de juego que pretendía aplicar Phil Jackson y volviera al estilo que le había proporcionado sus mayores éxitos. No pocas veces al salir de un tiempo muerto Johnny Bach hacía un aparte y le instaba a olvidarse de las tácticas y las estrategias, y a que se limitara a coger el balón y atacar el aro sin más. Jordan y Tex Winter mantenían un constante pulso dialéctico sobre este tema, y después de cada explosión anotadora el jugador se dirigía al veterano entrenador con ironía: “Lo siento, Tex. Creo que me he salido de la táctica un poco al final del partido”. El caso más claro se produjo en Cleveland el 28 de marzo de 1990, cuando estableció su récord de anotación con 69 puntos. Lo más impresionante fue la facilidad con la que Jordan anotaba sus canastas, en penetraciones cómodas y suspensiones sin fallo para acertar en 23 de 27 tiros de dos. Sin embargo, después del partido Scottie Pippen dejó entrever cierto resquemor en el vestuario al hacer hincapié en la dificultad de entrar en racha cuando Jordan no les dejaba tocar el balón. Su actuación individual fue admirable, pero los Bulls necesitaron de una prórroga para derrotar a unos Cavs diezmados por unas lesiones que los habían hundido en el fondo de la liga. Era un resumen del dilema típico de Chicago, según el cual los demás jugadores no rendían cuando se limitaban a recibir balones doblados, pero se hacía difícil limitar el juego de Jordan cuando su aportación era casi siempre descomunal.
De todas formas, el equipo funcionaba cada vez mejor al avanzar la temporada, y después del All Star encadenaron dos rachas de nueve victorias consecutivas que a punto estuvieron de alcanzar a los Detroit Pistons. Los Chicago Bulls entraron en playoffs con 55 victorias, superando la mejor marca de la era Collins, y se encontraron en primera ronda con sus viejos rivales de Milwaukee. Sin Moncrieff y sin Cummings, poco tenían que ver estos Bucks con los de años atrás; la plantilla había envejecido mal, y demasiado hizo evitando la barrida un equipo que tenía de aleros titulares a Brad Lohaus y Fred Roberts. Los Bulls pasaron la eliminatoria por un contundente 3-1, y le tocó el turno a Philadelphia. “En toda mi vida no he jugado cuatro partidos seguidos como aquéllos”, diría Jordan de los primeros encuentros de la serie. Los Sixers parecían haber remontado su declive desde que el Doctor J y Moses Malone dejaran el equipo, y con el joven escolta Hersey Hawkins más el fichaje de Rick Mahorn habían terminado primeros de la División Atlántica. Mahorn y Charles Barkley formaban la pareja apodada Bump & Thump por su costumbre de castigar físicamente a los rivales, y con el pívot Mike Gminski componían una línea interior difícil de superar. Alternando las dos posiciones de alero con gran éxito, Barkley había terminado segundo la votación del MVP por detrás de “Magic” y por delante de Jordan, y se anticipaba una eliminatoria tan reñida que antes de empezar la NBA advirtió a los dos contendientes de las posibles consecuencias si caían en el juego violento. El resultado, sin embargo, fue otro.
Los Bulls llegaron mucho mejor preparados que sus rivales. Phil Jackson había empezado a usar un recurso inventado por John Bach para reforzar los mensajes que quería transmitir a los jugadores intercalando escenas de películas en los vídeos de los partidos. Bach usaba películas bélicas, alternando discursos o escenas de heroísmo con jugadas del equipo para hacer llegar las emociones que buscaba, y Jackson decidió que se podían usar escenas procedentes de películas de otro tipo. En la cancha, puso a Pippen sobre Gminski, otro pívot que como Laimbeer se encontraba más cómodo en la media distancia, y el efecto fue tan demoledor que produjo una de las imágenes más conocidas de la carrera de Barkley: sin decir palabra, miró a su entrenador, señaló a Gminski y con el pulgar indicó el camino del banquillo. Mientras, Cartwright mantenía a Mahorn lejos de los tableros, y el propio Barkley encontraba problemas con Grant, un defensor tan rápido como él. El primer partido de la serie fue un espectacular duelo entre Michael Jordan (39 puntos) y Charles Barkley (30 puntos y 20 rebotes), en el que se impusieron los mayores recursos de los Bulls por 96-85. El mayor punto débil de los Sixers era un banquillo casi inexistente, y cuando los titulares desfallecieron no hubo posibilidad de que recibieran ayuda. Barkley se pasó el partido intentando hacer reaccionar a sus compañeros sin éxito, y pasó lo mismo en el segundo. Con los Bulls defendiéndole en dos contra uno, Barkley se dedicó a doblar el balón y los Sixers llegaron al descanso 10 puntos arriba. Pero en la segunda parte los Bulls remontaron, y no pudieron impedirlo ni las tretas de Mahorn, que separado del resto de los Pistons no era tan temible. Intentó descentrar a los Bulls derribando a Jordan y enfrentándose a Stacey King, pero lo único que consiguió fue motivarlos para culminar la remontada.
Los dos mejores partidos fueron, pese a todo, los de Philadelphia. En ambos casos los Sixers tomaron ventajas aparentemente decisivas en el marcador, y los Bulls remontaron gracias a su presión a toda cancha que deshacía a los locales como azucarillos y dejaba en evidencia todas sus carencias. En el tercer partido Chicago entró en el último cuarto perdiendo de 25 y con un quinteto compuesto por Armstrong, Hodges, Jordan, Nealy y King estuvo a punto de remontar. Jordan anotó 24 puntos casi consecutivos y aunque los Sixers fueron salvados por la campana, esa muestra de vulnerabilidad espoleó a los Bulls. La baja de Scottie Pippen para el cuarto encuentro debido a la muerte de su padre daba una oportunidad a los Sixers para igualar la serie, y en la segunda parte tuvieron ventajas de entre 10 y 15 puntos. Pero una vez más los Bulls remontaron de la mano de Michael Jordan, que en ataque sumó 45 puntos y 11 asistencias, y en defensa secó a Hersey Hawkins, y un sorprendente Stacey King que sustituyendo a Pippen anotó 21 puntos. El héroe del partido fue, quién lo iba a decir, Ed Nealy, que en el último cuarto se dedicó a rebotear, anotar y defender a un Barkley que terminó siendo abucheado por su propio público por sus fallos en los tiros libres. Los Bulls finiquitaron la serie en el quinto encuentro por un claro 4-1, para reencontrarse con los Detroit Pistons en la final de conferencia por segundo año consecutivo.
Los Pistons habían ganado el campeonato de 1989 con sólo dos derrotas en playoffs, ambas contra los Bulls. Era lógico que los consideraran uno de los principales obstáculos para repetir título, especialmente si Jordan seguía buscando a sus compañeros como había hecho en varias fases de la final de conferencia de la temporada anterior. En opinión de Chuck Daly, dado que los Bulls mejoraban su plantilla año a año era cuestión de tiempo que a los Pistons les faltaran manos para puntear todos los tiros. Se hacía imprescindible recurrir a The Jordan Rules, las “reglas de Jordan” diseñadas para amortiguar su impacto. Al día siguiente de la derrota de los Bulls en 1988 un periódico de Detroit publicó dos diagramas que eran la primera revelación al público del sistema de ayudas defensivas para impedir que Jordan repitiera esas exhibiciones anotadoras de más de 50 puntos, aunque no fue hasta 1989 que recibieron el nombre que les daría fama. Y esa fama era la clave, ya que el éxito de esa defensa dependía no solamente de frenar a Jordan sino también de impedir que la esquivara gracias a la aportación de Pippen o Grant. Daly determinó que la mejor manera sería usar la agobiante competitividad de Jordan en su contra, convirtiendo a la defensa de los Pistons en un desafío al que el jugador no se sabría resistir. Esa labor se inició con muchísima antelación y se puede remontar al famoso artículo de Jack McCallum en la revista Sports Illustrated de noviembre de 1989. Dicho artículo describía las “reglas de Jordan”, que según Daly “se resumen en que si Jordan va al baño nosotros vamos con él”, y además mencionaba que el entrenador de los Pistons había decidido no usarlas en los playoffs de 1989 por temor a dejar demasiado sueltos a los demás jugadores de los Bulls. En la reunión de jugadores convocada por Isiah, la plantilla habría solicitado volver a usarlas, y con el lema Remember the Jordan Rules! habrían remontado la eliminatoria y eliminado a Chicago. Durante la temporada 89-90 se fueron sucediendo los los comentarios en prensa, especialmente al acercarse el cruce de playoffs, y además aprovecharon para anunciar que habían remitido un vídeo a la NBA conteniendo jugadas en las que se había pitado incorrectamente falta al defensor de la estrella de los Bulls, insinuando un favoritismo arbitral. Jordan no sería capaz de resistirse a esa provocación, y cuando el partido o la eliminatoria se pusieran cuesta arriba cedería a la tentación de coger el balón y atacar lo que Bach llamaba “la ciudadela”, es decir el muro formado por los Pistons alrededor de la canasta. Limitando sus propias opciones y telegrafiando sus intenciones, el jugador se metería solito en el corazón de la defensa rival, intentando demostrar que era capaz de imponerse a la mejor defensa de la NBA, según algunos la mejor de la historia.
Los Pistons devoraron a los Bulls en el primer partido. Jordan anotó 26 puntos en la primera parte, pero Hodges y Paxson no consiguieron meter ni una canasta y Rodman frenó en seco a Pippen hasta tal punto que al descanso Daly pudo ordenarle que se olvidara de él y se centrara en Jordan. Rodeado de rivales y sintiendo los efectos de una mala caída en el primer cuarto (según Laimbeer, por “la fuerza de la gravedad”), Michael Jordan sólo anotó 8 puntos más y los Bulls perdieron por un lastimoso 86-77. La defensa de Chicago hizo que sólo Dumars anotara en dobles dígitos, pero su colapso ofensivo impidió que aprovecharan esa oportunidad. “Creo que no podemos jugar peor”, declaró Craig Hodges. Antes del segundo partido Chuck Daly bromeaba con una taza de té en la mano: “¿Qué es lo que veo en estas hojas de té? ¿Podrían ser ‘las reglas de Jordan’?”. Con Michael Jordan renqueante, los Bulls terminaron la primera parte perdiendo de 15 y no hicieron ningún esfuerzo por remontar. Para sorpresa de los presentes, Jordan perdió los nervios al entrar en el vestuario al descanso y empezó a dar patadas a las sillas y a un surtidor de agua. “¡Estamos jugando como una panda de nenazas!”, gritó. Su reacción habitual en caso de enfado era encerrarse en sí mismo, por lo que su exhabrupto fue especialmente impactante. Decidió no hacer más declaraciones a la prensa y dejar que sus compañeros asumieran su propia responsabilidad, e incluso cuando Phil Jackson se negó a que saliera de los entrenamientos por otra puerta se limitó a pasar por delante de los periodistas sin decir palabra.
De vuelta en Chicago, Jackson estaba de acuerdo en el mal rendimiento del equipo, pero seguía intentando convencer a Jordan de que mantuviera el plan de juego. La defensa de los Pistons era una zona y había que romperla mediante circulación de balón. Cuando terminó la primera mitad diez puntos abajo, Michael Jordan lo vio todo rojo y decidió que si no quedaba más remedio que perder, al menos perdería a su estilo. Volvió a instalarse de base, bajando a recibir de fondo, y empezó a atacar la canasta jugada tras jugada, aplastando a todos los defensores que Daly le mandó e ignorando los intentos de Rodman o Laimbeer de descentrarlo. Sus compañeros siguieron su estela, y con el Chicago Stadium en pie remontaron para ganar por 107-102. Incluso Ed Nealy tuvo sus minutos de gloria, manteniendo a Rodman y Salley lejos del tablero y anotando desde debajo del aro cuando se olvidaban de él. Algo parecido sucedió en el cuarto partido, en el que la defensa de Chicago ahogó a Thomas y Dumars permitiendo que llegaran igualados al último cuarto, y ahí Jordan volvió a tomar el control con 19 puntos que sirvieron para empatar la eliminatoria.
El problema de los Chicago Bulls era la forma en la que se desinflaban en el Palace de Auburn Hills, y en el quinto encuentro los Pistons amordazaron a Jordan, dominaron el rebote e intimidaron al resto de los Bulls. Jordan seguía negándose a hacer declaraciones a la prensa, contestando con monosílabos o frases sueltas en el mejor de los casos, a pesar de los intentos de los periodistas por saber su opinión sobre el parcial de 2-11 que encajó su equipo durante dos minutos de descanso que tuvo en la recta final o sobre el tiro desde medio campo que anotó cuando quedaban diez segundos del primer cuarto (Jordan leyó mal el reloj y creyó que sólo quedaba un segundo). Sin embargo, los Bulls ganaron de paliza el sexto en Chicago a pesar de la baja de John Paxson debido a una torcedura de tobillo. Craig Hodges salió de titular en su lugar y anotó 4 de 4 en triples (“hoy era como meterla en el Lago Michigan”), y el marcador final de 109-91 dejaba una puerta abierta a la esperanza.
La esperanza duró hasta el parcial de 11-0 de los Pistons en el segundo cuarto del “partido de la jaqueca”. Quizá como consecuencia de la muerte de su padre, cuando Scottie Pippen llegó al pabellón con un terrible dolor de cabeza, que combinado con los analgésicos que se le administraron para aliviarle le provocó una dificultad para enfocar la visión. “Vino a verme antes del partido y me dijo que casi no podía ver. Le pregunté si podía jugar, y él empezó a decir que no cuando Michael lo cortó y dijo: ‘Hell yes’,” recordaría el fisio Mark Pfeil. “Puede jugar. Que salga de titular. Que juegue ciego si hace falta”, terminó Jordan. Fue el peor partido de la temporada. Pippen hizo 1 de 10, Hodges 3 de 13, Grant 3 de 17; Paxson y Cartwright apenas podían moverse. Michael Jordan siguió luchando hasta el final con 31 puntos, 9 asistencias y 8 rebotes, pero estaba solo contra unos Detroit Pistons que no tenían problemas para mantener veinte puntos de ventaja. “Mi peor momento en los Bulls fue tener que acabar ese séptimo partido perdiendo contra los Pistons en el Palace”, reconocería Phil Jackson. “Sólo podía estar sentado y rechinar los dientes durante una segunda parte en la que no conseguíamos hacer nada.” Michael Jordan llamó de todo a sus compañeros en el vestuario durante el descanso, y en la segunda parte casi todas las canastas de Chicago vinieron de sus tiros o asistencias en un esfuerzo tan conmovedor como inútil. Al terminar el partido Jordan lloró como un niño, con un desamparo que movió incluso al general manager de los Pistons a intentar consolarle. Mientras, Juanita estaba a punto de llegar a las manos con la expedición de los Bulls, exigiendo saber por qué nadie le había echado una mano a su marido y qué clase de excusa de mierda era un dolor de cabeza.
Sentado al fondo del autobús del equipo, James Jordan intentaba en vano reconfortar a su hijo, destacando cómo el equipo iba a más y que su momento llegaría. Pero Michael Jordan sabía que la vida deportiva de un jugador es finita y había visto a otros equipos marchitarse sin llegar al anillo. ¿Y si no volvían a tener otra oportunidad? “Estaba llorando de rabia”, reconoció Jordan. “No dejaba de pensar que yo me estaba partiendo el culo y nadie más lo hacía. Esos tíos nos estaban dando una paliza, robándonos el valor y el orgullo. Decidí en ese momento y lugar que no volvería a pasar.” Sin que nadie lo dijera, todos en el equipo sentían lo mismo. Al día siguiente de volver a Chicago tras la derrota, los entrenadores se encontraron con el gimnasio lleno. Paxson, Pippen y varios jugadores más estaban levantando pesas y usando máquinas de musculación, sin que nadie les hubiera dicho que vinieran y sin dirigirse la palabra. En la comida oficial del equipo previa al comienzo de la temporada 1990-91, Jerry Krause se levantó para decir unas palabras dirigidas a Phil Jackson: “Te he conseguido los jugadores. Ahora depende de ti que funcione.”