Uno de los aspectos más comentados de la rectitud moral de Dean Smith era su compromiso con los deberes y responsabilidades del formador. Si por un lado exigía obediencia en los aspectos deportivos y sus jugadores debían poner sus carreras en las manos del entrenador, éste a su vez debía corresponder con una lealtad igual y esforzarse al límite para que esas carreras alcanzaran el éxito. Normalmente, ese esfuerzo suponía tirar de su red de contactos para conseguir mejorar las opciones de sus jugadores: Mitch Kupchak podía invitar a probar con los Lakers a un “prospecto” de poco renombre o George Karl podía ofrecer cobijo temporal en la CBA a un jugador cortado; Doug Moe presumía públicamente de que mientras él estuviera en una franquicia, ningún graduado de North Carolina se quedaría fuera del draft (en esta época el número de rondas era casi infinito).
Pero ese compromiso incluía que el entrenador no pondría su propia conveniencia por delante de los intereses del jugador. “Aquí tenemos una norma: hacemos lo que es mejor para el jugador después de la temporada, y lo que es mejor para el equipo durante la temporada.” La regla dorada era que si un jugador tenía la seguridad de salir en una de las cinco primeras elecciones del draft, era el momento de presentarse; especialmente si era para incorporarse a una buena franquicia. Así había ocurrido en 1982, cuando James Worthy se encontró con la posibilidad de ser el número 1 del draft y, en lugar de caer en algún equipo mediocre como suele suceder, llegó a los Lakers campeones. En 1983 fue Sam Perkins el que se lo planteó, pero el ínfimo nivel de las franquicias que poseían las primeras elecciones desaconsejó el salto. En 1984, sin embargo, se producía una circunstancia poco habitual: prácticamente todos los puestos altos del draft proporcionaban opciones interesantes. Equipos lastimosos como los Pacers, Clippers o Cavs habían traspasado sus opciones, y en su lugar aparecían los potentes Sixers o los prometedores Mavs.
El deporte profesional vive de vender esperanzas futuras para sobrellevar decepciones presentes, pero incluso en la historia de la NBA es difícil encontrar otro año en el que hubiera tantas esperanzas puestas en el draft como en 1984. “El año pasado, Ralph Sampson de Virginia era la única superestrella del draft”, escribió David Dupree en el Washington Post. “Este año, sin embargo, hay no menos de 10 jugadores que según los expertos están destinados a hacer una carrera próspera en la NBA.” Las dos mayores estrellas universitarias del momento eran los pívots Pat Ewing, de Georgetown, y Hakeem Olajuwon de Houston. Dado que ambos optaban al primer puesto sin competencia, se daba por hecho que uno se presentaría este año y el otro al siguiente para no coincidir. Durante meses se especuló sobre cuál daría el paso al frente, y esa incertidumbre estuvo a punto de arruinar a los Portland Trail Blazers (que aspiraban a disponer de una de las primeras elecciones del draft): los Blazers contactaron con ambos jugadores a través del propietario de los Clippers, para explicarles la situación creada por el nuevo tope salarial que acababa de implantar la NBA y en qué les iba a afectar. La liga consideró que se trataba de contactos ilegales previos al draft, y por un momento se temió que fueran sancionados con la pérdida de su elección. Finalmente todo se quedó en una multa considerable, pero ilustra claramente la importancia que daban los equipos al draft de junio de 1984. Por detrás de Ewing y Olajuwon se encontraba una lista de jugadores de los que se esperaba mucho: el primero era Jordan, pero también estaban Sam Bowie o Perkins, pívots menos esplendorosos que los dos “grandes” pero aun así valiosos, o jugadores exteriores muy completos como Leon Wood, Lancaster Gordon o Alvin Robertson. También había apuestas más arriesgadas, como Mel Turpin o Charles Barkley, que podían terminar siendo estrellas o fracasos; y por detrás una sucesión de nombres menos conocidos como Michael Cage, Terence Stansbury o John Stockton, pero de entre quienes se anticipaba que saldrían jugadores interesantes. Fue precisamente el convencimiento de encontrarse ante todo un bufet de talento lo que espoleó a muchos equipos a intentar mejorar sus posibilidades de cara al draft.
En principio, los cuatro peores equipos de la NBA en la temporada 1983-84 eran los Chicago Bulls, los Indiana Pacers, los Cleveland Cavaliers y Los Angeles Clippers. Pero sólo los Bulls conservaban los derechos de su elección de draft para 1984, ya que el resto los habían intercambiado con los Portland Trail Blazers, los Dallas Mavericks y los Philadelphia 76ers, respectivamente. Sin embargo, conforme avanzaba la temporada las posiciones fueron cambiando. Los Cavaliers acababan de cambiar de dueño gracias a la intervención de la NBA para liberarlos de la tiranía de Ted Stepien, el enloquecido propietario que con sus absurdas maniobras había llegado a poner en peligro a la propia liga. Para convencer a los posibles compradores, la NBA había ofrecido el regalo de varias rondas de draft que vinieron a reforzar la plantilla. Los Cavs mejoraron lo suficiente como para que su elección, propiedad de Dallas, cayera hasta el número 4. Por su parte, los Chicago Bulls estaban pasando por su propia travesía del desierto, y el enfrentamiento entre su entrenador Kevin Loughery y su estrella Reggie Theus había terminado con el traspaso de éste. Sin Theus, los Bulls empezaron a perder más partidos de la cuenta, lo que provocó sospechas generalizadas de que estaban dejándose ganar deliberadamente para escalar posiciones en el draft. Claro que en ese terreno los mejores eran los Houston Rockets de Bill Fitch, que ya lo habían hecho el año anterior para conseguir a Ralph Sampson. El equipo no terminaba de levantar cabeza a pesar de la aportación de Sampson, así que a mitad de temporada la gerencia tomó la decisión de dar el año por perdido e intentar volver a pescar algo en el draft. En esta época sólo se sorteaba el orden de las dos primeras elecciones, a cara o cruz entre los dos peores equipos; el resto se realizaban en orden inverso a la clasificación final. Pero el lamentable espectáculo de la temporada 1983-84, con espectadores abucheando a sus equipos y entrenadores cruzando acusaciones de dejarse ganar, obligó a la NBA a intervenir de manera inmediata y establecer un sistema de lotería en el que se sorteaban las primeras elecciones. Pero ese sistema no se empezaría a aplicar hasta 1985. En 1984 la única duda era si el número 1 sería para los Rockets o para los Blazers, y por detrás irían Bulls, Mavs y Sixers.
Los jugadores no eran ajenos a esas maniobras, y también entre los futuros drafteados se producían movimientos orientados a alcanzar una mejor posición. Para ello, la principal herramienta eran las pruebas que Bobby Knight efectuó en Indiana para seleccionar al equipo que iba a acudir a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Casi todos los jugadores universitarios relevantes fueron invitados, y muchos acudieron buscando no conseguir una plaza en la selección olímpica, sino promocionarse ante la nube de entrenadores que rodeaba a las pruebas. Para quienes procedían de universidades menores o poco prestigiosas suponía la gran oportunidad de mostrar que podían jugar de tú a tú con los mejores. El caso más exagerado fue el de Charles Barkley, que en las semanas previas al draft se esforzó al límite para demostrar su auténtico nivel y que su rendimiento en la Universidad de Auburn no había sido casual…sólo para dar un giro copernicano cuando supo que se había convertido en el objetivo predilecto para ese número 4 que poseían los Sixers. El nuevo tope salarial hacía improbable que esta franquicia pudiera ofrecerle el dinero que estaba buscando, así que Barkley se embarcó en una orgía gastronómica para confirmar los rumores sobre su falta de disciplina y tendencia al sobrepeso, bajar posiciones en el draft y recalar en otro equipo.
Michael Jordan pudo agradecer a Dean Smith el poder mantenerse al margen de ese chalaneo. “Cuando terminé mi temporada junior, el entrenador Smith hizo unas llamadas a la NBA para ver en qué puesto me cogerían si me presentara al draft. Era a finales de marzo o principios de abril, y los 76ers le dijeron que me escogerían con la segunda o tercera elección, dependiendo de la que tuvieran. Pero conforme pasaron las semanas, Chicago fue perdiendo partidos y subiendo puestos en el draft.” La regla de oro sobre ser elegido en uno de los cinco primeros puestos había quedado asegurada mucho antes, ya que Philadelphia (con la elección correspondiente a los Clippers) no caería más allá del quinto lugar en ningún caso, y su entrenador era Billy Cunnigham, un miembro destacado de la fraternidad de los Tar Heels que había expresado varias veces su admiración por el juego de Jordan. En general, Dean Smith fue recibiendo respuestas muy parecidas de todas las franquicias: si los rumores se confirmaban y Olajuwon se presentaba al draft, sería elegido con el número uno fuera quien fuera el que dispusiera de esa elección; pero si Ewing no se presentaba al draft, el número dos sería para Michael Jordan, ya que ningún otro de los pívots disponibles ofrecía un potencial similar. Sólo hubo un equipo que manifestó una intención diferente, y fueron los Portland Trail Blazers. “Nos encanta Jordan”, le contestó el general manager7 Stu Inman, “pero creemos que necesitamos un hombre alto. Cogeremos a Olajuwon si tenemos el número uno y a Bowie si tenemos el número dos”. Dean Smith intentó convencer a Inman de que se estaba equivocando, pero los Blazers estaban más que servidos en anotación exterior. No sólo tenían ya a un escolta atlético y espectacular como Clyde Drexler, sino también a un tirador como Jim Paxson; incluso habían tenido que traspasar al base “Fat” Lever para aliviar su superpoblación de jugadores de perímetro. Mientras, su único jugador interior de cierta relevancia era Mychal Thompson, un pívot correcto pero lejos del nivel de estrella. Ni siquiera Bobby Knight pudo convencerlos después de entrenar a Jordan en las pruebas para la selección olímpica. “Necesitamos un pívot”, insistía Inman. “¡Pues draftealo y ponlo de pívot!”, le contestó Knight.
Michael Jordan supo que sería el número dos o el número tres del draft mucho antes, pero eso no significa que se librara de dudas, controversias y decisiones difíciles. Dean Smith o James Worthy podían recomendarle que diera el salto ya, pero en último término era el propio Jordan el que tenía que tomar esa decisión. Durante meses le estuvo dando vueltas de manera constante, sopesando pros y contras y pidiendo opinión a personas de su confianza. No era fácil para Jordan cambiar de rutina, especialmente cuando se encontraba tan a gusto. Le atraía disfrutar por fin del grado de senior, y la derrota frente a Indiana le hacía sentir que dejaría cabos sueltos. Muy especialmente, su madre se oponía a que abandonara la universidad sin haber terminado la carrera: “Pueden quitarte la ropa, pueden quitarte los zapatos, pero lo que no pueden quitarte es lo que tienes dentro de tu cabeza”, decía Deloris. Su sueño era ver a Michael y Roslyn graduarse el mismo día, pero tenía en contra a su marido, a su hijo y a Dean Smith: “Los tres pensaban que ya estaba listo. Me dijeron: ‘¿Y si el año que viene no se presentan las mismas oportunidades que este año?’”. Finalmente, Dean Smith la convenció al explicarle que el único requisito que ponía a sus jugadores para dar el salto a la NBA era comprometerse a volver y terminar la carrera cuando pudieran: “Señora, no le estoy pidiendo que renuncie a su carrera universitaria, le estoy pidiendo que renuncie a su elegibilidad universitaria”.
La tensión era excesiva, y Michael Jordan buscó un pasatiempo que lo alejara del baloncesto y de las especulaciones sobre su futuro, y lo encontró en el golf. “Eso sí que es una adicción”, reconocería posteriormente. Jordan lo había aprendido en 1983, cuando jugó una partida con su compañero de cuarto contra la pareja formada por “Buzz” Peterson y Matt Doherty. Jordan logró la victoria con un difícil golpe final, que provocó las alabanzas de su compañero. “En realidad, no golpeé la bola. La cogí y la arrojé al green”, confesó. No era algo infrecuente en Jordan, a quien Peterson sorprendió una vez haciéndole trampas a su madre en una partida de cartas, pero como afición quedó en eso hasta un año después. “Empecé a jugar el verano de 1984”, recordaría. “Fui con un buen amigo mío, John Simpkins, que estaba en el equipo de golf de entonces con Al Wood, y jugamos 18 hoyos con Davis Love III, que también estaba en North Carolina. Hice par en uno de los hoyos, y llevo enganchado desde entonces.” Con el tiempo, el golf fue convirtiéndose para Michael Jordan en el desafío definitivo, en el cual se enfrentaba al propio terreno representado por el par del campo. “Buzz” Peterson era compañero de clase de Davis Love III y empezaron a quedar regularmente para jugar acompañados por John Inman, que posteriormente se convertiría en el entrenador del equipo de golf de North Carolina. Davis Love era una figura del golf amateur y con el tiempo se convertiría en una estrella del circuito profesional, pero Jordan era incapaz de admitir que un deportista como él no pudiera golpear la bola con tanta potencia como Love. Debe de ser cosa de los palos, pensó, y aprovechando un momento de distracción cogió uno de sus drives y golpeó la bola con tan poco acierto que rompió la cabeza del palo. A Davis Love no le hizo demasiada gracia, y posteriormente comentó a Dean Smith que Jordan no podría llegar a ser un buen jugador de golf debido a su estatura.
Es posible que esos ratos sirvieran para aliviar su conciencia de la sensación de estar traicionando al equipo, a la universidad y a sus compañeros, pero la fecha del draft se acercaba inexorable y la prensa especulaba abiertamente con la posible inscripción de Michael Jordan. El 26 de marzo volvió de las primeras pruebas para la selección olímpica y ofreció una rueda de prensa en la que negó haber decidido su marcha: “Mi plan es quedarme aquí, estoy ilusionado pensando en la temporada que viene”. Los periodistas le preguntaron por Olajuwon, Ewing y los 76ers, aunque a estas alturas ya se sabía quién se presentaría y quién no, y que si Jordan se presentaba al draft sería elegido antes de que llegara el turno de Philadelphia. “No me gustan los Sixers”, respondió. “Me gustan los Lakers.” A pesar de que Dean Smith confirmó sus palabras (“Ya ha dicho que seguirá aquí”), en realidad ya estaba trabajando para la inminente carrera profesional de sus jugadores. Ese mismo día se reunió con el agente Donald Dell, para quien trabajaba un ejecutivo llamado David Falk, y poco después vino Dick Motta de Dallas para hablar con Sam Perkins. La decisión había sido tomada semanas o meses antes, pero Jordan aún era incapaz de admitirlo.
El sábado 5 de mayo de 1984 estaba convocada una rueda de prensa a las 11 de la mañana, en la que Michael Jordan anunciaría su decisión irrevocable (el plazo para presentarse al draft expiraba a medianoche). Mientras se vestía, le dijo a Peterson que “aún no sé lo que voy a hacer”. Kenny Smith aún creía que no daría el salto, que si tuviera un pie en la NBA no seguiría estudiando para los exámenes; “Buzz” Peterson tenía la intuición de que ya había decidido marcharse. Hakeem Olajuwon y Charles Barkley ya se habían presentado formalmente al draft, Pat Ewing había anunciado que seguiría en Georgetown, sólo faltaban Jordan y Wayman Tisdale. A la hora en punto, Dean Smith declaró de manera oficial lo que ya todos suponían: “Anunciamos en este momento que Michael renunciará a su elegibilidad universitaria”. El 22 de mayo los Trail Blazers escogieron cruz y salió cara; mientras los representantes de los Rockets celebraban haber ganado el número uno, su entrenador Bill Fitch telefoneaba a Dean Smith para darle la noticia. “Si Portland hubiera ganado, iban a elegir a Hakeem Olajuwon. Yo habría ido a Houston y Sam Bowie habría terminado en Chicago” rememoraría Jordan años después. “¿No es increíble? Un simple cara o cruz.”
Así, las seis primeras elecciones habían quedado definidas con tanta claridad que la prensa pudo publicarlas en detalle con antelación. “Un antiguo jugador de fútbol de siete pies procedente de Nigeria, un universitario de quinto año y 2,15 de estatura que se ha perdido dos de las tres últimas temporadas por una fractura en la pierna, y un dinámico junior que dicen que es la reencarnación de Julius Erving serán los tres primeros elegidos”, publicaba el Washington Post junto con unas declaraciones del entrenador de Chicago: “¿Cómo se puede no elegir a un Jordan?”. El 19 de junio de 1984 se celebró la ceremonia del draft, que por primera vez tuvo lugar en el Madison Square Garden. El público asistente abucheó la elección de Sam Bowie con el número dos (siete horas de exámenes médicos habían asegurado a los Blazers que estaba completamente recuperado de sus lesiones) y aplaudió la de Michael Jordan con el número tres. El momento tuvo mucho de anticlimático, ya que ninguno de sus protagonistas hizo acto de presencia: los Chicago Bulls estaban representados por dos ejecutivos de bajo nivel que recibían órdenes del general manager Rod Thorn por vía telefónica, y Jordan estaba en Bloomington (Indiana) entrenando con la selección olímpica. Bobby Knight se negó a interrumpir los entrenamientos para que los jugadores pudieran seguir el draft, así que no supieron lo que había pasado hasta después. Al fin, Michael Jordan apareció en directo desde Indiana para agradecer a los Bulls la confianza depositada en él y pronunciar las típicas generalidades sobre su futuro: “No me importa jugar de alero o escolta, lo que necesite el equipo”, afirmó (uno de los pocos defectos mencionados antes del draft era que carecía de una posición de juego definida). “No estoy pensando en ir y estar a la altura de las expectativas, sino de hacerlo lo mejor que pueda. Tengo muchas ganas de conocer al entrenador Loughery, y muchas expectativas en su capacidad como entrenador. Espero poder contribuir a levantar al equipo.” Eso sería en otoño. De momento, Michael Jordan tenía bastante con sobrevivir a Bobby Knight y su preselección en Bloomington.
El Comité Olímpico de EE.UU. (USOC) había afrontado los preparativos de los XXIII Juegos Olímpicos de 1984 en Los Ángeles como una especie de reválida del modo de vida americano, después de los JJ.OO. de Moscú 1980. La preparación debía ser tan cuidadosa que rozara lo paranoico, y el boicot del bloque comunista8 hacía aún más necesario no sólo triunfar, sino arrasar de forma que dicha ausencia no restara valor a la victoria. Y si hablamos de llevar un método de trabajo hasta la obsesión entonces no cabe duda de que Bobby Knight era el entrenador idóneo. De hecho, la primera vez que Knight oyó hablar de Michael Jordan fue antes de que llegara a la universidad, y precisamente a través del programa preolímpico. Como parte de la preparación para 1984, el USOC creó el National Sports Festival en 1978. Se trataba de una especie de miniolimpiada juvenil de ámbito nacional donde se enfrentaban equipos por regiones, y sus dos primeras ediciones se celebraron en Colorado Springs. El baloncesto fue uno de los deportes más destacados del III National Sports Festival (Syracuse, 1981) debido a la presencia del joven Patrick Ewing, pero no fue el único jugador que llamó la atención. Tim, uno de los hijos de Bobby Knight, formó parte de la organización del festival, y le dijo a su padre que había visto al que iba a ser el mejor jugador universitario del país: “Un chaval que se llama Michael Jordan, que acaba de firmar con North Carolina”. Bobby Knight llamó a Dean Smith para obtener más información, pero éste prefirió echar balones fuera: “Es de aquí cerca, de Wilmington; sólo lo hemos escogido porque es de la zona”. En uno de sus párrafos majestuosos, David Halberstam cuenta cómo en 1984 ambos entrenadores estaban examinando candidatos para la selección y se encontraron con un informe firmado por Tim. “No sé si conoces a Tim Knight”, dijo Dean Smith, “pero si él dice que estos jugadores no valen, es que no valen.”
También las competiciones internacionales de años anteriores habían servido como ensayos para los juegos: el seleccionador nacional de EE.UU. en el Mundial de 1982 en Cali fue un antiguo ayudante de Knight y el de los Juegos Panamericanos de 1983 se había incorporado al staff técnico de la selección olímpica. Bobby Knight estableció un sistema casi darwiniano para elegir a los miembros del equipo, según el cual se invitó a 73 jugadores universitarios que fueron pasando por una serie de cribas hasta llegar a los 12 que formaron parte de la plantilla definitiva. Teóricamente la selección debía realizarse basándose en los entrenamientos y partidillos realizados entre los candidatos, lo cual fomentaba la competitividad de los jugadores, especialmente tan cerca del draft. En la práctica, sin embargo, se aplicaba una combinación de criterios diferentes. Las estrellas como Michael Jordan o Pat Ewing tenían plaza virtualmente asegurada, mientras que en otros casos contaban los servicios prestados en el pasado por jugadores que habían sacrificado sus veranos acudiendo a competiciones de menor repercusión. Eso sucedía con el base Leon Wood, por ejemplo, que había corrido al rescate cuando fue convocado en el último momento para incorporarse a los Panamericanos de 1983 en sustitución de un lesionado. El comité de selección no lo había olvidado, y sin duda tuvo mucho que ver en su inclusión en el equipo olímpico (al igual que su brillante defensa sobre Steve Alford durante la preparación). En general, el criterio más importante fue la opinión del propio Bobby Knight, al que gracias a la necesidad angustiosa de alcanzar la victoria se le otorgó un grado de autoridad y autonomía casi sin precedentes en la historia de la selección estadounidense de baloncesto, nido tradicional de camarillas y politiqueos. Así Knight pudo incluir a una serie de pívots grandes y toscos como los que solía tener en Indiana, y también a la pareja exterior formada por Vern Fleming y Alvin Robertson, dos buenos defensores pero que inicialmente no entraban en las quinielas (“del estilo de Bobby”, dijo textualmente uno de los presentes). Sobre todo, el entrenador de los Hoosiers pudo permitirse el favoritismo de convocar a Steve Alford a pesar de que sólo era un freshman.
La decisión más polémica de todas fue cortar a Charles Barkley. Buscando ascender puestos en el draft, Barkley había tomado la cancha al asalto, y junto con Jordan se había convertido en la sensación de las pruebas para el equipo. Después de ver cómo partía un tablero al hacer un mate sobre un rival, pocos pudieron entender que no formara parte de la lista final. Aún menos fueron los que creyeron las explicaciones “oficiales” sobre necesidades tácticas o carencias de tiro, ya que la sospecha generalizada es que el auténtico motivo era la incompatibilidad entre el carácter autoritario de Bobby Knight y el espíritu contestatario de Charles Barkley. Los modales del entrenador habían levantado ampollas a casi todos los jugadores; Jordan prefería destacar las similitudes entre Knight y Dean Smith (aunque puntualizando que el segundo no usaba palabrotas), pero Wayman Tisdale declaró que después de la experiencia sentía la necesidad de volver a Oklahoma, buscar a todas las personas a las que había considerado groseras y darles un abrazo. Bobby Knight había decidido sacrificar el talento puro a la disciplina y al trabajo en equipo, y Charles Barkley fue la “víctima” más conocida pero no la única. Después de uno de los últimos cortes, una furgoneta llevó a los seis jugadores descartados al aeropuerto de Indianápolis: Terry Porter, John Stockton, Karl Malone, Joe Dumars, A.C. Green y Charles Barkley. Todos ellos llegarían a la final de la NBA como titulares. Stockton miró a su alrededor: “Me gustaría poder coger a los seis que vamos aquí y enfrentarnos a seis jugadores de los que vayan a la selección”.
Para Michael Jordan y el resto de los doce elegidos el día 14 de julio, la preparación continuaba. Bobby Knight había programado una serie de partidos contra jugadores de la NBA y había pedido especialmente a los profesionales que fueran agresivos para que la selección estuviera preparada para enfrentarse a rivales como los yugoslavos o los argentinos. En realidad, los combinados NBA no suponían un desafío real, ya que la denominación de allstars ocultaba el hecho de que apenas contaban con dos o tres estrellas y el resto eran suplentes o marginales; además, llegaban en baja forma física y sin la menor conjunción (Billy Cunnigham, que actuó de entrenador de uno de esos combinados, se encontró totalmente solo en el pabellón a la hora a la que se había fijado el entrenamiento). La selección olímpica los venció con facilidad, pero ese mismo hecho sirvió para sacar a la luz una cierta competitividad entre los profesionales, a quienes no gustó en absoluto ver que un puñado de universitarios los dejaban en evidencia. Los partidos tuvieron momentos de tensión cuando los NBA sacaron los trucos de los veteranos, y a punto estuvieron Jordan e Ewing de llegar a las manos con sus rivales. En un curioso avance del futuro, “Magic” Johnson e Isiah Thomas parecieron no tener la mejor opinión de la actitud descarada de ese joven Michael Jordan al que gustaba exhibirse haciendo mates.
En comparación, el torneo oficial resultó casi tedioso. La superioridad de los anfitriones fue tan evidente que la revista Sports Illustrated otorgó al baloncesto el título de “Aburrimiento Oficial de los Juegos Olímpicos de 1984”. El convencimiento generalizado de que las demás selecciones competían por la plata quedó ilustrado en un famosísimo artículo del entrenador Aíto García Reneses escrito en 1999: “La primera vez que me impresionó Michael Jordan fue en San Diego (California) unos días antes del comienzo de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984. Una selección de los jugadores profesionales de la NBA que estaban jugando una Liga de Verano se enfrentó a la selección olímpica de Estados Unidos. Faltando dos minutos para terminar el partido Jordan penetró junto a la línea de fondo y cuando iba a tirar, ante el peligro de un tapón, continuó su vuelo para hacer un tiro a canasta pasada. A pesar de ser frío como espectador, terminé el partido sin volver a sentarme en mi asiento, asombrado, como muchos de los allí presentes. Recuerdo que antes de acudir a Estados Unidos le había comentado a Antonio Díaz Miguel, por entonces seleccionador español, que se debía acudir a los Juegos con la ambición de ganar a todos. ‘¿Por qué no se puede ganar a Estados Unidos si el equipo estará compuesto por jóvenes de 21 años que es posible que se pongan nerviosos?’. Menos mal que tuve ocasión de verle el día anterior al comienzo de los Juegos para decirle que se olvidase de mi comentario: no les íbamos a ganar.” Eso no impidió que Bobby Knight invocara la justicia divina ante los atropellos que se veía obligado a superar, por supuesto, pero sí hicieron que se le prestara menos atención. El entrenador estadounidense protestó por haber sido encuadrado en el grupo más difícil (a pesar de que antes del torneo había dicho que los rivales más peligrosos eran Yugoslavia e Italia, que estaban en la otra parte del cuadro), se enfrentó con todos los árbitros con los que se cruzó y obligó a Michael Jordan a disculparse ante sus compañeros por su mala actuación contra Alemania aunque se le saltaran las lágrimas. Pero cuando Bobby Knight giró la pizarra en la que iba a anotar sus últimos comentarios antes de la final, se encontró con una nota escrita por el jugador: “Entrenador, después de toda la mierda que hemos tenido que pasar, no hay forma de que perdamos hoy”.
No era arrogancia. La selección estadounidense arrasó a casi todos sus rivales a pesar de que Bobby Knight mantenía un férreo control del juego y se negaba a dar libertad o continuidad a sus mejores anotadores. Incluso el marcador del partido contra Alemania fue engañoso, ya que para remontar hasta una diferencia honrosa los germanos se limitaron a encerrarse y abdicar de cualquier intento de ir a por la victoria. Sólo España pudo plantarles cara, y llegó incluso a ir por delante en la primera parte de su enfrentamiento en la fase de grupos. Pero Bobby Knight arengó a sus “tropas” durante el descanso, y con un dominio abrumador del rebote destrozaron a los españoles en la segunda parte. En la final no hubo partido, ya que la selección española se lo tomó como una celebración de su medalla de plata, aunque Díaz Miguel intentó protestar por un arbitraje que, en su opinión, se había amedrentado después de señalarle una técnica al incendiario técnico local. Bobby Knight había intentado inculcar a sus jugadores una perspectiva histórica sobre lo que significaba representar a su país, y para ello había recurrido a grandes figuras del pasado como Pete Newell (entrenador de la legendaria selección de 1960 en Roma) o a los primeros medallistas de 1936 en Berlín. Cuando terminó la final y sus jugadores intentaron alzarlo en hombros, señaló a uno de sus asesores: Hank Iba, seleccionador nacional de Munich’72.
7 El general manager de una franquicia es normalmente el responsable de las decisiones relativas a los fichajes o traspasos de jugadores.
8 Según Alexander Wolff en Sports Illustrated, los seleccionadores soviético y estadounidense se encontraron en el preolímpico de París en mayo de 1984. Bobby Knight, furibundo anticomunista, escribió en su libreta las palabras “Moscú” y “Los Ángeles” unidas por una flecha: “Esto ha llevado a esto. Nos culpo a nosotros más que a vosotros”.