Uno de los motivos sugeridos por Phil Jackson por los que Michael Jordan podría estar interesado en volver a jugar era que los Chicago Bulls de 1995 se parecían muy poco a los de 1993. La salida más traumática había sido la de Horace Grant, cansado de recibir menos de la atención que creía merecer, mientras que Phil Jackson creía que se preocuba más de evitar lesionarse que de ayudar al equipo. Los Bulls usaron como última carta al propietario, Jerry Reinsdorf, que se mantenía al margen para poder intervenir en casos así, pero su reunión con Grant terminó en desastre, con ambas partes convencidas de que el otro había intentado timarles. Habían dejado marchar a Scott Williams, un jugador demasiado frágil físicamente para darle minutos con continuidad, y John Paxson y Bill Cartwright se habían retirado (en el último momento éste había aceptado una oferta de Seattle por un año más).
La temporada 1993-94 había sido difícil. Las lesiones dejaron al equipo en cuadro muchos partidos, y tampoco habían contado con una gran armonía en el vestuario. Steve Kerr había resultado ser el tipo de jugador que le gustaba a Phil Jackson, y como consecuencia B.J. Armstrong se encontraba sentado en el vestuario con mucha más frecuencia de lo que esperaba, Will Perdue veía cómo el equipo llegaba a juntar a cinco pívots a la vez en una clara muestra de desconfianza hacia su futuro y Scottie Pippen mantenía una guerra abierta con Toni Kukoc. En el pasado Jordan era el que hacía pasar las de Caín a los recién llegados y Pippen el que procuraba facilitarles la integración en la plantilla y con los entrenadores, pero las circunstancias de su fichaje provocaron que el croata se encontrara permanentemente en el punto de mira de su nuevo compañero. Scottie Pippen no sobrellevó bien las tensiones derivadas de su nuevo papel como estrella del equipo, y además de su rivalidad con Kukoc entabló un pulso permanente con la gerencia por lo que él consideraba ausencia de refuerzos después de la marcha de Jordan. Los Sixers habían puesto a la venta al escolta Jeff Hornacek, pero pedían como parte del pago la elección de primera ronda del draft y Krause no estaba dispuesto a aceptar. Si los Bulls se desfondaban, esa primera ronda sería muy alta y serviría para iniciar la reconstrucción, así que representaba una póliza de seguros de la que no quería prescindir. El caso más publicitado fue el del base Derek Harper, que se ofreció insistentemente a través de la prensa. Sin embargo, Jackson y Krause consideraban que Harper había perdido velocidad en defensa con los años, así que finalmente la única incorporación fue el pívot australiano Luc Longley, que llegó a cambio de Stacey King. Algunos analistas como Isiah Thomas consideraron un acierto el fichaje de Longley, un pívot grande que sabía pasar el balón, pero a Pippen le parecía poco menos que una broma de mal gusto como gran refuerzo cuando para colmo Derek Harper terminó en los Knicks, un rival directo.
A pesar de las lesiones y los problemas internos, los Chicago Bulls ganaron 55 partidos y colocaron a tres jugadores en el All Star (Armstrong, Grant y Pippen, que se llevó el MVP). En primera ronda batieron a los Cavs, siempre los Cavs, y en segunda ronda fueron eliminados en siete partidos por los New York Knicks. Los Bulls consideraron que la serie se decidió en el quinto partido, cuando los Bulls estuvieron a punto de robar el factor cancha hasta que una dudosísima personal sobre Hubert Davis a falta de dos segundos le dio la victoria a New York. Phil Jackson se había quejado varias veces por los arbitrajes de Hue Hollins, especialmente después de la derrota en Philadelphia en los playoffs del 93 cuando los Sixers dispusieron de 43 tiros libres, pero la respuesta de la NBA había sido asignarlo al máximo posible de partidos de los Bulls, como parte de la guerra sorda entre la oficina central de la liga y la franquicia de Chicago que duraba ya años. Es muy posible que esa jugada, un contacto posterior a la acción de tiro y muy exagerado por Davis, decidiera el resultado de la serie. Posteriormente el entrenador de los Knicks admitió que se habían beneficiado de un error, e incluso el presidente de los árbitros declaró a la prensa que la decisión de Hollins había sido “terrible”, pero todo eso quedó ensombrecido por lo sucedido en el tercer partido.
A falta de dos segundos Toni Kukoc recibió el saque de banda y se giró para anotar una dificilísima media vuelta que daba el triunfo a los locales, pero la auténtica noticia se produjo cuando se corrió la voz de que Scottie Pippen se había negado a saltar a cancha en esa jugada final cuando Phil Jackson decidió que el último tiro sería para el croata. Pippen creía que siendo la estrella del equipo él debía hacer ese lanzamiento, y además estaba furioso con Kukoc, ya que si los Bulls se encontraban en esa situación desesperada se debía a un error del novato, que se cruzó por equivocación al lado fuerte e hizo que Pippen se comiera el final de la posesión. Phil Jackson consideraba que Kukoc era un jugador especialmente dotado para finales apurados (algo que Jordan había comentado durante la temporada), y no quiso cambiar de opinión. Los demás jugadores rodeaban a Pippen en un momento de gran confusión y pareció que Pippen iba a ceder, pero Jackson resolvió el tema. “A la mierda, lo haremos sin él.” Después del partido, Bill Cartwright se encaró con Pippen a pesar de que se le saltaban las lágrimas por la frustración, y le hizo ver que el equipo había trabajado mucho y llegado muy lejos para que los dejara tirados en el peor momento. Grant y Armstrong habían olvidado sus disputas con la gerencia, English y Myers estaban peleando como gatos panza arriba y el propio Cartwright había dejado atrás sus lesiones para ofrecer minutos de calidad. Pippen había sido su líder, mejor jugador del All Star, candidato a MVP y autor de un mate sobre Pat Ewing que no tenía nada que envidiar a Jordan, pero después de ese tiempo muerto lo había estropeado todo. Lo único que se recordaría era que no había querido salir a jugar porque su entrenador había elegido a otro para el último tiro.
Esa jugada fue la gota que colmó el vaso para Jerry Reinsdorf, que aprobó la sugerencia de Krause de buscar un traspaso provechoso. Durante el verano de 1994 los Bulls alcanzaron un acuerdo con los Sonics por el cual enviarían a Pippen a Seattle a cambio del ala-pívot Shawn Kemp y una elección del draft que podría convertirse en el escolta Eddie Jones, con lo que cubrían las ausencias de Jordan y Grant además de hacerle un hueco de titular a Kukoc. Pero en el último momento el propietario de los Supersonics se echó atrás, y aún peor fue que Pippen se enteró del acuerdo por la prensa, lo cual provocó que rompiera relaciones definitivamente con Jerry Krause. Los Bulls se encontraban sin ningún refuerzo, habiendo perdido a Horace Grant y dependiendo de una estrella que estaba enfrentada con la gerencia. Para intentar contentarlo ficharon deprisa y corriendo al agente libre Ron Harper, un amigo de Pippen que había sido un anotador espectacular antes de destrozarse la rodilla. Cuando Harper se incorporó al equipo, los entrenadores seguramente pensaron lo mismo que Jordan cuando se enteró del fichaje: “¿Han pagado veinte millones por eso?”. Las lesiones lo habían convertido en un jugador marginal, que en defensa carecía de desplazamiento lateral y en ataque no conseguía ni desbordar con explosividad ni dominar las sutilezas del triángulo ofensivo. Los Bulls tuvieron que repescar apresuradamente a Pete Myers, que por lo menos defendía, y Krause se encontró con su carísimo agente libre sentado en el banco.
La temporada 1994-95 fue más dura que la anterior, sobre todo porque el agujero negro en el puesto de cuatro amenazaba con tragarse al equipo. Phil Jackson estaba muy orgulloso de su trabajo con los pívots del equipo, usando a Perdue, Wennington o Longley (cuando estaba sano) dependiendo de las características del rival, pero ninguno era un cinco dominante y eso hacía más evidente la falta de un ala-pívot de garantías. Habían intentado pescar en el draft, pero ni Corie Blount ni Dickie Simpkins parecían ser la respuesta, y el batallador Larry Krystkowiak no se había recuperado de la noche en la que por casualidad se destrozó la rodilla en las proximidades de Bill Laimbeer. Jackson había optado por sacar a Toni Kukoc como “falso cuatro”, aceptando perder la batalla en los tableros a cambio de mejorar las escuálidas capacidades ofensivas de su equipo. Los Bulls andaban por el 50% de victorias, y Michael Jordan era tan consciente de ello que ignoró a Krause y se dirigió directamente a Jerry Reinsdorf para saber los planes del equipo. Scottie Pippen creía que Jordan pondría como condición para su vuelta un nuevo contrato para su compañero, pero probablemente era imposible en esos momentos (la NBA estaba pendiente de negociar un nuevo convenio colectivo con el sindicato de jugadores, y se vislumbraba la amenaza de la huelga o cierre); la mayor preocupación de Jordan era si los Bulls estaban decididos a desprenderse de Scottie Pippen, y Reinsdorf le aseguró que eso sólo se produciría en caso de una oferta claramente ventajosa que mejorara la plantilla.
La expectación por el debut de Michael Jordan era tan exagerada que le impidió viajar con el resto de la plantilla. Dado que el número 23 seguía oficialmente retirado, Jordan iba a usar el 45 como en el béisbol, algo que provocaría algunos rumores cuando las tiendas de Chicago aparecieron con su nuevo número de la noche a la mañana, sugiriendo que las circunstancias de su vuelta se habían decidido con más antelación de lo dicho. También fue una noche de sorpresas para Jordan, que se encontró en el pabellón con Carmen Villafane, una joven con parálisis cerebral que comenzó siendo una fan y terminó convertida en una amiga. “¿Qué haces aquí? ¿No podías esperar al partido del viernes en Chicago?”, exclamó el jugador. “He esperado demasiado”, respondió ella, y no era la única. Michael Jordan salió de titular contra los Pacers, y en la primera jugada robó un balón suelto a Rik Smits. El resto del partido no fue tan fructífero, y acertó solamente 7 de sus 28 tiros en una derrota en la prórroga. “Ese porcentaje de acierto puede ser bueno en el deporte que jugabas antes”, le dijo en broma Phil Jackson, “pero aquí esperamos algo más cercano al 50%”. Jordan admitía que los nervios le habían pasado factura: “Por eso los tiros me salieron largos y las bandejas se me quedaron cortas”. Su primera actuación memorable fue contra Atlanta, donde se encontraban sus viejos rivales Lenny Wilkens y Craig Ehlo, que estaba en la lista de lesionados y suplicó en vano que lo activaran para ese partido. “Es la revancha, no puede volver sin mí. No podrá meter sus sesenta puntos si no estoy yo.” No llegó a tanto, pero sí alcanzó los 32 puntos, incluyendo la canasta de la victoria a falta de cinco segundos.
A pesar de esa brillante actuación, Michael Jordan sufría de una evidente falta de ajuste, sobre todo en el tiro exterior. Se buscaron muchas explicaciones, desde los nervios a la dureza de los aros pasando por suprimir los fuegos artificiales de las presentaciones que dejaban una película de residuos sobre el parqué, sin demasiado éxito. Parte de ello se debía seguramente a su falta de familiaridad con el nuevo United Center, un pabellón que detestaba. “Es muy bonito”, había declarado durante la ceremonia de retirada de su número meses atrás. “Parece un centro comercial.” Sin embargo, la mayor diferencia era el propio Jordan, que llegaba después de meses sin jugar partidos oficiales y con un físico más ancho, por lo que se cansaba en los partidos y no alcanzaba la misma elevación en los tiros en suspensión. Phil Jackson ha declarado posteriormente que decidió intentar proporcionarle una gran actuación en el Madison Square Garden que aumentara su confianza explotando su superioridad al poste, aunque las afirmaciones del Maestro Zen hay que tomarlas siempre con reservas. No fue al poste donde Jordan hizo el mayor daño a los Knicks, sino en tiros de media distancia clavándose después de amagar la penetración. Esa noche parecía infalible, y los números se amontonaban como en sus mejores partidos: 20 puntos en el primer cuarto con 9/11 tiros, tres de cuatro triples, récord de anotación en el Garden con 55 puntos totales. Como todos los grandes momentos de la carrera de Jordan, este partido quedó inmortalizado con un apodo exageradamente modesto para resaltar su mismo impacto: el double nickel, por la monedita de cinco centavos. No fue el Jordan estratosférico de antes de la retirada, sino un jugador que puso al Garden en pie anotando casi a voluntad con máxima eficacia. Todo gran partido necesita un rival a la altura, y los Knicks liderados por un magnífico Pat Ewing plantaron cara hasta el último segundo, cuando Michael Jordan coronó su exhibición con la canasta de la victoria: “En una jugada anterior creí haber superado a Starks cuando Patrick vino a la ayuda y me taponó”, explicó. “Mentiría si dijera que pensaba dar un pase, mi intención era tirar. Pero cuando Patrick vino, pude pasársela al que estaba solo.” Los Bulls hicieron un aclarado para Jordan, la sorpresa fue que cuando Ewing acudió a la ayuda, en lugar de insistir en la jugada individual Michael le dobló el balón a Bill Wennington solo debajo de canasta y éste se convirtió en el sorprendente héroe del partido.
En realidad, esa jugada ponía de relieve el notable cambio de actitud que había experimentado Michael Jordan. Seguía acaparando demasiados tiros, ya que su reacción a su propia irregularidad era tirar más, ignorando a Steve Kerr solo en la línea de tres, y seguía sin ocultar su pobre opinión sobre algunos compañeros, como Blount o Krystkowiak. Sin embargo, su trato con los demás jugadores y con la prensa era mucho más suave, más calmado después de su paso por el béisbol. Dedicaba tiempo a las entrevistas, bromeaba con los viejos conocidos e incluso reaccionó a una columna decididamente crítica llamando a su autor y explicándole de manera amistosa por qué no estaba de acuerdo con sus argumentos y qué aspectos pensaba que no había considerado. Perdue se quedó de piedra cuando Jordan afirmó públicamente que se sentía mucho más cómodo con él que con Longley, adoptó a Kukoc y Simpkins como discípulos, y durante los partidos intentaba buscar a B.J. Armstrong para que saliera de su mala racha de tiro. “Está animando a sus compañeros, intentando explicarles cómo jugar con él”, afirmó Phil Jackson. “Está jugando uno contra uno con gente como Dickey, sólo por divertirse. Sigue con lo de las apuestas a ver quién hace un tiro y cosas así, pero también hay una aceptación que nos ha facilitado mucho el trabajo a los entrenadores.” Aún era capaz de pegarle un grito a Myers si a éste se le ocurría tirar en vez de pasársela, pero estaba recorriendo el camino que lo llevaría desde necesitar un tiempo muerto para comprender que Paxson estaba solo hasta darle el balón decisivo a Wennington.
A pesar de que Jordan bromeaba sobre su falta de acierto en el tiro (“los Bulls estaban jugando bien hasta que llegué yo”), su presencia sirvió para corregir el principal defecto de Chicago durante la temporada, que eran las pérdidas de concentración. En numerosas ocasiones los Bulls tomaron ventajas aparentemente decisivas que terminaron perdiendo en la segunda parte, y la llegada de Michael Jordan al menos solucionó ese fallo. Los Chicago Bulls terminaron la temporada con un parcial de 14-3 desde su incorporación, y adelantaron a los Cavs para evitar a los Knicks en primera ronda en favor de los Charlotte Hornets, un equipo dividido por las lesiones y el enfrentamiento entre sus figuras Alonzo Mourning y Larry Johnson. Ese cruce supuso además el reencuentro de Pippen y Jordan con Johnny Bach, convertido en asistente de los Hornets. “No temo a ninguno de vuestros jugadores, te temo a ti”, le dijo Pippen antes del primer partido. Bach había salido de Chicago de manera traumática, oficialmente porque Jerry Krause no estaba de acuerdo con que un asistente concediera entrevistas. Phil Jackson admitió que había renunciado a defender la continuidad de John Bach, pero según los rumores la historia real era aún más sombría: Jackson, molesto por la confianza de los jugadores en su subordinado y por su costumbre de ignorar las instrucciones, había convencido a Krause (o permitido que éste se convenciera) de que Bach era la fuente que filtró a Sam Smith los párrafos más hirientes del libro The Jordan Rules. Años después Krause se enteró de que la auténtica fuente había sido el propio Phil Jackson, y buscó a Johnny Bach para pedirle perdón entre lágrimas.
Michael Jordan anotó a voluntad contra los Hornets, sumando 48 y 32 puntos en los dos partidos jugados en Charlotte, pero el resultado global fue decepcionante. Ganaron el primero en la prórroga y perdieron el segundo cuando Johnson y Mourning arrollaron la débil defensa interior de los Bulls, y el equipo era consciente de que podrían haberse llevado los dos partidos. Phil Jackson decidió hacer cambios y anunció que Longley y Buechler serían titulares en detrimento de Perdue y Kukoc, arriesgándose al enfado de un Jordan que ya había discutido la elección de Blount por delante de Simpkins para la plantilla de playoffs. En el último momento Jackson anuló la titularidad de Buechler, quizás porque sólo buscaba asustar al jugador croata, y si fue así funcionó a la perfección. Toni Kukoc jugó a gran nivel los dos partidos siguientes, y los Bulls pasaron de ser un monólogo de Jordan a un equipo más diversificado en ataque. En defensa, Jackson ordenó que flotaran a Muggsy Bogues, explotando sus limitaciones ofensivas, para doblar sobre Alonzo Mourning. Los Bulls resolvieron la eliminatoria por un claro 3-1, aunque no faltaron las acusaciones de favoritismo arbitral: en el último segundo del cuarto partido Hersey Hawkins capturó un rebote de ataque y Michael Jordan le agarró del brazo para obstaculizarle el tiro sin que los árbitros indicaran personal. Fue el típico final en el que los árbitros se limitan a dejar seguir, pero Mourning declaró que se trataba de una prueba de que la NBA estaba interesada en favorecer a un jugador con más tirón como Jordan (los Bulls respondieron que el pívot de Charlotte había dispuesto de 16 tiros libres, casi tantos como todo el equipo local).
Si el partido de los 55 puntos en el Madison fue el punto culminante de la vuelta de Michael Jordan al baloncesto, la serie contra los Orlando Magic fue el punto más bajo, especialmente el final del primer partido. Los Bulls lograron imponer su ritmo lento, y a falta de pocos segundo para la conclusión parecían haber robado una importante victoria en Orlando: un alley-oop de Kukoc a Pippen los había puesto por delante, y a continuación Armstrong robó el balón en defensa. Para sorpresa de Phil Jackson, los Magic no intentaron hacer falta, así que Jordan sólo tenía que aguantar la posesión para ganar el partido. Superó a Nick Anderson, cruzó la línea de medio campo…y de repente Anderson llegó por detrás y le arrebató el balón de la mano. “Penny” Hardaway lo recogió y asistió a Horace Grant para el mate, y Jordan remató su actuación perdiendo también el último ataque, cuando se levantó en la línea de personal y rectificó sobre la marcha, intentando el pase sobre un Pippen que en ese momento corría a colocarse al rebote. Michael Jordan fue el máximo anotador de su equipo, pero sus ocho pérdidas condenaron a los Bulls, y especialmente las dos últimas resultaban casi increíbles en un jugador que parecía crecerse en los momentos de exigencia máxima. Phil Jackson no recordaba verle perder la referencia del defensor así.
Nick Anderson aprovechó su momento de fama para hurgar en la herida, apoyando la idea de que Jordan estaba acusando su edad. “Antes de retirarse tenía más velocidad y explosividad, y ahora no es que no tenga, pero no es igual que cuando era el número 23. Aún hace algunas cosas, pero no como el número 23. El número 23 era imposible de alcanzar, el número 45 acelera pero no llega a despegar.” Estas declaraciones hirieron el orgullo de Jordan, y cuando el utillero de los Bulls le dejó caer que siempre llevaba una camiseta con el 23, “por si acaso”, decidió que había llegado el momento de volver a su número de siempre. Ese gesto ponía de relieve la curiosa contradicción de un Michael Jordan que insistía en trazar su propio camino con independencia, y luego se dejaba arrastrar por cualquier crítica. Había puesto gran énfasis en la supuesta trascendencia de su nuevo número 45, ya que significaba que su difunto padre había visto todos sus partidos con el 23, y cuatro palabras de un rival crecido bastaban para echarlo todo por tierra. Además, eso suponía enfrentarse a la NBA, que por motivos de márketing prohibía los cambios de número a mitad de temporada, e indisponerse con los aficionados que habían adquirido a toda prisa las nuevas camisetas para encontrarse con que pocas semanas después perdían todo valor. Jordan podía ignorar las multas de la NBA (que ya le había sancionado por llevar unas zapatillas diferentes a las de sus compañeros), pero atribuyó la respuesta negativa del público a una campaña de la prensa, muy crítica después de su mala actuación en el primer partido.
Jordan se reivindicó con 38 puntos que rompieron el segundo partido de la serie y devolvieron la ventaja de cancha a los Bulls. El viejo número 23 mostraba la magia de siempre, y los Magic parecían a punto de descomponerse. El “monstruo de tres cabezas” (o más bien las 18 personales posibles que sumaban Longley, Perdue y Wennington) impedía que Shaquille O’Neal dominara los partidos, habían maniatado a “Penny” Hardaway y se estaba jugando al ritmo que quería Phil Jackson. Éste había elegido la película Cadena perpetua como tema de la eliminatoria, ya que consideraba que Orlando era el mayor obstáculo que podían encontrar y si lo superaban el anillo estaba a su alcance. Sin embargo, estas expectativas sufrieron un duro golpe en el tercer partido, en el que los Bulls intentaron seguir a los jóvenes Magic hasta que les fallaron las fuerzas en el último cuarto, cuando nadie fue capaz de apoyar a Jordan y Pippen. A pesar de que empataron la eliminatoria 2-2 en el siguiente encuentro con un juego mucho más equilibrado, habían vuelto a perder la ventaja de campo y cada vez era más evidente que no tenían respuesta para Horace Grant. Jackson había apostado por flotarle a Grant, pero el afán de éste por reivindicarse ante su antiguo equipo hacía que estuviera jugando los mejores partidos de toda su carrera.
Michael Jordan no comprendía qué le pasaba. En el partido de exhibición que jugó contra Pippen se había encontrado muy cómodo, y en los entrenamientos parecía el de siempre. Pero en los partidos perdía la concentración, le fallaban las fuerzas, cometía errores de principiante y permitía que fueran los rivales quienes culminaran las jugadas decisivas. Le recordaba a la desagradable sensación que le había producido en el béisbol ver las gradas llenas de espectadores atraídos por el reclamo de su nombre, siendo incapaz de ofrecer una actuación a la altura necesaria en el terreno de juego. En el quinto partido sus puntos pusieron a los Bulls por delante en la primera parte, pero en la segunda Dennis Scott por fuera y Horace Grant por dentro lideraron a los Magic, mientras Jordan, Pippen y Wennington fallaban hasta los tiros más fáciles. La eliminatoria llegó a un triste final en el sexto encuentro, en unos minutos finales con Michael Jordan convertido en una caricatura de sí mismo que se obcecaba en buscar una canasta que se le negaba, y que se tiraba hasta las zapatillas ignorando a sus compañeros y sin el acierto de temporadas pasadas.
Para sorpresa de los periodistas, la nueva actitud de Michael Jordan sobrevivió a la derrota, y se sentó a hablar en profundidad y con calma sin ningún resto de las tiranteces que siguieron al primer partido. En lugar de convertir cada entrevista en un pulso como sucedió durante los tres campeonatos, hablaba con sinceridad y sin evitar los temas difíciles. Era el primero en bromear sobre su fracaso en el béisbol y en reconocer que había sido un período de crisis personal (“estaba perdido dentro de mí mismo y ni siquiera me daba cuenta”). También asumió su responsabilidad personal por la derrota, sobre todo en lo referente al primer y al último partido, y atribuyó el mérito de la victoria a la gran actuación de Horace Grant. Quiso dejar claro que su intención era seguir jugando la temporada siguiente, y se lo veía casi feliz a pesar de haber sido eliminado minutos antes. “Estoy muy contento de haber vuelto. Es una decepción no haber sido capaz de robar un campeonato, si se puede llamar así, pero me alegro de haber vuelto. Me sigue gustando el baloncesto y sigo encontrando desafíos en él. Ha sido una temporada divertida.”
Cuando estaba a punto de marcharse, Michael Jordan volvió sobre sus pasos para una última reflexión: “Deberían volar este edificio”.