En 1988 los Chicago Bulls parecían preparados para dar el salto a aspirantes. Michael Jordan con su flamante MVP era una estrella incuestionable, Doug
Collins era admirado por la mejora del equipo, Pippen y Grant habían pasado de promesas a realidades. Sin embargo, la derrota ante los Pistons había puesto en evidencia los puntos débiles del equipo, y Jerry Krause estaba convencido de que tenían que resolver esas carencias. Una de ellas era el perímetro, donde había resultado difícil encontrar acompañantes que supieran hacer llegar el balón a Jordan y encestar sus tiros aprovechando los huecos de la defensa rival, pero el más preocupante era el puesto de cinco, ocupado por una serie de jornaleros esforzados como Dave Corzine incapaces de aportar anotación o defender a los grandes pívots rivales.
Krause había buscado sus principales refuerzos en el draft, pero el precio de la buena temporada que habían hecho era una elección muy baja para 1989. Los dos grandes proyectos de pívots que se presentaban ese año, Rik Smits y Rony Seikaly, no estaban al alcance de los Bulls y su número 19. El otro camino era un traspaso, y Krause tenía una pieza muy valiosa para negociar: Charles Oakley, segundo máximo reboteador de la NBA las dos temporadas anteriores (Michael Cage de los Clippers le arrebató el primer puesto por centésimas en la última jornada, cuando su equipo le cedió todos los rebotes del partido). Para Krause no era fácil traspasar a Oakley, ya que se trataba de su primer éxito en la franquicia, un jugador que había descubierto y que había resultado el tipo de jugador profesional e implicado que andaba buscando. Aún más importante, era el mejor amigo de Michael Jordan en la plantilla, el único que acudía a defenderle de los Mahorn o Laimbeer de este mundo. La diferencia con Horace Grant había quedado ilustrada por una jugada durante la serie contra los Cavs: John Williams derribó a Jordan en una penetración, y mientras Oakley enseñaba los dientes a cinco centímetros de la cara de Williams, Grant acudía a levantar a Jordan como un buen samaritano. Sin embargo, deportivamente el progreso de Horace Grant había hecho prescindible a Oakley. Grant no era tan buen reboteador, pero con Jordan y Pippen podía cubrir ese aspecto; en defensa era un buen taponador, y en ataque era más eficiente y disciplinado. El baloncesto está lleno de jugadores interiores empeñados en jugar fuera, y Charles Oakley era uno de ellos. Desde su llegada al equipo Oakley había mantenido un pulso constante con los entrenadores reivindicando el aprovechamiento de su tiro exterior, que él consideraba una herramienta ofensiva básica, mientras que los técnicos veían como un recurso puntual. “Trabajo duro y nunca hacen jugada para mí. Soy el mejor reboteador de la liga, peleo en los tableros todas las noches y hago lo que sea por el equipo. Pero deberían hacer algo ellos por mí”, declaró durante los playoffs. Oakley era el único jugador que se atrevía a discutir públicamente la distribución de tiros en el equipo, y lo hacía criticando no a Jordan por aprovecharlo sino a Collins por permitirlo o favorecerlo.
Jerry Krause intentó ofrecer a Oakley a cambio de una elección de lotería que le permitiera draftear a Rik Smits, pero nadie estaba dispuesto a renunciar a un pívot de más de 2,20 de estatura con una muñeca de seda. Krause recurrió al mercado de traspasos, a pesar de que no era fácil encontrar a un equipo dispuesto a deshacerse de un pívot válido. De entre las escasas opciones disponibles destacaba la de Bill Cartwright, a quien Krause había conocido cuando era una gran promesa del baloncesto universitario. Su carrera profesional en los Knicks no había estado a la altura de las expectativas, y una racha de lesiones en los pies lo había mantenido alejado de las pistas durante dos años. Para cuando consiguió recuperarse, el equipo había conseguido a Pat Ewing, un pívot más joven y más prometedor que ocupaba su puesto. Durante un tiempo los Knicks jugaron con la idea de crear sus propias “torres gemelas” a imitación de los Houston Rockets que habían llegado a la final de la NBA con Ralph Sampson y Hakeem Olajuwon, pero no llegó a cuajar. Ewing no estaba interesado en reconvertirse a ala-pívot, y el intento le costó el puesto al entrenador Hubie Brown. Rick Pitino probó a invertir el concepto, pero no tuvo más éxito con Cartwright como ala-pívot y era conocido que los Knicks llevaban meses intentando traspasarlo. En sus mejores temporadas Bill Cartwright había sido considerado un buen anotador interior, pero poco interesado en el trabajo sucio en defensa y rebote; sin embargo, a estas alturas de su carrera sólo buscaba un equipo en el que poder jugar lejos de la hiriente prensa neoyorquina. Krause apreciaba a Cartwright y pensaba que podía desempeñar el papel que necesitaban los Bulls, pero tenía dudas sobre su estado físico. Los médicos del equipo lo sometieron a una batería de pruebas para confirmar que estaba recuperado de sus numerosas lesiones, pero Krause no se atrevía a dar el paso sin algún tipo de respaldo.
Como parte del intercambio de Oakley por Cartwright los Bulls recibirían además la elección de draft de los Knicks (con el número 11) a cambio de su número 19. Krause soñaba con que eso le permitiera elegir a Rony Seikaly, cuyos recursos ofensivos eran evidentes, pero siendo realistas era muy improbable que el pívot de Syracuse cayera hasta ese puesto. El siguiente pívot en el draft era Will Perdue de Vanderbilt, a quien la mayoría de los ojeadores consideraba demasiado lento y torpe para llegar a ser algo más que un suplente en la NBA y que en principio no entraba en los planes de los Bulls. Sin embargo, cuanto más lo estudiaba Krause más se convencía que podía convertirse en el pívot de futuro del equipo, y la idea de descubrir a otro diamante en bruto iba tomando forma en su mente. A pesar del escepticismo de los entrenadores y de sus propios ojeadores, Jerry Krause hizo que Perdue viniera a Chicago para una sesión de entrenamiento tan secreta que el jugador se perdió al ser incapaz de recordar con qué nombre falso se tenía que registrar en el hotel (de esta anécdota surgió uno de los apodos de Krause, “el espía”). Para cuando terminó esa sesión, Krause se había convencido de que Will Perdue iba a convertirse en el futuro pívot titular de los Chicago Bulls gracias a su capacidad de pase y bloqueo.
La sorpresa en las oficinas de la franquicia fue mayúscula, ya que hasta poco antes Krause había pregonado a los cuatro vientos las capacidades de Dan Majerle, un explosivo alero apodado Thunder Dan. Uno de los defectos de Jerry Krause era su insistencia en alabar las virtudes del último jugador que estuviera intentando fichar, sin percibir que eso hacía que los jugadores del equipo se sintieran minusvalorados. Krause había insistido tanto en la alabanza a Majerle que cuando Michael Jordan se enfrentó a él en la final de 1993 esperó al final del primer partido (en el que anotó 31 puntos) para detenerse delante de la fila de periodistas y exclamar un clarísimo Fuck Thunder Dan. Krause podría haber conseguido a Majerle con la elección que recibió de los Knicks, pero ya se había decidido por Perdue. Aún hizo un último intento, una idea descabellada que demostraba la nula capacidad de Jerry Krause para ponerse en el lugar de su interlocutor. Le dijo a Dan Majerle que los Bulls habían decidido elegir a otro jugador en primera ronda y no tenían elección de segunda ronda; pero si Dan Majerle se retirara de los torneos pre-draft alegando una lesión, era posible que cayera hasta tercera ronda y así los Chicago Bulls podrían seleccionarlo. El jugador apenas pudo creer lo que estaba oyendo y se negó en redondo.
Fue el final de cualquier posibilidad de entendimiento entre Michael Jordan y Jerry Krause. Para colmo, Jordan y Oakley habían ido con Charles Barkley a ver un combate de Mike Tyson, y el jugador sufrió la humillación de enterarse de que había sido traspasado cuando los periodistas le preguntaron por su reacción. “Creo que ‘Oak’ estaba en Atlantic City con Michael en un combate, y no pude localizarlo para decírselo”, recordaba Krause. “Se enteró cuando alguien se acercó a decírselo en medio del combate. Se lo contó a Michael, y Michael se volvió loco.” Jordan volvió inmediatamente a Chicago y celebró una reunión con Krause en la que exigió que nunca más se volviera a realizar un traspaso sin consultarle. Le resultaba especialmente doloroso que la prensa relacionara el traspaso de Oakley con sus quejas por el reparto de tiros y lo considerara una prueba de que criticar a Jordan en los Bulls era un crimen capital castigado con el destierro. Tampoco le convencieron los argumentos de los entrenadores de que Grant podría cubrir el puesto de Oakley. “Incluso yo puedo canear a Horace. ¿Se supone que él me va a proteger a mí?”, le espetó a Johnny Bach.
Michael Jordan nunca terminó de aceptar aquellas decisiones de Jerry Krause que no le gustaron en su momento. No llegó a reconocer que tuvo razón al draftear a Grant por delante de Joe Wolf, e incluso cuando racionalmente tuvo que admitir que el traspaso de Cartwright había sido un éxito, lo hizo remarcando que también la prensa lo criticó en su día. Dentro del equipo, eso significaba que Jordan no aceptaba a los recién llegados. Siguiendo con su costumbre se refería a Perdue como “Will Vanderbilt”, ya que decía que era demasiado malo como para usar el nombre de una universidad prestigiosa, y cuando en un entrenamiento Jordan se fue al suelo por un bloqueo de Perdue, le arreó un puñetazo al pívot. “¿Por qué no pones bloqueos como ése en los partidos?”, le gritó. “No lo entiendo. Siempre le hago bloqueos cuando estoy jugado y sé que nadie más que Ed lo hace”, declaró Perdue, en referencia a Ed Nealy (un pívot marginal de dos metros de alto por dos de ancho). “Sé que Bill nunca lo hacía. Pero sé que Michael nos odiaba a mí y a Bill.”
Jordan reservaba sus dardos más afilados para Bill Cartwright, que había llegado a cambio de su amigo. Cartwright era un jugador de capacidades muy definidas, que necesitaba recibir el balón en un lugar y de una manera concreta para ser efectivo. Jordan estaba acostumbrado a levantarse del suelo y una vez en el aire decidirse por el tiro o el pase, y sus compañeros debían estar preparados para recibir el balón en cualquier momento y anotar, porque el primer mandamiento de Jordan era que el jugador que no aprovechara un pase no recibiría otro. Brad Sellers ya lo había experimentado en sus carnes cuando Jordan se cansó de verlo titubear, y sucedió lo mismo con un Bill Cartwright cuyas manos parecían de cemento. Perdía tantos balones que algunos sospechaban que Jordan le lanzaba deliberadamente pases que no podría controlar para dejarlo en evidencia, y se llegó a rumorear que había prohibido al resto de los titulares jugar con Cartwright. Si alguno se atrevía a darle un balón, Michael Jordan se aseguraría de que ellos tampoco recibían más pases. El rumor llegó a oídos de Bill Cartwright, que pidió los vídeos de los partidos para comprobar si era cierto que Jordan evitaba pasarle el balón. Hay diferentes versiones sobre lo que sucedió a continuación, aunque la base fundamental es que Cartwright abordó a Jordan y le informó de lo que podía pasarle al que jugara con el pan de sus hijos. Según algunos la amenaza fue velada y referida a los problemas que podía encontrar Jordan en su carrera futura, según otros fue muy específica y referida a la integridad de la estructura ósea de sus piernas. En cualquier caso, Cartwright había dado sin saberlo con la única manera de ganarse el respeto de Michael Jordan, que era plantándole cara sin miedo.
La situación interna de los Chicago Bulls se estaba complicando por momentos. Con Pippen recuperándose de su operación y un juego más lento para aprovechar la presencia de Cartwright, los Bulls tuvieron un arranque de temporada por debajo de lo esperado. Fueron batidos cómodamente en casa por los Pistons en su debut, y en Navidades andaban por un triste 50% de victorias que a esas alturas suponía una decepción. Las derrotas trajeron tensiones en el vestuario, como la falta de confianza de Jordan en Grant o Cartwright, y también en el banquillo. Doug Collins y Jerry Krause habían tenido fricciones desde los primeros meses, en parte por ese talento que tenía el vicepresidente para la ofensa involuntaria. El deseo de Krause por sentirse parte del equipo le llevaba a estar presente en el día a día del equipo, y un entrenador tan nervioso como Collins no podía evitar reaccionar ante su falta de respeto hacia el espacio ajeno que llegaba a lo ridículo. Una anécdota relataba cómo en un viaje del equipo ambos subieron juntos en ascensor a la planta del hotel en la que estaban sus habitaciones, y mientras Collins abría la puerta Krause anunció que le había dado un apretón que no admitía espera. Ante la estupefacción del entrenador, Jerry Krause entró en su cuarto de baño y se alivió sin el menor reparo, dejando a Collins tan ofendido en su dignidad como en su olfato. Esas faltas de consideración fueron agriando el trato entre ambos, y Doug Collins empezó a reaccionar a la presencia fiscalizadora de Krause en los entrenamientos: “¿Qué haces aquí? ¿Qué estás haciendo en la pista?”. La situación en los entrenamientos se volvía cada vez más incómoda, con el entrenador echando de la pista al responsable del equipo y uno de los asistentes, Tex Winter, aislado en la grada sin poder tener contacto con los jugadores por orden de Collins. “Doug, para ser una persona tan inteligente”, le dijo Winter, “a veces me pregunto si sabes lo que estás haciendo.”
No todo eran defectos en Jerry Krause. Una de sus virtudes era la capacidad de soportar cualquier enfrentamiento personal mientras creyera que la franquicia se beneficiaba de la presencia de su enemigo. En la temporada 1988-89, sin embargo, se empezó a sospechar que la utilidad de Doug Collins estaba llegando a su fin. El mayor defecto de Collins era la ausencia de un estilo de juego definido, ya que había rechazado el triángulo y lo había reemplazado por un libro de jugadas en constante expansión que le había granjeado el apodo A Play A Day (“Una jugada al día”). Había convertido a los Bulls en uno de los equipos más peligrosos en finales de partido gracias a su capacidad para diseñar jugadas, y los entrenadores rivales resaltaban que sus equipos anotaban casi invariablemente a la salida de un tiempo muerto. “Si se pudieran pedir veinte tiempos muertos, Doug jamás habría perdido un partido”, resumía Johnny Bach. Pero en el desarrollo normal del juego el equipo era incapaz de encontrar su ritmo con un entrenador que estaba permanentemente marcando jugada y ladrando instrucciones. Esa costumbre era especialmente incómoda para los bases, que debían jugar con un ojo en el balón y otro en la banda hasta que terminaban derrumbándose bajo la presión. Cada temporada fichaban a un base que se convertía en el ideal para Collins durante varios meses, hasta que caía en desgracia y era sustituido por un nuevo base revelación. Doug Collins había conectado con Michael Jordan debido a su afán competitivo, pero las victorias y las derrotas le afectaban cada vez más. Durante el All Star un grupo de jugadores estaban charlando, compartiendo las típicas quejas sobre sus entrenadores. “Vosotros podéis creer que tenéis problemas con vuestros entrenadores, pero es que el mío llora todos los días”, sentenció Jordan. En cuestión de días Doug Collins podía poner por las nubes a un jugador después de una victoria y exigir su traspaso después de una derrota. Jerry Krause empezó a negarse a fichar más bases que duraban tres meses, y sospechaba que Collins se vengó condenando a Will Perdue al ostracismo más absoluto. Krause reconocía que Perdue era un jugador aún por hacer, pero que su gran apuesta fuera el novato con menos minutos de toda la NBA parecía demasiada casualidad. Doug Collins llegó a intentar tratar directamente con el propietario, Jerry Reinsdorf, a pesar de que no podía ignorar que con ello le estaba obligando a elegir entre el entrenador y el ejecutivo.
Michael Jordan afrontó la crisis anunciando al resto de la plantilla que se iba a encargar personalmente de compensar la marcha de Oakley y pasando por alto las instrucciones de buscar un juego más estático apoyado en Cartwright. Había decidido afrontar lo que Bach definía como su incapacidad para jugar más allá del tiro libre, que había permitido que Detroit le negara el balón reiteradamente, y para ello era necesario que mejorara su manejo de balón y su lanzamiento exterior. Jordan había desarrollado el foot jab, una finta de primer paso que se convertiría en su movimiento característico, pero lo solía utilizar desde el lateral para desbordar cuando lo defendían sin ayudas. El objetivo era transformarlo en la posición que se describiría como “la triple amenaza”, en la que Jordan podía amagar con la penetración por ambos lados y con efectuar el lanzamiento triple dependiendo de la respuesta del defensor. Si lo realizaba en la cabeza de la zona, en un espacio tan abierto que el rival no podía enviar a un segundo defensor, ese movimiento era imparable. Jerry Krause había encontrado al jugador capaz de enfrentarse a Jordan en los entrenamientos, un alero más conocido por su colaboración en numerosas obras sociales que por su buen juego llamado Charlie Davis. No era un prodigio físico ni técnico y a duras penas había conseguido mantenerse en la NBA cobrando el mínimo, pero Davis era un profesional que sabía que su trabajo era darlo todo en los entrenamientos para ayudar a Jordan.
El punto más bajo de la temporada se alcanzó justo antes de Navidades. Los Bulls apenas lograban mantenerse en mitad de la tabla mientras Pistons y Cavs competían por el mejor récord de la NBA, y Michael Jordan había perdido la paciencia con Sellers, Cartwright y Grant. Se reunió con Krause para pedirle el fichaje de algún refuerzo anotador, y éste le respondió que no tenían espacio salarial; entonces Jordan sugirió el traspaso de Horace Grant por Buck Williams, un jugador mucho más físico e intenso al que los Nets habían puesto en el mercado, pero Krause también se negó. En medio de esa tensión, el 17 de diciembre en Milwaukee los Bulls parecían encaminados a una nueva derrota cuando Doug Collins fue expulsado en los primeros minutos. Antes de abandonar el banquillo Collins dejó instrucciones detalladas a Phil Jackson sobre qué jugadas concretas debía ejecutar, pero Jackson decidió ignorarlas. Puso al equipo a presionar en defensa y dio libertad en ataque, y los Bulls remontaron para ganar el partido cómodamente. Mientras Doug Collins veía por televisión desde el vestuario cómo el equipo ganaba ignorando sus órdenes, la cámara enfocó a la zona de las gradas donde se encontraba sentado Jerry Krause. Junto a él estaba su esposa, y con ellos se encontraba June Jackson, la mujer de Phil. Al día siguiente, Collins acusó a Phil Jackson de conspirar con Krause para sustituirlo, y aunque una reunión de todos los implicados logró acordar una tregua, la relación entre ambos quedó muy deteriorada.
Apenas una semana después, un palmeo de Kurt Rambis en el último segundo certificó la derrota de los Bulls en Charlotte, uno de los equipos más flojos de la liga al tratarse de una franquicia de nueva creación. Era el 23 de diciembre, y normalmente al día siguiente se permitía que los jugadores pudieran celebrar la Nochebuena con sus familias. Sin embargo, Collins estaba tan enfadado por la derrota que programó una sesión de entrenamientos para la mañana del 24. Al día siguiente el equipo estaba en el aeropuerto para coger el avión de vuelta a Chicago, y Michael Jordan no apareció. No contestaba al teléfono, y cuando el fisio fue a su casa Jordan le dijo que no pensaba volar a Chicago, entrenar y volver a Charlotte donde vivía su familia sólo porque el entrenador tuviera un berrinche. Doug Collins había perdido el control de la situación, ya que si la estrella no se presentaba el escándalo le costaría el puesto, mientras que si cedía sería imposible mantener la disciplina. Collins consiguió resolver la situación pidiéndole a Jordan que acudiera al aeropuerto con la promesa de que el entrenamiento sería cancelado y no tendría que subir al avión. “Sólo estaré cinco minutos”, exigió Jordan. Efectivamente, cuando apareció en el aeropuerto Doug Collins anunció que considerando el carácter familiar de la fiesta, el entrenamiento quedaba suspendido. El entrenador volvió a Chicago creyendo que su treta había dado resultado, pero en realidad toda la plantilla supo lo que había sucedido en cuanto se dieron cuenta de que Jordan se había presentado sin calcetines a pesar de la crudeza del invierno en Illinois. Nunca había tenido la menor intención de subirse a ese avión.
Entonces, con el vestuario dividido y el entrenador cuestionado, los Bulls empezaron a ganar. Primero tres partidos, luego un racha de 9-2, y finalmente 19 victorias en 27 partidos. Fue como si el año nuevo hubiera producido un cambio en varios jugadores que los hizo casi irreconocibles. Scottie Pippen volvió a la titularidad plenamente recuperado, John Paxson empezó a anotar mejor que nunca y en un traspaso llegó Craig Hodges, un escolta especialista en tiro de tres que solventaba una de las carencias de la plantilla. Pero quizás el mayor responsable de este cambio era Bill Cartwright, que por fin se había enfrentado a Jordan para reclamar su lugar en el equipo. Los jugadores más jóvenes apreciaban su presencia silenciosa en el vestuario y su ayuda en los entrenamientos, por lo que terminaron apodándolo “Teach” (profesor). Los más veteranos descubrieron que detrás de su apariencia estoica se escondía un luchador indomable con codos como punzones.
Desde sus primeras temporadas en la liga se había discutido si era casual el extraño magnetismo que parecía atraer los codos de Cartwright hacia el rostro de los rivales, como pudieron comprobar sucesivamente Greg Kite, Fred Roberts y Robert Parish en enero de 1989. Cartwright no era un prodigio de coordinación, pero se las arreglaba para tropezar siempre con los pómulos de los rivales. El 31 de enero Isiah Thomas se encontró con un bloqueo de Bill Cartwright y salió de él con una brecha en la ceja que necesitó seis puntos de sutura. Isiah estaba convencido de que había sido deliberado, y el asistente Brendan Malone tuvo que sujetarlo para evitar que volviera a la cancha a enfrentarse con el rival. El 7 de abril volvieron a jugar, y en una jugada en la que Isiah Thomas le robó el balón Bill Cartwright le encajó accidentalmente un codazo en la cabeza. Isiah ya había tenido suficiente y lanzó una serie de puñetazos a los que Cartwright respondió con fiereza. Mark Aguirre saltó sobre el pívot de los Bulls y la tangana se hizo generalizada. A pesar de la cascada de multas y suspensiones que la liga repartió entre los participantes en la pelea, el mayor perjudicado fue Isiah Thomas, que se había roto un hueso de la mano al golpear el rostro de Cartwright y corría el peligro de no estar recuperado para playoffs. Michael Jordan había encontrado al jugador capaz de infligir dolor a los Detroit Pistons.
Las victorias maquillaron las tensiones internas del equipo, pero no las hicieron desaparecer. El Chicago Tribune, un importante periódico local, informó del rumor de que algunos jugadores de la plantilla estaban conspirando para provocar una crisis que desencadenara el despido del entrenador, y esa noticia provocó el enfrenamiento de Doug Collins con el periódico. Los periodistas apreciaban a un Collins que siempre estaba dispuesto a atenderlos, pero en su estado de nervios no fue capaz de controlarse. Decidió no volver a dirigir la palabra a Sam Smith, el corresponsal del Tribune, y en respuesta éste no volvió a mencionar el nombre de Collins en sus crónicas. La situación del equipo se estaba volviendo ridícula por momentos, con un asistente apartado, el entrenador que no se hablaba con el principal periódico de la ciudad y una plantilla dividida. Algunos jugadores intentaron convencer a Michael Jordan de que interviniera en el asunto, ya que una simple crítica suya terminaría de sentenciar a Collins. Jordan se negó en redondo: aunque hubiera adoptado un papel de estrella muy alejado de sus días en North Carolina, el entrenador seguía siendo sagrado. Además, Michael Jordan recordaba perfectamente que incluso un jugador tan popular como “Magic” Johnson había necesitado años y campeonatos para hacerse perdonar su rebelión contra un entrenador. Él no cometería ese error, ni con Albeck ni con Collins.
Lo que sí hizo fue asumir el papel de líder del vestuario. El 9 de marzo Michael Jordan celebró una reunión de dos horas con Doug Collins en la que ambos expresaron sus quejas e intentaron alcanzar un acuerdo para resolverlas. Jordan estaba descontento por la manera en la que el entrenador intentaba reservarle durante los primeros cuartos ya que le costaba más coger su ritmo, mientras que Collins necesitaba su apoyo para controlar el vestuario. También fue en esa reunión en la que diseñaron el experimento que sería conocido como “Jordan de base”. A pesar de que muchos entrenadores anunciaron inmediatamente que era una alternativa obvia que debiera haber sido explorada mucho antes, lo cierto es que el juego de Jordan como base y como escolta no era radicalmente diferente. Al fin y al cabo ya había jugado con un base más tirador que director como John Paxson, y en playoffs no era extraño ver a los Bulls sacar de fondo directamente a Jordan. Aun así, la apuesta por entregarle a Michael Jordan el balón en propiedad a tiempo completo era lo suficientemente diferente como para cambiar el estilo de juego. Jordan parecía encontrarse más cómodo con esa responsabilidad y empezó a sumar asistencias con una facilidad pasmosa: 9 o más asistencias en 19 partidos seguidos, 11 triples-dobles en el último mes de competición, 34 puntos, 17 asistencias y 6 robos a los Blazers, 47 puntos 13 asistencias y 11 rebotes a los Pacers. Jordan había renunciado al concurso de mates, que ya le había dado todo lo que podía sacar de él, Karl Malone había sido elegido mejor jugador del All Star y repetir MVP de la NBA parecía fuera de su alcance por la mala temporada del equipo. Pero esta cascada de triples-dobles, hasta entonces patrimonio de “Magic” Johnson, le ofrecían una última oportunidad de adelantar al base de los Lakers en la carrera por el título de jugador más valioso de la temporada. Cada interrupción del juego, Jordan se acercaba a la mesa de anotadores a consultar sus estadísticas, hasta que la NBA se vio obligada a prohibirlo. (Michael Jordan terminó segundo en la votación por el MVP, a poca distancia de “Magic”.)
Al principio el cambio de estilo de juego fue todo un éxito. Los Bulls ganaron tres de los cuatro primeros partidos con Jordan de base, y el rendimiento mejoró aún más cuando Doug Collins se sintió con la suficiente confianza como para poner de titular a Craig Hodges, un escolta tirador, en lugar de Sam Vincent, un base al que había mantenido por si Jordan necesitaba ayuda. Con Hodges anotando casi cuatro triples por partido los Chicago Bulls ganaron ocho de sus nueve partidos, y parecían tener las 50 victorias al alcance de la mano. Pero Hodges se lesionó en el tobillo a finales de marzo y se perdió las últimas semanas de liga. Una vez más, los Chicago Bulls insistían en que el tobillo estaba bien, y presionaron a Craig Hodges para que volviera a tiempo para los playoffs. En realidad, Hodges pasaría los siguientes dos años con molestias sin poder ofrecer su mejor nivel y terminó teniendo que pasar por el quirófano después de soportar durante meses que se insinuara que todo era invención suya. De cualquier forma, en 1989 la lesión de Craig Hodges reveló las limitaciones de la táctica de usar a Jordan como base. Los Bulls aún pudieron mantener la inercia ganadora algunos partidos más, pero en abril se desplomaron y apenas sumaron dos victorias por ocho derrotas. El objetivo de las cincuenta victorias y el factor cancha favorable en playoffs se desvaneció, y los Chicago Bulls parecían ir en caída libre.
En rumbo de colisión con los Cleveland Cavaliers, por segundo año consecutivo. Los Cavs tampoco llegaban en su mejor momento, ya que después de ser uno de los mejores equipos de la NBA durante casi toda la temporada las lesiones de jugadores básicos como Mark Price, Brad Daugherty y Larry Nance les habían hecho perder puestos y terminar con una racha de cuatro derrotas en los últimos seis partidos. Claro que esas dos victorias las habían logrado precisamente contra los Bulls, a quienes habían vencido en sus seis enfrentamientos. Chicago había sufrido la humillación de ser derrotado en casa en el último partido de la fase regular a pesar de que Cleveland dio descanso a tres titulares, y se daba por hecho que apenas podrían plantar cara a los Cavs. Incluso con varios jugadores claves tocados, los analistas predecían que Cleveland barrería a Chicago por un contundente 3-0.
Los Bulls usaron esas predicciones para hacer piña, y Brad Sellers sugirió que todo el equipo usara zapatillas negras como las que había llevado Jordan en el All Star. Como era de esperar, Michael Jordan se sentía especialmente motivado, y declaró a los periodistas que estaban decididos a eliminar a los Cavaliers en sólo cuatro partidos. En privado, sin embargo, reconocía la gravedad de la situación: “Si no jugamos mejor, nos barrerán”. La prensa ya estaba acostumbrada a ese tipo de bravatas por parte de Jordan, pero tuvieron que rendirse a la evidencia cuando los Bulls ganaron el primer partido en Cleveland por 95-88. La sorpresa no fue la victoria, sino la manera de producirse: Michael Jordan anotó 22 puntos en la primera parte, Horace Grant controló el rebote y los Bulls dominaron el partido de principio a fin. En la segunda parte los Cavs intentaron remontar de la mano de Craig Ehlo y Larry Nance, pero tres triples de Pippen devolvieron a Chicago una ventaja que ya no perdieron. Con el partido sentenciado, Michael Jordan se detuvo delante de la zona reservada a la prensa: “Barrida por el culo”. Los Cavs esperaban tener mejor suerte en el segundo encuentro, ya que para entonces recuperarían a un Mark Price que había estado ausente en el primero por una lesión de abductores. Sin embargo, los Bulls volvieron a ponerse por delante en el arranque, y sólo un partidazo de Ron Harper (31 puntos y 11 rebotes, y gran defensa a Jordan) permitió a Cleveland salvar los muebles en la segunda parte.
La serie viajó a Chicago con unas perspectivas muy diferentes a las que tenía en un principio. Cleveland apenas había conseguido evitar un 0-2 en casa que prácticamente los hubiera sentenciado y la baja por lesión de Craig Ehlo obligaba a seguir usando a un Mark Price que apenas podía moverse. Enfrente, los Bulls estaban dominando el rebote y en defensa la movilidad de Pippen y Grant impedía que los Cavs aprovecharan su mayor estatura. Michael Jordan volvió a lucirse en el tercer partido con 44 puntos, 10 asistencias, 7 rebotes y 5 robos; los Bulls llegaron a tener ventajas de más de veinte puntos, pero Lenny Wilkens recurrió al triple poste con Daugherty, Nance y Williams, y los Cavs remontaron hasta ponerse a sólo tres puntos a falta de minuto y medio antes de que surgiera de nuevo Jordan para anotar canasta más tiro adicional y asegurar la victoria. Los Bulls tenían la oportunidad perfecta para hacer realidad la predicción de Jordan con el cuarto partido en casa, mientras que Lenny Wilkens optaba por sacar de inicio el triple poste para intentar compensar el rebote. La estrategia dio resultado, y esta vez fueron los Cavs los que se pusieron por delante de la mano de un Mark Price espectacular y un Larry Nance que aprovechaba su ventaja en altura para anotar por encima de Pippen. Jordan no logró anotar su primera canasta en juego hasta mediados del segundo cuarto, pero sumaba puntos desde el tiro libre. El marcador se movió en ventajas mínimas durante todo el partido, y se llegó al último minuto con empate a 97. Jordan dispuso de cuatro tiros libres en ese último minuto, pero sólo logró anotar dos de ellos. Su fallo a falta de nueve segundos con los Bulls dos puntos arriba permitió a Brad Daugherty forzar la prórroga con dos tiros libres, y Cleveland derrotó a Chicago en el tiempo extra a pesar de los 50 puntos de Michael Jordan. Bill Cartwright perdió un balón decisivo a doce segundos del final de la prórroga, pero por una vez Jordan no tuvo palabras de crítica. “No le hecho la culpa a Bill, ni a nadie. Nadie tiene la culpa más que yo”, declaró. “Puse en juego mi credibilidad y no fui capaz de ganar el partido.” Estaba obsesionado con su tiro libre fallado, un error en un jugador con más de un 85% de acierto indicaba que no había podido superar la presión. Esa noche, con Howard White, Jordan miraba sin ver la pantalla de un televisor sintonizado en un canal muerto.
Michael Jordan volvió a Cleveland en busca de la redención en el quinto y definitivo partido. Un caballo llamado “Sunday Silence” acababa de ganar el Kentucky Derby, y Doug Collins intentó convencer a sus jugadores de que ese domingo ellos podrían silenciar a los aficionados locales. Michael Jordan no empezó el partido con el aspecto de quien va a hacer historia; visiblemente alterado, su primera parte tuvo más sombras que luces entre fallos en el tiro, balones perdidos y personales en ataque. El peor momento fue cuando estrelló contra el aro un mate franco y tuvo que soportar las burlas de los espectadores. “¡Agarra el balón!”, le gritó a Cartwright cuando éste no pudo controlar un pase a los pies. Jordan parecía reacio a buscar la canasta y prefería pasar el balón, en parte por decisión táctica y en parte por evitar que le hicieran falta. Con los aficionados locales gritando “¡choke!”, sus cuatro primeros tiros libres fueron cuatro tomatazos de los cuales entraron dos por pura casualidad, y llegó a cambiar su mecánica durante el partido colocándose muy por detrás de la línea. A pesar de ello, una buena primera parte de Cartwright y Pippen les permitió llegar al descanso sólo dos puntos abajo. Jordan salió en la segunda mitad decidido a tomar el control del juego. Anotó siete puntos consecutivos y empezó a buscar la canasta jugada tras jugada, pero enfrente tenía a un Mark Price dándole réplica a golpe de triple, bandeja o asistencia. Fueron minutos en los que ningún otro jugador de los Bulls dio señales de vida y los Cavs se pusieron ocho puntos arriba en el último cuarto. Dos palmeos consecutivos de Horace Grant, que hasta entonces llevaba una noche espeluznante, dieron aire a los Bulls y les permitieron volver a empatar. Con Mark Price desfondado, el partido se convirtió en un duelo de escoltas para llegar a veinte segundos del final con Cleveland por delante 97-98.
Esa noche el baloncesto fue cruel con Craig Ehlo. Pocos recuerdan que anotó 15 puntos en el último cuarto, que estuvo pegado a Jordan como una segunda piel o que saltó con él a luchar un rebote decisivo que los árbitros concedieron a la estrella rival. A falta de seis segundos Michael Jordan desbordó a Ehlo (con un toque de codo a la barbilla) y anotó en suspensión por encima de una mano de Larry Nance que parecía estar rozando el techo del pabellón. Tiempo muerto de Cleveland, la hora de la pizarra. “Fue la única vez en mi carrera que una jugada ensayada funcionó demasiado bien.” La primera opción de la jugada era el propio Craig Ehlo, que sacaría sobre Larry Nance y luego intentaría cortar hacia canasta. Wilkens había preparado las alternativas dando por hecho que los Bulls defenderían una opción tan evidente, pero cuando sacaron de banda Craig Hodges dejó de presionar y se giró para seguir el balón. Ehlo cortó hacia el aro completamente solo, recibió el pase de vuelta de Nance y anotó una bandeja casi sin oposición. Fue la jugada perfecta, incluso demasiado perfecta. “Yo habría sido portada de Sports Illustrated si hubiera conseguido pararle en la jugada siguiente”, recordaba Ehlo, “pero cuando miré el marcador y vi que quedaban tres segundos me dije, oh-oh. Sabíamos que era demasiado tiempo”.
Craig Hodges no pensaba lo mismo, y estaba furioso consigo mismo por un error que podía costarles la eliminatoria. “No te preocupes”, le consoló Jordan. “Voy a meterla.” Cuando le preguntaron por la jugada en la rueda de prensa posterior, Doug Collins respondió entre risas que “esa jugada se llama dadle el balón a Michael y los demás quitaos de enmedio”. En realidad, Collins diseñó una jugada con dos opciones basadas en dobles bloqueos: Cartwright bloquearía al defensor de Jordan y éste fintaría con hacer lo mismo antes de abrirse, mientras en la línea de fondo Pippen y Hodges intentarían bloquear a sus marcadores recíprocos. Si Brad Sellers no encontraba hueco para pasársela a Jordan, las alternativas eran Pippen en el lateral o Hodges en la esquina. Mientras, Lenny Wilkens decidió no presionar el saque y enviar a ese jugador a hacer el dos contra uno sobre Jordan. Por delante, Nance intentaría que no recibiera, mientras por detrás Ehlo puntearía el posible tiro. “Sabíamos que iba a tirar Michael, así que decidimos hacerle el dos contra uno desde el saque de lateral”, describió Ehlo. “Michael se escapó de Larry con la primera finta y yo me quedé solo con MJ. Mientras penetraba hacia el centro aún aguanté bien. Se frenó para tirar y yo levanté la mano, estirándome, intentando llegar al balón. Incluso le hice rectificar el tiro. Pero yo iba corriendo cuando salté, así que pasé de largo mientras él permanecía en el aire; si hubiera saltado en parada la historia podría haber sido distinta. Pareció que flotaba durante una eternidad y finalmente lanzó a canasta.”
Nike y Gatorade produjeron posteriormente anuncios que representaban artísticamente la manera en la que Michael Jordan gestionaba interiormente la presión y se absolvía de posibles culpas: el resultado de la jugada no era esencial, sino sólo un final parcialmente aleatorio de una cadena de acciones. No se era mejor jugador por anotar esa canasta, cuya celebración no recogió en directo la televisión y de la que se arrepintió por el gesto revelador y pueril contra los ruidosos aficionados de Cleveland. Lo importante había sucedido antes del tiro. Serías profesional según las horas echadas ejercitando la mecánica, y mejor jugador según tu capacidad de controlar el cuerpo y el balón. Llegado el momento, sólo quedaba concentrarse en buscar una posición equilibrada y una buena ejecución de la mecánica de tiro, y aceptar lo que sucediera. Cuando el balón despegara de la yema de los dedos terminarían todos los movimientos, las fintas, los cálculos, las opciones: “Sólo hay dos posibilidades, que el balón entre o que el balón no entre”.
El mayor reconocimiento que el baloncesto puede otorgar a una acción es darle un nombre. Los mates reciben apodos rimbombantes que reflejan su espectacularidad como in your face disgrace o tomahawk, pero no es el caso cuando se produce una jugada decisiva. Si realmente lo es, recibirá un nombre vulgar como “el partido de Willis Reed” o “el triple de Herreros”, y si llega a lo trascendente, si define un lugar y un momento, entonces su expresión será totalmente desnuda, como “el pase” o “el robo”. Más sería menos, porque ese apodo no está para describir la jugada sino para identificar a quienes hablan de ella, como un apretón de manos masónico. Cleveland, 7 de mayo de 1989: “El Tiro”.
La vida no es como las películas, y a las pocas horas de un final memorable empieza un nuevo día. El nuevo día de los Bulls era la segunda ronda de playoffs y los New York Knicks, un ácido reencuentro para Bill Cartwright y Charles Oakley después de su traspaso. El entrenador Rick Pitino había revitalizado al equipo de Nueva York con su estilo basado en el tiro de tres y la presión a toda cancha, y llegaban de ganar 52 partidos en liga y eliminar 3-0 a los Sixers de Charles Barkley. La eliminación de los Cavs había despertado la ilusión de una posible presencia de los Knicks en la final de la NBA: “Teníamos el factor cancha a favor contra Chicago, habíamos demostrado poder ganarle a Detroit y Los Ángeles tenía lesionados. La suerte nos sonreía,” razonaba el general manager Al Bianchi. Sin embargo, los Knicks llegaban a la serie sumidos en una auténtica guerra civil entre Pitino y Bianchi que dejaba chica a la de los Bulls. La última gota había sido el fichaje de Kiki Vandeweghe, un alero anotador de indiscutible calidad, pero que no encajaba en el juego de Pitino y que además tenía fama de ser un cáncer en el vestuario. Su llegada había trastocado la delicada química de la plantilla y el rendimiento del equipo se resintió, especialmente al sospechar que Rick Pitino había aceptado en secreto la oferta de la Universidad de Kentucky.
Como sucediera contra Cleveland, los Bulls abrieron la serie robando el factor cancha con una victoria por 120-109 en el Madison Square Garden. Se daba por hecho que el equipo de Chicago llegaría cansado después de su durísima eliminatoria contra los Cavs, y fue precisamente en los últimos minutos cuando jugaron su mejor baloncesto al frenar en seco a los Knicks en defensa y forzar el empate a 103 con un parcial de 8-0. En la prórroga Michael Jordan aplastó a unos desmoralizados Knicks y sumó su primer triple-doble en playoffs con 34 puntos, 12 asistencias y 10 rebotes en la victoria por 120-109. Oakley había estado horrible, Cartwright controló a Ewing y los Bulls ganaron el rebote, pero Pitino sabía cuál era la clave para el segundo encuentro: “Marcaje, marcaje y marcaje sobre Jordan desde el principio al final del partido.” Ese marcaje dependía de Gerald Wilkins, hermano menor de “Nique” y escolta titular de los Knicks, que en el segundo partido se ganó el apodo de Jordan-stopper. Y es que, efectivamente, Wilkins frenó en seco a Jordan, dejándolo en 15 puntos con 7 de 17 tiros en juego. La conexión entre el base Mark Jackson y el pívot Pat Ewing funcionó a la perfección, Vandeweghe anotó sus nueve lanzamientos a canasta y los Knicks apalizaron a los Bulls por un contundente 114-97.
De vuelta a Chicago, Doug Collins le enseñó a Michael Jordan antes del tercer partido el vídeo de una jugada del encuentro anterior: después de robarle el balón, Mark Jackson había subido el balón sacando la lengua en un evidente gesto de burla. No hacía falta decir nada más. “No sé que ha pasado”, declaró Oakley. “Salimos a la cancha, intenté jugar duro y lo siguiente que supe es que íbamos perdiendo de 20 puntos.” El partido se rompió en el segundo cuarto en el que Jordan anotó 16 puntos y los Bulls batieron el récord de la franquicia con 42 puntos con más del 70% de acierto en el tiro. Los Knicks lo intentaron todo sin éxito, y ni siquiera una lesión de abductores pudo frenar a un Jordan que terminó con 40 puntos, 15 rebotes, 9 asistencias y 6 balones robados, rompiendo una y otra vez la presión de los Knicks y doblando en la defensa sobre Ewing. Sin embargo, Chicago había pagado un precio muy alto, con un Jordan que tuvo que ser trasladado inmediatamente a un hospital para empezar a tratar su lesión mediante electroestimulación. Esta técnica era el último avance en el tratamiento de lesiones musculares y tenía la ventaja de permitir que el jugador continuara su recuperación en casa usando un equipo portátil.
Rick Pitino había tomado buena cuenta de la oportunidad que le ofrecía esta lesión, y durante el tercer partido mantuvo en cancha a Ewing y Jackson con el marcador ya decidido para impedir que Collins pudiera darle descanso a su jugador estrella. Un Jordan lesionado era un Jordan vulnerable, y con el cuarto partido sólo 24 horas después Pitino decidió usar a la prensa para forzarle hasta empeorar su estado. Michael Jordan estaba precisamente conectado a la máquina de electroestimulación cuando contempló en televisión cómo aparecía el entrenador de los Knicks afirmando que el jugador estaba exagerando la gravedad de su lesión para aumentar la expectación. Durante los tres primeros cuartos pareció que la estrategia de Pitino había dado resultado: la movilidad de Michael Jordan era limitada y los Knicks lograban llevar el partido igualado. Sin embargo, en el último cuarto Gerald Wilkins tuvo que sentarse después de recibir un golpe de Jordan en la ingle (accidental, en apariencia). Michael Jordan aprovechó su ausencia y se fue a los 18 puntos en el último cuarto, incluyendo una secuencia en la que anotó 16 puntos casi consecutivos, dio una asistencia a Pippen y robó un balón a Mark Jackson. Al final, 47 puntos, 11 rebotes y 6 asistencias en la victoria 106-93, mientras los Knicks protestaban por sus 28 tiros libres. “Michael ganó medio partido y los árbitros le dieron el otro medio”, en palabras de Wilkins.
El plan de usar a la prensa para provocar que la competitividad de Michael Jordan se volviera en su contra había fracasado, y con la eliminatoria 3-1 cada partido era ya una final para los Knicks. Lo único que les quedaba era volver a lo que habían sido las claves de su juego durante la temporada, y con una gran defensa más un Pat Ewing que por fin pudo superar a Cartwright en ataque los Knicks ganaron el quinto partido en casa. Los Bulls seguían por delante, pero era necesario cerrar la serie en casa si no querían verse jugando el séptimo en el Madison con Jordan tocado. El sexto partido fue bronco, con ventajas mínimas que se neutralizaban rápidamente, sin decantarse hasta el final. La situación empeoró para los Bulls en la última jugada del tercer cuarto, cuando Scottie Pippen cortó por la línea de fondo y Kenny Walker lo defendió haciendo un uso excesivo de los codos. Pippen se revolvió, y ambos jugadores se enzarzaron en un intercambio de empujones y bofetadas en el que la peor parte se la llevó el árbitro Darrell Garretson cuando intentó separarlos. Y aún pudo ser peor si Johnny Bach no hubiera sujetado a Doug Collins cuando intentó encararse con Garretson por expulsar a los dos jugadores: Walker era un secundario cuya aportación había sido mínima, mientras que Pippen llevaba 19 puntos con cuatro triples. Michael Jordan pasó a ocupar la posición de tres, y en el último cuarto tuvo que defender a Mark Jackson y mantener a los Bulls en ataque hasta sentenciar con ocho tiros libres en el último minuto y medio. Con cuatro puntos de ventaja a falta de nueve segundos el partido parecía decidido, pero Craig Hodges volvió a cometer otro grave error defensivo e hizo falta sobre Trent Tucker mientras éste anotaba un triple, concediéndole un tiro libre adicional para empatar. A pesar de que todos sabían que los Knicks necesitaban un tiro de tres y que Tucker era el especialista del equipo, Hodges se distrajo cuando el balón fue a Ewing en el poste alto y no siguió a su defendido. Tucker recibió el balón y la pantalla de Ewing, y Hodges cometió la falta intentando rodear el bloqueo. Los Bulls protestaron la falta, afirmando que no había llegado a tocarle y que además Ewing le había empujado, pero no sirvió de nada. Michael Jordan tenía seis segundos para salvar a los Bulls una vez más. Afortunadamente, Mark Jackson no era Craig Ehlo y Jordan pudo superarlo con facilidad para recibir la personal de Johnny Newman en la zona. Anotó los dos tiros libres para poner el 113-111, y Newman no consiguió darle réplica al fallar un triple solo en el último segundo.
“Jordan dinamita los playoffs”, anunciaba la portada de la revista Gigantes. Michael Jordan se había colado en la final de conferencia sin ser invitado, convirtiéndose en protagonista cuando se suponía que la historia de la temporada era el duelo entre Lakers y Pistons, que marchaban imbatidos camino de revalidar la final del año anterior. En vez de eso, la atención de los aficionados se dirigía hacia unos Bulls aún demasiado jóvenes, que habían ganado de manera dramática dos eliminatorias que deberían haber perdido. En el plazo de un par de semanas, Jordan había enterrado a dos equipos que supuestamente iban en ascenso pero que no sobrevivieron a los playoffs de 1989. Los Cavs nunca llegaron a superar The Shot ni el hecho de ser eliminados por Chicago tres veces seguidas, y la breve resurrección de los Knicks se marchitó pocos días después de su derrota cuando Pitino anunció su marcha a Kentucky. Reflexionando sobre el MVP que había recibido días antes, “Magic” declaró: “Si se repitiera la votación hoy, me ganaría por 100-0. Hay dos niveles, primero está Michael y luego estamos todos los demás”. Existía una fascinación perversa por comprobar hasta dónde iba a llegar, por volver a escuchar que no tenían posibilidades porque estaban agotados, los Pistons les habían ganado todos los enfrentamientos de la temporada y tenían el factor cancha a favor. ¿No era eso mismo lo que dijeron Cavs y Knicks? “Por lógica, no tenemos ninguna oportunidad de derrotar a los Pistons”, reconocía Collins. “Pero mientras esté Michael Jordan en la cancha, cualquier cosa puede suceder.”
“¿Sabes una cosa? Vamos a ganar. Me apuesto lo que quieras. El primer partido es el más fácil de robar, porque no saben qué esperar.” En el vestuario del Palace de Auburn Hills esa mezcla de cálculo y arrogancia fue como una gota de agua fría que bajara por la espalda de los jugadores de Chicago. Dentro de pocos minutos tendrían que salir a jugar contra el mejor equipo de la liga, en un pabellón en el que llevaban casi cuatro meses sin perder. No sólo es que Jordan esperara que ganaran, sino que además sabía que sus palabras servirían de acicate a los Pistons, así que no dejaba más opción a los Bulls que salir a morder. Además del factor anímico, Doug Collins había preparado algunos cambios de asignación que esperaba que sorprendieran a los Pistons, con Pippen defendiendo el tiro exterior de Laimbeer, Grant al poste con Aguirre y Jordan marcando a Isiah. El éxito fue completo y Detroit se encontró fuera del partido apenas empezar con un 14-4 en contra. La tripleta exterior de los Pistons (Thomas, Dumars y Vinnie Johnson) no consiguió anotar ni un punto, mientras Jordan sumaba 14 en el cuarto. Por dentro, un sorprendente Dave Corzine anotaba 10 puntos casi consecutivos durante un parcial de 25 a 2, y a mitad del segundo cuarto los Bulls doblaban a los Pistons en el marcador 46-22. Un desastre absoluto. Pero después del descanso Chicago empezó a acusar el cansancio, y los locales empezaron a remontar con uñas y dientes. Dumars y Rodman apretaron en defensa sobre Jordan, y Mahorn y Laimbeer pasaron a dominar el rebote de ataque y a sumar canastas desde debajo del aro. En sólo un cuarto recuperaron el terreno perdido y al comienzo del último ambos equipos estaban igualados. Detroit llegó al último minuto con posesión y una desventaja mínima de tres puntos, pero no logró sumar más. Rick Mahorn, que inesperadamente había liderado a su equipo con 17 puntos, falló dos tiros libres y en el siguiente ataque cometió falta en un bloqueo. Jordan sentenció el 94-88 final desde la línea de personales y los lanzamientos a la desesperada de los Pistons no tuvieron fruto. Por tercera vez consecutiva, Michael Jordan había llevado a los Bulls a robar el factor cancha en el primer partido.
La euforia se desató en el vestuario visitante. Mientras los Pistons lanzaban triples a la desesperada en los últimos segundos, Jack Haley (bromista oficial de la plantilla18) gritaba: “Hodges, recuerda no hacer falta”. “Si ganamos el primer partido, ganaremos la serie”, había dicho Jordan, aunque Collins era más cauto: “¿Hemos ganado la serie? No, pero nos da la vida”. Pocos días antes, Rick Pitino había abierto la caja de pandora al sugerir en serio que Jordan podría ser el mejor jugador de la historia. Muchos consideraron que no era más que un reconocimiento al jugador que había dominado su eliminatoria, pero tras este partido era inevitable plantearse si Pitino se había limitado a verbalizar una idea que empezaba a generalizarse. En el otro lado, un avergonzado Rick Mahorn se escondía en el vestuario y decía que no iba a salir en una semana, mientras Isiah Thomas repasaba su 3 de 18 en tiros, incluyendo un triple para terminar el tercer cuarto que no tocó ni aro. En el entrenamiento del día siguiente, Dennis Rodman embarcó el balón de una patada y fue necesario darle un toque de atención. Chuck Daly estaba furioso, ya que después de pasarse una semana advirtiendo sobre el exceso de confianza y el peligro de los lanzamientos exteriores de los Bulls había visto cómo su equipo era derrotado por el exceso de confianza, ayudado por cuatro triples de Craig Hodges. Los Pistons habían demostrado poder frenar a un Jordan que acertó solamente 10 de sus 29 lanzamientos, pero si permitían que volviera a hacer circular el balón para que anotaran jugadores como Corzine o Hodges la empresa se hacía mucho más difícil. Y no podrían remontar si también perdían el segundo en casa.
Fue un clásico partido de playoffs, más emocionante que bien jugado y repleto de contactos, faltas, protestas y técnicas. Esta vez, Horace Grant tomó el control del rebote e impidió que los Pistons anotaran tantas segundas opciones, mientras Jordan y Pippen sumaban puntos para Chicago. La tripleta exterior de Detroit seguía sin afinar la puntería, así que se dedicaron a penetrar para forzar faltas y tiros libres. La jugada decisiva fue un contraataque visitante a finales del tercer cuarto, cuando Bill Laimbeer frenó a Scottie Pippen devolviéndolo al parqué con fuerza. Pippen y Laimbeer llevaban todo el partido intercambiando codazos y empujones, así que no fue sorprendente que intentaran llegar a las manos antes de que los separaran los árbitros. En la jugada siguiente, un visiblemente alterado Laimbeer atravesó un bloqueo de John Paxson mediante un codazo en pleno rostro, y fue expulsado. Sin embargo, Pippen también tuvo que abandonar el partido definitivamente: había posado mal el pie cuando Laimbeer le empujó, y eso le produjo una lesión en el empeine de la que ya no se recuperaría del todo en lo que quedaba de serie.
Jordan mantuvo la igualada en el marcador hasta mediados del último cuarto, pero una inoportuna gripe se había sumado al cansancio de tantos minutos de juego y en la recta final le faltaron las fuerzas. Con Pippen lesionado y Jordan sin fuelle, fue Isiah Thomas el que tomó el mando del partido y empezó a penetrar la defensa de Chicago una y otra vez, hasta terminar con 33 puntos y llevar a su equipo a la victoria por 91-100. A pesar de ello, al volver al vestuario Isiah Thomas pidió a los entrenadores que los dejaran solos para una reunión de jugadores inmediata. “Les dije que no era bueno para un equipo de baloncesto que un solo jugador tuviera que anotar tantos puntos como había hecho yo”, dijo Thomas. Se quejó de la falta de bloqueos que impedía anotar con fluidez a los exteriores y remarcó la importancia de una buena circulación de balón.
Con Pippen lesionado y Grant con la gripe, los Bulls tuvieron que recurrir a Charlie Davis. A base de trabajo, Davis había adelantado a Brad Sellers en la rotación, y en el primer cuarto del tercer partido anotó seis valiosísimos puntos casi consecutivos. Sin embargo, los Pistons controlaban el rebote, y con un Mark Aguirre justificando su polémico fichaje (18 puntos en la primera parte) empezaron a marcar distancias en el marcador. Michael Jordan intentaba multiplicarse, supliendo la anotación de los aleros y defendiendo a Isiah Thomas, pero sólo lograba mantener a su equipo a unos diez puntos de distancia de los Pistons. A mediados del último cuarto Detroit tenía 14 puntos de ventaja y el partido parecía sentenciado. En el tiempo muerto, Collins exhortaba a sus jugadores a no bajar los brazos y seguir luchando, y ésa era la intención de Michael Jordan. Empezó a anotar canastas y tiros libres mientras borraba a Isiah Thomas en defensa, y la ventaja de los Pistons empezó a menguar hasta quedar en sólo dos puntos después de un canastón de Jordan superando a Isiah, Dumars y Salley. Fue una lástima que ese último minuto quedara emborronado por unas dudosas decisiones arbitrales, primero una falta de Rodman en el rebote y luego una rigurosa personal de Laimbeer en un bloqueo, que permitieron que Horace Grant empatara mediante dos tiros libres y concedieron un último balón a los Bulls a falta de nueve segundos. Pero nada pudo deslucir la actuación de Michael Jordan, que en el último ataque de su equipo superó a Rodman y cuando Isiah vino a la ayuda se elevó muy por encima para anotar a tablero la canasta de la victoria. La última jugada de los Pistons no funcionó, y sólo quedó el recurso al pataleo: “Fue un bloqueo como otros mil bloqueos que he hecho”, protestaba Laimbeer. “El bien siempre derrota al mal”, contestaba Jordan.
Con los Chicago Bulls en ventaja 2-1 llegaron las alabanzas de la prensa. Collins era el genio que había tenido la idea de usar a Jordan de base y Krause el ejecutivo que había traído a los jugadores que lo apoyaban; mientras, Isiah Thomas había traído a su amigo Mark Aguirre a cambio de Adrian Dantley y ahora se veía entre la espada y la pared. Detroit reaccionó empatando la eliminatoria en Chicago al ganar 80-86, en un partido que como indica el marcador final se vio presidido por las defensas y el escaso acierto anotador. Con tantos fallos en el tiro, la mayor profundidad de banquillo de los Pistons y sus rotaciones interiores terminaron inclinando la balanza: Rodman y Salley dominaron el rebote ofensivo, y el pívot James Edwards salió en los últimos minutos para anotar al poste las canastas decisivas. Los Bulls aguantaron hasta el final gracias a la aportación de todos sus titulares, pero se resentían demasiado cuando tenían que recurrir a los suplentes. Doug Collins llegó incluso a sacar a Jack Haley, un claro signo de desesperación que llevó al comentarista Dick Stockton a exclamar: “Collins ya no sabe de dónde sacar más jugadores. ¡Podríamos terminar viendo incluso a Will Perdue!”. En un partido de anotación tan baja las ventajas eran necesariamente cortas, y Chuck Daly temía que en cualquier momento Jordan tuviera uno de sus “chutes de adrenalina” y lo arruinara todo. Pero ni siquiera él podía conseguirlo cada partido con Dumars y Rodman colgados de los brazos, y la serie volvió a Detroit 2-2.
A partir de ahí, el aspecto deportivo quedó supeditado a la situación interna del vestuario de Chicago. En la cancha los Pistons ganaron los dos partidos siguientes y eliminaron a los Bulls por un global de 4-2; como en los encuentros anteriores, las defensas se impusieron a los ataques y las diferencias en el marcador fueron mínimas hasta que la mayor profundidad de banquillo de Detroit terminaba por imponerse en los minutos finales. En los Bulls, Horace Grant aportó entre poco y nada, y en el primer ataque del sexto partido Bill Laimbeer mandó a Scottie Pippen al hospital con una conmoción cerebral después de un codazo “accidental”. Sin embargo, todo quedaba supeditado a lo ocurrido en el quinto encuentro, en el que Michael Jordan efectuó solamente 8 tiros a canasta en todo el partido, prefiriendo ceder el balón a sus compañeros jugada tras jugada. Doug Collins estalló en la rueda de prensa: “¿El señuelo mejor pagado de la NBA? ¿Cómo podéis hacerme una pregunta tan grosera? ¿Qué queréis que haga, tirar con tres defensores encima? Sois increíbles. Cuando anota 46 puntos es un egoísta, pero cuando sólo tira 8 veces es el señuelo mejor pagado de la NBA”. Collins tenía motivos para estar nervioso, porque sospechaba que ese partido había sido su sentencia como entrenador de los Bulls. Aunque Jordan declaró que no había tirado más por causa de la defensa de Detroit y volvió a anotar 32 puntos en el sexto partido, las causas reales de su comportamiento no estaban claras. Collins afirmaba que le había pedido que anotara más en lugar de buscar tanto a sus compañeros, pero se rumoreaba que el jugador contaba otra historia. Según esos rumores, Michael Jordan opinaba que jugar de base repercutía en su anotación, y que se le exigía un sobreesfuerzo al empezar los partidos buscando a Cartwright al poste y luego en el último cuarto subir el ritmo y anotar en 1x1. Tenía que adaptar su juego y derrochar energía para compensar las carencias de unos compañeros que aportaban de manera irregular o desaparecían de la pista en el momento decisivo de la temporada. De ser eso cierto, Jordan habría decidido darle una lección a Collins y enviar un mensaje al resto de la plantilla, haciéndoles sentir cómo sería jugar sin que él metiera 40 puntos.
El 6 de junio de 1989 Jerry Krause convocó a Doug Collins a una reunión con Jerry Reinsdorf. El entrenador acudió con su agente, convencido de que el tema iba a ser la renovación de su contrato, y en lugar de eso se encontró con el anuncio de que iba a ser despedido por “continuas diferencias de filosofía”. Aunque el despido de Collins no cogió de sorpresa a los periodistas que seguían de cerca el día a día del equipo, la decisión de los Bulls desató una tormenta de críticas a lo largo y ancho de la NBA. Muchos entrenadores resaltaron que Collins había sido cesado a pesar de mejorar los resultados del equipo cada año, mientras la prensa local se llenaba de cartas de aficionados furiosos que afirmaban que con ese gesto la franquicia había tirado por la borda la posibilidad de ganar un campeonato en el futuro. El detalle más curioso se produjo cuando Horace Grant señaló que en los Bulls no se hacía nada sin contar con Jordan, insinuando su participación en la salida de Collins. Todos los implicados lo negaron inmediatamente, pero fue la primera de una serie de declaraciones públicas sobre Jordan que Grant iría haciendo durante los años siguientes. Existía un acuerdo de confidencialidad que impedía a ambas partes hacer declaraciones sobre los motivos del cese, pero se rumoreaba que su exceso de rigor había terminado por alienar a los jugadores, y según el agente de Collins sus desencuentros con Krause habían sido constantes desde poco después de su contratación inicial. El principal enfrentamiento se había producido el verano de 1987, cuando Ricky Pierce se negó a entrenar con los Bucks exigiendo una mejora de su contrato y el equipo lo puso a la venta. Doug Collins insistió en que se realizara el traspaso de Pierce por Brad Sellers, pero Jerry Krause se opuso alegando que no quería traer al equipo a un jugador problemático. Collins sospechó que el motivo real era no admitir el fracaso de su apuesta por Sellers, y acudió a Jerry Reinsdorf para que le ordenara a Krause que aceptara el intercambio. Fue un grave error de cálculo, ya que Reinsdorf se negó a desautorizar a su subordinado y Krause no olvidó la puñalada trapera.
Jerry Krause siempre sostuvo que el único motivo para el despido era el convencimiento de que ese equipo había tocado techo y que hacía falta un enfoque distinto para dar el salto al anillo. Además, a principios de esa temporada había recibido un breve informe de Tex Winter que anunciaba su dimisión: “Éste será mi último año aquí, Jerry. No estoy aportando nada y tengo la sensación de que me han dejado de lado”. Cuando se anunció el cambio de entrenador, Winter no pudo menos que sentir un cierto remordimiento por haber contribuido involuntariamente. Aunque su salida fue amarga, Collins dejó un buen recuerdo de su paso por la franquicia. Años después, cada vez que los Bulls ganaron el campeonato Jerry Reinsdorf le hizo llegar uno de los relojes conmemorativos que se entregaban a los miembros de la franquicia, para que Doug Collins supiera que no habían olvidado que a él se le debía parte del triunfo. Y no era el único: en casa de Collins aún está colgado el regalo que le hizo Michael Jordan después de su cese, una camiseta firmada con la dedicatoria “Entrenador, gracias por todo lo que me has enseñado”.
18 En el libro The Jordan Rules, de Sam Smith, Haley llegó a declarar sin ruborizarse que originalmente Collins designó a David Corzine para efectuar el tiro final contra Cleveland.