En 1983, North Carolina tenía quizás la plantilla más potente de estos años. Eran los grandes favoritos para el campeonato, con mayor claridad que en 1982. Sin embargo, durante esta temporada la atención de los aficionados y sobre todo de los miembros del equipo se vería dividida entre lo que sucedía dentro de la pista y lo que podía estar sucediendo fuera de ella. Todos hablaban de la triunfal marcha de los Tar Heels, desde luego, pero el auténtico tema era otro: ¿qué va a hacer Michael Jordan? ¿Será éste su último curso universitario? Perkins era senior y completaría su ciclo al acabar la temporada. Si Jordan optaba por dar también el salto a la NBA, sería el fin de la generación que había conquistado el campeonato de 1982.
Uno de los principales argumentos a favor de la permanencia de Jordan en North Carolina era la forma en la que se había adaptado a la vida en el campus. Se sentía integrado, gozaba de la fama y admiración de los estudiantes y por fin vivía como había imaginado al matricularse. Después de compartir habitación con Brad Daugherty el curso anterior, este año volvió a alojarse junto a su amigo “Buzz” Peterson. El declive deportivo de Peterson y el hecho de que Steve Hale lo hubiera reemplazado como sparring de Jordan en los entrenamientos no enfrió en lo más mínimo su amistad. Mantenía estrecho contacto con su hermana Roslyn (que era quien se encargaba de que tuviera ropa limpia) y su amigo Adolph Shiver, y a veces recibía la visita de Dave Bridgers. Además, Jordan amplió su círculo de amistades durante su etapa universitaria. Primero fue Fred Whitfield, a quien conoció el verano de 1981 justo antes de incorporarse a North Carolina. Whitfield se acababa de licenciar en el Campbell College, y ambos coincidieron como monitores de baloncesto en el campamento de esa universidad. Su amistad se afianzó durante el año freshman de Michael Jordan: a North Carolina le gustaba asignar estudiantes más mayores para que “tutelaran” a los recién llegados y facilitaran su aclimatación; Fred Whitfield se había matriculado en derecho para continuar sus estudios, y como ya conocía a Jordan fue el elegido. A ellos dos se unió un tercero, Fred Glover, que también había pasado por el campamento del Campbell College. Esta red de amigos permitía a Michael Jordan moverse por la universidad disfrutando de sentirse al fin admirado gracias a sus proezas deportivas, y de gozar de la clase de vida social reservada a las estrellas. Sin embargo, su disfrute consistía en el placer de disponer de esa vida, no en ejercerla. “De vez en cuando se tomaba una cerveza, pero en general no le gustaba el alcohol. Otras veces le apetecía algún cóctel, pero no era frecuente” recordaría Peterson. Acudía a muchas fiestas y actividades, pero no permanecía demasiado tiempo. Hacía acto de presencia, disfrutaba del efecto de la atención y se marchaba. Prefería ocupar sus ratos de ocio en todo tipo de juegos, desde cartas a golf, o en el cine. “Era la persona más competitiva que he conocido”, declaró posteriormente Kenny Smith. “Billar, ping pong, videojuegos. Se esforzaba al límite. Se pasaba todo el rato sudando y discutiendo cada punto. Era divertido.” Su vida amorosa también parecía más propia de un estudiante corriente que de una estrella deportiva. Según Peterson, tenía una novia formal con la que iba en serio. La joven del agua.
Uno de los pocos rasgos personales conocidos de Michael Jordan es su aversión al agua. No sólo no ha aprendido nunca a nadar, sino que se siente incómodo en las cercanías de piscinas o ríos. Ese desagrado estuvo presente desde su infancia, pero parece haberse ido acentuando con los años, ya que algunos de los incidentes relacionados que se han comentado partieron de un intento del joven Jordan por superar esa inseguridad: con Bridgers se coló de niño en la piscina de unos vecinos, en el instituto se metió subido en una pelota hinchable durante la celebración de una victoria en béisbol (hasta que otro niño se zambulló y Jordan se cayó de la pelota), jugando a pillar durante un campamento de verano persiguió a un rival hasta el interior de una piscina, y en North Carolina insistió en intentar completar una prueba de natación, con resultados hilarantes. En cambio, como adulto, cuando ha de participar en algún acto público próximo al agua intenta mantenerse lo más lejos posible, y sólo sube en embarcaciones de gran tamaño. Los intentos de Michael Jordan por explicar el origen de esta antipatía nunca han llegado a ser plenamente coherentes. Inicialmente, el jugador la puso en relación con un trágico incidente de su infancia, según el cual un día estaba nadando en la playa con un amigo que fue arrastrado por la corriente y se ahogó. En su famosa entrevista para la revista Playboy en 1992, Jordan aportó detalles de este suceso (ocurrido cuando tenía siete u ocho años) que aumentaban su carga dramática: “Un día fui a nadar con un amigo muy cercano, y estábamos saltando las olas que venían. La corriente era tan fuerte que lo arrastró, y él se agarró a mí. Lo llaman “el abrazo de la muerte”, cuando saben que están en apuros y se van a ahogar. Casi tuve que romperle la mano. Me iba a llevar con él.” La historia dio otro giro con la publicación del libro “For the Love of the Game” (Michael Jordan y Mark Vancil, 1998), en el que hace su aparición la novia y la historia del amigo vuelve a sus proporciones originales: “Cuando estaba en la universidad, mi novia fue arrastrada por una inundación y se ahogó. En otra ocasión, estaba nadando con un amigo cuando una fuerte corriente nos arrastró mar adentro. Yo pude liberarme y volver a tierra. Él no lo consiguió.”
El hecho de que hasta entonces nadie hubiera mencionado el dramático fallecimiento de la novia de un deportista universitario que ya era famoso a nivel nacional, sumado a los cambios en la historia de la playa, no puede menos que despertar cierta suspicacia. Especialmente cuando se considera que algunos de los intentos de Jordan por superar su reticencia al agua se produjeron en fecha posterior a la que se atribuye a estos accidentes. Es posible que todo sea cierto, por supuesto; también es posible que al menos partes de estas historias hayan sido exageradas para explicar una limitación atlética en uno de los deportistas más grandes de todos los tiempos. A pesar de que Michael Jordan ha afirmado que no lo considera una vergüenza, el detalle de que se empeñara en realizar una prueba de natación para no aceptar que había una disciplina que no dominaba, o su especial incomodidad cuando tuvo que realizar ejercicios de rehabilitación en la piscina de un gimnasio abierto al público sugieren que en realidad sí lo percibe como una limitación que no puede superar. Puede volar como Superman, pero no puede nadar como un niño de seis años. La manera en la que estas historias convierten una debilidad vulgar en una tragedia es quizás indicativa de la manera en la que Jordan afronta los desafíos y los fracasos reelaborando los hechos y llevándolos a términos extremos. Si sus sentimientos son desproporcionados, quizás haya que adaptar los recuerdos a esos sentimientos y no al revés.
Curiosamente, el mismo empeño que pone en diferenciarse del común de los mortales en los aspectos que pueden compartir, lo pone también en aproximarse a la cotidianeidad en lo que lo hace superior. Convertido al fin en la estrella del equipo, Michael Jordan simultaneaba sus esfuerzos por demostrar su superioridad con su afán por seguir siendo parte del grupo, uno más de los muchachos. Volvió a la universidad en septiembre, prácticamente sin haber descansado (su madre le requisó las llaves del coche para obligarlo a dejar de jugar durante al menos dos semanas), dispuesto a redimir el fracaso de la temporada anterior y a enseñar a los nuevos quién era el mejor: “Los freshmen ya habían empezado con el trash-talk5. Tenía que ver si tenían lo que hay que tener”. Pero lo hacía desde un plano de igualdad en la condición: “Ejercía de ejemplo más que de crítico. Creo que era su mayor virtud como jugador”, recordaría años después Kenny Smith.
Ese año el equipo sí parecía tener lo que hay que tener. De entre los freshmen destacaban Smith, un velocísimo base neoyorquino, y Joe Wolf, un pívot grande y con buena mano. Con Dave Popson, un proyecto de hombre alto por hacer, la plantilla de North Carolina era quizás la más potente de esta etapa. Jim Braddock se había graduado, pero no faltaban candidatos para cubrir su plaza: además de Smith estaba Steve Hale, un base poco espectacular pero que organizaba muy bien el juego colectivo, y “Buzz” Peterson, que estaba intentando adaptarse a esa posición. Una vez más, el entrenador esperó a dos días antes del debut oficial para anunciar su decisión; gracias en parte a su buena actuación en un amistoso contra la selección yugoslava, Kenny Smith sería el quinto freshman que debutaría como titular. Por dentro, Brad Daugherty estaba ya listo para tomar un papel protagonista, y la llegada de Wolf y Popson permitiría a Dean Smith efectuar las rotaciones necesarias. Con la presencia de los veteranos Jordan, Perkins y Doherty, los Tar Heels eran los grandes favoritos para el campeonato y volvieron a la portada de Sports Illustrated. Esta vez Michael Jordan pudo aparecer con todo merecimiento, aunque fuera con Perkins.
Los cambios producidos durante el verano no se limitaban al resto del equipo. También Jordan volvió muy cambiado, de manera menos dramática que el curso anterior pero aun así muy significativa. Su desarrollo físico era notable, y se había extendido desde los hombros para mostrar unos brazos mucho más musculados, y también unas piernas más fuertes. Su manejo de balón había mejorado para reducir los excesivos riesgos que provocaran el nerviosismo de Dean Smith la temporada anterior. También había añadido nuevos recursos, como una media vuelta en suspensión desde el poste que con el tiempo iría desarrollando hasta convertirla en una de sus principales herramientas. Por fin se empezó a ver al Michael Jordan que luego asombraría en la NBA, e incluso su apariencia fue incorporando los rasgos distintivos que mantendría durante su carrera. Ya hacía un año que había empezado a usar su característica muñequera subida a mitad del antebrazo (según Rick Telander, en homenaje a Peterson cuando se lesionó; en realidad empezó a llevarla antes), y en esta temporada junior añadió unas calzonas dos tallas más grandes de lo necesario. Después de empezar con los problemas de tendinitis en su rodilla izquierda en el arranque de temporada, una rodillera elástica negra completó el conjunto.
Si su apariencia era ya la del jugador que arrasaría en la NBA, no se puede decir lo mismo de su juego en el arranque de la temporada. Aunque North Carolina ganó cómodamente los torneos Stanford Invitational y ECAC Holiday Festival, la actuación individual de Jordan fue muy pobre. Sus problemas de faltas y de pérdidas de balón oscurecieron sus aciertos ocasionales, y su mal porcentaje de tiro lo dejó fuera del quinteto ideal de ambos torneos. “No te preocupes por las expectativas de los demás”, insistía Dean Smith. Varios periodistas habían elegido a Michael Jordan como el jugador universitario más destacado del momento, y la presión de estar a la altura hizo mella en el jugador. “Michael está jugando al mejor nivel de toda su carrera. Es sólo que no está tirando bien”, intentaba explicar su entrenador. Lo cierto es que tenía gran parte de razón, porque a pesar de los comentarios negativos de la prensa y los aficionados, el equipo seguía ganando y con holgura. Sin embargo, algunos temían una repetición de la temporada anterior, en la cual los resultados ocultaron las graves carencias del equipo hasta que fue demasiado tarde. Matt Doherty apenas tiraba, Michael Jordan acumulaba errores y el equipo no terminaba a adaptarse a la dirección de Kenny Smith, ya que era un tipo de base muy diferente al habitual en los Tar Heels. Había sido apodado “Jet” con buen motivo, ya que su rasgo más destacado era la velocidad con la que encaraba la zona rival buscando la canasta. El equipo seguía estando demasiado acostumbrado a bases del estilo de Jimmy Black, de estilo pausado y poca anotación; muchos pensaban que el ataque era más fluido cuando estaba en cancha el base suplente, Steve Hale, que sí encajaba en esa descripción. Por otra parte, Smith aportaba una agresividad y un desequilibrio al rival del que habían carecido sus predecesores. Si Doherty estaba lanzando menos a canasta, al menos en parte se debía a que con Kenny Smith y Brad Daugherty la anotación estaba mucho más repartida. También debían adaptarse a un nuevo cambio de normas, ya que la ACC había decidido abolir el tiro de tres después de sólo una temporada, además de modificar el reloj de posesión a 45 segundos. En enero de 1984 North Carolina había ganado sus diez partidos, la mayoría con ventajas cómodas y derrotando a rivales de entidad como St. John’s o el vigente campeón North Carolina State. Entonces llegó Maryland.
Los Terrapins de la Universidad de Maryland siempre habían sido un buen equipo y un rival correoso, gracias al buen hacer de su entrenador “Lefty” Driesell. Pero ahora habían dado un paso más con el progreso de un espectacular alero llamado Len Bias6, y se habían convertido en la gran alternativa a North Carolina en la ACC después de que Sampson diera el salto desde Virginia a la NBA. Los enfrentamientos entre los Tar Heels y los Terrapins habían sido tradicionalmente muy competidos debido al estilo físico y de contactos de estos últimos, y el hecho de disputarse el liderato de la competencia aumentó su interés. Además, estos partidos suponían una motivación especial para Michael Jordan: la otra estrella de Maryland era Adrian Branch, el prolífico anotador que le arrebatara el galardón como mejor jugador del partido McDonalds All-American en 1981. Jordan no lo había olvidado, y muy probablemente ese recuerdo tuvo una influencia decisiva en el famosísimo final del partido que jugaron el 3 de enero de 1984. El día del rock-a-bye baby dunk.
El encuentro fue más interesante que bueno, con más tensión competitiva que acierto. Jordan hizo una mala primera parte, y Perkins tuvo que multiplicarse para evitar que Branch y Bias rompieran el partido. Pero como tantas otras veces, Jordan resurgió en la segunda parte (“sentí la tensión acumularse dentro de mí conforme se acercaba el final del partido; me gusta ese momento”) y tuvo una racha anotadora que puso definitivamente a su equipo por delante. Con el partido ya decidido, North Carolina robó el último balón a falta de pocos segundos y Jordan se dirigió como una exhalación hacia el aro rival para realizar el mate más importante de su carrera. En términos puramente competitivos, ese mate realizado sobre la bocina en un partido ya sentenciado ocupa el otro extremo de la escala presidida por the shot, la canasta final contra Georgetown en 1982. En términos emocionales y artísticos, el mate contra Maryland elevó a Michael Jordan a la categoría de estrella. La victoria había establecido que era un buen jugador, pero este mate, un mate que prácticamente nadie había visto antes y cuyo origen no supo describir el propio Jordan, reveló que se trataba de un jugador diferente. Que asistir a un partido suyo supondría no sólo una alta posibilidad de que ganara su equipo, sino de contemplar algo nuevo y especial. Algo que no aparecería en el marcador, y que después no se podría explicar a los ausentes más que con la frase “tendrías que haberlo visto”. Lo inefable, en un sentido literal.
Como descripción aproximada, este mate era una variación sobre el clásico windmill o “molinillo”, al que se añadía un balanceo del balón sujeto entre la muñeca y el antebrazo. Era ese movimiento el que le dio nombre por su semejanza con el acto de mecer a un bebé en la cuna, y periodistas o aficionados le pusieron apodos como rock’a baby o rock the cradle. Por supuesto, nada es completamente original; en una entrevista posterior, Jordan afirmó haberse inspirado en los movimientos que viera hacer a Al Wood en sus partidillos veraniegos, y el Dr. J ya había realizado mates similares. Pero en un mundo mucho menos televisivo que el actual ni compañeros, ni rivales, ni espectadores lo habían visto antes, y por tanto se trataba de pura creación. La prensa intentó que el jugador aclarara de dónde le había venido la idea de rematar el partido con una jugada así, y cuando Jordan sólo acertó a explicar que para él había sido una culminación natural y no consciente de la jugada pasaron a especular con la posibilidad de que hubiera intentado mandar algún tipo de mensaje a uno de sus rivales, quizás a Branch. “No es ningún mensaje”, declaró Jordan. “No estaba intentando lucirme, sólo quería celebrar la victoria.” Incluso el normalmente impávido Dean Smith se vio obligado a comentar la jugada con él: “Michael, ¿no te diste cuenta de que Kenny Smith estaba desmarcado?”.
El efecto de esta jugada fue un cambio permanente en la actitud del público y en la del propio jugador. La crisis quedó olvidada y Jordan recuperó su juego atlético y espectacular cerca del aro, después de una larga etapa de lo que él mismo definió como “enamoramiento” del tiro exterior. Por su parte, los espectadores empezaron a mostrar un interés aún mayor hacia él, anticipando las acciones espectaculares que sin duda iba a realizar y respondiendo a las mismas. Maryland se dio de bruces con esa nueva situación apenas un mes después, en el partido de vuelta que Michael Jordan dominó mucho más allá de lo que indican los 25 puntos que anotó con una serie de 10 de 14 tiros. Ben Coleman, un musculoso pívot que posteriormente pasaría por la ACB, era el encargado de intimidar físicamente a los rivales, y en un momento de distracción golpeó a Matt Doherty sin que lo advirtieran los árbitros. La reacción normal hubiera sido el contraataque por parte de uno de los hombres altos de North Carolina, pero fue Jordan quien respondió al desafío en sus propios términos. Con el partido ya decidido, Michael Jordan encaró a Coleman y anotó un espectacular mate dejando en evidencia al pívot rival. “¡No vuelvas a tocar nunca a uno de nuestros jugadores!”, dijo señalándole a la cara. Después, Dean Smith y Roy Williams contemplaron estupefactos cómo Jordan botaba el balón tranquilamente mientras los aleros de Maryland discutían a voces en medio de la pista quién debía defenderlo. “¿Quieres que lo marque? Pues mueve el culo y márcalo tú”, gritó Herman Veal a Adrian Branch. Nadie recordaba una quiebra semejante de la disciplina de un equipo de la ACC.
Desgraciadamente, Jordan había adquirido esa agresividad en circunstancias no muy afortunadas: un par de semanas antes del segundo partido contra Maryland, Kenny Smith se había lesionado de gravedad. Fue cerca del final de su enfrentamiento contra LSU, cuando Smith robó un balón y se dirigió a toda velocidad hacia el aro rival. Cuando iba por el aire, un jugador de LSU llamado John Tudor le metió el brazo y lo desequilibró, y Kenny Smith sufrió una aparatosa caída. Fue entonces cuando Jordan llegó para defender agresivamente a su compañero, y mandó a Tudor a la grada de un empujón. Los árbitros intervinieron para impedir que la situación fuera a más y Jordan terminó disculpándose con el rival, pero nada de todo ello cambió el hecho de que Kenny Smith se había fracturado la muñeca izquierda. Inicialmente no parecía un problema insoluble, al fin y al cabo muchos opinaban que el equipo jugaba mejor con Steve Hale. También “Buzz” Peterson había jugado de base en la gira por Grecia en pretemporada, y podría ayudar desde el banquillo. Michael Jordan subió su aportación anotadora para compensar la baja de Smith, y con el magnífico rendimiento de Hale como titular el equipo continuó su buena marcha. La serie de victorias de quedó en 21 después de perder en Arkansas por un punto, pero a continuación empezaron una nueva racha que llegó a las siete victorias. Rivales de entidad como Maryland o NC State fueron derrotados con holgura, y North Carolina se afianzó en el n° 1 del ranquin nacional.
Pero Dean Smith no las tenía todas consigo. Pensaba que el equipo necesitaba la velocidad de Kenny Smith, y el jugador estaba dispuesto a volver a las canchas llevando una especie de escayola flexible. En retrospectiva, el entrenador admitió que cometió un error: “No debería haberlo sacado a jugar. No podía botar con la izquierda. Estábamos jugando bien pero no muy bien, y lo hice volver. Creo que afectó a la química del equipo, y no era ni de lejos el jugador que había sido.” Posteriormente, Kenny Smith coincidió con él: “No podía botar mucho con la mano izquierda, así que fintaba a la izquierda; daba un par de botes con esa mano y luego volvía a la derecha. Eso limitaba el juego que podía desarrollar.” A pesar de terminar la temporada de la ACC como líderes imbatidos, algo que nadie había conseguido en décadas, North Carolina empezaba a mostrar señales de vulnerabilidad.
Kenny Smith volvió en el penúltimo partido de la fase regular, una fácil victoria en la que jugó pocos minutos. Pero menos de una semana después, contra Duke se pudo ver el problema que había surgido en el puesto de base para los Tar Heels: Smith no estaba al cien por cien, y al volver a la suplencia la aportación de Steve Hale disminuyó de manera alarmante. El base de Duke, Johnny Dawkins, aprovechó la circunstancia para anotar 25 puntos y a punto estuvo de lograr la victoria. A falta de ocho segundos North Carolina iba dos puntos abajo, pero Duke se obcecó tanto en defender a Jordan y Perkins que permitieron a Matt Doherty subir tranquilamente el balón y anotar un tiro cómodo de cinco metros. Michael Jordan falló la canasta que les hubiera dado la victoria al final de la primera prórroga, pero en la segunda Duke se desmoronó y el marcador final fue un engañoso 96-83 que no reflejaba lo que había sido el partido.
A pesar del esfuerzo de Jordan, el rendimiento ofensivo de su equipo se había desplomado como consecuencia de la inestabilidad en el puesto de base. Sin contar prórrogas, los Tar Heels estaban anotando unos 10 puntos por debajo de la media de la temporada justo cuando empezaba la fase decisiva y las eliminatorias a partido único. Pasaron la primera ronda del torneo de la ACC sin excesivos agobios, pero en semifinales volvieron a encontrarse con Duke. Sus dos enfrentamientos en la temporada se habían decidido por márgenes muy estrechos, y este tercer partido no fue una excepción. El juego ofensivo de North Carolina se desplomó en la primera parte, y se convirtió en un festival de pérdidas de balón y tiros fallados que propiciaron innumerables contraataques del rival. Pillados una y otra vez en transición, los hombres altos se fueron cargando de faltas, y Duke tomó una cómoda ventaja que rondaba los 10 puntos. Michael Jordan martilleaba incansablemente el aro de los “Blue Devils”, pero ninguno de sus compañeros lo apoyó. En la segunda parte el equipo de North Carolina reaccionó, y gracias a la aportación de Matt Doherty pudo remontar e incluso ponerse por encima. Sin embargo, una racha de errores de Perkins volvió a poner por delante a Duke, y los tiros libres finales certificaron la derrota. Jordan aún logró una canasta a falta de 5 segundos que ponía el 75-77 e incluso recuperaron el balón, pero Doherty no logró conectar con Jordan en el saque y el marcador no se movió.
No fue agradable quedar eliminados del torneo de la ACC (que terminó ganando Maryland), pero el objetivo importante seguía siendo el campeonato nacional de la NCAA, para el que estaban clasificados. A pesar de la derrota, seguían siendo los máximos favoritos; “Carolina ha reunido el mejor equipo de la historia del baloncesto universitario”, declaró el entrenador de Virginia, y numerosos medios daban por segura su presencia en la Final Four. Sin embargo, ya el partido de segunda ronda contra Temple aumentó las dudas generadas por Duke. Los Owls de Temple eran un buen equipo que venía de eliminar a St. John’s, pero de un nivel decididamente inferior al de North Carolina. Su estrella era Terence Stansbury, cuyo brillante paso por los concursos de mates de la NBA ha hecho que se lo recuerde como el típico alero atlético, pero en realidad era un base muy completo con un mortífero tiro en suspensión. El resto de la plantilla era poco destacable, con la posible excepción de Granger Hall, un pívot de mucha clase pero limitado por una grave lesión de rodilla (que no le impidió desarrollar una larguísima carrera en la ACB). Sin embargo, el partido resultó más complicado de lo que cabía esperar y no se decidió hasta los últimos minutos, después de un memorable mano a mano entre las dos estrellas de cada equipo. Michael Jordan desarmó la zona de Temple y se fue a los 27 puntos con una serie de 11 de 15 tiros de campo, pero Terence Stansbury abusó de los bases de North Carolina y anotó 26 puntos, 18 de ellos en la primera parte. Dean Smith tuvo que modificar sus asignaciones defensivas y poner a Matt Doherty sobre Stansbury para detener la hemorragia, y por fin los Tar Heels lograron despegarse en los últimos minutos.
Han pasado veinticinco años desde el partido contra Indiana, pero sigue siendo un recuerdo doloroso para quienes participaron en aquel equipo de North Carolina. En principio, el equipo de los Hoosiers aún estaba en construcción y su potencial era limitado. Contaban con la anotación del freshman Steve Alford, un magnífico tirador, y con el inmenso Uwe Blab, un torpe pívot alemán que a base de trabajo había adquirido algunas habilidades. Pero Bobby Knight, el polémico entrenador de Indiana, había analizado correctamente las limitaciones ofensivas de su rival y su dependencia de la anotación de Jordan. Después de discutir las posibles variantes defensivas con Pete Newell, una auténtica leyenda de los banquillos, Knight tomó una de esas decisiones que hacen famoso a un entrenador, y encargó la tarea a Dan Dakich. Dakich era un especialista defensivo que destacaba por su fuerza y no por su velocidad, pero nadie pretendía que igualara el nivel atlético de Jordan. Las instrucciones de Knight eran claras: “Tienes que impedir las puertas atrás y las penetraciones para lograr canastas fáciles, y negarle el rebote. Que no tenga jugadas fáciles. Si hace falta, concédele el tiro exterior”. Con el tiempo, Dan Dakich creó un pequeño negocio basado en recorrer el país dando conferencias en las que explicaba cómo al recibir la noticia de que tenía que defender a Jordan su primera reacción fue correr al baño y vomitar, pero luego reaccionó y supo salir airoso de una misión casi imposible. Incluso tiene ensayada una pequeña broma: “A veces uno se tiene que enfrentar a alguien que es más alto, más fuerte, más atlético, más duro, tira mejor, es más rápido…desgraciadamente, ese día Michael se tuvo que enfrentar a ese alguien”. Sin embargo, Jordan cree que con los años se fue exagerando la aportación individual de Dakich: “No quiero desmerecer lo que hizo. Creo que consiguió hacer exactamente lo que el entrenador Knight quería que hiciera. Pero fueron los medios los que lo convirtieron en un uno contra uno”.
El plan de Knight iba mucho más allá de que a Dakich le dieran arcadas. En defensa debían cerrarse atrás e impedir las penetraciones y los balones interiores a costa de conceder el tiro exterior. “Rodearon a Perkins y Jordan, y no les importaba pagar el precio. Podríamos haber hecho todos los tiros de cinco metros que quisiéramos, pero tendrían que ser con los jugadores a los que ellos decidieran dejar tirar”, declaró Dean Smith tras el partido. En ataque, Bobby Knight abandonó su tradicional motion offense (estrategia basada en el pase y el movimiento constante) para evitar los dos contra uno, y dio luz verde a Alford para tirar todo lo que le llegara a las manos. “Hizo un gran trabajo convenciéndonos de que podíamos hacerlo”, recuerda el jugador. Indiana tomó las primeras ventajas, y Michael Jordan en particular parecía desconcertado por la manera en la que lo flotaba Dakich: “Yo permanecía a tres metros de distancia hasta que se levantaba para tirar, y entonces me acercaba a puntearlo.” Para terminarlo de arreglar, Jordan sumó su segunda falta cuando no se llevaban diez minutos de juego. Cuando se daba esa situación, Dean Smith tenía la costumbre de sentarlo hasta la segunda parte ya que conocía su tendencia a cargarse de faltas. “Todo el mundo pensó que el entrenador Smith se equivocó al dejarme en el banquillo, pero incluso sin mí teníamos un equipo potente.”
Gracias a Sam Perkins, North Carolina consiguió llegar al descanso con sólo cuatro puntos de desventaja, 28-32, y cabía esperar la remontada con la vuelta de Jordan a la cancha. En lugar de eso, Indiana fue aumentando su ventaja: “Cuando volví en la segunda parte, me sentí como si estuviera intentando comprimir 40 minutos en 20. No pude encontrar mi ritmo”. A falta de cinco minutos y medio, Steve Alford anotó la bandeja que ponía a su equipo 12 puntos arriba; era la primera vez en la temporada que North Carolina se veía con esa desventaja. No hubieran sido un equipo de Dean Smith si no hubieran remontado: empezaron a hacer faltas deliberadamente, y gracias a cuatro fallos consecutivos en los tiros libres Indiana encajó un parcial de 10-0 que puso a los Tar Heels a sólo dos puntos quedando dos minutos. Pero tampoco los Hoosiers hubieran sido un equipo de Bobby Knight si se hubieran hundido bajo la presión, y Steve Alford anotó seis tiros libres consecutivos para terminar con 27 puntos y sellar la victoria de su equipo por 72-68. Michael Jordan se quedó en trece puntos y un rebote, con una serie de 6/14 en el tiro.
“Era la última oportunidad para Sam y Michael”, recordaría Kenny Smith. “A mí me quedaban tres cursos por delante, así que no comprendí la trascendencia de la derrota hasta que llegamos al vestuario y vi lo duro que era para ellos. Sentí que les había fallado.” No era el único; era la segunda vez que Dean Smith creía tener el mejor equipo del país y no lograba conquistar el campeonato (la primera fue en 1976). “Pensábamos que, con ese equipo, si nos enfrentáramos diez veces contra cualquier rival de todo el país, les ganaríamos nueve”, dijo Steve Hale. La sensación de fracaso fue aún mayor cuando Indiana fue eliminada al siguiente partido por Virginia con el ridículo marcador de 50-48. “Me habría sentido mejor si después Indiana hubiera ganado el campeonato”, comentaría Jordan.
Muchos estudiantes de North Carolina comprendieron las lágrimas de Matt Doherty en televisión. Al día siguiente, Michael Jordan estaba de nuevo en la cancha, intentando mejorar; pero esa mejora ya no tendría lugar vistiendo el uniforme de los Tar Heels. Hacía semanas que la decisión de presentarse al draft de la NBA estaba tomada. Claro que es más facil sacar a un chico de Chapel Hill que sacar a Chapel Hill del interior de un chico. Durante toda su carrera, Michael Jordan llevó debajo de su uniforme las calzonas celestes de los Tar Heels como símbolo tangible de su identidad.
Varios años después, durante la retransmisión de las finales de la NBA de 1991 la televisión estadounidense entrevistó al entrenador Dean Smith, que tenía a cuatro jugadores en esa final (Worthy y Perkins en Lakers, Jordan y Scott Williams en Bulls). Al entrar en el vestuario, Michael Jordan lo vio casualmente en un televisor y se paró en seco. “¿Es el entrenador? ¿De qué está hablando?”, preguntó a Williams, que estaba siguiendo la entrevista. “De ti”, le contestó. “No, venga, en serio”, dijo el jugador que acababa de recibir su segundo MVP. “¿De qué está hablando?”
5 Se conoce como trash-talking a la costumbre de dirigirse a los rivales durante un partido de manera desafiante o provocativa para descentrarlos o resaltar los aciertos propios.
6 La muerte de Len Bias por sobredosis justo después de ser drafteado por los Boston Celtics en 1986 sigue siendo una de las mayores tragedias del baloncesto estadounidense.