Los Chicago Bulls eran una franquicia cuya mejor época se remontaba a mediados de los setenta con Dick Motta, cuando llegaron a aspirar al anillo de la mano de Chet Walker, Norm Van Lier y Jerry Sloan. Pero una combinación de malas temporadas y peores elecciones en el draft los habían atrapado en un ciclo de derrotas que duraba ya diez años. El mejor ejemplo de la mala suerte que parecía perseguirles se produjo en 1979, cuando participaron en el cara o cruz que determinaría el número uno del draft. Los Lakers ganaron y escogieron a “Magic” Johnson, los Bulls perdieron y se quedaron con David Greenwood, un ala-pívot de fama universitaria pero rendimiento mediocre. Algunas elecciones fracasaron debido a lesiones, como Ronnie Lester; otras por problemas de disciplina, como Quintin Dailey, y la mayoría por no ser capaces de dar el salto al baloncesto profesional, como Greenwood, Ennis Whatley o Sidney Green. Para colmo, una de las pocas que sí rindió como se esperaba también trajo más disgustos que alegrías. Reggie Theus era la estrella del equipo, un escolta anotador de talento indudable pero también indisciplinado y poco defensor, que prefería pasar la pretemporada exigiendo una mejora de contrato en lugar de trabajar. El entrenador Kevin Loughery se enfrentó con el jugador, y a pesar de que éste contaba con el apoyo de los propietarios y de la grada primero lo relegó a la suplencia y luego terminó traspasándolo. Algunos lo interpretaron como una señal de que el equipo buscaba el remedio del draft, ya los únicos jugadores destacados que quedaban eran el acrobático alero Orlando Woolridge y el escolta Quintin Dailey, que pasaba más tiempo de baja que en la cancha.
Irónicamente los Bulls terminaron viéndose beneficiados de estar en peor situación que Sixers o Blazers, ya que en su caso necesitaban refuerzos en casi todas las posiciones y sólo debían buscar al mejor jugador a su alcance. Eso no significa que no fueran agudamente conscientes de que el equipo necesitaba un pívot desde la marcha de Artis Gilmore y que la colección de jornaleros que tenían no daba la talla, pero el general manager Rod Thorn tenía pocas esperanzas de encontrar alivio en el draft. Incluso si Olajuwon y Ewing decidieran presentarse a la vez en ningún caso caerían hasta la elección de los Bulls, y los demás hombres altos disponibles no le ofrecían confianza. Sam Bowie no le parecía una futura estrella y la mala experiencia con Lester le hacía desconfiar de seleccionar a universitarios con historial de lesiones; Turpin y Barkley amenazaban con repetir los problemas extradeportivos de Dailey, y la actitud de Perkins recordaba demasiado a la de Sid Green. Los Bulls intentaron usar su elección de draft para conseguir a un buen pívot en un intercambio, pero los Sonics rechazaron la oferta por Jack Sikma. Una posibilidad que estuvo a punto de realizarse estuvo relacionada con Terry Cummings, un alero de gran nivel al que una cardiomiopatía había puesto en el mercado. En principio iba a venir a cambio de Dailey y Greenwood, pero la gerencia de los Bulls tuvo dudas y fue entonces cuando se habló de un traspaso a tres bandas por el cual recibirían al alero Terry Cummings y al pívot James Donaldson a cambio de la primera ronda del draft. Los Bulls se salvaron en el último momento cuando los Clippers se echaron atrás al recibir una oferta de nada menos que Julius Erving. Los Bulls siguieron buscando incluso después del draft, e intentaron sin éxito conseguir a “Tree” Rollins de los Hawks o contratar al agente libre Joe Barry Carroll.
La situación dio un giro radical después del cara o cruz, cuando se hizo público que los Blazers optaban por Bowie y que por tanto Michael Jordan estaría disponible para unos Bulls que ya habían puesto proa al número 3 sentando a Woolridge por una supuesta lesión y perdiendo 14 de sus últimos 15 partidos. No es que no existieran dudas sobre Jordan, en particular sobre su posición (le faltaba tiro para jugar de escolta y altura para jugar de alero, se decía) o la dificultad de evaluarlo viniendo de un sistema tan estructurado que hacía que algunos jugadores parecieran mejores o peores de lo que eran en realidad. “Había jugado en North Carolina con Dean Smith, y su talento quedó oculto allí”, intentaría explicar Stu Inman. “Incluso en la selección estaba tapado. Nunca dudamos de que era muy bueno, pero yo me preguntaba ¿dónde va a jugar?” Rod Thorn tenía la ventaja de ser amigo de Billy Cunningham y conocía su opinión al respecto. De hecho, Thorn y el entrenador Kevin Loughery pertenecían al reducido grupo de individuos que habían sido invitados a North Carolina en varias ocasiones a pesar de no pertenecer a “la familia”. Si Dean Smith había considerado a Chicago como un buen destino para Jordan era porque creía que una franquicia situada en una de las principales ciudades del país terminaría repuntando antes o después, especialmente con gente como Thorn. Smith le proporcionó cintas de partidos de los Tar Heels y su visionado tuvo un efecto similar al de una máquina del tiempo. Volvía a ser 1973, Kevin Loughery era el entrenador de los New York Nets de la ABA y Rod Thorn su ayudante, y acababan de conseguir a Julius Erving, el Dr. J. A pesar de que no estaban seguros de que Jordan fuera a convertirse en una estrella de ese calibre, sí que quedaron convencidos de que era un jugador especial, que atraería al público y podría sacar a los Bulls de la oscuridad. Aún no sabían que los propietarios de la franquicia habían alcanzado un acuerdo secreto para vendérsela a un millonario llamado Jerry Reinsdorf, pero los ejecutivos sabían que la situación era desesperada y no tenían tiempo de seleccionar a un proyecto de hombre alto que no cuajaría hasta que todos ellos hubieran sido despedidos.
Fue ese convencimiento el que llevó a Rod Thorn a rechazar todas las ofertas que recibió por los derechos sobre Michael Jordan, por muy tentadoras que fueran. Y lo eran, ya que Dallas ofrecía a Mark Aguirre, una estrella local de Chicago que venía de ser el segundo máximo anotador de la NBA. “Rod nos dijo: ‘Es una oferta más que justa, pero tengo una intuición especial sobre Michael Jordan’”, declaró Rick Sund, entonces general manager de los Dallas Mavericks. “Rod ni siquiera dudó. Estaba seguro.” Los Sixers de Billy Cunningham también fueron a por Jordan, y ofrecieron a Andrew Toney más su propia elección de primera ronda. Toney era un escolta allstar que aún no había empezado con las lesiones que acabarían con su carrera, y con ese número 5 del draft permitiría que los Bulls se reforzaran con dos titulares. Pero cada nueva oferta hacía que Thorn se aferrara con más fuerza a su elección, convencido de que demostraban que Michael Jordan valía aún más de lo que pensaban. “Mi opinión y la opinión generalizada era que Michael sería un muy buen jugador, pero nunca imaginé que sería tan bueno. Queríamos a Olajuwon. Ése era el que queríamos”, recordaría. Quizá la clave de su “heroica resistencia” residiera en un rumor de la prensa tejana según el cual los Rockets se podrían plantear ofrecer a Ralph Sampson (redundante con la llegada de Olajuwon) a cambio de Jordan. Rod Thorn admite que hubiera aceptado de inmediato, pero no pasó de ser una especulación que Houston no llegó a considerar en serio.
Los Sixers hicieron un último intento, poniendo sobre la mesa una oferta próxima a la desesperación. Poco antes del draft se había filtrado a la prensa que estaban en tratos con los Clippers para cambiar a Terry Cummings por Julius Erving, y la reacción popular había sido tan negativa que les obligó a dar marcha atrás. El Dr. J era un mito en Philadelphia, aún jugaba a nivel de estrella y cambiarlo por otro jugador sólo porque fuera más joven era inaceptable. Pese a ello, pocos días después el propietario de los Sixers se arriesgó a incurrir de nuevo en la ira de la ciudad cuando se puso en contacto con el de los Bulls para ofrecerle a Erving más una futura primera ronda a cambio de Jordan. En términos deportivos al Dr. J sólo le quedaban un par de temporadas, pero en términos publicitarios se trataba de una de las estrellas con mayor tirón. No está claro si fue Rod Thorn el que rechazó la oferta o fueron directamente los propietarios de la franquicia, pero la respuesta fue inequívoca: Michael Jordan jugaría en los Bulls. En cambio, la elección de segunda ronda no llegaría a firmar con el club; curiosamente, se trataba de un viejo conocido de Jordan, el pívot Ben Coleman de Maryland, con el que tuviera más que palabras. Coleman terminó en Italia, aunque la causa más probable fue la baja definitiva de Ronnie Lester y la necesidad de fichar un base.
La actitud inicial de la franquicia reflejaba la mezcla de miedo y esperanza que representaba la llegada del jugador y el temor de levantar unas expectativas irreales que aún no estaba preparado para sobrellevar. “Nos gustaría que midiera siete pies, pero no los mide. Sencillamente, no había ningún pívot disponible. ¿Qué podíamos hacer?”, declaró Rod Thorn, intentando mantener un tono de normalidad. “Si hubiéramos podido elegir entre Bowie y Jordan, aun así hubiéramos escogido a Jordan. Pero el gran premio era Olajuwon. Jordan es muy bueno en ataque, pero aún no es determinante.” Esa llamada a la cordura contrastaba con la campaña publicitaria a toda página que lanzó el equipo, basada en una antigua película titulada Aquí llega el Sr. Jordan (conocida como El cielo puede esperar en un remake posterior). Michael Jordan llegó a Chicago sin saber más que era una gran ciudad, desconocida y amenazadora para un chico de pueblo como él. Su madre tuvo que venir los primeros meses para prepararle la casa, y posteriormente vivió durante una temporada con su primer amigo en Chicago, George Koestler. Koestler era el propietario y chófer de un diminuto negocio de limusinas que recogía viajeros del aeropuerto y que tuvo la fortuna de que un cliente lo dejara colgado una noche. “Fui al aeropuerto a recoger a un cliente y no se presentó. Recibí una llamada para esperarlo en el vuelo de las 5 y luego en el de las 7:30. Cuando salió el piloto del avión de las 7:30 pregunté si quedaban más pasajeros. Me dijo que sólo quedaba uno.” Esperó a ver si era su cliente, pero resultó ser ese jugador de baloncesto del que hablaban las noticias. “Eres Larry Jordan, el rookie9 de North Carolina, ¿verdad?”. Michael, le corrigió, no Larry. “Estaba esperando a un cliente que no se ha presentado. Te llevo a donde quieras por $25.” Jordan aceptó, y al despedirse George Koestler le dejó su tarjeta por si necesitaba sus servicios. Unas semanas después Michael Jordan lo llamó para que fuera a recoger a su madre al aeropuerto, y Koestler terminó convirtiéndose en una mezcla de chófer, guardaespaldas y amigo, cuya labor era servir de separación entre Jordan y la nube de desconocidos que intentaban aproximarse a la estrella.
La pretemporada estuvo llena de sorpresas para Michael Jordan, como el famoso hotel Lincolnwood Hyatt (“Nunca antes había visto un edificio púrpura”) o las miserias de la NBA de la época, como los entrenamientos en el Guardian Angel High School, un orfanato transformado en instituto. La mayor sorpresa pudo ser que apenas llegar fue designado como estrella del equipo. Durante el resto de su carrera, después incluso de ganar anillos de la mano de Phil Jackson, Jordan siguió diciendo que el mejor entrenador que había tenido en la NBA era Kevin Loughery10: “Me dio la confianza necesaria para jugar a este nivel. En mi primer año me dio el balón y me dijo ‘chico, sé que sabes jugar, sal y juega.’ No creo que hubiera pasado lo mismo con otro entrenador”. Al igual que en la universidad, Jordan llegó a la NBA inseguro de sus capacidades y agradeció esa confianza por parte de su entrenador. También le sorprendió cómo sus compañeros más veteranos aceptaron ese reconocimiento de un recién llegado, especialmente Orlando Woolridge o Steve Johnson. Jordan llegaba de North Carolina donde la veteranía era un grado, pero aprendió que en la liga profesional lo único importante eran las habilidades y el rendimiento. Desde el primer día Kevin Loughery aplicó un sistema diseñado para que Michael Jordan recibiera el balón cada jugada, aunque también tuvo que bregar con la desbordante competitividad del recién llegado. Después de cada sesión, entrenador y jugador se quedaban jugando al “burro” para mejorar su tiro exterior, pero las partidas se eternizaban porque normalmente ganaba Loughery, que había sido un muy buen tirador, y Jordan se negaba a irse hasta remontar. Los primeros días hubo que dar por terminado el entrenamiento antes de hora porque Michael Jordan imprimía un ritmo que los dejaba agotados. Para alargar los entrenamientos Loughery recurrió a un truco que otros entrenadores habían usado: cambiar de equipo a Jordan cuando estaba a punto de ganar para que tuviera que remontar la ventaja que acababa de conseguir. Eso enfurecía al jugador, pero enfocaba su ira para terminar ganando. “Si le pongo con los titulares, ganan. Si le pongo con la segunda unidad, ganan. Si le pongo en el quinteto atacante, anotan. Si le pongo en el quinteto defensivo, frenan a los atacantes. No importa lo que haga con Michael, su equipo gana siempre.” Años después, durante un partido contra un equipo entrenado por Kevin Loughery, Jordan lideró la remontada para llevarse la victoria. “Es como estar de vuelta en Guardian Angel ¿verdad, entrenador?”, dijo al pasar por delante del banquillo.
Incluso los compañeros menos predispuestos a aceptar su llegada, como Quintin Dailey, tuvieron que rendirse a la evidencia. Dailey venía de ser el escolta titular y veía cómo ese recién llegado iba a mandarlo al banquillo, así que durante los entrenamientos se empleó a fondo intentando usar su fuerza y experiencia para castigar físicamente al novato. Lo único que consiguió fue que la reputación de Jordan saliera reforzada después de superar el desafío a base de jugadas brillantes, como saltar y machacar su propio tiro fallado. Una de ellas fue un avance del movimiento que se convertiría en su canasta más publicitada: Michael Jordan volaba hacia el aro para el mate cuando recibió el contacto de la defensa, así que hizo un giro de 180° y anotó la bandeja en aro pasado. “Michael es buenísimo”, declaró Dailey, “pero no le contéis que os lo he dicho.” Por su parte, Jordan intentaba rebajar las expectativas de la prensa: “Me gustaría llegar a jugar al menos un All Star”.
A pesar de que la llegada de Jordan había disparado las expectativas entre los aficionados que seguían al equipo, la atención de la ciudad estaba centrada en los playoffs de béisbol de los Chicago Cubs. Apenas 2.100 fans acudieron al debut de Michael Jordan en el primer partido de pretemporada, jugado en el Peoria Civic Center frente a los Indiana Pacers. Jordan empezó en el banquillo y terminó jugando 29 minutos alternando las posiciones de base, escolta, alero y ala-pívot. Kevin Loughery le pidió que se centrara en ayudar en los tableros, y terminó con unos números interesantes pero “terrenales”: 18 puntos y 8 rebotes en una victoria por 102-98. Fue en el segundo partido de exhibición, en St. Louis contra los Kansas City Kings, en el que se produjo el primer avistamiento del Michael Jordan que había llegado a la NBA. Anotó 10 de sus 11 tiros de campo, y terminó con 32 puntos para derrotar a los Kings por 107-100. “No lleva ni un mes en la liga y los árbitros ya lo tratan como si fuera un dios”, protestó el base Larry Drew en referencia a una supuesta tolerancia arbitral para con sus pasos de salida. La vuelta a Chicago después de esa exhibición desató la jordanmanía. Una muchedumbre de aficionados asistió a los dos partidos contra los Milwaukee Bucks jugados en el instituto East Chicago Washington High School (ganaron el primero y perdieron el segundo). A continuación vino la gira por Nueva York contra los Knicks, primero en Glens Falls ante 6.500 espectadores y luego en el Madison Square Garden con 16.000 aficionados en las gradas, para terminar con el debut en el Chicago Stadium con una decepcionante derrota contra los Kings. “Lo que diferencia a Michael Jordan es su elevación, la capacidad de pasar el balón estando en el aire”, declaró el entrenador de los Knicks, Hubie Brown. “En los doce años que llevo en la liga no había visto a nadie capaz de pasar el balón desde esa altura.” Durante los Juegos, Bobby Knight había intentado corregir su costumbre de saltar primero y decidir después, hasta que comprobó su capacidad de pase en el salto.
Para entonces ya importaba poco si Jordan había jugado bien como frente a los Knicks o mal como frente a los Kings. Prensa y aficionados se habían rendido a sus pies, y cada partido y entrenamiento suponía encontrar a una nube de chavales pidiendo autógrafos y una cola de periodistas esperando turno. Un día era un fotógrafo del Washington Post, al siguiente la portada del número de The Sporting News dedicado a la NBA y al otro un reportaje con el que la CBS inauguraría las retransmisiones de la temporada. Luego había que encontrar un momento para filmar un anuncio o recibir su nuevo y flamante BMW, y siempre las masas de aficionados a la entrada del hotel, a la salida del pabellón o alrededor del autobús. “Escolta policial, cámaras de televisión…es como formar parte del tour de Michael Jackson, él es Michael y nosotros los otros Jacksons”, declaró Orlando Woolridge después de la gira por Nueva York. Esta situación fue aumentando el distanciamiento entre Jordan y sus compañeros que había estado presente casi desde el comienzo. Después del primer amistoso que jugaron contra los Pacers, Jordan fue invitado a una fiesta en la habitación de hotel de uno de los miembros de la plantilla. El ambiente que se encontró, con jugadores borrachos consumiendo cocaína a plena vista, le repelió hasta el extremo de no volver a intentar socializar con sus compañeros. Michael Jordan consideraba ese comportamiento como la mayor falta de profesionalidad de un deportista, una ausencia de compromiso con la búsqueda de la victoria que debía presidir sus vidas. No se trataba de un prejuicio moral (Jordan no ponía reparos a la promiscuidad sexual, por ejemplo), sino del convencimiento de que incluso vicios socialmente aceptados como el alcohol y el tabaco suponían un abandono para un deportista, una deserción en la lucha por el triunfo. Para sus compañeros esa actitud suponía asumir una especie de superioridad moral cercana a la hipocresía. Admiraban su actitud en los entrenamientos y su superioridad era incontestable, pero en lo personal sus compañeros sentían que la lejanía aumentaba con cada entrevista, contrato publicitario y autógrafo. Jordan parecía presumir hasta de su apariencia diferente, con sus estrafalarias zapatillas Nike y su costumbre de llevar las calzonas de North Carolina debajo del uniforme de los Bulls. “Tanto rojo es el color del diablo”, bromeaba. “El azul es el color del cielo.” El rojo era también el color de su nuevo equipo y el de sus compañeros.
Tampoco ayudaba la presencia constante de Howard “H” White, un ex jugador asignado por Nike para proteger su inversión. Su trabajo (al que posteriormente se sumaría el chófer George Koehler) era servir de intermediario entre Jordan y todos aquellos que intentaban aproximarse a él, especialmente quienes venían a pedirle dinero o a solicitar su participación en empresas de resultado dudoso. White era el encargado de poner mala cara y ser cortante si era necesario, haciendo preguntas directas y comprobando la solidez de los proyectos. La popularidad inesperada agobiaba a Michael Jordan, aunque también tenía aspectos más agradables, como por ejemplo su éxito entre las mujeres. Ya había descubierto su atractivo durante los Juegos Olímpicos, cuando tuvo que esconder a la medallista Kim Gallagher en un armario para evitar que Bobby Knight la descubriera en su cuarto, pero no estaba preparado para la vida nocturna en la NBA. “Estamos hablando de que te persiguen algunas de las mujeres más hermosas del mundo”, explicaba Howard White. Jordan empezó a tener que organizarse antes de los partidos para comprobar que las chicas a las que había invitado recibían entradas para zonas diferentes del pabellón, y en un famoso incidente que provocó chistes durante meses una joven se tumbó delante de su coche exigiéndole un beso.
Sin embargo, sí hubo un jugador de los Bulls que atravesó la barrera formada por la insistencia de los fans, el favoritismo de los medios y la presencia de Howard White. Lo primero que llamó la atención de Rod Higgins fue lo mismo que había sorprendido a los demás: la actitud de Jordan en los entrenamientos. “No podías evitar darte cuenta de que era diferente de los que ya formábamos parte de los Bulls. Sus hábitos de entrenamiento no tenían parangón.” Rod Higgins era un alero suplente elegido en segunda ronda del draft, así que había tenido que ganarse su presencia en la plantilla a base de trabajo y constancia. También era una persona con profundos valores religiosos que lo mantenían al margen del ambiente de desenfreno que había hecho famosos a los Bulls, aunque le gustaba el billar y había instalado una mesa en el sótano de su casa. Eran almas gemelas. A pesar de la pompa y circunstancia que lo rodeaba, Higgins veía a Jordan como una persona normal a la que aún no le había afectado la fama y la riqueza. Por su parte, Jordan veía a Higgins como un jugador de talento limitado pero dispuesto a entregarse, con el que derrotaba a los titulares en los partidos de entrenamiento. En menos de una semana Rod Higgins lo había invitado a cenar con su familia, un gesto poco habitual en el entorno profesional. “Lo que más necesito ahora mismo es una cena casera”, confesó Michael Jordan. Buscó su primera casa en la misma zona residencial que Higgins y se compró también una mesa de billar.
Por fin, la NBA. El 26 de octubre de 1984 Michael Jordan jugó su primer partido con los Chicago Bulls, en casa contra los Washington Bullets (posteriormente cambiaron su nombre a Wizards, la franquicia en la que terminaría su carrera). Al igual que en su debut universitario, Jordan parecía nervioso, con ganas de agradar hasta el extremo de pasar el balón en varias ocasiones cuando tenía posición de tiro. Como en tantas pachangas jugadas en Chapel Hill, enfrente estaba Dudley Bradley, un ex jugador de North Carolina con fama de gran defensor. Entre los nervios y el rival su actuación no pasó de mediocre, con demasiados fallos en el tiro (5 de 16) y cinco pérdidas de balón para terminar con 16 puntos y 6 rebotes. La jugada más destacada fue una penetración frenada en falta por el rocoso pívot Jeff Ruland11, que lo dejó tendido sobre el parqué mientras el estadio entero contenía el aliento. Jordan se levantó, anotó los tiros libres y en el siguiente ataque volvió a encarar a Ruland. Los Bulls ganaron cómodamente por 109-93 gracias a Orlando Woolridge y Steve Johnson, pero después del partido vieron cómo todos los aplausos del público y las alabanzas de los periódicos fueron para Michael Jordan, que notó que cuando Ruland lo derribó, ninguno de sus compañeros dio un paso adelante para defenderle.
La noche siguiente en Milwaukee empezó como había terminado el primer partido, con un Jordan dubitativo buscando más el pase que la canasta y viéndose superado por el rival, en este caso Sidney Moncrieff. Hasta que en el segundo cuarto se produjo una jugada que cambió totalmente su actitud: Michael Jordan capturó un rebote en defensa, corrió el contraataque y penetró a canasta ejecutando una serie de cambios de mano que dejaron clavado al defensor. La bandeja no entró, pero los Bulls recuperaron el rebote y el balón volvió a Jordan, que remontó la línea de fondo y anotó de manera espectacular a aro pasado. Esa jugada no sólo puso en pie a los espectadores, sino que además hizo despertar al mejor Michael Jordan. A partir de entonces se sucedieron las bandejas, los mates y los alley-oops hasta sumar 21 puntos. Aunque los Bucks remontaron de la mano de Terry Cummings y terminaron venciendo por 106-108 cuando el último tiro de Jordan no tocó ni aro, todos los presentes pudieron comprobar que el rookie había desembarcado en la NBA. En el último cuarto, con el marcador en un puño, Jordan robó un balón en defensa y voló hacia el aro sin oposición. En el banquillo local estaba Mike Dunleavy12, un veterano escolta que apuraba los últimos momentos de su carrera como jugador antes de dar el salto a un puesto como técnico (en la primera final de los Bulls, 1991, contra Lakers, el entrenador rival sería precisamente Dunleavy), y cuando vio que Jordan saltaba casi desde el tiro libre le comentó a un compañero: “Va a cometer su primer error de novato”. El espectacular mate que culminó la jugada le hizo plantearse que quizás el error no lo había cometido el novato.
Estos dos partidos fueron el prólogo del auténtico debut de Michael Jordan el 29 de octubre, de vuelta en Chicago y otra vez contra los Bucks. Se había corrido la voz de su vistosa actuación en Milwaukee y estaba prevista la asistencia nada menos que de David Stern, el flamante nuevo comisionado de la NBA, a quien entrevistó el comentarista Johnny “Red” Kerr en el descanso. “¿Que para qué he venido a Chicago?”, declaró Stern, “para lo mismo que los demás, para ver a Michael Jordan”. El partido no decepcionó, y la primera parte fue un constante toma y daca entre Woolridge y Jordan por parte de los locales, frente a Cummings y Moncrieff por los visitantes. Pero en el tercer cuarto Jordan hubo de irse al banquillo para protegerse debido a sus cuatro faltas personales, y los Bucks tomaron la delantera. A pesar de su vuelta a la cancha en el último cuarto, a falta de cinco minutos la desventaja de los Bulls oscilaba entre los seis y ocho puntos. Fue entonces cuando Michael Jordan tomó el control absoluto del partido por primera vez en su joven carrera profesional; empezó a multiplicarse en defensa usando su velocidad para robar pases y su salto para capturar rebotes, y en ataque comenzó a bajar para recibir el balón directamente del saque, subirlo y hacer jugada. “Vi que Sidney Moncrieff estaba cojeando un poco, y eso me daba la oportunidad de penetrar y anotar”, declaró tras el partido. Sumó la friolera de 18 puntos en esos últimos cinco minutos, y dos jugadas muy parecidas en el último minuto provocaron una explosión de entusiasmo del público de Chicago: estando dos puntos abajo, Jordan atravesó todo el quinteto rival, recibió bajo el aro la sexta falta de Alton Lister (un inmenso pívot taponador de siete pies) y anotó de manera acrobática para sumar un 2+1 que ponía a los Bulls por delante; en la jugada siguiente Jordan volvió a atravesar la zona a pesar de que los cinco jugadores de los Bucks se cerraron sobre él, recibió la falta y consiguió anotar ante la desesperación de Don Nelson, el entrenador de Milwaukee. Una crónica del partido describiría este último minuto como una rueda de reconocimiento por la que Nelson hizo desfilar a toda su plantilla buscando un quinteto que fuera capaz de frenar a Michael Jordan. Al final, victoria por 116-110 con 37 puntos, 5 rebotes, 4 asistencias y 2 tapones de un Jordan que había batido el récord de la franquicia al anotar veintidós puntos en un cuarto.
Más allá de los fríos números, superados dos semanas después con 45 puntos frente a los Spurs, la trascendencia del partido vino del dominio que había exhibido Jordan, tomando el control del juego sin que pudieran hacer nada ni Sidney Moncrieff (elegido mejor defensor de la NBA pocos meses antes), ni todos sus compañeros juntos. “No pudimos hacer nada con él”, se lamentaba Nelson. “Intentamos hacerle un dos contra uno y saltaba por encima de la defensa.” El propio Jordan lo recordaría posteriormente como el momento en el que anunció que los días de aceptar las derrotas como inevitables habían terminado para los Chicago Bulls. “Cuando vine a Chicago para el examen físico, Rod y Orlando me hablaron de la actitud derrotista del equipo. Decían que cada vez que lograban una ventaja de 10-12 puntos empezaban a pensar que el rival les iba a remontar”, recordó Jordan. El partido contra los Bucks era de ese tipo. “Íbamos nueve puntos abajo en el último cuarto, y todo el mundo daba el partido por perdido. Entonces Loughery me puso a prueba igual que en los entrenamientos, para ver si yo era capaz de aplicar ese mismo nivel de energía a un partido que parecía estar fuera de alcance. Empezó a marcar todas las jugadas para mí, y se podía sentir que el partido estaba cambiando. Los fans empezaron a animarse, y los nueve puntos se convirtieron en seis, y los seis en dos. Antes de darte cuenta estábamos por delante, y terminamos ganando por seis puntos. Puedo decir con sinceridad que es cuando sentí que me había ganado los galones y la ciudad de Chicago empezó a creer que podíamos cambiar la suerte de los Bulls. Ningún partido estaba perdido mientras yo estuviera en la cancha.”
El fugaz liderato de los Bulls en la NBA era una anécdota, pero esa costumbre de ganar partidos no. Habían pasado del segundo peor récord de la liga la temporada anterior a verse firmemente atrincherados en el 50% de victorias. La franquicia no tardó en lanzar una campaña en televisión basada en la figura de Jordan avanzando hacia el aro con el eslogan “Una nueva raza de toros” para indicar la nueva etapa, y la presencia del equipo en los medios se multiplicó debido al florecimiento de la televisión por cable en el país. Además del nuevo contrato que había firmado la NBA con la TBS y que cubría casi el doble de partidos que el anterior, en Chicago se había iniciado una extraña aventura televisiva llamada SportsVision. Esta televisión de pago era casualmente una creación de Jerry Reinsdorf, el propietario del equipo de béisbol que había acordado ya la compra de los Bulls, y ambos equipos figuraban de manera destacada en su programación. De hecho, fueron los locutores de esta cadena quienes pusieron a Jordan su primer apodo en la NBA: captain marvel (afortunadamente no llegó a cuajar y el lanzamiento de las air jordan de Nike zanjó el tema). Aunque la aventura de SportVision tuvo un final poco satisfactorio, durante su existencia sirvió para que estos “nuevos y mejorados” Bulls llegaran a una audiencia considerable. No era un caso aislado, sino que por todo el país estaban arrancando iniciativas similares que apostaban por las retransmisiones deportivas como reclamo. Por ejemplo, para el debut oficial de Michael Jordan en el Madison Square Garden la cadena local de cable preparó un programa especial que incluía un reportaje sobre su carrera universitaria y una entrevista que se emitió durante el descanso. Eso provocó que el comisionado David Stern pidiera a la TBS que modificara su planificación para incluir más partidos de los Bulls y competir así con las emisoras locales. La asistencia al Chicago Stadium se duplicó, aunque considerando las cifras anteriores tampoco era tan difícil; incluso con Jordan, el pabellón sólo se llenaba cuando jugaban los grandes de la NBA, y a veces ni siquiera se llegaban a cubrir las promociones en las que se ofrecían obsequios o descuentos a los primeros 10.000 asistentes. Pero aun así suponía una mejora dramática en comparación con la temporada 83-84, y además el signo más esperanzador era el cambio de actitud de los aficionados, que de la resignación y la desesperanza habían pasado al entusiasmo y a la aclamación.
Esa respuesta de la grada no se limitaba a Chicago. Su primera visita a Detroit supuso un espectacular mano a mano entre Isiah Thomas y Michael Jordan que terminó con victoria para los Bulls por 122-118, y lo más llamativo fue la manera en la que el público local terminó aclamando las acciones más brillantes del rookie incluyendo un salvaje tapón sobre Isiah. “Después del mate sobre Terry Tyler”, comentó el trainer de los Bulls, “tíos en chaqueta y corbata se levantaron para chocar los cinco.” La noche siguiente fueron 33 puntos en una paliza a los Knicks, y el tercer cuarto terminó con el público del Garden puesto en pie después de que Jordan rematara su gran actuación con su ya famoso rock-a-bye-baby dunk (este mate era tan conocido que Jordan lo llamaba su magazine dunk). En Oakland los aficionados corearon el nombre de Jordan para que su entrenador lo volviera a sacar a la cancha mientras los Warriors intentaban, y el 30 de noviembre en Los Ángeles fue lo nunca visto: a pesar de que los Bulls visitarían a los Lakers sólo 48 horas después, Jack Nicholson fue incapaz de esperar y desertó del Forum de Inglewood (donde jugaban George Gervin y los Spurs) para asistir al partido de Jordan contra los Clippers. No fue una de sus mejores actuaciones y se vio superado en ambos lados de la cancha por Derek Smith, que se fue a los 33 puntos. Pero Nicholson no se vio decepcionado cuando Jordan empezó el partido con una bandeja a tablero por encima de Bill Walton, y lo sentenció en el último minuto con una jugada marca de la casa, en la que culminó un contraataque con una bandeja a pesar del abrazo de Smith para sumar así un 2+1. Después de eso, tuvo que salir del pabellón en una furgoneta para esquivar a la muchedumbre de fans que rodeaba el estadio. Dos días después los Bulls vencieron a los Lakers de “Magic” Johnson y Abdul-Jabbar en su propio pabellón, y Jerry West declaró: “Es el único jugador que me recuerda a mí”.
A principios de diciembre de 1984 los Chicago Bulls iban 13-9 empatados con los Milwaukee Bucks en la cabeza de la División Central. El equipo explotaba su velocidad en todas las posiciones, y en estático recurrían a la jugada número 1, llamada “cuatro abajo”: un aclarado en la cabeza de la zona con los otros cuatro jugadores alineados cerca de la línea de fondo. Los más veteranos la recordaban como una de las favoritas de Kevin Loughery desde sus tiempos en la ABA, cuando el espectacular “Super” John Williamson la usaba para encarar a su defensor. En los Bulls la podía ejecutar cualquiera de los exteriores ya que todos penetraban bien, pero normalmente el elegido era Michael Jordan. Podía atacar el aro y culminar el mate si la defensa no le cerraba el paso, o aguantar el contacto y aun así soltar una bandeja que con frecuencia suponía un 2+1 (según el comentarista “Red” Kerr, Jordan usaba el truco de darse una palmada en el muslo con la mano izquierda mientras dejaba el balón con la derecha, para que el sonido engañara al árbitro si no tenía buena visión de la jugada). Y si el rival se cerraba sobre él, aun quedaba su notable capacidad de pase en el aire. Stan Albeck, entonces en los Nets y pocos meses después entrenador de los Bulls, reconocía su sorpresa por esta faceta de Jordan: “Es capaz de aguantar en el aire para superar el dos contra uno, y tiene una habilidad innata para hacer llegar el balón al jugador desmarcado sin importar dónde se encuentre. Apenas se habla de esta parte de su juego”. La mayor sorpresa residía en su tiro exterior, que superó las dudas con las que llegó a la liga y resultó ser un arma casi infalible desde cinco metros. A pesar de que Olajuwon prometía llegar aún más lejos de lo que esperaban los Rockets y de que Bowie se había adaptado bien a los Blazers, nadie discutía que Chicago había sido el gran triunfador del draft.
El sueño terminó ahí. Cinco derrotas consecutivas cercenaron las esperanzas de disputarles a los Bucks el título de la División y devolvieron a los Bulls a la lucha por mantener el 50% de victorias. Esta racha negativa no era casual, y se debía en buena parte a que los rivales habían tenido tiempo para reponerse de la sorpresa inicial e ir explotando los puntos débiles de Chicago. Loughery había estado jugando con fuego al apostar por el juego rápido y los marcadores abultados con un equipo que no destacaba por su defensa ni por su fortaleza reboteadora. La idea era maquillar esas carencias mediante una defensa presionante que buscara los robos de balón y evitara depender del juego en estático, pero que los demás equipos se dieran cuenta era cuestión de tiempo. Especialmente dramática era la situación de los Bulls en la zona, que llegó a provocar un desafío público por parte de Michael Jordan cuando anunció a la prensa que iba a intentar liderar al equipo en rebotes en un intento de sacar a la luz el amor propio de los hombres altos de la plantilla. Pero no era una cuestión ni de táctica ni de amor propio, sino de falta de mimbres: el veterano Caldwell Jones, un especialista en rebotes y tapones que había sido titular en tres finales de la NBA, se partió la mano y fue baja muchos partidos; Steve Johnson era un buen anotador interior, pero apenas tenía presencia en la zona y se cargaba de faltas demasiado rápido; en el banquillo, Sidney Green era un jugador extremadamente irregular, David Greenwood se pasó la temporada entrando y saliendo de la lista de lesionados con una tendinitis en el tendón de Aquiles, y Jawann Oldham tenía físico y recursos para brillar si no se lo impidiera una cabeza llena de pájaros. Eso dejaba a David Corzine, un clásico gran armario blanco con buena muñeca. Jordan respetaba a Corzine, un honrado trabajador que daba la cara todos los días, pero seguía siendo un jugador limitado que ocupaba espacio en defensa aunque no dominaba el rebote y carecía de movilidad. “Big Dave” era un secundario cumplidor, pero como gran argumento interior sólo servía para dar testimonio de los problemas de los Bulls.
Como suele suceder, con las derrotas llegaron los problemas internos. El rápido ascenso de Michael Jordan había sido difícil de asimilar para sus compañeros, y no sabían cómo reaccionar. Un ejemplo era Orlando Woolridge, que era consciente de estar haciendo la mejor temporada de su carrera gracias en buena medida a las asistencias de Jordan y al hecho de que las defensas rivales se centraban sobre él. Nadie dudaba de que su admiración era sincera: “Se me queda mirando muchas veces”, declaraba Jordan, “a pesar de ser capaz de hacer los mates que él hace, se asombra de los que hacemos los demás”. Pero por otra parte era evidente que nadie prestaba la menor atención a la gran temporada de Woolridge. Cuando quiso describir la influencia de la actitud competitiva de Jordan, sus palabras fueron “un cáncer, pero en bueno”. Michael Jordan seguía intentando ser aceptado como “uno de los muchachos” e intentaba atribuir el liderazgo a los veteranos del equipo, pero la situación escapaba a su control. El gran damnificado era Quintin Dailey, máximo anotador de la temporada anterior y relegado al banquillo por el rookie. A finales de enero un periódico local publicó una entrevista a Dailey en la que éste se quejaba de su situación en el equipo y de la actitud del entrenador. Aunque no atacaba a Jordan sino a lo que describía como favoritismo de Loughery, el artículo sacó a la luz la mala disposición del vestuario, en el que algunos jugadores se sentían ensombrecidos y otros estaban molestos con el entrenador. Era de temer que esa reacción negativa no se limitara a su propio equipo, algo que Jordan ya anticipó cuando la revista The Sporting News le pidió que posara vestido de cirujano para una portada con el título “El nuevo Dr. J” antes de su primer enfrentamiento con los Sixers. Le parecía presuntuoso ser comparado con una leyenda del baloncesto cuando apenas llevaba unas semanas en la NBA, pero la elegancia con la que Julius Erving aceptó las comparaciones dejó una marca indeleble en el joven Jordan.
Desde luego, no era el ambiente que hubiera deseado para su primera presencia en un All Star. Michael Jordan había sido votado por los aficionados para ser titular en el equipo del Este para el partido del All Star que se iba a jugar en Indiana el 10 de febrero de 1985. “Vine con mi familia a Indianápolis y lo único que tenía planeado era disfrutar del ambiente, conocer a otros jugadores y jugar el partido.” Además del éxito que suponía ser titular en el partido de las estrellas siendo rookie, quizá la mayor expectación se centraba en su participación en el concurso de mates que se iba a celebrar el día anterior. La NBA había terminado por copiar a la ABA en 1984, celebrando una primera edición en la que Larry Nance dio la sorpresa al batir al Dr. J, el gran favorito. No tenía aún el renombre que alcanzaría posteriormente (por ejemplo, se emitía en diferido), pero había resultado un rotundo éxito entre los aficionados. Para esta segunda edición habían invitado a seis candidatos pertenecientes a la “nueva generación de matadores”, como Darrell Griffith (apodado “Dr. Dunkenstein” en la universidad), Clyde Drexler (de la fraternidad “Phi Slamma Jamma”) o el propio Woolridge. En una primera ronda se clasificarían dos de esos seis jugadores, que pasarían a la semifinal contra Nance y Erving, los finalistas del año anterior.
Esa primera ronda sirvió para que Dominique Wilkins presentara formalmente su candidatura al triunfo, basada en su poderosa batida con ambas piernas. Aunque ya se podía percibir que la variedad de Jordan era mayor, la descomunal potencia de Wilkins lo ponía claramente por encima de sus rivales. La gran sorpresa fue Terence Stansbury, un rookie de los Pacers anfitriones convocado en el último momento para cubrir la renuncia de Charles Barkley. Stansbury fue el único que obtuvo el máximo de 50 puntos en la primera ronda, gracias a un espectacular mate de 360°, y sólo un error en el tercer mate permitió que Jordan le empatara. La ronda terminó de manera confusa debido a unos supuestos “problemas informáticos” no especificados; hubo un desempate entre Jordan y Stansbury que ganó este último, pero finalmente se decidió que ambos pasaran a la siguiente fase. En semifinales Nance y Erving se limitaban a cumplir de manera un poco anticlimática, mientras que Michael Jordan iba por detrás de Wilkins y Stansbury antes del tercer y último mate. Sin embargo, ese tercer intento se convirtió en su primer momento de gloria en un All Star: en la primera ronda Griffith había marcado con cinta el punto cercano a la línea del tiro libre desde donde iba a saltar y luego Stansbury intentó retrasarlo sin éxito; Erving los superó a ambos aunque sin llegar a su mejor marca, y finalmente fue Jordan el que puso un trozo de cinta sobre la misma línea de tiros libres. Ese mate, tan superior a los intentos de otros, clasificó a Jordan para la final y se convirtió en la imagen de su temporada de novato. Fue el ejemplo perfecto de su capacidad para conjurar momentos únicos que permanecieran en la memoria de los espectadores como representación de un momento y un lugar. El All Star de 1984 sería para siempre la vez que Jordan puso un trozo de cinta en el tiro libre y saltó desde él.
En la final Wilkins no dio opción, aunque Jordan aprovechó para dejar otra gran imagen con su último mate del concurso, un rock the cradle pletórico de fuerza y autoridad. El premio y el trofeo fueron para Dominique Wilkins, pero Michael Jordan había cumplido con las expectativas; era el primer avance de una serie de duelos que configurarían la edad de oro del concurso de mates de la NBA. Al día siguiente, su participación en el partido de las estrellas sólo fue destacable por el reconocimiento que suponía su titularidad. Jugó 22 minutos y anotó sólo 7 puntos con un 2/9 en tiros de campo, aunque dejó algún detalle de espectacularidad en forma de mate o de un tapón a Ralph Sampson. Con todo, el balance global del fin de ese primer All Star fue más que positivo. “Fue el peor de todos. En el momento creí que me lo estaba pasando bien, pero después se convirtió en algo desagradable.” Michael Jordan había vuelto a Chicago satisfecho, pero cuando terminaba el entrenamiento en la bicicleta estática un periodista se acercó para preguntarle sobre los rumores de una supuesta conspiración para “enseñarle modales” al novato. La ira y la vergüenza atraparon a un Jordan que iba pedaleando más y más rápido conforme le explicaban los detalles de la historia. “Quería meterme en un agujero y no volver a salir.”
Una vez más, la realidad de la historia es múltiple y contradictoria. El origen primero se encuentra en el Dr. Charles Tucker, un psicólogo escolar que había aprovechado su posición como consejero de “Magic” Johnson para convertirse en agente de jugadores, entre ellos Isiah Thomas. El Dr. Tucker habría presumido delante de algunos periodistas de la manera en la que los veteranos habían conspirado para poner en su lugar a ese rookie presumido, y algunos rumores sin confirmar hablaban incluso de una reunión en el aeropuerto en la que Tucker, “Magic” y Gervin se habrían estado riendo de Jordan a la vista de todos. “Me contaron que Isiah, George Gervin y otros jugadores se estaban riendo sobre cómo habían intentado dejarme en evidencia mediante un freeze-out, es decir evitando pasarme el balón.” Específicamente, el rumor establecía que Isiah Thomas había convencido a sus compañeros de no pasarle el balón a Jordan; a partir de ahí las acusaciones se hacían más difusas y menos creíbles, como un supuesto plan para no ir en su ayuda cuando Gervin le atacara en el uno contra uno o una orden de “Magic” para que el equipo del Oeste defendiera al novato con especial intensidad. Los implicados lo han negado siempre, y con el tiempo la supuesta participación de otros jugadores se fue olvidando para centrar las acusaciones en Thomas. “Nunca ocurrió”, ha declarado muchas veces Isiah. “Si alguien se ha dejado manipular por David Falk para creerse esa historia, es cosa suya.” Muchos años después, convertido ya en entrenador de uno de los equipos del All Star, ofrecía una grabación del partido a quien quisiera comprobarlo. “Podéis verlo por vosotros mismos.”
Es difícil saber en realidad qué sucedió. El periodista Jack McCallum creyó percibir cierta renuencia en Isiah Thomas hacia Michael Jordan, pero es posible que se debiera más al mantenimiento de una cierta jerarquía aceptada de manera implícita (los veteranos debían disfrutar de más minutos y tiros que los novatos, por ejemplo) que a una conspiración contra un jugador concreto. Algunos periodistas señalaron que nadie, incluido el propio Jordan, se dio cuenta de nada durante el partido, hasta que Charles Tucker filtró el rumor a la prensa. Uno de los supuestos “desplantes” de Jordan que habrían provocado el incidente consistía precisamente en rechazar los consejos del psicólogo metido a representante, así que cabe preguntarse si los jugadores estaban molestos o si es posible que en realidad el Dr. Tucker hubiera intentado en vano captar a Jordan y estuviera buscando venganza. Cuando un par de años después tanto “Magic” como Isiah cambiaron de representante, una de las razones sugeridas fue precisamente que Tucker había sido incapaz de evitar que se vieran superados por Jordan en presencia publicitaria. En el fondo daba ya igual, porque para Michael Jordan la historia era muy real. Aunque en ocasiones prefirió un tono conciliador, cada vez que se extendía sobre el tema su opinión quedaba bien clara: “Si miras la grabación, puedes ver que realmente Isiah lo hizo”, afirmó durante su famosa entrevista a la revista Playboy en 1992. Tampoco “Magic” Johnson escapó a su ira: “No tengo nada contra él. Creo que sencillamente no le gustan los jugadores de North Carolina”, declaró en referencia al rumor sobre un posible intento de “Magic” por conseguir que los Lakers traspasaran a James Worthy a cambio de su amigo Mark Aguirre (según Jordan, porque Worthy había resultado ser “demasiado bueno” y amenazaba su posición dominante en el equipo). “Magic organiza un partido benéfico en Los Ángeles cada verano al que me ha invitado, pero no acudiré.” Sin embargo, finalmente sí que acudió, ya que se trataba de uno de los principales acontecimientos del mundo del baloncesto, y tuvieron ocasión de hacer las paces. “Resolvimos nuestras diferencias en el vestuario, en privado, y empezamos de cero nuestra relación”. Con Isiah Thomas, en cambio, nunca llegó la reconciliación.
Una vez más, Michael Jordan cortó el nudo gordiano de una realidad compleja y la reescribió en blancos y negros. La traición era un hecho y sólo quedaba la venganza. El primer paso era identificar o atribuir las causas de ese resentimiento provocado según decían por su actitud. “Yo era muy joven cuando llegué a la NBA, y para mí el éxito significaba tener un cochazo, joyas y un abrigo de pieles”, recordaría mucho después. “Así que el primer año hice todo eso. Me compré un abrigo de pieles, de perro mapache, y llevaba todos esos collares y cadenas.” De hecho, el primer consejo que le dio el asesor de imagen de Nike fue precisamente que se deshiciera de ese disfraz de “imitador de Mr. T”13. “Yo creía que era el aspecto que debía tener alguien de éxito. Veía a los demás jugadores, a los veteranos, la ropa y el aspecto que tenían, e hice lo mismo. Abrigos, anillos, collares.” Se repetía el temor a no verse aceptado a pesar de su esfuerzo para integrarse y ser como los demás.
Había un cierto grado de autocompasión en ello, porque Michael Jordan sabía que el problema no era su abrigo ni los llamativos collares que exhibió en el All Star. Ni siquiera su actitud durante los partidos, en los que celebraba cada acción destacada con una exuberancia que contrasta con el gesto hermético que se convertirá en su game face cuando alcance la madurez. Es cierto que precisamente Isiah Thomas había reaccionado con especial desdén ante esa efusividad tanto en los amistosos contra la selección olímpica como en los partidos de la NBA, pero no era un caso único; al deportista millonario el atuendo estrafalario y la actitud displicente se le presuponen como el valor al militar. La ropa que había provocado comentarios era otra: “Hice la presentación del primer chándal Air Jordan de Nike durante el concurso de mates, y algunos jugadores como Isiah Thomas, Dominique Wilkins y otros consideraron que era una falta de respeto”. La imagen de Jordan realizando la primera ronda del concurso vestido con las llamativas prendas de Nike en lugar de la vestimenta oficial de su equipo supuso recordar a los demás jugadores que el recién llegado había tomado una porción del pastel publicitario mucho mayor que la de la mayoría de las estrellas consagradas de la liga. “Llevar las prendas de Air Jordan, los collares, el concurso de mates, todo parecía muy inofensivo desde mi punto de vista. Pero parece que sí fue un problema para los veteranos.” Por ejemplo, el segundo mayor fabricante de balones de baloncesto (después de Spalding) era Wilson Sporting Goods, con sede en Chicago. Dicha empresa basaba sus campañas publicitarias en estrellas locales, y en 1984 sus dos principales contratos publicitarios eran con Isiah Thomas y Mark Aguirre; pero cuando los Bulls ficharon a Michael Jordan, Wilson decidió no renovarles y contrató a Jordan en lo que suponía un duro golpe para el orgullo de un Isiah Thomas, nacido y crecido a la sombra del Chicago Stadium. “Hubo otros incidentes, si quieres llamarlos así”, recordaría Jordan más adelante. “Alguien dijo que yo no había saludado a Isiah en un ascensor.” En la revista Playboy ofreció más detalles: “Sólo salí de mi habitación una vez, para acudir a una reunión de la liga, y coincidí con Isiah en un ascensor. Era la primera vez que coincidía con él. Le dije ‘hola, qué tal.’ Es lo único que dije. Me intimidaba porque no lo conocía y no quería agobiarlo. No quería parecer un novato, ¿sabes?, o parecer estúpido. Así que me quedé callado en una esquina. Cuando entramos en la sala para la reunión tampoco dije nada. Después del fin de semana, oí que decían que yo era tan arrogante y presumido que ni siquiera había querido dirigirle la palabra a Isiah.” Quizás el mayor peso de este incidente, desmentido por Isiah Thomas, era cómo incidía en inseguridades del propio Jordan cuando se había negado a convertirse en el líder del vestuario de los Bulls por delante de los veteranos a pesar de que se lo pidiera el entrenador. Es posible que el jugador estuviera siendo consciente de que recibía una atención de los medios, aficionados y patrocinadores que no estaba en proporción con la que recibían estrellas consagradas de la liga, y estos rumores confirmaban sus miedos. Además, esta interpretación concedía la superioridad moral a un Jordan cuyo error habría sido involuntario y fruto de la inexperiencia, frente a la reacción vengativa, deliberada y desproporcionada de Isiah Thomas y su camarilla. Con la nube de rumores e inseguridades reducida así a términos simples y directos, ya sólo quedaba responder. “No olvidaré lo que ha pasado ni quién me lo ha hecho.”
No habría tiempo para olvidar: el martes 12 de febrero, sólo 48 horas después del All Star, los Pistons visitaban el Chicago Stadium en plena fiebre de rumores. La prensa especulaba con una posible venganza del novato, y la retransmisión televisiva comenzaba preguntando por este tema a Dave Bing, antigua estrella de Detroit que había estado en Indianapolis para participar en el partido de las leyendas. Sobre el parqué, Michael Jordan e Isiah Thomas conversaron brevemente. Oficialmente se dijo que el tema había quedado resuelto, pero Jordan fue tajante en un comentario a periodistas de su confianza: “Ha sido un paripé”. Así lo manifestó desde el salto inicial, cuando persiguió el balón como una pantera y a continuación presionó hasta forzar una pérdida. Michael Jordan parecía poseído, yendo a por cada rebote y atacando el aro rival sin contemplaciones. Enfrente, Isiah Thomas se veía limitado por una lesión en el muslo, que le hacía fallar una bandeja solo o le impedía salir a los tiros de Wes Matthews. Varias veces quedaron emparejados, y parecería que fue a petición de los interesados. Jordan atacaba a Isiah una y otra vez, y tanto el primer como el segundo cuarto terminaron con espectaculares penetraciones hasta el aro rival. Los Bulls tomaron clara ventaja en la primera parte y los Pistons tuvieron que sentar a Isiah Thomas para conseguir remontar de la mano de Vinnie “microondas” Johnson y John Long. En la prórroga un Jordan visiblemente fatigado dio la ventaja definitiva a los locales con uno de sus clásicos contraataques en los que consiguió anotar la canasta a pesar del abrazo desinhibido de Vinnie Johnson. De ahí al final, un carrusel de errores por ambas partes y algunos tiros libres para certificar la victoria de los Bulls por 139-126. Grandes titulares en prensa destacaban la venganza de Michael Jordan con 49 puntos, 15 rebotes, 5 asistencias y 4 balones robados, pero el jugador prefirió no echar leña al fuego: “Me pareció que a Isiah le afectaba la lesión”, declaró. Pocos prestaron atención a un detalle del último ataque de los Pistons, cuando con el partido ya sentenciado Bill Laimbeer montó un bloqueo ciego y sacó la cadera para dejar a Jordan doblado de dolor. Archívese para referencia, parecía decir.
Pero después de la venganza y de la victoria épica sobre los Pistons, los Bulls encadenaron cuatro derrotas consecutivas y se fueron alejando más y más de la marca del 50% de victorias. A pesar de las carencias al pívot, de los problemas con Dailey y de la inestabilidad de Kevin Loughery, parte de la responsabilidad correspondía también a Michael Jordan. Durante los primeros meses, Jordan se había sorprendido por las inexactitudes contenidas en el scouting que le hacían los rivales, tales como que era incapaz de salir a la izquierda o que se le podía conceder el tiro de cinco metros sin miedo. Desconocían casi totalmente el peligro de su primer paso o su capacidad de asistir en el aire, y Jordan había aprovechado esas semanas de licencia para sumar victorias y asegurarse el galardón de “rookie del año”. Pero los rivales habían terminado por ajustar sus defensas y se habían dejado sentir en su rendimiento. Cuando le empezaron a defender el tiro exterior su porcentaje de acierto se desplomó, y en las penetraciones se encontraba rodeado de defensores que cerraban las líneas de pase. También intentaban aprovechar sus limitaciones defensivas, que el entrenador de los Bulls ya había identificado: “Tiende a flotar demasiado en defensa, porque en la universidad hacían muchos dos contra uno”. Los rivales descubrieron que atacarle en defensa era una buena manera de sumar puntos y de explotar su tendencia a cargarse de faltas. Loughery intentó facilitarle el juego de ataque, realizando cambios constantes en la rotación e introduciendo una nueva jugada en la que Jordan salía desde el poste bajo hacia la línea de tiros libres aprovechando el bloqueo del inmenso Dave Corzine, pero estos cambios tuvieron un efecto limitado. Además, el cansancio empezaba a hacer mella en el novato. Mark Pfeil, el trainer de los Bulls, había intentado convencer a Jordan para que dosificara sus minutos, pero el jugador se había burlado de esas consideraciones. “Pensábamos que tendría que reducir a mitad de temporada, y cuando seguía igual dijimos que cuando llevara tres cuartos le pesarían las piernas, pero a tres cuartos de temporada parecía aún más fuerte”, declaró Sidney Green. “Michael Jordan es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, con la ayuda de Dios.”
Sin embargo, el cansancio llegó. Su entrenador afirmaba públicamente que lo veía fatigado, algo que Jordan achacaba a la frustración de las derrotas. Por primera vez en su carrera estaba en un equipo que perdía y ante unos espectadores que en ocasiones abucheaban a sus propios jugadores (en particular a Corzine). El 11 de marzo contra los Bullets, Kevin Loughery decidió dar descanso a Jordan y Woolridge cuando se vio 17 puntos abajo en lugar de intentar la remontada, y eso provocó las primeras críticas públicas por parte del jugador. “Es su decisión y no la discuto, pero yo no me rindo”, declaró Jordan. “De donde yo vengo me enseñaron que uno intenta ganar todos los partidos que juega. Lo único que quería era volver a la pista, no estaba contento en el banquillo.” Esa frustración se acentuó durante las últimas semanas de competición, cuando unos Bulls en caída libre lograron a duras penas entrar en playoffs con un balance de 38 victorias por 44 derrotas. Con todo, el equipo afrontaba con cierto optimismo la eliminatoria de primera ronda contra Milwaukee a pesar de la diferencia en la clasificación, ya que durante la temporada regular habían empatado su serie particular con tres victorias y tres derrotas. Sin embargo, el resultado de la eliminatoria fue decepcionante.
La falta de experiencia le pasó factura a Michael Jordan cuando anotó 19 puntos en la primera parte pero sólo cuatro tiros libres en la segunda, permitiendo una victoria de los Bucks más cómoda de lo que el 100-109 final sugeriría. Milwaukee volvió a ganar en el segundo partido pese al intento de remontada de los Bulls, y la serie volvió a Chicago con los locales al borde de la eliminación. Milwaukee había tenido buenos porcentajes de tiro gracias a la débil defensa de los Bulls y a frenar a la estrella rival en momentos decisivos. Jordan consiguió salvar el primer match-ball con 35 puntos, siete de ellos en los últimos tres minutos, en un vibrante mano a mano con Terry Cummings que decidió una canasta de Jordan desde la esquina a falta de veinte segundos para ganar por un apurado 109-107. La primera participación de Michael Jordan en playoffs terminó en el cuarto partido, cuando Cummings anotó 15 puntos en el primer cuarto y los Bucks se escaparon antes del descanso. Una remontada desesperada en los dos últimos minutos llegó a poner a los Bulls a sólo un punto, pero les faltó tiempo para culminar la hazaña. En su primera rueda de prensa en Chicago se había metido a los periodistas en el bolsillo con una broma que hacía referencia a su último año en North Carolina y su imbatibilidad en la ACC: “No creo que esta temporada terminemos imbatidos”. Pero después de perder más partidos de los que habían ganado la broma ya no le parecía graciosa. Que los Bulls no lograran plantar cara a un rival contra el que habían demostrado poder competir durante la fase regular supuso el remate de la escalada de frustración que estaba experimentando Michael Jordan. Con gran esfuerzo había logrado superar a la estrella de los Bucks, el base Sidney Moncrieff, y sólo había servido para ver cómo Terry Cummings tomaba el control del partido una y otra vez sin que nadie fuera capaz de frenarlo. Enfadado, Jordan abandonó Chicago con tanta precipitación que cuando la NBA lo designó oficialmente “novato del año”, tuvo que traerlo en avión a toda prisa desde Chapel Hill (donde continuaba con sus estudios) para que recibiera el trofeo correspondiente.
Es posible que Michael Jordan se hubiera sentido más optimista si hubiera pensado que el cambio de propietario en febrero de 1985 iba a significar una mejora, pero la opinión generalizada era que no suponía más que otro giro del carrusel de un equipo sin continuidad. Esa visión se veía confirmada por el despido de Rod Thorn como general manager del equipo el 26 de marzo sin esperar a que terminara la temporada y su sustitución por un Jerry Krause cuyo principal mérito parecía ser la amistad con el nuevo dueño. Al menos supondría el fin de la etapa de descontrol por la falta de un único responsable, ya que hasta entonces las decisiones habían dependido de un comité de propietarios. También cabía esperar una mejora de la situación económica que permitiera olvidar las pretemporadas en el Guardian Angel y miserias semejantes (los Bulls pasaron a entrenar en el Deerfield Multiplex, un gimnasio de alto nivel; pero por increíble que parezca lo hacían en calidad de clientes, es decir, compartiendo el uso de las instalaciones con los demás socios que podían encontrarse al lado de Michael Jordan en la ducha). La situación financiera de los Bulls era tan dramática que los anteriores propietarios prácticamente habían regalado la franquicia a cambio de librarse de sus deudas; Jerry Reinsdorf terminó pagando unos dieciséis millones de dólares a cambio de un paquete de acciones que le garantizaba el control absoluto de la empresa, pero con la condición de que los vendedores establecieran un fondo de garantía de trece millones para hacer frente a la compensaciones judiciales que había pendientes14.
La compra se formalizó el 9 de febrero, entró en vigor el 11 de marzo y el día 13 Jerry Reinsdorf tomó posesión como nuevo presidente de la junta directiva. Su primer partido en el palco del Chicago Stadium fue contra los Detroit Pistons, una victoria épica marcada por una tangana que iniciaron Bill Laimbeer y Jawann Oldham y luego se generalizó. Bajo la mirada de Reinsdorf, Oldham levantó a Isiah Thomas sobre sus hombros en un movimiento más propio del pressing catch que fue una especie de metáfora de lo que estaba por llegar. “Supongo que se podría decir que de golpe nuestra rivalidad con Detroit tuvo unos cimientos. Durante los siete años siguientes yo hice todo lo que pude para construir sobre esos cimientos. Estoy seguro de que Isiah y Laimbeer tenían la misma idea.”
9 Los jugadores novatos de la NBA son apodados rookies.
10 Como dato curioso, Kevin Loughery fue entrenador de Julius Erving, Michael Jordan y Dominique Wilkins. Además fue quien le dio su primera oportunidad como asistente a Phil Jackson.
11 Jeff Ruland jugó una temporada en el F.C. Barcelona antes de debutar en la NBA, donde llegó a All Star hasta que las lesiones lo obligaron a retirarse prematuramente. Junto a Rick Mahorn formó en los Bullets una durísima pareja interior apodada “McFilthy & McNasty”.
12 Conocido como Mike Dunleavy Sr. para distinguirlo de su hijo, que debutó en la NBA en 2005.
13 Apodo por el que era conocido un famoso actor estadounidense de la época, cuyo mayor éxito fue su papel como M.A. en la serie de televisión El Equipo A.
14 En 1972 un hombre de negocios de Milwaukee llamado Marvin Fishman alegó que habían bloqueado su compra de la franquicia de manera ilegal. En 1985 el caso estaba a punto de resolverse a favor de Fishman, a quien iba a corresponder una compensación de entre doce y dieciséis millones.