Chicago, 1987

Michael Jordan lleva años aterrorizándonos.

 

El draft de 1987 representó la mayor aportación de Jerry Krause al equipo que terminaría conquistando tres campeonatos consecutivos. Durante las negociaciones para prorrogar el contrato de Michael Jordan en septiembre de 1988, Krause intentó convencer a David Falk de que parte del éxito de Jordan se debía al apoyo de la organización. Cuando Jerry Reinsdorf adquirió la franquicia, Jordan se vio rodeado de las mejores condiciones para su lucimiento, desde los planes para unas nuevas instalaciones a un staff técnico de primer nivel dotado del equipo más moderno, pasando por un equipo de ojeadores que recorrían el país buscando jugadores. Aunque Falk le contestó que nada de ello habría servido para llenar el estadio sin Jordan, los dos jugadores elegidos en el draft de 1987 resultarían decisivos.

Scottie Pippen era el descubrimiento soñado para Jerry Krause, un jugador tan desconocido que la primera vez que fue citado en el New York Times lo presentaron como “Tony Pippin”. El entrenador de la diminuta Universidad de Central Arkansas se había puesto en contacto con Marty Blake, jefe de ojeadores de la NBA, pero el único equipo que mostró interés fueron los Bulls, que enviaron a Billy McKinney17. Pippen era un jugador de innegable potencial, con unos brazos larguísimos y un manejo de balón digno de un base, pero no era fácil evaluarlo debido a la poca entidad de su liga. Krause acudió a verlo al Portsmouth Invitational Tournament, el primero de los torneos anteriores al draft, y lo reconoció de inmediato por sus largos brazos. Scottie Pippen fue una de las estrellas del partido y logró ser invitado al Hawai Classic. Allí se lució aún más, y fue invitado al “Chicago Combine”, donde fue el mejor jugador del partido. Para Pippen fue como si se abrieran las puertas del cielo, pero Krause creía estar viviendo una pesadilla. Por fin había descubierto un diamante en bruto, y lo iba a perder en el último momento, ya que otros equipos se estaban dando cuenta de que ese tal Pippen podía ser toda una estrella de la NBA. Krause intentó convencerle de que no acudiera a más torneos ofreciéndose a prolongar su estancia en Hawai con cargo a los Bulls, pero el joven estaba disfrutando de poder competir al fin con los jugadores más destacados en los mejores pabellones, así que Krause intentó acordar con su agente que no acudiera a las entrevistas personales que se habían vuelto casi obligatorias después de la muerte de Len Bias (todas las franquicias exigían conocer personalmente a los jugadores para intentar asegurarse de que no estaban poniendo su futuro en manos de algún chaval problemático o descarriado). Scottie Pippen ofreció un rendimiento extraordinario en las pruebas físicas a las que fue sometido, y después de la entrevista con Doug Collins renunció a visitar más equipos, atraído por la posibilidad de jugar junto a Jordan y aspirar al anillo. Aún así, Portland y Sacramento seguían interesados, y fue necesario un traspaso para poder asegurar que lo eligirían con el n° 5.

Los Bulls disponían de otra elección de primera ronda gracias a la astucia de Krause, que la había conseguido de los Knicks a cambio de la eterna promesa Jawann Oldham, que fue la que provocó más discusiones. El jugador con más posibilidades de ser escogido era Joe Wolf, un ala-pívot blanco de North Carolina que había sido compañero de Michael Jordan. Fue Johnny Bach el que descubrió a Horace Grant, precisamente en un partido de North Carolina contra Clemson. Bach no se llevó la mejor opinión de Wolf, que era demasiado lento y parecía haber alcanzado su techo, pero estaba emparejado con un jugador que despertó su interés. Grant estaba totalmente por formar tanto física como técnicamente, le faltaba peso y se notaba que no había pasado por las manos de un entrenador como Dean Smith. Pero por otra parte parecía rápido, elástico y atlético, y su anchura de hombros sugería una espalda poderosa en el futuro. En las pruebas físicas antes del draft, Horace Grant demostró que era aún más rápido de lo que parecía, y también que tenía una muy buena mano de cara al aro. El único problema era Jordan.

Michael Jordan y Dean Smith se habían embarcado en una campaña para convencer a Krause de que el jugador que necesitaban para reforzar el endeble juego interior de los Bulls era Joe Wolf. En realidad, Jordan quería que las dos elecciones de primera ronda fueran para antiguos compañeros suyos, una para Wolf y la otra para el base Kenny Smith, pero podía llegar a entender la apuesta por Scottie Pippen. Sin embargo, Grant le parecía el nuevo Sellers, otro jugador interior con aspecto de “tirillas”, sin músculo ni voluntad para pelear en la zona. El propio Jerry Krause tenía sus dudas al respecto, algo nada propio de una personalidad como la suya. Aunque aún mantenía la esperanza de que Brad Sellers terminara cuajando, su evolución hasta ese momento había sido decepcionante. ¿Y si Horace Grant tampoco llegaba a desarrollar su físico? Se habría opuesto a Dean Smith y ganado la enemistad de Jordan para nada. Pero había una diferencia respecto del año anterior: Krause había sido el único valedor de Brad Sellers, mientras que la apuesta por Horace Grant era unánime. Con la excepción de Jordan, claro; ignoró a Doug Collins cuando éste intentó transmitirle su entusiasmo por las dos jóvenes promesas que habían obtenido en el draft, y cortó de raíz a Krause: “Tú eres el que nos trajo a Brad Sellers, ¿no?”.

Justo antes de iniciarse la pretemporada se produjo otro pequeño cambio en los Bulls, casi intrascendente entonces. Los Charlotte Hornets ficharon al entrenador asistente Gene Littles, y hubo que reemplazarlo. Doug Collins propuso a Don Buse, una antigua estrella universitaria que había coincidido con él en la preparación de los Juegos Olímpicos de 1972 y que había sido asistente durante varias temporadas, pero Buse rechazó la oferta, ya que se había retirado. Entonces Jerry Krause sugirió el nombre de su viejo conocido Phil Jackson, que poco antes le había llamado ofreciéndose como scout. Doug Collins ya había tenido sus primeros roces con Krause, y quizá fue para mejorar su relación que aceptó incorporar a su equipo al amigo del vicepresidente. Jackson siempre ha agradecido la oportunidad que le dio Collins y su valor al integrar sin recelos a un posible rival; sin embargo, Tex Winter estaba seguro de que fue decisión exclusiva de Krause: “Sé positivamente que Doug no quería contratarlo”, declaró. “Yo conocía a Jerry lo suficiente como para saber que tenía algún tipo de plan cuando trajo a Phil. En realidad, estoy convencido de que Jerry consideraba a Phil su póliza de seguros por si Doug no cuajaba.”

Winter y Jackson se hicieron cargo del equipo en la liga de verano de Los Ángeles, que se jugaba en la Universidad de Loyola Marymount, y Phil Jackson descubrió el triángulo ofensivo de Tex Winter. Jackson era un especialista en defensa que detestaba el juego de ataque de la NBA y buscaba algo parecido al sistema que habían aplicado los Knicks en sus días de jugador. Quedó convencido de que el triángulo era lo que había estado buscando, pero Doug Collins ya lo había probado y descartado definitivamente. Durante la temporada, Phil Jackson sustituyó a Johnny Bach como ojeador de rivales, y también se encargaba de los hombres altos. Eso significa que pasaba mucho tiempo con Pippen y Grant, que habían establecido una relación tan estrecha que eran casi hermanos. Buscaron casa uno cerca del otro, cada uno fue el padrino de la boda del otro y un día Bach recibió una llamada en la que Horace Grant le explicaba que no podían acudir al entrenamiento: el gato de Scottie Pippen había muerto, y Grant lo estaba consolando. Ambos se hicieron también muy amigos de Sedale Threatt, algo que Jerry Krause no veía con buenos ojos. Threatt gozaba de una bien ganada fama de juerguista, hasta el punto de que terminó emigrando a Australia para eludir el pago de la manutención de los catorce hijos que según parece tuvo con diferentes mujeres, aunque de alguna manera lograba que no repercutiera nunca en su trabajo (en Seattle dormía a veces en el coche de su compañero Gary Payton para asegurarse de que no llegaba tarde a los entrenamientos). De todas formas, no era la influencia que deseaban para los jóvenes del equipo, y en cuanto pudo, Krause se libró de él en un traspaso. En los entrenamientos Doug Collins representaba el papel de duro, presionándolos para mejorar y criticando sus errores, mientras Phil Jackson era la figura paternal que les daba ánimos y consuelo. Johnny Bach trabajó su defensa, y mejoraron hasta ganarse el apodo de “los Dobermans”. Al final de cada entrenamiento, Doug Collins pasaba media hora practicando tiro con Jordan, y después otra media hora con Pippen. Cuando terminaban, Jordan y Pippen se reunían con Paxson y echaban otro rato más compitiendo unos contra otros en ejercicios de tiro. A posteriori, Doug Collins recordaría que estos entrenamientos habían sido uno de los períodos más satisfactorios de su carrera.

A pesar de ello, los Bulls daban muestras de acusar la presión de las expectativas ya que se les exigía pasar a ser competitivos en playoffs. A Doug Collins le había sonado la flauta por casualidad, se decía, y Michael Jordan podía acumular todos los partidos de cincuenta puntos que quisiera, pero seguiría sin ser capaz de hacer mejores a sus compañeros. Aunque en general el ambiente era bueno y las esperanzas estaban por todo lo alto, hubo momentos en los que esta presión sacó a la luz lo peor de cada uno. Doug Collins había tenido problemas desde el principio con Tex Winter, que se encaraba con los jugadores durante los tiempos muertos hasta que hubo que pedirle que dejara de sentarse en el banquillo. Luego, Collins lo retiró de los entrenamientos y lo envió a la grada, donde Winter tomaba notas con lo que él llamaba “críticas” de los sistemas del entrenador. Esto fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de Collins, que después de la entrevista inicial lo consideraba poco menos que un espía de Krause y exigió no volver a tratar con él. No podía despedirlo, así que lo reasignaron a ojeador de rivales en sustitución de Phil Jackson.

Al menos, esa confrontación tuvo lugar en privado. No sucedió lo mismo con el enfrentamiento entre Doug Collins y Michael Jordan en la pretemporada de 1987. La causa, una disputa sobre un punto más o menos en un partidillo, pudo parecer ridícula, pero para Jordan esas pachanguitas demostraban cada día a sus compañeros que no iba a rebajar su intensidad en ningún momento. Ya se había molestado con Loughery por cambiarlo de bando cada vez que estaba a punto de ganar, pero ese truco ponía a prueba su competitividad y suponía una especie de reconocimiento de su superioridad. “La gente puede creer que es una trivialidad. Pero cuando eres tan competitivo y te gusta ganar, nada es trivial”, declaró. “Siempre sé cómo va la puntuación en todo, pachangas, partidos, a las cartas o lo que sea, y sé que íbamos 4-4. Doug dijo que íbamos perdiendo 3-4. Sé que después de un duro entrenamiento, el equipo perdedor tiene que correr, y me pareció que estaba manipulando el marcador deliberadamente.” Jordan paró el entrenamiento y se encaró con Collins, la discusión fue subiendo de tono y finalmente Jordan abandonó el pabellón en un gesto de enfado. Al día siguiente el equipo tenía que tomar un avión, y Jordan los mantuvo en vilo hasta aparecer en el último minuto sin disculpa ni excusa. La franquicia le puso una pequeña multa, y Doug Collins tuvo que dejarlo pasar después de escenificar una reconciliación coronada con un beso del jugador a su entrenador. En realidad, el resultado de ese pulso entre ambos representó un punto de no retorno en la relación de Collins con su estrella y, por extensión, con toda la plantilla. A pesar de lo irreflexivo de su reacción, en el fondo Michael Jordan sabía que había actuado mal al abandonar el entrenamiento y que, como dijo Collins, él nunca se habría atrevido a hablarle en ese tono a Dean Smith. Algunos jugadores son un poco como niños que se rebelan contra las normas, pero necesitan sentir que existen, y que Doug Collins tuviera que aceptar el comportamiento de Jordan supuso una pérdida de autoridad que no pudo volver a recuperar jamás, ni ante él ni ante el resto de jugadores.

Michael Jordan no perdonaba las muestras de debilidad, como bien sabían Sellers, Pippen y Grant. Jordan era implacable con ellos, y lo peor que podían hacer era dar muestras de que les afectaba. Scottie Pippen hubo de sufrir sus ironías y burlas hirientes como los demás, pero era casi el único jugador del equipo al que motivaba jugar con y contra Jordan. Normalmente era difícil encontrar a alguien dispuesto a marcar a Jordan en los partidillos de entrenamiento, ya que éste se empeñaba en quedar por encima hasta la humillación, pero a Pippen le motivaba y eso terminó ganándole el respeto de la estrella. Sin embargo, a Horace Grant no le sirvió de nada trabajar de firme en los entrenamientos, ni pedir a los entrenadores un plan de pesas para aumentar músculo, ni jugar bien desde el primer día: a Jordan no se le olvidaba que había llegado en lugar de Joe Wolf, un miembro de la “hermandad” de los Tar Heels. Michael Jordan era muy aficionado a poner motes ofensivos a los jugadores que no le convencían, pero con Horace Grant llegó al extremo de no usar su nombre durante la primera temporada que compartieron vestuario. Era simplemente rookie en el mejor de los casos, y según Krause en muchas ocasiones Jordan lo llamaba directamente “tonto” a la cara (además de su timidez, Grant tartamudeaba en momentos de tensión). La prensa hablaba de los Bulls como Team Jordan, y comparaba a su estrella con Dominique Wilkins, otro jugador capaz de sumar muchos puntos y dar espectáculo pero que no pasaba de media tabla. Se repetía que era incapaz de hacer mejores a sus compañeros, y Doug Collins hizo que Phil Jackson le hablara a Jordan de cómo “Red” Holzman, el legendario entrenador de los Knicks campeones, consideraba que ése era el baremo que separaba a los buenos jugadores de las grandes estrellas. Jordan lo escuchó educadamente, pero no pareció hacerle mucho caso. Consideraba injusto que se comparara los mimbres con los que contaban unos y otros. “Magic” o Bird tampoco podrían hacer mejor a un Granville Waiters.

Michael Jordan inauguró la temporada con 36 puntos ante los Sixers, y cuando terminó el primer mes ya era máximo anotador de la NBA y había sido elegido mejor jugador de noviembre, a la vez que Collins fue elegido mejor entrenador. Una vez más los Bulls tuvieron un arranque espectacular, y después de ganar en Utah se pusieron con una marca de 12 victorias por sólo tres derrotas (dos de ellas por un solo punto, y la tercera en la prórroga). Precisamente contra los Jazz se produjo una de las anécdotas de la temporada, cuando pusieron al base John Stockton a defender a Jordan y éste pivotó para anotar un espectacular mate. “¡Métete con alguien de tu tamaño!”, gritó Larry Miller, el propietario de los Utah Jazz. En el siguiente ataque Michael Jordan encaró en velocidad a Mel Turpin, un inmenso pívot de siete pies, y anotó un mate aún más espectacular. Al bajar a defender, Jordan se volvió hacia Miller con sorna: “¿Es ése lo bastante grande para ti?”.

A pesar de las dudas de Michael Jordan, Horace Grant empezó a ayudar al equipo desde el primer día, y aunque de manera más irregular, también Scottie Pippen iba mostrando su calidad. Sin embargo, las carencias estructurales de los Bulls terminaron por aflorar, especialmente en los puestos de uno y de cinco. Habían fichado al veteranísimo pívot Artis Gilmore, una antigua estrella de la franquicia, esperando que aportara minutos de calidad, rebotes y anotación interior; pero Gilmore ya no estaba en disposición de ayudar y fue cortado antes de Navidad. También ficharon a Rory Sparrow, base titular de los Knicks durante varias temporadas, pero no terminó de convencer a Doug Collins y trajeron a Sam Vincent, un rapidísimo base que no había gozado de oportunidades en Boston. Como todos los años, al final fueron Dave Corzine y John Paxson quienes terminaron jugando en esas posiciones. Además, la baja definitiva de Gene Banks por lesión había debilitado el puesto de alero, donde el rendimiento de Brad Sellers se desplomó definitivamente después de un comienzo esperanzador. Los Bulls perdieron nueve de sus siguientes doce partidos, y la tensión explotó el partido del 16 de enero contra los Detroit Pistons: al comienzo de la segunda parte Rick Mahorn agarró a Michael Jordan y lo derribó, Charles Oakley se enfrentó a Mahorn, y la pelea se desplazó hasta el banquillo de los Bulls. Intentando separar a Mahorn de Johnny Bach, Doug Collins saltó sobre el ala-pívot de los Pistons por la espalda, y éste lanzó al entrenador de los Bulls sobre la mesa de anotadores. Mahorn se estaba encarando con Phil Jackson cuando Collins volvió a saltar sobre él y revoleó en una de las secuencias más surrealistas de la temporada. “Entiendo que tenía que pararme, pero no hasta el extremo de derribarme sin importarme si me lesionaba o no”, declaró Jordan. Mahorn y Oakley fueron expulsados, y varios jugadores de los Bulls fueron multados. Michael Jordan pagó todas las multas de su bolsillo como muestra de aprecio a sus compañeros por haber salido en su defensa, pero quizá la consecuencia más negativa fue que Doug Collins alimentó su imagen de entrenador que no sabía controlar su temperamento.

A pesar de estos altibajos, gracias al espectacular juego de Jordan y a la aportación de Pippen y Grant los Bulls llegaron al All Star con un balance de 27 victorias por 18 derrotas. El All Star de 1988 se iba a celebrar precisamente en Chicago, y se convirtió en una auténtica celebración de Michael Jordan. El fin de semana de las estrellas empezó con una nueva exhibición de dominio por parte de Larry Bird en el concurso de triples, pero el gran aliciente era el concurso de mates que por fin iba a reunir a los campeones de las tres ediciones anteriores: Michael Jordan, Dominique Wilkins y “Spud” Webb, más otros matadores destacados como Clyde Drexler o Jerome Kersey. “Es la primera vez que tendremos la oportunidad de competir los tres”, destacó Jordan. “Spud” Webb no pudo volver al nivel que alcanzara antes de operarse la rodilla, y sumado a la ausencia de Terence Stansbury el resultado fue un torneo en el que la fuerza se impuso sobre la variedad. Hubo pocas novedades, y el propio Jordan repitió mates en el mismo concurso. Sin embargo, la potencia en la ejecución que demostraron los candidatos y la emoción del duelo mano a mano entre Jordan y Wilkins lo compensó de sobra, y el concurso de mates de 1988 pasó a la historia como quizás el más espectacular de todos a pesar de su polémico desenlace. Muchos pensaron (y con razón) que el último mate de Dominique Wilkins merecía bastante más que los 45 puntos que le concedió el jurado, pero en realidad las puntuaciones habían sido bajas durante todo el concurso. Parecía notarse una especie de consigna para evitar los entusiasmos calificadores de ediciones anteriores, y posiblemente se les fue la mano cuando sólo puntuaron con un 47 el segundo mate de Jordan en la ronda final. Wilkins había sumado 50 (la puntuación máxima) en sus dos primeros mates, así que sólo un golpe de tijera podía dejar con opciones de triunfo a la estrella local. Es posible que la victoria de Jordan, obtenida mediante un mate desde la línea de tiros libres después de muchas vacilaciones, fuera merecida en términos globales, pero el propio ganador tuvo que reconocer que no se había alcanzado de la manera correcta. “Yo le habría dado un 50”, dijo Jordan sobre el mate de Wilkins. “Creo que si no hubiésemos estado en Chicago, habría ganado él.”

La fiesta continuó el domingo. Fue todo un espectáculo en el que “Magic” y Olajuwon se lucieron por el equipo del Oeste, mientras que Isiah Thomas se subordinaba al lucimiento personal de un Michael Jordan que sumó 40 puntos, 8 rebotes y 4 tapones, y fue elegido MVP (jugador más valioso) del All Star. Un público ansioso de ver a su estrella batir el récord de 42 puntos establecido por Wilt Chamberlain en 1962 pedía su vuelta a la cancha cada vez que se sentaba, pero Jordan se negó a tirar a canasta en los últimos segundos. “Todo el mundo había venido a ver el show de Michael Jordan”, dijo Isiah, “y yo sólo quise colaborar”. “No quería que me regalaran nada”, declaró Jordan. “Los primeros 36 puntos me los gané, los últimos 4 me los concedieron.” El All Star de 1988 fue el primero que se emitió en España en 1988, lo que le confirió un aura especial para los aficionados de Cerca de las Estrellas. Anécdotas intrascendentes como la del comentarista que antes del partido opinaba que “Fat” Lever era un jugador más completo que Jordan se convirtieron en leyenda. Creíamos que la NBA era eso todo el tiempo, y pasaría mucho tiempo antes de que se comprendiera que un espectáculo como ése era casi irrepetible.

Los Bulls salieron con una especie de resaca del fin de semana de celebraciones. Perdieron tres de sus primeros cuatro partidos después del All Star, y la racha negativa duró hasta principios de marzo. Una de las causas fue el descenso del rendimiento de Scottie Pippen, especialmente en ataque. Jordan seguía liderando la NBA en anotación, pero gracias a Grant y Pippen había aumentado mucho su número de asistencias, lo cual indicaba una mejora en el juego de ataque global de los Bulls. Sin embargo, conforme avanzaba la temporada Scottie Pippen fue notando unas molestias en la espalda que se fueron incrementando hasta limitar seriamente su movilidad. Como siempre, el fisio Mark Pfeil descartó una lesión, y como Pippen tenía fama de no estar acostumbrado a esforzarse, le conminó a trabajar más duro en vez de quejarse. No sería hasta el verano cuando descubrieran que en realidad se trataba de una hernia discal que requería cirugía inmediata.

Doug Collins volvió a modificar la rotación, insertando a Sam Vincent en el quinteto titular y buscando descargar de trabajo a un fatigado Jordan, y el equipo reaccionó. Vincent imprimió un ritmo más rápido que encajaba perfectamente con el juego de Jordan, los Bulls recuperaron el camino del éxito y de nuevo las anotaciones espectaculares de Michael Jordan se convertían en victorias: 50 puntos a los Celtics, 49 a los Sixers, 44 a los Bucks y 47 a los Knicks, incluyendo un espectacular alley-oop que proporcionó otra de las imágenes de la temporada con las piernas de Jordan balanceándose sobre la cara de Pat Ewing. El 3 de abril en Detroit los Pistons intentaron por última vez marcarle en uno contra uno, y Chuck Daly tuvo que dar su brazo a torcer cuando llegó al descanso con 32 puntos. A pesar de que intentaron defenderle con ayudas, ya era demasiado tarde para evitar que Michael Jordan se fuera a los 59 puntos con 21 canastas y sólo 6 fallos. El partido iba empatado a falta de dos minutos con unos Pistons que no lograban anotar, pero recuperaban cada rebote ofensivo, y en ese plazo Jordan colocó un tapón a Adrian Dantley, otro a Isiah Thomas y finalmente le robó el balón decisivo a Bill Laimbeer para anotar los dos tiros libres de la victoria. Jordan tenía una racha imparable cada noche, y los Bulls terminaron la temporada con 12 victorias en los últimos 15 partidos, coronados por 46 puntos de Jordan a los Celtics.

Los Chicago Bulls alcanzaron las 50 victorias empatados con los Atlanta Hawks en el segundo puesto de la División Central, y volvieron a playoffs por la puerta grande. Su eliminatoria contra los Cleveland Cavaliers se anticipaba como el enfrentamiento entre dos de los equipos más prometedores de toda la NBA. La acertada política de fichajes de Wayne Embry había rescatado a los Cavs, y presentaban una plantilla inexperta pero repleta de buenos jugadores: por dentro tenían al pívot Brad Daugherty, un antiguo compañero de Jordan convertido en estrella profesional, acompañado de dos ala-pívots como Larry Nance y John “Hot Rod” Williams; por fuera a Mark Price, un base que sabía pasar, tirar, penetrar y defender, acompañado por un escolta atlético como Ron Harper (descrito como un “Michael Jordan de bolsillo”) y Craig Ehlo, un especialista defensivo. Su entrenador Lenny Wilkens disfrutaba de las posibilidades que le concedía un equipo en el que había muchos jugadores distintos capaces de anotar, rebotear o defender, y que según “Magic” Johnson tenía todas las papeletas para dominar la siguiente década. Ambos equipos se habían repartido los triunfos en liga regular, así que se anticipaba una serie disputada. Los Bulls no habían ganado ningún partido de playoffs desde el año rookie de Jordan, pero jugaban contra un rival asequible y con el factor cancha a favor. Cabía esperar que cambiara su suerte.

Michael Jordan creía que sólo los perdedores confían en la suerte. Ambos equipos se habían enfrentado pocos días antes de terminar la fase regular y Cleveland había conseguido la victoria al dejar a Jordan en sólo 26 puntos, su peor anotación del mes. Lenny Wilkens creía haber encontrado la manera de frenarlo, cerrándole la línea de fondo para que tuviera que entrar por el centro ante sus pívots. Los Cavs jugaban muchos minutos con tres postes, y hasta Michael Jordan tendría problemas para anotar por encima de dos taponadores como Nance y Williams más un siete pies como Daugherty. Aunque el escolta titular, Ron Harper, iba a ser baja en el primer partido debido a unas molestias en el tobillo, su sustituto, Craig Ehlo, estaba considerado como aún mejor defensor, así que Wilkens confiaba en sus posibilidades. La estrategia pareció funcionar en principio, y los Cavs tomaron ventaja en el primer cuarto del partido inaugural. Pero Jordan comenzó el segundo con un alley-oop adelantándose a Ehlo, siguió con un mate remontando la línea de fondo y terminó con una explosión anotadora de 20 puntos en el cuarto. Los Cavs remontaron y el marcador permaneció igualado hasta mediados del último cuarto, cuando un parcial de 14-0 en favor de los Bulls rompió el partido. A punto estuvieron de pagar un alto precio por ello, cuando a falta de siete minutos Michael Jordan se desplomó sobre el parqué sujetándose la rodilla derecha. Jordan se había elevado en uno de sus espectaculares saltos para alcanzar un pase largo, y al caer sufrió lo que resultaría ser sólo un tirón en la rodilla, pero que puso el corazón en un puño a unos aficionados que se temían algo mucho peor. A pesar de que Jordan necesitó ayuda para llegar hasta el banquillo, pudo volver a la cancha gracias a su asombrosa capacidad de recuperación y siguió en el partido. Durante varios minutos se le vio falto de seguridad, y más tarde reconoció que el dolor de la rodilla le hizo dudar de su estado hasta que en la recta final consiguió por fin anotar una canasta con un magnífico rectificado ante Larry Nance, que tranquilizó a los presentes. Michael Jordan terminó con 50 puntos, y los Bulls se adelantaron en la eliminatoria gracias al resultado final de 104-93.

Craig Ehlo también sufrió las consecuencias del incidente. Aunque el daño se lo produjo en el salto, antes de que Jordan sintiera el dolor de la rodilla Ehlo cometió personal sobre él, y el público atribuyó la lesión de su estrella a dicha falta. Aún peor, el jugador de los Cavs protestó la decisión arbitral y recibió una técnica, sin darse cuenta de que a sus espaldas Jordan estaba lesionado y lo estaban atendiendo. La grada tomó su comportamiento como una falta de deportividad, y durante el resto del partido fue abucheado sin misericordia. Visiblemente afectado, Craig Ehlo erró dos tiros libres y perdió un balón en los minutos siguientes, y el mismo Jordan se sintió obligado a pronunciar algunas palabras de apoyo: “Sentí un ligero empujón en la espalda, pero no fue la causa de la lesión”. También alabó el trabajo de Ehlo en defensa, que consideró mejor que el de Ron Harper a pesar de haberle anotado cincuenta puntos. Esas declaraciones cogieron por sorpresa a Harper, que había cenado con Jordan después de su último enfrentamiento y consideraba que mantenían una relación amistosa. No entendía por qué le hacía de menos, y no imaginaba que estaba ante uno de los trucos psicológicos que Jordan usaría durante toda su carrera. Quizá si lo hubiera sabido habría evitado echar más leña al fuego, pero cuando los periodistas le preguntaron por su opinión sobre las declaraciones de Jordan, el pobre Ron Harper se metió en la boca del lobo: “Bueno, Michael nunca me ha metido cincuenta puntos a mí”. “Para todo hay una primera vez”, sentenció Jordan. Lo siguiente que supo Harper fue que el segundo partido había terminado, y Michael Jordan había anotado 55 puntos.

Ron Harper empezó con ganas, anotando la primera canasta e impidiendo las penetraciones de Jordan. Después de los 50 puntos en el primer partido Lenny Wilkens se había visto obligado a cambiar su defensa, ya que al concentrarse en cerrar la línea de fondo le habían dejado vía libre hacia el aro. Michael Jordan no encontraba espacios para entrar en la zona, así que recurrió al tiro en suspensión. En los laterales de la cancha del Chicago Stadium estaban pintadas unas cabezas de toro, y desde ellas Jordan se dedicó a anotar de media distancia por encima de Harper. Pero aunque los tiros entraban, eso significaba que los hombres altos de Cleveland estaban controlando ambas zonas y los Cavs se escaparon en el marcador para terminar el primer cuarto con una ventaja de 13 puntos. El interés se centraba en ver si Jordan sería capaz de repetir su estallido anotador en el segundo cuarto como hiciera en el partido anterior, y los espectadores no se vieron decepcionados: Michael Jordan penetró una y otra vez la defensa de Cleveland para anotar una serie de mates y bandejas que metieron a los Bulls en el partido. La secuencia que definió el partido vino en el tercer cuarto, cuando superó a Ehlo en un aclarado con un primer paso brutal para culminar en un mate, y en la jugada siguiente se escapó de Ehlo y Mike Sanders cuando intentaban cerrarlo contra la línea de banda y anotó la canasta más tiro adicional. Pese a todo, los Cavs aguantaban en el partido gracias a su poderoso juego interior, y llegaron empatados a los últimos dos minutos. Ahí fue cuando Jordan decidió el partido, primero con una canasta remontando la línea de fondo contra tres rivales, luego con un tiro exterior y finalmente capturando el rebote decisivo a falta de 14 segundos. Los Bulls ganaron 106-101 gracias a los 55 puntos de Jordan, y viajaron a Cleveland con la idea de cerrar la serie.

No eran pocos los que consideraban que el 2-0 de ventaja de Chicago en la serie no respondía al verdadero nivel demostrado por ambos contendientes en la cancha. Era cierto que, en palabras de Rick Barry (antigua estrella de la NBA convertida en comentarista de televisión), “quienes escribieron que todos los hombres nacen iguales no sabían que iba a aparecer Michael Jordan”, pero su aportación individual tapaba el hecho de que apenas había recibido apoyo de sus compañeros. Mientras, Cleveland practicaba un juego más equilibrado en el que la anotación se repartía entre Mark Price, Larry Nance y Brad Daugherty, y además había dejado indicios de tener muy estudiada la defensa sobre Jordan. Con todo su escándalo anotador, las diferencias en el marcador habían sido muy cortas.

Los partidos en Cleveland ratificaron estas intuiciones, y los Bulls mostraron sus carencias cuando Michael Jordan no era capaz de dominar el juego. Jordan anotó 38 y 40 puntos con buenos porcentajes, pero no logró reproducir esos momentos de control absoluto del partido que se habían visto en Chicago. Los Cavs seguían intentando cerrarle el camino hacia el aro y lanzando pelotones de hombres altos cada vez que entraba en la zona (ayudados por un arbitraje que los Bulls consideraban casero y los Cavs describían como justo). Además, a las molestias en la rodilla derecha debido a la caída del primer partido hubo que añadir un tirón en la espalda que le hizo perder explosividad. Anotaba puntos pero no lograba imponerse, y Mark Price hacía el resto. Al igual que en los dos primeros partidos, los Cavaliers tomaron las ventajas iniciales, pero en esta ocasión los Bulls no lograron remontar. Jordan sólo conseguía mantenerlos dentro del partido, pero la ayuda de sus compañeros brillaba por su ausencia. El único que dio la cara fue, sorprendentemente, Brad Sellers, que despertó en el tercer partido con 12 puntos en el primer cuarto y 19 al descanso, pero que no volvió a dar señales de vida. Con Michael Jordan renqueante, Charles Oakley protestando por su falta de tiros y un banquillo casi inexistente, la serie regresó a Chicago.

La serie estaba ilustrando la paradoja de los Bulls, que Dave Corzine explicaba como el inconveniente de jugar con Michael Jordan: si perdías, la culpa era tuya porque él había anotado 40 puntos. Doug Collins suplicaba a los demás jugadores que acudieran en su ayuda (y de manera inconveniente también lo declaraba a la prensa), pero Oakley tenía su parte de razón cuando contestaba que era difícil que otros intervinieran cuando el ataque estaba focalizado en Jordan. Collins introdujo varios cambios en la rotación buscando mayor fluidez ofensiva, dando más minutos a Rory Sparrow en lugar de Paxson, pero la gran sorpresa se produjo pocos minutos antes de saltar a la cancha cuando anunció que Scottie Pippen sería titular en detrimento de Brad Sellers. La presencia de Sellers había pasado totalmente inadvertida excepto en el tercer partido, pero Pippen tampoco había dado muy buena imagen. A pesar de ello, Collins había notado su aportación en defensa y rebote, y confiaba en su versatilidad para ayudar a Michael Jordan. Durante un momento pareció que no iba a servir de nada ante unos Cavs que llegaron a ponerse 18 puntos por delante. Jordan seguía encontrando dificultades para penetrar en la zona y muchos de sus puntos tenían que llegar desde el tiro libre. Aun así, volvió a liderar la ya clásica remontada de los Bulls en el segundo cuarto y consiguió meter a su equipo en el partido. Sin embargo, no lograba coger el ritmo y tuvo que ser sustituido después de una cadena de errores en cuatro ataques consecutivos durante los cuales perdió tres balones y efectuó un lanzamiento que no tocó aro.

Entonces llegó Pippen. Con Jordan en el banquillo y el partido igualado al final del tercer cuarto, Scottie Pippen interceptó un pase de Ron Harper, corrió el contraataque y anotó una bandeja para poner por delante a los Bulls por primera vez. En la jugada siguiente fue Sam Vincent el que robó otro balón, pero fue Pippen el que machacó al rebote. Aunque Michael Jordan terminó con 39 puntos, los que llevaron a los Bulls a la victoria en el último cuarto fueron Scottie Pippen (24 puntos, 6 rebotes, 5 asistencias, 3 robos) y Dave Corzine, con unos sorprendentes 14 puntos y 8 rebotes. Bulls 107-Cavs 101, y el vestuario de Chicago fue una fiesta en la que Johnny Bach exhibía un as de picas (el símbolo de los francotiradores para indicar enemigo abatido), Jordan aseguraba que siempre supo que Pippen era capaz de eso y más, y Jerry Krause iba de un lado a otro preguntando si alguien seguía creyendo que los Bulls eran “Jordan y otros cuatro”. La franquicia había encargado unas camisetas conmemorativas y los jugadores se las pusieron festejando el lema impreso: “¿Qué piensas de nosotros ahora?”. En segunda ronda les esperaban los Pistons, que habían ganando cuatro de los seis partidos que habían jugado en la temporada. Sin embargo, los Bulls habían demostrado ser capaces de ganar en Detroit y de competir hasta el final incluso en las derrotas, así que estaban convencidos de tener una posibilidad de dar la sorpresa.

Chuck Daly no quería sorpresas. Después del partido del 3 de abril, cuando Michael Jordan derrotó a los Pistons con 59 puntos en el Pontiac Silverdome, Daly había creado el concepto de astro points. Siempre habían existido grandes anotadores en la NBA, pero Jordan sembraba el terror por su capacidad de ganar partidos casi sin apoyo. La respuesta habitual ante ese tipo de jugadores era dejar que anotaran y centrarse en sus compañeros, pero como habían comprobado los Cavs contra Jordan eso era un desastre. En anteriores playoffs, Bucks y Celtics le habían negado el centro de la zona para empujarlo a los laterales hasta comprimirlo contra el fondo de la pista, pero ahí Jordan se encontraba muy cómodo y podía anotar en suspensión o remontar la línea de fondo para mates y bandejas en aro pasado. Había que negarle la línea de fondo aun a costa de dejarle camino hacia la zona, esperando que si llegaba hasta la pintura los pívots podrían acudir a la ayuda. Los técnicos de Detroit pasaban horas revisando vídeos intentando encontrar las claves para frenar a Michael Jordan: en un despacho el asistente Dick Versace repasaba el último partido de los Pistons frente a los Bulls; en otro, Ron Rothstein estudiaba el quinto partido de la serie contra Cleveland; mientras, Chuck Daly dirigía la elaboración de un montaje de jugadas de Jordan frente a los Pistons. El objetivo era desarrollar una estrategia defensiva personalizada más elaborada de lo habitual, combinando las posibilidades de la amplísima plantilla de Detroit con los recursos que habían demostrado ser eficaces contra Jordan. Esta estrategia aún tardaría una temporada más en completarse, pero Daly, Versace y Rothstein habían establecido ya las bases: en primer lugar, el defensor principal debía mantener una presión constante (los Pistons contaban con Joe Dumars, un gran defensor en la posición de escolta). También se usarían constantes doscontra-uno, que para confundir a Jordan vendrían desde diferentes posiciones y con duración variable. Finalmente estaban los hombres altos, que se cerrarían sobre la zona en caso de penetración como habían hecho los Cavaliers, además de un taponador rápido (Rodman o Salley) que acudiría desde el lado débil al rescate. Además, también en ataque era posible desgastar a Jordan, obligándolo a esforzarse en labores defensivas. Michael Jordan había señalado a Jeff Malone de los Washington Bullets como uno de los jugadores que mejor lo defendía, y eso se debía al menos en parte a que Malone se pasaba los ataques cortando por la zona y llevándolo a través de un bosque de bloqueos de sus compañeros, mientras desde la banda el entrenador Wes Unseld bramaba “¡Dadle!”.

Michael Jordan se sintió como si el equipo entero de los Pistons cargara contra él desde el salto inicial. Joe Dumars no se despegaba de su camiseta, las ayudas venían unas veces del lado de Isiah Thomas y otras del lado de Billy Laimbeer, y si lograba llegar hasta la zona Dennis Rodman salía de la nada para taponarle. En defensa, Dumars lo dirigía constantemente hacia bloqueos donde Laimbeer o Mahorn aprovechaban para clavarle un codo, una rodilla, una cadera. Jordan no encontraba posiciones claras y se veía obligado a elegir entre forzar sus tiros o pasar el balón a sus compañeros. Pero Chuck Daly también había pensado en eso, no en vano uno de sus principios era que una defensa no se desequilibra en las ayudas, sino en las recuperaciones. Así que se cerraban sobre Jordan, pero cuando doblaba el balón rotaban rápidamente para recuperar sus posiciones. Los demás Bulls tenían fama de no saber soportar la presión, y con los Pistons punteándolos apenas lograban anotar el 30% de sus tiros. Chicago se mantuvo en el partido gracias a la defensa, pero no pudieron impedir que los Pistons se anotaran la victoria por un cómodo 82-93.

La sorpresa que temía Daly llegó en el segundo partido. Michael Jordan ofreció un recital de mates y tiros en suspensión para alcanzar los 36 puntos, pero eso no era nuevo; la novedad fue que esta vez Sam Vincent entró en racha y empezó a anotar todos los balones doblados que le llegaban. Anotó 29 puntos en la primera parte y, aunque sólo pudo sumar una canasta más en el resto del partido, fue más que suficiente: los Pistons seguían negados cara al aro, especialmente en los tiros libres, y los Bulls robaron el factor cancha con una sorprendente victoria por 106-95. “No puedo entender lo que ha pasado”, se lamentaba Chuck Daly. La serie viajaba a Chicago, donde los Bulls contaban con aprovechar el apoyo de su público para ganar los dos partidos siguientes y ponerse 3-1 arriba.

Una de las claves de la rivalidad entre los Detroit Pistons y los Chicago Bulls, entre Isiah Thomas y Michael Jordan, residía en un rasgo común: la competitividad como desafío personal. Isiah convocó una reunión de jugadores en la que estableció que lo del segundo partido no se podía volver a repetir, y por si hacía falta remarcar la provocación tuvo un roce con Rory Sparrow antes del tercer partido. Durante el calentamiento Isiah Thomas estaba charlando con Ron Harper, que había acudido al partido como espectador, y Sparrow se acercó a ellos. Los tres jugadores intercambiaron las clásicas bromas sobre quién le había ganado a quién, pero Rory Sparrow cometió el error de decir la última palabra: “¿Sabes por qué no nos ganaréis? Porque tenéis demasiados egos en el equipo”. Isiah repitió sus palabras en el vestuario y los Pistons salieron a morder. No eran los únicos; en una de las primeras jugadas Michael Jordan se quedó atrapado en un bloqueo de Bill Laimbeer, y fue la gota que colmó el vaso. Se revolvió lanzando un puñetazo y Rick Mahorn lo apartó de un empujón mientras Isiah Thomas impedía que Charles Oakley cargara sobre Laimbeer. Después del partido Jordan admitiría sentirse avergonzado por iniciar una de las pocas peleas de su carrera, mientras Laimbeer sacaba a pasear su encanto personal: “Yo me limité a hacer un bloqueo, supongo que no estaría mirando”. Pocos minutos después, la lucha por un rebote se convertía en otro enfrentamiento, y el veterano árbitro Earl Strom se veía obligado a convocar una conferencia de paz al más alto nivel: mientras los entrenadores discutían en la mesa de anotadores, los árbitros reunían a ambos equipos en el centro de la pista y ordenaban un inmediato cese de hostilidades. El partido se reanudó, puntuado por incidentes de menor calibre, pero los Detroit Pistons habían conseguido sacar a los Chicago Bulls del partido. “Las distracciones nos sacaron de nuestras casillas”, reconoció Doug Collins. Michael Jordan no anotó su primer punto hasta mediados del segundo cuarto, mientras Isiah Thomas lideraba a unos Pistons que se llevaron la victoria para recuperar el factor cancha. Los Bulls encajaron la peor derrota en casa de la temporada, 79-101, y aún fue corto para lo que se vio sobre el parqué.

El cuarto partido fue más de lo mismo para unos Bulls incapaces de atravesar la defensa de los Pistons. “Detroit está haciendo un gran trabajo”, reconocía Jordan. “No me dejan penetrar y me obligan a soltar el balón.” Collins probó a usar dos bases con Michael Jordan (que pasaba así a la posición de tres) para que buscaran devolverle el balón, pero tampoco funcionó. La frustración del equipo local era evidente, y a mediados del tercer cuarto una jugada poco clara culminó con el codo de Jordan impactando en el pómulo de Isiah en lo que parecía una acción involuntaria, pero bien podía ser producto de la impotencia. Isiah Thomas quedó tendido sobre la cancha y tuvo que retirarse, aunque la victoria de su equipo parecía asegurada. Sin embargo, en el último cuarto apareció John Paxson con un 2+1 más un triple que puso a los Bulls a tiro de piedra, 76-81 a falta de cinco minutos. Fue el canto del cisne de Chicago, y Isiah Thomas volvió al partido para sentenciarlo con 9 puntos consecutivos, camino de la victoria por 77-96.

Se acabó. Los Bulls no habían conseguido llegar a los 80 puntos en los dos partidos jugados en casa y habían puesto en evidencia su ausencia de anotación interior. Corzine, Oakley y Grant se sentían más cómodos tirando en suspensión desde el perímetro que trabajando el poste bajo, y esta vez Jordan no había podido compensarlo con sus penetraciones (se quedó en 23 y 24 puntos). Con un ataque anclado en el perímetro y serias dificultades para poner el balón en las manos de su jugador estrella, los Bulls no afrontaban el partido decisivo en la mejor disposición. No bajaron los brazos cuando Isiah Thomas y Adrian Dantley dieron las primeras ventajas a los Pistons, y resistieron a rueda hasta el último cuarto. Michael Jordan volvió a quedarse muy por debajo de sus números habituales con 25 puntos, pero esta vez sus compañeros sí dieron un paso adelante e intentaron arroparlo mejor que en otras ocasiones. Al final fue la variedad de opciones de Detroit lo que les dio la victoria, a través de Bill Laimbeer y sus 13 puntos en el último cuarto. 95-102 para los Pistons, que ponían fin a la temporada de los Bulls con un 1-4 en la eliminatoria.

A pesar de la derrota, particularmente dolorosa por sus circunstancias, la temporada se podía considerar un éxito para Michael Jordan. No sólo había vuelto a liderar la NBA en anotación, sino que habían ganado 50 partidos y llegado a segunda ronda en playoffs. Los tiempos de sumar estadística con más derrotas que victorias habían terminado, y así lo reconoció la misma liga concediéndole el mayor galardón individual: el título de jugador más valioso o MVP de la temporada 1987-88.

Sin embargo, ese premio no pareció entusiasmar a Jordan, que modestamente lo describió como una consecuencia natural de ser el mejor jugador de un equipo que había ganado más partidos de lo esperado. Era un reconocimiento, pero Michael Jordan dejó entrever su opinión de que estos galardones se otorgaban basándose más en la reputación que en el rendimiento real, y en cualquier caso se trataba de un trofeo que alguien decidía regalar. Como dejó claro durante el partido del All Star, Jordan estaba interesado en lo que podía conquistar, no en lo que otro decidía concederle. Muchos años después, cuando quería recordar a su interlocutor sus mayores éxitos individuales no citaba los MVPs ni las presencias en el All Star, sino sus grandes actuaciones como la vez que anotó 53, 50 y 61 puntos en tres partidos consecutivos. Esos sí eran éxitos de los que se podía sentir orgulloso, conquistados personalmente frente a un rival que intentaba negárselos. Jordan ya sabía que estaba a la altura de “Magic” o Bird, y no necesitaba que se lo dijera una estatuilla.

Más ilusión le hizo el título de Mejor Defensor de la NBA, probablemente porque suponía el reconocimiento a su afán de superación. Había decidido convertirse en un gran defensor, y ese galardón certificaba su éxito. “Así se demuestra la versatilidad de un jugador, al ser capaz de jugar en ambos lados de la pista”, declaró. “Me gusta defender. Quiero que se reconozca mi defensa. Si a cambio hay que otorgar menos reconocimiento a mi anotación, perfecto.” (No llegó a explicar en detalle cómo otorgar menos reconocimiento a la anotación de un jugador que había promediado 35 puntos por partido con más de un 50% de acierto en el tiro.) La defensa había sido su objetivo porque era la gran carencia que incluso sus mayores fans reconocían en “Magic” y Bird. El MVP podía sugerir que estaba a su altura, pero el título de mejor defensor insinuaba que estaba por encima.

Así lo había reconocido la franquicia cuando le firmó una extensión de su contrato que lo convertía (fugazmente, al ritmo que crecían los sueldos de los jugadores) en el jugador mejor pagado de la NBA. Michael Jordan y su agente, David Falk, habían intentado conseguir cuatro millones al año, mientras que Jerry Reinsdorf ofrecía tres; finalmente firmaron veintisiete millones por ocho temporadas. Como sucedería con sorprendente frecuencia, los dos Jerries consiguieron encontrar una manera de firmar un contrato por el que iban a pagar una gran cantidad de dinero a un jugador, y ofenderlo en el mismo acto. Jerry Krause (elegido ejecutivo del año de la NBA) necesitaba sentir que salía ganando en todas las negociaciones, a veces en aspectos triviales, y en este caso se empecinó en la idea de anunciar la duración del contrato pero no su importe, para dar la imagen de que la franquicia había conseguido atar a Jordan durante el grueso de su carrera como jugador (ocultando el coste que había supuesto). David Falk se negó, y finalmente Reinsdorf decidió que o se informaba de todos los aspectos del contrato o de ninguno. Así que Jerry Krause dio una rueda de prensa en la que anunció que Jordan había firmado una larga renovación, y se negó a dar detalles. Hasta que la prensa le recordó su propio comunicado de prensa, en el cual había olvidado eliminar la referencia a la duración.


17 Billy McKinney llegó a ser ayudante de Jerry Krause, pero cuando fichó por otra franquicia Krause dejó de dirigirle la palabra por poner en su currículum que había colaborado en el hallazgo de Pippen.