Chicago, 1985

No creía que nadie le pudiera hacer eso a los Celtics.

 

Probablemente sea el autor estadounidense Roland Lazenby quien haya explorado en mayor detalle la ironía que subyace en la historia de los Chicago Bulls, que primero alcanzaron un dominio inimaginable en la NBA moderna y luego implosionaron gracias, en ambos casos, a la relación entre tres figuras con personalidades muy definidas, enfrentadas en un conflicto alimentado por una misma concepción del baloncesto. El jugador Michael Jordan, el entrenador Phil Jackson y el vicepresidente Jerry Krause compartían una misma idea sobre los rasgos que definieran a los Chicago Bulls si querían llegar a conquistar el campeonato, y esa coincidencia se manifestaba en una forma muy parecida de evaluar el talento y la aportación de los jugadores de la plantilla, o en que Tex Winter sigue disfrutando de la amistad de Krause y el respeto de Jordan mientras ejerce de mano derecha de Jackson. Por extraño que parezca, también fue esa coincidencia de ideas la que corrompió la atmósfera de los Bulls y provocó su separación. Pero en 1985 eso aún era un futuro no imaginado.

Es imposible no preguntarse cómo pudo suceder que personas marcadas por unos mismos esquemas fueran incapaces de percibir que eran compartidos de manera tan íntima por sus interlocutores. La necesidad que manifestaba Jerry Reinsdorf de rodearse de gente de su confianza a la que conociera desde mucho tiempo atrás recuerda a Michael Jordan, y también era el principal vínculo que unía a Reinsdorf con Jerry Krause, un scout de béisbol en cuyas manos puso con total confianza el destino de la franquicia. En el momento de anunciarse la venta del equipo, las declaraciones del nuevo dueño habían ido orientadas a garantizar la continuidad del personal, a quien se dijo que se le daría una oportunidad justa para demostrar su validez. En realidad se daba por hecho que casi todos los propietarios llegan decididos a colocar a gente de su confianza en los puestos de responsabilidad, pero aun así el cese de Rod Thorn cuando el equipo todavía se estaba jugando el pase a playoffs por primera vez desde 1981 sorprendió por repentino. Y eso que según Reinsdorf fue una de las decisiones más desagradables de su carrera: “Obviamente, Rod Thorn es una magnífica persona, con mucha clase. Ojalá no me cayera tan bien. Entonces la decisión sería más fácil”. El despido de Thorn fue un momento doloroso hasta lo físico para el nuevo propietario, pero consideraba necesario hacerlo de manera inmediata y cara a cara. Afortunadamente a partir de entonces tendría a Krause para que se encargara del trabajo sucio.

Jerry Krause era un rollizo ojeador de béisbol y baloncesto que llevaba veinte años pateándose el país arriba y abajo en busca de jugadores poco conocidos (uno de sus chistes era que el título de su autobiografía debería ser “Un millón de himnos nacionales”, en referencia a todos los partidos a los que había asistido). No pertenecía al círculo de ex jugadores y ex entrenadores que podían encontrar un hueco gracias a sus contactos, así que la única manera de abrirse camino fue a base de trabajo. Así conoció en los sesenta a Tex Winter, entonces entrenador de Kansas State, y a un prometedor alero de Dakota del Norte llamado Phil Jackson. Fueron de los pocos que manifestaron simpatía hacia ese excéntrico hombrecito, y éste no lo olvidó. Cuando se creó la franquicia de los Chicago Bulls en 1966, Krause vino desde los Baltimore Bullets y fue ascendiendo dentro de la organización hasta ser nombrado director of player personnel, equivalente a general manager. Sin embargo, apenas tres meses después fue despedido en medio de un desastre mediático que hundió su carrera: su primer trabajo era contratar a un nuevo entrenador, y por un malentendido Ray Meyer, de la Universidad de De-Paul, anunció a la prensa que le habían ofrecido el puesto. Krause lo desmintió inmediatamente, y la imagen de la franquicia sufrió un serio descrédito. Meyer era una auténtica leyenda en Illinois, mientras que los Bulls eran un equipillo de tres al cuarto que apenas llevaba diez años en Chicago, así que la idea de que se permitieran jugar con las expectativas de uno de los entrenadores universitarios más prestigiosos provocó una avalancha de críticas que desembocó en el despido fulminante de Jerry Krause. En 1978 volvió a Chicago para ser ojeador de los White Sox, y fue allí donde lo conoció Reinsdorf cuando adquirió la franquicia tres años después. En 1985 Krause había logrado volver a estar al frente de los Bulls, y su primer trabajo era contratar a un nuevo entrenador.

A diferencia de la salida de Rod Thorn de la franquicia, el despido de Kevin Loughery fue amargo y controvertido, algo que se repetiría con cada uno de los entrenadores siguientes. En principio no faltaban motivos, ya que Loughery no había logrado corregir el rumbo derrotista del equipo, tampoco había aportado estabilidad con sus cambios constantes de la rotación, y presentaba un largo historial de enfrentamientos con varios jugadores. Sin embargo, para Jerry Krause su sustitución se debía a la costumbre del entrenador de dejarse ganar, algo de lo que Jordan se había quejado (aunque en un sentido diferente) y que según rumores ya había sucedido en la temporada 1983-84 para mejorar la posición en el draft. En la temporada recién terminada los Bulls habían asegurado matemáticamente su puesto en playoffs tras ganar en Washington el 3 de abril, y a falta de cinco partidos estaban empatados con los Bullets en la sexta plaza de la Conferencia Este. Eran ocho los equipos que entraban en playoffs, y al sexto clasificado le correspondía emparejarse con el tercero, en este caso los Philadelphia 76ers. Mientras, el séptimo clasificado se emparejaría con los Milwaukee Bucks, que ocupaban la segunda plaza. En teoría la idea es que cuanto más baja sea la clasificación, más difícil resulte ser el cruce; pero en este caso concreto los Bulls habían perdido sus cinco enfrentamientos contra los 76ers, mientras que habían logrado un meritorio 3-3 contra los Bucks. Según los rumores, Kevin Loughery se habría planteado que si lograban caer a la séptima plaza entonces se cruzarían contra los Bucks, un rival más asequible a la luz de lo sucedido en la fase regular. Y el hecho fue que los Bulls perdieron esos cinco últimos partidos (incluyendo una humillante derrota en casa contra los Hawks en la que los aficionados abuchearon al equipo), fueron séptimos y se cruzaron con los Bucks.

Kevin Loughery tenía una explicación muy diferente, que se basaba en la época en la que coincidieron en Baltimore cuando uno era jugador y el otro scout. “El día que lo nombraron supe que estaba despedido. Lo sé todo sobre Jerry Krause y él sabe que lo sé, así que no podía dejar que me quedara.” Con independencia de la causa real, había que elegir a un nuevo responsable del equipo. Después de la desastrosa experiencia con Ray Meyer, Krause decidió que los experimentos se hacen con gaseosa y buscó un entrenador con experiencia contrastada en la NBA: Stan Albeck, un técnico muy recomendado con un historial de buenas temporadas en San Antonio y New Jersey. No era particularmente del agrado de Krause, pero eso no le preocupaba ya que lo consideraba un entrenador de transición mientras se iba dando forma a la franquicia. Para alcanzar los objetivos a largo plazo, Krause confiaba en Tex Winter y esa filosofía de juego que el veterano entrenador le había ido enseñando a lo largo de los años en infinitas tardes de ver partidos grabados y charlar durante horas. Jerry Krause consideraba que el “triángulo ofensivo” de Winter era el estilo de juego que más se aproximaba a su ideal, y le intrigaban sus posibilidades si alguna vez se lograba aplicarlo con jugadores de primer nivel. Más allá de la táctica pura y dura, la inteligencia e integridad de Tex Winter dejó una marca indeleble en Krause, que años después dimitió del comité de honores del Hall of Fame de Springfield al considerar que su sistema de selección hacía virtualmente imposible otorgar a Winter el reconocimiento que merecía. “Yo siempre decía que iba a contratarlo como asistente y no me voy a preocupar de quién será el entrenador jefe”, recordaba Krause en 2008. “Quiero que vengas conmigo, quiero que enseñes a los hombres altos y que entrenes a los entrenadores.” Y lo hizo al margen del propio Albeck, que apenas llegar a la franquicia se encontró con un jefe que estaba eligiendo a sus asistentes sin contar con la opinión del entrenador que se suponía iba a tratar con ellos. A Tex Winter tuvo que aceptarlo ya que se trataba de una condición irrenunciable para Krause, pero lo de Phil Jackson ya era demasiado. Krause había conocido a Jackson cuando éste estaba en la universidad, y luego mantuvo el contacto mientras formaba parte de los Knicks, un equipo que representaba también el estilo de juego que Krause buscaba. Kevin Loughery fue quien convenció a Phil Jackson de probar la aventura de los banquillos, pero su reputación como “bala perdida” (a medio camino entre hippie que experimentaba con las drogas e intelectual obsesionado con las religiones) lo había relegado al infierno de la CBA. Allí había llevado a los Albany Patroons al campeonato con jugadores como Larry Spriggs o Ralph McPherson en plantilla, pero la NBA no prestaba la menor atención a los triunfos obtenidos en la liga comercial. Cuando recibió la llamada de Krause, uno de los pocos que habían mantenido contacto con él durante su viaje por el sótano del baloncesto profesional estadounidense, Phil Jackson estaba entrenando en Puerto Rico y acudió directamente de allí a la entrevista con Stan Albeck. No fue una decisión acertada. “Cuando vives en el subtrópico vistes de cierta manera. Yo llevaba sandalias la mayor parte del tiempo. Usaba pantalones chinos debido a las normas sociales del lugar, y un polo. Llevaba un sombrero de paja de Ecuador. Como detalle excéntrico, en el sombrero llevaba una pluma de un loro que arranqué en un restaurante”, recuerda Phil Jackson. Según Krause, la entrevista fue breve y poco satisfactoria: “Stan vino a verme después de la entrevista y me dijo que no aceptaría a ese tipo bajo ninguna circunstancia”. Posteriormente, Phil Jackson sospechó que su aspecto había sido una excusa, y que el auténtico motivo por el que fue descartado era que Krause había rechazado al candidato de Albeck, John Killilea.

Después de dejar encaminado el tema de los entrenadores, era el momento de afrontar la renovación del equipo. Posiblemente el punto de mayor coincidencia teórica entre Jordan y Krause sea la configuración de plantilla, y también la causa de sus peores enfrentamientos a la hora de llevarla a la práctica. En palabras de un miembro de la franquicia, Michael Jordan estaba convencido de ser capaz de ganar cualquier partido acompañado de cuatro monjas de clausura, siempre que esas monjas jugaran con agresividad y confianza. Jerry Krause, por su parte, tenía muy claro que le importaba el carácter por delante de la calidad intrínseca: “Los comienzos fueron brutales. Tenía a nueve jugadores que no quería y a sólo tres que quería. Quería a Dave Corzine, a Rod Higgins y a Michael. Los demás no podrían darme más igual. Y tenían talento, todos tenían mucho talento. Pero no era una cuestión de talento”. En el libro Good to Great, un clásico en estrategia empresarial, el autor, Jim Collins utiliza, un autobús como metáfora de la clave para pasar de bueno a genial; lo importante no es decidir a dónde va a ir el autobús, sino asegurarse de que se han subido las personas correctas. “Jerry eliminó muchas cosas que esta franquicia no necesitaba”, reconoció Phil Jackson. “Este club no necesitaba a cierto tipo de jugadores. Tenía una idea definida del tipo de jugador que quería. Trajo jugadores con carácter o que él creía que tenían carácter. Gente sólida, dispuesta a trabajar.”

La limpieza del vestuario empezó inmediatamente. Jugadores que habían sido titulares la temporada anterior fueron cortados sin ceremonia, como “Wild Wild” Wes Matthews (un errático base fichado por Loughery) o Caldwell Jones, un excéntrico pívot que afirmaba que sus mejores amigos eran Miller y Michelob (dos marcas de cerveza). Steve Johnson fue traspasado a cambio de Gene Banks, una antigua estrella universitaria que no había brillado en profesionales pero que era un alero rocoso y esforzado. Aprovechando que los problemas del base Ennis Whatley con el alcohol y las drogas aún no eran conocidos, Jerry Krause lo usó para escalar posiciones en el draft y seleccionar a Charles Oakley, un musculoso ala-pívot de una pequeña universidad. Oakley, inmediatamente apodado oak tree (roble) por sus compañeros, era el tipo de elección arriesgada que tendía a hacer Krause: un jugador poco conocido que según las proyecciones saldría al final de la primera ronda, pero que se convirtió en la apuesta personal del directivo de los Bulls cuando lo escogió con el número nueve. Quizá sea aún más revelador el fichaje de John Paxson, que había coincidido con Michael Jordan en aquella gira por Europa en 1982. Los Bulls querían aliviar la presión a la que se veía sometido un Jordan que había liderado al equipo en casi todas las categorías estadísticas, y para ello buscaban a un base tirador que impidiera que los rivales se cerraran sobre él impunemente. Paxson era ese tipo de jugador inteligente y con buena mano aunque poco atlético, y había demostrado buenas maneras en San Antonio antes de que la superpoblación en el perímetro de los Spurs lo dejara sin hueco. Krause se puso en contacto con su agente, pero durante las negociaciones se anunció que el equipo de Chicago había fichado a Kyle Macy, otro base blanco tirador con las mismas virtudes y defectos pero más experiencia en la liga. John Paxson asumió que eso significaba el fin del interés de los Bulls, ya que habían cubierto sus necesidades, pero para su sorpresa Krause mejoró su oferta garantizándole los tres años de contrato. Macy era un veterano que venía a cubrir una carencia del equipo, pero en Paxson tenían un interés a más largo plazo. Krause había creído ver en él la clase de jugador que buscaba, y fue contratado por delante de viejos conocidos (que no amigos) de Jordan como Aubrey Sherrod o Adrian Branch.

Michael Jordan tuvo sus dudas sobre esa supuesta nueva etapa de la franquicia desde el primer día, cuando hicieron caso omiso de su petición de que escogieran en el draft a “Buzz” Peterson. Aunque Peterson no tenía posibilidades en la NBA y de hecho cayó hasta la séptima ronda, tampoco hubiera costado tanto tener un gesto para con la estrella del equipo; pero no fue el único incidente. “Traspasamos a Rod Higgins”, explicó Krause. “Aunque volvimos a contratarlo dos veces, eso molestó a Michael.” La raíz del problema fue Quintin Dailey, que en plena pretemporada ingresó de manera voluntaria en una clínica de desintoxicación para intentar solucionar sus problemas de drogas. Librarse de la distracción permanente de las circunstancias extradeportivas de Dailey era casi un alivio, pero necesitaban un anotador que saliera desde el banquillo. Jerry Krause tuvo que encontrar un sustituto a toda prisa, y traspasó a David Greenwood a los Spurs a cambio del veterano George Gervin. Fue un traspaso controvertido, ya que a los aficionados de San Antonio no les gustó ver que malvendían a “Iceman” Gervin sólo por tener ya cierta edad. En Chicago, Jordan no acogió de buen grado la llegada de uno de los jugadores que supuestamente habían conspirado contra él en el All Star, pero lo que más le molestó fue que para poder cuadrar el traspaso sin superar el tope salarial los Bulls tuvieron que cortar a su amigo Rod Higgins. Krause declaró repetidas veces que no fue una decisión fácil ni agradable, ya que Higgins era el tipo de jugador que le gustaba, y lo demostró volviéndolo a fichar desde la CBA con dos contratos temporales, pero los negocios son los negocios. Para Jordan la realidad era que dijera lo que dijera Krause, habían cortado a un jugador sacrificado y profesional para traer a una estrella anotadora en horas bajas. ¿Dónde quedaba lo del carácter por delante del talento? “No tengo ningún comentario que hacer sobre el traspaso”, declaró a la prensa. “Digamos solamente que no me ha hecho feliz.”

Pero el enfrentamiento que marcaría para siempre la relación entre Michael Jordan y Jerry Krause se produjo apenas comenzada la liga. Los Bulls no habían empezado con muy buen pie, perdiendo los ocho partidos de pretemporada y luego sufriendo la baja de Dailey, pero lo peor estaba por llegar. Michael Jordan tuvo un arranque esperanzador, anotando el tiro libre que permitió a los Bulls derrotar a los Cleveland Cavaliers en la prórroga del primer partido y sumando 33 en la victoria sobre Detroit en el segundo a pesar de una nueva tangana iniciada cuando Bill Laimbeer placó sin contemplaciones a la estrella de los Bulls en una penetración. “Yo iba hacia el aro y él no intentó taponarme, directamente me tiró al suelo”, declaró Jordan. “Después se alejó. No intentó ayudarme a levantarme ni se disculpó. Creo que lo hizo intencionadamente.” La novedad fue que por fin uno de sus compañeros dio un paso al frente para apoyarle: “No se puede consentir que revoleen a tu mejor jugador. Le dije que me pondría delante de él para protegerle de cualquier cosa, excepto de una bala”, declaró Charles Oakley. Michael Jordan ya había tomado buena cuenta del temperamento y habilidades del novato, un fiero estajanovista del rebote, y Oakley se fue convirtiendo en ese amigo dentro de la plantilla del que carecía desde la marcha de Higgins.

En el tercer partido de liga, el 29 de octubre contra los Warriors, Jordan cayó en mala postura y se fracturó el hueso navicular tarsal del pie izquierdo. Era su primera lesión relevante, aunque inicialmente las radiografías no indicaron ningún daño y se hablaba de un par de partidos de baja. Sin embargo, una resonancia magnética (tecnología entonces muy novedosa) reveló la situación real y ese plazo se amplió primero a seis semanas y luego a enero de 1986. El pie no mostraba síntomas de mejora, y el 12 de diciembre el Dr. John Hefferon, médico de los Bulls, anunció que la baja se prolongaría al menos otro mes, quizás más. Se sugirió que podría regresar el 1 de febrero, luego el 13 de febrero y finalmente se reconoció que podría perderse toda la temporada. El propio jugador no entendía por qué no mejoraba y perdía la paciencia ante la falta de progresos. El All Star llegó y pasó con Jordan sentado en la banda de paisano recibiendo las condolencias de otras figuras de la liga, aunque por lo menos lo aprovechó para profundizar en su amistad con Charles Oakley. A pesar de su lesión Jordan había sido votado como titular para el partido de las estrellas, y como herramienta publicitaria la liga se había ofrecido a pagarle el viaje a él y a un acompañante. “Le dije que viniera conmigo y que no tendría que pagar nada”, declaró Jordan. “Es mi guardaespaldas, y yo voy a ser como su hermano mayor.” Lo cierto es que este período estaba provocando un aumento de la fricción entre Jordan y el equipo. Quizá fuera motivado por una cierta desconfianza hacia Mark Pfeil, el trainer de los Bulls, que tenía fama entre los jugadores de orientar sus dictámenes según el interés de la gerencia, pero el hecho fue que Jordan volvió a Carolina del Norte, primero a casa de sus padres en Wilmington y luego con Adolph Shiver a un piso que tenía en Chapel Hill. Además de la preocupación por el estado de su pie, que le llevaba a pasarse el día mirando radiografías e informes, Jordan sufrió la inquietud adicional de ver a su padre ante un tribunal acusado de estafa. Según los documentos presentados en el juzgado, en 1983 James Jordan había gestionado una orden de compra por valor de unos $11.000 a un proveedor local por materiales que no habían sido entregados, y dicho proveedor le había pagado $7.000. Durante esa época los padres de Jordan habían recorrido el país asistiendo a todos los partidos de Michael y eso había despertado suspicacias, ya que su situación económica parecía desahogada pero no para tanto. La familia sostuvo que James Jordan se declaró culpable para proteger a otros, y al final terminó recibiendo una sentencia suspendida. Mientras, su ausencia de Chicago provocó críticas de la franquicia, que terminó por ordenarle que se reuniera con sus compañeros en Phoenix. Jordan se negó alegando que estaba siguiendo un programa de pesas que añadiría cinco kilos de músculo a su tren superior, y no volvió hasta después del All Star. A su vuelta aprovechó para criticar públicamente a sus compañeros, cuyo mal juego había hundido a los Bulls en la clasificación, y especialmente a Quintin Dailey. Cuando se lesionó Jordan, el club presionó a Dailey para que finalizara de manera anticipada su tratamiento antidrogas y se reincorporara al equipo, y a mitad de temporada el jugador sufrió una recaída que puso fin a su etapa en la franquicia.

Después de que tres especialistas recomendaran volver a retrasar su reaparición, Michael Jordan solicitó y obtuvo permiso para volver a Chapel Hill, con la excusa de completar los créditos que le faltaban para su licenciatura en geografía. Aunque Deloris Jordan pudo por fin ver terminar la carrera a su hijo, el auténtico plan de Michael era llevar a cabo su recuperación según su propia opinión. Michael Jordan estaba convencido de conocer su cuerpo mejor que ningún médico, y confiaba plenamente en unas capacidades de recuperación extraordinarias que ya había manifestado durante su año rookie cuando fue capaz de ganarle un partido a los Pacers con el tobillo hinchado como si fuera una naranja, y volver a jugar al día siguiente como si no pasara nada. Su plan consistía en esconderse en la Universidad de North Carolina, donde nadie revelaría su secreto, y ejercitarse en contra de la recomendación de los médicos aprovechando que la escayola había sido al fin reemplazada por una férula. Michael Jordan se empeñó en que George Koehler lo llevara al gimnasio para poner a prueba el pie. “Vamos, echemos un uno contra uno”, le dijo a su chófer. “Michael, te han quitado la escayola hace hora y media. Ni siquiera deberías apoyar el pie.” Jordan insistió hasta convencerle de jugar a diez canastas. Koehler no había jugado al baloncesto desde el instituto, pero Jordan apenas podía moverse sobre un solo pie, y antes de poder reaccionar iba perdiendo 4-1. “Yo lo único que pensaba era en si se volvía a lesionar”, recuerda George Koehler. “Metí otra canasta y me puse 5-1 arriba. Me devolvió y me dijo: ‘Ni una más’. ‘¿Cómo?’ ‘No vas a meter ni una más.’ Le dije: ‘Tienes que estar de broma.’ Lo rodeé y me levanté para tirar. Pero él surgió de la nada y cogió el balón en el aire.” Koehler no metió ni una más, y Jordan ganó 10-5. Antes de terminar febrero ya circulaban rumores de que estaba jugando partidillos de cinco contra cinco.

El conflicto llegó cuando Jordan volvió a Chicago el 10 de marzo, recibió la noticia de que al fin su pie izquierdo daba señales de haberse recuperado y expresó su intención de volver a jugar. Una fractura ósea limpia como la que había sufrido no necesitaba de una rehabilitación demasiado compleja ni amenazaba con afectar a sus capacidades en el futuro (como sí lo habría hecho una lesión de ligamentos, por ejemplo); pero el riesgo es que se tratara de una debilidad estructural crónica, que sus pies demostraran ser incapaces de soportar la presión y fuera el principio de una serie de fracturas que terminaran poniendo un fin prematuro a su carrera como había sucedido con otros jugadores. Michael Jordan argumentaba que el peligro de una recaída hacía más aconsejable su retorno inmediato a las canchas, ya que si se reproducía la lesión y había que operar entonces podría aprovechar el verano para eso y empezar la temporada siguiente recuperado; si esperaba hasta entonces para volver y al final resultaba que tenía que pasar por el quirófano, eso supondría perderse dos temporadas casi enteras. La oposición de la gerencia tomó un cariz desagradable para el jugador cuando llegó a la conclusión de que la franquicia daba el año por perdido y prefería buscar un buen puesto en el draft antes que forzar sólo para terminar cayendo en primera ronda. En palabras de Jordan, estaban protegiendo su inversión ante una aventura que no ofrecía suficientes dividendos. “No quería pasar a la historia como el fulano que hizo volver demasiado pronto a Michael Jordan”, recordaba Jerry Krause. “Para mí, la proporción entre riesgo y recompensa no era aceptable. La recompensa era volver a un equipo que ya había hecho una mala temporada. ¿Para qué ibas a arriesgar tu carrera por eso?”

Finalmente se convocó una reunión el 13 de marzo para zanjar el tema y participaron Jerry Reinsdorf y el otro principal accionista de los Chicago Bulls, Michael Jordan y David Falk, Jerry Krause, el entrenador Stan Albeck y los tres especialistas consultados sobre el caso. Los tres médicos señalaron que la resonancia aún mostraba daños en el hueso, coincidían en calcular que la probabilidad de recaída estaba entre un 10% y un 20%, lo que para la franquicia suponía un riesgo inaceptable (si esperaba a la temporada siguiente, el riesgo calculado descendía hasta un 1%). Jordan, en cambio, lo veía como casi un 90% de probabilidades de éxito. Reinsdorf intentó explicar su posición con poco acierto, mediante el ejemplo de un bote de analgésicos que contuviera diez pastillas, pero una de las cuales estaría envenenada. Si tuvieras una jaqueca, ¿aceptarías el riesgo de tomarte una de las pastillas del tarro? “Me parece un ejemplo muy desafortunado”, respondió Jordan, “pero supongo que dependería de lo malo que fuera el dolor de cabeza”. Resultaba evidente que el dolor causado por la ausencia de las canchas le había llevado a un punto en el que no seguiría aceptando las instrucciones médicas más conservadoras. “Si me hubieran dicho que no iba a jugar, aún estaríamos reunidos discutiéndolo”, declaró Jordan poco después. “Por si acaso, yo me había llevado el almuerzo a la reunión.” La discusión se centró en una frase que Michael Jordan siempre creyó haber oído y que Jerry Krause siempre negó haber pronunciado: ‘Eres propiedad nuestra y jugarás cuando nosotros lo decidamos’. Más allá de las palabras que se dijeran o se dejaran de decir15, el significado último de la posición oficial de la franquicia era ése y Jordan se sintió utilizado como una mercancía con un valor comercial definido. El contrato de Michael Jordan incluía una cláusula que le permitía tomar parte en cualquier partido de baloncesto que deseara sin necesidad de la aprobación previa de la franquicia, siempre que no se tratara de una actividad remunerada. Era la famosa cláusula for the love of the game (por amor al baloncesto), y después de esta experiencia tuvo buen cuidado de asegurarse de que se incluía en sus contratos siguientes. Pudo ver confirmada su importancia un par de años después, cuando Gene Banks sufrió una grave lesión mientras participaba en una liga de verano de Philadelphia y los Bulls cancelaron inmediatamente su contrato. Banks recurrió a los tribunales alegando que la franquicia no sólo conocía sino que alentaba su participación en esa liga (normalmente, los equipos veían con muy buenos ojos que los jugadores tomaran la iniciativa de trabajar por su cuenta durante el verano), y consiguió que el tribunal fallara a su favor. Sin embargo, Banks descubrió que ningún otro equipo estaba interesado en contratar a un suplente ya entrado en años, que venía de una lesión y con fama de “problemático”. No volvió a jugar en la NBA, y los demás jugadores de la liga tomaron buena nota de lo que le había ocurrido.

Ante la imposibilidad de convencer a Jordan para que prolongara su baja, los Bulls tuvieron que ceder para no llegar a la ruptura total con la estrella del equipo. Se decidió que Michael Jordan podría volver a jugar, pero dentro de unos límites temporales estrictos: seis minutos en la primera parte y otros seis en la segunda. Al día siguiente, Stan Albeck recibió una carta firmada por Jerry Reinsdorf en la cual se le exponían las condiciones por escrito, y el entrenador supo leer entre líneas el inminente fin de su relación con la franquicia. Su contratación había resultado una auténtica decepción para Krause (“Supe que era un error prácticamente en cuanto lo hice”), ya que Albeck había ignorado las opiniones de Tex Winter y basaba su juego de ataque en aclarados y dos contra dos en lugar de imitar a los Knicks de Red Holzman como deseaban sus jefes. Varias veces durante la temporada se produjeron choques entre Krause y Albeck, que terminó expulsando al ejecutivo de los entrenamientos. Además, el entrenador había declarado públicamente su admiración por el intento de Jordan de volver a las canchas, algo que según Krause podría deberse a que un entrenador tendría más posibilidades de encontrar nuevo equipo cuando mejor fuera su porcentaje de victorias. Desde el punto de vista de Stan Albeck, la orden de limitar los minutos de juego de Jordan era absurda y además lo colocaba en el centro del conflicto entre el jugador y la franquicia. Era imposible salir airoso de esa situación.

Michael Jordan volvió a jugar el 15 de marzo de 1986 contra sus viejos rivales de Milwaukee. Anotó 12 puntos en 12 minutos, pero los Bulls perdieron en la prórroga. Jordan había pedido jugarla, pero Albeck se negó remitiéndose a las órdenes recibidas. El jugador recurrió a la gerencia, solicitando que se aumentara su tiempo de juego a diez minutos por parte, y alcanzaron el acuerdo de ir aumentando medio minuto cada partido. Dos días después, los Bulls iban ganando cuando se terminó el tiempo de Jordan, y los Hawks encadenaron un parcial de 18-0 para llevarse la victoria. Algo parecido sucedió en los partidos siguientes, y el equipo de Chicago encadenó cinco derrotas consecutivas cuando venía de sumar tres victorias seguidas antes del retorno de Jordan. Durante su ausencia, los Bulls habían adoptado un estilo de juego deliberadamente lento, pero con él en cancha la tendencia era intentar correr, y varios de sus compañeros se perdían debido a la falta de continuidad. “Estoy estropeando la química del equipo”, tuvo que admitir. “Este reparto de minutos hace daño al equipo, que me dejen jugar el partido entero o que me prohíban jugar.” Sin embargo, la franquicia se negaba a ceder, y sus minutos de juego iban aumentando con cuentagotas. En un partido, Michael Jordan jugó cinco segundos más de lo estipulado, y en las estadísticas oficiales eso aparecía como un minuto completo. Jerry Krause llamó a Stan Albeck a su despacho y le comunicó que a partir de entonces el jefe de prensa Tim Hallam permanecería detrás de la mesa de anotadores con un cronómetro, y si volvía a superar el tiempo de juego asignado sería despedido de manera fulminante.

La situación se deterioraba a ojos vista, y terminó de estallar el 2 de abril con un cruce de declaraciones en las que Jordan afirmaba que los médicos le habían dado el alta definitiva mientras que Krause declaraba todo lo contrario. Al día siguiente contra los Pacers llegaron a ir perdiendo por 15 puntos, pero una espectacular remontada liderada por Michael Jordan puso a los Bulls por delante 107-106. Indiana anotó para recuperar la ventaja y Chicago pidió tiempo muerto a falta de 28 segundos. Durante el tiempo muerto, Stan Albeck informó a Jordan de que había gastado los minutos de juego asignado y no volvería a la cancha. “¡No puedes hacerme esto! ¡Tenemos que meternos en playoffs!”, bramó el jugador. Sentado justo detrás del banquillo, Jerry Krause estaba convencido de que se trataba de una maniobra del entrenador para poner en evidencia lo absurdo de las órdenes que había recibido: “Yo estaba justo detrás de él, y si se hubiera girado le hubiera dicho que lo sacara a jugar”. (Krause no parece ser consciente de lo que suponía para un entrenador veterano de la NBA tener que mirar por encima del hombro para saber si le dan permiso para sacar a un jugador o no.) Irónicamente, los Bulls ganaron gracias a un tiro a la desesperada de John Paxson, pero el resultado final ya no era lo más importante. Después del partido Jordan declaró a la prensa que había quedado demostrado que la gerencia del club deseaba dar por perdida la temporada, mientras los periodistas acosaban al entrenador: “¿Cómo puedes hacerle esto?”. Cuando preguntaron a Jerry Krause, éste contestó que el único problema era que Stan Albeck no sabía contar. Su cese a final de temporada era un hecho, y ya se sabía incluso quién sería el sustituto: Doug Collins, una antigua estrella universitaria cuya carrera se había visto limitada por las lesiones. Collins acababa de incorporarse a la cadena de televisión CBS para aportar comentarios técnicos durante las retransmisiones y no ocultaba su intención de dar el salto a los banquillos en cuanto pudiera. Jerry Krause lo contrató como consultor externo y le encargó la elaboración de un informe sobre el equipo. Durante varias semanas Doug Collins viajó con la plantilla y asistió a los entrenamientos tomando notas, y Stan Albeck tuvo que trabajar bajo la mirada de quien lo iba a reemplazar.

A pesar de esta situación, los Bulls encadenaron tres victorias y empataron con Cleveland en la pugna por la última plaza de playoffs. El nivel de Jordan era aún irregular, pero promediaba más puntos que minutos de juego y el equipo se iba adaptando mejor a su vuelta. Los Bulls se jugaron el pase a playoffs el penúltimo partido, en casa contra los Bullets, y llegaron al descanso perdiendo 48-56. Por fin, antes del comienzo de la segunda parte Reinsdorf anunció que se eliminaban todas las restricciones a los minutos de juego de Michael Jordan. “Pues sí tiene corazón”, respondió el jugador. Aun a costa de forzar muchos tiros, Jordan anotó 31 puntos en la remontada de unos Bulls que terminaron ganando por 105-103 y certificando su pase a playoffs, donde los esperaban los Boston Celtics.

Ser aficionado a un deporte consiste sobre todo en hacer listas, y no se puede hacer una lista de candidatos a “mejor equipo de la historia de la NBA” sin incluir a los Boston Celtics de la temporada 1985-86. El Big Three compuesto por Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish antes de que los años y las lesiones les robaran su fortaleza; Dennis Johnson y Danny Ainge formando el perímetro más impenetrable de la liga; y en el banquillo una serie de infalibles tiradores blanquitos liderados por Bill Walton, recuperado lo suficiente como para recibir el galardón de mejor sexto hombre. Tenían defensa, rebote, pase, anotación interior y tiro exterior, y atravesaron los playoffs como una apisonadora. Enfrente, los Chicago Bulls llegaban con 30 victorias y 52 derrotas, un entrenador que ya estaba haciendo las maletas y una estrella recién salida de una lesión. En cierto sentido Jerry Krause tenía razón: Jordan arriesgó su carrera a cambio de ser barrido en primera ronda sin opciones. Stan Albeck era consciente de que no podía competir con la profundidad de banquillo y la amplitud de recursos de los Celtics, así que decidió plantear la eliminatoria reduciéndola a un “dos contra dos”, Bird y McHale contra Jordan y Woolridge. Ralentizando el juego esperaba frenar el devastador contraataque bostoniano, y canalizar el ataque a través de sus estrellas limitaría los daños causados por la debilidad del juego interior de Chicago.

En otro sentido, Michael Jordan tenía razón aunque pocos recuerdan hoy que anotó 49 puntos en el primer partido de la eliminatoria. Los Celtics habían decidido marcarle con un único defensor, y el trabajo de Dennis Johnson fue irreprochable desde un punto de vista académico: en todo momento intentaba forzarlo a salir a la izquierda y negarle la penetración a cambio de concederle el tiro exterior. Sin embargo, Michael Jordan lograba superarlo una y otra vez, y los Bulls tomaron unas ventajas iniciales que rondaban los diez puntos. Incluso cuando los locales aprovecharon su paso por el banco para remontar, los de Chicago consiguieron mantenerse en el partido y llegar al descanso con una desventaja mínima (59-61). Pero Dennis Johnson anotó 16 puntos en el tercer cuarto y forzó a la defensa de los Bulls a abrirse, permitiendo a los pívots locales dominar la pintura. “DJ cogió la racha”, explicó Jordan. “Mi misión era bajar a doblar sobre los hombres altos, pero cuando cogió la racha eso cambió.” Los Celtics empezaron a correr el contraataque y mantuvieron una ventaja cómoda durante toda la segunda parte, aunque el marcador final de 104-123 era excesivo para los méritos de uno y otro. Larry Bird había elogiado la voluntad de Jordan por volver a jugar después de su lesión, pero a diferencia de sus compañeros fue muy crítico con su juego en este primer partido y con la manera en la que Chicago recurría constantemente al uno contra uno. Ya durante la temporada anterior se había creado una cierta rivalidad entre ambos equipos a pesar de la diferencia de nivel: los Celtics respetaban y admiraban los recursos del rookie Michael Jordan, pero no una actitud que consideraban demasiado arrogante para una franquicia que no había ganado nada y a la que empezaron a denominar “los campeones Chicago Bulls” de manera irónica. La estrategia de Albeck les había cogido por sorpresa, Larry Bird había dado la apariencia de encontrarse incómodo al ver que la defensa prefería negarle el pase, y eso le pasó factura en algunas acciones (como un intento de robo en el que terminó cometiendo una falta un tanto agresiva sobre Jordan).

Esa rivalidad no era obstáculo para que los jugadores de ambos equipos se relacionaran de manera social; Michael Jordan y Danny Ainge jugaron una partida de golf con dos periodistas el día antes del segundo partido de la eliminatoria, y fue ahí donde se intuyó que algo especial iba a suceder. “Mañana te vas a llevar una sorpresa”, comentó Jordan. “La sorpresa no me la voy a llevar yo”, respondió Ainge, “porque el que te va a defender es DJ”. “Bueno, pues dile a DJ que se va a llevar una sorpresa mañana”, terminó Jordan. “Que procure venir bien descansado.” “DJ” era el apodo de Dennis Johnson, un base alto y fuerte que era fundamental para los Celtics al ser uno de los pocos jugadores capaces de defender a grandes estrellas exteriores como “Magic” Johnson o Andrew Toney.

Un día Stan Albeck le preguntó a Michael Jordan qué pasaba por su cabeza cuando el rival le hacía una defensa de ayudas. “Creo que tengo entre medio segundo y un segundo para tomar una decisión: botar el balón y rodear o dividir el dos contra uno, o efectuar el lanzamiento antes de que llegue el segundo defensor. Si divido la defensa puedo ir directo a la canasta. ¿Quieres saber qué pasa a continuación? Que hay un pívot de siete pies esperando para detenerme, pero voy a machacar por encima de él de todas formas.” Esta mezcla de razonamiento analítico y exceso de confianza ilustra a la perfección el que quizás sea su partido más famoso, inmortalizado por la frase de Larry Bird repetida hasta el hastío de “Dios disfrazado de Michael Jordan”. Periodistas y aficionados especulaban sobre si sería capaz de repetir la hazaña anotadora del primer partido y sobre qué habrían previsto los Celtics para impedirlo. En realidad, el comienzo del segundo encuentro fue muy similar al del primero, con los Bulls imponiendo su ritmo y tomando ventajas de unos diez puntos y unos Celtics que no terminaban de encontrarse cómodos. A pesar de que posteriormente se pretendería diferenciar este partido del anterior haciendo énfasis en una mayor integración en el juego colectivo, esa diferencia no es demasiado evidente. Charles Oakley tuvo un comienzo brillante en ataque pero se cargó de personales muy pronto, y el resto oscilaron entre la impotencia y la irregularidad. Quizá la mayor contribución se produjo en defensa, donde Larry Bird terminó descargando sus frustraciones sobre Gene Banks. Como en el primer partido, los Celtics igualaron en el segundo cuarto aprovechando los minutos de descanso de Jordan, pero esta vez los Bulls no se desplomaron sino que volvieron a recuperar la ventaja cuando volvió a la cancha. En la segunda parte Larry Bird consiguió al fin entrar en juego, y el partido se convirtió en un toma y daca constante con acciones intensas y espectaculares como la canasta de McHale sentado encima de Corzine.

La figura de Michael Jordan iba creciendo conforme pasaban los minutos. En los primeros cuartos había intentado (demasiadas veces en vano) buscar a sus compañeros, o había recibido un descanso que le sería muy necesario más adelante; pero en el tramo decisivo asumió el control total del partido. Para evitar cansarlo en exceso, Stan Albeck alternaba las jugadas en las que recibía directamente el saque para subir el balón con otras en las que esperaba agazapado en el lateral, normalmente el derecho, o cortaba a través de los bloqueos. Los Bulls usaron durante muchos minutos un quinteto atípico, con Oakley como único hombre alto y los demás muy abiertos para dejar espacios en la zona rival. En cualquier caso, el juego de Jordan en ataque era más cerebral que espectacular, a pesar de incluir suficientes muestras de su capacidad atlética. Cuando Dennis Johnson intentó negarle el centro de la zona, atacó desde el lateral aprovechando las mismas ayudas de los hombres altos para forzar personales a base de velocidad y control del propio cuerpo. Pronto, los Celtics se vieron obligados a rotar incesantemente a sus jugadores, amenazados con la eliminación cuando aún faltaban muchos minutos. Danny Ainge había declarado socarronamente a la televisión que su plan para defender a Jordan era “hacerle falta para que fuera otro el que tuviera que encargarse de él”, y a punto estuvo de hacerse realidad. Más en serio, cuando Ainge tuvo que relevar a Dennis Johnson intentó atacar a Jordan en el otro aro, intentando anotar para obligarle a desgastarse en defensa. Nada parecía funcionar, los Celtics ejecutaban un juego de ataque brillante con aportaciones de todos sus jugadores mientras los Bulls se encomendaban a lo que años después el entrenador Doug Collins describiría como The Archangel Offense: sálvanos, Michael. Sus canastas no eran espectaculares mates saltando por encima de los rivales, sino prodigios del control y la toma de decisiones, suspensiones a media distancia, dribling cuando se quedaba emparejado con un pívot, penetraciones en contacto permanente con los defensores que no conseguían deformar la mecánica de su tiro. Al ver la estadística después del partido, Larry Bird se sorprendió del número de tiros que había fallado Jordan, al que creía recordar infalible.

En la última jugada del tiempo reglamentario, con el reloj descontando a cero y dos puntos abajo, Michael Jordan se levantó para un triple larguísimo mientras Kevin McHale saltaba a por él. No entró, pero los árbitros señalaron una discutidísima personal de McHale que el propio Jordan dejó entrever que consideraba más que dudosa. “Danny Ainge no paraba de decirme ‘diecisiete segundos’ para desconcentrarme, porque durante la partida de golf yo había bromeado con él algo sobre unos 17 segundos.” Anotó los dos tiros libres sin tiempo en el marcador, y abrió la puerta a una prórroga que sirvió de continuación al ritmo de juego y la igualdad que había presidido el último cuarto. De nuevo empatados, esta vez el último tiro de Jordan hubiera sido para ganar. Desde un punto muy cercano a donde anotara la canasta final contra Georgetown, un poco más cerca y con menos tiempo, el lanzamiento se estrelló contra el aro y los envió a una segunda prórroga que los Celtics terminaron ganando por cuatro puntos en el último minuto. Habían tocado con la punta de los dedos la gloria de ganar en el Boston Garden el año que los Celtics establecieron el récord (aún vigente) de 40 victorias y sólo una derrota, estaban empatados después de 57 minutos pero al final habían perdido. Muchos de los jugadores no fueron conscientes hasta después del partido de que Jordan había batido el récord de anotación en playoffs con 63 puntos, pero más allá de los números su presencia había terminado ocupando toda la pista, exigiendo el esfuerzo combinado de una de las mejores plantillas de la historia de la NBA para batir a un solo jugador. Al sonar la bocina final, Orlando Woolridge se acercó a Larry Bird para estrecharle la mano y darle las gracias por haber podido compartir ese partido. Para Michael Jordan, sin embargo, se quedó uno de sus tiros: el que falló al final de la primera prórroga. Fiel a su creencia de que cualquier partido se podía ganar mientras estuviera él en pista, estaba convencido que de haber logrado esa victoria los Chicago Bulls habrían terminado eliminando a los Boston Celtics. Había visualizado el éxito, había llegado a sentir su presencia cercana, pero no lo había hecho real. Esta vez, no.

La serie volvió a Chicago en un ambiente de gran expectación. Los aficionados acudieron en masa al Chicago Stadium, y fue el día que Michael Jordan dejó de poder oír su nombre durante la presentación del quinteto titular: a partir de entonces, cada vez que se oyeran las palabras “…procedente de North Carolina…” de los altavoces, el rugido del público se tragaría todo lo demás. Sin embargo, Kevin McHale había llegado presumiendo de traer solamente unas zapatillas y una maquinilla de afeitar porque no iban a quedarse más tiempo, y el tercer partido supuso una seria decepción para los Bulls y sus seguidores. Los Celtics salieron decididos a enfriar las aspiraciones locales, tomaron ventaja en el arranque y se mantuvieron cómodamente por delante hasta el descanso de la mano de un Kevin McHale espectacular. El partido se rompió definitivamente en el tercer cuarto, con Bird distribuyendo desde el lateral para romper los dos-contra-uno, y los últimos dos cuartos casi íntegros fueron “minutos de la basura”16. Los Celtics habían aprendido la lección, y Michael Jordan se encontró con que las ayudas defensivas llegaban mucho antes que en los partidos anteriores. El dos-contra-uno se iniciaba en cuanto recibía el balón en la zona de ataque, y le obligaba a elegir entre intentar forzar la jugada individual o pasárselo a un compañero. Jordan anotó 14 puntos en el primer cuarto a base de forzar tiros en malas posiciones, pero sólo anotó 5 en el resto del partido, ya que los Bulls intentaron imprimir mayor velocidad a su juego para superar la férrea defensa de los Celtics. No funcionó nada, y esta vez fue el turno de que Jordan sintiera la frustración que antes había tenido que pasar Larry Bird. Se fue cargando de faltas con un juego cada vez más nervioso y apresurado, y la quinta personal vino acompañada de una técnica. A mediados del último cuarto Michael Jordan fue eliminado, y mientras el público le dedicaba una ovación en pie por los grandes partidos que había hecho en la serie, un desconsolado Jordan hundía la cabeza en la toalla. Se había quedado en unos mundanos 19 puntos, pero aún así estuvo al borde de otra hazaña estadística: con diez rebotes y nueve asistencias sólo le faltó un pase de canasta para el triple-doble.

Muchos años después el segundo partido de la serie aún seguía siendo objeto de preguntas por parte de periodistas y aficionados. Sólo recuerdo que ganamos, decía Bird. Michael Jordan no lo incluía entre sus grandes partidos, y afirmaba que lo único que recordaba era ese tiro fallado y que habían perdido. No quiso verlo grabado porque sabía que siempre terminaba igual, en derrota. Era, en el fondo, la misma postura de Krause cuando intentaba convencer a Jordan de que apresurar su vuelta a las canchas era un esfuerzo inútil. Pero la misma persistencia de la memoria de los aficionados demostraba que existe otra forma de ver el baloncesto, paralela e independiente al marcador final. Y que puede que hoy hayas perdido, chico, pero no tiene por qué gustarte.


15 Hay que destacar que en numerosas ocasiones Krause realizó declaraciones polémicas que luego no recordaba en esos términos, y se negaba a admitirlo hasta escuchar una grabación; reconocía entonces para su sorpresa que sí había usado palabras que él creía recordar no haber pronunciado.

16 La expresión “minutos de la basura” (garbage time) describe los minutos finales de un partido cuando el resultado ya está decidido.