Es posible que fueran las disputas laborales las que forzaron a Michael Jordan a dejar el béisbol, pero en ese caso no debieron dejarle secuelas permanentes. Jordan dedicó buena parte del verano de 1995 a un esfuerzo por “descertificar” al sindicato de jugadores, es decir, a anular su capacidad de representar a todos los jugadores de la NBA en la negociación de un nuevo convenio colectivo. El sindicato había aceptado la propuesta de la NBA de incluir un nuevo tope salarial (el llamado impuesto de lujo, que penalizaría a las franquicias que superaran cierto nivel de gasto), pero la asamblea de jugadores se negó a ratificarlo temiendo que eso produjera un recorte en sus ingresos. Los más amenazados eran por una vez los jugadores de la élite de la NBA, que encontrarían más dificultades para obtener los gigantescos contratos que se estaban haciendo comunes en la liga, y con ellos, sus agentes. David Falk organizó una rebelión que estaría liderada por dos de sus representados, Michael Jordan y Pat Ewing, y que pretendía presentar una demanda contra la NBA argumentando un abuso de su posición como monopolio. En el pasado se habían presentado demandas similares, pero habían sido rechazadas alegando que no era coherente con la existencia de un convenio colectivo firmado por los representantes de los jugadores. El grupo de jugadores liderados por Jordan inició el procedimiento de descertificación del sindicato como paso previo a esa demanda, y logró que se convocara una votación para decidir su futuro.
David Falk y los suyos fueron derrotados en toda línea, aunque el tema de fondo no se resolvería hasta el lockout de 1999. David Stern usó la táctica del palo y la zanahoria, amenazando con la posibilidad de suspender la competición por un lado y por otro ofreciendo un sustancial aumento del tope salarial, y los jugadores terminaron rechazando la disolución del sindicato con dos tercios de los votos totales. Se abría la puerta al impuesto de lujo, al tope salarial para rookies y a la larga a los salarios máximos preestablecidos, pero aunque Falk y Jordan no olvidaron esa derrota, a corto plazo el aumento del tope permitiría que los contratos de las estrellas siguieran su escalada.
Michael Jordan no había permanecido ocioso todo este tiempo. Estaba rodando su primera película, una cinta de animación con los personajes de la Warner que se iba a titular Space Jam y que sería un rotundo éxito. Durante el rodaje exigió que se montara una cancha de baloncesto junto al estudio, y pasaba en ella todos sus ratos libres intentando recuperar el tiempo perdido con la ayuda de antiguos compañeros y amigos. Curiosamente, Jordan se encontraba muy cómodo en esta situación, con la prensa y los aficionados especulando sobre su posible decadencia y teniendo que trabajar para volver a la cumbre del baloncesto. Volvía a tener un desafío real, definido en el baloncesto, y el dominio que había ejercido desde 1991 a 1993 se había desvanecido. Cuando hablaba de su paso por el béisbol, comparaba sus dificultades con el esfuerzo de subir una escalera, a diferencia del baloncesto, que se había convertido en coger un ascensor. Jordan se sentía más cómodo consigo mismo cuando sentía que estaba subiendo una escalera, superando con esfuerzo un obstáculo, y en 1995 el baloncesto le había devuelto esa sensación.
Mientras, Jerry Krause sondeaba el mercado buscando un ala-pívot después de que Horace Grant le dejara en evidencia (durante la serie contra los Magic le había exigido a Phil Jackson que impidiera que Grant fuera el jugador que les derrotara, sin resultado). Reinsdorf seguía fantaseando con la idea de traspasar a Scottie Pippen a los Clippers, algo que el jugador rechazaba por consejo de su amigo Ron Harper, que conocía los entresijos de esa franquicia. Era tentador plantearse qué podrían hacer con todas las elecciones de primera ronda del draft que sacarían de un intercambio como ése, pero Michael Jordan no aceptaría pasar por una reconstrucción en ese momento. Los Bulls habían drafteado hombres altos en primera ronda durante tres años seguidos, pero ninguno daba el nivel de titular. Corie Blount, tan atlético como falto de fundamentos, fue enviado a los Lakers a cambio de que no filtraran a la prensa que se trataba de un regalo; mientras, a Jordan le gustaba la capacidad de poner bloqueos que mostraba Dickie Simpkins, pero él y Jason Caffey (el rookie de esta temporada) no pasaban de ser suplentes discretos.
Así que Krause seguía buscando un cuatro, a pesar de que el nombre que más sonaba era el de un jugador que no le gustaba en absoluto: Dennis Rodman. Rodman se había convertido en el cáncer que había dinamitado desde dentro las opciones de los Spurs en playoffs, y buscaban quitárselo de encima al precio que fuera. Deportivamente era lo que necesitaban los Bulls, un especialista en defensa y rebote que les permitiera dejar de usar a Toni Kukoc en una posición que no era la suya, pero su historial de indisciplina y su pasado como archienemigo de Pippen y Jordan desaconsejaban su fichaje. Jerry Reinsdorf lo había mencionado como una posibilidad el año anterior, y en esta ocasión el scout Jim Stack volvió a insistir. Los Bulls habían preparado una lista de siete candidatos para el puesto, pero la mayoría eran parches, como Loy Vaught o Jayson Williams, mientras que Rodman era el único jugador potencialmente dominante que estaba en el mercado. Jerry Krause habló con Phil Jackson, que le remitió a la plantilla alegando que era una decisión que debían tomar entre todos. Por una vez Krause aceptó pedirle opinión a Jordan y Pippen, y éstos se manifestaron a favor de la contratación de Rodman, considerando que la posibilidad de ganar otro campeonato haría que se centrara. Además, Phil Jackson era el entrenador ideal para tratar con Rodman, que en algunos aspectos se parecía mucho a Jordan: ambos jugadores planteaban su relación con el entrenador como un pulso constante, un juego que intentaban ganar. Jackson se negaba a dejarse arrastrar, y daba a entender que sabía que todo era un juego y que ambos eran los únicos que lo comprendían. Phil Jackson no participaba en los juegos de los demás, eran los jugadores quienes participaban en los suyos.
El precio por Dennis Rodman era un jugador que ya no formaba parte de los planes de los Bulls, el pívot Will Perdue. Jackson nunca había tenido muy buena opinión de él, y se había indispuesto con su principal apoyo, Jerry Krause. Perdue había cometido el error de escribir un artículo para un periódico local, algo casi inaceptable para la franquicia, y encima lo había dedicado a explicar que según su opinión uno de los problemas del equipo era la insistencia de Krause de viajar con la plantilla, lo cual generaba nerviosismo entre los jugadores. Después de eso su suerte estaba echada, y su buena temporada sólo sirvió para que los Spurs mostraran cierto interés por sus servicios. Para fichar a Dennis Rodman los Bulls hicieron la investigación más detallada de su historia, incluyendo entrevistas con su terapeuta, con sus amigos, con ex compañeros y sobre todo con Chuck Daly, cuya aprobación resultó decisiva. Como medida de seguridad, Jerry Krause contrató a la vez a Jack Haley, un amigo de Rodman que se pasó la temporada en la lista de lesionados, y a James Edwards y John Salley, dos antiguos Pistons con fama de haberse llevado bien con él. “Cuando quisieron ficharme, los Bulls me hicieron pasar un examen psiquiátrico de cuatro horas. Y luego contrataron a Dennis Rodman”, resumió Jayson Williams.
En el perímetro, Jordan no pudo reparar la relación entre B.J. Armstrong y Phil Jackson, así que los Bulls dejaron marchar al popular base en el draft de expansión. Sin embargo, la gran sorpresa la dio Ron Harper cuando acudió a la reunión de final de temporada. Su mal año y la vuelta de Michael Jordan lo hacían prescindible, y la intención de Jerry Krause era informarle de que intentarían buscarle el mejor destino posible en un traspaso. Sin embargo, Harper acudió a dicha reunión con un plan definido de cuál podía ser su nuevo rol en el equipo: “Con la vuelta de Michael, seré un jugador que defiende y que se ocupa de la intendencia. Sólo anotaré cuando se presente la oportunidad”. A Phil Jackson le atraía la idea de una línea exterior formada por tres jugadores grandes como Harper, Jordan y Pippen que pudieran marcar a cualquier rival indistintamente, y le ofreció a Ron Harper la oportunidad de reinventar su carrera si trabajaba todo el verano y volvía dispuesto a darlo todo. Randy Brown, un especialista defensivo para frenar a bases pequeños y rápidos, llegó para completar un banquillo compuesto de retales y descartes de otros equipos. Aunque la predicción de Lacy Banks de que estos Bulls podrían llegar a las setenta victorias fue objeto de burlas generalizadas, el periodista tenía razón al señalar que individualmente jugadores como Jud Buechler o Bill Wennington no daban miedo a nadie, pero colectivamente permitían que Phil Jackson dispusiera de numerosas opciones tácticas en ataque y defensa.
Sabiendo que ese equipo encadenaría tres anillos consecutivos, es fácil dar por hecho que después del traspaso de Rodman se convertirían en favoritos, pero persistían algunas dudas. Michael Jordan venía de dejar una imagen de impotencia en los playoffs anteriores, no era seguro que Scottie Pippen continuara en plantilla y Dennis Rodman podía descarrilar al equipo en cualquier momento como había hecho en San Antonio. La gran diferencia se encontraba en el vestuario, más unido y seguro de sí mismo que nunca antes. Cuando Rodman montó uno de sus espectáculos en el primer amistoso de pretemporada, Phil Jackson se limitó a reírse y exclamar: “Dios mío, cómo me recuerda a mí mismo”. Michael Jordan y Steve Kerr se liaron a puñetazos en un entrenamiento (“él me dio un codazo, yo le di otro codazo y a continuación me atacó”), y el resultado fue que Jordan adquirió una mayor dosis de respeto por ese base rubito con cara de niño que no le tenía miedo a nadie. A pesar de que Dennis Rodman se lesionó tras el tercer partido y se perdió el primer mes de competición, con lo cual los Bulls estaban jugando con prácticamente el mismo equipo que el año anterior, su comienzo de temporada fue arrollador. Ganaron los cinco primeros partidos, y después de una humillante derrota ante unos Magic sin Shaquille O’Neal, encadenaron otras cinco victorias más, y luego trece, y luego dieciocho. En febrero derrotaron a los Lakers para ponerse con una marca histórica de 41 victorias y sólo tres derrotas, y ya nadie se burlaba de la predicción de Lacy Banks. Inspirado en parte por el éxito de Jordan, “Magic” Johnson había decidido intentar su propia vuelta a las canchas, pero después de jugar contra los Bulls parecían haberle caído diez años encima: “Son tan buenos como nuestros equipos campeones. Son mejores que los tres equipos con los que ganaron el anillo. Dan miedo, tío”.
Aparte de los puntos de Jordan y los rebotes de Rodman, pocas estadísticas llamaban la atención en estos Bulls. Sin embargo, colectivamente presentaban el mejor ataque y la mejor defensa de la liga, y según Bill Wennington salían a la cancha convencidos de que la victoria estaba en sus manos y de que ningún rival podría superarlos si jugaban a su nivel. Dennis Rodman aportaba lo esperado en positivo y en negativo, como cuando fue sancionado por un cabezazo a un árbitro, pero el equipo se sentía con fuerza para superar cualquier baja. Harper y Kukoc habían encontrado su lugar, e incluso los jugadores del fondo del banquillo como Edwards estaban preparados para saltar a la pista y aportar minutos de calidad. Sin embargo, la clave del éxito de los Chicago Bulls seguía siendo Michael Jordan. En pretemporada Tex Winter había insistido en que Phil Jackson le preguntara si estaba de acuerdo en seguir basando el juego del equipo en el triángulo ofensivo, ya que por primera vez el veterano asistente tenía dudas de que fuera la estrategia idónea, y para su sorpresa Jordan respondió a favor de mantenerlo. En el pasado, la estrella de los Bulls había sido muy crítico con el triángulo, pero después de su paso por el béisbol había adquirido una mayor comprensión de las limitaciones de algunos de sus compañeros. Seguía exigiendo el mismo compromiso y entrega de siempre, pero ahora era capaz de ver cómo se podían aprovechar las virtudes de jugadores tan especializados que eran casi marginales. El triángulo ofensivo les proporcionaba una referencia y permitía que Jordan se dosificara cuidadosamente para los momentos decisivos. Así sucedió, por ejemplo, en Vancouver a comienzos de la temporada, cuando Darrick Martin cometió el error de alardear de lo que parecía ser una victoria de los Grizzlies antes de que Jordan tomara el control y anotara 19 puntos en seis minutos para convertir una desventaja de 8 puntos en una ventaja igual que sentenció el partido. O los 53 puntos a los Pistons de Doug Collins, que según el propio Jordan lo reconciliaron con el United Center. “Ahora ya puedo decir que ésta es mi casa. He comprobado que puedo jugar bien aquí. No sabía cuándo llegaría y ha llegado esta noche.”
En el pasado, Phil Jackson había mostrado cierta reluctancia hacia los récords, que en su opinión distraían a los jugadores del objetivo último, que era el campeonato. Esta temporada, sin embargo, no intentó limitar las posibilidades del equipo sino que decidió mandar un mensaje a sus propios jugadores y al resto de la liga. Los Chicago Bulls terminaron la temporada con 72 victorias, récord en la historia de la NBA, y por el camino cosecharon una larga lista de galardones individuales: Michael Jordan fue elegido MVP de la liga y del All Star, Phil Jackson fue entrenador del año, Jerry Krause mejor ejecutivo, Toni Kukoc el mejor sexto hombre, Jordan y Pippen en el quinteto ideal de la NBA. Quizá lo más significativo es que tres jugadores de los Bulls fueron elegidos en el quinteto defensivo de la liga (Jordan, Pippen y Rodman). Estos premios venían a reconocer lo que se había visto en la cancha, donde prácticamente no tuvieron rival. Jordan había recuperado su resistencia después de los entrenamientos veraniegos, pero eso no significaba que hubiera vuelto a ser el de antes de retirarse. Había ensanchado, y físicamente se parecía cada vez más a su padre. Aunque volvía a ser capaz de volar hasta el aro, las jugadas acrobáticas eran más infrecuentes que en el pasado, y se producían en momentos elegidos con cuidado. A cambio había mejorado su mecánica de tiro en suspensión, y su tren inferior reforzado le permitía ejecutar la media vuelta al poste con mayor eficacia que nunca. Ya no podía levantarse en cualquier posición y decidir después qué iba a hacer, pero parecía más peligroso que nunca.
Fue Ron Harper el que inventó el lema del equipo para playoffs: “72-10 no sirve de nada sin el anillo” (en el original rima, de verdad). En primera ronda Phil Jackson volvió a encontrarse con su archienemigo Pat Riley y sus Miami Heat. Se suponía que entre las escasas debilidades de los Bulls se encontraban los bases rápidos y los pívots dominantes, y los Heat contaban con dos de los mejores, como eran Tim Hardaway y Alonzo Mourning. Sin embargo, la defensa de Chicago atenazó a Miami, especialmente a un Mourning que fue muy criticado por su bajo rendimiento, y tres palizas consecutivas clasificaron a los Bulls para segunda ronda. Pero derrotar a un equipo de Riley siempre tiene un precio, y en este caso fue una lesión de espalda en una caída de Michael Jordan. En el primer partido de la eliminatoria contra los Knicks los dolores fueron tan intensos que tuvo que pedir el cambio y tumbarse sobre el parqué para aliviar su espalda, pero aun así fue capaz de anotar 44 puntos y arrancar una victoria en una mala noche del equipo. Cuando volvió del béisbol el año anterior, Phil Jackson vio que los demás jugadores tendían a quedarse mirando cuando Jordan tenía el balón, pero esta temporada sabían qué hacer. Incluso si Jordan tomaba el mando absoluto del juego de ataque, sus compañeros sabían que si se aplicaban en defensa y cargaban el rebote la victoria caería de su lado. Aunque la atención de la prensa se centró en los puntos de Michael Jordan, el partido se decidió en defensa cuando los Bulls impidieron que los Knicks anotaran ninguna canasta en juego en los últimos cinco minutos.
Ese primer partido estableció el tono de la eliminatoria, que como era habitual contra los Knicks derivó a una guerra de desgaste basada en la defensa y los contactos, con marcadores bajos y poco espectáculo. Los Bulls se quejaban de que su escaso acierto en el lanzamiento a canasta era el resultado de la costumbre de sus rivales, en especial Derek Harper, de tocar el codo de los tiradores disimuladamente, a lo que había que añadir sus problemas físicos. Además de Jordan, tanto Pippen como Harper estaban tocados, y Toni Kukoc se perdió los tres últimos partidos de la serie por una lesión de espalda. En el segundo encuentro los Bulls diversificaron más su ataque para no depender tanto de Jordan, pero la clave volvió a estar en una defensa que maniató a Pat Ewing y los Knicks en el último cuarto. El héroe del tercer partido en Nueva York fue John Starks, que por una vez consiguió despegarse de la defensa de los Bulls y anotar 30 puntos decisivos. Michael Jordan forzó la prórroga con dos triples en el último minuto, pero no consiguió evitar que los Knicks se apuntaran la victoria al final. Ambos equipos sabían que el cuarto encuentro sería decisivo y que se ganaría en defensa, y así sucedió. Fue un partido jugado a cara de perro, de mucho sudor y poco brillo, que terminó en polémica cuando los árbitros pitaron pasos en un triple de Starks que habría supuesto el empate. El escolta de los Knicks hizo algo extraño al recibir el balón, y aunque más extraño era que pitaran pasos en esas circunstancias, lo cierto era que lanzó el triple después de que el juego se hubiera detenido. La serie estaba sentenciada y las protestas de los locales no podían cambiar eso, estuvieran justificadas o no. Jordan se fue a los 35 puntos en el quinto partido y los Bulls se clasificaron para la final de conferencia y la ansiada revancha contra los Orlando Magic.
Esta temporada Michael Jordan recuperó el placer del baloncesto como auténtico desafío, en lugar de esas rivalidades imaginarias que había tenido que crear justo antes de retirarse. Los Bulls habían batido el récord de victorias de la NBA y llegaban a la final de conferencia con autoridad, pero también eran un equipo veterano frente a unos Magic jóvenes y pujantes. Toni Kukoc se había recuperado durante los días de descanso, pero ni él ni Jordan se encontraban al 100%; Pippen se había unido al club con un tirón de espalda en el cuarto partido contra los Knicks, y las rodillas de Harper se inflamaban cada vez más. Sin embargo, fueron los de Orlando quienes terminaron la eliminatoria cribados por las lesiones, especialmente determinantes para un equipo que presumía de un quinteto titular rutilante pero carecía de un banquillo de suplentes a su altura. Horace Grant se lesionó el codo izquierdo al final del primer partido, luego fue la muñeca de Nick Anderson y encima sus sustitutos naturales, Brian Shaw y Jon Koncak, jugaron también con serias molestias.
Esas lesiones no podían ocultar la realidad de que los Orlando Magic eran un equipo falto de dureza defensiva y anímicamente frágil, que ofrecía su mejor cara con el viento a favor pero carecía de la entereza para superar a un rival decidido. Eso se pudo apreciar en el primer encuentro, cuando con la plantilla al completo fueron aniquilados por un escandaloso 121-83. Jerry Krause pudo disfrutar del espectáculo de un Dennis Rodman soberbio que anuló totalmente a Horace Grant (0 puntos y 1 rebote en 28 minutos), mientras Dennis Scott y Nick Anderson se borraban del partido. Los Bulls dominaron el rebote y circularon cómodamente el balón en ataque, aprovechando las facilidades defensivas de los aleros de los Magic. Su única preocupación era Toni Kukoc, que estaba pasando sus peores momentos en el tiro y llevaba una racha de 1/27 en triples. “Yo tengo la solución”, bromeó Steve Kerr. “Que me pase todos los balones a mí.” Shaquille O’Neal se había limitado a maquillar estadísticas en el primer partido, pero en el segundo salió decidido a echarse el equipo a las espaldas. A mitad del tercer cuarto los Magic tenían 18 puntos de ventaja, y estaban a punto de empatar la serie y recuperar el factor cancha. “Los tenemos justo donde queremos”, dijo en un tiempo muerto Phil Jackson. Los Chicago Bulls subieron la intensidad de la defensa y remontaron casi toda la diferencia en apenas seis minutos, después resistieron los últimos coletazos de Orlando en la recta final y ganaron 93-88. Los Magic eran conscientes de que habían perdido su última oportunidad y no les quedaba capacidad de reacción. “Parece que no tienen una idea muy clara de cómo quieren atacarnos”, resumió Jordan.
La situación rozó lo humillante en el tercer partido, en el que los Magic sólo anotaron 10 puntos en el último cuarto jugando en casa y batieron el récord de anotación más baja en playoffs en la derrota por 86-67. La película elegida por Phil Jackson como tema para esta ronda de playoffs era Pulp Fiction, y los Bulls se comportaron como asesinos a sueldo. Dennis Rodman comparó el juego de ataque del rival con un fregadero atascado y declaró que el equipo de Orlando tenía talento suficiente para ser campeones, pero no estaban dispuestos a pagar el precio. Eso inició un cruce de declaraciones con Shaquille O’Neal, que después de las críticas por sus fallos en los tiros libres no tuvo mejor idea que meterse en una polémica que no podía ganar. Ya daba todo igual en una serie que los Bulls sentenciaron con un contundente 4-0; a pesar de negarlo ante la prensa, pocos dudaron que los 45 puntos de Michael Jordan en el último partido eran un mensaje dirigido a los Heat como recuerdo de la camiseta que llevara el año anterior.
Se daba por hecho que la final iba a ser un simple trámite para coronar a un equipo sobre el cual la única duda que persistía era si se trataba del mejor de la historia. Los otros finalistas serían los Seattle Supersonics, un equipo tan poco convencional como su entrenador, George Karl, y liderado por dos jóvenes estrellas con el ceño permanentemente fruncido, el base Gary Payton y el ala-pívot Shawn Kemp. También supondría el reencuentro de Jordan con otro Tar Heel al que ya se enfrentó en su primera final, un Sam Perkins que había perdido casi toda su movilidad y cuyo aspecto era más extraño que nunca. Los Sonics eran un equipo desequilibrado falto de juego en estático, pero buenos defensores y muy agresivos con el balón. De todas formas, se estimaba que su techo era perder en cinco partidos en lugar de en cuatro, cuando Payton se encontrara con la defensa de perímetro que había hecho llorar a los Magic y Kemp tuviera que lidiar con Rodman. “Nuestra ejecución ofensiva ha pasado por altibajos”, reconocía Jordan. “Nuestro acierto en el tiro ha pasado por altibajos. Pero lo que nunca nos ha fallado es la defensa.” Los Sonics habían fichado al asistente Brendan Malone, uno de los creadores de las viejas “reglas de Jordan” que usaron los Pistons, pero incluso él creía que el mayor problema contra los Bulls era su capacidad de recuperación, que les permitía doblar al poste y volver al perímetro antes que el balón.
Como es habitual, ambos equipos se habían reservado alguna sorpresa para la final, y así los Bulls alternaron a Longley y Rodman en la defensa sobre Kemp, mientras que los Sonics usaban a Detlef Schrempf y a Hersey Hawkins sobre Jordan, lo que hizo que éste se dedicara principalmente a asistir a sus compañeros. Fue el clásico partido que los Bulls controlaron de principio a fin, y cuando Seattle intentó remontar para dejar claro que no estaban en la final por casualidad, Toni Kukoc recuperó el acierto y encadenó diez puntos consecutivos al comienzo del último cuarto para sellar la victoria. A pesar de la buena actuación de Shawn Kemp, no pudo evitar que la aportación de Dennis Rodman fuera vital para el triunfo de los Bulls. George Karl tenía fama de encontrar soluciones poco ortodoxas a sus problemas, y también de que con frecuencia esas soluciones terminaban siendo contraproducentes para su propio equipo. Ése fue el caso de Frank Brickowski, un jornalero de la defensa y el rebote que salió a la pista con el objetivo evidente de sacar de sus casillas a Rodman. En apariencia, el plan de Karl era intentar privar a Chicago de uno de sus jugadores más importantes, arriesgando a un jugador secundario como Brickowski. Sin embargo, Rodman confirmó la sospecha de que muchos de sus estallidos en realidad estaban fríamente calculados, y se negó a caer en las provocaciones del rival. Es más, consiguió invertir la situación, provocar la expulsión de Brickowski y a partir de ese momento usarlo para desconcentrar a los Sonics cada vez que saltaba a la cancha, mediante acciones extemporáneas como girarse durante un tiro libre y quedársele mirando.
Mientras Dennis Rodman se dedicaba a ejercer su dominio sobre el juego y la moral de los rivales, ambos equipos tenían que afrontar los problemas de algunos de sus veteranos. El base Nate McMillan tenía en su equipo un papel similar al de Ron Harper, defender duro y ayudar a la circulación del balón; ambos compartían además un deterioro físico que haría que no pudieran jugar algunos partidos o lo hicieran muy disminuidos. Los Sonics tuvieron que afrontar la baja de McMillan para el segundo encuentro, sabiendo que debían evitar a toda costa un 2-0 que se antojaba decisivo. Las defensas se impusieron a los ataques durante todo el segundo partido, y los Bulls no consiguieron despegarse hasta que Toni Kukoc anotó dos triples consecutivos después de recibir una bronca de Jordan por su actitud poco decidida. “¿Tienes miedo?”, le espetó. “Si tienes miedo, te sientas. Si has salido para tirar, tira.” Parecían tener la victoria en el bolsillo cuando los Sonics apretaron en defensa, y los de Chicago fueron incapaces de anotar una canasta en los últimos minutos. Jordan falló todos sus tiros, y en los últimos segundos se mascaba la tragedia con unos tiros libres que Pippen no pudo anotar hasta que llegó Rodman al rescate. En un partido con tantos fallos sus 11 rebotes ofensivos valían su peso en oro, y después de sacar petróleo de otra jugada que convirtió en un salto entre dos, consiguió asegurar el triunfo de los Bulls.
La serie viajó a Seattle, donde pocos creían que los locales pudieran plantar cara. Habían hecho el intento en el segundo partido y después de ese fracaso sólo les quedaba rendirse, y lo ratificaron en el tercer encuentro. Los Bulls salieron completamente concentrados desde el primer minuto, y fueron tomando ventajas cada vez más amplias: 7-0, 34-12, 62-38. Los Sonics no paraban de perder balones frente a la defensa de los Bulls, y al otro lado Michael Jordan anotó 15 puntos seguidos para romper el partido en la primera parte. Los Sonics terminaron completamente hundidos, con Brickowski expulsado por segunda vez y viendo cómo se ponían las botas hasta jugadores que normalmente apenas participaban en ataque, como Longley, Wennington y Randy Brown. Fue una humillación que levantó ampollas en los locales, y Shawn Kemp llamó cobardes a sus propios compañeros ante los medios. George Karl no se quedó atrás y anunció que el pívot titular Ervin Johnson (nada que ver con “Magic”) y el alero suplente Vincent Askew quedaban expulsados de la rotación por bajo rendimiento. Frank Brickowski, que casi salía a expulsión por partido, quedaba ascendido a titular, y Gary Payton pasaría a defender a Jordan. Viendo a los Bulls imparables y con una ventaja de 3-0, la mayor parte de la prensa consideró las medidas de Karl como una especie de reordenamiento de las sillas de cubierta del Titanic, ejemplo clásico de esfuerzo baldío que no sirve para impedir la catástrofe, pero se equivocaban.
Tex Winter le echó la culpa al triunfalismo y las distracciones que rodeaban al equipo, con los representantes de la liga ensayando la entrega del trofeo y los ejecutivos de la franquicia planificando las celebraciones, pero el auténtico cambio de actitud se produjo en el otro equipo. La situación se invirtió respecto del tercer partido, y esta vez fueron los Sonics quienes salieron a por todas desde el primer minuto. Después del partido Jordan apenas quiso concederle crédito a Gary Payton, que había solicitado repetidas veces ser su defensor, pero se le vio incómodo en todo momento, al igual que a sus compañeros. En otras ocasiones la defensa había sido la salvación de los Bulls en los días en que los tiros no entraban, pero esa noche los Sonics acertaron desde todas las posiciones. El momento más emocionante fue la ovación a Nate McMillan cuando el capitán saltó a la pista, y poco después se unió a la fiesta con dos triples mortíferos. Michael Jordan terminó peleándose con sus compañeros, con los árbitros y consigo mismo, y a punto estuvo de conseguir que lo expulsaran. Ya llevaba en su cuenta una técnica y una falta flagrante cuando le señalaron unos dobles en el último cuarto, y se lanzó a rugirle al árbitro ante las protestas del público local que recordaba las dos expulsiones de Brickowski. “Parece que tocaba el día de pitármelo todo a mí”, se quejó tras el partido. “Vaya, ya hablo como Dennis, ¿verdad?”
Michael Jordan podía culpar a los árbitros y Phil Jackson negar que una derrota indicara un cambio de situación, pero se engañaban a sí mismos. Los Sonics no querían terminar la temporada como los Orlando Magic, otro equipo joven y prometedor arrancado de raíz por los Bulls, como sucediera con los Cavs de Price y Daugherty. Los Magic no se recuperarían de la pobre imagen que dejaron en la final de conferencia, y poco después el entrenador sería despedido a raíz de un motín en el vestuario y Shaq haría las maletas rumbo a Los Ángeles; los Sonics, en cambio, iban a pelear. En el quinto partido su defensa siguió asfixiando a los Bulls, y Jordan volvió a encararse con sus compañeros y los árbitros. Seattle rompió el partido en el último cuarto para ponerse 3-2 y amenazar una victoria que se daba por segura. La serie volvía a Chicago, y eso no estaba en el guión.
No hubo más ensayos con el trofeo ni planes para la celebración. Si sufrían una tercera derrota consecutiva no importarían nada las 72 victorias ni la eliminación de los Magic, y tendrían que ir a un séptimo partido de resultado incierto. Los Bulls salieron decididos a recuperar la actitud con la que empezaron la final y a no dar ninguna oportunidad a los Sonics. Michael Jordan, que había sido la mejor baza anotadora de su equipo en los momentos de sequía, ofreció su peor actuación de la serie, pero sus compañeros cogieron el relevo. Pippen superó por fin su racha de errores, Harper pidió a sus rodillas un último esfuerzo y los triples de Kukoc y Kerr hicieron el resto. Pero la gran estrella del partido fue Dennis Rodman, que se fue creciendo con el paso de los minutos hasta alcanzar una estatura homérica. Según él mismo, su error en Seattle había sido cambiar de rutina y acostarse temprano; en Chicago volvió a encadenar una noche entera de juerga e ir directamente al sexto partido, y el resultado fue inmejorable. Sacó de sus casillas a Kemp, dominó los rebotes, asistió a Jordan e incluso anotó una inesperada canasta a aro pasado, y llegó un momento en el que parecía estar defendiendo al quinteto entero de los Sonics él solo. George Karl tuvo que pedir tiempo muerto para intentar desfibrilar a un equipo que se desmoronaba delante de sus ojos, y no sirvió de nada. El día del padre de 1996 Michael Jordan ganó su cuarto campeonato de la NBA y fue elegido MVP de la final convirtiéndose en el segundo jugador de la historia que ganaba en una misma temporada los tres galardones de mejor jugador: liga regular, allstar y final. Con todo, hubo quien consideró que el premio de la final debería haber sido para Rodman. “Dennis Rodman ganó dos partidos de esta final”, declaró George Karl en referencia al segundo y al sexto. Todo eso era secundario para Jordan. “Me pasaron muchas cosas por la cabeza y el corazón. Mi cabeza estaba centrada en lo que es más importante para mí, mi familia y mi padre, que no está hoy aquí. Pero mis compañeros acudieron al rescate”, declaró. “Ha sido duro, pero se supone que ganar un campeonato es duro. Creo que todo ha pasado como tenía que pasar.”
Empezaba una época de dominio de la NBA más autoritario que el que había ejercido en 1991-1993. Michael Jordan había pasado de controlar su propio cuerpo y el balón a determinar todo lo que sucedía en la cancha, y su capacidad para imponer su voluntad sobre las circunstancias y los rivales era escalofriante. Scottie Pippen abrazó a Ron Harper. “¡Te lo dije! ¡Los sueños se hacen realidad!”