Chicago, 1997-99

¿Qué legado? Yo no tengo ningún legado. Sólo tengo mi vida.

 

La frase de Michael Jordan delante del “todo Chicago” fue un torpedo a la línea de flotación de Jerry Reinsdorf. Durante toda la temporada la especulación sobre qué iba a suceder cuando llegara el verano había sido tan intensa que Phil Jackson temió no poder mantener la concentración de la plantilla. Brian Williams había hecho una gran final, defendiendo a Malone mejor que Dennis Rodman y aportando puntos, así que recibiría ofertas muy superiores a lo que podían pagarle los Bulls. Rodman había hablado de no renovar si no ganaban el anillo, pero después de los incidentes que había provocado era la franquicia la que estaba dispuesta a tomarle la palabra. “Espero que Dennis no empiece a creerse sus propias fantasías”, declaró Reinsdorf. Michael Jordan también terminaba contrato, y se esperaba que renovara…si continuaba Jackson. “Si Phil se va, yo me voy a mi casa con mi familia.” La renovación de Phil Jackson el año anterior había sido difícil, y dependía de mantener el bloque campeón incluido Scottie Pippen, al que la franquicia estaba estudiando traspasar. “No quiero que nos convirtamos en los Boston Celtics de la próxima década”, repetía Reinsdorf en referencia a la franquicia histórica que llevaba diez años arrastrándose por la liga. Reinsdorf y Krause usaban frecuentemente a los Celtics como ejemplo de construcción de un equipo ganador que se iba reformando para mantenerse en lo más alto durante años, pero en este caso se referían a la idea de que la decadencia de la franquicia de Boston se debía a su incapacidad para renovar el equipo cuando Bird, McHale y Parish envejecieron (este análisis simplista obviaba el impacto de las muertes de Len Bias y Reggie Lewis). “No sé qué está pasando por la cabeza de Phil, pero creo que quiere el control absoluto. Si eso es lo que quiere, no va a poder conseguirlo aquí.”

La crisis llegó el 25 de junio de 1997, el día que se celebraba el draft de la NBA. Phil Jackson y sus asistentes acudieron al Berto Center para estar disponibles si Jerry Krause necesitaba su aportación, pero éste informó a Jackson de que estaban en tratos para el posible traspaso de Scottie Pippen. Dado que Phil Jackson había dejado claro que en ese caso no renovaría, era preferible que se marchara para no intervenir en el proceso hasta determinarse si seguiría entrenando a los Bulls o no. Aunque Jerry Krause evitó cualquier falta de respeto hacia el entrenador, la situación fue muy desagradable para Phil Jackson, y supuso la cancelación de las reuniones de fin de temporada con la plantilla. Además, fue imposible evitar que la prensa se enterara de lo sucedido, y la noticia de que los Bulls estaban planificando la disolución del equipo campeón no mejoró precisamente la imagen de Krause y la franquicia. Un complicado traspaso a tres bandas con Boston y Denver de Pippen y Longley por la elección de Keith van Horn se vino abajo cuando los Nets escalaron posiciones, y Krause no veía claro lo de mandar a Pippen a los Grizzlies a cambio del número cuatro para usarlo en Tracy McGrady, así que Jerry Reinsdorf optó por el plan B: renovarlos a todos por una temporada más. De ahí el enfado del propietario por las palabras de Jordan durante la celebración del campeonato, ya que su intención era presentar las renovaciones como un acto de generosidad y no como una cesión a las demandas de la estrella del equipo.

El principal escollo para llevar a la práctica ese plan B era la renovación de Phil Jackson, ya que el año anterior Krause y Reinsdorf habían terminado enfrentados con su agente de forma tan agria que el propietario de los Bulls tuvo que pedir disculpas por haberse excedido. Fue necesario que trataran directamente Reinsdorf y Jackson para alcanzar un acuerdo por una última temporada y seis millones de dólares, pero eso no trajo la calma a la franquicia. Jerry Krause anunció la renovación de Phil Jackson haciendo hincapié en que se trataba de un único año improrrogable, con un tono casi festivo que le traicionaba al revelar sus auténticos sentimientos. Aunque luego se declarara ofendido por la idea de que se alegraba de librarse del entrenador, todos sabían ya que estaba contando los días para traer a su nuevo descubrimiento, el entrenador de Iowa State Tim Floyd. Phil Jackson, que apodó a su rival “Pinky” Floyd (en referencia a la serie de animación Pinky y Cerebro, con Krause en el papel de “Cerebro”), reconocía bien la situación: “Jerry se enamora de cierta gente. Hubo una época en la que estuvo enamorado de mí”. La situación explotó en pretemporada, cuando Jerry Krause invitó a Tim Floyd a la boda de su hija adoptiva pero no a Phil Jackson alegando que se trataba de una celebración privada ajena al trabajo. Pero Jackson sabía que Krause no tenía vida privada y que había aprovechado la ocasión para presentar a su amigo Tim Floyd a la plana mayor de los Bulls. Ambos mantuvieron un durísimo enfrentamiento a voces en las oficinas, durante el cual Krause le recordó que el propietario había dejado claro que era la última temporada de Jackson en Chicago: “I don’t care of we go 82-0, you’re fucking gone”, bramó, y le exigió que lo reconociera delante de la prensa para evitar malos entendidos. “Este será el último año”, declaró Jackson a los periodistas. “No queremos hacernos ilusiones como el año pasado, ni que se repita si accidentalmente ganamos el campeonato o algo así. Le he asegurado que me marcharé al terminar la temporada, y él me ha ayudado a tomar esa decisión.”

Y a continuación, Jerry Krause cometió su peor equivocación en el “Día de la Prensa”, cuando respondiendo a las preguntas sobre la situación interna de la franquicia pronunció la frase que se quedaría asociada a su nombre: “Los jugadores y entrenadores no ganan campeonatos, son las organizaciones quienes los ganan”. Posteriormente afirmó que la frase había sido citada incompleta y que lo que había dicho era que los jugadores y entrenadores no ganaban “solos”, aunque la opinión generalizada era que Krause había cometido uno de sus clásicos lapsus diciendo lo que realmente pensaba en lugar de lo que pretendía decir. En cualquier caso, más allá de las palabras textuales la frase se convirtió en la descripción de la política deportiva de los Bulls y puso en bandeja que Jordan respondiera que no recordaba a ningún ejecutivo de la franquicia jugando enfermo el quinto partido de la final. “Quizá pagaron el avión que nos llevó”, concedió con ironía. Después de esa sucesión de errores ante la prensa, Reinsdorf y Krause se encontraron en una posición muy vulnerable durante toda la temporada, incapaces de responder públicamente a las críticas de Jackson y Jordan sin dar una imagen de ingratitud por criticar al entrenador y a la estrella que habían traido a Chicago todos esos campeonatos.

La renovación de Michael Jordan fue más sencilla, una vez que Reinsdorf se hizo a la idea de que no iba a convencer al jugador de que el salario de treinta millones por temporada era una compensación por lo poco que había cobrado en el pasado. Jordan sabía que ése era su valor real de mercado, y quería un aumento del 20% que se quedó en la mitad por un total de 33 millones, lo cual significaba que el jugador cobró un total de 63 millones por sus dos últimas temporadas cuando el verano anterior había ofrecido firmar por 50 millones; al final, Reinsdorf sí que se arrepintió del contrato que había firmado. Los Chicago Bulls acudieron al Open McDonalds en París sin haber firmado aún a Dennis Rodman, quien declaró inicialmente que estaba dispuesto a jugar gratis y luego se encastilló en los diez millones de dólares, pero se trataba de un puro trámite. París representaba para Michael Jordan uno de los últimos refugios que le quedaban, un lugar por el que aún podía pasear sin verse asediado por los curiosos incluso después de los JJ.OO. de 1992, pero la promoción del torneo (que ganaron los Bulls sin excesiva brillantez) le obligó a recluirse en el hotel y a renunciar a sus planes de recorrer la ciudad de la luz con su familia.

Después de un draft que sólo produjo la curiosidad de ver a Roberto Dueñas elegido por los Bulls en segunda ronda, Jerry Krause completó la plantilla con Joe Kleine, un voluminoso pívot que ocuparía la plaza del retirado Robert Parish, y el alero Scott Burrell, obtenido de los Warriors a cambio de Dickey Simpkins para parchear la polémica lesión de Scottie Pippen. Pippen no se había recuperado del daño que sufrió en su pie izquierdo durante la serie contra Miami y se enfrentó a la franquicia cuando decidió esperar hasta la pretemporada para operarse como forma de protestar por su situación contractual. Era uno de los 50 mejores jugadores de la historia de la NBA y Jordan había dicho que la mitad del MVP de la última final era suyo, pero ganaba menos que Longley, Harper o Kukoc, y se pasaban el día intentando traspasarlo. Una cosa era que Jordan recibiera un trato especial y otra muy distinta cobrar menos de la mitad que Rodman, así que Pippen fue retrasando una operación que debió realizarse apenas terminar la temporada. Jerry Krause intentó tener paciencia, pero cuando supieron que Pippen había participado en dos amistosos sin autorización le mandaron un fax prohibiéndole volver a jugar sin el visto bueno de los médicos del club. Esa prohibición incluía el partido benéfico patrocinado por el propio Pippen, lo cual provocó el enfado del jugador, que se quejó de que la redacción del fax rozaba el racismo. Scottie Pippen llevaba mucho tiempo disgustado con Krause y con los Bulls, pero hasta este momento sus sentimientos no habían afectado a su rendimiento deportivo. Pero su decisión de retrasar la operación suponía una ausencia durante varios meses de liga, lo cual obligaría a un sobreesfuerzo por parte de los demás jugadores. Michael Jordan ya estaba trabajando con Tim Grover una preparación física específica para la situación, y la actitud de Pippen durante la primera mitad de la fase regular agravaría el problema hasta provocar su aislamiento y poner en peligro el objetivo común del anillo.

Scott Burrell llegaba para ayudar a cubrir esa ausencia, y casi inmediatamente se convirtió en el blanco de las burlas de Jordan. “Vamos a mandarte otra vez a los Warriors y pedirles que nos devuelvan a Simpkins”, le decía. Burrell era un jugador muy completo, rápido y fuerte, con tiro exterior, buen salto y defensa más que aceptable. Su facilidad para lesionarse le había impedido asentarse en la liga, pero los Bulls confiaban en que los excelentes preparadores de la franquicia conseguirían que jugara con continuidad. A veces Michael Jordan decidía convertirse en mentor de los nuevos fichajes, pero se volvía especialmente exigente con los jugadores que en su opinión no aprovechaban todo su talento, como Toni Kukoc. En lugar de hacer como Kukoc e intentar que se olvidara de él, Burrell decidió plantarle cara y lo desafió a un uno-contra-uno. Jordan ganó, luego volvió a ganar en la revancha y finalmente se negó a seguir jugando. “Quieres jugar para contarle a tus hijos cuando crezcan que le ganaste a Jordan, pero ¿qué voy a decirle yo a mis hijos? ¿Que le gané a Scott Burrell?” Sin embargo, esa actitud combativa del joven alero le gustó mucho a Jordan, y empezó a dedicarle más atención y a felicitarle por cada acción positiva.

Los Bulls tuvieron un comienzo de temporada tan decepcionante que Michael Jordan los comparó a un equipo de expansión. Con Pippen de baja el rendimiento ofensivo del equipo se resentía, y la irregularidad de Kukoc sumado a la decadencia física de Harper (apodado “patapalo” por sus compañeros) hacía que los rivales pudieran centrar su defensa exclusivamente en Jordan. “Me están dando con todo”, se quejaba. Cerraron el primer mes de competición con un mediocre 9-7 y gracias, que hasta para derrotar a los tristes Clippers necesitaron dos prórrogas y una nueva exhibición de Michael Jordan, que empató el partido al rebote de su propio tiro libre y luego anotó todos los puntos de los Bulls durante el segundo tiempo extra. Para colmo también se había lesionado Kerr, y Dennis Rodman mostraba su peor cara y recordaba los malos momentos de la temporada anterior, más interesado en discotecas y casinos que en jugar. Una personal en ataque suya impidió que Jordan empatara el partido contra los Hawks en los últimos segundos, y provocó el enfado de la estrella. Además, la idea de Phil Jackson de que Scottie Pippen viajara con el equipo durante la tradicional gira de noviembre para que se fuera integrando fue un desastre debido a la insistencia de Jerry Krause de acompañarles.

El fax de Krause había sido la gota que colmaba el vaso para Pippen, y sentía que después de entregarse al 100% a pesar de su mal contrato como recompensa intentaban traspasarlo. Por su parte, los dos Jerrys veían al jugador como un ingrato que sólo sabía quejarse, incluso después de que le adelantaran una importante cantidad de dinero que por contrato debería haber cobrado mucho después. Después de un partido, Pippen hizo unas declaraciones incendiarias en las que pedía ir a otro club, expresaba su deseo de no volver a jugar con la camiseta de los Bulls y llegaba al extremo de insinuar que estaba fingiendo no estar recuperado de la cirugía para retrasar su incorporación al equipo. Era evidente que estaba intentando forzar su traspaso, y ante la falta de respuesta decidió ir a más provocando un enfrentamiento durante el viaje a Seattle. En sí no era ninguna novedad, ya que tanto Pippen como Jordan habían aprovechado los viajes para usar a Krause como blanco de sus burlas con tanta frecuencia que Phil Jackson había sido criticado por no ponerles freno (el entrenador parecía creer que Krause se lo buscaba con su presencia). Jordan en especial solía dedicar los trayectos en autobús a mofarse de sus compañeros, desde jugadores a utilleros, y a excepción de Scott Burrell la mayoría intentaba ignorar las pullas de Jordan y esperar a que se cansara. Pero de Jerry Krause nunca se cansaba, aunque éste se limitaba a murmurar “ya empieza el bocazas de North Carolina”. Durante la final en Utah el autobús tenía que ir más lento al subir las empinadas cuestas de la zona, y Jordan aprovechaba para atribuir la falta de velocidad al peso extra del vicepresidente.

Lo que sucedió en Seattle fue mucho más allá. Scottie Pippen había estado bebiendo en el avión, cuando subieron al autobús del aeropuerto al hotel estaba evidentemente embriagado. Empezó a hacer comentarios sarcásticos que fueron subiendo de tono hasta terminar en gritos pidiendo que le hiciera un nuevo contrato o le dejaran irse a otro equipo, salpicados de insultos y burlas. La situación se hizo tan violenta que Phil Jackson se vio obligado a intervenir. El entrenador cogió una botella de cerveza y la alzó hacia Pippen, lo cual hizo pensar a algunos de los presentes que estaba brindando con el jugador. Nada más lejos de su intención, según Jackson, que estaba intentando hacerlo callar: “Has bebido demasiadas cervezas”. Jerry Krause aguantó en silencio el chaparrón, y cuando volvió a encontrarse con Pippen a la mañana siguiente intentó seguir adelante olvidando lo sucedido. “Buenos días, Scottie”, le dijo. “Vete al infierno, Jerry.”

A pesar de ello, Krause seguía manteniendo que no traspasarían a Scottie Pippen salvo que recibieran una oferta claramente ventajosa. Phil Jackson sabía que lo necesitaba para tener posibilidades de ganar, así que eran dos las complicaciones que se le presentaban: por un lado corría el peligro de que Pippen cumpliera su amenaza y no volviera a jugar con los Bulls, y por otro existía la posibilidad de que aunque volviera las disensiones internas hicieran imposible la victoria. Para navegar estas aguas turbulentas necesitaría mucha mano izquierda y el apoyo de Michael Jordan. Lo primero era hacerle comprender que se había excedido y estaba dañando al equipo, y para eso Jackson y Jordan realizaron unas declaraciones criticando la postura de Pippen. El entrenador recordó que Jordan había vuelto del béisbol después de que Pippen se lo pidiera, mientras que la estrella de los Bulls hizo hincapié en que todos habían tenido problemas con Krause pero nunca habían dejado que afectara al juego del equipo. También contaban con el apoyo de Ron Harper, uno de los mejores amigos de Pippen y un jugador muy respetado en el vestuario por cómo se sacrificaba por el bien del equipo. Cuando Harper vino a decirle que se equivocaba, Pippen le escuchó. Fue entonces cuando Phil Jackson empezó la segunda parte de su plan, que consistía en convencerle de que no había quemado sus naves y que aún era posible dar marcha atrás y volver a formar parte del equipo. La reacción de Pippen fue tan inesperada como su estallido, ya que decidió llamar personalmente a Jerry Reinsdorf. El propietario de los Bulls le aseguro que nunca lo habían ofrecido en un traspaso sino que se habían limitado a estudiar las ofertas recibidas, y aunque el jugador no terminó de creerlo se abrió una puerta a su reincorporación a la plantilla. En uno de los actos navideños de los Bulls, un niño se acercó a Pippen y le preguntó si iba a volver al equipo. “Yeah”, y le sonrió.

La vuelta de Scottie Pippen a las canchas aún sufriría otro retraso, ya que las pruebas médicas que debían confirmar su recuperación revelaron que el jugador se había deteriorado significativamente durante su baja. El enfado de Pippen con la franquicia había hecho que descuidara su rehabilitación, y su forma física estaba lejos de lo necesario para jugar en la NBA. Eso significaba que el equipo debería reaccionar por sus propios medios y Phil Jackson encontró la manera perfecta: nada une tanto como un enemigo común, así que creó una dinámica de “nosotros contra ellos” dentro de la propia franquicia. La motivación de la plantilla sería ganar para demostrarle a la gerencia que eran mejores de lo que creían, que no se merecían verse tratados así, que romper el equipo sería el mayor error de los Bulls en su historia. Jackson llegó a declarar que sospechaba que algunos informaban a Krause de lo que sucedía en el vestuario, lo cual hizo que los jugadores más próximos al vicepresidente como Kukoc o Wennington se plantearan si estaba recortando su tiempo de juego por eso.

La estrategia de Phil Jackson funcionó porque se apoyaba en una base real de resentimiento de la plantilla hacia Jerry Krause, especialmente desde que se trasladaron al Berto Center. Este centro de entrenamiento estaba diseñado para alejar a la prensa, pero también significaba que Krause y los jugadores trabajaban en el mismo edificio y estaban en contacto permanente, lo cual exacerbaba cualquier fricción. Después de ganar el anillo se produjo una breve reconciliación cuando Jordan abrazó a Krause y a su esposa con sentimiento, reconociendo su aportación a la victoria, pero cuando empezó la nueva temporada la situación revertió a lo habitual. La insistencia del ejecutivo por viajar con el equipo seguía siendo el mayor foco de tensiones, sobre todo cuando se empeñaba en usar las instalaciones del vestuario a pesar de que sabía que para los jugadores eso se trataba de algo muy cercano a una invasión de su intimidad. Uno de los momentos más ridículos de la pretemporada se produjo cuando Michael Jordan encontró el retrete del vestuario ocupado por Jerry Krause justo antes de salir a jugar. Jordan seguía una rutina muy definida antes de cada partido, que empezaba poniéndose los pantalones de North Carolina debajo de los de los Bulls y terminaba salpicando resina a “Red” Kerr, y una de sus prerrogativas era ser el último jugador en vendarse los tobillos y luego pasar por el servicio. La presencia de Krause en ese momento resultaba de lo más inoportuna, y la respuesta de Jordan fue realizar una serie de comentarios burlones y punzantes sobre el directivo fingiendo no haberse dado cuenta de quién ocupaba el excusado, provocando la hilaridad entre sus compañeros. Phil Jackson había convertido a los Bulls en una especie de esfera protectora dentro de la que Jordan se sentía cómodo, e intentó hacerlo extensivo a Pippen.

Después de un mes de noviembre mediocre, los Bulls reaccionaron en diciembre y encadenaron ocho victorias consecutivas. Toni Kukoc subió su rendimiento de manera perceptible, y con la mejora colectiva Michael Jordan recuperó sus porcentajes de tiro habituales. A eso había que sumar el cambio de Dennis Rodman, que dejó de lado sus excentricidades y volvió a recordar al ala-pívot que les había impresionado dos años atrás. A pesar de que fue suspendido después de una noche de juerga por faltar a un entrenamiento, en general su rendimiento fue sobresaliente y su actitud más que satisfactoria, algo que Phil Jackson atribuía a las primas por buen comportamiento incluidas en su nuevo contrato. El resurgir de los Bulls hizo que aumentara la expectación por su enfrentamiento con los Lakers a mediados de diciembre. Los angelinos llegaban con la baja por lesión de Shaquille O’Neal y eso hizo que los locales rompieran el partido desde el primer cuarto, pero el interés del público se centraba en el duelo entre Michael Jordan y un joven llamado Kobe Bryant que se decía que intentaba imitar todos sus movimientos dentro y fuera de la pista. A pesar de que aún estaba lejos del maestro, Bryant se estaba convirtiendo en una de las estrellas de la liga a ojos vista, y Jordan se encontró con la extraña sensación de estarse defendiendo a sí mismo. Con el partido resuelto, los Lakers decidieron no hacer dos contra uno para dejar que Kobe se midiera con Jordan, y aunque éste resultó vencedor el joven aprendiz dejó algunas jugadas para el recuerdo. “¿Nosotros saltábamos tanto?”, le preguntó Jordan a Pippen. “A mí me parece que no.” Para su asombro, Kobe Bryant no tuvo reparos en acercarse a él durante unos tiros libres y hacerle unas preguntas sobre cómo colocarse al poste. “Me sentí viejo”, declaró Jordan. “Le dije que cuando estoy al poste para la media vuelta en suspensión, siempre uso las piernas para detectar dónde está la defensa y reaccionar.”

Los Bulls estaban volviendo a jugar como un equipo campeón antes incluso de recuperar los servicios de Scottie Pippen. En diciembre derrotaron a los Bucks por 84-62 batiendo el récord de la franquicia de anotación más baja del rival, y poco después convirtieron a Phil Jackson en el entrenador más rápido en alcanzar las 500 victorias. Y en enero volvió por fin Pippen, que parecía dispuesto a poner en segundo plano su mala relación con la gerencia. “Me gustaría terminar aquí la temporada”, declaró. “El equipo está deseando ir a por el sexto campeonato.” Y entonces Jerry Krause cometió el error de ir a la prensa, en un gesto incongruente en una persona que en la intimidad solía referirse a los periodistas como “prostitutas”. Los éxitos del equipo proporcionaban constantes oportunidades para que Jackson y los jugadores hicieran declaraciones a los medios, y Krause estaba cansado de ver cómo Jordan aprovechaba cualquier oportunidad para repetir que los estaban echando de los Bulls y que no jugaría para otro entrenador. Krause concedió una larga entrevista al Chicago Tribune en la que se limitaba a insistir en que no estaba intentando echar a nadie, pero volvió a equivocar el momento y las formas. El tono de sus declaraciones sólo sirvió para confirmar a los aficionados que el vicepresidente estaba ansioso por iniciar la reconstrucción y demostrar que era capaz de ganar sin Jordan, y además se publicaron justo antes del fin de semana del All Star, cuando Michael tendría a su disposición a toda la prensa del país para contestarle a gusto.

“No veo ninguna luz al final del túnel. Creo que la gerencia ha expuesto su postura y no veo cómo puede resolverse a mi favor”, declaró delante de un millar de periodistas. “Es triste, pero siempre es triste que termine una etapa.” Michael Jordan volvió a insistir en que sólo jugaría para Phil Jackson, y en que desearía que el bloque de los Bulls se mantuviera una temporada más. En su opinión se trataba de una lucha por el control del equipo, y no otorgaba credibilidad a los rumores de que los propietarios minoritarios estaban presionando a Reinsdorf para reducir los gastos y repartir beneficios. La prensa neoyorquina había fantaseado con la posibilidad de verlo con Jackson en los Knicks, ya que se trataba del equipo favorito del entrenador y Jordan había considerado esa opción en 1996, pero el jugador lo descartó tajantemente: “O Chicago o nada”. A continuación, Michael Jordan saltó a la pista del Madison Square Garden y completó su respuesta a Krause con 23 puntos, 8 asistencias y 6 rebotes para conquistar su tercer MVP en un All Star. Jerry Reinsdorf ya no podía más; la estrella de su equipo había obtenido uno de los principales galardones de la NBA y en lugar de promocionar a los Bulls sólo había servido para dejarlos en evidencia debido a la torpeza de su vicepresidente. Hizo circular una nota interna exigiendo que cesaran las declaraciones a la prensa sobre el futuro del equipo, aunque probablemente llegaba demasiado tarde y el daño ya estaba hecho. Poco después, el joven Kevin Garnett aparecía por televisión descartando un posible futuro en Chicago después de ver el trato que los Bulls estaban dispensando a Michael Jordan.

La fecha límite para traspasos pasó y Scottie Pippen seguía en el equipo, pero eso no evitó la polémica. En el último momento, Jerry Krause envió al alapívot Jason Caffey a los Warriors a cambio de David Vaughn, un jugador que ya había sido descartado por los Bulls y que volvió a ser cortado pocos días después. Caffey era un buen defensor y reboteador útil como suplente de Rodman, así que deshacerse de él sin obtener nada a cambio provocó el enfado de la plantilla y las críticas de la prensa, que llegó a insinuar que Krause podría estar intentando sabotear la temporada para hundir a Phil Jackson. En realidad, el entrenador no se opuso al traspaso, ya que Caffey terminaba contrato y eso era una posible fuente de problemas. Su marcha dejaba una plaza libre que podían ocupar con Dickey Simpkins, casualmente cortado por los Warriors poco después, un jugador en el que Jackson estaba interesado como especialista para defender a rivales como Mourning o Kemp que eran demasiado grandes para Rodman y demasiado rápidos para Longley. “Les dije lo que quería, un jugador tipo Brian Williams”, admitió en privado. Jerry Krause se enfadó al ver que Phil Jackson no aclaraba a los jugadores y a la prensa que estaba de acuerdo con el cambio, pero el entrenador había decidido dejar de facilitarle la vida a la gerencia.

Michael Jordan no iba a dejar que la orden de evitar declaraciones a la prensa le impidiera mandar su mensaje. El último partido de los Bulls en el Madison Square Garden podía ser la última visita que hiciera como jugador al legendario pabellón, y apareció con un par de Air Jordan I de 1984. Jordan declaró que se las había encontrado por casualidad en un armario, pero el significado de la imagen de esas zapatillas de su temporada rookie era demasiado evidente como para creer en coincidencias. Y no era sólo el calzado, también su juego parecía remontarse a 1984, con 42 puntos y una canasta a la remanguillé mientras lo abrazaba Terry Cummings que recordaba a sus primeros años en la liga. El Madison se puso de pie quizás por última vez para despedirle porque era un rival, pero había sido el mayor de todos. Después de verlo con esas zapatillas era evidente que Jordan reconocía el sentimiento de que el final estaba cerca; desde entonces las entrevistas dedicaron la mayor parte de su espacio a rememorar su carrera y a un futuro lejos de las canchas. Pero cuando le preguntaban si le había quedado algo por conseguir en el baloncesto, volvía al presente: “Aún no he logrado ganar seis anillos”.

Una consecuencia positiva de la larga ausencia de Scottie Pippen es que estaría más descansado para la segunda mitad de la temporada. Eso mismo sucedía con Steve Kerr, y con Scott Burrell aportando cada vez más los Bulls encadenaron 13 victorias entre marzo y abril para colocarse con el mejor récord de la liga. Por contra, los interminables problemas de rodilla de Luc Longley eran un problema en el rebote defensivo, ya que no contaban con otro pívot grande que ocupara su papel. A falta de seis partidos aún llevaban una victoria de ventaja sobre los Jazz, pero dos derrotas consecutivas en la última semana permitieron que Utah les alcanzara. Ambos equipos terminaron empatados con un balance de 62-10, pero los Jazz habían ganado sus dos enfrentamientos directos y tendrían ventaja de cancha si como se esperaba llegaban a la final. Para eso tendrían que superar los playoffs, y Phil Jackson decidió aprovechar que se trataba del último momento de intimidad que tendrían para convocar una reunión especial sólo para el equipo, es decir jugadores y entrenadores. Jackson había llamado a la temporada “The Last Dance”, el último baile, y los indicios de que estaba terminando una época se multiplicaban: su matrimonio se dirigía de manera inexorable al divorcio, le habían diagnosticado un cáncer a Gus Lett, el maduro guardaespaldas que se había convertido en una figura paterna para Jordan, y el fisioterapeuta Chip Schaefer se había enterado de que le estaban buscando sustituto para eliminar cualquier recuerdo de Phil Jackson en cuanto se marchara. El entrenador pidió que cada miembro del equipo escribiera un pequeño texto de no más de cincuenta palabras expresando qué había significado la temporada, y después de leerlos en común los quemarían al final de la reunión. En otras circunstancias podría haber resultado ridículo, pero se convirtió en un momento muy íntimo marcado por la sinceridad y las emociones. Michael Jordan rara vez expresaba sus sentimientos en público, pero sorprendió a sus compañeros con un pequeño poema: “¿Es éste el final? Y si es así, ¿qué traerá el futuro?”.

El presente era mucho más prosaico. Como la temporada anterior, los Bulls empezaron la primera ronda dando imagen de vulnerabilidad contra un rival inferior como los New Jersey Nets de John Calipari, clasificados para playoffs en el último momento. Los Nets llegaban además en baja forma, con Sam Cassell y Michael Cage lesionados, Jayson Williams con la mano escayolada y Keith Van Horn enfermo. Los Bulls tomaron amplias ventajas hasta bien entrada la segunda parte, pero en el último cuarto los Nets aprovecharon su dominio interior para dar la sorpresa y empatar el partido. Sin Longley, Jayson Williams arrampló con los rebotes y Chris Gatling ametralló el aro de los locales, y a punto estuvieron de llevarse la victoria. Incluso llegaron empatados al último minuto de la prórroga, pero Michael Jordan robó un balón decisivo que culminó con un mate más tiro adicional y Scottie Pippen taponó la última oportunidad de los Nets. Los Bulls se habían escapado del desastre por pura suerte, y en el segundo partido se volvió a repetir la historia cuando los Nets remontaron una diferencia de veinte puntos y se pusieron con opciones de victoria en el último cuarto. De nuevo Chicago salvó los muebles en los minutos finales, pero no estaban jugando como un equipo de 62 victorias que aspiraba al anillo. Los Nets, un equipo con carencias pero joven y agresivo al que su entrenador hacía jugar al límite, parecían estar exponiendo con crudeza el envejecimiento de las piezas fundamentales de los Bulls. Michael Jordan decidió poner fin a la situación en el tercer partido con una exhibición de tiro exterior que los Nets no fueron capaces de frenar. “Cuando decide ponerse la capa, no hay mucho que podamos hacer”, admitió Calipari. Jordan terminó la primera parte con 23 en 9/10 tiros, y en la segunda se unió Scott Burrell con 9/11 tiros para impedir cualquier intento de remontada de los Nets. Como en el año anterior, la imagen de debilidad de los Bulls chocaba con el 3-0 final.

Desafortunadamente, los Bulls seguían ocupando más titulares por sus disputas internas que por su juego. La cadena de televisión ESPN había inaugurado una revista quincenal de deportes pocos meses antes, y una de sus primeras exclusivas iba a ser un extracto del diario que Phil Jackson y el periodista Rick Telander estaban escribiendo sobre la última temporada de los Bulls. Aunque finalmente el libro no se llegó a publicar, la revista convenció al entrenador de que publicaran el extracto de todas formas. Jackson tenía entendido que el artículo no saldría antes del final de temporada y, sobre todo, que podría revisarlo antes de que lo imprimieran, pero problemas de fechas hicieron que ESPN publicara el texto sin avisarle durante la eliminatoria contra los Nets. El artículo contenía revelaciones muy inoportunas sobre su situación conyugal (en esos momentos Phil Jackson ya se había trasladado a un hotel), su opinión sobre algunos jugadores de la plantilla, críticas a Jerry Krause y especulaciones sobre su posible fichaje por los Lakers. Este artículo levantó ampollas en la franquicia, aunque Krause obedeció la orden de Reinsdorf y resistió la tentación de contestar en la prensa, pero sobre todo provocó la primera reacción en contra de Phil Jackson. Hasta entonces las críticas se habían dirigido exclusivamente contra el propietario y el vicepresidente, pero en su diario el entrenador daba una imagen de arrogancia que confirmaba algunas de las acusaciones que le habían hecho en el pasado. De esto se aprovechó “Skip” Bayless, un nuevo corresponsal del Chicago Tribune conocido por su olfato para la polémica, que primero entrevistó a Krause y luego pidió una contrarréplica a Phil Jackson. Cuando publicó su columna sólo hizo referencia a las declaraciones del entrenador, que de nuevo quedó retratado como un ser vengativo y manipulador.

Afortunadamente para los Bulls, sus rivales de segunda ronda ya tenían sus propios problemas. Los Charlotte Hornets llevaban años de escándalos dentro y fuera de la pista, y llegaban a los playoffs con el ala-pívot Anthony Mason enfrentado con el entrenador Dave Cowens. En el primer partido los Bulls jugaron con los Hornets en la primera parte y en la segunda apretaron en defensa, dejándoles en 32 puntos y ganando con una superioridad insultante. Los Bulls pagaron ese exceso de confianza en el segundo partido, que perdieron en casa a pesar de ir por delante hasta mediados del último cuarto. La defensa de Mason hizo que Jordan prefiriera quedarse en el perímetro, y el veterano Dell Curry salió del banquillo para encestar dos triples seguidos y junto con B.J. Armstrong provocaron un parcial de 15-2 que le dio la vuelta al marcador. Contra otro rival sería un problema haber perdido el factor cancha, pero Chicago estaba seguro de que en cualquier momento podría imponerse gracias a la defensa. El marcaje de Pippen sobre Glen Rice y de Rodman sobre Mason era un problema insoluble para los Hornets, como se pudo ver en un tercer partido que los Bulls controlaron desde el primer minuto. La imagen del público local abandonando el pabellón mientras Anthony Mason discutía en el banquillo con su entrenador dejaba bien claro que los de Charlotte no eran rival, y la serie acabó pocos días después con un rotundo 4-1.

El otro finalista en el Este eran los Indiana Pacers de Reggie Miller y su flamante “Entrenador del Año” Larry Bird. Michael Jordan mantenía una buena relación personal con Miller (y con su hermana Cheryl, considerada la mejor jugadora de la historia), pero como rival sentía un odio casi físico hacia él. No era el único, ni mucho menos; al fin y al cabo, Reggie Miller había titulado su autobiografía Me encanta ser el enemigo después de que Spike Lee admitiera que se había sentido tentado a ponerle la zancadilla durante un partido contra los Knicks. Miller se pasaba el partido provocando verbalmente a los rivales, pero lo que ponía más nervioso a Jordan era la forma en la que buscaba los contactos y se dejaba caer pidiendo personal. “Jugar contra Reggie Miller me vuelve loco”, admitía pocas semanas antes en una entrevista para ESPN. “Es como pelearse con una mujer. Lo único que hace es dejarse caer, pesa menos de 85 kilos así que has de tener cuidado porque si lo tocas es falta. En ataque uso mi peso para apartarlo, pero tiene las manos encima todo el tiempo, como cuando una mujer se te abraza a la cintura.” Aunque estas declaraciones recibieron algunas críticas por su tono sexista, en privado Miller las consideró muy reveladoras después de que Michael Jordan perdiera los nervios varias veces contra él y llegara a las manos.

La clave del éxito de los Pacers era que Larry Bird había establecido una jerarquía clara y un reparto de papeles adecuado a las habilidades de cada uno de sus jugadores. En ataque Mark Jackson asistía a una auténtica batería de tiradores formada por Reggie Miller, Chris Mullin y el espigado Rik Smits, la defensa quedaba en manos de los rocosos “hermanos” Antonio y Dale Davis (en realidad su apellido era coincidencia) con Derrick McKey, y del banquillo salían Travis Best y Jalen Rose a cambiar el ritmo. El plan de Bird era aprovechar esos recursos para rotar diferentes defensores sobre Jordan y desgastar a los veteranos Bulls. El primer partido resultó poco vistoso, sobre todo por parte de Chicago, que hasta el último momento no logró evitar irse al descanso con clara desventaja en el marcador. Phil Jackson había decidido salir con Toni Kukoc de titular en lugar de Rodman para mejorar la fluidez ofensiva del equipo, pero el resultado había sido decepcionante, ya que Jordan, Pippen y Kukoc sumaron 3/24 tiros. En la segunda parte, en cambio, se impuso la defensa de Scottie Pippen sobre Mark Jackson, un base grande y lento acostumbrado a meter a los rivales al poste. Pippen era demasiado alto para eso y lo bastante rápido como para presionarlo a toda cancha sin descanso. El ataque de los Pacers dependía de que Jackson llevara el balón al lugar preferido de cada uno de los tiradores, pero la defensa de Pippen lo hizo imposible y además le robó siete balones que permitieron que los Bulls aliviaran sus carencias ofensivas anotando al contraataque. “A veces parecía que tenían siete u ocho defensores”, admitió Mullin después de la derrota.

El segundo partido siguió una tónica muy similar, con ventajas iniciales de los Pacers mientras los Bulls aguantaban en defensa. La diferencia fue que antes de comenzar Michael Jordan había recibido el trofeo de jugador más valioso de la temporada, el quinto en su carrera, y como declaró después en la segunda parte decidió demostrar que “no se habían equivocado votándome”. Jordan anotó varias canastas seguidas que dieron una cómoda ventaja a los Bulls al terminar el tercer cuarto, y cuando en los últimos minutos los Pacers remontaron volvió a tomar el mando del partido con dos jugadas difíciles en las que se resbaló y tuvo que recuperar el equilibrio para anotar. A pesar de sus 41 puntos, Larry Bird volvió a centrarse en la defensa de Scottie Pippen sobre Mark Jackson, que recordaba a la que hizo sobre “Magic” Johnson en la final de 1991. “Me gustaría ver a Scottie Pippen defender a Michael Jordan por toda la cancha de la manera en la que Scottie defiende a Mark Jackson, a ver cuánto duraba en la pista”, se quejó. “Larry Bird ya habla como un entrenador”, respondió Jordan de buen humor.

Ni las victorias ni el trofeo de MVP sirvieron para rebajar la tensión dentro de los Bulls, que se veían agravadas por los incidentes más casuales. La revista New Yorker publicó una entrevista con Michael Jordan en la que éste mencionaba la frase de Jerry Reinsdorf sobre arrepentirse del contrato firmado, y eso molestó al propietario ya que éste creía que el tema había quedado aclarado meses atrás. El origen de la confusión procedía del retraso en publicar la entrevista que en realidad se había realizado un año antes, así que Jordan pudo deshacer el malentendido pero no antes de otro enfrentamiento con Jerry Krause. El ejecutivo no tuvo mejor idea que aparecer en el vestuario justo después del segundo partido para informar a Jordan del enfado de Reinsdorf e intentar arreglar las cosas, y el resultado fue el que cabía esperar. “No te atrevas a llamarme la atención después de toda la manipulación que habéis hecho vosotros a través de la prensa”, le respondió un enfadado Jordan. Eso fue sólo el principio. En el vuelo a Indianápolis Jerry Krause reprendió duramente a Phil Jackson por ignorar una sesión obligatoria con la prensa, por lo que los Bulls habían recibido una multa de 50.000 dólares y una queja formal de la liga. Al llegar al aeropuerto Jackson hizo un aparte para advertir a Krause que no volviera a censurarlo en público sino que tratara esos temas en privado, y ambos se enzarzaron en otra discusión mientras el resto de la expedición esperaba en el autobús. Las causas del enfado de Krause no estaban claras, ya que tanto él como Jackson y Jordan compartían un mismo desdén hacia la prensa, así que resultaba sorprendente que se enfadara por una acción que otras veces había aceptado gustoso. Su explicación era que Phil Jackson había actuado deliberadamente buscando dejar en evidencia a la franquicia, y el entrenador respondió afirmando que eso demostraba que algunos miembros del equipo servían como espías para Krause (con lo que Jackson parecía confirmar que las sospechas del vicepresidente eran correctas).

La inestable paz que habían forjado Krause y Jackson después de la gran pelea de pretemporada se estaba resquebrajando, y la difícil situación deportiva afilaba los ánimos. Los Bulls iban 2-0 gracias a su defensa, pero en ataque sobrevivían a base de arranques de individualismo con un banquillo que aportaba cada vez menos. Mientras, Larry Bird había decidido apostar por la velocidad de Best y Rose para no depender de un Mark Jackson totalmente anulado por Pippen y por la defensa de McKey en lugar de la anotación de Chris Mullin. Los Bulls tuvieron controlado el siguiente partido hasta el final del tercer cuarto, cuando su rotación de solo seis jugadores les pasó factura y permitió la remontada de los locales. Sin embargo, la gran estrella fue Reggie Miller, que a pesar de una torcedura de tobillo en el tercer cuarto anotó cuatro canastas consecutivas en los últimos minutos del partido para dar una ventaja de ocho puntos a los Pacers. “Dio un paso adelante como hacen todos los grandes jugadores en esa situación”, admitió Jordan. A la desesperada, los Bulls llegaron a ponerse a un punto gracias a la presión a toda cancha, pero Indiana anotó los tiros libres finales y se llevó la victoria. Aún más dolorosa para los Bulls fue la derrota en el siguiente encuentro, cuando desperdiciaron varias oportunidades en los últimos segundos después de que los Pacers volvieran a remontar en la recta final gracias a una andanada de triples. Reggie Miller anotó la canasta de la victoria para su equipo a falta de tres segundos, pero antes Dennis Rodman cometió falta en ataque con un bloqueo y Scottie Pippen falló dos tiros libres vitales, y sobre la bocina Michael Jordan hizo un rectificado que rebotó varias veces en el aro y no quiso entrar. El triple de Miller merecía ganar el partido, pero no era normal que los Bulls fallaran sus tres ataques en el último medio minuto de juego.

Phil Jackson cargó contra el arbitraje, comparándolo con el sufrido por la selección estadounidense en la final olímpica de Múnich 1972 por lo que consideraba un intolerable favoritismo hacia el equipo local. Es cierto que la personal en ataque de Rodman era cuanto menos discutible, y después del tapón de Jordan a McKey a falta de diez segundos no se sancionó nada cuando Reggie Miller pareció lanzarle un puñetazo a Ron Harper, pero el propio Jackson sabía que el auténtico problema era la falta de recursos y de frescura de los Bulls en los momentos decisivos. “Ahora mismo parece el fin de un equipo de baloncesto que ha hecho grandes temporadas”, admitió. La vuelta a Chicago para el quinto partido alivió los problemas de los Bulls gracias a unos Pacers que apenas plantaron cara. Pippen buscaba redimirse de su fallo en los tiros libres y se unió a Jordan para abrir una brecha entre el primer y el segundo cuarto que Indiana ya no pudo remontar. “No les dejamos coger la posición al poste bajo, eso fue la clave”, declaró Michael Jordan. “En el cuarto partido Rik Smits lo hizo y dio espacio en el perímetro para sus tiradores.” Los Bulls aplastaron a los Pacers con un bochornoso 106-87, pero sabían que la serie no había acabado. En el sexto partido el banquillo de Indiana les permitió superar la mala actuación de Miller y Mullin gracias a Smits y Best, y sumar otra victoria en los últimos segundos. Cada encuentro en Indianápolis terminó igual, con unos Bulls incapaces de anotar en los instantes finales y protestando por el arbitraje, en este caso una rigurosa defensa ilegal señalada por su viejo amigo Hue Hollins y un último ataque en el que Michael Jordan dio con sus huesos en el suelo. “Fue una falta clarísima”, afirmó Jordan. “Podéis pensar que tropecé yo solo, pero no soy tan torpe.” Las repeticiones mostraron un contacto con el pie del defensor, pero eso no cambiaba que los Bulls sólo anotaron cuatro tiros libres en los últimos dos minutos y medio.

Michael Jordan no jugaba un séptimo partido de playoffs desde 1992 contra los Knicks, y no afrontaba la posibilidad de una eliminación desde los Magic en 1995, cuando sólo llevaba unos meses de vuelta en la NBA. Se suponía que habían jugado todos esos partidos de fase regular para contar con la ventaja de que se decidiera en Chicago una serie en la que ninguno de los contendientes había logrado ganar fuera, pero los Pacers se saltaron el guión anotando sus ocho primeros tiros y tomando ventaja en el primer cuarto de la mano de Reggie Miller. Todo el quinteto titular de los Bulls naufragaba en ataque, y sólo la aparición de Dennis Rodman permitió que se mantuvieran a tiro gracias a la defensa y al rebote ofensivo. En plena crisis Phil Jackson decidió recurrir a unos suplentes cuya aportación hasta entonces había sido casi nula. “Era un riesgo porque Best me había superado toda la serie”, admitió Kerr. “Tuvo la intuición de sacar a Jud, que hizo un gran partido. Nos demostró que confiaba en nosotros, que confiaba en el banquillo.” Steve Kerr anotó tres triples en momentos decisivos, mientras que Jud Buechler capturó cinco rebotes y se entregó en defensa. Durante el descanso y los tiempos muertos Michael Jordan arengaba a sus compañeros, animándolos a alcanzar la intensidad de los Pacers. “¡No vamos a perder este partido!”, rugió durante un tiempo muerto. Y Toni Kukoc respondió. Jordan y Pippen seguían sin encontrar el aro, así que el croata tomó la responsabilidad en el tercer cuarto y anotó cinco canastas sin fallo, incluidos tres triples, para poner a los Bulls por delante.

En el último cuarto los Pacers remontaron. Seguían sin entrar los tiros de Jordan y Pippen, y ya no le quedaban más trucos a Phil Jackson. Lo que siguió, minutos de baloncesto trabado y difícil sin elegancia ni estilo, se terminó convirtiendo en un vídeo que Jackson preparó de cara a la final para mostrar a sus jugadores qué hace un grande cuando se le acaban las fuerzas. “Bajó la cabeza, se metió en la zona y forzó personales”, resumió Larry Bird. Al borde del agotamiento, Michael Jordan demostró que debajo de su juego de dominio y control se escondía un núcleo duro formado por la voluntad de no dejarse ganar nunca. Pidió el balón y encaró una canasta defendida sin concesiones por los Pacers, sacando faltas o metiendo canastas por pura insistencia. Robó rebotes a pívots que le sacaban la cabeza, capturó balones sueltos y defendió a rivales jóvenes y rápidos sobre unas piernas que pesaban cada vez más. Todas las cosas increíbles y maravillosas que sucedieron antes, y todo lo que sucedió después, son como nada comparadas con ese momento. A falta de 17 segundos cogió el rebote del último intento triple de Indiana, y los Bulls ganaron 88-83.

Se puede argumentar que de las seis finales de la NBA que jugaron los Bulls, fue la de 1998 la que contribuyó en mayor medida a grabarlos en el recuerdo de los aficionados como el equipo imbatible que ejerció un dominio tiránico sobre el baloncesto estadounidense en la década de los noventa. La desproporción entre los pronósticos previos que apostaban por los Jazz y el resultado final con la superioridad manifiesta de Chicago terminó de forjar la imagen de un Michael Jordan cuyo destino ineludible era la victoria. Se suponía que había llegado el turno de Utah, que ya había puesto en apuros a los Bulls el año anterior y llegaba con aún más argumentos. La ventaja de cancha, decisiva en 1997, pertenecía esta vez a los Jazz, y además habían aplastado a los jóvenes y atléticos Lakers en su final de conferencia para disfrutar de diez días de descanso mientras Chicago sufría horrores contra los Pacers y mostraba signos de agotamiento. La prensa nacional centraba sus artículos en Karl Malone, John Stockton y el entrenador Jerry Sloan, y alimentaba el interés sobre el posible nuevo campeón con noticias como el novedoso análisis informático sobre Jordan que desgranaba porcentajes de sus movimientos al poste, sus penetraciones e incluso sobre cuándo prefería tirar al recibir (normalmente desde la esquina en la jugada double out, step out) después de bote o ganar espacio con el jab step. “Jordan prefiere ejecutar el pick-and-roll en el lado izquierdo, fintar la entrada por el centro y remontar la línea de fondo saliendo del bloqueo”, explicaba el informe. “Los jugadores de Utah pueden comprender así la importancia de empujar hacia la pantalla, lejos de la línea de fondo y cerca del centro de la zona donde prefiere pasar el balón el 66% de las veces”. Los Jazz poseían muchos más recursos que los Pacers, mientras que los Bulls llegaban con un banquillo casi inexistente y un juego interior en el que Longley y Rodman parecían aportar cada vez menos.

Michael Jordan, Phil Jackson y los Bulls procuraban no mostrar que su análisis era muy diferente. Los Utah Jazz eran sin duda un rival sólido que ejecutaba a la perfección el estilo de juego que más le convenía, pero también era un equipo rígido al que le costaba reaccionar en situaciones inesperadas. Karl Malone había trabajado muy duro para convertirse en un gran jugador, pero dependía del apoyo de Stockton y le costaba tomar el mando en los momentos decisivos. Por su parte, Jerry Sloan era reconocido por montar equipos que competían al máximo de su capacidad, pero pocos percibían cierta inflexibilidad en la gestión de la plantilla: el base suplente Howard Eisley rindió mejor que nunca y ayudó a prolongar la carrera de Stockton, por ejemplo, pero quizás una final era el momento para exprimir a los titulares. Como muchos entrenadores, apreciaba a los jugadores más disciplinados y trabajadores mientras mostraba su impaciencia con sus compañeros dotados de más talento pero menos esfuerzo. Todos alababan la profesionalidad de Adam Keefe o Greg Foster, pero prescindir voluntariamente de la anotación de Chris Morris o Antoine Carr suponía desaprovechar unos recursos que podían ser muy necesarios.

La final se decidió en los tres primeros partidos. El desafío que Michael Jordan había creado en su mente para esta eliminatoria era demostrar que el factor cancha no había tenido nada que ver en la derrota de los Jazz el año anterior, y el resultado fue que sólo una gran actuación de Stockton en la prórroga impidió que los Bulls se llevaran los dos partidos en Utah. En un principio algunos analistas consideraron que la apurada victoria de los Jazz en el primer partido confirmaba sus pronósticos, ya que la habían logrado sin jugar a su mejor nivel frente a unos Bulls cuyos desaciertos culminaron en un inesperado fallo de Jordan cuando se le terminó el tiempo de posesión en un momento crucial sin llegar a lanzar a canasta. Las protestas por los posibles bloqueos ilegales y el enfado de Jordan durante un tiempo muerto después de que Pippen se atreviera a lanzar (y anotar) un triple en lugar de pasarle el balón alimentaban la imagen de un equipo al borde de la descomposición. Sin embargo, para Phil Jackson y sus jugadores ese partido había revelado la vulnerabilidad de Karl Malone, especialmente cuando problemas de faltas obligaron a recurrir a Dickie Simpkins para defenderle durante varios minutos. Los Jazz intentaron explotar ese desequilibrio mediante aclarados para Malone, pero éste había sido incapaz de imponerse sobre un rival muy inferior. Stockton había tomado el mando en la recta final, pero no podría hacerlo siempre. Así sucedió en el segundo partido, igual de trabado que el anterior pero resuelto en el último minuto gracias a un robo de Toni Kukoc y un inesperado rebote de Steve Kerr a su propio tiro, que asistió a Jordan para que anotara la canasta con adicional.

John Stockton opinaba que el resultado de la final de 1997 se debía a que los Jazz no habían sido capaces de encontrar respuesta a la defensa de Scottie Pippen, pero ni siquiera él se esperaba lo que sucedió en el tercer partido. Dos robos, un tapón, tres faltas en ataque provocadas…los números no revelan el devastador impacto de Pippen durante el partido, cuando cerró la zona a las penetraciones rivales y junto con Harper y Jordan abrumó físicamente al perímetro de los Jazz. Los puntos los anotaron Kukoc y Jordan, pero el partido lo rompió la omnipresencia de Pippen en defensa, especialmente porque Sloan había decidido darle una oportunidad a Greg Ostertag. La lentitud de movimientos del pívot de Utah permitió que Scottie Pippen acudiera a la ayuda en el perímetro sabiendo que si intentaban doblarle el balón al hombre libre tendría tiempo suficiente para recuperar antes de que Ostertag pudiera anotar. El ataque de los Jazz naufragó cuando Stockton y Eisley se vieron arrinconados en los laterales, y el marcador final reflejó un humillante 96-54, la mayor diferencia de puntos en la historia de las finales de la NBA y la anotación más baja de un equipo en playoffs desde la introducción del reloj de posesión. “¿Es éste el marcador de verdad? ¿El marcador final?”, preguntó medio en broma Jerry Sloan cuando miró las estadísticas durante la rueda de prensa.

Los Utah Jazz no pudieron sobreponerse al resultado del tercer partido, especialmente después de que se les negara la redención en el encuentro siguiente. Los Jazz salieron a morder dispuestos a hacer olvidar la “vergüenza” de la paliza recibida, pero un festival de triples anotados por Scottie Pippen mantuvo a los Bulls por delante. El último cuarto lo decidieron dos actores inesperados, primero un Chris Morris espectacular compensando las canastas de Michael Jordan al poste y luego cuatro tiros libres seguidos de Dennis Rodman en la recta final del partido. Los Chicago Bulls ganaron 86-82 para ponerse 3-1 en el global de una eliminatoria sobre cuyo resultado final ya nadie tenía dudas. La única discusión posible en la prensa local se refería a la sugerencia casi herética de que el MVP podría ser para alguien no llamado Michael Jordan. Una de las claves de la victoria de los Bulls era que en los momentos clave de cada partido su estrella había logrado zafarse del carrusel de defensores que se turnaban en su marcaje (a diferencia de un Karl Malone que empezaba los partidos a buen nivel y luego desaparecía en los últimos cuartos), pero esta vez la auténtica diferencia la estaba marcando Scottie Pippen en defensa. Pocos sabían que su esfuerzo le estaba pasando factura, y estaba a punto de limitar seriamente su juego.

La inesperada derrota de los Bulls en el quinto partido se achacó al exceso de confianza de los locales, que habían estado presumiendo públicamente de que sólo una prórroga había evitado que se llevaran el título por un contundente 4-0. Aunque era cierto que Jordan y sus compañeros pecaron de falta de concentración y de acierto ofensivo, también los Jazz se esforzaron al límite para mantener viva la esperanza de la remontada. En concreto, Karl Malone estaba harto de Dennis Rodman, cuya gran defensa de la estrella de los Jazz le permitía desaparecer de una final para irse a jugar a los dados a un casino o a participar en un espectáculo de lucha en televisión sin apenas recibir críticas. Por una vez Malone volvió a ser el jugador imparable que dominaba la NBA, y con el apoyo de Antoine Carr desde el banquillo se apuntaron la victoria que ponía el 3-2 en la eliminatoria. En otras circunstancias eso podría haber supuesto un problema para los Bulls antes de los dos últimos partidos de la serie en la cancha hostil de Salt Lake City, pero Michael Jordan recordaba cómo habían resuelto una situación similar en Phoenix en 1993. Además, los Jazz habían obtenido la victoria con muchos apuros a pesar de la falta de acierto de Jordan y Pippen. Un acertadísimo Toni Kukoc se había bastado él solito para mantener a Chicago en el partido hasta el último segundo, cuando Michael Jordan falló un tiro a la desesperada.

Las dudas aparecieron el mismo día del sexto partido, después de que ni Ron Harper (con una gastroenteritis) ni Pippen pudieran asistir al entrenamiento. Scottie Pippen se había lesionado la espalda en el tercer partido al caer sobre el parqué, y su estado se había ido agravando con el paso de los días hasta que ni siquiera dos inyecciones de cortisona fueron suficientes para garantizar su presencia en el encuentro. Pippen anotó un mate en la primera jugada, pero ese sencillo esfuerzo en su estado le provocó espasmos que le recorrían la espalda y bajaban por las piernas. No podía correr ni saltar, y a los pocos minutos pidió el cambio para irse al vestuario donde una masajista terapéutica empezó a trabajar para intentar devolverle a la pista. Sumado a un Harper que tampoco estaba al 100% y a un Luc Longley que volvió a cargarse de faltas en pocos minutos, eso suponía que sólo quedaba Toni Kukoc como apoyo de Jordan en ataque. Michael Jordan vivía para esos momentos de partido, donde la exigencia era máxima y todo dependía de él. Phil Jackson le había avisado de que estuviera preparado para jugar los 48 minutos si era necesario, y Jordan respondió con una auténtica lección sobre dosificación de recursos. Cuando Karl Malone amenazaba con romper el partido y los Bulls tenían que recurrir a un quinteto de circunstancias con Bill Wennington o Scott Burrell, dejó de lado la defensa para responder a todas las canastas del rival y llegar al descanso sólo cinco puntos abajo. Los Jazz no habían sido capaces de tomar una ventaja significativa cuando estaban diezmados, y eso hacía que Jordan estuviera convencido de la victoria. Pippen volvió a la pista en la segunda parte, pero su estado físico le impedía aportar algo más que colocación y pase mientras Jeff Hornacek le castigaba inmisericorde la parte baja de la espalda. En cambio, el que sí fue subiendo prestaciones conforme pasaban los minutos fue Dennis Rodman, cuya defensa con las ayudas de sus compañeros logró imponerse a Karl Malone en momentos clave.

Mientras, Jordan empezaba a mostrar signos de cansancio sobre todo en el tiro en suspensión, y en un tiempo muerto a falta de pocos minutos Phil Jackson le insistió en que fuera al aro. “Lo sé”, respondió Jordan. “Están jugando sin un pívot, así que el camino está libre.” Jerry Sloan había apostado por la anotación de Antoine Carr en detrimento de la intimidación de Greg Ostertag, y había que aprovechar esa vulnerabilidad. “Si tienes que recurrir al tiro en suspensión, intenta mejorar la continuación porque no lo estás haciendo bien”, le advirtió Jackson en referencia a la parte final de la ejecución del lanzamiento, cuando la mano acompaña al balón para aumentar su precisión. Jordan anotó los últimos ocho puntos de su equipo, pero lo que más se recuerda son los 42 segundos finales, después de que John Stockton encestara el triple que ponía el 83-86 para los Jazz en el marcador. Tex Winter marcó una jugada sacada de los viejos Knicks campeones conocida por el apropiado nombre de “Whatthefuck”, un aclarado para Michael Jordan en el lado derecho que obligaba a la defensa a elegir entre concederle el uno contra uno o mandar una ayuda larguísima dejando solo a un tirador como Kukoc o Kerr. La ejecución de Jordan, escondiendo el balón pegado al cuerpo para evitar los manotazos de Russell y extendiéndose en el último momento para echarlo a volar suavemente por encima de Carr, fue perfecta.

Pero los Jazz seguían uno arriba y con posesión. Roy Williams estaba en Kansas, viendo el partido por televisión con varios colegas, vio cómo Jordan se detenía bajo el aro en lugar de seguir el corte de Jeff Hornacek: “¡Mirad, mirad!”. Era una jugada que había empleado con frecuencia en sus primeros años, cuando remontaba la línea de fondo oculto detrás del corpachón de Dave Corzine para sorprender a los pívots rivales. Sabía que Utah buscaría a Karl Malone para intentar asegurar la canasta y también que durante toda la final Dennis Rodman había usado sus larguísimos brazos para interceptar esos pases. Apenas unos minutos antes había sacado un balón de las mismas manos de Malone, y el ala-pívot de los Jazz centraría su atención en Rodman para evitarlo. “Karl ni siquiera me vio venir.” De nuevo, el exquisito control de la situación de juego y de los movimientos de su propio cuerpo, que mantuvo lejos del rival para evitar cualquier tentación de pitar falta. Y después, lo de siempre: avanzar sin pedir tiempo muerto, esperar a menos de diez segundos y atacar. “Todo empieza a moverse muy despacio, empiezas a ver la pista muy clara. Empiezas a entender qué es lo que quiere hacer la defensa. Lo vi todo. Vi el momento.” Los Jazz estaban sentenciados, en el pasado habían probado a ir a la ayuda y sólo había servido para que les derrotara Steve Kerr. “Esta vez fue a la derecha y cambió a la izquierda para tirar. El año pasado fue al revés, fue a la izquierda y cambió a la derecha para tirar. Era imposible que ese Russell pudiera con él”, reflexionó Leroy Smith. Un ligero toque, cuidadosamente calculado para terminar de desequilibrar al defensor sin dar motivos a los árbitros para hacer sonar el silbato, y una canasta acompañada con una estética de estatua griega.

En el último segundo se su etapa triunfal en los Bulls fue cuando su dominio fue más extremo, cuando se hizo más difícil encontrar limitaciones o vulnerabilidades en su juego. Segundos antes del final de su último partido vestido de rojo Michael Jordan ejerció el control más implacable de toda su carrera sobre lo que sucedía dentro de una pista de baloncesto. Esa mañana Chuck Daly había jugado una partida de golf con un amigo que había mencionado los problemas físicos de los Bulls y las posibilidades de victoria de los Jazz. “Olvídalo. Llegará igualado al final, y cuando queden unos 20 segundos Michael subirá el balón, mantendrá la vista en el reloj y en los últimos segundos se levantará y la clavará. Los Bulls ganarán y la leyenda seguirá viva. Es quien es, y eso es lo que hace”.