Chicago, 1996

Qué viaje tan largo y tan extraño hemos realizado.

 

La raíz última de casi todos los problemas es el dinero. Algunos creen que son el dinero y el sexo, pero si eso fuera cierto la renovación de Rodman no habría sido la más sencilla. Se suponía que los Chicago Bulls estaban en el punto más alto de su historia después de conquistar el anillo de 1996, pero en realidad estaban a punto de disolverse en una serie de disputas intestinas provocadas por las discusiones para renovar a varias piezas claves.

Phil Jackson, Michael Jordan y Dennis Rodman terminaban contrato. Se podría pensar que Jerry Reinsdorf estaría ansioso por renovarlos a cualquier precio, pero desde el punto de vista del propietario, el gran éxito de los Chicago Bulls era haber generado unos fabulosos beneficios gracias a la combinación de ingresos enormes y gastos salariales limitados. Los larguísimos contratos firmados por Jordan y Pippen habían resultado ser un gran negocio, pero había llegado el momento de empezar a pagar valor de mercado. La principal duda era si renovar a Dennis Rodman, y después de su gran actuación en la final era casi obligado. Rodman le había enviado una nota entre bromas y veras al palco del propietario durante un partido de la fase regular solicitando diez millones, y efectivamente consiguió un contrato por una temporada y una cantidad cercana a ésa.

Desgraciadamente, las otras renovaciones no fueron tan sencillas, sobre todo la de Phil Jackson. “Mi relación con Jerry perdió su naturaleza de cooperación debido a la dureza de las negociaciones”, explicó sobre el verano de 1996. Los Bulls sugirieron un contrato por cinco años, pero Jackson lo rechazó alegando que ya llevaba más tiempo del previsto sin un descanso y pronto necesitaría una pausa; la franquicia temía que fuera una excusa para no comprometerse más allá de la vida útil de Jordan y que seguía jugando con la idea de terminar entrenando a su equipo de toda la vida, los Knicks. Krause siempre había dicho que no pagaría a ningún entrenador más de un millón de dólares, pero el mercado había superado esa cifra de largo. Sin embargo, el dinero no era más que un símbolo de las relaciones de poder existentes dentro de la organización, y ambas partes eran conscientes de que el auténtico problema es que si un entrenador cobraba más de cierta cantidad entonces era algo más que un simple entrenador, y pasaba a ser alguien con voz y voto en las decisiones económicas y deportivas de la franquicia. La historia de los Chicago Bulls hexacampeones es la de una organización basada en tres pilares líderes de la NBA cada uno en su terreno: Jordan en la pista, Jackson en el banquillo y Krause en las oficinas, tres individuos con mucha personalidad que se ofendían si alguno de los otros intentaba enseñarles a hacer su trabajo, pero siempre dispuestos a enmedarle la plana a los demás. La tensión fue en aumento, ya que, a diferencia de los jugadores, no existen plazos ni restricciones para negociar contratos con los entrenadores, así que Krause y Jackson estaban echando su pulso en medio de la final contra los Seattle Supersonics. El incidente que rompió la amistad entre ambos se produjo después de un entrenamiento y una rueda de prensa, cuando Phil Jackson dio orden de que el autobús del equipo partiera sin esperar a Jerry Krause (no se sabe si deliberadamente o por equivocación). Krause montó en furia, y a pesar de que terminaron firmando una renovación por un año y cinco millones de dólares, la relación entre ambos no se recuperó, y el vicepresidente adoptó una actitud exageradamente cortante durante las reuniones de fin de temporada con los jugadores para dejárselo claro.

Aunque Phil Jackson se comportaba en ocasiones como un auténtico liante, tenía razón al señalar que el problema de Krause y Reinsdorf era su manía de intentar ganar todas sus negociaciones. Ambos valoraban extraordinariamente la lealtad, como lo demostraron al mantener en su puesto al jefe de prensa, Tim Hallam, cuando fue arrestado por posesión de drogas, pero su concepto de deslealtad incluía ponerse de parte de Scottie Pippen cuando pedía una mejora de contrato. Jackson había intentado explicarle a Krause que ahorrarse unos cientos de miles de dólares no compensaba indisponerte con un jugador con el que ibas a trabajar durante años, y que sería más beneficioso a la larga no ir a degüello durante las negociaciones y a cambio sentar las bases para una relación más cordial. Michael Jordan tuvo ocasión de comprobarlo en sus propias carnes cuando terminó su contrato en julio de 1996. Si Jerry Reinsdorf esperaba algún tipo de agradecimiento por haberle seguido pagando durante los casi dos años que su estrella pasó en el béisbol se iba a llevar una sorpresa. Jordan consideraba que ese dinero era una compensación por todas las temporadas que había trabajado por un salario casi simbólico para su valor real, y sabía que el propietario era consciente de haberse estado aprovechando de que el jugador no podía amenazar con plantarse sin poner en riesgo sus pantagruélicos ingresos publicitarios. Durante la retirada de Jordan corrió el rumor de un posible plan para hacerle volver mediante una oferta económica sin precedentes sufragada a partes iguales por todas las franquicias de la NBA, ya que todas se beneficiarían si regresaba. Según los Bulls fue una sugerencia de los demás propietarios, según el resto de la liga fue un intento de chantaje por parte de Chicago, y lo más probable es que no fuera más que un invento de una mente calenturienta (según la leyenda, los Warriors habían intentado hacer algo así en los años sesenta con Wilt Chamberlain), pero que revelaba el convencimiento de que había estado mal pagado durante años. Reinsdorf defendía que los contratos estaban para cumplirlos, y Jordan le iba a tomar la palabra.

Michael Jordan no hizo el menor intento por tratar con Jerry Krause, y en realidad prefería evitar una negociación como tal. Instó a su abogado, David Falk, a que pidiera que los Bulls sugirieran una cifra, algo que había aprendido del propio Reinsdorf, pero la franquicia se hizo de rogar. El tiempo iba pasando en este tira y afloja sin que la solución se viera más cercana, hasta que entraron en escena los New York Knicks. Debido al tope salarial, los Knicks no podían ofrecerle a Jordan más de la mitad de lo que podía obtener en Chicago, pero según Sam Smith se estaría hablando de una compensación bajo cuerda en especie, concretamente una participación en la lucrativa cadena de hoteles Sheraton. Hay varias contradicciones en esta historia, y resulta difícil creer que la NBA hubiera consentido semejante violación del sistema salarial, pero Michael Jordan siempre ha defendido que consideró muy seriamente la oferta de los Knicks. Jerry Reinsdorf, en cambio, creía que se trataba de un truco de David Falk para forzar la negociación, y le ofendió profundamente que le plantearan un ultimátum. Según Jordan no era más que una consecuencia de sus esfuerzos por retrasar un acuerdo, que hizo que el jugador perdiera la paciencia y pusiera las cartas sobre la mesa: treinta millones por una temporada o cincuenta millones por dos, y en el plazo de una hora tenían una cita con los Knicks. Jerry Reinsdorf no estaba acostumbrado a negociar cuando la otra parte ostentaba una posición ventajosa, y eso le llevó a cometer un error infantil después de aceptar la oferta de treinta millones por un año. Mientras firmaba el contrato exclamó: “Algún día me arrepentiré de esto”. En su época de jugador, Bill Cartwright había criticado la costumbre de Jordan y otros de ofenderse por niñerías con los ejecutivos como Krause que, al fin y al cabo, les pagaban millones de dólares por sus servicios. Sin embargo, en esta ocasión Michael Jordan tenía razón al sentirse ofendido, y Reinsdorf lo admitió implícitamente cuando alegó que en realidad había dicho que “podría arrepentirse” o que se refería a tomar la opción de una temporada en lugar de dos. Al final del año, el propietario quiso remarcar que no se arrepentía del contrato firmado, pero ya era tarde. Los Bulls habían conseguido pagarle a Michael Jordan el contrato más alto de la historia de la NBA y al mismo tiempo provocar su enfado.

Además de las disputas contractuales, los Bulls afrontaban la nueva temporada con dudas sobre el estado físico de algunos de sus jugadores. Eran una plantilla veterana cuya única incorporación destacada era Robert Parish, el que fuera pívot de los Celtics campeones y antiguo amigo de Krause, que llegaba para sustituir a James Edwards. Scottie Pippen, Ron Harper y Luc Longley pasaron por el quirófano durante el verano y además tanto Pippen como Toni Kukoc habían sacrificado sus vacaciones para acudir a los Juegos Olímpicos con sus selecciones. Lo más preocupante, de todas formas, era la actitud de Dennis Rodman, que poco después de firmar su nuevo contrato por unos nueve millones de dólares aprovechó una rueda de prensa para declarar que le empezaba a aburrir el baloncesto. No es que fuera novedad que Rodman pronunciara declaraciones estridentes, es que su actitud parecía confirmar ese desinterés y falta de concentración. La temporada anterior se habían producido varios incidentes, pero la novedad era que en ésta empezaron a afectar a su rendimiento deportivo. Una cosa era que se pasara de la raya y usara palabrotas ante los micrófonos, y otra que se viera superado por los rivales o que su nivel de juego sufriera unos altibajos alarmantes. Los Bulls estudiaron la posibilidad de repescar a Jack Haley, que estaba hibernando en la CBA, pero la sugerencia pareció ofender a Rodman. “No necesito una niñera. No necesito a Jack Haley. No necesito a nadie. Soy un adulto”, declaró. En enero de 1997 Dennis Rodman tocó fondo cuando dio una patada a un cámara durante un partido en una acción casi inexplicable. Aunque públicamente algunos miembros de la franquicia intentaron quitarle hierro a la situación señalando que la víctima había exagerado los efectos del golpe, en privado Jordan y Jackson le dejaron claro que esa espiral de descontrol y excesos tenía que acabar de inmediato o se vería fuera de los Bulls.

Lo realmente sorprendente es que después de tantas distracciones y sin refuerzos dignos de mención, los Bulls tuvieron un arranque de temporada mejor aún que el anterior, con doce victorias consecutivas antes de su primera derrota. Phil Jackson consideraba que uno de los puntos fuertes del equipo era esa misma falta de novedades, que suponía una ventaja después de una de las épocas de mayor movimiento de jugadores en la historia de la NBA. “No hay ningún otro club de la liga que haya mantenido al mismo grupo, y tenemos un pasado jugando juntos. Eso supone menos trabajo que hacer y mucho más que experimentar como equipo, porque tenemos el recuerdo y el conocimiento de qué es lo que tenemos que hacer en la cancha.” El único peligro según Jordan era el exceso de confianza, y seguía creyendo que la clave de los Bulls era la defensa, especialmente por el tipo de juego que se estaba imponiendo en la década de los noventa en la NBA. Después del éxito de los Detroit Pistons, muchos equipos habían adoptado la defensa colectiva y física para anular la circulación de balón del rival. A pesar de los intentos de la liga por sancionar los contactos, el panorama de la competición lo dominaban los Knicks, los Heat de Pat Riley o los “ninjas de Pitino” en Cleveland. Para superar esas defensas el recurso habitual eran los aclarados, para que los jugadores desequilibrantes intentaran desbordar y forzar ajustes, pero esos aclarados eran inútiles contra los Bulls. “Nos viene mejor el ataque estático basado en aclarados”, explicaba Jordan. “Creo que nuestra defensa colectiva es bastante buena cerrándose, si tenemos que hacer el 2x1 rotamos bien, y tenemos buenos defensores individuales. Si el rival falla, capturamos el rebote y salimos al contraataque.”

Los partidos seguían el mismo esquema de la temporada anterior, con cierta falta de fluidez en ataque que sólo servía para mantener las ilusiones de los rivales hasta el momento en el que decidían apretar las clavijas en defensa y darlo por finiquitado. “Es muy satisfactorio salir cada noche y saber que desmantelaremos al rival en cierto momento del partido. Lo hacemos todos los partidos y es divertido”, explicaba Luc Longley. Según él, lo más agradable era detectar el miedo en los ojos del rival cuando pisaban el acelerador y rompían el partido. Aunque pudiera sonar arrogante, era difícil no aceptar la realidad después de partidos como el del 17 de diciembre contra los Lakers, una derrota aparentemente segura hasta que aplicaron la presión a toda cancha. Los Lakers apenas podían subir el balón, los Bulls remontaron a toda velocidad y terminaron ganando el partido en la prórroga por 129-123. Lo más destacable era la forma en la que las bajas y ausencias apenas afectaban al rendimiento del equipo, aunque terminaran con Caffey y Parish como pareja interior, ya que la falta de profesionalidad no era exclusiva de Dennis Rodman: Luc Longley se perdió dos meses de competición con una clavícula dislocada que sufrió haciendo surf, una actividad de alto riesgo prohibida expresamente en su contrato.

La clave de la regularidad de los Bulls residía en el alto nivel constante mantenido durante toda la temporada por Michael Jordan y Scottie Pippen. “Quiero ser consistente cada noche, salir a jugar y aceptar cualquier desafío”, había dicho Jordan antes de comenzar, y dio muestra de ello siendo elegido mejor jugador del mes de noviembre. En opinión de Tex Winter, la mayor novedad en su juego era el uso del tiro exterior para sumar puntos con menor desgaste, reservando sus fuerzas para los momentos decisivos. Jordan era evidentemente un jugador veterano y los partidos parecían jugarse cada vez más dentro de su cabeza. Siempre había destacado por su comprensión de los momentos de juego y la situación espacial de compañeros y rivales, pero ahora incluía el partido entero e incluso la temporada, sabiendo dosificarse y aprovechar las cualidades de los demás jugadores para concentrar sus estallidos anotadores en fases decisivas de los encuentros. Se imponía una visión más reflexiva de Jordan, a quien se empezaba a considerar una leyenda en vida que no le quedaban muchas temporadas en activo por delante. Eso se hizo particularmente evidente en el All Star, cuando la NBA presentó la lista de los 50 mejores jugadores de sus 50 años de historia. Michael Jordan y Scottie Pippen formaban parte de esa lista (y Phil Jackson en la de los 10 mejores entrenadores), y luego Jordan sumó el primer triple-doble de la historia del partido de las estrellas con una estadística propia de un veterano astuto. Alcanzó los 25.000 puntos en su carrera a comienzos de la temporada, y cerca del final de la misma Bill Clinton acudió a un partido de los Bulls en Washington. Ningún presidente de los EE.UU. había asistido a un partido de la NBA desde los tiempos de Jimmy Carter, pero nadie se sorprendió demasiado. Se extendía la idea de que las oportunidades de ver a Michael Jordan en acción podían estar cerca de acabarse.

Esa actitud de Michael Jordan se hacía especialmente evidente en su trato con Jud Buechler. Buechler era la clase de jugador que encanta a los entrenadores, siempre dispuesto a obedecer órdenes y a entregarse a tope en un entrenamiento, pero también era uno de los que hacían que la prensa se preguntara por qué había tantos blanquitos en el fondo de banquillo de los Bulls: se aplicaba en defensa, pero no era un gran defensor; tenía un tiro aceptable, pero no era un triplista nato; no era lento ni rápido, era fuerte pero no lo bastante grande. Era, en resumen, un jugador que no aportaba nada que interesara a Jordan, y éste lo había dejado claro desde el principio. Con el tiempo, sin embargo, Jordan pasó a apreciar que Buechler aportaba diez minutos de descanso para Pippen, y eso suponía una contribución al equipo aunque fuera minúscula. Después de su paso por el béisbol, Michael Jordan parecía más dispuesto a entender y aceptar que cada uno tenía un papel que desempeñar en la franquicia, y eso facilitó que pudiera mantener unas relaciones más fluidas y provechosas con sus compañeros y con los miembros de la prensa. Al mismo tiempo, hizo que dichas relaciones no volvieran a pasar de lo estrictamente profesional. Se acabaron los tiempos en los que tenía amigos en la plantilla, aunque fueran pocos, o en los que pasaba ratos de ocio con periodistas. Durante los playoffs Jordan creó el llamado Breakfast Club, que consistía en una sesión de pesas en su gimnasio privado seguido de un desayuno preparado por su chef antes de acudir a los entrenamientos del equipo. Scottie Pippen y Ron Harper eran fijos, y otros jugadores del equipo acudieron con más o menos regularidad. Lo que no hacían era hablar entre ellos salvo lo mínimo indispensable. Era trabajo, ni más ni menos.

Quizá fue la frustración al no poder impedir que los Bulls marcharan por la liga a su antojo lo que provocó la serie de enfrentamientos con los entrenadores rivales que jalonaron la temporada de Michael Jordan. Posiblemente comenzó en el cuarto partido de liga contra los Miami Heat de Pat Riley, sobre quien Phil Jackson no ocultaba sus sentimientos. “No quiero que perdáis jamás contra ese tipo”, había dicho a los jugadores años atrás, y Jordan se aseguró de que así fuera anotando 50 puntos en la apurada victoria de los Bulls. El caso más conocido fue en enero contra los Knicks, cuyo entrenador expuso ante la prensa su teoría de que Jordan era un con artist, un estafador que se ganaba la confianza de rivales como Pat Ewing fingiendo ser su amigo, para luego aprovecharse de ello durante los partidos. No era una acusación nueva, ya que se había comentado durante las finales de 1993 con Charles Barkley, pero para Michael Jordan era muy doloroso que se pusiera en duda lo poco que había de sincero en su vida como deportista profesional. Su respuesta fueron 51 puntos y una victoria sin Rodman ni Harper. Incluso unas declaraciones relativamente inocuas de George Karl, en las que especulaba con la pérdida de explosividad de un Jordan que parecía restringirse cada vez más al tiro exterior, provocaron un tercer estallido anotador de 45 puntos.

Los Bulls necesitaron todos los puntos de Jordan en los últimos meses de competición, cuando se empezaron a amontonar las bajas. La más grave fue la lesión de rodilla de Dennis Rodman, que lo dejó fuera de combate hasta playoffs, pero no fue la única: Bill Wennington se rompió un tendón en el pie, Toni Kukoc tuvo que parar por su fascitis plantar, en el caso de Randy Brown fueron los tobillos y Ron Harper se pasó toda la temporada entrando y saliendo de la lista de lesionados con diferentes molestias. Afortunadamente, Jerry Krause se apuntó un tanto con el fichaje por sorpresa de Brian Williams, un pívot atlético y con buena mano que podía alternar ambas posiciones interiores. Williams se encontraba sin equipo después de una operación de rodilla, pero había aportado puntos el año anterior con los Clippers y su incorporación a falta de nueve partidos reforzaba una línea interior disminuida por las lesiones. Irónicamente, es posible que este fichaje influyera en que los Bulls no superaran la marca de las 70 victorias por segunda temporada consecutiva, después de alcanzar las 68 a falta de cuatro partidos. Phil Jackson consideraba que el equipo había pagado muy caro el desgaste de sumar 72 victorias el año anterior, y decidió no forzar la recuperación de Rodman y Kukoc. En lugar de eso, los dejó en la lista de lesionados hasta la primera ronda y aprovechó para dar minutos al recién llegado Williams y a otros suplentes, como Buechler, e integrarlos así en el juego del equipo de cara a los playoffs. Los Bulls perdieron tres de esos cuatro últimos partidos, y “sólo” empataron la segunda marca más alta de la historia de la NBA, las 69 victorias de los Lakers en 1972.

El comentario generalizado al terminar la liga regular era la falta de emoción en una competición dominada por Bulls y Jazz, dos equipos que destacaban más por su eficiencia que por su espectacularidad. Incluso cuando la NBA era noticia, con frecuencia se debía a los peores motivos, como las salidas de tono de Rodman o la trifulca entre Knicks y Heat. Sólo las exhibiciones periódicas de Michael Jordan rompían la monotonía, como sus 55 puntos en el segundo partido de la eliminatoria contra los Washington Bullets. “Le pedí disculpas a Tex después del partido”, dijo. “Me olvidé del triángulo, una vez que cogí velocidad ya no pude parar.” Más criticable que su acaparamiento del juego ofensivo (Pippen fue el único que anotó en el último cuarto además de él) fue el mediocre rendimiento defensivo de Jordan, ya que permitió que primero Rod Strickland y luego Tracy Murray compensaran su anotación. Fue lo único reseñable de una eliminatoria feúcha, con más rebotes que canastas y que apenas sirvió para ir dando ritmo de juego a Toni Kukoc y Dennis Rodman (cuando no lo expulsaban, como en el primer encuentro). El 3-0 final fue engañoso y no reflejó las dificultades que sufrieron los Bulls contra unos Bullets supuestamente inferiores, a los que sólo lograron eliminar con una canasta final de Pippen después de un tapón a Jordan.

Chicago salió de esa eliminatoria con su prestigio sensiblemente disminuido. En el descanso del segundo partido Jordan había tenido que abroncar a sus compañeros para hacerles reaccionar, y en el tercero a pesar de que los propios Bullets lo presentaron como la despedida de su viejo pabellón (admitiendo así la eliminación antes de jugar) tomaron ventajas sustanciales y sólo una remontada final salvó a los Bulls. Para terminarlo de arreglar, Pippen se hizo daño en la espalda con la caída después de su mate para ganar el tercer partido. La segunda ronda contra los Atlanta Hawks de Lenny Wilkens no ayudó a disipar las dudas precisamente por más que Jordan dijera que le gustaba enfrentarse al escolta Steve Smith. “Me gusta jugar contra Steve. Tenemos la misma personalidad en la pista, nos gusta hablar todo el rato y picarnos, pero tenemos cuidado de no pasarnos nunca de la raya.” El temor de los entrenadores de los Bulls no era Steve Smith, sino la irregularidad ofensiva del equipo y el efecto del pick’n’roll del base “Mookie” Blaylock, a quien gustaba culminarlo abriéndose para el triple con efectos impredecibles.

Smith hizo un gran trabajo en la primera mitad y permitió que los Hawks se fueran al descanso en ventaja, pero en el tercer cuarto del partido inaugural Michael Jordan se zafó de su marcaje para anotar 20 puntos y poner a los Bulls por delante. Sin embargo, el marcador volvió a apretarse en la recta final y con Jordan desacertado tuvieron que ser los triples de Scottie Pippen los que salvaran los muebles, especialmente el último para poner el definitivo 100-97. Y eso después de sobrevivir a un tiro sobre la bocina de “Mookie” Blaylock en un tremendo error defensivo de los Bulls en la última jugada, cuando Jordan cambió en el bloqueo y nadie siguió al base rival. El problema se agravaba por el bajísimo rendimiento de Dennis Rodman, no recuperado de su lesión de rodilla y sumando más técnicas que rebotes, lo que obligaba a un sobreesfuerzo de Jordan y Pippen para compensarlo. En el segundo partido volvieron a dejar solo a “Mookie” Blaylock en la línea de tres, y esta vez no perdonó: ocho triples de nueve intentos y la primera derrota de playoffs en casa en muchísimo tiempo. “Llevávamos cuatro partidos jugando con fuego y nos hemos terminado por quemar”, sentenció un Jordan que llegó visiblemente fatigado al último cuarto.

Sin los rebotes de Rodman no había contraataques, en estático Jordan y Pippen no encontraban el ritmo y no conseguían frenar a “Mookie” Blaylock. Las cosas tenían que cambiar, y la primera decisión fue cambiar los emparejamientos defensivos para que Ron Harper marcara a Blaylock. Harper se había convertido en el “perro de presa” del perímetro de los Bulls, y aunque Phil Jackson intentaba reservarlo debido a sus problemas físicos ya no podía esperar más. El base de los Hawks se encontró mucho más incómodo que con la defensa de Jordan, y eso frenó el juego ofensivo de todo su equipo. Por otra parte, el banquillo de los Bulls apenas había dado señales de vida, pero en el tercer partido Toni Kukoc y Brian Williams aportaron puntos muy valiosos que sirvieron para abrir brecha en el marcador en la segunda parte y sumar una clara victoria por 100-80. El desplome de Atlanta en la parte final del partido parecía indicar que habían agotado sus oportunidades, pero tal y como estaba jugando Chicago cualquier rival podía reponerse y volver a plantarles cara. El cuarto partido fue buena muestra de ello, cuando los puntos de Jordan y los triples de Pippen colocaron a los Bulls veinte puntos arriba al comienzo del último cuarto sólo para dejarse remontar por los Hawks y terminar pidiendo la hora. Habían tenido una victoria cómoda al alcance de la mano y al final sólo el acierto en los tiros libres evitó una derrota vergonzosa. No eran el equipo clínicamente eficaz de la temporada anterior, aunque algunos periodistas no dejaban de señalar que por mal que jugaran, al final ganaban casi siempre.

La serie acabó en el quinto partido con una victoria holgada de los Bulls, pero lo más recordado fue el enfrentamiento con Dikembe Mutombo, un enorme pívot taponador que había provocado considerables dolores de cabeza a los de Chicago. Después de una eliminatoria pésima, por fin Dennis Rodman reaccionó y ofreció una buena actuación en el quinto encuentro, aunque terminara expulsado después de encararse con Mutombo. Sin embargo, la jugada del partido se produjo en el primer cuarto, cuando Michael Jordan recibió el pase de vuelta de Luc Longley, remontó la línea de fondo y consiguió por fin machacar por encima de Mutombo, algo que éste había conseguido evitar hasta entonces. Jordan celebró la canasta imitando el gesto de “no” con el dedo que el pívot de los Hawks hacía después de cada tapón, y aunque recibió una técnica por ello valió la pena. Después de tantas tribulaciones y dificultades, los Bulls se habían clasificado para la final de conferencia frente a los Miami Heat con una única derrota en playoffs.

Inicialmente se esperaba que su rival fueran los New York Knicks cuando se pusieron con una ventaja de 3-1, pero una riña tumultuaria y el endurecimiento de las sanciones por parte de la NBA hundieron a Pat Ewing y los suyos. Los Bulls no estaban seguros de haber salido ganando con el cambio, y no sólo por volver a encontrarse con Pat Riley. La temporada anterior habían derrotado con relativa facilidad a Miami ahogando al pívot Alonzo Mourning, pero el base Tim Hardaway había dado por fin el salto al estrellato apoyado en su imparable crossover. Después de los problemas causados por Rod Strickland y “Mookie” Blaylock, otro enfrentamiento contra un base rápido y anotador era lo que menos les apetecía. Afortunadamente para los Bulls, Dennis Rodman había vuelto. El primer partido fue del tipo que los aficionados estaban acostumbrados a ver, mucha defensa, pocas canastas y un rival por delante hasta que Chicago apretó las tuercas en defensa y zanjó el tema con autoridad en el último cuarto; pero la noticia fue el buen juego de Rodman, que por fin apareció para dominar el rebote y endurecer la defensa. Ésa fue también la tónica del segundo partido, del cual Phil Jackson dijo que sólo podía hablar de la defensa porque apenas había existido el ataque. Tanto Hardaway, como Mourning, como Jordan, como Pippen rivalizaron en desaciertos para terminar con un vergonzoso 75-68 que suponía la anotación conjunta más baja en la historia de los playoffs de la NBA desde la introducción del reloj de posesión. “Somos capaces de mirarnos al espejo y reconocer que hemos jugado mal”, admitió Jordan. “Nuestro juego fue feo contra Atlanta. Fue feo contra Washington. No son los rivales, somos nosotros. Excepto en defensa. Nuestra defensa gana los partidos.”

La preocupación de Phil Jackson y Tex Winter es que los Heat también defendían. Los jugadores de Riley sabían que dejar un tiro sin puntear suponía ir de cabeza al banquillo, y ejercían una presión especial sobre los pases de entrada desde los laterales para asfixiar el triángulo ofensivo. Los apuros que habían sufrido en Chicago no sería nada comparado con lo que les esperaba en Miami si no resolvían ese problema (Riley ya estaba calentando el arbitraje, quejándose de una supuesta permisividad hacia Jordan), y la respuesta fue un juego más abierto, abriendo espacios en la zona y aprovechándolo mediante cortes y puertas atrás. Este cambio de juego pilló totalmente por sorpresa a los Heat, que en defensa encajaron una sucesión de bandejas y en ataque establecieron un récord negativo con 32 balones perdidos. “Es probable que éste sea el punto más bajo de esta temporada, una auténtica vergüenza”, declaró Riley después de perder 98-74 en casa. Alonzo Mourning prometió ante la prensa que los Heat ganarían el cuarto partido, pero nadie le creía.

Claro que nadie se esperaba que Michael Jordan decidiera echarle una mano, dedicando el día de descanso a jugar 45 hoyos de golf. Jordan podía decir que no tenía nada que ver, que era una casualidad, pero lo que sucedió en ese cuarto encuentro se salía de lo causal. Michael Jordan falló sus primeros catorce lanzamientos a canasta, y al comienzo del último cuarto estaba en un 2/20 más propio de John Starks. Los Bulls aguantaban en el partido gracias a su defensa y a la inesperada aportación ofensiva de un Dennis Rodman que parecía estar en todas partes, incluyendo la grada a donde fueron a parar Mourning y él en una trifulca. Y en el último cuarto se le encendió la bombilla, y de repente todos los tiros empezaron a entrar. Michael Jordan anotó 20 puntos en esos doce minutos, liderando una furiosa remontada que a punto estuvo de darle la victoria a los Bulls. Al final ganaron los Heat 87-80, pero Jordan ya no estaba para bromas: “Esto es personal”. Se negó a estrecharle la mano antes del quinto partido a Alonzo Mourning, cuyos codos habían quedado marcados en la frente de Pippen, y anotó 15 puntos en el primer cuarto para abrir brecha desde el principio. A pesar de que no pudo mantener ese ritmo y de que Scottie Pippen hubo de retirarse lesionado, los Bulls mantuvieron una cómoda ventaja gracias a una anotación diversificada y una defensa que dejó a Mourning con una sola canasta en juego, para sumar el 4-1 definitivo y volver a la final de la NBA. Los Bulls estaban deseando enfrentarse a los Houston Rockets, el equipo que había ganado los campeonatos de 1994 y 1995, como una especie de “reválida”, aunque objetivamente se pensaba que el poderío interior de la pareja Olajuwon-Barkley podía ser insuperable para Chicago. Pero el momento de gloria de los Rockets había pasado, y su rival sería el esperado: los Utah Jazz.

Las similitudes entre ambos finalistas eran notables. Al igual que los Bulls, los Jazz se basaban en un núcleo veterano de jugadores que se mantenía con continuidad rodeado de especialistas desde el banquillo, debían gran parte de su éxito a la defensa y en ataque seguían a rajatabla el sistema impuesto por su entrenador Jerry Sloan. Para más inri, Sloan era una antigua estrella de Chicago, uno de los dos únicos jugadores a los que la franquicia había retirado la camiseta (tres contando a Jordan) y un antiguo ídolo del vicepresidente Jerry Krause, que solía picar a Michael Jordan afirmando que un Sloan en sus años mozos habría sido muy capaz de defenderle con éxito. El sistema de ataque de los Jazz se articulaba a partir del pick’n’roll o “bloqueo y continuación” realizado entre el base John Stockton y el ala-pívot Karl Malone, apodado “el cartero” y elegido recientemente como MVP de la NBA por delante de Michael Jordan. Aunque los Bulls eran los favoritos, con tanta ventaja que antes del primer partido ya se grabó un mensaje pidiendo a los aficionados que se comportaran con civismo, la final de 1997 resultaría ser la más competida de las que jugaron. Se parecían aún más de lo que creían los aficionados, que consideraban a los de Utah un equipo sólido y eficiente pero un tanto aburrido sin darse cuenta de que sólo el recuerdo de los mates de Jordan y Pippen, cada vez más infrecuentes, disimulaba el hecho de que los de Chicago a estas alturas destacaban por su solidez y eficiencia. Contra lo que pudiera parecer, las dos finales consecutivas que jugaron estos equipos fueron cualquier cosa menos aburridas, ya que la durísima competitividad y el énfasis en la concentración y ejecución durante los momentos críticos las elevaron a espectáculo deportivo de primera magnitud del que podía disfrutar tanto el aficionado casual buscando highlights como el crítico purista abonado a algún tipo de pureza baloncestística. El grito de guerra de los Bulls fue más cierto que nunca: “What time is it? Game time, ho!”. Había llegado la hora de jugar.

El marcador final, un corto 84-82, podría hacer pensar en un mal partido plagado de errores, pero no fue así. Los Jazz mantuvieron controlado a Jordan lanzándole dobles y triples marcajes, controlaron el rebote defensivo y recibieron la ayuda de sus suplentes; mientras, Pippen dio muestras de estar recuperado de su lesión jugando a gran nivel, y los Bulls consiguieron negarle el centro de la pista a Stockton y hacerle perder un número sorprendentemente alto de balones.

Fue un partido muy igualado con leves ventajas para los visitantes que se resolvió en un final de infarto con algunas decisiones arbitrales un tanto rigurosas. Jordan empató el partido con un tiro libre a falta de 40 segundos, Malone bloqueó a Stockton para un último triple y, cuando el aro lo escupió, recibió la falta de Rodman luchando por el rebote casi en medio campo. En cierto sentido, esos últimos siete segundos resumieron las finales entre estos dos equipos, dándole a Karl Malone la fama de desmoronarse en los instantes decisivos y confirmando la de Michael Jordan como el mayor finalizador de partidos de la NBA moderna. Malone falló sus dos tiros libres, el segundo después de que Pippen le recordara que era domingo y “el cartero no trabaja los domingos”, y los Bulls pidieron tiempo muerto para poner en cancha a todos los tiradores de la plantilla. Todos sabían para quién iba a ser ese último tiro, pero Phil Jackson esperaba retrasar las ayudas defensivas del rival al obligarle a flotar a Kerr, Kukoc o Buechler. Para su sorpresa funcionó mejor de lo esperado, y los Jazz dejaron solo a Bryon Russell sobre Michael Jordan incluso después de recibir el balón. “Intentaba ver el dos contra uno, pero no venía. Hice un cambio de mano y él intentó el robo. Sabía que conseguiría una buena posición de tiro yéndome para la izquierda.” Russell efectivamente metió la mano, alterando su posición y obligándole a rectificar, pero no sirvió de nada. Jordan se elevó, corrigió la posición y anotó una suspensión infalible sobre la bocina desde el toro pintado en el lado izquierdo.

Michael Jordan bromeaba con los fallos finales desde el tiro libre de los dos jugadores que habían competido por el MVP, pero a menudo la diferencia se veía en el partido siguiente. Los Bulls salieron totalmente concentrados, encajonando a Stockton en defensa y circulando el balón con comodidad en ataque, y tomaron el control desde el primer minuto. Pippen tuvo una mala noche en el tiro, pero Jordan la compensó sobradamente anotando 11, 9 y 10 puntos en los tres primeros cuartos y permitiendo así que Chicago llegara a los veinte puntos de ventaja en el último cuarto. Mientras, Karl Malone supo que no iba a ser su día cuando falló dos tiros libres apenas comenzar el partido, provocando las burlas del público. Debido a la diferencia de tamaño con Rodman, Phil Jackson asignó su defensa a Luc Longley y Brian Williams, y Malone nunca llegó a encontrarse cómodo en el partido. Los Jazz maquillaron el resultado en los minutos finales, cuando a los Bulls sólo les preocupaba que Jordan consiguiera la asistencia que le faltaba para el triple-doble (un par de fallos clamorosos de Pippen lo impidieron) o ver a Dennis Rodman anotar una canasta de tres con desparpajo a falta de ocho segundos. De camino a Utah para el tercer partido se hablaba incluso de la posibilidad de una barrida, algo que los Jazz no estaban dispuestos a admitir.

Phil Jackson le echó la culpa a la altitud de Salt Lake City, al humo de la motocicleta de la mascota de los Jazz y al ruido de los fuegos artificiales durante la presentación del equipo local, pero incluso él sabía que el dramático cambio de la serie entre el segundo y el tercer partido tenía otras causas. Karl Malone había tenido que afrontar las críticas por su conformismo en Chicago, tirando de fuera en lugar de meterse al poste donde hacía más daño, y después de soportar que se hablara de Jordan como el auténtico MVP por fin había llegado la hora de responder. Malone y el pívot suplente Greg Foster aplastaron a los Bulls y abrieron una brecha antes del descanso que ya no se pudo cerrar a pesar del festival de triples de Scottie Pippen y de los puntos de Brian Williams. Los Jazz aprovecharon su ventaja reboteadora para salir en velocidad antes de que los Bulls pudieran montar su defensa, y mejoraron el marcaje sobre Michael Jordan usando a defensores más altos. Aunque seguirían rotando a casi todos sus exteriores en esa defensa, el papel principal pasó del escolta Jeff Hornacek al alero Bryon Russell, más grande y fuerte para producir un mayor desgaste.

Se considera que con el formato 2-3-2 estadísticamente el partido más importante de una eliminatoria es el cuarto, ya que suele ser donde se decide si el equipo que juega los tres encuentros seguidos en casa podrá ganarlos los tres o no. El cuarto partido de la serie fue una vuelta a los marcadores bajos y apretados, a la igualdad y la defensa, con Jordan maniatado durante muchos minutos y los Bulls sobreviviendo a base de balones robados, y lo terminó ganando quien supo ejecutar mejor sus opciones en los minutos finales. Un mate al contraataque de Michael Jordan pareció definitivo al proporcionar una ventaja de cinco puntos a los Bulls quedando dos minutos y medio, ya que su capacidad para rematar al rival en esas circunstancias era bien conocida. Sin embargo, esta vez fue John Stockton el que tomó el control con nervios de acero para encestar un triple, robar el balón y provocar una rigurosa falta de Jordan, y finalmente con la jugada conocida como “The Pass”. No hace falta más, cualquier aficionado conoce qué pase es “el pase”: último minuto, Jazz uno abajo, Stockton captura el rebote y lanza el balón a una mano a la otra punta del campo. “Si el tiempo se hubiera parado mientras el balón iba por el aire, Jerry me habría estrangulado”, declaró Stockton sobre su entrenador. El pase llegó a la mano de Karl Malone medido al centímetro para anotar la bandeja y poner a su equipo por delante, y cuando no entró el lanzamiento triple de Steve Kerr los Bulls se vieron obligados a hacer falta. Esta vez Jeff Hornacek no dejó que Scottie Pippen se acercara a Malone, y éste anotó los dos tiros libres. El triple a la desesperada de Jordan no entró, y la serie quedaba 2-2. Tiempo después se dijo que los fallos finales de los Bulls se pudieron deber al menos en parte a un error de un subalterno, que en lugar de la bebida isotónica Gatorade dio a los jugadores Gator Lode, un líquido hipercalórico utilizado para recuperarse después de jugar que cayó a plomo en sus estómagos. No es sorprendente que Jordan llegara a pensar que lo estaban envenenando.

Nunca ha quedado clara la naturaleza de la enfermedad que sufrió Michael Jordan antes del quinto partido. Parece evidente que se trataba de algún tipo de virus estomacal que le provocó náuseas, arcadas, diarrea, deshidratación y agotamiento. “Estaba asustado, no sabía qué me estaba pasando.” Inicialmente los médicos del club sospecharon de algún tipo de gripe vírica, y así ha pasado a la historia: “The Flu Game”, el partido de la gripe. Otros, como su acompañante George Koehler, sospechaban una posible intoxicación. “Pidió una pizza en un local cercano. Si no recuerdo mal era una pizza de pepperoni. Nadie comió pizza excepto Michael. A las dos o las tres de la mañana, Michael se despertó con el estómago revuelto.” Hubo quien planteó si no sería más bien el llamado “virus del golf”, que era el apodo de los enfriamientos que sufría periódicamente después de jugar demasiados hoyos en días de viento; al fin y al cabo, Dennis Rodman no había ocultado su viaje a Las Vegas para distraerse. Pero pronto se comprobó que esta vez era algo serio, tanto como para impedirle entrenar e incluso para poner en duda su participación en el encuentro que podría ponerlos al borde de la derrota definitiva. “No había dormido en más de 36 horas…pizza de pepperoni, antiácidos, somníferos, laxantes, quién sabe cuántos cafés, y Gator Lode en el cuerpo”, recordaba Koehler. “Michael debería haber ido al hospital. Pero él es como és, y es difícil comprender la intensidad de su fuerza de voluntad.”

Los Jazz no dejaron escapar la oportunidad y se escaparon en los primeros minutos con un amenazador 23-9. Jordan jugaba a rachas, alternando fases de desaparición con momentos de brillantez, y era Scottie Pippen el que tenía que sostener con regularidad al equipo en las dos canastas. Michael Jordan anotó 17 puntos en el segundo cuarto para impedir que los Jazz rompieran el partido, pero en el descanso se encontraba tan débil que le pidió a Phil Jackson que lo usara esporádicamente. Sin embargo, en las finales se aplica el dicho de que si puedes andar entonces puedes jugar, y con los Bulls al límite Jackson apenas pudo darle descanso. Después de otro cuarto desaparecido, Jordan reaccionó con 15 puntos rematados por un triple en el último minuto con el partido empatado. Aguantaba de pie como un boxeador sonado que se niega a besar la lona, y la imagen de la final no fue una canasta espectacular sino un jugador enfermo al que llevaban abrazado al banquillo. “Ni siquiera me di cuenta de si entró el triple o no. Apenas me tenía en pie.”

De vuelta en Chicago con dos “bolas de set”, los jugadores pidieron a Phil Jackson que se olvidara de vídeos y les dejara ver la película que había elegido como tema para la final: “Silverado”. Igual que el film, el sexto partido se dirigió de forma inexorable hacia un desenlace dramático, después de más defensa, más rebotes de los Bulls, más angustias desde el tiro libre para Karl Malone y una remontada de los locales gracias a que el rookie Shandon Anderson falló un par de canastas de ésas que no se pueden fallar. Quedaba medio minuto, un punto abajo y balón para Chicago. “Steve lo había pasado mal desde el cuarto partido, cuando falló un triple al final y se metió en su dormitorio. Él no sabe que su mujer me contó que se pasó horas con la cabeza enterrada en la almohada porque pensaba que nos había fallado.” Era el final de la metamorfosis, un Michael Jordan que ya no necesitaba que nadie le dijera quién estaba solo para tirar, y que incluso sabía reconocer el estado anímico de un compañero y aprovecharlo para ganar. Steve Kerr estaba muy lejos del nivel de juego de Jordan, pero a su manera también se definía por su aportación al equipo, y como tirador los fallos carcomían su propia identidad. Kerr necesitaba redimirse, y en 1997 Jordan era capaz de verlo y de entender que el equipo podía usar esa necesidad para triunfar. “Todo el mundo en el pabellón, todos los espectadores por televisión, sabían que el balón sería para mí. Miré a Steve Kerr y le dije ‘ésta va a ser tu oportunidad’.” Al final del tiempo muerto, después de que Phil Jackson hubiera diseñado la jugada, Michael Jordan se volvió hacia Kerr: “Stockton va a flotarte y vendrá a la ayuda”. “Cuando salga a la ayuda”, respondió Steve Kerr, “estaré preparado”. Como en el final de una película, Michael Jordan recibió en el lado izquierdo frente a Bryon Russell, Stockton vino a la ayuda y Hornacek tuvo que intentar cubrir a Kukoc en la esquina y a Kerr en el centro. Kerr se deslizó hacia el tiro libre, recibió el pase de vuelta y anotó la canasta que ponía fin a todas las comparaciones negativas con John Paxson. Luego Pippen robó el último balón y Kukoc cerró con un mate, pero el título del 97 quedaría vinculado con la canasta de Steve Kerr a pase de Jordan.

El propio Kerr lo reconoció durante la celebración del título: “Cuando pedimos tiempo muerto a falta de 25 segundos, Phil le dijo a Michael ‘quiero que hagas el último tiro’, y Michael contestó ‘no me siento cómodo en estas situaciones, mejor usemos otra alternativa’. Y yo pensé, bueno, otra vez que tengo que salvarle el culo a Michael”. Michael Jordan, recuperado del enfado que sufrió cuando descubrió que durante el último partido alguien había entrado en el vestuario y le había robado $100.000 en joyas (incluida su alianza de boda) prefirió enviar un mensaje: “Tenemos derecho a defender lo que hemos conquistado”.