En el verano de 1982, ABAUSA (la entidad responsable de la gestión de las selecciones estadounidenses de baloncesto) apenas podía dar abasto. Además
de la selección nacional que podríamos denominar senior, es decir, que acudía a competiciones oficiales, dicho organismo también se ocupaba de una serie de equipos que asistían a diferentes torneos internacionales. Esos equipos, denominados Select Teams para diferenciarlos, tenían una naturaleza semioficial, ya que eran seleccionados por ABAUSA pero sólo acudían a torneos amistosos normalmente por invitación.
En 1982 había no menos de tres equipos (masculinos, más otros tantos femeninos) circulando por el globo casi simultáneamente. Estaba la selección nacional que iba a acudir al Mundial oficial de la FIBA en Colombia; también se había enviado a un equipo para participar en la Copa William R. Jones en Taiwán; finalmente, un tercero había sido invitado a los actos en conmemoración del 50 aniversario de la FIBA para jugar contra una selección europea. Además, los calendarios respectivos no se limitaban a esos partidos, sino que antes del Mundial la selección iba a participar en un cuadrangular en la Feria Mundial de Knoxville, el equipo de la Copa William Jones acudiría después a un torneo en Seúl, y el combinado que se enfrentaría a la selección europea jugaría después contra Yugoslavia. Como se puede imaginar, no era fácil encontrar jugadores suficientes para todos esos partidos, especialmente porque muchas estrellas universitarias no tenían interés en acudir a torneos no demasiado prestigiosos. El entrenador C.M. Newton de Vanderbilt iba a dirigir al equipo que viajaría a Europa, del que formaban parte algunos jugadores que acudirían al Mundial, como Jeff Turner o Earl Jones, que jugó en el Joventut años después. Sus mayores estrellas eran, sin embargo, Michael Jordan de North Carolina y David Russell de St. John’s.
Si “Buzz” Peterson había representado lo que Jordan quería llegar a ser, se puede decir que Russell representaba lo fácil que era que un jugador así terminara encasillado. David Russell, que curiosamente había nacido en Carolina del Norte pero se había criado en Nueva York, era un muy buen jugador que como segundo espada de Chris Mullin convertía a su universidad en número uno del ranquin, pero sus limitaciones le impedirían dar el salto a la NBA. Al igual que Jordan, se trataba de un alero de dos metros dotado de una capacidad atlética sobresaliente que lo convertía en un gran finalizador alrededor del aro; pero a diferencia de Jordan, no consiguió desarrollar un tiro exterior fiable ni un manejo de balón que le permitiera jugar en el perímetro. Exhibió su calidad en Estudiantes como uno de los primeros mitos de la ACB, pero sus intentos en las ligas de verano de los Knicks nunca fructificaron. Michael Jordan ya estaba por encima de Russell como jugador, pero el peligro de limitarse a un estilo de juego que no podría aplicar en profesionales era muy real.
La gira comenzó con dos partidos contra una selección europea entrenada por Antonio Díaz-Miguel y en la que participaron jugadores de primer nivel: Epi, Corbalán y De la Cruz de España, Dalipagic y Jerkov de Yugoslavia, Tkachenko y Myshkin de la URSS, Marzorati de Italia, Berkowitz de Israel y Kropilak de Checoslovaquia. La selección europea se apuntó dos victorias holgadas, la primera el 18 de junio en Ginebra por 111-92 y la segunda el 20 de junio en Budapest por 103-88. El desarrollo de los dos partidos fue similar, con un combinado estadounidense que ofreció su mejor cara en las primeras mitades pero que tras el descanso terminó viniéndose abajo (especialmente en el segundo encuentro, en el que llegaron a ir perdiendo por 26 puntos). Destacaron como anotadores Dalipagic, Myshkin, Berkowitz y Epi. Aunque Díaz-Miguel en Mi Baloncesto hace hincapié en la inexperiencia y poca coordinación del joven equipo americano, es probable que la carencia de pívots de calidad también les pasara factura. Russell y Jones aportaron anotación interior, pero el equipo no consiguió dominar el rebote ni tampoco frenar a Tkachenko, un defecto que también sufriría la selección mundialista un par de meses después. Michael Jordan fue el mejor jugador de su equipo en palabras de Díaz-Miguel, y obligó a buscar cambios de defensa que pudieran frenarlo. Aun así, anotó de manera consistente unos 20 puntos cada partido a pesar de las constantes rotaciones, y mostró un tiro exterior muy mejorado. La primera experiencia de Jordan en su selección, y su primer viaje a Europa, se completaron con una gira por Yugoslavia, durante la cual se enfrentaron tres veces con esa selección nacional. Fueron partidos más competidos, en los que el equipo estadounidense logró dos victorias frente a una derrota, siempre con Jordan en sus números. Pero quizás el incidente más memorable se produjo en el primer encuentro, que ganaron por 92-90: un joven base de la universidad de Notre Dame recibió el último balón y anotó el tiro decisivo con total sangre fría. Se llamaba John Paxson, y hubo quien lo guardó en la memoria.
La mejora en el tiro exterior era sólo uno de los aspectos que Michael Jordan se esforzó en trabajar durante ese verano. Dean Smith no tenía intención de que su titularidad como freshman se quedara en simple anécdota, sino que debía suponer el primer paso hacia el estrellato. James Worthy había dejado el equipo para dar el salto a la NBA, así que quedaba disponible una plaza de estrella. Al terminar el curso anterior, el entrenador Smith había hecho que Jordan viera un montaje con errores defensivos cometidos durante la temporada. “Michael, ¿te das cuenta de lo bueno que podrías llegar a ser en defensa?” Como deberes para el verano le pusieron el tiro de tres (la ACC iba a experimentar con el triple a una distancia de sólo 5,80 metros), el bote con la mano izquierda y la defensa. Cuando volvió ese otoño, Dean Smith hizo una lista: “Defensa, confianza, rebote, posición, pase, manejo de balón”. Eran los aspectos del juego en los que mostraba una mejora significativa. “No estábamos preparados para el salto exponencial que dio.” Como todos los años, antes del comienzo de la pretemporada se jugaban esos tradicionales partidillos con antiguos jugadores del equipo, y ahí Michael Jordan mostró un marcado cambio de actitud. Esa tendencia de la temporada anterior a desaparecer durante fases enteras de juego había desaparecido por completo, y se había convertido en una presencia constante durante todos sus minutos en cancha. Jordan dominó los partidos de cabo a rabo a pesar de que muchos de sus rivales venían de la NBA, y manifestaba una fe absoluta en sus posibilidades. Creía que podía ganar siempre, con independencia de quién tuviera delante, y con frecuencia así era. Billy Cunningham, una de las primeras estrellas de la universidad y entonces entrenador de los Philadelphia 76ers, se atrevió a la herejía: “Va a ser el mejor jugador que haya pasado por Carolina”. Dean Smith reaccionó inmediatamente: “¡No! ¡Hemos tenido muchos grandes jugadores, y Michael es uno de ellos, nada más!” Como postura pedagógica era impecable, pero no convenció a sus interlocutores y, posiblemente, ni siquiera al propio Smith.
La pretemporada empezaba todos los años con una serie de pruebas físicas generales, entre las que destacaba la carrera de 40 yardas. En su primera temporada en la universidad, Michael Jordan marcó un tiempo de 4:55. Era una buena marca, pero quedó tercero por detrás de James Worthy y de “Buzz” Peterson. Perder contra Worthy (siempre el más rápido, a pesar de su estatura) era una cosa, perder contra Peterson otra muy diferente. Durante todo el curso tuvo que soportar que su compañero de cuarto le recordara el resultado de la carrera cada vez que Jordan presumía de su éxito deportivo, y había llegado la hora de terminar con ello. El 15 de octubre de 1982, Michael Jordan mejoró su marca hasta un 4:39, la mejor del equipo. También había vuelto a crecer hasta alcanzar su altura definitiva de 1,98 m (oficial; descalzo es 1,95), y se podía ver en sus hombros que había añadido más de 5 kg de músculo. Pero fue en los ejercicios con balón en los que Jordan mostró el alcance real de su progreso, y también que se había convertido en la parte del baloncesto que más le llenaba, por encima incluso de los partidos. En su primer año, Roy Williams había pasado infinidad de horas con él haciendo ejercicios individuales, hasta que el jugador terminó harto. Era sin discusión el mejor de los freshmen, y su recompensa era más trabajo. Cuando Williams le exigió aún más esfuerzo, Jordan le respondió que estaba trabajando tanto como los demás (que evidentemente lo necesitaban más que él, aunque no lo dijera). “Pero Michael, eres tú el que ha dicho que quieres ser el mejor. Si quieres ser el mejor, tienes que trabajar más duro que todos los demás.” Jordan guardó silencio durante un momento. “Entrenador, lo he comprendido. Ya lo verá. Fíjese.” No volvió a plantearse ese problema, ni apareció en ningún momento del futuro.
En North Carolina Jordan desarrolló esa pasión por los entrenamientos que le acompañaría toda su carrera. Dean Smith organizaba su trabajo de manera meticulosa, ya que consideraba que durante ese tiempo los jugadores le pertenecían y por tanto era necesario aprovecharlo al máximo. Además de aspectos disciplinarios y morales, como sancionar a los compañeros y no al jugador que recibiera una técnica, o la prohibición absoluta de usar palabrotas, Smith hacía hincapié en la planificación de cada momento y en su ejecución. Las normas, los conceptos y el programa de actividades debían ser explícitos, y se esperaba que todos los jugadores lo conocieran y lo siguieran al pie de la letra, no sólo para inculcar un sentido de la disciplina sino también para que fueran conscientes en todo momento del proceso del que formaban parte. Durante cada ejercicio había un team manager en la banda indicando cuántos minutos faltaban para cambiar al siguiente; sumado a los escenarios de finales de partido, servían para que los jugadores sintieran que el futuro no les guardaba ninguna sorpresa, que lo que iba a suceder ya había sido organizado y explicado por los entrenadores. Pero también había hueco para la espontaneidad de los jugadores, como el “ejercicio de explosividad”: un uno contra uno en el que el atacante recibía el balón a media pista y encaraba al defensor. Jordan adquirió la costumbre de ir a la pizarra al terminar los entrenamientos, y escribir una lista de rivales con el número de mates que le había clavado a cada uno.
Esta competitividad agresiva no era precisamente una novedad. Si este año el base Steve Hale se sorprendió al ver a la estrella del equipo tirarse por el suelo a pelear un balón suelto con un freshman, el año anterior había sido el veterano Jimmy Black el que se había sorprendido al encontrarse a un novato enzarzado en idéntica situación con un senior. Lo cierto era que en la primera temporada Michael Jordan iba a por todas igual que en la segunda, y muy probablemente igual que había disputado su primer balón con Larry años atrás. Dean Smith empezó a aprovechar ese rasgo de Jordan para motivarlo en los entrenamientos, poniendo sistemáticamente a Jordan a jugar con los suplentes contra los titulares como desafío. Pero esa competitividad parecía ir en aumento, y empezó a hacerse evidente en aspectos cotidianos alejados del baloncesto, como cualquier tipo de juego o competición. A finales del año 2007 un periodista le recordó a Jordan la anécdota de que en el año 1982 el entrenador Roy Williams le había ganado una partida al billar, lo que había provocado que el jugador abandonara el local de mala manera protestando de que la mesa no era reglamentaria; a pesar de haber transcurrido ya 25 años, Michael Jordan no pudo evitar repetir varias veces durante la entrevista que posteriormente había mejorado mucho y que había conseguido derrotar a Williams varias veces jugando al billar. Uno de los incidentes más notables tuvo lugar durante una vulgar partida de Monopoly en su primer año: Peterson iba ganando y, cuando se hizo imposible remontar, Jordan tuvo un arranque de furia durante el cual revoleó el tablero, las fichas y el dinero de juguete por la habitación, y terminó marchándose de un portazo. Esa noche se quedó a dormir en el cuarto de su hermana Roslyn, ya que cuando se enfrió, la vergüenza no le permitió volver a la habitación que compartía con “Buzz” Peterson: “No era capaz ni de mirarle a la cara”.
North Carolina iba a necesitar toda la competitividad y capacidad de mejora de Michael Jordan. Aunque como vigentes campeones eran los grandes favoritos para la temporada 1982-83, el equipo había perdido su mejor jugada: “puño cuatro”, balón interior de Jimmy Black a James Worthy. El primero había completado sus cuatro años en universidad y el segundo había dado el salto a la NBA como número uno del draft, y no estaba del todo claro cómo se iba a sustituirlos. El puesto de base no planteaba en teoría demasiados problemas, con un Jim Braddock listo para saltar a la titularidad y “Buzz” Peterson asentado en el equipo, pero completar un juego interior de garantías era otro cantar. La gran incorporación al equipo de este año era Brad Daugherty, un pívot de calidad al que habían seguido desde que tenía 16 años y que permitiría por fin a los Tar Heels tener un “siete pies” que oponer a los Sampson, Olajuwon o Ewing; pero Daugherty estaba muy verde incluso para lo normal en un freshman, y procedía de un pequeño instituto con el que no se había enfrentado a rivales de entidad. Dean Smith temía que forzarlo a dar el salto directamente a la titularidad en una conferencia tan dura como la ACC podría ser contraproducente para un jugador cuya resistencia física y mental aún no se había puesto a prueba. De manera temporal se decidió apostar por el smallball, es decir, un quinteto titular pequeño formado por Braddock, Peterson, Jordan, Doherty y Perkins. Nominalmente, Matt Doherty sería el ala-pívot ya que era el alero más alto, pero en la práctica se contaba con la ayuda de Michael Jordan en el rebote y la anotación interior mientras se iba introduciendo a Brad Daugherty poco a poco.
Una temporada de transición suponía demasiados cambios para un equipo basado en la ejecución precisa del juego colectivo, especialmente cuando ya tenía que adaptarse al nuevo reloj de posesión (que para mayor confusión se aplicaba sólo en los partidos de la ACC, y no contra otros equipos). Para colmo, Michael Jordan se rompió la muñeca izquierda en un entrenamiento a finales de octubre, y tuvo que llevar una escayola durante varias semanas. Los Tar Heels empezaron aún peor de lo que anticipaban las peores predicciones, y a punto estuvieron de encadenar tres derrotas consecutivas. El primer partido fue el 20 de noviembre en Springfield, nada menos que el “Tip Off Classic” a beneficio del Hall of Fame. El rival era la Universidad de St. John’s de Chris Mullin, que ofrecía el aliciente de ver el reencuentro de Jordan con David Russell (y con su futuro compañero Bill Wennington). Antes de comenzar, un periodista le dijo a Mullin que iban a empezar la temporada con un partido especialmente difícil. “Bueno, contestó el jugador, ellos también”. No le faltaba razón, y North Carolina pudo comprobarlo a lo largo de un partido muy competido, de ventajas mínimas y constantes alternancias, que no se decidió hasta la prórroga. Michael Jordan anotó 25 puntos y dejó algunas acciones memorables, como un robo de balón en medio campo a Chris Mullin culminado con un mate, pero sus fallos en el tiro libre (quizá como consecuencia de la escayola) fueron decisivos con un marcador tan ajustado. Fue Russell el que dominó la recta final del partido, primero con un espectacular costa a costa a falta de quince segundos que prácticamente forzó la prórroga, y luego anotando en el tiempo extra para darle la victoria a St. John’s por 78-66.
Una semana después salieron derrotados de Missouri, y a punto estuvieron de perder también en su debut en casa. A priori, la Universidad de Tulane de Paul Thompson no era rival peligroso, pero a falta de cuatro segundos North Carolina iba dos puntos abajo cuando le señalaron a Michael Jordan personal en ataque por empujar a su defensor. Dean Smith pidió tiempo muerto mientras los jugadores de Tulane se abrazaban celebrando la victoria. En palabras de Peterson: “El entrenador Smith sacó papel y lápiz. Me dijo: ‘Buzz, tú tienes que ir para allá; Michael, tú aquí; Matt (Doherty), tú allá.’ Dibujó un montón de líneas que iban para todas partes. Yo pensaba: ‘Vaya, entiendo lo que se supone que tengo que hacer yo, pero fíjate en todas esas líneas.’ Salimos del tiempo muerto y le pregunté a Matt: ‘¿Sabes qué es lo que se supone que tienes que hacer?’ Me dijo que sí, y yo pensé: ‘Bueno, si cada uno de nosotros sabe lo que tiene que hacer, supongo que lo conseguiremos.’ Lo único que recuerdo es que yo me concentré en negarle el pase a mi defendido, y cuando sacaron el balón pasó sobre mi cabeza. Me di la vuelta, y ahí estaba Michael haciendo el tiro. Y pum, a la prórroga”. Doherty y Peterson negaron el pase, el saque de fondo quedó corto, Jordan robó el balón y anotó un tiro de siete metros a la media vuelta que forzó la prórroga. La primera, en realidad, porque aún necesitaron tres prórrogas para anotarse la victoria y evitar ponerse 0-3 en la temporada. Cuatro días después, North Carolina venció a LSU, pero para ello tuvo que remontar un parcial de 21-9 al descanso. “Es la mitad de partido más bochornosa que hemos hecho en mis 21 años al frente del equipo”, declaró Dean Smith.
“Nos acostumbramos a perder”, diría Jordan. “Lo odiaba. Empiezas a hacerte preguntas, como cuándo terminarán las derrotas.” Tenían problemas. Con suerte, algunos serían temporales, como las carencias del juego interior. Brad Daugherty estaba progresando a ojos vista, y a mitad de temporada era ya el pívot titular junto a Sam Perkins (con lo que “Buzz” Peterson volvió al banquillo). Otros eran más preocupantes, como el rendimiento en el puesto de base donde Jim Braddock no lograba hacer olvidar a su predecesor. El equipo no mostraba la fluidez en ataque ni la precisión que aportaba Jimmy Black, y sus problemas en la dirección hicieron que Braddock perdiera incluso la confianza en el tiro, que había sido una de sus grandes virtudes. Pero algunos defectos eran atribuibles directamente a Michael Jordan. La mejora exponencial de varios aspectos esenciales de su juego hacía olvidar que en realidad aún se encontraba muy por detrás de lo esperado en un jugador que era ya una de las estrellas de la liga universitaria. Es cierto que había dejado de ser un riesgo en la circulación de balón y que ahora se sentía tan cómodo en el perímetro que se produjo un cierto debate en los medios sobre si los pasos de salida que le señalaban eran una violación o sólo un producto de su velocidad, pero su capacidad de bote y pase no había alcanzado a sus compañeros de backcourt y le hacía cometer demasiadas personales en ataque. Una de sus grandes mejoras se había producido en defensa, y se hicieron habituales sus tapones en la ayuda y los robos de balón al base rival. Los entrenadores le concedieron una docena veces el título honorífico de “mejor defensor del partido”, pero su búsqueda constante del “dos contra uno” y del corte de las líneas de pase provocaba en ocasiones desequilibrios en su propio equipo. Incluso su renovado tiro exterior tenía un aspecto negativo, ya que sumado a la introducción de la línea de tres, a su lesión inicial y a la notable repercusión de la canasta de la final del año anterior, trajo como resultado lo que el propio Jordan describiría como “enamoramiento” del tiro de tres, extensible a todo el equipo.
Claro que no resultaba fácil hacer objeciones al juego ofensivo de Michael Jordan cuando estaba haciendo unos números impresionantes. Años después se puso de moda un chascarrillo molesto según el cual el único capaz de dejar a Jordan en menos de 20 puntos era Dean Smith, ya que su promedio de anotación oficial en esta temporada estuvo unas décimas por debajo de esa cifra. “Mucha gente me dice que Dean Smith me dejó en menos de 20 puntos por partido. Dean Smith me aportó el conocimiento que me permitiría anotar 37 puntos por partido [en la NBA], y eso es algo que la gente no entiende.” El propio entrenador iba más allá y negaba la mayor, señalando que las estadísticas oficiales no incluían los puntos extras de los triples y que con ellos el promedio quedaba algunas centésimas por encima de los veinte puntos. En cualquier caso, sus cifras de anotación servían para disimular las carencias del equipo y por tanto no resultaban fáciles de criticar. North Carolina encadenó una serie ininterrumpida de victorias durante los dos meses siguientes hasta volver al n° 1 del ranquin, un éxito algo engañoso debido a la poca entidad de algunos de sus oponentes. Mientras el equipo siguiera ganando pocos iban a prestar atención a las señales de alarma, como cuando necesitó de una actuación superlativa de Michael Jordan (27 puntos, siete en el último minuto) para vencer a un rival inferior como la pequeña Universidad de Tennessee–Chattanooga liderada por Gerald Wilkins.
La temporada de la ACC empezó con otra victoria apurada, un partido en casa contra Maryland decidido en la última jugada cuando el entrenador “Lefty” Driesell puso en cancha a su hijo para que se jugara el último tiro. “Chukie” Driesell, que no había jugado ni un minuto, intentó una bandeja que Michael Jordan taponó de manera espectacular con la ayuda de Sam Perkins. “Me parece bien que un padre tenga confianza en su hijo, pero tanta…”, comentó Smith tras el partido. North Carolina parecía haber enderezado el rumbo después de vencer con autoridad a Virginia y encadenar siete victorias en la ACC, pero los signos preocupantes no terminaban de desaparecer. En casa contra la Georgia Tech de Mark Price no se pudo asegurar la victoria hasta el último minuto, a pesar de que los visitantes llegaban con la baja por lesión de John Salley, su gran bastión interior. Entonces llegó el partido de vuelta contra Virginia el 10 de febrero, quizás el punto más alto de la temporada.
Los Cavaliers aplicaron una buena defensa sobre Jordan y Perkins para terminar la primera parte igualados, y empezaron la segunda con un parcial de 11-0. A falta de nueve minutos Virginia dominaba en el marcador por 42-58 y el partido parecía decidido, pero una racha de 7-0 entre Jordan y un renacido Braddock volvió a meter a North Carolina en el partido. Virginia aún iba por delante 53-63, pero no volvería a anotar ni un punto. En el último minuto Michael Jordan decidió el partido, primero palmeando un triple fallado de Braddock y luego robando el balón al base Rick Carlisle para el mate que supuso el definitivo 64-63 y que provocó una vez más el delirio en la grada. Al día siguiente, Dean Smith lo llamó a su despacho y le reprendió por no haber asegurado la bandeja en vez de arriesgar con el mate; Jordan le respondió: “Entrenador, no tenía previsto fallar.” Fue una remontada épica de las que hacen afición, pero que también oscurecía el hecho primero de que Virginia había tomado una ventaja casi decisiva sin necesidad de una gran actuación de Ralph Sampson.
Las malas noticias no esperaron siquiera al final del partido. Un minuto antes del descanso Othell Wilson salió al contraataque, enfilando el aro defendido por “Buzz” Peterson y Steve Hale. Éste se plantó en la zona para forzar la falta en ataque, y Wilson intentó frenarse y tirar por encima del defensor evitando la personal. Esa hazaña atlética estaba fuera de sus posibilidades, más aún cuando Michael Jordan llegó por detrás y le colocó un espectacular tapón. El base de Virginia arrastró al defensor en su caída como si fueran bolos en una bolera, con tan mala fortuna que Steve Hale cayó sobre la pierna derecha de “Buzz” Peterson. Algunos aficionados recordarán una imagen parecida en la liga española, cuando Biriukov cayó encima de Romay con resultados similares. Peterson sufrió la rotura de los ligamentos de la rodilla, se perdió el resto de la temporada y virtualmente puso fin a su carrera como jugador. Con el tiempo, sin embargo, Michael Jordan llegó a pensar que el efecto más negativo de esta lesión en su amigo no había sido físico sino mental. Durante sus dos primeras temporadas universitarias, la rivalidad con “Buzz” Peterson había sido uno de sus grandes alicientes para mejorar, igual que antes lo fuera con su hermano Larry. Pero incluso cuando “Buzz” se recuperó de su lesión, esa competitividad no volvió: “Te falta algo”, le dijo Jordan. “Siento que si te diera con el puño en el lugar donde está tu corazón, saldría por la espalda.” Es posible que fuera un miedo residual a volver a romperse, o quizás fuera la excusa ideal para aceptar de manera subconsciente que no podría alcanzar el nivel de Jordan, pero lo cierto es que Peterson estaba acabado como jugador relevante.
En cualquier caso, a la baja de “Buzz” Peterson hubo que sumar la lesión de Brad Daugherty, que se rompió un hueso del pie y tuvo que jugar sensiblemente disminuido durante la recta final de la temporada. North Carolina perdió los tres partidos siguientes, y aunque volvió a levantar cabeza y terminó la liga regular en primer puesto después de apalizar a Duke, las sensaciones no eran tan buenas como la temporada anterior. En semifinales del torneo de la ACC llegó la primera decepción: Jordan volvió a cargarse de faltas y fueron eliminados por North Carolina St. en un partido que tenían ganado. Iban 80-74 a dos minutos del final de la prórroga, y Dean Smith ordenó hacer faltas para evitar encajar triples. Pero NC State anotó los tiros libres, los Tar Heels fueron incapaces de encestar ni un tiro y encajaron un parcial de 4-11 que les costó el partido. Aun así se clasificaron para el torneo de la NCAA, donde volvieron a encontrarse con la Universidad de James Madison (a la que esta vez derrotaron con holgura) y llegaron a la final regional contra Georgia.
Este partido se vio mediatizado por unas muy desafortunadas declaraciones de Sam Perkins, que ante las preguntas de los periodistas reconoció no saber nada del rival ni de la conferencia a la que pertenecía. Sólo el legendario despiste de Perkins podía explicar semejante olvido, ya que los aficionados de North Carolina recordaban perfectamente que uno de los partidos más competidos de la temporada anterior había sido contra los Bulldogs de Georgia, resuelto en el último minuto después de un espectacular mano a mano entre James Worthy y la estrella rival, Dominique Wilkins (que, en una curiosa acumulación de circunstancias, resultaba ser un acrobático alero nacido fuera pero criado en Carolina del Norte, e hijo de un militar de la fuerza aérea; no está mal como coincidencia). Wilkins había dado el salto a la NBA, y sin él se suponía que Georgia no tenía suficiente potencial como para acceder a la que sería primera Final Four de su historia, pero venía de dar la campanada al eliminar a la Universidad de St. John’s, que a priori era una de las favoritas. Michael Jordan intentó limitar los daños declarando a periodistas y rivales que él sí tenía constancia de la adscripción de Georgia y de quiénes eran sus mejores jugadores, pero ya era demasiado tarde: los Bulldogs utilizaron las declaraciones de Perkins como motivación añadida, y liderados por el base Vern Fleming eliminaron a los Tar Heels. La derrota rozó la humillación al llegar a los 15 puntos de diferencia a falta de minuto y medio, antes de que una remontada final maquillara el resultado hasta el definitivo 77-82.
A pesar de que la eliminación no era una sorpresa completa después de una temporada tan irregular, el hecho de haber sido derrotados por un rival inferior levantó ampollas en el equipo. De vuelta a Chapel Hill, Dean Smith recordó a los jugadores que había llegado el momento de centrarse en los estudios (el año anterior ni siquiera el campeonato impidió que al día siguiente los entrenadores fueran por los dormitorios levantando a los jugadores para que llegaran puntuales a clase). Michael Jordan le pidió a Roy Williams unos días de descanso, pero por la tarde se lo encontró de nuevo en la cancha con el balón: “No puedo permitirme parar, entrenador”. Jordan había sido incluido en los quintetos all-american (es decir, miembro del equipo ideal) de las dos agencias de prensa de EE.UU. “No hemos ganado, así que tengo que seguir trabajando.” La revista The Sporting News le había nombrado mejor jugador universitario del año. “Tengo que mejorar.”
Desde luego, Michael Jordan parecía refrendar la tesis de que el cansancio es un estado mental. Durante sus tres años en North Carolina no paró ni en invierno ni en verano, encadenando la competición universitaria con sus participaciones en la selección nacional estadounidense. Si el año anterior había acudido a la celebración del aniversario de la FIBA, ahora llegaba el turno de los IX Juegos Panamericanos celebrados en Venezuela. El objetivo último de ABAUSA era llevar a cabo una preparación tan cuidadosa como fuera posible para encarar los Juegos Olímpicos de 1984 con las mayores garantías de que la selección de EE.UU. haría el papel que cabía esperar de los anfitriones. Para ello, a finales de mayo de 1983 se convocó una preselección en Colorado Springs, de donde saldrían los equipos nacionales que acudirían a los Panamericanos y a la Universiadad de ese año. La idea era usar a esos equipos como ensayos, y probar a la posible base de la futura selección olímpica. Además, era bien sabido que el comité olímpico no se olvidaría de los jugadores que habían sacrificado sus veranos en competiciones menores. Michael Jordan coincidió en Colorado con antiguos rivales como Pat Ewing, y fue allí donde conoció a cierto alero bocazas de la Universidad de Auburn llamado Charles Barkley. Después de una semana de entrenamientos se anunciaron los equipos seleccionados, y Jordan quedó encuadrado junto con Ewing en la selección para los panamericanos, que era una especie de “selección A”. Barkley, en cambio, quedó relegado al equipo que acudiría a la Universiada, considerado como más débil.
Estados Unidos acudía como gran favorito, pero el seleccionador, Jack Hartman de Kansas State, no las tenía todas consigo. En julio, la selección estadounidense de la Universiada había sido objeto de fuertes críticas después de quedar relegada a la medalla de bronce, y en agosto el equipo nacional acudía a los Pan-Ams seriamente debilitado debido a la renuncia de Pat Ewing, a la lesión de Chris Mullin y a la ausencia de Michael Cage por problemas familiares (aún pudo ser peor, si el golpe que sufrió Mark Price contra Argentina le hubiese dislocado la mandíbula como se temió en un primer momento). El público venezolano demostraba con su hostilidad que no habían olvidado los incidentes protagonizados cuatro años antes por Bobby Knight, futuro seleccionador olímpico, y el desarrollo de la primera fase no invitaba precisamente a la tranquilidad. En el partido inaugural, México desbarató la defensa individual estadounidense y tomó una ventaja de 20-4 antes de que EE.UU. remontara gracias a la zona. Contra Brasil fueron perdiendo todo el partido, hasta que Jordan se echó el equipo a las espaldas y anotó 19 de los últimos 27 puntos para ganar por un apurado 72-69. Después de cerrar esta primera fase con otra victoria apurada sobre los locales, las críticas ya arreciaban. EE.UU. había vuelto a enviar a una selección de segunda fila, igual que a la Universiada; tres victorias, pero ninguna cómoda. “La gente tiene que hacerse a la idea de que esos días se han terminado”, contestaba el seleccionador. Y quedaba la fase final.
El perímetro funcionaba, pero el juego interior no ofrecía el mismo rendimiento, y para colmo Hartman tenía que afrontar la aparente pasividad de Sam Perkins. Michael Jordan tranquilizó al entrenador asegurándole que esa actitud era engañosa, y tenía razón. Spam & Michel (apodo que recibieron Perkins y Jordan debido a una errata en la publicación oficial) eran los dos bastiones de la selección, el primero gracias a su regularidad y el segundo con sus acciones espectaculares y sus estallidos anotadores, y con la colaboración de Wayman Tisdale la selección de EE.UU. fue elevando su nivel de juego. Vencieron con holgura a Canadá, otra de las selecciones favoritas, en un extraño partido plagado de confusiones y errores de los árbitros y cronometradores, y luego otra vez a México y a Argentina. Otra victoria sobre Brasil aseguró el oro, y la selección cerró el torneo imbatida con un partido intrascendente contra Puerto Rico.
Michael Jordan disfrutó plenamente de la experiencia y declaró que este viaje le había influido a la hora de elegir especialidad académica: como muchos otros grandes baloncestistas, Jordan estudió la carrera de Geografía. Parece una decisión lógica, ya que en octubre estaba otra vez fuera del país, en una gira por Grecia del equipo de North Carolina. Pero esos viajes no eran nada comparados con el que le esperaba, el salto a la NBA.