Washington, 2000-03

For the Love of the Game

 

Michael Jordan anunció oficialmente su segunda retirada el miércoles 13 de enero de 1999. El camino a la final del 98 había hecho especular a las “fuerzas vivas” de los Bulls en voz alta sobre la posibilidad de seguir un año más. Jerry Krause había redescubierto a Scottie Pippen cuando le vio soportar el dolor sobre una camilla para volver a la pista y el propio Phil Jackson admitió dudas a pesar de haber elegido para la final la película El abogado del diablo, en referencia al vicepresidente de los Bulls. Pero ya era demasiado tarde, como revelaba la frase que pronunció Krause justo después de la victoria: “Jerry y yo lo hemos conseguido por sexta vez”. El cierre patronal de la NBA, que comenzó a los pocos días, fue lo único que retrasó el anuncio de la retirada. A pesar de que el conflicto era mucho más serio que el de 1995, Michael Jordan ocupó un papel secundario y ni siquiera acudió al partido organizado por David Falk en nombre de los jugadores. Quizá no quería socavar la posición de Pat Ewing como presidente del sindicato, pero lo cierto es que se limitó a asistir a un par de reuniones y a mantener abierta la posibilidad de seguir jugando como baza negociadora.

El lunes 4 de enero de 1999 Jerry Reinsdorf había intentado en vano ponerse en contacto con él, de vacaciones en las Bahamas, en un último intento de convencerle para jugar una temporada más ahora que parecía estar cerca un acuerdo con el sindicato. Reinsdorf no logró localizarlo ni siquiera a través de David Falk y eso le hizo sospechar que podría estar evitándolo, y aunque sí logró hablar con Phil Jackson éste no quiso considerar su oferta. El 6 de enero la NBA y el sindicato de jugadores alcanzaron un acuerdo para poner fin al cierre patronal e iniciar inmediatamente la temporada, y dicho acuerdo estipulaba que los equipos no podrían ponerse en contacto con los jugadores ni sus agentes antes del viernes 8 de enero. Al fin, el 11 de enero a mediodía Michael Jordan le anunció a Reinsdorf sus intenciones, y a continuación se las comunicó al comisionado David Stern. El día 13 Jordan lo hizo oficial en una rueda de prensa celebrada en el United Center. “Bueno, aquí estamos haciendo lo mismo por segunda vez”, comenzó. Su despedida en 1999 tuvo poco que ver con la de 1993, había desaparecido el rencor y la agresividad hacia la prensa, el dolor y la ira. “Estoy aquí para anunciar mi retirada del baloncesto. No habrá otro anuncio sobre béisbol ni nada parecido”. Su tono era reflexivo, más propio del fin de una etapa. “He jugado lo mejor que he podido. He intentado aportar al juego. He intentado ser el mejor jugador de baloncesto que podía ser”, resumió. “Ha sido un tiempo fantástico.” Jordan terminó con la típica declaración de intenciones sobre pasar más tiempo con su familia y dedicarse a sus hijos, y luego fue el turno de la ronda de preguntas, que se centraron en la posibilidad de que cambiara de opinión en un futuro. “Nunca digas nunca jamás, pero estoy seguro al 95% o 99,9% de mi decisión.” Uno de los periodistas le preguntó por qué se reservaba ese pequeño margen. “Porque ese 1% es mío y de nadie más”, respondió. “Gracias, Chicago.”

“Michael será dueño de un equipo antes de dos años”, afirmó Darrell Walker. A diferencia de su primera retirada, Jordan afrontó 1999 como un cambio de etapa. No habría más aventuras como la del béisbol, sino las empresas habituales de un jugador retirado. No está claro qué contactos hubo entre el ya ex jugador y la gerencia de los Bulls, pero desde el principio se vio muy difícil que recorriera el camino desde la pista hasta las oficinas del club al que había llevado a lo más alto. La táctica de “poli bueno y poli malo” de los dos Jerrys había evitado una confrontación irreparable entre Jordan y Reinsdorf, pero resultaba impensable que le cedieran parte del control de la franquicia o que el ex jugador aceptara un puesto subordinado a Krause. Jordan ya había definido el nuevo desafío de su carrera, que iba a ser lograr lo que no habían conseguido ni “Magic”, ni Bird, ni Isiah: una franquicia de la NBA. Thomas había fracasado en su intento de ampliar su participación en los Raptors y “Magic” se había tenido que conformar con un porcentaje nominal de los Lakers a pesar del cariño de Jerry Buss. No era ésa la idea de Jordan, cuyo objetivo era un puesto de auténtica responsabilidad respaldado por una porción significativa de la propiedad del equipo.

Las primeras ofertas llegaron pronto, por ejemplo de los Vancouver Grizzlies, pero carecían de una mínima entidad. Equipos como los Milwaukee Bucks estaban interesados solamente en el nombre de Michael Jordan como reclamo, y éste vino a responderles que para ejercer de comercial se hubiera quedado en los Bulls. Mucho más interesante era la situación de los Charlotte Hornets, a punto de verse exiliados debido a la pobrísima reputación de su propietario, George Shinn. La franquicia necesitaba un nuevo pabellón, pero la ciudad había dejado claro que no sufragaría ese gasto mientras Shinn siguiera al mando, así que en mayo de 1999 la NBA organizó un grupo de inversores encabezados por Jordan que comprarían la mitad de la franquicia a su propietario. El retorno de la gran estrella a su estado natal supondría la inyección de popularidad necesaria para salvar a los Hornets, y a cambio Michael Jordan controlaría las operaciones deportivas. Sin embargo, en el último momento Shinn se echó atrás y exigió mantener el control de la franquicia como socio mayoritario con Jordan como subordinado, algo que éste rechazó. La operación no se completó y los Hornets hicieron las maletas poco después.

Fue entonces cuando entró en escena Ted Leonsis, un alto ejecutivo de AOL que controlaba el 44% de los Washington Wizards (irónicamente, una franquicia nacida en Chicago en 1962 con el apodo de Zephyrs y también el equipo contra el que debutó Jordan en la NBA) con opción de compra preferente sobre el resto. Leonsis pertenecía a ese nuevo estilo de propietarios-aficionados que estaba popularizando Mark Cuban en Dallas, y le fascinaba tanto la idea de contar con el legendario Michael Jordan para su proyecto que en medio de la cena que celebraron en septiembre llamó a su familia para contarles con quién estaba reunido. En enero de 2000 Leonsis le ofreció a Jordan el puesto de presidente de operaciones deportivas de los Wizards y una participación valorada entre 30 y 50 millones de dólares en Lincoln Holdings, la empresa que controlaba a los Wizards, los Capitals de la NHL y las Mystics de la WNBA, y el ex jugador aceptó (no llegó a estar suficientemente claro si Jordan pagó por esa participación o la recibió sin coste alguno). A priori, no parecía el destino más evidente para Jordan, que durante los conflictos laborales de 1998-99 se había enfrentado agriamente con Abe Pollin, el anciano propietario de los Wizards. Pollin se había quejado de los crecientes costes salariales de la NBA, a lo que Jordan contestó sugiriendo que dejara su franquicia en otras manos más dispuestas a afrontarlos. “Ni tú, Michael, ni nadie me va a decir a mí cuándo tengo que vender mi equipo”, contestó fríamente.

Abe Pollin era un propietario de la vieja escuela, filántropo y paternalista. Las oficinas de los Wizards estaban llenas de viejos conocidos como el general manager Wes Unseld, que a pesar de estar considerado poco menos que un incompetente se mantenía en el puesto gracias al campeonato de 1978 y a su buena relación con el propietario. Los Wizards eran conocidos por traspasar a jugadores de calidad pero problemáticos, como Chris Webber, a cambio de buenos ciudadanos como Mitch Richmond, un escolta veteranísimo en la recta final de su carrera. El equipo acumulaba una de las mayores cargas salariales de la NBA pero sólo ganaba un tercio de sus partidos e iba camino de quedar por debajo de las 30 victorias. La base del equipo la formaban Richmond y Rod Strickland, dos jugadores al borde de la retirada, más Juwan Howard, un ala-pívot especialista en hacer puntos y escaquearse de labores defensivas o reboteadoras. Varios amigos de Jordan le advirtieron que podía estar cometiendo un error al intentar enderezar el rumbo de los Wizards sin tener experiencia previa como directivo, pero Michael Jordan era consciente de que sólo una franquicia que estuviera en una situación desesperada habría accedido a sus condiciones. Jordan había aprovechado su posición ventajosa hasta el último momento de la negociación, disminuyendo al mínimo sus compromisos y obligaciones hasta provocar el enfado de Pollin. Para sorpresa de la prensa, según su contrato Jordan desempeñaría sus funciones de presidente desde Chicago y apenas estaba obligado a asistir a media docena de partidos en toda la temporada.

Además, no estaría solo. A pesar de que al llegar había hecho el típico anuncio de que el entrenador Gar Heard tendría la oportunidad de demostrar su capacidad, sólo diez días después fue despedido junto con sus asistentes y sustituido de manera interina por Darrell Walker, antiguo amigo y compañero de Michael Jordan. Walker terminó la temporada y luego pasó a jefe de scouting, a la vez que llegaban a la franquicia otros amigos de Jordan como Fred Whitfield (director de personal), John Bach (entrenador asistente) o Rod Higgins (asistente del mánager general). Aunque Wes Unseld permanecía en su puesto tal y como exigía Pollin, quedó convertido en un cargo puramente decorativo, ya que Jordan pasó a tomar todas las decisiones a través de Higgins. La aparición de esta facción de partidarios de Jordan dentro del organigrama de los Wizards provocó ciertas tensiones debido a lo que parecía un deseo poco disimulado de que Abe Pollin desapareciera de escena y dejara el club en las manos más jóvenes y atrevidas de Ted Leonsis y Michael Jordan. El propio Jordan hablaba de un futuro en el que tomaría las decisiones junto con Leonsis “y Pollin, claro, si aún forma parte de la situación”. Es fácil imaginar la gracia que le hacía al aún propietario mayoritario que hablaran de él como si estuvieran en su funeral, especialmente cuando el flamante nuevo ejecutivo no estaba teniendo un gran éxito.

La llegada de Michael Jordan había servido para cambiar la imagen de la franquicia, que por fin era noticia por algo más que por su racha de derrotas o por los incidentes extradeportivos de sus jugadores. Aportaba la fama y el caché que ansiaban Ted Leonsis y Abe Pollin, que habían invertido en el deporte profesional para convertirse en celebridades y hasta entonces no lo habían logrado, pero en términos empresariales y deportivos el impacto fue muy relativo. Los Wizards vendieron algunos cientos de abonos más que la temporada anterior, pero los aficionados no hacían cola en el pabellón para ver a un ejecutivo en el palco de lujo, y eso en las raras ocasiones en las que se dejaba ver. Es más, Jordan había chocado reiteradamente con Susan O’Malley en el tema de la promoción, algo que el nuevo ejecutivo consideraba por debajo de su posición en la empresa. Susan O’Malley era la responsable de los aspectos empresariales de los Wizards, además de ser hija del abogado de Pollin. No sólo era mujer en un mundo de hombres, sino que era una cuarentona soltera con unos modales autoritarios dignos de Margaret Thatcher. Ya había chocado con otros miembros de la ejecutiva de los Wizards, pero incluso sus peores enemigos reconocían su enorme capacidad e inteligencia, y Abe Pollin la consideraba prácticamente una ahijada. Una y otra vez O’Malley intentó convencer a Jordan para que tomase parte en actividades promocionales de la franquicia, desde anuncios a encuentros con inversores, patrocinadores o abonados, pero la respuesta era casi invariablemente negativa. Michael Jordan temía verse convertido en una mera figura publicitaria, y además creía que su reputación se vería perjudicada si se implicaba demasiado en la promoción de un equipo cuyo rendimiento en la cancha era lastimoso. Si los Wizards ganaran y dieran espectáculo, confesaba a sus íntimos, sí intentaría convencer a la gente de que viniera a los partidos.

De las discusiones con Krause sobre qué jugadores del pasado podrían haberse enfrentado a Jordan le quedó a éste la admiración por Jerry West, que era el modelo que pretendía seguir de estrella que había sabido dar el paso a ejecutivo de éxito. Sin embargo, el régimen de trabajo de Jordan se parecía poco al de West, a quien siempre se describía viajando a algún pueblucho de Kentucky en medio de una granizada para ojear a un jugador semidesconocido. Michael Jordan permanecía en Chicago atendiendo a sus negocios y compromisos publicitarios, y se limitaba a mantener contacto telefónico permanente con Rod Higgins y Wes Unseld. Muchos ejecutivos de la NBA se sentían ofendidos por ese relajo y pensaban que Jordan no era consciente de la disciplina y aplicación necesarias para ese trabajo. Tampoco poseía un conocimiento detallado de los mecanismos del tope salarial ni de la liga universitaria, así que cabía preguntarse qué aportaba Michael Jordan a la franquicia. Conocía bien a los jugadores de la NBA, eso era innegable, pero la situación contractual de los Wizards hacía difícil traspasos y fichajes así que esa información era de poca utilidad.

Conforme pasaban los meses, la falta de movimientos en la plantilla iba desluciendo el brillo inicial de la presidencia de Jordan. En realidad no era culpa suya, la franquicia sabía que el único planteamiento viable era esperar a que fueran expirando los contratos más gravosos y disponer así de espacio salarial en el plazo de dos o tres años, pero con la llegada del famoso Michael Jordan muchos habían esperado ver un cambio en el equipo que no se producía. Para el verano de 2000 los Wizards ni siquiera disponían de una elección de primera ronda de draft, traspasada muchos años antes, y prácticamente la única tarea de la gerencia era elegir a un nuevo entrenador. Jordan mantuvo conversaciones informales con Eddie Fogler y también con John Thompson, aunque su candidato ideal era Roy Williams, su antiguo descubridor convertido en entrenador de éxito en Kansas. Intercambiaron llamadas de teléfono en las cuales ambas partes bromeaban sobre esa posibilidad dejando abierta la posibilidad de ponerse serios si se percibiera un interés mutuo, pero no llegaron a nada. Michael Jordan pasó a negociaciones más serias primero con Lenny Wilkens, que llegó a anunciar que aceptaba el puesto, y con Mike Jarvis, entrenador de la universidad de St. John’s cuya reputación estaba subiendo como la espuma. Pero Jarvis pedía mucho más de lo que Jordan estaba dispuesto a pagar, y el elegido terminó siendo Leonard Hamilton, un antiguo amigo que entrenaba a la Universidad de Miami. La prensa criticó duramente la imagen de vacilación que dio Jordan durante estas negociaciones y también el hecho de que renunciara a los candidatos más destacados por motivos económicos. “Es cierto que no fue mi primera elección, pero yo tampoco fui el número uno del draft”, declaró Jordan al anunciar la contratación de Hamilton. “Yo fui la segunda opción de mi esposa, y llevamos casados 31 años.” No sería el caso de Leonard Hamilton, clásico entrenador universitario incapaz de controlar un vestuario NBA y que dimitió al terminar la temporada.

Michael Jordan había asegurado que los Wizards estarían en el 50% de victorias durante la temporada 2000-01 y que se clasificarían para playoffs, pero terminaron con un 19-63 que era el tercer peor balance de la NBA. Tampoco podía esperarse más de esa plantilla, como presumía Reggie Miller durante un partido de los Pacers en Washington. “Decidle a Michael Jordan que haga algún fichaje”, exclamó señalando a Mitch Richmond. “Ése no puede defenderme, es demasiado viejo.” Durante la temporada llegaron el veterano “Popeye” Jones y el voluntarioso Tyrone Nesby, dos buenos refuerzos pero demasiado secundarios para influir en la marcha del equipo. Como explicación de la falta de resultados tangibles de su gestión, los partidarios de Jordan dentro de la franquicia hicieron llegar a la prensa el rumor de que varios traspasos habían sido vetados por Abe Pollin, incluso después de que Leonsis se ofreciera a pagar personalmente el impuesto de lujo si el equipo superaba el gasto máximo autorizado. Pollin negó reiteradamente que eso fuera cierto, y esos rumores se convirtieron en otro motivo de tensión entre él y Jordan.

El mayor éxito de Michael Jordan como ejecutivo fue el traspaso de Juwan Howard, un jugador considerado imposible de colocar, pero que consiguió enviar a Dallas a cambio de los veteranos Hubert Davis y Christian Laettner, más los jóvenes Courtney Alexander y Etan Thomas. Además de librarse de Howard, Alexander se convirtió en la revelación del equipo después de no haber gozado de oportunidades en los Mavericks. Él y el alero de segundo año Richard Hamilton representaban el futuro de los Wizards, aunque el presente siguiera siendo tan tormentoso que Jordan prefería ver los partidos de Washington en su oficina por miedo a perder el control de sus nervios en el palco delante de las cámaras de televisión. Como en los negros días de la lesión de 1986, Jordan se encontró lanzando latas de cerveza contra el televisor y gritando a jugadores que no podían oírle: “¿Por qué has hecho esa mierda de tiro? ¿Por qué?”. Sus estallidos asustaban a sus acompañantes, como Rod Higgins. “Vale ya, Michael, que no soy yo el que ha hecho ese tiro.” Se había recluido desde el 6 de diciembre de 2000, cuando contempló desde el palco privado de Abe Pollin cómo sus Wizards perdían una ventaja de 19 puntos en el último cuarto para ser derrotados en casa por los Clippers. Michael Jordan había soportado las miradas de los escasos aficionados presentes, que parecían pedirle que se vistiera de corto y bajara al parqué a arreglar la situación, y cuando terminó el partido bajó al vestuario a decirle a los jugadores que eran una vergüenza, que el público tenía razón al abuchearlos y que el único motivo por el que no los traspasaba a todos era porque nadie los quería. Fue posiblemente el comienzo de su descenso a las pistas.

En realidad, se trataba del siguiente paso lógico en un proceso por intentar influir en el juego de los Wizards. Michael Jordan había intentado controlar más y más aspectos del equipo, y Abe Pollin había permitido que llenara las oficinas de antiguos amigos y compañeros, que trasladara la pretemporada a Wilmington o que dispusiera que el equipo dejara de alojarse en el hotel del hermano de Pollin. Michael Jordan había llegado a plantearse colocar un intercomunicador en el banquillo para darle órdenes al entrenador, aunque en el último momento un resto de respeto instintivo hacia la figura del técnico se lo había impedido. Lo había hecho todo para influir en el juego del equipo, excepto salir a jugar él mismo. O cumplir con su papel de ejecutivo, claro, ya que los grandes fichajes que iba a atraer gracias a su nombre y a su relación privilegiada con el superagente David Falk brillaban por su ausencia. La NBA había obligado a Jordan a distanciarse de Falk para evitar posibles conflictos de intereses, y durante la negociación con los Wizards su relación se había enfriado. En diciembre de 1997 Falk había logrado un éxito sin precedentes, tres contratos publicitarios por un total de 75 millones de dólares que ni siquiera exigían la presencia física de Jordan, que no tendría que acudir a ninguna sesión de fotos ni fiesta de lanzamiento para cobrar su dinero. Y Jordan los rechazó, igual que rechazó la sugerencia de iniciar una carrera cinematográfica del estilo de Arnold Schwarzenegger, otro deportista convertido en actor. Michael Jordan estaba decidido a dejar en segundo plano la venta de su imagen para convertirse en ejecutivo de alto nivel, y para ello eran fundamentales sus negociaciones con Ted Leonsis, tanto en lo relativo a los Wizards como a posibles aventuras online en las que Jordan había hecho varias incursiones con más entusiasmo que acierto. Esas reuniones se veían constantemente interrumpidas por David Falk, que insistía en obtener garantías de que los Wizards no intentarían sacar al mercado zapatillas, bebidas o artículos de colección que violaran los contratos anteriores de Jordan que él había negociado. Michael Jordan llamó al servicio de habitaciones y pidió el vino más caro que tuvieran, un Bordeaux de 3.500 dólares, con cargo a Falk. “A partir de ahora, cada vez que interrumpas pediré otra botella.”

Michael Jordan siempre se había referido a David Falk como su abogado, no su agente ni su representante, y ahora sus asuntos los llevaba su socio Curtis Polk. Al igual que le sucedía a Jordan, la era de Falk estaba pasando. Seguía siendo un gran agente con una impresionante cartera de clientes, pero ya no era el referente que había sido mientras Jordan estuvo en activo. Incluso algunos jóvenes jugadores preferían firmar con otros agentes, insinuando que podrían recibir así una mayor atención y un trato más personalizado que con un David Falk que siempre los pondría por detrás de sus estrellas en su orden de prioridades. Cuando Jordan volvió a las pistas circuló el rumor de que existía un acuerdo secreto con Ted Leonsis para que Jordan recomprara su parte de la franquicia cuando colgara las botas, pactado a espaldas de Falk. Resultó ser falso, pero el simple hecho de que se le diera credibilidad a un rumor así era muy ilustrativo sobre el distanciamiento entre Jordan y Falk.

A finales de marzo de 2000 Rick Reilly publicó un artículo en Sports Illustrated en el que anunciaba que Michael Jordan podría estar considerando su retorno a las pistas: “Lo sé, lo sé, Jordan sigue diciendo lo mismo de siempre, que hay un 99,9% de posibilidades de que no vuelva. Pero confía en mí, podrías hacer desfilar la banda de música del Estado de Ohio a través de ese 0,1%”. Además, la revista sugería que Charles Barkley podría estar planteándose unirse a él en un último intento de conquistar el anillo. Inmediatamente el artículo de Reilly fue atacado como pura especulación sin base real. David Falk llamó a Reilly para decirle “alguien te ha mentido”, el periodista Lacy Banks escribió que la herida sufrida en el dedo hacía imposible que Jordan volviera a jugar y que una simple llamada a Tim Grover “le habría evitado pasar por esta vergüenza”. Peter Vecsey escribió “Tierra llamando a Rick, Elvis está muerto de verdad y Jordan no va a volver a jugar en los Wizards”.

En realidad, Michael Jordan llevaba ya semanas embarcado en un proyecto secreto para intentar una vuelta a las canchas que tenía su base en Hoops the Gym, el gimnasio privado de Tim Grover. En ese mes de marzo Jordan estaba jugando regularmente partidillos contra ex jugadores universitarios, ejecutivos que como él pretendían recuperar la forma. Sin embargo, ya entonces sus compañeros en esas pachangas notaban que su interés iba más allá de perder el flotador de grasa que se había instalado en su cintura. Michael Jordan había descrito su retirada en 1999 como una marcha del baloncesto de acuerdo con sus propios términos, a diferencia de lo que sucediera en 1993, y en las entrevistas se negaba a arrepentirse. Pero Jordan tenía dificultades para aceptar que la vida sigue, y le irritaban profundamente las alabanzas a su juicio excesivas que se dedicaban a las estrellas de la NBA que seguían en activo. ¿Cómo podían festejar que un jugador anotara 50 puntos cuando él lo había hecho en tres partidos consecutivos? ¿Y sus más de 40 puntos en cuatro partidos seguidos de una Final? No le molestaba la búsqueda por parte de la prensa del “nuevo Jordan”, lo consideraba contraproducente, pero recordaba que también él había sido una vez “el nuevo Dr. J” y era ley de vida que al igual que Jordan había ascendido apoyándose en Erving y antes West o Baylor, ahora Vince Carter o Kobe Bryant ascendieran al estrellato apoyados en el nombre de Michael Jordan. Lo que no podía soportar era perder su lugar preeminente en el baloncesto, tanto dentro como fuera de las canchas. La idea de que una nueva generación de aficionados crecería sin haberlo visto jugar en directo le sublevaba, y, en un aspecto más material, aunque los productos de la marca “Air Jordan” seguían vendiéndose muy bien, era inevitable que fueran convirtiéndose en material de coleccionistas, de aficionados nostálgicos de mediana edad que seguirían vistiendo el número 23 mientras sus hijos preferían la camiseta de Iverson o Garnett.

La tentación de volver a jugar, reconocida públicamente por Michael Jordan en abril aunque sólo como una posibilidad, era instintiva. Jordan reconocía en privado que había sido un error retirarse en 1999, que aún podría haber aguantado como mínimo otras tres temporadas, que había sido una víctima colateral de la pugna entre Phil Jackson y Jerry Krause. Convertirse en ejecutivo sólo había servido para recordarle lo cerca y lo lejos que estaba del auténtico baloncesto. “No hay nada comparable con eso”, declaró al periodista Michael Leahy. Yo no tengo partido hoy, respondía cuando jugaban los Wizards, ellos tienen un partido. “Es como un picor que tengo que rascarme”, intentaba explicar. Pero una vez tomada la decisión por razones íntimas e impulsivas, entraba en juego la mente fría y calculadora de Michael Jordan. Un retorno a las canchas supondría el relanzamiento de su línea de productos Nike y serviría de reclamo para los Wizards mucho más que su presencia como ejecutivo. Además, la Conferencia Este de la NBA pasaba por uno de los momentos más bajos de su historia y un equipo con tantas carencias como los Philadelphia 76ers de Allen Iverson había sido capaz de colarse en la final. Con Shaq en Los Ángeles no quedaba ningún pívot dominante en el Este. ¿Hasta dónde podrían llegar unos Wizards con Jordan?

Michael Jordan sabía que no podría comprobar si realmente estaba en condiciones de volver a la NBA echando unas canastas con una pandilla de ejecutivos que buscaban perder barriga. Aunque en el fondo la decisión estaba tomada, sobre todo después del éxito alcanzado por el jugador de hockey Mario Lemieux en un intento similar, Jordan no estaba dispuesto a arriesgarse a hacer el ridículo. Uno de los primeros recuerdos de su carrera NBA era la imagen de Julius Erving siendo ridiculizado por Larry Bird en su última temporada, y posteriormente había visto de primera mano a Scottie Pippen abusando de la decadencia del propio Bird. Para asegurarse de que no le sucediera algo parecido, apenas terminada la temporada 1999-2000 Michael Jordan invitó a una serie de jugadores y ex jugadores de la NBA a participar en un campamento de baloncesto informal en Hoops the Gym. Las grandes estrellas del momento como Kobe, Garnett o Iverson estaban invitadas, pero la mayoría declinaron la oferta. A ese campamento, que con el tiempo se terminó apodando Camp Comeback (campamento el retorno), asistieron jugadores relacionados con los Bulls, como Marcus Fizer o Elton Brand, amigos como Charles Oakley o Antoine Walker, y otros como Michael Finley, Jerry Stackhouse o Tyson Chandler. Aunque procuró mantener esos partidillos fuera de la vista de la prensa, los rumores que salían del gimnasio indicaban que Jordan apenas parecía acusar los efectos de la edad y la inactividad. No era el caso de Charles Barkley, que según el periodista Rick Telander terminaba los ejercicios con “el aspecto de una morsa medio ahogada” y renunció a sus planes de volver a jugar.

Mientras intentaba preparar su forma física, Michael Jordan también debía preparar al equipo que le iba a acompañar en la aventura. Al fin y al cabo, seguía siendo presidente de los Wizards. Jordan tenía muy buena opinión de Rod Strickland, el único jugador de la plantilla en cuyos ojos creía ver el mismo fuego competitivo que en los suyos, pero después de sus problemas físicos y de sus actos de indisciplina sus días en Washington habían terminado. La franquicia usó la opción de cortar a Strickland y a Mitch Richmond pagándoles la mayor parte del resto de sus contratos, mientras que consiguieron los derechos sobre dos rookies, el alero Bobby Simmons y el pívot Brendan Haywood. También fichó al diminuto base Tyronn Lue, que venía de hacer un muy buen papel con Lakers en la final de la NBA, cuando había defendido a Allen Iverson con tanta intensidad que varias veces estuvieron a punto de llegar a las manos. El gran refuerzo de la plantilla, de todas formas, debía llegar a través del número uno del draft que la lotería había asignado a Washington (entre protestas de que la NBA había amañado el sorteo para dar impulso a Michael Jordan y sus Wizards). El único problema era que en el draft de 2001 no existía un candidato definido a número uno, debido en parte a la abundancia de jugadores procedentes de institutos o del extranjero cuyo rendimiento futuro era una incógnita. No había ningún jugador exterior de garantías y además los Wizards necesitaban hombres altos, así que en principio les interesaba elegir a un pívot; el mítico Red Auerbach declaró que Michael Jordan estaba cometiendo un grave error al no seleccionar a Pau Gasol, pero en un grave error del scouting de la franquicia apenas lo consideraron, y los demás candidatos (Kwame Brown, Tyson Chandler, Eddie Curry) eran todos jugadores de instituto aún por hacer. Otra posibilidad era un traspaso, ya que los Memphis Grizzlies ofrecían a Shareef Abdur-Rahim y los Chicago Bulls a Elton Brand a cambio de una elección de lotería. Posteriormente David Falk ha afirmado que Jordan estaba interesado en Brand y fue la gerencia de la franquicia la que insistió en el efecto publicitario de conseguir al primer jugador de instituto en ser número uno del draft, aunque es difícil saber qué hay de verdad en ello. Jordan sabía que los Bulls tenían unos intereses muy parecidos a los suyos (de hecho, terminaron eligiendo a Chandler y Curry), pero su mala relación con Jerry Krause era un obstáculo para un posible acuerdo. No habían vuelto a hablar desde su salida del equipo, y tuvo que ser Rod Higgins el que intentara sonsacarle a Krause cuáles eran sus opiniones y qué pretendía hacer.

Dos semanas antes del draft parecía decidido que los Wizards elegirían a Tyson Chandler con su número uno. Cuando Kwame Brown llegó a Washington para hacer su prueba, Chandler llevaba ya varios días reuniéndose con Jordan y los técnicos. No había nadie para recibir a Brown en el aeropuerto, y en el pabellón tuvo que esperar a que su rival terminara sus ejercicios. “Era como si le estuvieran entrenando. ‘¡Venga, Tyson!’ Parecía que ya fuera su jugador”, recordaba Kwame. “Y entonces fui yo y lo destrocé.” Kwame Brown aplastó a Tyson Chandler en el entrenamiento de uno contra uno, y cuando terminó se acercó a Michael Jordan. “Si me eliges el primero, nunca te decepcionaré.” Refiriéndose a un posible uno contra uno entre ambos, el joven Kwame lo remató: “Y te ganaré”. Jordan y Higgins quedaron muy impresionados por la manera en la que había reaccionado al desafío, usándolo para motivarse, y decidieron que sería su número uno del draft en una elección que terminaría siendo histórica por las peores razones.

Después de resolver el tema del draft, la principal tarea como ejecutivo que le quedaba pendiente a Michael Jordan era elegir a un entrenador. Leonard Hamilton había dimitido minutos antes de que lo cesaran, y su candidato ideal, que hubiera sido Phil Jackson, estaba comprometido con los Lakers. Jackson y Jordan habían bromeado sobre la posibilidad de que si éste volvía a las pistas lo hiciera con el equipo de Los Ángeles, pero ambos sabían que no era viable. Jordan estaba decidido a evitar el desastre del verano anterior, en el que la prensa había criticado sus vacilaciones y terminaron seleccionando a un técnico incapaz de controlar a jugadores profesionales. Buscaba a alguien con experiencia NBA, y que fuera de absoluta confianza para mantener la discreción. Jordan le ofreció el puesto a John Paxson, pero éste lo rechazó alegando que no deseaba trasladar a su familia de Chicago. Paxson era en ese momento comentarista de los Bulls, pero era un secreto a voces que la franquicia lo consideraba el futuro sucesor de Krause en la franquicia (al igual que Bill Cartwright tenía todos los números para suceder a Tim Floyd como entrenador). Eso llevó a Michael Jordan a volver a acordarse de Doug Collins, en quien ya había pensado un año antes. Collins había terminado perdiendo el apoyo del vestuario en Chicago y posteriormente en Detroit debido a sus excesos de emotividad, pero era un entrenador muy capacitado para hacer progresar a los jugadores jóvenes y dar solidez inmediata a un proyecto. Más aún, Doug Collins había manifestado siempre una profunda admiración por Jordan, y era de esperar que su lealtad aumentara si éste le daba la oportunidad de volver a los banquillos. Antes de contratarlo, Jordan celebró una reunión con Collins en la que hizo hincapié en la necesidad de que el entrenador ejerciera su autoridad sobre él si volvía a las canchas, ya que de lo contrario los demás jugadores le perderían el respeto; sin embargo, a pesar de la buena voluntad de ambas partes, la posición de Doug Collins pronto se revelaría como insostenible, arrinconado por un Michael Jordan que era a la vez su estrella en la cancha y su jefe en los despachos.

El desastre se produjo el 13 de junio de 2001. Los entrenamientos en Camp Comeback iban en serio, y así por ejemplo el escolta de los Bulls Jamal Crawford sufrió una rotura del ligamento lateral cruzado de su rodilla izquierda en agosto y se perdió varios meses de liga (el verano siguiente otro jugador de los Bulls, Roger Mason, se lesionó el hombro en otro partidillo con Jordan en Hoops the Gym; a partir de entonces, Jerry Krause prohibió a sus jugadores entrenarse fuera del Berto Center). Jordan lo experimentó en primera persona ese 13 de junio, cuando recibió un codazo del alero Ron Artest de los Bulls que le fracturó dos costillas. “Yo le estaba defendiendo, él me posteó y no sé muy bien lo que pasó”, explicó Artest. “Fue lo que se llama un contacto accidental. Él tropezó con mi codo.” Todos los presentes desmintieron los rumores sobre una pelea, durante la cual Artest habría derribado a Jordan causándole la fractura y además habría lanzado un puñetazo. “Yo hice un pivote y Artest tenía la mano rodeándome”, aclaró Jordan. “Nunca jamás había oído que nadie se rompiera una costilla jugando al baloncesto. Supongo que es lo que pasa cuando tienes 38 años.” Más allá del desarrollo de la jugada, que efectivamente parecía casual, el problema era que entre curación y reposo Michael Jordan tendría que parar cuatro semanas, lo que suponía perder todo el trabajo hecho y tener que volver a empezar prácticamente de cero. En opinión de Tim Grover eso hacía necesario retrasar su debut y aceptar que no estaría listo para el comienzo de la temporada regular, pero Jordan no quiso oír hablar de ello sino que decidió acelerar su preparación para estar listo para la fecha prevista. Eso era contrario a lo que creía Grover, un preparador que siempre trabajaba a medio y largo plazo porque en su opinión el cuerpo humano era un mecanismo delicado en el que los cambios debían irse ajustando paulatinamente para evitar descompensaciones. Advirtió a Michael Jordan de que si no daba tiempo para que se fueran reforzando sus articulaciones corría el riesgo de sufrir un “efecto dominó” en el que cada lesión por pequeña que fuera repercutiría en su cuerpo al intentar compensarla, y se irían acumulando los problemas hasta amenazar con poner fin a su temporada y quizás a su carrera. Jordan decidió asumir el riesgo, y desde pretemporada empezaron a verse las primeras señales de que el negro vaticinio de Tim Grover se iba a hacer realidad. El regreso apresurado a la actividad física le provocó un ataque de tendinitis en la rodilla izquierda, y cuando el cuerpo intentó compensarlo eso sentó las bases para otra tendinitis más grave en la rodilla derecha.

El único que podía proteger a Michael Jordan de sí mismo era el entrenador, pero Doug Collins se encontraba en una posición particularmente débil para enfrentarse a quien seguía llamando my boss ante los periodistas incluso después de que Abe Pollin le recordara que Jordan ya no era su jefe. La NBA prohibía expresamente que un jugador ocupara cargos en la ejecutiva de una franquicia, no digamos ya que fuera propietario, debido a los posibles conflictos de intereses y a que se usara para eludir los topes salariales, así que Michael Jordan hubo de devolver a Ted Leonsis todos sus poderes y titularidades en los Wizards para reincorporarse como jugador en activo. A pesar de ello, ni Jordan ni nadie de la franquicia de Washington se molestaba en ocultar que Jordan seguía actuando como directivo a través de Rod Higgins y Wes Unseld. La capacidad de Collins para limitar el tiempo de juego de Jordan se veía condicionada aún más por el hecho evidente de que los Wizards lo necesitaban angustiosamente, como consecuencia de la composición de una plantilla en la que casi todos los jugadores eran demasiado jóvenes o muy veteranos. Los escoltas Richard Hamilton y Courtney Alexander eran los mejores anotadores del equipo, pero su aportación defensiva era escasa o nula. Aparte de Jordan, “Rip” Hamilton era el mejor jugador de los Wizards gracias a un certero tiro de media distancia y una velocidad endiablada, pero su físico aniñado facilitaba que los rivales explotaran sus debilidades en defensa. Alexander se había destapado como un tirador excepcional, pero no mostraba interés por ninguna otra faceta del juego. Por contra, los aleros Bobby Simmons y Tyrone Nesby eran dos especialistas defensivos fuertes y agresivos, pero incapaces de meter un balón en una piscina. Nesby se había ganado fama de indisciplinado después de lo que él llamaba la cosa, un incidente la temporada anterior en el que cuando fue sustituido reaccionó con una retahíla de palabrotas hacia el entrenador que provocó que tuvieran que llamar a seguridad para que se lo llevaran al vestuario. “T-Nez”, que era su apodo, llevaba desde entonces intentando recomponer su imagen, ya que terminaba contrato, y había causado una impresión inmejorable a Collins por su capacidad de trabajo y voluntad defensiva. Sin embargo, eso no cambiaba el hecho de que Jordan era el único alero capaz de atacar y defender. La rotación la completaba el veterano escolta Hubert Davis, un triplista procedente de North Carolina por el que Jordan sentía un respeto singular: “Es sobrino de Walter Davis”, explicaba. Los bases eran el pequeño Tyronn Lue y Chris Whitney, clásico base suplente cuya mayor virtud es la ausencia de defectos, un buen triplista que se limitaba a no perder el balón. Por dentro, el rendimiento de los jóvenes Kwame Brown, Brendan Haywood y Etan Thomas era una incógnita, así que dependerían de Christian Laettner y “Popeye” Jones, ambos en la recta final de sus respectivas carreras después de haber superado graves lesiones de rodilla. Jones era uno de los jugadores más respetados de la plantilla, un obrero de la defensa y el rebote al que le gustaba el trabajo duro y enseñar a los jóvenes, pero Laettner era una bomba en potencia. De su glorioso pasado colegial sólo quedaba una manita infalible en la media distancia y una buena visión de juego, mientras que en su historial abundaban demasiados enfrentamientos con entrenadores y compañeros. Finalmente estaba Jahidi White, un anchísimo pívot de movimientos tan lentos como torpes al que los aficionados consideraban poco menos que un bufón. Tampoco ayudaba que cada acción positiva de White fuera celebrada haciendo sonar el Minnie de Moocher, con su estribillo burlón: ya-haidi-haidi-haidi-ho. Schadenfreude en estado puro.

El problema del estado de salud de Jordan se planteó apenas comenzar la pretemporada. Al ver los vídeos de los entrenamiento Michael Jordan murmuró “parece como si me moviera a cámara lenta”, y tuvo que asumir que Tim Grover y el Dr. Hefferon tenían razón. Anunció que no jugaría los dos primeros amistosos en Detroit y Miami, pero los Pistons y los Heat protestaron ante la oficina central de la NBA alegando que habían vendido toda la taquilla para esos partidos con el reclamo de ver a Michael Jordan y no podían decepcionar así a sus aficionados. La NBA a través de Russ Granick insistió en que jugara, y Jordan se vio obligado a elegir entre perder el descanso que necesitaba o reconocer públicamente que su rodilla le estaba dando problemas. Michael Jordan no quería ver cómo su estado de salud se convertía en el tema periodístico de la temporada, así que terminó accediendo. Doug Collins contaba con intentar limitarle los minutos de juego, pero sabía que una vez empezado el partido era difícil convencer a Jordan de que se sentara.

Michael Jordan debutó con los Wizards el 12 de octubre de 2001 en el Auburn Hills Palace. Fiel a su costumbre no concedió entrevistas antes del partido, ni tampoco se permitió tomar fotos del momento en el que se vistió el uniforme de Washington, y permaneció arropado por Tim Grover, George Koehler y el guardaespaldas Larry Wooten hasta el momento de saltar a la cancha. La etapa de Jordan en los Wizards empezó con espectacularidad, cuando taponó a Ben Wallace en la primera jugada del partido. Falló su primer tiro, un triple, pero anotó los primeros puntos del partido. Jordan jugó sólo 17 minutos, sobre todo de base y sin destacar especialmente después de un alley-oop a pase de Courtney Alexander que apenas llegó a palmear. El segundo partido amistoso sí mostró al Jordan que todos esperaban, con 18 puntos en el primer cuarto contra los Heat, anotando con facilidad frente a cualquier defensor que intentaron ponerle. “Esto no va a ser otro como lo de New York, ¿verdad?”, le gritó desde el banquillo Pat Riley, en referencia a los 55 puntos en su primer retorno. “No”, contestó Jordan con una sonrisa, “no voy a jugar tantos minutos”. Efectivamente, Michael Jordan aprovechó que el resultado estaba decidido para descansar el resto del partido, alegando molestias en el pie izquierdo. El siguiente encuentro era otra vez contra los Pistons y Jerry Stackhouse volvió a superar a “Rip” Hamilton, a pesar de que Jordan aguantó en pista 33 minutos intentando en vano la remontada.

Fueron los Nets quienes tuvieron el honor de reencontrarse con lo que la prensa describió como “Vintage Jordan”: 41 puntos en 33 minutos coronados por el primer mate con el uniforme de los Wizards, para llevarse la victoria después de llegar a ir 18 puntos abajo. Se había sentido especialmente motivado al saber que Kenyon Martin había anunciado su baja para el partido, algo que Michael Jordan atribuyó a la “jordanitis”, una enfermedad imaginaria que según el jugador era la causa de que muchos rivales alegaran lesiones repentinas justo antes de tener que enfrentarse contra él. Para Jordan era un síntoma de debilidad, y salió a la pista dispuesto a explotarla. En retrospectiva, la pretemporada fue una versión en miniatura de lo que sería la temporada real: habría buenas actuaciones, como el segundo partido contra los Nets en el que Jordan dominó a placer el último cuarto, y actuaciones mediocres, como el partido en Toronto en el que Vince Carter mostró una superioridad insultante, y sería difícil de entender, como el partido contra Boston. Después del partido contra los Celtics acudió a la inauguración del quinto restaurante de su cadena en el Casino Mohegan Sun en Uncasville y se pasó la noche entera jugando al blackjack con Antoine Walker y Richard Hamilton. Varios miembros de su séquito intentaron insinuar la imprudencia de robar horas al sueño en esas circunstancias, pero Jordan estaba perdiendo varios cientos de miles de dólares y se negó a marcharse hasta recuperarse. Al final cambió su suerte y salió del casino ya de día, con la alegría que sólo le daba el dinero ganado apostando. Quedaban tres días para el primer partido oficial.

El retorno de Michael Jordan a las pistas se vio ensombrecido por la cadena de atentados del 11 de septiembre de 2001. Sólo un día antes en la puerta de Hoops the Gym Jordan había avisado a los periodistas de que esa misma semana se produciría el anuncio oficial, pero los atentados hicieron aconsejable retrasar la rueda de prensa. Jordan hizo dicho anuncio a finales de mes, añadiendo que donaría su salario íntegro (más de un millón de dólares, el mínimo para un agente libre veterano) al fondo para las víctimas del 11-S. A pesar de ello, Jordan no parecía entender plenamente el impacto en la sociedad de los atentados, y así, por ejemplo, renunció a participar en un entrenamiento especial abierto a bomberos y policías como reconocimiento a su labor, y tuvieron que insistir para que al menos pronunciara unas palabras. No era algo particular de Jordan, sino que parecía extensivo a la NBA e incluso a todo el deporte de élite estadounidense. El deporte vive en gran medida de simular una dialéctica bélica en tiempos de paz, de enfrentamientos descritos como batallas y héroes que caen con honor o triunfan ante un enemigo superior. Pero en septiembre de 2001 la sociedad necesitaba la épica real, no la simulada. Los héroes pasaron a ser los policías y bomberos que entraron en los edificios en llamas, y poco después los soldados desplegados en Afganistán. Resultaba de alguna manera inapropiado sufrir por la derrota de un equipo cuando pocas semanas antes los muertos se contaban por millares, y la última canasta ganadora palidecía ante la última llamada desde un avión condenado.

Algunos esperaban que el deporte sirviera para cerrar esas heridas y recuperar una sensación de normalidad, y ponían como ejemplo el primer evento en Nueva York después de los atentados: un partido de béisbol en el que los aficionados de los Mets terminaron en pie coreando el estribillo de la canción New York, New York de Frank Sinatra, el himno no oficial de sus eternos rivales los Yankees. La vuelta de Jordan a las pistas, que además tendría lugar en el Madison Square Garden, parecía encajar con ese intento de recuperar la imagen optimista de los Estados Unidos invulnerables. Era inevitable recordar el double nickel, el partido de los 55 puntos poco después de su primer retorno, y Spike Lee cedía a la nostalgia o a la épica cuando anunció que subastaría la entrada de su esposa a beneficio de las viudas y huérfanos del cuerpo de bomberos, pero que nada en el mundo le haría ceder su asiento. El benefactor anónimo que ganó la puja regaló a su vez la entrada a la hija de un bombero fallecido, y la imagen de Spike Lee junto a la joven Jessica DeRubbio esperando a que Michael Jordan saliera del túnel de vestuarios parecía casi alegórica. Lo único que falló fue el baloncesto, en un partido poco vistoso en el que ambos equipos rivalizaron en errores.

Jordan salió en el puesto de base y fue de más a menos, con un buen primer cuarto en el tiro de media distancia que desapareció en la segunda parte cuando le fallaron las fuerzas. Tuvo una última oportunidad a falta de veinte segundos con un triple que podría haberle dado la victoria a su equipo, y cuando se levantó pareció que aún podía invocar la magia de antaño. “Creía que iba dentro. Todos nos sorprendimos cuando no entró”, declaró el entrenador Jeff Van Gundy. Los Wizards perdieron 91-93, y lo más preocupante fue la pobre imagen del equipo. Alexander, Laettner y Hamilton estuvieron horribles, y Kwame Brown tuvo un debut profesional para olvidar. Las escasas buenas noticias vinieron del banquillo, con Nesby y Jones aportando y un Chris Whitney que a punto estuvo de levantar el partido a golpe de triple. Algo parecido estuvo a punto de suceder la noche siguiente en Atlanta, cuando Michael Jordan tuvo un arranque espectacular antes de que los 40 minutos de juego le pasaran factura y le hicieran venirse abajo en la segunda parte. La noticia fue su arranque de furia en el descanso, al que los Wizards llegaron perdiendo a pesar de su aportación y que según los rumores provocó que Jordan describiera el juego del equipo como “basura”. Al menos sirvió para ganar, y en el primer partido en casa, contra unos Sixers sin Iverson, tuvo que ser Doug Collins el que abroncara a sus jugadores después de una primera parte calamitosa para que Richard Hamilton rescatara a los Wizards.

A pesar de llevar dos victorias en tres partidos estaban jugando con fuego, derrotando con demasiado esfuerzo a rivales inferiores sin dar buena imagen, y lo iban a pagar. Los Wizards empezaron una racha de ocho derrotas consecutivas que deslucieron el retorno de Michael Jordan a las pistas. No he vuelto a jugar para esto, bramaba ante sus íntimos. A través de la prensa había desafiado a los “jóvenes cachorros” de la NBA a ver quién ladraba a quién, pero de momento el resultado estaba siendo que por primera vez la imagen de Jordan se veía asociada a la derrota sin paliativos. Esta situación revelaba otro problema en la estrategia de la temporada: durante semanas todos los estamentos de los Wizards habían insistido en que Jordan volvía para enseñar a ganar a una plantilla joven e inexperta, para intentar transmitirles su competitividad y destruir esa comodidad en la derrota que distinguía a los equipos de Washington desde hacía años. Pero Jordan se había visto obligado a reducir su participación en los entrenamientos cada vez más debido a su estado físico, y eso le impedía enseñar desde el ejemplo como había hecho en Chicago. Seguía siendo un modelo de preparación antes de los partidos, cuando seguía una rutina estricta para favorecer su concentración, pero ya no era el que más trabajaba en los entrenamientos. Sólo podía recurrir a trucos como sentarse en el vestuario rodeado de zapatillas de Nike y regalar un par a un compañero acompañadas de algún comentario punzante. “A ver si te ayudan a coger algún rebote”, le dijo a Courtney Alexander. “Las de color mostaza no, ésas no son zapatillas de sexto hombre. Son zapatillas de titular”, contestó a Tyrone Nesby cuando éste le pidió un par del color favorito de Jordan.

Su relación con Kwame Brown era la más representativa. Al principio de la pretemporada Jordan intentó ejercer de hermano mayor, pasando tiempo con el rookie y aconsejándole constantemente sobre aspectos deportivos o comerciales, pero ese trato no duró mucho. Kwame Brown recordó a Jordan el desafío antes del draft de jugar un uno contra uno, y durante ese partidillo el novato mostró una actitud demasiado presumida para su gusto. “You reach and I’ll teach”, exclamó después de que Jordan intentara en vano robarle el balón. “Intenta enseñarme y te tumbo”, contestó un enfadado Jordan, y a continuación se esforzó hasta derrotar a Kwame Brown por una diferencia humillante. “A partir de ahora llámame ‘papi’, cabrón.” Desde ese momento la situación entre ambos se agrió, a pesar de los intentos esporádicos por parte de Jordan de recuperar su papel de mentor. No ayudaba que el verano le había sentado fatal a Kwame, y se había incorporado al equipo pasado de peso y quejándose de varias molestias físicas. Estaba aceptado que un jugador que llegaba directamente desde el instituto necesitaba tiempo para empezar a aportar, pero los entrenadores no veían en él esos destellos que un Garnett o un Kobe habían mostrado desde sus inicios. Cada vez que le miro las manos, murmuraba Jordan, me parecen más pequeñas. El clímax llegó en un entrenamiento en el que Kwame Brown sintió que los veteranos estaban abusando de su estatus para castigarle físicamente, y después de un golpe de cadera que le hizo perder el balón protestó: “Eso ha sido falta”. Michael Jordan estalló de una manera que nadie recordaba. “No se pide falta por un toquecito de mierda, maricón. Mueve el culo de una vez y sigue jugando. No quiero volver a oír una mierda como ésa.” Kwame Brown estuvo a punto de echarse a llorar. Era muy joven, poco más que un adolescente, y hacía un par de meses que había salido de la escuela. “Flaming faggot.”

Pero no era el único. Tyronn Lue terminó enterrado en el banquillo después de que Jordan se quejara de que intentaba correr en lugar de pasarle el balón y abrirse para el tiple, como hacía Whitney, encontraba inaceptable que Alexander usara su salto exclusivamente para tirar en suspensión en lugar de penetrar o rebotear, y no consiguió conectar con Hamilton. Se suponía que Richard Hamilton era la estrella de futuro de los Wizards, y Michael Jordan hacía constantes comentarios sobre su supuesto papel de apoyo refiriéndose a su compañero como “El Llanero Solitario” y a sí mismo como al indio “Tonto”22. Rip Hamilton apenas conocía al Llanero Solitario y no terminaba de entrar en sintonía con el tono de Jordan, y sobre todo se mostraba cada vez más molesto por la atención casi exclusiva que recibía éste por parte de los medios. “No soy un Jordanaire”, repetía en referencia al apodo despectivo que la prensa de Chicago había dado a sus compañeros de los primeros años en los Bulls. La franquicia había realizado una notable inversión en jugadores como Hamilton, Alexander, Lue, Brown, Haywood y Thomas que parecían más adecuados para un juego rápido al contraataque, pero Michael Jordan obligaba a jugar andando y a dar demasiados minutos a veteranos como Whitney, Laettner o Jones. Doug Collins argumentaba, con razón, que parte del problema era la pobre aportación de los jóvenes. Lue parecía desorientado, Alexander no recordaba en nada al del año anterior y Kwame…era Kwame. Incluso Hamilton se veía sobrepasado por rivales como Jerry Stackhouse, que aprovechaban su superioridad física para castigarle en ambas canastas. Collins era de natural nervioso, y en esas circunstancias inició un carrusel de cambios que no mejoraron la situación, con experimentos como colocar al rookie Bobby Simmons de titular en lugar de Richard Hamilton. Simmons era un defensor esforzado, pero los Wizards necesitaban los puntos de Hamilton.

Mientras, el estado físico de Michael Jordan se seguía deteriorando hasta tal punto que nadie consideraba significativas las bolsas de hielo y los cables de electroestimulación que rodeaban permanentemente sus rodillas precisamente porque siempre estaban ahí. Doug Collins intentaba resguardarlo colocándolo en la cabeza de la zona en ataque y dándole la asignación más fácil en defensa, pero las carencias del equipo terminaban exigiendo que marcara a la estrella rival algunos minutos y que forzara la rodilla intentando avanzar hacia canasta. Además, el dedo índice de la mano derecha no se había recuperado del accidente sufrido en Bahamas cuando se cortó un tendón, desgastado por años de esfuerzo y abuso de la articulación. No podía controlar el balón como antes, cometía pérdidas sorprendentes y uno de los motivos por los que evitaba ir a canasta era precisamente esa falta de “tacto”, de ese control que había sido uno de sus rasgos distintivos. Se apoyaba en los tiros de media y larga distancia, y sus jugadas espectaculares eran sobre todo fintas con las cuales hacía saltar a los rivales para dejarlos en evidencia. Cuando el físico le respondía podía ofrecer actuaciones más que sólidas, como una racha de tres partidos anotando más de treinta puntos por encima del 50% en tiros, pero faltaba la magia. George Koehler lo llamaba “el truco del conejo”, como si fuera un prestidigitador. El truco del conejo era la jugada contra Lakers, la penetración con el cambio de mano, pero en términos amplios se refería a la promesa implícita de que asistir a un partido de Michael Jordan era contar con muchas posibilidades de ver algo único e irrepetible, algo exclusivo y diferente. Podía ser una gran jugada, un mate, una canasta final, una anotación brutal, nadie lo sabía. Pero estaría ahí, y Jordan lo había convertido en su referencia para motivarse después de los campeonatos cuando se veía jugando tantos partidos en apariencia intrascendentes en pabellones lejanos. Un periodista recordaba un partido contra unos Timberwolves sin Marbury en el que los Bulls ganaban holgadamente a pesar de una pobre actuación de Jordan. Con el resultado decidido, Phil Jackson quiso sentarlo para darle descanso, pero el jugador se negó. “Aún no.” Se esforzó en la segunda parte y logró al fin varias jugadas espectaculares que pusieron al público en pie. “Ahora”, le dijo a su entrenador, y lo explicaba diciendo que en alguna parte del pabellón había un espectador que no acudiría a ningún partido suyo antes ni después y le debía algo espectacular. Eso era lo que le faltaba al Jordan de los Wizards, incluso cuando ofrecía una buena actuación como el partido contra Celtics en el que superó claramente a Paul Pierce, el jugador de la nueva hornada al que encontraba más parecido consigo mismo. Su estilo no era tan similar como el de Bryant o Carter, pero Jordan se sentía reflejado en el afán de mejora constante de Pierce y su esfuerzo por no tener puntos débiles en su juego. A pesar de la victoria, la jugada que quedaba era el enorme tapón que le colocó Pierce en el último minuto. Durante su carrera muchos de sus tiros habían sido taponados, pero no con tanta superioridad; era el primero de una serie de tapones que recibiría en esta temporada en la que se enfrentaba a escoltas rápidos y atléticos a los que no podía superar como antes.

Ésos eran los días buenos, cuando el cuerpo le respondía aunque terminara sin aire en el último cuarto. Luego estaban los días malos, cuando anotaba menos del 40% de sus tiros y se veía obligado a justificarse en la rueda de prensa, declarando que el mérito de las canastas de sus compañeros procedía de sus pases o del sobremarcaje de los rivales. Se había convertido en un jugador más ancho y lento, que aprovechaba su conocimiento del juego y su astucia para robar balones y rebotes por colocación, asistir al hombre libre y fintar a los defensores, pero incluso eso era un esfuerzo cada vez más duro. El 24 de noviembre Jordan viajó a Chicago en secreto para que el doctor Hefferon le drenara el líquido sinovial que bloqueaba su rodilla derecha, a pesar de que el médico le advirtió que se trataba de una medida temporal que podía llegar a agravar su estado. Llevaba ocho partidos promediando más de 40 minutos, y tres días después volvió a jugar más de 30 minutos en una nueva derrota (3-10 en el global). Unos Cavs en plena reconstrucción ganaron de paliza en lo que sería el punto más bajo de la temporada de los Wizards, y Michael Jordan no se mordió la lengua ante la prensa. “Apestamos. Nadie me guarda las espaldas pero todos esperan que yo guarde la suya. Es algo que no voy a tolerar mucho tiempo”, declaró. “No me gusta no ver esfuerzo, especialmente cuando yo no estoy al cien por cien.”

El partido siguiente, en Philadelphia, tenía el peor aspecto posible para los Wizards: segundo encuentro en dos días consecutivos, con el equipo en caída libre y contra el finalista de la NBA habiendo recuperado a Iverson. Para colmo, Jordan jugaría con una media protectora que hacía imposible ocultar su viaje a Chicago, y Collins tuvo que informar en la rueda de prensa del drenaje al que había sido sometido. Pero los Wizards dieron la campanada con una victoria épica gracias a una brillante actuación de Richard Hamilton apoyado por un buen partido de Jordan en ataque y de Lue en defensa, que terminó con Iverson desafiándole a resolver sus diferencias en el párking a bofetadas. Aún más importante, fue el comienzo de una racha de victorias cuando menos se esperaba. Michael Jordan obedeció a los médicos y se tomó el primer partido de descanso de la temporada, pero los Wizards perdieron en San Antonio y decidió volver para los siguientes en Houston y Dallas. “¿Es que nadie se da cuenta de que no podemos perder los tres partidos en Texas?” Sentía que el equipo empezaba a responder, y había que aprovechar la oportunidad. Los Wizards encadenaron nueve victorias seguidas en diciembre y otras cuatro a principios de enero a pesar de las lesiones de Courtney Alexander y Christian Laettner, y se empezó a hablar seriamente de las posibilidades de Michael Jordan para el MVP. Ya no se hablaba de su rodilla, a pesar de que el 3 de diciembre hubo de someterse a un segundo drenaje.

Una de las causas de la racha de victorias era la recuperación del lesionado Brendan Haywood, el rookie procedente de los Tar Heels que se convirtió en una de las mejores noticias de la temporada aportando intensidad, defensa y rebote. Pero la principal era que Jordan empezó a sentirse más a gusto en la cancha después de que los drenajes aliviaran las molestias de la tendinitis y sus compañeros se fueran adaptando a jugar con él. “Popeye” Jones se había convertido en el complemento perfecto, un reboteador incansable que sabía colocarse para los bloqueos que liberaban a los aleros. Con él y el anchísimo Jahidi White abriéndole espacios, el tiro de Jordan se volvió mucho más efectivo a pesar de otra tendinitis más, esta vez en la muñeca derecha. Nesby y Lue eran dos perros de presa en defensa y Haywood aportaba lo que no hacía Kwame. Volvió la magia, y la redención en el Madison Square Garden el 22 de diciembre cuando Michael Jordan volvió a tener el tiro final con el partido empatado a falta de cuatro segundos, y esta vez no falló. Quizá ya no fuera un volador y sólo le quedara la mente, pero esa mente seguía siendo la de Michael Jeffrey Jordan. Sprewell no saltó a la finta porque todos sabían que este Jordan siempre finta, y no fintó. Se levantó solo y anotó para la victoria, y un estadio entero pudo volver a casa a celebrar la Nochebuena recordando lo que habían tenido la suerte de contemplar.

La Nochevieja trajo aún más magia: primero 51 puntos a los Hornets el 29 de diciembre, después 45 a los Nets el mismo 31 y sin bajar del 50% en tiros, y para terminar el primer enfrentamiento contra los Chicago Bulls el 4 de enero en el MCI Center. Los Bulls acababan de despedir a Tim Floyd para reemplazarlo por Bill Cartwright, y Michael Jordan no dejó pasar la oportunidad de dedicarle unas cuantas puyas a Jerry Krause y su “reconstrucción” después del campeonato de 1998. “Contratar a Bill ha sido una buena decisión”, declaró, “ahora sólo les falta despedir a Krause y sustituirlo por John Paxson”. Viniendo de quien era de facto máximo responsable de una franquicia rival, las palabras de Jordan suponían una violación de protocolo, y también un torpedo en plena línea de flotación de los Bulls. Superando la defensa de Ron Artest, el jugador que le rompió las dos costillas en verano, Michael Jordan anotó 25 puntos en la primera parte y superó la marca de los 30.000 en su carrera. En la segunda parte volvieron a fallarle las fuerzas, pero le quedaba suficiente para la magia: con Wizards seis arriba en el último minuto, Artest tocó el lanzamiento de Jordan y los Bulls salieron al contraataque. Ron Mercer encaró a Hubert Davis para lo que iba a ser una bandeja fácil y Michael Jordan taponó su tiro llegando desde atrás. No sólo lo taponó, sino que lo clavó a dos manos contra el tablero y bajó con el balón cogido. “Aún puedo saltar si tengo que hacerlo, especialmente si me cabrean.”

Las victorias no podían llegar en mejor momento, porque Jordan estaba enfrascado en un complicado intento de mantener su vida privada fuera del alcance de la prensa. Karla Knafel, una antigua amante, le había abordado en un casino de Las Vegas durante el paro forzoso de 1998 para exigirle el pago de cinco millones de dólares que según ella le había prometido. Sus abogados llevaban negociando desde entonces, pero después de una reunión el 18 de diciembre de 2001 la señorita Knafel parecía dispuesta a recurrir a la prensa. Las amenazas de sus abogados aún podrían retrasarlo, pero nada podría impedir que se supiera que en navidades Juanita Jordan había presentado una solicitud de divorcio. La noticia saltó inmediatamente a los titulares de todo el país y las ruedas de prensa se llenaron de periodistas que no procedían de la sección de deportes de ningún medio sino que pedían insistentemente declaraciones sobre el tema. “No es asunto vuestro”, fue la única respuesta de Jordan mientras el circo mediático alzaba su carpa. Bobby Mercer, un estrafalario stripper apodado Rumpshaker (no es broma) se unió al espectáculo enviando una carta a Juanita Jordan en la que afirmaba que el jugador había mantenido una relación con su esposa, Pam Jones, de la que estaba separado. Aunque los abogados de Jordan le atemorizaron para renunciar a la rueda de prensa que tenía prevista, sí llegó a sacar un libro sobre el tema, y los medios aprovecharon para reciclar historias como la de Lisa Miceli, una joven aparentemente alterada que insistía en que Jordan era el padre de su hijo a pesar de haber quedado desmentido por varias pruebas de paternidad. Era la peor pesadilla de Jordan, su nombre asociado a una galería de fantoches televisivos y su mujer pidiendo el divorcio.

La relación entre ambos nunca había sido fácil desde que ella le forzó a poner fecha a la boda mediante una demanda de paternidad de su primer hijo, y el matrimonio había estado cerca de la ruptura varias veces. A pesar de sus recurrentes comentarios sobre dedicar tiempo a su familia y ver crecer a sus hijos, Jordan siempre tenía una aventura en la que abstraerse. Cada vez que su esposa pensaba que por fin iban a mantener una relación estable, Michael Jordan encontraba una nueva excusa para recorrer el país de punta a punta. Las amenazas de Karla Knafel fueron probablemente la última gota, ya que violaban la ley matrimonial no escrita de la NBA: lo censurable no es la infidelidad si es discreta, sino cualquier escándalo que deje en evidencia al cónyuge. Jordan se tomó muy en serio la petición de divorcio, pero pensaba que aún tenía una oportunidad de reparar su matrimonio. Como siempre, creía que aún le quedaba un último tiro para remontar el partido.

El baloncesto era su refugio, y por eso fue una suerte que coincidiera con los mejores momentos de Michael Jordan en la franquicia, cuando la vuelta al servicio activo parecía un éxito completo en lo deportivo. En lo financiero nunca había estado en duda, ya que el número de abonados a los Wizards se había disparado y tenían garantizado el lleno absoluto en casa y fuera (en toda la temporada sólo quedaron entradas sin vender en tres partidos, todos fuera de casa y con Jordan ya de baja). Día sí y día también aparecían en la televisión nacional, y Abe Pollin podía cumplir su sueño de bajar al vestuario acompañado de un grupo de amigos o empresarios boquiabiertos y presentarles al ídolo. Michael Jordan despreciaba lo que definía como “espectáculo de feria”, pero en este caso respetaba la posición del propietario y atendía a sus invitados con paciencia y educación. Jordan no era el único al que molestaban las visitas de Pollin, que usaba un tono excesivamente paternalista en presencia de los jugadores. “Estoy muy orgulloso de mi equipo”, presumía. Ni siquiera “nuestro equipo”, algo que irritaba incluso a los entrenadores. Abe Pollin no era el tipo de propietario implicado en la franquicia, estilo Mark Cuban (en su etapa como presidente, uno de los primeros objetivos de Jordan fue mejorar las instalaciones y equipamiento de los jugadores, que rozaban lo cicatero), ni tampoco la clase de propietario remoto estilo Jerry Reinsdorf, que confiaba el equipo al criterio de sus responsables. Pollin se apuntaba gustoso a la foto, pero no trabajaba para que se sintieran apoyados ni respaldados de ninguna forma.

Por su parte, Abe Pollin sentía que su labor apenas recibía reconocimiento. Ted Leonsis había entrado en la franquicia precisamente porque Pollin había construido el MCI Center con su propio dinero, sin financiación pública, después de décadas colaborando en programas sociales para el desarrollo de la ciudad. Sin embargo, la prensa atribuía enteramente el florecimiento económico de esa parte de Washington a Michael Jordan, cuya aportación tangible se limitaba a abrir el sexto restaurante de su cadena. Esa ambivalencia se reflejaba en el All Star del año 2002. Michael Jordan era el gran reclamo para que Abe Pollin pudiera lucirse después de que el All Star de 2001 se celebrara en Washington con los Wizards en el fondo de la liga, pero las votaciones para el quinteto titular revelaban que el tirón popular de Jordan no era tan seguro como se suponía. Su titularidad estaba garantizada, por supuesto, pero en número total de votos aparecía por detrás no sólo de Shaquille O’Neal sino de jóvenes estrellas como Vince Carter y Kobe Bryant. Incluso en la clasificación parcial de bases/ escoltas de la conferencia Este fue mucho tiempo por detrás del polémico Allen Iverson, algo sorprendente al tratarse de un concurso de popularidad en el que participaba el que posiblemente fuera el deportista más carismático de todos los tiempos. La “tercera venida” de Jordan empezaba a definirse como un ejercicio en nostalgia de aficionados cuarentones, que no le servía para conquistar a una nueva generación ni para medirse a los nuevos talentos de la liga. Empezaba a dar un poco igual si jugaba bien o mal, si superaba a Carter o era superado por Kobe, porque ya no estaba en ese plano.

El partido de las estrellas sirvió para confirmar esa percepción. Michael Jordan dominó la rueda de prensa compartida con Allen Iverson, y cuando un periodista le pidió que comparara a Kobe con Jordan éste saltó inmediatamente: “Yo no contestaría a esa pregunta si fuera tú, pero adelante”. “Ya lo habéis oído”, sentenció Iverson. Pero en el partido la estrella indiscutible fue Kobe Bryant, elegido MVP sobre los abucheos del público de su Philadelphia natal, y lo único que se comentó de Jordan fue su fallo en el mate del primer cuarto, cuando salió solo al contraataque y estrelló el balón contra el aro. No importaba el mate posterior sobre Tim Duncan, Jordan sabía que el fallo sería lo único que se recordaría. “Bien, ¿quién va a ser el primero en preguntármelo?”, dijo para comenzar la rueda de prensa. “Tengo que reírme. Si no soy capaz de reírme de mí mismo, no me puedo reír de nadie.” La comparación con el mate a tablero de Tracy McGrady provocaba su añoranza. “Recuerdo cuando yo solía hacer cosas así”, declaró. “Cuando te haces viejo, no tienes la misma confianza. Tienes que comprobar una lista, y cuando terminé de repasarla y estuve listo para el mate, ya me había pasado.” Aún no lo sabía ni él, pero en retrospectiva se haría evidente que estaba anunciando el final de su temporada.

La última catástrofe había sido la lesión de Richard Hamilton el 21 de diciembre, una rotura fibrilar en el abdomen que lo dejó incapacitado hasta finales de enero. Con Courtney Alexander también de baja eso limitaba al extremo las armas ofensivas de los Wizards, y hubo que abandonar el intento de mantener a Michael Jordan por debajo de los 35 minutos por partido. Lo peor, recordaba Collins, es que no era solamente un tema de minutos, sino del enorme esfuerzo que desarrollaba en esos minutos. Jordan mantuvo la buena marcha del equipo gracias a los triples de Hubie Davis y a la defensa de Tyrone Nesby, incluso dejó otro momento para el recuerdo con una canasta final para derrotar a los Cavs (a quién si no) después de un saque de banda diseñado por Doug Collins con su habitual maestría. El problema era que Jordan promedió más de 40 minutos por partido durante enero y febrero, y el 7 de febrero sufrió una contusión en la rodilla en un choque con Etan Thomas.

Michael Jordan no quería ni oír hablar de reducir su tiempo de juego, mucho menos de perderse partidos, con el equipo sumido en una racha negativa. A pesar de la vuelta de Hamilton los Wizards sumaron siete derrotas consecutivas después del All Star, y su presencia en playoffs estaba en peligro. Jugando de base o point forward, Michael Jordan aún podía oxigenar el juego de ataque de su equipo gracias a sus pases, pero los rivales habían aprendido que apenas podía moverse e ignoraban sus fintas. Mientras, Rip Hamilton era objeto de sucesivas defensas de contactos a cada cual más dura, que terminaron por convencerle de que Jordan y Collins tenían razón y era necesario que empezara inmediatamente una preparación física para fortalecerse. Se puso en manos de Tim Grover, pero los resultados tardarían en verse y los Wizards no podían esperar. En un último intento, Michael Jordan anotó 37 puntos el 23 de febrero con una rodilla ardiendo, y aun así los Heat les ganaron de dos. “Si tienes que caer, cae disparando”, era una de las lecciones que repetía en el vestuario de los Wizards. “Que cuando caigas no queden balas en tu pistola.” En el vuelo a Miami después del partido, Jordan no podía soportar el dolor. Caminaba por el pasillo del avión incapaz de sentarse, mientras Tim Grover intentaba en vano calmarlo usando hielo, siempre más hielo, electroestimulación, lo que fuera. El médico de los Heat le volvió a drenar la rodilla e intentó jugar, pero tuvo que pedir el cambio a mediados del último cuarto con el resultado aún por decidir. A Michael Jordan no le quedaban balas.

Protegido por sus leales, Jordan volvió en silencio a Washington. “Me estoy haciendo viejo. Esto es una señal de que estamos llegando al final.” Con su sobriedad característica aceptaba que la decisión había sido suya, y que las advertencias de Tim Grover y el Dr. Hefferon habían resultado ciertas. Era bueno saber que tenía en quién confiar. Tres días después el Dr. Stephen Haas, médico de los Wizards, le operó la rodilla derecha con resultados mejores de lo esperado. En lugar de la artrosis degenerativa que creían, la artroscopia halló y reparó un desgarro en el cartílago del menisco lateral de su rodilla derecha, con lo cual el pronóstico era de una recuperación completa. Michael Jordan había entrado en el quirófano con serias dudas sobre si podría cumplir su segundo año de contrato, y al salir el Dr. Haas le anunció que podría volver esa misma temporada después de un tiempo de baja de entre tres y seis semanas. El Dr. Hefferon no compartía este optimismo, y consideraba que Michael Jordan debería pasar al menos cuatro semanas de recuperación antes de plantearse siquiera volver a los entrenamientos. Conocía a Jordan y sabía que intentaría regresar a la cancha en sólo tres semanas confiando en su legendaria capacidad de recuperación, y en su estado eso podía hacerle más mal que bien.

El alejamiento de Michael Jordan del equipo fue tan repentino como completo. A preguntas de los periodistas, Doug Collins tuvo que admitir que desconocía dónde se encontraba Jordan, cuáles eran sus planes para regresar a las pistas o cuándo iba a aparecer por el vestuario. El entrenador tuvo que pasar por el mal trago de excusar su ausencia justo antes de que el jugador decidiera asistir a un partido en el banquillo vestido de calle, evidenciando que Jordan no le informaba por anticipado de sus intenciones. Mientras, el resto de jugadores se mostraban visiblemente aliviados y hablaban de aprovechar la oportunidad para jugar al estilo que más les convenía y demostrar así que eran mejores de lo que se creía. La prensa los había apodado Wiz Kids, y cuando se dirigían a ellos era para preguntarles si la última declaración de Jordan les había motivado o si no podían hacer el esfuerzo de ofrecerle un mejor apoyo. Ellos se denominaban a sí mismos The New Jacks, en referencia a la película New Jack City, sobre el ascenso de un nuevo tipo de bandas en los barrios, y estaban hartos. Tyronn Lue ya no sabía cómo obedecer las instrucciones contradictorias de un Jordan que le pedía a la vez que se fuera a la esquina a abrirle espacios al triple y que estuviera preparado para bajar a defender el rebote rival (al pasar muchos minutos en aclarados en la cabeza de la zona, en caso de contraataque Jordan se veía solo frente a dos o tres rivales encarándole por velocidad), mientras que Courtney Alexander y Kwame Brown carecían de ritmo de juego después de que Doug Collins los metiera y sacara de la rotación durante toda la temporada. Aunque Richard Hamilton intentaba mantener un tono respetuoso y hablaba de cuatro o cinco años para referirse al futuro post-Jordan, se había dirigido al entrenador para quejarse de que no entendía cómo un jugador de 38 años recibía más balones que el que se suponía que era el futuro de los Wizards. Y ni siquiera los veteranos se sentían cómodos compartiendo vestuario con quien seguía siendo presidente de los Wizards en todo excepto en el nombre. Era imposible establecer lazos de compañerismo con la misma persona que mañana podía despedirte, y se hacía difícil jugar con naturalidad pensando todo el tiempo si estabas tirando demasiado o demasiado poco para el gusto de Jordan, y si eso influiría en tu contrato.

El primer partido sin Jordan fue como un día de recreo. Perdieron en casa, pero fue contra un rival muy superior como los Blazers, por culpa de unos discutidos tiros libres finales y después de anotar 101 puntos. Libres de condicionantes y jugando sin el freno de mano puesto, Hamilton, Alexander y Nesby mostraron una alegría que no se había visto en toda la temporada. Incluso Kwame Brown mostró por fin un destello de lo que se espera de un número uno del draft, cuando encaró a Rasheed Wallace y culminó la canasta con un semigancho tras pivote que hizo que Doug Collins llamara a Jordan inmediatamente después del partido. “Creo que elegimos al jugador correcto.” También perdieron el siguiente, pero a continuación ganaron dos partidos seguidos gracias a un Courtney Alexander espectacular, que se atrevió a insinuar que los aficionados disfrutaban más de estos Wizards sin Jordan: “Claro, es excitante y es el futuro. Es lo que esperábamos de este estilo de juego, Rip y yo, y ahora véis lo que pasa cuando nos dan la oportunidad de aplicarlo”. No tuvieron mucho tiempo para sacar pecho estos new jacks, que después del partido contra Chicago encadenaron cinco derrotas seguidas que ponían muy difícil su acceso a los playoffs. La presencia de Jordan también servía de excusa para que los más jovenes de la plantilla evitaran afrontar sus carencias y limitaciones, atribuyéndolas a la dificultad de contar con los minutos y tiros que creían merecer. Con o sin Jordan, Alexander era un tirador unidimensional e irregular, Hamilton un jugador físicamente vulnerable y Kwame un proyecto con más sombras que luces. Además, las defensas rivales podían centrarse en ellos, y los Wizards volvieron a ser el equipo mediocre de principios de temporada que competía hasta el último cuarto pero terminaba perdiendo aunque fuera con marcadores más altos.

Michael Jordan volvió a jugar a las tres semanas justas de su operación. Las evaluaciones de su rodilla calculaban que estaba entre un 50% y un 65%, y Tim Grover le advirtió que una recaída antes de estar totalmente recuperado podría suponer una lesión incurable. Pero Jordan creía que aún era posible entrar en playoffs con una remontada final, y durante toda la temporada había hablado de que sentía que aún quedaba dentro de él un último gran tiro. En esta etapa de su carrera una última canasta en playoffs sería como ganar otro campeonato, y Michael Jordan era incapaz de dudar de su capacidad para imponer su voluntad en la pista. Era capaz de visualizar la victoria y eso significaba que había una posibilidad de conquistarla. John Bach bromeaba diciendo que su increíble capacidad de recuperación le hacía sospechar que Jordan era un extraterrestre, pero esta vez no se trataba de una torcedura o un tirón sino de la primera operación quirúrgica real de su carrera. “Yo necesité tres meses, y hacía rehabilitación todos los días”, declaró Steve Kerr. “Quizá sea diferente para él. Quizá siga siendo Michael.”

Doug Collins había declarado que era impensable que Michael Jordan intentara volver a jugar sin al menos pasar dos o tres entrenamientos para confirmar su recuperación. Sin embargo, Collins ya no estaba al tanto de la situación ni de las intenciones de Jordan, y cuando los Wizards llegaron a Denver el 19 de marzo se lo encontraron esperándoles en el hotel. Al día siguiente derrotaron a los débiles Nuggets gracias a la aportación de Hamilton, Alexander y Nesby, para ponerse 32-36 aún a tiro de playoffs. Jordan sólo jugó 16 minutos, dando muestras de no estar aún recuperado, y tenían otro partido a la noche siguiente. Jordan anotó un bonito mate, pero el equipo estaba muy fatigado y los Jazz les derrotaron con facilidad. Bryon Russell se permitió el lujo de anotar un triple en su cara al final seguido de un robo de balón que provocó la ovación del público de Utah. “Espero que sigas oyendo esto, Mike, durante todo el viaje de vuelta.” Aún más dolorosa fue la siguiente derrota en Toronto, cuando Michael Jordan lideró la remontada y capturó un rebote defensivo en el último minuto con los Wizards ganando de uno. Y entonces, lo que más temía Jordan, verse convertido en la clase de jugador capaz de arrebatar la derrota de las fauces de la victoria: Antonio Davis le robó el balón para anotar la bandeja que ponía a los Raptors por delante, y en el último ataque el tiro final de Michael Jordan se salió de dentro y sentenció la derrota de su equipo. Como siempre, Jordan asumió las consecuencias de ese fallo final, había hecho un buen tiro y simplemente no entró, pero tuvieron que separarlo de unos árbitros a los que se quería comer por no haber pitado falta en el rebote. Sentía que esos errores finales y la falta de respeto arbitral eran señales del final de su estatus de estrella.

A pesar de todo, Michael Jordan seguía insistiendo en que era posible el milagro, y otro triunfo sobre los Nuggets ponía a los Wizards con un balance de 2-2 desde su retorno. Sin embargo, las dos victorias habían sido contra Denver, uno de los peores equipos de la liga, y Jordan apenas había contribuido. Contra los Nuggets volvió a ser noticia negativa, en este caso por un brutal tapón de Voshon Lenard que le hizo acabar en el suelo. A falta de once partidos, los Wizards necesitaban ganarlos casi todos para entrar en playoffs, así que era el peor momento para que Doug Collins provocara otra tormenta en el seno de la franquicia. Collins fue invitado al programa de la ESPN Pardon the Interruption y allí declaró textualmente que le sorprendería mucho que Michael Jordan jugara la temporada siguiente. Esas declaraciones contradecían la “versión oficial” precisamente en el período de renovación de abonos, y la gerencia exigió una rectificación pública e inmediata. El entrenador tuvo que recurrir a la típica excusa de que sus palabras habían sido sacadas de contexto, ante unos periodistas que no conseguían imaginar un contexto en el que significaran algo diferente y especulaban sobre un posible enfado de Jordan. Sin embargo, Michael Jordan acudió a la rueda de prensa a respaldar a Collins: “A mí también me sorprendería que yo volviera el año que viene. Si voy a pasar por la misma situación, no sería buena idea jugar”. Los periodistas deberían haber imaginado que unas declaraciones de Doug Collins en un programa presentado por Michael Wilbon, amigo declarado de Jordan, respondían a los deseos e intereses del jugador. Los Wizards se habían embarcado en una campaña publicitaria para el año siguiente en la cual el gran reclamo para adquirir abonos o contratar partidos de pretemporada era la presencia de Michael Jordan, y a éste le molestaba ese afán tan poco disimulado por hacer dinero a su costa sin contar con su opinión.

Jordan estaba de particular buen humor antes del partido contra los Bucks. Sus dos hijos mayores habían venido a verle y su presencia indicaba la mejoría en la relación con su esposa. Michael Jordan había aprovechado las visitas a la consulta del Dr. Hefferon en Chicago para ver a Juanita, y había arreglado la situación de forma que ésta retiró su demanda de divorcio apenas un mes después de haberla presentado. Jordan permaneció largo rato en el pabellón viendo a sus hijos jugar al baloncesto con los hijos de Rod Higgins, y para muchos de los miembros de los Wizards fue la única vez que lo vieron reír de verdad. “No tengas miedo de sacarme hoy”, advirtió a Collins. “Me siento bien.” Así comenzó la última buena actuación de Jordan en la temporada, 34 puntos en 26 minutos para derrotar a Milwaukee. Hubo momentos de desfallecimiento físico, pero por una noche las fintas funcionaron y esa mecánica arrastrada tan larga que había desarrollado le permitió superar a sus defensores y anotar con acierto. Era el tipo de partidos que le permitían seguir afirmando que su estado físico no era preocupante, que sólo necesitaba recuperar el ritmo, que el hielo y la electroestimulación eran algo normal. No era cierto. Sólo dos días después contra los Mavs volvió a dar una imagen de impotencia frente al marcaje de Adrian Griffin, y sólo pudo anotar dos tiros libres antes del último cuarto. Anotó tres canastas importantes en la recta final para darle a su equipo una posibilidad, pero no logró evitar la victoria de los Mavs que prácticamente certificaba la eliminación de los Wizards para playoffs. Jordan había terminado el partido arrastrando la pierna y la inutilidad de su esfuerzo provocó una reacción inesperadamente crítica hacia Collins. “En el partido contra Milwaukee pude aprovecharme mejor jugando de base, pero eso no pasó hoy. Me podría haber utilizado mejor”, declaró. Pero lo más importante fue un comentario de pasada ante sus íntimos sobre un pequeño problema sin demasiada trascendencia: no era capaz de flexionar completamente la rodilla.

Por más que intentara quitarle hierro, eso suponía que Michael Jordan no estaba en condiciones de seguir jugando ni un día más. Volvía a despertarse por las mañanas con la rodilla inflamada como antes de la operación, pero rechazó la petición de Collins de dar por terminada la temporada. Aún no estaban eliminados matemáticamente, y el siguiente partido era contra los Lakers de Phil Jackson y Kobe Bryant. Jordan decidió probar una media terapéutica que se suponía que facilitaba la circulación pese al excepticismo del fisio de los Wizards. Phil Jackson reconoció que le dolía ver a Jordan en ese estado, incapaz de bajar a defender y siendo superado en velocidad por el suplente Brian Shaw, y después de diez minutos Doug Collins se lo pidió como algo personal. “Michael, por favor, no quiero que sigas jugando.” Después del partido, Jordan admitió ante la prensa que se habían cumplido los peores augurios de Tim Grover: “Volví sin dedicar el tiempo suficiente a prepararme, y ahí empezó todo: los problemas de rodilla, la tendinitis. Partes de tu cuerpo empiezan a fallar, intentas compensar y otras partes fallan”. Insistió en que se encontraba bien y que no había ningún problema, pero a la mañana siguiente habló con Doug Collins y se marchó sin despedirse de sus compañeros. “Creo que Michael necesita estar solo durante un tiempo.”

Después de anunciar su baja definitiva, Michael Jordan volvió a distanciarse del día a día del equipo. Ocasionalmente apareció por algún partido para ver cómo los Wizards terminaban 37-45, pero en general prefirió empezar a plantear la temporada siguiente. Nadie se esforzaba ya en fingir que Wes Unseld era algo más que una figura decorativa y Michael Jordan trabajaba pensando en la temporada siguiente. Aunque públicamente seguía afirmando que sus posibilidades de jugar otro año eran escasas, en realidad se trataba del pulso con Susan O’Malley y el departamento publicitario de los Wizards, que en su opinión seguían empeñados en intentar sacar dinero gracias a su nombre. “Cuando miro a mi alrededor, no veo a Pippen ni a Rodman.” Fue su manera de anunciar después de su último partido que tenía la intención de hacer una profunda renovación del vestuario aunque para ello fuera necesario prescindir de jugadores que habían cumplido satisfactoriamente, como Chris Whitney, “Popeye” Jones, Hubert Davis o Tyrone Nesby (o no tan satisfactoriamente, como Courtney Alexander). A cambio llegaron Larry Hughes y el veterano Bryon Russell para evitar que los rivales pudieran seguir explotando la falta de altura del perímetro de los Wizards. Después de la mala experiencia con Kwame Brown, Jordan prefirió elegir en primera ronda del draft a dos jugadores con irreprochables credenciales universitarias, como el ídolo local Juan Dixon de Maryland y Jared Jeffries de Indiana (en segunda ronda eligió a un escolta llamado Juan Carlos Navarro). Aunque era difícil encontrar algo mejor con esas elecciones, algunos analistas creyeron detectar cierta intención de evitar críticas. Se trataba de jugadores que tendrían dificultades para trasladar su juego a la NBA. Dixon era un escolta con cuerpo de base y Jeffries un alero falto de tiro como exterior y de fuerza como interior, pero sí eran dos opciones sensatas, razonables, de las que no se recuerdan para bien ni para mal.

El mayor cambio fue, sin duda, el traspaso de Richard Hamilton a los Detroit Pistons a cambio de Jerry Stackhouse. Michael Jordan no había llegado a conectar con Hamilton, y Doug Collins consideraba que su falta de fortaleza y aplicación defensiva obligaba a un mayor desgaste de Jordan. Stackhouse había tenido grandes actuaciones contra los Wizards explotando su superioridad atlética, y eso había dejado huella. Además, ya había tratado con Collins (que fue quien lo fichó para Detroit) y con Jordan, como corresponde a un Tar Heel hecho y derecho. A pesar de ello, su fama universitaria como “el nuevo Jordan” había provocado que su relación con Michael Jordan se viera marcada por la rivalidad desde que jugaran sus primeros partidillos en Chapel Hill antes de dar el salto a la NBA. Según los rumores, Stackhouse había mostrado una actitud poco respetuosa, y el resultado habían sido 48 puntos de Jordan en su primer enfrentamiento en la NBA. Se suponía que los Wizards trabajaban para el futuro, pero deshacerse de un jugador de 24 años a cambio de uno de 28 evidenciaba las contradicciones de un equipo que parecía estar trabajando para el presente.

No era la única señal preocupante para la temporada que se avecinaba. Los abogados de Jordan no habían logrado un acuerdo con Karla Knafel y era cuestión de tiempo que su vida íntima terminara en las revistas. No era posible intimidarla ni seguir retrasando lo inevitable, porque Karla Knafel era casi una profesional que ya había ganado una demanda de paternidad a otro jugador de la NBA (Dale Davis) y sabía manejar perfectamente estos asuntos. En sí, sus exigencias carecían de cualquier peso legal: el hijo por el cual Michael Jordan habría aceptado pagar cinco millones de dólares había resultado ser de otro deportista, concretamente un jugador de las ligas menores de los White Sox, con lo cual ni siquiera demostrando la validez de ese acuerdo verbal podía exigir el pago. El arma de Karla Knafel era el propio juicio, con la posibilidad de que Michael Jordan tuviera que subir al estrado y declarar de viva voz los detalles sórdidos de su relación. Como último recurso, Jordan decidió tomar la iniciativa y llevar el caso al juzgado él mismo acusándola de extorsión. Si no podía evitar el juicio, al menos así dejaba de estar a merced de esa mujer.

Las sucesivas vistas y decisiones judiciales fueron noticia durante todo el año 2003, durante el cual Karla Knafel y sus abogados revelaron detalles de su relación incluida una foto de ambos poco halagadora en la que un Jordan vestido con un chándal vulgar en una especie de pensión quedaba muy lejos de su elegancia habitual. La NBA se vio obligada a realizar una investigación interna por “relaciones impropias” cuando se supo que había sido un árbitro el que los había presentado en Las Vegas cuando Karla Knafel intentaba pasar de peluquera a cantante. Lo más dañino para la imagen de Jordan era cómo su amante había descrito el matrimonio con Juanita como una operación puramente comercial, pero hasta eso era preferible a que el propio Michael Jordan tuviera que subir al estrado y declarar. El caso fue perdiendo fuelle y quedó zanjado definitivamente alrededor de 2005 con la desestimación de todas las exigencias de Karla Knafel, pero el daño era irreparable. Por más que Michael Jordan se negara a entenderlo, su imagen se había basado en la extensión de la superioridad deportiva a la moral, convirtiéndolo en un ideal en términos absolutos al que el consumidor deseaba imitar. Estas historias eran casi provincianas en su vulgaridad, y carecían de los elementos más censurables, como drogas, violencia y alcohol, que marcaban los escándalos de otros jugadores; pero su efecto era mayor porque afectaban a una figura que se había colocado por encima del mal, y además su desmitificación moral coincidía con el momento en el que su superioridad deportiva llegaba a su ocaso.

Michael Jordan anunció en agosto que iba a disputar la temporada 2002-03, pero cuando se incorporó Doug Collins quedó horrorizado por lo que vio. Jordan no podía elevarse para una suspensión ni mucho menos correr, y según las estimaciones del entrenador estaba al 20% de su capacidad. Collins estaba convencido de que la realidad se haría evidente para el jugador y se anunciaría su retirada antes del comienzo de la competición, lo que no sabía era que Michael Jordan estaba siguiendo un cuidadoso plan formulado por Tim Grover para asegurarse de que no se repetiría el culebrón del año anterior con su rodilla. De esa experiencia había salido con aún mayor confianza en Grover y en el Dr. Hefferon, ya que ambos le habían dicho siempre la verdad, así que ahora los creía cuando afirmaban que siguiendo la preparación adecuada podría jugar la temporada completa. El plan de Grover incluía no jugar en pretemporada, empezar la liga sin estar al 100% y alcanzar el pico de forma hacia enero. Esta preparación eliminó los altibajos y la incertidumbre sobre el estado físico de Jordan, pero redujo también el dramatismo de su temporada. Abe Pollin repetía que los Wizards seguían dando beneficios por primera vez en décadas, pero el interés por la vuelta de Michael Jordan estaba descendiendo conforme se hacía evidente que no podía repetir las proezas del pasado. El número de abonados descendió en la segunda temporada, y aunque se siguió vendiendo todo el papel para los partidos en el MCI Center era imposible no darse cuenta de que cada vez se veían más claros en las gradas.

Michael Jordan confesó a su amigo George Koehler que aunque todavía sentía que era capaz de tomar el control del juego, esos momentos eran cada vez más limitados. En algún punto del partido imposible de predecir sentiría que entraba en ese estado superior de concentración y que era imbatible, pero ya sólo conseguía mantenerlo durante quizás diez minutos. Ni siquiera podía asegurar que sucediera en muchos partidos. En parte esto se podía deber a que Jordan no aceptaba que se había convertido en un tirador de media y larga distancia. No era un jugador unidimensional, ya que ayudaba al rebote y asistía con muy buena visión de juego, pero su papel fundamental era de tirador, y por tanto había días que le entraban los tiros y su aportación era relevante, y otros días en los que no entraban y pasaba casi desapercibido. Las explosiones atléticas hacia el aro casi habían desaparecido, y el público tenía cada vez menos esperanzas de contemplar el “truco del conejo”. Convertido en poco más que un veterano sólido, la última temporada de Michael Jordan degeneró a gira de despedida, en la que los momentos destacados eran ceremonias, cortesías y últimos partidos en tal o cual pabellón, y no el juego. Jordan había sido testigo de algo similar cuando se retiraron Julius Erving y Kareem Abdul-Jabbar, y lo despreciaba. Los homenajes habían desconcentrado a ambas estrellas haciendo que su juego se resintiera, y la atmósfera en general resultaba falsa y forzada. Jordan había decidido que no quería pasar por algo así, y sin embargo sus propios actos habían terminado provocando esa situación.

Michael Jordan se vio marcado por esa falta de claridad y decisión, esa forma de actuar en contra de sus propios intereses durante toda su etapa en los Washington Wizards. Carecía de criterio definido y unidad de propósito, algo que no es imprescindible para un jugador pero sí para el responsable en la sombra del equipo. Como presidente a Jordan le interesaba dar juego a los jóvenes de la plantilla, pero como jugador sólo tenía el presente y necesitaba a los veteranos. Habían traspasado a Alexander y Hamilton porque no encajaban con Jordan, pero habían traído a Hughes y Stackhouse que presentaban los mismos problemas. Los Wizards seguían teniendo el inconveniente de que sus dos mejores jugadores ocupaban una misma posición, carecían de un tres alto, ya que Bryon Russell era demasiado veterano, y una vez más habían formado una plantilla cuyo estilo ideal era la velocidad y el contraataque cuando Michael Jordan sólo podía jugar al paso. Tenían todas las papeletas para reproducir los mismos problemas de la temporada anterior, agravados por una menor tolerancia a la frustración. A diferencia de Hamilton, Jerry Stackhouse era un jugador establecido en la liga, con reputación de malas pulgas y con una relación tirante con Jordan. No dejaba de recordar sus victorias sobre los Wizards la temporada anterior y Jordan decidió jugar un partidillo con la intención de darle una lección. El equipo de Jordan resultó vencedor después de una asistencia final a Horacio Llamas (un pívot mexicano con contrato temporal), y Stackhouse se marchó sin hablar con nadie. Menudo principio.

El mal juego individual de Michael Jordan durante los pocos partidos de pretemporada que jugó estaba dentro de lo previsto, pero incluso entonces empezaba a percibirse una falta de acoplamiento con sus compañeros. Larry Hughes no era un base puro sino un comboguard23 que brillaba penetrando en velocidad, pero Jordan prefería que le pasara el balón y se abriera al triple a pesar de que el tiro exterior no era una de sus virtudes (años después, un aficionado creó una página web con el nombre “Hey Larry Hughes deja de hacer tantos tiros malos punto com”). El estilo lento y deliberado con mucho pase que pretendía implantar Doug Collins no coincidía con las habilidades de la mayoría de sus jugadores, y los numerosos cambios en la plantilla lo hacía aún más difícil especialmente porque habían producido una falta de liderazgo en el vestuario tras la marcha de “Popeye” Jones y Chris Whitney. Aparte de Jordan, los veteranos de este año eran Christian Laettner, Bryon Russell y Charles Oakley, al que por fin había fichado después de considerarlo la temporada anterior. Russell se ganó el aprecio de sus compañeros, pero Laettner era un solitario y Oakley llegaba por decisión personal de Jordan sin contrar con la opinión de Doug Collins (al igual que Pat Ewing, entrenador asistente que según los rumores podría ser activado como jugador si se clasificaban para playoffs). Collins había decidido apostar por los pívots jóvenes, y eso provocó las protestas de Laettner y Oakley que se encontraron jugando menos minutos de lo esperado. En lugar de crear buen ambiente, los veteranos serían los primeros en quejarse del entrenador. Michael Jordan había mejorado sus relaciones con algunos de los jóvenes de la plantilla, como Tyronn Lue, Bobby Simmons y Juan Dixon. Creía ver en ellos la actitud competitiva que deseaba e intentaba darles consejo para que progresaran en sus carreras. No era el caso de Kwame Brown, que ofreció un rendimiento esperanzador en el comienzo de la temporada pero pronto se vino abajo de nuevo. Había llegado otra vez con sobrepeso y el equipo médico empezaba a sospechar que había algún problema de salud que le impedía mantenerse en forma, pero los técnicos lo achacaban a su poco espíritu de trabajo y sacrificio al ver su nulo progreso ofensivo. Kwame mostraba algunas virtudes en defensa y rebote, pero de manera intermitente y sin aportación ofensiva.

El partido inaugural de la temporada fue un desastre individual y colectivo. Jordan anotó 4 de 14 tiros, falló un mate y sólo unos tiros libres de Stackhouse evitaron la anotación más baja de la franquicia. La imagen mejoró en el debut en casa, cuando Russell y Brown aportaron defensa y rebote mientras “Stack” y Jordan castigaban el aro de los Celtics para inflingirles la peor derrota de su historia. El arranque de los Wizards invitaba al optimismo gracias a un espectacular Jerry Stackhouse que parecía anotar a voluntad, y contra Lakers Doug Collins llegó al extremo de diseñar una jugada para él yendo uno abajo a falta de tres segundos. Con Jordan reducido al papel de señuelo, Stackhouse se abrió camino hasta el aro y anotó ante el delirio del público. Se pusieron 6-4 y parecían ir hacia arriba, pero en realidad seguían viviendo en el filo de la navaja. Como el año anterior, su escasez de recursos ofensivos hacía casi imprescindible que sus dos anotadores, Stackhouse y Jordan, hicieran un buen partido para tener opciones. Sin embargo, la falta de tiro exterior del primero y la decadencia física del segundo hacían impredecible su rendimiento, que pasaba por largas fases de irregularidad en cada encuentro. El mismo Jerry Stackhouse que había comenzado la temporada con brillantez entró repentinamente en una racha de desaciertos, y los Wizards se desplomaron con él para terminar noviembre con seis derrotas seguidas.

Entonces se reveló otra disparidad de opiniones entre Michael Jordan y su entrenador. Doug Collins creía que la idea era que jugara entre 25 y 30 minutos desde el banquillo, mientras que el jugador lo consideraba “un punto de partida”, susceptible de ser modificado cuando fuera necesario. Al terminar el mes Jordan determinó que hacía falta un cambio, y sugirió volver a la titularidad en lugar de Bryon Russell después de anunciar que sería su último año: “Cuando termine la temporada, no tengo intención de firmar otro contrato”. Su primer partido como titular fue otra decepción cuando no logró lanzar a canasta en la última jugada perdiendo de uno (“no puede ser que NO podamos hacer un tiro en esa situación”, declaró, a pesar de que la jugada la hizo él), pero dos victorias consecutivas levantaron las esperanzas de repetir la remontada del año anterior, cuando el equipo jugó su mejor baloncesto en navidades. Esas ilusiones no duraron demasiado y los Wizards quedaron atascados ligeramente por debajo del 50% de victorias, alternando rachas de victorias y buen juego con derrotas y marcadores bajos. El juego de Jordan seguía un patrón similar, capaz de quedarse en 2 puntos una noche e irse a más de 30 la siguiente.

Mientras, el ánimo del vestuario seguía empeorando. Larry Hughes jugaba cada vez menos en detrimento de Tyronn Lue, Collins había recurrido a Laettner debido al pobre rendimiento de los pívots más jóvenes, y Jerry Stackhouse no tenía reparos en hacer público su desacuerdo con el estilo de juego del equipo. Sus mejores partidos habían venido ocupando el puesto de dos, pero con Jordan en el quinteto titular había tenido que desplazarse al puesto de tres, donde no era tan efectivo. Michael Jordan no había conseguido llegar a conectar con Hamilton (que para más inri estaba triunfando en los Pistons), pero su relación con Stackhouse era aún peor. A “Stack” no le gustaban las bromas y juegos que Jordan usaba en el vestuario, y se sabía que en el pasado había llegado a las manos con los compañeros, así que ambos procuraban evitarse en lo posible. En febrero, con Stackhouse de baja por un problema muscular, el jugador creyó que Collins le estaba presionando para volver a la pista y estalló en un chorro de insultos y palabrotas que hizo temer por la integridad física del entrenador. El jugador se calmó sin llegar a las manos y posteriormente se disculpó, pero eso no resolvió los problemas de fondo.

El All Star de 2003 no podía llegar en peor momento. Michael Jordan había terminado las votaciones por detrás de Allen Iverson y Tracy McGrady, lo cual significaba que no sería titular en el partido de las estrellas. Sin embargo, la prensa rescató el precedente de 1978, cuando Doug Collins renunció a la titularidad en favor del veterano John Havlicek, que estaba a punto de retirarse, y en menor medida el de 1992, con Tim Hardaway y “Magic” Johnson. La presión popular para que Vince Carter renunciara a su plaza fue creciendo, aunque éste no entendía por qué sus votos valían menos ni por qué tenía que perder su plaza y no Iverson o McGrady. “Vince, depende de ti. ¿Qué vas a hacer?”, le preguntó Isiah Thomas, el entrenador del Este. “Le estás preguntando al jugador equivocado”, contestó. Michael Jordan mantuvo una posición equívoca durante esta controversia, declarando por un lado que ser titular no le preocupaba y que Vince Carter se lo había ganado, y por otro que él habría renunciado en favor del Dr. J si hubiera sido necesario. Uno de los responsables de la titularidad de Jordan fue Isiah Thomas, que parecía interesado en mejorar su controvertida imagen en su nueva etapa como entrenador y ejecutivo. Ya había intentado reparar su relación con Jordan en el pasado, y aprovechando el All Star mostró una grabación del partido de las estrellas de 1985, desafiando a cualquiera de los presentes a encontrar pruebas de un freeze out. Thomas terminó siendo decisivo para el numerito organizado en el banquillo durante la presentación de los titulares antes del partido, cuando Jason Kidd y Vince Carter representaron la escena en la cual obligaban a Michael Jordan a quitarse el chándal. “Si no hubiera aceptado, creo que los jugadores se habrían negado a empezar el partido”, declaró Isiah. De nuevo Michael Jordan parecía conspirar contra sí mismo, ya que su intención había sido ocupar un segundo plano en el All Star. Sabía que la NBA iba a tributarle algún tipo de homenaje, pero hizo llegar a David Stern que prefería algo discreto, alegre pero con clase. “A la mierda con los funerales. Nunca juegas bien después de uno. Ni lo necesito, ni lo quiero.” Sin embargo, al permitir que la polémica sobre su titularidad se extendiera, sin zanjarla de manera terminante, se había colocado en pleno foco de atención.

En el partido de las estrellas hizo una mala primera parte, pero después de la canción de Mariah Carey y de un discurso en el que habló de dejar el baloncesto en buenas manos, ofreció sus mejores minutos en el último cuarto. Cuando anotó la que parecía la canasta decisiva a falta de cinco segundos, la posibilidad de conseguir el MVP con 40 años cumplidos sobrevoló la pista, pero una torpe falta de Jermaine O’Neal llevó a una segunda prórroga que ganó el equipo del Oeste liderado por Kevin Garnett. Como sucedía en la competición oficial, Michael Jordan tenía momentos brillantes, pero el éxito final se quedaba justo fuera del alcance de sus dedos. Jordan se había definido en términos absolutos, por las victorias y los récords conquistados; pero en su Tercera Venida se veía reducido a términos relativos. Estaba jugando bien para su edad, casi no se notaba la inactividad, era el primer jugador en anotar tantos puntos con más de cuarenta años. Éxitos que necesitaban ser cualificados, que sólo eran destacables por sus circunstancias y que otros jugadores más jóvenes imitaban sin aparente esfuerzo. Nunca antes había sido necesario contar con la buena intención del observador para admirar a Michael Jordan, precisamente en el momento en que su imagen pasaba por sus peores momentos. Los rumores sobre su comportamiento con sus compañeros se perdonaban cuando ganaba y daba espectáculo, pero no cuando perdía. Con su dudoso paso por la gerencia, amenazaban con convertir en un fracaso su etapa en Washington si no lograba entrar en playoffs, y provocaron un nuevo enfriamiento de sus relaciones con la prensa. Un efecto colateral fue el enfrentamiento en el Washington Post entre Michael Wilbon, cronista de la NBA y amigo personal de Jordan, y Michael Leahy, destacado por el periódico para un seguimiento individual de la estrella.

La situación empeoró después del All Star, con una gira de cuatro partidos por el Oeste que se saldó con tres derrotas. De vuelta en Washington, Jordan hizo una de sus mejores actuaciones de la temporada con 43 puntos y 10 rebotes, y puso en pie al pabellón al tirarse a por un balón suelto. “Sólo me quedan 28 partidos en mi carrera, y haré lo que tenga que hacer para entrar en playoffs”, declaró. “Si los demás no pueden ver mi amor por el juego, entonces su sitio no es de uniforme ni en este equipo.” Esa amenaza levantó ampollas en la franquicia e hizo aún más evidente la complicación que suponía que la estrella del equipo fuera también el ejecutivo responsable de los contratos de los demás jugadores. La situación se repitió dos semanas después en la última visita de Michael Jordan al Madison Square Garden. Anotó 39 puntos, capturó 8 rebotes y se abrió la barbilla al tirarse a por otro balón, pero volvieron a perder. “Es descorazonador que un jugador de cuarenta años muestre más deseo que otro de veinticinco, veintiséis o veintitrés.” Los Wizards tocaron fondo con la derrota en Phoenix por 26 puntos y la promesa de Jordan de irse a jugar al golf si seguían mostrando esa falta de interés, y el síntoma más preocupante fue el enfrentamiento entre Kwame Brown y Doug Collins. Kwame creía que Collins aplicaba un doble baremo, y durante un partido en febrero contra los Cavs explotó. “No sentarías a MJ o a Stack por hacer esos tiros”, dijo al ser sustituido después de unos fallos. En Phoenix fue más breve: Fuck you. Escandalizado, Michael Jordan convocó inmediatamente una reunión. “No se puede tratar así al entrenador.” Kwame Brown se disculpó, al igual que se había disculpado después del partido contra Cleveland, pero la relación con Doug Collins era irreparable. Y no era la única, ya que cada vez más jugadores se sentían molestos por las amenazas de Jordan, la arrogancia de Stackhouse (que contrastaba con las simpatías que despertaba Richard Hamilton) o la manera en la que Collins racionaba minutos y tiros. “Si hubiera sabido esto”, declararía Charles Oakley al terminar la temporada, “no habría firmado con este equipo. No quería terminar así. No quería ver a Michael terminar su carrera así”.

Los últimos dos meses de Michael Jordan como jugador fueron un ejercicio en frustración. Increíblemente, gracias a la endeblez del Este, los Wizards aún tenían posibilidades de alcanzar el último puesto para playoffs, y Jordan peleó hasta el final: 26 puntos y 10 rebotes en Seattle, 22 puntos 14 rebotes y 7 asistencias en Atlanta, 25 puntos 13 rebotes y 7 asistencias en Boston, donde se pasó todo el partido metiéndose con su amigo Antoine Walker: “Vas cero de seis…ahora cero de siete…”. Pero jugaba prácticamente solo, con un Jerry Stackhouse que hablaba abiertamente del futuro “cuando termine esta especie de gira de despedida”, y Larry Hughes en el banquillo sustituido por Tyronn Lue. Eso provocaba que fuera de más a menos durante los partidos conforme el cansancio le pasaba factura, y se hizo habitual verle jugar muy buenos minutos en la primera parte para desaparecer en la segunda. Incluso la fortuna parecía ponerse en su contra, con derrotas en los últimos segundos contra Hawks y Celtics debido a tiros a la desesperada de los rivales cuando los Wizards parecían haberse asegurado la victoria. En Miami, a falta de cuatro partidos, necesitaban ganarlos todos y que sus competidores los perdieran, algo casi imposible con Stackhouse de baja por molestias físicas. Los Heat retiraron el número 23 como homenaje, y a cambio Jordan ofreció su última gran actuación anotando en suspensión y a la media vuelta para irse a los 23 puntos en la primera parte. Los Wizards ganaron a pesar de que sólo sumó dos tiros libres en la segunda, pero fue inútil, ya que esa misma noche las victorias de Orlando y Milwaukee los eliminaron de playoffs.

No se habían cumplido los peores augurios cuando anunció su vuelta dos años antes: no sufrió una quiebra física total, no se convirtió en una caricatura de sí mismo incapaz de ofrecer un nivel de allstar, no bajó de los 20 puntos por partido. Pero tampoco podía decir en abril del 2003 que su leyenda hubiera aumentado, llevando a los Wizards a la victoria y conquistando a una nueva generación de aficionados. Michael Jordan había conseguido jugar los 82 partidos sin más molestias que un cierto cansancio en la rodilla, pero el balance final fue de 37 victorias por 45 derrotas, el mismo que la temporada anterior. En su último partido como local, el 14 de abril frente a los Knicks, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, le regaló la bandera que ondeó sobre el Pentágono en el aniversario del 11-S. Hubo algunos intentos por parte de la franquicia de darle un cierto aire de homenaje a la velada, pero los actos resultaron escasos y poco destacables, como solía suceder cuando dependían de Pollin. Además, Michael Jordan estaba molesto porque los Wizards seguían usando su imagen como reclamo en la campaña de abonos, y decidió no dirigirse a los aficionados presentes, lo cual produjo cierta atmósfera fría de fin de fiesta. Como muestra de su relación con sus compañeros, cuando Tyronn Lue sugirió hacerle un regalo sólo Bobby Simmons manifestó su aprobación. El resto no se mostró a favor ni en contra, y la iniciativa quedó olvidada. Lo que no se pudo olvidar fue la conferencia de prensa de Doug Collins después del partido, que terminó de ensombrecer las celebraciones. Collins sabía que Pollin había estado a punto de cesarlo durante la segunda mitad de la temporada, y consciente de que sus días estaban contados decidió aprovechar para desahogarse por el comportamiento de la plantilla durante el año. Hizo hincapié en los incidentes cuando uno u otro de los jugadores faltó al respeto hacia el entrenador sin recibir posteriormente sanción de la gerencia, y atribuyó a esa falta de disciplina el fracaso en el empeño de alcanzar los playoffs. Aunque la intención de Doug Collins era justificarse a sí mismo y a Jordan, sus comentarios tuvieron el efecto contrario, ya que revelaban unos profundos problemas internos que la presencia del jugador había agravado y que el entrenador había sido incapaz de controlar. Con sus palabras había extinguido cualquier remota posibilidad de un futuro para ambos en la franquicia, y facilitaba al propietario el prescindir de ellos alegando que habían perdido el respaldo del vestuario.

El estallido de Collins fue el tema recurrente de los últimos días de la temporada, de la que no quedaba mucho más que comentar. En Philadelphia, Michael Jordan terminó su último partido oficial con 15 puntos, 4 rebotes, 4 asistencias y una cómoda victoria de Iverson y los Sixers. Cerca del final, el público pedía un último saludo: “We want Mike…We want Mike…”. A Jordan seguían sin gustarle esos gestos de cara a la galería, pero Doug Collins tenía un pasado con los Sixers y no quería mancharlo. “Michael, yo jugué aquí. Tengo que poder volver a esta ciudad”, le pidió. “Sal aunque sea un minuto, que te hagan la ovación…Michael, por favor.” Michael Jordan volvió a la cancha, e inmediatamente Larry Brown ordenó a Eric Snow que le hiciera falta para que anotara sus últimos puntos desde el tiro libre y volviera al banquillo. “Supongo que me di cuenta de repente de que no volveré a vestirme de corto”, declaró. “No quiero seguir jugando. Es el momento de dejarlo, y es más fácil aceptarlo porque físicamente sé que lo es. Lo noto.” Las palabras con las que resumió su carrera parecían definir sus últimos meses en el equipo: “Físicamente, he dado todo lo que podía al juego del baloncesto”. Terminó la rueda de prensa señalando la ironía de que el final llegara en la ciudad en la que se suponía iba a comenzar su carrera profesional, allá en 1984. “Creo que Billy Cunningham le había asegurado al entrenador Smith que si duraba hasta la tercera elección, vendría a Philly. Entonces Chicago empezó a perder partidos, subió en el draft y Philly terminó eligiendo a ese chico grandote de Auburn. Y así fueron las cosas.”

Durante las dos temporadas de Michael Jordan como jugador, todos habían dado por hecho que a su retirada ocuparía de nuevo la presidencia de los Washington Wizards. En ningún momento lo afirmó el propietario Abe Pollin, que se limitaba a declarar que hablarían de ello cuando fuera oportuno, pero la opinión generalizada era que se trataba de una simple precaución para no contravenir las normas de la NBA sobre negociaciones y contratos. Sin embargo, cuando el periodista Michael Leahy repasó a posteriori sus grabaciones y notas pudo percibir claramente que antes incluso de que Jordan hubiera anunciado oficialmente su vuelta a las canchas, la intención de Pollin era impedir su retorno a las oficinas de la franquicia. Aunque la facción más joven de la ejecutiva lo considerara poco menos que senil, Abe Pollin era un animal político de primer nivel con una vida de experiencia a sus espaldas, y había maniobrado con astucia para aprovechar el momento en el que Jordan tenía que renunciar a sus derechos y cargos en los Wizards sin que nadie se lo esperara. Había recibido gustoso el incremento en los ingresos de la franquicia que su presencia le había reportado, pero no tenía la menor intención de dejarle volver a los despachos.

Michael Jordan había filtrado al Washington Post historias poco halagadoras sobre el propietario, pero Abe Pollin sabía jugar a ese juego. En las semanas posteriores al fin de la temporada regular, el New York Times se hizo eco de rumores procedentes de los Wizards que criticaban la etapa de Jordan como ejecutivo, destacando su falta de hábitos de trabajo y su ausencia casi total. El equipo no había mejorado significativamente bajo su control, y los agentes libres que iban a llegar atraídos por su renombre brillaban por su ausencia. La teoría de que los jóvenes aprenderían a ganar gracias a su ejemplo no había cuajado, había desperdiciado un número uno del draft y había traspasado a un Richard Hamilton que triunfaba en Detroit. Por si fuera poco, el último mes de competición había revelado que el vestuario estaba al borde del motín contra el entrenador que había fichado, y se sospechaba que algunos jugadores podrían negarse a renovar sus contratos si Jordan seguía en la franquicia. El remate fue el anuncio de que Jerry Krause había dimitido alegando motivos de salud, lo cual hizo que Michael Jordan mencionara imprudentemente su sueño de volver algún día a Chicago para hacerse cargo de su antiguo equipo. Era sólo una fantasía, y nadie de los Bulls se puso en contacto con él antes de que anunciaran que el sustituto de Krause sería John Paxson, pero permitía dar a entender una falta de compromiso con los Wizards.

El 7 de mayo del 2003 Michael Jordan acudió por fin a la reunión con Abe Pollin y Ted Leonsis. La campaña periodística le había provocado las primeras dudas sobre su situación, especialmente cuando el propietario retrasó el encuentro entre ambos, pero seguía confiando en su éxito y venía con un plan estratégico para el futuro de los Wizards que pensaba discutir. La reunión apenas duró unos minutos: Abe Pollin informó a Jordan de que habían decidido “tomar otro camino”, y ése fue el final. Michael Jordan estaba convencido de que existía un acuerdo verbal para su retorno a la presidencia del equipo y exigió que Pollin cumpliera su palabra, a lo que le respondió que cumplirían sus obligaciones contractuales que especificaban una compensación de diez millones de dólares. Jordan intentó recurrir a Leonsis, pero éste había quedado casi apartado de la toma de decisiones después de que la relación entre él y Pollin fuera empeorando durante los últimos meses. No había venido buscando dinero, dijo Jordan, sino para volver a su lugar como ejecutivo y socio de la franquicia. “No te quiero como socio, Michael”, sentenció Pollin.

En realidad, era el propio Michael Jordan el que se había colocado en esa situación. Al renunciar a todos sus cargos y derechos sobre los Wizards, se había puesto en manos de un propietario con el que su relación era tensa y al que hablaba públicamente de sustituir. No había tomado la precaución de protegerse con algún tipo de compromiso por parte de la franquicia cuando aún poseía capacidad de negociación, cuando podía negarse a volver a jugar si no se cumplían ciertos requisitos. Un acuerdo secreto como el que se había rumoreado habría sido imposible de poner por escrito, pero al menos sí podría haber exigido declaraciones públicas de Abe Pollin y sus principales ejecutivos que hicieran difícil volverse atrás en un futuro. Nada de eso se había preparado, quizás debido a su alejamiento de David Falk. Hasta cierto punto eso era un efecto de la arrogancia propia de una estrella, incapaz de creer que llegaría el día en que alguien no deseara contar con sus servicios. Pero también venía de que Michael Jordan había sido víctima de su ansia por volver a jugar una vez más al coste que fuera. Al final resultó ser verdad: for the love of the game.

“Gracias por meterme en esta mierda”, le dijo a Ted Leonsis antes de irse.


22 Nombre del compañero nativo del Llanero Solitario en el original. Las traducciones al español suelen cambiar su nombre por el de “Toro”, por razones evidentes.

23 Jugador que muestra características de escolta, pero con estatura de base.