Jerry Krause afrontaba otro verano con la necesidad de contratar a un entrenador nuevo. Esta vez sabía lo que quería, y el fracaso de una elección “convencional” como Stan Albeck lo convenció de seguir su propio criterio e ignorar las burlas que esperaba recibir por la contratación de un técnico de currículum inexistente. Doug Collins era un típico fichaje de Krause, un entrenador procedente de la televisión, sin experiencia pero con un conocimiento que nadie ponía en duda y sobre todo con una actitud positiva que contrastaba con el clásico veterano de vuelta de todo. “Yo era la clase de tipo que se arremanga y se pone a cambiar las cosas”, recordaría. Para muchos era otro giro de la ruleta en un equipo por el que habían pasado nueve entrenadores en diez años, pero dentro de la franquicia eran conscientes de que Collins podía ser un cambio en el rumbo de los Bulls. “Cuando me presentaron a Doug me pareció que no sabía de lo que estaba hablando”, recordaba Jordan. “Quiero decir, era muy joven. Pero cuando lo conocí mejor, me gustó mucho. Era inteligente, lo tenía todo controlado y sobre todo mostraba seguridad.” Aunque Krause ya había tomado su decisión era necesario seguir el proceso de selección, y pidió a Tex Winter que se encargara de la entrevista personal al nuevo entrenador. Winter quedó convencido de que Collins, al igual que Albeck, respetaba su táctica del triángulo ofensivo, pero dudaba de su aplicación a la NBA del momento y quería aplicar sus propias ideas (algo que Tex Winter consideraba totalmente legítimo). Recomendó su contratación, pero con el tiempo terminó arrepintiéndose de haber ocupado el lugar de Krause; ya durante la entrevista, Collins había expresado su temor de que negarse a aplicar el triángulo ofensivo significara su no contratación, y la presencia de Winter terminó de convencerlo de que era una especie de “representante” de Jerry Krause, cuando no su espía. “No sé si es consciente de las interferencias que encontrará en su trabajo, y que intentarán manipularlo”, fue el recado que mandó Albeck a través de la prensa. Quizás uno de los motivos que llevó a Doug Collins a pedir a Johnny Bach como asistente fue traer a alguien que le vigilara la espalda y tuviera controlado a Tex Winter.
Johnny Bach tenía muchos puntos de contacto con Tex Winter: era un veterano en el amplio sentido de la palabra (jugador de los Boston Celtics en los albores de la NBA, soldado en la Segunda Guerra Mundial durante la cual su hermano gemelo desapareció en combate), y su carrera como entrenador universitario podía no ser tan legendaria como la de Winter, pero sí digna de respeto. Doug Collins lo había conocido cuando acudió a la famosa selección olímpica de 1972, en la que Bach era uno de los asistentes, y desde entonces se había convertido en su mentor. Johnny Bach era un especialista defensivo conocido por su retórica belicista, y frecuentemente servía como puente entre los entrenadores y unos jugadores que se sentían próximos a ese hombre directo y sincero. Bach se sintió fascinado por los recursos de un jugador como Michael Jordan y fantaseaba con la idea de verlo aplicar sus tácticas.
Resuelto el tema del banquillo, era el momento de continuar con la limpieza del vestuario. La eliminatoria contra los Celtics había trazado una línea divisoria entre quienes intentaron pelear los partidos con mayor o menor éxito (Oakley, Paxson, Banks) y quienes abdicaron de esa responsabilidad. El caso más evidente era el de un George Gervin que no logró adaptarse a la vuelta de Jordan y a quien Jerry Sichting de los Celtics no dejó ni lanzar a canasta a pesar de que el “Iceman” le sacaba la cabeza. Los Bulls intentaron aprovechar ese emparejamiento en vano y Gervin ni siquiera asistió al tercer partido alegando una gripe. Tampoco tuvo una salida airosa Orlando Woolridge, que terminaba contrato y se había pasado la temporada intentando presionar a la franquicia para que le renovaran. Woolridge se ausentó de varios partidos poniendo excusas poco creíbles que dejaban clara su intención, y esa falta de profesionalidad terminó de sentenciarlo a los ojos de Jerry Krause. Además, contra los Celtics su mayor aportación había sido una falta antideportiva sobre Sichting después de que éste empujara a Charles Oakley en la lucha por un rebote. Los Bulls también renunciaron a prorrogar el contrato del atribulado Quintin Dailey, y traspasaron a Kyle Macy y Sidney Green, todos ellos de características ofensivas. A cambio llegaron al equipo especialistas defensivos como Earl Cureton, Elston Turner o el ínclito Granville Waiters (años después campeón de la liga ACB con el Barcelona), lo cual provocó que la prensa de Chicago describiera a los Bulls como un equipo formado por “Jordan más once pívots suplentes”.
Todo ello encajaba en el plan de Krause, que pretendía traer obreros mediante los traspasos y buscar la calidad y el talento en el draft. El candidato ideal ese año era Johnny Dawkins de Duke, un base al que Jordan respetaba después de haberse enfrentado a él en su etapa universitaria y cuyo agente era David Falk. Sin embargo, Jerry Krause se sentía fascinado por las posibilidades de Brad Sellers de Ohio State. Sellers era un alero altísimo con una muñeca de seda, y Krause creía que con su 2,13 de estatura y su capacidad para jugar en el perímetro podía convertirse en un jugador desequilibrante. Además, los Bulls ya habían fichado a un base, Steve Colter, y sin Woolridge necesitaban un tres capaz de anotar si los rivales intentaban doblar la ayuda sobre Jordan. Aunque el debate en la sede de los Bulls se prolongó hasta el último minuto, finalmente se impusieron los galones y el elegido fue Brad Sellers. Los Spurs cogieron a Dawkins con la elección siguiente, y casi inmediatamente se convirtió en un titular de nivel hasta que se rompió los ligamentos de la rodilla en una jugada desgraciada en 1990; no se puede decir lo mismo de la carrera de Sellers. Resultaba además irónico que Krause afirmara haber descartado a Dawkins porque dudaba de que tuviera el físico para aguantar los contactos en la NBA y luego seleccionara a un siete pies con el aspecto de un palillo al que podías derribar de un soplido. Cuando se argumentó la necesidad de un alero anotador para jugar a su lado, Jordan recordó que acababan de deshacerse de Orlando Woolridge, con el que había mantenido una muy buena relación. Michael Jordan no quería más hombres altos que rehuyeran el contacto y la elección de Sellers hizo que no volviera a confiar en las capacidades de Jerry Krause como ojeador.
Jordan sospechaba que esta selección ilustraba un rasgo negativo de Krause, que era su tendencia a tomar la decisión menos convencional. Si una elección evidente resultaba un éxito eso no suponía un mérito especial para el responsable, pero su inagotable necesidad de reconocimiento hacía que Jerry Krause prefiriera a jugadores menos conocidos cuyo éxito vendría asociado necesariamente al visionario que había sido capaz de adivinar su verdadero valor. Además, las circunstancias que rodearon al draft fueron particularmente humillantes: Michael Jordan había coincidido con Dawkins en los playgrounds de North Carolina ese verano y le había dicho que los Bulls iban a apostar por él; igualmente, la noche antes del draft Doug Collins creyó que la elección era ya segura, y telefoneó a Mike Krzyzewski, entrenador de Duke, para comunicárselo. Cuando Brad Sellers fue elegido, indirectamente quedó en evidencia ante todo el mundillo del baloncesto la nula influencia que tenían Jordan y su entrenador en la toma de decisiones de la franquicia. Krause no tomaría jamás en consideración las opiniones del entrenador o de Michael Jordan a la hora de tomar una decisión sobre la plantilla. Su círculo de confianza era muy reducido y sólo prestaba atención a quienes había conocido en sus días de ojeador, como el entrenador Clarence Gaines o los jugadores Robert Parish de Boston y Brad Davis de Dallas. Mantenía ese hermetismo incluso con amigos y subordinados, a quienes no comunicaba sus intenciones hasta el último momento. Es corriente que muchos ejecutivos estadounidenses adornen sus oficinas con citas famosas que condensen su filosofía, y así Jerry Reinsdorf tenía sobre su escritorio una placa que decía “nada está escrito en piedra”; la que Krause había colocado en su despacho decía “verlo todo, oírlo todo, no decir nada.” El autor había sido omitido por prudencia, pero John Bach era un gran aficionado a la historia y el día que entró en el despacho se quedó helado. “Jerry, vaya cita has elegido para colgar de la pared siendo como eres un judío de Skokie.” La frase era del almirante Canaris, jefe de inteligencia de la Alemania nazi.
No se puede decir que Doug Collins y Michael Jordan empezaran con buen pie. En su primera reunión como entrenador de los Bulls, en junio de 1986, Collins intentó conectar con Jordan hablándole de su propio historial de fracturas en los pies y cómo volver a jugar sin estar del todo recuperado había arruinado su carrera. Jordan se limitó a responder: “Eso fue tu pie, éste es el mío”. Se negó a guardar reposo como deseaba la franquicia, y durante el verano siguió ejercitándose y jugando partidos amistosos. Ni siquiera quiso reservar fuerzas o protegerse de una recaída, sino que más bien parecía estarse poniendo a prueba cuando destrozó un tablero en un mate durante un partido de exhibición organizado por Nike el 25 de agosto en Trieste (Italia). En el amistoso entre ex alumnos de North Carolina y Nevada-Las Vegas terminó como máximo anotador, y después del partido él y Collins cenaron juntos. Jordan le explicó que estaba harto de la gente que opinaba sobre su cuerpo o le daba consejos “por su propio bien” cuando en realidad estaban pensando en el interés de la franquicia. “En este tema no hablo en nombre de la directiva”, le respondió Collins. “Sólo soy una persona a la que le encantaba jugar y perdió gran parte de su carrera por esa misma lesión. No quiero que te pase lo que me pasó a mí.” De esa cena nació una conexión que aumentó después de que Jordan visitara a Collins y echaran unas partidas de golf.
Michael Jordan se incorporó al equipo en inmejorable forma física, con menos de un 3,5% de grasa corporal y capaz de correr una milla en menos de cinco minutos y medio. Y la iba a necesitar, considerando las carencias ofensivas del equipo. Como Loughery y Thorn, Doug Collins también había vivido lo que era compartir equipo con Julius Erving (en los Philadelphia 76ers, en su caso) y sabía reconocer la calidad trascendente cuando la tenía delante. Pero es que aunque no hubiera sido su deseo conceder libertad absoluta a Jordan, con ese equipo no tenía más remedio. Pocos les pronosticaban 30 victorias, y alguno las rebajó a 25 después de una pretemporada en la que fueron apalizados por Lakers o Blazers y terminaron con un balance de 3-5. Pero cuando empezó la liga, fue como si sólo hubieran pasado unos días desde la noche mágica de los 63 puntos. El primer partido era en el Madison contra unos Knicks que por fin habían recuperado de sus lesiones a Pat Ewing y Bill Cartwright, unas “torres gemelas” que Collins temía que aplastaran a su colección de pívots de saldo. Jordan empezó acelerado, y al descanso había anotado solamente tres canastas de doce intentos. Sin embargo, conforme el partido fue avanzando el nivel de juego de Jordan fue multiplicándose, anotando canasta tras canasta y poniendo a los Bulls por delante. A falta de dos minutos una remontada de los Knicks puso a los locales en ventaja 90-85, y los Bulls pidieron tiempo muerto. En el banquillo, un frenético Doug Collins intentaba trazar jugada tras jugada en la pizarra; el sudor le había atravesado la camisa, y se había mezclado con los restos de la goma de mascar que llevaba horas rumiando hasta convertirse en una especie de pasta blanca que le manchaba la cara. Parecía un enajenado arrojando espumarajos por la boca, cuando Michael Jordan llenó tranquilamente un vaso de agua y se lo puso en la mano. “Entrenador, bébete esto y límpiate esa mierda de la cara. No voy a permitir que pierdas tu primer partido.” Jordan anotó 21 puntos en el cuarto, incluyendo los últimos 11 puntos de los Bulls en el partido, mientras el entrenador Hubie Brown ordenaba en vano que más y más defensores acudieran a la ayuda. A falta de 22 segundos superó a su defensor, anotó frente a Ewing y Cartwright, y sentenció el partido. Los Bulls ganaron 108-103, y Doug Collins declaró: “Nunca había visto nada como Michael Jordan. Nunca. Jamás”.
No fue un caso aislado. Al día siguiente le metió 41 puntos a los Cavs, dos noches después fue una canasta a falta de 19 segundos para derrotar a los Hawks, y 48 puntos a los Celtics. Luego anotó los últimos 18 puntos de su equipo para derrotar a los Knicks en los últimos segundos a pesar de los intentos por defenderle en dos contra uno. Cuando anotó 41 puntos frente a los Lakers el 28 de noviembre empezó una racha en la que superó los 40 puntos once veces en doce partidos (la excepción se produjo contra los Bucks, cuando sufrió una aparatosa caída y apenas jugó en la segunda parte). Después, 44 a los Pacers a pesar de la fiebre, 47 a los Pistons, 43 a los Rockets. Contra los Blazers, un rival que jugaba a correr, se fue hasta los 50 puntos a base de mates, suspensiones y aros pasados. Machacó por encima de Kareem Abdul-Jabbar, Mark Eaton, Pat Ewing, “Tree” Rollins. Fue elegido jugador del mes de noviembre, y en diciembre lideraba la tabla de anotadores con tanta ventaja que podría haber descansado cinco partidos y habría seguido primero.
A pesar de que el nivel del equipo había descendido, Jordan se encontraba a gusto. Además de gozar de una libertad comparable a la que había disfrutado con Loughery (y alejada de las limitaciones que tuvo que soportar después de la lesión), Jordan por fin se veía rodeado por unos compañeros en los que podía confiar. “Siempre he dicho que la plantilla con más talento en la que he jugado fue la de mi primer año en los Bulls, pero yo los llamaba los ‘dibujos animados’. Físicamente eran los mejores; mentalmente, ni de lejos.” En Rare Air escribió: “Si me dan a cuatro jugadores de talento medio pero con buenos fundamentos y gran corazón, puedo ganarle a cualquiera. Los grandes partidos se deciden en esos dos aspectos. El equipo que ejecuta mejor suele ser el que es capaz de encontrar dentro de sí ese pequeño extra. Ésos son los jugadores que quiero a mi alrededor”. Los miembros de la plantilla de los Bulls eran conscientes de que su trabajo era defender e ir al rebote, y cumplían a rajatabla. El equipo empezó con siete victorias por tres derrotas, e incluso cuando se fueron perdiendo partidos lograron mantenerse en el 50%. Pocas derrotas fueron abultadas, excepto el 12 de diciembre cuando Dominique Wilkins alcanzó la mayor anotación de la temporada en un partido que los Hawks dominaron de principio a fin. Se fue creando una cierta rutina de empezar los partidos perdiendo para luego remontar en la segunda parte y acabar con un recital de Michael Jordan en el último cuarto. Con el tiempo terminaría convirtiéndose en el concepto de partido ideal para Phil Jackson, en el cual los secundarios debían mantener a los Bulls durante los tres primeros cuartos y luego dejar espacio libre a Jordan para tomar el control en la recta final.
Conforme avanzaba la temporada y se sucedían las exhibiciones anotadoras de Michael Jordan, empezó a surgir una cierta corriente crítica hacia la manera en la que toda la anotación se centraba en él. Larry Bird declaró que Jordan había dejado de jugar dentro del ritmo del equipo y que le parecía aburrido ver a un solo jugador tirar a canasta una y otra vez. Doug Collins se sentía cada vez más identificado con Jordan, y reaccionó recordando al propio Bird su papel similar durante su etapa universitaria en Indiana State. Es posible que algunas de las críticas estuvieran motivadas por la envidia, pero también era cierto que el juego de Jordan desafiaba las convenciones aceptadas de lo que constituía la manera correcta de jugar. “Es casi demasiado bueno, y con ello quiero decir que obliga a reevaluar muchas ideas que se han enseñado siempre en baloncesto, sobre todo relativas al concepto de equipo”, reflexionaba Tex Winter. “Yo mismo estoy cuestionándome estos aspectos, y llevo entrenando 40 años.” Jordan realizaba acciones descritas durante décadas como ejemplo de decisiones erróneas, como saltar sin haber decidido jugada y hacerlo en el aire, o efectuar el lanzamiento frente a una defensa de dos contra uno en lugar de buscar al hombre libre, o penetrar a canasta contra pívots de siete pies forzando el rectificado. Se suponía que ese juego era la receta perfecta para el fracaso, pero los Bulls obtenían unos resultados que superaban las previsiones más optimistas y el público acudía en masa para ver al prodigio.
Michael Jordan volvió a ser votado como titular para el All Star del 8 de febrero de 1987 en Seattle, aunque su segunda participación en el partido de las estrellas pasó casi inadvertida. Tuvo que hacer de base ya que compartía perímetro con Julius Erving, que en su última temporada en activo figuraba nominalmente como escolta en los Sixers, y no tuvo una actuación destacada: sólo once puntos con 5/12 en tiros de campo, y ni siquiera hubo una triste polémica que llevarse a la boca. Pero en esta edición el partido quedó ensombrecido por el éxito que alcanzaron los eventos del día anterior, y el recuerdo que ha quedado del fin de semana de las estrellas de 1987 es el concurso de triples de Larry Bird y los mates de Michael Jordan. La victoria del diminuto “Spud” Webb sobre Dominique Wilkins el año anterior había disparado la popularidad del concurso de mates, de forma que en 1987 la TBS tomó la decisión de emitir el concurso de mates íntegro y en directo por primera vez, incluyendo además el uso de una cámara superlenta (super slow motion o SSM) que capturaba imágenes a tal velocidad que permitía reproducirlas a una velocidad muy baja sin perder definición o fluidez. Es posible que la cadena se planteara si esa apuesta se veía justificada cuando primero “Spud” Webb cayó lesionado y después Dominique Wilkins se retiró en el último momento alegando unas molestias de espalda. Sin los dos finalistas del año anterior, el único reclamo era la vuelta de Michael Jordan después de su lesión.
Su primera ronda fue decepcionante, dos mates bien ejecutados pero no destacables que hicieron que los comentaristas llegaran a poner en duda su clasificación. No fue el caso, ya que la mitad de los participantes se eliminaron ellos solos, pero despertó menos interés que un poderoso Jerome Kersey o incluso Clyde Drexler. Como en 1986, el gran aliciente era un Terence Stansbury que comenzó su participación anunciando su primer mate, una “estatua de la libertad” con giro de 360° que lo convirtió en el favorito del público y de los jueces, y continuó con una serie de mates variados e imaginativos. Sin embargo, ni la destreza de Stansbury ni la potencia de Kersey pudieron competir con la exhibición de Jordan en la semifinal, tres mates prodigiosos que virtualmente le aseguraron el trofeo antes de la ronda final. El primero fue una repetición del mate desde la línea de personal, ejecutado desde menos distancia pero con una doble articulación sorprendente que destacaba aún más cuando Drexler intentó imitarlo con resultado mediocre. Los otros dos mates fueron casi simétricos, remontando la línea de fondo y elevándose hasta el aro para machacar en rectificado: el segundo una versión del rock the cradle y el tercero colocando el cuerpo casi horizontal a la altura del aro en un mate bautizado como kiss the rim (“beso al aro”, por la altura aproximada de la cara). Michael Jordan parecía haber diseñado sus mates pensando en la SSM, una tecnología que había conocido poco antes cuando se usó en la campaña publicitaria de las zapatillas Air Jordan II (Imagination). La cámara superlenta situada en el lateral de la cancha capturaba perfectamente los movimientos articulados de Jordan, que parecía subir por una escalera invisible como en el anuncio. Era la definición de la capacidad de volar, en la que mostraba una capacidad de movimiento autónomo después de elevarse que parecía desafiar a la gravedad. Hasta ver la repetición superlenta los espectadores no percibían en su totalidad la ejecución de los cambios y rectificados, la manera en la que el balón se acercaba y se alejaba del cuerpo hasta terminar en la canasta. Lo esencial era invisible para los ojos.
Después de esos tres mates, el concurso tenía ya ganador. La ronda final sólo sirvió para confirmar el despliegue visual que suponía el ejercicio por parte de Michael Jordan de esa capacidad para controlar simultáneamente sus diferentes extremidades, que resaltaba la falta de variedad de Jerome Kersey a pesar de toda su potencia. El gran triunfador del All Star no fue el MVP del partido, un afortunado Tom Chambers, sino Michael Jordan, cuyos tres mates de semifinales fueron reproducidos inmediatamente en vídeos, revistas y pósters. En un gesto de aprecio a sus compañeros, Jordan repartió el dinero del premio con los demás jugadores de los Bulls como reconocimiento a su contribución al éxito del equipo.
Eso no suponía que el vestuario del equipo de Chicago fuera una especie de jardín del Edén. No era fácil convivir con la intensidad de Doug Collins, y algunos jugadores no terminaban de adaptarse. Charles Oakley se había aficionado al tiro en suspensión de media distancia en vez de jugar cerca del aro como quería el entrenador, y eso generó fricciones. Pero Oakley era el segundo máximo reboteador de la liga y lo más parecido a un bastión en la zona que tenían los Bulls, así que hubo que contemporizar. Cuando un secundario como Earl Cureton dio problemas, fue traspasado inmediatamente a cambio de Ben Poquette, un pívot al borde de la retirada con un largo historial de profesionalismo especializado en crear buen ambiente. Pero los problemas no sólo tenían que ver con el entrenador. El esfuerzo de Krause por limpiar el club hizo que sólo quedara David Corzine de la plantilla con la que debutó Michael Jordan apenas dos años antes. Jordan se había negado a ejercer un papel de líder como tal, ya que consideraba que correspondía a jugadores con más experiencia, pero la ausencia de esos jugadores hizo que se sintiera legitimado para tomar el mando del vestuario: “Cuando llegó un momento en el que me convertí en el veterano de los Bulls, el jugador que llevaba más tiempo en el equipo, empecé a ejercer mi liderato de manera verbal. Supongo que algunos dirían que me convertí en un tirano”.
Pese a su insistencia en que unos buenos fundamentos y una actitud competitiva eran más importantes que las habilidades físicas o técnicas, parecía manifestar cierto prejuicio para un determinado tipo de jugadores. Jordan podía burlarse de las limitaciones atléticas de Paxson o Corzine, pero consideraba que su empeño en jugar bien las superaba y los convertía en jugadores secundarios muy válidos. El pecado era, en su opinión, haber sido bendecido con grandes cualidades físicas y no aprovecharlas por falta de actitud. “Si yo tuviera un cuerpo como el tuyo”, le dijo a Orlando Woolridge en un entrenamiento, “los rivales saldrían volando cada jugada”. El prejuicio consistía en identificar falta de fortaleza física con ausencia de agresividad o de espíritu competitivo. Cuando los Bulls ficharon a Steve Colter, un primer vistazo bastó para convencer a Jordan de que con esas piernas como alambres no sería capaz de aguantar los contactos necesarios para triunfar en el baloncesto. A pesar de su aspecto desconcertante, Colter era un base rápido y con tiro, un buen profesional y una persona con profundos valores religiosos. No daba la talla como titular, pero durante toda su carrera demostró ser un suplente digno. Jordan ya se había formado su opinión, y durante los entrenamientos se dedicó a comprobar su teoría, anotando constantemente sobre la defensa de Colter y burlándose de él. “Echó de aquí a Steve Colter. Salió disparado. Colter no pudo aguantar a Jordan y tuvo que irse”, declaró Jerry Krause. “Lo fiché creyendo que Steve Colter sería lo bastante fuerte, pero me equivoqué.” Sólo duró dos meses en el equipo, y en diciembre lo enviaron a Philadelphia a cambio de Sedale Threatt.
Fue sólo el primer caso. El más conocido fue Brad Sellers, otro jugador con piernas como palillos a pesar de su 2,13 de estatura y un aspecto aniñado que no inspiraba confianza. A diferencia de Colter, Sellers había sido la gran apuesta de Krause, lo cual significaba que la franquicia no se iba a deshacer de él a las primeras de cambio, pero aumentaba la inquina de un Jordan que no podía olvidar que habían pasado por alto a su amigo Johnny Dawkins para traerle a semejante espantapájaros como refuerzo. Sellers tampoco hizo mucho por ganarse el respeto, ya que al igual que Colter era de natural tímido y los desafíos de Michael Jordan le intimidaban. A veces dejaba destellos de su potencial en los partidos, especialmente cuando lograba encadenar un par de acciones positivas. Entonces parecía coger confianza, y mostraba su buena mano o sus capacidades taponadoras. Sin embargo, lo más habitual era verlo dubitativo y confuso, sin saber jugar sin balón y fallando tiros fáciles o cargándose de personales. Su paso por Chicago se fue convirtiendo en una tortura para él, una decepción para Collins y Krause, y poco menos que un insulto personal para Jordan. La situación de Brad Sellers quedó representada en una jugada contra los Knicks, en la que intentó impedir el avance del escolta Gerald Wilkins y el contacto lo derribó a pesar de que Wilkins medía veinte centímetros menos. Tuvo que venir Jordan desde el otro lado para colocar un espectacular tapón, y no es difícil imaginar lo que pasó por su cabeza al ver que además de su trabajo tenía que hacerse cargo también del gran fichaje de Krause.
Si un par de años después Michael Jordan se desesperaría por la lentitud del progreso de Scottie Pippen, la incapacidad de Sellers para hacer realidad su potencial le sacaba de sus casillas. Especialmente cuando coincidía con un momento en el que el propio Jordan comenzaba a trabajar algunas de las carencias que, por sorprendente que parezca, aún presentaba en su juego. Su primera temporada había sido de adaptación a la NBA y la segunda se la había pasado en blanco, pero ya era momento de retomar el trabajo con unos técnicos de categoría. El primer objetivo era mejorar la denominada “defensa estilo universitario” de Michael Jordan, que en realidad no era más que la típica “defensa de estrella”: vagar por la zona buscando el tapón o el robo aprovechando su velocidad y salto, pero perdiendo la marca del rival asignado. Inicialmente no intentaron convencer a Jordan de que renunciara a esas vistosas acciones defensivas, y sobre todo a su costumbre de desafiar a los hombres altos rivales aprovechando los ángulos ciegos para sorprenderles con un tapón por detrás o un robo por la línea de fondo. En las primeras semanas de competición Ewing, Malone y Cartwright sufrieron en sus carnes las ansias taponadoras de Jordan.
El desafío era simultanear esas “excursiones” con una buena defensa de fundamentos en la que frenara al rival. El mérito de esa transformación se debía a Johnny Bach, que no sólo era un gran entrenador defensivo sino que además poseía un carácter competitivo y unos modos agresivos con los que Jordan conectó desde el primer momento. Doug Collins había llegado a remediar el relajo defensivo que había caracterizado a los Bulls de Kevin Loughery y Stan Albeck, y Bach vino a enseñarles el orgullo de una buena defensa. Esa clase de orgullo era el concepto que un jugador tan competitivo como Jordan podía comprender. “En mis primeros años me comparaba con Magic y con Larry. ¿Qué podía hacer para elevar mi juego a una altura superior a la suya? Eran grandes jugadores en todos los sentidos, pero nunca fueron considerados grandes defensores. Comprendí que la defensa podía ser la manera de diferenciarme de ellos. Decidí que quería ser reconocido como alguien capaz de influir en el juego en ambos lados de la cancha.” La lección de Roy Williams no había sido olvidada. Cuando Sports Illustrated le preguntó cuál era su partido favorito de la temporada, Jordan eligió el del 4 de marzo de 1987 en el que anotó 61 puntos frente a Detroit. “Porque ganamos. Y porque en los últimos minutos cambiamos y pasé a defender a Adrian Dantley, robé tres balones y no dejé que anotara ni una canasta. Una victoria de la defensa.”
Jordan tomó el control del partido en la recta final con 26 puntos en el último cuarto, pero lo más comentado no fueron sus 61 puntos sino su emparejamiento con el alero Adrian Dantley. La primera parte había sido un duelo anotador entre ambos, y poco antes del descanso se vieron emparejados cuando los Bulls pusieron a Michael Jordan a jugar de “tres” (algo que Doug Collins estaba haciendo cada vez con más frecuencia para usar a la vez a los bases John Paxson y Sedale Threatt). Jordan frenó en seco a Dantley, que no volvió a coger la racha en todo el partido, y volvieron a emparejarse en diferentes momentos de la segunda parte. La secuencia que decidió el partido se produjo en el último minuto: Michael Jordan fintó a Isiah Thomas y anotó por encima de Laimbeer para empatar, y en la defensa siguiente interceptó el pase de Isiah a Dantley y forzó una prórroga que terminaron ganando los Bulls. Jordan e Isiah abandonaron juntos la cancha, y en la rueda de prensa posterior éste destacó lo divertido y emocionante que había resultado el partido. Una vez más se trataba de un intento de mostrar una imagen positiva cara el público, que no se correspondía con la rivalidad que seguía existiendo entre ambos jugadores y sus equipos respectivos.
No era la única rivalidad de Michael Jordan. Esos 61 puntos batieron el récord de anotación en la temporada, establecido por el propio Jordan poco antes con 58 puntos. Una combinación de lesiones y problemas extradeportivos habían diezmado a los Nets, y los Bulls publicitaron el detalle de Michael Jordan al pedir el cambio sólo un ataque después de batir el récord cuando aún quedaban casi tres minutos de juego. “Quería batir el récord de los Bulls, pero no ir más allá”, declaró. El entrenador Doug Collins afirmó que al pedir el cambio le había ahorrado tomar él la decisión: “Yo no lo dejaría seguir para que se batiera un récord cuando el partido ya está ganado. New Jersey lo está pasando mal, y algún día yo podría verme en su caso. Fue un gesto de mucha clase”. En realidad, Jordan, Collins y los Bulls ya se habían visto en ese caso un par de meses antes cuando Dominique Wilkins anotó 57 puntos contra los Chicago Bulls en diciembre. A pesar de los 41 puntos de Jordan los Hawks consiguieron romper el partido antes del descanso, pero los Hawks mantuvieron en el partido a Wilkins y siguieron haciendo jugadas para que engordara sus números hasta el último minuto. Michael Jordan sintió que a Dominique Wilkins le molestaba su fama, y como máximo anotador de la temporada pasada había querido darle una lección al advenedizo. Jordan no sólo quiso resaltar una supuesta superioridad moral en el partido contra los Nets, sino que en la última semana de fase regular igualó su récord endosándole a los Hawks otros 61 puntos, 23 de ellos de manera consecutiva para superar los 3.000 puntos en la temporada. Sin embargo, los Hawks remontaron en el último cuarto gracias a un gran marcaje de “Doc” Rivers, y a falta de 11 segundos Dominique Wilkins anotó por encima de Jordan una suspensión larguísima que le dio la victoria.
Michael Jordan terminó la temporada como máximo anotador con unos números que se creían inalcanzables en el baloncesto moderno, ya que el único jugador que había sumado 3.000 puntos había sido Wilt Chamberlain 25 años antes. También fue incluido en el quinteto ideal de la NBA y quedó segundo en la votación para el MVP, pero sufrió la decepción de ver cómo Michael Cooper ocupaba su puesto en el quinteto defensivo del año. Cooper era un gran defensor especializado en impedir la recepción del balón, pero sus bajos números en tapones y robos hacían pensar a Jordan que había sido elegido por su reputación.
Los Bulls terminaron con un balance de 40 victorias y 42 derrotas, y volvieron a cruzarse con los Boston Celtics. Jordan empezó mal el primer partido de la eliminatoria, con un 0-6 en tiros que dejó a los Bulls 19 puntos abajo. En la segunda parte Chicago realizó una remontada épica de la mano de Jordan y Threatt, y consiguieron empatar en el último minuto antes de que un error del novato Brad Sellers, que cortó por la línea de fondo y recibió el pase sin darse cuenta de que seguía fuera de la cancha, hiciera perder a los Bulls la oportunidad de dar la sorpresa. En el segundo partido las diferencias no fueron tan destacadas, y a pesar de los constantes dos contra uno Jordan anotó 11 puntos seguidos en el último cuarto para poner por delante a los Bulls. Los Celtics terminaron remontando y llevándose la victoria a pesar de los 42 puntos de Jordan, y como sucediera la temporada anterior, cerraron la serie en Chicago con un decisivo 0-3. Los Bulls aprovecharon la ausencia del lesionado Kevin McHale para llevar la delantera durante casi todo el encuentro, pero en el último cuarto los Celtics aumentaron la intensidad defensiva y los frenaron en seco. Jordan anotó 30 puntos, pero no llegó a tomarle el pulso a un partido dominado por Larry Bird.
A pesar de la derrota, Jerry Reinsdorf estaba más que satisfecho. Habían superado lo peor de la reconstrucción manteniéndose al borde del 50% de victorias y la figura de Michael Jordan seguía creciendo. El draft traería los refuerzos que necesitaban, aunque en ese proceso se comprobaría si Danny Ainge tenía razón cuando ofreció su opinión sobre Jordan: “Es el jugador que prefieres ver en televisión, pero no sé si sería divertido jugar con él”.