Thalassa, 1990

Michael, tu momento va a llegar. Y muy pronto.

 

Michael Jordan había sido claro en la rueda de prensa posterior a la derrota en Detroit: “Me gustaría que hubiera más veteranos en el equipo, si es posible”. La serie contra los Pistons había convencido a los Chicago Bulls de que necesitaban imperiosamente alguien capaz de anotar desde el banquillo, capaz de sustituir a Jordan o Pippen cuando necesitaran descanso sin que el ataque se viniera abajo. Además, Phil Jackson había decidido que el momento para el triángulo ofensivo había llegado y necesitaba a un anotador individual capaz de resolver los momentos de atasco de la “segunda unidad” (el quinteto suplente). El buen papel de Ed Nealy en playoffs le sirvió para recibir una gran oferta de Phoenix, así que también necesitaban a un hombre alto que aportara defensa y rebote, ya que Stacey King había demostrado buena muñeca para anotar pero poca voluntad para pelear en la zona.

Para un posible traspaso Jerry Krause contaba con su elección de primera ronda de draft, que era muy baja y por tanto prescindible, y con Craig Hodges, cuya irregularidad le había hecho perder el favor de los entrenadores. Pero Hodges tuvo que pasar por el quirófano durante el verano y ningún equipo iba a ficharlo en esas condiciones, así que era necesario buscar en el mercado de agentes libres. Vinnie Johnson había terminado contrato y se estaba ofreciendo a varios equipos, pero los Bulls buscaban a un exterior grande que compensara la falta de estatura de Paxson, Armstrong y Hodges. Purvis Short y Robert Reid estaban disponibles, pero eran jugadores demasiado veteranos cuya aportación era dudosa. Finalmente Krause se decidió por Dennis Hopson, una antigua estrella universitaria que no se había adaptado a la NBA pero que esperaba relanzar su carrera con un cambio de aires. Los Nets lo dejaban barato, pero había un problema: para que el traspaso cuadrara, era necesario que Michael Jordan retrasara el cobro de parte de su contrato hasta después de la fecha en la que se ampliaba el tope salarial. El tema económico era un problema potencial, ya que el nuevo contrato televisivo había supuesto la entrada de un río de dinero en la NBA. De la noche a la mañana, jugadores como John Williams de Cleveland pasaron a cobrar bastante más que Michael Jordan, aunque éste se limitó a felicitar a los agraciados y a negar que fuera un problema. Jerry Reinsdorf sabía que Jordan no iba a arriesgar su buena imagen pública reclamando unos miles de dólares cuando esa imagen le reportaba millones en publicidad, pero tampoco era aconsejable hurgar en la herida. Los Bulls ya se habían retirado de la puja por el agente libre Sam Perkins para evitar que entrara en la plantilla un jugador que cobrara más que Jordan, y pedirle justo en este momento que diera aún más facilidades en el pago de su sueldo era delicado. Michael Jordan aceptó retrasar el cobro de $450.000, pero con una condición: que los Bulls ficharan a Walter Davis.

Walter Davis era un alero anotador de un talento indudable, pero a sus 36 años no estaba claro cuánta gasolina le quedaba en el depósito. Sin embargo, había sido uno de los ídolos de Michael Jordan desde su etapa en North Carolina, y éste exigió su fichaje. Por una vez Reinsdorf cedió, aunque fue necesario llevar las negociaciones al margen de Krause. Jordan fue autorizado a hacerle una oferta a Walter Davis y a cerrar el trato si aceptaba. Para su sorpresa, la oferta fue rechazada: “Mi mujer no quiere que vayamos a Chicago porque hay demasiados gánsters”, explicó Davis. La explicación dejó estupefacto a Jordan, aunque posiblemente la decisión de Walter Davis se debiera al menos en parte a su deseo de no cambiar de ciudad y de seguir a las órdenes del entrenador Doug Moe, otro ex Tar Heel. Al menos, el fracaso de ese fichaje significaba que los Bulls tenían espacio salarial para contratar a un hombre alto. Jerry Krause se inclinaba por Joe Wolf, un jugador que siempre le había interesado, pero Phil Jackson prefería a Cliff Levingston de Atlanta, un buen reboteador que podía ocupar las dos posiciones de alero. Los Bulls terminaron fichando a Levingston, pero alargaron las negociaciones dándole falsas esperanzas hasta que todos los demás equipos cerraron sus plantillas, y entonces le hicieron una oferta muy por debajo de su valor que el jugador no tuvo más remedio que aceptar.

Las causas de ese comportamiento se remontaban al draft del año anterior, cuando la elección de Divac fue descartada por falta de información. Después de eso, Krause decidió que no volvería a confiar en informes ajenos, y convencido de que Yugoslavia era una cantera más que válida empezó a seguirla con interés. Al llegar el draft de 1990, estaba convencido de haber descubierto al nuevo “Magic” Johnson, un joven croata llamado Toni Kukoc al que eligieron inmediatamente en segunda ronda. Como le sucedía siempre, Jerry Krause se fue enamorando del jugador que había descubierto e intentó en vano que Phil Jackson acudiera a los Goodwill Games de Seattle a verlo en persona. El problema era que Kukoc se resistía a firmar con los Bulls porque en Italia le ofrecían más dinero, y durante toda la temporada Krause estuvo en contacto permanente tanto por teléfono como en persona, intentando convencerle de que los ingresos publicitarios compensarían sobradamente la diferencia salarial y vendiéndole la idea de jugar junto a Jordan y ganar un campeonato de la NBA. Por eso era necesario que los Bulls mantuvieran suficiente espacio bajo el tope salarial como para incorporar a Kukoc en cualquier momento, y tomaron medidas como apretarle las tuercas a Levingston o retrasar las renovaciones de Cartwright, Pippen y Paxson. Bill Cartwright rechazó la oferta de un año más al mismo sueldo, mientras que Krause advirtió a John Paxson de que no esperara recibir un contrato como el que los Suns habían ofrecido a su amigo Nealy. Horace Grant terminó firmando su renovación cuando amenazó con salir del equipo, pero Scottie Pippen estuvo a punto de no presentarse en pretemporada hasta negociar la suya. En casi todos los casos los jugadores se negaron a seguir tratando con Krause, y Reinsdorf hubo de intervenir personalmente para evitar males mayores, lo cual era una técnica negociadora habitual de la pareja, que usaban el poli bueno/poli malo para terminar sacando buenas condiciones por puro desgaste.

Esta situación levantó ampollas en la plantilla, que no comprendía que se racaneara a los jugadores que estaban allí, luchando por el campeonato, para ofrecerle el oro y el moro a un yugoslavo que encima se hacía de rogar. Michael Jordan se sintió particularmente ofendido por lo que le parecía la receta perfecta para destruir al equipo que tanto había costado formar, y la manía de Jerry Krause de pasarse las horas muertas hablando maravillas de su último descubrimiento no mejoraba el ambiente que digamos. Phil Jackson era sólo el último miembro de la franquicia en sugerirle a Krause que evitara esa excesiva familiaridad con los jugadores, ya que era un signo de debilidad del que se burlaban en su propia cara (le llamaban Crumbs, “migajas”, un apodo que le puso Oakley), pero no podía evitarlo. A Michael Jordan toda esta historia de un alero de casi siete pies botando el balón le sonaba al nuevo Brad Sellers, y cuando Krause le pidió que llamara a Kukoc para convencerle de venir respondió: “Yo no hablo yugoslavo”. Phil Jackson sí aceptó llamarle: “Decídete, chico. O cagas o te quitas del retrete”.

Michael Jordan tenía sus propias preocupaciones el verano de 1990. Después de la serie de artículos sobre crímenes de adolescentes motivados por el robo de productos Nike, llegó otra sobre el uso de mano de obra infantil en sus fábricas de Asia, y finalmente la organización PUSH (“People United to Save Humanity”) del reverendo Jesse Jackson anunció un boicot a los productos de esa marca. El principal objetivo de PUSH era promover la conciencia social sobre las desigualdades raciales, y una de sus herramientas habituales era amenazar con boicotear aquellas empresas que, en su opinión, obtenían sus beneficios de la comunidad afroamericana pero no correspondían mediante la contratación de ejecutivos o publicistas procedentes de esa comunidad. En sí, el boicot fue un fracaso absoluto, las ventas de productos Nike no se vieron afectadas y PUSH sufrió una grave crisis interna causada al menos en parte porque no llegó a quedar clara la razón de boicotear una marca y no las demás; el tema quedó zanjado cuando Nike tomó varias iniciativas de digamos sensibilidad racial, en particular el nombramiento de John Thompson de Georgetown para la junta directiva. A pesar de ese fracaso, Jordan consideró el boicot como un ataque a su imagen, y creía que PUSH había elegido a Nike precisamente porque al ser Michael Jordan la imagen de la marca sus reivindicaciones recibirían mayor atención. Sospechaba que había sido idea de su compañero Craig Hodges y le dolía especialmente porque Jordan había acudido varias veces a los partidos benéficos “PUSH–EXCEL” para recaudar fondos para ambas organizaciones, mientras que el reverendo Jesse Jackson llevaba años aprovechando cualquier oportunidad para hacerse una foto con la estrella. También ese verano se produjo otra muesca en la imagen pública de Jordan, cuando se negó a apoyar al candidato negro que intentaba evitar la reelección del senador por Carolina del Norte Jesse Helms. Helms era un racista declarado, y con las encuestas en empate técnico recurrió a una serie de anuncios explotando el resentimiento hacia las conquistas sociales de las minorías étnicas. Supuestamente, Michael Jordan se negó a intervenir con la frase “los republicanos también compran zapatillas,” aunque el jugador afirmó que su negativa se debía a sus recelos a intervenir en política sin conocer la situación. Es cierto que Jordan era muy reacio a poner en juego su imagen sin conocer al detalle las implicaciones de su compromiso y también que estaba en su pleno derecho manteniéndose al margen de la política al ser simplemente un deportista, pero también es cierto que su no participación en temas sociales fue mal recibida por el público en general.

Eso sucedía mientras Michael Jordan se estaba embarcando en otra etapa nueva como jugador. Su declaración pública después de la derrota contra Detroit afirmando que necesitaba adquirir más fuerza había llamado la atención de un joven preparador físico llamado Tim Grover. Grover se había especializado en la preparación de jugadores de baloncesto y, aunque aún era poco conocido, sus padres eran amigos del Dr. Hefferon, médico de los Bulls. Cuando lo llamó se encontró con la sorpresa de que ya le habían mencionado su nombre a Michael Jordan, así que acudió a unas reuniones en las que impresionó muy favorablemente tanto al Dr. Hefferon como a Al Vermeil, preparador físico del equipo. A Jordan no le terminaba de convencer lo de trabajar con alguien tan joven, pero estaba buscando un entrenador personal para trabajar en privado, tanto por razones de intimidad como por desconfianza hacia Vermeil. Éste creía que le avergonzaba no ser capaz de levantar pesas al nivel de Grant o Perdue, mientras que Jordan prefería trabajar con un Grover que dependería exclusivamente de él y no de Krause o de la franquicia. Lo que más sorprendió a Tim Grover fue la capacidad de trabajo y concentración de Jordan, una vez que se convenció de que el entrenamiento sería positivo para su carrera. Grover le explicó que su método no le haría más rápido ni más fuerte, que adquiriría músculo a ritmo muy lento y que en lugar de hacerlo mejor jugador provocaría que su porcentaje de tiro empeorara hasta que su cuerpo se fuera adaptando. Las virtudes de esa preparación física se verían a largo plazo, en forma de una menor propensión a las lesiones, una mayor resistencia al cansancio y con suerte una carrera deportiva más larga al máximo nivel. A pesar de que le estaba exigiendo disciplina y trabajo hoy para un beneficio dudoso en un futuro indefinido, Jordan se aplicó con total entrega, sin perderse sesiones ni ahorrar esfuerzos como hacía cada vez que se convencía de que algo sería beneficioso para su carrera.

Jordan iba a necesitar toda la ayuda que pudiera conseguir para la nueva temporada, ya que Phil Jackson había decidido introducir una serie de cambios buscando conseguir el mejor registro final en la fase regular de la NBA, y con ello el factor cancha en playoffs. La victoria sobre los Pistons empezaba en noviembre, no en mayo. Para ello no bastaba con defender fuerte y salir al contraataque como el año anterior, porque ese juego no funcionaba en playoffs y además los veteranos de la plantilla funcionaban mejor en estático. Había llegado el momento de aplicar plenamente el triángulo ofensivo, definido por Jordan como “una estrategia de ataque de igualdad de oportunidades.” El éxito de ese juego dependía en gran medida de Scottie Pippen, que en ese momento estaba considerado un mediocre anotador en estático, mal defensor y muy justito de bote y pase. Sin embargo, los Bulls le veían un potencial casi infinito, y creían que la pareja Jordan-Pippen podía llegar a dominar el juego en ambas canastas como ningún otro equipo de la liga. El problema para Phil Jackson era que no podía dejar de pensar que la última vez que el máximo anotador de la NBA había ganado el campeonato fue en 1971, cuando Kareem Abdul-Jabbar aún constaba como Lew Alcindor, y no era casualidad. Michael Jordan había sido el máximo anotador de la liga en cada una de sus temporadas excepto el año de la lesión, y se definía a sí mismo como jugador en función de los puntos que anotaba. No aceptaría prescindir de una parte vital de sí mismo, pero no estaba claro que ese camino llevara al anillo. Como describiría Sam Smith en su libro The Jordan Rules, la temporada de los Bulls se vería marcada por una serie de pulsos y desafíos permanentes entre diferentes miembros de la franquicia mientras el equipo ganaba partidos y más partidos; uno de esos pulsos fue el que mantuvieron Jackson y Jordan, con el jugador intentando ganar el título de máximo anotador mientras el entrenador ensayaba mil y un trucos para distraerlo y que compartiera el balón.

Después de una pretemporada muy prometedora, las tres derrotas con las que empezó la competición fueron una amarga decepción. Una vez más, Michael Jordan decidió tomar cartas en el asunto e intentar sumar puntos en el primer cuarto para dar tiempo al equipo a entrar en juego. Generalmente Jordan prefería emplear los primeros minutos en analizar la defensa rival, pero creía que el empeño de Phil Jackson de racionar su tiempo de juego y sus tiros a canasta le impedían coger el ritmo con el partido más avanzado. Los Bulls reaccionaron y ganaron doce de los siguientes quince partidos, pero ese récord era engañoso: batían con holgura a rivales inferiores, como cuando le sacaron 40 puntos a los Clippers o cuando dejaron a los Cavs en 5 puntos en un cuarto, pero los equipos de cabeza como Blazers, Sixers o Pistons los derrotaban sin apenas esfuerzo. Chicago aguantaba gracias a una buena defensa y a la aportación individual de Jordan y Pippen, pero el llamado “triángulo lateral” no funcionaba. A pesar de que permitía que Paxson, Cartwright y Grant anotaran con regularidad y buenos porcentajes, la mayoría de las victorias parecían conseguirse a pesar del sistema y no gracias a él. Especialmente cuando algún rival cometía el error de entrar en el juego del trash-talking con Jordan, como le pasó a los Heat. A pesar de no haber ganado aún el campeonato y de que “Magic” se hubiera llevado los dos últimos MVPs, Michael Jordan había sido aceptado de facto como el mejor jugador de la liga, aquél contra el que debían probarse todos los recién llegados. Eso produjo el famoso cruce de declaraciones con el novato Gary Payton, que afirmaba no tener nada que envidiarle: “Yo también tengo mis millones y puedo comprarme mis Ferraris y mis Testarrosas”. “A mí me los regalan”, contestó un Jordan que fue menos diplomático en el vestuario: “Voy a darle una lección a ese niñato”.

Michael Jordan no disimulaba sus críticas. “Si yo fuera el entrenador, identificaría los puntos fuertes y los puntos débiles del equipo, e intentaría aprovechar esos puntos fuertes.” No era difícil adivinar que ese punto fuerte tenía nombre y apellido. “Si yo fuera el general manager, tendríamos mejor equipo.” Esas críticas se dirigían al banquillo, cuya aportación estaba siendo decepcionante. Stacey King había llegado del verano con sobrepeso, y en lugar de ponerse en forma prefería pasar el tiempo quejándose en los periódicos por no disfrutar de más minutos y tiros. B.J. Armstrong sí estaba aportando, pero no sabía si seguir jugando a su estilo o adaptarse al de Paxson, con quien todos parecían más cómodos. Los minutos de Will Perdue habían aumentado ligeramente, pero seguía sin tener un hueco definido en la rotación. El quinteto titular contaba con Jordan y Pippen para jugársela en individual cuando fallaba el triángulo ofensivo, pero los dos flamantes fichajes de la temporada que debían representar ese papel desde el banquillo, Hopson y Levingston, parecían totalmente perdidos y sus puntos llegaban con cuentagotas.

Uno de los problemas que experimentaban los jugadores que llegaban a Chicago era adaptarse a la naturaleza de Jeckyll y Hyde de Michael Jordan en el vestuario. Por norma, Jordan apenas mantenía contacto social con sus compañeros fuera de la pista y, por ejemplo, alguien tan cercano como John Paxson reconocía haberle llamado a casa sólo dos veces en todos los años que llevaban juntos y además no le había cogido el teléfono. (Paxson no sabía o no quiso aclarar que Jordan tenía dos líneas telefónicas independientes en su casa, una de trabajo y otra privada cuyo número sólo conocía su familia cercana y sus amigos íntimos; nunca se cogían las llamadas al teléfono público, sino que las grababa el contestador automático para decidir más tarde si se devolvían o no.) Jordan sí hacía un esfuerzo por integrar a sus compañeros, intentando aconsejarles cómo resolver jugadas o incorporándolos a algunos de sus contratos publicitarios que les proporcionaban prendas deportivas gratis o automóviles a precios muy rebajados; y, a la vez, los devoraba literalmente en los entrenamientos. Muchos jugadores se desorientaban ante la actitud de Michael Jordan, que un día les pasaba el brazo por los hombros y les animaba a seguir entrenando y al siguiente les humillaba de palabra y de acto en un partidillo, pero Jordan lo veía como una manera de separar el grano de la paja. Si no eran capaces de estar a la altura en un entrenamiento, difícilmente sabrían estarlo cuando Rick Mahorn les clavara los codos. Uno de los ejemplos más claros era el novato Scott Williams, un alapívot que había sido uno de los descubrimientos de los Bulls y que resultaría ser el único jugador procedente de North Carolina que acompañaría a Jordan en los Bulls. Williams había vivido una auténtica tragedia durante su etapa universitaria cuando su padre asesinó a su madre y se suicidó, así que Dean Smith pidió a los Bulls que tuvieran especial cuidado con él. Jerry Krause era reacio a contratar jugadores con apariencia de inestabilidad, pero Scott Williams se ganó un hueco a base de trabajo y Jordan lo acogió bajo su ala. Ahí se pudo ver perfectamente el trato bipolar de Michael Jordan hacia sus compañeros, ya que un día se le podía ver criticando agriamente a Williams por su mal juego y otro se lo llevaba a casa a cenar para que no estuviera solo.

La situación era especialmente desmoralizante para Dennis Hopson. El rendimiento de Cliff Levingston no era mejor, pero éste se había convertido en el único amigo personal de Jordan dentro de la plantilla. En cambio, Michael Jordan nunca tuvo confianza en Hopson. “Cuando juegas contra alguien, lo notas. Lo ves en sus ojos. Se asusta. No tiene corazón”, dijo a Bach. “Nadie me dijo que tenía que operarse la rodilla. Debería haber dicho lo que pensaba, y entonces nunca lo habrían traido.” Jordan se emparejaba con Hopson en los entrenamientos y parecía obtener un perverso placer en destrozarlo. En los partidos la situación no era mucho mejor, con unos entrenadores que no sabían qué hacer con él e intentaban encontrarle alguna utilidad como anotador, como defensor, como escolta, como alero, como lo que fuera. En retrospectiva, el equipo estaba convencido de haber cometido un error cuando lo eligieron a él en lugar de Danny Ainge, a quien los Kings habían puesto a la venta el verano anterior y que terminó yendo a Portland. “Cuando Michael empezara a pedir la bola, lo mandaría a la mierda”, decía Johnny Bach. “A veces es necesario.”

Tanto Michael Jordan como Phil Jackson pedían constantemente refuerzos a Jerry Krause, hasta que el vicepresidente se reunió con ambos por separado y les explicó que también ellos tenían parte de culpa por el fracaso de posibles fichajes, como el del ala-pívot Lasalle Thompson o el base Derek Harper. Era imposible conseguir nada de valor a cambio de unos jugadores a los que su entrenador no daba minutos y a los que la estrella del equipo ponía por los suelos después de cada partido. Jordan, por su parte, creía que esa falta de refuerzos se debía a la costumbre de Krause de regatear hasta que la otra parte perdía la paciencia, y volvía a reclamar el fichaje de Walter Davis. El nuevo entrenador de los Nuggets había implantado un juego rápido que el veterano Davis no podía seguir, y se arrepentía de no haber aceptado la oferta de los Bulls. Se estaba hablando de un posible traspaso a Chicago a cambio de una primera ronda de draft y Walter Davis llamaba cada día a Jordan para preguntar si había novedades, pero al final terminó en Portland en el traspaso a tres bandas que llevó a Drazen Petrovic a los Nets. La reacción de Michael Jordan fue tan negativa que Phil Jackson tuvo que ordenar que terminaran las declaraciones a la prensa y que en adelante los trapos sucios se lavaran en casa. Lo cual no es sorprendente, porque aunque Krause asumió la culpa por no fichar a Walter Davis ni a Adrian Dantley (que estaba sin equipo), en realidad la decisión fue de Jackson y sus asistentes. Consideraron que ninguno de esos dos jugadores era lo que el equipo necesitaba, y además para hacer hueco a Davis hubiera sido necesario cortar a otro jugador. Reinsdorf se negaba a cortar a Hopson, uno de los jugadores mejor pagados del equipo y que hubiera cobrado su sueldo íntegro en caso de ser despedido, y Scott Williams era una promesa de futuro. Phil Jackson decidió que a pesar de que su rendimiento había sido decepcionante, prefería tener la defensa y el rebote que aportaba Cliff Levingston en lugar de la anotación de un Walter Davis de 36 años.

“Cinco años y estaré fuera de aquí. Estoy marcando estos días en el calendario como si estuviera en la cárcel. Estoy harto de que me use esta franquicia, la liga, los periodistas, todo el mundo”, comentó Jordan. “Prefiero preguntarle a Cartwright o a Brad Davis qué piensan de un fichaje antes que hablar con él”, decía Krause. Stacey King quería más minutos, mientras que Horace Grant y Will Perdue no entendían por qué seguía jugando a pesar de su ineficacia y su mala actitud; Tex Winter amenazaba con dimitir si los jugadores seguían saltándose las órdenes del banquillo; Dennis Hopson echaba de menos su etapa en los Nets y soñaba con ser traspasado a los Clippers; Phil Jackson tuvo que recomendarle a B.J. Armstrong que se apartara de Hopson y King si no quería verse arrastrado por su actitud negativa. Scottie Pippen estuvo a punto de enfrentarse físicamente a Phil Jackson durante un tiempo muerto, y posteriormente amagó con faltar a los entrenamientos con la excusa de una supuesta lesión. Michael Jordan se negaba a intervenir, a pesar de que Johnny Bach intentó convencerle de que aportara un mayor liderazgo en el vestuario. Tenía que salir de su burbuja, le dijo, y ver el mundo que le rodeaba. “No quiero ver el mundo”, contestó. “Nunca había visto algo así. Estamos ganando, pero nadie está contento”, reflexionaba Paxson. “Nadie quiere estar en este equipo excepto yo, y a mí no me quieren. Todos quieren irse a otro sitio, nadie está contento ni se divierte. Todos quieren más minutos o más tiros o más dinero. Quieren traspasos o despidos. ¿Qué pasaría si no estuviéramos ganando?”

El punto de inflexión fue el partido en Detroit del 7 de febrero. Isiah Thomas estaba de baja por una fractura de muñeca, y si los Bulls no conseguían ganar aprovechando su ausencia entonces tendrían que asumir que no estaban preparados para aspirar al anillo. Como siempre, el partido se jugó a cara de perro con ventajas mínimas por ambas partes, y en el último cuarto parecía que los locales se iban a llevar el gato al agua cuando apareció una vez más Michael Jordan, que anotó los últimos 10 puntos de su equipo en los dos minutos finales para dar la victoria a los Bulls por 95-93. Una buena noticia, por fin. Fue la segunda de una racha de 11 victorias consecutivas y el cierre del período de fichajes devolvió cierta calma a la franquicia. Ya no seguiría apareciendo en los medios esa catarata de posibles incorporaciones (Ricky Pierce, “Doc” Rivers, Mark Alarie, Darrell Walker, Paul Pressey, Benoit Benjamin, Eddie Johnson, incluso Reggie Theus), King y Pippen tendrían que dejar sus demandas de traspaso hasta el verano, Cartwright había recibido la promesa de una renovación. Sobre todo, era el final del lamentable espectáculo de Krause y el culebrón de Kukoc. Incluso Dennis Hopson había desaparecido del vestuario, alegando un misterioso golpe en un dedo del pie que la franquicia aceptó con tal de perderlo de vista.

Lentamente, se estaba creando en el vestuario un ambiente de desafío que Phil Jackson creía que podía llevarles al campeonato. La plantilla empezaba a sentirse acosada desde todos los flancos, puesta en duda, minusvalorada. Su propia gerencia buscaba traspasos porque desconfiaba de sus posibilidades, la prensa atribuía sus victorias a las rachas de lesiones que asolaban a Pistons y Celtics, y los rivales describían a los Bulls como un conjunto de individualidades que no formaban un equipo. Pocos hablaban de que su defensa era quizás la mejor de la liga, o del progreso de Pippen y Grant, o de que el triángulo ofensivo empezaba a dar señales de vida. Estaba claro que Jackson tenía razón, y que sólo podían confiar en ese círculo de doce jugadores y tres entrenadores, sobre todo cuando la NBA pidió que Bill Cartwright se pusiera coderas acolchadas. Sus codos eran conocidos y temidos a lo largo y ancho del país, y habían lesionado a Olajuwon para dos meses, pero esa petición era humillante y carecía de precedentes cuando los Pistons habían capturado sus dos campeonatos a sangre y fuego. Eran ellos contra el mundo.

Incluso sus derrotas eran épicas, como un 132-135 en Boston después de dos prórrogas que se remitía al mítico playoff de 1986 y en el que Pippen, Jordan y Bird rozaron el triple-doble en una de las últimas grandes actuaciones del “pájaro”. Los problemas no habían desaparecido: Stacey King se ausentó de varios entrenamientos, y cuando Jerry Reinsdorf viajó a Europa para reunirse con Kukoc la prensa publicó unas declaraciones de Scottie Pippen insinuando que no veía motivo para jugar al 100% cuando el equipo le buscaba sustituto (en realidad, Reinsdorf había alcanzado un acuerdo con el agente de Pippen para su renovación antes de salir de viaje y las declaraciones del jugador le parecieron una traición en toda regla). Pero esas distracciones ya no repercutían en el juego del equipo, y los Bulls terminaron la temporada regular con 61 victorias, el mejor balance del Este y el segundo de toda la NBA, y con un campeonato de división que no conquistaban desde 1975. Los Chicago Bulls tendrían ventaja de cancha contra los Detroit Pistons.

La primera ronda contra los New York Knicks prácticamente no tuvo historia. Los Bulls habían sido superiores durante toda la temporada, y una de las imágenes del año era un espectacular mate de Michael Jordan sobre Jerrod Mustaf que ilustraba la distancia que separaba a los dos equipos. Además, los Knicks llegaban en plena descomposición interna, con un entrenador que acudió a una entrevista de trabajo en medio de la eliminatoria y un Pat Ewing que había dado por perdida la temporada desde hacía meses. Aunque los entrenadores intentaban advertir de que no hay enemigo pequeño y de que el exceso de confianza es un peligro, era público y notorio que los Knicks habían entrado en playoffs de rebote y no eran rival para nadie. El humillante 126-85 del primer partido fue más que suficiente, y los Knicks se contentaron con perder los partidos siguientes por una diferencia digna camino de un 3-0 que clasificaba a los Bulls para segunda ronda después de que Jordan retratara a Pat Ewing con su baseline dunk, considerado el mejor mate en juego de la historia de la NBA y auténtico prodigio del control de balón y la explosividad.

Phil Jackson utilizaba citas famosas para encabezar los informes a cada jugador sobre el siguiente rival. Para los Knicks había sido Kipling y su “la fuerza de la manada es el lobo, y la fuerza del lobo es la manada”; para los Sixers en segunda ronda sería Jefferson: “Nada puede evitar que un hombre con la actitud adecuada alcance su objetivo; nada en el mundo puede ayudar a un hombre con la actitud incorrecta”. Philadelphia era un rival impredecible, con un Charles Barkley cada vez más aislado de sus compañeros. El base Johnny Dawkins llevaba lesionado toda la temporada y habían cambiado a Gminski por Armen Gilliam, con lo que tenían tres ala-pívots titulares (Barkley, Gilliam y Mahorn), mientras que el único cinco de la rotación era Manute Bol, un sudanés de 2,31 y piernas como palillos. No se esperaba que pusieran a los Bulls en apuros serios, y Jordan decidió que iba a sorprenderlos después de su exhibición durante la eliminatoria del año anterior: “Voy a ocultarme en los arbustos porque es lo que menos esperan”.

Charles Barkley estaba viviendo la pesadilla que tanto había temido Jordan. Sus constantes polémicas habían terminado por estallarle en la cara cuando no se le ocurrió mejor idea que escupirle a un aficionado y le dio a una niña que estaba al lado. La gerencia de la franquicia parecía empeñada en desperdiciar los mejores años de su carrera con una serie de traspasos y fichajes que debilitaban cada vez más al equipo. Sus compañeros estaban hartos de ver cómo tiraba 30 veces por partido y a continuación los despellejaba en la prensa. Aún no estaba recuperado de su luxación de hombro, tenía microfracturas en un tobillo, la cadera y la espalda le dolían, y debido a una lesión de ligamentos tenía que jugar con una rodillera que un periodista comparó con “jugar con un bebé abrazado a una pierna”. Había perdido la confianza en el propietario de los Sixers, en el general manager, en el entrenador y en los demás jugadores, y sólo le quedaba la huida hacia adelante, sumando galardones individuales como el MVP del All Star que le abrieran la puerta de otros equipos.

“Hemos intercambiado nuestras situaciones respectivas”, reconocía Jordan. “Nuestro objetivo principal era contener a Barkley, dejar que anotara sus puntos y defender a los demás.” Los Sixers jugaron como los peores Bulls, con un Barkley que se fue a los 34 puntos y 11 rebotes, pero que se encontró totalmente solo en ataque (el segundo mejor anotador del equipo fue el indescriptible Manute Bol). Mientras, los Bulls jugaron como los mejores Pistons, aprovechando la velocidad de Jordan, Pippen y Grant para destrozar en defensa a sus rivales y romper el partido en el primer cuarto. Cuando fue al banquillo a descansar al comienzo del segundo, Jordan señaló a Hersey Hawkins: “Lo he frenado. Ahora que no venga otro a dejar que entre en racha”. Poco después, Hawkins anotó un triple y Michael Jordan pidió volver a la cancha (Hawkins sólo anotó otra canasta más en todo el partido). Jordan sólo hizo 15 tiros, pero entre él, Pippen y Paxson sumaron 17 asistencias en una victoria mucho más holgada de lo que indicaba el 105-92 final. Charles Barkley llevó su imitación de Jordan hasta el extremo de negarse a hacer declaraciones sobre la triste actuación de sus compañeros (por consejo de su “asesor de imagen” Rick Mahorn, bromeó), pero quizás el resultado del segundo partido fuera aún más decepcionante. Esta vez Hersey Hawkins y Armen Gilliam se fueron a 30 y 20 puntos, respectivamente, mientras Ron Anderson y Andre Turner anotaron en dobles dígitos desde el banquillo. Y, sin embargo, los Bulls volvieron a ganar sin demasiados apuros, 112-100, con un 57% en tiros de campo y una ventaja en rebotes de 47-22. Cada vez que los Sixers intentaron remontar, se vieron limitados por su endeblez bajo tableros, ya que Gilliam era un reboteador mediocre y Mahorn apenas podía moverse. Enfrente, Horace Grant se crecía por momentos, y desde que se acostumbró a usar gafas para corregir un problema de profundidad de visión se le veía mucho más seguro.

La situación se complicó en Philadelphia, cuando Michael Jordan apareció con un serio empeoramiento de su tendinitis crónica en la rodilla izquierda a pesar del día de descanso. No tardó en saberse que la causa real eran los 36 hoyos de golf que había completado en lugar de descansar y que provocaron el enfado de Phil Jackson. No era la primera vez que el golf le dejaba secuelas que afectaban a su juego en forma de cansancio, molestias o enfriamiento, y al entrenador le parecía una falta de profesionalidad correr ese riesgo en plenos playoffs. Sin embargo, para el jugador se trataba de una especie de hazaña que le permitía presumir de una resistencia y fortaleza superior incluso a la de otras estrellas de la NBA. En su último enfrentamiento en fase regular pocas semanas antes los Sixers habían derrotado sorprendentemente a los Bulls en Chicago a pesar de la baja de Barkley; pocos sabían que justo antes del partido Jordan se había dirigido entre burlón y desafiante a su amigo Fred Carter, asistente de los 76ers: “¿Por qué no has venido a jugar al golf conmigo esta mañana?”. Espoleado por la aparente falta de respeto (jugar al golf horas antes de un partido), Hersey Hawkins anotó 8 de sus 31 puntos en la prórroga y llevó a su equipo a la victoria. Jordan prefería destacar que él había anotado 41 puntos con golf y todo.

En esta ocasión fueron 46 los puntos que anotó Michael Jordan, a pesar de una evidente cojera después de anotar una espectacular bandeja al contraataque. Jordan disfrutaba anotando por encima de Manute Bol, y la frustración del pívot sudanés terminó provocando su expulsión en el último minuto. Pero Jordan falló dos tiros libres y los Bulls perdieron en los últimos segundos gracias a un triple de Hawkins a falta de pocos segundos. “Pedimos tiempo muerto yendo dos puntos abajo cuando quedaban 14,9 segundos. Conozco a Michael Jordan, así que cuando Jim Lynam ordenó que yo recibiría en la cabeza de la zona y penetraría a mi derecha, sabía perfectamente lo que iba a pasar”, recordaba Barkley. “Sabía que vendría a la ayuda cuando penetrara. Eso daría espacio a Hersey para un tiro, así que le dije que se plantara detrás de la línea de tres y esperara el balón.” Los Bulls aún tuvieron una última oportunidad, y Phil Jackson sorprendió a todos al decidir que sería Scottie Pippen el que se jugaría el tiro. Pippen no encontró posición, y rodeado de rivales terminó por lanzar el balón a ciegas.

Phil Jackson tuvo que admitir que se había equivocado al apostar por Pippen, pero había sido un partido difícil. Había discutido con Jordan a cuenta del golf, creía que el arbitraje había sido demasiado casero (40 tiros libres para los locales, frente a 19 para los visitantes) y por poco llegó a las manos con Horace Grant durante un tiempo muerto. Era necesario recuperar la compostura, y para ello se concedió un día de descanso. Jordan se fue inmediatamente a Atlantic City con Barkley a jugar al blackjack, pero los casinos no le provocaban tanto desgaste como el golf. Phil Jackson convocó a la plantilla a un desayuno antes del cuarto partido y les habló de recomponer la cadena del grupo. Horace Grant estaba viviendo su propio renacer espiritual, en su caso a través del cristianismo, y era una de las causas de su progresivo alejamiento de Pippen; pero ese día Jackson le pidió que concluyera la comida con una lectura de los Salmos. Que podría haber servido perfectamente como responso para unos Sixers que terminaron apalizados 101-85 en casa. Jordan repartió 12 asistencias, Grant se marcó un 22-11 y Cartwright montó una tangana con Charles Barkley. Éste volvió a encontrarse completamente solo ante un rival muy superior, y en un gesto de desesperación se quitó la rodillera jugándose el físico. No sirvió de nada, y pocos días después en Chicago se certificó la eliminación de los Sixers en un partido competido pero que Jordan finiquitó con los 12 puntos finales de su equipo para terminar en un abrazo con Barkley en el centro de la pista. Charles Barkley llevaba varios días hablando no de la eliminatoria sino de su futuro en la franquicia, y los Sixers se unieron a los Knicks y los Cavs en la cuneta de la autopista que cada año llevaba de Chicago hasta el anillo.

Había llegado la hora de la final de conferencia y los Detroit Pistons. Los Pistons llegaban en muy mala forma, después de una serie contra los Boston Celtics repleta de lesionados con el aire de despedida de dos viejos guerreros. Al terminar el último partido Isiah Thomas había buscado a Kevin McHale entre la multitud para darle las gracias por tantos años de rivalidad y lucha. Jack McCloskey y Chuck Daly habían construido una joya de orfebrería en delicado equilibrio, y cuando se descompensó la caída fue tan rápida como brutal. Varios jugadores, en particular Isiah, se estaban desmoronando físicamente; otros como Salley y Edwards querían más dinero; Mark Aguirre había empezado con sus paranoias de vestuario, y buena parte de la plantilla no aguantaba más los gritos de Thomas y Laimbeer. Se rumoreaba que Chuck Daly iba a aprovechar la excusa de su nombramiento como entrenador de la selección olímpica para dimitir del club, al darse cuenta de que Dennis Rodman era el jugador menos problemático en esos momentos.

Sin embargo, eso no significaba que los Bulls llegaran a la final de conferencia esperando que les entregaran el triunfo en bandeja. En realidad, Phil Jackson había copiado muchos de los trucos de los Pistons en años anteriores y, al igual que ellos, llevaba todo el año preparando el enfrentamiento. Primero se habían asegurado el liderato de la conferencia Este y con él la ventaja de campo, y después le habían enviado a la liga un vídeo recopilando las acciones menos deportivas de los jugadores de Detroit. Se decía que David Stern, comisionado de la NBA, estaba cansado del juego sucio de los Pistons y había dado instrucciones a los árbitros para sancionarlo con más severidad. Finalmente, los Bulls habían desarrollado su propia estrategia defensiva para ahogar a sus rivales, basada en la presión sobre el balón y en la combinación de altura, fuerza y velocidad de Jordan, Pippen y Grant, que les permitía salir al dos contra uno en el perímetro y recuperar sobre su hombre, o cambiar automáticamente en defensa sin miedo de quedarse con un emparejamiento desventajoso. Algunos equipos pensaban que desde la marcha de Mahorn a los Sixers, los Pistons ya no eran el equipo más físico de la liga sino que habían sido reemplazados por los Bulls de Bill Cartwright y sus codos de la muerte. La cita elegida por Phil Jackson era de Ernst Jung: “La perfección sólo es posible para Dios. Nosotros esperamos la excelencia”. Antes de empezar la serie preparó una sesión de vídeo con un montaje de jugadas y escenas de cine como hacía Johnny Bach, pero en lugar de usar una película de guerra recurrió a El mago de Oz. Al principio los jugadores se rieron al ver errores suyos intercalados con escenas del Espantapájaros, el Leñador de Hojalata o el León Cobarde, hasta que captaron el mensaje. “Nos está diciendo que no tenemos cerebro, ni corazón, ni valor”, resumió Paxson.

Michael Jordan estaba convencido de que el talento para ganar ya había estado en el equipo la temporada anterior, pero les había faltado valor para plantar cara. Estaba decidido a que no se repitiera, y desde el salto inicial empezó un intercambio de codazos y empujones con Joe Dumars destinado a marcar su territorio. Antes de terminar el primer cuarto se había encarado además con Rodman y Aguirre, y cuando anotó una bandeja con personal de John Salley le señaló con el dedo: “¡Tapona ésa, perra!”. Bill Laimbeer podía tener un aspecto aún más amenazador de lo habitual con la máscara que protegía su fractura en el pómulo, pero cuando Paxson quedó emparejado con él en un cambio defensivo y logró robarle el balón quedó claro que los Pistons habían dejado de ser los matones de la liga. Detroit protestaba la permisividad arbitral para con los contactos de los locales, quién lo hubiera imaginado, y Daly se veía obligado a tirar del banquillo para que Vinnie Johnson y Mark Aguirre frenaran la escapada de Chicago. Jordan se fue al descanso con 15 puntos, pero no consiguió anotar en el tercer cuarto y Aguirre empató el partido. Incluso entonces los intentos de los Pistons por abrir una brecha en la confianza de los Bulls fracasaban lastimosamente. “¡Nadie puede pararme!”, exclamaba Aguirre. “¡Voy a ir a por ti en el aparcamiento y te voy a matar!” Pero Scottie Pippen sólo se reía. Con sólo dos puntos de ventaja al comenzar el último cuarto, Phil Jackson tomó la arriesgada decisión de apostar por la segunda unidad. Los suplentes habían estado jugando tan mal que cuando John Bach intentó recopilar una selección de sus mejores jugadas para motivarlos antes de la eliminatoria, tuvo que dejarlo por imposible. Sin embargo, Jackson opinaba que no podrían ganar sin que la segunda unidad fuera capaz de dar un respiro a los titulares, y empezó el último cuarto con Horace Grant más Armstrong, Hodges, Levingston y Perdue. Sorprendentemente, Cliff Levingston tomó el mando del partido. Había desaparecido de la rotación y no esperaba volver a jugar en lo que quedaba de playoff. “Ni siquiera me dieron minutos contra los Sixers”, reflexionaba, “a pesar de que todo el mundo sabe que no bloquean el rebote”. Pero la noticia de que Toni Kukoc había firmado un contrato con la Benetton en Italia le abría la posibilidad de seguir en los Bulls un año más, y cuando salió a la cancha se puso a defender a Mark Aguirre con intensidad y a aportar canastas en los momentos candentes del partido. Los suplentes abrieron una brecha de nueve puntos y los titulares regresaron para asegurar la victoria por 94-83. Michael Jordan terminó con sólo 7 puntos en la segunda parte, y en el vestuario se dirigió a todo el equipo: “Gracias por guardarme las espaldas hoy”. Cuando la prensa le preguntó por su 6 de 15 en tiros y sus 6 pérdidas de balón, contestó “esta vez fui yo el que tuvo una jaqueca”.

Curiosamente, la victoria de los Bulls se vivió como una buena noticia para los Pistons. Desde su punto de vista, jugando en Chicago contra un rival más descansado y con una mala actuación de su quinteto titular, Detroit había aguantado hasta el último cuarto y no había cedido grandes diferencias en el marcador. Estos Bulls seguían siendo los mismos Bulls de siempre, pensaban, y aún les faltaba instinto asesino. Por lógica, en Chicago no estaban de acuerdo, y creían que vencer a los Pistons sin un buen partido de Jordan era la señal de que su hora había llegado. Michael Jordan recibió el trofeo del MVP de la temporada justo antes del segundo partido, y aprovechó para convertirlo en una celebración del grupo pidiendo a sus compañeros que subieran con él al estrado. La época en la que le podía hacer auténtica ilusión un premio como ése quedaba atrás y a estas alturas prefería aprovecharlo para recordar la necesidad de un esfuerzo colectivo para alcanzar el triunfo real en la cancha. Los Pistons empezaron el partido buscando a Joe Dumars saliendo de los bloqueos e intentando presionar la subida de balón, pero fueron perdiendo terreno casi inmediatamente. Phil Jackson usaba cada vez más a Scottie Pippen para subir el balón, y en este partido esa responsabilidad pasó a ser suya en exclusiva. En el pasado los Pistons habían aprovechado su superioridad física para abrumar a Paxson y Armstrong, obligando a Jordan a bajar a por el balón; pero con Pippen haciendo de tercer base la presión ya no era efectiva y amenazaba con desestabilizar la defensa. Esta vez fue Pippen el que permaneció en cancha cuando entró la segunda unidad, y de nuevo fueron los suplentes quienes rompieron el partido. Los Pistons tuvieron que soportar la humillación de ver a Levingston derribar a Salley en un bloqueo para que Perdue machacara, y que hasta Will Perdue les mojara la oreja era más de lo que podían soportar. La reacción de Detroit fueron tres faltas flagrantes, y Dennis Rodman terminó encarándose con Pippen después de anotar un triple improbable. Daba igual; Jordan aseguró el partido en el tercer cuarto y los Bulls ganaron por 105-97.

A los Pistons sólo les quedaba aferrarse a la mística del Palace, que quizás no tuviera la fama del Boston Garden pero había sepultado las esperanzas de los Bulls en el pasado. John Salley intentó provocar a Jordan a través de la prensa como otras veces: “Se cree que como es el mejor jugador del mundo, los demás vamos al partido a quedarnos mirando”, declaró. “Nuestro estilo de juego es intenso y será más intenso el domingo. Va a ser uno de los partidos más intensos que se hayan visto.” Pero los Pistons ya no podían refrendar sobre la cancha sus bravatas, y los Bulls lo sabían. De nuevo empezaron el partido en ventaja y distribuyendo la anotación, y otra vez Chuck Daly tuvo que tirar del banquillo para que la distancia no se hiciera insalvable. El orgullo de los campeones espoleaba a los Pistons a una remontada tras otra, pero los Bulls no se descomponían ni cedían el control del juego. “Cuando remontábamos el año pasado, Michael empezaba a gritarle a los demás y terminaban enfrentados”, tuvo que reconocer Salley. “Pero este año tienen más confianza y no se pasan el tiempo esperando a que Michael los rescate.” Jordan no olvidaba que el único peligro era que los Bulls perdieran la concentración y se derrotaran a sí mismos, y procuraba estar al quite en todo momento. “No les dejes ver que te duele”, le dijo a Grant cuando éste recibió una falta particularmente dura. “No te toques. No te quejes. Levántate como si nada.” Grant asintió: “Creo que cuando mantenemos la compostura, les puede la frustración”. Los Pistons seguirían luchando hasta el final, apostando por un equipo pequeño con Thomas, Dumars, Johnson y Aguirre a la vez que los puso a cinco puntos a falta de dos minutos, pero en términos baloncestísticos los Bulls eran superiores. Vinnie Johnson metió la mano para robar un balón y Aguirre se tiró al suelo para cogerlo y lanzar el contraataque, pero en la jugada que mejor ilustraría la eliminatoria un Michael Jordan gigantesco logró frenar un 3 contra 1, provocar un tiro forzado, capturar el rebote y sentenciar el partido. No sólo habían tomado una ventaja en la eliminatoria de 3-0, virtualmente imposible de remontar y que amenazaba con la “barrida”, sino que los Pistons estaban teniendo que asumir la derrota inevitable. “Creo que ha sido su último cartucho”, resumió Phil Jackson.

El cuarto partido llegó con aire de puro trámite. A los Pistons les escocía pero se veían incapaces de cambiarlo, y los Bulls ya pasaban a considerar el camino recorrido y lo que les quedaba por delante. Contestando a los periodistas, Jordan reflexionaba sobre la relación con sus compañeros: “Esto es un negocio, y en un negocio no tienes que llevarte bien con todo el mundo, sino ser capaz de trabajar con ellos. Esta temporada hemos sido capaces de diferenciar ambas cosas y mantenernos concentrados en nuestro objetivo deportivo”. ¿Y sobre las capacidades de Jerry Krause como gerente? “Es posible que tenga que reconsiderar mis palabras”, admitió. “Es posible que me las tenga que comer con patatas.” Sin embargo, las frases que llegaron a las portadas se referían a los Pistons: “La gente se alegra de que este deporte vuelva a ser más limpio y se acabe lo de los bad boys”. Jordan se presentaba a sí mismo y a los Bulls como una fuerza redentora que venía a rescatar a la NBA de las garras de los Pistons, y Detroit sólo podía reaccionar de manera antideportiva. El cuarto partido se vio constantemente interrumpido por roces y enfrentamientos provocados por el equipo local, especialmente un desquiciado Dennis Rodman que tuvo numerosos choques con Scottie Pippen. El incidente más grave se produjo a mediados del segundo cuarto, cuando Pippen anotó una penetración y al caer Rodman lo empujó fuera de la cancha. “Aquí no queremos maricones y él es un maricón”, gritó Rodman. “La próxima vez lo tiraré más fuerte y ya veréis si me importa.” Los compañeros de Pippen le insistían en que lo ignorara y siguiera jugando, pero ya no hacía falta. “Está loco. No me había dado cuenta antes, y he sido un tonto por dejar que me afectara”, había comentado antes del partido. “Creo que tiene problemas mentales y necesita ayuda. En serio.”

Al terminar la eliminatoria, más de uno se planteaba si Rodman era el único que necesitaba ayuda. De manera inexorable, los Bulls se fueron distanciando en el cuarto partido sin que los Pistons pudieran impedirlo, y con 25 puntos de ventaja a falta de cuatro minutos y medio Chuck Daly empezó a sentar a los titulares para admitir la derrota. Fue un momento emotivo, con Isiah Thomas abrazando a cada uno de sus compañeros con el público de Detroit puesto en pie y un Jack McCloskey al que se le saltaron las lágrimas en el túnel de vestuarios. Desgraciadamente, eso sólo sirvió para resaltar todavía más la bochornosa manera en la que el equipo de los Pistons abandonó la pista cuando aún se estaban jugando los últimos segundos del partido, negándose a saludar a los Bulls. La intención original de Isiah Thomas había sido coger un micrófono para agradecer al público de Michigan su apoyo durante los dos campeonatos, pero Chuck Daly consiguió hacerle cambiar de idea. Isiah se había metido en problemas varias veces debido a su propensión a expresarse de manera confusa o maliciosa delante de los micrófonos, y el mismo jugador procuraba evitarlos por su propio bien. Sin embargo, Daly no pudo evitar que Isiah y Laimbeer convencieran a sus compañeros para retirarse sin saludar a los rivales, ante la completa estupefacción de un Michael Jordan que no entendía qué estaba pasando. Especialmente doloroso fue ver cómo Lance Blanks se marchaba al vestuario como los demás, dejando atrás a quienes como Chuck Daly y John Salley sí se quedaron a saludar a los de Chicago. “MJ había venido a estrecharme la mano y darme un abrazo tres años seguidos después de que los elimináramos”, declaró Joe Dumars. “De ninguna manera iba a irme sin estrechar la mano de los Bulls.” Blanks y Jordan se conocían desde hacía años de coincidir en el campamento de verano de Fred Whitfield, y aunque Jordan entendía que como novato había cedido a la presión de los veteranos del equipo, aún así le pareció una traición y la vengó al verano siguiente, cuando fue a por él en el campamento y le metió 45 puntos en un partidillo.

En cualquier caso, la retirada de los Pistons provocó una auténtica tormenta en la NBA y algunos medios llegaron a pedir el cese de Chuck Daly como seleccionador olímpico argumentando que ese incidente demostraba su incapacidad para controlar a un vestuario repleto de egos. Mientras, los Bulls celebraban su victoria en el avión de vuelta a Chicago, con Jerry Krause bailando en el pasillo central mientras los jugadores le aclamaban: “¡Vamos, Jerry, menéate!”. Aunque no era el momento de pensar en eso, el ansia de Krause de formar parte del equipo le llevaba a situaciones que erosionaban el respeto que más tarde necesitaría para tratar con los jugadores. A pesar de la celebración, la victoria en la final de la Conferencia Este llevaba a pensar inmediatamente en la final de la NBA contra el campeón de la Conferencia Oeste, a priori los Portland Trail Blazers. Portland venía de ser finalista el año anterior y había conseguido el mejor récord de la liga, por lo que muchos creían que era su momento. Después de su eliminación, Charles Barkley había asegurado que los Bulls llegarían a la final de la NBA, pero serían derrotados por unos Blazers que eran “el mejor equipo del mundo”. Michael Jordan no estaba de acuerdo. Prefería a los Lakers, ya que así tendrían el factor cancha a favor, pero además creía que el juego de Portland era poco inteligente. “Creí que el fichaje de Ainge les ayudaría en ese aspecto, pero no ha sido así.”

Por tanto, no fue una sorpresa completa que Los Angeles Lakers eliminaran a los Blazers en seis partidos y se clasificaran para una final que enfrentaría a Michael Jordan contra “Magic” Johnson y decidiría si había llegado el momento de pasar la antorcha a la siguiente generación. De ello sería testigo Mike Dunleavy, que parecía poseer el don de estar presente en los momentos definitorios de la carrera de Michael Jordan: como jugador, Dunleavy se había enfrentado a Jordan durante la preparación de los JJ.OO. de 1984, había estado en su primera gran actuación como rookie y formaba parte de los Bucks durante su primera victoria en playoffs. Ahora era el entrenador que había conseguido devolver a los angelinos a la final, después de una temporada difícil. A pesar de que buena parte de la prensa seguía usando el término showtime para describir a los Lakers, su juego recordaba poco al de la era dorada con Pat Riley. Ya no eran un equipo joven y veloz, así que Dunleavy había buscado su reconversión a un estilo basado en el poderío interior que ofrecía mayores posibilidades de éxito en playoffs. Con el fichaje de Sam Perkins y el progreso de Vlade Divac, los Lakers eran un equipo claramente desequilibrado, ya que acumulaban hasta seis jugadores de calidad para rotar en las tres posiciones interiores de tal forma que hasta les costaba encontrar minutos para Elden Campbell, un rookie que tendría una carrera de 14 años como titular en la NBA. Esa potencia física combinada con la experiencia de un equipo campeón los convertía en favoritos para muchos analistas, como su antiguo entrenador Pat Riley, que como comentarista afirmaba que era muy difícil que se vieran superados por un rival que no sabía lo que era jugar una final. Los Chicago Bulls pensaban que esa opinión ignoraba los años de experiencia luchando a brazo partido contra los Pistons en final de conferencia, y además otros analistas señalaban que se pasaba por alto la vulnerabilidad del perímetro de los Lakers. “Magic” aún era “Magic”, pero Byron Scott se estaba convirtiendo rápidamente en un tirador unidimensional y el banquillo ofrecía poca ayuda: el base suplente Larry Drew se había derrumbado físicamente y el fichaje de Terry Teagle había resultado un completo fracaso. El juego de “Magic” y la movilidad de James Worthy era los únicos eslabones que conectaban al perímetro con el juego interior, y Worthy llegaba con una inoportuna lesión de tobillo que podía sentenciar la final.

“Magic” Johnson era el rival deseado por Michael Jordan. Era su referente, el gran dominador de la década de los ochenta que poseía lo que él ansiaba conseguir. Se habían repartido los últimos cinco galardones de mejor jugador de la NBA, pero no podía compararse con los títulos que sumaba “Magic”. Ya habían quedado atrás las rencillas entre ambos, y “Magic” había despedido al Dr. Tucker precisamente para elegir a un agente que supiera sacar mejor provecho de su fama. La final que los iba a enfrentar suponía la culminación del ascenso de la NBA como espectáculo televisivo, que había pasado de emitirse en diferido en 1980 (el año que “Magic” consiguió su primer anillo) a ocupar el horario estrella del fin de semana. Con un simbolismo fácil de interpretar, la cabecera de la NBA presentaba a “Magic” sacando un balón de un sombrero de mago y lanzándoselo a Larry Bird, que a su vez se lo pasaba a Michael Jordan. El anuncio de la presencia de las estrellas profesionales en los Juegos Olímpicos que se iban a celebrar en 1992 había disparado la atención internacional, y ni siquiera los Lakers habían experimentado jamás una atención de los medios como la que rodeó a la final de la NBA de 1991.

El primer partido respondió a los estereotipos que habían marcado la carrera de ambos jugadores, como si no hubiera sucedido nada desde 1986. Michael Jordan sumaba canasta tras canasta, manteniendo en el partido a unos Bulls inseguros en los que sólo Pippen parecía capaz de anotar. Mientras, “Magic” dominaba el ritmo, pasando minutos sin lanzar a canasta y asistiendo a sus compañeros con soltura. Byron Scott no podía frenar a Jordan en ningún momento a pesar de un esfuerzo defensivo que le pasaba factura en ataque, pero el triple poste de Worthy, Perkins y Divac dominaba la zona. Dos triples de “Magic” al final del tercer cuarto dieron una mínima ventaja a Lakers, que Jordan remontó en el último. “¿Qué es esta mierda de uno contra uno?”, bramaba Phil Jackson. “¡No os salgáis de la jugada!” Los Bulls aún llevaban dos puntos de ventaja y posesión en el último minuto, pero Jordan falló el tiro y en el siguiente ataque “Magic” dio un pase cruzado a un Sam Perkins solo que anotó el triple que ponía a Lakers por delante. Jordan tuvo el último balón para la canasta decisiva y consiguió quebrar a la defensa para tener un tiro en apariencia cómodo. Se parecía al que anotó contra Georgetown, y también a The Shot, pero esta vez se salió de dentro cuando parecía hecho. Los Bulls habían perdido la ventaja de campo.

Michael Jordan estaba furioso con quienes había dado en llamar su supporting cast (“reparto” o “secundarios”), especialmente con un Paxson que había fallado varios tiros claros. Sentía que una vez más le habían dejado solo en el momento de máxima intensidad, aunque tampoco podía protestar demasiado, ya que era él quien había fallado los dos últimos tiros. Pippen, convertido en el portavoz no oficial del resto de la plantilla, destacaba la dificultad de entrar en juego cuando la estrella acaparaba tanto balón, pero lo cierto era que casi todos los jugadores habían pasado desapercibidos. Los Lakers estaban convencidos de haber logrado una victoria decisiva, al imponer su ritmo lento de juego y robar el factor cancha a la primera ocasión. No habían logrado detener a Michael Jordan (36 puntos, 12 asistencias, 8 rebotes) pero se había impuesto su juego interior, y si la final se convertía en un monólogo de Michael contra Lakers entonces tenían muchas posibilidades de ganar todos sus partidos en casa. Los Bulls tenían una opinión bastante diferente: dijera lo que dijera la prensa, habían hecho un mal partido y aun así sólo un triple final y un fallo poco frecuente de Jordan les habían privado de la victoria. Además, las mismas circunstancias de la derrota hacían pensar a Phil Jackson que sus jugadores no tendrían más remedio que llegar a las mismas conclusiones que él, y aceptar que Jordan debía recurrir a sus compañeros y éstos responder a su confianza. La película que había elegido para las sesiones de vídeo era una miniserie televisiva llamada El Guerrero Místico, en la que un jefe sioux intentaba usar sus poderes mágicos para salvar a su tribu del futuro incierto que la acechaba y que sólo podrían evitar trabajando juntos.

Con el apoyo de Tex Winter, Johnny Bach sugirió un ajuste defensivo. “Magic” Johnson había leído perfectamente los dos contra uno que intentaban hacer los Bulls, pero en general todos los jugadores de los Lakers eran capaces de postear a sus defensores y luego doblar el balón si llegaba la ayuda. Bach creía que los Blazers habían obtenido mejores resultados cuando hicieron que las ayudas vinieran por la línea de fondo en lugar de la parte alta de la zona, porque pillaban por sorpresa a los atacantes, y propuso que los Bulls hicieran lo mismo. Pero el ajuste más significativo fue en el marcaje a “Magic”. Jackson se había dado cuenta de que cada vez que lo sentaban su equipo se desmoronaba y encajaba parciales muy negativos. “Creo que tenemos más respuestas cuando sentamos a Michael de las que tienen ellos cuando sientan a Magic”, opinaba, lo cual era particularmente preocupante para Los Ángeles porque su estrella venía de una serie muy dura y no se sabía cuánto podría resistir una defensa de desgaste. La decisión de poner a Scottie Pippen a marcar a “Magic” en lugar de Michael Jordan fue una de las claves de la final, aunque no está claro hasta qué punto fue algo deliberado o accidental. Posteriormente Phil Jackson ha declarado que fue una solución de circunstancias provocada por las dos faltas rápidas que cometió Jordan en el primer cuarto del segundo partido, y que su éxito fue una relativa sorpresa. Sin embargo, Jackson ya había mencionado esa posibilidad durante los entrenamientos, ya que temía que pedirle a Michael Jordan que fuera el referente ofensivo y el defensor principal de la estrella rival iba a ser demasiado. De hecho, hubo un momento del primer partido en el que Jordan pidió el cambio por agotamiento, algo inaudito en él especialmente cuando el equipo venía de tener varios días de descanso, lo cual reforzaría esta opinión. Pero Scottie Pippen se había cargado de faltas en ese primer partido y habría obligado a retrasar su aplicación.

Los Bulls empezaron el segundo encuentro de manera muy diferente. Jordan había anotado 15 puntos en el primer cuarto del partido anterior, pero esta vez sólo tiró dos veces a canasta y prefirió meter balones interiores a Cartwright y Grant. Horace Grant había descartado las gafas durante la primera ronda contra los Knicks, ya que Oakley se las movía durante la lucha por el rebote, pero en Detroit habían visto que John Salley había usado unas gafas de otro modelo que parecían ofrecer mejor sujección y más visibilidad. Grant decidió darles una oportunidad en este partido y terminó el primer cuarto como máximo anotador de su equipo. Fue en ese cuarto cuando Jordan se cargó con dos personales y Phil Jackson optó por introducir en el partido a Cliff Levingston en lugar de Paxson. Levingston había defendido bien a Worthy, y pudo liberar a Pippen para encargarse de “Magic”. El resultado fue inmejorable y la estrella de los Lakers se vio totalmente superada por el marcaje del alero de Chicago. Le costaba recibir el balón, no obtenía ventajas al poste y cuando intentaba forzar el tiro no lograba encestar. Mientras, los Bulls ofrecían un juego sencillo y efectivo de cortes y pases, y anotaban canasta tras canasta con un acierto inusual. Los Lakers consiguieron remontar fugazmente cuando Jordan se tomó un respiro, pero en la segunda parte los locales abrieron brecha sin misericordia liderados por un Michael Jordan infalible. Los Bulls anotaron 38 puntos con una serie de 17 de 20 en tiros de campo en el tercer cuarto y batieron varios récords en una final: más del 60% de acierto para todo el equipo y más del 70% los titulares, con Jordan anotando trece canastas seguidas sin fallo y Paxson terminando con 8-8. Con 25 puntos de ventaja en el último cuarto Jordan coronó su actuación con la canasta que definiría su primer campeonato, una penetración a pase de Levingston con cambio de mano para convertir un mate en bandeja cuando ya estaba descendiendo. En realidad, era una jugada muy habitual para Michael Jordan, sobre todo en la primera etapa de su carrera, cuando su juego dependía más de las penetraciones, pero repetirla en la final y especialmente en medio de una exhibición de superioridad la convertía en todo un símbolo. Las numerosas cámaras de la NBC ofrecieron infinitas repeticiones desde todos los ángulos, mientras Jordan terminaba el partido levantando los puños tras cada canasta o dedicándosela al banquillo visitante. Mike Dunleavy tuvo que ser contenido por sus asistentes para evitar que se encarara con él, y también Scott mostró su desagrado tras el partido: “Eso no se hace cuando aún queda tanta final”. Jordan intentó quitar hierro a la situación: “No les dije nada ni les señalé. Sólo quería motivarme y mostrar mi alegría”.

Probablemente estaba pensando que al igual que los Pistons en la eliminatoria anterior, los Lakers podían gruñir todo lo que quisieran, pero se veían incapaces de respaldar sus palabras con hechos. “Da igual perder por uno que por veinte, seguimos 1-1”, declaró Magic, pero la superioridad exhibida por los Bulls en el segundo enfrentamiento sugería un final prematuro para la serie. Reconocido como uno de los factores fundamentales del éxito de su equipo, Scottie Pippen por fin podía sentir que había dejado atrás el “partido de la jaqueca”, y algunos aficionados opinaban que hacía mucho tiempo que no se veía una final en la que un entrenador dominara con tanta claridad al otro. Phil Jackson tuvo la fortuna añadida de encontrar el libro de jugadas de los Lakers, olvidado en el banquillo después del segundo partido, y aunque no contenía información que no supieran ya (los Bulls estudiaban tanto las jugadas de los rivales que a veces los provocaban explicándoselas durante los partidos: “Venga, que tienes que cortar para poner el bloqueo”), sí proporcionaba una mayor sensación de seguridad y aumentaba la imagen de descontrol del equipo de Dunleavy.

El mayor halago que se le ocurrió a “Magic” Johnson para describir el primer partido fue que “estuvo casi a la altura de las expectativas”. Eso fue en Chicago, y creían haber llegado al tope de atención de los medios. Y entonces viajaron a Los Ángeles. Con Hollywood a tiro de piedra ambos equipos descubrieron lo que era estar saltando permanentemente de una televisión a un periódico o a una revista extranjera. Michael Jordan tuvo que recluirse en su habitación de hotel, donde jugaba interminables partidas de cartas con sus amigos, entre los que se encontraban el periodista Ahmad Rashad…y el ínclito Leroy Smith. Smith vivía en California y mantenía contacto con Jordan, pero quizás también influyera que a éste le apetecía recordar el camino recorrido hasta la final de la NBA. Aunque algunos de sus compañeros se sintieron molestos al ver que se les negaban entradas para sus familiares mientras Jordan las recibía por docenas, esas minucias ya no podían alterar el ambiente del vestuario. Especialmente cuando se supo que Disney se había puesto en contacto con las estrellas de los dos equipos para que el campeón pronunciara la típica frase publicitaria “ahora me voy a Disneyworld”, y Jordan había puesto como condición que sus compañeros formaran parte del anuncio. Además, el fichaje de Kukoc por la Benetton hacía innecesario seguir manteniendo espacio salarial para él y Krause por fin había firmado la extensión del contrato de Pippen. Incluso la renovación de Paxson parecía asegurada, algo impensable pocos meses antes, y sus compañeros bromeaban imitando el sonido de una caja registradora cada vez que anotaba una suspensión: “¡Ker-ching! ¡Cien mil dólares más al año!”.

Eso no significaba que los Bulls estuvieran vendiendo la piel del oso antes de cazarlo. Phil Jackson pretendía atacar el aro con más decisión para corregir el desequilibrio en tiros libres, muy favorable a Lakers, y así fue. El tercer partido fue un mano a mano entre “Magic” y Jordan, apoyados por Worthy y Grant respectivamente, que llegó igualado al descanso debido a las pérdidas de balón de los Bulls. A pesar de su estatura, los Lakers no eran un equipo que destacara por el dominio del rebote y Chicago estaba sacando provecho de ello, pero las pérdidas les impedían tomar ventaja. Y en el tercer cuarto pareció que se iba a repetir la historia del partido anterior, pero esta vez con los Bulls como sujetos pasivos. Vlade Divac se había convertido en la revelación de la final gracias a su movilidad y manejo de balón, y al comenzar la segunda parte “Magic” empezó a conectar una serie de asistencias que el entonces yugoslavo encestaba sin fallo. Los Bulls no encontraban respuesta a esa jugada, así que Jordan y Pippen decidieron intercambiar sus asignaciones defensivas, ya que durante el segundo cuarto Pippen había logrado que “Magic” apenas tocara el balón. El resultado fue desastroso, ya que los Lakers habían anticipado esa respuesta y buscaron reiteradamente a Divac para que explotara su superioridad sobre el marcaje de Jordan al que le sacaba la cabeza. Phil Jackson no podía creer que sus jugadores estuvieran realizando cambios defensivos sobre la marcha: “¿Qué demonios estáis haciendo?”. Lo cierto era que no encontraban la manera de frenar a los Lakers, que amenazaban con romper el partido con un 12-0. Pero en el último cuarto el desgaste empezó a hacer mella en los locales. Worthy fue incapaz de levantarse en un contraataque con un tobillo que empeoraba por momentos y “Magic” boqueaba intentando tomar aire. Más jóvenes y más descansados, los Bulls llegaron con fuerza a la recta final y empataron el partido a pesar de una actuación no más que correcta de Jordan. El héroe inesperado fue Cliff Levingston, que ya había jugado buenos minutos en la primera parte y volvió a salir para aportar defensa, rebote e incluso unos puntos que valían su peso en oro. Phil Jackson pudo permitirse el lujo de sentar brevemente a Jordan a falta de cuatro minutos, a pesar de que el partido seguía igualado con unos Lakers que se negaban a perder. Si la historia hubiera sido diferente, quizás la canasta que habría terminado en todas las promos televisivas y vídeos recopilatorios hubiera sido la de Divac a falta de diez segundos con su equipo uno abajo: después de un fallo de Jordan, Divac completó una penetración accidentada con canasta más tiro adicional por la sexta personal de Pippen. La imagen de la final pudo ser la del pívot de Los Ángeles con las manos a la espalda, acercándose a “Magic” para recibir su abrazo. Lo tuvo en la yema de los dedos, cuando saltó al tiro final de Jordan y por un momento pareció que lo iba a taponar. Los Bulls habían optado por sacar de fondo para darle a Michael Jordan tiempo y espacio de leer la defensa, y esta vez no falló a pesar de que el tiro era en apariencia más difícil que el del primer partido. Prórroga, y en la prolongación no hubo color: los Lakers terminaron derrumbándose físicamente y Jordan anotó seis puntos para devolver la ventaja de la eliminatoria a Chicago. “In your face, Arsenio!”, remató Levingston dirigiéndose a Arsenio Hall, el famoso presentador de televisión sentado en primera fila.

La final ya tenía un ganador, y ambos equipos lo sabían. Los Lakers habían agotado todos sus recursos en ese tercer partido y no había sido suficiente. “Jugamos bastante bien, pero cuando juegas contra Michael no basta con jugar bastante bien”, resumió Worthy. Sabían que su resistencia iría a menos por el cansancio, y en el fondo ya sólo aspiraban a evitar que Chicago ganara el campeonato en el Forum de Inglewood. Sus postes chocaban contra las ayudas defensivas de los Bulls cada vez que pivotaban hacia la zona y la presión sobre el balón les hacía perder preciosos segundos de posesión. En el pasado, Celtics y Sixers habían derrotado a los Lakers colocando a Dennis Johnson o Andrew Toney a marcar físicamente a “Magic”, pero ninguno de ellos poseía el tamaño, la fuerza o la velocidad de Jordan y Pippen. Para abrir espacios interiores, Byron Scott había quedado como un tirador exterior en estático, así que Paxson podía pegarse a él confiado en que no penetraría. Mike Dunleavy tomó la medida desesperada de programar un entrenamiento a puerta cerrada justo antes del cuarto partido, y Phil Jackson lo consideró un reconocimiento implícito de su impotencia. Cuando un entrenador recurre a esos trucos, pensaba, es porque sabe que va a perder y quiere dar la imagen de haberlo intentado todo.

La única preocupación de los Bulls era la sobreconfianza y el estado del pie de Michael Jordan. Es decir, las dos únicas preocupaciones. Jordan no había caído bien después de la canasta que mandó el tercer partido a la prórroga, y un dedo del pie derecho le dolía tanto que en un principio temió habérselo roto. El dolor remitió durante el tiempo extra, y aunque era una molestia los Bulls exageraron su trascendencia para usarlo de excusa para que Jordan se ausentara de una rueda de prensa obligatoria (que el jugador sustituyó por 36 hoyos de golf, demostrando la gravedad de su lesión). Michael Jordan comenzó el partido con una zapatilla a la que le habían recortado un trozo para reducir la presión sobre el dedo, pero al poco de comenzar prefirió volver a un modelo “completo”, ya que le ofrecía mejor agarre. Sus gestos de dolor fueron inconfundibles cuando aterrizó sobre el pie derecho después de un espectacular mate sobre Sam Perkins, pero no le impidieron liderar a su equipo con 28 puntos y 13 asistencias. Un último esfuerzo reboteador mantuvo a los Lakers en el partido, pero en cuanto “Magic” se tomó un respiro se vinieron abajo definitivamente. Esta vez fue el turno de Scott Williams para salir del banquillo y aportar minutos de calidad, aunque no eran momentos fáciles para el rookie. Sus padres habían muerto a poca distancia del pabellón y a veces salía al balcón del hotel para quedarse mirando en silencio hacia su antiguo barrio, pero salió en el segundo cuarto a colaborar en una gran defensa sobre Perkins, que estaba siendo uno de los pocos aspectos positivos para los Lakers. Con Worthy empeorando por momentos y Scott avasallado por Jordan, la mala actuación de Sam Perkins (1/15 en tiros) terminó de hundir a su equipo a pesar de los esfuerzos de “Magic”. “¡Vamos! ¿Es que nadie más quiere jugar?”, gritaba a sus compañeros. Al salir del descanso, Jordan animaba a los suyos: “Magic se está peleando con los demás. ¡Ya los tenemos!”. Y así era; los Lakers anotaron sólo 14 puntos en el tercer cuarto y se pusieron 16 abajo. Los Bulls ganaron por un contundente 97-82, y el público local terminó aplaudiendo a Michael Jordan cuando se fue a la grada persiguiendo un balón suelto con el resultado ya decidido.

“Estamos en una zanja, no en un hoyo”, admitió Dunleavy. “Soy realista, esto es lo que está pasando y tengo que aceptarlo”, declaró “Magic”. “No estoy enfadado. Simplemente nos han dado una paliza de las palizas de toda la vida.” Michael Jordan intentaba jugar la carta de la modestia (“No esperábamos dominar así a un equipo del nivel y la historia de los Lakers”), pero de puertas para adentro mostraba sus auténticos sentimientos. “Es el último entrenamiento de la temporada. Hagámoslo bien”, dijo a sus compañeros antes del quinto partido. Y al subir al autobús que los llevaría al estadio: “Buenos días, campeones”. Sin embargo, en el vestuario antes de saltar a la cancha Jordan experimentó una punzada de esas dudas que aparecen cuando uno se ve por fin tan cerca del éxito. “Estoy nervioso”, admitió. “¿Debo tirar? ¿Debo pasar? No sé qué hacer.” Para la mayor parte de los analistas esas dudas carecían de base. “Magic” Johnson seguía intentando apelar a la épica para impedir que un rival celebrara el título en casa de los Lakers, pero cada vez estaba más solo. El estado de James Worthy había empeorado y sería baja para el quinto partido, y para colmo Byron Scott también se había lesionado y no podría jugar.

Los Bulls habían dominado a los Lakers cuando contaban con todos sus efectivos y sólo habían perdido dos partidos en todo el playoff (ambos por triples en los últimos segundos), así que era pan comido. Sin embargo, los nervios les jugaron una mala pasada a Jordan y Pippen, que tuvieron un arranque poco inspirado y tuvo que ser Paxson el que mantuviera al equipo en los primeros minutos. Poco a poco se fueron entonando, y el marcador se mantuvo igualado con “Magic” camino de su segundo triple-doble de la final (con 20 asistencias). La gran sorpresa por parte de los Lakers fue el juego de los rookies Elden Campbell y Tony Smith, que salieron desde el banquillo para aportar minutos de calidad a pesar de no haber gozado de oportunidades en los partidos anteriores. En perspectiva fue un error de Dunleavy no probar a Tony Smith ni siquiera cuando Scott y Teagle tocaron fondo, ya que Smith no daba la imagen de futura estrella de la liga, pero sí ofrecía juventud y movilidad, dos atributos escasos en el perímetro de Los Ángeles. Phil Jackson había esperado que recurrieran a él para explotar el punto débil de la defensa de los Bulls: John Paxson podía cubrir el expediente marcando a tiradores estáticos como Scott o Teagle, pero cuando los Lakers vencieron a los Bulls en la fase regular Tony Smith le puso en muchos apuros. Gracias a la aportación de Campbell y Smith el partido llegó igualado a los minutos finales, cuando Paxson sacó a relucir su sangre fría y anotó 10 puntos en los últimos cuatro minutos para darle a su equipo la victoria. Según Sam Smith, la aparición providencial de John Paxson fue el resultado de un tiempo muerto en el que Phil Jackson se encaró con un Michael Jordan que se había jugado varios tiros seguidos. “¿Quién está abierto?”, habría preguntado una y otra vez el entrenador hasta que Jordan tuvo que responder: “Pax”. Sin embargo, Michael Jordan negó posteriormente que esa conversación tuviera lugar, pero no la aportación de Paxson. “Siempre nos hemos comunicado bien en la pista, pero en la Final fue increíble. Siempre sabía dónde estaba en cuanto me hacían el dos contra uno.” Es posible que Smith haya exagerado algunos detalles para hacer la historia más dramática, pero hasta Jerry Reinsdorf declararía posteriormente que Krause consideraba ese momento como la cúspide de la carrera como entrenador de Phil Jackson. “Quiero que Paxson reciba el balón.”

Era lo de menos. Reinsdorf y Krause pasaron los últimos minutos del partido con David Stern en una salita junto al vestuario para estar preparados para la entrega del trofeo. Jerry Krause andaba de un lado para otro con el rostro congestionado y la respiración agitada como si le fuera a dar un jamacuco. “Sólo es un juego”, intentó tranquilizarle Stern. “No, no lo es”, respondió Krause. Por fin sonó la bocina del final del partido, y todos los miembros de los Chicago Bulls se amontonaron en su vestuario para celebrarlo. Pippen y Grant se abrazaron, repitiendo “¡Mil novecientos ochenta y siete!” (el año que habían sido drafteados). “Siete años, siete largos años”, gritó Jordan. “Doce años, doce largos años”, respondió Cartwright desde el otro lado. Después de todo, la imagen de la final no sería el rectificado del segundo partido, sino las lágrimas de Michael Jordan abrazado al trofeo que lleva el nombre de Larry O’Brien. El público pudo ver más allá de la imagen cuidadosamente preparada de un jugador que no atendía a la prensa hasta estar completamente vestido, en una de las escasas circunstancias en las que Jordan exteriorizó sus emociones sin ningún disimulo. Rodeado por su padre y su esposa pero al mismo tiempo a solas, Michael Jordan lloraba con su cabeza afeitada reflejando la esfera dorada del trofeo. “Nunca había mostrado mis emociones tan públicamente, pero no me arrepiento.”