Si hay dos arquetipos clásicos en el baloncesto estadounidense son, sin duda, el negro atlético procedente de un barrio marginal y el blanco tirador originario
de alguna recóndita comunidad rural. Quizá no sea sorprendente, entonces, que el jugador que logró superar cualquier barrera racial o social tenga un origen familiar tan corriente que roza lo vulgar.
Michael Jeffrey Jordan nació el 17 de febrero de 1963 en el Cumberland County Hospital de Brooklyn, Nueva York, hijo de James y Deloris Jordan. Nada quedó en él de la gran ciudad, sin embargo; sus padres procedían de la Carolina del Norte agraria y a ella volvieron en cuanto tuvieron oportunidad, convertidos en una de tantas familias afroamericanas pertenecientes a la generación que logró dar el salto de mano de obra del campo a sólida clase media de toda la vida.
Sus padres se conocieron a mediados de la década de los cincuenta1, y como no podía ser de otra forma fue gracias a un partido de baloncesto. James Jordan jugaba de base en el equipo del instituto Charity High de Wallace, la diminuta ciudad de Carolina del Norte en la que había nacido. Enfrente, el instituto Pender County High School donde jugaban Edward y Eugene Peoples de Rocky Point. Un pequeño grupo de amigos y familiares entre los que se encontraba su hermana Deloris había acudido a animarlos, y después del partido algunos jugadores de Wallace se ofrecieron a llevarlos de vuelta a casa en sus coches. James Jordan llevó a Deloris y a uno de sus primos, pero no le llamó la atención hasta que llegaron a su destino. “No te había visto, eres muy bonita.” “Y tú eres muy descarado”, le contestó Deloris. “Puede, pero algún día me casaré contigo.” Inicialmente, Deloris Peoples rechazó sus avances (“sabía que estaba saliendo con otra”), pero James Jordan no se dio por vencido. Cortó inmediatamente con la otra chica y no cejó hasta conseguir una cita. Aunque el pretendiente era del agrado de los padres de Deloris, éstos opinaban que su niña era demasiado joven para comprometerse en serio, y que James (de dieciocho años, tres más que ella) iba demasiado rápido. Afortunadamente, pensaban, él terminará pronto el instituto, se marchará y seguirán cada uno con su vida.
James Jordan no quería trabajar en el campo como sus padres, sino en la fábrica de General Electrics situada en Wallace. Para ello, tomó uno de los caminos clásicos en EE.UU. para los miembros de las minorías que buscan salir de su pueblo y adquirir una formación: el Ejército. James Jordan se alistó en la Fuerza Aérea, y fue destinado a la base de Langley (Virginia) donde lo adiestraron como mecánico. Al marcharse le dijo a Deloris que volvería para casarse con ella, pero en ese momento no parecía demasiado probable. Ella también se iba a marchar, ya que se había matriculado en el prestigioso Tuskegee Institute (Alabama). Pero la distancia y la nostalgia fueron excesivas para Deloris, que abandonó sus estudios y volvió a casa después de sólo un semestre. Allí se reencontró con James, de permiso, y él le pidió que se casaran. Sus padres tendrían que aceptar que su niñita se había hecho mayor.
El matrimonio tuvo un total de cinco hijos, en dos tandas: primero llegaron Ronnie (1957) y Deloris (1958), mientras James Jordan aún estaba en el Ejército; luego vinieron Larry (1962), Mike (1963) y Roslyn (1964). Para entonces, James ya había completado su período de alistamiento, y se disponía a buscar la manera de aprovechar su preparación en el sector civil, que ofrecía mejores oportunidades que la vida militar. Así fue como nació Michael Jordan en Brooklyn, donde residía temporalmente la familia mientras James Jordan pasaba las noches en cursillos de mecánica (hidráulica y transmisiones automáticas) ofrecidos por General Electrics, y de día se ganaba la vida conduciendo un camión.
La intención de los Jordan había sido volver a su Carolina del Norte, y así lo hicieron cuando Michael tenía apenas dos años. Su padre se incorporó al trabajo que siempre había buscado, como operario de maquinaria en la fábrica de General Electrics en Wallace, y la familia vivió de alquiler hasta que pudieron comprar una parcelita para construirse una casa. Esa vivienda de dos plantas situada en el barrio de Weavers Acres de Wilmington, la ciudad más importante de la región, fue el hogar definitivo de los Jordan. Trabajando por las tardes y los fines de semana, James Jordan la construyó en la calle Gordon Road para que tuviera todo lo que deseaban: una casa grande, de dos plantas, para una familia numerosa; un gran patio (the Rack, lo llamaron) en el que los niños pudieran practicar cualquier deporte; enfrente la iglesia, y a pocos kilómetros la playa. Parecía el guión de la telecomedia de ambiente familiar más corriente y vulgar.
Incluso los varones de la familia Jordan parecían hechos en serie sobre el modelo del padre: no demasiado altos (alrededor de 1,70 m) pero fuertes y atléticos, hábiles con las manos en cualquier labor mecánica, independientes y trabajadores desde muy jóvenes, y atraídos por la disciplina de la vida militar. Bueno, al menos dos de los tres. Ronnie y Larry disfrutaban ayudando a su padre en cualquier arreglo o chapuza (empezaron trayendo los ladrillos para la casa), y desde muy jóvenes fueron buscándose trabajos para ganarse un dinero extra, recogiendo tabaco o conduciendo el autobús del instituto; también se inscribieron en el Reserve Officer Training Corps, una especie de milicia de instituto para los interesados en una futura carrera militar (Ronnie se alistó en el ejército en 1975 y en 2005 se retiró con honores después de treinta años de servicio).
Mike parecía hecho de otra pasta. Eludía cualquier labor doméstica, llegando al extremo de gastar su asignación pagando a otros para que cumplieran sus tareas, y prefería pasar el tiempo tumbado en el sofá viendo la televisión. Tampoco mostraba inquietudes militares, y el trabajo no le atraía lo más mínimo: probó a recoger tabaco como sus hermanos y duró un día, su madre le buscó un trabajo en un hotel y no aguantó una semana en una de las experiencias más vergonzosas de su infancia (primero pasó horas en el vestíbulo del hotel esperando al encargado sin que nadie le avisara de que se había marchado, y luego el trabajo consistía en barrer la acera con el miedo de que algún conocido le viera). No es que la familia necesitara el dinero, más bien al contrario; James Jordan iba ascendiendo en la fábrica hasta alcanzar el cargo de supervisor, también contaba con su pensión militar y Deloris empezó a trabajar en un banco en cuanto todos sus hijos estuvieron escolarizados. Pero en casa de los Jordan se valoraba la independencia y la capacidad de buscar recursos propios. El pecado cardinal del joven Mike a ojos de su padre, sin embargo, era su torpeza. “Creía que yo nunca llegaría a nada porque no tenía ninguna habilidad manual, ninguna habilidad mecánica”, escribiría Michael Jordan años después. Para James Jordan, cualquiera capaz de trabajar con sus manos tendría siempre un empleo asegurado; pero era más que eso, esa capacidad manual y mecánica formaba parte intrínseca de lo que significaba ser un hombre, especialmente en la familia Jordan. Era la herencia que había transmitido a sus otros hijos, pero no a éste. En las reuniones familiares en las que James intentaba compartir alguna tarea con sus hijos, pronto llegaba la sentencia: “Vete a la cocina con las mujeres”. Posteriormente, Michael Jordan ha declarado que se sentía mucho más cómodo fregando platos con las mujeres que trasteando herramientas con los hombres. Al fin y al cabo, ¿a qué hijo le ha pesado decepcionar a su padre?
Como buen hijo menor, entre los varones, el pequeño Mike era más inquieto y travieso que sus hermanos. Algunas biografías han presentado la infancia de Jordan como una serie de dramáticos encuentros con la muerte, empezando por la amenaza de aborto que sufrió Deloris cuando su madre falleció durante el embarazo. Quizás el accidente más grave se produjo cuando tenía dos años y echó mano a los cables con los que su padre había llevado una luz hasta el coche para repararlo; el calambrazo se quedó en un susto, pero pudo ser peor. En realidad, la mayoría de los incidentes carecen de especial dramatismo y parecen las travesuras normales de un niño de su edad. Siendo un bebé se quedó encajado entre su cama y la pared, con cinco años se rebanó el dedo gordo del pie con un hacha cuando intentaba cortar leña como sus hermanos, con doce, él y su hermano Larry cogieron la motocicleta de su padre e intentaron imitar las acrobacias del famoso Evil Knievel, y terminaron en una zanja con la boca llena de tierra. Pero había una actividad de las que gustaban a su padre en la que el pequeño Mike no era ni perezoso ni torpe: el deporte.
James Jordan había construido una pista de tierra para que sus hijos pudieran jugar bajo la supervisión de sus padres, y fue el mejor regalo que pudo hacerles. La genética había sido generosa con la transmisión de sus virtudes atléticas, y así por ejemplo Ronnie completaría con 36 años el durísimo curso de adiestramiento como paracaidista, mientras compañeros suyos con la mitad de esa edad no podían resistirlo. Pero el gran atleta de esta familia de deportistas era Larry: fútbol, béisbol, baloncesto, atletismo…Su salto era aún mayor que el de Michael, y tenía la capacidad atlética y la ambición de un deportista profesional atrapada en un cuerpo imposible para la élite. “Larry era tan intenso y tan competitivo”, diría su entrenador de instituto, “que si hubiera medido 1,90 m en lugar de 1,70 estoy seguro de que Michael habría sido conocido como el hermano de Larry, y no al revés”. Larry Jordan llegó a jugar profesionalmente en los Chicago Express de la WBL, la liga para jugadores de menos de 6-4 (1,90 m), pero su fichaje fue por motivos publicitarios, ya que el equipo era propiedad de los Bulls. Era el último jugador de la plantilla, al que el público reclamaba cuando el partido estaba sentenciado, y después de dos temporadas se retiró.
Pero en Wilmington Larry era el rey y Mike el aspirante al trono. A pesar de que era más alto, el joven Michael no podía competir con las superlativas capacidades atléticas de su hermano mayor, que le derrotaba una y otra vez en las canastas de the Rack en cientos de “uno contra uno” jugados durante años. Sin embargo, esta lucha constante por la victoria deportiva (y quizá por el aprecio paterno) no generó una enemistad entre los hermanos. Antes al contrario, Mike profesaba por Larry una admiración sin límites. Incluso años después en la universidad seguía hablando de las hazañas de su hermano a la menor ocasión, llevando el número 23 en referencia a su 45, imitándolo inconscientemente ante sus amigos. A pesar de que Michael Jordan ha declarado varias veces que nunca tuvo ídolos, es más que probable que hubiera un tiempo en el que su ídolo era su hermano Larry, y sus enfrentamientos un largo rito iniciático. Porque la admiración y el cariño nacían de la lucha sin cuartel de dos jóvenes deportistas incapaces de aceptar la derrota.
Eso no significa que fueran los únicos que jugaban en esa cancha de tierra, ni que sólo hubiera baloncesto. En cualquier momento podían encontrarse allí una o dos docenas de chiquillos jugando, y el entretenimiento favorito era el deporte nacional: el béisbol. Wilmington era, como toda Carolina del Norte en esta época, un auténtico hervidero de tensión racial; en febrero de 1971 se produjeron gravísimos disturbios durante los cuales grupos de activistas negros y de supremacistas blancos se enfrentaron en las calles, con el resultado de dos muertos, seis heridos y varias tiendas y locales arrasados. La Guardia Nacional tomó la ciudad, y un discutido juicio envió a la cárcel a un grupo de activistas conocidos como “los diez de Wilmington”. En medio de este ambiente, el matrimonio Jordan abordó la difícil tarea de enseñar a sus hijos a tratar a los demás con absoluta indiferencia hacia su color de piel, y también a saber que el racismo era un signo de ignorancia y ellos no debían rebajarse a ese nivel. Que su innegable éxito permitiera en el futuro a Michael Jordan moverse con comodidad en cualquier ambiente es quizá lo menos importante.
El primer amigo del pequeño Mike fue Dave Bridgers. Sí, era blanco. Y no, no importó. Como los Jordan, los Bridgers eran recién llegados a la ciudad (desde Dakota del Sur, en su caso) y eso unió a los niños. Pero, sobre todo, lo que hizo fue que Dave Bridgers huyera de la tensión del inminente divorcio de sus padres y pasara todo el tiempo que podía en casa de los vecinos jugando al béisbol con Mike. Con doce años, el apodo de Mike Jordan era Rabbit (conejo), y su ídolo no era David Thompson de N.C. State sino Reggie Jackson de los Oakland A’s. Aunque jugaban al baloncesto y al fútbol americano, la principal actividad de Jordan y Bridgers era el béisbol. Formaron parte de varios equipos destacados a nivel estatal, y llegaron a jugar (y perder) la final regional que daba acceso al mayor campeonato nacional, la Little League Baseball World Series. Pero su primer éxito deportivo fue la victoria de su equipo (patrocinado por una tienda de alimentación local) en el campeonato estatal de la Babe Ruth Baseball League, en el que además fue designado Mr. Baseball por la Dixie Youth Baseball Association. “Fue la primera victoria, y siempre recuerdas la primera.” Especialmente cuando adquirió cierta notoriedad local después de un partido en el que hubo de hacer de catcher porque el titular estaba sancionado y el suplente lesionado. Jordan se ofreció para cubrir el puesto, pero cuando los rivales comprobaron que a duras penas podía lanzar la bola a segunda base, amenazaron con pasarse el partido robando bases. Durante mucho tiempo se recordó su respuesta: “You run and I’ll gun”.
En Wilmington existía una ley no escrita: los jóvenes blancos jugaban al béisbol y los jóvenes negros jugaban al baloncesto. Bill Billingsly, el entrenador de su equipo de béisbol en DC Virgo Middle School, recuerda que “Rabbit” Jordan no tenía problemas con sus compañeros, pero al final sólo quedaban tres o cuatro afroamericanos en el equipo, y el campo de béisbol estaba en medio de un barrio predominantemente blanco. Michael Jordan y David Bridgers ya habían tenido algunos pequeños incidentes de corte racial: Michael le estampó un polo en la cabeza a una niña que lo llamó “negro”, a David lo llamaban white trash o “amigo de los negros”, y en una ocasión se vieron involucrados en una pelea cuando estaban trazando las líneas del campo de béisbol antes de un partido y un chico blanco los insultó. Nada serio ni preocupante, pero que ayuda a imaginar por qué el joven Mike se fue acercando más a los playgrounds de baloncesto de su ciudad. Fue allí donde conoció al que sería su mejor amigo, Adolph Shiver, un descarado base que botaba el balón con un palillo entre los dientes mientras mantenía una inagotable corriente de trash-talking con los rivales. A pesar de que con los 12-13 años pasó una fase rebelde y de “sentimiento racial militante” (generado en parte por la famosa serie de televisión Raíces), Jordan no era un adolescente problemático. Pero tampoco estaba dispuesto a tolerar las ofensas, vinieran de blancos o de negros: el día que Shiver insultó a la novia de Bridgers, éste no tuvo ocasión de usar el palo que agarró antes de que Jordan estampara a Shiver contra una pared y le explicara en términos concluyentes la naturaleza inequívoca de su error.
También fue el momento en el que comenzó a superar a su hermano Larry, algo que sin duda tuvo que ver en su mayor afición por el baloncesto. A pesar del temor de Michael a no crecer, que le llevó a realizar estiramientos durante meses, su 1,80 de estatura ya superaba ampliamente a su hermano (y al resto de miembros de su familia). Con esa ventaja de altura sumada a una velocidad relampagueante, el joven Mike por fin alcanzó y superó a su hermano en la cancha de juego y pudo empezar a practicar los espectaculares mates de David “Skywalker” Thompson que veía en televisión. En 1978 él y su compañero de clase Harvest Leroy Smith se matricularon en la Emsley A. Laney High School, y ese verano acudieron al campamento de baloncesto ofrecido por su entrenador, Clifton “Pop” Herring. El potencial de ambos jugadores era evidente y el entrenador Herring los animó a presentarse a las pruebas para el equipo de baloncesto. Lo que sucedió a continuación es uno de los incidentes más famosos de la carrera de Michael Jordan, y sin embargo nunca ha llegado a aclararse del todo ya que existen varias versiones contrapuestas.
El resultado final es harto conocido: Michael Jordan fue cortado en favor de Leroy Smith. Incluso puede verse al entrenador Fred Lynch admitiendo ser quien cortó a Jordan en el vídeo comercial Come Fly With Me (1989). Sin embargo, Lynch había sido su entrenador de baloncesto en la DC Virgo; en Laney era sólo el ayudante, y tampoco puede llamarse realmente un “corte”. A pesar de que el instituto había sido inaugurado apenas dos años antes, ya tenía un muy buen equipo de baloncesto que terminaría la temporada 78/79 con un balance de 15-7, fuera del torneo estatal en el último momento. El base y escolta titulares serían incluidos en el equipo ideal y recibirían becas deportivas universitarias para baloncesto, mientras que otro recibiría una para fútbol americano. Además de tener ya ocho jugadores para los puestos de base y escolta, once seniors y tres juniors2 repetían del curso anterior para una plantilla de quince plazas. Sólo había sitio para uno más, y no era otro base lo que necesitaban. Según el otro asistente, Ron Coley, “la única cuestión era qué íbamos a hacer con Leroy Smith”. Tanto Smith como Jordan eran sophomores, y como la mayoría de entrenadores de la época, “Pop” Herring era contrario a incluir jugadores jóvenes en el equipo antes de tiempo por miedo a que la diferencia física los abrumara, ya que a esas edades un par de años se notaban demasiado. Pero Leroy Smith era enorme, y con sus dos metros superaba en diez centímetros al jugador más alto que tenían (por no hablar de Jordan, al que le sacaba la cabeza). Smith tenía más posibilidades de aguantar el rigor de la competición, y fue elegido sin mucho debate. Se trataba de seleccionar al último jugador del banquillo, que prácticamente no pisaría la cancha. ¿Qué trascendencia podía tener?
Michael Jordan no lo vio así. Si uno de sus rasgos conocidos es la marcada diferencia entre los hechos que le suceden y el efecto emocional que ejercen, quizás este día fuera el ejemplo más claro: durante décadas usó el alias “Leroy Smith” para registrarse en los hoteles, en un gesto mitad venganza pueril y mitad “memento mori” para recordar el sabor del fracaso. Durante dos semanas había estado esperando el día que se anunciaba el equipo, y cuando llegó a la lista de admitidos reaccionó con la incredulidad y la racionalización fallida en la que todos hemos caído en circunstancias similares: la lista era alfabética, y cuando no se encontró en la j volvió a comprobarla entera, a ver si era una errata y estaba en la i, o en la m, si faltaban nombres y la lista no estaba completa, si había otra página. Jordan presume de poder evocar momentos pasados como guía para el presente, y ése fue el día que mostró esa capacidad. Para colmo, tuvo que pasar horas en el instituto hasta que terminaron las clases y pudo volver a casa. “Me metí en mi cuarto, cerré la puerta y me puse a llorar. No podía parar. Aunque no había nadie en casa dejé la puerta cerrada. Para mí era importante que nadie pudiera verme u oírme.” Era la humillación definitiva, ser descartado en lo que creía hacer mejor, en lo que podía convertirlo en alguien. Aunque Michael Jordan era muy sociable y hacía amigos con facilidad, también era dolorosamente tímido con las chicas. Ninguna se sentiría atraída por un chico a quien todos gastaban bromas por su corte de pelo y sus grandes orejas, llamándolo “calvito” o “cacahuete”. Le gustaba una niña mayor que él llamada Angela West, y siempre le guardaba un asiento libre en el autobús; pero ella prefería apretujarse con sus amigas y sólo tenía ojos para los jugadores del equipo del instituto, siempre rodeados de chicas. El joven Mike, que asistía a clases de cocina y hogar porque pensaba que tendría que vivir solo, sentía que había perdido la oportunidad de ser alguien atractivo y admirado en el instituto. Decidió dejar el baloncesto.
No era ese el plan del entrenador. “Pop” Herring era muy consciente del nivel de Jordan, y le insistió para que se inscribiera en el equipo junior varsity3 que entrenaba Fred Lynch. Fueron sus padres quienes convencieron a Jordan, y muy especialmente su madre. Deloris no estaba del todo convencida de que fuera positiva la creciente obsesión de su hijo por el baloncesto y temía que afectara a sus estudios. Michael Jordan terminaría siendo sancionado con un día de expulsión por salir sin permiso del instituto para irse a entrenar, y para su madre los estudios eran sagrados; Michael pasó el día haciendo deberes en el coche de su madre, aparcado delante de la ventana del puesto de trabajo de ésta. Pero aún más importante para ella era enseñar a sus hijos a no huir ante las dificultades, como Deloris había hecho al volverse de la universidad. “Mi madre debió montarme directamente en el primer tren de vuelta”, decía, y no iba a cometer el mismo error. Si lo habían asignado al junior varsity, su obligación era ser el mejor del junior varsity.
La reacción de Michael Jordan a este contratiempo, objetivamente menor, estableció el patrón que seguiría ante todos los desafíos y obstáculos de su vida, sin posibilidad de variación: en primer lugar, la decepción personal se transforma dentro de él en humillación pública, que genera sentimientos de vergüenza. Jordan, consciente de su imagen, no quiere que nadie lo vea llorar para que no lo vean retratado de fracaso. Cuando afirma que pocos son conscientes de hasta qué punto lo impulsaba lograr atraer a las chicas, lo relaciona con el convencimiento de que esa falta de éxito amoroso viene de una imagen poco respetada o admirada, y saber que resulta simpático no es suficiente. Por muy privada o intrascendente que sea esa decepción, Michael Jordan la siente grabada a fuego en su frente ante los ojos de los demás. “Quería demostrarle a ese tipo que yo valía para el equipo”, dirá del entrenador que lo cortó, el mismo entrenador que fue el primero en reconocer su capacidad y en trabajar con él de manera especial. Entonces esa humillación, muchas veces inexistente, sustituye en sus pensamientos al contratiempo personal; no tiene que superar un obstáculo, sino vengar una afrenta. Y finalmente esa venganza será por definición desproporcionada, tan excesiva que borre casi la propia existencia del ultraje. No basta con quedar por encima, ha de quedar a una altura desde la que no se pueda vislumbrar al otro; y no hablar nunca del tema sin señalar la penitencia eterna del trasgresor: “[Lynch] trabaja ahora para mí en mis campamentos de baloncesto. Siempre le encargo los trabajos más desagradables”. Eso escribe veinte años después el jugador más laureado del baloncesto moderno, que sigue usando el apodo “Leroy Smith”. Perdonar nunca, olvidar jamás.
Michael Jordan decidió que su madre tenía razón, y tomó al asalto el equipo junior varsity (jayvee, en el argot). Los jayvees no participan en ninguna competición, sino que hacen de “teloneros” de los mayores: antes de cada partido del equipo oficial se juega un amistoso entre los juniors de cada escuela, al que normalmente sólo asiste la familia de los jugadores ya que no despierta demasiado interés. Pero cuando se empezó a correr la voz de que un base rapidísimo apodado “Magic Jordan” había llegado a anotar 40 puntos, los aficionados locales empezaron a llegar antes al pabellón para comprobar qué había de cierto. Y no sólo los aficionados; Ron Coley, el otro entrenador asistente, ni siquiera recordaba haber visto a Jordan en las pruebas para el equipo, pero la segunda vez ya no lo olvidó: “Llegué al pabellón cuando estaba terminando el partido de los jayvees. Nueve de los jugadores sobre la cancha estaban pasando el tiempo, pero había uno que se estaba dejando la piel. Por su manera de jugar pensé que iban un punto abajo quedando dos minutos, pero cuando miré el marcador vi que iban perdiendo de veinte en el último minuto. Era Michael, y pronto supe que siempre jugaba así”. Jordan promedió alrededor de 25 puntos, pero el éxito del equipo varsity sin él le seguía escociendo. Aún quedaba una última oportunidad: antes del torneo estatal que culminaba la temporada se abría un plazo en el que los equipos podían inscribir a algún jugador procedente del junior varsity. Después de su espectacular rendimiento con los junior, Michael Jordan tenía esperanzas de ser convocado.
“Ni siquiera se discutió”, recuerda Coley. En un gesto inimaginable en el Jordan adulto, el joven Mike suplicó viajar con el equipo. El resultado bastó para convencerle de no volver a recurrir a las súplicas nunca más y de que lo que deseara se lo tendría que ganar a pulso: la única posibilidad que le ofreció el entrenador Herring fue como team manager, un cruce entre utillero y ordenanza. “Lo hice. Entré en el pabellón llevando los uniformes de los jugadores que sí estaban en el equipo. Lo que me hizo sentir peor fue que mis padres habían venido a ver el torneo, y cuando me vieron llevando los uniformes creyeron que me habían dado la oportunidad de jugar.” La decepción fue mayúscula y Jordan no olvidó la mirada de sus padres. Una vez más, la decepción personal como humillación pública. “Lo bueno es que me hizo saber cómo se siente el fracaso. Y supe que no quería volver a sentirlo nunca más.”
Cuando Michael Jordan volvió al instituto después del verano, se había operado en él un cambio que lo hacía casi irreconocible. Lo más evidente era el estirón que había pegado, entre cinco y diez centímetros, que provocaron su pase al puesto de ala-pívot; pero el cambio en su juego era aún más dramático. “No había sido capaz de superar a los seniors jugando uno-contra-uno hasta el final de su año sophomore”, recordaría Michael Bragg, uno de los jugadores del equipo que pudieron comprobar esa mutación de un año a otro: “Se pudo ver una diferencia enorme. Mostraba una mayor determinación, y también más capacidad”. Eso no pudo impedir el debilitamiento inicial del instituto; once jugadores de la temporada anterior se graduaron y el equipo pasó a depender de jóvenes menos experimentados. Con Adolph Shiver como base y Leroy Smith y Mike Jordan por dentro, el equipo pasó del 15-7 de la temporada anterior a un mediocre 13-10 ese año. Pero no había nada de mediocre en el juego de un Jordan que se convirtió en el proyecto personal de su entrenador: “El entrenador Herring fue el primero en ver en mí lo que yo veía en mí”.
“Pop” Herring vivía cerca de los Jordan, y los convenció de que si recogía al joven Mike todas las mañanas y lo llevaba al instituto, él podría entrenar antes de clase y sus padres tendrían la tranquilidad de que llegaba puntual. También convenció a Michael Jordan de que dejara el equipo de fútbol americano del instituto para concentrarse en el baloncesto, algo que Deloris agradeció, ya que siempre había temido que se hiciera daño. “Me recogía a las 6:30. Practicábamos tiro, hacíamos uno-contra-uno y ejercicios de manejo de balón porque yo no tenía manejo alguno. Trabajábamos una hora, y después yo me duchaba para ir a clase. Hizo un enorme cartel con todos los ejercicios, y cada mañana los hacíamos todos.” Jordan anotó 35 puntos en su primer partido oficial y terminó la temporada 1979/80 con una media de más de 20 puntos por partido.
El mundillo del baloncesto descubrió a Mike Jordan en el verano de 1980. Acudió al campus de Bobby Cremmins, luego al de Dean Smith y, finalmente, al Five-Star Camp de Howie Garfinkle. Hasta entonces sólo se habían puesto en contacto con él pequeñas universidades de la zona como North Carolina-Wilmington, con equipos de baloncesto de segunda o tercera fila. Pero ahora se interesaban universidades de primer nivel nacional, y la posibilidad real de una carrera deportiva se abría ante Jordan. “Pop” Herring decidió echar el resto. Le dijo a Michael que se centrara más en hacer sus números en ataque, y cuando éste se resistió (quién lo iba a decir) pidió a James Jordan que interviniera para convencer a su hijo. Insistió también en que Michael Jordan mantuviera un récord impoluto de asistencia a clase y que mejorara unas notas que no pasaban de correctas para hacerlo más atractivo a las universidades. La naturaleza competitiva de Jordan vino aquí en su ayuda, ya que si Larry era el desafío deportivo en su familia, su hermana Roslyn era sin duda la mejor estudiante, hasta tal punto que había adelantado un curso y compartía clase con su hermano mayor. Inmediatamente empezó una competición por sacar las mejores notas, y aunque Michael no pudo alcanzar el nivel de su hermana, sí que mejoró sus calificaciones. Por último, “Pop” Herring sacrificó la oportunidad de optar al torneo estatal de baloncesto al tomar la decisión de pasar a Jordan al perímetro: su altura (algo más de 1,90 entonces) podía ser suficiente en un jugador interior de instituto, pero no para la universidad. Laney se pasó toda la temporada en el primer puesto de la clasificación y terminó con un balance final de 19 victorias y sólo 4 derrotas, pero fueron eliminados del torneo tras ser derrotados 52-56 por el instituto de New Hannover, donde jugaba otro futuro NBA como Kenny Gattison. El entrenador de New Hannover declaró posteriormente que la derrota se había debido a la preocupación de Herring por el futuro de Jordan: “Podía haberlo puesto a jugar dentro y habría ganado el campeonato estatal, pero no lo hizo. Lo único que le importaba era prepararlo para la universidad”.
Fue el principio del fin de su vida en Wilmington. Volvió muchas veces, por supuesto: sus padres aún vivieron allí varios años y él mantiene celosamente las amistades de su infancia. Cuando Michael Jordan recibió la noticia de que “Magic” tenía el VIH y necesitó hablarlo con alguien, llamó al remolque donde vivía un tendero llamado David Bridgers. Adolph Shivers sigue siendo uno de sus mejores amigos. Con Leroy Smith, convertido en representante de una marca de ropa deportiva, mantuvo el contacto durante años. Pero fuera de ese círculo de íntimos, pocos de quienes conocieron a Michael Jordan en el instituto quieren hablar de ello, y por eso circulan infinitos rumores y leyendas como si fuera la muerte de Liberty Valance. Algunos dicen que el número 23 que usó Jordan no representaba la mitad del número 45 de su hermano Larry, sino que simplemente cuando se inscribió en el equipo sólo quedaban disponibles el 23 y el 33. Algunos presumen de haberlo humillado en la pista y otros de haberlo visto humillar a los anteriores. Algunos dirán que Fred Lynch se atribuyó la decisión en el vídeo movido por el afán de notoriedad, pero otros dicen que se interpuso entre el escarnio público y un amigo. Cuando Clifton Herring recuerda esos días, lo último que quiere es hablar de ello. No es frecuente; lo normal es que no sea capaz de recordarlo, igual que es incapaz de reconocer a sus familiares o amigos, debido a una enfermedad mental hereditaria que lo obligó a dejar su puesto en 1982. Sus antiguos compañeros y discípulos lamentan que el único recuerdo que quede de un buen entrenador y mejor educador sea el de haber sido “el inútil que cortó a Michael Jordan”. Sabiendo lo doloroso que es, los periodistas que han intentado localizarlo a través de sus amigos se han visto frustrados una vez tras otra. No tuvieron más éxito quienes probaron a través de Jordan.
En 1997, un reportero le preguntó directamente a Michael Jordan. “No tengo tiempo para hablar de ‘Pop’ Herring”, contestó.
1 Parece existir cierta confusión relativa a las fechas. Suele decirse que James y Deloris Jordan se conocieron en 1956, cuando él tenía 18 años; pero James Jordan nació en 1936. Cuando fue asesinado en 1993 se dijo que el matrimonio iba a cumplir su 34 aniversario, pero su primer hijo nació en 1957.
2 En EE.UU. los estudiantes de instituto y universidad tienen un apodo dependiendo del curso en el que se encuentren: freshman (primer año), sophomore (segundo), junior (tercero), senior (cuarto y último).
3 En deporte colegial estadounidense existen dos tipos de equipo: el oficial llamado “varsity” y una especie de equipo juvenil llamado junior varsity, que sólo juega amistosos.