8

—¡Hola, chica nueva! —La pelirroja que había entrado en el despacho de Lewis el día anterior se acercó a ella portando una sonrisa en sus rojos labios.

—Hola, me llamo Genevieve Johnson, aunque todos me llaman Gene.

—Encantada, Gene. Eres la hija de Albert Johnson, ¿verdad?

—Así es, parece que todo el mundo aquí está al corriente de ese detalle.

—Yo no soy todo el mundo, soy Miranda, la secretaria de Jack, y sí, por supuesto, sé todo lo que pasa en este despacho. Además, fui yo quien te llamó para darte la dirección del bufete.

—Entiendo.

—Ayer estuve fuera toda la mañana haciendo papeleo en el juzgado y, luego, cuando te vi en el despacho de Lewis, no pensé que fueras la nueva secretaria. Disculpa mi grosería por no presentarme entonces.

—No importa. De todos modos, debería haber sido el señor Maddox quien nos presentara adecuadamente y no lo hizo.

—¡¿El señor Maddox?! —Miranda miró divertida a Gene, que se encogió de hombros como respuesta—. ¿No me digas que Lewis te hace llamarlo así? Será capullo —soltó entre risas.

—Así es. Supongo que quiere mantener las distancias —repuso Gene, pensando que Miranda se tomaba demasiadas confianzas. ¿Sabría Lewis que ella lo insultaba tan descaradamente en su propio despacho?

—¿Lewis? —Arrugó el entrecejo—. Es raro eso. Es todo un capullo, pero aquí todos nos tuteamos. Pero bien —sacudió la melena— si él lo quiere así, por algo será.

—Perdona, Miranda, pero tengo que ir a por un café para el señor Maddox —dijo Gene haciendo especial énfasis en el tratamiento de su jefe, algo que hizo reír a las dos.

—¿Te parece bien si vamos juntas? Yo también iba a por un café para Jack y de paso nos tomamos uno las dos. Las berlinas de la cafetería de la esquina son deliciosas. No puedo pasar sin comerme una cada día. Sé que no debería, porque van directas a las caderas. —Gene no pudo evitar mirar dicha parte del cuerpo de Miranda, observando que nada en estas reflejaba que cada día se metía entre pecho y espalda quinientas calorías en solo dos bocados y sonrió—, pero tengo buena genética. Con un poco de ejercicio, lo quemo todo. ¿Nos vamos?

—Sí, espera que coja el bolso.

—No lo necesitas. El bufete tiene cuenta en la cafetería y también en varios de los restaurantes del barrio.

—Ah, pues no lo sabía.

—Claro, porque nadie te lo ha dicho. Carter está cabreadísimo porque lo has reemplazado en su trono de reinona y Lewis —chasqueó la lengua— ya sabemos las dos que es un perfecto capullo. Tú, cualquier cosa que quieras saber, me la preguntas a mí. Lo sé todo aquí.

—Muchas gracias, Miranda —dijo mientras andaban hacia el ascensor. Al pasar por delante del mostrador de recepción, Gene se detuvo unos segundos—. Carol, vamos a por cafés. ¿Quieres que te traiga uno?

La recepcionista apartó los ojos de su pantalla y la miró asombrada, allí nadie solía tener ese tipo de detalles con ella, excepto el señor Lefkowitz que era muy amable siempre.

—Muchas gracias, Gene, pero no. Si tomo café antes del mediodía se me descomponen las tripas.

—Está bien, nada de café. ¿Cualquier otra cosa, un zumo, un té?

—Qué amable eres, querida, pero no.

Cuando se cerraron las puertas del ascensor, Miranda le dijo:

—Nos vamos a llevar genial.

Gene la miró agradecida. La idea de ser amiga de Miranda la llenaba de felicidad. Carter era un poco snob y no la trataba demasiado bien, y Lewis se comportaba como el hijo del demonio, así que un poco de simpatía no le iba a venir mal para sobrellevar los seis meses que le quedaban por delante en el bufete.

 

Al regresar de la cafetería, la sonrisa que Gene llevaba en los labios se le desdibujó de golpe. En la puerta de su despacho, apoyado en la pared y guapo hasta la muerte, estaba Lewis mirando fijamente las puertas del ascensor como si llevara allí mucho tiempo esperando su vuelta.

—Miranda, tengo que dejarte ya, el señor Maddox me espera.

—Ya veo, por su cara me parece que quiere matarte.

—¿Tú crees?

—No, mujer, claro que no —se rio—. Lewis no es tan malo como lo pintan.

—Lo dudo. Es mucho peor.

—Anda corre, he visto que está cogiendo la grapadora con ojos de psicópata —dijo Miranda entre risas.

Gen recorrió la distancia hasta su puesto de trabajo a toda prisa, Lewis al verla avanzar hacia allí había entrado de nuevo al despacho, donde la esperaba apoyado en su mesa y los brazos cruzados en actitud beligerante.

—Ha tardado mucho —la reprendió en cuento entró.

—Miranda me ha entretenido un poco —se excusó tendiéndole el vaso de café.

—Está aquí para trabajar, no para hacer amigos.

—Eso me queda claro.

—No quiero que se junte con Miranda.

—¿Por qué?

—Porque lo digo yo y punto. Soy su jefe y aquí mando yo.

—Mira, Le-Le-señor Maddox, eso que me está pidiendo no me parece apropiado. Que esté aquí para trabajar no me impide mantener una buena relación con mis compañeros. Si piensa que eso va a entorpecer mis funciones, se equivoca.

—Pues, por lo pronto, el café está frío —dijo con una mueca de asco tras probar un sorbo. Gene dudaba mucho que eso fuera verdad, pero no pensaba llevarle la contraria.

—Será que lo han servido frío en la cafetería.

—Es la primera vez que pasa en cinco años.

—Siempre hay una primera vez para todo —le repuso ella con las manos apoyadas en las caderas.

—Tome —le devolvió el vaso—. Por cierto —consultó su reloj de pulsera—, son casi las nueve y media y George sigue sin pasear.

—¿Y por qué no lo lleva usted antes de venir? —Aquellas palabras habían salido de su boca como un tren de alta velocidad antes de que pudiera pensar siquiera en reprimirlas.

—¿Bromeas? —La miró contrariado.

—No.

—No tengo por qué darte explicaciones, Gene…

—Señorita Johnson —le interrumpió.

—Eso, señorita Johnson, lo que decía, que no tengo por qué darle explicaciones, y no lo pienso hacer. Soy su jefe y entre sus funciones está pasear a George cada mañana. A partir de ahora lo hará antes de venir al despacho, para que no se le olvide.

—¿Y qué quiere que haga ahora?

—Que vaya a sacar a George.

—Está bien —dijo Gene con resignación.

—No tarde demasiado, luego debemos visitar al señor O’Toole.

—¿Debemos? ¿Los dos? —Lo miró sin entender.

—Yo, no se confunda —aclaró—. Usted me acompañará en calidad de asistente.

—¿Por qué no viene ese señor a la oficina?

—Porque ha llamado y ha pedido expresamente que lo visitemos. Además, no tengo que darle explicaciones sobre mi trabajo.

—Lo siento, no era mi intención pedirlas —se excusó.

—No tiene que estar sintiéndolo todo a cada rato, haga su trabajo y no me entretenga con sus absurdas preguntas.

Gene no entendía por qué Lewis era así con ella, estaba empezando a dudar de su plan. Visto lo visto, no surtía efecto.

Cuando Carol la vio salir del despacho contrariada, no dudó en preguntarle qué le pasaba.

—¿Todo bien, querida?

—Todo lo bien que puede ir trabajando para el señor Maddox.

—¿Dónde te ha mandado ahora? —le preguntó haciendo una mueca.

—A sacar de paseo a su adorable perrito. Luego tengo que acompañarlo a visitar al señor O’Toole.

—¿Al señor O’Toole? —preguntó Carol extrañada—. Creía que venía él mismo esta mañana.

—Por lo visto ha llamado y ha pedido que sea el señor Maddox quien lo visite.

—Qué raro, no recuerdo que haya llamado.

—Pues no sé qué decirte. Eso es lo que el señor Maddox me ha dicho.

—Quizá recogió el recado Miranda —dijo Carol encogiéndose de hombros.

—Bien, he de irme.

—Mucha suerte —le dijo para darle ánimos.

Aquella ropa que vestía Gene aquel día era poco apropiada para pasear perros, pero dudaba mucho que Lewis tuviera alguna prenda de su talla y unas zapatillas del cuatro para prestarle. George la recibió jovial, algo más que el primer día. Gene le puso la correa y salió a la calle rezando por que a George no le diera por salir corriendo tras un gato y la arrastrara con aquellos tacones hasta limarlos y convertirlos en unas bailarinas.

—Apiádate de mí —le pidió, parada en el porche, mientras George movía la cola incesantemente. Esta vez no pensaba soltarlo.

George hizo lo propio y anduvo al lado de Gene a paso lento.

—Gene. —Escuchó que alguien la llamaba—. Espera.

Se giró y vio a Mark corriendo hacia ellos.

—No esperaba encontrarte hoy por aquí.

—Ya ves, soy la paseadora oficial de perros de mi oficina.

—¿Por qué no has respondido a mis mensajes?

Mark le había mandado un par de mensajes tras su cita, y Gene no le había respondido.

—Lo siento, no he tenido tiempo.

—¿Ni dos minutos para mandar un emoticono?

—Supongo que ni esos dos minutos.

—Gene, somos adultos, no hace falta que disimules. Si no quieres que te moleste más solo tienes que decírmelo.

—No me molestas, solo que creo que no conectamos.

—Quizá no te parezca un candidato para ser tu pareja, pero podemos ser amigos, ¿no crees?

—Supongo que eso estaría bien.

—¿Puedo acompañarte?

—Sí, no veo por qué no.

Gene accedió a pasear con Mark, no veía por qué no podían ser amigos. Mark era un chico agradable y se había portado muy bien con ella desde el primer momento.

—Gracias por acompañarme, has sido muy amable.

—No me las des. Aunque podrías decirme quién era el hombre de anoche.

—Es largo de contar —respondió Gene parándose en seco.

—Tengo tiempo.

—Verás, ese hombre es el dueño de este perro.

—Vaya, así que es tu jefe.

—Sí.

—Pues me parece una manera poco adecuada de tratar a una empleada, ¿no crees? —le preguntó Mark ladeando la cabeza.

—Sí, lo es, pero ese hombre y yo compartimos un pasado.

—¿Qué tipo de pasado?

—Fuimos novios o, bueno, algo parecido, hace mucho tiempo.

—¿Y ahora?

—Ahora no, ahora solo es mi jefe y parece tenerme mucha manía.

—¿Y a qué crees que se debe?

—No lo sé, pero parece estar muy ofendido conmigo cuando debería ser al revés. Me dejó plantada cuando consiguió lo que quería de mí.

—¿Y qué quería de ti? —preguntó Mark agarrando su mano.

—Acostarse conmigo.

—¡Qué capullo! —exclamó.

—Era y sigue siendo un capullo. No entiendo qué he podido hacerle yo.

—Quizá sea el hecho de verte convertida en una mujer preciosa que no quiere nada de él —dijo él acariciando su mejilla.

—Eso es absurdo. Lewis puede tener a sus pies a la mujer que quiera.

—No a una tan inteligente.

—No soy tan lista.

—Yo creo que sí lo eres, además de creer que en el fondo sigues enamorada de él.

—No, no podría odiarlo más. ¿Por qué dices eso? —le preguntó Gene asombrada de que Mark hubiera llegado a esa conclusión tan absurda.

—Porque ninguna mujer, a sabiendas de que tiene que sacar al perro de su jefe, se viste de esta guisa —respondió Mark sonriendo.

—Esta ropa no es por él, es por mí.

—No te pillo.

—Verás, mis amigas creen que puedo reconquistarlo para después machacarlo. Un plan absurdo que además no está surtiendo ningún efecto.

—Quizá pueda ayudarte.

—¿Eres estilista?

—No —contestó Mark soltando una carcajada—, pero anoche no parecía muy contento de verte con otro chico. Podría fingir que soy tu novio y darle celos. Apuesto a que eso será un plus para tu plan.

—No sé…

—Venga, Gene, será divertido.

La insistencia de Mark y las ganas que tenía de fastidiar al odioso de Lewis Maddox, acabaron de convencer a Gene.

—Está bien.

—Así me gusta, cuando uno planea algo tiene que hacerlo a lo grande.

—¿Entonces somos oficialmente novios falsos? —Aquello sonaba loco saliendo de la boca de Genevieve.

—Falsamente novios —afirmó Mark dándole un abrazo para consolidar aquella falsa relación.