Después de que Sarah colmara de detalles a sus amigas sobre su recién estrenada relación con Luke, decidieron irse a casa. Gene se acostó con la mente nublada por el alcohol y con aquella imagen de Miranda a la salida de la gala. Era la única parte de lo sucedido que había decidido omitir a sus amigas. Eran temas internos de oficina y debía ser profesional, no era correcto inculpar a Miranda, tachándola de topo del bufete, sin tener pruebas fehacientes. Solo eran elucubraciones propias, y debía en tal caso comentarlas con Lewis primero, ya que este era el primer interesado, aunque la idea de tenderle un capote después de todo lo que le había dicho no la hiciera especialmente feliz.
A la mañana siguiente Gene se levantó con una leve resaca que una aspirina y café aliviaron de inmediato, se dio una ducha y se puso algo cómodo. Tenía que ir a la barbacoa que organizaban los Keller, unos amigos y vecinos de sus padres en Wallyford, que tenían tres hijos pequeños con los que a Gene le encantaba jugar en el jardín. Le esperaba un día agotador al lado de esos pequeños indomables que nunca se cansaban, pero al menos estaría distraída y podría dejar de pensar en Lewis por unas horas. ¿Cómo había podido pasar de la nada a ocupar sus pensamientos de aquel modo que le colapsaba las neuronas? Necesitaba sacarlo de su cabeza.
El día fue tal y como se esperaba, cuando llegó a su apartamento por la noche, con los pies fundidos por las carreras y el estómago rebosante de salmón marinado, solo tuvo fuerzas para meterse derecha en la cama y apagar la lámpara antes de cerrar los ojos y quedarse profundamente dormida.
Al abrir los párpados el lunes sintió que de nuevo el cielo caía a plomo sobre ella. De nuevo tenía que ir a Lefkowitz y Maddox Asociados y enfrentarse con la cruda realidad.
—Y bien, ¿qué has decidido? —le preguntó Sarah calentándose las manos con una taza de café humeante.
Gene hizo una mueca y, mientras recogía su parte del desayuno, respondió:
—Que tengo que ir a trabajar al bufete. No pienso enterrar la cabeza en la tierra como los avestruces y demostrarle que me intimida, eso sería darle lo que quiere.
—Si Janice te escuchara estaría muy orgullosa de ti, pero me temo que dormirá hasta medio día aprovechando su día libre.
—¿No era los jueves?
—Sí, pero ahora se ve que también los lunes.
—Libra muchos días, ¿no?
—Eso parece, pero no quiero preguntarle el porqué. Seguro que ha montado una cruzada laboral en la cafetería y todos la temen.
Ambas rieron pensando en que aquello era algo bastante probable conociendo a su amiga.
Cuando llegó a la oficina, Carol estaba hablando por teléfono jovialmente con alguien y no la vio entrar, la que sí la interceptó en el pasillo fue Liza, tan cordial como siempre.
—Buenos días, Gene, ya no nos vinos el sábado.
—Me encontraba mal y decidí marcharme.
—¿Y ya estás mejor?
Gene asintió, mientras trataba de buscar una excusa para su precipitada marcha, y dijo:
—Solo era un poco de gastroenteritis.
—Entiendo —dijo Liza con una mueca solidaria de malestar—. Me sorprendió mucho verte en la gala, no sabía que irías con el hijo de Elliot McGillis.
—Oh, sí, Mark y yo somos buenos amigos.
—Lewis me dijo que erais pareja.
—Éramos, pero mantenemos una buena amistad. —Gene decidió dejar de mentir en ese aspecto, ya no tenía demasiado sentido.
—Siento que no funcionara, pero me alegra saber que podáis ser amigos, aunque he de confesar que si todos los matrimonios fueran así me quedaría sin trabajo —dijo entre risas—. No te entretengo más. De nuevo un gusto tenerte en el equipo.
—Gracias, Liza. ¿Sabes si el señor Maddox está en su despacho?
—Sí, Lewis llegó hace poco y se encerró en su cueva, hay días que tiene humor de perros, pero no le digas que te lo he dicho.
—Descuida.
Tras pasar por el filtro de Carter, que se encontraba trabajando en su antiguo puesto de trabajo con su habitual rictus antipático, se acercó cautelosa a la puerta del despacho de Lewis. Estaba cerrada y Gene la miró por unos segundos con el corazón galopándole en el pecho y un repentino temblor de piernas. Recordó aquel momento vivido el sábado en la gala y las duras palabras de Lewis haciendo alusión a su poco decoro.
«Eres una zorrita muy guapa. No has cambiado mucho tampoco en eso, ya con dieciséis años te gustaba jugar a la vez con varias pelotas.»
Las palabras retumbaban en su cabeza, ¿a qué narices se refería con eso?
Respiró hondo varias veces y agarró el pomo de la puerta. Debía entrar y enfrentarse a Lewis, además de contarle aquello que sabía de Miranda. Tenía que hacerlo, no solo por él, también por Jack y por el resto de los socios del bufete.
Abrió y dio uno pasos lentos, como si las piernas le pesaran toneladas y le costara levantar el paso.
—Buenos días. ¿Tienes un momento? —dijo con la voz entrecortada.
—Depende de para qué.
—Es importante —dijo muy seria, cerrando la puerta. No le apetecía quedarse encerrada con Lewis, pero tampoco que Carter escuchara la conversación.
—Si vienes a que te pida disculpas ya puedes largarte.
—No vengo a que me pidas ni des nada, Lewis. Eso es agua pasada para mí —le replicó.
Pese a que la expresión de Lewis se mantuvo inmutable, aquello le dolió profundamente. Por nada del mundo quería quedar en el olvido de Gene. Ella era todo para él. Había vuelto a su vida para llenarlo todo y eso le pesaba tanto, que la quería y la odiaba al mismo tiempo. En su cabeza no había espacio para nada más. Quería abrazarla, besarla, amarla y dejarse amar por ella, pero también quería hacerle daño. No podía olvidar. No quería ser el segundo plato y con ella siempre era así. Lo había sido en la isla de Skye y lo era hoy en día.
—Di lo que tengas que decirme —dijo secamente apartando la mirada y centrándola en unos papeles.
—Es sobre Miranda —soltó Gene sin más preámbulos.
—¿Bromeas? —dijo él soltando una risa forzada—. No has tenido suficiente con ese tema que vienes a seguir restregándome en la cara lo que pasó con ella solo porque estás celosa.
—No estoy celosa y no vengo a restregarte nada, es importante. El sábado vi algo sospechoso y supuse que te convendría saberlo.
—Ilumíname —dijo con sarcasmo, recostándose en la silla, invitando a Gene a que soltara aquello que tenía que decir.
—Cuando salí de la Gala Stuart vi a Miranda con un hombre.
—¿Y qué hay de raro en eso? Miranda es libre de ver y hablar con los hombres que quiera.
—Por supuesto, igual que cualquier mujer, pero ese no es el problema.
—¿Y cuál es el problema?
—El hombre con el que estaba es un tal Mike Walts.
—No sé qué pretendes con esto —dijo Lewis aún sin entender bien aquello.
—Ese tío trabaja para AD Lawyers, Mark me dijo que ella iba mucho por allí después de que cerraran sus puertas a los clientes.
—¿Me estás intentando advertir de la vida sexual de Miranda?
—¿Todo tiene que girar en torno al sexo, Lewis? ¿No puedes sacar tu vena de abogado para atar cabos por una maldita vez en tu vida?
—El único cabo que ato es que el sábado te quedaste con ganas de mí y has venido a buscarlo con la excusa de contar una historieta sobre Miranda sin fundamento.
—Eres increíble —le replicó con rabia—. He venido a darte una información valiosa que podría explicar por qué te robaron esas pruebas. Pero veo que solo te interesa tu ego de macho y todo lo que gire en torno al poder de tu polla. Hablaré con los otros socios, seguro que son más profesionales que tú e investigarán un poco esas visitas frecuentes de Miranda a las oficinas de AD Lawyers. Buenos días, señor Maddox —concluyó Gene girándose hacia la puerta.
—Espera —dijo él levantándose de la silla y aproximándose con rapidez a la posición de ella.
—¿Qué quieres?
—Desearte también un buen día.
A Gene no le dio tiempo a reaccionar cuando Lewis la agarró por la cintura y la besó sin permiso. Nublándole la razón por un momento y disfrutando de aquel beso robado se rindió y abrió la boca para recibirlo con ganas.
—Hasta luego, señorita Jonhson, ha sido un placer conversar con usted —le dijo él soltándola y volviendo a su mesa como si aquello fuera lo más normal del mundo.
—Pero…
—Tengo trabajo, señorita Johnson —dijo de manera cortante invitándola a salir del despacho con un gesto de manos.
Gene salió de allí de nuevo con una sensación desconcertante en el pecho y los labios todavía hinchados por aquel beso.
—¿Qué te pasa, querida? Parece que hayas visto un fantasma.
—Más o menos, Carol, más o menos.
—No me asustes, que en Edimburgo hay muchas leyendas sobre eso y no quisiera encontrarme con el espíritu del alcalde Thomas Weir merodeando por aquí.
—No es esa clase de fantasma —rio Gene—. Carol, ¿sabes si puedo localizar a Jack? Me gustaría hablar con él.
—Me temo que ha dado órdenes explícitas de que no se le moleste en unos días.
—Es importante, sé que lo que tengo que decirle le interesará.
—¿De qué se trata?
—¿Prometes que serás discreta?
—Lo prometo, nunca traicionaría al señor Lefkowitz.
Gene le contó a Carol lo que había visto el sábado y sus sospechas de que Miranda Prescott era quien filtraba información sobre los casos del bufete a AD Lawyers.
—Siempre he creído que esa mujer era una víbora —dijo Carol con el ceño fruncido—. Mira que hacerle eso al pobre señor Lefkowitz y a todo el bufete.
—Lo sé, pero no olvides que solo son conjeturas, no podemos probarlo hasta que la pillemos con las manos en la masa.
—¿Y qué piensas hacer?
—Es preciso que hable con Jack, seguro que él sabrá qué hacer.
—Intentaré hablar con él esta mañana, pero no te prometo nada.
—Gracias, Carol. Avísame en cuanto sepas algo.
—Descuida.
Durante aquella mañana Gene aprovechó para trabajar en el proyecto del señor O’Toole. Puesto que no había despachos libres ocupó la gran mesa de la sala de juntas. Tan solo tenía dos semanas para prepararlo todo. Liza le informó que el señor O’Toole quería aprovechar el Summer Fest de la ciudad, evento en el que la empresa local Aerotours ofrecería vuelos en globo aerostático gratuitos, algo que atraería a mucha gente y sería el escaparate perfecto para dar a conocer el queso con una cata gratuita. Debía darse prisa para pedir los permisos al ayuntamiento y encargar los distintivos del estand.
Mientras pedía a Carol que llamara a varias empresas de diseño gráfico para que le hicieran un logo y unos flyers en tiempo récord, esta le iba informando que todavía no había localizado al señor Lefkowitz.
—Todavía no sé nada, llamo a los de diseño gráfico y lo seguiré intentado.
—Gracias, Carol —le dijo Gene.
—Gracias a ti, hacía tiempo que no había movimiento en la oficina, has sido un soplo de aire fresco y puedo volver a sentirme útil otra vez.
—Estás siendo de gran ayuda, Carol.
—Venga, sigue a tus cosas, me estás poniendo roja.
Gene fue a por un café al hall, le gustaban más los de la cafetería de la esquina, pero no había tiempo para tanto paseo, las prisas del señor O’Toole no le estaban poniendo las cosas fáciles y el estrés se había apoderado de ella en tiempo record. Lo que iba a ser un minimomento de relax en su ajetreado día de trabajo se tornó de golpe en un desagradable encuentro con Lewis.
—¿Qué tal, señorita Johnson? ¿Ha venido a encontrar huellas en los posos del café o a sacar muestras de ADN de las cucharillas tal vez?
—Puedes burlarte de mí todo lo que quieras, pero te aseguro que pronto te cerraré esa bocaza.
—Creo que mi boca te gusta más abierta y sobre todo si la tengo encima de la tuya.
—¿Qué pretendes diciéndome esas cosas, Lewis? ¿Acaso quieres verme fracasar para así no tener que verme la cara nunca más? Te aseguro que no te va a ser nada fácil.
—Te equivocas. No me hace especialmente feliz verte fracasar, es algo que me trae sin cuidado —dijo sinceramente, aunque a Gene le pareciera todo lo contrario.
—Me desconciertas, y no sé qué te lleva a besarme y a despreciarme después. Debe ser un síndrome extraño o un bicho raro que te ha picado.
—Lo del bicho no lo descarto, hay muchos en la isla de Skye y ese verano olvidé echarme repelente.
—No logro entender esas indirectas, no tengo la misma capacidad mental que tú para las sandeces.
—Tú eres más lista que yo, solo que yo tengo mejor vista, igual deberías usar gafas para focalizar mejor los pequeños detalles.
—Es posible que me cueste enfocar de lejos, pero de cerca veo bastante bien y ahora mismo tengo un monstruo frente a mí que me incomoda bastante. Disfruta de tu café.
—Nos vemos, nena.
—No me llames nena, es hortera incluso para ti.