El miércoles llegó y Gene debía ir a la granja O’Toole para seleccionar los quesos con mejor aspecto para la primera presentación del producto, así como esperar a que el fotógrafo fuera a hacer la sesión de fotos para los anuncios y etiquetas. Sacó las botas de la caja y se las colocó como si fueran de cristal, con suma delicadeza, disfrutando de cómo entraban en sus pies. Estaba especialmente feliz y Janice fue la primera en despertarse esa mañana y darse cuenta de la felicidad de su amiga.
—¿Y esas botas? —le preguntó, aún con el pelo revuelto, al verla entrar en la cocina.
—Me las ha regalado Lewis, y no disimules, que ya lo sabías. Me dijo que fuiste tú la que le informó de mi número de pie. ¿Te gustan?
—Sí, me gustan. Pero no entiendo todavía cómo has podido darle una oportunidad.
—Porque le quiero y porque me lo debo a mí misma.
—¿Qué es exactamente lo que te debes?
—Ser feliz y recuperar al que fue el amor de mi vida. ¿Podrás alegrarte por mi algún día?
—Me alegro por ti, pero no quiero que vuelvan a hacerte daño.
—Te lo agradezco, pero me gustaría que te empezaras a comportar, le duele que seas así con él.
—Lo intentaré —dijo con falsa mojigatería.
—Gracias.
Gene miró el reloj y se sobresaltó por lo tarde que era. El señor O’Toole la esperaba en treinta minutos y tardaría al menos una hora en llegar.
—Tengo que irme —se despidió dándole un beso en la mejilla.
—Suerte —dijo Janice con la boca llena de galletas.
A las dos, calada hasta los huesos por la llovizna de aquella mañana, Gene llegó al bufete con ganas de saber qué había pasado con el tema de Miranda. Aunque se había concentrado en las peticiones y excentricidades del señor O’Toole, su mente se trasladaba a ratos a la vista del caso Grant.
Subió en el ascensor con el alma en vilo y cuando las puertas se abrieron se encontró a toda la plantilla brindando con champán y gritando de alegría.
—¡Gene! —exclamó feliz Carol nada más verla, sosteniendo una copa mientras se acercaba a ella.
—¿Qué ha pasado? —preguntó ella, aunque intuía lo que había sucedido.
—El señor Lefkowitz y el señor Maddox han preguntado por ti, están deseando contártelo todo.
Gene saludó a Liza y al señor Paterson que, muy alegres y con sendas copas en la mano, le agradecieron de todo corazón que les hubiera contado lo que sabía de Miranda, ya que su intervención había sido clave en todo el asunto y le estaban agradecidos por la parte que les tocaba. También la informaron de que Jack y Lewis estaban en el despacho de Lewis.
—Supongo que gracias —dijo Carter cuando pasó por su lado.
—Gracias, Carter —respondió ella sonriéndole.
—No hay de qué —dijo él desconcertado, dibujando lo que parecía ser una sonrisa—. Supongo que podemos tomar café algún día.
—Por supuesto, lo estoy deseando —respondió Gene, complacida de ver que para ese chico ella había dejado de ser una rival y podían ser por una vez compañeros—. Entiendo que venir de buenas a primeras y robarte tu puesto de trabajo no fue un plato de buen gusto.
—No, no lo fue, pero yo sigo aquí, el bufete va a recuperar lo que es suyo gracias a ti y el señor Maddox se lleva a la heroína —dijo agachando la mirada.
—¿Te gusta Lewis? —preguntó Gene que acababa de adivinar la mosca que le había picado a Carter cuando la vio aparecer por la oficina.
—Nooo, ¿qué dices? —Soltó una carcajada como si aquello fuera del todo ridículo—. Nunca pondría mis miras en un hetero. Una lástima que tu Lewis no quiera venirse al lado oscuro, porque es divino. —Suspiró teatralmente con los ojos en blanco.
—Te entiendo, Carter. Lewis levanta muchas pasiones —bromeó ella.
—Y otras cosas, querida, y otras cosas — dijo Carter más relajado riendo.
En cuanto atravesó la puerta del despacho no vio otra cosa que no fuera a Lewis. Lucía tal sonrisa que no le cabía en la cara. Estaba muy feliz y ella se alegraba profundamente de haber ayudado a conseguirlo. Charlaba animado y más guapo que nunca con Jack, recordando los mejores momentos de la vista, retransmitiéndola como si fuera un partido de fútbol con grandes carcajadas y gritos. Al verla parada en la puerta, de repente paró de reír y se puso serio. Gene sintió el corazón galopándole en el pecho y un nudo de nervios se instaló de pronto en la boca de su estómago. En cinco largos pasos Lewis recorrió la distancia que los separaba y la besó con pasión, levantándola en el aire por unos segundos. Después la dejó de nuevo en tierra y mientras seguían besándose notó el suelo temblando bajo sus pies. Cuando consiguieron dejar de besarse, descubrieron que Jack se había marchado del despacho y había cerrado la puerta, dejándolos solos.
—Creo que hemos incomodado a Jack —dijo Gene riendo.
—Qué va, no es la primera vez que me ve besarme con una chica. Hemos sido comp…
Gene puso el dedo índice sobre los labios de Lewis, instándolo a callarse. Estaba estropeando el momento.
—No me hables de otras chicas. No me interesa ni me importa.
—¿Celosa?
—¿Debería? —Levantó la ceja, combativa.
—No —respondió y volvió a besarla. Sumidos en aquel beso, Lewis la fue llevando hacia la mesa, de un manotazo apartó algunos papeles y enseres de escritorio, la levantó y la sentó encima, mientras profundizaba el beso—. Estoy loco por ti. Te quiero, Gene. Necesito poseerte.
—¿Ahora?
Lewis asintió con la respiración entrecortada por el deseo que lo dominaba, sus manos aventurándose por los muslos de Gene.
—¿Están todos fuera? —receló ella.
—Me da igual.
—¿Y qué pensaran?
—Que estamos celebrando la victoria de Lefkowitz y Maddox Asociados por todo lo alto.
Gene rio, no sería la primera vez que se acostaban en el bufete, pero la vez anterior no estaban en el centro de la picota y nadie se había enterado. Ahora sí, todos estaban pendientes de ellos y eso cambiaba un poco las cosas. Sin embargo, le apetecía tanto acostarse con Lewis que no pudo resistirse más a sus besos y caricias.
La excitación era tan apabullante que apenas pudo retener los gemidos escapando de su garganta en cuanto Lewis la embistió, tras bajarle las medias y las braguitas de un rudo tirón. Su boca, perdiéndose en su cuello, lamiendo su piel y bajando hasta el escote, era tan deliciosa que dejó de importarle el resto del mundo. Solo quería que siguiera penetrándola con ese ritmo tan perfecto y cadente que la sumiría en el placer más absoluto. Se corrieron a la vez, con la mano de Lewis ahogando los fuertes gemidos de Gene que habían ido creciendo como una espiral, saturando de sexo el ambiente de aquel despacho.
Cuando terminaron, él la abrazó y continuó besándola en los labios con besos pequeños y los ojos teñidos de ternura. Ella supo que era suya por siempre, que nunca podría negarle nada, pero quería seguir prorrogando aquella relación. Sabía que no tenía ningún sentido ya, pero no estaba preparada para hacérselo saber.
—Ha sido fantástico.
Él se separó un poco y, recolocándole algunos mechones de cabello, sonrió complacido aunque le hubiera gustado escuchar otra cosa.
—¿Cuándo podré escucharte decir que me quieres? —le dijo pesaroso.
—Cuando esté segura del todo, no quiero decir cosas que verdaderamente no sienta —contestó ella a pesar de que sí lo amaba.
—Yo nunca he dejado de quererte.
—¿Incluso cuando me odiabas? —bromeó ella.
—Incluso entonces. —Volvió a besarla y se sintió el hombre más feliz sobre la faz de la Tierra de tenerla entre sus brazos.