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—¿Dónde narices me has traído? —preguntó Gene molesta, saltándose sin querer el tratamiento formal, mientras sus zapatos se hundían en un barrizal.

—Pensé que te gustaría venir a la naturaleza —respondió Lewis, encantado del malestar que le producía a Gene estar en la granja del señor O’Toole, olvidando a su vez las formalidades.

—No es mi ideal de cita.

—¿Crees que esto es una cita? —Soltó una carcajada maliciosa.

—Con un cliente, señor Maddox, con un cliente.

—Me alegra saber que has desestimado la posibilidad de que tú y yo tengamos una cita —dijo él de manera altiva y con mucha soberbia.

—Yo solo tengo citas con mi novio. Nunca albergaría tal posibilidad, además, usted ya tiene a Miranda para atender esas necesidades.

—Miranda es la asistente de mi socio, no me une a ella nada más allá de lo estrictamente profesional, y espero que su bocaza esté cerrada y no difunda ese rumor barato por el bufete. No sería de buen gusto para Jack.

—Tranquilo, no me van los chismorreos.

—Permítame que la corrija, señorita Johnson, a usted le gustan demasiado los chismorreos y jugar a dos bandas.

—¿Lo dice usted por mi novio?

—Ese hombre debería andarse con cuidado, usted no es de fiar —dijo Lewis mirándola fijamente para intimidarla—. Ahora, acelere el paso, el señor O’Toole nos espera en el cobertizo.

Y así era, el dueño de aquella finca les estaba esperando en el cobertizo organizando a los capataces que se movían de un lado para otro portando pesadas herramientas de todo tipo.

—Bienvenidos, ha sido muy amable por su parte ofrecerte a venir —le dijo a Lewis con un apretón de manos—. Veo que ha cambiado a Carter por esta bella señorita.

—Me temo que por poco tiempo, señor O’Toole. Solo soy una becaria. Mi nombre es Genevieve Johnson —se presentó ella, ofreciéndole la mano para saludarlo.

—Y bien, ¿qué quería comentarme, señor O’Toole? —le preguntó Lewis secamente.

—Verá, Lewis, tengo pensado comprar los terrenos de los MacDonovan. Necesito que esté al tanto de si están libres de cargas y que sean óptimos para realizar mis actividades agrícolas. No quisiera encontrarme sorpresas desagradables.

—Por supuesto, no se preocupe por eso.

—Bien, le daré todos los datos catastrales para que me haga las averiguaciones. Y, aprovechando que están aquí, les enseñaré la granja, seguro que a la señorita Johnson le encantará conocerla.

—Me temo que Genevieve es una mujer poco rural.

—¿Y usted qué sabe, señor Maddox? Habla como si me conociera de toda la vida —repuso ella.

—Lo suficiente para saber que el fango le desagrada.

—Bueno, si lo prefieren podemos ir a mi casa. Tengo un queso que produzco yo mismo que seguro que les encantará probar.

—Me parece bien —aceptó Lewis.

—Si me acompañan —dijo el señor O’Toole, ofreciéndole gentilmente el brazo a Gene para conducirla.

El señor O’Toole les sirvió unas copas de vino y cortó unos trozos de queso para que lo degustaran.

—Díganme qué opinan, este queso es mi mayor tesoro.

—Está delicioso, ¿dónde podemos comprarlo? —preguntó Gene sinceramente, aquel queso era una delicia para el paladar.

—Me temo que no está a la venta, lo produzco para mí y regalo alguno de vez en cuando a amigos.

—¿Y no ha pensado en comercializarlo?

—Disculpe a mi asistente, se toma demasiadas libertades —intervino Lewis.

—No, déjela hablar, se la ve muy inteligente.

—No lo crea, señor O’Toole, aún me queda mucho por aprender, pero este queso se merece un puesto de honor en las tiendas más selectas como producto gourmet. Sacaría suculentos beneficios que le ayudarían a pagar la manutención de las ovejas y las vacas.

—Continúe —dijo el señor O’Toole tomando asiento y apoyando los codos sobre la mesa.

Gene le contó cuáles serían sus ideas para un plan de ataque comercial, así como la posibilidad de hacer una reunión con varios comercios y clubs gastronómicos selectos que publicitaran su queso y lo dieran a conocer. Una distribución pequeña, pero efectiva, que posicionara el queso del señor O’Toole como algo exclusivo.

—Me encanta, creo que podríamos hacerlo —celebró el señor O’Toole mirando a Gene con sus ojos vivarachos—. Siempre supe, a pesar de todo, que Lewis Maddox era un buen abogado y que se rodearía siempre de las personas más astutas. A pesar de aquel escándalo con el caso Collins yo no renuncié a los servicios del bufete.

—No creo que eso sea de la incumbencia de Gene —dijo Lewis algo molesto.

—Es tu asistente, seguro que ya está al tanto de todo aquello. Salió en todos los medios de prensa.

—Lo siento, no sabía nada —dijo Gene dirigiendo una mirada compasiva a Lewis.

—Menuda jugarreta le hicieron aquí al amigo. Mira que robarle las pruebas. Alguien sacó una buena tajada vendiéndole esos documentos a DA Lawyers —concluyó el señor O’Toole para desgracia de Lewis que se mostró incómodo durante toda la conversación.

—Nadie puede prever que le van a robar, no es culpa del señor Maddox —dijo Gene para lanzarle un capote aunque no se lo mereciera.

—Por eso seguí confiando en él y en su bufete. Pero no todo el mundo pensó lo mismo y la gente salió huyendo como si tuvieran pulgas en el colchón.

—Le agradezco mucho su arranque de sinceridad —dijo Lewis levantándose y tendiéndole la mano para despedirse—, y la confianza que me brinda, pero hemos de irnos.

—¿Tan pronto?

—Sí, aunque no tengamos muchos clientes algunos nos aguardan —respondió molesto, pero guardando la compostura.

—Les llamaré pronto para el tema del queso, esta muchacha me ha sorprendido mucho. No la deje escapar, Lewis, no la deje escapar.

Lewis salió de la casa del señor O’Toole como alma que lleva al diablo y Gene no podía seguirle el paso con aquellos tacones.

—Lewis, espera.

—Quiero irme, ese hombre me ha sacado de mis casillas —gruñó a tres yardas por delante.

—Lo siento, no es culpa mía y no quiero romperme la crisma corriendo tras de ti.

—No sientas nada, ese señor es un borracho —dijo él antes de reemprender el paso.

—¿Pero es cierto lo que ha contado?

—Sí lo es, pero no fue culpa mía que me robaran las pruebas, no sé siquiera quién pudo ser.

—Nadie ha dicho que la tuvieras… Por favor, espérame, aquí hay mucho barro.

—Te las sabes arreglar muy bien solita, te felicito por ese plan de negocios.

—¿Qué te molesta de eso? No lo entiendo.

—Me molestas tú, me molesta tu presencia desde el minuto uno. Me molesta que tenga que soportarte porque seas la hija de Albert Johnson y no podamos perder más cuentas de clientes.

—Es muy feo eso que dices, Lewis, y no es justo.

—La vida es injusta y siempre que apareces en la mía la fastidias.

Lewis siguió su marcha y a Gene le invadió una gran tristeza mientras lo veía alejarse tras soltar aquello. ¿Cómo podía odiarla tanto? ¿Cómo podía generarle tanta desdicha? Gene anduvo como pudo por aquellos lares, daba torpes zancadas y no tenía nada a lo que agarrarse para evitar una caída.

—¡¡Socorro!! —gritó mientras resbalaba por un hoyo inesperado en mitad del camino. El lateral del vestido se le desgarró y uno de los tacones se partió cuando sus pies tocaron suelo. Su cuerpo estaba cubierto de barro y le sangraba una de las rodillas—. Lewis, por favor, ayúdame.

—Dios mío, Gene. —Lewis que había escuchado sus gritos de socorro se asustó mucho al volverse y ver que había desaparecido. Corrió hacia donde escuchaba sus quejidos y se la encontró en aquella zanja en una postura poco ortodoxa—. Te sacaré de aquí, déjame ayudarte, agárrate a mi mano.

—Me duele el tobillo.

—Tranquila, confía en mí. —Lewis extendió el brazo para que ella lo alcanzara, y cuando ella se hubo cogido de su mano hizo fuerza para que pudiera trepar por la resbaladiza pared de fango—. Ya casi estás, un último esfuerzo.

Gene logró salir de aquel agujero, que si bien no era muy profundo, sí lo suficiente como para hacerse daño. En cuando estuvo a salvo no pudo reprimir más el llanto.

—Lo lamento mucho, no era mi intención —dijo Lewis viéndola en aquel estado tan lamentable. Estaba completamente embarrada y tenía un feo rasguño en la rodilla que le sangraba. De no haberse sentido tan culpable, hasta le hubiera resultado gracioso verla así, pero Gene se había hecho daño de verdad, y eso no era algo de lo que sentirse orgulloso. Lo único que pretendía al llevarla a la granja O’Toole era que se manchara esos zapatos de tacón y bajarle de paso un poco la autoestima—. ¿Estás bien? —preguntó Lewis preocupado mirando su rodilla.

Ella lo miró con ganas de estrangularlo.

—Mientes, has disfrutado mucho de traerme aquí, Lewis. No sé qué es lo que he podido hacerte en esta vida, pero me lo estás haciendo pagar con creces.

—Me duele que pienses que podría querer hacerte daño, no me agrada que te rompas la crisma, Gene, ¿me oyes?

—¿Por qué me odias tanto? —gimió Gene.

Él la miró disgustado consigo mismo y respondió:

—No te odio.

—No es cierto. Me odias. Me desprecias. Yo te quería, Lewis, te entregué mi cuerpo, creía que eras especial y que yo era especial para ti.

—Y lo eras, mucho, demasiado especial —le confesó en un arranque de sinceridad, motivado por el dolor que veía ahora reflejado en los ojos de Gene.

—¿Y qué te hizo cambiar de opinión? —le inquirió con los ojos llenos de lágrimas.

—Nada, déjalo, no es momento de hablar de eso ahora, estás herida. —Lewis le prestó su chaqueta para que se cobijara y la acompañó sin soltarla hasta el coche. Ella caminó cojeando apoyada en su brazo.

—Llévame a casa —le pidió mirando por la ventana para evitar su mirada.

—¿No prefieres que te vea un médico?

—No, quiero irme a casa.

—Está bien —dijo él preocupado, sabía que se había pasado y que había puesto en peligro la integridad de Gene.