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El despacho de Lewis Maddox era más bien una guarida donde él reprimía todas sus frustraciones. Sin embargo, la llegada de Gene había supuesto un antes y un después, aquella chica le atraía y le repelía a partes iguales. Lewis reprimió una sonrisa cuando la tuvo sentada enfrente.

—Me gusta la gente obediente y que no rechista ni se achanta con los retos. Y veo que usted lo hace, incluso le cuesta mirarme a la cara. —La miró con malicia—. Exactamente igual que cuando nos conocimos en Portree. ¿Has pensado mucho en mí desde entonces?

—No me permito ese tipo de pensamientos. Soy una persona bastante positiva.

—Me lo tomaré como un sí.

—Puedes tomártelo como te dé la gana. Como todo en la vida: lo tomas, lo usas y lo dejas.

—¿Rencorosa?

—No, solo soy práctica y realista.

—No te confundas, a veces las personas distorsionamos la realidad.

—Eso lo dices por ti, ¿verdad?

—Hablo en términos generales.

—Pues me alegro de que hayas expuesto tu filosofía, te felicito —le dijo forzando una sonrisa, aunque en realidad tenía ganas de abofetearlo—. Pero me gustaría saber a qué hora tengo prevista salir y, por favor, mi contrato, por poco que sea me gustaría tener las cosas legales y más tratándose de ti.

—¿Qué te han contado? —El cuerpo de Lewis se tensó.

—No hace falta que nadie me cuente nada para saber lo traicionero que eres. ¿Has perdido la memoria y necesitas que te la refresque?

—No todo fue culpa mía, señorita Johnson.

—Resulta que dejarme tirada después de que te entregara mi virginidad es culpa mía —ironizó ella al borde del llanto. Aquello era demasiado doloroso para guardarlo dentro.

—No quiero hablar de eso ahora, es algo que pasó hace mucho tiempo y ya no tiene importancia.

—Para mí sí la tiene, es algo que me ha acompañado durante mucho tiempo y no para bien. Uno de los momentos más importantes de mi vida se estropeó por el caprichoso de Lewis Maddox.

Él la miró molesto, ¿qué quería decir con eso? ¿Por qué le llamaba caprichoso? La caprichosa era ella.

—Ya te he dicho que discrepo en eso, pero no me apetece hablar del tema, Vivi.

—Está bien. Igual te apetece hablar de lo que me ha costado el taxi para llegar a tu casa, o de que tu perro no es viejo y he tenido que correr la maratón de Manhattan.

—No te gustan las sorpresas, ¿verdad?

—Si son agradables, sí. Pero la de hoy no lo ha sido —respondió levantando la barbilla.

—En eso estamos de acuerdo —dijo Lewis tensándose de nuevo, mirándola fijamente, como queriendo decirle algo, algo que Gene no comprendía.

Alguien llamó a la puerta, liberando a Gene de aquella tensión incomprensible. Ella era la que debía estar enfadada con él por lo que le hizo y no al revés. ´

—Disculpad, ¿interrumpo? —preguntó una mujer alta, de cabellos cobrizos y cuerpo imponente, plantada en el marco de la puerta, portando una carpeta.

—No, adelante, Miranda.

—Vengo a revisar las notas del caso Flinn.

—Sí, la señorita Johnson ya se iba —dijo él mirando su reloj—. Es tarde, quizá podamos hablar de eso comiendo juntos si a tu jefe no le importa.

—Jack estará encantado de que te acompañe, me ha pedido expresamente que me tome mi tiempo para revisar todo detalladamente —comentó la pelirroja coquetamente.

—Perfecto —le respondió Lewis con un brillo en los ojos que delataba claramente su atracción por ella.

—Señorita Johnson, pida mesa para dos en Howies, pero el de Waterloo Place, y después recójame unos trajes del tinte. Los quiero en mi mesa a las ocho, después de eso podrá marcharse a casa.

Aquella actitud para con la tal Miranda puso los pelos de punta a Gene, se notaba a la legua que Lewis tenía por costumbre revisar notas exhaustivamente con aquella señorita y que además había exagerado su coquetería para ponerla celosa.

 

El resto de la mañana fue frenética, y no por las tareas que Lewis le había encomendado que, lejos de parecer útiles para un despacho de abogados, eran para hacerle la vida más fácil a su persona. Maldito egocéntrico. Primero tuvo que ayudar a Carter a revisar cinco archivadores colmados de llamadas telefónicas que la mantuvo ocupada hasta la comida, que se resumió a un sándwich de pavo que compró en una máquina expendedora del hall y que engulló en su puesto de trabajo. Cuando Lewis volvió de su comida con la tal Miranda, se metió derecho en su despacho no sin antes preguntarle de malos modos por sus malditos trajes. Tuvo que buscarse la vida para encontrar los resguardos de la tintorería. Según Carter estaban en el primer cajón del escritorio del que ahora era su puesto de trabajo, pero tras buscar exhaustivamente allí no los encontró, entonces el exsecretario recordó que no era en ese cajón donde estaban sino en una caja que guardaba en el segundo estante de la librería del despacho del señor Maddox y, como no le agradaba la idea de volver a estar de nuevo encerrada en una sala de menos de veinte metros cuadrados con su jefe, esperó a que este saliera a una cita que le había pedido que le retrasara a las cinco, mientras tanto siguió revisando la lista infinita de llamadas, subrayando en fosforito las conversaciones mantenidas entre cuatro números.

 

En cuanto salió de la tintorería con tres trajes a cuestas, recordó que aquel chico del parque estaba esperando su mensaje para salir esa noche. Dejó los trajes de su jefe apoyados en el muro del jardín de una residencia y sacó el móvil. Buscó en el listín el nombre de Mark y le indicó que a las ocho estaría libre, así como la dirección de las oficinas.

Cuando terminó de escribir el mensaje y se dispuso a coger los trajes, el horror se apoderó de ella, pues estos habían desaparecido. Miró a todos lados con la esperanza de encontrarlos en cualquier otro lugar, como si por ellos mismos hubieran sido capaces de salir corriendo, algo poco probable. Y, como era de esperar, no había ni rastro de ellos, alguien había aprovechado su distracción para robarlos. Eran tres trajes carísimos y Lewis se lo iba a hacer pagar muy caro.

En el trayecto de vuelta en el autobús, recibió la confirmación de Mark para su cita, cita que en esos momentos no le apetecía nada, porque tendría que explicarle por qué tenía esa cara tan desencajada y contarle su irresponsabilidad.

Al llegar al edificio de Lefkowitz y Maddox Asociados se quedó paralizada. Eran las ocho y cinco minutos, pero el edificio estaba cerrado y no se veía ninguna luz en los despachos. Se acercó a la puerta con la esperanza de que hubiera algún portero que le echara una mano, pero no había nadie.

—Llegas tarde, Johnson —escuchó tras ella—. Te dije a las ocho.

—Lo siento, el bus se retrasó.

—¿Y mis trajes? —preguntó al ver que Gene no llevaba más que su bolso en las manos.

—Verás, Lewis… —Estaba tan nerviosa que se olvidó de guardarle el tratamiento—… No ha sido culpa mía, pero…

—¡¿Qué les ha pasado?! —preguntó alzando la voz.

—Me los han robado —respondió con determinación.

—¡¡¿Cómo ha podido pasar eso?!! —gritó aún más fuerte.

—Los dejé un momento apoyados en un muro y alguien se los llevó.

—¿Los dejaste apoyados para qué? —preguntó fuera de sus casillas.

—Para mandar un mensaje a un amigo.

—¿A qué amigo? Vuelves a traicionarme por otro tío. Es increíble. ¿Me estás diciendo que has descuidado mis trajes de la misma manera que descuidaste nuestra relación y te los han robado?

Gene se quedó perpleja de nuevo. Lewis decía cosas sin sentido.

—Yo no te he traicionado jamás. No entiendo por qué dices eso.

—Es normal que no lo entiendas, porque nunca entiendes nada, ni nunca has tenido sentido de la responsabilidad. —Lewis estaba montando una escena en plena calle—. Yo no quería contratarte, lo entiendes, no quería que volvieras a entrar en mi vida para que lo fastidiaras todo de nuevo —le dijo, agarrándola del brazo.

—Suéltame, ¿te has vuelto loco? —le pidió Gene.

—Ha dicho que la sueltes —gritó un chico desde el otro lado de la calle.

—Mark.

—¿Ese es él? ¿Por ese tío me he quedado sin mis trajes?

Mark llegó a la altura de ellos y Lewis la soltó de inmediato sabiendo que aquello no estaba bien y que no era propio de él, pero recordar aquello que pasó entre él y Gene en la isla de Skye le sobrepasaba y lo llenaba de rabia.

—Deberías marcharte si no quieres meterte en problemas —le dijo Mark, abrazando a Gene que lloraba desconsoladamente.

Lewis comenzó a andar sin decir nada, la vergüenza que sentía por haberse comportado de aquel modo le inundaba, pero el dolor de ver a Gene en los brazos de ese chico le acabó de destrozar el día.

—¿Estás bien? —le preguntó Mark, a lo que ella asintió—. ¿Quién era ese tío?

—Nadie. ¿Nos vamos de aquí? Por favor —le pidió ella.

Gene prefirió no contarle que se trataba de su jefe y mucho menos decirle que Lewis Maddox había sido el amor de su vida y la persona que más daño le había hecho al mismo tiempo.