El resto de la semana fue un no parar. Durante las horas laborales, tenía tanto trabajo que apenas le quedaba tiempo para pensar en Lewis, al que trataba de evitar a toda costa, algo que le resultaba bastante fácil en la sala de juntas, ubicada en el otro lado de las oficinas. A la salida, dedicaba un par de horas más a espiar junto a Jack la puerta principal del edificio, donde se ubicaba el despacho de DA Lawyers, con el fin de pillar in fraganti a Miranda, sin ningún éxito de momento. En aquellas horas de vigilancia había empezado a tratar con Jack más allá de los asuntos profesionales y habían iniciado una amistad, que satisfacía a ambas partes. El viernes, tras las dos horas de rigor que dedicaban a vigilar la fachada del edificio, decidieron ir a tomar algo juntos.
—¿Te importa que pasemos por mi apartamento antes? Quiero cambiarme de ropa y dar señales de vida. Mis dos amigas piensan que he sido abducida por los extraterrestres.
—Claro y así las conozco. Tras escuchar tantas batallitas de ellas, ya siento a Janice y Sarah como si fueran parte de mi vida —dijo Jack soltando una carcajada.
—Estupendo, ¿nos vamos?
—Son más de las diez y no creo que Miranda venga ya. Así que… —dijo él con resignación levantándose de la silla.
—¿Todavía sientes algo por ella? —se atrevió a preguntarle recogiendo el bolso.
—Es difícil dejar de sentir de la noche a la mañana cuando lo que sentías era tan profundo.
—¿Y por qué nunca le dijiste nada?
Jack se encogió de hombros y le abrió la puerta del pub para dejarla salir delante.
—Supongo que era consciente de que ella no sentía nada por mí y no quería incomodarla al ponerla al corriente de mis sentimientos. Quería… —suspiró hondo— pretendía enamorarla con bonitos gestos cada día. Un café expresso, una berlina, una rosa…
—¿Una rosa? —Gene se sorprendió—. Creo que eso es toda una declaración de amor, Jack. Ella debía estar muy al tanto de tus sentimientos.
—Puede, y es evidente que no sentía lo mismo que yo, pero estaba enamorado de ella hasta las trancas… ¡¿qué le voy a hacer?!
—¿Y ahora qué sientes?
—Estoy dolido con ella, mucho. Sobre todo, por lo que creo que le hizo y sigue haciéndole al bufete. Siempre he confiado en ella y, aunque ella no me quisiera, pensaba que era amiga mía, y al menos me quería como amigo, pero… no es así. Me ha traicionado. Nos ha traicionado a todos, incluso a Lewis con el que mantenía una relación a mis espaldas.
Al escuchar el nombre de Lewis, Gene se sintió agitada como una hoja al viento.
—¿Y qué tal con Lewis? ¿Has hablado ya con él? —se aventuró a preguntar. Hasta el momento no se había atrevido a sacar el escamoso asunto de la traición de su amigo.
—No —dijo con pena—. No para de llamarme y dejarme mensajes para que lo llame y hablemos, pero aún no puedo ni siquiera estar en el mismo edificio que él.
—Tendrás que volver algún día al despacho, lo sabes, ¿verdad?
Jack asintió y accionó el mando de su Mercedes, aparcado a varias calles de distancia del pub, donde habían decidido montar su garita de vigilancia cada noche, dada su estratégica posición justo enfrente de DA Lawyers.
—Este lunes volveré. Sin más excusas ya. Necesito salir de casa. Esta semana casi me vuelvo loco trabajando desde allí. Menos mal que hemos quedado para vigilar a Miranda por las noches, ha sido una buena vía de escape —aseguró entre risas.
—Aunque totalmente infructuoso —añadió Gene.
—Pero lo será. Algún día irá y yo estaré esperando para pillarla.
En veinte minutos llegaron al apartamento de Queen Charlotte Street. Gene vio que las luces del salón estaban encendidas y sonrió. Era un poco tarde, pero sus amigas seguían allí o habían decidido no salir a tomar una copa como era costumbre los viernes. Cuando se apearon del vehículo, charlando y riendo como si fueran amigos de toda la vida, no se dieron cuenta de que alguien en un coche aparcado un poco más adelante los observaba con el gesto contrariado.
Lewis no podía creer lo que estaba viendo. ¿Dónde iban Gene y Jack a esas horas? ¿Por qué estaban juntos? ¿Y por qué parecía que se llevaban tan bien? ¿Qué demonios estaba pasando ahí? La cólera aumentaba como una espiral haciéndose infinita en su cabeza. Algo normal en él. Una vez se plantaba la semilla, empezaba a crecer sin medida hasta colapsarlo todo y nublarle la razón. Siempre había sido así, como una explosión imposible de canalizar. Con los años había conseguido autocontrolarse un poco, sin embargo, el regreso de Gene a su vida había desactivado ese botón de parada.
Sin darse ni un segundo para tranquilizarse salió como un rayo del coche de repuesto, que le había cedido el taller de reparaciones, y se dirigió hacia la pareja que, ajena a sus movimientos, se encontraba en la puerta del edificio con la clara intención de entrar para hacer a saber el qué.
Una mano se posó con fuerza sobre el hombro de Jack y tiró de este, obligándole a darse la vuelta.
—¿Lewis? —dijo Jack sorprendido de ver a su supuesto amigo allí.
—¿Qué cojones haces aquí, Jack? —le gritó Lewis fuera de sí.
—¿Cómo que qué hago yo aquí, qué haces tú aquí? —preguntó Jack desconcertado, sin entender la presencia de Lewis en la calle de Gene.
—Eso, ¿qué haces tú aquí? —intervino ella, que tampoco alcanzaba a creer que Lewis estuviera allí en aquel momento pidiendo explicaciones de nada. ¿Quién se creía que era?
Los dos se quedaron mirando a Lewis esperando una respuesta.
—¡He venido a verte! ¡Y me encuentro con esto! No tienes bastante con dos, ahora tres. Nunca estás satisfecha, Gene, nunca —bufó enrabietado.
—¡Pero serás imbécil! ¡¿Qué dices de tres?! Estás muy loco, Lewis.
Jack escuchaba la disputa sin entender ni una sola palabra. Su amigo en verdad se comportaba como un loco, nunca lo había visto tan descontrolado, e intervino:
—Creo que lo mejor será que te vayas.
—¡Cierra la boca! —siseó Lewis dando un paso hacia él—. ¡Te estás vengando por lo de Miranda!
Jack abrió los ojos como platos, confundido.
—¡¿Qué tiene que ver Miranda con todo esto?! ¡Solo he venido a acompañar a Gene a casa!
—¡¿Y por qué ibas a subir a su apartamento?! Te la quieres tirar —le repuso Lewis sin entrar en razones.
Eso sacó aún más de sus casillas a Gene que, harta de sus altibajos y sus insinuaciones, le dijo:
—¡Vete a la mierda, Lewis!
—¡Eres una maldita zorra! —repuso Lewis acercándose a ella de forma poco decorosa, provocando la ira de Jack.
Lewis no vio llegar el puñetazo que le había lanzado Jack y que le alcanzó de lleno la nariz. Fue como un estallido, el intenso dolor hizo que cerrara los ojos unos segundos. Cuando volvió a abrirlos se precipitó sobre Jack y lo tiró al suelo. Se enzarzaron en una pelea ante los ojos atónitos de Gene, que no podía hacer nada.
—¿Por qué se están peleando estos dos? —preguntó Janice que, tras escuchar el jaleo desde la ventana del salón, había bajado con Sarah y observaba con la boca abierta a los dos hombres, revolcándose en el suelo, entre puñetazos.
—No lo sé, Jack me acompañó a casa y Lewis ha aparecido de repente con ganas de gresca. Supongo que están arreglando viejos asuntos, porque no entiendo nada —respondió Gene sin poder dejar de mirar la pelea alucinada. Se estaban comportando como dos adolescentes.
—¿Quién es el otro hombre? —preguntó Sarah.
—Jack Lefkowitz, mi otro jefe.
—¿No piensas separarlos? —dijo Janice agarrando el brazo de Gene.
—Dudo que pueda, no tengo fuerza suficiente.
—¡Eres un capullo! —gritó Jack golpeando a su supuesto amigo.
—Y tú un desgraciado. Has ido a por ella, porque sabes que me gusta.
—¡¿Yo qué voy a saber?!
—Es ella.
Las tres amigas se miraron perplejas.
—¿Quién es ella? —preguntó Jack que tampoco sabía a qué se refería Lewis.
—Gene.
Por unos segundos la pelea se detuvo y los dos amigos se miraron a los ojos.
—Claro, es Gene Johnson. Ya lo sé —dijo Jack sin entender aún.
—No, es Gene, Gene —recalcó Lewis—. La chica de la isla de Skye.
—¡¿Esa Gene?! —Jack se incorporó y de rodillas miró a Lewis estupefacto—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—¿Decirle qué? —susurró Sarah a sus amigas que como ella contemplaban la escena intrigadísimas.
—Shhss, calla y déjame escuchar. Estoy en el mismo momento de la película que tú —le replicó Janice.
—No podía, joder. Ya tenías decidido que fuera mi secretaria.
—¡Eres gilipollas! —gritó Jack alterado—. Habérmelo dicho, lo hubiera entendido.
—¿Pero qué pasa? ¿Entender qué? —preguntó Sarah, Gene no podía articular palabra.
Los dos jefes de Gene se habían separado y estaban de pie frente a frente. Lewis agachó la mirada mientras con el dorso de la mano se limpiaba la sangre que le brotaba de la nariz y, sin decir nada, se dio la vuelta y comenzó a andar hacia la calle.
—Lewis. —Jack corrió tras él y le puso la mano en el hombro, un gesto que su amigo despreció con una fuerte sacudida—. Tío, debiste decírmelo —añadió, luego siguió hablándole en un tono más bajo.
Gene atónita miró a las chicas y gruñó:
—No oigo nada.
—Ni yo —dijo Janice con pena—. Ahora que se estaba poniendo interesante.
Las tres vieron a los dos amigos alejarse conversando ya más tranquilos tras la tormenta.
—Verla de nuevo fue como un golpe en el centro de pecho, me dejó sin aire —le confesó Lewis a Jack—. Desde entonces estoy como ido. No pienso, solo actúo por impulsos.
—Ya decía yo que te veía raro —comentó Jack comprensivo, aunque eso no borraba lo de Miranda—. Estás enamorado de ella. Otra vez.
—No lo sé, pero no me la quito de la cabeza, y verla contigo ahora, no sé, Jack, lo siento, sé que soy la última persona que podría echarte nada en cara, pero me he cabreado muchísimo. Pensaba que me la querías jugar.
—Pero ¿cómo? No tenía ni la menor idea de que fuera esa Gene. Estábamos juntos porque estamos tratando de pillar a Miranda con los de AD Lawyers. Me contó que ella se veía asiduamente con Mike Walts y que posiblemente era el topo, la que nos traicionó con el caso Collins —le explicó Jack, pero tras decir aquello no observó que la revelación hubiera impactado a su amigo y socio—. ¿Tú ya lo sabías? —Lewis avergonzado bajó la cabeza—. Tío, tú ya lo sabías y no hiciste nada. Eres un traidor.
—Espera, Jack, no lo sabía antes, también me lo dijo Gene, solo que no le quise dar crédito. Ya te he dicho que esa mujer me nubla las neuronas, no soy capaz de pensar con claridad desde que ha vuelto a mi vida.
Jack asintió confundido, descubrir que la hija de Albert Johnson era la misma chica con la que Lewis había estado saliendo durante el verano de su primer año de universidad, lo había descolocado por completo. Aquel segundo curso su nombre se escuchaba cada dos por tres en el dormitorio de la residencia que ambos compartían. Lewis había estado muy enamorado de Gene y ella le había roto el corazón, poniéndole los cuernos con otro, algo que su amigo no había podido perdonar. Por lo visto, ni siquiera le había dado la oportunidad de explicarse, si es que algo así podía tener explicación, y él la había dejado sin más.
—Vete a casa, Lewis —le pidió—. O al médico. Esa nariz no tiene buena pinta.
Lewis bajó los ojos y los desvió contrito hacia las tres amigas que, paradas junto a la puerta del edificio, los observaban con el corazón en un puño. Después volvió a centrar la mirada en los ojos de su amigo, le debía una disculpa.
—Siento lo de Miranda. He sido muy cabrón. Yo sí sabía que a ti te gustaba y aun así me acosté con ella.
—Eres un cabrón. De eso no hay duda —afirmó Jack serio.
—Puede que no quieras perdonarme, y lo entenderé. Yo no soy de los que perdonan.
—Tienes suerte, Lewis —dijo Jack—. Yo sí. Sé que algún día te perdonaré.
—Espero que sea pronto.
—Anda, vete y cúrate esa nariz.
—¿Te quedas?
Jack asintió y dijo:
—Hablaré con Gene.
—¿Qué vas a decirle?
—Si no te importa, la verdad.
Lewis asintió conforme, tal vez era lo mejor, y se marchó en dirección al coche de repuesto. Jack volvió al lado de las chicas.
—¿Estás bien? ¿De qué narices hablaba Lewis? —le preguntó Gene preocupada.
—Lo siento, ha sido un espectáculo lamentable.
—Puedes explicarme —volvió a insistir Gene.
—Me gustaría que fuera en privado. —Jack miró a las dos chicas expresivamente.
—Son mis amigas, cualquier cosa que tengas que decir sobre mí puedes decirlo delante de ellas —repuso ella con verdadera intriga.
—Está bien —bufó—. No te portaste muy bien con él el verano que pasasteis en la isla de Skye. Está dolido contigo y lo entiendo.
—¿Qué le pude hacer yo? Yo le quería, fue mi primer y único amor. He estado con otros hombres, pero no los he querido como a él.
—Le pusiste los cuernos, Gene. Eso dista mucho del amor —dijo Jack.
—¿Los cuernos? Pero ¡¿qué dices?!
—Te vio, Gene. He escuchado esa historia demasiadas veces. Vio cómo te besabas con un tal Mathew Anderson en el muelle.
—Recuerdo perfectamente lo del embarcadero, pero yo no besé a ese chico, fue él quien me besó a mí. Si se hubiera quedado el tiempo suficiente hubiera visto que lo rechacé.
—No lo sé, Gene. Solo sé que le dolió en el alma.
—Debes creerme, no soy esa clase de mujer, no le haría a nadie algo que no me gustaría que me hicieran a mí. Yo no besé a ese chico y siento mucho que viera aquello, entiendo que pueda confundirse, pero debió hablar conmigo en vez de dejarme sin ninguna explicación. Las cosas hubieran sido más fáciles.
—Supongo que sí, pero aún estáis a tiempo de arreglar las cosas. Lewis todavía te quiere, me ha confesado que volverte a ver ha aflorado sus sentimientos y sus rencores.
—Yo diría más bien sus rencores, se ha comportado conmigo de muy mala manera.
—Él es así, cuando una mujer le nubla la razón pierde la cordura. Y sé que te quiere más de lo que te odia.
—La verdad es que yo también siento algo por él, pero me ha puesto las cosas muy difíciles.
—Perdonad que os interrumpa —dijo Janice observando lo atractivo que era Jack—, pero opino que ese tío es un capullo.
—Lo es, pero es un capullo enamorado —le replicó él, esbozando una sonrisa, pensando a su vez que la amiga de Gene era muy guapa.