En cuanto entró de nuevo en el salón, Mark se acercó a ella con cara de preocupación.
—Venía a buscarte. Has tardado mucho.
—No me siento muy bien. Creo que algo me ha sentado mal —dijo tocándose la barriga con una mueca de disgusto.
—Oh, vaya, pobre Gene. Tienes mala cara. Estás muy pálida. ¿Necesitas tumbarte un rato? Tengo una habitación reservada, puedes subir y descansar un poco.
—Creo que no, prefiero irme a casa. Lo siento. Será lo mejor para los dos. Dudo que pueda ser una buena compañía el resto de la noche.
—¿De verdad que no quieres? Podemos pedir algún antiácido en la recepción.
—No creo que se me pase con un antiácido.
—De acuerdo —aceptó cogiéndola por el codo—. Te llevaré a tu casa.
—No. Por favor, no te molestes, esta gala es importante para tu familia, deberías quedarte.
—Déjame al menos que te pida un taxi y espere contigo hasta que llegue.
—Eso sí. —Gene sonrió agradecida volviéndose hacia la puerta justo en el momento en que Lewis entraba. La miró y le dedicó una sonrisa desquiciante—. ¿Te importa si lo esperamos en la calle? Necesito tomar el aire. El de aquí está muy viciado —comentó alzando la voz cuando este pasó por su lado.
—¿Ese no era tu jefe?
—¿Quién?
—El tipo que acababa de pasar por aquí.
—No me he dado cuenta —le repuso como si aquello no le importara—. ¿Vamos?
—Sí, claro, vamos.
—¿Puedes ir a por mi chal?
—Claro, mientras haré la llamada. No te vayas muy lejos —bromeó sonriéndole.
Gene forzó una sonrisa y se dirigió a la calle. Contempló el cielo estrellado. Aquella noche primaveral estaba por completo despejado y la luna lucía espléndida en la negra inmensidad del firmamento. Al poco apareció Mark portando en las manos el chal de pelo de Gene y se lo puso delicadamente sobre los hombros.
—¿Te encuentras mejor? —preguntó y ella asintió—.Todavía puedes quedarte —insistió con carita de niño bueno.
—No tan bien como para eso —le repuso con una sonrisa triste.
—De acuerdo.
Gene miró calle arriba esperando ese taxi que tardaba demasiado y algo en la acera de enfrente, unos edificios más allá, captó su atención.
—¿Qué hace esa tía aquí? —dijo Gene al reconocer la esbelta figura de Miranda conversando con un hombre que no conocía.
—¿A quién te refieres? —preguntó Mark mirando a todos lados para ver a quién se refería Gene.
—A esos dos que están ahí —respondió levantando un poco el brazo con el bolso en la mano para señalar.
—Esa es Miranda Prescott y el otro es Mike Walts, trabaja en AD Lawyers. Ha venido a la gala, tal vez Miranda sea su acompañante.
—¿Conoces a Miranda? —le preguntó con los ojos abiertos de par en par.
—Claro, colabora a veces con el bufete de mi padre. Lo que me sorprende es que la conozcas tú.
—¿Bromeas? Es la asistente de Jack.
—¿Quién es Jack?
—Uno de mis jefes.
—Pues no sé, igual lo he entendido mal y solo le colabora los bajos a Mike, tú ya me entiendes —dijo Mark, dándole un leve codazo a Gene.
—¿Y dices que va mucho por el bufete de tu padre? —preguntó ella pasando por alto la actitud divertida de Mark.
—Ayer mismo la vi por allí después del cierre. A veces voy a hacer fotocopias o cualquier otro recado que me mande mi padre. Quiere que me gane la asignación hasta que termine mis estudios. ¿Por qué quieres saber tanto sobre esa mujer?
—Por nada, simple curiosidad.
—Aquí viene tu taxi —dijo Mark ofreciéndole el brazo para acompañarla hasta donde el vehículo se había detenido—. Espera, te abriré la puerta.
—Muchas gracias. Eres muy amable, Mark.
—Espero que el karma algún día me lo pague —dijo, haciéndole un gentil ademán con la mano invitándola a entrar en el vehículo.
—Seguro que sí. —Subió al taxi y él cerró la puerta tras despedirse con un beso en la mejilla.
En veinte minutos Gene estaba entrando en su apartamento hecha un mar de lágrimas. No había podido dejar de llorar durante el trayecto y había agotado todas las reservas de pañuelos de papel del taxista, que había tratado de consolarla por todos los medios. Por suerte, todavía era pronto y sus amigas se encontraban en el salón haciendo tiempo antes de salir a tomar unas copas.
—¿Y esa cara? —le preguntó Sarah al verla entrar en aquel estado tan lastimoso.
—Soy una imbécil.
—¿Por qué dices eso? —quiso saber Janice acercándose para abrazarla.
—Lewis me ha humillado.
—Te lo dije, te dije que pasaras de ese tío.
—No estoy para tus sermones, ya te he dicho que hay cosas que no puedo controlar. Si eres mi amiga deberías ser compasiva conmigo.
—Eso intento, Gene. Pero sabes cómo es, ¿qué podría atraerte de él?
—No lo sé, todo y nada. Solo sé que me gusta o quizá lo quiera, no lo sé.
—¿Lo quieres?
—Ya te he dicho que no lo sé, y tampoco sé qué le he hecho yo para tratarme de esa manera después de lo de ayer.
—¿Qué pasó ayer? —preguntó Sarah.
—Ayer…
—¡No lo digas! —la interrumpió Janice—. Te acostaste con él.
—Sí —respondió volviendo a llorar.
—Estás en un buen lío, jovencita. ¿Sabes lo difícil que es separar ambas cosas si estás enamorada? —dijo Janice.
—Bueno, mantengamos la calma. Igual te vendría bien venir con nosotras, íbamos a tomar unas pintas —dijo Sarah—. Hablaremos sobre ello, necesitas desahogarte.
—Sí, desahógate antes de que te ahogue yo misma con mis manos —la amenazó Janice.
—He de cambiarme, no voy a ir vestida así.
De camino a Old Man, un pub a unas pocas calles de distancia del apartamento, Gene les fue contando todo lo ocurrido. Lo del polvazo en la sala de juntas y lo que había pasado en el vestíbulo del hotel Witchery by the Castle una hora antes y cómo Lewis la había humillado una vez más llamándola zorrita.
—Habla con los otros socios, quizá puedas trabajar en ese proyecto desde casa —propuso Sarah—. No puedes volver a ese despacho para que ese imbécil te menosprecie. ¿Quién se habrá creído qué es para tratarte así?
—Huir no es la solución, Gene debe enfrentarse al problema. Alejarse de ellos solo los camufla, no los soluciona —aseguró Janice sujetado la puerta del pub para que sus amigas entrasen.
—Janice, no quiero verlo, me duele, me martiriza y no sé si seré capaz de renunciar a tener sexo con él.
—Pues no renuncies, pero aprende a separar el sexo del amor. Ese es tu problema, que eres demasiado enamoradiza.
—No soy enamoradiza, solo me he enamorado una vez y fue de él. Supongo que reencontrarme con mi pasado ha aflorado esos sentimientos.
—¿Y qué me dices de Will? Recuerdo que decías que le amabas y te revoloteaban pajaritos alrededor.
—Ahora sé que eso no era amor de verdad. Will era estupendo, pero lo que siento por Lewis no se le parece en nada a lo que sentía por Will.
—Pues si piensas seguir yendo a ese despacho, tendrás que aprender a separar —dijo Janice alzando la mano para llamar la atención de Rob, el camarero habitual del pub.
—Sigo sin entender porque dice que me gusta jugar a dos bandas. No sé lo que quiere decir.
—Pues tendrás que preguntárselo. Ese hombre está muy resentido contigo y, aunque no excuso sus actos ni sus palabras, debe tener algún motivo. Eso o que está loco de remate.
Gene asintió pensando en qué motivos podría haberle dado para llamarla zorrita y decir que prefería ser el amante al cornudo. Solo había tenido dos novios en toda la vida y con una diferencia de cinco años entre ambos, y, por supuesto, no se la había pegado con otro a ninguno de ellos. ¿Qué querría decir con eso?
—¿Pensáis que él pueda creer que yo le estuve engañando con otro cuando salimos aquel verano?
Sus dos amigas la miraron y asintieron levemente sopesando la cuestión.
—Podría ser. ¿Por qué creería algo así? —le preguntó Sarah a Gene, que sacudió la cabeza y dijo:
—Ni idea.
—Pues tendrás que preguntárselo si lo quieres saber —dijo Janice.
—Ahora mismo lo único que tengo ganas es de darle tortas hasta que me duela la mano.
—Pobre Gene —dijo Sarah cogiéndole la mano.
—Sí, pobre Gene. Pero aquí la pobre Gene es la única que ha follado en los últimos cincos meses.
—Hablas por ti, ¿verdad? —comentó Sarah sonriendo.
—¿Es que tú sí lo has hecho? —Janice la miró asombrada.
—Hará un par de semanas me acosté con Luke.
—¿Qué Luke?
—Luke, el amigo de Charlie y Creskin.
—¿Ese Luke? —La barbilla de la desconcertada Janice le tocó el pecho.
Sarah afirmó con la cabeza con una sonrisa radiante.
—Serás perra mala, ¿y por qué no nos cuentas nada? —le reprochó Janice dándole una palmada en el muslo a Sarah, que se encogió un poco de hombros como respuesta.
—Yo sí lo sabía —intervino Gene.
—¿Pero qué clase de amigas sois vosotras? —Janice se mostró muy ofendida.