13

—¿Qué haces aquí tan pronto? —le preguntó Janice al ver a Gene entrar por la puerta. Janice, además de ir por las tardes a la Universidad de Medicina, trabajaba por las mañanas en una cafetería del Old Town, pero el jueves era su día libre.

—Ha sido horrible, Jack y Lewis han tenido una pelea monumental por mi culpa —contestó Gene dejándose caer en el sofá, cubriéndose la cara con ambas manos.

—Explícate. —Janice se recolocó en su asiento, enderezándose para atender mejor a las explicaciones de su amiga.

—Jack me escuchó decir que Lewis se beneficiaba a Miranda.

—¿Y por qué has hecho tal cosa?

—Miranda empezó primero. Sin ton ni son me dijo que me alejara de Lewis, que era su hombre.

—Entonces no es culpa tuya, esa mujer ya estaba dejando claro que tiene algo con él.

—Lo sé, pero me siento culpable. Jack se cabreó y confesó que estaba enamorado de Miranda y Lewis lo sabía. Le dio un puñetazo que le ha dejado el ojo a la virulé y después Lewis me ha ordenado que me marchara, haciéndome responsable de lo que ha pasado.

—Ese tío es un gilipollas, quizá no merezca la pena que sigas con el plan, ya ha recibido su merecido.

—Quizá sea lo mejor. Además, dudo que pueda volver a ese bufete, Lewis me ha dejado muy claro que no quiere que vuelva por allí. Me ha despedido.

—Pero será imbécil. —Janice se mostró muy ofendida—. Ven aquí —le envolvió los hombros con el brazo y le dio un beso en la mejilla—. Lewis lo va a pagar al final. El karma se lo devolverá todo.

Gene asintió desconsolada, tenía en el pecho un extraño pesar, por un lado, estaba por completo enfadada con Lewis por lo que le había dicho, pero, por el otro, sentía que ya lo echaba de menos.

 

Gene se pasó el día holgazaneando con Janice, comiendo palomitas y helado mientras veían una maratón de Friends en Netflix, canal por excelencia de la casa, ya que su programación se basaba en un sinfín de series románticas y de comedia. Cuando Sarah llegó del trabajo se unió al duelo después de que Gene le contara lo que había sucedido esa mañana en el bufete. Las tres lloraron y rieron hasta altas horas de la madrugada y aliviaron un poco el malestar de Gene.

 

Aquella mañana, tras el atracón de series y comida prefabricada, Gene se despertó sola en el apartamento. Las chicas se habían ido temprano y ella tendría que hacerse cargo de su cruda realidad. Hasta septiembre no empezaban las clases del máster y volvería a ellas con el amargo recuerdo de unos meses sabáticos sin producir nada aceptable que añadir a su currículum. Algo que atrasaría mucho más su incursión en el mundo laboral en el que quería basar su vida, teniendo que empezar de cero como becaria en cualquier otra empresa, o quizá no conseguiría tan siquiera eso y acabaría engrosando la lista del paro o repartiendo pizzas a domicilio.

Se preparó un té negro con dos bolsitas, le gustaban las cosas amargas haciendo honor a su mala suerte. Después se dio una larga ducha, recordando la que se dio en casa de Lewis y dándose cuenta de que su baño distaba mucho de parecerse a aquella lujosa estancia y que jamás conseguiría tener un baño como ese por sus propios medios, si seguía cagándola de aquella manera. Porque, en parte, sí se sentía culpable de lo que había sucedido. Podría haber sido más discreta o un poco más sutil y no soltar a voz en grito que Miranda se acostaba con Lewis. Al fin y al cabo, ella tampoco había visto cómo se la beneficiaba fuera o dentro del trabajo. Aunque era algo que intuyera, no era una verdad absoluta, porque no podía probarlo. No obstante, ellos dos con su silencio y medias palabras habían manifestado que así era. Se estaban acostando y eso era algo muy ruin incluso para Lewis, Jack era su socio y amigo desde la universidad, y estaba enamorado de Miranda, y él lo sabía. Eso no se le hacía a un amigo. Lewis era un ser despreciable y se merecía todo lo que había ocurrido.

La programación matinal de la televisión no consiguió distraer a Gene, así que decidió apagarla y coger un libro que tenía a medio leer abandonado en la estantería. Cuando lo abrió por donde lo había dejado unos meses atrás su teléfono móvil sonó sobresaltándola.

—Dígame —dijo sin cerciorase de quien la llamaba.

—¿Así recibes a tu novio? ¿Como si fuera un completo desconocido? —Mark al otro lado de la línea bromeó. Llevaba varios días sin llamar a Gene para ver si con ello conseguía que esta lo echara de menos.

—Mark, no eres mi novio, ya te dije que no quería seguir con el plan.

—Lo sé, solo bromeaba. Me gustaría dejar claro que respeto tu decisión y que podemos seguir siendo amigos, si tú quieres —mintió. Gene le gustaba mucho y pensaba echar toda la leña al fuego para conquistarla.

—Podemos —le contestó a sabiendas que Mark podría confundirse de nuevo.

—Me alegra oírte decir eso y en ese caso me gustaría que me acompañaras a la Gala Stuart el sábado por la noche. Te gustará, lo pasaremos bien.

—¿El sábado por la noche? ¿Te refieres a mañana?

—Sí, mañana. —Mark rio suave—. Perdona que no te lo haya pedido con más tiempo. Sé que para una chica eso puede suponer un golpe bajo.

—¿Por qué un golpe bajo? ¿De qué se trata? —preguntó Gene sin comprender de qué estaba hablando Mark.

—Es una gala benéfica de la que mi padre es el mayor benefactor, se celebra cada año. La recaudación de este año es para ayudar a la comarca de Birava de la República Democrática del Congo. Es un acto de esos donde la gente se pone de tiros largos y saca las joyas de la corona a relucir.

—Tu padre debe ser alguien importante.

—No creas que tanto, es abogado, el socio mayoritario de DA Lawyers. Los demás bufetes de la ciudad también asistirán. Puede que Elliot McGillis sea alguien influyente en Edimburgo, pero para mí solo es mi padre.

—Entiendo —dijo Gene contrariada al escuchar de nuevo el nombre de aquel bufete de abogados.

—Entonces, ¿vendrás?

—Claro, no veo por qué no —respondió convencida de que el hecho de asistir a esa gala benéfica con el hijo de Elliot McGillis pondría de los nervios a Lewis, sirviéndole aquello de venganza.

—Perfecto entonces, nos vemos mañana. Pasaré a por ti a las siete.

—Hasta mañana.

El nerviosismo empezó a apoderarse de Gene nada más dejar el teléfono en la mesa de centro, no tenía en el apartamento nada que ponerse para asistir a un acto como ese. Podía ir a la casa de sus padres en Wallyford, lo que le llevaría una eternidad, o casi mejor salir de compras por George Street. Tampoco tenía nada mejor que hacer y a su padre no le importaría que gastara algo de dinero de la tarjeta de emergencias, si sabía que su pequeña Genevieve iba a codearse con las altas esferas de la ciudad. Quizá aquello le valdría como toma de contacto para conseguir un empleo o una oportunidad laboral a largo plazo. Mientras elucubraba todas esas fantasías animadas, el teléfono sonó de nuevo.

—Ya te he dicho que sí, no seas pesado, Mark —respondió a llamada convencida de que volvía a ser él con alguna tontería.

—Perdón, ¿eres Gene?

—Carol, lo siento, pensaba que era otra persona. —Gene reconoció la voz de la recepcionista de Lefkowitz y Maddox Asociados inmediatamente, tenía un timbre poco común, pero agradable.

—Siento molestarte, pero tienes que venir al bufete, el señor Maddox me ha pedido que te lo diga.

—¿Y por qué no me llama él mismo? Tiene mi teléfono y yo ya no trabajo allí.

—Supongo que porque mi trabajo precisamente es atender este tipo de cosas —rio a través del teléfono—. En tal caso debes venir, es algo que podría interesarte.

—No me fío.

—Confía en mí, además, el señor Maddox no es tan malo como lo pintan, llevo mucho tiempo trabajando aquí, solo está pasando una mala racha.

—Dile que iré, no quiero que te esté insistiendo en que me llames quinientas veces al día para conseguir lo que quiere.

—Te lo agradezco, sé que lo que tiene que decirte te gustará, los he oído hablar del tema a él y a la señorita Brown que ya ha vuelto de Londres.

—¿Y Jack?

—El señor Lefkowitz no ha venido hoy a trabajar, asuntos personales.

—Está bien, Carol, iré en cuanto me sea posible.

—Gracias, Gene, ahora aviso al señor Maddox de que vendrás cuando puedas.

Gene se vistió de mala gana, tampoco prestó demasiada atención a su atuendo como las veces anteriores, el plan de conquista ya no estaba en su mente y pensó que Lewis requería su presencia para firmar los papeles de despido o reprocharle cualquier otra cosa. A pesar de los años que habían pasado sin verse ni relacionarse lo conocía bien. Un vestido azul de vuelo y unas bailarinas le sirvieron para salir a la calle en dirección del bufete.

 

—Siento mucho haberte avisado con tan poca antelación, el señor Maddox y la señorita Brown están reunidos en el despacho del señor Maddox. Les avisaré de que has llegado —dijo Carol en cuanto puso un pie en las oficinas.

—¿Sabes qué podrían querer de mí? —le preguntó nerviosa.

—Es algo relacionado con el señor O’Toole. Este llamó esta mañana y, tras conversar con el señor Maddox, me hizo llamarte de inmediato. Creo que hablaron de algo sobre un plan de negocios. No me gusta escuchar detrás de las puertas, pero hay tan poco trabajo por aquí que mi vena cotilla sale a relucir de vez en cuando.

—Está bien, iré a ver de qué se trata.

—¿Me prometes que luego me contarás que te han dicho? Ahora no quiero quedarme con la intriga —le pidió Carol poniendo ojos de cordero.

—Siempre y cuando no sea confidencial estaré encantada de informarte. No hace falta que les avises, después de todo me están esperando, ¿verdad? —Gene quería tener a su favor el factor sorpresa y ver la cara de Lewis al verla de nuevo tras la bronca.

Llamó a la puerta del despacho dos veces con los nudillos para avisar de su presencia allí antes de entrar, pese a que se encontraba abierta y podían verla desde sus posiciones, sin embargo, estaban concentrados. Él estaba sentado en su silla, ensimismado en el monitor, junto a una mujer esbelta de pelo negro que se hallaba a su lado de pie, apoyada en la mesa revisando unos papeles. En cuanto escuchó los golpes, Lewis alzó la vista y se tensó. Sabía que iba a venir, pero verla de nuevo y, además, con aquel aspecto tan aniñado, que le proporcionaba el sencillo vestido, que tanto le recordaba a la Gene adolescente, aquella que había querido con todo su corazón, hizo de nuevo mella en su entereza. Haciendo de tripas corazón se recompuso y fingió que su presencia no lo alteraba ni un poco.

—Adelante, señorita Johnson —dijo Lewis luciendo el ojo derecho morado—. Le presento a Liza Brown, abogada del bufete.

—Encantada de conocerla. He escuchado hablar de usted —le dijo Gene tendiéndole la mano.

—Un placer, señorita Johnson. Parece que sus dotes van a dar un aire fresco y renovado al bufete y me complace tenerla aquí para hablar de ello. ¿Puedo tutearla? Estamos entre colegas —dijo amigable.

—Claro, no hay problema —respondió—. ¿Mis dotes? —añadió Gene extrañada, pues más allá de sacar a George de paseo y provocar peleas a golpes vivos no había podido desarrollar ninguna actividad productiva.

—El señor O’Toole llamó esta mañana muy interesado en su plan de ventas para su queso de oveja —dijo Lewis con gesto serio, como si la idea de que Gene tuviera un don para los negocios le molestara.

—Me alegro, pero yo ya no trabajo aquí —le espetó secamente.

—No entiendo, ¿no eres la asistente de Lewis? —preguntó Liza mirando a ambos sin entender nada. El aire entre los dos era tan denso que podría cortarse con un cuchillo.

—Lo era, ayer el señor Maddox me despidió.

—¿Es cierto eso? —le preguntó esta vez directamente a él.

—Eso no es lo importante ahora, si bien no me servía como asistente ahora puede ser un bien preciado para la empresa —respondió Lewis mirando a Gene.

—De eso queríamos hablarte, no es mi campo, como te habrán dicho soy abogada de familia, pero el señor Paterson, el socio más formado en empresas, está reunido ahora y no podrá acompañarnos hasta más tarde. Cuando venga podrá explicarte con más detalle lo que esperamos de ti y cómo pensamos compensarte, pero antes necesitamos que tú aceptes el trabajo y ponernos en marcha desde ya. El señor OToole vendrá esta tarde y tenemos que tener claro lo que le vamos a proponer.

—No estoy segura de querer seguir trabajando aquí.

—Genevieve, sé que quieres dedicarte a la gestión de empresas y que vas a empezar en septiembre un máster de Dirección de Proyectos. Esta podría ser una gran oportunidad para ti, has impresionado al señor O’Toole y es un hueso duro de roer. Poca gente puede desarrollar la actividad para la que se está formando antes de completar sus estudios —dijo la señorita Brown.

—En eso tiene razón y, solo por lo amable que es usted, escucharé su propuesta.

—Puedes llamarme Liza —le dijo ella con una sonrisa.

—Está bien, Liza, ¿de qué se trata? —se interesó Gene tomando asiento.

 

Durante el tiempo que duró aquella reunión, a la que el señor Paterson se incorporó más tarde, intentaron convencerla de que prestara los servicios que el señor O’Toole quería de ella, pues realmente le habían sorprendido su entusiasmo hacia su queso y las cosas que podía conseguir para comercializarlo. Cosas que Gene había estudiado, pero que todavía no había puesto en práctica, y verdaderamente suponían un reto y una oportunidad al mismo tiempo que no estaba en posición de rechazar.

—Si decides llevarlo a cabo, el bufete se encargaría de los temas legales que conllevaría esa marca. Eres un soplo de aire fresco para la empresa que como sabrás no está pasando un buen momento. Y como socia minoritaria, pero socia, al fin y al cabo, te pido por favor que aceptes.

—Solo aceptaré, si el señor Maddox, que no ha abierto la boca durante todo el rato, me pide por favor que lo haga y admite que fue un error echarme del bufete ayer.

—No pienso hacer eso —dijo Lewis mirándolos a todos.

—Hazlo Lewis, por el bien de todos, y por el de Jack particularmente. Acaso olvidas que es tu amigo —le pidió el señor Paterson, que era desconocedor absoluto de que la amistad entre ambos estaba en la cuerda floja.

Lewis resopló un par de veces antes de abrir la boca con la intención de hablar, pero alargando el momento innecesariamente para molestarla. Concentró la mirada en el rostro de Gene y al fin dijo:

—Se lo pido por favor, señorita Johnson.

—¿Y qué más? —Gene levantó el mentón desafiándolo con los ojos.

—Que siento haberme precipitado despidiéndola ayer. ¿Contenta?

—Mucho, más de lo que cree, señor Maddox.