14

Cuando el resto de abogados salieron del despacho, Gene y Lewis se quedaron solos para ultimar algunos detalles.

—Tenía entendido que usted y Jack eran los socios mayoritarios del bufete —dijo ella para romper el incómodo silencio que se había apoderado de la habitación.

—Y lo somos, pero, tras el escándalo del caso Collins, ofrecimos participaciones al resto de abogados para mantenernos a flote. Somos una especie de cooperativa.

—Sé lo que es una cooperativa.

—Supongo que lo sabe, ahora es la persona más lista del bufete —le replicó molesto.

—¿Qué es lo que más le molesta, que crean que mi trabajo puede salvarles el culo o que no haya podido ser usted el héroe del cotarro?

—Me molesta tener que readmitirla por el bien del bufete.

—Debería estar contento, usted me llevó a la granja del señor O’Toole, de no ser así no hubiera conocido de mi existencia. —Gene intentó suavizar la situación, sintió irracionalmente cierta lastima por él.

—Pero lo hice por fastidiarla y me ha salido el tiro por la culata. —En los labios de Lewis se esbozó un amago de sonrisa.

—¿Ha sabido algo de Jack?

—No —contestó mesándose el rubio cabello con nerviosismo.

—Sé que en el fondo sabe que no es mi culpa y que ella me provocó.

—Supongo que es cierto lo que dice —admitió a regañadientes—, además, era algo de lo que Jack se hubiera enterado tarde o temprano. O quizá no, no tenía previsto volver a acostarme con ella, no desde que … —se frenó en seco antes de terminar esa frase.

—¿Desde qué?

—Déjelo, señorita Johnson, no quiero fastidiarlo más.

—Está bien, organicemos la reunión con el señor O’Toole, no hay tiempo que perder, estará aquí en un par de horas.

Ambos prepararon la reunión como buenos compañeros, aportando ideas y colaborando el uno con el otro. La presentación de aquel proyecto podía ser el primero de muchos y tenían que convencer al señor O’Toole de que no se equivocaría si dejaba en sus manos la comercialización de su producto, así como la gestión legal del mismo.

Y, como era de esperar, cuando se cerraron las puertas de la sala de juntas, con el señor O’Toole dispuesto a escuchar las ideas que Lefkowitz y Maddox Asociados le tenían preparadas, estas impresionaron mucho a aquel rudo hombre de campo que no había escuchado jamás hablar de las técnicas call to action o el test A/B. El trato se cerró favorablemente y lo sellaron con un buen apretón de manos.

—Gracias, Gene. Ampliar nuestros horizontes y abrirnos camino al marketing directo puede ser el gran comienzo de muchos y prósperos proyectos para el bufete —le dijo el señor Paterson antes de abandonar la sala de juntas.

—Lo mismo digo, buen trabajo —la felicitó también Liza saliendo tras el señor Paterson.

—¿Usted no va a decirme nada? Me estoy malacostumbrando a que me hagan cumplidos dentro de estas cuatro paredes.

—Yo también la felicito por su parte, lo ha hecho muy bien, pero yo también he bordado la mía —dijo Lewis aflojándose el nudo de la corbata.

—Es cierto, en el fondo formamos un buen equipo —reconoció ella con una gran sonrisa de satisfacción.

—Y sin el fondo, formamos un buen equipo a secas, Gene.

—¿Ahora vuelves a tutearme? —preguntó ella con un tono de voz que alentaba al coqueteo.

—Ahora eres un miembro respetado por el bufete.

—¿Y por ti?

—Yo siempre te he respetado.

—Mientes.

—Todos mentimos alguna vez, tú también lo haces.

—Supongo.

La proximidad entre ellos mientras se decían aquellas cosas era cada vez más estrecha. Sus respiraciones se fusionaban en el aire y sus ojos pedían a gritos lo que sus bocas callaban.

Estar tan cerca el uno del otro provocó lo inevitable. Sus cuerpos quedaron finalmente pegados con las bocas enfrentadas.

—Quiero besarte, Gene.

—Llámame señorita Johnson.

Lewis alzó las cejas sorprendido.

—Me pone muy caliente —añadió con una sonrisa provocativa.

—Y a mí que tú me llames señor Maddox. Estoy duro toda la mañana escuchándote decírmelo —susurró él con un tono ardoroso que hizo flaquear las rodillas de Gene.

—Lewis… señor Maddox… —Aspiró su aroma embriagada—. Te ordeno que me beses… lo necesito.

—Lo sé. —Él le colocó un dedo en los labios—. Y yo a ti. Necesito poseerte. Ahora.

Dejándose llevar por sus instintos comenzaron a besarse mientras se quitaban a toda velocidad la ropa, obviando que se encontraban en la sala de juntas a merced de que alguien los descubriera. Con las manos se recorrían el cuerpo el uno al otro, acariciando cada centímetro de piel, sintiéndose quemándose, abrasándose las yemas. Las llamas ardían entre ellos. Lewis le cogió uno de los pechos y comenzó a succionarle el pezón con tanto fervor que ella tembló ligeramente entre sus brazos, él pensó que era la mujer más deliciosa que había tenido el placer de saborear. Al poco, Gene se sintió levitar del placer que este le proporcionaba. Ambos podían sentir el palpitar de sus sexos reclamando lo que les tocaba por derecho. Gene estaba tan mojada que se podía adivinar su estado de excitación aun sin quitarse las braguitas. Lewis le acaricio el clítoris por encima de la tela, de arriba abajo suavemente, convulsionándola hasta el punto de rogarle que la hiciera suya. Lewis se arrodilló ante ella y comenzó a besarle las ingles, quemándola de deseo hasta que apartó a un lado las bragas y le introdujo la lengua. Succionándole el clítoris y los labios, ayudándose de las manos para masajearle el sexo, provocando que los ojos de ella se volvieran para atrás agarrándole el cuero cabelludo. Gene se derretía de placer, gimió como nunca lo había hecho con nadie, era la primera vez que tenía un orgasmo solo con sexo oral, y cuando su vagina dejó de temblar tomó la iniciativa.

Lewis esperaba ansioso sus caricias, y Gene le recorrió el pene con la lengua varias veces antes de introducírselo en la boca. La sensación de ver a Lewis disfrutar con aquello fue intensa y excitante. Con sutileza, comenzó a masturbarlo suavemente y, una vez que vio que su pene ardía en deseos de poseerla, se tumbó de espaldas sobre la mesa de juntas abriendo lentamente las piernas, ofreciéndose de nuevo a Lewis, pero de una forma más madura que la última vez. Él se puso sobre ella, el suave cuerpo de Gene encajó perfectamente con el suyo, la besó con pasión, siguió hasta su cuello y, en ese momento, la penetró de una manera tan única, dura y profunda, que hizo que Gene volviera a llegar al éxtasis casi automáticamente, pidiéndole que siguiera sin importar nada. Aquello era sexo apasionado, químico, orgásmico. El mejor sexo de su vida.

—Ha sido maravilloso y peligroso, nos podían haber pillado —dijo Gene vistiéndose acaloradamente.

—Pero no lo han hecho y coincido en que ha sido una pasada. Estoy pensando que deberías ir conmigo a la Gala Stuart —le propuso él besándole la nuca y pegándola de nuevo a su cuerpo. Ella se movió y su trasero empujó dolorosamente la entrepierna de Lewis, que tuvo que reprimir las ganas de hacerle el amor de nuevo, pero sería tentar mucho a la suerte. Cualquiera podía entrar y descubrirlos.

—Iré, pero no contigo.

—¿Irás?

—Sí, me han invitado y he dado mi palabra.

—¿Irás con Mark?

—Claro, ¿con quién si no?

—No me gusta que salgas con ese tío —aseveró visiblemente cabreado.

—¿Desde cuándo necesito tu opinión para salir con quien me dé la gana? Que hayamos echado un polvo no te da derecho a mandar sobre mí.

—Es el hijo de Elliot McGillis de DA Lawyers, por el amor de Dios —gruñó él llevándose las manos a la cabeza y despeinándose el denso cabello.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—Es peligroso, podrían volver a fastidiarnos un litigio.

—¿Acaso crees que Mark sería capaz de robarte nada para beneficiar a su padre?

—No puedes ir por la vida fiándote de la gente, Gene.

—Ya me estoy dando cuenta, pero deberías reflexionar sobre eso un poco y pensar que las pruebas te las robaron a ti y no al resto de los mortales. Confío en Mark, pero no sé si confiar en ti.

Gene salió de aquella sala con la amarga sensación de que había vuelto a caer en las garras de Lewis Maddox y sus artes de conquista hipnotizadoras. Él la contempló desaparecer de la sala de juntas, sintiendo que la cólera volvía a colonizarlo. Que ella saliera con ese tío le molestaba, que ese tío fuera el hijo de Elliot McGillis lo enervaba, pero que además hubiera llamado a lo que había sucedido entre los dos poco antes: echar un polvo, le jodía de sobremanera. Sí, definitivamente estaba jodido y cabreadísimo.