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Cuando vio el imponente edificio de diez alturas, donde se ubicaba el despacho de Lefkowitz y Maddox Asociados, el estómago le dio un vuelco y los nervios se instauraron con fuerza en su cuerpo, haciéndole temblar las manos y las piernas.

Recorrió la distancia que la separaba de la entrada principal, apostada entre dos columnas gigantes de estilo neoclásico, con pasos lentos, pero decididos, y entró en el edificio, no sin antes comprobar en el reflejo del cristal de la puerta su aspecto. Aquel jersey le había colocado la delantera como dos balones medicinales apuntando al cielo, pero ya no había marcha atrás. Fue hasta el ascensor y pulsó pensando en los pros y contras de trabajar en ese lugar y en lo poco que le gustaba que su padre hubiera utilizado su amistad con Jack Lefkowitz y su relación laboral con el bufete para enchufarla. Era algo que siempre había criticado, pensando que los enchufes solo provocaban que personas mejor cualificadas no encontraran el trabajo para el que se habían estado preparando durante mucho tiempo.

El ascensor hizo una parada en el quinto piso, y dos mujeres entraron. La miraron de arriba abajo y eso incomodó a Gene que, intentando disimular que aquella situación le había robado la poca templanza que le quedaba, se recolocó la ropa y eliminó dos falsas pelusas del jersey.

La señal sonora del ascensor avisó a las tres mujeres de que habían llegado a la séptima planta y Gene amablemente dejó que las dos mujeres salieran primero, tomándose un poco más de tiempo antes de enfrentarse a su primer día de trabajo. Respiró hondo y salió en el momento en que las puertas empezaban a cerrarse. Comenzó a andar más tiesa que una vara, clavando los tacones en aquella moqueta color gris que se notaba que cuidaban, pues no se apreciaba ni una mísera mancha de café, algo que la preocupó, pues ella necesitaba cafeína para rendir al cien por cien fuera cual fuera la tarea que tuviera que realizar.

—Disculpe —dijo, dirigiéndose a la señora que se encontraba tras un gran mostrador con el logotipo metálico de la empresa un poco más arriba de su cabeza—, soy Genevieve Johnson.

—Así que tú eres la hija de Albert —respondió la mujer con una sonrisa amable.

—En efecto, soy su hija.

—Un placer tenerte aquí, querida.

Sonrió agradecida y respondió en un tono similar al de la mujer:

—Gracias. Un placer para mí también.

—Avisaré al señor Lefkowitz que has llegado. Mientras puedes sentarte allí —le dijo señalando una hilera de sillas, del mismo color que la moqueta, apostadas contra la pared de la derecha.

—Gracias.

La mujer, que debía rondar los cincuenta años y que no se había presentado en ningún momento con ningún nombre, se dispuso a marcar en su centralita y avisar de la llegada de Gene a Jack Lefkowitz.

El padre de Gene conocía desde niño a  Jack Lefkowitz padre, y no dudó ni un segundo en contratar sus servicios de abogado cuando este decidió montar su propio bufete con un socio, un tal Colin Craig, del que Genevieve había escuchado hablar mucho, pero no había visto en la vida. En la actualidad, el bufete estaba dirigido por su hijo, al que Gene no tenía el placer de conocer, Jack Lefkowitz hijo. Pero su padre seguía fiel a sus servicios, ya que sabía que Jack padre, aunque desvinculado del bufete por problemas de corazón, seguía de cerca los pasos de su hijo y su nuevo socio. Aun así, su padre le había prometido que él mismo la recibiría ese día en el bufete para hacerle más agradable la incorporación.

Un chico de su misma edad, con pantalones color gris marengo, camisa blanca y chaleco a juego, se quedó mirándola fijamente y la sonrisa, que Genevieve se había obligado a tener dibujada en la cara, se desvaneció de golpe.

—Tú eres la hija del señor Johnson, ¿verdad? —Aquello de que todo el mundo allí la conociera y le preguntara directamente si era la enchufada hija de Albert la estaba haciendo sentir aún más incómoda.

—Supongo que esa misma soy —contestó suspirando.

—Te advierto que trabajar con Lewis es muy complicado, nadie lo conoce mejor que yo. Te deseo buena suerte, la vas a necesitar.

Gene no supo qué contestar a aquel chico sin nombre, ¿es que en aquella empresa nadie se presentaba?

—Señorita Johnson —la llamó la mujer del mostrador—, ya puede pasar. Es esa puerta —añadió, señalando una gigantesca puerta de madera oscura al fondo.

Gene apretó los labios y se incorporó. Ver a Jack no le preocupaba, era casi un tío para ella, pero las palabras de aquel chico la habían descolocado un poco.

Escoltando la puerta del despacho de Jack Lefkowitz había un escritorio, suponía que era el lugar de trabajo de su asistente, pero se hallaba vacío en aquel momento, así que se decidió a llamar sin más preámbulos a la puerta con los nudillos y luego la abrió lentamente. Sabía que Jack la estaba esperando, pero tenía buenos modales y eso era lo correcto.

—Adelante, señorita Johnson, no sea tímida.

Y eso hizo, y cuando terminó de abrir la puerta se quedó algo confundida, ¿dónde estaba Jack Lefkowitz? Ese chico moreno de ojos vivarachos y con un innegable atractivo no era el hombre que esperaba encontrar en ese despacho.

—Disculpe, me he debido de equivocar, yo había quedado con el señor Lefkowitz.

—Y ese soy yo —le respondió él con una media sonrisa que la puso aún más nerviosa.

—¿Eres el hijo de Jack? —preguntó tímidamente.

—Efectivamente, y tú la hija de Albert. Es una pena que no nos hayamos visto antes, pero mis padres se empeñaban en meterme en internados, aunque no les guardo rencor por ello, me han hecho el hombre que soy —dijo sin modestia alguna, agarrándose las solapas de su impoluto traje negro.

—Supongo que eso lo dirás por mí.

—¡No! ¿Por qué iba a hacer eso?

—Lo siento, supongo que no llevo bien ser una enchufada. Esperaba ver a tu padre hoy en el bufete.

Jack sonrió divertido y supo que a Lewis le iba a encantar trabajar con Genevieve Johnson, era una chica preciosa y tenía una inocencia atípica en las mujeres de su edad.

—Verás, Gene, ¿puedo llamarte así? —le preguntó Jack, recibiendo un gesto de aprobación por parte de ella—. Mi padre no ha podido finalmente venir, como sabes se encuentra delicado de salud. Y respecto a lo de ser una enchufada, no quiero que te sientas como tal, piensa que estamos echándote una mano para impulsar tu currículo. Nadie nace enseñado y nadie consigue un primer trabajo sin que le ayuden un par de amigos.

Aquellas palabras la hicieron sonreír y empezó a sentirse más relajada.

—Te lo agradezco, Jack, ¿puedo llamarte así? —preguntó y él asintió con una sonrisa muy agradable—. ¿Por dónde puedo empezar: te traigo un café o quieres que te acerque algunos papeles…?

—No, siéntate. Quería comentarte un par de cosas.

—Está bien —dijo Gene tomando asiento en una de las dos sillas para las visitas.

—Verás, Gene, hemos pensado que la empresa sería más imparcial a la hora de brindarte las calificaciones si trabajaras para otra persona que no fuera como de tu familia. Todo el mundo sabe que mi padre es íntimo amigo del tuyo, incluso creo que solías llamarlo tío Jack, ¿no es así?

—Sí, es cierto. Pero no entiendo lo de las calificaciones.

—¿No te lo ha dicho Albert? —dijo él cruzando las manos por encima de la mesa.

—¿Qué tenía que decirme?

—Que estarás en calidad de becaria.

—¿Y eso qué significa?

—Significa que trabajarás con nosotros por una pequeña gratificación económica y una carta de recomendación según tus cualidades laborales.

—No se me había comunicado tal cosa, creía que venía a trabajar por un sueldo como todo hijo de vecino.

—Hemos pensado que eso te haría sentir menos incómoda. Tú misma me acabas de decir que no llevas bien lo de ser una enchufada.

—Y no lo llevo bien, pero trabajar gratis lo voy a llevar peor.

—Piensa en tu futuro, además, te encantará trabajar con mi socio.

—Lo que hayáis decidido me parece bien —respondió ella algo molesta.

—Es el otro socio nominal del bufete y gran amigo mío.

—Antes un chico me dijo que trabajar con Lewis no era tarea fácil y no he entendido por qué me decía eso, pero ahora ya lo entiendo. Voy a trabajar para Lewis, tu socio —dijo imprimiendo fuerza a cada una de las palabras.

—Ese habrá sido Carter, su antiguo asistente. Es un bromista, no tengas en cuenta sus palabras.

—Qué gracioso —ironizó.

—Te acompañaré hasta su despacho, nos está esperando —contestó Jack incorporándose e instándola a seguirlo hasta el despacho de su socio, ese tal Lewis.