—¡¿Desde cuándo somos las hermanitas de la caridad?! —exclamó Lewis Maddox, mirando sin poder creérselo a Jack Lefkowitz, su amigo desde la universidad y socio en el bufete—. No pienso meter en el despacho a la hija de Albert Johnson por muy buen cliente que sea.
—No es solo un buen cliente, Lewis. Es nuestro mejor cliente y uno de los mejores amigos de mi padre, me lo ha pedido como un favor personal.
—Seguro que es una niña malcriada que no sabe hacer la o con un canuto —le repuso de malos modos—. ¡¿Qué será lo siguiente?! ¿Que le pidamos matrimonio?
Jack estalló en una carcajada
—Pues igual no nos vendría mal hacer un matrimonio de conveniencia. Estamos casi en números rojos y un acuerdo así con Albert Johnson podría salvarnos de la bancarrota. Además, no nos ha pedido que la contratemos, solo que la aceptemos en calidad de becaria. No nos va a costar ni una sola libra del bolsillo y tendremos una secretaria que hará todo el trabajo sucio del bufete. Qué más da que no sepa hacer la o con un canuto, con que sepa usar la fotocopiadora nos es suficiente.
—Visto de ese modo.
—No hay otra forma de verlo. Una secretaria gratis. —Alzó las cejas.
—¿Pero por qué tiene que ser mi secretaria y no la tuya? —Lewis tomó un sorbo de café y le sonrió con seguridad a la camarera de la cafetería donde se encontraban desayunando. Esa chica nueva era una monada.
—Yo ya tengo a Miranda.
—Y yo a Carter, y con lo celoso que es de su trabajo va a pensarse que quiero reemplazarlo por esa niña de papá.
Jack levantó el brazo para llamar a la camarera, que recorrió la barra a toda prisa y fijó sus ojos de gata en el rostro de Lewis—. Me pone una berlina rellena de crema para llevar. —En cuanto la guapa camarera se retiró, Jack miró a Lewis—. La he llamado yo, ¿por qué te miraba a ti?
—Yo soy más guapo. —Lewis volvió a sonreír a la camarera, que no le quitaba el ojo de encima mientras metía la berlina en una bolsa de papel—. ¿Vas a comerte eso? ¿Sabes las calorías que lleva? Es una bomba energética. —Lewis habló con desprecio.
Jack miró molesto a su amigo y negó con la cabeza.
—Es para Miranda.
Lewis suspiró teatralmente con los ojos en blanco y dijo:
—Entiendo.
—Si no le llevo azúcar me cuelga de los huevos —explicó.
—¿Desde cuándo tu secretaria tiene ese poder sobre ti? —se rio Lewis, sin apartar sus azules ojos de la camarera.
—Desde el primer día que la vi.
—Pues como siga comiendo berlinas, no vas a ver otra cosa que no sea ella.
—Ese comentario es cruel y lo sabes.
—Venga, va, Jack, no te me cabrees. Sabes que estoy de broma.
Su amigo cerró los ojos y suspiró hondo.
—Eres incorregible. Y volviendo al tema que nos ocupa. La hija de Albert Johnson se incorpora mañana. Así que ve haciéndote a la idea.
—Me hago a la idea, pero sigo sin entender por qué no puedes hacerte tú cargo de ella.
—Ya te lo he dicho, Miranda no se tomaría bien que pusiera otra mujer a mis órdenes.
Lewis entornó los ojos.
—Está bien, pero serás tú quien se lo diga a Carter.
—Trato hecho —respondió extendiendo la mano para cerrar el acuerdo.
—Y me deberás un favor —añadió, tomando la mano de su amigo y sacudiéndosela con brío.
—Ya te estás pasando. No te estoy pidiendo tanto y piénsalo bien, ahora tendrás dos asistentes por el precio de uno. ¿Qué más quieres, hombre?
—Que me toque la lotería.
—En eso no puedo ayudarte, pero estoy seguro de que esa chica no será tan inútil como piensas.
—Como bien dices, si sabe hacer fotocopias me daré por satisfecho. Aunque ya que está, tal vez podría hacerme algunos recados y traerme café al despacho… —hizo un alto reconsiderándolo— aunque, eso mejor no, me privaría de las bonitas vistas de esta cafetería. De nuevo concentró los ojos en la camarera, que en ese momento estaba atareada preparando unos pedidos para unos escandalosos clientes. Como si notara los ojos de Lewis clavados en su perfil, volvió el rostro y esbozó una leve sonrisa.
—No te pases. Es la hija de Albert, no podemos esclavizarla.
—No he dicho que vaya a hacerlo, solo que ya que estará a mi entera disposición, me aprovecharé de la situación —afirmó apurando el café.
—Prométeme que la tratarás bien.
—Tienes mi palabra. —Jack entornó los ojos con desconfianza—. Si tanto te preocupa cómo la vaya a tratar, insisto que te hagas tú mismo cargo de la niña.
—De eso nada. Te toca a ti cargar con este marrón.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Seis meses como mucho, hasta que empiece el máster.
Lewis arqueó las cejas y consideró:
—Ah, entonces puede que no sea tan inútil después de todo. ¿Y qué estudia?
—Solo tú has dicho que lo sea. Por lo visto la chica es un cerebrito.
—¿Y si es un cerebrito por qué necesita que su padre la enchufe en nuestro bufete?
—Pues eso no te lo sé responder. Tendrás que preguntárselo tú mismo mañana.
—Estoy deseándolo —ironizó Lewis, levantando el dedo para llamar a la camarera, que de nuevo se acercó a los dos socios a toda velocidad—. Me da la cuenta y su teléfono.
—¿Cómo dice, señor? —preguntó ella sorprendida.
—La cuenta, por favor —dijo Lewis, obviando esta vez la segunda parte de su petición. Si esa guapa camarera quería algo con él, acababa de perder la oportunidad. No le gustaban las mujeres que iban de mojigatas sin serlo.
—Menudo cabrón estás hecho. —Jack observó marcharse a la camarera por el rabillo del ojo—. No acabo de entender tu éxito con las mujeres.
—Les doy lo que quieren —aseguró malicioso.
—¿Las mujeres quieren que se las trate mal? —se burló su amigo.
—No exactamente —respondió—. Y dime, ¿cómo se llama esa chica?
—Heather.
—Así que Heather Johnson. Muy bien.
Jack se echó a reír, negando con la cabeza.
—Pensaba que te referías a la nueva camarera.
—No, me refiero a la niñata que me has endosado los próximos meses.
—La hija de Albert Johnson se llama Genevieve, y no es ninguna niñata.
¿Genevieve Johnson? Escuchar ese nombre de nuevo tras tantos años lo sacudió por dentro y Lewis se quedó pasmado de repente. Podría ser una mera casualidad y que la hija de Albert solo se llamara igual que la Gene con la que estuvo saliendo un par de meses en el verano del 2.008, pero algo en su cabeza le decía que esas probabilidades eran tan raras como que te tocase la lotería. Debía indagar un poco más para cerciorarse.
—¿Y qué edad tiene? —preguntó para acortar posibilidades.
Jack lo miró dándole un par de vueltas en la cabeza.
—Calculo que unos veinticinco —dijo al cabo de unos segundos.
Blanco y en botella. Era ella. Sin duda. Pues se iba a enterar. La idea de tener que lidiar cada día con una becaria no era santo de su devoción, pero que la becaria en cuestión fuera Genevieve Johnson cambiaba mucho las cosas. Podría ser incluso divertido. Lewis sonrió para sí mismo.
—¿Voy bien así? —Gene le preguntó a su amiga Sarah, plantándose ante ella con el atuendo que había elegido para su primer día en Lefkowitz y Maddox Asociados.
Su amiga la observó desde el sofá, dejando sobre la mesa el tazón de leche con cacao que estaba desayunando, y frunció la nariz.
—Podrías haberte maquillado un poco. Estás más blanca que Casper.
—Voy a trabajar, no a ligar —le repuso seria.
—Que vayas a trabajar no te impide ir guapa.
—Quiero parecer una mujer profesional.
—Eso lo tendrás que demostrar.
—Tengo mucho que demostrar —aseguró, abriendo el frigorífico para servirse un vaso de zumo de pomelo—. Deben pensar que soy un parásito.
—¡Venga ya!, ¡¿solo porque tu padre les pidió que te contrataran?! No eres ni serás la primera enchufada de la historia. El mundo laboral está minado de enchufes y las ayuditas siempre son buenas para empezar. ¿Cómo pretenden que tengamos experiencia si no nos contratan porque no la tenemos? ¡Es una incongruencia total! Además, eres una chica lista y estoy segura de que enseguida te harás de valer. Vas a sorprenderlos, ya verás.
—No tengo ni idea de leyes, no sé cómo a mi padre se le ocurrió la idea de meterme en un bufete —dijo Gene mordiéndose el labio con peligro de hacerse una herida mientras se servía el zumo.
—Ni falta que te hace, vas a ser secretaria. Así que, anímate, mujer. Estoy segura de que lo vas a hacer genial.
—Estoy muy nerviosa —dijo y se llevó a la boca el vaso de zumo con tal ansia que parte del contenido se le derramó encima de la blusa blanca, empapándole el cuello y las solapas. Cogió un trozo de rollo de cocina y trató de secarse el estropicio—. Lo que me faltaba. Ahora además apestaré a pomelo.
—Es normal que estés nerviosa, es tu primer día —apreció Janice entrando en la sala con un suéter negro ajustado y unos pitillos blancos que le quedaban de maravilla a sus finas formas— y vas vestida como para un entierro. ¿Por qué no te pones algo más cuco?
Gene consultó su reloj de pulsera y negó con la cabeza.
—No me da tiempo. Tengo que estar allí a las ocho y, si no salgo ya, perderé el autobús y llegaré tarde en mi primer día. Bonita presentación: tarde y con la blusa llena de manchurrones de pomelo.
—Toma, ponte mi suéter —dijo Janice, quitándose el jersey que llevaba puesto y ofreciéndoselo con una sonrisa—, y píntate un poco con colorete al menos, parece que te han dado un susto.
—De acuerdo —aceptó Gene, empezando a desabrocharse la blusa mientras se dirigía a toda prisa hacia el baño para coger su pequeño neceser de básicos—. Aquí está —dijo al salir, agitándolo en el aire ante sus dos amigas—. Deseadme suerte, chicas.
—Mucha suerte, Genevieve —corearon ellas al unísono—. ¿No te olvidas de algo? —añadió Sarah tapándose la boca con la mano.
—¿El qué? —Las observó reírse a las dos desde la puerta.
Entre risas, Janice le lanzó desde el sofá a Gene el suéter.
—Porque me caes bien, si no te dejaba salir a la calle en sujetador —se burló.
Las carcajadas de sus amigas la persiguieron hasta que cerró la puerta. Cuando se dio la vuelta se encontró con los ojos abiertos de par en par de su vecino y casero, el señor MacDermot.
—Buenos días —lo saludó Gene con un aire muy formal mientras se embutía dentro de aquel jersey una talla más pequeña que la suya. Casi que hubiera sido mejor presentarse en el bufete con su blusa llena de manchas que con los pechos a punto de estallar en aquella minúscula prenda.
—Y tanto —respondió él, esbozando una sonrisilla maliciosa—. Estamos a primeros de mes y te recuerdo que aún no me habéis pagado el alquiler.
—Lo sé, señor MacDermot, y créame si le digo que lo siento. Mañana mismo se lo ingresaremos en la cuenta.
—Eso espero, porque la cantidad es ridícula tratándose de Edimburgo y hay muchas jovencitas en la calle esperando que os eche a la calle para entrar.
—Lo sé y le agradezco mucho la generosidad que tiene con nosotras. De verdad, muchas gracias —aseguró Gene, notando que el hombre no despegaba los ojos de su delantera, ahora cubierta con el jersey de Janice. Era un viejo verde que se dedicaba a espiar a sus inquilinas a través de las ventanas del patio de luces—. Perdone, pero llevo un poco de prisa —dijo, apartándolo a un lado para salir escapando escaleras abajo.
Mientras bajaba los escalones de dos en dos se dijo que tenía que mandarle un mensaje a su padre y pedirle que le ingresara la asignación mensual. Aunque le había encontrado un trabajo, no cobraría hasta final de mes y eso era una gran contrariedad. Seguiría dependiendo de la gratitud paternal hasta el mes siguiente, y ¿cuánto iba a cobrar? Su padre no se lo había dicho, pero suponía que no mucho, pero al menos ese no mucho era mejor que nada y engrosaría su currículo, que se ceñía a un sinfín de cursos empresariales y ninguna experiencia laboral.
A pasos rápidos se dirigió hacia la parada del autobús, el bufete estaba en el distrito financiero y si no se daba prisa iba a llegar tarde.