6

Gene se despidió de Mark en la puerta de su edificio de Queen Charlotte Street, con un par de besos en las mejillas y la promesa de quedar pronto.

—Me lo he pasado muy bien —dijo él mirándola con intenciones de algo más.

—Y yo. Aunque me temo que no he estado demasiado habladora. Lo siento —se excusó con la mirada gacha.

—No importa. La próxima vez será mejor y te llevaré a cenar a un sitio estupendo que conozco.

—Eso sería genial —dijo ella introduciendo la llave en la cerradura, dándole a entender que aquella cita había llegado a su fin.

—Te llamaré —afirmó él.

—Muy bien. —Gene le sonrió complaciente antes de cerrar la puerta. Mark era un chico muy agradable, y no le importaba volver a quedar con él, aunque solo fuera en calidad de amigos. Pese a su simpatía e inteligencia no le había estimulado ningún tipo de anhelo en el pecho y no confiaba que pudiera provocárselo en el futuro.

No era muy tarde, con suerte sus amigas todavía estarían levantadas y podría contarles los pormenores de aquel horrible día.

Al abrir escuchó sus risas desde el salón. Por lo visto se encontraban las dos despiertas viendo algo en la televisión.

—Buenas noches, chicas —dijo irrumpiendo en el salón.

—A buenas horas llegas. ¿Has estado trabajando hasta ahora? —Janice consultó la hora en su móvil.

—No, pero conocí a un chico en el parque y me invitó a cenar.

—Oye, ¡qué bien! —dijo Sarah—. En tu nuevo trabajo tienes tiempo de ir al parque y ligar. ¡Eso es jauja! —añadió soltando una carcajada.

—En realidad no es un trabajo de verdad. Soy la nueva becaria con todo lo que eso implica, y el chico del parque y yo no hemos conectado —dijo Gene mordiéndose los labios.

Janice levantó las cejas.

—¿Y qué implica ser becaria?

—En primer lugar, que voy a trabajar como una esclava por una cantidad mísera, cantidad que todavía no sé, y, en segundo lugar, que mis tareas son más las típicas de una sirvienta que las de una asistente de abogado —explicó tomando asiento entre las dos—. Ha sido horroroso y mi jefe es un déspota sin modales.

—¿No era el amigo de tu padre? —preguntó Sarah envolviéndole los hombros con el brazo en actitud protectora.

—Sí, pero él se ha prejubilado y ya no dirige el bufete, sino su hijo y un socio. Y yo tengo que trabajar para su socio, y ahí está el problema más gordo. Ese tipo es insoportable y además me odia —explicó sintiendo que las lágrimas le pedían paso para salir a borbotones de sus ojos.

—Pero, Gene, ¿qué ha pasado? ¿Por qué te odia tu jefe? No lo entiendo. Si te acaba de conocer.

—Es que no me acaba de conocer. Me conoce muy bien —dijo hecha un mar de lágrimas. Le caían sin freno mientras se las iba secando con el dorso de la mano—. ¿Te acuerdas de Lewis Maddox? —le preguntó a Sarah entre hipidos.

—Claro. El desgraciado ser que te desvirgó a los dieciséis años y luego te dejó más tirada que una colilla a la salida de un pub.

—Pues es él. Lewis Maddox es mi nuevo jefe y me odia. No sé por qué, pero me odia, me guarda un rencor inhumano y me las va a hacer pasar canutas, y encima a cambio de un sueldo ridículo. Se ha comportado conmigo de un modo cruel y me ha hecho sentirme su chacha, y yo no soy la chacha de nadie —explicó hecha un mar de lágrimas—. Estoy pensando que no voy a ir mañana y decirles que lo dejo. No estoy dispuesta a que me humille durante los próximos meses. Creo que esas son sus intenciones y no creo que pueda soportarlo.

—No sé quién ese tal Lewis Maddox ni el daño que pudo hacerte —intervino Janice, pasándole un pañuelo de papel a Gene, que la miró agradecida—. Pero pienso que alguien que después de tanto tiempo sigue albergando tal cantidad de resentimiento en el cuerpo hacia una persona es porque esa persona le importa de algún modo.

—Le importo para mal —apreció Gene mirándola acongojada.

—No lo creo. Sabes que el odio no es lo contrario al amor, sino la indiferencia. Y si ese tipo te odiara no sé comportaría así. —Janice hizo un suspense dramático mirando con los ojos entornados hacia la pared. Las dos amigas esperaron que siguiera hablando—. Creo que le gustas.

—¿Le gusto? —dijo Gene incrédula.

—Sí, le gustas, en el fondo le gustas mucho, Gene.

—No lo creo.

—Yo sí, y sabes lo que creo que sería genial —volvió a instaurar otra pausa dramática—. Que volvieras mañana allí y lo volvieras loco.

—¿Qué insinúas?

—Que te lo ligues, que te lo cameles, que le pongas ojitos —explicó moviendo las manos en el aire pestañeando sin parar.

—No pienso hacer eso.

—Enamorarlo y vengarte —añadió Janice.

—¿Insinúas que el hecho de enamorarse de mí es una venganza?

—No, no seas boba. Insinúo que partiendo de la base de que le gustas, si lo enamoras, luego puedes darle la patada.

—Eso es demasiado mezquino —repuso Gene cruzándose de brazos.

—¿Pero no dices que te trata tan mal? Chica, aclárate.

—Sí lo hace, pero está como despechado conmigo. Ha insinuado que yo tuve la culpa de que me dejara tirada, no entiendo nada.

—Pues entonces más razón para vengarte dos veces —intervino Sarah que había observado la conversación en segundo plano.

—Sarah, ¿tú también?

—Sí, ¿por qué no? Por una vez podríamos ser las malas de la película, ¿no crees?

—Estáis locas —les dijo Gene con una sonrisa a punto de dibujarse en su cara.

—Te estamos convenciendo, lo veo en tu cara —comentó Janice esperando un sí por respuesta.

—Bueno, ¿y cómo se supone que tengo que conquistarlo si me odia tanto?

—Veamos una película en Netflix, seguro que hay muchas que nos pueden dar buenas ideas —comentó Sarah agarrando el mando de la televisión.