Gene decidió ir a visitar a sus padres, aunque Janice y Sarah intentaron convencerla de que harían algo entretenido ese fin de semana para ayudarla a olvidar aquel incidente. Pero Gene necesitaba la tranquilidad de su hogar y los mimos de su madre, que supo reconocer enseguida que a su hija le pasaba algo con solo mirarle la cara. Aunque Gene no estuvo dispuesta a contarle la verdad de lo sucedido, y solo le indicó que estaba estresada en el trabajo y necesitaba un respiro y salir de la ciudad.
Su decisión había sido acertada, pues volvió con las ideas más claras y la esperanza de poder tener una conversación con Lewis que apaciguara un poco la imagen que se había creado de ella.
Cuando llegó a casa ese domingo por la tarde, las chicas la estaban esperando con una gran pizza cuatro quesos, su favorita, y una botella de vino rosado. No quisieron sacar el tema, sabían que Gene habría colmado la mente de esos pensamientos y había que distraerla con otra cosa, así que Sarah les contó algunos detalles de su misteriosa relación con Luke, un hombre que le quitaba el sentido a golpe de caderas, hasta que el cansancio pudo con ellas.
El lunes llegó inevitablemente, y Gene se levantó con el estómago revuelto. El vino y la pizza que tan bien le sentaron por la noche, habían hecho un amasijo junto a los nervios y tenía el cuerpo para el arrastre. Sin embargo, se arregló especialmente bien con unos pantalones pitillos grises y una blusa blanca sin mangas, algo informal pero con estilo. No quería mostrarse débil o abatida frente a Lewis, eso le restaría credibilidad y ella quería ir con la verdad por delante. Debía cerrar ese capítulo de su vida, por ella y por Lewis. No quería ser la causante de aquella inestabilidad mental que atormentaba a Lewis y le hacía a ella la vida menos agradable.
—Buenos días, Gene, bonita blusa —le dijo Liza nada más verla. Aquella mujer y Gene habían hecho buenas migas.
—Gracias, Liza, ¿qué tal tu fin de semana?
—Cansado, tengo algunas cosas en la cabeza y he estado haciendo números e intentado aclarar mis ideas.
—¿Problemas financieros? —preguntó Gene.
—No, son otras cosas que ya te contaré a su debido tiempo —respondió posando la mano en la de Gene.
—Claro, lo entiendo, Liza.
—Pasa un buen día, pronto será tu gran estreno.
—No me lo recuerdes que me pongo más nerviosa.
—Todo saldrá genial, confiamos en ti.
Liza y Carol eran las personas más encantadoras del bufete, habían acogido a Gene muy bien desde el primer momento, a diferencia de Carter con el que había tenido poco trato y ni siquiera le dirigía la palabra. Seguramente era conocedor de la historia entre Lewis y ella en el pasado y, fiel a su jefe, había interpuesto una barrera entre ambos. Con Miranda estaba la cosa también algo tensa y se limitaban a saludarse levantando las barbillas cuando se cruzaban por las oficinas.
Entró en el pequeño despacho que le habían habilitado para sus funciones la semana anterior, dejando libre la sala de juntas a disposición de los abogados. Repasó la agenda para arreglar los últimos detalles antes de la gran presentación en la Summer Fest. Tan solo quedaba una semana y no había pensado en un eslogan para la valla publicitaria.
El señor O’Toole no había reparado en gastos, quería que se hiciera todo lo preciso y necesario ese día, y Gene tenía que ofrecerle el mejor servicio sin error alguno.
—¿Te interrumpo? —dijo alguien llamando con los nudillos a la puerta aunque estuviera abierta.
—¡Jack! No sabía que habías vuelto, tienes mejor aspecto —dijo levantándose con una gran sonrisa de recibimiento.
—Sí, supongo que no podía alargarlo más. Ya no tiene mucho sentido. Y, además, tenemos que disimular, ella no debe saber en ningún momento que la estamos investigando. Es duro, pero hay que hacer de tripas corazón si queremos pillarla.
—No, es lo mejor.
—¿Has podido hablar con Lewis? —preguntó él cambiando de tema.
—Todavía no, no lo he visto en toda la mañana.
—Quizá a la hora de comer sea un buen momento, deberías llamarlo a su despacho, su extensión es la 12.
—Gracias por recordármelo, creo que me la sé —rio Gene—. Te agradezco la sugerencia, pero no estoy muy segura.
—Debes hacerlo, por vosotros y por el bien del bufete.
—Tomaré nota de ello, me alegra mucho de verdad verte por aquí.
—¿Sigue en pie lo de esta noche?
—Por supuesto, tengo muchas ganas de pillarla.
—Luego nos vemos, y piensa en lo que te he dicho.
—Descuida.
Por mucho que trató de no pensar en lo que le había dicho Jack sobre quedar con Lewis fuera del bufete para hablar, no podía quitárselo de la cabeza, era como un clavo, molesto y doloroso. Hacia las diez miró el teléfono, mordiéndose la uña del pulgar, pensando en cómo podría iniciar la conversación, tal vez un «hola» distendido y natural fuera lo más adecuado. Tenía puesta la mano sobre el auricular, a punto de levantarlo, cuando el teléfono empezó a sonar. En el panel pudo ver que era una llamada desde la extensión 12, y se puso nerviosa. Era Lewis. Soltó un largo suspiro tratando de calmarse, pero no lo consiguió, luego descolgó y dijo:
—¿Sí?
—Buenos días, Gene. Soy Lewis. —Por su voz ella percibió que él estaba tan nervioso o más que ella.
—Buenos días, Lewis. ¿Querías algo?
—Comer contigo, si te apetece, claro. No es ninguna orden.
Gene no pudo evitar esbozar una sonrisa y dijo:
—Claro. ¿Es por algún asunto de trabajo? —preguntó para atormentarlo un poco, ya que suponía que aquella cita no tenía nada que ver con el trabajo.
—Eh… —Lewis al otro lado de la línea tragó saliva incómodo, Gene se lo estaba poniendo difícil aun sabiendo los sentimientos que él albergaba hacia ella, pero quizá se lo merecía. Se había comportado como un energúmeno—. No, no es por trabajo —recalcó—. ¿Te parece que nos veamos luego en Earthy a la una? —le propuso, no quería demorar la conversación ni un solo día más.
—Perfecto —dijo Gene, preguntándose por qué no podían ir los dos andando desde el bufete, pero tal vez Lewis no quería que los vieran salir juntos.
—De acuerdo.
Tras retocarse el maquillaje en el aseo y adecentarse el pelo, salió al vestíbulo, donde Carol estaba comiéndose un sándwich, se acercó a ella y le preguntó:
—¿Ha salido ya el señor Maddox?
La recepcionista asintió con la cabeza y, tapándose la boca, farfulló:
—Hace más de dos horas. Tenía que ir a una cita con un cliente. ¿Quieres que le deje una nota para cuando vuelva?
—No, gracias, Carol. Ya hablaré con él. No era nada importante.
—Muy bien. ¿Te vas? —dijo señalándole con el dedo el bolso colgando del hombro, antes de darle otro bocado a su sándwich.
—Sí. He quedado con unos clientes.
Carol sonrió y terminó de masticar el bocado.
—Ahora eres muy importante, Gene.
—Qué va —le repuso ella riendo—. Algún día podríamos salir juntas a comer.
—¿Sí? —dijo feliz—. Eso me encantaría. Muchas gracias.
—No hay de qué. Somos amigas.
—Claro, amigas.
—Bueno, me voy, que llego tarde a mi cita.
—Mucha suerte con esa cita. —Carol le guiñó el ojo.
—Gracias, la necesito —respondió ya encaminándose al ascensor.
Recorrió a buen paso las pocas manzanas que había hasta Earthy, pero aun así llegó cinco minutos tarde. Enseguida vio a Lewis, sentado en una mesa del rincón, vestido con una americana azul oscuro y corbata, aunque con el nudo flojo, algo que le restaba un poco de seriedad. Encima de la mesa había una copa de vino tinto. Estaba hablando por el móvil mirando hacia la mesa con gesto serio, pero cuando levantó la mirada y vio a Gene se le iluminó la cara. Con un ademán, la invitó a acercarse, mientras se levantaba para saludarla, dejando el móvil sobre la mesa.
—Hola, Gene. —La miró desde su posición, considerando si debía besarla en la mejilla o darle la mano. Finalmente optó por esto último.
Gene miró su mano extendida y la aceptó, pensando que, a juzgar por aquel gesto tan formal, aquello parecía más bien una cita de trabajo.
—Hola, Lewis. ¿Cómo estás?
—Bien. Siéntate —le pidió señalando la silla de enfrente con la mano.
—¿Mucho trabajo? —dijo ella para romper el hielo.
—No tanto como me gustaría. Limpiar la imagen del bufete tras lo de Collins está siendo demasiado duro, pero —chasqueó la lengua— lo conseguiremos. Y más ahora —añadió incómodo y algo avergonzado— que vamos a destapar a Miranda. Siento no haberte creído —se enfrentó con los ojos de Gene, que eran los ojos más bonitos que había tenido el placer de contemplar en la vida—. Soy un idiota, Gene. El más idiota del mundo. No quise escucharte cuando viniste a prevenirme sobre ella, porque estaba dolido y enfadado contigo por… —hizo un vaivén de manos sobre la mesa—… por lo que pasó hace mil años. Éramos unos críos y cuando uno es así de joven hace muchas tonterías. Yo me comporté como un autentico capullo y lo sigo haciendo a dí…
El camarero se acercó y le preguntó a Gene qué quería beber. Ella le pidió otra copa de tinto para acompañar a Lewis, que lo estaba mirando con el ceño fruncido por su inoportuna interrupción. Gene se lamió el labio inferior y centró de nuevo los ojos en Lewis que volvía a ser de nuevo ese chico amable y cariñoso que conoció en la isla de Skye y, animándolo a seguir, dijo:
—¿Decías, Lewis?
Él la miró y tomó aire, le estaba costando mucho sincerarse, pero era necesario si quería que ella lo perdonara y le diera una segunda oportunidad. Y Lewis quería que ella lo perdonara y le diera una segunda oportunidad. Lo había querido incluso antes de saber la verdad sobre Mathew Anderson. Jack se lo había contado el sábado cuando Lewis fue a su casa arrepentido y avergonzado por su mal proceder, tanto con él como con Gene.
—Y lo sigo haciendo —retomó la frase—. Lo sigo siendo, Gene. Todo el tiempo. Un gilipollas de manual. Ni siquiera entonces, aun pensando que tenía razón, debí portarme así contigo. Te dejé sin más. Te dije que no quería verte nunca más y que te olvidaras de mí, sin darte oportunidad a explicarte. —Lewis bajó la mirada, pesaroso. Había sido un completo idiota. Orgulloso. Prepotente. Lo sabía y no se sentía orgulloso de su proceder, pero como siempre le había sobre podido la cólera. Esa cólera instantánea que se instalaba en el centro de mandos de su cuerpo y que arrasaba con todo—. Te odié mucho, Gene, sin tú merecerlo. Durante mucho tiempo fuiste el centro de mis pensamientos más oscuros y me arrepiento. Porque incluso siendo verdad lo de Mathew, tampoco merecías la inquina que te prodigaba. Dije muchas cosas de ti horribles. Imperdonables, pero espero que tú puedas perdonarme. Si no hoy, algún día. Pronto —dijo esbozando una leve sonrisa—. ¿Podrás, Gene? ¿Podrás, Gene, perdonarme?
Ella lo estaba mirando alucinada y estupefacta, por sus palabras no solo parecía estar al corriente de lo que verdaderamente había sucedido en la isla de Skye, sino que además Lewis parecía estar completamente enamorado de ella, aunque no lo había dicho con esas palabras en ningún momento. Sonrío, devolviéndole la sonrisa, y dijo:
—Creo que podría perdonarte, Lewis. De hecho —hizo una breve pausa para tomar aire—, creo que ya te he perdonado.
Él sonrió aliviado y alargó la mano para posarla sobre la de Gene, que descansaba al lado de la copa de vino. El camarero la había dejado sobre la mesa discretamente en el curso de la declaración de Lewis sin atreverse a interrumpirlo esta vez. Pero ella la retiró, rechazando el contacto, y la sonrisa de Lewis se desdibujó de golpe. Ambos tomaron las copas y les dieron un largo trago, ganando tiempo.
—¿Entonces? —preguntó él.
Gene se encogió de hombros y respondió:
—Nada más de momento. Te perdono, eso sí, pero necesito tiempo para pensarme lo otro. No sé si quiero darte otra oportunidad. Ahora soy yo la que no se fía de ti. Me cuesta reconocerte, Lewis. Has cambiado mucho desde la isla de Skye, y no sé si me gusta el hombre en el que te has convertido.
—Te entiendo. Tómate el tiempo que necesites —dijo él, sintiéndose muy incómodo. Aún no habían pedido la comida y ya se habían dicho todo lo que necesitaban hablar. ¿Y ahora qué? Miró a Gene que, delante de él, miraba su copa fijamente, sintiéndose tan incómoda como Lewis.
—¿Te importa si me voy ya? —preguntó ella, como si le hubiera leído el pensamiento. Estaba tan nerviosa que dudaba pudiese comer algo—. Acabo de recordar que tengo que estar a las dos y media en el despacho —se explicó con una mueca de disculpa, pero Lewis supo que solo era una excusa para irse.
—No. Claro que no.
—Lo siento —dijo Gene, levantándose de la silla y colgándose el bolso del hombro—. ¿Nos vemos luego?
—No sé si volveré esta tarde —mintió él.
—Está bien —dijo ella y se despidió con un gesto de la mano.
Lewis la siguió con la vista hasta que vio su figura desaparecer por la puerta del restaurante, luego le hizo una señal al camarero y pidió la cuenta.