1

—Qué guapa te has puesto. ¿Dónde vas? —le dijo Sarah Morgan a su amiga y compañera de piso, Janice Stone, cuando la vio entrar en el salón con aquel vestido negro tan elegante.

—He quedado con Jack. Quiere que cenemos con Gene y Lewis.

—Y por la cara que pones deduzco que no te apetece.

—Evidentemente no, no por Gene a la que, por cierto, casi no le vemos el pelo por casa. —Gene Johnson era su otra compañera de piso, además de amiga.

—Está enamorada, es normal.

—Lo sé, pero no me fío de Lewis.

—Debes quitarte esa manía de encima, Gene es feliz —le dijo Sarah.

—Y me alegro por ella, no me malinterpretes, pero es mi amiga y me asusta que vuelvan a hacerle daño.

—Ya llevan tres meses saliendo y no hay indicios de nada raro, no debes preocuparte. Yo no lo hago.

—Tú eres la más ingenua, no te ofendas.

—No me ofendo, yo siempre estoy del lado del amor.

—Pues en nombre del amor tienen algo que contarnos —afirmó con el ceño fruncido.

—¿Gene y Lewis?

—Sí, espero que no esté embarazada.

—No lo creo, igual quieren casarse.

—¡¿Tan pronto?! —exclamó Janice.

—Yo que sé, a veces se hacen locuras por amor, como aquello del globo. Gene dijo que a Lewis le temblaba todo el cuerpo.

—He de reconocer que aquello fue bonito. Lástima que nos lo perdiéramos.

—Eres malvada —dijo Sarah a sabiendas que Janice hubiera dado un ojo por ver el miedo instaurado en Lewis.

Janice seguía dudando de las intenciones de Lewis Maddox, era demasiado protectora con su amiga Gene, y aunque esta le hubiera repetido por activa y por pasiva que Lewis era un buen hombre no acababa de creérselo. Sin embargo, de lo que sí estaba segura era de que Jack Lefkowitz era un firme candidato a formar parte de su corazón.

La relación había empezado hacía ya tres meses y se había afianzado de forma pausada y sin ningún altibajo. Jack era atento, siempre estaba pendiente de ella, nunca hubo un mal gesto por su parte y eso a Janice le agradaba. Ella era una mujer temperamental, de esas que no aguantan cualquier cosa y de las que sueltan las verdades y algunas barbaridades sin filtro alguno.

Compaginaba los estudios y un trabajo de camarera en una cafetería en el Old Town de Edimburgo con las prácticas en un hospital, y pronto se convertiría en médico residente. Ese carácter suyo bien le vendría para sobrellevar la dura profesión.

Janice parecía una mujer frívola, pero en el fondo había un corazoncito capaz de crear bellos sentimientos y empatizar con algunos pacientes. En las últimas semanas había conocido a Ben, un chico de su misma edad, que había acudido aquejado de unos dolores en la espalda y al que había mandado hacer unas pruebas, preocupada de que aquello fuera algo grave más allá de una lumbalgia. Ben hablaba con entusiasmo de sus planes en la vida y era por ese tipo de cosas que a Janice se le agriaba el carácter a veces, pero Jack sabía calmarla como nadie. Era el compañero perfecto para ella.

Jack llegó puntual y juntos llegaron a Purslane Restaurant. Él la estaba malcriando, era un hombre de gustos caros, podía permitírselo, pero Janice era de otra pasta, no le gustaban las ostentaciones y abogaba por gastar el dinero en causas más nobles como la caridad. Aun así, aguantaba con resignación aquellos buenos restaurantes y era la primera en terminarse la primera copa de champán, no estaba en sus planes hacerle un feo a su novio, no lo merecía.

—Dichosos los ojos —le reprochó Janice a Gene cuando se hubieron sentado a la mesa.

—Me tiene secuestrada en su casa —dijo Gene entre risas.

—Veo que la cosa va en serio —comentó Jack—. Me alegro por vosotros.

—Muy en serio, amigo mío. He pedido a Gene que se mude definitivamente a mi casa.

—Vaya, eso es rapidez —comentó Janice con una falsa sonrisa.

—Podrías fingir que te alegras —la reprendió su amiga.

—Lo siento —sonrió esta vez más sinceramente—, me alegro mucho por vosotros.

—Lo vuestro tampoco es ninguna broma, Janice. Jack me tiene al corriente de todo —dijo Lewis apurando la copa de vino.

—Eso parece, pero no tengo previsto mover mi armario a su apartamento de momento —le replicó ella con una sonrisa.

—Algún día tendrá que ser, cariño —dijo Jack posando la mano sobre la rodilla de Janice.

—Algún día. —Sonrió Janice a Jack, cogiendo la carta del restaurante.

—Y ese día tendrás que llevar cuidado con la madre de Jack —dijo Lewis entre risas.

—¡Oye!, ¡¿qué tienes en contra de mi madre?! —le preguntó Jack, contrariado, a su amigo.

—¿No me negarás que es de armas tomar? —Lewis alzó las cejas divertido.

—No te lo niego, pero es una buena persona.

—No me asustas, Lewis —dijo Janice ladeando la cabeza—. A mí ninguna madre se me resiste, las ancianitas me adoran.

—Mi madre no es tan anciana, y seguro que le encantarás.

—Pero para eso falta mucho tiempo. Ahora quiero comer, me rugen las tripas —dijo ella estudiando la carta con detenimiento.

A Janice la idea de formalizar cualquier relación le suponía un verdadero agobio. Ella siempre presumía de ser la más moderna, la más independiente, pero en el fondo quería lo que todo el mundo quiere, tener el amor de su lado.

Desde que Jack había retomado su amistad con Lewis, amigo suyo desde la universidad y socio en Lefkowitz y Maddox Asociados, seguía muy de cerca la relación de Gene con Lewis. Su amiga ya no pasaba mucho tiempo en casa. Entre las clases del máster, el trabajo a tiempo parcial en el bufete de Jack y Lewis y ahora su relación más que establecida con Lewis,  apenas tenía tiempo libre y el poco que tenía no lo pasaba con sus amigas. Sentía que la estaba perdiendo por culpa de su novio, al que, por otra parte, no le tenía demasiada estima. No había podido quitarse de la cabeza todas aquellas cosas que le había hecho a Gene y todavía estaba en proceso de asumir que ella le hubiera perdonado todo entregándose por  completo. Janice era de naturaleza desconfiada y con Lewis no iba a hacer una excepción, no por el momento.

 

—Estos dos están muy enamorados, ¿no crees? —le dijo Jack a Janice mientras volvían a casa en el coche.

—Eso parece. Espero que tu amigo no la fastidie.

—No lo hará, hemos hablado mucho de eso. Me quise asegurar de que lo que sentía por Gene era verdadero.

—¿Y qué ha querido decir con lo de tu madre? —Janice le había estado dando vueltas a aquello.

—No le hagas caso, mi madre es una mujer de férreas convicciones, tradicional y algo estirada, pero es una buena mujer.

—No lo dudo, es una mujer judía y por lo tanto llevará su cultura muy arraigada.

—Mi madre no es judía, es escocesa de pura cepa, su apellido de soltera es McCan.

—Pensaba que eras judío cien por cien.

—Pues ya ves que no, aún hay muchas cosas que descubrir el uno del otro y espero poder conocerte como la palma de mi mano. A veces eres muy hermética.

—Si sabes que soy así de reservada es que ya me vas conociendo mejor.

—Así es, doctora Stone, y por eso me gustas tanto. Eres todo un misterio para mí.

 

Continuará en octubre…