Hicieron el trayecto hasta Edimburgo en completo silencio. Gene estaba molesta con Lewis por haberla llevado a esa granja hasta los topes de barro con la clara intención de fastidiarla, pero al mismo tiempo había notado tras el accidente un cambio importante en su actitud, que la tenía bastante descolocada.
—¿De verdad que estás bien? —volvió a preguntar él cuando salieron de la M8.
—Sí, me curaré en casa. Solo es un arañazo.
—¿Y el tobillo?
—El tobillo está bien. En cuanto llegue a casa me pondré un gel antiinflatorio y una venda compresora.
—¿No sería mejor ir a un médico?
—Ya te he dicho que no —dijo exasperada con él. Tanto interés y preocupación la tenían aturdida después de haberse portado con ella como una vil serpiente.
Cuando el coche se detuvo delante de la casa de Lewis, lo miró extrañada.
—¿Qué hacemos aquí?
—Voy a curarte, lo quieras o no. Me siento responsable de lo ocurrido.
—No tienes por qué. He sido yo, soy muy patosa y estos zapatos no han ayudado.
—Se te ha roto un tacón —apreció él mirando el pie desnudo de Gene. Se había quitado los zapatos durante el trayecto y envolvía con las manos el tobillo que se había lesionado en la caída. La pobre estaba hecha un desastre. El bonito vestido rajado en todo el lateral, las medias rotas y el barro manchándola de la cabeza a los pies.
—Lo sé.
—Te compraré unos nuevos. Parecen caros.
—Pero no lo son. Me los compré en Zara las rebajas pasadas. Una ganga. No te preocupes —le replicó en un tono antipático que Lewis no supo cómo interpretar. Estaba siendo amable con ella y Gene se comportaba como si la estuviera pisoteando.
—Insisto.
—Puedes insistir lo que quieras. Estamos fuera de horas de trabajo y no puedes obligarme a aceptarlos.
—Trato de ser amable —le repuso con una sonrisa tratando de congraciarse con ella, pero se lo estaba poniendo difícil.
—Y yo todo lo contrario por si no te has dado cuenta.
—Es evidente, pero no me harás cambiar de opinión —dijo abriendo la puerta mientras ignoraba sus protestas de que no pensaba dejarse curar. Maldita cabezota. No había cambiado mucho en ese aspecto—. ¿Puedes salir? —le preguntó abriéndole su puerta.
—La pregunta correcta es: ¿Quieres entrar? Y la respuesta es: no, no quiero.
—Venga, Gene.
—¿Ahora soy Gene?
—Siempre has sido Gene, tú insististe en lo de señorita Johnson.
—Porque tú me obligaste a llamarte señor Maddox, cuando nadie en el despacho te llama así, salvo Carol.
Lewis volvió la cabeza mirando hacia el final de la calle y suspiró hondo, armándose de paciencia.
—Está bien, puedes llamarme Lewis si quieres.
—Pues me da igual lo que quieras porque ahora soy yo la que no quiere llamarte Lewis y prefiero que sigas siendo el señor Maddox.
Lewis sonrió divertido. Podía llamarlo así si lo prefería, aquel formalismo le ponía bastante cachondo.
—Entonces yo te llamaré señorita Johnson también —afirmó.
—Me parece perfecto —dijo ella, apreciando esta vez lo bien que sonaba su apellido en boca de Lewis—. Mejor no. Llámame Gene.
—Me desconciertas —dijo Lewis sacudiendo la cabeza.
—¿Yo le desconcierto, señor Maddox? De verdad, quiero irme a casa.
—Gene, solo será un momento. Bajemos el hacha de guerra por unas horas, por favor. Venga, sal. Está empezando a llover. —Contrariado él sacudió la cabeza. Esa mujer era como un cubo de Rubik. Imposible de resolver incluso con el manual en la mano.
Aquel por favor sirvió para que Gene bajara la guardia y decidiera entrar en casa de Lewis. Pero no sin antes hacerse algo más de rogar. Gene se cruzó de brazos como una niña malcriada. Parecía que el plan no estaba yendo del todo mal. Ahí lo tenía, suplicando. Bueno, suplicando tal vez no, pero muy obstinado en hacerla entrar en su casa
—Sal, por favor. No me obligues a sacarte.
—Ahora ha estado mucho mejor, señor Maddox. Ese por favor saliendo de su boca me ha sabido a miel en la lengua —dijo sacando un pie del coche, pero, al apoyar el otro en el pavimento, el tobillo se le resintió, y no pudo evitar soltar un quejido de dolor.
—Espera, apóyate en mí —le pidió Lewis, envolviéndole la cintura con el brazo y casi levantándola en el aire.
En cuanto entraron en la casa, George, al verla se puso loco de contento y se mostró preocupado por ella lamiendo su herida de la rodilla.
—Veo que le gustas —apuntó Lewis cuando la vio acariciar la cabeza de su perro.
—Y él a mí, mucho más que su dueño.
—Supongo que George te lo ha puesto más fácil que yo.
—No lo crea, señor Maddox, también es bastante peleón —repuso Gene.
—Deberías darte una ducha. Te prestaré algo de ropa.
—No pienso ponerme su ropa, señor Maddox —protestó ella con una mueca de asco.
—Por favor, deja de llamarme señor Maddox, estamos en tiempo muerto, relájate un poco.
—Supongo que eso será una orden —dijo ella, mirándolo fijamente y provocando en Lewis una extraña sensación, aquella que hacía tiempo que no sentía al mirar a una mujer bonita.
—Es una sugerencia.
—Acepto la sugerencia si tú lavas mi ropa. Me quedaré el tiempo necesario hasta que esté lista y poder irme. —Obligar a Lewis a que le lavara la ropa era devolverle un poquito de su propia medicina.
—Trato hecho —dijo él con una sonrisa.
—¿Lo harás?
—Lo hará la lavadora. No pensarás que voy a lavártela a mano como en el siglo pasado.
Aquello hizo reír a ambos y el ambiente entre ellos se relajó. Lewis acompañó a Gene a la planta de arriba y le dio unas toallas antes de acompañarla a su dormitorio, donde se encontraba el baño.
—Tómate el tiempo que necesites. —Lewis dejó la mano demasiado tiempo sobre la de Gene, generando en ambos cierto nerviosismo.
—Gracias, Lewis. Eres muy amable.
Sus palabras quedaron flotando en el aire y sus ojos se encontraron, los labios de ella ligeramente abiertos.
—Ge…
—Si me dejas sola —le interrumpió ella. Se separó de Lewis comenzando a quitarse la chaqueta que él le había prestado y que ahora presentaba un estado tan lamentable como su propia ropa—. Dejaré las prendas aquí y podrás cogerlas cuando esté en el baño.
Él salió del dormitorio y se quedó plantado en el pasillo, la espalda apoyada sobre la madera de la puerta. Visualizó a Gene quitándose el vestido, el largo cabello acariciándole los hombros desnudos. Después se imaginó cómo se quitaba las medias y la ropa interior antes de meterse en la ducha. Vio la cortina de agua resbalando por aquellas curvas perfectas y su cuerpo suave y brillante por el jabón.
Colocó la mano en el pomo y tomó aire en busca de valor. No lo haría, se dijo. No entraría, pero tras contar hasta tres entró. Ella ya no estaba en el dormitorio. El montón de ropa sucia descansaba en el suelo junto a la puerta del cuarto de baño. Se quedó mirando la puerta cerrada, reprimiendo de nuevo sus deseos de entrar.
Para Gene estar en el cuarto de baño Lewis era traspasar los límites de la intimidad de un ser humano. Ya había estado en su casa antes para sacar a George, pero no había pasado del recibidor y la cocina, aunque hubiera podido explorar la casa a sus anchas, ella había querido respetar esos límites. Pero ahora todo parecía ser distinto.
Cerró la puerta y se apoyó contra la hoja, con todo el cuerpo tenso y presa de un cosquilleo. Quería darse una ducha, pero no sola. Quería a Lewis. Quería que él entrase, la empujase contra la pared y le hiciera el amor hasta agotarla. No sentía la menor culpa por desearlo. Él se había comportado como un cretino en el pasado y lo seguía haciendo hoy en día, pero su cuerpo lo anhelaba ajeno por completo a lo que su cabeza pensaba que era lo correcto.
Abrió el grifo y se metió dentro de aquella ducha de estilo moderno con mamparas de cristal templado. Dejó que el agua caliente cubriera todo su cuerpo y apoyó la frente en la pared cerrando los ojos, imaginando cómo hubiera sido su vida si él no la hubiera dejado tirada de aquella manera. Recordó aquellos tiempos felices en la isla de Skye junto a Lewis y cómo le hacía sentirse especial.
—¿Va todo bien? —escuchó al otro lado de la puerta.
—Sí, gracias.
—Te he traído ropa. ¿Estás visible?
—No, espera, salgo en dos minutos —respondió Gene.
El tobillo aún le dolía, se agarró al borde de la mampara y sacó la pierna derecha, cuando le tocó el turno a la izquierda se desestabilizó y cayó al suelo alertando a Lewis con su alarido, que no dudó en abrir y entrar para socorrerla.
Cuando la vio allí tendida, desnuda, a Lewis se le formó un nudo en la garganta. Gene era la criatura más bonita que había visto jamás, siempre le había parecido guapa, pero ahora era más que eso. Su cuerpo se había torneado y era toda una mujer.
—¿Estás bien? ¿Te has hecho daño? —preguntó intentando levantarla.
—¿Podrías darme una toalla? —le pidió Gene ruborizada.
—Sí, tranquila.
Lewis alcanzó la toalla y la cubrió con ella abrazándola al mismo tiempo, provocándole un deseo que no pudo controlar. Se aproximó a su cara con la respiración acelerada y la besó con furia, mordiendo sus labios, humedeciéndolos con su lengua y despertando los instintos de ambos.
—Esto no está bien —dijo de repente Gene, apartándose bruscamente.
—¿Por qué no? ¿Qué sucede?
—Eres mi jefe y además está Mark.
—¿Quién es Mark?
—Es mi novio.
—¿El mequetrefe del otro día?
—No lo llames así, él no te ha hecho nada.
—Me acaba de joder, creo que ha hecho bastante —dijo Lewis mesándose el pelo y cambiando el gesto.
—¿Eso es lo que crees, que Mark te ha fastidiado el polvo? ¿Eso es lo que siempre he sido para ti, un polvo?
—No sabes lo que dices —gritó.
—No lo sé, porque eres hermético. Cuando las cosas no se producen según lo planeado te enfadas y te alejas, sin tener en cuenta lo que pueda sentir la otra persona.
—Tú lo has dicho, cuando no se producen según lo planeado. Si tú… Si tú…
—Dilo… —Gene notó su voz vacilante—. ¿Si yo qué?
—Déjalo, será mejor que te vistas, te llevaré a casa.
—No será necesario, llamaré a Mark, vive cerca, creo que será lo mejor.
Gene se puso aquella ropa de mujer que inexplicablemente Lewis tenía en su casa. ¿Sería de Miranda? Poco le importaba en ese momento, quería irse de allí cuanto antes.
—Mark llegará en cinco minutos. ¿Me harás el favor de llevarme la ropa mañana al despacho? Yo te devolveré esta ropa de Miranda.
—¿Por qué crees que es de Miranda?
—Es tu novia, supongo que es de ella.
—Miranda no es mi novia —Lewis protestó crispado—. Te agradecería que no vayas diciendo eso.
—¿Tanto miedo te da decir abiertamente que tienes una relación? —inquirió Gene.
—No me da ningún miedo, pero Miranda no es mi novia, no es nada para mí.
—Entonces ella y yo estamos en igualdad de condiciones.
—La ropa es de Cora —quiso aclararle.
—¿De Cora? ¿Tu hermana Cora?
—Sí, de mi hermana Cora —respondió con aire cansino—. Se la dejó aquí la última vez que vino de visita.
—Hace mucho que no sé de ella —dijo Gene con cierta melancolía. Aquel verano en la isla de Skye, Cora había sido su amiga, y la culpable entre comillas de que ellos dos hubieran empezado a salir, tras retarla a que le pidiera un beso a su hermano, pero tras la repentina ruptura, habían perdido también todo el contacto.
—Supongo que debería disculparme por eso. Yo la obligué a no hablarte más.
Gene lo miró sin poder dar crédito, aunque era algo que había imaginado. Cora dejó de responder a sus llamadas tan pronto Lewis rompió la relación.
—Es lo último que me quedaba por oírte decir hoy. Igualmente dale recuerdos de mi parte.
—Lo haré.
Gene recibió un mensaje, después de leerlo, levantó los ojos y se concentró en el rostro de Lewis, que no había apartado la mirada de su persona, y dijo:
—Es Mark, me espera fuera.
Gene salió a la calle y ver a Mark allí le supuso un gran alivio. Aunque no era su novio de verdad disfrutaba de su compañía. Y no dudó en aprovechar que Lewis los observaba desde la ventana para pedirle que la besara.
—Bésame, Mark.
—¿Así, sin más, sin un hola? —dijo divertido.
—Sí, Lewis está mirándonos por la ventana, quiero que reviente de celos.