Cuando Gene llegó a Lefkowitz y Maddox Asociados tras una semana de supuesto reposo, Lewis ya estaba allí. Se había dejado la puerta del despacho abierta y ella lo vio sentado ante su escritorio concentrado en el monitor.
Dejó el bolso dentro del cajón de su mesa y se acercó a saludarlo.
—Buenos días, señor Maddox.
Lewis apartó la vista de la pantalla y la miró como si fuera un verdadero incordio.
—Buenos días, señorita Johnson. ¿Se encuentra mejor? —Le echó un vistazo a su tobillo para comprobar que no llevaba ya ningún vendaje.
—Muchas gracias por las flores y los bombones —dijo Gene rodeando el escritorio, contoneando las caderas sobre los altos tacones, hasta llegar donde estaba sentado Lewis y se sentó en el borde de la mesa. Lewis la siguió con la mirada e hizo una mueca de disgusto cuando vio que le pisaba unas demandas recién impresas con el trasero.
—Podría haber respondido a mis llamadas —le reprochó tratando de tirar de los documentos atrapados entre las firmes nalgas de Gene y la mesa.
Ella sonrío y levantó un poco el pompis, ofreciéndole una vista sexy de la longitud de su espalda hasta su redondeado trasero, perfectamente contorneado en aquel vestido color crudo de corte recto y que se le ceñía a la carne como una segunda piel. No le pasó desapercibida la mirada de deseo de Lewis deteniéndose más de lo decoroso en sus posaderas. Sonrío para sus adentros mientras él apartaba los documentos a un lado y volvía a centrar los azules ojos en ella.
—No hacía falta que se molestara tanto por mi salud, pero gracias por el interés.
—Ya veo que está por completo recuperada. ¿Esos tacones no podrían resultar un poco peligrosos para un tobillo recientemente lesionado?
—El doctor Brady me dijo que ya podía hacer vida normal, y aquí estoy, para servirle, señor Maddox.
—¿Para servirme? —Lewis levantó escéptico una ceja.
—Por supuesto, soy su secretaria y estoy a su entera disposición —contestó relamiéndose los labios. Lewis sonrió de lado y miró la puerta abierta de su despacho, pensando en que, de estar cerrada, podría explicarle con todo lujo de detalles en qué podía servirle—. Bueno, ¿no tiene nada qué pedirme?
Lewis giró el sillón y repasó la longitud de las piernas cruzadas de Gene hasta sus finos tobillos. Estaba para comérsela. Ella carraspeó para captar de nuevo su atención, estaba demasiado ensimismado en sus piernas y necesitaba que se centrara en su rostro.
—Podría pedirle muchas cosas, señorita Johnson, pero ninguna está dentro de sus funciones como secretaria.
Ella echó la cabeza hacia atrás y soltó una suave carcajada, pensando en lo bien que iba el plan. Lewis no pudo evitar clavar los ojos en el nacimiento de su cuello y pensó en lo mucho que le gustaría perder la boca en la fina piel de su canalillo.
—Pues dígame por dónde empezar.
—Como ha estado una semana fuera de servicio, le pedí a Carter que retomara sus funciones. ¿Espero que no le importe, señorita Johnson?
—No, claro que no. —Se encogió de hombros.
—Así que… ¿por qué no aprovechamos para poner en orden los expedientes del caso Grant?
—Está bien. ¿Dónde están?
—En esa estantería —señaló enfrente, donde una estantería de suelo a techo cubría toda la pared, atestada de archivadores.
—¿Y qué debo hacer con ellos?
—Ordenarlos por orden cronológico.
Aliviada porque le propusiera un trabajo más o menos útil y que no implicara recorrerse a pata todo Edimburgo, le sonrió.
—Venga, a trabajar —dijo Lewis—. Espero que no le importe que Carter haya ocupado de nuevo su lugar de trabajo. Me temo que tendrá que hacer lo de Grant aquí. En mi despacho —recalcó para comprobar si la expresión de Gene mostraba algún tipo de contrariedad.
—No me importa, si a usted no le importa. Es decir, si no le molesta a usted tenerme aquí todo el tiempo.
—¿Por qué habría de molestarme? —preguntó él, que en cambio estaba pensando que tener a Gene tan cerca todo el tiempo iba a ser una gran distracción.
—No sé, no quisiera que se distrajera.
—Soy capaz de concentrarme mucho. Siempre estudiaba en la biblioteca rodeado de personas.
—En ese caso, me pongo a ello de inmediato. ¿Quiere que vaya a por su café?
—No, gracias, ya me lo he tomado. Muy amable —respondió él todo cordialidad.
—Es mi trabajo —parpadeó divertida con lo bien que se estaban dando las cosas entre los dos.
No sabía qué se iba a encontrar tras una semana de distancia y no haber respondido ni a sus mensajes o llamadas, pero Lewis estaba como una malva, algo que la descolocaba bastante. Aun así, no debía flaquear, tenía ser fuerte y seguir con el plan previsto: enamorarlo para luego destrozarlo. En su casa había sido fácil, pero ahora teniéndolo delante se preguntó si sería capaz de llevarlo hasta el final. No podía obviar las sensaciones que alborotaban su cuerpo cuando estaban tan cerca.
Tras dos horas trabajando codo con codo con Lewis en un ambiente distendido y agradable para lo que suponía estar cerca de él demasiado rato, Gene decidió salir a por un café. Lo necesitaba, las letras y los expedientes se le empezaban a amontonar en la mente y necesitaba esa dosis de cafeína para despejar la cabeza.
—Si no le importa, voy a por un café.
—Está bien. Si no es mucha molestia, ¿podrías traerme otro a mí, Gene? —le dijo esbozando una sonrisa y pronunciando su nombre con cierta ternura.
—Claro, no es ninguna molestia —le contestó devolviéndole la sonrisa y saliendo del despacho, contoneando su cuerpo como un péndulo.
Gene se sentía satisfecha por primera vez desde que puso un pie en el bufete, por fin estaba realizando tareas útiles que no implicaran visitas a granjas o cuidados caninos, además, Lewis se había mostrado solícito con ella, ayudándola incluso con algunas fechas de expedientes y explicándole los pormenores del caso Grant, algo que agradecía, después de todo parecía confiar en ella. Cuando llegó a la máquina de café del hall se encontró con Miranda que estaba surtiendo de azúcar una gran taza.
—Veo que has vuelto y tu tobillo se encuentra mucho mejor, esos tacones son de vértigo —dijo la pelirroja forzando una sonrisa.
—Sí, ya lo ves. Cómo somos las mujeres, ¿verdad? Renunciamos a la comodidad por estar guapas —respondió Gene divertida.
—A mí no me la cuelas, Genevieve.
—¿Perdona? —Gene abrió los ojos de par en par de pronto sorprendida.
—Sé lo que pretendes con Lewis y no te lo voy a permitir. En este bufete hay unas normas y hay que respetar las jerarquías.
—No sé de qué me hablas —dijo Gene, mostrándose falsamente fuera de onda, ella sabía perfectamente lo que intentaba decirle Miranda.
—Aléjate de Lewis, te lo advierto —dijo Miranda desafiante alzando la cucharilla muy cerca de su cara.
—Soy su ayudante, ¿no crees que eso es algo bastante difícil de acatar? —contestó Gene con soberbia.
—Tú sabes perfectamente a qué me refiero, una mosquita muerta como tú no me va a quitar a mi hombre.
—No es tu hombre. Que te dejes sobar día sí y día también para sentirte útil en este bufete no te convierte en dueña de nada y de nadie.
—¿Cómo te atreves? —Aquella declaración malintencionada de Gene había sacado de sus casillas a Miranda.
—Me atrevo porque no soy como tú, no me tiro a Lewis para sentirme poderosa o con derecho a hacer lo que me dé la gana por estos pasillos —le espetó sin ni siquiera mirarla mientras servía los cafés, aquella mujer no la intimidaba para nada.
—¿Quién está tirándose a quién? —La voz de Jack, que debía haber observado la escena entre las dos mujeres en segundo plano, las sobresaltó.
—Jack, ¿desde cuándo llevas ahí? —preguntó Miranda con la voz temblorosa y un gesto de preocupación en la cara.
—El suficiente —dijo bufando y saliendo de allí derecho a por Lewis.
Ambas corrieron tras él intentado evitar que se montara un show en el bufete. Ese tipo de cosas no beneficiaba la imagen del mismo y no estaban las cosas como para seguir alimentando la mala fama de Lefkowitz y Maddox Asociados.
Jack irrumpió en el despacho de su socio hecho una furia y se enfrentó a él ante el asombro de Lewis, que nada más verlo se levantó de la silla con el gesto contrariado.
—¿Desde cuándo somos amigos, Lewis?
—¿A qué viene esto, Jack? —le preguntó confuso.
—Contéstame, ¿desde cuándo?
—Desde la universidad, no llevo la cuenta exacta.
—¿Y llevas la cuenta de cuánto tiempo llevas tirándote a Miranda a mis espaldas?
—No sé qué responderte —contestó avergonzado agachando la cabeza.
—¿Cómo has podido? Sabes que estoy enamorado de ella, sabes lo mucho que contengo las ganas de decírselo para que no piense mal de mí ni piense que me aprovecho de mi posición, para que no deje de trabajar para nosotros. Eres un capullo que no puede dejar la polla dentro del pantalón.
—Lo siento.
—No basta con sentirlo, siempre estás metiendo la pata. Te recuerdo que estamos así por tu culpa, nunca has querido contarme cómo te robaron esas pruebas, apuesto a que estabas tirándote a alguien de DA Lawyers.
—Te juro que no —dijo Lewis apoyando las manos en la mesa y tensando los hombros.
—No me fío de ti, nunca lo he hecho.
—Eso no es por mi culpa, eso es culpa de tu genética judía que te hace ser desconfiado.
—Eres un hijo de puta.
Gene y Miranda, que contemplaban la escena desde el umbral de la puerta, supieron que aquel golpe bajo había molestado demasiado a Jack y que lo que se avecinaba no era algo bueno.
—Y tú un desgraciado —le contestó Lewis con mucha rabia.
Aquello terminó de exasperar a Jack quien, fuera de sus casillas, le lanzó un puñetazo al rostro de Lewis, que lo recibió sin oponer resistencia, pues sabía que rebajarse a una pelea con Jack podría suponer un mayor desprestigio para su persona.
—¿Satisfecho, Jack? —preguntó aguantando el dolor que sentía en el ojo y en la sien—, ya has descargado tu fuerza contra mí, espero que ahora te sientas más aliviado.
—Todavía no, todavía tengo que verte caer al lodo para sentirme satisfecho.
—Eso no pasará, Jack, pero te sugiero que disfrutes la espera en tu despacho, aquí no hay nada más que hacer entre tú y yo.
Jack salió de allí con el puño dolorido y el corazón hecho trizas. Miranda intentó consolarlo cuando pasó por su lado, pero este la apartó con desprecio provocando el llanto de ella. Gene entró en el despacho de Lewis y cerró la puerta.
—¿Estás bien? Ese ojo no tiene buena pinta —dijo acercándose a él.
—¿Qué ha pasado ahí afuera? ¿Ha sido Miranda la que le ha dicho eso a Jack? —le preguntó sentándose en su silla y echando la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados.
—No… me temo que me escuchó a mí, lo siento mucho, Lewis.
—¿Que lo sientes? —dijo él incorporándose de golpe y cogiéndola de los brazos—. ¿Cómo puedes ser tan estúpida?
—Ya te he dicho que lo siento, además, ella me provocó.
—¿Cómo podría ella provocarte a ti? Lo que te pasa es que estás celosa, no soportas verme con otra mujer, es eso, ¿verdad?
—No, eso no es cierto. Ella me pidió que me alejara de ti.
—Eres mi asistente, no puede pedirte algo así, estás mintiendo y en eso eres una experta.
—No estoy mintiendo, además, yo no tengo la culpa de donde metes la polla, eres un mezquino y un desgraciado. Si Jack es tu amigo podrías haberte aguantado las ganas con Miranda sabiendo que a él le gustaba. La has cagado tú solito, no aproveches la ocasión para echarle la culpa a los demás. En eso tú sí que eres experto —le dijo Gene con toda la rabia.
—Lárgate de aquí —dijo Lewis apartándola a un lado.
—No pienso irme.
—Te ordeno que te vayas, este es mi despacho y tú eres mi empleada. Si quiero que te largues, te largas, ¿entendido? —le gritó.
—Me voy yo, no me echas tú.
—Ahórrate esas frases trilladas, ves demasiadas películas.
—Prefiero verlas a no montarlas como tú, Lewis.
—Quiero que te largues del bufete y no vuelvas más por aquí. Estás despedida —le gritó fuera de sí. Quería perderla de vista. Desde que Gene había vuelto todo se había complicado aún más, estaba muy alterado y perdía las formas con demasiada facilidad.
—¿Despedida? —dijo ella con desprecio—. No soy más que una becaria de mierda —le espetó saliendo del despacho con un portazo.
Gene aguantó las ganas de llorar hasta salir de las oficinas, no quería que nadie la viera en ese estado lamentable. El poco tiempo que había pasado desde que empezó a trabajar allí le parecía una eternidad y sentía que aquel bufete se asemejaba más a un plató de telenovelas que a la vida real, donde ella además tenía un papel protagonista en todo ese tinglado.