—ENTONCES, ¿qué piensas de Alex?
A la mañana siguiente, Maddie y Kayla estaban sentadas en la galería de la primera planta de Marcombe Hall, mirando los cuadros de los antepasados de Wes. Justo enfrente de ellas estaban los dos retratos de Gainsborough de Jago y Eliza, los abuelos del tátara tatarabuelo de Wes y Alex. Kayla decía que el retrato de Jago era el culpable de que ella y su marido estuvieran juntos y que el hombre del cuadro le hablaba. Maddie creía a su amiga porque sabía que era incapaz de mentir, pero no era algo sobre lo que conversaran muy a menudo. Lo sierto era que resultaba demasiado raro.
Se fijó detenidamente en el retrato y apreció la semejanza entre Jago, el hijo ilegítimo de un baronet y una gitana, y sus descendientes. Estaba claro que por las venas de Wes y su hermano corría sangre cíngara. Pelo oscuro, piel que se bronceaba ante el menor contacto de los rayos del sol y penetrantes ojos azules con unas pestañas increíblemente largas y negras. Por no mencionar los hombros anchos, los músculos bien definidos y unas sonrisas capaces de derretir el corazón de una mujer sin ni siquiera intentarlo… Maddie intentó controlar el derrotero por el que empezaban a ir sus pensamientos.
—¿Que qué pienso de Alex? Bueno, ya que me lo preguntas, creo que se parece a su antepasado no solo físicamente, sino también en sus tendencias contrabandistas. Por no mencionar lo mujeriego que debe de ser —respondió con algo de aspereza—. Annie me contó esta misma mañana cómo solía traer a una mujer diferente cada fin de semana.
Kayla se rio.
—Oh, vamos, Maddie. No es tan malo y eso fue hace mucho tiempo. Puede que haya heredado los mejores rasgos de Jago, incluidos esos espectaculares ojos azules, pero te aseguro que ha superado sus días fuera de la ley. En cuanto a lo de ser un mujeriego, lo único que puedo decirte es que Alex ha cambiado mucho desde su estancia en prisión.
Maddie sabía que los «días fuera de la ley» que había mencionado Kayla hacían referencia al delito que Alex cometió. No sabía mucho sobre el asunto, salvo que era algo relacionado con el contrabando de drogas, lo que era algo muy serio. Tampoco tenía ni idea de por qué o si él mismo había consumido drogas, aunque esperaba que no fuera así.
—¿Cómo sabes que ha cambiado? Solo lleva fuera unos pocos días y por la forma en que me miraba ayer, estoy convencida de que se cree irresistible.
—¿Y no lo es? Es el hombre más impresionante que jamás haya visto, aparte de Wes. No es que alguna vez me haya sentido atraída por él, aunque desde luego no lo hice porque ya estaba enamorada de Wes.
Maddie negó con la cabeza.
—Creo que los hombres como él solo traen problemas. Saben que son guapos y que pueden tener a cualquier mujer que quieran, así que no se quedan mucho tiempo con la misma. ¿Alguna vez ha tenido una relación estable?
—No que yo sepa, pero…
—Ahí lo tienes. Seguro que es incapaz de tenerla. Y ahora, después de haber estado encerrado tres años, estará convencido de que de que va a volver locas a todas las féminas del lugar. Por una vez en mi vida, voy a mantenerme al margen. Ya he tenido bastantes problemas en los últimos días como para inmiscuirme en ese tipo de situación.
—Eres demasiado cínica, Maddie. Sigo pensando que Alex ha cambiado. Ha madurado un montón desde la última vez que lo vi y lo encuentro mucho más sosegado. Apenas dijo una palabra en la cena de anoche.
—No, pero miró demasiado.
—Seguramente porque te encuentra atractiva. ¿Qué hay de malo en ello? Deberías sentirte halagada.
—¿Halagada? Y un cuerno. ¿Por qué iba a fijarse en mí un hombre como él? ¿En una pelirroja larguirucha, flaca, con pecas y con apenas curvas? Solo por una razón y si está desesperado. Y me parece que llevar tres años encerrado es motivo suficiente para que uno esté desesperado, ¿no crees?
—Maddie, no te estás haciendo justicia. Esos increíbles ojos verdes te convierten en una mujer muy guapa. No eres ninguna larguirucha y tienes las curvas justas. Todo lo que te pones te sienta de maravilla. Además, ¿qué pasa por tener pecas?
—Personalmente, preferiría tener tu figura, pero oye, casi nadie está satisfecho con su apariencia, ¿verdad? —Soltó un suspiro—. De todos modos, el primero en describirme así fue David, no yo.
Kayla jadeó indignada.
—¡No! ¿Cómo pudo…? ¡Menudo desgraciado!
—Sí. Te aseguro que lo es. No contribuyó precisamente a que me sintiera bien conmigo misma.
—Bueno, lo único que puedo decirte es que no todos los hombres son como él.
—Puede que no. —Maddie sonrió—. Solo los más guapos.
—¡No, para! En cualquier caso, si te refieres a Alex, creo que estás muy equivocada.
—Mmm, ya veremos. —Decidió cambiar de tema. No quería seguir discutiendo con Kayla sobre su cuñado. Era mejor no pensar en él—. ¿Qué te parece si nos vamos a la piscina con los demás. Aquí hace demasiado calor.
—Buena idea. Voy a cambiarme.
***
En el sótano de Marcombe Hall había una gran estructura que quedaba en parte bajo la planta que daba al nivel de la calle y en otra salía al jardín con forma de porche acristalado. Dentro había una piscina larga y estrecha con pequeños escalones en un extremo y un mosaico azul con forma de delfín en la parte inferior. Alrededor de la misma había enormes plantas tropicales colocadas a intervalos en macetas blancas y azules de porcelana china, lo que daba un aspecto de invernadero a la estancia. Debido al calor sofocante del día, habían abierto las grandes puertas que daban al jardín para que entrara la brisa.
Cuando Kayla y Maddie llegaron encontraron a los dos hermanos Marcombe en el agua con los niños. Wes estaba jugando con Nell y Alex lanzaba al aire a Jago mientras que el pequeño Edmund chapoteaba, flotando feliz en medio de un inmenso cisne hinchable.
—Oh, ¡es adorable! —exclamó Maddie, señalando al menor—. ¿Todavía no ha aprendido a nadar?
—Sí, pero por ahora prefiere seguir metido en esa cosa.
—Es increíble que tus hijos sepan nadar, con lo pequeños que son.
—Lo sé. Pero todo es obra de Wes. Los lanzó a la piscina cuando eran bebés y, como seguramente habrás oído, a esa edad saben flotar. Me negué a que lo hiciera porque pensé que se ahogarían, pero lo intentó cuando no miraba y funcionó, igual que con Nell.
—Asombroso.
—¿Habéis venido a relevarnos de estos incansables monstruos? —gritó Wes con una sonrisa.
—No, estáis haciendo un gran trabajo —respondió Kayla riendo—. Son todo vuestros.
—Muchas gracias —replicó Wes con cara de arrepentimiento.
Sin embargo, ambas terminaron metiéndose en la piscina y antes de darse cuenta estaban jugando un partido bastante desorganizado de waterpolo que se desarrolló entre muchos gritos y risas. Maddie demostró ser muy hábil a la hora de controlar el balón. Jugó de pareja con Wes contra Kayla y Alex, con un poco de ayuda de vez en cuando de Nell y Jago. Para su desgracia, aquella disposición dio a Alex la oportunidad de perseguirla. En cuanto la alcanzó, sintió cómo le envolvía la cintura con su musculoso brazo para evitar que se escapara mientras trataba de quitarle la pelota, pero Maddie la sujetó como si le fuera la vida en ello. En ese momento fue consciente de lo cerca que estaban y un escalofrío recorrió todo su cuerpo.
Alex sonrió. El sonido de su voz le resultó excitante. Sentía la suave piel del pecho masculino contra su espalda y sus pechos se endurecieron cuando los rozó accidentalmente con el antebrazo. Intentó liberarse con una mano, pero en cuanto tocó su fuerte brazo con esa fina capa de vello volvió a estremecerse. Sabía que el rubor empezaba a extenderse por su rostro y cuello y por el bien de su cordura decidió renunciar a la pelota.
Cuando Alex se alejó nadando, sosteniendo su trofeo en alto en señal de triunfo, se zambulló dentro del agua para refrescar su ahora acalorado rostro. «¡Cálmate, por Dios!», se dijo a sí misma. Sabía por experiencia que sería una locura tener nada que ver con un hombre como Alex y no estaba dispuesta a volver a tomar ese camino. Ya había tenido suficiente con David, ese embustero, falso, hijo de… Detuvo aquel pensamiento al instante. Ese hombre no se merecía ni un segundo de su tiempo; no quería volver a pillarse los dedos.
Pero Alex era muy tentador. Demasiado. Kayla había dicho que resultaba «irresistible».
—Ya lo veremos —masculló ella.
***
—Kayla, necesito ir al pueblo mañana. ¿Podéis dejarme un automóvil, por favor? —Maddie estaba tumbada en la playa junto a su amiga, en la pequeña y solitaria cala que pertenecía a Marcombe Hall, tomando el sol. Como el mar traía una brisa suave y fresca, la experiencia le estaba resultando mucho más agradable que caminar entre puestos de feria derritiéndose por el calor.
—Si quieres puedo llevarte. Mañana tengo que ir a Dartmouth—, dijo Alex. Estaba sentado sobre una roca, unos pocos metros más allá, contemplando el mar. Hasta ahora no parecía estar pendiente de su conversación, por lo que aquel ofrecimiento la tomó por sorpresa.
—Oh. Bueno, eres muy amable, pero tenía pensado ir a Totnes. Además, no creo que quieras perder el tiempo esperándome.
—No hay problema. Y seguro que encuentras las mismas tiendas en Dartmouth. ¿O acaso ibas a algún lugar específico?
—Mmm… en realidad no. —Intentó pensar en alguna otra excusa convincente para no ir con él, pero no se le ocurrió nada y creyó que negarse sin más sería de muy mala educación.
—No tengo prisa. Incluso podemos comer algo cuando hayas terminado de comprar. —La miró fijamente a los ojos y ella hizo lo mismo, hipnotizada por él. Tenía los ojos más azules que había visto en su vida, más incluso que los de Wes, de los que Kayla le había hablado entusiasmada al conocerle. Además, su pelo oscuro ayudaba a intensificar el color y destacaba todavía más, porque su cabello era negro azulado mientras que el de su hermano era castaño oscuro.
Alex llevaba el pelo largo, casi a la altura de los hombros. Se fijó cómo retiraba con los dedos algunos mechones que le caían por la frente y deseó ser ella quien lo hiciera. Se reprendió mentalmente. ¿Qué demonios le pasaba? Estaba segura de que él solo estaba interesado en una cosa y había jurado no volver a acostarse con nadie que no estuviera preparado para comprometerse en una relación seria. Desde el primer momento Alex no le había parecido de ese tipo de hombres sino el clásico mujeriego y las palabras de Annie terminaron por confirmárselo.
—De acuerdo. Muchas gracias —capituló, incapaz de encontrar ningún pretexto—. ¿A qué hora quieres que salgamos?
—¿Te viene bien sobre las diez?
—Sí, perfecto.
***
A la mañana siguiente se pusieron en marcha a la hora acordada, por lo que se ganó un comentario por parte de Alex sobre su puntualidad.
—Creía que las mujeres siempre llegaban tarde —bromeó él.
A Maddie le encantó el brillo que desprendieron sus ojos cuando se rio.
—Y eso es lo que suele ocurrirme —replicó ella—, pero tenía miedo de que te fueras sin mí, así que me he levantado mucho más pronto de lo normal.
—No, no. Nunca haría algo así. Soy un caballero, o al menos así me criaron. —Su rostro adquirió una expresión sombría. Entonces Maddie se dio cuenta de que no debía de estar resultándole fácil adaptarse a la vida fuera de prisión. Muy a su pesar, sintió pena por él.
—Seguro que todavía sigues siéndolo —comentó. Alex enarcó una ceja—. Lo que quiero decir es que deberías olvidarte de tu estancia en la cárcel y dejarlo atrás. Serás lo que quieras ser. Lo que cuenta es el futuro.
Él le lanzó una mirada enigmática.
—Eso es lo que intento decirme todos los días, pero no dejo de tener la sensación de que todo el mundo me mira diferente. Quizá solo sea mi imaginación, pero siento como si llevara un enorme cartel de «ex convicto» en el pecho. Qué tontería, ¿verdad?
Maddie puso una mano en su brazo y se arrepintió al instante. En cuanto sintió su poderoso antebrazo moverse bajo sus dedos se estremeció y tuvo que luchar con todas sus fuerzas para no apartarse de inmediato.
—Todo está en tu cabeza, Alex. Te prometo que ninguno de nosotros piensa eso.
—Gracias. Estoy haciendo todo lo que puedo para olvidarlo. Menos mal que no tengo que buscar trabajo. Cualquiera que quisiera contratarme me preguntaría por los tres años vacíos en mi currículum.
—¿Entonces qué tienes pensado hacer? —Sabía que no tenía que haberle hecho esa pregunta, pero era curiosa por naturaleza y su lengua solía ser más rápida que su cerebro.
—¿No te lo ha contado Wes? He comprado algunas casas de campo que quiero arreglar y alquilar para los turistas que vengan de vacaciones. Lo haré yo mismo y, con el tiempo, espero crear un pequeño imperio.
—Eso suena fantástico, ¿pero de dónde has sacado el dinero? —Vio cómo se le endurecía el gesto y se dio cuenta de que no había elegido las palabras más oportunas—. Ya sé que no lo robaste, me refería a si pediste una hipoteca.
Un poco más tranquilo respondió:
—No, tenía algo de dinero en un fondo fiduciario que Wes siempre se negó a entregarme. —Esbozó una sonrisa triste—. Un tipo sensato mi hermano. Hace tres años me hubiera gastado hasta el último penique en barcos, automóviles ultra rápidos y… Bueno, en cosas como esas. Gracias a Dios cree que he cambiado y que soy digno de confianza, así que es lo que he usado junto con el dinero que Wes obtuvo por la venta de mi barco.
—¿Vendiste el barco? Pensaba que te encantaba el mar. —Kayla le había contado que adoraba navegar y no tuvo ningún problema en imaginárselo al timón de una embarcación, mirando fijamente al horizonte con ojos entrecerrados. Ahora que se había deshecho de la palidez de la prisión y su piel lucía un ligero bronceado se parecía tanto a su antepasado gitano que Maddie no puedo resistir la tentación de vestirlo mentalmente con ropas de pirata. Levita, sombrero de tres picos, camisa de lino con puños de encaje y abierta al cuello mostrando ese torso moreno… De pronto sus mejillas se pusieron tan rojas que tuvo que volver la cabeza hacia la ventanilla abierta para refrescarse con la brisa.
—Y me encanta, pero ese barco en particular me traía muy malos recuerdos.
—Bueno, si yo tuviera la suerte de poder tener uno, no lo vendería salvo que no me quedara más remedio —comentó ella con nostalgia.
—¿Te gusta navegar? No creo que Londres te ofrezca muchas oportunidades de hacerlo —bromeó él.
Le miró alzando las cejas pero no mordió el anzuelo.
—Pues sí que me gusta, me encanta navegar y me gustaría aprender a hacerlo, pero solo he ido de pasajera en un barco un par de veces. —Se encogió de hombros—. Suficiente para desear hacerlo más a menudo. Fue como estar en el cielo.
—Wes me ha prometido que me dejará su velero en cuanto me apetezca salir a navegar. No es tan grande como lo era el mío, pero no está mal. ¿Te gustaría venir conmigo alguna vez?
—Claro que sí. Me encantaría. —Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera pensarlas y se arrepintió de pronunciarlas casi al instante, cuando ya era demasiado tarde para echarse atrás.
El resto del viaje lo pasaron discutiendo sobre los planes que él tenía para las casas de campo. Alex se mostró muy interesado en sus ideas sobre decoración, lo que le resultó muy gratificante ya que le alegró poder servir de ayuda.
—Al fin y al cabo —dijo él—, las mujeres sabéis más de eso que nosotros. Así que, si no te importa, puede que te pida algunos consejos cuando llegue a esa fase.
—Por supuesto. Siempre que no tenga que empapelar ninguna pared. Se me da fatal.
***
Dartmouth era una pequeña localidad muy pintoresca. Maddie ya había estado allí antes, de modo que las empinadas colinas que la rodeaban no la tomaron por sorpresa, pero sí volvió a sentirse fascinada por la placentera atmósfera que allí se respiraba. Alex la dejó cerca del centro, donde una zona verde similar a un oasis daba un poco de tregua al calor.
—¿Te viene bien aquí? —preguntó él.
—Sí. Sé dónde estoy. Te veo más tarde.
Las aceras y tiendas estaban llenas de gente, pero Maddie no tenía ninguna prisa. Después de comprar los artículos que necesitaba, se dedicó a pasear tranquila por las estrechas calles, parándose de vez en cuando frente a los escaparates. Como todavía le quedaba por lo menos media hora antes de comer con Alex en el pub Three Kings, donde habían quedado, caminó un rato por el puerto, contemplando el mar y los diversos barcos y botes allí amarrados.
Las personas que la rodeaban eran casi todas turistas. Los meses de verano eran temporada alta en aquella zona del país, sobre todo cuando el tiempo acompañaba de forma tan maravillosa como llevaba haciéndolo los últimos días. Empezó a jugar consigo misma intentando adivinar quiénes eran lugareños y quiénes no. El dialecto de Devon era una pista determinante, pero no todo el mundo que vivía en Dartmouth hablaba así. Sin embargo creía poder detectar a los lugareños por su determinación; no deambulaban mirándolo todo, sino que iban con un propósito en mente.
Y fue precisamente en ese momento, mientras observaba a un gran grupo de estadounidenses salir de un salón de té, cuando sucedió.
Alguien se tropezó con ella con la suficiente fuerza como para hacer que frunciera el ceño y él, o ella, no se molestó en pedir disculpas. Alzó la vista y se topó con el rostro irritado de un hombre moreno con una espesa barba. Se quedó congelada de inmediato, como si la hubieran clavado al suelo y fuera incapaz de moverse. Aquel rostro le resultaba familiar y aunque estaba segura de que no lo conocía, por alguna razón le tenía un miedo espantoso.
—Mira por dónde vas —refunfuñó el hombre antes de seguir rápidamente por su camino—. Malditos turistas. Te los encuentras por donde quiera que vayas. No te dejan en paz nunca.
Maddie se quedó mirándolo, con la boca abierta y la extraña sensación de que lo había visto antes, ¿pero dónde? ¿Quién era? De pronto se vio invadida por la urgente necesidad de saber más y fue detrás de él. Le siguió poniendo una prudente distancia entre ambos, como si fuera uno de esos detectives privados de las películas en blanco y negro. Se dio cuenta de que si no estuviera tan afectada, se hubiera echado a reír. Se estaba comportando de forma ridícula, pero le dio igual y continuó decidida.
El hombre andaba a grandes zancadas y muy rápido, así que tuvo que apresurarse para seguirle el ritmo. Gracias a Dios, no fue muy lejos. Al final de la calle, giró a la izquierda y se metió en otra calle más pequeña con una empinada cuesta. Empezaba con algunos escalones y continuaba con un camino en curva que terminaba en un callejón sin salida. Al final de este había una capilla de alguna confesión religiosa y a su izquierda un jardín por el que el hombre entró. Sin mirar atrás, se dirigió hacia una casa y cerró con un sonoro portazo. Maddie se detuvo en cuanto lo oyó, a unos veinte metros de allí.
No supo cuánto tiempo se quedó allí parada, pero después de un rato una anciana se acercó a ella y le preguntó si se había perdido.
—¿Perdone? Oh, no, solo… ¿podría decirme quién vive en la casa que hay al lado de la capilla? —señaló.
—Por supuesto. El reverendo Blake-Jones. ¿Quiere verle? ¿Forma parte de su secta?
—¿Secta?
—Sí, creo que se llaman a sí mismos los San Paulianos.
—Pues… no, no soy uno de ellos. No pasa nada. Ya volveré otro día. —Maddie miró su reloj—. Acabo de recordar que tengo que encontrarme con una persona en cinco minutos. Gracias por su ayuda.
Dicho esto bajó por la calle como alma que lleva el diablo.