Capítulo 11

A la mañana siguiente Maddie se despertó con el anticuado sonido del teléfono que había en el descansillo de fuera de su habitación. Al ver que nadie respondía, salió a trompicones de la cama y corrió a descolgar el aparato.

—Marcombe Hall. ¿Hola? Se aclaró la garganta para dejar de tener ese vozarrón que hacía que pareciera John Wayne en pleno resfriado.

—Maddie, soy Jessie. Tengo noticias para ti. —La voz alegre de su amiga fue un bálsamo para sus oídos. Se había pasado casi toda la noche despierta, dando vueltas y vueltas hasta que por fin se quedó dormida solo para volver a tener la pesadilla de siempre. Estaba exhausta.

—Yo también tengo algo que contarte. Fui a ese maldito pueblo ayer y todo lo que encontré fue una tumba.

—¿Una tumba? ¿De quién?

—De John Kettering. Mi tío. ¿Te acuerdas?

—Oh, da igual. No importa.

—¿Cómo que no importa? Es un desastre total, ¡eso es lo que es!

—Oh, Maddie, cállate un segundo. Olvidaba lo gruñona que te pones por las mañanas.

—Yo no me pongo…

—Escucha, volví a comprobar por Internet los asientos anteriores al año de tu nacimiento. ¿Y a que no te imaginas lo que encontré? Que Ruth Kettering estaba casada. No fue madre soltera después de todo.

—¿Qué? ¿Entonces por qué no tengo padre?

—No lo sé. Pedí el certificado de matrimonio y me ha llegado esta misma mañana. Se casó en 1981 con alguien llamado Saul Blake-Jones.

Maddie se quedó sin aliento. Poco a poco, se fue deslizando hacia el suelo con la espalda pegada a la pared. Se le nubló la visión y sus piernas se negaron a sostenerla. Cuando las manos empezaron a temblarle agarró con más fuerza el teléfono para que se no cayera.

—¿B…Blake-Jones? ¿Con ese hombre horrible? ¡Oh, Dios mío! No, no puede ser verdad. —Como si no hubiera tenido suficiente con el viaje del día anterior, ahora tenía que lidiar con esto. Era demasiado. Sintiéndose enferma, se tragó la bilis que amenazaba con ahogarla.

—¿Hombre horrible? ¿Lo conoces? —Jessie parecía perpleja así que le contó por encima las extrañas experiencias que había vivido en Dartmouth—. Bueno, puede que no sea tu padre —comentó su amiga cuando terminó—. Tal vez estaban divorciados cuando naciste. No me detuve a mirar ese dato, pero lo haré. ¿Por qué si no pondría tu madre su apellido de soltera y no lo mencionó como tu padre en la partida de nacimiento?

—Vaya. Esto se pone cada vez mejor —masculló ella—. Mierda, tengo que hablar con Jane.

—¿Qué Jane?

—La hija de Blake-Jones —dijo, tragando saliva con fuerza. Le contó los detalles de su encuentro con la joven.

—Sí, tienes que hablar con ella. Seguro que puede averiguar algo más.

—Tienes razón. Le preguntaré si su padre se ha casado en más de una ocasión. Te llamo en cuanto sepa algo. Y Jessie, gracias por la ayuda. Siento haberme portado antes como una cascarrabias, pero todo esto me está superando.

—No te preocupes, lo entiendo. Mantenme al tanto de todo, ¿de acuerdo? Adiós.

***

Como no quería pasar por alto una posible llamada de Jane, Maddie se pasó todo el día dentro de la casa leyendo un libro. No obstante, cuando leyó por quinta vez la misma página sin encontrarle sentido alguno, se levantó y se dirigió a la cocina para cambiar de actividad y preparar algo dulce.

—¿Por qué quieres ponerte a cocinar con este tiempo? —preguntó Annie con suspicacia—. Deberías estar al aire libre, eso es lo que deberías hacer.

—Estoy esperando una llamada telefónica que es muy importante. Lo siento, no quiero entrometerme en tus quehaceres, pero necesito distraerme con algo.

—Oh, muy bien, usa cualquier cosa que necesites.

Cuando el teléfono sonó, Maddie ya llevaba hecha una hornada de bizcochos de chocolate y una esponjosa tarta y estaba volviendo loca a la pobre Annie. Por suerte, sobre todo para la cordura del ama de llaves, la llamada de Jane llegó por fin.

—¡Gracias a Dios que eres tú! Llevo todo el día esperando a que llamaras. —Maddie soltó un suspiro de alivio.

—¿Sí? ¿Qué ha pasado?

—Tengo que verte. ¿Podemos quedar esta tarde?

—No lo sé. Lo tengo un poco difícil, aunque tal vez pueda escaparme un rato. Te veo en el aparcamiento del otro día a las cuatro y media, ¿de acuerdo?

—Perfecto. Allí estaré.

***

Cuando Jane se deslizó en el asiento del copiloto, diez minutos más tarde de la hora fijada, Maddie volvía a tener las uñas en carne viva.

—¿Quieres que salgamos fuera del pueblo como la otra vez? —preguntó.

—Sí, por favor —respondió la joven—. Prefiero evitar que alguien nos vea.

Hicieron el viaje hasta la pequeña área de descanso en silencio, pero en cuanto llegaron Jane rompió a hablar.

—¿Por qué querías verme? ¿Sabes algo más?

—Primero dime algo —dijo Maddie asintiendo—. ¿Sabes si tu padre se ha casado más de una vez?

—No que yo sepa.

—¿Y cómo se llama tu madre?

—Ruth, ¿por qué?

Maddie tomó una profunda bocanada de aire para calmar los latidos de su corazón, que de pronto se había desbocado.

—¿Sabes cuál era su apellido de soltera?

—Sí, claro. Kettering, ¿por qué quieres saberlo?

Volvió a respirar hondo.

—No sé si debería decirte esto, pero… creo que soy, por lo menos, tu medio hermana. Ruth también es mi madre.

A Jane se le desencajó la mandíbula.

—Me estás tomando el pelo, ¿verdad?

—No. Hoy me he enterado de que mi madre biológica, Ruth Kettering, se casó con alguien llamado Saul Blake-Jones. Creía que podía ser su primera esposa. Nunca me imaginé que… Debería haberte preguntado cómo se llamaba tu madre la última vez que nos vimos, pero ni se me pasó por la cabeza que pudiera ser la misma persona.

Jane pareció recobrar la compostura.

—Supongo que eso explica su reacción… y su miedo. ¿Sabes algo más?

Suspiró y le contó su viaje a Wiltshire y lo que Jessie había averiguado en Londres. Jane la escuchó en silencio, pero se lanzó a hablar nada más terminar.

—¡Esto es increíble! ¿Mi madre una hija ilegítima? ¿Y estando casada? No me lo puedo creer.

—Entiendo que te parezca extraño, pero salvo que haya otra Ruth Kettering en algún otro sitio, todo apunta a que es verdad. No es un nombre muy común.

—Sí. Tienes razón. Por eso mi padre la llamó pecadora. Creía que era porque había encubierto a una amiga. Pero mi madre… ¡Dios bendito!… con un amante secreto… —Jane negó con la cabeza y parpadeó un par de veces—. Lo siento, ahora mismo estoy impresionada. Me imagino que te debe de pasar lo mismo. —Sus ojos lucían enormes bajo el pálido rostro, aunque no se la veía triste. De pronto se puso a reír—. Aunque, en cierto modo, también es estupendo. Me refiero a lo de ser hermanas, si es que lo somos. Siempre quise tener una.

Maddie sonrió.

—Yo también. Una simpática, no como Olivia. —Y le contó lo de su hermana adoptiva.

—Te prometo que nunca me comportaré de ese modo —aseguró Jane—. Me encantará compartir cosas contigo. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Quieres que hable con mi madre?

—No lo sé. Lo ideal sería enterarnos de qué fue lo que sucedió hace tantos años sin tener que preguntarle. No quiero volver a ponerla en ese estado. Ya viste que con solo mirarme se puso a llorar. De todos modos, no entiendo cómo pudo reconocerme después de veinticuatro años. A menos que volviera a verme después de la adopción. ¿Crees que eso es posible?

—Puede. Tal vez lo hizo en secreto. Mmm… Déjame pensar. Tiene que haber más gente que sepa lo que sucedió. Tal vez alguien esté dispuesto a cotillear un poco sobre el asunto. Ya me encargo yo. Visito a muchas ancianas en nombre de mi padre y suelen irse de la lengua. Algunas están bastante seniles, pero son capaces de recordar lo que pasó hace años con total claridad, aunque no se acuerden de lo que han desayunado esta mañana.

—Eso suena bien.

—De acuerdo entonces. Si me entero de algo, te llamaré. Y si no… Me gustaría volver a verte. —De pronto Jane parecía muy tímida. Maddie se dejó llevar por el instinto y se inclinó para darle un abrazo.

—A mí también. Y espero de corazón que seas mi hermana. —Sintió un nudo en la garganta que tragó de inmediato.

Jane asintió en silencio. Al igual que ella, también tenía los ojos sospechosamente húmedos. Maddie se concentró en la carretera cuando la llevó de vuelta al pueblo. Puede que después de todo no estuviera sola en el mundo.

Aquel pensamiento la reconfortó enormemente.

***

Aunque tras su último encuentro Jane llamó casi todos los días, no tenía nada nuevo que contarle, pero le dijo que seguía hablando con las ancianas.

—Creo que debemos tener paciencia —comentó—. Sus recuerdos son muy aleatorios pero voy a seguir intentándolo. En cuanto tenga algo te lo haré saber.

—¿Y tu padre y tu madre? ¿Han vuelto a sacar a colación el tema? —preguntó Maddie.

—No, aunque ahora que lo pienso, mi padre ha estado con el ceño fruncido más de lo habitual y mirando una y otra vez a mi madre, lo que la ha puesto muy nerviosa. El otro día, cuando salí de casa, me lo encontré fuera de la iglesia susurrando algo a nuestro organista, el señor Morris. En cuanto me vieron, ambos dejaron de hablar, lo que me pareció un poco sospechoso, ya me entiendes, ¿no?

—¿El organista?

—Sí, es la mano derecha de mi padre y siempre está dispuesto a hacer lo que le diga. Es un hombre horrible, no lo soporto. Brrr.

Maddie casi pudo oír a Jane estremeciéndose.

—¿Tan malo es?

—Sí. Me pregunto que estarían tramando. Seguro que algún castigo para alguno de los miembros de la congregación que se haya desviado. Ya lo han hecho antes y estoy convencida de que oí las palabras «sigue vigilando» y «accidente». Como te dije, mi padre es muy estricto. Considera a sus feligreses como de su propia familia y se ve a sí mismo como su padre o guardián. Alguno de ellos ha sufrido… mmm… «accidentes» en el pasado.

—¿Y lo aceptan así como así?

—Sí. La mayoría en todo caso. Da igual, tengo que irme. Seguimos en contacto.

Jane colgó de golpe y Maddie tuvo la sensación de que, aunque le avergonzaban las tácticas intimidatorias de su padre, le tenía tanto miedo que no hacía nada al respecto. «Si encontrara la forma de poder ayudarla…» Pero sabía que no era quién para interferir, al menos no hasta que averiguaran más. Y aquello, por lo visto, les iba a llevar su tiempo.

Mientras esperaba las llamadas de Jane y el regreso de Kayla intentó mantenerse ocupada. Se dijo a sí misma que estaba de vacaciones y que debía disfrutarlas al máximo, de modo que eso fue lo que se dispuso a hacer.

Unos días más tarde, cuando estaba a punto de salir después de comer con una bolsa llena de materiales de dibujo, sonó el timbre. Al no ver a nadie cerca, abrió la puerta de entrada y se sorprendió al encontrar a un hombre bastante descuidado fuera. Tenía una mata de pelo que llevaba de punta y que daba la impresión de no haber peinado en años. Vestía una camiseta sucia y un par de jeans muy gastados. También masticaba chicle como si fuera su principal objetivo en la vida y miraba de un lado a otro nervioso.

Maddie parpadeó sorprendida.

—¿En qué puedo ayudarle?

—Mmm… He venido a ver a Alex —respondió el hombre. Metió las manos en los bolsillos en un gesto defensivo y miró por encima de ella. En cuanto vio el interior del enorme vestíbulo abrió los ojos como platos. A pesar de ser un hombre muy alto, le dio la sensación de que tanta opulencia solo hizo que quisiera salir de allí corriendo.

—Oh, entiendo. Pues… muy bien… entre. Voy a buscarle.

—No hace falta, ya estoy aquí. —Alex llegó por detrás sin que se diera cuenta e hizo un gesto de bienvenida al desconocido—. Qué alegría verte, Foster. De modo que has decidido darte una oportunidad, ¿eh? —Sonrió hacia el hombretón.

—Sí —contestó el tal Foster—. Como bien dijiste, no pierdo nada por intentarlo. ¿Has cambiado de idea?

—No, por supuesto que no. Y te prometo que no te arrepentirás. —Alex se volvió hacia ella, que observaba la conversación con curiosidad—. Maddie, este es Foster, uno de mis amigos delincuentes. Como no me cabe la menor duda de que tampoco quieres conocerlo, vamos a dejar que sigas con lo que fueras a hacer.

Maddie abrió la boca y volvió a cerrarla enfadada.

—Mira, Alex, yo nunca dije que…

—Después, Maddie. Ahora tengo que hablar con Foster. —Y sin volver a mirarla, Alex llevó a su amigo hasta el despacho y cerró la puerta dejándola enfurecida.

«¡Oh, qué hombre más molesto!», pensó. Agarró su bolsa y salió de la casa, cerrando con un sonoro portazo. No le quedaba otra que mantener una charla con él ya que, de lo contrario, no habría forma de que mantuvieran las apariencias frente a Wes y Kayla cuando volvieran. Dio una patada a una piedra que encontró en el camino y se lamentó al instante en cuanto notó un punzante dolor en el dedo del pie. «Maldita sea. ¿Por qué los hombres eran siempre tan complicados?»

***

Las impresionantes vistas desde la costa consiguieron tranquilizarla enseguida, así que se dispuso a alejar a Alex de su mente por un rato. Llevaba todo el día sintiendo la urgente necesidad de pintar y no tenía la intención de que nada se interpusiera en su deseo. Desde su llegada a Marcombe Hall, se había dedicado a hacer un sinfín de bosquejos; hoy, por fin, se veía preparada para enfrentarse a las acuarelas. Se le había dado muy bien cuando era pequeña, pero solo como afición.

—No hay ningún futuro en la pintura, cariño —le había dicho su padre—. Búscate algo en lo que puedas trabajar de verdad y dedícate a lo que te gusta en tu tiempo libre, ¿de acuerdo?

En su momento le pareció un consejo sensato y lo siguió sin dudarlo. Ahora, sin embargo, no estaba muy segura de haber hecho lo correcto. Puede que con un poco más de formación hubiera podido hacer una buena carrera en el mundo de la pintura, aunque nunca sería Picasso o Monet. Aquello hubiera sido infinitamente más gratificante que permanecer esclavizada delante de un teclado ocho horas al día a la entera disposición del jefe de turno.

Colocó el caballete en un lugar que prometía ofrecerle estupendas vistas al borde de unos acantilados y dispuso el material de pintura en el suelo, junto a ella. Se sirvió de un pequeño taburete plegable como asiento y se puso a pintar. Como siempre, tardó muy poco en dejarse llevar por la satisfacción que le producía liberar su creatividad. Le encantaba ver cómo el paisaje que tenía frente a ella iba tomando forma en el lienzo y elegir la combinación exacta de colores para cada elemento. Allí, en los acantilados, donde los sonidos se silenciaban por el ulular del viento y el rugido del mar, el tiempo se detuvo para ella.

Dio por finalizada la sesión de pintura con el atardecer, cuando la luz comenzó a perder intensidad. Se puso de pie, se estiró para aliviar la rigidez de la espalda y observó el lienzo terminado con orgullo. «Puede que no sea la mejor acuarela del mundo, pero me gusta cómo ha quedado.» Sonrió para sí misma. Todo había resultado tal y como quería y estaba feliz de comprobar que no había perdido su destreza con el pincel.

Poco a poco, recogió sus pertenencias, las metió en la bolsa y se dispuso a regresar a la casa. Sin embargo, todavía le apetecía estar un rato fuera, así que decidió tomar el camino más largo. La bifurcación por la que solía ir no estaba muy lejos de donde se encontraba y se metió por la izquierda en vez de por la derecha. El sendero la llevó hasta una pequeña colina y una zona boscosa llena de hojas caídas. Mientras andaba entre los árboles, el sonido del viento y del mar se fue amortiguando reemplazado por el canto de los pájaros. Tomó una profunda bocanada de aire y disfrutó de la paz que allí se respiraba.

Como no tenía prisa, siguió la serpenteante ruta sumida en sus pensamientos. Se detuvo varias veces para examinar las flores que crecían a ambos lados del camino, ideando nuevas acuarelas y lo bien que quedarían. En un momento dado, vio algo por el rabillo del ojo que resultó ser un conejo corriendo en busca de refugio. La visión del animal la hizo sonreír.

Miró hacia abajo y se dio cuenta de que se le había aflojado una de las sandalias estilo romano que llevaba. Cuando se agachó para atarse el cordón oyó un crujido leve a sus espaldas seguido de un silbido.

Antes de que pudiera darse la vuelta, recibió un fuerte golpe en la parte posterior de la cabeza y todo se volvió negro.

***

Maddie despertó con un dolor de cabeza tan intenso que vaciló antes de abrir los ojos. Sabía que en cuanto le diera la luz le dolería más, pero por otro lado necesitaba saber qué había pasado. Armándose de valor, levantó los párpados durante una fracción de segundo, después parpadeó un par de veces y los abrió por completo. Para su sorpresa estaba en penumbra.

—¿Pero qué…? —masculló. Intentó incorporarse—. ¿Ya se ha hecho de noche?

Tanteó con las manos a su alrededor, esperando encontrar hojas secas, pero se topó con la fría superficie de una piedra. Volvió a parpadear y enfocó la vista observando con atención. Sí, en efecto, estaba rodeada de piedra. Alzó la vista y vio un círculo de tenue luz sobre su cabeza. ¿Un agujero? ¡No, un pozo minero!

Recordó que Kayla le había mencionado que en la zona existieron minas de estaño y que ahora casi todas las entradas a los pozos se habían tapado. Si estaba en uno de ellos, estaba claro que se les había olvidado clausurar ese. No disponía de una escalera o cualquier otro medio para subir por las paredes. «¿Cómo narices he llegado aquí?»

Respiró hondo y se las arregló para ponerse de pie. Buscó algún asidero o punto de apoyo pero no encontró nada. Le dolían la cabeza y una muñeca, ¿se habría caído ahí dentro? O tal vez alguien la había dejado deliberadamente allí y después había quitado la escalera o lo que quiera que hubiera utilizado para bajar.

¿La habían abandonado ahí para que muriera? La mera idea hizo que se estremeciera.

El pánico se apoderó de ella y durante un instante sus pulmones lucharon por respirar. No, eso no podía estar pasando. Intentó controlar sus emociones y miró a su alrededor una vez más. Nada.

«¿Quién me haría algo así?»

Alzó de nuevo la vista; pensar que alguien quisiera hacerle eso a propósito hizo que sintiera como si unos dedos helados le estrujaran el estómago y exprimieran su cerebro. Alguien la quería muerta. Y esa persona no le había dado la oportunidad de defenderse, lo que sin duda habría hecho. En Londres había practicado kick-boxing, sobre todo por hacer un poco de deporte y también como un medio de autodefensa. Pero cuando te daban un golpe en la cabeza, ¿qué posibilidades tenías de evitarlo?

—¡Hola! ¿Hay alguien ahí? ¡Hola!

Estuvo gritando un rato, pero no obtuvo respuesta.

Quienquiera que le hubiera hecho eso se había marchado. ¿Y por qué no? Nadie la encontraría allí. Donde fuera que estuviera. Se sentó y se acurrucó cerca de una de las paredes de roca. Sintió una punzada de dolor en el brazo y levantó la mano para inspeccionar la muñeca. No parecía que se la hubiera roto, aunque sí que podía tener un esguince. Quizá cayó sobre ella cuando le golpearon en la cabeza. Cada vez le dolía más. Maldijo en voz alta solo por sentirse un poco mejor. Al final, termino sollozando para después romper a llorar de alivio por seguir con vida. ¿Pero por cuánto tiempo? ¿Cómo diablos iba a salir de allí? Y si lo conseguía, ¿estaría a salvo o alguien estaría esperándola fuera para terminar lo que había empezado? Un violento escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

—¡Oh, Dios mío! ¿Qué voy a hacer?

Apoyada contra la pared, se abrazó las rodillas e intentó pensar. No se le ocurrió nada. Lo único que podía esperar es que alguien se diera cuenta de que no había regresado y salieran a buscarla. Aunque puede que fuera demasiado tarde, concluyó sintiéndose del todo abatida. No, no podía ser tan pesimista. «¡No te dejes llevar por la desesperación!». Rezó porque Alex la echara de menos en la cena, aunque con la visita de su nuevo amigo quizá no se diera ni cuenta. Hasta podía haber salido fuera a tomar algo. O tal vez pensaba que seguía molesta con él. ¡Maldición! Su única esperanza era Annie.

—Oh, Dios, por favor, que alguien venga a buscarme. Por favor.

Sin embargo, no tenía muy claro si sus súplicas caerían o no en saco roto.