ERA prácticamente imposible, pero valía la pena intentarlo. Puede que los gitanos que acampaban en Marcombe no fueran las personas que estaba buscando, pero tal vez pudieran ayudarla. Ahora que parte de su predicción se había cumplido, estaba desesperada por volver a ver a madame Romar y hacerle algunas preguntas. Aunque no encontrara a la mujer en ese campamento en particular, quizá pudieran decirle dónde dar con ella. Maddie nunca había estado tan confundida en toda su vida, así que necesitaba que le echaran una mano, aunque fuera en el plano psíquico. Seguro que la adivina podía explicarle con más detalle su predicción.
Nell iba trotando a su lado, parloteando constantemente sobre el colegio, sus amigos y cualquier otra cosa que le viniera a la cabeza.
—¿No necesitas parar un poco aunque solo sea para respirar? —preguntó con una sonrisa en la boca. No entendía cómo alguien podía hablar tanto.
—No, no mucho. Kayla dice que hablo hasta por los codos, pero no me importa. Papá cree que al final terminaré dedicándome a la política, incluso puede que llegue a primera ministra. ¿Tú qué opinas?
—No me sorprendería —contestó Maddie riendo—. O quizá te hagas abogado, como tu padre, pero de esos que defienden a la gente en los tribunales. Tienen que hablar un montón y ser muy buenos a la hora de discutir con la parte contraria.
—Bueno, se me da muy bien discutir con mi hermano. Aunque a veces me saca de quicio.
—Entiendo, pero no me refiero a ese tipo de discusiones. Da igual. ¿Es ese el campamento? —Señaló en dirección a varias caravanas a su derecha.
—Sí. Ya te dije que no estaba muy lejos. —Nell se adelantó, practicando su silbido. Maddie se estremeció por dentro.
A medida que se acercaban vio a los niños correteando alrededor y a varias mujeres tendiendo la ropa. Estudió sus caras, pero no encontró el rostro que estaba buscando. Cuando Nell y ella se aproximaron a la caravana más cercana, las gitanas dejaron de hablar y la mayor de todas se dirigió a ellas con cautela.
—¿Puedo ayudaros? —Vestía ropas muy coloridas, aunque no tan llamativas como las que madame Romar había llevado en el puesto de adivina. Además también eran de un estilo mucho más actual.
—En realidad no lo sé. Estoy buscando a una señora llamada madame Romar. Predice el futuro en las ferias y me preguntaba si estaba por aquí.
—Sí, aquí estoy. —Maddie se dio la vuelta. Madame Romar estaba de pie en el umbral de la siguiente caravana, vestida de negro casi en su totalidad, por lo que tuvo que mirar dos veces para reconocerla—. ¿Qué quieres de mí?
El comienzo no podía ser menos prometedor. Tragó saliva antes de empezar a balbucear.
—Yo m… me preguntaba si… si podría hablar un… un momento con usted. Le agradecería mucho que me ayudara. —Nell se había pegado a su lado y ahora le agarraba de la mano. No había habido ningún mal gesto por parte de los miembros del campamento, pero tampoco las habían recibido con sonrisas. Todo el mundo se quedó inmóvil a la espera de las siguientes palabras de madame Romar, que se tomó su tiempo antes de hacer un seco gesto de asentimiento.
—Muy bien. Entra. —Giró sobre sus talones y desapareció en la caravana.
Maddie la siguió un tanto reacia. Ahora que la había encontrado no le parecía tan buena idea como al principio.
—¿Tenemos que ir ahí dentro? —susurró Nell.
Maddie apretó la mano de la niña para tranquilizarla.
—Solo será un momento, te lo prometo. No tardaremos mucho. Si quieres puedes quedarte en esos escalones y esperarme, ¿de acuerdo? Con tal de que te pueda ver…
—No, quiero ir contigo.
Una vez dentro le sorprendió lo espaciosa que era la caravana y lo limpia que estaba. Madame Romar señaló un pequeño sofá para que se sentaran y ella hizo lo propio en una silla que había en el lado opuesto.
—Has venido en busca de respuestas, ¿verdad?
—Mmm, sí. ¿No le importa? Le pagaré, por supuesto. —Parpadeó al ver que la adivina negaba con la cabeza con vehemencia, como si se hubiera molestado.
—No —gritó madame Romar—. Ya me pagaste y te dije todo lo que podía. En ese aspecto no puedo ayudarte más.
—Pero… parte de lo que me dijo ha sucedido y quería saber si… si podría darme más detalles. Estoy muy confundida. —Respiró hondo para detener la oleada de decepción que empezaba a embargarla.
—Por supuesto que ha sucedido. Te dije la verdad, no las tonterías que le cuento a la mayoría de la gente. —La gitana hizo un gesto de negación—. ¡Imbéciles! Solo oyen lo que quieren oír, así que eso es lo que les digo. Pero tú fuiste diferente. Sin embargo, no puedo ser más específica, tendrás que descubrirlo por ti misma. Ahí radica parte de la solución.
Maddie frunció el ceño.
—He intentando comprender el significado de lo que me dijo, pero sus palabras no tienen ningún sentido.
—Puede que ahora no, pero lo tendrán. —Madame Romar se rió con sorna—. Tienes que ser paciente, querida. Algunas profecías tardan años en cumplirse y, cuando lo hacen, es cuando uno se da cuenta de lo que querían decir. Sé que la paciencia es algo que no se os da bien a los jóvenes, pero tendrás que aprender a esperar.
—Entiendo. —Maddie se puso de pie—. Bueno, de todos modos gracias por hablar conmigo. Siento haberla molestado en su propia casa.
—No ha sido ninguna molestia. Eres bienvenida siempre que quieras. Eres casi de la familia, lo mismo que esta pequeña. —Madame Romar sonrió a Nell, que la miró sorprendida.
—¿Yo? ¿Lo dice por mi tátara tátara tátara muuucho abuelo Jago?
—Por supuesto. Su madre era mi tátara tátara tátara muuucho tía, así que prácticamente eres una de nosotras. De hecho, fue Jago el que se aseguró de que nos dejaran acampar en estas tierras siempre que quisiéramos. —La adivina esbozó una amplia sonrisa y la timidez de Nell se evaporó al instante.
—¿Sabe una cosa? Hablo con él un montón de veces.
Madame Romar asintió.
—Bien por ti. Puede oírte, aunque me temo que no puede responderte.
—Lo sé. Solo habla con Kayla y…
—Vamos, pequeña cotorra —interrumpió Maddie—. Estoy segura de que madame Romar tiene cosas que hacer. —Tomó a Nell de la mano y la guio hacia el soleado exterior. Sin embargo, en cuanto empezaron a bajar los escalones, la gitana la detuvo poniéndole una mano en el hombro.
—Hay más peligros acechándote, pero si crees en la felicidad todo saldrá bien.
—Gracias. —Maddie se volvió para ocultar las lágrimas que inundaron sus ojos. Aquellas palabras le proporcionaron cierto consuelo; no mucho, pero consuelo al fin y al cabo.
Mientras abandonaban el campamento bajó la vista al suelo y no se dio cuenta de si el resto de familias las vieron partir.
***
—¿No era hoy cuando habías quedado con el señor Ruthven? —preguntó Kayla el viernes por la mañana.
—Sí, esta tarde. —Por fin habían transcurrido aquellos tres interminables días. Maddie estaba en tal estado de agotamiento nervioso que había maltratado sus uñas lo indecible, incluso se había tenido que poner tiritas en algunas de ellas. Tenía que parar de una vez con esa absurda manía.
Alzó la vista y pilló a Alex mirándola de nuevo. En los últimos días había desarrollado la extraña habilidad de bajar a desayunar a la misma hora que ella y hoy no era una excepción. Alex nunca buscaba su compañía de forma deliberada pero cada vez coincidía más con ella. En ese preciso instante le guiñó un ojo; ella frunció el ceño y miró de reojo a Kayla para ver si se había dado cuenta del gesto, pero su amiga estaba demasiado ocupada dando de comer a Edmund. El pequeño se había vuelto todo un experto en conseguir que cada cucharada de papilla de manzana terminara en la mesa, el suelo, encima de su madre o de sí mismo… En definitiva, en cualquier lugar menos en su boca.
—Iré contigo —anunció Alex de pronto.
—Perdona, pero ¿qué has dicho? —Maddie estaba tan sumida en sus pensamientos que se había olvidado de su conversación anterior.
—Que te acompaño a ver al señor Ruthven —explicó él—. No me parece conveniente que vayas sola. Muy bien podría tratarse de otro viejo loco. Hoy en día parecen proliferar por estos lares.
—Sí, sí, llévate contigo a Alex —aprobó Kayla antes de exclamar—: ¡Oh, Eddie, mira lo que acabas de hacer!
La criatura soltó tal carcajada al ver la camiseta de su madre llena de comida que Maddie tuvo que mover la cabeza hacia a un lado para disimular una sonrisa. Aunque volvió a ponerse seria instantes después.
—Preferiría ir sola. Estoy segura de que el señor Ruthven no es peligroso. Además, le diré que todos sabéis que he ido a allí.
Alex negó con la cabeza.
—No basta. Si es un demente no le importará si alguien sabe dónde estás o no. Mira al otro tipo. Todo el mundo va detrás de él y todavía no le han detenido.
—Ya han pasado varios días y nadie más lo ha visto. Lo más probable es que se haya marchado de la zona, incluso puede que haya huido al extranjero.
—Lo dudo. Y Foster me ha dicho que ayer vio a alguien deambular por los alrededores. Aunque intentó ir tras él, el hombre desapareció.
—¿Blake-Jones? —El nombre salió de los labios de Maddie en un susurro; de pronto tenía la sensación de que no le funcionaban las cuerdas vocales.
Alex hizo un gesto de negación.
—No, un tipo con un gorro de lana, pero aún así…
—Alex tiene razón, Maddie —señaló Kayla con firmeza—. No puedes ir sola. Si no quieres que él te acompañe, se lo pediré a Wes.
—No soy ninguna niña —gruñó ella—. Bueno… Está bien. Ven conmigo si quieres, pero seguro que te aburrirás de lo lindo —dijo a Alex.
—¿Contigo? Nunca —replicó él con una amplia sonrisa. Maddie apretó los dientes y contuvo el impulso de tirarle a la cabeza lo primero que pillara.
***
—¿Sabes lo que más me gusta de estar contigo? —preguntó Alex mientras conducía por la ya conocida ruta que habían hecho la vez anterior.
—No podría adivinarlo ni en un millón de años —masculló ella mientras miraba por la ventanilla del automóvil.
—La paz que se respira. No estás parloteando constantemente como Nell o los niños, ni susurrando palabras de amor como Kayla y Wes. Solo silencio y tranquilidad. —Suspiró—. Eso sí, a veces, lo mucho cansa.
—Oh, cállate, Alex. —Ella se volvió hacia él y le fulminó con la mirada.
Alex se echó a reír.
—Por lo menos he conseguido que me mires con esos preciosos ojos verdes que tienes. Me encanta cuando echan chispas como ahora. —Maddie le golpeó en el hombro—. Oye, oye, no querrás que nos salgamos de la carretera, ¿verdad? Será mejor que contengas ese temperamento de pelirroja antes de ver al señor Ruthven.
Maddie resopló y se cruzó de brazos.
—Si no estuvieras aquí no habría nadie que me sacara de quicio y no tendría que «contener mi temperamento».
Alex volvió a soltar otra carcajada. Había descubierto lo mucho que le divertía bromear con ella. Además, como parecía que ese era el único modo que tenían de comunicarse, era lo que hacía… por el momento.
Pero no por mucho tiempo.
***
En esta ocasión aparcaron en frente de Wisteria Lodge y se detuvieron a mirar la casa durante unos segundos.
—La planta de arriba debe de tener unas vistas increíbles al mar —reflexionó Alex, mientras se hacía una visera con la mano para que le el sol no le deslumbrara—. Está situada en una zona muy alta de la colina.
—Sí, es preciosa, ¿verdad? —Maddie no podía estar más de acuerdo—. Una casa llena de vida —añadió para sí misma. Como la de sus sueños.
Alex se dirigió a la entrada principal pero ella le detuvo.
—No, tenemos que ir por la parte de detrás. El señor Ruthven me dijo que esta puerta tenía un problema.
—Oh, de acuerdo. —La siguió hasta la valla y esta vez la ayudó antes de saltarla él mismo.
Maddie se alejó por el campo hacia la parte trasera, pero se detuvo a esperarle antes de rodear el seto. El corazón le latía desaforado en el pecho y estaba empezando a tener miedo. Alex debió de notar que algo iba mal porque en cuanto se puso a su altura la tomó de la mano.
—¿Qué pasa, Maddie? —Estudió sus ojos con rostro serio.
—Te… te parecerá una tontería… pero tengo miedo. Me asusta lo que pueda encontrarme ahí dentro, pero también temo no encontrar nada. ¿Tiene sentido?
Él la atrajo hacia sí y la rodeó con sus fuertes brazos, reconfortándola. Maddie no se resistió, en ese momento necesitaba toda la fortaleza que Alex pudiera darle.
—No te preocupes, pase lo que pase, siempre es mejor salir de dudas. Todo va a ir bien.
—Supongo que sí. —Se apoyó sobre él durante un momento, respirando su viril aroma a limpio y tomando relajantes bocanadas de aire. Después de un rato se fue separando muy despacio de él—. Está bien, enfrentémonos a mis demonios.
Rodearon el seto y volvió a tener delante la visión de sus sueños: la parte trasera de la casa, la profusión de plantas trepadoras y rosales, el columpio… Tragó saliva y apretó los puños a los costados antes de aproximarse a la verja. Alex la abrió por ella y entró poco a poco, sin perder detalle de todo lo que la rodeaba.
—Es un jardín encantador —comentó Alex—. No me extraña que quisieras soñar con algo así.
Maddie esbozó una tensa sonrisa. Sabía que estaba intentando bromear con ella para que se relajara y apreciaba sus esfuerzos, pero en ese momento estaba demasiado nerviosa como para tranquilizarse con una pequeña charla. Se acercó al columpio y extendió la mano hasta tocar las gruesas cuerdas de cáñamo y el asiento de madera que había adquirido un tono grisáceo con los años. Cada fibra de su ser gritaba que le pertenecía, que era solo de ella, y quería gritarlo alto y claro. «¡Es mi columpio!» Por supuesto que no lo hizo. Simplemente se quedó mirándolo, perdida en el recuerdo de su sueño.
—Ah, señorita Browne, aquí está.
Maddie se dio la vuelta a tiempo para ver emerger a un hombre por la puerta trasera de la casa y caminar hacia ellos con una sonrisa en el rostro. Un hombre pelirrojo y con barba.
De repente, se quedó sin aliento. Como si estuvieran intentando aspirar el aire de sus pulmones. Por mucho que se esforzó, no consiguió respirar con normalidad. Se le nublaron los ojos mientras la oscuridad se iba apoderando de su visión poco a poco hasta que no vio nada más. Se oyó gemir… y después sintió el más absoluto vacío.