—TÍA MADDIE, es hora de levantarse. Deja de fingir que sigues dormida, porque sé que no es verdad.
A la mañana siguiente, Nell despertó bruscamente a Maddie entrando en su habitación sin molestarse en llamar. Gracias a Dios no había tenido ningún sueño. Nada más oír a la pequeña escondió la cabeza entre las sábanas.
—Sal de aquí, niña horrible, no es posible que ya sea de día —gimoteó.
Nell se rio. Como el resto de habitantes de la casa, sabía que no le gustaba nada madrugar.
—Mamá me ha dicho que vamos a ir a una feria y me ha pedido que venga a despertarte ya mismo o, si no, nos iremos sin ti. —Nell tiró de las sábanas y Maddie se aferró a ellas como si le fuera la vida en ello.
—No os preocupéis por mí. Estoy muy a gusto aquí y hace mucho que las ferias dejaron de parecerme divertidas.
—Oh, no seas tan gruñona, tía Maddie, ya verás qué bien nos lo pasamos —insistió Nell mientras conseguía destaparla un poco más—. Además no es una feria en plan parque de atracciones, sino una feria rural. Vamos a ir todos. También el tío Alex.
Si había dicho aquello para incentivarla, había fallado de manera estrepitosa. De hecho, le había producido el efecto contrario. Le había preocupado mucho el brillo de deseo que vio en los ojos azules del hermano de Wes el día anterior, pero lo que más miedo le dio fue su propia reacción. Cuando él la miró así, se estremeció de la cabeza a los pies al tiempo que sintió un calor ascendiendo por todo su cuerpo. Podía entender el comportamiento de él ante una mujer que no conocía —al fin y al cabo había pasado los tres últimos años de su vida en la cárcel— pero ella no tenía excusa. Ninguna en absoluto. Sobre todo después de su reciente fiasco con David.
—Mmm —fue lo único que se le ocurrió decir, pero Nell era muy tenaz. Cuando vio que todas sus tácticas fallaban, saltó sobre ella y empezó a hacerle cosquillas hasta que no le quedó más remedio que rendirse—. Está bien, está bien… Voy a ducharme. Bajaré en unos minutos.
—De acuerdo. —Nell se bajó de la cama, con cara de satisfacción por el trabajo bien hecho—. Será mejor que te des prisa. Annie está preparando el desayuno y huele fenomenal.
—¿Y cuándo no? —Uno de los mayores peligros de visitar a Kayla y Wes era la amenaza a su figura. No entendía cómo su amiga podía vivir con Annie y no ponerse inmensa.
Nell volvió a reír y abandonó la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Maddie por su parte fue directa al baño.
—Bueno, ya que estoy despierta, no pierdo nada si voy —murmuró para sí misma. Sin embargo, una vocecita interior insistió en que tal vez lo hacía para pasar más tiempo con Alex y así conocerle mejor. Aquello le molestó bastante y abrió el agua de la ducha con más fuerza de la necesaria.
«Lo último que necesito en este momento es empezar una relación, sobre todo con un ex convicto, ¡aunque sea más guapo que el pecado!»
***
La feria estaba muy concurrida, a pesar de la ola de calor que asolaba la zona, y el grupo avanzó entre la multitud despacio. Wes llevaba a Edmund en la espalda en una especie de mochila para bebés, dejando a Kayla libre para lidiar con los demás niños. Jago, por su parte, se había pegado como una sanguijuela a su recién descubierto tío, al que parecía idolatrar. Alex le había levantado sobre sus hombros y el pequeño chillaba y reía con todo lo que veía.
—Mira, mami. ¡Un globo! Y perritos. ¡Una vaca! ¡Corderitos! Y… —Siguió con una retahíla de cosas fascinantes y todos rieron con sus ocurrencias.
—Cómo me gustaría compartir su entusiasmo —masculló Wes—. Nos lo habríamos pasado mejor si hubiéramos hecho un picnic a la orilla del mar. —Se secó la frente con la parte inferior de la camiseta.
—Podemos hacerlo más tarde —señaló Kayla, dándole la mano—. Ahora deja de enseñar tus abdominales y ayúdame a comprar todas esas deliciosas mermeladas y pasteles. ¡Venga, sabes que te encantarán!
Wes esbozó una amplia sonrisa.
—Sí, señora. Lo que me encanta es que te pongas mandona.
El comentario hizo que se ganara un ligero puñetazo en el brazo, seguido de un beso, así que Maddie supo que su amiga no estaba enfadada. Envidiaba la complicidad que ambos mostraban y anhelaba encontrar a su propia alma gemela. Aunque era poco probable que lo lograra. Llevaba intentándolo años, pero siempre terminaba con imbéciles como David. Estaba claro que tenía un gusto pésimo en lo que a hombres se refería.
Los puestos eran muchos y variados y Maddie disfrutó a pesar de su anterior renuencia a ir. Caminar entre el ruido y el bullicio de la multitud sin nada mejor que hacer que observar las mercancías a la venta le producía cierto sosiego.
—¡Oh, por el amor de Dios! —exclamó Wes en un determinado momento—. ¿Quién compraría un comedero personalizado para el perro? Cómo si los animales supieran leer. —El puesto lleno de parafernalia para canes estaba repleto de todos los artículos inimaginables y maravillosos que podría necesitar el mejor amigo del hombre.
Todos rieron.
—¿Y tú qué sabes? —bromeó Alex—. Tal vez son más listos de lo que creemos.
—Seguro que sí, doctor Dolittle.
—Oh, mira, Maddie, una pitonisa. —Kayla se había dedicado a echar un vistazo a los puestos más cercanos por si alguno le interesaba. Estaba claro que la pequeña carpa de seda púrpura con borlas doradas había llamado su atención.
—Conocerás a un hombre alto, moreno y apuesto, te casarás con él y viviréis felices para siempre… —entonó Maddie con voz grave. Entonces se dio cuenta de que esa descripción encajaba perfectamente con Alex y se ruborizó. Sí, el hermano de Wes era eso y mucho más. Gracias a Dios en ese momento estaba enfrascado en una conversación con Nell y no parecía haberla oído.
Kayla la agarró del brazo.
—No seas tonta. Estoy segura de que será mucho más ingeniosa de lo que piensas. Anda, ve y dale una oportunidad.
—Sinceramente, no creo que me apetezca conocer qué otros desastres me tiene preparado el destino. Ya he tenido mi buena cuota por una temporada —replicó ella—. ¿No fuiste tú a una? Si mal no recuerdo te predijo un montón de cosas y todas se hicieron realidad.
—Eso no cuenta. Esa mujer sí que era clarividente y no lo hacía a cambio de dinero. Seguro que esta es una impostora y solo te dirá cosas buenas. No querrá perder clientes. Vamos, yo me voy a animar. ¡Será divertido!
Wes se limitó a negar con la cabeza y miró perplejo a Kayla mientras esta la arrastraba hasta la carpa púrpura.
—Los hombres no entienden nuestra fascinación por estos asuntos —comentó Kayla con una risita—. Ellos se toman la vida tan en serio. Cualquiera pensaría que Wes sería más comprensivo teniendo un ancestro gitano.
—Oh, sí, el famoso… ¿o debería decir infame?… Jago Kerswell. El tocayo de tu hijo mayor.
—Sí. Se parecía un montón a Alex. O bueno, teniendo en cuenta que Jago era alto, moreno y muy guapo, deberíamos decirlo al revés… —Ambas rieron y se unieron a la fila que esperaba para ver a madame Romar.
Kayla entró primero y salió con una sonrisa en los labios.
—Te lo dije. Solo cosas buenas.
—¿Qué te ha dicho?
—Que voy a tener otro hijo. Esta vez una niña. También que voy a hacer un viaje pronto, aunque no tengo ni idea de a dónde. Da igual. Ya te contaré el resto más tarde. Te toca. —La empujó hacia la entrada.
Maddie entró en la carpa un poco reacia, no muy segura de si quería conocer algo de su futuro. Aunque sabía que muchas de las cosas que decían las pitonisas eran tonterías, una pequeña parte de ella era lo suficiente supersticiosa para pensar que podía haber alguna verdad en ello. Su visión se ajustó a la tenue luz del interior —nada comparable con el exterior— y se sentó frente a la anciana morena que estaba al otro lado de la mesa.
—Hola, querida, dame algunas monedas y te leeré la buenaventura. —La mujer era menuda y tenía unos penetrantes ojos oscuros. El pelo, aunque con algunas hebras grises, era bastante negro y estaba lustroso. Vestía de colores, acorde con su profesión, y lucía diversos pañuelos y multitud de pulseras. Maddie intentó relajarse. Todo era pura pantomima. Sacó dinero suficiente y se lo entregó. Las monedas desaparecieron rápidamente en una pequeña caja metálica.
—Muy bien, jovencita, ahora extiende el brazo, por favor. —Madame Romar tomó su mano y estudió la palma con detenimiento mientras trazaba varias líneas con un dedo arrugado y la cambiaba de posición varias veces—. Mmm…
Maddie esperó en tenso silencio.
Sin soltar su mano, la mujer miró una pequeña bola de cristal que tenía en la mesa, delante de ella. Maddie creyó ver un pequeño remolino de niebla en su interior, lo que hizo que parpadeara un par de veces. Mientras madame Romar estudiaba la bola durante lo que le pareció una eternidad, intentó no removerse inquieta en su asiento. Al final, estaba casi a punto de ponerse a gritar cuando la pitonisa empezó a hablar.
—Estás preocupada, mi niña, lo que es comprensible. Has atravesado una etapa difícil y todavía pasará algún tiempo antes de que tus problemas se resuelvan.
Maddie frunció el ceño. Eso no era lo que quería oír.
—Veo a un hombre alto, moreno, guapo —continuó la mujer. Maddie casi soltó un bufido. Era demasiado predecible, pero sus siguientes palabras lograron que se volviera a sentar y continuara escuchando—. Él comparte mi sangre e intentará ayudarte.
—¿Ayudarme? ¿Con qué?
—Shhh, no me distraigas, estoy concentrada. Veo peligro. Hay otro hombre moreno. Es malvado. Y también uno pelirrojo que es bueno. Tendrás que enfrentarte a ambos antes de encontrar la felicidad. Pero ten cuidado, el peligro es muy grande.
Maddie se quedó mirando a la mujer. Un hombre moreno y otro pelirrojo… igual que en su sueño. ¿Cómo podía esa gitana saberlo?
—Pero ¿cómo los encontraré?
La pitonisa le dio una palmadita en la mano y le lanzó una mirada llena de comprensión.
—Tal vez sean ellos quienes te encuentren. De todos modos, no te preocupes, al final del camino te espera la felicidad, siempre que creas en ella. Recuérdalo, debes tener fe.
La gitana no dijo nada más y Maddie salió a trompicones de la carpa para encontrarse con el deslumbrante sol.
—¡Ya era hora! ¡Has estado ahí dentro un siglo! ¿Qué demonios te ha dicho? Parece como si hubieras visto a un fantasma. —Kayla la arrastró hasta el puesto de helados, donde la estaban esperando los demás.
—Bueno… en realidad… Oh, Kayla, ha sido muy raro. Me ha dicho cosas muy extrañas, algunas relacionadas con el sueño que suelo tener, o por lo menos eso me ha parecido. ¿Cómo es posible que lo supiera?
—No tengo ni idea. Quizá sí que es una clarividente, como la que predijo mi futuro. Eso significa que voy a tener una hija… —Kayla sonrió.
Maddie se estremeció a pesar del calor.
—Espero que no. Dijo que estaba en peligro, pero que al final encontraré la felicidad.
Ahora fue Kayla la que frunció el ceño.
—Bueno, eso no ha sido muy sensato por su parte. Esa mujer debería saber que no va a conseguir muchos clientes si va diciendo cosas como esa a la gente. Olvídalo, seguro que solo son un montón de tonterías.
Maddie deseó con todo su corazón que su amiga tuviera razón, aunque no estaba del todo convencida.
***
Alex escuchó con atención la conversación entre las dos mujeres, aunque fingió estar pendiente de otra cosa. Conocía a madame Romar, igual que Wes, pero ninguno de los dos dijo nada. La pitonisa pertenecía al grupo de gitanos que solía acampar en Marcombe una vez al año y a la que llevaba viendo desde que eran niños. Nunca le había leído el futuro, o por lo menos no a él. No estaba muy seguro sobre Wes, aunque sospechaba que su hermano también lo habría evitado. No obstante, quizá fuera hora de probar los poderes de la anciana. No le había gustado nada el miedo que vio en los ojos de Maddie.
—Kayla, ¿te importaría encargarte de Jago un momento? —Bajó al pequeño de sus hombros—. Necesito… ya sabes. —Hizo un gesto hacia el baño público para caballeros que había cerca—. Vuelvo en un minuto —explicó a Jago, que parecía estar a punto de empezar una rabieta—. Entonces volveré a subirte.
—Sí, claro. Vamos, Jago, veamos si hay algún juguete que te guste por aquí. —Kayla y el resto del grupo se alejaron y él hizo ademán de dirigirse al servicio. Sin embargo, en cuanto los perdió de vista, se dio la vuelta y fue hacia la carpa de madame Romar. Por suerte en ese momento no había nadie esperando, así que se metió dentro.
—¿Toc, toc? —saludó en broma.
En cuanto madame Romar alzó la vista esbozó una enorme sonrisa que se extendió hasta sus arrugados y hundidos ojos.
—¡Alexander! ¡Qué alegría verte! ¿A qué debo el honor?
Se sentó en el pequeño taburete que había frente a ella y apoyó los codos sobre la mesa. Después sonrió.
—Pensaba que tú sabrías la respuesta. ¿O es que eres una impostora como sospecha mi cuñada?
La anciana soltó un resoplido de desdén.
—Solo para aquellos que no quieren oír la verdad.
—Entonces cuando la amiga de Kayla entró hace un momento, ¿no la engañaste?
—¿La muchacha alta y pelirroja? No. Necesitaba que alguien la advirtiera y ya que tú vas a ser el que la proteja también puedo hacerlo contigo.
—Ella no tiene nada que ver conmigo —protestó él—. Solo está pasando unos días con Wes y Kayla.
La boca de la anciana se curvó en una enigmática sonrisa y le miró negando con la cabeza.
—Pequeño tonto. ¿Piensas que no me he dado cuenta de que te gusta? Además, mi bola de cristal nunca miente. Te vi en ella.
—¿Cuándo le predijiste el futuro?
—¿Cuándo «vi» su futuro? —le corrigió—. De cualquier forma, estás ahí, así que ten cuidado. Ayúdala. Vi peligro. El mal la está acechando.
—Por supuesto que la ayudaré si me necesita, pero…
Ella volvió a negar con la cabeza.
—Solo confía en mí, espera y verás. Estate preparado para cualquier cosa. Eso sí, necesitas dejar de lado tus prejuicios. Como ese Darcy de la tele.
—¿Qué? —Alex se preguntó si la anciana no estaría perdiendo la cabeza—. ¿Qué tiene que ver con esto?
—Ese hombre estaba cegado por sus estúpidas ideas. Lo que quiero decir es que no cometas los mismos errores que él. —Sus ojos brillaron llenos de picardía—. Y también era alto, moreno y muy guapo, como tú.
—Romar… —Alex intentó mostrarse molesto, pero sabía que la anciana le estaba tomando el pelo.
La mujer le apretó la mano.
—Solo cuídate mucho, muchacho. Has pasado por muchas cosas, igual que ella, pero ambos sois fuertes. Aseguraos de que el Bien triunfa sobre el Mal. Depende de vosotros.
No estaba muy seguro de saber a qué se refería y tampoco le gustaba tener el tipo de responsabilidad que parecía haberle endilgado, pero hizo un gesto de asentimiento.
—De acuerdo, gracias. ¿Te veré pronto por Marcombe?
—Sí, nos quedaremos por allí, como siempre. Es nuestro refugio veraniego. —Cuando Alex sacó unas monedas del bolsillo ella volvió a negar con la cabeza—. No, los Marcombe nunca pagan, ya lo sabes. Sois familia.
Cuando Alex salió al exterior, no pudo dejar de temblar a pesar de lo caluroso del día. Romar había tratado de advertirle y sabía que lo hacía por un buen motivo. Aunque no le molestaba si todo aquello servía para pasar más tiempo con Maddie, ¿de qué se suponía que tenía que protegerla? Por lo visto solo el tiempo lo diría.