Capítulo 9

—MADRE, por el amor de Dios, ¿por qué no te calmas y me dices cuál es el problema? ¿Qué te pasa? Deja de ir de un lado a otro, ¡por favor!

La señora Blake-Jones se detuvo en la cocina y se sentó en una silla junto a la mesa. Después se inclinó hacia delante y enterró la cabeza entre las manos.

—Nada, Jane, no me pasa nada. Fue por el sol —murmuró—. Solo el sol…

—Sí, claro, el sol. —Jane dio unos impacientes golpecitos en el suelo con el pie—. Que no he nacido ayer, madre. Te desmayaste en cuanto viste a esa muchacha pelirroja y luego le dijiste que se fuera cuando solo intentaba ayudarte. Fuiste muy grosera y tú no eres así. Sé que pasa algo. —Jane estaba desconcertada por el comportamiento de su madre y estaba decidida a llegar al fondo del asunto.

La señora Blake-Jones ladeó la cabeza y miró a su hija. En cuanto vio las mejillas bañadas en lágrimas de su madre se quedó sin aliento. Se apresuró a rodearle los hombros con el brazo y la sintió temblar.

—Madre, por favor, dime qué sucede.

—¿Qué está pasando aquí? —Su madre dio un brinco al oír la voz de su marido. Parecía estar a punto de desmayarse… por segunda vez en ese día. Jane vio cómo la sangre abandonaba su rostro y se quedaba paralizada, mirando a su marido con ojos aterrorizados, como los de un cervatillo cuando observa el cañón que está a punto de dispararle. Frunció el ceño.

—¿Y bien? Contadme qué sucede. —El reverendo Saul Blake-Jones no estaba acostumbrado a que le desobedecieran en su propia casa, como ella bien sabía, y las miró a ambas con expresión severa.

—Nada, padre. Madre se desmayó cuando veníamos para acá, pero creo que ha sido por el calor —se apresuró a explicar para calmarle. Lo último que necesitaba en ese momento era uno de sus arrebatos de ira; sabía de primera mano cómo afectaría a su madre.

—Os he oído hablar de una pelirroja. ¿De quién se trata?

—No… no lo sé. Su cara pareció alterar a madre, pero… estoy segura de que fue por nada. Solo su imaginación.

El reverendo fijó su acerada mirada en su mujer y Jane percibió cómo esta temblaba con violencia. Apretó los dientes, preguntándose por enésima vez si llegaría el día en que pudiera persuadirla para que ambas salieran de aquella casa. Era como si su padre controlara la voluntad de su esposa y cada vez que intentaba que lo abandonara se encontraba con una rotunda negativa, a pesar de que sabía que su madre estaba deseando escapar de esa tiranía.

—¿Es eso cierto? ¿Viste a una pelirroja? —preguntó su padre, sin apartar la mirada del rostro pálido de su esposa. Su madre asintió—. Lo que me pregunto es por qué eso te alteró. —Se acarició la barba y la miró con expresión pensativa. Sus negros ojos brillaban con malicia. Ahora fue Jane la que tembló. Llevaba viviendo con aquel hombre que era su padre veinte años. Sabía que tenía que quererle y obedecerle, pero le resultaba imposible. Las intimidaba con demasiada frecuencia y no estaba segura de poder soportarlo ni un segundo más. Tenía que encontrar la forma de escapar de allí como fuera y no podía dejar a su madre atrás. Aquello la mataría.

—Bueno, solo se me ocurre una cosa para eso, querida —continuó su padre. Apoyó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia delante, paralizando a su esposa sobre la silla con su iracunda mirada—. Y ambos conocemos la respuesta, ¿verdad?

—No, Saul, seguro que me lo he imaginado. Hay mucha gente pelirroja —respondió su madre con una voz estrangulada que Jane apenas reconoció. Miró a sus padres alternativamente, pero ellos parecían haberse olvidado de su presencia. Solo se miraban el uno al otro y entre ellos parecía flotar algo más, pero ¿qué?

—No lo creo. Sé que cometí un error, que tenía que haberme ocupado del asunto de una vez por todas cuando tuve oportunidad. —Giró sobre sus talones y fue hacia la puerta.

—¡No, Saul, por favor! No…

Se volvió y miró a su mujer una vez más.

—Todo es culpa tuya, así que no te atrevas a decir ni una palabra. ¿Entendido? —rugió. Jane vio cómo a su madre se le contraía el rostro y empezaba a sollozar en voz alta—. Yo no soy el pecador aquí y haré lo que me plazca. —Y se marchó sin mirar atrás.

El frágil cuerpo de su madre se estremeció por la intensidad de su llanto. Jane la abrazó hasta que pasó la tormenta. Cuando los violentos sollozos se transformaron en pequeños hipidos, se atrevió a preguntar:

—Por favor, madre, ¿no puedes decirme qué está pasando? —susurró. No quería que su padre las oyera de nuevo.

—No, cariño. Por favor, no vuelvas a preguntarme. Es mejor que no lo sepas.

El llanto regresó y Jane soltó un suspiro para sí misma. Tendría que buscar la respuesta en otro lugar.

***

—Maddie te ha llamado alguien. Una amiga, creo. —En cuanto entró por la puerta principal acompañada de Annie, Alex salió a recibirla desde el despacho de Wes con un trozo de papel en la mano—. Dejó un número de teléfono.

—Oh, gracias. —Se fijó en la nota y se dio cuenta de que se trataba de Jessie.

Se volvió y encontró a Alex mirándola como si quisiera decirle algo más, pero debió de cambiar de opinión y solo asintió antes de regresar al despacho. Maddie se fue a su habitación y llamó al número de Londres.

—¿Jessie? Soy yo. ¿Qué pasa?

—Solo quería saber cómo te iba y contarte que he estado revisando las actas de matrimonio online. Por desgracia no he encontrado ningún matrimonio para Ruth Kettering, así que no tengo ni idea de cómo seguirle la pista. ¿Sabes algo más?

—Sí, el otro día recibí el certificado de nacimiento y hay una posible pista. El hermano de mi madre aparece como declarante y hay una dirección en una pequeña localidad de Wiltshire. Pero escucha, me ha vuelto a pasar una cosa muy extraña.

Se tumbó en la cama y procedió a contarle su inusual encontronazo con la señora Blake-Jones y su hija.

—¿Crees que podría conocer a mi madre y está intentando que su secreto no salga a la luz? Tuvo una reacción tan rara. Eso sí, no tengo ni idea de cómo alguien de Dartmouth puede conocer a una mujer de Wiltshire.

—Supongo que es posible. —Jessie parecía pensativa—. Espera un minuto, acabo de tener una idea. Dios, ¡qué tonta que he sido!

—¿Qué?

—Ahora mismo no te lo puedo contar, no vaya a ser que me equivoque, pero te llamaré en cuanto pueda.

—Pero Jessie…

—¿Sabes qué? Deberías ir a ese sitio y preguntar. La gente que vive en sitios tan pequeños suele tener muy buena memoria. Puede que tu tío todavía viva allí.

—Sí, también se me había ocurrido hacerlo, pero me siento tan incómoda. Es decir, ¿qué les cuento? «Perdone, pero ¿sabe si aquí nació algún niña ilegítima hace veintisiete años?»

Jessie soltó una risita.

—No hace falta que hagas eso. Puedes fingir que eres la hija de una vieja amiga del colegio de Ruth y que tu madre quiere recuperar el contacto con ella o algo parecido.

—Oh, Jessie, no sé, se me da tan mal mentir.

—Vamos, puedes hacerlo. Es la única forma que tienes de lograrlo. Da igual, tengo que dejarte. Te llamaré la próxima semana. Adiós.

Su amiga colgó y Maddie se quedó mirando fijamente el teléfono.

Tras unos segundos se tumbó en posición fetal. Se sentía pequeña, vulnerable y sola. Sobre todo sola. Por supuesto que tenía a Kayla y a sus amigos y puede que en un futuro también creara su propia familia si encontraba al hombre adecuado, pero no era lo mismo. Kayla no podía imaginarse la suerte que era tener unos padres, un hermano y dos hermanas, por no mencionar a sus abuelas, tíos y tías. Ella también había creído tenerlos, pero ahora se habían ido e incluso los que tenía no eran realmente de ella. No había hablado con ninguno de sus parientes adoptivos desde el funeral y ninguno había intentado contactar con ella. Con tristeza, se dio cuenta de que, de todos modos, tampoco les había gustado a ninguno, salvo a la maravillosa pareja que habían sido sus padres.

Quería llorar, pero estaba paralizada por dentro, como si sus lágrimas se hubieran transformado en un bloque de hielo que no podía derretir. Empezó a dolerle la cabeza y se frotó las sienes, haciendo círculos con los dedos, aunque no funcionó. Era como si alguien le hubiera puesto un casco de hierro sobre el cuero cabelludo y la frente, de modo que si cerraba los ojos podía sentirlo más apretado con cada minuto que pasaba. Llegó un momento en que estuvo a punto de gritar de dolor, así que se debatió entre tomar una aspirina o no. Sin embargo, sabía que no funcionaría. El dolor venía desde dentro y no desaparecería hasta que no pudiera librarse de la desesperación que la embargaba.

***

—Maddie, ¿puedo hablar contigo un momento, por favor?

—¿Perdona? Oh, sí, por supuesto. —Habían cenado en silencio. Había estado tan sumida en su propia desdicha que apenas le había dirigido la palabra a Alex. Ahora, le seguía hasta la pequeña y confortable sala de estar de la parte trasera de la casa que Kayla y Wes usaban cuando no recibían visitas. El papel de la pared en tonos rojos y los lujosos sofás hacían de ella el refugio perfecto, sobre todo en invierno, donde el fuego de la chimenea le daba un aspecto aún más acogedor. Maddie solía relajarse al instante cuando entraba allí, pero esa noche estaba demasiado nerviosa como para lograrlo.

—Maddie, me he dado cuenta de que estabas muy callada en la cena —empezó Alex. Estaba mirando hacia la ventana y con las manos metidas en los bolsillos.

—Sí, lo siento. Estoy un poco preocupada, solo es eso. —Se sentó en un mullido sillón e intentó concentrarse en lo que había a su alrededor.

—Bueno. Solo quería disculparme otra vez por lo que pasó ayer. —Alex se volvió para mirarla a los ojos—. No suelo apresurar las cosas de ese modo. Debería haberte dado más tiempo para que me conocieras mejor.

Maddie alzó una mano.

—No, por favor, no digas nada más, Alex. Yo… Lo mejor será que nos olvidemos por completo de esto. En serio, no creo que encajemos. Es mejor que solo seamos amigos, ¿de acuerdo?

Él frunció el ceño.

—¿Qué te hace pensar eso? Yo sí creo que encajamos… y muy bien.

Maddie se ruborizó de la cabeza a los pies al darse cuenta de a lo que se refería; no podía negar que tenía razón.

—Bueno, sí, tal vez en eso concretamente sí, pero no estoy interesada en una relación esporádica con…

—¿Un ex delincuente? Claro, me lo imagino. —Alex apretó la mandíbula visiblemente molesto, como si le costara muchísimo contener su enfado—. Debería haber sabido que ninguna mujer decente querría salir conmigo. Supongo que tendré que ir a los bajos fondos y buscarme una puta como los demás delincuentes —ironizó, volviéndose hacia la puerta.

—Alex, ¡eso no es lo que iba a decir! —Maddie estaba horrorizada. Su intención había sido señalar que él era demasiado atractivo y demasiado mujeriego y que no creía que fuera capaz de mantener una relación estable con una mujer como ella, que no era precisamente una belleza. Pero estaba claro que él había sacado sus propias conclusiones.

—Ahórrate el discurso, ¿de acuerdo? Podemos fingir ser amigos por Wes y Kayla, como tú misma dijiste. Por mí bien. —Y salió de la sala dando un portazo tan fuerte que vibraron los cristales de la ventana.

Maddie empezó a seguirle, pero se detuvo de inmediato. Quería explicarle lo equivocado que estaba, pero puede que ese gesto le hiciera creer que había cambiado de idea. Tal vez lo mejor era dejarle que pensara lo peor. Así la dejaría en paz y también serviría para refrenar sus sentimientos hacia él. En ese momento, lo que menos necesitaba era desear meterse en la cama de ese hombre.

Por mucho que le tentara hacerlo.

***

Alex sabía que había sobreactuado un poco, pero estaba tan enfadado que no le importó. Y estaba mucho más molesto con él que con ella.

Debería haberlo sabido. ¿Por qué se había puesto en esa situación? En su interior era consciente de que las mujeres no volverían a mirarle como lo hacían antes de entrar en prisión. Las buenas chicas no salían con un hombre de su reputación. Incluso la descarada Jenna había dejado de coquetear con él en cuanto le dijo dónde había pasado los últimos tres años. Aunque si era sincero, cuando ella le localizó como prometió hacer, había «embellecido» su pasado delictivo lo justo para quitársela de encima. Y no había vuelto a saber de ella, ni de sus antiguas amistades, así que ahora estaba fuera de sus puntos de mira. A partir de ese momento tendría que bajar sus expectativas de forma considerable.

¡Maldición!

Pasar el día navegando y relajándose con Maddie había hecho que olvidara quién era e intentara dar un paso más en su relación. Un paso que ella no había rechazado de inmediato. Aunque puede que en ese momento Maddie también se hubiera olvidado de todo, ¿verdad? El sol podía causar estragos en el cerebro de uno e impedir que pensara racionalmente. Sin embargo, ella había vuelto en sí demasiado pronto…

Se fue hacia el jardín; sabía que el aire libre y el fresco olor de la hierba y las flores le calmarían.

—Tengo que mirar el lado bueno de las cosas, ¿no? —masculló. Ya no estaba encerrado en una celda y si ser rechazado por mujeres decentes era el precio que tenía que pagar, pues bienvenido fuera. Había sido un imbécil y ahora estaba sufriendo las consecuencias. Unas consecuencias que tal vez duraran el resto de su vida. Pero por lo menos nunca más volvería a la cárcel.

«Asúmelo, Marcombe, Maddie no es para tipos como tú.»

¿Pero quién lo era?