—Y ahora, jovencitas, como os podéis imaginar, la última voluntad de vuestros padres no contiene ninguna sorpresa, excepto por… A lo que me refiero es que a todas os corresponde una cuota igual en la herencia, por supuesto. Sobre eso no existe ninguna duda.
El señor Parker, el abogado de la familia, estaba sentado en el borde del sofá; en la mesa de café se extendían varios documentos dispuestos en montones ordenados. Madeline Browne y su hermana pequeña, Olivia, ocupaban los dos sillones de enfrente y esperaron en silencio a que continuara.
—Sí, ¿y…? —Olivia, tan impaciente como siempre, le instó a que prosiguiera en cuanto no lo hizo de inmediato.
—Bueno, hay un pequeño detalle que todavía tengo que revelaros —dijo al fin—, aunque no afecta en absoluto al asunto de la herencia. —Se le veía claramente incómodo y tuvo que aclararse la garganta un par de veces.
Una mosca zumbó en la ventana intentando escapar hacia la libertad que proporcionaba el exterior. Maddie deseó poder hacer lo mismo, pero tuvo que conformarse con tragarse las lágrimas que amenazaban con volver a desbordarse. Toda aquella horrible situación la estaba sobrepasando.
—Vuestros padres añadieron un codicilo en el testamento según el cual… Bueno… Tengo que deciros que… En resumidas cuentas, ellos creían que debíais saber que no sois hermanas de sangre —dijo de sopetón. Inmediatamente después añadió—: Maddie, eres adoptada.
Maddie soltó un jadeo y miró al abogado.
—¿Adoptada?
—Sí, así es. —El señor Parker hizo un gesto de asentimiento para dar mayor énfasis a su revelación y se dispuso a ordenar una pila de papeles que estaba perfectamente alineada.
—¿Pero qué…? Quiero decir, ¿por qué…? —Maddie no podía creerse lo que estaba oyendo y a su cerebro le costó horrores procesar la información. Tenía una extraña sensación en el estómago, como si se hubiera tragado una bolsa llena de cubitos de hielo y se le hubiera entumecido la parte superior del torso. Sabía que la lectura del testamento sería dolorosa, pero aquello era algo del todo inesperado. ¿Cómo podían sus padres haber mantenido un secreto así durante tanto tiempo? ¿Por qué demonios no se lo dijeron? Tenía veintisiete años, ya no era ninguna niña.
Como si le estuviera leyendo el pensamiento, el señor Parker dijo:
—Me temo que no sé por qué no te lo quisieron decir antes. Tal vez pensaron que era lo mejor para ti. —Se encogió de hombros—. Nunca me contaron nada sobre este asunto.
Otro silencio, esta vez mucho más incómodo. El señor Parker se movió nervioso en el sofá y se inclinó hacia delante para volver a ordenar los papeles. Maddie se había quedado paralizada, incapaz de mover ni un solo músculo, aunque las siguientes palabras de su hermana la sacaron de aquel trance.
—Si Maddie no es mi hermana de verdad, ¿por qué tiene derecho a la mitad del dinero de mis padres?
—¡Olivia! —El abogado abrió los ojos claramente escandalizado por tal pregunta, pero Maddie ni siquiera pestañeó. Es más, aquello casi le arrancó la primera sonrisa desde que le comunicaron la noticia del accidente de tráfico de sus padres. La pregunta era un claro ejemplo de la forma retorcida y egoísta en que funcionaba la mente de su hermana. Nadie la conocía mejor que ella.
—Como hija adoptiva de tus padres, Maddie tiene los mismos derechos que tú, Olivia. Todos los documentos están en orden. —El abogado tenía los labios apretados en una tensa línea y el ceño fruncido en un gesto que mostraba su profunda desaprobación, pero aun así Olivia ni se inmutó y se limitó a enarcar las finísimas y depiladas cejas sobre sus maquillados ojos intentando fingir una expresión de cándida inocencia.
—Pero si no tenemos ninguna relación de consanguinidad, ¿no debería por lo menos llevarme la parte más cuantiosa? —Bajo la espesa capa de maquillaje Olivia mostraba una expresión fría, de total indiferencia. No había ningún atisbo de dolor por el fallecimiento de sus padres. Ni rastro de culpa por querer despojar a su hermana de la herencia. Nada que indicara que entendía la crueldad de lo que estaba diciendo. El señor Parker abrió la boca incrédulo.
—¡Olivia, en serio, esto está completamente fuera de lugar! —Se volvió hacia Maddie con una mirada de disculpa. Se notaba que aquel giro de los acontecimientos le había pillado desprevenido. Empezó a juguetear con una elegante pluma estilográfica, quitándole y poniéndole el capuchón. —Me he quedado sin palabras —añadió de forma innecesaria.
Maddie decidió que ya era hora de acudir en su ayuda. Mientras escuchaba las preguntas de Olivia, se vio invadida por una furia contenida. Se dio cuenta de que no se trataba de algo que hubiera surgido de repente. No, la ira había ido creciendo con los años, pero siempre se había controlado por respeto a sus padres. Ahora, sin embargo, ya no había ninguna razón que le impidiera dejarla salir y esa rabia le dio la fuerza suficiente para lidiar con aquello de una vez por todas.
—No se preocupe, señor Parker. —Se inclinó hacia delante para colocar una mano sobre su manga, intentando tranquilizarle—. Como bien puede imaginarse, esta noticia me ha causado un gran impacto, pero también me ha hecho ver una cosa muy clara. Olivia no es y nunca ha sido una hermana para mí. A pesar de lo mucho que he luchado por que tuviéramos una relación más cercana, no lo he conseguido. Siempre me he preguntado por qué, pero hoy me acaba de dar la respuesta. Gracias.
—Ya estás haciéndote la santa, como siempre —susurró Olivia en tono despectivo.
Maddie no mordió el anzuelo. Años de práctica le habían enseñado a ignorar las pullas de su hermana para evitar dar un disgusto a sus padres, que detestaban las confrontaciones de cualquier tipo. Además, no iba a ganar nada contraatacando. Olivia tenía la piel más dura que un armadillo y al final, no sabía muy bien cómo, siempre se salía con la suya.
—Tus padres te adoptaron porque creyeron que no podrían tener hijos propios —intervino el abogado—. Los he conocido durante años y siempre te quisieron como si fueras hija de su propia sangre. Y eso no cambió cuando fueron bendecidos… —vaciló ligeramente y lanzó una mirada dudosa en dirección a Olivia— …con una hija biológica.
—Lo sé, señor Parker. —Maddie alzó una mano para detenerle. Todo era muy reciente, todavía seguía con las emociones a flor de piel y prefería no seguir hablando. Lo único que ansiaba era salir de esa estancia, de esa casa y alejarse de Olivia—. Estoy de acuerdo con usted, no he podido tener mejores padres. Me dieron lo que más necesitaba cuando estaban vivos: su amor. Ahora no quiero nada más de ellos. Deje que Olivia se quede con todo. No me importa.
—Pero Maddie, claro que importa. Estamos hablando de una cantidad considerable de dinero. —El rostro del abogado volvía a tener la misma expresión de incredulidad de antes.
—No. Lo digo en serio. La conozco mejor que nadie. —Ahora fue el turno de Maddie de mirar a Olivia—. Y sé que no parará hasta que no se salga con la suya.
Olivia apartó la vista y se dedicó a estudiar sus perfectamente pintadas garras como si la discusión no fuera con ella o no hubiera sido la culpable de meter al zorro en el gallinero. Maddie apretó los dientes.
—No hay nada que Olivia pueda hacer al respecto —protestó el señor Parker—. Todo está en regla.
—No me importa. Ni siquiera quiero volver a verla o hablar con ella. Así que, si es tan amable de ayudarme a recoger algunos objetos personales y recuerdos, puede quedarse con lo demás. Se encargará usted del papeleo necesario, ¿verdad? —Maddie estaba que echaba humo, incluso podía sentir sus emociones al rojo vivo burbujeando en su interior y dispuestas a salir como llamas incandescentes en cualquier momento, pero estaba decidida a controlarse. Ya lloraría más tarde, cuando estuviera sola. Ahora, sin embargo, saldría de aquel lugar de la manera más digna posible y no se molestaría en mirar atrás. Nunca regresaría. Era la única forma de hacerlo.
Olivia, que había estado escuchando sus últimas palabras con una sonrisa de satisfacción en los labios, frunció el ceño de repente y la miró de forma sospechosa.
—¿Qué es lo que vas a recoger? No se te ocurra llevarte el mejor…
—¡Olivia! —ladró el señor Parker con una voz que le recordó a la de un director recriminando su comportamiento a un alumno difícil. Si los padres de Olivia hubieran intentado ir por ese camino en alguna ocasión, lo más seguro es que no hubieran tenido que mantener esa conversación ahora—. Te sugiero que des las gracias por la suerte que has tenido —continuó el abogado, fulminando con la mirada a su hermana— y dejes que Maddie se lleve lo que quiera. Si no, haré todo lo posible para conseguir que acepte su parte de la herencia. No vayas a creerte ni por un momento que no soy capaz de hacerlo. O incluso, si es necesario, puedo retener un fideicomiso en favor de sus futuros hijos. —Se le veía tan determinado por lograr su objetivo que Olivia asintió en silencio.
—No te preocupes, Olivia —Maddie esbozó una tensa sonrisa—. Nunca hemos tenido los mismos gustos, así que lo más probable es que no me lleve nada a lo que le tengas mucho aprecio. —Se puso de pie y se dirigió hacia la puerta.
—Ya veremos —masculló Olivia mientras seguía a la que hasta ahora había sido su hermana fuera de la estancia con los brazos cruzados sobre el pecho de forma beligerante.
El señor Parker cerraba la comitiva con la ira e incredulidad reflejadas en su rostro. Cuando alcanzó a las dos hermanas, Maddie vio su expresión confundida y le susurró:
—En serio, señor Parker, es mejor así. Ahora seré libre para siempre. Confíe en mí, merecerá la pena.
Al señor Parker no le quedaba más remedio que creerla.