KAYLA, WES y los niños se marcharon temprano al día siguiente. Cuando Maddie bajó a desayunar, se encontró con Alex sentado a la mesa leyendo el periódico. En cuanto entró, alzó la vista y la saludó con un rápido «buenos días» volviendo a centrar su atención en el diario.
—Buenos días —respondió ella. Luego miró por la ventana—. Parece que vamos a tener otro día estupendo. Es increíble el tiempo tan bueno que está haciendo, estamos teniendo mucha suerte este año.
—Sí, es fabuloso, ¿verdad? Lo que me recuerda algo, ¿te apetecería salir hoy conmigo a navegar? Había pensado en tomar prestado el barco de Wes. Últimamente no he tenido mucho tiempo y el mar me está llamando a gritos. —Esbozó una enorme sonrisa que hizo que Maddie sintiera un incómodo calor en su interior.
Se dio la vuelta para hacerse unas tostadas. ¿Se arriesgaba a ir con él o se decidía por la opción más segura de ir a la cala? La idea de surcar las olas con la piel azotada por la brisa salada del mar era muy tentadora. Oh, qué narices… Ignoró la voz de la razón.
—De acuerdo, estaría muy bien. ¿Pero qué pasa con la casa? Se supone que debemos vigilarla.
—Annie se quedará hasta que regresemos. ¿Qué podría pasar a plena luz del día?
—Sí, supongo que tienes razón. Muy bien entonces, ¿cuándo nos vamos?
—En media hora.
—Estupendo.
Al final tardaron un poco más ya que decidieron llevarse algo de comida. Alex le ayudó a hacer los sándwiches, aunque ella le prohibió cortar el pan después de que la primera rebanada saliera con una forma un tanto extraña.
—Sinceramente, Alex, ¿es que nunca has cortado pan antes? No hace falta hacerlas tan gruesas. —Le quitó el cuchillo y procedió a hacerlo ella misma, obteniendo rebanadas finas y uniformes—. Encárgate mejor de untar mantequilla.
—Sí, señora. —Rio y fingió ponerse firme ante ella—. Nunca me he visto en la necesidad de hacer sándwiches perfectos. Annie siempre me los ha preparado y si tenía que hacerme uno lo que menos me preocupaba era el tamaño de la rebanada.
—Pues ya va siendo hora de que aprendas —masculló ella.
La privilegiada infancia de Alex, con niñeras y amas de llaves a su entera disposición, era otra de las cosas que se interponían entre ellos. Puede que no actuara como un esnob, pero sin duda alguna era diferente a ella. Volvió a concienciarse de que tenía que mantenerse alejada de él, aunque una vocecilla en su cabeza murmuró algo sobre que si lo hacía con tanta vehemencia era porque en realidad deseaba lo contrario.
***
—Parece que hoy el mar está bastante tranquilo —comentó Alex mientras se alejaban del pequeño embarcadero donde Wes tenía amarrado el barco—. No sueles marearte, ¿verdad?
—No lo hice la última vez. —Maddie se había enorgullecido de no sentir el más mínimo malestar en sus salidas anteriores y haber podido disfrutar de la experiencia por completo.
—Bien, entonces puedes ayudarme a navegar.
Hizo todo lo posible por seguir sus instrucciones, a pesar de que Alex se rio de ella cuando llamó «esa cosa» a distintas partes de la embarcación.
—Bueno, no me conozco un barco de cabo a rabo —replicó molesta—. Y lo que es más, no estoy segura de que quiera hacerlo. Tal vez solo me haga feliz que me lleven. A modo de transporte y nada más.
—¿Cómo puedes decir eso? —exclamó Alex fingiéndose horrorizado mientras negaba con la cabeza—. Estas chicas de ciudad, no sé yo… Vamos, échame una mano.
—¿Con qué?
—Pues, por ejemplo, podrías ayudarme a poner esta «cosa» aquí. Puedo hacerlo por mi cuenta, pero resultará más fácil si lo hacemos entre dos.
Maddie hizo una mueca pero le ayudó de todos modos.
—Gracias. Y ahora, ¿te apetece conducirlo? —preguntó él indicando la caña del timón.
—No creo que sea muy seguro. Lo más probable es que encallemos.
Alex se echó a reír.
—Tranquila, es imposible que encallemos aquí. Confía en mí. Ven aquí y te enseñaré cómo hacerlo. —Maddie se acercó a él a regañadientes y él la colocó entre sus piernas para poder ayudarla desde detrás a manejar la caña—. Solo recuerda que debes tirar en la dirección opuesta a la que quieres ir, ¿de acuerdo? Si quieres ir a la izquierda tienes que tirar a la derecha y al revés.
—Entendido.
Intentó concentrarse en las instrucciones que él le iba dando pero le costó muchísimo ya que lo que de verdad quería era recostarse sobre su musculoso pecho y dejar que él la envolviera fuerte entre sus brazos. Lo tenía tan cerca que podía oler su loción para después del afeitado junto con el olor salobre del mar. Estaba en el cielo… y en el infierno a la vez.
Al cabo de un rato fue incapaz de soportarlo más.
—Creo que es mejor que lo lleves tú —comentó antes de ponerse de pie con brusquedad—. Si no te importa, prefiero disfrutar del viaje.
Navegaron a lo largo de la costa hasta que dieron con una cala que parecía desierta. Alex dirigió hacia allí el velero y echaron el ancla en la pequeña playa. Después de comer, Maddie se tumbó sobre una toalla y se quitó la camiseta y los pantalones cortos, quedándose solo en biquini. Alex miró hacia otro lado.
—No te importa que tome un poco el sol, ¿no? —Maddie frunció el ceño. Él ya la había visto de esa guisa antes pero de repente le daba un poco de vergüenza y se dio la vuelta, colocándose bocabajo.
—No, claro que no. Creo que me voy a dar un baño. —Él se puso de pie, se quitó la camiseta y sin volver a mirarla corrió hacia el agua.
—¡Espera! ¡No deberías bañarte con el estómago lleno! —le gritó, pero o no la oyó, o hizo caso omiso—. Vaya, da igual.
Cuando regresó, un buen rato después, ella estaba de nuevo bocarriba y los rayos de sol caían inmisericordes sobre la tierra.
—¿Todavía no te has quemado? —preguntó y no pudo resistirse a tirarle unas gotas de agua fría sobre el estómago. Maddie gritó y saltó. Las gotas heladas habían golpeado su ardiente piel casi de forma dolorosa.
—¡Eres un bestia! ¡Me las pagarás! —Se agachó para recoger un puñado de arena y la tiró a su vez, manchándole el pecho y abdomen.
—¡Oye tú, serás…!
Maddie no se quedó a oír nada más sino que se marchó en dirección al mar. Alex la alcanzó cuando el agua le llegaba a la altura de los muslos y la alzó desde detrás, zambulléndose entre las olas y arrastrándola con él. Ambos salieron a la superficie en busca de oxígeno y se pasaron los diez minutos siguientes salpicándose y haciendo el tonto como dos críos pequeños.
Al final Alex levantó las manos para impedir que siguiera tirándole agua y se sacudió el pelo de los ojos.
—¡Suficiente! Estoy agotado.
Maddie rio y entonces cometió el error de dar un paso hacia él mirándole a los ojos. Ambos se quedaron quietos y sus sonrisas se desvanecieron al instante. El sonido de las olas y las gaviotas parecieron disiparse en la distancia y tuvo la sensación de que nada más existía a su alrededor excepto ellos. El siguiente movimiento por parte de Alex parecía inevitable y cuando sus brazos la rodearon y tiraron de ella sintió la calidez masculina por toda su piel. No se resistió. Quería estar todavía más cerca de él. Y él debió de leerle los pensamientos porque intensificó el abrazo, atrayéndola hacia sí. Después bajó lentamente los labios hacia ella y Maddie fue incapaz de separarse de él, aunque de todos modos tampoco quería.
El beso con sabor a sal fue suave y delicado al principio, él presionó su boca con infinita dulzura. Maddie alzó los brazos (más bien fueron ellos los que se alzaron solos) y extendió las manos sobre su pecho, sintiendo el poderoso latido de su corazón. Él depositó pequeños besos sobre su boca, nariz y mejillas y ella cerró los ojos, deleitándose en ellos. Ríos de lava fundida empezaron a ascender por su cuerpo, haciendo que temblara con un deseo más intenso del que jamás había sentido en toda su vida.
Aquello era una auténtica delicia.
Alex trazó el contorno de sus labios con la lengua y Maddie abrió la boca sin pensar. El beso se hizo más profundo y ambos exploraron sus bocas durante lo que pareció una eternidad. Cuando Maddie le rodeó el cuello con los brazos, él volvió a atraerla hacia sí y ella percibió toda su dureza, desde las rodillas hasta los hombros. La viril piel bañada por el sol la estaba abrasando y se estremeció. Estaba más que claro que ese hombre la deseaba y mucho, y eso que estaban bañándose en agua helada. Aquel pensamiento la devolvió a la realidad al instante. Rompió el beso y volvió la cabeza.
—No, Alex —musitó en un débil susurro—. No podemos… No quiero…
Él jadeó entrecortadamente pero cuando ella le empujó la soltó de inmediato. Las piernas de Maddie no la sostuvieron y cayó al agua, flotando de espaldas y mirando al cielo. Poco a poco, cada centímetro de su acalorado cuerpo se fue enfriando.
—¿Maddie? —Alex se apoderó de una de sus manos y ella volvió a ponerse de pie. Cuando vio su expresión le parecía que estaba sufriendo, pero en sus ojos pudo ver algo más. ¿Pena? ¿Tristeza? No estaba segura—. Lo siento, Maddie, no debería haberlo hecho. Yo… solo me dejé llevar.
—Está bien. Estábamos haciendo el tonto. Será mejor que nos olvidemos de esto. —Sintió la extraña necesidad de abrazarle y reconfortarlo, como si fuera un niño pequeño. Pero no lo era; era todo un hombre. Recobró la compostura como pudo y fue hacia la playa. «No debo volver a tocarle.» La próxima vez, quizá no podría detenerse.
Continuaron navegando el resto de la tarde e intentaron recuperar la camaradería que habían compartido por la mañana; estaban tensos y no lo consiguieron. Maddie casi dejó escapar un suspiro de alivio cuando el pequeño embarcadero apareció a la vista y pudo regresar a la casa. Lo único que quería hacer era escaparse corriendo a su santuario, temerosa de Alex, temerosa de las sensaciones que despertaba en ella.
Temerosa de su propia debilidad.
***
—Tengo que ir a Dartmouth a hacer la compra semanal de comida y recoger una cosa de la casa de mi hermana y Ben no puede llevarme hoy. ¿Estás libre? —preguntó Annie a Maddie al día siguiente. Ben era el marido de Annie y también trabajaba en Marcombe Hall como guarda y jardinero de la propiedad.
—Por supuesto que sí. Estaré lista en diez minutos. —Kayla le había dejado su pequeño Mini para que lo usara mientras estaba fuera.
—Oh, no hay prisa, tómate el tiempo que necesites.
Una hora después, Maddie dejaba a la mujer en la puerta del supermercado.
—¿Estás segura de que no necesitas ayuda, Annie?
—No, no. Da una vuelta y compra lo que necesites. Vuelve dentro de una hora más o menos. No te preocupes por mí.
—Muy bien entonces. Te veo luego.
El centro de la localidad estaba lleno de gente, como de costumbre. Tras adquirir varios artículos que necesitaba, se compró un helado enorme y se sentó en un banco junto a un pequeño parque. De nuevo hacía un día abrasador y el calor húmedo y pegajoso de la zona era prácticamente insoportable, a diferencia de lo que sucedía con la brisa más fresca de la zona costera de Marcombe. De modo que el helado le vino la mar de bien.
Llevaba un sombrero para cubrirse del sol bastante grande, pero solo consiguió tener más calor en la cabeza, así que se lo quitó y lo dejó en el banco. Después se tomó el helado despacio, saboreando el chocolate con un ligero toque de coco y observó a la gente que deambulada delante de ella. Detrás de ella, un grupo de adolescentes no dejaban de soltar risitas histéricas mientras hacían comentarios sobre cualquier muchacho que pasara. Se preguntó si alguna vez había sido tan tonta como ellas. No lo recordaba, aunque suponía que sí.
Cuando terminó el helado se puso de pie para encontrar alguna papelera en la que tirar el envoltorio y divisó una en el otro extremo del parque. Dejó el sombrero en el banco, caminó tranquilamente hacia la papelera y tiró el trozo de papel en ella. Al darse la vuelta, una mujer tropezó con ella y Maddie estuvo a punto de echarse a reír. ¿Qué tenía para que todo el mundo se chocara con ella? ¿O acaso solo se trataba de aquel pueblo? Tal vez los habitantes de Dartmouth no se fijaran por dónde iban. Sin embargo aquel pensamiento quedó bruscamente interrumpido por el jadeo de horror que soltó la mujer, que en ese momento la miraba con unos ojos que parecían enormes sobre su tez cenicienta.
—¡Oh, no! ¡Oh, Dios mío, no…! —Ante la atónita mirada de Maddie la mujer se desplomó inconsciente en el suelo sin que pudiera reaccionar a tiempo para atraparla.
Como tampoco pudo la acompañante de la mujer, una joven de unos veinte años que gritó alarmada.
—¡Madre!
Por fortuna cayó en dirección al césped y por lo menos no se golpeó la cabeza con el cemento. Maddie y la muchacha se arrodillaron de inmediato a su lado. Se fijó en que la mujer llevaba un periódico en la mano y se hizo con él para abanicarla. Varios transeúntes que pasaban se pararon para ayudarlas.
—Oh, querida, ¿qué ha pasado?
—No lo sé. Simplemente se desmayó. Supongo que por el calor. —Maddie no comentó que estaba convencida de que tenía mucho que ver con ese desvanecimiento. Le parecía una estupidez, incluso para ella misma, pero la mirada perpleja que le lanzó la joven le dijo que no había sido producto de su imaginación. Sumamente intrigada, estudió a la mujer. Resultaba difícil adivinar su edad, aunque supuso que tendría unos cincuenta y muchos. Tenía el pelo grisáceo y lo llevaba peinado en un severo moño que la hacía parecer mayor, aunque la suave piel de su rostro apenas lucía arrugas. Sí que tenía profundas líneas de expresión en la frente y alrededor de la boca; aquello, junto con las bolsas debajo de los ojos, le indicaron que, o no dormía bien o solía llorar mucho. Lo que sí tenía claro era que nunca antes la había visto.
La mujer empezó a recuperar el conocimiento, pero en cuanto sus vidriosos ojos se posaron en el rostro de Maddie volvió a agitarse.
—No, vete. ¡Por favor!
—Madre no digas tonterías, solo está tratando de ayudar. Te has desmayado.
—¡No! ¡Vete! Oh, ¿por qué nunca nadie me hace caso? —Los gemidos se transformaron en un lastimoso llanto y Maddie creyó que lo mejor era alejarse de allí. Si su cara era la causa de tanto dolor, no había ninguna razón para quedarse allí a ayudar. «Tal vez le recuerdo a alguien que perdió.» Se volvió hacia la otra muchacha y se encogió de hombros. Ella la miró disculpándose y aliviada al mismo tiempo. Se puso de pie y se dirigió al banco, donde volvió a sentarse y se puso el sombrero que gracias a Dios seguía donde lo había dejado. ¿Por qué esa desconocida había reaccionado de esa manera al verla? No tenía ningún sentido.
El gimoteo a su espalda cesó poco después. Miró por encima del hombro y vio que estaban ayudando a la mujer a ponerse de pie. Los transeúntes que se habían acercado para ofrecer ayuda fueron desapareciendo uno a uno y al final la desconocida se quedó sola con su hija. Una vez recuperada echó un vistazo furtivo a su alrededor, como si estuviera buscando algo, pero Maddie bajó la cabeza de forma que su rosto quedara oculto bajo el ala del sombrero y así no pudiera verla. Aparentemente satisfecha, la mujer salió corriendo hacia la calle más cercana, llevando a su hija prácticamente a rastras.
—Pero, madre, ¿qué te pasa? ¡Espera! —Oyó como protestaba la joven. Pero la mujer no aminoró el paso.
Ahora sí que estaba completamente intrigada, de modo que decidió seguirlas.
—Parece que esto de seguir a la gente se está convirtiendo en un hábito —masculló para sí misma—. Tal vez debería convertirme en detective. —Aquella idea le pareció tan ridícula que se puso a reír mientras se apresuraba para no perderlas de vista.
Cuando caminaba detrás de ellas tuvo una extraña sensación de déjà vu, aunque enseguida se dio cuenta de por qué. Las dos mujeres giraron en la misma calle que el hombre moreno al que había seguido la vez anterior, así que cuando las vio adentrarse en la misma casa que el reverendo, no se sorprendió en absoluto; es más, de alguna forma hasta le pareció inevitable.
Aturdida, se quedó mirando la puerta, tal y como había hecho la última vez. Afortunadamente, ahora no se le acercó nadie para preguntarle nada y pudo quedarse sumida en sus pensamientos, que no paraban de arremolinarse en su cabeza.
Si la mujer vivía en esa casa tenía que ser la señora Blake-Jones. ¿Pero por qué se había alterado tanto al verla? No tenía sentido, salvo que se conocieran de antes. Imposible, negó con la cabeza. Estaba claro que la señora Blake-Jones creía que la conocía. No obstante, Maddie sí que recordaba a su marido que, sin embargo, no parecía tener la más remota idea de quién era ella. ¿Qué narices estaba pasando?
Se frotó las sienes. Todas esas preguntas taladrando su mente le estaban ocasionando un fuerte dolor de cabeza. Aquello no tenía lógica. En ese momento se sentía emocionalmente exhausta e incapaz de hacer frente a todo aquello. Era demasiado.
Dudó un instante, ansiaba llamar a la puerta y exigir algunas respuestas, pero por alguna razón no pensaba que tuviera derecho a hacerlo. A juzgar por la reacción de aquella mujer, era obvio que no quería verla. La señora Blake-Jones lo había dejado meridianamente claro. Negó con la cabeza una vez más y se dispuso a volver al lugar donde había aparcado el Mini. Tenía que llegar al fondo de su propio y misterioso pasado antes de hacer nada más. Tal vez así obtuviera algunas respuestas. Miró hacia la casa una vez más y se fijó en que todo seguía tranquilo.