Capítulo 2

—¡KAYLA! QUÉ alegría verte. Muchas gracias de nuevo por dejar que me quede habiéndote avisado con tan poco tiempo.

Maddie abrazó a su amiga Kayla Marcombe e intentó contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Allí, por lo menos, se sentía bienvenida y eso bastaba para abrir el dique de sus ojos, aunque se las arregló para volver a cerrarlo.

—Oh, Maddie, sabes que estamos encantados de tenerte con nosotros siempre que te apetezca. Es normal que quieras alejarte de Londres después de lo que ha pasado estas últimas semanas. —Kayla le rodeó los hombros con el brazo, a pesar de que Maddie era casi una cabeza más alta, y tiró de ella hacia la gran escalera de caracol—. ¿Tan malo fue?

—Ni te lo imaginas. —Se estremeció ante los recuerdos y siguió a su menuda amiga por las escaleras sin apenas darse cuenta del esplendor que la rodeaba. Kayla se había casado con un baronet y vivía en Devon, en Marcombe Hall, una mansión del s. XVII. Sin embargo, como visitaba con frecuencia a la pareja, la magnificencia de la vivienda había dejado de impresionarla. Para ella, ahora solo era la casa de Kayla.

—Anda, ven y cuéntamelo todo —instó Kayla mientras la llevaba hacia una de las habitaciones de invitados. Esta en particular estaba decorada con tonos amarillos y lilas, aunque le hubiera dado igual que fuera naranja fosforito. En lo que a ella concernía, hasta un dormitorio espartano en un convento de monjas hubiera sido preferible a su apartamento de Londres; simplemente necesitaba escapar desesperadamente de la capital.

Annie, el ama de llaves de Marcombe, entró en la habitación cargada con una bandeja.

—Bienvenida de nuevo a Devon, Maddie —sonrió. Se sentía como si hubiera regresado a casa. La amabilidad de la mujer mayor en comparación con la de su hermana hizo que estuviera a punto de derrumbarse y que las lágrimas se agolparan en sus pestañas.

—Gracias, Annie. Estoy encantada de haber vuelto.

Con mucha discreción, Annie dejó a las dos amigas juntas. Maddie se sentó en una silla, se hizo un ovillo con sus largas y delgadas piernas y soltó un suspiro. Kayla sirvió el té, añadió un montón de azúcar al de Maddie y le pasó la taza junto con un plato con unas galletitas.

—Está delicioso, justo lo que necesitaba. ¿Por qué sabe mucho mejor aquí, en el campo?

Kayla rio.

—¿Por el agua tal vez? Aquí debe de ser un poco más pura. —Se sentó frente a ella—. Muy bien, soy toda oídos. No me pareciste muy coherente cuando hablamos por teléfono. Lo único que saqué en claro es que tu vida es un desastre.

Maddie esbozó una sonrisa de arrepentimiento.

—Ese es el eufemismo del año. Lo siento, Kayla, pero estoy pasando una época horrorosa. Primero el trauma por el accidente de mis padres. Que te despierten a medianoche y salgas corriendo al hospital solo para descubrir que has llegado demasiado tarde… Bueno, imagínate cómo me sentí. —Cerró los ojos, reviviendo los terribles recuerdos de aquella noche. Los tenía grabados en su memoria, como una auténtica pesadilla.

Kayla hizo un gesto de asentimiento animándola, pero no la interrumpió.

—Después vinieron los preparativos para el funeral —continuó, tras tomar un sorbo de té caliente—. Olivia, como siempre, no fue de gran ayuda. Perdí la cuenta de las veces que cambió de parecer o que fingió que nunca había dicho algo cuando sí lo hizo. Luego el funeral… —Sintió un intenso escalofrío. Ver cómo entierran a un padre es duro, pero ¿los dos al mismo tiempo? Fue tan inesperado, tan impactante, y desde luego le hizo comprender la realidad de la muerte de sus progenitores como ninguna otra cosa lo hubiera conseguido—. Fue tan tajante, Kayla. El final de una parte de mi vida.

—Me lo imagino —murmuró su amiga con suavidad.

—Y como colofón Olivia y yo tuvimos que reunirnos con el abogado esa misma tarde. El hombre insistió y como es amigo de la familia no pudimos negarnos. Ahí fue cuando soltó la bomba; nos dijo que era adoptada. Ese fue el tiro de gracia, el último clavo en el ataúd. —Esbozó una triste sonrisa ante la broma de mal gusto que acababa de hacer, pero también sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas y cómo estas caían por sus mejillas. Intentó limpiárselas sin mucho éxito—. Por el amor de Dios, Kayla, ¿por qué no me lo dijeron?

Desde que salió de la casa de sus padres no había dejado de hacerse esa misma y angustiosa pregunta.

—No les habría querido menos y el saberlo sí que me hubiera ayudado a entender muchas cosas. —Negó con la cabeza—. Siempre supe que era diferente. Para empezar, no me parecía a ninguno de ellos. Olivia también debió de darse cuenta, o seguro que se hacía ilusiones al respecto. Yo siempre creí que era por mi culpa, que había algo mal en mí. Y al final resulta que era porque era adoptaba.

—¿Nunca te lo insinuaron siquiera?

—No, jamás. Me trataron exactamente igual que a Olivia. Con sinceridad, no creo que quisieran que lo supiera.

—Puede que tuvieran miedo de que les dejaras, de que quisieras encontrar a tus padres bilógicos.

—¿Por qué haría algo así? Está claro que mis auténticos padres no me querían, así que ¿por qué iba yo a quererles?

—¿Por curiosidad, quizá? La mayoría de los hijos adoptados quieren encontrar a sus padres biológicos.

—Pues yo no. Ya he tenido mi buena cuota de rechazo. Ahora lo único que me apetece es hacer un balance de mi vida y pensar seriamente en qué es lo que quiero. Necesito cambiar de aires. Empezar de nuevo.

—Tómate tu tiempo. Acabas de llegar. No queremos perderte tan pronto, así que quédate todo lo que te plazca. Es una suerte que tuvieras un trabajo temporal y no indefinido.

—Sí. Además, tengo algún dinero ahorrado por si tenía que hacer frente a una mala época. Y creo que ese momento ha llegado. De hecho creo que estoy en mi peor momento.

—No, no. No seas tan derrotista. Seguro que también te han sucedido cosas buenas en las últimas semanas. ¿No me dijiste que habías conocido a un hombre maravilloso? ¿Cómo se llamaba?

—David. Y no te he vuelto a hablar de él porque ya no está en mi vida. —Apretó los puños—. Es un desgraciado.

—¿Qué? Pero pensaba que… —Kayla se mostró desconcertada—. La última vez que hablé contigo, ¡te noté tan enamorada! Y eso fue hace un par de semanas, ¿no?

—Sí, antes de descubrir que había estado intentando ligarse a Jessie, mi compañera de piso. ¡Menos mal que Dios inventó a las buenas amigas! Si ella no me lo hubiera contado ahora me sentiría más tonta de lo que ya me siento.

—Oh, pobrecilla. Supongo que tienes razón. Estás pasando por una mala racha. No importa, vamos a encontrar a Wes y a los niños y dejemos de preocuparnos por el futuro. Seguro que muy pronto sabrás qué hacer. Mientras tanto, puedes tomarte unas vacaciones. ¿Te apetece que nos demos un baño en la cala?

Maddie se secó las lágrimas y esbozo una trémula sonrisa.

—Me parece una idea estupenda. Prefiero nadar en agua salada que producir litros y litros de ella, que es lo único que parezco hacer últimamente.

***

A la mañana siguiente, Maddie se despertó temprano, empapada en sudor y con las sábanas revueltas alrededor de sus piernas. En medio de la penumbra propia del amanecer, respiró con dificultad mientras el corazón le latía con fuerza contra su caja torácica. Había vuelto a tener ese sueño. Soltó un gemido.

—Otra vez no, por favor —susurró, pero sabía que nadie escucharía su súplica.

Se trataba de un sueño que la había perseguido desde que era niña y durante la adolescencia y que se sucedía noche tras noche en el mismo escenario. Era increíblemente nítido y seguía el mismo patrón. Después, cuando se despertaba, siempre recordaba cada detalle, aunque no quisiera hacerlo.

Estaba en un jardín soleado, rodeada de rosales con flores de todos los colores. De la resistente rama de un viejo manzano colgaba un columpio que de alguna forma sabía suyo, ya que, cada vez que lo miraba, experimentaba una intensa sensación de orgullo. De posesión incluso. El sueño siempre empezaba con ella corriendo hacia él.

Era pequeña. Lo sabía porque nunca había sido capaz de subirse sin ayuda. A veces, unas fuertes manos la alzaban y la empujaban hasta alturas de vértigo, haciendo que chillara de felicidad. Otras, las más frecuentes, simplemente se quedaba colgando boca abajo y giraba y giraba hasta que se mareaba y tenía que hacer una pausa.

Cuando se detenía podía ver una casa. Blanca, con ventanas de arco apuntado —de arquitectura gótica, entendió— y cubierta casi en su totalidad por glicinias, madreselva y otras plantas trepadoras. Era un lugar alegre o al menos esa era la impresión que le daba. Pero en su sueño nunca entraba dentro. Siempre se quedaba en el jardín.

A veces, un enorme hombre pelirrojo con barba salía de la casa y se acercaba a ella con una sonrisa de oreja a oreja. Entonces ella corría hacia él con los brazos abiertos, y él la alzaba, la lanzaba al aire y bailaba con ella en volandas. Maddie se reía a carcajadas, rebosando felicidad.

Así era como el sueño terminaba la mayoría de las veces y se despertaba con la sensación de haber sido despojada de algo sumamente precioso. No sabía por qué, pero casi siempre lloraba incapaz de detener el torrente de lágrimas.

En otras ocasiones el sueño terminaba de forma distinta por completo. Ella lo llamaba la versión sombría; esa que la dejaba del todo aterrorizada. El hombre pelirrojo también salía de la casa y ella corría hacía él, pero él se daba la vuelta y desaparecía por la puerta de entrada. Entonces sentía cómo tiraban de ella un par de manos morenas y llenas de vello. Una de esas manos le tapaba la boca y ella entraba en pánico y se retorcía en un esfuerzo por respirar. Movía los brazos desesperadamente, pataleaba y se volvía para intentar ver a su atacante, sin embargo solo percibía un atisbo de pelo oscuro, ojos negros, barba e ira, mucha ira. Incluso odio.

Ese era el momento en el que solía despertarse con un grito ahogado, en busca de ayuda. Sabía que eso era lo que le había sucedido esa mañana. Había soñado la versión sombría y las imágenes habían sido tan vívidas que todavía tenía un regusto amargo de amenaza en la boca, hasta tal punto que le costó siglos calmar el frenético latido de su corazón.

No había vuelto a tener ese sueño desde que se mudó a Londres, hacía unos cuantos años. Estaba claro que se había equivocado al pensar que lo había superado. Seguro que se debía a toda la presión a la que se había visto sometida en las últimas semanas.

Soltó un suspiro. ¿Significaría algo?

—Deja de comportarte como una idiota —se dijo a sí misma antes de dirigirse al baño para tomar una ducha. La mente humana podía ser maravillosa, aunque también podía hacer que te comportaras de forma irracional. Los sueños eran solo eso, sueños. De modo que haría todo lo posible por tratar de olvidarlo y rezaría para que no volviera a repetirse.