A la mañana siguiente, Maddie entró despacio en la sala con dos pequeños ramos de flores en la mano. Miró en las diversas camas que había dispuestas y encontró a Jane en un rincón, cerca de una ventana, medio incorporada y apoyada en una montaña de almohadas. Respiró hondo y sintió cómo los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Oh, Jane, no me di cuenta de lo mal que…
Jane intentó sonreír, aunque más bien torció la boca. Maddie se acercó a un lado de la cama y la abrazó con cuidado. Parecía tener vendas y heridas por todo el cuerpo y temía hacerle daño.
Ese mismo día, su hermana la había llamado temprano para contarle lo sucedido, pero no le había dado muchos detalles. Así que hasta que no llegó allí no fue consciente de la magnitud del ataque.
—¿Y tu madre? ¿Está igual?
—No, en realidad tiene mejor aspecto que yo. Tuvo la sensatez de desmayarse antes. —Jane trató de esbozar otra sonrisa—. Yo, como puedes ver, cometí el error de plantarle cara.
—Oh, Jane. —El débil intento de bromear le llegó al corazón. Jane había sido muy valiente. Ahora estaba todavía más furiosa con el hombre que le había hecho aquello. Cerró los puños. No podía salir indemne—. ¿Se lo has contado a la policía?
—Sí. Justo después de hablar contigo vino un agente a tomarme declaración. Van a arrestar a mi padre.
—Gracias a Dios. Al menos estaréis a salvo durante un tiempo, pero tenéis que marcharos. No podéis seguir aquí.
—Lo sé. Esperaba que pudieras echarnos una mano. ¿Sabes de algún sitio donde podamos quedarnos en Londres hasta que decidamos qué hacer?
—Claro, podéis ir a mi casa. A mi compañera de piso no le importará. Mi dormitorio es lo suficientemente grande para que quepan dos personas. Estaréis bien durante un tiempo.
—¿Estás segura?
—Por supuesto. Estaré encantada de ayudaros en todo lo que pueda. ¿Cómo vas de dinero?
—Tenemos algo. He estado ahorrando un poco. Creo que podremos subsistir hasta que encuentre un empleo.
—Bien. No dudes en pedirme si necesitaras más. No soy rica, pero también tengo algunos ahorros.
—Gracias, Maddie.
Ambas volvieron a abrazarse. Entonces Jane comentó:
—Creo que ahora deberíamos ir a ver a mi madre. Tenemos que hablar con ella juntas.
—¿Estás segura? Ha pasado por mucho. Vernos a las dos podría conmocionarla más de lo que ya está. —Tenía miedo de enfrentarse a la mujer que, ahora sabía, era su madre biológica. No estaba segura de poder soportar otro rechazo—. Recuerda cómo reaccionó la última vez que me vio.
Jane le apretó la mano.
—Todo irá bien. Ya lo verás. Confía en mí.
Maddie cerró los ojos y tomó una profunda bocanada de aire.
—De acuerdo, vayamos antes de que me arrepienta.
Ayudó a Jane a salir de la cama y se dirigieron hacia una habitación que había un poco más adelante del pasillo.
—El médico que la atendió pensó que era mejor que durmiera en una habitación individual —susurró Jane antes de llamar a la puerta.
—Adelante —dijo una voz débil aunque nítida al otro lado.
Las dos jóvenes entraron.
—Hola, madre. —Jane fue la primera en acceder a la estancia. Iba sonriendo y su madre también intentó esbozar otra sonrisa, todo lo que su mejilla hinchada le permitió. Pero en cuanto vio a Maddie se le demudó el semblante y se volvió hacia Jane con expresión confusa.
—¿Jane? ¿Qu… Qué pasa? ¿Quién…? ¿Por qué…?
—Shhh, tranquilízate, madre. Te presento a Maddie. Ha venido a visitarnos, aunque creo que ya sabes quién es. —Cuando Ruth se limitó a mirar a Maddie en silencio, Jane agregó—. ¿Verdad?
Ruth se cubrió la boca con una mano mientras un torrente de lágrimas caía de sus ojos. Después negó con la cabeza y abrió la boca para decir algo, pero de sus labios únicamente salieron sollozos.
Una profunda decepción y pesar golpearon a Maddie con la fuerza de un yunque.
—Te lo dije, Jane. Sabía que sería demasiado para ella. No debería haber venido. Lo siento.
—Sí que debías. —La vehemencia en la voz de su hermana hizo que Ruth se sobresaltara y dejara de llorar para fijarse en ambas.
—No, mejor me voy. Llámame mañana y te daré mi dirección. —Buscó en el bolso y sacó un llavero—. Aquí tienes las llaves de mi apartamento. —Dio a Jane un rápido abrazo y se dirigió a la puerta. Era incapaz de seguir allí un segundo más.
—¡Nooo! No, por favor, no te vayas.
Maddie frenó en seco y miró por encima de su hombro. Cuando vio a Ruth extendiendo las manos hacia ella se quedó atónita. Como en un sueño, se dio la vuelta y avanzó unos pasos.
—¿Quieres que me quede?
La mujer asintió y dio una palmadita al lado de la cama.
—Si… si puedes soportarlo.
—¿Soportarlo? ¿A qué te refieres?
—Dejé que te llevaran. —Ruth volvió a sacudirse entre sollozos—. ¿Po… podrás perdonarme algún día?
Entonces lo entendió. Sonrió y tomó las manos de Ruth.
—Sí, creo que sí, pero vas a tener que darme algunas explicaciones. ¿De verdad eres mi madre? —Ruth asintió—. Bien, estoy segura de que tuviste una buena razón para darme en adopción, pero… —Vaciló. No era el mejor momento para hacer ese tipo de preguntas—. Tal vez, más adelante, quieras contarnos lo que pasó.
Ruth volvió a asentir.
—Lo haré, te lo prometo, aunque es una larga historia… ¿Puedo abrazarte? ¿Solo una vez? —susurró.
Maddie se inclinó obedientemente entre aquellos brazos abiertos y volvió a sentirse completa. Era una sensación tan increíble que cerró los ojos para saborear el momento.
—Mi pequeña Sorcha —sollozó Ruth.
Recordó que Sorcha era el nombre que le pusieron al nacer y se le humedecieron los ojos. Cuando Jane se acercó a ambas desde el otro lado de la cama y las abrazó, las tres empezaron a llorar. Pero eran lágrimas de alegría. En ese momento pensó que nunca había sido tan feliz en su vida.
***
—La policía no ha conseguido encontrarle.
Las tres estaban en la estación de tren, con Jane tomando sus manos. Su rostro lucía una expresión triste.
—Ha debido de esconderse en algún sitio en cuanto se enteró de que nos llevaban al hospital. —Oyeron el ruido de un tren entrando por otra vía.
—Sí, tienes razón. —Maddie todavía tenía esa familiar sensación de temor rondando por su mente, pero decidió desecharla. Ya tendría tiempo de preocuparse más tarde. Ahora tenía que despedirse de sus recién descubiertas madre y hermana.
Las dos mujeres habían regresado a su casa bajo protección policial y recogido sus pertenencias. Decidieron enviar todo lo que no pudieron llevarse a un guardamuebles de forma temporal y prepararon todo para su viaje a Londres. Ruth estuvo de acuerdo con todas las sugerencias que le hicieron sus hijas. Todavía se la veía aturdida, como si fuera incapaz de comprender lo que estaba pasando, pero el médico les había dicho que seguramente era mejor.
—Prométeme que tendrás cuidado, ¿de acuerdo? —Jane la abrazó con fuerza y ella respondió del mismo modo.
—Por supuesto. Y vosotras también. Podría estar acechándoos. No dejes que m… madre vaya a ningún sitio sola. —Balbuceó al pronunciar la palabra «madre», aunque estaba contenta de poder decirla. Siempre había llamado «mamá» a su madre adoptiva y le parecía apropiado dirigirse a su madre biológica de forma diferente.
—Te lo prometo. No bajes la guardia.
Maddie abrazó a su madre, que le dio una palmadita en la mejilla y susurró:
—Querida Sorcha, gracias por tu ayuda. Nos veremos pronto.
Sonrió. Su madre se negaba a llamarla de otra forma que no fuera Sorcha porque, como ella misma decía, así era como había pensado en su hija todos esos años. «Para mí, siempre serás Sorcha», le había dicho y Maddie lo entendió a la perfección.
Las despidió con la mano a medida que el tren se alejaba, hasta que las vio desaparecer. Después se dirigió al aparcamiento y se limpió una lágrima que caía por su mejilla. «Las veré muy pronto y entonces sabré la verdad.» Aún así, estaba a punto de ponerse a llorar.
Recordándose a sí misma que no tenía ninguna razón para estar triste, sino todo lo contrario, regresó a Marcombe Hall.
***
—¿Que ayer fue al hospital? —Alex frunció el ceño. Se había encontrado con Foster cerca del viejo establo que ahora hacía las veces de garaje.
—Sí. Llevó flores y estuvo dentro una eternidad.
—Pero si no conoce a nadie de por aquí. ¿A quién demonios iría a visitar? —Alex no podía entenderlo.
—Bueno, hoy ha ido a la estación de tren a despedirse de dos mujeres. Una de ellas tenía un montón de vendas, así que tal vez se trataba de ellas, ¿no? Parecían muy amigas, abrazándose y todas esas bobadas. Después de eso volvió a casa. —Foster se rascó la barbilla que lucía una considerable barba de tres días.
Maddie había seguido yendo a Dartmouth. Al principio pensó que quizá tenía un amante secreto o algo parecido. Pero Foster insistió en que todo lo que hacía era hablar con una muchacha de pelo oscuro, más joven que ella, o ir de compras.
—Nunca entra en ningún sitio, salvo en las tiendas —le había informado su amigo.
—Me pregunto quiénes serán —reflexionó en voz alta.
—Ni idea. ¿Quieres que lo averigüe?
—No, no te preocupes. No pueden ser muy peligrosas si han estado en el hospital. Además, por lo que me has contado ya se han ido. —Se frotó la cara en un intento de librarse del dolor de cabeza que estaba empezando a palpitar detrás de sus ojos. Deseó por centésima vez que Wes y Kayla regresaran cuanto antes para que se encargaran de Maddie en vez de él, pero sabía que todavía no era posible. La madre de su cuñada necesitaba que se quedaran con ella hasta que su marido se recuperara por completo—. ¿Tienes que contarme alguna otra cosa?
—Bueno, también había un tipo muy raro que no dejaba de mirarlas. Me di cuenta porque llevaba un gorro de lana. ¿Quién se pone uno de esos gorros con este calor? Estuvo acechándolas yendo de esquina en esquina, pero cuando me acerqué a él para preguntarle qué estaba haciendo se marchó a toda prisa. Tal vez era el ex de la muchacha morena…
—Mmm, ¿no había la otra noche en el pub un tipo con un gorro? Recuerdo que pensé que estaba loco. Como bien dices, no es la época más apropiada para llevar algo así.
—¿Sí? No me acuerdo.
—Estate atento si vuelves a verlo, retenlo o algo parecido, ¿de acuerdo? Me gustaría hablar con él. Puede que sepa algo —comentó, decidido.
—No hay problema. ¿Entonces quieres que siga vigilando a Maddie? —preguntó Foster.
—¿No te importa? Preferiría que me echaras una mano con la pintura, pero no quiero perderla de vista. Quién sabe si ese loco, o loca, intenta hacer algo de nuevo.
«¿Y por qué no puedo dejar de preocuparme por ella? Ni que me importara tanto.» Pero no podía evitarlo. Además, quería que estuviera sana y salva.
—No te preocupes, estoy bien.
—¿Seguro? Estás haciendo un trabajo excelente. Solo espero que no te aburras mucho.
—No, tranquilo. Esto es mucho mejor que estar todo el día con un bote de pintura. —Foster sonrió de oreja a oreja.
Alex le devolvió la sonrisa.
—Gracias, Foster. Te debo una. Intentaré darte el día libre mañana. Voy a preguntarle si quiere salir a navegar conmigo, aunque puede que me diga que no. Si acepta, te aviso.
—Muy bien.
—Ahora mismo está en la cocina preparando algo de comer, así que ya me encargo yo de echarle un ojo el resto del día. ¿Por qué no te vas a la playa o sales un rato por ahí?
—Estupendo, gracias. Eso voy a hacer. El otro día conocí a una preciosa morenita llamada Sally. Parece pasar mucho tiempo en la playa.
—Entonces será mejor que te des prisa. Eso sí, si yo fuera tú antes me quitaría toda esa pelusa que tienes en la barbilla.
—No, me dijo que le gustaba. Dijo que era una «barba de tres días muy a la moda» y me acarició con los dedos. Te aseguro que me puse a temblar y todo. —Foster fingió un escalofrío para dar mayor énfasis a su afirmación.
—Entiendo —dijo Alex riendo—. Entonces me guardo el consejo. ¿Crees que yo también debería dejármela crecer?
—Sí, yo lo haría. No tienes nada que perder, ¿no crees?
—Bien pensado.
***
En contra de su buen juicio, Maddie aceptó volver a navegar con Alex. Sabía que tenía que haberse negado, y casi lo hizo, pero después de la partida de su madre y su hermana se sentía sola y necesitaba algo que hacer. Estaba cansada de sobresaltarse ante el más mínimo ruido y un paseo por el mar le pareció una buena idea, incluso aunque tuviera que pasar todo un día en compañía de Alex. Por lo menos en el mar no tendría a nadie acechándola para atacarla.
Se pusieron en marcha justo después del mediodía, y fueron en dirección opuesta a la que tomaron en la anterior ocasión. Soplaba una brisa fresca que hinchaba la vela y la embarcación pronto tomó una buena velocidad. Maddie se colocó cerca de la proa y disfrutó de la sensación de volar sobre las olas. El viento le alborotaba el pelo, haciendo que ondeara como una bandera, y pudo saborear el rocío salobre que ascendía hasta ella como una fina neblina.
—¡Me encanta! —gritó a Alex que estaba ocupado haciendo algo con unas cuerdas. Él se limitó a sonreír y a asentir con la cabeza y ella tuvo que mirar hacia otro lado. Hoy parecía un auténtico pirata con esa barba de tres días cubriéndole la mandíbula. Cuando sonrió, mostró unos dientes blanquísimos y ella anheló desesperadamente estar de nuevo entre sus brazos y que volviera a besarla hasta dejarla sin sentido y… ¡Maldición! «Tengo que dejar de pensar en él de ese modo.» Respiró hondo e intentó concentrarse en tomar el sol.
Media hora más tarde, rodearon un cabo y el viento cambió de dirección de forma abrupta. Alex ajustó la vela y cuando parecía tenerlo todo bajo control oyeron un tremendo estrépito y el mástil se rompió en la parte inferior, haciendo que el barco estuviera a punto de zozobrar. El palo cayó a escasos centímetros de Maddie, que casi saltó por la borda del susto que se llevó. Soltó un grito y miró a Alex, que se había quedado inmóvil, mirándola como si le hubieran salido dos cabezas.
—¿Alex? ¿Qué narices ha pasado?
La pregunta pareció sacar al hombre de su trance, pues se acercó a toda prisa hacia ella y la tomó por los hombros.
—¿Estás bien? ¡Madre mía, ha estado cerca!
—Sí, sí, estoy bien, pero ¿por qué se ha roto el mástil?
—No tengo ni idea. —La miró desconcertado y después se fue a inspeccionar los daños. —Maldita sea —masculló. Intentó colocar el mástil en una posición más adecuada para evitar que la embarcación volcara.
—¿Qué sucede? —Maddie fue en su ayuda. Juntos lograron posicionar el mástil en el centro del barco y recoger la vela.
—Fíjate en la parte inferior. —Alex hizo un gesto hacia el mástil—. Parece que alguien la haya cortado prácticamente en su totalidad, dejando solo un poco. Tal y como estaba, después de navegar un rato hasta la más mínima ráfaga de viento lo hubiera roto.
—¡Oh, Dios mío! —El temor volvió a atenazar las entrañas de Maddie. Las piernas empezaron a temblarle y tuvo que sentarse—. ¿Quieres decir que lo han hecho a propósito?
—Exacto. —Alex guardó la vela bajo cubierta y fue a la parte trasera a poner en marcha el motor fueraborda—. Tenemos que regresar a la orilla.
Lo que resultó más fácil de decir que de hacer, ya que el motor se negó a funcionar. Cuando Alex lo examinó más de cerca se dio cuenta de que también lo habían manipulado y soltó una retahíla de palabrotas.
—¿Y ahora qué hacemos? —Maddie miró hacia la costa y se percató de que el velero se dirigía rápidamente mar adentro, arrastrado por la corriente.
—Pedir ayuda por radio. —Luciendo una sombría expresión en el rosto, Alex se metió bajo cubierta y Maddie le oyó hablar. Soltó un suspiro. Jane tenía razón. Su padre todavía suponía un peligro y no parecía que estuviera dispuesto a dar su brazo a torcer. Ni mucho menos.
Alex volvió a subir y cerró la escotilla detrás de él.
—¡Mierda! —exclamó—. Ese mal nacido también ha roto la radio.
—¡Oh, no! ¿Me tomas el pelo? —Maddie tragó saliva, pero la frialdad que se apoderaba de la boca de su estómago se intensificó al ver que decía la verdad.
—No nos queda otra que nadar, Maddie. Ponte un chaleco salvavidas y vamos. Si esperamos mucho más, estaremos demasiado lejos para llegar a la orilla. —Buscó en un armario y volvió a maldecir—. No me lo puedo creer. No hay chalecos. Joder, debería haberlo comprobado antes, pero no imaginé que… —Apretó los puños—. Alguien me las va a pagar por esto.
—Si es que lo conseguimos. —Maddie le miró ansiosa. Se le daba bien nadar, pero no se veía recorriendo una distancia tan larga. La orilla parecía estar bastante lejos y el agua estaba helada.
—Si lo prefieres puedes quedarte aquí y yo buscaré ayuda en cuanto llegue a tierra firme. —Alex le tocó el brazo para reconfortarla. Maddie negó con la cabeza. No le hacía ni pizca de gracia quedarse sola y a la deriva en medio del océano. Prefería mil veces arriesgarse e irse con él.
—No, voy contigo. Podría pasarle algo más al barco y tendría que nadar de todos modos. ¿Y si le han hecho un agujero al casco o algo por el estilo?
—Muy bien, si lo tienes tan claro, vámonos. Nos ataremos una cuerda a la cintura para no separarnos… siempre que el desgraciado que nos ha hecho esto nos haya dejado alguna —farfulló entre dientes.