Capítulo 24

—HOLA, MADDIE, soy Kayla. ¿Qué tal estás?

Como siempre le sucedía cuando oía la voz de su amiga al otro lado del teléfono, su corazón dio un pequeño brinco de expectación. Puede que ese día tuviera alguna noticia de Alex.

—Hola. Estoy bien. ¿Cómo va todo por Devon? —Acababa de llegar a casa y estaba intentando quitarse el abrigo mientras sostenía el aparato entre la oreja y el hombro.

—Muy bien. Tengo una estupenda noticia que contarte. Tenemos boda a la vista.

Maddie se quedó paralizada al instante. El abrigo cayó al suelo sin que se diera cuenta.

—¿Una bo… boda? —tartamudeó. En ese instante lo único que quería hacer era tirar el teléfono para no escuchar ni una sola palabra más. Si Alex iba a casarse con otra mujer no quería saberlo. No podría soportarlo. Se mordió el labio para no ponerse a gritar.

—Sí. Foster va a casarse. ¿Te acuerdas de él? ¿El amigo de Alex? Ha conocido a una muchacha de la zona que se llama Sally con la que quiere casarse y parece que ella siente lo mismo por él. Reconozco que eso es justo lo que necesitaba. Creo el pobre que no ha recibido mucho amor en su vida.

Maddie abrió la boca para responder, pero no salió ningún sonido. Parecía que sus cuerdas vocales se habían quedado congeladas mientras luchaba por respirar como si fuera un pez varado en la arena.

—¿Maddie? ¿Sigues ahí?

Al fin consiguió tomar una profunda bocanada de aire y recuperar la voz y la movilidad de sus extremidades.

—Sí. Sí, estoy aquí. Mmm… eso es fantástico, Kayla. Espero que sea muy feliz.

—Sí, yo también. Se lo merece, es un buen tipo.

—¿Conoce la familia de la novia su pasado? Ya sabes a lo que me refiero. —El mismo Foster le había contado sus antecedentes y le juró que había terminado con todo aquello.

—Sí, se lo dijo sin tapujos. No quería que hubiera ninguna confusión. Gracias a Dios a ellos no pareció importarles y lo han aceptado como uno más de la familia. Él parece encantado con sus suegros.

—Me alegro mucho por él.

—Pero escucha, esa no es la única razón por la que te he llamado.

Se le volvió a hacer un nudo en la garganta y cerró los ojos. Intentó prepararse mentalmente para el caso de que Kayla le hablara de una doble boda. «¡No, por favor!»

—¿Ah, no? —consiguió decir.

—Me preguntaba si podrías venir un par de días dentro de dos semanas a echarme una mano. Wes y Alex tienen que ausentarse y no te lo vas a creer, pero coincide con la semana en la que Annie va a visitar a su hermana. Sé que parece una tontería, pero no me gusta quedarme sola con los niños… por si pasa algo.

—Claro. —Una parte de ella se sentía tremendamente decepcionada porque no vería a Alex, pero se convenció a sí misma de que era lo mejor. Haría las cosas mucho más fáciles—. Creo que puedo. Todavía no tengo nada para esa semana y mi actual asignación de trabajo termina el próximo viernes.

—Qué bien. Muchas gracias. Si quieres traerte a tu familia o a alguien más, hazlo por favor. Aquí hay un montón de espacio.

—Se lo preguntaré. Hasta dentro de poco, entonces.

En cuanto colgó se apoyó contra la pared y se fue deslizando hasta sentarse en el suelo. Después colocó la cabeza sobre sus rodillas y apretó los dientes. ¿Cuánto tardaría en dejar de sentirse así?

***

Para su sorpresa, Jessie, Jane y Ruth decidieron acompañarla. Ruth había mejorado considerablemente y el médico le dio el alta unos pocos días antes del viaje.

—Tómese las cosas con calma, señora Kettering —le advirtió con una sonrisa y ella se comprometió a seguir sus consejos a pies juntillas. Había vuelto a usar su apellido de soltera, un apellido que también había adoptado Jane; a Maddie le gustó la idea ya que pareció ayudarlas a superar el pasado.

—No se preocupe, doctor, estaremos pendientes de ella en todo momento —aseguró Jane.

Regresar a Marcombe Hall con tanta compañía le resultó extraño, pero apenas tuvo tiempo para reflexionar ya que se mantuvo ocupada con los niños, la cocina, paseos por los alrededores y visitas a su padre, que estaba encantado de volver a verla.

Convenció a Ruth para que fuera con ella una tarde y se alegró mucho cuando, después de unos primeros momentos un tanto incómodos, sus padres biológicos empezaron a hablar. La visita fue un poco corta debido a la salud de Ruth, pero tenía que reconocer que había sido todo un éxito.

El sábado por la tarde, se sorprendió al tener que quedarse como única responsable de los pequeños.

—Por favor, ve con ellos a la cala. Hoy estoy muy ocupada y no voy a poder llevarlos. ¿Serás mi ángel de la guarda? —suplicó Kayla. Todo el mundo había desaparecido con un pretexto u otro, así que no le quedó otra que ir a la playa, donde se sentó en la arena con el ceño fruncido.

—¿Por qué estás enfadada, tía Maddie? —Nell se puso de cuclillas a su lado y la miró con la cabeza ladeada.

—¿Maddie enfadada? —repitió Jago con expresión preocupada.

La aludida sonrió y los abrazó a ambos.

—No lo estoy. Solo un poquito molesta. Voy a contaros un secreto. —Se inclinó sobre ellos para susurrarles—. Hoy es mi cumpleaños. —Se agachó sobre Edmund para quitarle una piedra de la boca. La criatura tenía la tendencia de llevárselo todo allí fuera o no comestible.

Nell se puso de pie y aplaudió.

—¡Bien! ¿Eso significa que luego comeremos tarta?

—No creo. Por lo visto nadie se ha acordado. Aunque supongo que podría hacer una. —Había creído que por lo menos Kayla sabría qué día era, o Jessie. En ocasiones anteriores le habían enviado una felicitación o comprado algún regalo. No es que le preocupara mucho, pero un simple «felicidades» no hubiera estado mal.

—A lo mejor se acuerdan después. —Nell le dio otro abrazo antes de salir corriendo.

—¿Maddie ya no está enfada? —preguntó Jago, todavía preocupado.

Volvió a sonreírle.

—No, Jago. No estoy enfadada. Vamos a jugar.

¿Qué más daba qué día fuera? Se dijo a sí misma que los cumpleaños tampoco eran tan importantes. Sin embargo, no pudo evitar sentirse un poco triste y la tarde se le hizo interminable.

***

Tal y como acordaron, llegaron a casa a última hora de la tarde. Jane y Kayla los estaban esperando en la puerta.

—Por fin estáis aquí. Estaba empezando a pensar que os habíais perdido —exclamó Kayla y liberó a Maddie de cargar con el pequeño Edmund. Aunque todavía era un bebé, pesaba bastante y hacía falta tener una fuerza considerable para llevarlo tanto tiempo en brazos. Maddie estaba agotada—. ¿Lo habéis pasado bien?

—Oh, sí —respondió Nell.

—Ajá —contestó Jago—. Pero Maddie enfadada.

—¿Enfadada? ¿Por qué? ¿Os habéis portado mal con ella?

—No —replicaron a coro los dos mayores.

—Oh, no ha sido nada —negó Maddie, avergonzada porque los niños sacaran el asunto a colación—. Solo puse mala cara cuando estaba pensando una cosa; nada importante. Ahora, si no os importa, me voy a dar una ducha. Necesito lavarme el pelo a conciencia. Tuvimos una pelea de arena.

—Oh, querida. Sí, sí, hazlo. Te veo luego. Y gracias por hacerte cargo de ellos.

—Sin problema.

***

Más tarde, cuando Maddie estaba descansando un rato tumbada encima de la cama, Kayla asomó la cabeza por la puerta.

—¿Has terminado de ducharte?

—Sí. Decidí tumbarme un poco antes de ir a cenar. Estoy exhausta.

—Buena idea. Solo quería darte esto. Es de mi parte, de Wes y de los niños. —Kayla entró en la habitación y le entregó una tarjeta y un pequeño paquete—. ¡Felicidades, Maddie! —exclamó con una amplia sonrisa.

—¡Oh, Kayla, te has acordado! —Maddie se levantó de un salto y corrió a abrazar a su amiga.

—Pues claro que me he acordado, tonta. Y además te tenemos preparada una sorpresita. ¿Te importaría quedarte en tu habitación hasta que te digamos que bajes?

—Por supuesto, pero no teníais que haberos molestado.

—Queríamos hacerlo, así que nada de protestas. ¿Por qué no te vas arreglando? Luego te traeré un vestido especial que tienes que llevar para la ocasión. —Kayla lucía esa expresión de suficiencia que implicaba que se traía algo entre manos.

—¿Un vestido especial? Kayla, de verdad, no era necesario. ¿Qué estás tramando? —Maddie empezaba a sospechar.

—Nada. —Kayla la miró con la misma expresión angelical que solían poner sus hijos—. No estropees la sorpresa, solo haz lo que te digo, ¿de acuerdo?

—Está bien. ¿Puedo abrir ahora el regalo?

—Sí, hazlo, te veo luego. —Y antes de que le diera tiempo a replicar, Kayla se había marchado.

Se sentó y procedió a abrir el regalo. Lo primero que hizo fue moverlo un poco, intentando adivinar de qué se trataba. En eso consistía parte de la diversión, pero falló estrepitosamente porque no tenía idea de lo que podía ser. Lo que sí tenía claro era que el brillante papel rosa con el que lo habían envuelto era elección de Nell y que también había sido ella la encargada de envolverlo, lo más seguro ayudada por sus hermanos, pues tenía tanta cinta adhesiva que tuvo que usar unas tijeras. Al final consiguió abrirlo y encontró un precioso estuche de cuero.

Un estuche que también abrió.

—¡Oh, Dios mío! —jadeó. En un fondo de terciopelo blanco descansaba un exquisito collar trenzado de oro con un pequeño colgante de esmeralda. El diseño era tan antiguo e intrincado que era precisamente el tipo de joya que se habría comprado sin dudarlo… si hubiera tenido dinero para ello—. ¡Caramba! Esto debe de haber costado una fortuna —exclamó en voz alta. ¿Acaso Kayla y Wes se habían vuelto locos? No era un cumpleaños especial como la mayoría de edad, o los treinta; solo cumplía veintiocho. Seguro que habían calculado mal su edad.

Todavía aturdida, se sentó y miró el mejor regalo que había tenido en mucho tiempo antes de acercarse al espejo para probárselo. Tenía que admitir que le sentaba fenomenal a su cuello largo. Era una joya elegante y a la vez sencilla. Y muy cara.

—No puedo quedármela —murmuró.

—Claro que puedes.

Maddie se sobresaltó y se dio la vuelta.

—¡Jane! ¡Qué susto que me has dado!

—Lo siento. —Jane esbozó una sonrisa de disculpa y también le tendió un pequeño paquete y otra tarjeta—. Solo venía a darte esto. Entré de puntillas por si estabas durmiendo. Felicidades, hermana mayor.

—Oh, muchas gracias. —Maddie volvió a mirarse en el espejo—. Sigo creyendo que Kayla se ha vuelto loca. Nunca me ha hecho un regalo como este. Debe de haberle costado un ojo de la cara. ¿Cómo voy a aceptarlo?

Jane volvió a sonreír.

—Estoy segura de que tu amiga sabe lo que hace. Creo que lo han hecho porque sienten que, después de todo por lo que has pasado este verano, te merecías algo especial. Da igual, ahora será mejor que te des prisa para prepararte para la sorpresa. Por cierto, esto también es de parte de madre.

—¿Puedes darle las gracias en mi nombre hasta que la vea luego? Por lo visto no me dejan salir de esta habitación. —Se encogió de hombros.

—Lo haré. Hasta luego.

Maddie se sentó en la cama una vez más y se dispuso a abrir la tarjeta y el paquete. Cuando vio lo que contenía volvió a quedarse sin aliento.

—No, esto es una locura. ¿Es que todo el mundo ha perdido la cabeza? —Ante su vista apareció otro estuche de cuero, bastante más pequeño que el anterior, que contenía un par de pendientes a juego con el collar. Maddie movió la cabeza sin poder creérselo—. Bueno, supongo que también me los puedo probar —murmuró para sí misma—. Por ahora no tengo nada mejor que hacer.

***

—Muy bien, ¿estás lista para el vestido? —Kayla había entrado como un torbellino en la habitación de Maddie, llevando una funda porta trajes de plástico que depositó sobre la cama. Vestía un albornoz que la cubría del cuello a los pies, aunque iba peinada con un elegante recogido alto.

—¿Que si estoy lista? Llevo lista horas. ¿Qué está pasando? —preguntó—. Y por cierto, ¿te has vuelto loca? ¿Cómo se os ocurre hacerme un regalo así? —Hizo un gesto hacia el collar que todavía llevaba puesto—. No puedo aceptar algo tan caro.

—¿Te gusta?

—Por supuesto que me gusta, es divino, pero no estamos hablando de eso. Nunca podría comprarte algo así en compensación, así que…

—Así que nada. Espero no tener que pasar por un verano como el que tú has tenido. Te lo mereces y es lo que queremos regalarte. No puedes negarte a aceptarlo y punto. Ahora ven aquí y cierra los ojos, por favor.

—De acuerdo, muchas gracias Kayla. Tú y Wes habéis sido muy generosos. —Maddie se situó al lado de la cama y cerró los ojos.

—Quítate el albornoz y levanta los brazos —ordenó su amiga. Maddie obedeció y después sintió cómo le metía un vestido por la cabeza. La suave tela hizo un ligero frufrú mientras se deslizaba por su cuerpo y aunque al principio fue un poco frío al tacto, enseguida se sintió cómoda con él. Tenía mangas de tres cuartos con alguna especie de volante en el borde. Kayla le pidió que bajara los brazos y abrochó algunos botones a su espalda. A continuación bajó las manos a su cintura y tiró tan fuerte que el aire abandonó de golpe sus pulmones.

—¿Pero qué…? ¿Qué estás haciendo, Kayla?

—Ya… casi… está. Dame… un segundo —jadeó Kayla, luchando con algo que Maddie tenía en la espalda.

—No puedo respirar, Kayla —se quejó—. ¡Esto me queda muy pequeño! Además, se supone que uno no debe torturar a la gente el día de su cumpleaños.

Kayla se rio.

—Ya puedes mirar —comentó, muy satisfecha de sí misma.

Maddie abrió los ojos y se volvió hacia el espejo.

—¡Santo Dios! Pero ¿qué es esto? —Llevaba puesto un vestido de seda verde menta estilo siglo XVIII con un corsé a juego que elevaba sus pechos hasta un nivel casi indecente—. No dijiste nada de cenar vestidos con trajes de… Un momento… —Miró a su amiga con ojos entrecerrados, pero Kayla no la dejó continuar.

—Déjate de charlas. Tenemos que ir abajo. Déjame que te arregle el pelo. —Cuando se quitó su propio albornoz Maddie se dio cuenta de que llevaba un vestido prácticamente igual al suyo, aunque de color plateado.

—Por Dios —masculló Maddie. Antes de darse cuenta tenía el pelo recogido en la parte superior de la cabeza, que le caía en una cascada de rizos. Kayla agregó un par de plumas de avestruz para completar el peinado, le pasó un abanico también de seda y anunció que ya estaban preparadas.

Cuando salieron de su habitación le pareció oír voces.

—Kayla, por favor, dime qué está pasando —rogó, asiendo a su amiga por el brazo.

—No puedo, lo siento. Vamos. Todo el mundo está esperando. Ya verás qué bien nos lo vamos a pasar.

—¿Todo el mundo?

Pero Kayla no respondió.