—¡OH, habéis vuelto! ¿Qué tal el paseo? —La pobre Kayla, que por lo visto venía caminando por el vestíbulo cuando llegaron, fue recibida por dos pares de miradas furibundas y ninguna respuesta—. ¿Maddie?
Pero era incapaz de hablar en ese momento, así que se precipitó escaleras arriba directa a su habitación. De ninguna manera iba contar nada a Kayla delante de Alex.
Al poco de cerrar la puerta oyó cómo llamaban con los nudillos. Se armó de valor y dijo:
—Adelante. —No tenía sentido negar la entrada a su amiga, tarde o temprano tendría que contárselo.
—¿Maddie? ¿Estás bien? —Cerró la puerta tras de sí con suavidad.
—Oh, sí, estoy de maravilla. —Sabía que había sonado demasiado sarcástica, pero no pudo evitarlo. Estaba tumbada encima de la cama, mirando al techo, con las manos detrás de la cabeza.
—Vaya, la cosa pinta bastante mal, ¿eh? —Kayla se sentó a su lado—. ¿Te apetece hablar de ello?
—En realidad no, pero supongo que será mejor que te cuente mi versión antes de que oigas la opinión de don «soy mejor que nadie».
A Kayla se le escapó una risita por la descripción de su cuñado y se llevó una mano a la boca.
—Lo siento, sé que no es algo para tomárselo a risa, pero… en realidad Alex nunca ha sido así.
—Puede que no contigo. —Aunque al final Maddie también sonrió—. Y sí, no es cosa de risa. Sin embargo, tienes razón, tal vez me lo estoy tomando demasiado en serio. Será mejor que empiece desde el principio.
—Sí, por favor.
Maddie le contó la lamentable historia con pelos y señales. Ella y Kayla no tenían secretos entre sí y no dudó ni por un instante en confiar en su amiga. Cuando terminó, extendió las manos y se encogió de hombros.
—Ahí lo tienes. Un auténtico desastre, ¿no crees?
—Bueno, he oído cosas peores. —Su amiga volvió a sonreír—. Aunque lo que más me intriga es lo de la casa. Si quieres podríamos investigar algo más.
—No, por favor, déjalo estar. Por mucho que me cueste admitirlo, Alex tenía razón. La descripción de la casa que aparece en mis sueños puede encajar con la de miles de fincas de toda Inglaterra. ¿Por qué iba a tratarse precisamente de esta?
—No lo sé, pero parecías muy segura. Y además estaba el columpio y todo lo demás…
—Déjalo, Kayla —sentenció Maddie negando con la cabeza—. Ya he tenido suficiente. Encontré a mi madre, que fue lo que me propuse. Tal vez, cuando volvamos a vernos en Londres, ella pueda explicarme lo de la casa, si es que hay algo que explicar. Quizá solo sea producto de mi imaginación.
—De acuerdo, aunque si alguna vez necesitas ayuda solo tienes que pedírmelo. Puedo ir y hablar con el señor Ruthven o con su hermano cuando quieras.
—Gracias, Kayla, pero ahora mismo solo quiero descansar.
***
Después de aquello, Maddie se pasó dos días sin hacer poco más que tomar el sol y consiguió evitar a Alex casi por completo. Al levantarse tarde no coincidían en el desayuno y, para su alivio, él se pasaba todo el día trabajando en las casas de campo. Por las noches, salía, presumiblemente con sus amigos, y no llegaba hasta tarde, cuando ella ya estaba durmiendo. No era la solución idónea, pero sí la mejor posible dadas las circunstancias. Al menos eso se dijo a sí misma.
En la mañana del tercer día, sin embargo, Maddie se despertó con Alex llamando a su puerta.
—Maddie, despierta.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
Salió de la cama y se asomó al pasillo. Al fijarse en cómo Alex apretaba los dientes al verla, se acordó demasiado tarde de que solo llevaba la fina y amplia camiseta que usaba para dormir, pero él fue directo al grano y le informó con tono cortante:
—Una mujer te ha llamado al teléfono. Parece un tanto frenética. Creo que se trata de Jane, aunque no me ha dicho nada.
Maddie se quedó sin aliento.
—¿Jane? Oh, Dios mío, ¿qué habrá pasado ahora? —Salió corriendo por el pasillo y casi se golpeó con el teléfono en su prisa por llegar hasta él—. ¿Jane? Soy yo. ¿Qué ocurre? ¿Le ha pasado algo a madre?
—Oh, Maddie. Siento despertarte tan pronto, pero ha tenido un accidente. Estoy en el hospital de Chelsea y Westminster y todavía no sé si ha sido muy grave o no. —La voz de su hermana se quebró en un sollozo—. No sé si se va a poner bien.
—¿Pero qué ha pasado? ¿Qué tipo de accidente?
—La han atropellado cerca de tu apartamento. Salió a hacer unas compras ella sola. —Jane volvió a sollozar—. Le dije que no saliera a ningún sitio sin mí, pero estaba tan feliz de sentirse libre al fin… Creo que solo quería dar un paseo. Debería haber estado más pendiente de ella. Lo s… siento.
—No, Jane, no te eches la culpa. Escucha, ahora mismo voy a hacer la maleta e iré a Londres tan rápido como pueda. En cuanto sepas algo llámame al teléfono móvil, ¿de acuerdo? Pronto estaré contigo, te lo prometo.
—Gracias. —La voz de Jane apenas era audible entre tanto sollozo, pero Maddie pudo percibir el alivio que sintió. Entendía perfectamente a su hermana. Nunca más volverían a estar solas. Ahora se tenían la una a la otra.
Tras una rápida despedida, colgó y se dirigió a toda prisa hacia su habitación. A medio camino chocó contra el sólido y desnudo pecho de Alex. El corazón le dio un vuelco.
—¿Todavía sigues aquí?
—Ya ves. ¿Qué ha pasado? —Él se cruzó de brazos como si se pusiera a la defensiva y Maddie intentó no fijarse en los definidos músculos claramente visibles bajo toda esa piel bronceada.
—Mi madre ha tenido un accidente. La han atropellado. Todavía no sé cómo está, pero me voy a Londres. ¿Puedes decírselo a Kayla, por favor? De todos modos, ¿qué hora es?
—Un poco más de las siete.
—¿Las siete? —Se pasó una mano por su enredada melena—. No me extraña que todavía estuviera durmiendo. —Frunció el ceño—. Te has levantado muy pronto, ¿no?
—Tengo trabajo que hacer. Venga, ve a vestirte, te llevo a la estación. —Se dio la vuelta como si ella no tuviera voz ni voto en ese asunto.
—No hace falta que lo hagas. Puedo llamar a un taxi —protestó ella.
—No seas tonta —masculló él sin dejar de andar.
Maddie alzó los brazos en un gesto de desesperación. Ese hombre era imposible, pero por una vez contuvo el impulso de discutir con él. Necesitaba ponerse en marcha lo antes posible. De modo que si él quería hacerse el mártir, muy bien, que se lo hiciera.
***
Cuando un cuarto de hora más tarde Maddie salió de la casa, él la estaba esperando con el motor en marcha. Lucía un gesto inflexible en el rostro, así que decidió que lo mejor que podía hacer era permanecer callada. Aquello pareció satisfacerle, de modo que hicieron el viaje en absoluto silencio.
Una vez llegaron a la estación de Totnes, Alex dejó el vehículo en el aparcamiento y Maddie le agradeció que la hubiera llevado.
—De nada. —Entonces le vio salir del automóvil y sacar una bolsa de viaje del asiento trasero.
Confusa, frunció el ceño.
—¿Qué haces?
—Voy contigo —respondió él sin mirarla. Simplemente se quedó esperando a que rodeara el vehículo.
—¿De qué estás hablando? —Aunque todavía seguía confundida, estaba empezando a ponerse furiosa—. ¿Por qué ibas a querer venir conmigo?
—No es seguro. Pedí a Foster que te vigilara aquí, en Devon, pero no puedo pedirle que también lo haga en Londres, así que he decidido hacerlo yo mismo. Necesitas a alguien que te eche un ojo.
—¡Y un cuerno! Ya puedes meterte en ese automóvil y volverte a casa. No necesito ninguna niñera. Puedo cuidar de mí misma perfectamente, gracias. —Ahora sí que estaba enfadada. Asintió con la cabeza a modo de despedida y, sin más, se fue hacia la taquilla. Pero Alex la siguió.
Maddie se detuvo de golpe y se volvió hacia él.
—¿Estás sordo? He dicho que no necesito ningún perro guardián, Alex.
—¿En serio? Entonces ¿cómo es que han estado a punto de matarte en varias ocasiones en las últimas semanas? A tu madre la han atropellado en Londres, ¿no se te ha ocurrido pensar que tal vez no haya sido un accidente?
Se le helaron las entrañas. Alex acababa de expresar en voz alta sus peores temores. Aunque no quería ni oír hablar de eso, no le quedaba más remedio que reconocer que tal vez tuviera razón.
—¿Y si ha sido obra de ese demente? —continuó él—. Al fin y al cabo nadie ha vuelto a verle por aquí últimamente, ¿verdad?
Ella apretó los dientes.
—Aunque fuera cierto, puedo cuidar de mí misma. He dado clases de defensa personal y ahora que sé que puedo estar en peligro tendré más cuidado. —De pronto no se sentía con ánimo de seguir peleando—. Vuelve a Marcombe, Alex, no te necesito.
Ahora fue él el que apretó los dientes, pero replicó con calma:
—Puede que no lo hayas pensado, pero sé que Kayla y Wes se quedarán más tranquilos si no vas sola. No puedes detenerme, voy a ir contigo lo quieras o no. Así que vamos, o perderemos el próximo tren.
—Muy bien, haz lo que te plazca. —Como era imposible razonar con ese hombre, renunció a seguir batallando con él. Además, él tenía razón. No podía impedirle que la acompañara si estaba decidido a hacerlo.
***
—¿Por qué pediste a Foster que me vigilara? —Llevaban viajando una hora en silencio y Maddie no había dejado de dar vueltas a esa pregunta.
Alex, que estaba contemplando el paisaje por la ventanilla, volvió sus ojos azules lentamente para mirarla.
—Porque quería algunas respuestas.
—¿Respuestas? ¿Sobre qué?
—El incidente con el pozo minero me hizo sospechar y creí que estabas ocultando algo. —Apartó la vista—. Ya te lo dije, pensé que se trataba de algún ex novio al que querías proteger.
—Ah, entiendo. ¿Y creíste que lo pillarías con las manos en la masa?
—Más o menos. —Se hizo con un periódico y empezó a leerlo, indicando a las claras que la conversación había terminado. Pero Maddie no iba a dar su brazo a torcer.
—Pensé que tal vez te preocupabas por mí. —Lo observó con cuidado y sintió una enorme decepción al comprobar que no mostró la menor reacción a sus palabras.
—Bueno, eres una invitada en la casa de mi hermano. Por supuesto que estaba preocupado. —Alex se encogió de hombros y continuó leyendo. A Maddie se le hizo un nudo en la garganta. Durante un instante casi había creído que le importaba, pero obviamente era demasiado esperar.
—Maldita sea —murmuró para sí misma mientras sacaba un libro del bolso.
—¿Perdona? —Alex había dejado de leer y la miró con las cejas enarcadas.
—Nada. Solo estaba hablando conmigo misma. Es una costumbre.
—Ya veo. —Le lanzó otra mirada misteriosa y volvió a centrarse en el periódico el resto del viaje.