Capítulo 25

AL llegar a la escalera Maddie se percató de que las voces provenían del enorme vestíbulo. Comenzaron a bajar y al doblar el recodo, se detuvo en seco y se quedó mirando estupefacta. Todo el vestíbulo estaba lleno de gente vestida con trajes del siglo XVIII. Calculó que debía de haber al menos cincuenta invitados. Sintió como si una mano helada se pusiera a rebuscar en su estómago dejándolo completamente entumecido.

—Vamos —susurró Kayla mientras le daba un leve empujón en la espalda—. Todos te están esperando.

Maddie fue incapaz de encontrar la voz necesaria para responder. En vez de eso, se abanicó para refrescar un poco su acalorado rostro. Por un momento pensó que se desmayaría.

Kayla la dio unas palmaditas y la urgió a continuar bajando. Entonces la multitud se quedó en silencio.

—Señoras y caballeros, permítanme presentarles a la cumpleañera en cuyo honor vamos a celebrar este baile. La señorita Madeline Browne.

Para su asombro todo el mundo empezó a cantar Cumpleaños feliz y no supo si reír o llorar. Aquello era increíble. Ni en sus sueños más descabellados se habría imaginado que la «sorpresita» de Kayla consistiría en un baile de disfraces. Echó un vistazo a su alrededor en busca de alguna cara conocida y encontró varias.

Estaba Jane, radiante con un vestido burdeos. Era la primera vez que usaba maquillaje, lo que resaltaba sus bonitos rasgos. Cerca de su hermana, estaba sentada su madre, con un aspecto soberbio, vestida de color púrpura. También encontró a Wes, apoyado en una palmera que había en un tiesto con una expresión de pura satisfacción en el rostro, y aunque estaba entonando la canción de felicidades, se notaba que, como siempre, solo tenía ojos para su esposa. Para su asombro, también encontró a su padre, al lado de su tío; los dos gigantes iban vestidos con el traje típico escocés —kilt y escarcela incluidas— que les sentaba de maravilla. Cuando la canción terminó, Maddie parpadeó un par de veces para contener las lágrimas de felicidad que amenazaban con derramarse y esbozó una amplia sonrisa.

—Muchas gracias. ¡Ha sido increíble! —Le temblaba la voz—. No… No sé qué decir.

—Entonces lo haré yo —gritó Wes—. Vamos a comer, me muero de hambre. —Hizo un gesto en dirección a la sala de recepción donde habían dispuesto varias mesas largas con montones de comida. El murmullo volvió a estallar mientras los invitados abandonaban el vestíbulo. Maddie vio a varios camareros uniformados que pasaron con bandejas llenas de copas de champán. Bajó otros pocos escalones más antes de que Wes la detuviera alzando una mano.

—Un segundo, bella dama. Permítame que llame al que será su acompañante en esta velada. —Soltó un estridente silbido y Kayla se echó a reír. Desde detrás de la palmera apareció el hombre más apuesto que jamás había visto, que se acercó a ella y le hizo una florida reverencia antes de ofrecerle el brazo.

—¿Me concede el honor?

—¡Alex! ¿Por qué te pareces tanto a…? —Le fallaron las palabras. Le miró con un gesto de impotencia.

—¿A mi antepasado Jago? Eso era precisamente lo que buscaba. La modista ha hecho un trabajo espectacular contigo. —La miró con tal intensidad que no pudo evitar sonrojarse. Aquel detenido escrutinio hacía que se sintiera como si fuera desnuda—. Te dije que me vestiría así si tú te ponías un corsé, ¿recuerdas? —Sonrió de oreja a oreja. Ahora sí que era igual que su antepasado contrabandista. El corazón de Maddie dio un triple salto mortal.

—Sí, bueno, no me dejaron otra alternativa. Kayla me embutió en esta cosa y ahora apenas puedo respirar. —Omitió el hecho de que su presencia era lo que verdaderamente la dejaba sin aliento. Terminó de bajar la escalera y apoyó la mano en su brazo—. Y solo Dios sabe cómo me las voy a apañar para comer algo.

Alex se inclinó sobre ella y le susurró al oído:

—Seguro que puedo ayudarte a aflojarlo más tarde. —Maddie se estremeció—. Ahora, vayamos a tomar un poco de champán. Tenemos que celebrar un cumpleaños.

—Sí, vamos.

Los canapés estaban exquisitos y Maddie deseó que sobraran unos pocos pues con el corsé tan apretado apenas pudo probar bocado. El champán, sin embargo, no le supuso ningún problema y muy pronto estaba flotando en una nube de dicha. Saludó a su padre y a su tío, agradeció a su madre y a Wes sus magníficos regalos y charló con el resto de invitados. Alex no se separó en ningún momento de ella, ejerciendo su papel de acompañante a la perfección.

Al observar cómo algunas bellezas del lugar se le quedaban mirando le preguntó si no debería ser educado y relacionarse con el resto de la gente.

—No —respondió él—, solo quiero hablar contigo. Además, prometí a Wes que esta noche sería tu galán. Y si no cumplo mi promesa me dará una buena tunda.

Maddie no le creyó, pero no dijo nada. Y cuando la tomó entre sus brazos para dar comienzo el baile se olvidó de todo el mundo a su alrededor. En ese instante, para ella solo existía Alex. «¡Cómo le he echado de menos!» Él la guio con destreza dando vueltas alrededor del salón y ella cerró los ojos para saborear el momento. Sentir su potente cuerpo contra el de ella, el aroma de su loción para después del afeitado, su terso cabello rozando su mejilla… Era como estar en el mismo cielo y no quería que terminara nunca.

***

A mitad de la noche, Alex la llevó hacia las enormes ventanas francesas, que habían abierto de par en par para la ocasión y salieron a la terraza de la parte trasera de la casa.

—Necesito un poco de aire —comentó él. Después la guio hasta el rincón más alejado, donde había un banco de piedra convenientemente situado en el que se sentaron—. ¿Lo estás pasando bien? —preguntó, poniéndole un brazo alrededor de los hombros. Ella apoyó la cabeza sobre él y cerró los ojos.

—Oh, sí. Estoy encantada. Creo que nunca he tenido un cumpleaños tan maravilloso como este.

—Bien. Me alegro. —Se quedó callado y durante un rato no oyeron nada excepto el oleaje del mar a lo lejos.

Sin saber muy bien por qué Maddie recordó la predicción de la gitana, cuyas palabras fueron acudiendo a su mente poco a poco. «Veo a un hombre alto, moreno, guapo. Él comparte mi sangre e intentará ayudarte.» Miró el perfil de Alex y volvió a cerrar los ojos. Estaba claro que aquella parte se había cumplido. Alex era el hombre con sangre gitana en las venas que le ayudó a lidiar con Blake-Jones.

«Veo peligro. Hay otro hombre moreno. Es malvado. Y también uno pelirrojo que es bueno. Tendrás que enfrentarte a ambos antes de encontrar la felicidad. Pero ten cuidado, el peligro es muy grande.» Se estremeció. Sí, el peligro había sido excepcionalmente grave. Había estado a punto de morir en varias ocasiones, pero había sobrevivido. «Tendrás que descubrirlo por ti misma.» Y lo había hecho. Había encontrado la fuerza suficiente para luchar contra aquel demente y ahora se había ido. No había nada más que temer. Pero ¿qué fue lo último que le dijo la mujer?

Maddie se detuvo a pensarlo un momento. Entonces se acordó: «No te preocupes, al final del camino te espera la felicidad, siempre que creas en ella.» ¿A qué se refería con eso. Por supuesto que creía en la felicidad, ¿acaso no lo hacía todo el mundo? Aquello no tenía sentido.

—¿Tienes frío? —La pregunta de Alex la trajo de vuelta al presente.

—¿Perdona? Oh, no, estoy bien.

—Debería haber traído un poco de champán. ¿Quieres que entre y te traiga una copa?

—No, gracias, si me tomo una más terminaré muy mal. ¿Estás intentando emborracharme para volver a llevarme por el mal camino? —Soltó una risita.

Alex sonrió de oreja a oreja.

—No, estoy intentando romper tus barreras. Pensé que tal vez un poco de champán funcionaría.

—¿Barreras? ¿De qué estás hablando? —Aunque estaba del todo sobria, no podía seguirle.

—Soy incapaz de conseguir que hables conmigo. Me refiero a hablar de verdad, desde el corazón. Y mucho menos a derribar las defensas que has erigido contra mí. Además, hay algo que quiero preguntarte. —De repente se puso muy serio. Maddie esperó a que continuara—. Maddie, ¿crees que soy una mala persona por haber estado en la cárcel?

Abrió los ojos como platos y se sentó erguida para poder mirarle bajo la luz de la luna.

—No, por supuesto que no. ¿Por qué piensas eso? Ah, de acuerdo, todo esto viene por esa estúpida discusión que mantuvimos. Deberías haberme dejado terminar y no sacar conclusiones precipitadas. No iba a decirte algo así para nada.

—¿No? ¿Entonces qué ibas a decir?

—Que no me gustan los mujeriegos. Que no me gusta que jueguen conmigo y, como ya te dije en otra ocasión, que no soy mujer de una sola noche. Aunque en nuestro caso hayamos ido un poco más lejos, técnicamente hablando.

—¿Mujeriegos? —Alex la miró estupefacto—. ¿Crees que soy un mujeriego? ¿Ahora? —Empezó a reírse.

—¿Por qué te hace tanta gracia? Eres muy atractivo, aunque seguro que ya lo sabes, y la experiencia me ha enseñado que los hombres como tú no buscan una relación seria con mujeres como yo. Te aseguro que no pienso cometer el mismo error dos veces. Además, estaba esa mujer que no te quitó ojo en Dartmouth y Annie me contó que solías traer un ligue distinto cada fin de semana. Y lo de la ex de Wes y…

—No hace falta que sigas. Me imagino lo que te contó. Supongo que también sabes lo de Caroline, ¿verdad? —Maddie asintió—. Eso suponía. Pues qué bien. Todos mis pecados se han vuelto en mi contra. —Negó con la cabeza—. No sé ni por qué me he molestado con todo esto. Seguro que era una estupidez. Venga, vamos dentro. —Se levantó de repente.

—Pero… Alex, ¿qué he dicho para que te pongas así? Por el amor de Dios, ¿de qué va todo esto?

Alex se volvió hacia ella. En su mirada se mezclaba la tristeza y la ira a partes iguales.

—De acuerdo, te lo voy a contar. Hice que Kayla y Wes preparan este baile para ti porque iba a pedirte que te casaras conmigo. Sé que no nos conocemos desde hace mucho, pero hay veces en que uno tiene las cosas claras desde el principio… Iba a decirte que te quiero más que a ninguna otra mujer en este mundo, que creo que eres absolutamente magnífica y que no me imagino una vida sin ti. —Volvió a girarse y se quedó mirando en dirección al mar—. ¿Pero para qué? Tú ya me has juzgado. Creí que lo único que podías tener en mi contra era mi pasado delictivo, sin embargo ahora veo que me equivoqué. Bueno, siento haberte molestado. Te aseguro que no tenía intención de tener una aventura de una sola noche contigo, simplemente pasó. Y que conste en acta que siempre he querido mucho más que eso. ¿Ya estás contenta?

¿Contenta?

«… al final del camino te espera la felicidad, siempre que creas en ella.»

Maddie le miró fijamente. «¡Dios!, ¿cómo he podido ser tan imbécil?»

—¿Contenta? Pues… en realidad no. No estoy contenta. ¡Estoy feliz!

—¿Que estás qué? —De nuevo se volvió hacia ella y la miró frunciendo el ceño y con cara de pocos amigos.

—¡Alex! ¡Bésame!

—¿Que te bese? —Ahora fue él el que se quedó parado.

—Sí, por favor. Si me dices que me quieres a menudo entonces puede que te termine creyendo, pero primero tendrás que demostrármelo.

—¿Quieres decir que…?

—¡Sí, eso mismo! ¡Me encantaría ser tu esposa! ¡Sí, también te quiero con locura y me importa un comino que hayas estado en la cárcel! Tampoco me importa con cuántas mujeres hayas estado antes siempre que eso forme parte de tu pasado. ¿De verdad quieres casarte conmigo? —No se lo podía creer. Era demasiado maravilloso para ser verdad.

Cuando Alex entendió el significado de lo que acababa de decir esbozó esa sonrisa suya tan masculina.

—No lo sabes tú bien. De hecho, si me das un segundo, voy a hacer esto como Dios manda. —Rebuscó en su bolsillo, sacó una pequeña cajita y abrió la tapa. Después hincó una rodilla en el suelo y alzó la vista hacia ella—. Maddie Browne, te amo más de lo que puedo expresar con palabras. ¿Quieres casarte conmigo? —Le tendió la cajita que contenía un anillo antiguo de exquisita artesanía coronado con una pequeña esmeralda.

—Oh, Alex, sí. No hay nada que me apetezca más en este mundo que ser tu esposa.

Alex sonrió de oreja a oreja y tiró de ella para darle un enorme abrazo.

—Perfecto. Y ahora, si quieres que te demuestre mi amor, puede que nos lleve un buen rato —le advirtió, antes de depositar una miríada de besos en sus mejillas, en su nariz, en sus pestañas y, finalmente, en su boca—. Prometo esforzarme al máximo.

—Me parece bien. Tómate el tiempo que necesites. Solo una cosa, ¿crees que podríamos encontrar un sitio un poco más íntimo? Si nos quedamos aquí la gente podría vernos. —Señaló hacia el interior de las ventanas francesas.

—Ahora que lo dices —repuso él—, conozco el sitio perfecto. Cerca de aquí hay una pequeña cala, donde nadie, salvo las gaviotas, te oirá gemir.

Maddie sintió cómo el rubor calentaba sus mejillas.

—Así que vas a conseguir hacerme gemir, ¿no? Quizá la última vez solo tuviste suerte.

—En absoluto. Vas a gemir todas las veces que estemos juntos el resto de tu vida. Te lo aseguro. Ah, por cierto, me encanta ver cómo te ruborizas cuando estás excitada.

—Bueno, en ese caso… ¿a qué estamos esperando? ¡Quítame este corsé antes de que me muera!