LA estación estaba tan sucia y concurrida como la vez anterior, pero Maddie apenas se percató mientras Alex se abría paso entre la multitud, proporcionándole un pasillo por el que seguirle. Una vez fuera, hizo una seña a un taxi.
—Al hospital de Chelsea y Westminster, por favor.
—Muy bien.
El taxi olía a tapicería de cuero nueva, humo y ambientador barato; una mezcla que casi le produjo náuseas. Se inclinó hacia delante para abrir la ventanilla que tenía al lado y pidió a Alex que hiciera lo mismo.
—No sé que es peor —comentó él cuando los gases de los tubos de escape de los vehículos penetraron en el interior junto con una ráfaga de aire caliente y pegajoso. Como le pasó la última vez que vino a la capital, deseó estar de vuelta en Devon cuanto antes.
—Se está mucho mejor en otoño y primavera. —Por alguna razón se sintió obligada de defender la ciudad en la que había vivido tantos años. En realidad era un lugar bastante agradable en el que residir, aunque no en plena ola de calor. Alex hizo un gesto de asentimiento y ella se recostó en su asiento y cerró los ojos. Intentó prepararse mentalmente para la dura experiencia que sabía tenía por delante y rezó porque la vida de su recién descubierta madre no estuviera en peligro. Jane solo la había vuelto a llamar una vez para decirle que a Ruth la habían metido en el quirófano.
El taxi se abrió paso por Fulham Road y finalmente los dejó fuera de la imponente entrada al hospital. Se trataba de un edificio relativamente nuevo, con un estilo arquitectónico moderno y unas puertas con dosel de cristal y acero. Alex pagó al conductor y fueron hacia el mostrador de información.
—Las urgencias están a la derecha del edificio. Tienen que volver a salir, girar a la izquierda, y luego otra vez a la izquierda hasta que vean la entrada.
—Muchas gracias.
Encontraron a Jane sentada con expresión apesadumbrada en un rincón y con una maltratada lata de Coca-Cola en la mano. En cuanto vio a Maddie se levantó de inmediato y le echó los brazos al cuello. La lata vacía cayó al suelo estrepitosamente.
—¡Maddie! ¡Oh, gracias por venir! Sigo esperando a que me digan algo sobre cómo ha ido la operación. Me estoy volviendo loca. ¿Por qué tardan tanto?
Vio las lágrimas en sus ojos y la abrazó con fuerza.
«Mi hermana pequeña.» Se vio invadida por un intenso sentimiento de protección. Nunca se había sentido así con Olivia. ¿Se trataría de instinto? No tenía ni idea.
—Sentémonos, Jane. Este es Alexander Marcombe. Él… él… Bueno, tenía que venir a Londres de todos modos y ha decidido acompañarme. Alex, esta es Jane Blake-Jones, mi medio hermana.
Ambos se dieron la mano.
—Encantado de conocerte, Jane —dijo Alex.
Su hermana respondió con un tímido gesto de asentimiento y todos se quedaron esperando.
Poco después, un médico llamó a las dos hermanas a consulta mientras Alex se quedó en la sala de espera.
El médico era un hombre bastante joven y con una cara agraciada que transmitía mucha tranquilidad. Les pidió que se sentaran en la pequeña estancia y comenzó a explicarles.
—Muy bien, señorita Blake-Jones y señorita… ¿también Blake-Jones?
—Browne —le corrigió Maddie.
—Lo siento, señorita Browne entonces. Veamos, su madre está estable por el momento y recuperándose de la intervención. Si quieren, pueden entrar a verla, pero hemos creído que lo más conveniente para su salud era mantenerla sedada durante las siguientes veinticuatro horas. Se ha roto una pierna y, como pueden imaginarse, tiene varias contusiones. Hay alguna que otra herida interna, pero ya nos hemos encargado de ellas en la operación y se recuperará con el tiempo.
Ambas mujeres respiraron aliviadas.
—Gracias a Dios —susurraron al unísono.
El médico esbozó una sonrisa.
—La encontrarán en el ala Nell Gwynne. Les aconsejo que no se queden mucho tiempo. Con un poco de suerte, si regresan mañana a última hora de la tarde, será capaz de hablar con ustedes.
—Gracias, doctor. Apreciamos lo mucho que ha hecho por ella.
—No es nada.
Como les había dicho el médico, no tenía mucho sentido quedarse en el hospital, así que decidieron volver al apartamento de Maddie en autobús, seguidas de cerca por Alex.
***
A la mañana siguiente se dio cuenta de que era una auténtica tortura estar confinada en un apartamento con Alex. Si en Marcombe Hall le había resultado difícil resistirse a la atracción que sentía por él, en aquel diminuto espacio que su mera presencia llenaba por completo le iba a costar el doble. Con ese cabello negro azulado y sus ojos color índigo, resultaba imponente y más atractivo de lo que un hombre tenía derecho a ser. Encima se había olvidado de su maquinilla de afeitar, así que de nuevo lucía una barba de tres días que le quedaba de maravilla y que le hacía parecerse mucho más a su antepasado contrabandista, tanto que un escalofrío recorrió su espalda. Disgustada consigo misma, dejó la cuchara sobre la mesa. Los cereales que se había servido para desayunar le sabían a serrín y ya no tenía apetito.
En Marcombe Hall por lo menos podía hacer todo lo posible por evitarlo y no tenía que verle vestido solo con un par jeans, con ese aspecto tan seductoramente desaliñado de camino al baño. Cerró los ojos y apretó los dientes. En ese momento no le costaba nada imaginárselo en la ducha, con la espuma pegada a sus duros pectorales y…
—¡Por Dios! —Se levantó y se fue a lavar los platos del desayuno. «¿Por qué yo? ¿Por qué no puedo enamorarme de un hombre normal y corriente? Primero David, ese mal nacido mentiroso… y ahora Alex…»
—¿Hablando otra vez contigo misma? —Alex asomó la cabeza por la puerta del baño y Maddie se puso roja como un tomate. ¿De verdad había dicho eso en voz alta? Esperaba que no.
—Mmm… Sí. Debe ser la edad. Dicen que le pasa a todo el mundo.
—Oh, sí. ¡Como eres tan mayor! —dijo Alex riendo. Minutos después salía del baño. Seguía vestido solo con los jeans, pero ahora llevaba una toalla alrededor de los hombros. Negros mechones de cabello húmedo le caían por la frente y a Maddie le entraron unas ganas locas de tocarlos. Durante un breve instante se permitió jugar con la idea de ofrecerse a secárselo, pero al final prevaleció la cordura.
—¿Dónde está Jane? ¿Y Jessie? —preguntó él mientras se inclinaba a rebuscar algo en su bolsa de viaje. La temperatura corporal de Maddie aumentó por momentos. Maldición, hasta por detrás se le veía atractivo. Era del todo injusto.
—Se han marchado —consiguió responder—. Jessie tenía que ir a trabajar y Jane ha salido a buscar trabajo. Necesita empezar a ganar dinero; cuanto antes encuentre un empleo mejor.
—No estoy segura de cuánto tiempo tardaré, ¿pero te parece que nos veamos en el hospital sobre las seis? —había sugerido su hermana antes de salir. Maddie estuvo de acuerdo, aunque aquello implicara estar todo un día sola con Alex.
—Entonces solo estamos tú y yo —comentó alegremente Alex, antes de ponerse una camiseta.
Maddie se estremeció, no le gustaba cómo sonaba aquello. O mejor dicho, le gustaba demasiado. Sonaba demasiado íntimo.
—Mmm… Sí. Creo que voy a darme una ducha. Sírvete lo que quieras para desayunar, o lo que encuentres. Después saldré a comprar, así que si necesitas algo, dímelo.
—Iré contigo. —No era una petición, sino una afirmación. Maddie soltó un suspiro; sabía que era inútil discutir con él. Parecía estar decidido a pegarse a ella como una lapa—. Luego también podríamos visitar algún museo. Hace años que no vengo a Londres.
—No sé. Creo que lo mejor es que me quede por aquí no vaya a ser que me llamen del hospital…
—Te has traído el teléfono móvil, ¿no? Y os dijeron que no volvierais hasta última hora de la tarde. Vamos, necesitas un poco de distracción.
—Está bien. —Era consciente de que no estaba siendo muy amable, ¿pero qué esperaba? Le había pedido que no fuera con ella. No obstante, sabía que tenía razón; le sería de ayuda pensar en otra cosa mientras esperaban noticias de su madre.
Se fue al baño y se duchó a toda prisa; aunque se frotó enérgicamente con la esponja, no consiguió quitarse de la cabeza la idea de que Alex estaba al otro lado de la puerta. ¡Maldición!
A Jessie le había sorprendido encontrar un invitado extra cuando regresó a casa la noche anterior; por desgracia había llegado a la desafortunada conclusión de que era su novio, así que se ofreció de inmediato a compartir su habitación con Jane para que ella y Alex pudieran dormir juntos. Aquello hizo que Maddie se ruborizara de la cabeza a los pies. Por suerte Alex le ahorró tener que responder.
—No hace falta —dijo a Jessie—. Estaré bien en el sofá, pero muchas gracias de todos modos.
—Oh —Jessie los miró a ambos y se dio cuenta de su error—. Bueno… ¿a alguien le apetece una pizza?
Pidieron una, pero el ambiente se había enrarecido tanto que todos se fueron a la cama pronto.
Maddie salió de la ducha y se secó rápidamente. Como no solía usar el secador, ya que no conseguía la más mínima diferencia que secando su mata de rizos al aire, se limitó a ponerse un poco de maquillaje y miró alrededor en busca de su ropa.
Entonces se le encogió el corazón.
—¡Oh, no! —En su prisa por escapar de Alex se había olvidado de llevar una muda limpia al baño. Volvió a suspirar. No le quedaba más remedio que ir a su habitación envuelta solo en una toalla.
Se la puso alrededor del cuerpo y la sujetó firmemente con una mano. Salió del baño a una velocidad de vértigo… y fue a chocar con el pecho de Alex que iba de camino a la cocina. La sorpresa hizo que su mano aflojara el agarre y antes de que pudiera hacer nada, el miserable trozo de tela empezó a deslizarse por su piel. Alex la tomó de los brazos para evitar que perdiera el equilibrio al mismo tiempo que ella corría a tirar de la toalla hacia arriba, pero llegó demasiado tarde. La parte superior de su cuerpo quedó expuesta y pudo oír cómo él contenía el aliento.
—Dios, Maddie. —Su reacción no se hizo esperar. La atrajo hacia sí, sujetándola por la espalda—. Lo siento, pero no puedo soportarlo ni un segundo más… —susurró. Lo único que Maddie pudo hacer fue observar con impotencia cómo inclinaba su boca hacia ella. Sabía que en cuanto sus labios se tocaran estaría perdida, pero fue incapaz de mover un solo dedo; por lo visto sus extremidades se negaban a obedecerla.
Alex aplastó la boca contra la de ella en un beso implacable y la química entre ellos explotó exactamente igual que en las veces anteriores. El cerebro de Maddie dejó de ofrecer cualquier pensamiento coherente. Estaba más allá del raciocinio; solo existía en un plano sensorial en el que lo único que importaba era sentir los labios de Alex, su sabor, su dureza, su olor… Con un gemido que no reconoció como propio, le rodeó el cuello ajena al hecho de que con ese gesto la toalla caería definitivamente al suelo.
Instantes después, apenas fue consciente de cómo la alzaba en brazos para llevarla a su habitación y la depositaba suavemente en la cama, antes de forcejear con su ropa para desnudarse. Después de aquello, las sensaciones volvieron a tomar el control —un calor abrasador, un deseo salvaje, piel contra piel— y se entregó al placer que solo Alex parecía saber darle.
Fue mejor que la vez anterior, porque ahora sabía qué esperar y su cuerpo estaba ansioso por recibirlo. También sabía lo que él quería, lo que consiguió que ambos disfrutaran aún más. Se azuzaron el uno al otro hasta que no hubo ninguna barrera entre ellos, ningún límite que sobrepasar. No fue consciente de si hicieron el amor durante una eternidad o solo duró unos minutos, lo único que supo fue que, al igual que en la ocasión anterior, no quería que terminara nunca.
Pero claro que terminó. Fue uno de esos finales apoteósicos con fuegos artificiales que empiezan a explorar a tu alrededor, pero un final después de todo. Y al igual que la última vez, regresó a la realidad de golpe.
Se quedó tumbada sin moverse durante un buen rato, con la espalda pegada a su torso mientras él la sostenía con dulzura y sus ritmos cardíacos regresaban a la normalidad. Estuvo pensando en si decir algo o no, ¿pero qué? Había dejado que volviera a hacerle el amor a pesar de lo que le había dicho. Aunque quizá aquella no era la forma más apropiada de definir lo que habían compartido. No había habido ninguna declaración de amor de por medio; en realidad no se dijeron nada. Solo deseo. Lujuria. Cómo odiaba aquella palabra.
«No puedo permitir que esto vuelva a suceder.»
—Será mejor que salgamos si queremos llegar antes de que los museos cierren —dijo finalmente sin mirar a Alex. Sintió cómo su brazo se tensaba alrededor de ella durante un segundo, aunque el hombre se contuvo y no hizo ningún comentario sobre lo que había pasado.
—De acuerdo. ¿Nos damos otra ducha antes de irnos? —Maddie se medio giró y se lo encontró sonriendo, con esa sonrisa de pirata capaz de derretir a cualquier mujer—. ¿Juntos? —añadió con voz ronca.
Su fuerza de voluntad se evaporó de inmediato, como la niebla en una cálida mañana de verano, ya que sabía perfectamente lo que aquello implicaba. No le llevó mucho tiempo hacer realidad sus fantasías con la espuma. Ya se arrepentiría más tarde de no haber opuesto la más mínima resistencia. Ahora, la verdad, le daba igual. Ya recordaría después que tampoco en esa ocasión pronunciaron palabras de amor, fortaleciendo su idea de que todo entre ellos se reducía al plano físico.
No le quedaba otra opción que aceptarlo o mantenerse alejada de él.