Capítulo 17

—MADDIE, ¿podemos hablar un momento? —Alex la había acorralado después de la cena con el pretexto de ayudarle a llevar los platos sucios a la cocina.

—No hay nada de qué hablar, Alex. —Intentó usar un tono de absoluta indiferencia y creyó haberlo logrado. Alex no la había mirado ni una sola vez en todo el día, así que llegó a la conclusión de que él prefería olvidarse del encuentro que mantuvieron la noche anterior. ¿Puede ser que estuviera preocupado porque ella se lo fuera a contar a Kayla y a Wes?

—¿En serio? —Sonaba enfadado y no lograba entender por qué. Debería estar contento de que ella no hiciera una montaña de todo aquello. La mayoría de los hombres lo estarían.

—Sí, no te preocupes, no voy a contárselo a nadie si tú tampoco lo haces. Olvidémonos de lo que pasó y listo. Yo ya lo he hecho. —Creyó oír cómo rechinaba los dientes y se volvió para mirarle. Estaba hecho una furia y eso terminó de encenderla. No tenía ningún derecho a enfadarse—. ¿Qué pasa? Ya tienes lo que querías, ¿no?

—¿Eso es lo que piensas? Que solo quería pasar una noche contigo. ¡Maldita seas, Maddie! Quiero algo más que eso.

—¿Qué? ¿Crees que me voy a lanzar a tus brazos todas las noches? Pues estás muy equivocado, caballero. Puede que ayer estuviera muy cansada como para resistirme, pero no volverá a pasar. No soy mujer de una sola noche y no pienso volver a repetirlo. ¿Entendido?

Dicho eso, abandonó la cocina con la cabeza bien alta. No lloraría de nuevo delante de él. Bajo ninguna circunstancia. De hecho, por lo que a ella respectaba, las lágrimas se habían terminado para siempre.

—No va a romperme el corazón —se prometió a sí misma. Que se fuera a destrozar el de otra. Ya tenía suficiente con lo que lidiar como para añadir otra cosa más a su lista.

***

Durante los dos días siguientes, Maddie consiguió evitar con éxito a Alex. Solo hablaron cuando fue absolutamente necesario y él se pasó la mayor parte de la jornada supervisando las reparaciones de sus casas de campo. Maddie no se atrevió a salir más allá del jardín. Mientras un agente de la policía se quedaba cerca de ella, se dedicó a pintar flores y árboles o a jugar con los niños. Poco a poco sus temores fueron disminuyendo. No tuvo ninguna noticia de Blake-Jones, pero estaba segura de que lo arrestarían tarde o temprano. No podía esconderse para siempre.

La mañana del tercer día, Maddie estaba desayunando en la cocina cuando Alex entró y la miró con sombría determinación. Kayla, que estaba fregando los platos, le sonrió y saludó con un «buenos días».

—Buenos días —respondió él—. Me voy a llevar a Maddie a dar una vuelta tan pronto como termine de desayunar —anunció. Aquello la pilló tan de sorpresa que se atragantó con un trozo de tostada. Gracias a Dios, Kayla se acercó a ella y le dio unos golpecitos en la espalda mientras miraba a ambos.

—¿Ah, sí? —preguntó suavemente.

—Sí. Necesita salir un poco, lleva encerrada días en esta casa. No puede ser bueno para su salud.

—Disculpa —intervino ella cuando por fin pudo controlar su acceso de tos—, ¿pero no te has parado a pensar que tal vez no me apetezca ir a ninguna parte? —Le taladró con la mirada y añadió mentalmente: «y menos contigo». Se percató de que él había captado la indirecta, aunque no hiciera ni caso.

—En lo que a esto atañe, tu opinión no cuenta. A Wes también le ha parecido una buena idea. ¿No crees, Kayla?

Kayla vaciló unos instantes, dividida entre la lealtad a su amiga, que obviamente no quería salir, y su buen juicio, que parecía estar de acuerdo con Alex.

—Sí, supongo que sí… pero…

—¿Lo ves —Alex se volvió hacia ella—. Cuando termines, te veo fuera. —Giró sobre sus talones y salió de la cocina.

—Y bien, ¿de qué va todo esto? —Kayla la miró con ojos suspicaces—. ¿Acaso me estoy perdiendo algo?

Maddie se puso colorada. Maldijo para sus adentros.

—No quiero hablar del asunto.

—Pues está claro que él sí. Creo que es mejor que aceptes. Alex puede llegar a ser muy tozudo.

Maddie soltó un suspiro.

—Está bien. Si no me queda otra… De todos modos, no hay nada de qué hablar. —Malhumorada, fue a cambiarse de ropa. Mientras salía de la cocina oyó cómo Kayla se reía entre dientes, lo que la enfureció aún más.

***

—¿A dónde se supone que vamos? —Maddie estaba sentada muy tensa en el asiento del copiloto, con los brazos cruzados, como si pensara que se abalanzaría sobre ella de un momento a otro. Alex suspiró para sus adentros. Aquello iba a resultar más difícil de lo que pensaba. Iba con la mirada fija al frente, estaba claro que no le había hecho ni pizca de gracia que le hubiera ganado esa batalla.

—A dar un paseo por la costa. —Intentó sonar tranquilo. Vio cómo Maddie se retorcía levemente, como si tratara de resistir el impulso de mirarle. Aquello era una buena señal, ¿no?

Condujo por carreteras serpenteantes y angostas, manteniéndose lo más cerca posible del mar. Después de un cuarto de hora, al ver que todavía no se detenían, Maddie empezó a impacientarse y a moverse inquieta en su asiento.

—¿Todavía no vamos a parar? —preguntó con el ceño fruncido.

—No.

—¿Cómo que «no»? Quizá tenga mejores cosas que hacer que ir a dar una vuelta contigo?

—¿Como pintar flores? No, tenemos que hablar —dijo Alex esbozando una leve sonrisa.

—De acuerdo, pero no hace falta que hagamos una excursión turística para mantener una conversación. —Se volvió para mirarle, pero apartó la vista en cuanto él, todavía sonriendo, enarcó ambas cejas.

—Solo relájate. Vamos a ir a comer a un pequeño y pintoresco restaurante que conozco. A ver si tenemos suerte y una vez allí estás de mejor humor.

—¿Mejor humor para qué? —preguntó irritada.

—Ya lo verás. —Volvió a sonreír de forma enigmática, usando una de esas exasperantes sonrisas. Maddie debió de percatarse de que no iba a decirle nada más y se dio por vencida. No le quedaba más remedio que tener paciencia.

Alex se concentró en la carretera. «Tengo que hacerlo bien.» Mentalmente, empezó a preparar lo que tenía que decirle.

***

Maddie iba mirando por la ventanilla. A pesar de la increíble belleza del paisaje, apenas se fijó en él, pues tenía la cabeza en otra parte. Por el rabillo del ojo, vio las competentes manos de Alex y se le aceleró el latido del corazón al recordar todo lo que dichas manos podían hacerle a su cuerpo. Echó un vistazo a su perfil, pero en cuanto se dio cuenta del error que estaba cometiendo apartó la mirada. No necesitaba tener una prueba palpable de lo atractivo e irresistible que era. ¿De qué querría hablar con ella? ¿Estaba intentando volver a seducirla? Temía no tener la fuerza necesaria para resistirse.

El problema era que aquello le recordaba mucho a su última experiencia. Con David se había sentido del mismo modo… bueno, quizá no con tanta intensidad, aunque en su momento sí que se lo pareció, y al final había resultado ser un capullo de primera. ¿De verdad quería volver a sentir la misma humillación y sufrimiento? Aunque tal vez con Alex sería diferente. Una pequeña voz interior le dijo que por lo menos debería darle una oportunidad y no sabía qué hacer.

Alex era todo un experto al volante; aceleró el vehículo y poco tiempo después atravesaban una pequeña localidad pesquera situada cerca del mar. Maddie observó las casas y personas que deambulaban por la calle, captando detalles aquí y allá. En las afueras del pueblo, sin embargo, se irguió de un salto y soltó un jadeo.

—Alex —gritó—, ¡deténte!

Él piso a fondo el freno y se pararon a un lado de la carretera con chirrido de neumáticos incluido.

—¿Qué demonios…? ¿Qué pasa? ¿Te estás mareando? —Alex la miró perplejo, pero ella no le hizo caso y abrió la puerta. Sin más explicaciones salió corriendo por la carretera. A su espalda oyó la maldición de Alex y su propia puerta cerrándose. Pronto, sus fuertes pisadas crujiendo en la grava acompañaron a las suyas y antes de darse cuenta la estaba agarrando por detrás, obligándola a parar.

—Maddie, por el amor de Dios, ¿qué pasa?

—Es esa casa. —Señaló hacia una propiedad al otro lado de la carretera.

—¿Y qué tiene de especial para que te pongas así?

—Es la casa que aparece en mis sueños. ¿Recuerdas que te hablé de él? ¡Mira! ¿Ves estas ventanas ojivales y las enredaderas? Son exactamente iguales a las de la casa con la que llevo soñando años. —En la puerta había una placa que ponía Wisteria Lodge; un nombre muy adecuado teniendo en cuenta que las glicinas eran las plantas que más destacaban en la fachada.

Alex negó con la cabeza y se frotó la frente.

—Maddie, hay un montón de casas que podrían encajar con la descripción que me diste. ¿Por qué iba a tratarse precisamente de esta?

—No lo sé, pero tengo un presentimiento aquí. —Se señaló el pecho—. Oh, por favor, ¿podemos dar la vuelta y echar un vistazo? Necesito ver el jardín.

—Maddie, no creo que…

—Por favor, Alex. Por favor. Te prometo que no diré nada más después de esto y que podrás llevarme donde te apetezca —le rogó.

—Está bien —concedió él, suspirando—, pero si nos pillan allanando una propiedad, es cosa tuya.

—Gracias, Alex. Muchas gracias. Vamos.

Con el entusiasmo del momento, le tomó de la mano entrelazando sus dedos, lo que debió de tranquilizarle porque la siguió en silencio por la carretera. A un lado de la finca había campo, saltaron la valla que lo separaba y se dirigieron hacia la parte trasera, ojo avizor por si se encontraban con algún perro u otra sorpresa. El jardín estaba rodeado por un enorme seto, de modo que hasta que no llegaron al final del mismo no pudieron verlo en todo su esplendor. Maddie se detuvo en seco.

—Oh, Dios mío —susurró. Apretó la mano de Alex con tanta fuerza que él hizo una mueca.

—¿Es la misma casa? ¿Estás segura? —Parecía sorprendido.

—Sí. ¿Ves ese columpio? ¡Es mi columpio! ¿Y todos esos rosales? Son exactamente iguales, aunque parecen un poco menos cuidados. —Soltó un enorme suspiro—. Alguna vez he tenido que estar aquí. Oh, Alex… —De manera instintiva, se volvió hacia él y enterró el rostro en su pecho. Él la abrazó, ofreciéndole el apoyo necesario, aunque esta vez no la besó. Poco a poco fue recuperando la calma y su corazón volvió a latir a un ritmo medianamente normal.

—Lo siento. Suelo ser una persona bastante fuerte, pero no sé qué me está pasando. Debe de ser el aire de Devon o algo similar lo que me está volviendo tan blandengue.

—Tranquila, es comprensible. Últimamente has pasado por muchas cosas. —Continuó abrazándola y se quedaron allí de pie durante unos instantes.

—Disculpen, ¿puedo ayudarles?

La voz proveniente del jardín les sobresaltó. Se volvieron y vieron a un hombre andando hacia ellos. Era enorme y venía con los puños cerrados como si se estuviera preparando para una pelea.

—Oh, oh —farfulló Alex. A medida que el hombre se aproximaba más y más se percataron de que, a pesar de que venía con el ceño fruncido, no había ninguna amenaza en sus ojos. Simplemente los miraba con curiosidad. Maddie respiró hondo y se acercó a la cerca para intentar explicar su presencia allí.

—Disculpe que hayamos entrado en su propiedad, solo quería echar un vistazo al jardín de su casa. Cre… creo que he estado aquí antes. Cuando era pequeña. —Intentó esbozar una sonrisa, pero no tuvo ningún efecto en la expresión del desconocido. La miró con la cabeza ladeada, como si estuviera estudiándola. A una parte de su cerebro no le pasó desapercibido que el hombre era moreno e iba afeitado; no se trataba por tanto del gigante barbudo y pelirrojo de sus sueños. Le embargó una intensa tristeza. Sí que se había equivocado después de todo. «Debo de estar imaginándome cosas.» Aunque quien quiera que fuera el hombre de sus sueños podía haberse mudado. Al fin y al cabo, habían pasado muchos años.

—Ya veo. —Desde luego la comunicación no era el punto fuerte de aquel hombre, pensó Maddie. Aunque aquellas dos palabras fueron suficiente para detectar un leve acento escocés. O al menos eso le pareció.

—Perdónenos, por favor. Ahora mismo nos marchamos y prometemos no volver a molestarle. —Agarró la mano de Alex, de nuevo en busca de su apoyo, y se encaminó hacia la salida.

—Oh, por mí no tengan prisa. Pueden mirar todo el tiempo que quieran, no es ninguna molestia. —Sí, definitivamente era escocés, concluyó ella. Sus siguientes palabras la pillaron por sorpresa—. ¿Y qué es lo que le ha llevado a creer que ha estado aquí antes?

—El columpio y… eh… las rosas y esas ventanas ojivales. —Ahora le parecía una tontería, pero no podía dar marcha atrás. Hubiera sido de mala educación no responder al hombre.

—Cierto, son detalles muy distintivos, ¿verdad?

—Sí, sí que lo son. ¿Y… mmm… lleva mucho tiempo viviendo aquí señor…? —A Maddie le hubiera encantado que Alex hiciera un esfuerzo por unirse a la conversación, pero por lo visto estaba muy concentrado estudiando el vasto paisaje que había en algún punto lejano a su izquierda, con la mano metida en el bolsillo. No estaba siendo de ninguna ayuda.

—Ruthven… me apellido Ruthven. Y no, no llevo mucho tiempo por aquí. De hecho no vivo aquí.

—¿Perdón? —Maddie parpadeó, convencida de que no le había entendido bien.

—Estoy cuidando de la casa. Es de mi hermano —explicó el señor Ruthven.

—Ah, entiendo.

—¿De dónde han dicho que venían?

—En realidad no lo hemos dicho. Venimos de Marcombe Hall. Este es Alex Marcombe y yo soy Maddie Browne. Estoy pasando unos días de visita. —Sabía que no tenía mucho sentido lo que estaba diciendo, pero en ese momento su cerebro era incapaz de pensar con coherencia. Cómo le hubiera gustado que la tierra se abriera y la tragara. Detestaba las situaciones embarazosas. En un intento desesperado por no quedar peor de lo que ya estaba quedando, dio un codazo al estómago de Alex.

—¡Ay! —Alex la miró, pero por fin decidió salvarla—. Señor Ruthven, creo que ya le hemos entretenido bastante y además tenemos que marcharnos. Muchísimas gracias por dejarnos echar un vistazo, ha sido muy amable. Venga, Maddie, vámonos. —Sin más prolegómenos, la tomó por un codo y la guio en dirección a la carretera.

—Adiós y gracias, señor Ruthven —gritó Maddie sobre el hombro.

—De nada —oyó al corpulento hombre decir antes de salir de su campo de visión.

—Alex, ya puedes soltarme —se quejó, tirando del brazo para zafarse de un agarre nada suave.

—Desde el mismo instante en que me lo dijiste, supe que era una estupidez —masculló de camino a la valla—. Seguramente ha pensado que somos ladrones, estudiando los alrededores.

—No es ninguna estupidez. Estoy segura de que se trata de la casa de mis sueños. Claro que no me esperaba que tuviera el mismo dueño después de veintitantos años. Habría sido demasiada coincidencia. —No obstante, una vocecita en su interior insistió en que sí que lo había esperado y que por eso ahora estaba tan decepcionada. Si al menos hubiera conseguido algunas respuestas… Se apresuró a ir detrás de Alex.

—No tiene ningún sentido, en absoluto —masculló él.

Ahí fue cuando todas sus emociones se desbordaron. Cerró el puño y le golpeó en el brazo tan fuerte como pudo al tiempo que de su boca salía un incontrolable torrente de palabras.

—¿Y tú qué sabes? No eres adoptado ni tu vida está patas arriba. ¡Sabes exactamente quién eres y de dónde vienes! Unos padres elegantes, una mansión enorme, un fondo fiduciario… —Enfatizó cada palabra con un puñetazo en el brazo… hasta que ya no supo qué más decir. Aquello no era ningún delito, aunque así se lo pareciera a ella ahora que había perdido la seguridad que uno siente al saber quiénes son sus progenitores. Respiró con dificultad y se enfrentó a él cara a cara. Todavía no estaba dispuesta a dar marcha atrás. Alex la miró enojado.

—¿Has terminado con la descripción de mi persona o también quieres añadir mi tendencia a delinquir? —Al ver que ella no respondía continuó—: Bien, entonces tal vez podamos seguir nuestro camino. —Se dio la vuelta y saltó por encima de la verja sin ningún esfuerzo, dejando a Maddie sola para que se las apañara lo mejor que pudiera.

En cuanto regresaron al vehículo, Alex dio un giro de ciento ochenta grados y condujo de vuelta a casa. Después de todo, ¿qué más había que decir? Ella ya se había encargado de hablar demasiado.