Capítulo 22

—MADDIE, cariño, despierta por favor.

La voz de Alex, que al principio le llegaba de lejos, se fue acercando y luchó por abrirse paso a través de la oscuridad que la envolvía. Abrió los párpados, pestañeó varias veces a consecuencia del sol y alzó una mano para protegerse los ojos.

—¿Alex? —graznó. Descubrió que estaba tumbada sobre un banco bastante duro e intentó incorporarse, pero una mano la obligó a recostarse de nuevo.

—No intentes sentarte todavía, podrías tener náuseas. El señor Ruthven ha ido a por un vaso de agua.

—¿El señor Ruthven? —Frunció el ceño y empezó a recordarlo todo. El hombre pelirrojo. El hombre de sus sueños. Se incorporó de golpe y se percató de que Alex tenía razón. La cabeza le dio vueltas de forma inmediata, pero no hizo caso del mareo y miró a su alrededor como una loca. No había nadie más. ¿Lo habría soñado?—. ¿Dónde está?

Como si estuviera sumida en un trance, vio al mismo hombre salir de la casa una vez más, a través de esa puerta que conocía tan bien, llevando una bandeja con bebidas frías. Desde luego era enorme. Tenía el pelo rojo moteado con algunas canas que se encrespaba de forma salvaje alrededor. Llevaba una barba pulcramente recortada de un tono un poco más oscuro, aunque también lucía algunas zonas blancas. Cuando se acercó hacia ella sonrió y depositó la bandeja cerca del banco donde había estado tumbada. Después tomó un vaso y se arrodilló delante de ella.

—Así que por fin has decidido regresar, Sorcha —dijo mientras le entregaba el vaso. Maddie lo aceptó de forma automática y siguió mirándole fijamente, como si estuviera hipnotizada.

—¿Regresar? —repitió como si se tratara de un loro. Su cerebro parecía haberse transformado en una gran bola de algodón y no conseguía pensar con claridad.

—Sí. Has estado aquí antes. Dijiste que recordabas esta casa, ¿verdad?

—Cierto, pero pensé que solo había sido un sueño. —Él seguía arrodillado frente a ella. Sin pensárselo dos veces, Maddie alzó una mano y le tocó la mejilla, sintiendo la aspereza de la barba contra los dedos.

Él volvió a sonreír.

—¿Sí?

—Me llamaste Sorcha, debiste de conocerme cuando era muy pequeña. ¿Solíamos visitarle a menudo mi madre y yo, señor Ruthven?

Esta vez la sonrisa fue mucho más amplia.

—Podría decirse que sí, aunque prefiero que no me llames señor Ruthven.

Ella frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Porque me gustaría mucho más que me llamaras «papá», o si no me conformo con «Brian».

Tanto Maddie como Alex soltaron un jadeo y se miraron el uno al otro. Ella incluso pensó que volvería a desmayarse porque la sensación de mareo regresó con mucha más intensidad. Aunque también era cierto que las palabras del señor Ruthven no la habían tomado realmente por sorpresa, así que luchó por recuperar el control sobre su cuerpo. Nada más ver a ese hombre, una parte de ella había sabido la verdad.

—No, no vuelvas a desmayarte, mi niña, ya eres muy grande para llevarte en brazos.

—¿Eres el padre de Maddie? —Alex fue el primero en recuperar el habla.

—Sí, muchacho.

—¿Cómo sabemos que nos está diciendo la verdad? —volvió a intervenir Alex, dando voz a la pregunta que también rondaba en su lengua. Aunque si era sincera, tenía el presentimiento de que aquel hombre no estaba mintiendo. Que era su padre de verdad.

—Bueno, solo tienes que mirarnos. El mismo tono de pelo, rasgos similares, ambos somos altos. ¿Qué te parece?

Alex hizo un gesto de asentimiento.

—Sí, pero eso no implica que seas su padre. Podrías ser algún familiar más lejano.

El señor Ruthven se encogió de hombros.

—Si es lo que queréis, estaré encantado de someterme a una prueba de ADN. De hecho, creo que es lo mejor que podemos hacer. —Se volvió hacia ella—. ¿Te pusieron de nombre Maddie? —Al ver que asentía soltó un bufido y añadió—. Por lo menos podían haberte dejado tu nombre de nacimiento.

—Por favor, señor R… perdón… ¿podrías contarme qué fue lo que pasó? No tengo ni idea de lo que estás hablando. —Maddie volvía a estar al borde de las lágrimas, pero en esta ocasión era de pura dicha, no por tristeza—. Me enteré hace poco de que era adoptada y cuando por fin encontré a mi madre biológica, Ruth, no estaba en situación de contarme nada.

—¿Le ha pasado algo a Ruth? —Al ver la preocupación que cruzó el rostro de su padre se apresuró a tranquilizarlo.

—No, no. Ahora está bien. Aunque tuvo un accidente y tuvieron que ingresarla en el hospital, pero el médico nos ha dicho que se recuperará pronto. Ya te lo contaré todo más adelante. Ahora, ¿puedes hablarme de lo que pasó, por favor?

—Muy bien. —Su padre se sentó en una silla de jardín que había cerca de ellos y Alex la tomó de la mano y le dio un apretón para infundirle ánimo. Ella entrelazó los dedos con los suyos como si le fuera la vida en ello. En ese momento necesitaba de toda su fuerza y agradeció todo su apoyo. Menos mal que se había empeñado en acompañarla.

—En realidad no sé por dónde empezar —continuó su padre—. Me imagino que por el principio. —Respiró hondo y miró al horizonte como si estuviera buscando las palabras adecuadas—. Soy escocés, como ya habréis adivinado, pero me vine a vivir aquí hará unos treinta años, para pintar. La luz en esta zona es mucho más intensa y crea unos paisajes espectaculares… pero eso ahora es irrelevante, En fin, más o menos un año después de mi llegada, Ruth, tu madre, vino a visitar a unos amigos durante el verano; un par de años antes se había casado con ese tal Blake-Jones. Nos conocimos en una fiesta y fue amor a primera vista, o eso creo, para los dos. Te preguntarás cómo ella pudo enamorarse de otro hombre tan pronto, pero al poco de casarse se dio cuenta de la clase de persona que era su marido y era tremendamente desdichada. Aquí pudo permitirse el lujo de ser ella misma y me imagino que estaba desesperada por disfrutar de un poco de diversión mientras estaba lejos de él y de sus formas intimidantes. No supe lo de su matrimonio y ella no me lo confesó hasta mucho más tarde. —Hizo una pausa para dar un sorbo a su bebida.

—De modo que sucedió lo inevitable y te concebimos ese mismo verano, pero Ruth decidió volver con su marido pensando que podría engañarle y hacerle creer que eras su hija. Para su desgracia, tuvo terribles náuseas desde el primer momento y él enseguida se dio cuenta de lo que pasaba. La envió con unos parientes a Wiltshire hasta que nacieras y la obligó a darte en adopción. Ahí fue cuando tu madre acudió a mí. —Se aclaró la garganta y la miró fijamente.

—Siempre me han gustado los niños, así que pensamos que la solución perfecta era que me hiciera cargo de ti. Además, te adoré desde el momento en que te vi. —A Maddie se le puso el corazón en un puño hasta tal punto que tuvo que tragarse un sollozo—. Ruth convenció a su marido de que te habían adoptado y de vez en cuando hacía todo lo que podía para venir a verte. No era la situación idónea, pero desde el primer momento se negó a abandonar a su marido. No supe por qué hasta mucho más tarde. En ese momento creí que era porque seguía enamorada de él; estaba demasiado ocupado contigo como para preocuparme por ese asunto.

—Entonces viví aquí —susurró ella—. Era mi columpio. ¡Lo sabía!

Su padre sonrió.

—Y no solo eso, te encantaba. Podría haberte empujado todo el día y no te habrías cansado nunca. Aquellos fueron tiempos felices. —Se puso serio—. Aunque no duraron mucho. Ese hijo de perra de Blake-Jones empezó a sospechar y siguió a Ruth. Como era de esperar, descubrió su secreto. Una tarde, cuando estaba ocupado dentro de la casa y tú jugabas en el jardín, debió de estar rondando por la parte trasera y te llevó en un abrir y cerrar de ojos. Cuando te llamé para el té te habías ido. —Se pasó una mano por la frente—. No te puedes ni imaginar cómo me sentí. Desesperación absoluta no alcanza a describirlo. Por supuesto, supuse lo que había pasado. Lo que no supe fue qué quería hacer contigo y me temí lo peor.

—¿Y qué fue lo que hizo? En mis sueños me secuestra, y en uno de ellos incluso me mete en el maletero, pero después no recuerdo nada más. Es como si mi cerebro lo hubiera bloqueado. —Frunció el ceño, tratando de acordarse de más detalles.

—Tal vez sea mejor así. Te busqué por todas partes, llamé a la policía, hasta fui a casa de Ruth, pero no sirvió de nada. Negó rotundamente haber estado cerca de esta casa y dijo que ni él ni Ruth me conocían. Tu madre, que le tenía auténtico pavor, estuvo de acuerdo con todo lo que dijo. Yo estaba furioso, pero no pude hacer nada.

—Pero ¿qué pasó? ¿Llegaste a enterarte?

—Al final Ruth me confesó que la había obligado a firmar los papeles de adopción y que no sabía dónde estabas. Cuando acudí en busca de ayuda a las autoridades me topé con una pared de ladrillos. Como no aparecía como tu padre en el certificado de nacimiento, se negaron a darme cualquier tipo de información sobre tu paradero. Blake-Jones hizo muy bien su trabajo y yo no podía probar nada. —Su expresión se tornó sombría—. Créeme, lo intenté todo.

—Oh… qué horror… —Maddie extendió una mano para tocarle el brazo y él correspondió poniendo su enorme mano sobre la de ella.

—Sí. Incluso contraté a un detective privado, pero como no logró dar con nada de interés, al final tiré la toalla. No podía hacer nada más. Traté de dejar atrás todo ese episodio de mi vida y me fui al extranjero. Incluso me casé y tuve dos hijos más; gracias a Dios ambos varones, ya que no quería otra niña que no fueras tú. Pero nunca te olvidé y siempre regresaba a esta casa. No fui capaz de venderla. Tenía la esperanza de que, cuando crecieras, buscarías tus raíces y quería estar aquí para cuando las encontraras. Sin embargo, los años pasaron y nunca viniste. De hecho, el mes pasado empezó a rondarme por la cabeza la idea de venderla. Ahora estoy divorciado y me apetecía volver a Escocia.

—No lo sabía. —La tristeza invadía las entrañas de Maddie—. Mis padres nunca me dijeron que era adoptada. Tal vez ese hombre espantoso exigió aquello como condición, o quizá simplemente no querían que lo supiera. En todo caso, me enteré cuando fallecieron en un accidente de tráfico hace un par de meses.

—Oh, cariño. Qué desgracia… —Ambos se quedaron callados unos instantes, pensando en todo el tiempo que habían perdido. Al final, Brian tomó una profunda bocanada de aire y preguntó—: Si no sabías nada de mí, ¿qué fue lo que te hizo venir aquí?

Maddie le habló de su sueño y de cómo reconoció la casa cuando pasaron conduciendo. Su padre sonrió.

—Debe de haber sido el destino. Estabas destinada a volver a mí y no te puedes hacer una idea de lo feliz que me has hecho. Seguirás viniendo a verme, ¿verdad?

—Por supuesto. Tenemos que volver a conocernos. ¿Has dicho que eras pintor?

—Sí. No una eminencia, pero me defiendo.

—Maddie también pinta —intervino Alex, que hasta ese momento había permanecido en silencio—. Es muy buena.

—¿En serio? Debes de llevarlo en los genes. ¡Qué bien! Me encantaría ver alguno de tus cuadros.

—No, no, no soy tan buena. Alex exagera —dijo ella a toda prisa.

—No le haga caso, señor Ruthven, es demasiado modesta.

—Llámame Brian. Cualquier amigo de Sorcha es mi amigo. —Su padre le tendió la mano y Alex se la estrechó.

—Gracias. Soy Alexander Marcombe.

—¿Ah, sí? He oído maravillas de tu casa.

—En realidad es de mi hermano, pero sí, es una preciosidad. Tiene que venir a verla… ¿se atrevería a pintarla?

—Me encantaría.

Continuaron charlando durante lo que parecieron horas. Brian les sirvió té junto con bollitos caseros en el jardín—. Espero que te acuerdes de lo buen cocinero que soy —bromeó Brian. Maddie le devolvió la sonrisa.

Cuando empezó a oscurecer se dio cuenta de que había llegado la hora de marcharse. Ahora que por fin había encontrado a su padre no quería irse, pero tenían toda la vida por delante para recuperar el tiempo perdido y Kayla se preocuparía si no tenía noticias de ellos. Muy a su pesar terminó diciendo:

—Bueno, creo que es mejor que nos vayamos.

—Espero que vuelvas pronto —comentó Brian antes de ponerse de pie para dejar la taza sobre la bandeja.

—¿Qué tal mañana? —sugirió ella. Se acercó a él, vacilando sobre si darle un abrazo o no. Pero el hombre tomó la iniciativa y la envolvió en un apretado abrazo de oso. Cuando alzó la vista creyó ver lágrimas en sus ojos, aunque parpadeó rápidamente para que desaparecieran.

—Mañana será perfecto. Trae tus cuadros, por favor. Hablaba en serio cuando te he dicho que me encantaría verlos.

—Muy bien… p… papá. —Le parecía extraño, aunque correcto, llamarle así—. Hasta mañana entonces.

Se dispusieron a salir por donde habían venido, por la parte trasera, pero antes de que pudieran dar unos pocos pasos, oyeron un disparo.

Como si estuviera en una película a cámara lenta, Maddie observó con horror e incredulidad cómo su padre caía sobre la hierba y gritaba de dolor, agarrándose la pierna. Al volverse para enfrentarse a su atacante no le sorprendió encontrarse con el reverendo Blake-Jones, agazapado detrás de la valla y apuntándoles con una escopeta. De su interior brotó una furia visceral. Ese hombre ya la había separado de su padre una vez; no consentiría que lo hiciera de nuevo.

—¡Asqueroso bastardo! —vociferó y salió disparada hacia él, haciendo caso omiso del peligro que corría.

—¡No, Maddie! —gritó Alex que saltó sobre ella, tirándola al suelo.

—Sorcha, por el amor de Dios —gruñó su padre.

Blake-Jones se puso de pie y dijo con sorna.

—De entre todos los que estamos aquí, yo no soy precisamente el bastardo. Tú eres la única bastarda, un engendro que nunca debería haber nacido. Ahora ven aquí muy despacio o dispararé a tus adorados acompañantes. No pienses ni por un momento que no seré capaz.

Maddie miró a Alex. ¿Qué otra opción tenía? Él negó con la cabeza, diciéndole en silencio que no lo hiciera, pero ya había tomado una decisión. No podía permitir que Blake-Jones hiriera de nuevo a su padre o a Alex. Tendría que obedecerle y rezar para poder escapar más tarde. Poco a poco, se puso de pie.

—No, Maddie, tiene que haber otra forma —siseó Alex.

—No intentes ningún truco o te disparo —gritó Blake-Jones.

—Tengo que hacerlo, Alex —susurró ella. Él se aferró a su mano pero consiguió deshacerse de su agarre. Aquel loco solo la quería a ella; ya tendría tiempo de pensar en una forma de escaparse después.

Blake-Jones abrió la verja, entró en el jardín y se detuvo cerca del columpio. Cuando Maddie estuvo a su altura, la sujetó del brazo y tiró de ella con tal violencia que quedó de cara a él, dándole la espalda a su padre y a Alex. El brazo del reverendo se deslizó alrededor de su cintura, sujetándola con fuerza. La escena era prácticamente idéntica a la de su sueño. Estaba cerca de su amado columpio y se la llevaban en contra de su voluntad. Si miraba por encima del hombro podía ver sus oscuros y maquiavélicos rasgos. Cuando intentó gritar ningún sonido salió de su boca. Se le escapó un sollozo.

Cerró los ojos… Su peor pesadilla volvía a cobrar vida.