CUANDO estaban a punto de salir para visitar algún museo, sonó el timbre de la puerta. Maddie se acercó a abrir, seguida de cerca por Alex. Le sorprendió encontrarse con Olivia, sonriendo por primera vez en su vida, lo que hizo que sospechara inmediatamente de sus intenciones.
—Hola, ¿qué estás haciendo aquí? —frunció el ceño pero no la invitó a entrar.
—No has respondido a mis mensajes y llamadas, así que no me has dejado otra opción que presentarme aquí. —Olivia hizo una mueca, como si se sintiera ultrajada.
—Porque no los he recibido ya que te eliminé de mis contactos. —Se percató de que Alex no sabía quién era Olivia, por lo que se apresuró a presentársela—. Esta es mi antigua hermana, la que hubiera sido más feliz si yo no hubiera existido.
—Yo nunca he dicho eso —protestó Olivia mirando de arriba abajo a Alex como un depredador a su próxima presa—. ¿Y tú eres…?
—Alex, el cuñado de Kayla —interrumpió Maddie, antes de que él pudiera presentarse—. ¿Qué quieres, Olivia? Justo salíamos en este momento.
Olivia hizo un pequeño mohín pero fue directa al grano.
—Bueno, el caso es que me preguntaba si podrías aceptar la mitad que te corresponde de la casa, y luego, cuando la vendamos, darme el dinero en efectivo.
—¿Qué? ¿Por qué narices iba a hacer algo así?
—Porque no solo me he quedado con mi mitad de la herencia, sino también con la tuya y al final tendré que pagar un montón por el impuesto de sucesiones así como por el incremento del capital. No te puedes imaginar lo que cobran, ¡es un atraco a mano armada! Pero si me lo das en efectivo, las autoridades fiscales nunca se enterarían. ¡Así de simple!
Maddie parpadeó perpleja.
—¿Lo dices en serio?
A su espalda, Alex preguntó:
—¿Has entregado a tu hermana tu mitad de la herencia? ¿Por qué?
—Es una larga historia —le contestó y, a continuación, se dirigió a Olivia con los ojos entrecerrados—. No tienes vergüenza, ¿lo sabes? No te imaginas lo tentada que me siento de decirle al señor Parker que al final he decidido quedarme con mi parte. Y no precisamente en tu provecho.
Olivia se puso mortalmente pálida, o tan pálida como pudo a través de la gruesa capa de maquillaje que llevaba.
—¡No puedes hacerlo! Ya firmaste la renuncia, ¿verdad?
—Todavía no.
—Pero…
—Mira, voy a repetirlo por última vez. Quédate con mi parte de la herencia y piérdete, ¿está claro? Limítate a pagar los impuestos que te correspondan y estate agradecida por una vez en tu vida. No voy a volverte a hacer ningún favor. Jamás.
—Dios, a veces eres una zorra de cuidado —se quejó Olivia.
—Aquí solo veo una zorra —intervino Alex—, y no es pelirroja. Venga, Maddie, prepárate y vámonos cuanto antes que ya llegamos tarde.
Con eso cerró la puerta en las narices de Olivia y se volvió para abrazarla.
—Jesús, ¿cuánto tiempo llevas aguantando esto?
—Creo que veinticuatro años —murmuró contra su hombro.
—No me extraña que la hayas eliminado de tus contactos. Yo habría hecho lo mismo.
—Gracias, Alex… De verdad.
Se sentía maravillosamente bien sabiendo que, por primera vez, tenía a alguien a su lado. Ojalá fuera para toda la vida, aunque sabía que era imposible.
***
—Por Dios bendito, ¡imagínate llevando eso!
Habían decidido visitar una exposición de moda antigua en el Victoria & Albert Museum, en South Kensington. Se detuvieron un instante para observar un extraño artilugio que se ponía en las caderas de las mujeres para ensanchárselas hasta alcanzar el tamaño de una puerta de granero. Alex negó con la cabeza asombrado.
—Sí, debía de ser bastante incómodo —acordó Maddie—, pero por lo menos no hacía daño. Ven, vamos a los «instrumentos de tortura» que hay por ahí. —Le guio hasta otra sala donde se mostraban varios corsés diseñados para conseguir una cintura de avispa.
—Ya veo a lo que te refieres. Aunque los corsés tienen su punto. A mí me chiflan. No para mí, sino en las mujeres, claro está. —Con ese comentario se ganó un puñetazo en el brazo de Maddie, aunque en ningún momento le miró a los ojos.
Había estado estrujándose el cerebro sobre qué decir para tranquilizarla. Desde que hicieron el amor, la había notado tan tensa como la cuerda de un violín y tenía la sensación de que en cuanto regresaran a la normalidad volvería a esconderse en su particular concha. Casi podía ver cómo un velo caía sobre sus párpados y se refugiaba en su interior. Y no tenía ni idea de cómo traerla de vuelta.
De lo que sí estaba seguro era de que haber hecho el amor con ella no había sido ningún error. Lo que compartieron en aquel apartamento había sido increíble —casi mágico— y simplemente no podía creerse que ella no se sintiera del mismo modo al respecto. Entonces, ¿por qué se había retraído nada más terminar? En Marcombe Hall le había dicho que no creía que encajaran, que debían limitarse a ser amigos. Él se lo había tomado como que se arrepentía de su apasionado encuentro por su pasado delictivo, pero después no había dado ninguna muestra de despreciarle por esa razón. Y hoy, le había bastado con un solo beso para encenderla como si de una yesca seca se tratara. Soltó un suspiro.
—Alex, ven y mira esto. —Maddie le trajo de vuelta al presente. Estaba de pie, al lado de una vitrina que contenía un maniquí vestido con un traje del siglo XVIII que consistía en una levita de terciopelo burdeos con botones enormes y chaleco y pantalones a juego. Una camisa de lino blanco y un pañuelo anudado al cuello completaban el atuendo—. ¿No te recuerda a tu antepasado Jago?
—Supongo que sí. —Ladeó la cabeza para estudiar la ropa con detenimiento—. Aunque seguro de que no tiene tan mala fama como él.
—Ahí te doy la razón. —Maddie le miró—. Me encantaría verte vestido así. Te pareces tanto a Jago que te quedaría genial.
—¡Estaría ridículo! —Rio Alex—. En cambio, valdría la pena verte con uno de esos. —Señaló hacia la vitrina de enfrente, en dirección a un maniquí de mujer con un vestido muy escotado, y disfrutó enormemente viendo cómo el rubor teñía sus delicados rasgos. Le encantaba cuando se ponía así; ¡era una reacción tan natural en ella!
—No creo que te gustara en absoluto —sentenció ella y le llevó hasta los trajes victorianos—. Uno de esos me quedaría mucho mejor.
Alex negó con la cabeza con una sonrisa de oreja a oreja.
—No, cubren las zonas más interesantes.
—Mmm. Entonces no nos queda otra que aceptar que no nos pondremos de acuerdo en esto, ¿verdad?
Y esa simple frase resumía su principal problema, pensó él. No quería que no se pusieran de acuerdo, quería que fueran compatibles. Quería coincidir en todo, como al principio, cuando hablaron de sus películas y música favoritas. Una hora más tarde, cuando dejaron el museo, seguía sin encontrar una solución. Incluso estaba más lejos de dar con ella que antes porque Maddie había vuelto a erigir un muro entre ellos, evitando sentarse demasiado cerca de él en el autobús. Apretó los dientes frustrado.
Tenía que haber algún modo.
***
Durante los dos días siguientes Alex estuvo cavilando sobre el asunto mientras se divertía en silencio con las excusas que Maddie le ponía para no quedarse a solas con él. Tenía que admitir que era extremadamente creativa, pero también lo era él y esa misma tarde creyó dar con una solución. Era un poco extrema y tenía que planearla con cuidado, pero muy bien podía ser su única oportunidad. Tenía que conseguir que le viera con otros ojos. Sonrió para sí mismo.
Estaba sentado en una silla fuera de la sala donde Maddie y Jane estaban visitando a su madre. El característico olor del hospital le produjo náuseas y deseó que se dieran prisa para salir cuanto antes de allí. Odiaba los hospitales. Era cierto que ese en concreto era de un estilo moderno, con todas esas estancias situadas alrededor de un atrio central, pero el ambiente que se respiraba era igual que en el resto de edificios de esa índole y encontraba deprimente saber que estaba en medio de tanto sufrimiento y dolor. Además, aquello le recordaba a la noche en que fue detenido por contrabando de drogas. Resultó herido durante el incidente y lo primero que hicieron fue llevarle a un hospital. Aquello fue la última cosa que vio del mundo exterior durante tres largos años. De todos modos, ahora no tenía sentido pensar en eso. Formaba parte del pasado y estaba más que dispuesto a no volver a pasar por algo así.
Cuando las dos hermanas salieron de la sala le pareció que había transcurrido una eternidad.
—¿Cómo se encuentra vuestra madre? —preguntó.
—Mucho mejor, gracias. —Maddie parecía aliviada—. Hoy estaba muy habladora y no parece que sienta tanto dolor como ayer. El médico está muy satisfecho con su evolución.
—Fantástico. ¿Cuándo podrá regresar a casa?
—Todavía le queda una buena temporada aquí, así que me ha dicho que regrese a Devon y vuelva en un par de semanas. Cree que estaré más segura allí.
—¿Por qué él está aquí ahora?
—No, Alex, nos equivocamos —contestó Maddie negando con la cabeza—. No fue Blake-Jones. Fue un accidente de verdad.
—Sí —añadió Jane—. Madre dijo que iba soñando despierta y que no miró por dónde iba. Se le olvidó comprobar si venía algún vehículo antes de cruzar la calle. Todavía no se ha hecho a una ciudad como Londres.
—Entiendo. —Alex miró a ambas y vio que estaban convencidas de lo que decían. Aquello le supuso un alivio; una cosa menos de la que preocuparse. Aunque también significaba que ese loco de Blake-Jones probablemente seguía por los alrededores de Marcombe—. ¿Te ha llegado alguna noticia nueva por parte de la policía de Devon? —preguntó a Maddie.
—Todavía no, pero estoy segura de que están haciendo todo lo posible por encontrarlo.
Alex rezó para que se dieran prisa, no le gustaba lo más mínimo que Maddie, su madre y su medio hermana estuvieran en peligro—. Bueno, tú decides si quieres irte o quedarte.
—Bueno, creo que lo mejor será que me vaya, ¿qué opinas? —Maddie miró a Jane en busca de una confirmación.
Jane hizo un gesto de asentimiento.
—Sí, no tiene sentido que las dos nos quedemos aquí. Vendré a verla todos los días y te mantendré al tanto de su evolución.
—Muy bien. —Alex se puso de pie y cerró el libro que había estado leyendo—. Vámonos entonces.
***
—Debería haberme quedado en Londres para buscar trabajo —le dijo a Kayla a la tarde siguiente. Estaba colocando sus cosas por tercera vez en la habitación de invitados de Marcombe y empezaba a considerar aquel lugar como su casa. Por extraño que pareciera, se había sentido más como una invitada en su apartamento de Londres que allí—. Llevo holgazaneando demasiado tiempo.
—Sí, pero me prometiste que te quedarías un poco más y justo tuviste que marcharte. Además, tienes que terminar tus vacaciones, apenas nos hemos visto —protestó Kayla con una sonrisa.
—Tonterías, ¡si llevo aquí semanas, meses incluso!
—Entonces, ¿qué más te da quedarte unos pocos días más? Los niños te han echado mucho de menos, igual que yo. Wes ha estado tan ocupado que apenas le he visto; no solo se ha encargado de su propio trabajo sino de echar un ojo a las casas de Alex.
Maddie agachó la cabeza.
—Lo siento, Kayla. Le dije que se quedara aquí, pero no pude hacer que cambiara de opinión.
—No te preocupes por eso. En realidad no me importa. Venga, vamos, será mejor que me ayudes a meter a los pequeños en la cama ahora que saben que has vuelto.
***
—Oh, Maddie, lo siento, me olvidé por completo —exclamó Kayla a la mañana siguiente cuando estaba a punto de llevarse la tostada a la boca.
—¿Qué olvidaste? —Maddie tomó un sorbo de té y miró a su amiga. Casi se le cae la taza por la repentina exclamación de Kayla; además, tenía su mente en otro lugar, en concreto en el hombre que estaba sentado frente a ella. Sus ojos azules estaban clavados en ella, mirándola con tal intensidad que había estado pensando en cómo decirle que dejara de hacer aquello y apenas había atendido a su amiga.
—Que el señor Ruthven llamó y te dejó un mensaje. Quería hablar contigo y que le llamaras. Sinceramente, no sé cómo no me he acordado.
—¿El hombre con el que hablamos en Wisteria Lodge?
—Sí, ese mismo. Anoté su número de teléfono. Dame un segundo y lo busco.
Kayla desapareció corriendo por el pasillo, dejándola a solas con Alex, lo que le vino de perlas para lo que quería decirle.
—¿Podrías dejar de mirarme, por favor? —dijo entre dientes.
—¿Por qué? —Él enarcó una ceja y se recostó en la silla.
—Porque no me gusta. Me pone nerviosa.
—No veo por qué debería hacerte caso. Solo estoy admirando tu vibrante belleza matutina. —Sonrió de oreja a oreja—. Además, estamos en un país libre.
—Oh, por el amor de Dios, hablas igual que Nell. —Maddie apretó los puños debajo de la mesa. Era el hombre más molesto que había conocido en la vida.
—¿Te refieres a que hablo como si fuera un niño pequeño? —Soltó una risa—. Bueno, ambos podemos jugar a ese jueguecito que te traes entre manos. Si tú no intentas evitarme a todas horas, yo dejo de mirarte.
—Yo nunca…
—¡Lo encontré! —Kayla regresó triunfante con un trozo de papel en la mano que le pasó de inmediato—. Este es el número. Dijo que podías llamarle a cualquier hora.
A Maddie todavía le hervía la sangre, pero logró esbozar una sonrisa de agradecimiento.
—Será mejor que le llame ahora mismo, antes de que se me olvide. Os veo luego. —Tras lanzar una última mirada a Alex, salió de la cocina y corrió escaleras arriba.
Mientras se sentaba al lado del teléfono para recuperar el aliento, miró el trozo de papel y se preguntó qué podría querer aquel hombre. ¿Habría recordado algo? Se le hizo un nudo en el estómago. ¿Sería posible que al final tuviera razón? No había tenido la oportunidad de hablar de la casa con su madre antes de abandonar Londres, así que no tenía ni idea. Con los dedos ligeramente temblorosos marcó el número del señor Ruthven.
Dejó que sonara por lo menos veinte veces; sin embargo, cuando estaba a punto de colgar, alguien respondió.
—¿Hola? —No se trataba del acento escocés que había esperado, sino que era una voz completamente diferente, pero seguía tratándose de un hombre.
—Oh… esto… ¿Podría hablar con el señor Ruthven, por favor? Soy Maddie Browne. Dejó un recado para que le llamara.
—Ah, señorita Browne. Gracias por devolverme la llamada. En realidad fui yo quien la llamé. Soy el hermano del señor Ruthven que conoció el otro día.
—Eso lo explica todo.
—¿Explicar qué? —El hombre parecía perdido.
—Por qué no he reconocido su voz.
—Ah, se refiere al acento —dijo en una perfecta imitación del de su hermano—. Yo también lo tengo, pero llevo viviendo tanto tiempo en Devon que se me ha suavizado bastante.
—Bueno, ahora sí que parecen iguales.
—Eso dicen. En cualquier caso, la razón por la que la llamé es que creo poder ayudarla. Le dijo a Colin que le pareció reconocer mi casa.
De pronto le resultó muy difícil respirar. Cuando por fin pudo contestar, su voz apenas fue un áspero susurro.
—¿Sí? ¿Cómo…?
—No me apetece discutir esto por teléfono. ¿Le importaría volver a visitarme y mejor se lo cuento en persona?
—Pues… sí. Claro que sí. ¿Cuándo voy? Esto… ¿Cuándo le viene mejor que vaya? —se corrigió. Su cerebro no parecía estar funcionando del todo bien y tuvo que concentrarse mucho.
—¿Qué tal el viernes?
—De acuerdo. ¿Sobre qué hora?
—En cualquier momento de la tarde. Ah, señorita Browne, entre mejor por la parte de atrás. Estoy teniendo problemas con la puerta principal. Se atasca mucho.
—Muy bien. Nos vemos el viernes. Adiós.
Después de colgar se dejó caer sobre el suelo, al lado de la pared. Tenía la sensación de que todo el oxígeno había abandonado de golpe sus pulmones y no podía mantenerse en pie. Quedaban tres días hasta el viernes. ¿Cómo se suponía que iba a sobrevivir a la tensa espera? Se le haría interminable.
—No importa —murmuró para sí finalmente—. Llevo esperando este momento mucho tiempo. No me pasará nada por esperar tres días más. Lo único que tengo que hacer es encontrar algo con lo que entretenerme.
—Tía Maddie, ¿con quién estás hablando —preguntó Nell, que entró en el pasillo dando saltitos, como si estuviera practicando algún típico baile escocés.
—¿Qué? Oh, conmigo misma.
—Vaya tontería. ¿Por qué no hablas mejor con Kayla? Así por lo menos tendrías alguna respuesta.
Maddie esbozó una sonrisa y se puso de pie.
—Tienes razón. Y ahora dime, ¿qué estabas haciendo
—Acabo de hacerle una visita a Jago. —Nell seguía saltando apoyando su peso de un pie a otro. Maddie negó con la cabeza. La muchacha no paraba quieta ni un momento. Debía de ser maravilloso tener tanta energía.
—¿A Jago? ¿Te refieres al retrato de tu antepasado que hay en la galería?
—Sí. A veces hablo con él porque Kayla me ha dicho que ella lo hace, pero nunca me responde. Tal vez lo haga un día.
—¿Quién sabe? Y, por cierto, ¿qué le cuentas?
—Bueno, hoy le he dicho que un grupo de gitanos han acampado en nuestras tierras. ¿Sabías que él también era gitano? O por lo menos su madre. Así que he pensado que le gustaría saberlo.
—¿En serio? ¿Dónde? ¿En qué tierras?
—Ven a dar un paseo conmigo y te lo enseño. No está muy lejos.
—Está bien. Deja que me cambie de calzado. Espera un momento. No, mejor ve a decirle a Kayla que vamos a salir un rato. Te veo en el vestíbulo.
—Bien. Allí te espero.