Capítulo 10

MADDIE sabía que aquello no era bueno. Estaba rodeada de tentaciones y la que más le costó resistir fue la de hacer otra visita a Dartmouth.

No sabía muy bien qué esperaba encontrar allí, pero tenía la vaga esperanza de que si iba muy a menudo tal vez podría hallar las respuestas que estaba buscando. Había indagado por Internet, escribiendo en Google «San Paulianos», pero no había obtenido mucho. Solo la dirección de la iglesia en Dartmouth y una breve descripción de sus principales objetivos: «Regresar al cristianismo puro, siguiendo las doctrinas del apóstol San Pablo y cumpliendo las normas recogidas en la Biblia». Aquello no decía mucho, aunque leyendo entre líneas estaba claro que seguían una interpretación muy tradicional de la Biblia. Ideas conservadoras y opuestas a todo lo moderno. Estrictas y hasta puede que dictatoriales.

Lo que, por lo poco que había visto, se adaptaba perfectamente al reverendo Blake-Jones.

Aunque era reticente a acercarse a la esposa de aquel hombre, si es que era su esposa, sabía que siempre podía encontrársela de forma casual. No podía estar todo el tiempo encerrada en su casa. En algún momento saldría a comprar o visitar a alguien, y ahí es cuando pensaba aprovechar la oportunidad para hablar con ella. ¿Qué otra opción tenía?

Así que eso fue lo que hizo. Aparcó el Mini en el lugar acostumbrado, dio un tranquilo paseo por la calle y se detuvo para comprarse un polo helado. El día, al igual que los anteriores, era sofocante y a pesar de llevar un camiseta sin mangas y pantalones cortos, tenía mucho calor. Se refugió bajo la sombra de un árbol durante un rato, pensando en su siguiente paso. ¿Debería limitarse a esperar al final de la calle donde vivían los Blake-Jones o era mejor que siguiera caminando por la ciudad a ver si tenía la suerte de encontrarse con la mujer? Al fin y al cabo no era una localidad muy grande. Sorbió el líquido del polo y dejó solo el hielo, que se dedicó a mordisquear mientras se decidía.

Al final optó por esperar donde acababa la calle, así que tomó esa misma dirección. No había avanzando mucho cuando oyó a alguien gritar:

—¿Perdona? ¿Hola? ¿Puedo hablar contigo un momento, por favor?

Como no había nadie alrededor supuso que quien quiera que fuera se dirigía a ella y se dio la vuelta.

Era la hija de la señora Blake-Jones. Debía de estar caminando por la acera de enfrente y ahora se dirigía corriendo hacia Maddie, que se detuvo a esperarla.

—¿Quieres hablar conmigo?

—Sí, si no te importa. —La muchacha se quedó jadeando y trató de recuperar el aliento antes de retomar la conversación—. Lo siento, te he visto desde allí y he tenido que correr para alcanzarte.

Maddie la observó detenidamente. Tenía el pelo de un tono castaño muy oscuro y lo llevaba recogido en una sencilla coleta que la hacía parecer una colegiala. Sus ojos también eran oscuros, con largas pestañas y tupidas cejas. «Si se pusiera un poco de maquillaje y llevara otro corte de pelo sería muy guapa», pensó. Pero no llevaba cosméticos y estaba casi tan pálida como su madre. Seguro que no pasaba mucho tiempo al aire libre.

—No te preocupes, tómate tu tiempo. ¿De qué quieres que hablemos? —preguntó. Como siempre, su curiosidad ganó la batalla.

La joven echó un vistazo a su alrededor y luego la hizo darse la vuelta y tiró de ella en la dirección por donde había venido.

—Lo siento. ¿Te importa si vamos a un lugar más privado? Es que… no quiero que nos vean juntas. Al menos no aquí.

Maddie enarcó una ceja sorprendida.

—¿Por qué? Ni siquiera te conozco.

—Ya lo sé. Luego te lo explico. Por favor, confía en mí, ¿de acuerdo? ¿Hay algún lugar al que podamos ir? —La joven estaba prácticamente rogándole mientras movía los ojos de un lado a otro nerviosa. A Maddie le dio bastante pena.

—Podemos ir a dar una vuelta en mi automóvil. En realidad es de una amiga, pero… Está aparcado por allí. —Señaló en dirección al aparcamiento.

—Estupendo. Vamos. —La muchacha volvió a tirar de ella para que cruzaran la carretera a toda prisa. Antes de darse cuenta estaba conduciendo fuera de la localidad.

Cuando dejaron atrás las casas, la joven se relajó visiblemente, se volvió hacia ella y esbozó una tenue sonrisa.

—Siento haberte secuestrado de esta forma, pero tengo mis razones. Por cierto, soy Jane Blake-Jones.

—Y yo Maddie. Maddie Browne. —Condujo el vehículo fuera de la carretera, hacia una pequeña área de descanso, aparcó allí y paró el motor—. Muy bien, ahora podemos hablar sin que nadie nos distraiga.

—Sí. Debes de pensar que soy muy rara, pero te he reconocido del otro día y pensé que podrías ayudarme y decirme por qué mi madre reaccionó de esa forma al verte. Fue como si te tuviera miedo. Intenté que me lo contara, pero no quiso y quiero saberlo. En serio.

Maddie esbozó una sonrisa de disculpa y se encogió de hombros.

—Sí, claro, pero creo que vas a tener que unirte a la cola.

—¿A qué te refieres?

—Lo que quiero decir es que también me gustaría saber qué pasó, aunque creo tener una ligera idea.

—Bueno, eso es más de lo que yo tengo. En cuanto llegamos a casa, le pregunté a mi madre y se echó a llorar. Entonces vino mi padre y cuando se enteró de lo que había pasado se enfadó muchísimo. ¿Por qué? —Jane parecía bastante confundida.

Maddie suspiró y jugueteó con las llaves del Mini.

—Creo que tiene que ver con mi nacimiento. Hace cosa de un mes me enteré de que era adoptada y, aunque ignoro quién fue mi madre biológica, creo que quiso mantener su embarazo en secreto. Por alguna razón también creo que tus padres saben algo. Quizá fuera una amiga de tu madre o algo parecido… Lo siento, no sé si algo de esto tiene sentido, lo más seguro es que me equivoque.

—No, no lo creo. —Jane seguía pensativa y miró a Maddie con seriedad—. Siempre he tenido la sensación de que mi padre ejercía algún tipo de control sobre mi madre y podría ser esto. La llamó pecadora.

—¿Y a él qué le importa que ella esté guardando el secreto de una amiga?

—Tiene un punto de vista muy férreo sobre la santidad del matrimonio y los hijos ilegítimos. Ya te puedes imaginar. —Jane se sonrojó—. Él lo llama conducta lasciva. Es algo que no aprobaría de ninguna manera y mucho menos querría que mi madre tuviera amigas que lo hubieran hecho.

—Entiendo. —Maddie se imaginó que vivir en la casa de los Blake-Jones no era un lecho de rosas.

—La extraña reacción que tuvo mi madre contigo demuestra que te reconoció de algo. Tengo el presentimiento de que ella debió de mantener el contacto con tu madre a espaldas de mi padre. Tal vez por eso se asustó tanto.

—¿Tiene miedo de tu padre?

—Oh, sí. Y a veces yo también. —Jane se estremeció.

—Pobre. Debe de ser muy duro.

—No, no es tan malo. Es muy estricto, pero no pasa nada siempre que hagas lo que él dice. Además, se pasa casi todo el tiempo ocupado en asuntos de la iglesia. Lo peor de todo es que tiene un temperamento terrible y cuando se le mete algo en la cabeza nada ni nadie puede hacerle cambiar de opinión. Llevo años intentando que mi madre se divorcie de él, pero ella no quiere ni oír hablar de eso. Dice que va en contra de sus creencias, aunque yo no me lo creo. Hay algo que la retiene. Me pregunto qué pasaría si…

Maddie miró por la ventanilla y volvió a suspirar.

—No creo que lo sepamos a menos que decida contárnoslo. Y no me siento con el derecho de obligarla. —Se mordió una de sus maltratadas uñas—. De hecho, hoy he venido aquí para ver si conseguía que por lo menos admitiera que me había reconocido. —Negó con la cabeza—. Supongo que ha sido una tontería.

—Puede que no. Yo pensaba hacer lo mismo. —Jane sonrió y Maddie también torció las comisuras de su boca hacia arriba. En cierto modo, se sentía mucho mejor ahora que Jane le había confirmado que no se estaba imaginando cosas—. ¿Quieres que vuelva a intentar hablar con mi madre? Si le digo que ya conozco parte de la historia puede que me cuente el resto.

—No, no menciones nada todavía. Primero quiero encontrar un poco más de información por mi cuenta. Pero si eso falla, entonces agradeceré enormemente tu ayuda.

—De acuerdo, esperaré a tener noticias tuyas.

—¿Cómo puedo contactar contigo?

—Sí… bueno… respecto a eso, ¿qué te parece si te llamo desde algún teléfono público cada cierto tiempo y así me puedes contar lo que has averiguado? —Jane miró su reloj—. Oh, Dios mío, tengo que volver.

Maddie anotó su número de móvil y el teléfono de Marcombe Hall en un trozo de papel que encontró en el bolsillo y se lo entregó a Jane.

—Aquí tienes mis números. Estoy pasando una temporada en casa de unos amigos y la cobertura móvil allí no es muy buena. En realidad vivo en Londres. —Metió la llave en el encendido y puso en marcha el motor—. Te llevo a casa.

—Gracias. Ojalá lleguemos al fondo del asunto.

—Sí, ojalá.

****

Alex vertió una generosa cantidad de pintura en la bandeja y sumergió el rodillo, mojándolo en un alegre amarillo pálido. Cuando lo aplicó en la pared que tenía más cerca, se relajó al instante. Estaba haciendo algo útil, realizando un trabajo legal, lo que le hizo sentir de maravilla.

El hecho de que estuviera trabajando para él mismo y no para cualquier otro, lo hacía aún mejor.

La primera casita que había comprado era una antigua vivienda de pescadores situada en una larga hilera que llevaba al puerto del pueblo más cercano. Desde fuera parecía diminuta, pero a veces las apariencias engañaban. Aunque la puerta de entrada conducía directamente a un salón, este resultaba bastante espacioso ya que había contratado los servicios de un albañil local para que tirara la pared que la separaba de la cocina, consiguiendo así un diseño abierto. También había pedido al hombre que se deshiciera de la mayor parte de la pared del fondo y que construyera un porche techado, dejando solo un pequeño patio con jardín en la parte trasera. De ese modo se evitaría realizar arduas labores de jardinería de manera periódica y la transformación interior de la casa sería impresionante.

—Bien pensado —comentó Pete mientras daba los últimos retoques al arco que ahora separaba la cocina del salón—. Y quedará mucho mejor cuando termine con el porche. Dará a la estancia muchísima luz.

Sí, el salón necesitaba luz ya que la ventana frontal, aunque pintoresca, era muy pequeña. Por eso había escogido una mezcla de amarillo claro y blanco para la planta baja. Le hubiera gustado pedirle opinión a Maddie, pero tras su último encuentro prefirió dejarse llevar por su instinto. Además, uno no podía equivocarse con unos colores tan sencillos.

—Gracias. Sí, creo que va a quedar muy bien. —Sonrió al hombre que no había hecho la más mínima mención a su pasado, aunque seguramente la noticia del regreso del hijo pródigo ya estaría en boca de todo el pueblo. Alex le agradecía el detalle y esperaba tener la oportunidad de demostrar a la gente que ahora era alguien por completo diferente.

«¿A todos, incluyendo a Maddie?», se deshizo de ese pensamiento de inmediato.

Miró a su alrededor, tratando de visualizar el tipo de muebles que necesitaba comprar, pero Maddie volvió a apoderarse de su cabeza. «Seguro que ella sabría qué escoger.» Las mujeres tenían un sexto sentido para esa clase de cosas. Con una sola mirada sabían lo que iba mejor para cada habitación. Bueno, quizá no todas las mujeres. Pero tenía la sensación de que Maddie, con su gusto por el arte, sería una buena decoradora de interiores. Tal vez, a pesar de sus discrepancias, debería llevarla en cuanto el albañil terminara con la obra y pintaran la estancia. Tenían que seguir siendo amigos aunque solo fuera por Kayla y Wes y aquella podría ser una forma segura de interactuar.

—¿Entonces vas a venir a vivir aquí? —La pregunta de Pete le trajo de vuelta al presente.

—¿Qué? Ah… no, quiero alquilarlo.

—Ajá. —Pete hizo un gesto de asentimiento—. Me lo imaginaba ya que, de lo contrario, habrías tenido a la parienta entrometiéndose cada dos por tres. —Negó con la cabeza—. La mía no me deja poner un clavo sin su permiso. Mujeres, ¿eh?

—Eh… no tengo «parienta», pero sí una amiga a la que quizá le pida consejo. —Sonrió de oreja a oreja—. Aunque si no le gusta este color, me da igual. —Observó complacido el bonito amarillo que hacía que la luz del sol se multiplicase.

Pete se echó a reír.

—Pero se lo dices tú, amigo.

***

No tenía sentido dilatar más las cosas, así que Maddie partió a la mañana siguiente de camino a Wiltshire. Avisó a Annie de que iba a visitar a una amiga de su fallecida madre y que estaría fuera todo el día.

—Muy bien. Te dejaré algo preparado para cenar por si no comes lo suficiente durante la jornada —fue el único comentario del ama de llaves.

—Creo que no me vendría mal estar sin comer un par de días —bromeó Maddie—. He debido de engordar por lo menos dos kilos y medio desde que estoy aquí y todo gracias a lo bien que cocinas.

Annie sonrió ante el cumplido.

—Anda, vete ya —rio la mujer.

La radio del Mini estaba sintonizada con una emisora local y gracias a los partes periódicos sobre el estado del tráfico consiguió evitar un gran atasco en las inmediaciones de Exeter. Decidió ir por carreteras nacionales en lugar de por la M5, pues las autopistas siempre le aburrían. Las primeras, por lo menos, ofrecían más vistas y atravesabas un mayor número de localidades y pueblos.

Teniendo en cuenta la duración del viaje, lo hizo en menos tiempo del previsto y después de tomarse una hamburguesa en un establecimiento de comida rápida en Trowbridge, llegó a Shepleigh justo después del mediodía. Se trataba de un pueblo pequeño, apenas una calle más o menos larga que también hacía de carretera principal, con casas bastante grandes a ambos lados. También había unas cuantas calles pequeñas pero se notaba que apenas tenían importancia. Aparcó el Mini y se dirigió a la tienda del pueblo, pensando que sería el mejor lugar para empezar con sus indagaciones.

Dos señoras de edad avanzada estaban parloteando con la tendera, una mujer de aspecto alegre que llevaba un delantal verde. Maddie estuvo dando una vuelta, observando las estanterías y sonrió para sí misma mientras oía el característico acento de Wiltshire de las clientas. Encontraba fascinante cómo sonaba. Después de un rato, las vecinas se fueron y Maddie se acercó renuente a la mujer de detrás del mostrador.

—Hola. Nunca la he visto por aquí —saludó la tendera con una sonrisa.

—Cierto, solo estoy de visita. —Vaciló un instante y respiró hondo para infundirse ánimo—. De hecho, me preguntaba si podría ayudarme. Estoy buscando a alguien.

—Oh, por supuesto. ¿Y de quién se trata? —La mujer apoyó los codos en el mostrador y descansó la barbilla en sus manos, mirándola con interés.

—Un hombre llamado John Kettering. Era amigo de mi padre y la última dirección que tenemos de él es aquí, en Shepleigh. Después perdieron el contacto.

—¿Kettering? —La mujer frunció los labios y miró hacia el techo en busca de inspiración—. Pues no me suena. ¿Para qué lo busca?

—A mi padre le encantaría ver a su viejo amigo y me gustaría darle una sorpresa encontrándole.

—¡Oh, qué idea más maravillosa! —A la mujer se le iluminó la cara.

—Gracias. Significa mucho para mi padre. —Se sintió mal por mentir, pero no sabía qué otra cosa hacer. «Tampoco es que pueda decir la verdad.»

—Bueno, lo único que puedo sugerirle es que hable con el vicario. Lleva aquí cuarenta años por lo menos, así que si hay alguien que pueda ayudarla es él.

—Qué bien. ¿Dónde puedo encontrarle?

—Estará o bien en la iglesia, o entreteniéndose en su jardín, justo aquí al lado. Es una casa roja con ventanas blancas. Es imposible que se le pase por alto.

—Muchas gracias. Ha sido usted muy amable.

Salió de la tienda y se detuvo un momento para calmarse. Le estaban temblando las piernas y cerró los ojos para recuperar el control. Le había parecido buena idea venir, pero ahora que estaba allí le estaba resultando extremadamente difícil.

«No seas estúpida —se regañó a sí misma—. Nadie que viva aquí puede imaginarse a qué has venido.»

Con renovada determinación se dirigió hacia la iglesia de estilo normando; la torre cuadrada se distinguía cincuenta metros más abajo.

Por suerte, pasó antes por la casa del vicario y encontró a un hombre mayor en el jardín, inclinado sobre unos rosales con un bote de insecticida en la mano. Maddie se aclaró la garganta sonoramente y él alzó la vista y esbozó una sonrisa de bienvenida.

—Perdone, ¿es usted el vicario?

—Sí, jovencita. ¿Necesita de mis servicios? —Dejó el bote sobre la hierba y se acercó a la valla.

—No exactamente —replicó ella y le narró la misma historia que le había contado a la tendera.

Mientras hablaba observó cómo la expresión del hombre se entristecía mientras negaba con la cabeza.

—Lo siento muchísimo, querida, pero John Kettering ya no está con nosotros.

—¿Quiere decir que…?

—Sí, murió hace dos años. Está enterrado allí. —Señaló el cementerio.

—Qué lástima. —La profunda pena de Maddie era sincera, aunque no por el motivo que pensaba el vicario—. Papá tenía tantas ganas de volver a verle —mintió. Para sentirse un poco mejor cruzó los dedos a la espalda.

El vicario le dio una palmadita en el brazo.

—No se preocupe, querida. Volverán a encontrarse. El Señor se encargará de ello.

—Sí, supongo. —Intentó pensar de forma racional. Qué mala suerte que la única pista que tenía terminara de esa forma. No obstante, decidió intentar una última cosa—. ¿El señor Kettering no tenía una hermana? Creo recordar que mi padre la ha mencionado en alguna ocasión.

—Sí, aunque hace años que no la veo. No vino al funeral de su hermano, así que me imagino que también habrá fallecido.

—¿La conocía?

—No muy bien. Vino a vivir con John una temporada después de que él se mudara aquí. Creo que estaba embarazada, pero luego se marchó y no volví a verla. Debo admitir que me pareció un poco raro.

—Entiendo. ¿Habrá alguien de aquí que sepa dónde vive?

Él volvió a negar con la cabeza.

—No, lo siento, querida. Cuando estuvo por aquí fue muy reservada, si entiendes a lo que me refiero. No hizo ningún amigo. Y de esto hace ya mucho tiempo. Treinta años por lo menos.

«Veintisiete», quiso gritar. «Fue hace veintisiete años y ella era mi madre.» Por supuesto, no lo hizo. En su lugar le agradeció al vicario la ayuda y volvió a la tienda.

—Oh, ha vuelto. ¿Alguna noticia?

Maddie hizo una pequeña mueca y sonrió con tristeza.

—Sí, pero resulta que el señor Kettering está muerto.

—Oh, querida, qué pena. No importa, has hecho todo lo posible para encontrarlo. Ya no puedes hacer más.

—Sí, supongo.

Desanimada y un tanto deprimida, compró unos ramos de flores y fue al cementerio. Encontró la tumba de su tío, colocó las flores en un jarrón que encontró cerca y lo enterró en la hierba. Después se llevó las manos a la cara y dejó que la tristeza y la desesperación se apoderaran de ella. Tristeza porque ahora no conocería a su tío y desesperación porque había ido hasta allí para nada.

Después de un rato, se despidió con un susurro de John Kettering y volvió a Devon con otro dolor de cabeza y los ojos escociéndole por las lágrimas que querían derramar.

A veces, la vida podía ser muy injusta.