Capítulo 6

ALEX tamborileó con los dedos en la mesa y echó un vistazo al reloj una vez más. Maddie llegaba tarde y estaba impaciente por volver a verla. Sostuvo entre las manos el refresco frío que había pedido e intentó calmarse.

La conocía desde hacía menos de una semana, pero daba igual. Esa mujer le intrigaba, le fascinaba, y estaba ansioso por conocerla mejor, por familiarizarse con ella. ¿Familiarizarse? Estuvo a punto de soltar una carcajada. Qué estupidez. Quería más, mucho más de ella. Quería conocerla de todas las formas posibles, incluyendo el sentido bíblico, por supuesto. Y no tenía ni idea de cómo conseguirlo. Maddie le había dejado muy claro que no quería que se acercara a ella.

Le resultaba irónico pensar que tres años atrás hubiera podido tener a cualquier fémina que hubiera deseado. Con su apariencia y seguridad en sí mismo siempre le había resultado tan fácil que no se había detenido a pensarlo dos veces. Las mujeres estaban para satisfacer sus necesidades y si alguna decía que no, no le importaba lo más mínimo, sencillamente iba a por la siguiente. Ahora, sin embargo, toda esa confianza en su persona se había esfumado y no quería a cualquiera, sino a Maddie. Solo a ella. ¿Por qué? No lo sabía, pero cada día estaba más convencido de ello.

¡Qué locura! Sí, es cierto que era la primera mujer que había visto tras salir de la cárcel, pero eso le daba igual.

Para probar su teoría había observado a todas las mujeres que había en el pub e intentado determinar si alguna despertaba su interés. Al ser la hora del almuerzo, el local estaba lleno y tuvo oportunidad de contemplar al menos a tres jóvenes preciosidades desde donde estaba sentado. Las miró a las tres, estudiando sus rostros, su figura, la forma en que sonreían y coqueteaban, cómo iban vestidas… Ninguna consiguió atraerle lo más mínimo. Por desgracia, sucedió lo contrario. La más llamativa de las tres se le acercó de inmediato. En cuanto se dio cuenta, deseó darse una bofetada. No debería haber mostrado interés alguno.

—¿Alex? Alex Marcombe. ¿De verdad eres tú? ¡Cuánto tiempo sin verte! —La joven se inclinó hacia él para dar un beso en el aire a cada lado de su cara sin rozar sus mejillas, enseñando una gran porción de su generoso escote y envolviéndole en una nube de intenso perfume. Después esbozó una sensual sonrisa—. ¿Te acuerdas de mí? Soy Jenna. De la fiesta de Olivia en la playa hace un par de años.

Alex sonrió y asintió, aunque recordaba muy poco de aquella noche.

—Claro, Jenna. Me alegro de verte. Lo siento… es que… he estado fuera una temporada y soy muy malo para los nombres. —Una excusa pobre, pero la única que estaba dispuesto a ofrecer.

—No te preocupes, a mí me pasa igual. Hay tanta gente que no puedo acordarme de todos. —Le miró a los ojos con decisión y puso una mano sobre su brazo—. Entonces, ¿has vuelto? Podríamos quedar algún día. Ya sabes, por los viejos tiempos. Siempre estoy lista para una copa.

—En realidad, yo… —Alex estaba desentrenado y no sabía cómo decirle que no sin ofenderla.

Justo en ese momento Maddie entró por la puerta con la cara roja, como si viniera de correr un maratón. A pesar de que venía toda despeinada, se le aceleró el pulso. Ella ni siquiera le había mirado y su cuerpo ya estaba respondiendo de esa forma. Alex maldijo en silencio.

«Pues sí que me ha dado fuerte», pensó.

Maddie lo vio y se acercó a él.

—Siento llegar tarde, me olvidé de la hora —se disculpó. Entonces miró a Jenna—. Espero no haber interrumpido nada. —Sacó una silla, se sentó y se hizo con el menú para leerlo detenidamente. Alex se preguntó qué había estado haciendo, pero evitó decirlo en voz alta.

—Por supuesto que no. Jenna ya se iba —dijo, esperando que fuera cierto. Pero la susodicha estaba ocupada lanzado a Maddie una mirada helada. No obstante, al final pareció entender sus palabras porque se volvió hacia él con una enorme sonrisa en los labios y le dio un beso en la mejilla, volviendo a enseñarle todo el escote.

—Ya te llamo yo, cariño —dijo—. Sé dónde vives. En Marcombe Hall, ¿verdad?

—Sí… por el momento, pero es…

Jenna no le dio la oportunidad de explicarle que era de forma temporal.

—No te preocupes, te encontraré —prometió ella. Estaba seguro de que lo haría. Esa mujer tenía tal brillo de determinación en los ojos que por primera vez se sintió la presa en vez del cazador que solía ser. Una sensación que no le gustó en absoluto—. Adiós —canturreó mientras se alejaba con un descarado contoneo de caderas.

Maldición. Se dio cuenta de lo tensa que volvía a estar Maddie en su presencia. Justo cuando había conseguido que se relajara un poco con él… ¡Cómo no!

Respiró hondo e intentó sonar de lo más normal cuando le preguntó:

—¿Terminaste de comprar?

—¿Qué? Oh, sí, gracias. —Ella hizo un gesto hacia las bolsas que había dejado en el suelo—. Encontré todo lo que necesitaba.

Se fijó en la bolsa más grande y vio que era de una conocida marca de materiales de dibujo así que decidió llevar la conversación por esos derroteros.

—¿Eres pintora? —preguntó, ansiando conocer un poco más de ella. Kayla le había dicho que Maddie trabajaba como secretaria legal, tal y como solía hacer su cuñada.

—No exactamente. Solo pinto por placer de vez en cuando. No suelo tener mucho tiempo, pero ahora que me he tomado unas vacaciones había pensando en dedicar algunas horas. Marcombe tiene unas vistas tan magníficas.

—Cierto. ¿Me dejarás ver el resultado final?

—No sé qué decirte. —De pronto adoptó una expresión tímida que le encantó—. No soy tan buena como para enseñar mi trabajo.

—Por favor. Prometo no reírme. Yo no podría dibujar ni aunque me fuera la vida en ello. Es más, creo que Jago pinta mucho mejor que yo. —Sonrió y se alegró de ver que ella también le respondía con una sonrisa. Bien, volvía a relajarse con él. Tenía una boca generosa; una de esas hechas para ser besadas. Estuvo a punto de soltar un gemido. Tenía que dejar de pensar en aquello o se volvería loco.

—Muy bien, pero si te ríes te golpearé con mi caja de pinturas en la cabeza.

Él se rio entre dientes.

—Suena como un castigo espantoso. Prometo comportarme. —Justo lo contrario a lo que quería hacer con ella. Suspirando para sus adentros, tomó el menú y empezó a leerlo.

***

—¿Estás ahí, Maddie? ¿Puedo entrar?

Kayla llamó a la puerta pero entró en su dormitorio antes de que le diera tiempo a contestar. A Maddie no le importó. Su amiga solía acudir a su habitación para tener una charla nocturna después de acostar a sus hijos.

—Adelante. —Maddie estaba sentada junto a la ventana abierta, con la barbilla apoyada en los brazos, sumida en sus pensamientos.

Kayla fue hacia ella y se sentó a su lado.

—Eh, ¿estás bien?

—Sí, eso creo. —Suspiró y miró al horizonte una vez más. «¿Estoy bien?», pensó. No lo sabía.

—Durante la cena has estado un poco absorta y parecías… obsesionada. No he podido evitar preguntarme si ha pasado algo. ¿Te ha molestado hoy Alex? Sé que puede ser bastante encantador, pero creí que había dejado atrás sus viejas costumbres y ya no flirteaba con cualquier cosa que llevara falda.

—¿Alex? No, él no tiene nada que ver con esto. Siento no haber sido buena compañía.

—Tranquila. Entonces, ¿qué te ocurre?

—Bueno… —Vaciló unos segundos, aunque se decidió enseguida. Tenía que contárselo a alguien o se volvería loca—. Kayla, ¿te acuerdas de lo que te comenté sobre las cosas tan extrañas que me dijo aquella gitana y cómo encajaban con el sueño que suelo tener?

—Sí.

—Pues ha pasado algo que creo que, de alguna manera, está relacionado con esa predicción.

Maddie sabía que Kayla había experimentado sucesos fuera de lo normal en el pasado, así que no le sorprendió que no pusiera en duda su cordura. Para su amiga lo paranormal existía y creía en ello sin ningún tipo de reserva.

—Fue un poco raro. Un hombre tropezó conmigo en el puerto de Dartmouth y cuando alcé la vista para mirarle creí reconocerlo. Al principio no estaba segura de qué, pero tras mucho pensarlo, estoy convencida de que es el hombre de mis sueños. El que me atrapa por la espalda. —Se estremeció—. El que es malvado, como dijo la gitana.

—¿Dio él alguna señal de conocerte?

—No, solo se puso furioso, como si la culpa de nuestro encontronazo hubiera sido solo mía. Me llamó «maldita turista» o algo parecido. Sentí el impulso de seguirle y averigüé que es una especie de predicador llamado Blake-Jones. ¿Has oído hablar de él?

—Oh, sí, claro que sí. Es uno de esos pastores incendiarios que solo saben inculcar el temor de Dios entre sus feligreses. Por lo visto lidera una especie de secta. Una amiga me dijo que tiene esposa y una hija que parecen ratoncitos que se asustan hasta de su propia sombra. Ese hombre debe de ser un matón de primera.

—Sí, tiene sentido. Desde luego tiene toda la pinta. Es un auténtico gruñón. No se asemeja en nada a cómo me imagino que debe de ser un hombre de Dios. —Volvió a estremecerse, recordando aquel siniestro rostro.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Vas a hablar con él?

—¡No, rotundamente no! Prefiero no volver a cruzarme con él, muchas gracias, pero sí que he tomado una decisión. Creo que necesito saber quién soy. Como tú dijiste, saber quiénes eran mis padres biológicos. Puede que todos esos sueños tan raros que tengo estén conectados con mi pasado. ¿Qué opinas?

—¿Estás segura de que no tienen nada que ver con un incidente de tu infancia? No creo que recuerdes nada de tu vida antes de la adopción, eras muy pequeña. ¿No se lo contaste nunca a tus padres?

—Sí, hablé con mi madre al respecto cuando era una niña, pero me dijo que eran producto de mi imaginación. Mis padres no tenían amigos o conocidos con barbas negras o pelirrojas. Con ninguna barba en realidad. De todos modos, si me hubiera pasado algo que diera lugar a estas pesadillas, estoy segura de que me lo habrían dicho.

—Mmm, puede que tengas razón. Necesitas saber más. Si yo fuera tú, también querría indagar. Tiene que haber una buena razón por la que tus padres biológicos no pudieron quedarse contigo. Ahora que tengo hijos, no concibo la vida sin ellos, pero me imagino que en determinadas circunstancias no te queda más remedio que renunciar.

—Sí, eso mismo pensé yo. —Tenía que admitir que sí que sentía curiosidad. Era una sensación que había ido creciendo desde que se enteró de que era adoptada, aunque su primera reacción fue de enfado e incredulidad. Sin embargo, junto con esa curiosidad también tenía cierto miedo al rechazo; un miedo que le había impedido indagar más, pero ahora sabía que no podía permitir que aquello la detuviera. No se hacía ilusiones de que todo terminara en una feliz reunión familiar, no obstante, aunque sus padres biológicos no quisieran saber de ella, necesitaba saber por qué la dieron en adopción. De momento sus orígenes eran un enorme agujero negro que necesitaba llenar con información, ya fuera buena o mala. Eso le ayudaría a entenderlo.

—Si no te importa —continuó—, regresaré a Londres unos días para ver qué puedo encontrar. Mañana llamaré a los servicios sociales por si tengo que pedir cita o cualquier otra cosa.

—Buena idea. Creo que tienes que quitarte este peso de encima antes de enfrentarte a tu futuro.

—Gracias, Kayla —dijo Maddie, asintiendo.

Se le contrajo el estómago al pensar en todo lo que se le venía por delante, pero no le quedaba otro remedio. Aquello era algo que tenía que hacer.

***

No perdió el tiempo y a la mañana siguiente hizo varias llamadas de teléfono. Cuando terminó fue en busca de Kayla y la encontró en la cocina.

—Lo conseguí. Ya sé lo que tengo que hacer.

—Estupendo, ¿y qué te han dicho?

—La mujer con la que hablé me comentó que no podía darme ningún tipo de información por teléfono, por lo que he pedido cita para ver a un orientador la próxima semana. No es un requisito indispensable porque nací después de 1975 y la ley cambió, haciendo las cosas un poco más accesibles, pero me dijo que le parecía una buena idea. Esta es una decisión muy importante en mi vida y estoy de acuerdo con ella en que no me vendría mal que alguien me aconsejara.

—Entonces, ¿no vas a tener ningún problema a la hora de saber quiénes fueron tus padres?

—No como tal. A los padres que dieron en adopción a sus hijos antes de 1975 se les aseguró que esos niños nunca podrían seguirles la pista, pero hoy en día ya no se les da ninguna garantía al respecto. Aunque eso tampoco significa que quieran que les encuentren.

—Me imagino que no. La verdad es que es un asunto muy delicado.

—Sí, aunque la ley les obliga a facilitarme la información creo que quieren que entienda la importancia de lo que voy a hacer. Tengo que llevarles una prueba de identidad y la mujer me dijo que el orientador me dará más detalles en cuanto nos veamos.

—¿Cuándo te vas?

—Quiero estar en Londres el martes, la reunión es el miércoles.

—Muy bien. Pero vuelve pronto, ¿de acuerdo? Acabas de llegar y todavía no queremos perderte de vista.

—No te preocupes. Ahora mismo no me quedaría en Londres ni por todo el oro del mundo.

***

Comparado con Marcombe, Londres era un lugar sucio y ruidoso. Maddie arrugó la nariz en cuanto salió del tren. Los olores a contaminación y concentración de gente se cernían sobre el ambiente formando un manto que se mezclaba con el húmedo calor del verano. Sintió como si todo el polvo a su alrededor se filtrara por cada poro de su piel. Le resultaba curioso no haberse percatado de algo así antes, se comprendía que lo había dado por hecho como tantos otros habitantes de la capital. Londres era una ciudad maravillosa en muchos sentidos y todos los que allí residían habían aprendido a vivir en ella con sus pros y sus contras. No obstante, suponía un gran alivio escapar de vez en cuando de todo ese ajetreo y bullicio. Aunque en ese momento sintió la necesidad de darse la vuelta y tomar el tren de regreso a Devon para no volver nunca más, las ganas que tenía de obtener más información sobre su pasado ganaron la batalla. Agarró su maleta y se dirigió hacia la salida.

Sin embargo, durante el trayecto en metro hasta el diminuto apartamento en Fullham que compartía con su amiga Jessie, le asaltaron las dudas. ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Era bueno remover el pasado? ¿No debería sentirse feliz por haber tenido la suerte de ser criada por dos personas estupendas que habían cuidado tan bien de ella? Habían sido su familia. La habían querido, a diferencia de sus padres biológicos. Suspiró y se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano. Las preguntas se arremolinaban en su agotada cabeza como un torbellino, pero todo conducía a un único camino: la necesidad de saber. Tan simple como eso.

El apartamento estaba a escasa distancia de la estación de metro de Fullham Broadway y antes de darse cuenta estaba metiendo la llave en la cerradura de la puerta de entrada.

—¡Maddie! ¿Qué haces aquí? Creía que estabas de vacaciones. —Jessie estaba sentada en el sofá, absorta en un libro, pero alzó la vista en cuanto la oyó entrar. Esbozó una enorme sonrisa y se lanzó hacia su amiga para darle un buen abrazo de bienvenida con su pelo caoba meciéndose en su espalda. Los ojos azul-violeta de Jessie se veían enormes y más aún con ese par de gafas de montura lila tan a la moda.

Las dos muchachas se habían conocido en uno de los trabajos temporales de Maddie y congeniaron de inmediato. Jessie era una persona tranquila, apasionada de la lectura y que tenía por principal afición la genealogía, que investigaba con fascinación inagotable; también tenía un característico sentido del humor que llamó su atención y ambas compartían un montón de intereses.

—Lo siento, Jessie, olvidé llamarte para decirte que venía. De todos modos solo he venido para un par de días. Pasó algo.

—¿Ah, sí? Pues debe de ser importante si ha conseguido que vuelvas a este infierno. Sinceramente, esta última semana pensé que moriría de uno de esos golpes de calor. En la oficina no hay aire acondicionado y apenas abrimos las ventanas. He intentando convencer a mi jefe para que lo instale, o por lo menos nos compre unos ventiladores, pero dice que no merece la pena para unas pocas semanas al año. Menudo tacaño. —Jessie dio unas palmaditas al sofá—. Ven y siéntate. Serviré un par de copas de vino y podrás contarme qué ha ocurrido.

Tras una charla en la que puso a su amiga al día, Jessie se acordó de algo:

—Lo siento, se me olvidó decirte que te llamó tu hermana. Quería discutir no sé qué contigo.

—¿Ah, sí? ¿Cuándo?

—Hará un par de días. De hecho te ha dejado varios mensajes desde entonces, pero no le he hecho ni caso. —Jessie sonrió—. Pensé que era mejor que te encargaras tú de ella.

—Gracias —replicó con una mueca—. Justo lo que necesitaba. Supongo que será mejor que la llame y terminar cuanto antes.

Olivia, como siempre, no perdió el tiempo con ningún tipo de cordialidad.

—Por fin —exclamó sin pronunciar un mísero «hola»—. ¿Dónde narices estabas?

—No es asunto tuyo. —Maddie ya no quería ser conciliadora con su hermana y estaba deseando no volver a oír hablar de ella—. ¿Llamaste?

—Sí, necesito las cucharillas de té de plata.

—¿Perdona?

—Ya me has oído, las cucharillas de plata que te llevaste. Voy a dar una cena y las necesito. Forman parte de la cubertería que papá y mamá tenían y…

—¡No! —Prácticamente gritó la respuesta. Después tomó una profunda bocanada de aire y empezó de nuevo—. No, me las regalaron nuestros tíos cuando cumplí diez años. Dentro del estuche hay una tarjeta firmada por todos ellos. Mamá me dijo que pensaron que ya era lo suficientemente mayor para recibir algo «útil» en vez de juguetes. Así que cómprate tus propias cucharillas.

Olivia se quedó callada durante un segundo, pero se recuperó casi al instante.

—Muy bien, da igual. Pero tienes que devolverme el brazalete de oro de mamá. No entiendo por qué te lo llevaste. O por lo menos deberíamos venderlo y repartirnos el dinero.

Maddie apretó los dientes con tanta fuerza que le dolieron las sienes.

—Escúchame, Olivia. No voy a devolverte ni un solo objeto de los que me llevé de esa casa. Te has quedado con mi parte de la herencia, de modo que no te debo nada. ¡Nada! Y para tu información, fui yo la que le compré ese brazalete a mamá, así que tengo todo el derecho del mundo a quedármelo. Ahora vete a la mierda y no vuelvas a llamarme, ¿entendido?

Colgó el teléfono y se enfureció por dentro. ¡Qué fácil hubiera sido su vida si hubiera tenido una hermana diferente! Pero aquella conversación la había ayudado en algo; ahora tenía una doble razón para buscar a sus padres biológicos. Si los encontraba, tendría más familia que su hermana adoptiva y, la quisieran o no, seguro que eran mejores que lo que tenía en ese momento.