La plaza de España madrileña es un hervidero de gente. Nómadas rumanos asedian a los hastiados conductores para ensuciarles los parabrisas con agua que han tomado de la fuente. Miríadas de japoneses desembarcan de autobuses que anuncian fast shopping circuit y se dirigen en ordenadas filas a visitar la estatua que Don Quijote y Sancho tienen en el monumento central. Sobre los bancos bajo la arboleda dejan la vida pasar algunos vagabundos que duermen al raso aprovechando que hace calor. Estamos en julio y cada día desde que he regresado de América salgo a correr muy pronto por la mañana para que no me pille todo el bochorno. Hace mucho calor pero me encanta Madrid en verano. Creo que es la ciudad perfecta para el estío. Hay menos gente en las calles, menos tráfico en las calzadas y sin embargo la misma oferta cultural y gastronómica. Aunque también es cierto que desde hace unos pocos años ya no se queda tan vacía como antes, cuando parecía que en agosto había caído la bomba de neutrones. Todas las tardes salimos Teresa y yo a tomar algo y resulta difícil encontrar un sitio libre en alguna de las terrazas populares del centro.
Pero si este verano me he quedado en Madrid no ha sido por gusto, sino para terminar la producción y el montaje de la serie. La parte oscura de trabajo duro que nunca se ve en la tele. Y no me está resultando nada fácil. Procuro aliviar la ansiedad y el estrés corriendo. Me relaja observar el abigarrado paisanaje de plaza de España, plaza de Oriente, Jardines de Sabatini, Templo de Debod, Paseo de Rosales. A veces incluso desciendo hasta el Manzanares y recorro la nueva vía peatonal que hicieron cuando en tiempos del alcalde Gallardón soterraron la M30. Es un tiempo que aprovecho para pensar en mis cosas y para escuchar música en los auriculares a través del teléfono móvil, ese artilugio del demonio que ahora sirve para casi todo menos para hablar por teléfono. Creo que la función que más odio de todas es la de la mensajería instantánea, eso que dicen guasap o algo así. Justo ahora recibo uno. Es de Javier, el montador de vídeo que he contratado para editar los capítulos. Empiezo a leer y tengo que detenerme porque no doy crédito.
«Dejo el trabajo. Me ha salido una cosa mejor. Espero que no te lo tomes muy mal.»
Mal no me lo tomo, solo que me deprimo y otra vez no veo la salida del túnel. Ha pasado ya un mes y medio desde que regresé y no he conseguido encarrilar el montaje como me gustaría. A estas alturas tenemos apenas cuatro capítulos montados pero sin sintonía, créditos, ni cabecera, que es la parte que identifica cada programa, esa que se repite en todos los episodios. Tampoco he cerrado el modelo del sumario, cuya función es anticipar en treinta segundos lo que el espectador va a ver. Como un novato en la producción audiovisual creía que conseguir el material filmado era la parte difícil, pero ahora veo que articular todo eso en un producto final, con sentido interno y un criterio definido, algo que pueda ver el público y mantener un interés creciente por cada capítulo, es todavía más difícil. Y mi mayor problema es que se me acaba el tiempo. Me comprometí a tener la serie lista a finales de septiembre y ya veo que a este ritmo no llegaré.
Las primeras dificultades comenzaron ya durante el rodaje. Salimos de España convencidos de que el jefe de Antonio en Extremadura podría encargarse del montaje. Le hicimos llegar varios discos duros con imágenes a medida que fuimos viajando, pero no recibíamos sino respuestas vagas. Unas veces parecía que ya había algo montado, otras que no, otras era imposible comunicarnos. Hasta que nos dijo que la complejidad del material requería una edición hecha por expertos en documentales y que su productora no estaba preparada para acometer el proyecto. Sin embargo, debido a que nos había dado su palabra, se comprometía a buscar esos profesionales y a pagarlos de su bolsillo ya que él no podía encargarse personalmente.
A los profesionales no los conocí sino hasta que ya estaba en España. Debíamos empezar de cero pues no habían visto ningún clip y ni siquiera sabían de qué iba la cosa. Recuerdo que tenían la sala de montaje en un piso en Móstoles. Mi sorpresa fue que me hicieron saber que era mejor que yo no estuviese por allí, que ellos montaban y yo revisaría el resultado. No objeté porque yo no sabía nada de montaje, no era un verdadero profesional, y ellos sí. Al menos eso me dijeron. Decidí confiar en el mejor criterio de la gente que sabía de televisión. Cocinero a tus pucheros y zapatero a tus zapatos.
Pocos días después recibí una pieza de tres minutos. La vi con expectación y quedé decepcionado. Apenas decía nada. No me gustó, pero podía equivocarme ya que yo, insistían, era un ignorante de cuestiones audiovisuales. No obstante, cuando Teresa lo vio, aseguró que aquello no tenía sentido. Entonces empecé a preocuparme. Al final de la semana siguiente, tenía el primer capítulo montado sin que yo hubiera intervenido para nada en su elaboración. No me hacía falta ser un experto para ver que no se sostenía por ningún sitio. Ni tenía ritmo ni intención. Era lento y no se entendía. Yo había filmado pensando en que una voz en off apuntase los datos históricos y acompañase al viajero, y los montadores despreciaron la idea argumentando que la voz en off era un recurso anticuado. Aun así, me presenté en Móstoles y me encerré con uno de los montadores. Hice cambios sustanciales hasta que aquello quedó medio arreglado. Pero ya habían pasado tres semanas y no teníamos más que el esqueleto de un primer episodio y el compromiso con TVE de enseñarlo ya.
Nos presentamos Teresa, el montador y yo en el despacho de Rosa Pérez Roa, la productora ejecutiva encargada del proyecto. Empezamos a visionar y la cara de Rosa pasó de la sorpresa al mosqueo. Y lo peor es que no podía sino reconocer en mi fuero interno que tenía motivos para ello. Aquellos 17 minutos resultaron larguísimos. Cuando terminamos, el bloc de Rosa tenía más apuntes que el de un estudiante de primero de Derecho aplicado a la tarea. No le gustó nada ni el montaje, ni el enfoque, ni el ritmo ni la falta global de sentido. Allí solo se veía a un tío en moto haciendo el descerebrado sin aportar información relevante sobre los países ni sobre la historia de los exploradores. Insistió en la necesidad de una voz en off que diera congruencia a todo el relato, como yo mismo creía desde el principio.
Cuando salimos de la reunión me encontraba bastante abatido. ¿Y si después de todo el esfuerzo y los compromisos asumidos no lograba emitir la serie? Sería un desastre completo. Para colmo, el montador parecía haber estado en una reunión diferente y no daba la mayor importancia a las objeciones de Televisión Española.
—Eso se arregla en el montaje —dijo despreocupado—. La primera versión no estaba tan mal, pero han sido tus cambios lo que lo han estropeado.
Le faltó añadir que yo no sabía de estas cosas. Nos despedimos. Yo tuve en ese momento la convicción de que debía buscar urgentemente un repuesto a ese equipo de editores porque con ellos la serie jamás saldría y encima sin tener yo responsabilidad directa sobre lo que se contaba. Conocía el material, conocía la historia y, sobre todo, sabía lo que quería contar. No era viable que no revisase el montaje al milímetro y autorizase cada plano que entraba. El sistema de que montasen a treinta kilómetros para que luego me enviasen la pieza montada y yo la revisase y mandase de vuelta las correcciones era un completo despropósito. Yo debía trabajar codo con codo con el editor. O incluso editar yo mismo, aunque no tuviera ni idea de montaje.
Teresa resultó de nuevo decisiva en el curso que tomó Diario de un nómada. Comenzó a indagar entre sus conocidos en busca de un editor que fuera bueno, bonito, barato y que no estuviera trabajando en verano. Entrevistamos a un selecto puñado de profesionales, pero la mayoría no podían realizar el encargo porque cobraban más de lo que yo podía pagarles, dado que este capítulo presupuestario no estaba previsto que lo asumiera yo, o porque no disponían del tiempo requerido. Pero mi tiempo sí pasaba, cada vez más deprisa, y seguía sin montador. Entonces apareció Javier Frutos, un chico de Málaga con mucha experiencia en formatos parecidos. Un pata negra y sin trabajo en aquel momento. Aseguró que podía hacerse cargo por la cantidad que le ofrecí, aunque comprendí perfectamente que siendo tan breve el trabajo y tan escasa la paga, se iría si le salía algo mejor, como así se había demostrado, pues acababa de mandarme un mensaje de dimisión irrevocable.
Pero al menos me dejó cuatro capítulos encarrilados y, sobre todo, habíamos establecido un enfoque claro para contar la historia. Una voz en off poderosa y un texto sólido que me acompañaran en el viaje y dijera al espectador que lo que estaba viendo tenía relación directa con la aventura y con la historia de la exploración española. Siguiendo ese esquema, solo tendría que mantener la misma línea de montaje y la serie iría surgiendo.
Pero alguien tiene que montarla, me digo mientras retomo al trote el camino de regreso a casa. Durante el recorrido inverso pienso en cómo conseguir un montador bueno. Ya lo he intentado con los mejores profesionales disponibles y él único que ha aceptado se va. Paso de nuevo delante de Don Quijote y recuerdo que cinco meses antes me había ayudado a tomar la decisión de seguir adelante con el proyecto, él me empujó a realizar la serie aunque todos me dejaron solo. Fue una quijotada. Lo hice porque creía en mí y me salió bien sin grandes profesionales de renombre porque di con gente con hambre de hacer un trabajo que hablara por ellos. Ahora de nuevo pienso que tengo que usar la misma estrategia, que los que tienen tanta fe como hambre lo consiguen. Pero ¿cómo y dónde encontrarlos?
Mis pisadas resuenan sobre el asfalto y miro mis zapatillas. Están rotas y sucias. Son las mismas que se han corrido toda Sudamérica. Estos agujeros me traen el recuerdo de otros remiendos y se llena la cabeza de viejas imágenes en blanco y negro sobre una expedición polar cuyo mérito no fue alcanzar el objetivo de cruzar la Antártida pasando por el Polo Sur, ya que no lo consiguieron y su barco se hundió, aplastado por el hielo a las primeras de cambio. La verdadera hazaña fue sobrevivir todo el grupo dos años en las más duras condiciones. Y se logró por la valía del líder, pero también de todos los miembros de la expedición, quienes habían sido cuidadosamente seleccionados a partir de un anuncio de prensa publicado en 1913:
Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito.
La célebre nota de Ernest Shackleton para reclutar los miembros de la Expedición Imperial Transantártica me da la idea para intentar resolver mi problema.
Al llegar a casa, sin ducharme siquiera, escribo en mi blog personal un texto que lanzo al ciberespacio como el náufrago que lanzara el mensaje de la botella:
¿QUIERES TRABAJAR COMO EDITOR DE DOCUMENTALES DE AVENTURA?
Nace una productora audiovisual centrada en el sector del motociclismo y los viajes: Silver Rider, y comienza a caminar convocando un concurso para jóvenes montadores y produciendo una serie para Televisión Española. El ganador del certamen obtendrá un contrato retribuido para el montaje de un documental de larga duración sobre una gran aventura motociclista.
Silver Rider es una empresa muy joven, comenzó publicando la séptima edición del libro de viajes por África que me dio a conocer como escritor: Un millón de piedras. El éxito del libro ha dado carta de naturaleza a un modo de entender el relato de aventuras y una filosofía rebelde ante la imposición de la rutina como norma de vida para todos.
Silver Rider es productora de Diario de un nómada, serie de 13 capítulos, que ha sido recientemente presentada en la web de Radio Televisión Española y que consiste en mi viaje por Sudamérica. La empresa nace porque tuve que hacerlo yo todo. Los productores que consulté hacían números y me ponían delante un presupuesto para cuatro meses, cinco personas desplazadas, dos vehículos, un productor ejecutivo en España, secretaria y seguros sociales, y aquello salía por 360.000 euros. Es lo mínimo, remataban. Por debajo de eso el riesgo es inasumible.
Decidí hacerlo yo. Me convertí en productor. Compré material técnico de alta calidad y me fui con un cámara profesional, un alpinista de élite y una pick up 4 × 4. Entre Antonio Piris, Heber Orona y yo rematamos el viaje en tres meses por mucho menos de la mitad imprescindible.
En este tiempo he ejercido de guionista, redactor, actor y transportista. Asumí todo el riesgo. A mi regreso enseñé el material y firmé el contrato con RTVE. Trabajamos ahora mismo a marchas forzadas para entregar en septiembre los 13 capítulos de 30 minutos que serán Diario de un nómada.
¿Qué se me ha ocurrido hacer para terminar el montaje? Lo que me habría gustado que hubieran hecho conmigo. Dar una oportunidad a alguien que lo merezca y que no lo esté teniendo fácil. Si eres una gran empresa de producción ya consolidada esperando un buen contrato, puedes dejar de leer. Esta idea está pensada para gente como era yo. Aspirantes dispuestos al trabajo, gente hambrienta de demostrar lo que valen cuando el mercado parece copado por los de siempre. Si tú eres de los que también se hubieran liado la manta a la cabeza para producir Diario de un nómada, a ti está dirigida esta oferta.
Ofrezco un contrato para el montaje del documental sobre mi propia vida y aventuras. El montador aparecerá en créditos y cobrará un salario razonable. El proceso de selección es abierto, público y transparente. Consiste en un concurso de vídeos cortos que se publicarán en mi canal de YouTube. Yo aporto imágenes de mis viajes. Tú las examinas y, si te interesan, realizas un vídeo de presentación de no más de dos minutos.
El autor del vídeo o videos seleccionados firmará un contrato de montaje de la serie documental con Silver Rider Prodaktions, contrato de cuantía económica previamente acordada antes de entrar a concursar para que todo quede perfectamente claro desde el comienzo.
La respuesta me sorprende. Es inmediata y abrumadora. Llegan decenas de correos. Quien lo ha leído lo envía a sus contactos que puedan estar interesados. El director de un máster de cine y vídeo lo comparte con los alumnos. Me llegan currículos y mensajes de toda España y de Sudamérica. Resulta desolador comprobar cuánta gente quiere hacer cine, televisión, comunicación audiovisual, chicos y chicas jóvenes, preparados en las mejores escuelas, y condenados al desempleo. Pero no podía dar trabajo a todos. Fui inflexible con el breve plazo de admisión de trabajos porque de lo contrario podía convertirse en un goteo incesante de vídeos, y seleccioné a seis candidatos.
Me mandan los vídeos y aunque todos son buenos por alguna razón, me decido por dos chicos porque sus trabajos son buenos, su formación suficiente y viven en Madrid. Contrato a Menchu Esteban y a Javier Gómez. Comienzo a montar con ellos los capítulos. No tienen demasiada experiencia y nunca han montado una serie de televisión ni un documental de viajes, pero tienen soltura, talento y sobre todo ganas. Pronto van saliendo los distintos episodios a un nivel muy bueno. Mejor incluso que los primeros montados por Frutos.
Javier monta la presentación del primer capítulo, una especie de resumen del viaje y la cabecera. Le toca también hacer el sexto sobre Uruguay y Brasil, el octavo sobre Bolivia y Atacama, y el noveno sobre Perú. Menchu realiza el quinto sobre Buenos Aires y Colonia Sacramento, y el séptimo sobre Paraguay, además hace los mapas y las infografías. ¿Y el décimo, undécimo, duodécimo y decimotercero? Pues los monto yo mismo porque el tiempo se nos agota. Así acabo convertido en un auténtico hombre orquesta audiovisual.
Para la sintonía busco a mis amigos Ángel Carbonell y Chucho Merino, con los que estaba en un grupo de música punk cuando todos teníamos dieciséis años. Les digo que necesito una sintonía, y en una semana me entregan una a la medida. Al técnico de sonido Pablo Estrella, de Moonlight Audiovisual, lo encontré al poner un anuncio en una página de Facebook para profesionales de cine y televisión. Me envió el presupuesto más barato, el único que yo podía pagar, y resultó ser un gran técnico con ganas de trabajar pronto en lo que fuera, pues recién había montado el estudio. En cuanto vio el encargo, se apasionó y dejó hecha una estupenda sonorización por un precio que era la cuarta parte de lo que pedían los estudios con solera.
Para la voz llamo a mi compañero de colegio, Javier Gámir, actor de doblaje que hace las voces de muchos videojuegos, y le pido la mejor voz en off. Cada día le mando un texto y cada tarde me lo devuelve locutado con la entonación requerida. Y veo que todos estamos entusiasmados con lo que poco a poco nos va saliendo. Es como la victoria de los modestos. Y así hacemos Diario de un nómada, por mucho menos dinero del que los expertos consideran imprescindible, porque los verdaderos expertos en lo que sea son los que sienten genuina pasión por lo que hacen.
Estamos en enero de 2015. Acabo de regresar de Estados Unidos y estoy en un restaurante madrileño con Teresa. He pasado dos meses en América del Norte recorriendo el Camino Real de Tierra Adentro entre Santa Fe y Ciudad de México, la Baja California y la ruta de las misiones franciscanas de California. La excusa era que buscaba material para una segunda temporada de Diario de un nómada, pero la realidad es que me fui para no sucumbir ante la tensión y la ansiedad provocada por la espera de que TVE programe la serie, algo que puede suceder en cualquier momento a lo largo de 2015. O que puede no suceder nunca. El compromiso contractual del ente público solo le concede derechos a partir de enero, pero no le obliga a emitir ni en ese mes ni en ningún otro. Sin embargo, negro sobre blanco yo solo tenía unos correos electrónicos en los que TVE reconocía su interés, pero eso no les obligaba a nada. Pueden hacerlo, pero pueden no hacerlo. Eso depende solo de la libérrima decisión de un departamento con el que nunca he tratado y que se llama Programación.
Si no se emiten los capítulos, para mí sería un desastre. Económico y personal, porque además de la desilusión que supone, están todos los patrocinadores que me dieron dinero al yo prometerles que la emisión sería nacional. ¿Con qué cara me presentaría en BMW o en BDO para decirles que me había gastado el presupuesto en juegos florales que no saldrían jamás en antena? Desde que entregué los capítulos a mi productora ejecutiva hacía ya varios meses, no había recibido más noticias. Me desesperaba y todas mis conversaciones con Teresa giraban sobre lo mismo. Ella intentaba tranquilizarme diciéndome que estas demoras y esperas eran normales, que probablemente la programasen para verano, cuando apenas hay contenidos. Pero yo me angustiaba sin remedio y me sentía como una fiera enjaulada. Para evitar pensar en ello, me fui a hacer lo que mejor sé hacer: viajar en moto. Y lo hice hasta que comenzó el nuevo año y TVE adquirió los derechos de emisión.
Teresa y yo hemos salido a cenar. Cuando empezamos a pedir los platos, mi teléfono vibra. Es el aviso de entrada de un correo electrónico. Tenemos prohibido Teresa y yo consultar los móviles mientras cenamos, pero incumplo el pacto cuando veo el remitente. Es de la productora ejecutiva de Televisión Española. Lo abro y leo:
Hola, buenas tardes, Miquel
Te informo de que la serie Diario de un nómada se empezará a emitir el domingo 25 de enero en La 2 a las 19.30 aprox., con cadencia semanal. En el blog a partir de este momento hay que retomar la información de la serie y potenciar la emisión.
Saludos.
Sin decir una palabra, le tiendo el teléfono a Teresa. Ella lee el mensaje y luego me mira. TVE emitirá casi de inmediato a haber adquirido los derechos. Los dos sabemos que es una indudable señal de que han gustado en Programación. Durante unos segundos no dice nada. No hace falta. En sus ojos encuentro las mejores palabras posibles. Sé que le da igual la audiencia que pueda obtener; de hecho, abomina del falso brillo del famoseo televisivo que conoce tan de cerca. Teme incluso que el hipotético éxito de público pudiera intoxicarme. Sabe que el triunfo es siempre algo íntimo, personal, que no es nunca sobre nadie ni sobre nada, sino solo contra nuestros propios miedos, defectos y egoísmos. La serie se emitirá durante trece semanas y luego será historia, un recuerdo en los archivos. Quizá alguien me reconozca por la calle mientras esté en antena y hasta es posible que me digan que soy fabuloso, como se lo dirán a cualquier otro que salga en la tele. Luego todo eso pasará. Lo sabemos los dos. El anonimato está lleno de tipos que un día fueron alguien en la tele, en el deporte o en el cine. Y si hoy son nadie no es porque ya no salgan en pantalla, sino porque creyeron que eso era importante y no se preocuparon por ser alguien por sí mismos.
Pero no es eso lo que ahora leo en su mirada. De esas cosas hemos hablado ya muchas veces. El calor que desprende en este preciso momento, y que durante unos segundos no es capaz de traducir en palabras, es el íntimo y emocionado reconocimiento de una mujer enamorada por el descomunal esfuerzo que su hombre ha aplicado a un objetivo sin rendirse nunca y sin buscar excusas al fracaso. Y yo la miro a los ojos y sé que ahí se encontraba la razón real de haber hecho todo esto. Sí, ahora soy consciente. He dejado una obra cuyo único testimonio valioso para mí y para los demás es demostrar que uno puede conseguir lo que se proponga si realmente se lo propone. Que los sueños son posibles.
Una serie de televisión es algo que resulta muy fácil de ver y muy difícil de hacer. Ahora sí puedo decir que he terminado la que será ya y para siempre la primera serie española de televisión sobre aventuras en moto. Hasta el lector más insensible se puede imaginar lo que eso significa para alguien que ha dedicado íntegros siete intensos años de su vida al motociclismo de aventura. En el futuro seguramente habrá más series similares, y puede que sean hasta mejores, rodadas con más medios, con equipos más profesionales y con protagonistas más atractivos. Es probable, pero Diario de un nómada ya estará ahí como testimonio de lo que se consigue con determinación.
Estrecho la mano de Teresa y comprendo que aquí y ahora sí estoy poniendo punto final a mi diario de nómada.