Capítulo12
Una casita en Muskegon
Andrej estaba impaciente. Llevaban algo más de media hora dentro de la casa. Si la mujer no hubiese sabido nada, la visita hubiese sido más corta. Eso sólo significaba una cosa: la mujer sabía algo y, por consiguiente, debía morir. La situación seguía complicándose. La acidez de estómago hacía que Andrej se retorciese inquieto sobre el asiento. Siempre le había pasado cuando se encontraba en situaciones de estrés. Cogió su walkie cuando vio encenderse la luz del porche. Se mantuvo unos segundos en silencio mientras observó cómo Andy y Peter salían por la puerta de la casa, quedándose de charla en el jardín, justo delante del coche. Que fácil hubiera sido eliminarlos entonces.
—Yaroslav, en cuanto te avise, arranca y acércate a la puerta de la casa. Detente delante –ordenó Andrej.
—Entendido –contestó Yaroslav.
—Dimitri, tú mantente en tu puesto y observa la dirección que toman con el coche cuando salgan. En cuanto se vayan, ve para casa de la mujer y mátala. Sin rastros y que sea profesional. Luego, prende fuego a la casa. Mi coche está aparcado enfrente. Dejaré las llaves puestas. Luego vuelve con Ivasnitch. ¿Entendido? -preguntó Andrej.
—Sí – respondió Dimitri.
-Bien. Mantened los ojos abiertos –dijo Andrej al tiempo que cortaba la comunicación.
Andy y Peter estuvieron hablando algo más de cinco minutos. Luego Andy miró algo en el móvil y, haciendo una señal a Peter, se encaminaron hacia el coche. Se montaron y arrancaron, saliendo a toda velocidad hacia la esquina de la cafetería.
—Yaroslav, ven ahora. Dimitri, ¿qué dirección han tomado?
—dijo Andrej con aplomo.
—Sudeste. Parece que salen de Chicago –respondió Dimitri.
—Perfecto. Dimitri. Ahora ve a por la mujer. Y ya sabes, debes ser rápido y profesional -dijo Andrej mientras se bajaba del coche y se dirigía al coche de Yaroslav.
—De acuerdo –volvió a responder Dimitri con frialdad.
Andrej se montó en el vehículo y salió con rapidez de la calle. Doblaron la esquina y enfilaron la avenida en busca del explorer de Andy. No sabía hacia dónde iban el inspector y Tenway pero lo que si sabía es que no iba a dejar pasar más oportunidades. A la siguiente ocasión que tuviese los liquidaría. Le daba igual si el jefe se enfadaba. No iba a arriesgarse a que aquel maldito Harper siguiese con su investigación. Y Tenway debía ser silenciado con él. Eran los últimos cabos sueltos. Un pitido de su intercomunicador le sobresaltó.
—Soy Dimitri. La mujer se ha esfumado –notificó el gigantón ruso en tono indiferente.
—¿Qué quieres decir con que se ha esfumado? -gritó Andrej.
—No está en la casa. He subido al piso de arriba. Tenía los cajones abiertos y revueltos. La puerta de la cocina estaba abierta. Debe haber huido por detrás. He salido al callejón trasero y estaba desierto. ¿Qué hago? -preguntó Dimitri.
Aquella pregunta irritó de sobremanera a Andrej. Suspiró, dejó pasar unos segundos para serenarse y abrió de nuevo el canal de radio.
—Móntate en el coche y espera media hora. Si en ese tiempo no ha vuelto la mujer quema la casa de todos modos. Luego habla con Ivasnitch. Encuentrala y hazla desaparecer. ¿Entendido? -dijo Andrej en tono amenazador.
—Entendido –respondió Dimitri.
El doble pitido indico el fin de la conversación. Andrej tenía cada vez peores sensaciones. Instantes después divisaron, a unos 300 metros, la silueta recortada del coche de Andy y Peter. Andrej sacó la pistola y retiró el cargador. Sacó las relucientes balas de punta hueca y las observó concentrado mientras las veía caer en la palma de su mano. Luego, con lentitud y parsimonia, empezó de nuevo a recargar la pistola besando uno a uno los proyectiles. Era un ritual que había hecho durante más de veinte años y que siempre le hizo acabar sus misiones con éxito. Andrej esperaba que funcionase al menos una última vez.
Andy conducía en tensión. Desde que se habían montado en el coche no había abierto la boca. Antes de subirse comprobaron que el pequeño pueblo de Muskegon estaba a unos 300 kilómetros. Quedaban un par de horas de coche. Andy miró de soslayo a Peter.
—Duerme si quieres, Peter. Queda un buen rato de carretera. Yo te aviso y te despierto.
—No tengo sueño. Lo único que sucede es que no tengo costumbre de hacer tantos kilómetros en coche –contestó Peter al tiempo que bostezaba–. Por cierto, ¿de verdad crees que Guinetti fue asesinado?
—Sí. Cada vez tengo más claro que detrás de la desaparición de Eddie hay algo más. Guinetti lo descubrió y tanto él como su familia pagaron un alto precio. Ellen también lo sabía. Y a pesar de cambiarse de ciudad y nombre, fue encontrada y asesinada. Hay que encontrar al responsable de todo esto. Esto debe acabar aquí –concluyó Andy con determinación.
—Cuando te conviertes en Harry “el sucio” te encuentro irresistible –afirmó Peter de manera espontanea.
Aquello cogió a Andy desprevenido. Miró a Peter y sonrió. Le empezaba a gustar el atractivo anestesista cada vez más. Si salían con vida de aquello puede que hubiera alguna posibilidad para que ambos tuviesen un futuro juntos.
Aproximadamente dos horas después de haber abandonado Chicago entraban por una pequeña carretera costera que surgía de lo alto de la colina. A sus pies, acurrucado como un gato en invierno cerca de la chimenea, aparecía un pequeño pueblo al abrigo de una bonita bahía. En el extremo norte, aprovechando un espigón natural de roca que surgía de la colina se acomodaba un puerto en el que se mezclaban destartaladas embarcaciones de pesca y con otras muy modernas de recreo. La parte antigua de la ciudad quedaba reducida a un montón de viejas casas de pescadores y restaurantes a pie de embarcadero. Luego, hacia el interior de tierra firme, se extendían un sinfín de urbanizaciones y barrios residenciales repletos de tiendas, restaurantes y cines. Atravesaron sus desiertas calles en una visión casi apocalíptica. Muchos de los negocios estaban cerrados, esperando al sol y al buen tiempo para abrir sus puertas. Andy miraba con cuidado los nombres de las calles, mientras Peter empezó a teclear en el móvil de manera compulsiva.
—¿Sabes que tiene censados sólo seis mil personas en invierno? En verano, en cambio, se calculan que hay alrededor de 35.000 mil.
—Pasa bastante a menudo. Sobre todo en sitios costeros.
—Gira la cuarta a la izquierda. Luego sigue recto y, a unos 300 metros, coge la segunda salida en la rotonda. Aproximadamente un kilómetro después habremos llegado – ordenó Peter divertido.
—¿Sabes cómo llegar?
-Google maps. Para ser policía estás un poco desfasado. Normal que os lleve tanto tiempo pillar a los malos. Os llevan siglos de ventaja en tecnología –respondió Peter mientras giraba la pantalla del móvil a Andy para que la pudiese ver.
—No es eso. Lo que pasa es que no me gusta usar la tecnología para todo.
—¿Para todo? Te voy a dar un voto de confianza. ¿Qué usas para redactar informes?
Andy recordó la imagen de su vieja Olivetti encima de su escritorio. Le costó una tercera parte de su primer sueldo cuando apenas tenía 18 años. Le acompañó en el ejército y ahora vigilaba su despacho de la comisaría. Sonrió con gesto torcido. Necesitaba un curso de choque en nuevas tecnologías. Sería uno de los próximos objetivos a cumplir cuando estuviese de nuevo en Augusta. Si es que volvían.
Siguió las indicaciones de Peter y unos cinco minutos después estaban delante del porche de la pequeña casita de verano. Estaba sola, a los pies de una estribación que dejaba que la casa quedase escondida detrás de una colina. Era una pequeña construcción de principios de siglo, con dos plantas. Estaba pintada de blanco con las ventanas en azul marino, aunque su estado de dejadez era más que visible. Andy dejó el coche delante y sacó las llaves del contacto. Acercó la mano a la guantera y extrajo de ella su pistola. Peter se sobresaltó al ver el arma. Luego, con la mano, le hizo un ademán para que bajasen del coche. Peter seguía bloqueado mientras miraba la pistola de Andy.
—Es sólo por precaución. La verdad es que esto parece estar desierto –afirmó Andy mientras daba una afectuosa palmada en el hombro a Peter. El anestesista asintió y se bajó del vehículo. Ambos se encaminaron a la puerta sin saberse observados.
A unos doscientos metros, dos individuos vestidos de riguroso negro andaban a escondidas por el bosquecillo que discurría cercano a la casa. Andrej había dejado los intercomunicadores en el coche. Iban armados cada uno con dos pistolas más otra arma corta. Andrej, con una escopeta Leone YG1265, de doble cañón, ruidosa y expeditiva en las distancias cortas. Yaroslav llevaba su pequeña UZI con cargadores dobles que disparaban más de 20 balas por segundo. No querían sorpresas.
—Yo entraré por detrás. Luego tú, cuando oigas el primer disparo, ve por la entrada principal. No necesito hablar con ninguno. Dispara a matar. Si me sucede algo, acaba con ellos de todas formas. Luego mete los cuerpos dentro y prende fuego a la casa, ¿entendido? -ordenó Andrej con frialdad.
Yaroslav asintió, indiferente. Para él sólo era un trabajo más. Andrej se colocó sus gafas de visión nocturna y siguió andando por las lindes del bosquecillo, perdiéndose en la oscuridad. Caminó despacio, acercándose a la casa mientras se parapetaba en casi cualquier objeto. Con destreza militar, llegó a la puerta trasera de la casa sin hacer el menor ruido. Tocó con suavidad el pomo de la puerta e intentó girarlo. Giró emitiendo un chirrido casi imperceptible. Andrej sonrió. Esto iba a terminar esta noche. Cargó sus pistolas y sacó su escopeta Leone. Tomó aire y con sigilo abrió la puerta, sumergiéndose de lleno en la oscuridad. Un minuto después de ver a Andrej perderse por el lateral de la casa, Yaroslav escuchó un primer disparo seguido de un segundo. Se levantó de debajo del coche de policía y fue corriendo en dirección a la puerta de la entrada principal. La derribó de una patada y entró disparando una primera ráfaga de barrido con su UZI. Después, durante un par de segundos, todo quedó sumido en el más absoluto silencio. Yaroslav escuchó entonces un leve siseo. Miró al suelo y vio a Peter tirado en el suelo desde una esquina apuntándole a la cabeza con una pequeña pistola. El enorme ruso hizo ademán de apuntarle con su pequeña ametralladora pero no tuvo tiempo. El doctor, que lo tenía encañonado, disparó tres veces sobre el ruso. Dos balazos impactaron de lleno en su pecho y el último le entró por la parte inferior de la mandíbula, quedándose alojado dentro de su cráneo. Con la mirada de sorpresa congelada en su rostro, Yaroslav se desplomó al suelo mientras la sangre brotaba abundantemente de cada uno de sus humeantes orificios. Su mirada inexpresiva le confirmó a Peter algo que era evidente: el ruso estaba muerto. Con la pistola todavía humeante en su temblorosa mano Peter se acercó a la cocina donde Andy tenía encañonado a Andrej, que sangraba del hombro izquierdo. En el respaldo de una silla todavía estaba la chaqueta de Andy, que lucía un bonito agujero.
—El otro está muerto –confirmó Peter temblándole la voz–. Le he matado. Le he apuntado al pecho y le he disparado tres veces. Yo. Le he matado yo -terminó de decir mientras se autoconvencía de los hechos con el sonido de su propia voz.
—Si no lo hubieses hecho tú serías ahora mismo el que estaría tirado en el suelo, seguramente muerto. Has hecho bien, Peter –dijo Andy mientras miraba de soslayo a Andrej, que se mantenía apoyado en la pared con el brazo que le quedaba sano en alto.
—Me has jodido el hombro, imbécil –escupió Andrej. Los tres hombres, durante unos segundos se miraron en un silencio tenso.
—¿Por qué has intentado matarnos? ¿Acaso no sabes que soy inspector de homicidios? Asesinar a un agente de seguridad de EEUU es un delito federal muy grave.
—Ya lo sé, inspector Harper. No creerá usted que no sabemos quién es y a qué se dedica. Lo sabemos todo: su pasado, su carrera profesional, sus ambiciones, su futuro,... hasta sus gustos sexuales –explicó Andrej remarcando el tono de estas últimas palabras.
Andy sonrió. Desde que vio el rumbo que tomaba la investigación había asumido que tarde o temprano su vida privada se vería expuesta. Andrej siguió hablando.
—Tendrá que matarme, inspector. No tendrá ninguna información de mí. Soy un profesional y, aunque he de reconocerle que me ha sorprendido su eficacia, nunca llegará al final de todo esto –reconoció Andrej al tiempo que disimuladamente retrocedía su mano izquierda en busca del pequeño revolver que tenía detrás de su espalda.
—Deje quieta esa mano, señor Gabo –ordenó Andy al tiempo que aumentaba la tensión de sus manos y brazos– soy un excelente tirador y no dudaré en apretar el gatillo. Su hombro da fe de ello. Y como usted me conoce de una manera tan completa, sabrá que lo que digo es cierto. Teniendo en cuenta además que estamos a menos de tres metros, como alguno de los dos le dispare, es hombre muerto.
—Así que sabe mi nombre. Le habrá sido difícil conseguir mi expediente. Parece que hemos subestimado sus capacidades, inspector.
—No crea, señor Gabo. Sólo hay que saber observar con atención y tener paciencia. Todos los criminales cometen errores. Y ustedes no han sido una excepción. Por cierto, ¿quién más está implicado en la desaparición de Eddie y la muerte de Ellen? ¿Quién le paga, Andrej?
—¿De verdad cree que soy tan torpe, señor Harper? Mis patrocinadores son gente inalcanzablemente poderosa para un don nadie como usted. Nunca sabrá quién ordenó el secuestro del niño y la muerte de su madre. Le mataran antes. De hecho, los dos están ya sentenciados.
—Tú eres el que está sentenciado, escoria –afirmó Peter que hasta ese momento había permanecido al margen y que apuntaba peligrosamente nervioso a la cabeza del antiguo militar croata.
—¡Quieto Peter! Eso es precisamente lo que quiere. No se lo vamos a poner tan fácil, ¿verdad? -inquirió Andy mirando de reojo al anestesista– Tienes dos salidas. Puedes colaborar y ayudar en la investigación. Aunque me repugne puede que posiblemente vayas a un programa de protección de testigos con lo que conseguirías salvar tu asqueroso pellejo. La otra opción es menos positiva para ti –dijo enigmático Andy.
—¿Y cuál es esa segunda opción, inspector?
—Sacar el arma que tienes guardada en la espalda e intentar matarnos antes que uno de los dos te mate. Aunque ese camino, siendo realistas, no sería muy compatible con tu vida.
Andrej miró a los dos hombres con una sonrisa en el rostro. Ambos eran buenos tiradores. Si intentaba sacar la pistola de su axila o el revolver de su espalda podría, con suerte, disparar a uno de ellos. El otro, a buen seguro, lo acribillaría. La opción de colaborar no le terminaba de seducir. Tenía tantos enemigos que alguno le acabaría dando caza o en la cárcel o bien en protección de testigos. El mismo eliminó por encargo varios sujetos de este programa por encargo en sus primeros años en Chicago. Sólo había que buscar un eslabón débil en la cadena y pagar bien por la información. Todos los caminos conducían al fin de su existencia. Se había convertido en un lastre. Su suerte estaba echada. Sólo quedaba una cosa por hacer.
—Está bien, inspector. Colaboraré. No creo que me quede más salida –asintió Gabo mientras extendía las dos manos esperando ser esposado.
Andy se acercó con cuidado a Gabo. Cuando estaba a menos de un metro, Gabo sorprendió a Andy sacando un cuchillo de debajo del antebrazo. Fue directo a por el inspector, que dio un paso hacía atrás, sorprendido por la rapidez del militar. Se escuchó entonces una detonación sorda y un disparo impacto en el costado izquierdo de Gabo cuando ya estaba casi acariciando la piel de Andy con su cuchillo. Al escuchar la detonación, reaccionó levantando su arma y disparó dos veces sobre el pecho de Gabo, que cayó hacia atrás de espaldas, quedando sentado en el suelo con la espalda apoyada en una columna. Empezó a toser y escupir grandes cantidades de sangre mientras sonreía, con la boca abierta de par en par.
—Es increíble que después de años de guerra, peleas callejeras y ajustes de cuentas, vaya a morir aquí, en el suelo de una casita de playa abandonada en medio de ninguna parte –balbuceó Andrej entre estertores mientras se tocaba con la yema de los dedos los orificios de bala del pecho.
—¿Dónde esta Eddie, Andrej? ¿Está muerto, verdad? ¿Quién está detrás de todo esto? ¡Ayúdeme a que esto acabe aquí, Andrej! ¡No tiene sentido que no lo haga! –suplicó Andy mientras seguía apuntando a Gabo.
Andrej Gabo miró sorprendido a Andy. Aquel tipo no se rendía. Por lo menos, no lo había matado un don nadie sino un buen policía. De esos de los que ya no quedaban. Reuniendo las fuerzas que pudo, hizo un esfuerzo por hablar.
—El chico murió unas horas después de desaparecer. Me pagaron por secuestrarlo y por deshacerme del cuerpo – confesó Andrej mientras un ataque de tos le hacia convulsionar de manera abrupta.
—¿Dónde está el cuerpo? -gritó Andy.
—Restaurante Tony's, En Waterville. Es mío. En el despacho, debajo de la mesa. Falso suelo –dijo Andrej en tono casi inaudible mientras se iba apagando como una vela.
—¡No te mueras todavía! ¿Quién te pago? ¿Por qué escogieron al niño? -gritó Andy que había soltado la pistola en el suelo y zarandeaba a Gabo agonizando.
Gabo, más en el otro mundo que en éste, volvió un instante en sí y de manera casi imperceptible, abrió la boca.
—Novosafe. Ellos son los que... -exhaló Andrej Gabo con su último aliento al tiempo que su vista se nublaba y su corazón dejaba de latir.
Andy se quedó unos segundos en suspenso. Tras comprobar el pulso del hombre en el cuello, lo dejó apoyado en el suelo. Suspiró y se puso a registrar con cuidado el cadáver del mercenario. Encontró un móvil de última generación y una cartera con unos dos mil dólares. Ni un documento acreditativo o cualquier otra pista. Cogió el móvil y lo guardó, dejando la cartera en el bolsillo donde lo había encontrado. Luego se levantó y se acercó al fregadero dónde se empezó a lavar las manos.
—¿Te suena el restaurante que ha dicho? -preguntó Andy mientras miraba a Peter, que todavía estaba pálido.
—Sí, es un restaurante italiano. Se come bien y a un precio decente. Nunca había visto a Gabo por allí, la verdad – contestó Peter a quien todavía le temblaba la voz.
—¿No es la empresa NOVOSAFE la responsable del programa ese que era un almacén de datos médicos? ¿Cómo se llamaba? -volvió a preguntar Andy que rebuscaba en los cajones algún trapo donde secarse.
—RESLIAS. El programa es RESLIAS. Y sí, esta creado por NOVOSAFE. ¿Crees que una empresa como NOVOSAFE está implicada en el secuestro de un niño hace diez años y en la muerte de su madre?
—Además de los niños y los borrachos, los que van a morir rara vez mienten. Al menos, a mí nunca me ha pasado.
Ambos se quedaron en silencio. Andy le indicó a Peter que se debían poner a buscar inmediatamente. Antes, registró el cadáver de Yaroslav sin encontrar nada destacable a parte de otro móvil idéntico al de Andrej y algo de dinero. Guardó las armas de los dos sicarios en un pequeño bolso de cuero marrón que había en la entrada de la casa y comenzó la búsqueda. Durante casi una hora pusieron patas arriba las dos plantas de la pequeña casa de veraneo. Revisaron cada estante, cajón o recoveco, sin éxito. La frustración se hizo presente. Esperaban encontrar algo importante. Derrotados, se tiraron en dos sillones del salón. Con la mirada perdida, ambos se quedaron absortos en sus pensamientos. De repente, Andy se quedó mirando el lateral izquierdo del mueble sobre el que estaba colocada la televisión. Tenía una zona en la parte baja que era de mayor grosor en el lado izquierdo que en el derecho. Se tiró al suelo y examinó con cuidado el mueble. No tardó en darse cuenta que aquella mesa tenía un doble fondo. Encontró dibujada en aquel trozo de madera lo que parecía la silueta de una compuerta. Cogió un destornillador plano que había en uno de los cajones y un minuto más tarde consiguió, no sin pocos esfuerzos, forzar el doble fondo que había en la mesa. Dentro del hueco encontró lo que parecía un diario con las iniciales del malogrado inspector “P. G.” grabadas en su portada. Andy se levantó, mostrando el trofeo a Peter. Ambos se sentaron en la mesa del comedor uno al lado del otro y se pusieron a leer.
El diario explicaba, en sus primeras páginas, los datos que ya conocían. La implicación en el secuestro del pequeño Eddie de Andrej Gabo, antiguo jefe de uno de los clanes mafiosos que estaban presentes en Chicago. Se detallaban los datos del secuestro del niño y de como varios policías de Chicago (entre ellos los detectives encargados del caso) parecían estar implicados y comprados por Gabo. Guinetti explicaba, con todo lujo de detalles, las amenazas e insultos que recibió por parte de estos policías corruptos. Después de eso, Guinetti se dedicó a explicar en varias páginas cómo se sintió por el suicidio de su mujer. Había en el diario pasajes muy personales que Andy se juró debían de ser leídos algún día por su hija Paula. Llevaban más de veinte minutos leyendo y el ánimo empezaba a decaer. Muchas de las anotaciones eran divagaciones de un hombre atormentado. Casi al final, en una de las últimas páginas, la lectura se puso interesante. Guinetti explicaba que estaba seguro que detrás del secuestro del niño estaba de algún modo la empresa NOVOSAFE. La implicaba por ciertos documentos de la fundación hospital de Illinois, una de las clínicas pertenecientes al grupo empresarial. Andy y Peter se miraron. La fundación responsable del estudio que se hizo a los niños pertenecía al grupo NOVOSAFE. Cada vez había más flechas apuntando en esa dirección. Se hacía referencia a que los documentos estaban guardados en el garaje de su casa. Andy y Peter se miraron con expresión apesadumbrada. Las principales pruebas del caso habían volado con el incendio que asoló la casa de los Guinetti. Casi al final del diario, Guinetti expresa su miedo cada vez más creciente. Se sentía vigilado, recibía llamadas en mitad de la noche e incluso otro vehículo llegó a echarlo fuera de la carretera una noche que volvía a casa. En la última página, con los ánimos ya por los suelos, Andy leyó algo que volvió a abrir una luz a la esperanza. En ella, Guinetti hacía referencia a que en los documentos de NOVOSAFE el responsable que siempre aparece en ellos es siempre el mismo hombre: W. Mathewson.
—¡Wayne Mathewson! -exclamó Peter que leyó el nombre un segundo después que Andy.
—¿Le conoces?
—Por supuesto. Mi hospital pertenece, como otros muchos del país, al grupo NOVOSAFE. Wayne Mathewson es, desde hace muchos años, el director médico nacional del grupo.
Andy asintió con la cabeza y, de manera súbita, se levantó y comenzó a dar vueltas. La implicación de la empresa era evidente. Gabo en sus últimas palabras, Guinetti con su testimonio escrito y el error en el informe de Ellen Cistar, unido a la desaparición de su expediente psiquiátrico no eran casualidades. Había algo que la empresa NOVOSAFE quería ocultar. Como un sabueso que halla un rastro, la cabeza del inspector Anderson Harper bullía con una celeridad casi febril. De repente se quedó mirando a Peter.
—Venga, nos vamos de aquí. Tenemos que volver a Augusta
–ordenó Andy mientras se encaminaba a la puerta de salida de la casa.
—Pero, ¿qué hacemos con todo este desorden? ¿Y con los cuerpos? ¿No deberíamos llamar a la policía?
—No hay tiempo. El desorden es lo de menos. Nadie ha venido aquí en 10 años. No creo que venga nadie en unos días. Respecto a los cuerpos, si nos quedamos aquí dando explicaciones pasarán unos días preciosos hasta que podamos volver a Augusta. Y si, como parece, alguien como el director médico de NOVOSAFE está implicado en algo tan turbio como la desaparición y muerte de un niño de 13 años, darle 4 o 5 días de ventaja es un lujo que no nos podemos permitir. Cerraremos puertas y ventanas y cuando todo esté resuelto volveremos aquí y aclararemos las cosas – expuso Andy de manera contundente.
Peter asintió convencido y, tras unos minutos de duro trabajo, aseguraron puertas y ventanas. Luego apagaron todas las luces del edificio, salieron y fueron directos al vehículo. Cuando ya se disponía a subir en el coche, Andy se detuvo en seco, haciendo además gestos a Peter para que se retirase. Se agachó y vio que, debajo de su asiento, en los bajos del vehículo, unos 400 gramos de titadine estaban pegados a su chasis. Del explosivo colgaban un par de cables que estaban clavados a una batería apoyada en el suelo. En cuanto hubiese arrancado el coche y se hubiesen movido un centímetro, el coche habría estallado en mil pedazos con ellos dentro. Gabo demostró ser un autentico profesional. Habían sido muy afortunados. Desmontó con cuidado el explosivo y se lo enseño a Peter, que se quedó boquiabierto. Luego lo guardó en el bolso con las armas de los asesinos.
—Ayúdame con aquella vieja lona de barco -dijo Andy mientras señalaba un viejo trozo de lona azul que estaba tirada en una esquina-. Taparemos con ella el coche. Nadie debería darse cuenta de que está aquí. Esa colina y la propia casa lo esconden. Buscaremos el vehículo en el que han venido nuestros asesinos y lo cogeremos prestado. No tiene que andar lejos.
En menos de diez minutos encontraron el coche de los sicarios. Estaba en un pequeño claro del bosque que rodeaba la casa de verano de los Guinetti. No tenía echado el cierre y además las llaves puestas en el contacto. Lo habían dejado preparado para una huida rápida. Después de que Andy lo revisase y comprobase que estaba limpio, se montaron y arrancaron, perdiéndose en la negrura de la noche. Augusta estaba a casi 1700 kilómetros. Y debían recorrerlos a la mayor celeridad posible.