Capítulo 11 En el buen camino
Mientras todos estos pensamientos recorrían a toda velocidad por la cabeza de Andrej Gabo, Andy y Peter se sentaban en un viejo sofá de cuero negro que había instalado en el salón de la familia Guinetti. La mujer se sentó enfrente de ellos, en un pequeño butacón.
—Gracias por atendernos con tan poca antelación, señorita Guinetti –agradeció cortésmente Andy.
—No hay de qué, inspector. Parecía un asunto de extrema urgencia. Mi nombre es Paula, por favor -respondió la mujer.
—Lo cierto es que es un asunto bastante delicado, Paula.
—Pues ustedes dirán. No quiero parecer grosera ni maleducada pero, ¿a qué debo esa visita?
—Tiene usted razón. Hemos venido a su casa casi sin previo aviso y ni siquiera nos hemos presentado. Yo soy el inspector de homicidios de Augusta, Anderson Harper, y mi compañero nuestro asesor especial del departamento del FBI, el doctor Peter Tenway -se explicó Andy mientras hacía una pausa-. Investigamos la muerte de Ellen Cistar -concluyó Andy esperando ver la reacción de la mujer.
—¿Ellen Cistar? ¿Quién es Ellen Cistar? -preguntó Paula aún más intrigada mientras observaba de arriba a abajo a Andy.
-Tal vez no le suene a usted por ese nombre. Se lo cambió poco después de mudarse desde a Chicago hasta Augusta. Ellen Cistar es el nombre de soltera de Ellen Norman – explicó Andy expectante.
Paula Guinetti se puso rígida, se levantó y comenzó a dar vueltas alrededor del sofá. Andy y Peter la observaron. Después de unos instantes, les miró con la cara cargada de odio.
—¿Ellen Norman? ¡Esa maldita mujer arruinó mi familia! ¡Me alegro de que haya muerto! -exclamó la mujer y se volvió a sentar de golpe en el viejo butacón mientras empezaba a sollozar.
Ambos se miraron en silencio. Peter, con cuidado, se levantó y se acercó a la mujer, haciéndole pequeñas caricias paternales en la espalda. Poco a poco, la joven se recompuso y se tranquilizó.
—Esa mujer vino a mi padre contándole todo el asunto de la desaparición de su hijo y él comenzó a investigar el caso. Sufrimos mucho por aquello.
—¿Se presentó en su casa sin avisar? -preguntó Peter.
—No, por supuesto. Nosotros íbamos desde hace años al “Antonelli´s”, un italiano de la calle Cuarta. Y ellos, al parecer, también. El dueño del restaurante la conocía y también a mi padre. Desde hacía mucho tiempo que incluso sabía que era inspector de policía. Él fue quien los puso en contacto y les presentó. No he vuelto a pisar ese maldito restaurante desde que mi padre murió –explicó la joven con la voz languideciendo por segundos.
Andy y Peter asintieron. Después de un instante, la mujer continuó.
—Mi padre era inspector de homicidios. Ni siquiera pertenecía al departamento de desaparecidos. Pero era un hombre muy bueno, incluso quizás demasiado sentimental. En seguida se sintió implicado con la desaparición del pequeño. Así que, a pesar de las reticencias de mi madre, empezó a investigarlo en su tiempo libre. Poco a poco, el caso fue complicándose. A veces venía a casa después de varios días estando fuera, se duchaba y se marchaba de nuevo
–siguió explicando la joven mientras sacaba un pañuelo y se secaba la cara.
—¿Cómo sobrellevaron esas ausencias? -preguntó Andy.
—Mal. De hecho, eso fue el principio del fin de la relación de mis padres. Mi madre siempre fue una mujer extremadamente celosa. No quería que nada ni nadie se acercase a mi padre y el hecho de que él pasase días enteros pendiente de una joven viuda no le hacía demasiada gracia – prosiguió la joven tras sonarse la nariz–. Las peleas y discusiones empezaron a ser continuas. Una noche, estando mi padre fuera, alguien llamó a la puerta. Cuando fui a abrir, no vi a nadie. En el suelo, encima del felpudo, había un sobre de color salmón con el nombre de mi madre escrito en el dorso. Lo cogí y cerré la puerta. Llamé a mi madre y se lo entregué. Cuando lo abrió, la vi palidecer. Entonces me ordenó que cruzase la calle y fuese a casa de la señora Weasley, nuestra vecina, y me quedase allí –concluyó la mujer.
—¿Qué había en el sobre, Paula? -tanteó Andy mientras se sentaba en el borde del sillón.
—No lo descubrí hasta semanas más tarde. Mi padre, que casi nunca había tocado el alcohol, empezó a beber sin medida después de lo que sucedió con mi madre. Una noche, entré en el salón y me lo encontré casi inconsciente tumbado en ese sofá donde ustedes están ahora. En el suelo había una botella de whisky casi vacía y, desordenadas a su alrededor, un montón de fotos de esa tal Ellen y mi padre en actitud cariñosa. En ese momento, de haber tenido fuerzas y valor, probablemente le hubiese matado –dijo Paula lanzando palabras teñidas de odio.
—¿Qué es lo que le sucedió a su madre?
—¿Cómo? ¿No lo saben? -preguntó la joven sorprendida– Esa noche, después de enviarme a casa de la vecina, mi madre subió a su habitación y se puso el vestido de los domingos. Encendió la radio, cogió una de las pistolas de mi padre, se tumbó sobre la cama y se pegó un tiro en la cabeza.
Andy y Peter se quedaron atónitos. Con los ojos como platos no paraban de mirarse entre sí y observar a Paula. Tras superar la sorpresa que arrojaba la nueva información, Andy retomó el mando de la conversación.
—No teníamos ni la más remota idea. Lo siento mucho, Paula. No lo sabíamos. Tuvo que ser muy duro. ¿Cómo se lo tomaron?
—Imagíneselo. Me odié durante muchos años por meter aquel maldito sobre en casa. De no haberlo hecho, probablemente mi madre seguiría viva, y, desde el momento en el que vi las fotos, le empecé también a odiar a él. Hoy, después de tantos años, creo que todavía no lo he superado del todo –confesó Paula.
—¿Y su padre? ¿Cómo reaccionó?
—Se quedó en un estado casi catatónico. No hablaba, no comía, apenas dormía. Sólo se le veía despierto cuando salía a la calle, en busca de esa maldita fulana –dijo Paula con resentimiento.
—¿Siguió investigando?
—Sí, por supuesto. Yo diría que hasta se obsesionó más con el tema. Yo no podía entenderlo. Su mujer se acababa de suicidar y él sólo tenía tiempo para aquella buscona y su estúpido hijo desaparecido. Parecía que yo no le importaba lo más mínimo.
—¿Qué pasó la noche que su padre murió?
—Un par de meses después de aquello, regrese a casa más tarde de la cuenta. El tren de la línea 23 tuvo una avería y estuvimos cerca de dos horas detenidos en mitad de un túnel. Cuando llegué al principio de la calle, vi su coche aparcado en la puerta. Entré en casa y le llamé un par de veces. Nadie respondió. Me había acostumbrado a hacer mi vida en solitario ya que mi madre estaba muerta y mi padre era como si no estuviese. Aun así me extraño bastante no escucharlo. Tuve la sensación de que algo no iba bien. Subí al primer piso y fui a la habitación de mis padres. El suelo estaba lleno de agua y toda la habitación revuelta.
—¿Habían registrado la habitación?
—No lo sé con seguridad. A lo mejor mi padre en una de sus borracheras se volvió loco y destrozó el dormitorio.
—Continúa, por favor.
—Entré en el baño y allí estaba. Hundido en el fondo de la bañera, con los ojos cerrados y una mano en el pecho. Debía llevar un buen rato muerto. Cerré el grifo y llamé a la policía
–terminó la joven al tiempo que un par de lágrimas rodaron por sus mejillas.
—¿Qué dijo la policía?
—Lo cierto es que llegaron muy pronto. Al rato se llevaron el cuerpo y al día siguiente me llamaron de la central. Me dijeron que mi padre estaba borracho cuando se ahogó. No quise saber más y colgué.
Andy se levantó del asiento y empezó a dar vueltas. Se cerró en sí mismo, comenzando a caminar en círculos. De repente, sorprendiendo a Peter y Paula, se giró y se acercó a la mujer.
—¿Encontraron una botella de whisky al lado de su padre, verdad? -preguntó Andy.
-Sí, casi vacía. ¿Cómo lo sabe? -respondió incrédula la chica.
—Señorita Guinetti, necesito que me dé permiso para exhumar el cadáver de su padre –rogó Andy.
—¡No! -exclamó la mujer con un grito ahogado.
—Es imprescindible para mi investigación. Le aseguro que cambiara de manera notable la percepción de las situaciones que ha vivido. Entiendo su dolor pero debe comprender…
—decía Andy antes de ser interrumpido.
—No es que no quiera, inspector. Es que no puede ser. El cuerpo de mi padre fue incinerado.
—¿Incinerado? ¿No llegaron a hacerle la autopsia?
—No hubo tiempo. Alguien cometió un error en la funeraria y fue incinerado por accidente. Mi padre hubiese preferido un entierro como las viejas tradiciones indican pero no pudo ser.
—¿Un error, dice? Cada vez lo tengo todo más claro – exclamó Andy, al tiempo que se sentaba enfrente de la sorprendida mujer-. Su padre fue un héroe, señorita Guinetti.
—¿Pero qué esta diciendo? Era un buen policía pero de ahí a declararlo un héroe creo que media un abismo.
—Yo creo que sí, Paula. Le diré lo que pienso. Su padre empezó a investigar el secuestro del niño y se encontró con un asunto que iba más allá de la propia desaparición. Yo mismo me he visto expuesto a varios problemas y trabas internas desde que investigo la muerte de Ellen. Estoy seguro de que algunas personas muy influyentes están implicadas, tanto en la desaparición de Eddie como en la muerte de Ellen. Lo estaban cuando su padre investigaba y lo siguen estando ahora. Necesito que me responda a algo ¿Las fotos de su padre y Ellen eran muy explícitas?
—La verdad es que no. Salían dándose un abrazo o mi padre echándole a ella el brazo por el hombro. En otras sólo charlando en una cafetería o en el banco de un parque. Ahora que lo dice, ninguna de esas fotos demuestra con claridad que ambos tuviesen una relación sentimental.
—Eso es porque no la tenían. Las mismas personas que me han estado siguiendo desde que comencé a investigar, lo hicieron con su padre. Tomaron las fotos y se las dieron a su madre, buscando la confrontación entre ambos y pensando en conseguir que su padre se retirase de la investigación. Los efectos conseguidos seguro que excedieron lo esperado en varios sentidos.
—¿A qué se refiere? -preguntó ansiosa la joven.
—En primer lugar, los implicados seguro que no esperaban el suicido de su madre. Eso fue para ellos un golpe de suerte. Suponían que su padre se retiraría del caso y sus problemas se esfumarían. Entonces, su padre hizo lo inesperado. En vez de llorar la muerte de su mujer y abandonarlo todo, le dedicó al mismo todos sus esfuerzos. Dejó a las noches y al alcohol como únicas vías de escape a sus remordimientos. Por segunda vez eso, a buen seguro, sorprendió a los implicados. Entonces, es probable que su padre descubriese algo importante, o tocó alguna tecla peligrosa. Se pusieron nerviosos. Sabían que la determinación del inspector no tardaría en encontrar pruebas. No lo podían permitir. Por eso tuvieron que actuar –terminó de decir Andy.
—¿Qué quieres decir, Andy? -preguntó Peter.
—Seguro que ellos sabían de los problemas de alcohol de tu padre. Supongo que no debe de ser difícil meter algún tipo de droga o sustancia que provoque efectos parecidos a un infarto en una botella de bourbon. La casa estaba todo el día prácticamente vacía, contigo estudiando fuera y tu padre investigando. Tu padre, como todas las noches, llega a casa y ahoga sus penas con el whisky sin saber que esta firmando su sentencia de muerte. Una vez lo ven inconsciente, lo suben arriba, lo desnudan, llenan la bañera de agua y lo tiran dentro. Parece un accidente.
—Pero, ¿y la policía?
—Los policías que llegaron esa noche a tu casa es más que probable que estuviesen implicados en la trama. Eso explica por qué llegaron tan pronto. Tu padre no murió de muerte natural. Fue asesinado.
—Aunque sea cierto, ¿no hubieran detectado esos tóxicos en su sangre? -preguntó sorprendida la mujer.
Andy se mantuvo en silencio mientras observaba a Peter y a Paula que lo miraban incrédulos. Unos segundos después, Peter se levantó bruscamente.
—¡La incineración! No llegó a hacerse la autopsia de su padre. Ellos consiguieron eliminar las pruebas eliminando todo rastro de ellas. Brillante –dijo Peter mientras se sentaba de nuevo en el sofá.
—Leí los datos en el informe policial sobre la muerte de tu padre. No decía nada de una botella de whisky ni que la habitación estuviese revuelta. Sin duda, hay algún estamento policial de Chicago que también está implicado en todo esto.
Todos se mantuvieron en silencio. Lo descubierto esa noche cambiaba el enfoque de la investigación. Con policías implicados, la posible lista de aliados de Andy se reducía cada vez más, y lo sabía. Estaban prácticamente solos.
—¿Sabes si tu padre guardaba documentación en algún sitio?
—pregunto Andy.
—Sí, guardaba varias cajas en el garaje.
-¿Podríamos verlas? -preguntó excitado Andy.
—No. Pocos meses después de fallecer mi padre hubo un incendio en el garaje. Quedó reducido a escombros. Nada de lo hubiese guardado allí mi padre se pudo salvar. Ahora que lo pienso, ¿no sería también provocado? -cuestionó la joven ligeramente asustada.
—Es probable. Querían asegurarse de que quedaban destruidas todas las pruebas del caso. ¿Sabe algún sitio donde su padre hubiese podido esconder información?
-No lo sé, inspector. Aunque ahora que lo dice... – respondió Paula a quien, de pronto, se le pareció encender una bombilla dentro de su cabeza.
—¿Qué? Dígame lo que sea, Paula. Cualquier idea que tenga. Hable –apremió Andy.
—Está la casa de verano de mi abuelo, en las afueras de Muskegon. Es una pequeña casa que tenían mis abuelos donde pasábamos los veranos. Está a pie del lago Michigan, frente por frente a Milwaukee.
—¿Muskegon? -preguntó Peter.
—Es un pequeño pueblo pesquero bastante turístico y pintoresco. Llevo más de 10 años sin ir. Una semana después de morir mi madre, encontré las llaves de la casa al lado de su cartera mientras él dormía en el suelo del salón. Lo desperté a voces, gritándole que mi madre sólo hacía una semana que estaba muerta y él ya estaba yendo de picnic al lago con aquella ramera –confesó la joven sorprendida de sus propias palabras, empezando además a llorar.
Andy se levantó y le pasó la mano por el hombro.
—Usted no sabía lo que ocurría. Su dolor era normal y su reacción lógica. ¿Qué le respondió?
—Lo primero que dijo fue que no era lo que parecía y después que no era asunto mío. Cuando le volví a increpar, se levantó y se fue. Ojala no lo hubiese hecho –dijo arrepentida la joven.
-Escúcheme con atención, Paula. Necesito ir a echar un vistazo a la casa del lago. ¿Tiene algún inconveniente en ello?
—De ningún modo. Espere, que le doy las llaves. La dirección completa está escrita en el llavero –respondió la joven al tiempo que se levantaba y cogía un pequeño llavero de un cajón de la cómoda del salón.
—Gracias. Otra cosa que ha de saber es que debe usted abandonar la ciudad. Estamos removiendo asuntos bastante turbios. A nosotros mismos nos han estado siguiendo y creo que está usted en peligro. No le diga a nadie dónde va, ni siquiera a mí. Y debe irse esta noche. La casa supongo que tiene una puerta trasera, ¿no es así?
—Sí. Detrás de la cocina. Es un callejón que va a parar a la calle Stranton.
—Está bien. Haga una pequeña bolsa, coja lo imprescindible, salga por detrás y, si en una semana no consigo localizarla, vaya a ver a este hombre. Es agente del FBI en Boston –dijo Andy al tiempo que sacaba la tarjeta del agente Harry Norris y se la entregaba.
—Me está usted asustando, inspector Harper.
—Son precauciones, y es probable que no pase nada. Ha de estar tranquila. Harry... el inspector Norris es una persona de total confianza. Cuéntele todo lo que hemos hablado hoy aquí. No se fíe de nadie ni llame por teléfono. Evite sacar dinero con tarjetas y cuando se conecte a Internet evite usar cuentas de email, redes sociales o similares. La situación, si no me equivoco, va a empeorar –dijo Andy al tiempo que se ponía de pie.
La joven, todavía en estado de shock, asintió con la cabeza y se levantó, marchándose por las escaleras en dirección al piso superior. Diez minutos después, bajaba con una pequeña bolsa de deporte.
—¿Cuánto dinero tiene?
-Unos 800 dólares.
—Tome. Aquí hay 400 dólares más. Con esto ha de tener suficiente dinero para un par de semanas. ¿Lo ha entendido?
—Sí. Entendido.
—Está bien. Saldremos al mismo tiempo. En cuanto escuche que cerramos la puerta delantera, salga en silencio por detrás. No podemos saber si nos vigilan, así que nos quedaremos cuatro o cinco minutos delante del jardín hablando para llamar la atención. Recuerde, nada de llamadas, ni tarjetas, ni móvil ni internet. Deje un par de luces encendidas. Suerte, Paula –deseó Andy mientras le estrechaba la mano a la joven.
—Gracias. Y tengan cuidado. Quiero que me prometan...
—Lo sé, Paula. Quiere que le prometa que atraparé a los que han montado este circo. No se preocupe, esa promesa ya se la he hecho a otras dos personas más. Y cumpliré con mi palabra. Siempre lo hago –dijo Andy mientras se giraba y se despedían de la joven, que se encaminaba hacia la cocina.