Capítulo 5 Sala de urgencias
Andy aparcó el coche delante del Harod´s. Era un bar deportivo, con tres pantallas gigantes donde la gente iba a ver el fútbol o el béisbol mientras se emborrachaba con cerveza y comía patatas rancias. Tenía una veintena de mesas y todo su interior era de madera. Fue directo a la barra y una camarera se le acercó.
—¿Qué es lo que quieres ricura? -preguntó la camarera, que debía rondar los cincuenta años.
—Una Budweiser, por favor –respondió Andy.
La camarera asintió y sacó una botella de cerveza de la nevera. Se la abrió y la dejó delante de Andy, que sacó un billete de diez dólares y lo dejó encima de la barra. Luego se levantó, cogió su botella y se fue a una de las mesas situadas en el rincón, lejos de todos. La bebió despacio, sin prisas. Pocas cosas en la vida superaban el poder tomar una cerveza bien fría después de un duro día de trabajo. Mientras la saboreaba miró el reloj. Las 20:10. El doctor se retrasaba.
Cinco minutos más tarde Andy apuró su primera cerveza. Levantó la mano para llamar la atención de la mujer de la barra. Cuando la mujer se dio cuenta y lo miró, Andy le pidió por señas otra botella. Instantes después la joven camarera que atendía las mesas se acercaba a Andy con su bebida. Retiró la botella vacía y colocó la nueva en su lugar. Andy sacó otro billete de diez y se lo dejó a la camarera en la bandeja. Era una chica joven de unos 24 o 25 años. Sonrió a Andy y soltó un papel junto a la botella. Andy miro la nota: era un número de teléfono. Andy sonrió de manera cortés. La camarera se ruborizó.
—Por si necesita algo más.
—Gracias –contestó Andy mientras guardaba el papel con el número en el bolsillo de su gabardina.
La chica se dio la vuelta y se fue, sonriendo como una colegiala. Cuando la segunda cerveza estaba casi liquidada, su móvil sonó. Eran las 20:25.
—Inspector Harper al aparato.
—Buenas noches, inspector. Soy Eleanor Rosenwood, médico de urgencias del County General. Le llamo para informarle que el doctor Peter Tenway ha tenido un accidente y está aquí, ingresado en urgencias.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Se encuentra bien? ¿Cuándo ha pasado? – bombardeo a preguntas Andy con preocupación.
—Tranquilo inspector. Se encuentra bien y fuera de peligro. Sólo está magullado y un poco asustado. Al parecer y según nos ha contado, un coche lo ha echado de la carretera. Ha insistido en que le avisemos.
—Voy para allá. Gracias doctora –dijo Andy al tiempo que colgaba el teléfono.
Se levantó y salió como alma que lleva el demonio. Se montó en el coche, encendió la sirena y salió lanzado hacia el hospital. La situación se hacía cada vez más compleja.
Veinte minutos más tarde, Andy se bajaba de su vehículo y se encaminaba hacia la entrada de urgencias. El County General era el hospital de referencia de todo el condado. Estaba situado a las afueras de la ciudad. Su predecesor, un precioso edificio de ladrillo de cuatro plantas, estuvo situado en pleno centro de Augusta. Este era tan antiguo que decidieron que era mejor construir uno nuevo en las afueras antes que rehabilitar el viejo. De eso hacía casi diez años. El nuevo hospital estaba en una inmensa llanura, con muchas zonas verdes alrededor. Había un pequeño pero frondoso bosque de pinos en su parte posterior. Tenía un aparcamiento subterráneo de dos niveles y el edificio contaba son seis plantas. Las estancias eran amplias y luminosas. Se construyó incluso un ala lateral que se dejó cerrada y preparada por si algún día era necesario una ampliación. Era un buen hospital.
Andy se fue directo al mostrador de urgencias, sacó su placa y preguntó por Peter. Una joven se giró al escuchar el nombre de Peter y se acerco a Andy.
—Buenas noches, inspector. Soy la doctora Rosenwood. Hablamos antes por teléfono –dijo la joven–. Está en una habitación aparte. Venga conmigo, por favor –terminó de decir la doctora.
Andy siguió a la joven por un largo pasillo. Luego se detuvieron delante de una habitación, la 113. La doctora golpeó con suavidad con los nudillos.
—Peter, está aquí el inspector Harper. ¿Podemos pasar?
—Sí, sí, pasad -respondió la voz de Peter desde el otro lado de la puerta.
Entraron y vieron a Peter sentado en la cama. Tenía el torso desnudo y una enfermera estaba quitando los electrodos del pecho. La enfermera le alargó a la doctora una tira con el electrocardiograma que acababa de salir de la impresora.
—Aquí tiene, doctora.
—Perfecto. Gracias Mary –dijo la doctora Rosenwood al tiempo que lo cogía–. Haber qué tal está tu motor, Peter.
Después de observar el registro durante unos segundos le pasó el papel a Peter y éste lo desestimó con una sonrisa. Andy, desde una esquina de la habitación, observaba en silencio.
—Bueno Peter, todo esta correcto. Iré a prepararte los papeles del alta. Volveré en unos minutos.
—Gracias, Eleanor. Te lo agradezco. Tengo ganas de irme a casa –contestó Peter con la fatiga reflejada en su mirada. La médico salió dejando a Peter y Andy a solas.
—Lo siento. Todo esto es culpa mía –empezó a decir Andy tras unos instantes de silencio.
-¿Pero qué dices? No es culpa suya, inspector....Andy. No has tenido nada que ver. No entiendo cómo puedes tener la culpa porque suceda algo así.
—No deberías haber ido al St. Joseph. Era asunto de la policía. No debí permitir que fueses. De haberte quedado en casa no te habría pasado nada. Si quieres interponer una denuncia contra mi, lo entenderé –contestó Andy.
—¿Una denuncia? ¿Acaso te has vuelto loco? ¡Bobadas! Hubiera ido a St. Joseph para poder finalizar mi informe de todos modos. Nunca sabemos dónde está el peligro.
—¿Cómo ha ocurrido?
—Salí rápido del hospital porque eran las siete y media pasadas. Había quedado contigo y no me gusta llegar tarde. No llevaría ni dos kilómetros desde que salí del St. Joseph cuando vi un coche negro que me seguía.
—¿Pudiste reconocer coche y modelo? -preguntó Andy con calma mientras sacaba su pequeño bloc de notas del bolsillo de la chaqueta.
—Creo que era un Cadillac. No sé el modelo porque no entiendo mucho de coches. Lo único que sé es que no era un coche moderno. Sus formas eran de los años 60 o 70. Aunque lo cierto es que no estoy seguro.
—Continúa, por favor –animó Andy.
—Se mantuvo a una distancia prudencial, unos 100 metros más o menos. Entramos en la carretera que bordea el lago Penney. De repente, aceleró y se dispuso a adelantarme. No me extrañó. No me gusta correr y pensé que era de ese tipo de conductores inquietos que no soportan ir detrás de otro coche más de un minuto. Yo invadí un poco el arcén para facilitarle la maniobra. Cuando estaba a mi altura, me tocó el claxon y le miré. Tenía sus espejos tintados y no pude ver a nadie. De pronto, justo al llegar a una curva se me echó encima. Yo viré con brusquedad para evitar el choque y me salí de la carretera. No pude controlar el coche y me estrellé contra un cenagal en el lago. Pude salir por los pelos antes que mi coche se hundiese. Cuando conseguí llegar a la orilla, volví la vista a la carretera. El otro coche se había esfumado.
Andy se puso de pie y comenzó a dar vueltas por la habitación. Primero un desconocido quema la casa de Ellen. Al mismo tiempo, a un buen puñado de kilómetros de distancia, alguien echa de la carretera a Peter al salir del psiquiátrico tras seguir con la investigación del historial médico. Demasiadas casualidades juntas. Andy sabía que cuando esto ocurría era porque alguien no desea que se investigue más el tema.
—Voy a hablar con la central. Solicitaré que te pongan protección. Creo que hemos enfadado a alguien y te he puesto en peligro.
—¿Protección? ¿Pero de qué demonios hablas? -exclamó Peter.
—Sí. Alguien puede ir a por ti. Será sólo por unos días, hasta que desenrede todo este embrollo.
-Andy, por el amor de Dios ¿No crees que estas exagerando? - preguntó Peter con vehemencia.
Andy le negó con la cabeza. Luego con un hilo de voz, le relató a Peter lo sucedido con la casa de Ellen Cistar. No le contó nada de lo que había hablado con la señora McCallister. Después de acabar la exposición de Andy, Peter se quedó con la boca abierta. Durante unos segundos ambos se miraron.
—Me da igual. No quiero una niñera con placa metido en mi casa.
—No es negociable. Yo me tengo que ir mañana de la ciudad por temas de la investigación y no te voy a dejar expuesto. Es mi última palabra.
Peter frunció el entrecejo. Luego se sentó de golpe en la camilla.
—Tengo una idea. Tú me has metido en esto, ¿no es cierto?
—preguntó Peter con una maliciosa media sonrisa.
—Sí, eso me temo.
—Yo no quiero un extraño en mi casa. Y tú eres el responsable de la situación y quien debería velar por mi seguridad hasta que esto acabe. Pero como te vas, no puedes hacerlo, ¿no es cierto?
—Así es –contesto Andy intuyendo que no le iba a gustar lo que vendría a continuación.
-Yo tengo unos diez días de vacaciones. Así que, como aquí no estoy seguro, iré contigo. Así podrás protegerme, señor inspector, y yo podré disfrutar de mis días de descanso.
—Pero, ¿Qué estás diciendo? ¿Estás loco o qué te pasa?
-exclamó Andy- Creo que te has debido golpear la cabeza en el accidente más fuerte de la cuenta. Eso es imposible. No voy a exponerte a una situación más peligrosa. Además, no sé lo que puedo encontrar durante mi investigación.
—Me da igual. Estoy en peligro igualmente, me quede o me vaya. Prefiero irme. En general siempre he desconfiado de la policía pero en cambio tú me transmites seguridad. No se cómo explicarlo pero cuando estoy contigo estoy mucho más tranquilo. Déjame ir contigo, por favor.
Al inspector Harper no le gustaba el cariz que estaba tomando el asunto. Podían expedientarlo. Miró a los ojos a Peter. Aquellos vivos ojos azules relampagueaban mientras le observaban. Andy siempre había sido un oficial modélico. No se podía creer lo que estaba a punto de hacer. Suspiró pesadamente. Mierda.
—¿Entiendes que no puedo asegurar que no te vaya a pasar nada, verdad? No sé que nos vamos a encontrar.
—Si quieres puedo hasta firmarte un documento que te exima de cualquier responsabilidad, señor inspector. Andy suspiró de nuevo.
—Está bien, Peter. Si vienes será bajo tu cuenta y riesgo. Te pondré sólo una condición. Me obedecerás en todo lo que te pida que hagas sin hacer preguntas. Si te pido que te quedes en el coche tres horas, deberás hacerlo. Me pueden sancionar si se enteran que un implicado en la investigación viaja conmigo haciendo turismo. No serán más de dos o tres días. No esperes que sea excitante. Va a ser un completo aburrimiento. ¿De acuerdo? -preguntó Andy adelantando la mano.
—De acuerdo, Andy –dijo Peter al tiempo que estrechaba la mano del inspector sellando el pacto entre caballeros.
Un momento después entro la doctora Rosenwood con los papeles del alta. Peter los firmó y agradeció a la joven doctora sus cuidados. Ella salió, dejando a Peter un pijama viejo del hospital encima de la cama. Peter se levantó y empezó a desnudarse delante de Andy.
—Te esperaré fuera –dijo Andy, que salió de la habitación con prisas ante la desnudez del anestesista.
Quince minutos más tarde estaban montados en el coche del inspector. Iban a casa de Andy a recoger algo de ropa. Habían decidido ir a dormir a casa de Peter para salir temprano a primera hora de la mañana siguiente. Peter tuvo la idea y Andy no quiso discutir. La casa del inspector estaba muy cerca del County. No llevarían más de 2 o 3 minutos en el coche cuando se detuvieron en un edificio de cuatro alturas situado en el número 25 de la calle Green. Después de parar el motor, Andy le pidió a Peter que se quedase en el coche.
—Serán sólo 5 minutos. Cogeré tres mudas de ropa y poco más. Mantén los ojos bien abiertos. Enseguida bajo.
—De acuerdo.¿Te parece bien que mientras llame para pedir comida china? Podemos recogerla de camino. Estoy muerto de hambre.
Andy afirmó con la cabeza al tiempo que cerraba la puerta del coche. Subió a su casa, abrió la puerta y entró. Era un pequeño apartamento de unos 70 metros cuadrados. No era un piso enorme y lujoso pero estaba bien para un soltero. La señora Owen, su casera, no le había subido el alquiler en años. Como a casi cualquier anciana le encantaba tener a un policía viviendo en su edificio. Tenía una cocina que no era demasiado grande que se comunicaba con un pequeño patio que hacia las veces de lavadero. Entró y fue al armario situado encima de la secadora. Cogió su vieja bolsa de deporte y se fue al dormitorio. Al pasar por el salón vio lo desordenado que estaba. Cuando regresase tocaba limpieza, sin duda. Entró en su cuarto y cogió varias mudas con rapidez que tiró de cualquier manera en la bolsa. Fue al baño y abrió el neceser, echando dentro su cepillo de dientes, un bote de pasta, la maquinilla de afeitar y algo de colonia. Por ultimo fue al armario que estaba en el otro dormitorio y que hacia las veces de despacho. Lo abrió y levantó una tabla suelta que tenía detrás del último cajón. Recogió de su particular caja de seguridad dos cargadores de su pistola y 800 dolares. Empezó a colocar la tabla en su lugar cuando rectificó y la levantó de nuevo, cogiendo otro cargador más. Mejor que sobren balas. Cerró la bolsa y salió del piso, echando antes el cerrojo.
Se alejó del edificio y se fue directo al coche. Se montó justo cuando Peter colgaba su teléfono móvil. Se acomodó, tiró la maleta de deporte a la parte trasera, se puso el cinturón y arrancó el vehículo. El Ford Explorer Interceptor ronroneó como un gatito. Un par de minutos después estaban en la autopista de camino a Waterville, directos a casa de Peter.
—Sal por esta salida. Por aquí llegaremos antes al restaurante chino. El Ku-bak de gambas con salsa de ostras es una delicia.
—De acuerdo. ¿Cómo se llama el restaurante?
—Se llama “El jardín del sol”. Tienen también comida japonesa y sushi. He pedido un poco de todo.
—A ver si no conseguimos levantarnos mañana de la cama – dijo irónico Andy.
—Sí, tranquilo. El truco está en no comer mucha salsa de soja. Seguro que podemos levantarnos. Por cierto, ¿Cuál es nuestro plan para mañana?
—Mi idea es ir primero a Boston. Tengo allí un amigo que trabaja en el FBI y que me debe un favor. Espero que haya conseguido alguna información valiosa.
—¿Boston? Hace mucho tiempo que no bajo por allí. Podríamos ir a comer al Legal Sea Foods que hay en el puerto de la ciudad. Sus bocadillos de langosta con mayonesa de azafrán son realmente espectaculares.
—No sé si podremos. Ya te he dicho que esto no es un viaje de placer. La prioridad es encontrar pruebas del caso de Ellen. Es un viaje de trabajo.
Peter se quedó callado. Se hizo un silencio algo tenso. Andy, que sabía que a veces era bastante brusco, resopló.
—Aunque supongo que a nadie le hace daño un buen bocadillo de langosta. Intentaremos ir pero no te prometo nada.
—Gracias Andy. No te arrepentirás. Por cierto, allí está. Es en aquella esquina –dijo Peter al tiempo que señalaba con el dedo hacia un local con multitud de luces de neón–. Detente y yo me bajo a por la comida. Será un minuto. Invito yo – terminó de decir Peter al tiempo que saltaba del coche nada más detenerse.
Una vez recogida la comida se encaminaron a casa de Peter. Aparcaron el coche patrulla en la entrada de casa, en una parte bastante visible. Eso serviría también como elemento disuasorio. Una vez dentro, fueron a la cocina y dejaron las cajas de comida. Peter sacó unos platos, tenedores y un par de cervezas bien frías. Sin mediar palabra se abalanzaron sobre la comida. Ambos estaban hambrientos.
—Pásame el arroz tres delicias, por favor –pidió Peter.
-Toma –contestó Andy con la boca llena–. Por cierto, ¿qué pasa con Nerón?
—Gracias. Creo que se va a quedar aquí en casa. No creo que le pase nada. Le dejare bien repuesto su casillero de agua y comida. Además tiene la gatera de la puerta de atrás abierta y le gusta salir a buscarse la vida. Ahora iré a hablar con Grace, mi vecina, para que se pase cada día y le eche un ojo. Él también va a cogerse unas vacaciones, ¿Verdad? -contestó Peter al tiempo que acariciaba la cabeza del felino que tenía a sus pies.
El gato ronroneó mientras se retorcía de placer. Acabaron de cenar y se dispusieron a recogerlo todo. Andy metió los platos y cubiertos en el fregadero mientras Peter limpiaba la encimera de la isla donde habían comido.
—Ve si quieres a ver a tu vecina mientras yo termino de recoger –sugirió Andy.
—¿Si?¿No te importa?
—Por supuesto que no. Ha sido un día duro y cuanto antes acabes de organizarlo antes podremos ir a dormir. Hay que estar descansados para mañana.
—De acuerdo. Me voy. Vuelvo en diez minutos.
Andy acabó de recoger y fue al salón. Mientras buscaba el mando de la televisión se puso a curiosear por los muebles. Peter tenía un montón de fotos de diversas cenas, comidas y fiestas. Había una en la que salía con un montón de niños, todos vestidos con un uniforme de baloncesto de color amarillo. En ella, Peter no tendría más de 15 años. Le costó trabajo localizarlo entre tantos críos pero aquellos ojos azules eran inconfundibles. Su graduación en el instituto, la de la universidad,... De pronto encontró una que le sorprendió. En ella se veía a un Peter bastante joven, con aproximadamente unos veinte años menos, vestido de militar. Andy reconoció el águila que sujeta un tridente, con una pistola en primer término y un ancla detrás: los Navy SEALS, la fuerza de élite del ejército estadounidense. De pronto, el ruido de la puerta al cerrarse le sobresaltó.
—Todo el mundo tiene un pasado –dijo Peter con una sonrisa.
—No sabía que habías pertenecido a los SEALS. No entra cualquiera. Lo sé por experiencia –expuso Andy sorprendido.
—Sí. Son muy exigentes. Acabé el instituto y vino un reclutador a vernos. Tuvimos una charla y me convenció. Yo quería ayudar a los demás y me pareció una buena forma de contribuir. Después de graduarme, me presenté al examen de acceso. Tuve algo de suerte pues ese año el nivel de mi grupo de examen no fue excesivamente alto. Pasé con excelente nota el examen físico y el examen teórico. Siempre fui muy aplicado y disciplinado –confeso Peter mientras se acercaba y miraba de cerca la foto con su uniforme militar–. Conseguí pasar por los pelos las pruebas de supervivencia pero las pasé. Fui el alumno más joven en graduarme como SEAL ese año en todo el país –terminó de decir Peter.
—¿Qué pasó luego? ¿Llegaste a entrar en combate?
—preguntó Andy intrigado.
—No. Al mes y medio en unas maniobras en las Montañas Rocosas me caí desde un desnivel de 11 metros. Me salvé de milagro. Me fracture 6 vértebras, la cadera izquierda y me perforé un pulmón. Si no hubiese sido tan joven y con una forma física tan excepcional, a buen seguro habría muerto. Fue una carrera meteórica. Y corta también. Probablemente mucha gente se alegró de ello. No fue fácil para muchos como un chaval casi imberbe pasaba unas pruebas tan exigentes. Estuve más de una año recuperándome. En ese tiempo creo que fue donde apareció mi vocación por la medicina –contó Peter con cierta resignación dibujada en su voz.
—¿Te licenciaron?
—No, lo cierto es que no quisieron perderme. Me ofrecieron puestos de formador e incluso de reclutador de nuevos talentos. Pero no era lo que yo quería. No me veía toda la vida preparando jóvenes para ir a las distintas guerras presentes o futuras mientras yo me quedaba en casa viéndolo por televisión. Así que me licencie y empecé a estudiar medicina –concluyó Peter.
Andy le miró comprensivo. Entendía perfectamente la sensación de fracaso. Él mismo intento en su juventud en dos ocasiones pasar las pruebas de acceso de los SEALS. No pudo aprobar en ninguna de las dos.
—Bueno, subiré a hacer el equipaje. Si quieres te puedes duchar. Al fondo del pasillo, enfrente de la cocina, hay un pequeño baño con una ducha. Hay toallas limpias en la estantería. Ahora te bajaré mantas y una almohada vieja. El sofá no es como una cama en el Hilton pero se duerme bien. Lo sé por experiencia.
—Gracias, Peter. Será suficiente.
-No hay de qué. Por cierto, ¿a qué hora quieres salir?
—Creo que a las siete estará bien. Quiero llegar pronto a Boston.
—Perfecto. Buenas noches, inspector Harper.
-Buenas noches.
Andy cogió sus cosas y se fue al baño. Después de todo el día de trabajo, su cuerpo agradeció sobremanera aquella ducha. Cuando salió, se encontró una mullida almohada de plumas encima de un edredón viejo. Lo estiró en el sofá y se refugió debajo, quedándose dormido en cuestión de segundos.