Capítulo16 Atando cabos

Andy estaba sentado en una coqueta cafetería que había enfrente de la comisaría. Le gustaba estar allí porque se respiraba tranquilidad. Era un ambiente cálido y acogedor, en el que podía desconectar de todo. Aunque ya podía volver por su oficina, todos seguían cuchicheando a sus espaldas. No era algo agradable y por eso Andy evitaba en la medida de lo posible estar en su despacho. Cuando tenía que hablar con el comisario Michaels, se citaban en la cafetería o en algún otro lado para comer. Aquél era uno de esos días.

—Bien, ya me has pedido el café. Lo necesito. ¿Cómo está mi chico preferido? Esto se tiene que acabar, Harper. Cada vez que quieres hablar quedamos aquí o en Mama Louis. A este paso mi colesterol me matará con más rapidez de la que deseo. ¿Sabes que puedes volver a casa, verdad? -preguntó con cariño el comisario.

—Lo sé, comisario. Lo que sucede es que todavía no me acostumbro a los cuchicheos. La verdad, no creo que lo haga nunca. De hecho, estoy pensando en pedirme un traslado – confesó Andy.

—¿Un traslado? ¡Qué poco nos duran las estrellas! ¿Quién ha sido? ¿la CIA? ¿la NSA? -se quejó el comisario.

—Ninguno de ellos. Nuestros jefes me han propuesto dirigir el departamento de desaparecidos. Mi grupo sería el encargado de toda la Costa Este. Tendríamos base en Boston. He dicho que lo pensaría pero creo que acabaré aceptando –explicó Andy con una sonrisa.

—Me alegro por ti, Andy.
-Gracias, señor.

—Antes supongo que acabarás el informe del caso, ¿verdad?

 

—preguntó Michaels simulando estar enfadado.

—Por supuesto. En las últimas tres semanas he estado muy atareado. Ya he hablado con el FBI de Chicago. Ha habido una docena de detenciones, cinco de ellas antiguos agentes y cargos de la policía de la ciudad. También se ha detenido a un antiguo jefe de departamento del FBI. Todo ello gracias a los papeles encontrados en la caja fuerte de Jameson. Aquí, en Maine, se ha detenido al doctor David Blend por el incendio del St. Joseph. Al parecer seguía órdenes de Ashcroft, director médico del centro, que también ha sido detenido. Ashcroft a su vez tenía órdenes directas de Jameson de impedir que alguien revisase las historias hasta que RESLIAS estuviese completado. Ambos han pedido negociar su condena a cambio de una confesión pues tenemos bastantes pruebas de tipo informático –se explicó Andy.

—Debe tener usted un club de seguidores ya bastante numeroso, Harper –respondió divertido el comisario.

—Eso parece. Además, el programa RESLIAS ha sido cancelado. La nueva cúpula directiva de NOVOSAFE así lo ha decidido. Hay una empresa japonesa que ha presentado una oferta muy interesante por la compañía, según he oído. De hecho, Noah Jameson, como único heredero de las acciones de su padre, quiere venderla. No quiere saber nada de su legado.

—¿Qué sucederá con los Jameson?

—Noah se ha declarado culpable del incendió de la casa de Ellen Cistar. Tiene varios atenuantes y su ayuda en la resolución del caso de Eddie Norman juega a su favor. La juez no será muy dura con el chico. Se quedará probablemente en un tirón de orejas. Su madre, en cambio, ya está en prisión preventiva. Tiene poco a lo que agarrarse, aunque el tema mental parece la mejor opción de defensa. No sé qué pasará con ella pero se la ve bastante tranquila.

—Y qué se sabe del cuerpo del pequeño Eddie, ¿ha aparecido por fin? -volvió a preguntar el comisario.

—Sí. Hace una semana. El FBI me llamó y me lo notificó. Con él estaban enterrados al parecer dos cadáveres más. Dos hombres que concuerdan en edad y físico con el especialista en perfusión de origen árabe y el enfermero filipino que contrato Gabo. El niño ya está enterrado junto a su madre en Chicago –terminó de decir Andy.

Durante el instante en que se quedaron en silencio, el ruido de la televisión les llamó la atención. Parecía un boletín especial en el canal 7.

—“...Señoras y señores, tenemos una noticia de última hora. El principal aspirante a candidato republicano para la Casa Blanca y gobernador del Estado de Maine, Donald Jhonson, acaba de anunciar su dimisión en rueda de prensa. Ha alegado motivos de salud. Desde su partido algunas fuentes no oficiales alegan temas personales mientras que otras fuentes consultadas revelan que el motivo podría ser la reciente implicación de su hija Sophia en la muerte de su marido, el magnate de la industria farmacéutica NOVOSAFE William Jameson. Ampliaremos la noticia en cuanto...”

—siguió diciendo el noticiario mientras se hacía un murmullo en el salón de la cafetería.

 

Andy, que no parecía sorprendido, miraba divertido al incrédulo comisario.

 

—¿Tú sabías algo de esto? -preguntó Michaels abriendo los ojos de par en par.

—Sí. Desde esta mañana. El FBI le ha enseñado las pruebas que tiene contra él. Le han invitado a dimitir para evitar un escándalo. Parece que ha accedido a colaborar a cambio de no ir a juicio. Otro amigo en mi club de fans, supongo.

Ambos se rieron de buena gana mientras brindaban con sus cafés. Después de un par de minutos en silencio, Michaels volvió a dirigirse a mirar a Andy.

—Por cierto, ¿qué encontró el FBI en la pizzería de Gabo?

—Gabo tenía una caja fuerte en el lugar que me indicó antes de morir. La encontraron y la abrieron. Había multitud de cintas de audio y documentos que implicaban a Mathewson y Jameson. Encontraron fotos del domicilio de los Norman, los pasaportes del enfermero filipino y del perfusionista árabe y algunas cosas más. Una de las cintas tenía grabada una conversación en la que Jameson le ordenaba a Gabo asesinar a Ellen. Al parecer, según me contó Noah, ahí fue donde obtuvo confirmación de todo. El ya lo sospechaba desde hacía meses por unos documentos que encontró en el despacho de padre. Además, hoy he quedado con el agente especial encargado del caso para volver a la pizzería a ver si veo algo que se les escapa. Aunque no lo creo. Tienen el caso bastante amarrado –comentó Andy quitándose importancia.

—Has hecho un gran trabajo Harper. Eres un gran policía. Estoy orgulloso de ti.

 

—Gracias, señor. Sin su ayuda y su confianza, habría sido imposible. Muchas gracias, por todo.

—Bueno, me tengo que ir. El deber me llama. Avísame antes de irte y tomamos una cerveza, ¿De acuerdo, Andy?
-preguntó el comisario Glen Michaels mientras extendía la mano.

—Eso ni lo dude, señor. Estaremos en contacto –dijo Andy al tiempo que estrechaba la mano del comisario con afecto. Un minuto después, Andy seguía con la mirada a través del cristal cómo el comisario se perdía en las escaleras de la entrada del departamento.

Absorto en sus pensamientos, Andy notó de pronto la vibración del teléfono. Era Peter.

 

—Inspector Anderson Harper al aparato ¿Qué es lo que desea?

 

—Perdón inspector, necesito que venga rápido un apuesto policía a mi domicilio. ¿Conoce usted a alguno?

 

—La verdad es que no, señor Tenway –respondió Andy que se empezó a reír.

Desde que Peter había salido del hospital, ambos prácticamente habían vivido juntos en casa del anestesista. Andy sólo iba a su casa a por ropa y pasaba todo el tiempo que los viajes y las investigaciones le permitían con él. Peter, además, ya había aceptado una oferta de trabajo en el Boston Memorial. Vivirían juntos en la ciudad. Todo les iba a pedir de boca.

—¿Vas a venir a almorzar? -preguntó Peter.

—¿Qué? Sí, supongo que sí. Sólo me queda ir a echar un vistazo con el agente especial del FBI a la pizzería de Gabo. Es una mera formalidad. Supongo que estaré en casa sobre las dos. ¿Te parece bien? -contestó Andy.

—Perfecto. Te prepararé esa pasta con gambas que tanto te gusta. Hasta luego, inspector.

 

—Hasta luego, señor Tenway.

Estaba en una nube. Había conseguido un puesto de trabajo que le entusiasmaba y estaba feliz con un hombre del que estaba enamorado. Además iban a empezar una nueva vida juntos en una preciosa ciudad como Boston. Sentía que por fin su vida estaba completa. Estaba tan distraído que no se dio cuenta del todoterreno negro con matrícula del gobierno que se había detenido junto a la cristalera de la cafetería. Al segundo toque de claxon, Andy bajó de su nube. Se levantó de golpe, fue a la barra, pagó los dos cafés y luego salió disparado hacia el coche. Luego abrió la puerta y se montó dentro. El agente especial Jhon Hart estaba al volante.

—Buenos días, inspector Harper. ¿Preparado para acabar con este caso? -dijo el agente.

 

—Por supuesto, agente Hart. Deseándolo, de hecho.

El coche arrancó y salió lanzado en dirección a la pizzería de Gabo. Tardarían unos diez minutos en llegar. Hart, por romper el hielo, empezó a hablar.

—Me han dicho que pronto se convertirá en un agente especial del FBI. ¿No es así? -preguntó Hart indiscreto.

 

—No existe el secreto en el FBI, por lo que veo. Sí, me uniré al grupo de desaparecidos.

—Su propio grupo de agentes y control de toda la zona este. Eso es ascender con rapidez. Aunque me permitiré darle un consejo: tenga cuidado porque lo difícil en el FBI no es subir, sino mantenerse.

—Lo tendré en cuenta –respondió Andy, que se puso a mirar el paisaje para evitar más conversaciones.

Llegaron a la pizzería y entraron. Era un local que debía tener la misma decoración con la que se había abierto años atrás. Fueron directos al despacho de Gabo y Andy revisó, junto con el agente Hart, toda la habitación. Luego inspeccionaron las salas, las cocinas y el almacén. Después de una hora, ambos coincidieron en que allí no había nada más que encontrar. Iban a salir cuando Andy se fijo en una de las fotos colgadas en la pared. Eran muchas y estaban amontonadas. Pero aquella casi lo deja con respiración. Ya en el coche, Hart le miró con preocupación.

—¿Se encuentra bien, inspector? Tiene mala cara.

 

—No, estoy bien. Sólo es que el café a mediodía no me sienta bien. No es nada –contestó Andy.

En el camino de regreso Andy se mantuvo todo el tiempo en silencio. Sus pensamientos le hacían mantenerse en estado casi de trance. Cuando llegaron a la puerta del departamento, Hart tocó a Andy en el hombro para avisarle. Él se sobresaltó.

—Ya hemos llegado, inspector –dijo Hart.

—Gracias, agente especial Hart. En un par de días tendrá mi informe listo. Adiós –respondió Andy, al tiempo que salía del coche dando un portazo y se metía en la comisaría a toda velocidad.

Sobre las cuatro de la tarde, un par de horas después de volver de la pizzería de Gabo, Andy recibió una llamada y se sobresaltó.

—Hola, Andy. ¿Estás bien? Mi pasta y yo nos hemos quedado esperando tu regreso. ¿Ha ido todo bien? -pregunto Peter dubitativo.

—Hola, Peter. Siento no haberte avisado. Todo ha ido bien. Lo que pasa es que el FBI quiere el informe cuanto antes. He prometido acabarlo hoy. Supongo que dentro de una hora y media o dos estaré por ahí. Casi lo he acabado.

—Vale. Nerón y yo te esperamos aquí. Vas a tener que darnos una buena recompensa a cambio de este plantón, inspector.

—De acuerdo. Luego nos vemos.

Una hora y media después de aquella conversación Andy salió de la comisaría en dirección a casa de Peter. Llegó abatido a la puerta y pegó en el timbre. Instantes después Peter le abrió.

—¡Dios mío, que cara traes! Siéntate en el salón que ahora mismo te traigo una cerveza bien fría.

Andy fue hacia el salón y entró directo hacía una foto que había en uno de los muebles. Cogió el marco y se quedó mirándola de cerca. Peter llegó al salón con la cerveza en la mano y, al ver a Andy se quedó en silencio. Durante unos segundos, ambos hombres se miraron con intensidad.

—Siempre me han gustado las fotografías. Desde niño sentí pasión por ellas. Para mí son pedazos de historia que quedan grabados en un trozo de papel. Nunca mienten y no olvidan. Son muy fiables. Al menos, más que muchas personas ¿No es así Peter? -afirmó Andy con tristeza.

Peter se quedó unos segundos en silencio. Luego suspiró.

 

—¿Desde cuándo lo sabes? -preguntó Peter, que había cambiado por completo su tono de voz.

—Creo que sospeché algo desde el primer día, pero lo achaqué a mi naturaleza desconfiada. En los últimos días pensé en una pieza del puzzle que todavía me faltaba. Hoy, cuando he visitado la pizzería de Gabo y he visto tu foto colgada en la pared posando junto a él, todo adquirió al fin un sentido –confesó Andy que se sentó derrumbado en el sofá con la fotografía en la mano.

—¿Cómo lo has sabido?

—El perito me dijo hace una semana que tu coche no uso los frenos el día del accidente del lago. En principio supuse que debía de ser un error o que, simplemente, te habías puesto nervioso y no fuiste capaz de tocarlos. Sucede bastante a menudo y no le dí más importancia. En cambio, hace un par de días, mientras estaba revisando la mansión de los Jameson, me acerqué a la cómoda de la entrada donde había un montón de fotografías. El primer día las pasé por alto pero me quise fijar en una que me había llamado la atención. Era una copia idéntica de esta que ahora tengo en las manos –dijo Andy al tiempo que levantaba el marco con la foto que tenía en la mano -En ella, tú y varios niños del orfanato St.Francis de Chicago estabais vestidos con una equipación de color amarillo después de jugar algún tipo de partido o torneo. No reconocí a Jameson ni el día que vi esta foto en tu salón ni la primera vez en la mansión. Pero sí lo hice hace dos días mientras estaba en su casa –se explicó Andy mientras cruzaba una pierna sobre la otra.

—Una maldita fotografía no significa nada y lo sabes – escupió Peter con rabia.

—Es cierto, Peter. Por eso le pedí al FBI de Chicago que te investigase. Buscaron los registros del St.Francis así como en la base de datos del ejército. Nunca hubo ningún Peter Tenway en sus registros. Pero, tras enseñar tu foto en el orfanato, hubo un profesor que te reconoció y rescató tu expediente. Tu nombre autentico es Peter Hammon. El resto que contaste es cierto. Estudiaste medicina tras dejar el ejército pero se te olvidó mencionar que fue William Jameson quien te ayudó, ¿no es así? -preguntó Andy sin esperar respuesta.

Peter se quedó en silencio e inmóvil, al lado de una silla del salón.

—Supongo que tu silencio equivale a un si. Jameson te conocía desde el orfanato. Al fin y al cabo, el hospicio pertenecía desde hacía años a su familia. Fue la única posesión que William conservó de su padre. ¿Cómo sucedió? ¿Fuiste a su despacho y le pediste ayuda? -volvió a preguntar Andy, que se había incorporado ligeramente en el sofá.

—Así es –contestó Peter de manera casi inaudible.
-Él te ayudó a entrar en medicina. Ya siendo médico y mientras hacías la especialidad de anestesia, le ayudaste en el trasplante de Eddie aunque todavía no se por qué. Supongo que por eso te viniste nada más acabar tu especialidad a trabajar aquí. Querías estar cerca de Jameson. Él te consiguió tu puesto ya que, al fin y al cabo, era el dueño del hospital. Te ayudó con tu nueva identidad e incluso supongo que te echaría también una mano en lo económico. ¿Me equivoco, maldito embustero? -gritó a voces Andy, que se había puesto de pie y que, tras pasar unos segundos mirando a Peter, se acercó a la ventana del salón para mirar al jardín.

—No te equivocas. Pero no todo sucedió de la forma que piensas. Jameson se me presentó una noche en la residencia de la universidad. Estaba muy nervioso. Me pidió que fuésemos a una zona tranquila. Entre sollozos, me explicó el problema de su hijo y me pidió un favor –se explicó Peter mientras retiraba una silla y se sentaba.

—¿Qué le ayudaras en el trasplante? -preguntó Andy.

—No, por supuesto. Le hubiera dicho que no de saber lo que quería hacer. El sólo me explico que querían probar algo experimental en el pequeño Noah. Estaba desesperado. Me aseguró que si algo salía mal él respondería por mí. Fue lo más parecido a un padre que nunca tuve. Yo no sabía cómo negarme. No podía –susurró Peter entre lágrimas.

—¿Y qué paso después?
-La noche señalada me vinieron a buscar. Me llevaron al

puerto y me subieron a un barco de la empresa, el “Spirit of Manistee”. Era un barco que la empresa había comprado hacía meses para la investigación. Me guiaron por varias salas y pasillos hasta que llegamos al quirófano donde tenían al niño. Cuando llegué, el pequeño Eddie ya estaba muerto. Mathewson le había sacado con ayuda de Jameson el corazón. Estaban sentados en una mesa haciendo la cirugía previa de preparación al órgano. Monté en cólera y discutí con William. Le grité que se había vuelto loco. Él me contestó que un padre por su hijo haría lo que fuese. Me negué a participar en aquello. Me dí la vuelta y cuando me dispuse a irme, Gabo sacó una pistola y me apuntó a la cabeza. Me dijo que si no lo hacía, me mataría. William me rogó que lo hiciese. Al fin y al cabo, me dijo, el otro niño ya estaba muerto. Se puso de rodillas y me rogó que le ayudase a salvar la vida del suyo. Después de pensarlo un momento, acepté –confesó Peter con los ojos enrojecidos.

—¿Y qué sucedió después?

—Hice la anestesia de Noah. Fue una intervención muy complicada y estuvo a punto de morir en un par de ocasiones. Al final, todo salió bien.

—Continúa.

—Jameson siguió en contacto conmigo aunque yo no quería ni verle. Cuando acabé me pidió venirme con él. Me enseñaba fotos de su pequeño Noah. Cada vez que veía una de esas fotos tenía ganas de vomitar. Me buscó la plaza en el County y me compró esta casa. Más tarde, con el paso de los años, el recuerdo de aquel día se fue diluyendo. No estoy orgulloso de lo que hice pero no tuve otra opción. De haberme negado hoy estaría en la tumba con Eddie y los demás.

Andy se removió inquieto en la ventana. Se giró y miró directamente a la cara a Peter.

—Supongo que te llegaste a enterar del intento de Ellen Cistar por seguir investigando la desaparición de su hijo ¿Es por eso que querías su informe psiquiátrico del St.Joseph?

—preguntó Andy reconduciendo el interrogatorio.

—Sí. Una noche, Jameson me citó y me explicó lo de Ellen. Me dijo que la madre se había mudado a la zona en busca de pruebas, pero nunca llegué a saber su nuevo apellido. Me pidió que tuviese los ojos bien abiertos. Por eso la noche que apareció en las urgencias del County solicité su historial. Quería confirmar que era ella. Aunque yo no tuve nada que ver con su muerte. Intenté salvarla, en serio. Pero llegó en un estado crítico y no pudimos hacer nada.

Andy se quedó mirando a Peter y empezó a aplaudir. Peter se quedó sorprendido sin saber qué decir.

—Eres un gran actor, Peter, ¿lo sabías? Casi me convences del todo otra vez. Te voy a decir ahora lo que yo pienso. Es cierto que Jameson probablemente te reclutó de manera poco ortodoxa. Pero, al contrario de como has querido hacerme ver, la posibilidad de trabajo y una buena suma de dinero muy probablemente fuesen ideas tuyas. Una vez que estuviste instalado aquí, te dedicaste a extorsionar a Jameson en todo le que se te antojó. Entablaste amistad con Gabo y visteis posibilidades de hacer un negocio perfecto –explicó Andy mientras veía cómo la ira comenzaba a asomar en las pupilas del anestesista.

—¿Qué negocio? -preguntó desdeñoso Peter.

—El de repetir trasplantes como el de Eddie. Tráfico de menores para sacarle los órganos y venderlos al mejor postor. A buen seguro involucrasteis a Mathewson. Él se encargaba de la cirugía a cambio de una buena suma. Gabo, se encargaba del secuestro y de deshacerse de los cuerpos y tú, de buscar a los candidatos ideales. Familias adineradas desesperadas que os pagarían fortunas y a las que además estaríais extorsionando de por vida. Un plan perfecto que sólo tenía un fallo.

—¿Cuál? -escupió Peter.

—Nadie contaba con que Gabo llevara un registro detallado de cada caso. Las identidades de los desparecidos, los receptores, copias de las trasferencias, coordenadas de las fosas... Era su seguro de vida. Por eso la noche en la casa de Muskegon apretaste el gatillo en cuanto se movió. Tenías miedo a que te delatase, ¿no es cierto Hammon? -dijo Andy remarcando el verdadero apellido de Peter.

Como por arte de magia la cara de Peter se trasformó. Una fría determinación cruzó su rostro.

—Gabo se enteró de mis planes. Por eso fingí el accidente. Necesitaba implicarme emocionalmente contigo. Así controlaría lo que fueses descubriendo y, en el momento apropiado, podría matarte. Hable con Jameson y estuvo de acuerdo. Por eso siempre nos seguían a todos sitios. Yo les indicaba dónde íbamos en todo momento. Mi idea principal fue la de matarte aquella noche en Muskegon pero fuiste de lo más útil para ir recuperando todo los rastros que quedaban del trasplante de Noah. Así que, tras eliminar a Gabo, sólo quedaba esperar el momento oportuno para eliminarte – confesó Peter con frialdad.

—Sigue, por favor –pidió Andy, que le continuaba dando la espalda a Peter.

—Una vez que volvimos, avisé a Mathewson desde una cabina de que ibas a por él. Le dije que yo estaba en comisaría y que lo había confesado todo. Siempre fue un ser asustadizo. Tenía autentico pavor a entrar en la cárcel. Supuse que haría una tontería e intentaría matarte para poder huir. No pensé en que se suicidaría. Aunque más que un problema, fue un golpe de suerte.

—Al matarnos uno al otro, eliminas un cabo y condenas al otro por el crimen. Una idea magnifica, he de reconocer.

—Exacto. Luego fui a St.Joseph y sufrí el incendio. Jameson, después de todo lo vivido, había intentado eliminarme a través de su sobrino, que nos encerró en el archivo. Escapé gracias a Herrero y, cuando llegué arriba le avisé para que se levantase. El incendio fue la excusa perfecta para eliminar la penúltima prueba pendiente, el historial psiquiátrico de Ellen
–siguió diciendo Peter.

—¿Por qué tuviste esa obsesión desde el principio con el informe de Ellen? -preguntó Andy.

—Jameson nunca me llegó a decir el nuevo nombre de Ellen. Cuando la vi, creí reconocerla. No sabía qué podía haber en los informes ni hasta qué punto contradecían el nuevo historial redactado a medida por Ashcroft. No quería dejar ningún cabo suelto ni que nadie se pusiese a investigar.

—¿Y qué sucedió con Herrero?

—Después de escapar por la trampilla, me asomé de nuevo. Herrero desde abajo me gritaba pidiendo auxilio, así que me asomé, saqué tu revolver y le disparé. Luego tiré el arma al fondo del montacargas –dijo con tranquilidad Peter.

—Nadie pensaría en dudar de tu versión y nadie comprobaría nada. No había motivo –comentó Andy desde la esquina del ventanal.

—Así es. Sólo quedaban dos cabos. Jameson y tú, inspector Harper. Viendo el éxito que había tenido la estratagema de Mathewson, intenté lo mismo con Jameson –continuó diciendo Peter.

—¡Tú fuiste el que puso al día a Noah Jameson de su historia! Por eso él sabía que fue Gabo quién mató a Ellen Cistar. Tienes una mente totalmente retorcida, Peter.

—Gracias. Estuvo a punto de salir todo a pedir de boca pero tu intromisión hizo que alterase un poco mis planes. Llevaste desde casi un principio otro dispositivo GPS en tu móvil. Una pegatina trasparente, en tu parte trasera. Eso me avisó de que ibas a por Jameson –explicó Peter ligeramente contrariado.

—Por eso llamaste a Noah. Tenías la esperanza que matase a su padre para que no te delatase. Muerto Jameson, no había posibilidad de que nadie llegase jamás a resolver el caso. Y mucho menos a relacionarte a ti con él. Impresionante.

—Sí. Por último sólo hubiera tenido que eliminar al joven Noah Jameson y a ti. Pero claro, con toda esa información que tenía Gabo no va a poder ser. Ya no tiene sentido matar al chico.

—¿Puedo hacerte una pregunta? -cuestionó Andy mientras volvía a sentarse en el sofá.

 

—Adelante. Dispara.

 

—¿En algún momento algo de lo que pasó entre nosotros fue real? -preguntó Andy mientras miraba a la cara a Peter.

—La verdad es que no. Lo pasamos bien, sobre todo en aquel hotel rural. Pero, sinceramente, no eres mi tipo inspector. Ya te dije una vez que no me gustan los policías. Y tú, no eres una excepción –contestó Peter, al tiempo que sacaba una pistola que tenía escondida en la espalda.

Andy sonrió de manera tranquila. Cruzó una pierna sobre la otra y se quedó mirando a Peter con fijeza. No había nada detrás de aquella fría mirada. Ningún sentimiento. Ningún signo de vacilación. Sólo un vacío. Andy tuvo claro lo que tenía que hacer.

—Y, ¿qué piensas hacer después de matarme, señor Hammon? ¿Piensas huir, con medio FBI pisándote los talones? No lo creo. No eres tan estúpido –volvió a preguntar Andy que al mismo tiempo dejó que Nerón se tumbase sobre su regazo.

—¿No te enteras, verdad? Tú me lo has puesto en bandeja. Al entregar ya el informe al FBI y no tener que incorporarte en Boston hasta dentro de 10 días, nadie te buscará en ese plazo de tiempo. Todo el mundo sabe que te vas de la ciudad y en Boston nadie te conoce. Gabo me hizo varios pasaportes falsos de excelente calidad para algún trabajo que nos surgió en el extranjero. Tengo mucho dinero en varias cuentas de las islas Caimán. Lo suficiente como para desaparecer el resto de mi vida. Así de fácil. Cuando encuentren tu cadáver en mi salón, yo ya me estaré tomando el segundo mojito de la mañana –confesó Peter son una maliciosa sonrisa.

—Sí. Con algo más de 3,8 millones de dólares en tres cuentas distintas se puede vivir muy bien –contestó Andy mientras acariciaba la cabeza del gato –siempre y cuando no lo haya embargado ya el FBI –añadió.

Peter torció el gesto.

—¡Bravo, inspector! Debería enfadarme pero eso es sólo un contratiempo. Tengo mi propio banco en casa. Algo más de un millón y medio de dólares. También da para vivir una buena vida en una isla perdida del Caribe –replicó Peter bastante contrariado.

—¿Y con Noah Jameson? ¿Qué piensas hacer? -preguntó de nuevo Andy.

—Cierta familia de la mafia siciliana de Chicago me debe un favor. Andrej Gabo era alguien que deseaban ver liquidado hacía bastante tiempo. Mientras buscábamos en la casa de Muskegon sólo tuve que hacerle un par de fotos a su cadáver. En un par de meses me pondré en contacto con ellos. Su recompensa asciende a cien mil dólares. Yo les pediré a cambio de esos cien de los grandes que me hagan un trabajo

–terminó de decir Peter.

—Ya veo que lo tienes todo pensado, Peter. Aunque, puestos a ser sinceros, yo también tengo una confesión que hacerte. Siempre y cuando, por supuesto, estés dispuesto a oírla. ¿Te parece? -insinuó Andy.

—De acuerdo. Puedo esperar diez minutos más antes de matarte –afirmó Peter con frialdad.

—No había ningún papel en la caja fuerte de Gabo. Es cierto que hace unos días te investigué, pero no había averiguado nada de lo que me has confesado esta noche, si bien, es cierto que sospechaba muchas de las cosas que me has contado. Me tiré un farol contigo y me ha salido bien. O mal, según se mire –explicó Andy.

—¿Y qué me importa, imbécil? En diez minutos tú estarás muerto y yo de camino a un retiro en una soleada playa. Me da igual que me hayas engañado. No me importa. Eres historia –escupió Peter al tiempo que roscaba un silenciador a la pistola.

—Sí que importa. Peter Hammon, quedas detenido por colaborar en un asesinato, encubrimiento, falsedad documental y al menos una docena de delitos más de los que serás debidamente informado en comisaría. Tienes derecho a permanecer en silencio. Todo lo que digas podrá ser usado en tu contra ante un tribunal. Tienes derecho a un abogado. Si no puedes pagarlo, se te asignara uno de oficio. ¿Has entendido tus derechos? -dijo Andy sin mover un músculo del sofá.

—¿Qué si lo he entendido? ¿De qué hablas? ¡Yo tengo el arma, estúpido! -gritó Peter que acababa de terminar con el silenciador.

—Toda esta conversación ha sido grabada, Peter. De hecho, ahí fuera hay un dispositivo de más de 30 agentes entre policía de Augusta y FBI. Tienes tres segundos desde que empiece a contar o un francotirador, que te ha tenido toda la conversación en el punto de mira te matará. Es tu decisión – explicó Andy, que seguía sin mirar a Peter a la cara.

Peter dudó. Miró al jardín sin moverse del sitio y luego empezó a reír.

—Eres un mentiroso. Adiós, inspector Harper –dijo Peter al tiempo que levantaba el brazo para apuntar y disparar a Andy.

Medio segundo después, el cristal del ventanal del salón salió volando en mil pedazos y varios disparos impactaron en el pecho y el abdomen de Peter Hammon, saliendo su cuerpo despedido un par de metros contra la pared del salón. Un instante después, cuatro agentes del FBI irrumpieron en la casa, acercándose al cuerpo ya sin vida de Peter y quitándole el arma que todavía sujetaba con la mano. Uno de los agentes le buscó sin éxito el pulso en el cuello.

—Está muerto. Buen trabajo, chicos –dijo por el pinganillo el agente.

Andy se puso de pie y todavía con Nerón en brazos se quedó mirando la expresión de la cara del cadáver de Peter. La sorpresa, a pesar de la muerte, seguía estando presente. El comisario Michaels entró y se acercó a Andy.

—¿Estás bien? -preguntó el comisario con cierto tono paternalista.

 

—Nunca he estado mejor. Vamos a casa, Nerón –dijo Andy antes de marcharse.