Capítulo 6
Viaje a ninguna parte

Andrej estaba harto. Ya le había dicho a su jefe que después de aquel trabajo su relación profesional se había acabado. Se retiraba del negocio. Tenía demasiado barro bajo sus uñas. Más del que podría limpiar en cien vidas. Se removió incomodo en el asiento. Un amargor le subió de pronto por la garganta. Abrió la ventanilla y escupió el café. Un fuerte sabor a quemado le inundaba toda la boca. Malditas maquinas expendedoras. Cogió su móvil y marcó el único número que tenía en su agenda. Al otro lado alguien descolgó.

—Si, ¿Quién es? -preguntó un hombre con voz ronca.

—Soy yo. El inspector está en la casa con nuestro amigo. Intenté dejarle claro esta tarde en la carretera de los lagos de Belgrado que no debía inmiscuirse en esto. Parece que se ha negado a colaborar –dijo escueto Andrej con un fuerte acento balcánico mientras notaba cómo un poso de decepción aparecía en la respiración de su interlocutor.

—Es una decepción. No me esperaba esto. ¿Sabes que están planeando? -preguntó la voz.

—No. Supongo que, después del espectáculo en el lago de esta tarde, el policía le estará haciendo de niñera.
-Bien. Vigílalos. Llamame con cualquier novedad -ordeno la voz.

—No prefiere que acabe con esto ya, jefe. Puedo liquidarlos esta misma noche si quiere -insinuó Andrej.

—¡Ya te dije antes que no! Todavia no les puede pasar nada. Y menos aqui, en Maine. Habra una ocasión mejor. Ya bastante ruido has hecho con lo de la mujer, ¿no crees? Mañana hablamos. Llamame con cualquier novedad sea la hora que sea. Y que no te descubran. Adios.

Andrej suspiró y colgó el movil. Lo dejó encima del asiento del acompañante y metió su pistola glock en la guantera. Sacó un paquete de tabaco y cogió un cigarrillo. Se puso cómodo mientras lo encendía. La noche iba a ser bastante larga.

El aroma a café recién hecho y pan tostado despertó a Andy. Se levantó del sofá desperezandose como un oso se levanta de la hibernación, y fue descalzo por el parquet hasta que llego a la cocina. Entró y vio a Andy preparando el desayuno. Gruñó a modo de saludo y se fue directo a la cafetera. Se echó un cafe bien cargado y cogió una tostada recien hecha.

—¿Has dormido bien?
-Sí. He estado perfecto. Un buen sofá , la verdad. Terminaron de desayunar y después de recoger las cosas se

dispusieron a salir. Metieron la maleta de deportes de Andy y los dos bolsos de Peter en el maletero. Se montaron en el coche y Andy se giró hacia Peter, mirándole a los ojos.

—¿Estas seguro de que no quieres quedarte? Podemos pasar por la comisaria. Te asignaran protección y estarás a salvo. Además, ni siquiera estoy seguro si realmente estás en peligro. Y el viaje va a ser un aburrrimiento.

—Por supuesto que quiero ir. Me hace falta salir unos dias de la rutina. Y si estoy en peligro, prefiero estar contigo.

—Está bien. Pongamonos en marcha -terminó de decir Andy y arrancó; salió de delante de la casa de Peter buscando la autopista de Boston. No se dió cuenta que, a unos doscientos metros más atras, un Cadillac negro se desperezaba, salía del aparcamiento y empezaba a seguirles.

Andy miraba de reojo a Peter. El anestesista iba sumergido en el precioso paisaje por el que discurria la autopista. Cruzaban lagos, rios y bosques de una belleza inigualable. Era un autentico privilegio vivir en aquel rincón casi virgen que era el Estado de Maine. Tras unos 40 kilometros de camino, observaron a su derecha como las White Mountains empezaban a abrirse paso. Era una cordillera conocida como la cordillera presidencial debido a que muchas de sus montañas habían sido bautizadas con los nombres de varios presidentes. La mayor parte de la cadena montañosa se encuentra en el Estado de New Hampshire pero una pequeña parte de la misma tiene sus raices en Maine. Eran espectacularmente bellas pues, en su mayoria, eran de granito macizo. Andy las conocia bien. Durante el último año y medio había pasado muchos fines de semana en unos alojamientos rurales que había en el Parque Nacional de las White Mountains. Era un buen sitio para quedar si tenías pareja y querías un discreto punto de encuentro. Noches de vino, confidencias y sexo bajo el abrigo de una buena chimenea. Notó cómo la bilis le subía por el estómago.

—Tengo ganas de ir a las White Mountains. ¿Tú has estado?

 

—preguntó a bocajarro Peter saliendo de su ensoñamiento.

A Andy la pregunta le pilló por sorpresa. Se había hundido en sus pensamientos y se quedó con la boca abierta sin saber qué decir.

—Sí. Las conozco bien. Antes iba bastante a menudo – respondió dubitativo Andy.

—Me han dicho que hay un parque nacional con unas cabañas rurales impresionantes. Tienen su propia chimenea y su cocina. Podriamos ir alguna vez –dijo Peter despreocupado.

Andy se quedó callado. Miró al frente y quiso que se lo tragase la tierra. Vio un panel informativo que avisaba de la existencia de una gasolinera en aproximadamente un kilómetro. Puso el intermitente y se metió en el carril de desvio. Necesitaba parar.

—Peter, ahora vamos a parar a echar gasolina. Necesito llamar a mi comisario jefe. Tengo que explicarle la situación y decirle que necesitare un par de días. Mientras, si quieres, puedes llenar el tanque de gasolina de 93 octanos. En la guantera hay dinero en una vieja cartera marrón. Pideles factura, por favor –pidió Andy con amabilidad.

—De acuerdo. Después iré un segundo al baño.

Llegaron a la gasolinera. Andy cogió su movil y se retiró del coche unos 30 metros. Observó, desde la distancia, cómo Peter charlaba con el joven que le estaba poniendo gasolina. Una voz interrumpio sus pensamientos.

—Sí, digame –preguntó la voz del comisario Glenn Michaels.

—Buenos días, comisario. Soy el inspector Harper. Siento molestarle tan pronto pero tengo que hablar con usted. Es sobre el asesinato de Ellen Cistar –dijo Andy con pausa.

—¿Asesinato? ¿Ya está seguro, Harper? ¿No se está precipitando? -preguntó el comisario con cierta dosis de incredulidad.

—No lo creo, señor. Estoy casi seguro que ha sido un asesinato –contestó Andy al tiempo que ponía al día al comisario de sus investigaciones. También le contó su viaje con Peter Tenway. Un gruñido de desaprobación se oyó al otro lado del teléfono.

—No me gusta, Harper. ¿Por qué viaja con un civil? No es propio de usted. ¿Qué pasaría si le sucede algo? -volvió a preguntar el comisario.

—Lo hace bajo su responsabilidad, señor. Además, ya le he contado lo que le pasó al ir al St. Joseph. Lo echaron de la carretera. No creo que intentaran sólo asustarle. Ahora mismo creo que está más seguro fuera de Augusta que quedandose allí. Al fin y al cabo, usted es el único que sabe que nos hemos ido.

—Está bien, Harper. Lleva usted muchos años como inspector y hasta ahora su trabajo ha sido intachable. Intente no demorarse demasiado y no gaste en exceso. Este año nos han recortado el presupuesto un tres por ciento. Mantengame informado.

—Gracias señor. No se preocupe. No espero tardar más de 2 o 3 días.

—Adiós, Harper.
-Adiós comisario.

Cortó la llamada y se dispuso a marcar de nuevo. Esta vez la llamada que tenía que hacer sería más desagradable. Tras un par de pitidos alguien descolgó.

—Hola, Andy. ¿Qué tal estas? -dijo al instante la jovial voz del agente del FBI Harry Norris.

—Bien. Siento parecer brusco pero, ¿has conseguido averiguar algo sobre Ellen Cistar? -preguntó Andy impaciente.

—Bueno, la verdad es que no mucho. Dame si quieres un fax y te lo envio.
-No, no hace falta. En una hora y media o dos estaremos en Boston. Podríamos quedar a comer y allí me das lo que hayas conseguido recopilar.

—¿Estaremos? ¿Con quien vienes? -preguntó intrigado Harry.

 

Andy le explicó superficialmente la situación a Harry. Notó como la tensión crecía entre ambos.

 

—De acuerdo. Yo puedo salir una hora más o menos. Sobre la una. ¿Dónde nos vemos?

—¿Qué te parece en el Legal Sea Foods que hay en el puerto? Creo que los bocadillos de langosta son espectaculares.

—Lo cierto es que lo son. Me parece perfecto. Esta muy cerca de la sede del FBI. Allí nos vemos –dijo Harry.

—De acuerdo. Hasta la una entonces. Adiós –se despidió Andy al tiempo que colgaba. Sin saber muy bien el motivo, el humor de Andy mejoró de manera ostensible.

Andy guardó su teléfono en el bolsillo de la chaqueta y se dirigió de nuevo al coche. Se montó en él y esperó a que llegara Peter, que estaba pagando. Tras un par de minutos de espera, Peter salió de la tienda de la gasolinera con dos latas de Coca-Cola en las manos. Se acercó al coche, abrió el portón y se montó. Dejó la cartera de Andy de nuevo en la guantera y se puso el cinturón. Luego le pasó una lata a Andy y él se abrió la otra.
-Gracias.

—No hay de qué. ¿Has conseguido hablar con tu amigo?

 

—Sí. Hemos quedado a la una en el Legal Sea Foods del puerto. A ver qué tal está ese bocadillo de langosta.

 

—Perfecto. Ya veras cómo no te defrauda.

Unos cuarenta minutos más tarde entraban en la ciudad. Boston es una de las ciudades más antiguas de los Estados Unidos. Centro neuralgico de Nueva Inglaterra, su area metroplitana conocida como el "Gran Boston" concentra alrededor de 4,5 millones de habitantes. Es uno de los mayores centros culturales del pais y reune un gran número de sus universidades más prestigiosas. Es un magnífico lugar para vivir. Andy lo sabía. De hecho estuvo a punto de trasladarse allí hacía no demasiado tiempo.

—Me encanta la atmósfera que se respira aquí. Aire limpio, gente con un buen nivel cultural, espacios abiertos...si no fuera porque juegan aquí los malditos Celtics me mudaría sin pensarlo –pensó Peter en voz alta.

—Sí. La verdad es que es una ciudad muy bonita y acogedora.

Dieron un paseo con el coche por el centro de la ciudad para hacer algo de tiempo. Más tarde, sobre las 12 y cuarto se encaminaron hacía los muelles. El viejo puerto de Boston todavía destilaba ese aroma añejo a lugar con historia. Sus aguas y embarcaderos fueron testigos mudos, entre otras cosas, de la famosa rebelión del té, semilla de la que acabaría siendo la guerra de secesión de los EEUU. Impregnados por este espiritu presente en cada trozo de madera que conformaba aquellos muelles, llegaron al aparcamiento del restaurante. Hacía un espléndido día soleado y, mientras esperaban al agente Norris, se sentaron a tomarse un par de jarras de cerveza bien fría.

—¿Qué tenía que investigar ese amigo tuyo? -preguntó Peter a bocajarro.

 

—Le pedí que recopilara información sobre Ellen y también sobre el caso de la desaparición de su hijo.

 

—¿Su hijo? ¡Entonces era cierto!

 

—Sí. No desvariaba cuando te gritó aquello en la mesa de operaciones, Peter.

 

Andy puso al día a Peter de alguno de los detalles que Cathy McCallister le había contado la tarde anterior.

 

—Entiendo. Esto se complica cada vez más. ¿Piensas que ambos casos estan conectados?

—Sí, lo creo. Aunque ahora mismo es más una corazonada que otra cosa. Por eso necesito algo sólido sobre lo que empezar.

—Pobre mujer. Pierde a su marido, le secuestran a su hijo y, años más tarde, la asesinan. Hay gente que viene a este mundo marcado por la mala suerte –dijo Peter con tristeza.
-Sí, la verdad es que su vida no ha sido demasiado afortunada –terminó de decir Andy.

Ambos se quedaron mirando la entrada de los muelles. Un pequeño pesquero entraba en puerto y a juzgar por el remolino de gaviotas que lo cercaban, venía cargado de pescado fresco. Peter se levantó y se excusó para ir al baño. Andy, durante un segundo, cerró los ojos y dejó que el aroma salado del mar penetrase en sus sentidos. Unos segundos después un carraspeo cerca suyo lo sacó de su estado casi cataleptico.

—¿Qué tal, Andy? ¿Disfrutando del paisaje? -preguntó el agente del FBI Harry Norris.

 

—Sí. Este sitio es precioso –dijo Andy al tiempo que se levantaba del asiento.

Harry se acercó a abrazar a Andy pero este le extendió la mano. El agente se quedó congelado y, tras unos segundos de duda, estiró la suya y se la estrechó.

—Aún no he mordido a nadie, Andy. ¿O es que todavía estás resentido? -volvió a preguntar Harry.

 

—No. Pero tampoco tengo ganas de abrazarte. He venido sólo por temas profesionales, Harry.

 

Se miraron con intensidad unos segundos.

—Lo nuestro no iba a ningún lado, Andy. Tu vives en Augusta y yo en Boston. Además, de haber seguido juntos, nuestra relación hubiera sido de dominio público. Nuestras carreras se hubieran ido al garete, y lo sabes –explicó Harry con dureza–. Además, yo estoy casado.

—Lo sé. No sería bueno para tí que tu jefe o tu mujer se enterasen que estabas liado con un policía de pueblo de Maine. La gran carrera del agente Norris se hubiese acabado. Sin lugar a dudas la pérdida para el país habría sido irreparable.

—No es tan sencillo, Andy. Yo también lo he pasado mal. No creas que ha sido nada fácil para mí. Yo te quería. De hecho, creo que te sigo queriendo. Aunque no lo creas, también he sufrido.

—Ni para ti ni para nadie. No es agradable que después de un año de promesas incumplidas, la persona que quieres te deje por teléfono. Pudiste hacerlo mejor, tener agallas y enfrentarte a la situación como un hombre.

—Supongo que en eso tienes razón –dijo Harry con la tristeza reflejada en su voz-. Lo siento, Andy. No quise hacerte daño.

Andy resopló. Lo cierto es que ya lo había superado. No tenía sentido seguir la conversación en esa dirección. Suspiró para sus adentros y sonrió.

—No te preocupes. No se puede mirar el pasado todos los días porque corres el riesgo de quedarte anclado en él. Por cierto, enhorabuena por tu futura paternidad. ¿Cómo está Grace? -contestó Andy suavizando claramente el tono al tiempo que volvia a sentarse.
-Gracias. Está bien, la verdad. Está en el segundo trimestre y empieza a tener los tobillos hinchados. Además, ahora tiene un ataque de ciática. La pobre no puede moverse del sillón – contestó Harry agradeciendo el cambio de rumbo en la conversación y sentandose también.

—Me alegro.

 

—Por cierto, Andy, ¿dónde está el anestesista? ¿No lo habrás dejado asandose lentamente en el coche, verdad?

—No, tranquilo. Sólo ha ido al baño.
-¿Hay algo entre vosotros?

—No. Nuestra relación es profesional. Viene conmigo porque ha insistido y creo que puede estar en peligro. Está de vacaciones en su hospital y no quería quedarse sólo en su casa. Ha habido problemas desde que hablamos. Además lo cierto es que no me da la sensación que sea gay.

—¿Problemas? ¿Qué clase de problemas?

Andy le contó el incidente de Peter en el lago y el de la casa de Ellen pero no dijo nada de la conversación con Catherine McCallister. Nunca se deben poner todos los huevos en el mismo cesto.

—Esto no pinta bien, Andy.
-Lo sé. ¿Qué has averiguado tú?

—No mucho, la verdad. Ellen Cistar, antes Ellen Norman, nació hace 39 años en Glendora, un pueblo de menos de cinco mil habitantes en New Jersey. Viuda del teniente de los navy SEALS Peter Norman. Desparecido en combate en una emboscada en Afganistán hace 13 años. Nunca se llegó saber mucho del tema. El pentágono clasificó el asunto y no he podido acceder a ninguna información. Lo único que he conseguido saber es que un día el teniente, junto con una veintena de soldados más, cuando estaba en una incursión cerca de una carretera de Kandahar su convoy fue atacado. Murieron 3 soldados y el teniente Norman desapareció. Se crearon dos equipos de rescate que no encontraron una sola pista. Para el pentágono, a día de hoy, sigue constando como prisionero de guerra. Aun así, concedieron temporalmente la pensión de viudedad y orfandad a Ellen.

—¿Y qué has averiguado de la desaparición del chico?

 

—preguntó Andy nuevamente.

—Tampoco he encontrado demasiado. Su expediente no son más de veinte páginas. El chico tenía que volver sobre las seis de dar clases particulares a menos de una manzana de su domicilio, pero nunca llegó. Su madre llamó sobre las siete a su profesor particular para preguntar por él y éste le confirmó que su hijo hacía más de una hora que se había marchado a casa. Ellen llamó a la policía y durante varios días rastrearon Chicago de arriba a abajo. Entrevistaron a los vecinos, a Ellen y al profesor. Todo está ahí pero yo no he encontrado nada relevante. Luego, cuando vieron que el caso no avanzaba nos pidieron colaboración. Aunque tampoco hicimos un papel muy brillante, la verdad. Tras cuatro meses de búsqueda infructuosa lo pasamos a desaparecidos. Y así esta todavía a día de hoy –dijo Harry al tiempo que sacaba y entregaba una carpeta de color marrón con cierre de seguridad a Andy.

El inspector asintió y frunció el ceño. Es cierto que el FBI a veces no se tomaba en serio todos los casos. Y aquél, al parecer, era uno de ellos. En ese momento apareció Peter volviendo del baño.

—Usted debe de ser el doctor Tenway, ¿no es así? -preguntó Harry al tiempo que alargaba la mano hacia Peter.

—Así es. Y usted será el agente del FBI amigo de Andy...del inspector Harper. Encantado –corrigió Peter al tiempo mientras estrechaba la mano de Harry.

Harry sonrió y ambos hombres se sentaron. Charlaron de manera animada de comida, de los Celtics y de la situación de cierto abandono que sufría el puerto de Boston. Harry contó que hay una teoría que sostiene que dentro de aproximadamente unos 100 años el deshielo inundará y sumergirá bajo las aguas tan insigne lugar, lo cual fue ampliamente rechazado por los presentes. Una hora después de interesantes y triviales conversaciones y, tras degustar el mejor bocadillo de langosta que se habían comido en sus vidas, los tres hombres pagaron y se encaminaron hacia el coche de Andy. Peter se despidió y se montó con rapidez en el coche dando cierta intimidad a Harry y Andy.

—Bueno Andy, a ver si no tardamos tanto en volver a vernos, ¿de acuerdo? -dijo Harry con un tono más cercano a la súplica que la pregunta.

—Lo cierto, Harry, es que no sé si estoy preparado para volver a verte. Al menos, ahora mismo. Ya veremos en un futuro. Suerte con el parto y dales besos a Stacey –confesó Andy mientras extendía la mano.

En ese momento Harry se abalanzó encima de Andy y lo besó. Andy no le acompañó el beso y luego, de manera cortés, se retiró del agente del FBI. Se produjo un silencio incomodo que fue interpretado a la perfección por Harry, que se apartó de Andy. Con un gesto torcido, el agente del FBI forzó una sonrisa.

—Supongo que llego tarde. Te echaré de menos, Andy.
-Y yo a ti. Ya hablaremos, Harry.

Durante unos segundos, Andy se quedó bloqueado. Aquel beso había despertado muchos fantasmas que creía olvidados. Respiró hondo y se fue directo al coche. Abrió la puerta y entró.

—Bueno, creo que debemos ir a Chicago.
-¿Chicago? -preguntó sorprendido Peter.

—Sí. Me gustaría ver a la familia de un policía que llevó la investigación del caso. Además, debo ver la casa de Ellen – afirmó Andy con seguridad–. Sí no te apetece venir, dímelo. Podemos hablar con Harry y que te quedes por Boston unos días –terminó de decir.
-De ningún modo. No me quiero perder cómo acaba esto.

—No puedo garantizar tu seguridad, ¿lo sabes, verdad?

—Por supuesto. Ni tú ni nadie. También me puedo quedar aquí y que me atropelle un maldito tranvía. O que me de un infarto cuando vea una tienda oficial de los Celtics. La seguridad absoluta no existe, inspector Harper.

—Está bien –dijo Andy tras lo que metió la llave bajo el volante y arrancó el coche.

Nadie se percató de aquel desgarbado individuo que, a unos 300 metros, y gracias al teleobjetivo de su espectacular cámara fotográfica Canon ultimo modelo, estaba terminando un precioso reportaje fotográfico. El material que había conseguido era simplemente espectacular. Su jefe iba a estar contento.