Capítulo 4
Un paseo por el lago
Peter se sentó unos segundos en un cómodo sillón situado en una esquina de la cocina. Había terminado de recoger todo lo que habían ensuciado. Mientras esperaba impaciente que la cafetera arrojase su preciado líquido en su taza, pensó con calma en el lío que se estaba metiendo. Podría haber hecho el informe con lo que ya sabía y haber aclarado en el mismo la falta de información del programa RESLIAS. Ya estaría firmado y entregado y, en estos momentos, se encontraría haciendo la maleta para salir hacia Portland en vez de estar preparándose para dedicar media tarde buceando entre papeles viejos, polvo y suciedad en un sótano con olor a moho. Se puso un café doble bien cargado y se fue a su dormitorio. Arregló un poco la habitación. Se lavó los dientes y se afeitó. Luego se vistió con un pantalón de color caqui y un polo deportivo de color gris. Cogió su americana y fue al garaje. Nada más montarse en el coche pensó en que sería buena idea llamar a Rosanne, por si podía pasarle el teléfono de su amiga. Llamó al hospital y no le fue difícil conseguir su número. Marcó el número de Rosanne y después de tres tonos, alguien descolgó.
—¿Dígame? -preguntó una reconocible sensual voz femenina
—¿Rosanne? Hola, soy Peter. El doctor Peter Tenway. El anestesista.
—¿Doctor Tenway? ¿Cómo ha conseguido mi número?
—preguntó Rosanne más sorprendida que enfadada.
—Eh, bueno, vera...he llamado al hospital. Rubin Murray, el jefe de personal, es un buen amigo mío. Él me ha dado su número. ¿Le molesta?
—¡Ah, no! Esté tranquilo, doctor Tenway. De hecho, estoy encantada de que me llame.
—Peter, por favor. Llámame Peter.
—De acuerdo. No me importa, Peter –dijo Rosanne, que probablemente se estaba poniendo colorada incluso por teléfono.
Peter tenía 39 años, medía 1,80 metros y pesaba unos 75 kilos. Era rubio y, aunque no tenía un cuerpo excesivamente modelado, solía ir al gimnasio con asiduidad. Unos ojos color azul intenso y un par de graciosos hoyuelos en la barbilla le hacían irresistiblemente deseado. A todo esto se le unía que además era educado, amable y extrovertido. Por no hablar de su buena posición económica y social. Era una pieza muy codiciada en el hospital. Peter sabía eso y, aunque no le gustaba, iba a usarlo a su favor.
—Mire Rosanne, no me malinterprete pero necesitaría el teléfono de su amiga.
—¿Qué amiga?
-Con la que hablaste anoche y que trabaja en el St. Joseph. La policía me ha pedido un informe completo y necesito ir allí haber si soy capaz de encontrar el maldito historial psiquiátrico de la paciente que operamos de urgencia anoche. Nunca he estado y era por si ella me podía hacer de guía. Piense que así ya no le deberé sólo una copa sino además también una cena. ¿Qué le parece?
Rosanne mordió el anzuelo. Aceptó confiada y le pidió que esperase un minuto. Llamaría a su amiga a ver si la convencía para ayudarle y luego lo volvería a llamar. Peter esperó en el coche pacientemente. Solamente un par de minutos después Rosanne le daba a Peter el teléfono de su amiga. Se llamaba Claire. Le confirmó que estaría por el hospital hasta las seis. Peter le dio las gracias y quedó en llamarla para salir el próximo fin de semana.
Arrancó su coche y condujo hasta salir de Waterville. Tomó la autopista en dirección Augusta y luego se salió en el desvío que lo llevaría hasta Belgrado, un pequeño pueblo en cuyas cercanías estaba construido el hospital psiquiátrico. Fundado por colonos europeos en torno a 1770, recibió su nombre debido a que la mayoría de sus fundadores provenían de la capital bálcanica, por lo que, con el fin de honrar sus raíces, decidieron bautizar con el mismo nombre a su nueva ciudad. Tenía alrededor de tres mil habitantes y se hallaba rodeado por una serie de prístinos lagos donde se desarrollaban multitud de actividades deportivas y de ocio. Agricultura, pesca y turismo ecológico eran los pilares sobre los que se sostenía aquel pequeño pueblo. Peter había estado varias veces allí. De hecho, estuvo a punto de comprar allí su casa cuando consiguió trabajo en Augusta. Pero justo cuando estaba a punto de hacerlo, unas graves inundaciones lo devastaron todo. Peter presintió que aquello era un aviso y decidió buscar otro lugar donde ir a vivir. Y así fue cómo encontró su casa en Waterville. Mientras conducía por sus serpenteantes carreteras, Peter bajo la ventanilla del coche, dejando que la fresca brisa entrara por su ventanilla.
Cuando se quiso dar cuenta, había llegado a las puertas del complejo. El hospital St. Joseph estaba encima de una colina aproximadamente a un kilómetro al este de Belgrado. Era un antiguo complejo vacacional remodelado y compuesto por varios edificios de estilo colonial clásico. Un muro de unos tres metros de altura rodeaba todo el centro, en su mayor parte disimulado por abundante vegetación. La propiedad debería medir varias hectáreas. Tenía un edificio central donde estaban las oficinas y los despachos administrativos. Luego había una serie de pabellones donde se ingresaban a los pacientes según patologías, nivel de agresividad, tiempo de ingreso y sexo. Existía además un edificio que albergaba una pequeña cafetería y un pequeño supermercado donde el personal y los enfermos podían comprar algunos enseres de primera necesidad. Otro de los edificios, más al norte, acogía un club social donde los pacientes llevaban a cabo todo tipo de actividades. En un lateral de la entrada había una garita y una pequeña estructura de unos 80 metros donde se alojaba el personal de seguridad. El resto del complejo alternaba jardines y huertos, que eran cuidados por los propios enfermos. En la parte sur, anexada al muro exterior que rodeaba todo el complejo, estaban las cocinas. Peter conocía bien el lugar. Había asistido a un par de charlas allí. Cuando llegó a la garita, detuvo su coche y bajó el cristal de la ventanilla.
—¿En qué puedo ayudarle? - preguntó el guardia escudriñando a Peter.
—Hola, buenas tardes. Soy el doctor Peter Tenway. Soy anestesista en el County General. He venido aquí porque he quedado con una amiga. Es enfermera y se llama Claire Fontaine.
—¿Tiene usted alguna identificación, doctor Tenway?
—Sí, un momento –dijo Peter mientras rebuscaba en su cartera–. Sí, aquí está. Ésta es mi tarjeta del County –terminó de decir Peter mientras alargaba la mano hacia el guardia.
—Espere un segundo. Voy a comprobarlo –dijo el guardia.
El guardia se metió dentro de la garita. Después de comprobar algo en un libro, llamó por teléfono. Tras hablar durante unos instantes, colgó. Luego salió y fue directo hacia el coche de Peter, que aguardaba impaciente.
—Aquí tiene, doctor Tenway. Siga la línea azul marcada en el suelo y le llevara directo al aparcamiento del edificio principal. Allí le espera la señorita Fontaine. Gracias por su colaboración –terminó de decir el guardia mientras entregaba a Peter su carnet.
—De nada.
Una vez levantada la barrera, Peter siguió la línea y se dirigió al aparcamiento. Detuvo el coche debajo de un enorme olmo y se bajó. Todo estaba igual a como lo recordaba. Miró hacia el edificio principal y observó a una mujer de unos 40 años y con ligeros problemas de obesidad custodiando la entrada. Se acercó a ella al ver que agitaba vigorosamente el brazo.
—¿Claire? ¿Claire Fontaine? -pregunto Peter con dudas.
—¿Peter? ¡Dios mío! Ahora entiendo los nervios de Rosanne. ¡Menuda pieza ha cazado! -dijo Claire obviando que Peter estuviese delante– Sí, yo soy Claire. Encantada. Bueno, bombón, ¿quieres que te enseñe un poco esto?
—Sí, claro. Me encantaría –mintió Peter.
—Venga, vamos. Pongámonos al día. ¡Vaya suerte que tiene Rose últimamente!
Durante la siguiente media hora Claire aburrió a Peter enseñándole hasta el último rincón del complejo. Era al parecer algo así como la responsable de enfermería en el turno de tarde y le gustó demostrarlo con cada trabajador con el que se cruzaron en aquel anodino paseo. A todos les recriminaba algo y no siempre de la manera más educada. Le estuvo preguntado sin ningún tacto por su relación con Rosanne y cómo se habían conocido. Peter no mintió en nada pero no dijo tampoco toda la verdad. Se limitó a omitir las partes que no le interesaban. Tras media hora interminable, Peter reconoció el problema que tenía con el historial de Ellen y le pidió visitar el archivo.
—Por cierto, ¿sabías que Rose y yo tenemos un pacto por el cual ambas seremos damas de honor en nuestras futuras bodas?
—Pues no. Lo cierto es que no lo sabía.
—Sí. Somos íntimas desde que éramos niñas. Y ahora ella se me ha adelantado. ¡Menuda arpía esta hecha!
Peter forzó una sonrisa.
—Claire, no quiero que te ofendas pero ¿podríamos ir al archivo? He quedado con el inspector a las ocho y todavía tengo que acabar ese maldito informe. Voy muy justo con el tiempo.
—Por supuesto. Tranquilo, nos dirigimos allí en este momento. No te puedo decir que no ahora que eres el novio de mi mejor amiga. ¡Y menos con esos preciosos hoyuelos! ¡Qué guapo eres, por Dios! -dijo Claire al tiempo que le pellizcaba el mentón.
El archivo estaba en el sótano del edificio de administración. Claire le guió por las entrañas de la estructura hasta llegar al segundo sótano. El olor a humedad y moho era similar al de una vieja iglesia. Se detuvieron delante de una doble puerta de roble macizo. En el lateral había un cartel que ponía “Archivos generales. Hospital St. Joseph”. Claire sonrió y sacó un manojo de llaves.
—Alguna ventaja tiene ser jefa de enfermeras. Cuidado, esto estará lleno de polvo –dijo Claire al tiempo que metía una llave en la cerradura y la hacía girar.
Empujaron la puerta con dificultad y encendieron la luz. Una larga fila de fluorescentes parpadearon somnolientos. Vieron una enorme estancia, de unos sesenta metros cuadrados, abarrotada de ficheros. El polvo y la suciedad lo inundaban todo. La verdad es que era mejor que todo aquello se informatizase en vez de estar allí cogiendo polvo. Claire le pidió a Peter que le recordara el nombre de la paciente.
—Cistar. Ellen Cistar.
—Bien. Si no recuerdo mal la encontré en este fichero de aquí.
Buscaron con paciencia la carpeta de Ellen. Cuando la encontraron vieron que efectivamente estaba vacía. Peter se rascó la cabeza.
—Ya se lo dije a Claire. Aquí no hay nada.
—Lo normal sería no encontrar la carpeta pero ¿encontrarla sin nada dentro? Todo esto es muy extraño.
—La verdad es que sí. Se están informatizando los archivos para el programa RESLIAS, pero todavía van por los apellidos que empiezan por B. Es un poco raro.
-Sí que lo es. Si quieres podemos irnos. Aquí va a ser imposible encontrar nada.
—Perfecto. Así podemos ir a la cafetería y te podré invitar a una taza del magnífico té que hacen nuestros pacientes. Realizan todo el proceso. Lo siembran en el invernadero, lo secan y lo muelen. Es una maravilla.
—Seguro que está espectacular y sé que es abusar de ti pero, ¿sería posible hablar con el psiquiatra que se encuentre de guardia? A lo mejor él sabe algo acerca de los documentos de Ellen –preguntó Peter al tiempo que lucía su mejor sonrisa.
La risueña enfermera torció el gesto ligeramente. Luego sonrió con falsedad.
—Supongo que sí. Aunque esta tarde está de guardia el doctor Blend. Es el nuevo psiquiatra que ha contratado el hospital. Sustituye al doctor Herrero.
—¿El doctor Herrero ha sido cesado?
-¿Lo conoces?
—Sí, vagamente. Coincidimos en una charla y me lo presentaron. Parecía un buen tipo.
—Es una magnífica persona. Fue despedido hace unos meses. Pero la verdad es que nadie sabe el porqué. Era un gran psiquiatra y un hombre muy educado. Todos lo queríamos mucho –respondió Claire con sinceridad–. Venga Peter, vamos al despacho de arriba a ver al doctor Blend. Como siga aquí mucho tiempo mi alergia empezará a hacer de las suyas.
Salieron del archivo y cerraron la puerta. Subieron hasta la primera planta y fueron hasta el despacho del médico. Claire le indicó a Peter que esperara para que primero entrase ella a hablar con el doctor y le explicase la situación. Un minuto después, Claire se asomaba y le hacía gestos para que pasase. Peter entró en el despacho. Era una estancia austera. Una camilla, un pequeño carro para hacer curas y reconocimientos, un armario que hacía las veces de botiquín y un viejo escritorio de caoba tras el cual se sentaba el doctor Blend eran los enseres más importantes. Blend debía tener alrededor de unos 35 años. Tenía un aspecto jovial y debajo de su bata de médico llevaba una alegre camisa de cuadros de colores chillones. Se levantó y estrechó la mano de Peter.
—¿Qué tal está, doctor Tenway? Ya me ha comentado Claire que necesitaba preguntarme un par de cosas sobre una antigua paciente. Espero poder ayudarle, aunque lo cierto es que no llevo mucho tiempo aquí. Usted dirá –dijo el doctor Blend mientras se volvía a sentar en su sillón.
—En primer lugar gracias por atenderme. En segundo lugar
–dijo Peter mientras miraba a Claire– te tengo que pedir que nos deje a solas. Voy a hablar sobre datos confidenciales de una paciente. Es mejor que esta conversación quede entre el doctor Blend y yo. Gracias Claire, se que cómo profesional lo entiendes –terminó de decir mientras le sonreía a la enfermera.
Claire se quedó un poco sorprendida e indignada al mismo tiempo. Luego dibujó una ladina sonrisa y se acercó a Peter.
—Claro que sí, Peter. Ya nos veremos. Otro día tomaremos ese té. Saluda a Rosanne de mi parte. Espero que sepas llegar a tu coche. Si tienes algún problema, avísame, ¿de acuerdo?
—respondió Claire evidentemente enfadada al mismo tiempo que le plantaba dos ruidosos besos en las mejillas– Hasta luego, doctor Blend.
Claire salió dando digno portazo. Peter miró a Blend que tenía cara de circunstancias. Luego comenzó a hablar.
—Necesito toda la información que pueda darme sobre una paciente que ha estado aquí ingresada. Su nombre es Ellen Cistar. He buscado con Claire su historial en el archivo y ha desaparecido –pidió Peter de manera cortés.
—¿Desaparecido?
—Sí. Estaba la carpeta pero en su interior no había ningún documento.
—Y, sin que se ofenda, ¿para qué quiere usted nuestro historial de una paciente? Según me ha dicho Claire, es usted anestesista del County General. ¿Para qué le hace falta?
—preguntó Blend.
Peter explicó con brevedad la llegada a urgencias de Ellen Cistar y su posterior intervención quirúrgica a vida o muerte. También le contó la exigencia por parte de la policía de que el informe fuese lo más completo posible.
—Por eso necesito una copia de su historial. Si le supone un problema les puedo decir que vengan ellos a buscarlo. Blend se quedó mirando pensativo a Peter.
—Lo siento, Peter. No se ofenda pero lo cierto es que no se cómo ayudarle. Puede que ya se hayan llevado su historia para introducirla en RESLIAS. O que algún médico residente la haya cogido para hacer un estudio. Desconozco su paradero, y sobre la paciente tampoco le puedo ser de más ayuda. No la conocí ni sé nada sobre su historial. Y si no está abajo, no sabría ni por dónde empezar –respondió Blend.
Peter resopló. No sabía qué hacer. No quería llevarle malas noticias al inspector Harper. De repente, se le ocurrió una idea.
—¿Y si me da el teléfono del Dr. Herrero? El estuvo aquí bastante tiempo y seguramente sí la conozca. Tampoco necesito un historial completo. Si me explica por encima sus trastornos, sería para mí más que suficiente. ¿Podría darme el número del doctor Herrero? -rogó Peter.
Blend dudaba. No sabía si podía darle un número de antiguo médico a un desconocido.
—Lo siento, Dr. Tenway. No me está permitido. Supongo que lo entenderá. Será mejor que llame mañana por la mañana y hable directamente con el director del centro. Llevó poco tiempo y es mi primer trabajo. No quiero tener problemas. O incluso creo que podría buscarlo en la guía. No creo que haya muchos doctores que se apelliden Herrero en el Estado de Maine.
-Sí, supongo que podré encontrarlo por ahí. Tranquilo, doctor, lo entiendo. Yo en su situación hubiese hecho exactamente lo mismo. Muchas gracias por su tiempo –dijo Peter a modo de despedida al tiempo que se levantaba y estrechaba la mano del joven psiquiatra.
Peter salió del despacho y empezó a bajar la escalera. Eran las 7 y media. Debía darse prisa o no llegaría a tiempo a su cita con Andy. Y eso era lo último que quería.
Se montó en su coche y salió a toda velocidad del complejo. Iba tan concentrado en llegar pronto al pub donde habían quedado que no se dio cuenta de que un Cadillac negro salía de la cuneta y lo empezaba a seguir.