—¿Está seguro? —pregunté nue amente.

—Sí, señor. —No i ninguna emoción en el rostro inexpresi o del portero. Definiti amente, él no me sería de ayuda. Salí del casino y miré a mi alrededor. Ningún rastro de Zoey. Pero si apenas se abía marc ado. ¿Acaso yo abía sido demasiado posesi o? ¿Zoey me abía… abandonado? ¿Acaso abía fingido todo para ganarse mi confianza, y la de todos?

No. Zoey era la peor mentirosa que yo conocía, no me abía engañado y sus sentimientos por mí eran reales.

Pero ¿quizás su miedo por mí era más grande de lo que yo pensaba? A ora, después de aberla confrontado con mi mundo, ella sabía cómo era realmente. Puro peligro y desconfianza.

Miré el collar una ez más. Cuando se lo regalé, sus o os erdes abían brillado tanto y su sonrisa no tenía precio. ¿Por qué tiraría el collar al suelo?

¿Y si alguna de las cámaras abía capturado algo? Rec acé la idea porque aun cuando ubiera una cinta con e idencia de a dónde abía ido Zoey, las personas de seguridad amás me darían acceso a ella.

Zoey, ¿en dónde te metiste?

Caminé rápidamente alrededor del casino, buscándola.

No quería admitir, ni por un segundo, que quizás Zoey me abía abandonado. El pensamiento casi me mata.

—Cara o —bramé y golpeé la pared a mi lado. Entonces me detu e. Primero que nada, debía rela ar mi pulso, que bombeaba adrenalina a tra és de mi cuerpo. Pero el paralelismo con Patric no me permitía pensar claramente.

Maldita sea, era lo mismo que con mi ermano bastardo. Un momento me cubría la espalda y al otro engañó a los Dragons, estafó a los Brothers y me traicionó a mí. ¿Y por qué? Por dinero, ¡maldición! ¡Dinero!

Patric se abía salido con la suya uyendo con un montón de dinero a algún lugar, de ándome a mí el caos que aún oy persistía. De no ser por él, los Dragons y los Brothers no querrían matarse entre ellos. Nadie se abía ganado mi confianza desde ese día… asta que llegó Zoey.

Seguí caminando y de repente todo se ol ió claro para mí. Definiti amente, Zoey no me abía mentido. Zoey amás engañaría a los Alfas ni a mí, pues fuera de nosotros, ella no tenía a nadie más.

Maldita sea. Algo abía pasado y, en lugar de sal arla, abía estado ocupado con mis putos pensamientos. Pero ¿cómo era posible que Zoey fuera lle ada en contra de su oluntad? Daba igual, después podría preocuparme de ello, lo importante era saber dónde estaba Zoey a ora. Hice un nue o plan. Vol ería a mi Maserati, tomaría mi Beretta ¡y protegería a Zoey de una puta ez! Justo cuando estaba a punto de correr al auto, escuc é el ruido de latas seguido de gritos. —Jódete —la oz de Zoey izo eco a tra és de los sinuosos calle ones e instinti amente corrí en la dirección de donde pro enía su llamado.

Deseé tener mi Beretta conmigo, pero no tenía tiempo que perder, no podía perder a Zoey de ista por segunda ez.

Corrí acia Zoey lo más rápido que pude, y cuando finalmente la i, estaba a punto de darle un puñetazo en la cara a Joel.

Maldita sea, ¿de dónde abía salido ese bastardo? ¿Estaba solo? No eía a nadie unto a él, pero no estaba completamente seguro.

Joel gritó, después empu ó a Zoey con brusquedad contra la pared más cercana y la golpeó.

Zoey se dobló y adeó: —Mierda, golpeas como una niña.

Aún a ora, sola y asustada, Zoey seguía siendo fuerte y me encantó. Joel la golpeó de nue o y de repente todos mis fusibles se quemaron. ¡Mierda, mataría a ese i o de perra!

La sangre borboteaba en mis ore as mientras yo corría y me abalanzaba sobre Joel. Ambos caímos en consecuencia del impacto.

—¡Damon! —gritó Zoey llena de ali io. La miré; abía lágrimas en sus o os.

—Di e que nunca te de aría ir —di e.

Era un error apartar la ista de Joel, pero necesitaba er a Zoey a los o os. —¿Todo está bien? ¿Estás lastimada? —pregunté. Entonces, el cañón del arma de Joel me pegó fuertemente en la sien. Mi campo isual se ol ió alarmantemente pequeño, pero me las arreglé para esqui ar un segundo golpe. Escuc é el arma caer en algún lugar del asfalto.

—Te lo mereces, maldito i o de puta —bramé. No tenía idea de dónde estaba su arma, pero su sucia cara estaba usto enfrente de mí y la golpeé tan fuerte como pude.

En el fondo podía escuc ar a Zoey y sus gritos casi me parten el corazón. Mi isión toda ía estaba limitada, eía c ispas y puntos negros y no eía la maldita pistola en ningún lado.

—¿Debería golpearte asta acerte mierda otra ez? —le grité a Joel, sin detener mis golpes.

—¡Joder! ¡ s matará a todos! —bramó Joel de nue o y me detu e.

—¿ uién? —pregunté. Pero Joel tan solo se rió con arrogancia, sin decir nada.

—¿ uién es tu maldito efe? —intenté de nue o. Él estaba callado. Arriesgué una mirada a Zoey, quien seguía acurrucada contra la pared, como un cier o asustado frente a los faros de un auto.

—Zoey, toma su arma.

Zoey asintió y pasó unto a nosotros para tomar el arma que estaba a nuestro lado. Después tomé a Joel por el cuello y lo miré profundamente a los gélidos o os.

—Tienes que ablar —lo amenacé.

—No te diré un cara o sin antes recuperar mi teléfono —exclamó Joel. Zoey se detu o y resopló ruidosamente. —No tengo tu teléfono, ¡te lo e dic o cientos de eces!

¿ ué cara os tenía que er el teléfono de Joel? ¡Daba igual! Toda ía no teníamos la situación ba o control.

—¡El arma, Zoey! —ordené una ez más. Pero era muy tarde. Joel cogió a Zoey por el tobillo, ella gritó y retrocedió tres pasos. Al mismo tiempo, Joel me golpeó con fuerza en la mandíbula y cuando giré la cara, Joel tomó su arma.

Al siguiente segundo, Joel apuntó con el cañón de su arma a Zoey y de repente el tiempo se detu o para mí.

Los o os de Zoey se agrandaron y miró el arma con orror, mientras el rostro de Joel ex ibía una sonrisa per ersa.

Cara o, debería aber de ado frío a ese bastardo la última ez que me lo encontré. Pero a ora era muy tarde para eso. No tenía tiempo para acer un plan, ni siquiera tenía tiempo para otro latido. Mierda, me odié por arrastrar a Zoey a todo esto. Si tan solo ubiera tenido más tiempo para prepararla me or respecto a todo lo que se a ecinaba… o si nunca la ubiera traído conmigo, definiti amente no estaría ba o un peligro mortal. Zoey, lo siento tanto, tanto.

Había tanto que aún no abía dic o y, al mirar a los o os del peligro tangible que olía a sangre y muerte, tan solo ubo un pensamiento en mi cabeza:

¡Tengo que salvar a Zoey!

Zoey me importaba más que nada en todo el mundo. Pero no podía pensar más, ¡tenía que reaccionar a ora!

—¡Corre, Zoey! —grité. Luego traté de desarmar a Joel cuando se escuc ó un disparo ensordecedor, afilado como una cuc illa, en el tranquilo aire nocturno.

Cara o.

21

Zoey

h Dios mío.

Mi corazón dio un uel o cuando un estallido resonó en el aire nocturno. Todo sucedió tan rápido, todo fue tan irreal. Joel me abía arrastrado afuera queriendo recuperar su teléfono y al siguiente momento apareció Damon, para sal arme.

Sabía que Damon me sal aría, lo sentía. Pero entonces, de repente ese disparo retumbó en mis oídos una y otra ez, ol iéndose más fuerte a cada latido de mi corazón.

De pronto abía tanta sangre… mi cráneo toda ía palpitaba con fuerza debido al fuerte golpe de Joel y el sentimiento de acío en mi estómago por su segundo puñetazo se ol ía cada ez peor.

—¡Damon! —quise gritar, pero mi oz no fue más fuerte que un susurro. uise mo erme, pero mi cuerpo se negó.

¡Era tan estúpida! Si no me ubiera apartado de la mano de Joel, a ora yo tendría el arma. Joel gritó y se sostu o la cabeza, mientras Damon no emitía absolutamente ningún sonido, tan solo respiraba pesadamente. —¡Damon! —lo llamé otra ez. Pero no me escuc ó; de su torso emanaba cada ez más sangre.

¡Oh, Dios!

No podía mo erme ni respirar, todo lo que podía acer era mirar. Damon abía recibido un disparo por mi culpa. ¡Por qué era tan estúpida, imprudente e ingenua! Aun así, él me abía protegido y cumplido su promesa, siempre lo amaría por eso. Al mismo tiempo, odiaba a Damon por seguirme, pues a ora estaba erido por mí.

Las lágrimas nublaron mi isión, pero me las limpié con las manos. A ora no era el momento de undirme en la duda y el reproc e, ¡debía reunir las fuerzas que Damon abía isto en mí! Primero necesitaba una

isión general de la situación. Toda ía estábamos solos y Damon seguía encima de Joel, quien yacía en el suelo.

Joel se su etaba la cabeza con ambas manos y fluía sangre de su ore a, cerca de su arma. El cañón de la pistola apuntaba directamente al cielo. Damon también parecía confundido, pero seguía sosteniendo con ambas manos a Joel por el cuello.

Hice un plan. Primero tenía que quitarle el arma a Joel, después tenía que desplazarlo y lle ar a Damon al ospital. Hasta a ora todo bien, pero ¿cómo podía implementar correctamente mi “simple” plan? Todo lo que sabía es que no me podía permitir perder más tiempo. Sin dudarlo, pateé la mano de Joel en donde estaba el arma, que se deslizó arios metros por el suelo. Después tomé la pistola del suelo y, con las manos temblorosas, apunté a Joel. Nunca abía escuc ado mi corazón latir tan fuerte como en este momento, pero abía desarmado a Joel, ¡eso era bueno! Y lo me or era que ni siquiera se abía dado cuenta de ello. Realmente debía dolerle el tímpano re entado, pero yo no sentía pena por ese pedazo de escoria.

A ora que tenía el arma, de alguna manera tenía que sacar a Damon de a í. Estaba confundida, estaba furiosa, pero lo más importante es que estaba preparada para todo.

—Si te mue es, ¡estás muerto! —lo amenacé.

Por Dios, si Joel siquiera pensaba en mo erse yo apretaría el gatillo, pues era consciente del peligro en el que me encontraba.

¡Cielos, es igual que antes!

No. Me des ice del pensamiento. Absolutamente no era igual que antes, a ora estaba Damon. Él me abía prometido que siempre me protegería y yo le creía. Pero acababa de recibir un disparo por mi culpa y yo era la que debía protegerlo.

—Damon —di e tan tranquilamente como pude, y le di un golpecito en el ombro. Él reaccionó de inmediato a mi tacto y su cabeza se le antó en mi dirección. Me miró con o os siniestros y asesinos y yo me estremecí. Me abía confundido con un peligro; no era de extrañarse con toda la adrenalina y la sangre.

—Soy yo, Zoey —le seguí ablando a Damon. —Le ántate, Damon.

Él parpadeó un par de eces y sus o os se aclararon. —¿Estás bien? — me preguntó.

Asentí inmediatamente. —Sí, yo estoy bien. Pero tú no.

Damon se miró a sí mismo y frunció el ceño cuando io la erida de bala.

—Auc —di o poco impresionado. No sentía dolor gracias a la adrenalina. Después ol ió a golpear a Joel en la cara y se le antó. —¡Damon! ¡Para! —le supliqué. No porque sintiera lástima por Joel, sino porque estaba preocupada por la condición de Damon.

Se ol ió acia mí y me tomó la barbilla con el pulgar y el dedo índice. —¿En serio estás bien, Zoey?

—Dios mío, sí, ¡estoy bien! Tu eres el que a recibido un disparo, ¡no yo!

Sin pre io a iso, Joel saltó del suelo y salió corriendo. Antes de que yo pudiera siquiera le antar el arma, Joel ya abía dado la uelta en la esquina más cercana. Luego los pasos se callaron y gritó:

—Mi teléfono o Lory, ¡es tu última oportunidad, perra!

Después Joel se escapó ba o el amparo de la noc e, como si el propio diablo lo estu iera persiguiendo.

—¿ ué? —preguntó Damon.

—Nada —lo corté. No quería preocuparlo mientras estu iera en ese estado. Cuidadosamente abrí su c aqueta y después su camisa.

Oh, Dios, estaba sangrando terriblemente.

uería romper en llanto. Me sentía tan impotente e incapaz porque no sabía qué acer. Deseé que la bala me ubiera impactado a mí, entonces Damon abría sabido exactamente cómo actuar.

—¿Te duele muc o? —pregunté.

Damon negó con la cabeza. —No. Mi miedo por ti es más grande. —Tenemos que salir de aquí —di e. Tomé su mano izquierda y la presioné contra su erida. —¡Aprieta con fuerza! —le pedí.

Luego me puse los brazos de Damon sobre los ombros para lle arlo de uelta al coc e. En el camino, ol í a mirar por última ez la le ana silueta del casino, que abía sido una decepción total. Pobre Damon, abía peleado tanto por ello y, sin embargo, pronto todo estallaría frente a sus o os.

—Asumo que no tienes un botiquín de primeros auxilios en el coc e, ¿cierto?

Damon sonrió amargamente y negó con la cabeza.

—Especialmente tú deberías tener un botiquín de emergencias bien equipado. Tu riesgo de desangrarte es diez mil eces mayor que el de un

estadounidense promedio.

—Lo pondré en mi lista de tareas —se rió Damon. Pero su risa se con irtió en un ataque de tos.

Cielos, ¡tenía que apresurarme! No tenía idea de qué tan mal erido estaba Damon, pero no se eía nada bien. Cuando llegamos al coc e, Damon se recargó en el tec o y di o a modo de comando: —¡Yo conduzco! —¿Estás loco? Apenas te puedes mantener en pie. Dame las lla es — respondí. En ningún mundo abía posibilidades de que de ara a Damon conducir en ese estado.

—No tienes idea de la bestia que es mi Maserati.

—Ay, es pan comido. Después de todo, estoy contigo —di e con más seguridad de la que tenía. El Maserati definiti amente era una cosa diferente al ie o Vol o que a eces pedía prestado a la abuela de Lory para las compras semanales.

La respiración de Damon se ol ía cada ez más pesada y me preocupaba que la bala también ubiera encontrado sus pulmones.

—En serio, ¡no más discusiones! —le ordené. Luego busqué las lla es en sus bolsillos, lo senté en el asiento del copiloto y me posicioné en el lugar del conductor.

Tan pronto como coloqué la lla e, sentí el concentrado poder del e ículo. No era una buena combinación con mis manos temblorosas y manc adas de sangre.

Por avor, Dios, no me permitas ocasionar un accidente.

Los primeros metros fueron odidamente irregulares pues tenía que acostumbrarme al delicado embrague, pero al momento de cambiar de las tranquilas calles al intenso tráfico de la a enida principal, ya abía desarrollado cierta sensibilidad por el coc e. Lento pero seguro, pude ol er a pensar con claridad.

—No tengas miedo, te lle aré al ospital más cercano, Damon

—No —gruñó él.

—Dios, ¿qué tenéis todos contra las instalaciones médicas y los doctores con licencia? —resoplé.

—En el peor de los casos, nos están esperando allí. Y en el me or de los casos, los doctores llamarán a los policías para a isar que ubo un tiroteo. De ninguna forma es bueno.

La sensación de que abía gente esperándonos era terrible. ¿Cómo Damon abía aguantado eso día y noc e?

—De acuerdo, ningún ospital. Entonces necesito saber cómo regresar a la illa.

Damon ol ió a negar con la cabeza y yo me alegré al er que la illa también estaba fuera de discusión.

—Mi gente enloquece cuando me e así. Especialmente Da id, quien llama a la anarquía.

—¿Entonces? ¿A dónde debo lle arte?

Damon no di o nada y lo detesté por ello. No podía seguir mane ando sin un ob eti o o la posibilidad de que Damon obtu iera ayuda.

Cielos, ¡Damon se estaba desangrando a mi lado!

No sabía si podría acer otra operación en condiciones miserables, como lo abía ec o con C ase. No, no era posible. Me negué a ayudar a Damon ba o estas circunstancias. Si tan solo yo… ¡o !

—Bien, ya sé a dónde podemos ir —di e.

—¿Y a dónde amos?

—Al Animal Care Center, mi traba o. — uien estu iera detrás de Damon, amás pensaría en buscarnos dentro de una eterinaria. Incluso Joel no conocía mi sitio de traba o, tan solo sabía que yo estudiaba medicina eterinaria. Por lo tanto, era un lugar muc o más seguro que cualquier ostal o puente deba o de la carretera para poder ayudar a Damon.

—Cara o, ¡no soy un perro! —protestó Damon y yo resoplé ruidosamente.

—¿ uieres ol idar tu orgullo por un segundo y pensar en la erida de bala de tu abdomen?

¿Nos abría a orrado esta con ersación a mí y a Damon si tan solo yo

no ubiera seguido a Joel? , lamentaba tanto que la reunión de Damon

con el God ather se ubiera ido a la mierda por mi culpa. Si abía una guerra, yo era la causante. Esta conclusión me golpeó muc o más fuerte que los puñetazos de Joel y reprimí un sollozo.

—¿ ué pasa Zoey?

—Es mi culpa —suspiré. —¡ ue aya asesinatos y omicidios en Hells Kitc en, es mi culpa!

—Maldición, Zoey. ¿De dónde sacaste esa absurda idea?

—Si Joel no ubiera aparecido, a ora tú estarías aciendo negocios. —¿ ué quería este bastardo enfermo de ti?

—Su teléfono. uería recuperar su teléfono. —Entonces sus palabras ol ieron a mí, diciendo que mataría a Lory si yo no podía recuperar su maldito mó il. Aun cuando mi me or amiga no estu iera en manos de Joel, él sabía dónde i ía y podía atraparla en cualquier momento.

¡Dios mío!

Entre en pánico al estar consciente del alcance de sus amenazas. Estaba a punto de matar a mi me or y única amiga.

—¡Damon! Necesito el teléfono de Joel, ¿dónde lo tienes? Por fa or dime que no te des iciste de él —seguí ablando con Damon.

Él posó su mano sobre mi muslo y me susurró.

—Cálmate, Zoey. Me abía ol idado de esa maldita cosa. Está en el maletero —di o.

— , gracias a Dios que no lo destruiste —suspiré. ¡Finalmente abía un rayo de esperanza! Me aferré a él tan fuerte como pude.

—No, no le agradezcas a Dios, sino a ti. Me fastidiaste tanto que lo ol idé. De lo contrario, lo abría disuelto con el it de química de Valentino.

Por el rabillo del o o i que Damon quitó bre emente su mano de la erida de bala.

—¿Sigue sangrando? —pregunté.

—Sí, maldición —susurró Damon.

—Eso no es bueno —suspiré. ¿Cuánta sangre podía perder una persona antes de que se ol iera gra e?

No, ¡no Zoey!

No me permití atormentarme con isiones futuras que tal ez nunca se ol erían realidad. En cambio, tenía que pensar en algo más significati o. Por e emplo, cómo iba a meter a Damon al Animal Care Center sin yo tener la lla e. Todo lo que tenía conmigo el día de mi secuestro estaba al otro lado de la ciudad, en casa de Lory.

—No falta muc o, Damon —di e más fuerte, cuando salí a la carretera. Lo me or que pude, intenté mantener a Damon despierto, pero a cada minuto que pasaba, él se tranquilizaba más y ablaba menos.

¡Por avor, espera! ¡Jamás te lo perdonaría, Damon!

22

Damon

Cuando el e ículo disminuyó su elocidad, no pude e itar cerrar los o os, a pesar de que Zoey estaba intentándolo todo por mantenerme despierto. Su mirada de preocupación no decía nada bueno.

Maldición, ¡voy a matar a ese bastardo en ermo!

No entendía qué tan gra e era mi erida, pero nunca abía sentido tanto dolor. Y a cada ez que disminuía la adrenalina en mi circulación, el dolor se ol ía más potente. Mierda, ¡se ol ía peor a cada latido!

—Llegamos —di o Zoey. Después me ayudó a salir del coc e y me dio apoyo. Realmente era una c ica fuerte. Considerando la situación, abía logrado mantener la cabeza fría y a ora me arrastraba a tra és de la noc e, aunque yo pesaba al menos el doble que su delicado cuerpo. Nos detu imos en la puerta de la tienda eterinaria.

—El teléfono —susurré.

—No tengo idea de cómo amos a entrar a la clínica sin tener las lla es, te estás desangrando, ¿y solo piensas en el teléfono de Joel?

—Es odidamente importante —respondí. El teléfono podría responder preguntas que me abía estado planteando durante meses. Pero Zoey tenía razón, mis prioridades definiti amente estaban en el lugar equi ocado. ¡Maldito orgullo!

—Está bien —suspiró Zoey. Corrió de uelta al coc e, abrió el maletero y ol ió con el teléfono de Joel.

—Buena c ica. Y a ora pensemos en cómo entrar a la clínica. ¿No ay nadie?

No es que quisiera arrastrar a más personas a mis problemas, pero apenas y podía mantenerme en pie.

—No. Solo ay un teléfono para emergencias que mi efe tiene en su casa y luego iene aquí.

—¿No ay sistema de alarma? —pregunté.

—No. Pero no quieres romper una entana, ¿cierto?

—Sí, ustamente eso debemos acer —insistí. Si no abía forma de entrar, debíamos crear una.

—Pero no podemos acer eso —di o Zoey, orrorizada.

—Bien, entonces simplemente me desangraré aquí —di e con oz áspera.

Sus o os se encendieron y se frotó la cabeza. —Lo siento, Damon. La última ez que estu e aquí no abía en mi ida secuestros, tiroteos y mafiosos.

—Está bien. Una c ica como tú no tendría por qué conocer todas esas cosas —le sonreí. Zoey abía pasado por muc as cosas últimamente, por eso quería protegerla.

En cambio, fui un maldito estúpido y de é que me dispararan.

Joder.

Mientras me apoyaba contra la pared, Zoey buscó una piedra grande. —Voy a romper una entana de la sala de espera y entraré, ¿de acuerdo? —di o. En su mano sostenía un enorme ladrillo ro o.

Asentí e intenté quitarme la c aqueta para dársela.

—¿ ué ago con esto? —preguntó Zoey.

—Así puedes quitar los últimos pedazos del marco de la entana, sin lastimarte

—A , es erdad —di o y tomó la c aqueta empapada de sangre. Luego me dio un beso; sus labios nunca abían tenido un sabor tan dulce.

—Ya regreso, espérame por fa or, ¿sí?

—Esperaré aquí —respondí.

Los pasos de Zoey se perdieron a la distancia y de pronto reinó un silencio ensordecedor a mi alrededor. Maldición, ¿cómo le explicaría a mi gente lo que abía pasado? Ni siquiera yo estaba muy seguro de lo que abía pasado esta noc e y tenía un mar de dudas.

Vol í a colocarle la batería al teléfono y lo encendí. No sucedió nada. ¡Mierda! La batería estaba descargada.

¿Cómo es que Joel abía burlado el sistema de seguridad del casino y, sobre todo, cómo sabía que Zoey y yo estábamos a í?

Escuc é idrios romperse y me estremecí por el frío que, de un segundo a otro, se esparció dentro de mí. Debía ser por la pérdida de sangre… Maldición, ¡tenía que aguantar! Apreté los dientes y pensé en Zoey, en mi ermano y en la larga lista en la que tenía que traba ar esta noc e. No

podía permitirme darme por encido y me obligué a permanecer despierto asta que Zoey abrió la puerta detrás de mí y me lle ó al interior de la clínica. Me sentó en una mesa cromada.

—Necesitamos cargar el teléfono. Es lo más importante —di e. Cogí el mó il, que estaba manc ado con mi propia sangre.

—Lo más importante es que no te desangres —respondió Zoey, sin comprender.

—Necesitamos un cargador, ¡maldita sea! —bramé. Después de eso, ya abía agotado mis últimas fuerzas y continué ablando con más calma: — El teléfono puede cargarse mientras me atiendes, por fa or. Es importante. No solo porque quería saber lo que ese bastardo nos estaba ocultando, sino también para pedir ayuda si algo salía mal. Mi teléfono abía sido destruido en la pelea con Joel.

Aunque me tranquilicé con cada palabra, Zoey me miraba en estado de shock .

Joder, no abía querido gritarle, no quería que ella tu iera que pasar por toda esta situación, ella tan solo era una c ica pequeña… mi pequeña. —Está bien, creo que ay un cargador en la sala. —Su oz no era más que un susurro cuando salió de la abitación y luego regresó con un cable. Tomó el teléfono de mi mano y lo enc ufó.

—Lo siento, Zoey —me disculpé.

—Lo sé. A ora por fa or dé ame sal ar tu ida —suspiró. Con o os críticos, obser ó mi camisa manc ada de sangre y después la desabroc ó. Cada pequeño mo imiento se sentía como un cuc illo al ro o i o, pero apreté los dientes y de é que Zoey me quitara la camisa.

—Puedo darte algo para el dolor —di o Zoey. Luego se puso unos guantes azules de látex y miró cuidadosamente mi erida de bala.

—No, no es necesario —respondí. Mierda, me ubiera gustado tomarme el botiquín entero, pero tenía que mantener mi mente despe ada, con o sin dolor. Todo mi torso estaba cubierto de sangre, al igual que mis manos. Mierda, odiaba este olor metálico. Zoey acercó una lámpara de examinación y palpó mi erida, con la mirada concentrada. Le temblaban las manos y noté que se culpaba a sí misma.

—No es tu culpa, niña —susurré.

—Sí —suspiró.

—No. Joel apretó el gatillo, no tú.

No podía erla a los o os, no cuando estaba así de triste y agitada y me miraba con sus brillantes o os color esmeralda.

—¿ ué es lo que más te gusta de tu traba o? —pregunté.

—Las miradas amigables y amorosas de los animales a los que puedo ayudar —sonrió Zoey. Sus temblorosas manos se calmaron lentamente. —¿Y tienes un paciente fa orito?

—Meera —di o sin titubear. —Ella sigue aquí, creo… eneno. Eso siempre lle a muc o tiempo.

Asentí pensati amente.

—Entonces, a ora me cuidas a mí y después as con Meera, ¿de acuerdo?

—Suena como un buen plan.

La inseguridad y el miedo de Zoey se disiparon y pude er que su mente inquieta se calmaba lentamente. Aunque cada ez que me tocaba se sentía como una afilada espada, no me permití mostrar nada.

—Un tiro limpio —di o ali iada. Entonces no abía ninguna bala que Zoey tu iera que sacar.

—Bueno, entonces cóseme para que podamos ol er a la illa —di e. Zoey preparó todo lo que necesitaba en una c arola plateada y yo la obser é. Estaba completamente concentrada y estu e seguro de que llegaría a ser una buena eterinaria.

—Me odio por aberte arrastrado a ese lugar —gruñí.

—No empieces otra ez, ¿ ale? No podemos cambiar el pasado y no quiero acerlo —en sus labios abía una sonrisa tranquila.

—¿Por qué no?

—Porque nunca te abría encontrado.

Maldición, Zoey me abía demostrado que yo era capaz de muc o más que puro odio. Ella era tan buena que no la merecía.

bser é cómo me curaba e intenté ignorar el dolor lo me or que pude. En cambio, pensé nue amente en todas las preguntas abiertas para las que no abía encontrado una respuesta. Eran los malditos acerti os del milenio. Cuando Zoey comenzó a coser la erida, notó mi mirada crítica.

—¿Te duele muc o? —preguntó. Negué con la cabeza.

—No, solo me preguntaba cómo supo Joel que estábamos en el casino. Sin interrumpir su traba o, Zoey respondió: —Ni siquiera me abía preguntado eso.

—¿No?

—No. Hasta a ora estaba más preocupada con la duda de por qué nadie en el casino izo nada cuando me lle ó afuera.

Alcé las ce as e inmediatamente las palabras del portero resonaron en mi cabeza, diciéndome que Zoey se abía ido sola.

—¿Has salido con él del casino?

—Sí. Él, yo y su arma desenfundada.

Mi corazón acelerado inmediatamente bombeó una nue a dosis de adrenalina a mi cuerpo y me quise poner de pie, correr a mi coc e y mane ar directamente acia la illa, pero Zoey me lo impidió.

—Joder, ¡soy tan idiota! —maldi e.

—Así es. Morirás desangrado si no te puedo curar —di o Zoey con firmeza.

Me ol í a sentar y traté de ordenar mis pensamientos.

A ora todo tenía sentido. al menos la niebla se abía despe ado un

poco. Había encontrado otra pieza del rompecabezas.

—Joel traba a para el God ather .

Inmediatamente miré el teléfono al otro lado de la abitación. Estaba seguro de que a í encontraría información para sustentar mi teoría.

—¿ ué? —preguntó Zoey. Me colocó una mano en la frente. —Estás elado, Damon. —Su oz temblaba. Le acaricié la mano y me torturé con una sonrisa.

—Me sal aste la ida.

—Aún no —suspiró. —A ora quédate sentado sin mo erte para que pueda seguir cosiéndote, ¿sí?

—Entendido. Pero necesito el teléfono de Joel —di e intranquilo. Necesitaba más información para reforzar mi teoría.

—Cuando termine, te lo daré. Lo prometo. ¿De dónde sacaste la idea de que Joel traba a para el God ather ?

—Porque el casino a estado encubriendo a Joel desde el principio. Apuesto a que también se estaba escondiendo de la policía a í. —¿Entonces el God ather está poniendo a Hells Kitc en contra la pared? —preguntó Zoey.

—Sí. No tengo idea de por qué —respondí pensati amente. De ec o, se me ocurrieron muc as razones, pero no quería especular con base en la moti ación. Probablemente dinero, poder o ambos, pero no podía perder de ista el panorama general.

Cuando Zoey terminó su traba o y endó mi erida, la besé profundamente. Sus labios eran más dulces que nunca. Maldita sea, abía sal ado mi ida cuando yo debía aberla protegido a ella.

—Eres la mu er más increíble que conozco, Zoey —le di e.

Era tan delicada y elegante como una mariposa, pero en su interior latía el corazón de una leona, fuerte e indestructible.

—Alucinas —sonrió Zoey. Y cuando la i reír de erdad, supe que lo peor abía pasado. ¡A ora las cosas tan solo podrían me orar!

—¿Soy libre, doctora? —pregunté.

—Sí, pero como tu médico que soy te recomiendo muc o descanso. —Nada me or que eso, pero me temo que tendrá que esperar. Tenemos odidamente muc o que acer.

Nunca en mi ida me abía sentido tan cansado como a ora, pero no podía pensar en dormir. Mierda, me mareé de tan solo pensar en con quién debía ablar. Tenía que ablar con los Dragons, con los Brothers y con mi gente para demostrarles que, de alguna manera, el God ather nos abía saboteado. Pero me faltaban las malditas pruebas.

—Necesitamos a eriguar qué ay en el teléfono de Joel que pueda delatarlo —di e.

—Lo más importante es que descanses —susurró.

Cuidadosamente atra e a Zoey acia mí y la besé. Su cercanía era tan increíblemente reconfortante. Me traía la paz interior que abía estado buscando durante tanto tiempo. Al separarnos, me puse la camisa manc ada de sangre.

—¿ ué aces? —preguntó Zoey.

—No me oy a sentar aquí sin acer nada. Re isaremos el mó il de Joel y luego ol eremos a la illa. Hay odidamente demasiado de qué ablar. Zoey posó su mano en mi ombro sano.

—Está bien. Tú re isas el teléfono mientras yo mane o de uelta a la illa. Pero debes descansar, Damon. No tengo idea de cuánta sangre perdiste, pero… no fue poca.

Una lágrima corrió por su me illa y casi me parte el corazón el erla tan infeliz. Sua emente besé su lágrima salada. Deseaba tanto poder mantenerla ale ada de su pena, de sus malditos demonios y de todo lo demás, pero yo era un fracaso y mis prendas ensangrentadas lo demostraban.

—¿ ué ice para merecerte, Zoey?

—Porque me aces bien. Conocerte es lo me or que me a pasado. —¿Entonces por qué lloras?

—Porque uno solo puede reconocer esas cosas al borde del abismo.

Me besó otra ez y disfruté de su calidez. Gracias a ella, el fin del mundo no se sentía tan cruel.

Nos perdimos en nuestra intimidad, que podría aber durado para siempre. Maldita sea, si el precio por esos momentos era una bala en el cuerpo, lo pagaría. Una y otra ez. Zoey era lo más alioso que tenía en todo el mundo, ella era mi mundo.

Entonces un fuerte zumbido nos separó a Zoey y a mí. Era el teléfono de Joel, que ibraba sobre la mesa con la pantalla encendida.

23

Zoey

Nunca me abía dado tanto miedo un sonido como lo izo el zumbido del teléfono sobre la mesa.

—¿ ué acemos? —pregunté por lo ba o. Miré a Damon y sus o os refle aban puro odio e ira, y no podía culparlo. ¡Joel le abía disparado, maldición!

Toda ía me dolía el estómago de tan solo pensar que Damon podría aber muerto.

—Contesta —di o Damon.

—No puedo —respiré. Hubiera preferido tomar la maldita cosa y estrellarla contra la pared. No quería escuc ar la oz de Joel, ni tampoco saber lo que tenía que decir. Y de ninguna manera quería considerar que Lory quizás estaba en peligro.

¿Por qué no podía i ir en mi pequeña y ermosa burbu a, llena de gatitos, amor y Damon? ¿Por qué el destino seguía apareciendo con la agu a más afilada posible para destrozar mis sueños?

Damon me tocó y ol í a la realidad.

—Necesitamos saber qué quiere Joel. Tú puedes —me alentó Damon. Sin muc os ánimos, comencé a mo erme y tomé la llamada.

—¿Aló? —pregunté.

—Así que encontraste mi teléfono —respondió Joel con arrogancia, casi di ertido.

Eso fue suficiente para con ertir mi miedo en ira. Cielos, ¡lo odiaba tanto que incluso por teléfono quería estrangularlo!

—¿ ué quieres? —pregunté. Fingí tanto desinterés como pude. No quería que Joel supiera qué tan rápido latía mi corazón realmente.

—¿En serio tengo que ser más claro, perra? uiero mi maldito teléfono. —Y las personas del infierno quieren agua elada —respondí

tranquilamente.

Esperaba que ubiera un lugar especial en el infierno para personas como Joel.

—¿Y por qué debería dártelo? —respondí.

Joel resopló ruidosamente, la llamada cru ió un poco y entonces escuc é a Lory. Ella sollozaba desesperadamente.

—¿Lory? ¿Me escuc as? ¿Estás bien? —exploté en preguntas acia ella.

—Zoey, desde el principio tu iste razón —aulló ella.

—Te sacaré de a í, ¡lo prometo!

Hubo otro cru ido y Joel arrebató el teléfono de la mano de Lory. —Tu me or amiga o mi teléfono —me amenazó.

—¡Jódete, Joel! ¡No te as a salir con la tuya! —le espeté con lágrimas en los o os. Toda ía podía escuc ar a Lory llorar en el fondo. Era tan desgarrador que debí presionarme la boca con una mano para suprimir mis propios sollozos.

—Ya lo eremos. Te en iaré un mensa e con el punto de encuentro. Ven sola, o moriréis los dos, ¿entendido?

—Vete al cara o —presioné la mandíbula.

—Bien. —Joel terminó la llamada y yo rompí en llanto.

No podía decir nada, así que solo miré a Damon. Él extendió el brazo y me acurruqué contra su fuerte pec o y lloré. Todo mi maldito mundo se ino aba o.

Dios, ¿por qué me odias de esta manera?

—Está bien —susurró Damon. Me acarició el cabello con dulzura. — Todo estará bien.

No, no todo estaría bien. Yo no podía enfrentarme a este mundo repleto de armas, constante peligro y ombres poderosos. Damon abía recibido un disparo por mi culpa, Lory abía sido secuestrada por mi culpa y Hells Kitc en pronto se undiría en una guerra de pandillas, ¡también por mi culpa! Apreté el puño, llena de rabia, y golpeé el ombro sano de Damon. A cambio, él me abrazó con más fuerza, brindándome el apoyo que necesitaba.

—Háblame, Zoey —susurró Damon.

—Traigo mala suerte —suspiré.

—No, solo as atraído problemas mágicamente —respondió él.

—¿Y cuál es la diferencia?. —Me limpié las lágrimas de la cara y lo miré. Sus cálidos o os marrón caramelo miraron profundamente a mi

alma.

—También me atra iste a mí.

ue Damon se llamara a sí mismo problema me izo reír en contra de mi oluntad.

—Creí que yo era tu problema —di e.

—Es cierto. Y al mismo tiempo eres la solución a mis otros problemas. Gracias a ti toda ía no renuncio a un futuro pacífico.

Mi corazón se regoci ó cuando Damon fue tan despiadadamente onesto y re eló sus sentimientos más profundos.

—Ygracias a ti finalmente corté mi pasado —compartí con Damon mis sentimientos más íntimos.

Damon pasó su pulgar a tra és de mis me illas úmedas y después me acercó. Sus besos fueron sua es y amorosos. En sus fuertes brazos, me sentía más segura que en cualquier otro lugar del mundo. Damon era mi refugio dentro de la tormenta y mi luz en la oscuridad.

Por muc o tiempo me quedé allí, apoyada en su fuerte ombro y disfrutando del momento, la calma antes de la tormenta.

—¿Cuándo terminará todo? —pregunté.

—Pronto, espero —respondió Damon. No era la respuesta que esperaba, pero al menos era sincera.

—¿Puedes darme el teléfono? —preguntó Damon y yo se lo entregué. Ocho, dos, tres, siete.

Hasta oy, toda ía no abía ol idado la contraseña. Los números se me abían grabado para siempre en la mente, unto con una mezcla de miedo y adrenalina.

—¿Dónde buscarás? —pregunté.

—En contactos. A ora sé qué debo buscar.

Entonces Damon se sumió en un silencio pensati o. Lo obser é mientras él leía mensa es y erificaba números telefónicos.

—Tal como lo pensé. Contactos de los Dragons, de los Brothers y de mi gente. Reconozco algunos de los números. Él es quien causa los problemas, o al menos el que desató algunos de ellos.

—¿Al enfrentaros entre osotros mismos? —pregunté.

—Así es —asintió Damon.

—¿ uizás ay alguna pista de su escondite? ¿De dónde puede tener capturada a Lory?

—No. Pero no te preocupes, él no la lastimará. Es su única enta a.

Las palabras de Damon no me calmaron realmente, aun cuando él tenía razón.

Oh Lory, lo siento tanto, tanto.

—Voy a er a Meera bre emente, entonces podemos marc arnos — suspiré. Para mí, no abía me or medicina que el ocico mo ado de un perro, además, también tenía que disculparme con ella por romper mi promesa.

—Hazlo. Yo llamaré a Da id para reunir a todos —di o Damon. Tomé aire para darle un segundo sermón respecto a que debía reposar, pero al final lo de é. Damon era un maldito terco y no se rendiría. Con un suspiro, puse el teléfono inalámbrico en su mano y di e:

—No confío en el celular de Joel, llama con este.

—C ica lista —di o Damon sonriendo.

—Hay algo más… —comencé, pero no terminé mi oración, pues no sabía cómo acerlo.

—¿Sí? —preguntó le antando una ce a.

—¿Tienes dinero contigo?

Pensati o se palpó los bolsillos, asintió y sacó un fa o de billetes. —¿Para qué?

—Me gustaría pagar el daño que ice —di e sonriendo.

—Maldición, Zoey. Realmente eres demasiado buena para este mundo —di o Damon. Entonces me dio el fa o. Nunca abía tenido en las manos tanto dinero en efecti o y, como no sabía cuánto costaba una entana rota, le pregunté a Damon: —¿Debería de ar todo el dinero?

—Por supuesto. Eso debería cubrir todos los daños.

—Gracias. Estoy usto al lado, ¿de acuerdo?

Damon asintió y luego me regaló una cálida sonrisa. Una sonrisa que decía: Todo va a estar bien. Y yo le creí. Si Damon creía en ello, ¡entonces era posible!

Le de ol í la sonrisa y fui a la recepción para de ar una pequeña nota al Dr. Harper. Esperaba que creyera que abía sido una emergencia y no llamara a la policía por la mañana. De igual forma, le prometí que reanudaría mis labores lo antes posible. Después de é el fa o de billetes y la nota y fui con Meera.

Mi corazón dio un brinco al pensar en mi perro fa orito. Meera abía sido muy aliente todo el tiempo, y estaba ansiosa por er cómo estaba. ¡A ora debía sentirse me or! Era una guerrera, al igual que yo.

Cielos, tenía tantas cosas que decirle y no podía esperar. Sí, por un bre e momento, pensar en Meera me permitió ol idarme de todo el caos que me rodeaba. Simplemente era Zoey, la aspirante a eterinaria aciendo su traba o. Esta parte de mi antigua ida me izo bien oy.

No encendí la luz para no despertar a los animales que estaban dormidos en las pequeñas aulas y lentamente tanteé mi camino acia adelante. Por lo general eran pocos los animales que pasaban aquí la noc e, tan solo aquellos que necesitaban transfusiones u oxígeno, pero oy abía silenciosos ruidos pro enientes de las aulas.

Me detu e frente a la puerta de la re a de Meera, sin embargo, su nariz úmeda no me dio la bien enida como lo esperaba. La aula estaba acía y, llenándome de alentía, me tragué el enorme nudo que me obstruía la garganta, solo para que a ora me pesara una tonelada en el estómago. Meera debía… ella se…

No pensé la idea asta el final, no quería cargarla en el corazón. En cambio, abandoné la abitación de puntitas para no asustar a los demás animales dormidos y golpeé la primera pared con la que me encontré. —¡Joel me las pagará! —me uré a mí misma.

En primer lugar, ¡por Joel abía tenido que romper mi promesa! El futuro estaba en uego por culpa de ese i o de puta.

¡Dios mío! Me abía abandonado, disparado a Damon, secuestrado a Lory y pro ocado una maldita guerra.

Juré por Dios que no lo de aría salirse con la suya, aría todo lo que estu iera en mi poder para detenerlo.

¡Joel arderá en el maldito in ierno!

Y ya tenía una idea de cómo mandar a Joel directamente al infierno…

24

Damon

¿Z oey? Para —interrumpí a Zoey. Todo el ia e me abía ablado de su plan para acabar con Joel, pero no me agradaba muc o.

—¿Por qué? —preguntó Zoey. Disminuyó la elocidad y condu o el Maserati acia la entrada de la illa. Más allá del orizonte, el sol de la mañana luc aba a tra és de las espesas y oscuras nubes de tormenta, las cuales no auguraban nada bueno.

—Porque tu plan es una puta mierda —respondí.

—No lo es y lo sabes —di o Zoey desafiante.

diaba su plan, en donde yo no era capaz de protegerla. En todas las ersiones posibles, Zoey estaba en medio de la línea de fuego mientras yo me encontraba en algún otro lugar le os de ella.

—Escuc aste lo que di o Joel —argumentó Zoey.

—Mierda, me da igual lo que aya dic o ese pequeño bastardo. Te prometí que te protegería y eso oy a acer. ¡Si es necesario, te ol eré a meter en el sótano!

Zoey no di o nada, simplemente frenó bruscamente. A mi ombro lesionado no le causó absolutamente ninguna gracia. Me dolió infernalmente y sentí como si tu iera un cuc illo al ro o i o en la erida. Zoey me miró con reproc e.

Bien, tal ez me abía ganado el frenazo. Pero no quería que Zoey estu iera en peligro otra ez. Si algo sucediera… mierda, no podría soportarlo.

—Esperemos a er qué dice Da id y los demás —suspiró Zoey.

Joder, odiaba estos momentos en donde debía decidir algo tan importante. diaba estas sádicas tareas que el destino tenía preparadas para mí, pero era mi responsabilidad así que debía tomar las decisiones difíciles.

Entramos a la illa, en donde reinaba el caos. Da id me dirigió una mirada furiosa mientras él y Valentino trataban de impedir una pelea entre Dean y otros ombres. En un segundo, Dex cargó sus armas y una docena de mis ombres lo siguió. Todos querían er sangre, no abía duda de ello. Dean gritó sal a emente mientras esqui aba los puñetazos y arro aba su puño en el aire. Joder. La guerra ni siquiera abía comenzado y mi gente ya se estaba enfrentando entre ellos.

—¡Puta mierda, parad ya! —bramé. Todos mis ombres se paralizaron inmediatamente.

—¡Tenemos que actuar a ora! —di o alguien de entre la multitud. Silbidos, ítores, aprobación.

—Yo decidiré cuándo actuar —gruñí. Pensati amente, miré alrededor del estíbulo donde se abía reunido la mayoría de mi gente. Zoey se paró detrás de mí y no di o nada.

—¡Te dispararon, Damon! —siseó Da id, enfadado. Sus o os ardían con una ira que yo conocía muy bien. Era la misma que ardía en mí, pero al contrario de Da id, yo podía controlar las llamas.

—Y uro por Dios que no quedará impune. Pero no podemos sumergirnos en una guerra cegados por la ira, sin saber quién es amigo o enemigo.

—¡Los Dragons! —gritó alguien de la multitud.

—¡Los irlandeses! —especuló alguien más.

El God ather realmente abía ec o un buen traba o.

—Todo se a salido de control desde que tra iste a esta c ica.

Algunos murmuraron con aprobación, y los uzgué a todos con una mirada aguda. Al mismo tiempo, me coloqué frente a Zoey de forma protectora. Pude er el miedo en sus o os, pero ella se mantu o firme y desafió la mirada de los ombres. Me dieron ganas de uir con ella a un lugar tranquilo, le os de calle ones oscuros, drogas y carteles armados.

Al mismo tiempo, quería acer mierda a todos los ombres de la abitación que estaban en contra de Zoey. Me cuestionaban a mí y a mis decisiones; no podía permitir eso.

—Zoey es uno de nosotros —rugí tan fuerte como pude. Nadie debía dudar de mi autoridad o de mis decisiones. —¡Ella sal ó la ida de C ase y la mía y gracias a ella emos ec o una conexión entre Joel, el God ather y todos los problemas!

Detrás de mí, Zoey susurró: —Gracias.

Inmediatamente la abitación se llenó de murmullos, susurros y discusiones. Me giré para mirar a Da id, a quien ya abía informado de todo. —¿No les di iste nada?

Hubo exclamaciones una y otra ez y lentamente se formó un patrón. Mi gente erdaderamente ad udicaba a Zoey la culpa de la crisis.

Joder, estaba cansado porque no abía dormido las últimas noc es. Además, estaba ex austo porque casi muero desangrado por culpa de un demonio. Pero en lugar de descansar, ¡debía e itar que mi gente se ol iera loca!

—¿ ué piensas? ¡ b iamente no! Pero… —comenzó Da id, sin embargo, Zoey lo interrumpió.

—Realmente tenéis que estar mal de la cabeza para creer que una pequeña c ica puede comenzar una guerra —suspiró ella. Su oz temblaba, pero no con inseguridad, sino con rabia. Zoey pasó a mi lado y se detu o en medio de la abitación antes de continuar ablando. —Mierda, realmente no entendéis nada, ¿ erdad? s abéis estado enfrentando entre osotros durante meses. ¡El mundo no comenzó a undirse cuando me arrastrasteis aquí! ¡Y por estúpido que parezca, me quedaré con osotros! ¡Con mis putos secuestradores! ¿Y por qué? Porque eo la umanidad detrás de uestra ira, odio y dolor. Damon sal ó a cada uno de osotros de las cenizas, es uestro líder, así que de adlo ablar de una puta ez antes de seguir empeorando las cosas con teorías conspiratorias o querer apedrearme. ¿Entendido?

En su corto pero energético discurso, Zoey abía incluido muc as groserías; realmente debía estar molesta. ¿Y yo? Yo estaba odidamente orgulloso de mi niña. La fuerza que abía isto en ella desde el primer día a ora era ista por todos los demás. Pero, sobre todo, Zoey la abía sentido ella misma. Zoey tenía el potencial de ser una buena líder, eso estaba claro.

Y de repente tu e el sentimiento de que erdaderamente podíamos superar este capítulo si nos manteníamos unidos.

Su fuerza también abía impresionado a mis ombres. Nadie se atre ió a decir ni una sola palabra. Todos me miraron y esperaron a que di era algo, mientras Zoey se retiraba del centro.

—¿Alguien más duda que Zoey pertenece a los Alfas? —pregunté con tranquilidad. Nadie di o nada y un silencio fantasmal se extendió por toda

la illa, el cual fue desgarrado por un fuerte trueno. La tormenta se acercaba…

Zoey a ora estaba unto a Dex y ambos me miraban expectantes. —¿Recordáis la coca contaminada? —le pregunté al grupo. Muc os asintieron, especialmente Valentino, quien se sentía responsable de toda esa mierda.

—¿También os acordáis de las etiquetas? ¿Los negocios fallidos? ¿Los tiroteos repentinos?. —Nue amente muc os asintieron.

—Ysiempre eran los irlandeses, los aponeses o nosotros. ¿Cierto? btu e la aprobación de todos.

—Todo fue un uego de meses para desestabilizarnos.

—¿Pero por qué? —preguntó Dex colocando un rifle Kalas ni o sobre la mesa.

—Porque los Alfas, los Dragons y los Brothers somos indestructibles untos —respondí. Juntos teníamos cientos de personas y un impacto alarmantemente grande en Hells Kitc en.

—¿Y qué saca el God ather con todo esto? —preguntó Dean.

No tenía respuesta para ello. El maldito i o de perra era meramente un fantasma que abía aparecido acía un par de años. Hasta a ora, parecía no tener facetas transparentes y acía negocios como quería.

—Ni idea. Pero ba o ninguna circunstancia podemos romper nuestro armisticio, ¿entienden?

Aunque mi gente no se eía feliz, nadie me contradi o. Suspiré ali iado. Sin los Alfas cuidándome la espalda, estaba perdido. Literalmente.

—¿Y cómo con encemos a los demás de un fantasma? —preguntó Valentino.

—A í es donde entra Zoey al uego —di e apretando los dientes. Aun cuando me era difícil admitirlo, ella tenía razón. Necesitábamos e idencia y tan solo Zoey podía conseguirla.

Al escuc ar mis palabras, Zoey me miró sorprendida; me sonrió con orgullo y asintió.

Le conté a mi gente todo lo que sabía y el plan que Zoey abía formulado, del cual yo solo tenía que cambiar un par detalles. Ella simplemente era una erdadera líder.

Tan pronto como Joel anunciara el punto de encuentro, Zoey, conectada a una grabadora, le exprimiría su confesión a Joel. Y tan pronto como Lory, su me or amiga, estu iera segura, Da id y yo ol eríamos a ablar

con él. Después, los Dragons y los Brothers podían acer lo que quisieran con él. Finalmente, también ellos abían sufrido pérdidas a causa de Joel. —¿Estamos en el mismo canal? —pregunté a todos. Hubo una ruidosa aprobación, puños se alzaron en el aire y expresiones determinadas me miraron. —Bien, todos conocéis uestras tareas y ay muc o que acer. — Con eso concluí el discurso e inmediatamente reinó el alboroto. Al mismo tiempo, las primeras gotas de llu ia golpearon el tec o. ué apropiado que la pelea final se anunciara con una tormenta.

uería repasar el plan con Zoey una ez más, pero la abía perdido de ista en medio del caos. Inquieto, busqué por la abitación su largo cabello castaño y su estido ro o. No me gustó no erla, aun cuando la illa era el lugar más seguro del mundo… por a ora.

—¿Damon? —preguntó Dean. Se interpuso en mi camino y me miró con seriedad. —¿Estás absolutamente seguro de que debería arreglar la reunión en el Dark Room?

—Sí —gruñí.

—¿Sabes que los aponeses podrían cortarme la mano derec a por ello? —Eres zurdo —di e encogiéndome de ombros.

—¡Jódete! ¿Sabes realmente lo que está en uego?

—Todo —respondí con seriedad. —Por eso también debemos arriesgarlo todo.

—Bien. Confío en que sabes lo que estás aciendo.

—Sé que pido muc o. Pero el plan funcionará.

Dean asintió, luego sacó el mó il de su bolsillo y desapareció para acer una llamada afuera. De entre todos mis ombres, a Dean le abía confiado la tarea más importante; debía reunir en el Dark Room a los dos líderes, casi en guerra, sin que ninguno lo supiera. Tenía que ablar con las personas en un sitio neutral. Tenía que apro ec ar el ec o de que Jo n Doe seguía siendo imparcial.

Aun así, Zoey estaba asumiendo la parte más peligrosa y me odiaba por no poder pensar en un me or plan. Finalmente encontré a Zoey entre la agitación de músculos, testosterona y miradas decididas, y de pronto me pareció tan frágil y delicada como una mariposa rodeada de fuertes ráfagas de iento en una tormenta. Estaba unto a Dex, quien tenía los brazos cruzados frente al pec o y asentía pensati o una y otra ez. Cuando me les uní, terminaron su con ersación.

—¿Zoey?

—¿Sí? —preguntó ella. Me miró con sus enormes o os erdes.

Un relámpago iluminó el sombrío día y bañó a Zoey con una luz fantasmal. Mi sangre toda ía estaba pegada en su estido y sus o os se eían tan cansados como yo mismo me sentía.

—Necesitamos prepararnos —di e, y la tomé por el brazo.

—Sí, claro. ¿De acuerdo?. —La pregunta de Zoey no iba dirigida a mí. Miró a Dex inquisiti amente y éste asintió: —Sí, de acuerdo.

No tenía idea de lo que Zoey y Dex abían estado discutiendo en secreto, pero me interesaba sobremanera.

—¿ ué estabais tramando osotros dos?, pregunté.

—¡Nada! —respondió Zoey apresuradamente. Un segundo demasiado rápido, para mi gusto. Sin dudas Zoey era la peor mentirosa del mundo y ambos lo sabíamos.

Le anté una ce a a modo amenazador y le tomé el brazo con más fuerza. —No oy a preguntártelo dos eces.

—Hablábamos de c alecos antibalas —interfirió Dex y Zoey asintió. Sacó uno de los c alecos de una de las ca as de madera y lo le antó frente a su pec o.

Sip, eso icimos. En una cosa de esas, seguramente no podré mo erme.

Zoey tenía razón. Mientras que el c aleco debía cubrir asta el ombligo, en su caso le llegaba asta las rodillas.

—Por eso arreglaré algo más pequeño para Zoey —agregó Dex. —Gracias —le di una palmada en el ombro a Dex. Un gesto fraternal que expresaba una profunda conexión.

—Necesitamos prepararnos a ora, Zoey —di e. No podíamos aparecer en el Dark Room con la ropa manc ada de sangre.

—Tú deberías estar descansando —suspiró Zoey, pero me siguió de cualquier manera.

Era cierto, me sentía medio muerto y ubiera preferido inyectarme una dosis de oxicodona para dormir en medio del caos. Pero no podía acerle eso a Zoey y a mis ermanos.

Entramos al baño contiguo a mi abitación, descuidadamente tiramos la ropa al suelo y nos metimos untos a la duc a. El agua caliente erdaderamente era un placer y ec é la cabeza acia atrás, suspirando. Afortunadamente, Zoey abía sellado mi erida de forma que el enda e

fuera resistente al agua. Pronto se fueron por el desagüe los últimos restos de mi sangre que se abían impregnado a nuestros cuerpos.

Zoey se acurrucó contra mi pec o y besó mi piel mo ada. Sus besos eran rela antes y curati os. No solo para mi cuerpo mallugado, sino también para mi alma destrozada. Ella era tan ermosa y amable y tan solo eía lo bueno en mí. ¿Y cómo se lo agradecía? Usándola como carnada. —Joder, Zoey. ¿Cómo puedo compensar lo que te estoy pidiendo? —pregunté. —Cumpliendo tu promesa de que amás me de arás sola —suspiró. —Eres demasiado buena para este mundo, niña. Demasiado buena para mi mundo.

—Pero soy una parte de ti y eso se siente tan bien.

Nos besamos una ez más. Un estrepitoso trueno izo que ibrara el aire a nuestro alrededor. Zoey presionó con más fuerza su cuerpo contra el mío y la tomé firmemente en mis brazos. Todo el mundo se estaba preparando para su caída.

—Estoy aquí —susurré y acaricié su cabello mo ado.

Llena de orgullo, me sonrió. —Lo sé.

Hubiera endido mi alma tan solo por esos o os erde esmeralda. Los o os con los que Zoey me miraba y me llenaban de asombro. Por primera ez en mi ida, yo miraba a alguien como Zoey me miraba a mí. Lleno de orgullo, lleno de confianza y lleno de… amor.

Y si este era nuestro último día en este odido e in usto mundo, no me gustaría pasarlo con nadie más que con ella. El pensamiento cambió mi estado de ánimo. Si oy era mi maldito último día, quería disfrutarlo al máximo.

Miradas del fin del mundo. Besos del fin del mundo. Sexo del fin del mundo.

25

Zoey

Estaba parada ba o la duc a con Damon. El agua caliente en mi piel no era nada comparado con el calor que emanaba de él. Estaba en llamas, literalmente. El fuego en sus o os nunca de aría de arder, el fuego era una parte de él. De la misma manera que a ora yo era una parte de Damon y amaba la sensación que me causaba ese pensamiento.

—Mierda, antes de que se acabe el mundo, necesito ele arme alto, sin importar que podamos caer —me susurró Damon al oído. Yo reí.

— uizás también olemos.

—Seguro que tu sí, mi niña angelical.

Con ambas manos, me colocó contra los fríos y úmedos azule os de la duc a y se me ec ó encima. Sus besos me quemaban en toda la piel. Damon me besó y yo saboreé las c ispas que saltaban de él acia mí. Hizo que mis labios se prendieran en llamas y me rociaban c ispas de fuego en donde sea que sus manos me tocaran. Energía intermitente que se recargaba con cada trueno. Pronto el aire a nuestro alrededor ibraba notablemente y el momento, los sentimientos se me grabaron por siempre en la memoria. Tan solo en los brazos de Damon se ol ía insignificante el fin del mundo.

El me le antó, me presionó con más fuerza contra la pared y me penetró a su forma, con ternura y fuerza. Las c ispas parpadeantes que nos rodeaban se con irtieron en cometas y me entregué por completo a la increíble sensación que Damon me e ocaba. Era lo único que me importaba. Tan solo estaban sus manos cálidas, su mirada encendida y sus besos ardientes.

Damon adeaba sua emente con cada embestida.

—Maldición, niña. Eres tan irreal —gruñó por lo ba o. Me encantaba cuando su oz estaba así de ronca y peligrosa. En esos momentos, el umbral entre él y sus demonios parecía ser muy delgado. uizás era tonto,

pero entre más delgada era esa línea, más segura me sentía con Damon. Sabía, tan solo lo sentía, que sus demonios amás me arían daño.

—Di mi nombre. Me encanta cuando dices mi nombre —susurré. —Zoey —adeó. —Zoey, maldita sea. Te amo.

Sus palabras me estremecieron el cuerpo como un relámpago.

—Yo también te amo.

Así que teníamos que estar en el fin del mundo para que nuestro caos emocional se resol iera. Para mí, eso acía que la caída del mundo no fuera tan mala, sino agridulce.

Damon me folló cada ez más iolentamente y mi cuerpo reaccionó a cada penetración con intensos ormigueos. Cada mirada que posaba sobre mi cuerpo y cada suspiro que sentía en la piel me encendía en llamas nue amente. Damon era como el fuego y a ora que nuestros cuerpos eran uno, yo también era fuego. Libre, sal a e e indestructible. Nada podía acernos daño. Ardíamos untos, disueltos en el calor y el umo, subíamos al cielo resplandeciendo al ro o i o.

Me enfrenté a cada uno de sus mo imientos y quería sentir más del calor que ardía entre nosotros. ¡ uería que todo el uni erso ardiera! Mientras yo me sentía segura y protegida en sus fuertes brazos, sus enérgicas y firmes embestidas me acían sentir su amor por mí. Y entre más duro me follaba Damon, más amada me sentía.

Me ubiera gustado romper en lágrimas, se sentía tan ermoso. Al mismo tiempo, sentí cómo mi orgasmo se acercaba y de repente explotó cual superno a. Me corrí. Violenta. Inesperada. Explosi a.

Rasguñé profundamente la espalda de Damon y el empu ó un par de eces más asta que también se corrió. El fuego que nos rodeaba, las c ispas y cometas y la superno a que se re ol ía enloquecida dentro de mí se extinguieron lentamente, pero el calor se mantu o.

Me de é caer sobre Damon, respirando pesadamente. Cerró el grifo y me cargó asta la cama. A ora me sentía profundamente rela ada, pero también ex austa, de alguna manera. Hacía un momento no pesaba nada y le encendía fuego al cielo, y de repente la tierra me arrastraba como si pesara toneladas. No, no pesaba toneladas, tan solo la carga que lle aba sobre los ombros, porque, aunque aún no entendía completamente los alcances, reconocía que abía demasiado en uego.

Damon se recostó a mi lado y me acurruqué cerca de él. Las últimas y brillantes gotas de agua en su abdomen le daban un aire poético. Me perdí

por completo mo iendo las gotas de agua sobre su piel, sua e y caliente, que protegía sus músculos de acero.

—Sin importar lo que pase, siempre estaré a tu lado —susurró Damon. —Ypase lo que pase, nunca te librarás de mí —respondí.

Nos miramos y Damon me regaló una sonrisa amable. Le sonreí de uelta y entonces nuestro pacto estu o sellado.

Un uramento que nos unía a Damon y a mí para siempre.

Justo a ora, me ubiera encantado dormirme en sus fuertes brazos mientras olía su masculino aroma a cedro y limón. En lugar de eso, lo miré y pregunté:

—¿Cuánto tiempo nos queda?

—Toda ía tenemos un momento —respondió Damon. Entonces acarició mi cabello mo ado y cerró los o os. Yo ice lo mismo e imaginé que estábamos en la cama todo el día, quizás comiendo un enorme pote de Häagen-Dazs y iendo Netflix, como una pare a normal, pero después me des ice del pensamiento. Damon y yo no éramos una pare a normal, éramos muc o más. Nos abíamos conocido ba o las peores circunstancias y aun así lo abíamos logrado, por lo tanto, yo estaba segura de que no abía nada que pudiera separarnos.

Si estábamos cerca en los peores momentos, ¿cómo serían los buenos tiempos?

Lástima que los buenos tiempos parecían estar a una eternidad de nosotros. Mis pensamientos me arrastraron a Joel, el encuentro y Lory. El miedo me roía en el fondo, como ratas ambrientas.

—Tus pensamientos están gritando, literalmente —susurró Damon sin abrir los o os. —Escuc a, de a de torturarte a ti misma. De alguna manera sal aremos al mundo.

—¿Crees que después de esto aya buenos tiempos? —pregunté, pensati a.

—Sí. Siempre al final todo estará bien.

—¿Y si no?

—Entonces toda ía no es el final.

Las palabras de Damon me dieron esperanza. Parecía firmemente con encido de que al final todo estaría bien, y me contagió de su sentimiento. Damon abía despertado en mí una c ispa de optimismo. —No sabía que tenías un lado optimista —sonreí.

—U m. Créeme, rara ez lo de o salir porque mis demonios le dieron una paliza.

Antes de que pudiera responder algo, llamaron a la puerta.

Debíamos irnos a la reunión en el Dark Room. A pesar de qué tan importante era esa reunión, me sentí traicionada de mi tiempo con Damon.

El Dark Room realmente era menos oscuro de lo que imaginaba, pero sí igual de abrumador. Damon y yo no eramos los primeros en entrar al elegante club. En un extremo de la abitación abía alrededor de media docena de ombres la mayoría altos y de aspecto europeo, y en la otra esquina, muc os ombres de origen asiático.

Cielos, estaba en una abitación llena de gánsteres y mafiosos. Mi corazón latió tan fuerte que tu e miedo de que los tipos de miradas sombrías pudieran escuc arlo. Pero debía mantenerme firme, porque esta era quizás la última oportunidad de mantener el frágil armisticio. Me sentí un poco más cómoda al escuc ar las pesadas botas de Da id detrás de mí, seguidas por Dean y un par de otros Alfas más. Al menos esta ez Damon y yo ya no estábamos solos.

Damon me abía urado que abía un acuerdo de alto al fuego en el Dark Room, sin embargo, toda ía tenía miedo de un tiroteo. En estos tiempos una promesa no alía nada, ni para la élite ni para la clandestinidad.

La única otra mu er además de mí, una ermosa y o en asiática, saltó de su asiento al ernos. Ella debía ser Yu i Asai. Corrió acia Damon con el índice le antado y el ceño fruncido.

—¡Damon, nos debes una explicación!

Aunque apenas era un poco más alta que yo, su apariencia increíblemente fuerte la acía parecer muc o más grande.

—Lo sé —di o Damon con tranquilidad. No parecía particularmente impresionado. Miró en dirección a los Brothers, quienes lo obser aron sombríamente. Después señaló una mesa en el centro de la abitación y se sentó. Yu i me obser ó meticulosamente antes de sentarse también. El ec o de que no pudiera er ninguna expresión ba o su rostro indiferente acía que Yu i pareciera aún más peligrosa. Incalculable.

—Al menos sé educado y preséntanos a tu compañía —di o Yu i cuando se sentó en el lado izquierdo de la mesa.

—En un momento —gruñó Damon. Miró nue amente a la esquina derec a. —Griffey, en aquí.

—¿Cómo te atre es a darme órdenes, bastardo? —respondió Stanley Griffey, líder de los Green Brothers. —No me sentaré en la mesa a compartir el pan con estos traidores.

Yu i suspiró ruidosamente. —Bueno, entonces os podéis ir. Está bien por nosotros.

El contraste entre los tres carteles era increíble. A ora tenía más respeto por las abilidades de Damon como líder. Los grupos eran tan diferentes entre sí, como el día y la noc e y, aun así, Damon los abía reunido. —Solo en aquí, Giffrey. No tengo muc o tiempo —replicó Damon con frialdad. Mientras mi pulso no paraba de aumentar, Damon parecía estar cómodo. Nunca lo abía isto tan tranquilo.

No se abía de ado irritar por la fría indiferencia de Yu i o la arrogancia de Griffey. Mientras, el fornido irlandés comenzó a mo erse, escupiendo una maldición tras otra en irlandés, yo me quedé a í parada. Estaba tan cauti ada por la situación que apenas y me atre ía a respirar.

Damon me miró como tramando algo y señaló el asiento acío frente a él. —Siéntate, Zoey.

Mi cuerpo reaccionó automáticamente y agradecí por ello. En definiti a, en las últimas ocasiones mi cuerpo me abía estado traicionando con frecuencia.

—Vaya, aya. Así que Zoey —di o Yu i pensati amente. Sentí su mirada elada en la piel y se me congeló la sangre en las enas. A ora, también Giffrey me obser aba. Su ascendencia irlandesa era claramente reconocible. Aunque la mayoría de su cabello ya estaba gris, aún brillaban algunos mec ones de color ro o oxidado.

—¿Por qué tra iste a una niñita aquí?. —En el fondo, oí reír a algunos de sus ombres. diaba que me llamaran niñita y apreté los puños, furiosa. No era pequeña ni indefensa.

—Jódete, no soy una niñita —protesté. En realidad, abía planeado mantener la calma. No quería meter a Damon en problemas. Pero no abía podido e itarlo.

—U m —murmuró Griffey. —Pero apestas a ogar lleno de luz y amor. —¡Y tú apestas a cer eza rancia! —siseé. El ec o de que me iera linda no quería decir que mi ida fuera un mundo perfecto y de color rosa.

Griffey frunció el ceño, pero no di o nada más. Después de un bre e murmullo, sus ombres también se callaron.

Cuidadosamente, me arriesgué a mirar a Damon. Tenía miedo de que me mirara con reproc e por acer que las negociaciones se tornaran innecesariamente difíciles. Pero en lugar de ello me guiñó un o o, quitándome una enorme y pesada piedra del corazón.

—¿Y por qué tra iste a Zoey? —preguntó Yu i.

Damon me miró pensati o. En sus o os brilló algo que no me dio un buen presentimiento. ¿Acaso estaba dudando y considerando ec arse para atrás? No. Él sabía que amás lo perdonaría si se acobardaba a ora. —Fuimos engañados. Todos los sabota es, todos los problemas a los que nos emos enfrentado, fueron organizados por God ather .

Susurros y risas llenaron la abitación.

Griffey se rió ruidosamente e incluso el rostro de Yu i refle aba sorpresa.

—¿Entonces le estás ec ando la culpa de todos nuestros conflictos a un tipo con el que ninguno de nosotros a ablado nunca en persona? —se rió Griffey nue amente.

— uién sabe, ¿quizás God ather es una mu er? Para el poder no se necesitan ue os —respondió Yu i. Nadie la contradi o. Sin dudas, ella misma era una mu er bastante poderosa.

—Estu e en su casino con Zoey —continuó Damon. Después reinó el silencio.

—¿En serio? —preguntó Yu i. Con los o os entrecerrados, alternó la mirada entre Damon y yo.

—Sí, y casi nos matan. —En los o os de Damon a ora c ispeaba la sal a e e incontenible ira que yo eía en su mirada con tanta frecuencia. —¿Y cómo crees que el God ather nos a manipulado? —preguntó Yu i nue amente.

—Con un secuaz. uizás arios, eso tenemos que a eriguarlo.

Damon abló de Joel y me sentí enferma solo de pensar que aún tenía a Lory ba o su poder.

A ora, Giffrey inter ino nue amente. —¿Por qué demonios aría eso el God ather ?

—Para desestabilizarnos. Él sabe que ay suficientes personas que se beneficiarían si Hells Kitc en se sume nue amente en el caos.

—¿Tienes pruebas de esto? —preguntó Yu i. No sabía por qué, pero apenas podía quitarle la mirada de encima; la encontraba tan fascinante. Yu i era una peligrosa mezcla entre belleza natural, o os inteligentes y la mirada de un asesino en serie.

Damon asintió y luego de ó el mó il de Joel en la mesa. —Este es el teléfono de tu secuaz, quien estaba tratando de matarnos. ue tus propios analistas lo comprueben. —Damon izo un gesto acia su ombro erido,

el cual abía sido cosido recientemente. Debía tener un dolor

impresionante, pero no se permitía mostrarlo. Admiré su fuerza, su cora e y la determinación que mostraba.

—Sin el secuaz, el teléfono no tiene alor —admitió Yu i con frialdad. —Lo traeré pronto, unto una confesión —respondió Damon con seriedad. Nuestras miradas se encontraron y se me encogió dolorosamente el estómago al obser ar sus o os preocupados. Estaba realmente consternado por mí y yo sabía que él odiaba lo que estaba por suceder. —¿Y la niña descarada? —preguntó Griffey.

—Yo oy a conseguir la confesión —respondí, tratando que mi oz sonara fuerte y segura. En realidad, esperaba que al menos los irlandeses ol ieran a romper en carca adas, pero tan solo ubo murmullos por lo ba o. Me abía ganado algo de respeto en la bre e discusión con su efe, y eso me dio alor.

Cielos, ace un par de semanas mis problemas más grandes eran los sobreprotectores dueños de gatos y los perritos rabiosos, y a ora estaba negociando con efes de carteles clandestinos.

Yu i ladeó la cabeza mientras me obser aba nue amente.

—¿Acaso ella no es un poco… inocente para ti, Damon? —preguntó Yu i sin quitarme la mirada de encima.

—Zoey es muc as cosas, pero ciertamente no es una inocente niñita — gruñó Damon. Sus o os eran firmes y su oz ronca. No le gustaba la forma en que Yu i me miraba.

—¿Y tú qué ganas con esto? —me preguntó Griffey con desconfianza. Pensé por un momento. Necesitaba liberar a Lory de las garras de Joel, definiti amente quería ayudar a Damon y quería e itar una guerra. Amistad, lealtad, paz. Pero, en lugar de ello, respondí algo completamente diferente.

—Venganza —escupí la palabra como si fuese una bilis amarga. Era la idea de la enganza la que me impulsaba.

—Nunca subestimes la ira de una mu er —sonrió Yu i.

Damon se puso de pie para dar más peso a sus próximas palabras.

—Les traeré al bastardo que es culpable de todo. Pero a cambio, necesito uestra promesa para mantener nuestro armisticio.

Mientras Yu i, Giffrey y Damon intercambiaban miradas decididas, el teléfono de Joel comenzó a ibrar sobre la mesa. Mi corazón dio un

uelco.

26

Damon

La tormenta que se cernía sobre Nue a Yor se estaba debilitando. Mientras sostenía la mano de Zoey, desde el coc e obser é las pesadas nubes negras mo erse acia el oeste. Nadie decía nada. Ni yo, ni Zoey, ni mis confidentes más cercanos que nos acompañaban.

Las manos frías de Zoey parecían pequeñas a comparación de mis garras.

Maldición, realmente debería protegerla en lugar de usarla como carnada.

Conducíamos directo a nuestra posible caída. Nunca abía pensado que el final del mundo probablemente se encontraba en la esquina de Central Par .

—No sé osotros, pero yo me siento como El Equipo A —Zoey rompió el silencio y se apartó un mec ón de cabello de los o os. Todos asintieron, sonrieron, pero nadie respondió. La GMC Sa ana que conducíamos también me recordaba a la antigua serie de tele isión, pero la tensión y la seriedad de la situación también me acían er qué tan gra e era mi situación y cuántas cosas podrían salir mal.

Prefería me or concentrarme en su ermoso rostro, sus o os erdes, su sonrisa y su cabello con aroma a ainilla.

Su cabello tenía ida propia y me encantaba cuando le caía sal a emente por la cara, pero amaba aún más erla sonreír cuando yo le ponía los mec ones a un lado.

Al menos las negociaciones abían sido fructíferas y, por el momento, abía podido negociar otro armisticio.

—¿Damon? —Zoey ol ió a dirigirme la palabra.

—¿Sí? —pregunté. Realmente no tenía ganas de ablar, pues mis pensamientos corrían demasiado rápido, demasiado fuerte, demasiado dolorosos.

—¿Por qué Yu i Asai me miraba así todo el tiempo?

Maldita buena pregunta.

—No estoy seguro. Curiosidad, quizás. No se me conoce por lle ar personas nue as al Dark Room, o a cualquier otro lugar —mentí, porque ya no quería preocupar más a Zoey. Al principio de la negociación me abía uelto medio loco porque Yu i miraba a Zoey todo el tiempo. Yu i ugaba todo el tiempo, lo sabía. Pero rara ez podía descubrir lo que significaban sus uegos. La mu er era una completa psicópata y, para ser onestos, no quería siquiera pensar en lo que Yu i podría aber pensado de Zoey.

—Casi llegamos —murmuró Da id, quien conducía la enorme furgoneta.

Mis músculos estaban tan tensos que me dolía. Me sentí como antes de mi primera pelea en el club de luc a.

—Todo a a salir bien —di o Zoey al sentir mi tensión. En mi opinión, de entre todos ella era la que actuaba con más ligereza.

Dex, quien estaba sentado unto a mí, me dio unas palmaditas en el ombro sano, sin embargo, se sintió como si me ubiera atra esado la erida de bala con una na a a ardiente.

—No tengas miedo, nada le pasará a Zoey. Estamos en todas partes. Apreté los dientes para no maldecir. Además, el ec o de que Zoey no lle ara un c aleco antibalas me daba un dolor de cabeza adicional. Incluso con un corazón de guerrera como el que Zoey tenía, no sería inmune a las balas.

—Es una mierda increíble. Tecnología sofisticada y lo me or de lo me or —di o el tipo que abía conectado a Zoey con un dispositi o de grabación. —Pero no es adecuado ba o Ke lar.

El tipo era uno de los policías sobornados de los Dragons, acompañado por policías igual de corruptos de los Brothers. Paradó icamente, los policías comprados a ora eran los únicos neutrales con los que podría comprobar mi teoría. Dos docenas de policías, repartidos en tres furgonetas, participaban en la acción. Dex y yo abíamos buscado asta el cansancio la forma de a ustar el oluminoso dispositi o de grabación deba o de un c aleco antibalas adecuado para Zoey, pero abía sido en ano.

Entre más nos acercábamos a Central Par , más determinada se ol ía la mirada de Zoey.

Venganza. Eso era lo que la impulsaba y podía entenderla odidamente bien, pero necesitaba e itar que el odio la consumiera. No quería que se torturara con los mismos demonios que yo.

—Juro que… —comencé suspirando—, cuando todo esto termine, tomaré una siesta odidamente larga.

No tenía que ocultar el ec o de que estaba cansado, se podía er de cualquier manera. En realidad, era un milagro que toda ía estu iera consciente.

Zoey es mi milagro.

—Suena bien, yo me uniré. Cuando ayamos dormido, el mundo estará en orden de nue o —respondió Zoey.

—Eso espero —di o Da id detrás de nosotros.

—El plan funcionará —Dex defendió nuestra estrategia. Estaba tranquilo y sereno. Para Dex todo esto no era nada más que otra misión, solo que a ora estaba peleando por su familia y no por su país.

—Lo aré bien —di o Zoey con confianza. Maldición, ella abía sobre i ido a mí, se suponía que Joel sería pan comido, ¿no?

—Cuando todo termine, deberías terminar tus estudios —cambié el tema.

Ella entrecerró los o os y me miró críticamente.

—¿ uieres des acerte de mí?

Me dio una pequeña punzada el corazón el ec o de que Zoey pensara que quería ale arla de mí. Al contrario, yo tan solo quería acercarla a mí y mantenerla le os de las calles de Hells Kitc en y sus formas sombrías. —No. uiero que estés a sal o. Además, no ay una buena eterinaria en Hells Kitc en —le guiñé el o o. A ora los o os de Zoey estaban muy abiertos.

—De erdad que no deberían estar acostumbrados a que yo les saque las balas —nos reprendió Zoey, sonriendo.

Por un bre e momento, el ia e se sintió muy normal. Amigos que acían algo untos o algo por el estilo. Pero Da id detu o la furgoneta frente al Central Par e inmediatamente el ambiente ol ió a la seriedad. Los e ículos de emergencia detrás nuestro también se detu ieron. Central Par era el lugar perfecto para negociar sin interrupciones. Confuso, sinuoso y con una maldita cantidad de transeúntes. Aun así, mis ombres ya se abían infiltrado en el parque unto con un par de Dragons y Brothers.

Tan pronto como estu iera registrada la confesión, Joel sería capturado. De ninguna manera ese maldito bastardo ol ería a estar libre, sino que se pudriría en la celda más oscura que yo pudiera encontrar para él.

—Te amo —le susurré a Zoey. Después la besé. Un último beso de fin del mundo que casi me tra o lágrimas a los o os.

—Yo también te amo —respondió Zoey sin aliento. La besé de nue o y quise arrastrarla de uelta al sótano para que estu iera a sal o de lo que a ora estaba por suceder.

Sentí la mirada irritada de mis ermanos, pues yo generalmente era menos sentimental. Pero generalmente también era un ser solitario guiado por demonios y que no tenía nada que perder más que el tiempo y los restos de cordura que me quedaban. Y de repente Zoey abía aparecido, aciendo brillar mi mundo entero con sus o os esmeraldas.

—¿Damon? —me preguntó Zoey. Me miró con los o os muy abiertos, que refle aban su preocupación. Secretamente, deseé que estu iera dudando, cambiando de opinión y decidiendo no ugar al señuelo. Pero sabía que Zoey estaba decidida a sal ar a su amiga y a Hells Kitc en. —¿Sí, Zoey? —pregunté expectante.

—Pase lo que pase, no es el final, ¿de acuerdo? —entonces su oz se quebró. Zoey respiró ondo y continuó susurrando: —Siempre al final todo estará bien. Prometido.

Sus palabras fluyeron como miel, dulce y espesa, y me asustaron. No quería que esas fueran sus últimas palabras. Mierda, no quería pensar que esas podrían ser sus últimas palabras.

Intercambió una mirada corta con Dex y Da id, tomó el mó il de Joel y salió de la furgoneta.

—Estoy lista. Podemos empezar. ¿Funciona todo? —Zoey abló tan serena como pudo.

Dex recibió una respuesta a tra és del radio: —La pista de audio es clara, sin ruido de fondo. Vamos.

Zoey lle aba un dispositi o de grabación que también transmitía en tiempo real el dispositi o receptor de la segunda camioneta, pero no traía auriculares. Eso abría sido demasiado isible y podría aber expuesto a Zoey.

Zoey me regaló una última y cálida sonrisa y puso su mano plana sobre el pec o, imitando un latido acelerado. Sus labios gesticularon corazón de

guerrera y yo asentí. Maldición, sí. En el pec o de Zoey latía el corazón de guerrera más grande que conocía.

Aun así, tenía un mal presentimiento al respecto.

Zoey siguió ale ándose de las furgonetas y la perdí de ista.

Yo no era creyente, no creía realmente en las di inidades superiores. Pero a ora recé y esperé que Zoey tu iera razón en que ese toda ía no era el final.

Si todo no está bien, entonces no puede ser el inal.

Me concentré completamente en Central Par y en mis oraciones. El susurro del iento, el canto de los pá aros, los niños riendo y los perros ladrando.

Luego, un disparo atra esó la paz, ubo gritos de pánico y supe que algo abía salido odidamente mal.

27

Zoey

Cielos, ¡mi corazón nunca abía latido tan fuerte como en estos momentos! Sentía docenas de miradas sobre mí, acelerándome el pulso. Con cada paso que daba en Central Par , sentía el frío del arma que le abía pedido a Dex que me diera.

Al inal todo estará bien, le abía prometido a Damon y quería cumplir mi promesa.

No le os de mí descubrí a Joel, que estaba sentado intranquilo en un banco del parque. Damon realmente abía mallugado su rostro, sin embargo, se merecía más que un o o morado, una nariz rota y un labio partido.

Instinti amente apreté los puños. En ese momento no quería acer nada más que golpear a Joel asta que toda mi ira se esfumara, pero me contu e. Lory estaba sentada a su lado, mirando con cansancio el suelo frente a ellos. Se eía ex austa.

Vacilé por un momento. La idea de que Lory me odiara me dio una apuñalada en el corazón. Ella era mi única amiga, mi única palanca en el extraño mundo fuera de Hells Kitc en.

Mi inseguridad se disipó cuando la ira tomó el control de mi cuerpo. Joel, ¡ese maldito i o de puta pagaría por lo que abía ec o! Decidida, caminé acia ellos y cuando Joel me io saltó como si le ubiera caído un rayo. Lory lo miró y luego a mí. Su cansada mirada se sua izó y una sonrisa afligida le cruzó los labios.

—¿Sola? —gruñó Joel. Pero ignoré sus palabras y miré a mi me or amiga.

—¿Estás bien, Lory? ¿Te izo daño? —pregunté.

Ella asintió, pero no di o palabra.

—Mierda, te pregunté algo —exclamó Joel. Se paró entre Lory y yo y sacó una pistola de su bolsillo.

—Sí, estoy sola. ¿ acaso es a alguien más aquí? —respondí y miré el arma. Joel me obser ó críticamente. Mis múltiples compañeros estaban inmersos entre la multitud, in isibles para Joel.

— uiero mi teléfono —di o al fin.

Justo cuando estaba metiendo la mano en el bolsillo de mi c aqueta, él me apuntó con el cañón de su arma. —Despacio y sin uegos, ¿entendido? A manera de calmarlo coloqué mis manos frente al cuerpo. Estaba cansada de que me amenazaran todo el tiempo. Tanto, que no me causaba ni un ápice de miedo el arma en las manos de Joel. Al contrario, ¡me acía eno ar aún más! Pero tenía que concentrarme, tenía que sal ar a Lory de una ez por todas y conseguir una confesión de Joel.

—No entres en pánico, si ubiera querido dispararte lo abría ec o antes de que me ieras.

—Jódete —siseó Joel. Con impaciencia sacudió el arma deba o de la tela y yo, lentamente, saqué el teléfono de mi bolsillo.

—Hemos descubierto que traba as para el God ather —di e en oz alta. uise sonar lo más segura y fuerte posible. Joel tenía que saber lo que nosotros sabíamos. Tenía que perder su débil autocontrol, enloquecer y confesar. Era la única forma en que Damon y yo podríamos con encer de todo a la mafia aponesa e irlandesa.

—No sé a qué te refieres —c illó Joel. —¡A ora dame mi odido teléfono!

—Primero de a ir a Lory —exigí. Claramente, mi me or amiga estaba por encima de la confesión. Cuando di e su nombre, Lory se estremeció y sollozó sua emente. Di un paso a un lado para poder erla me or. Instinti amente quería abrazarla y consolarla asta que estu iera bien, pero Joel y el cañón de su arma se interponían entre nosotras.

—Todo estará bien, Lory. ¿Me escuc as? —traté de tranquilizarla. —Zoey, ¡lo siento tanto! ¡Tenías razón desde el principio! —estalló

Lory.

El ec o de que Lory no me odiara me ali ió infinitamente; seguía siendo mi me or amiga. A ora todo podría ol er a ser como antes.

—Está bien. Tan solo escúc ame la próxima ez que diga que tu no io es un imbécil.

—No, no está bien —di o Lory en shock y se puso de pie. —¡Fuiste secuestrada por culpa de Joel y cuando trataste de ad ertirme me porté muy mal!

Oh, Lory… los o os se me llenaron de lágrimas, estaba enormemente conmo ida por tener a mi me or amiga de regreso.

—¡Cállense! —interrumpió Joel nuestra reconciliación.

Reprendí a Joel con una mirada furiosa. Esperaba que mi ira se le contagiara. ¡Tenía que acerlo enfurecer! Entre más furioso estu iera, más grande era la posibilidad de obtener una confesión. Pero, al mismo tiempo, también incrementaba el peligro de que comenzara a disparar con el arma. Había armado un plan bastante bueno con Dex, pero tan solo funcionaba si yo lograba quitarle el arma a Joel.

—Te daré el teléfono cuando Lory aya salido del parque, ¿de acuerdo? —di e.

Joel se ec ó a reír. —¿Acaso crees que soy tan idiota?

Sí.

—Puedes tomarme a mí como re én —sugerí. —tanto como quieras, asta que sepas que es tu teléfono.

—No, primero el teléfono —replicó Joel, molesto. Le aparecieron gotas de sudor en la frente y alternó su peso entre la pierna izquierda y derec a. Jugué mi último as, pues realmente quería que Lory estu iera a sal o. —De a ir a Lory o pediré ayuda —di e con seriedad.

—Joder, no arías eso —se rió Joel estrepitosamente, rascándose la cabeza.

—¿ uieres er?

Él entrecerró los o os y me miró agresi amente. —Está bien, piérdete Lory —di o apretando los dientes. Ella me miró insegura y yo asentí.

—Ve a la salida sur de Central Par y espérame a í —le indiqué. Lory asintió, rodeó a Joel y susurró: —Gracias, Zoey.

bser é a Lory en silencio mientras co eaba acia la salida. Su cabello rizado rebotaba a cada paso que daba.

—¿De erdad crees que puedes salirte con la tuya? Enfrentar a los clanes unos contra otros, quiero decir —le pregunté a Joel bruscamente. —No deberías ablar de cosas que no entiendes —siseó él.

—Bueno, entonces ilumíname —lo desafié.

Dios, era igual que antes. Joel y yo discutiendo. Solo que esta ez no era sobre pizza o sus i, sino de ida o muerte.

Con los dedos temblorosos, Joel se frotó las sienes. Era lamentable y supuse que no dudaría ni cinco minutos en la sala de interrogatorios de los

Alfas.

—Sabes lo que pasa cuando Damon te pone un dedo encima, ¿no? —lo seguí pinc ando.

—Dame mi maldito mó il —maldi o Joel. Pero retrocedí un paso. —Aunque quizás tendrías suerte de caer en las manos de los Alfas. Entonces tan solo perderías la cabeza, en cambio con los Dragons podrías perder algunas partes de tu cuerpo.

No faltaba muc o para que Joel se abriera, podía er su propia luc a interna.

Hubo un clic y yo contu e el aliento. Había cargado su arma. Eso no era bueno.

—Juro que apretaré el gatillo. —Era imposible pasar por alto la locura en los o os de Joel. Me asustó, pero no podía permitirme entrar en pánico. Mi plan ya no estaba funcionando, así que tenía que recurrir a mi plan de emergencia.

Damon, por avor perdóname…

Tenía miedo de lo que estaba a punto de pasar. Respiré ondo y de repente todo el mundo se detu o y me regalé unos últimos momentos de tranquilidad. lía a flores de erano, ierba fresca recién cortada y miedo. Las mariposas monarca flotaban alrededor del parque con la sua e brisa del erano mientras a mí se me iba el aliento. Los pá aros cantaban en los árboles y los niños reían despreocupados mientras mi corazón latía tan fuerte como un tambor de guerra.

Tenía miedo, pero estaba lista para acer todo lo que fuera necesario. Jódete Joel, ¡este es tu inal!

—Está bien, está bien —di e y miré fi amente a sus espeluznantes o os de psicópata. —¡Aquí está tu maldito teléfono!

En ese mismo segundo arro é el mó il de Joel, quien instinti amente de ó caer su arma para cogerlo. ¡Increíble! No podía dar crédito a mi suerte y agradecí a Damon por aberme enseñado esa técnica durante nuestro tiempo de entrenamiento untos. En ese entonces, no le abía creído.

Joel estaba confundido y apro ec é el momento para sacar mi propia arma de mi espalda. Le apunté al pec o mientras él procesaba lo que acababa de suceder.

—¡Date la uelta! —ordené y Joel obedeció. Me acerqué y pateé su arma ba o el banco del parque. Bueno, las cosas abían dado un giro y

a ora yo tenía el control de la situación. Pasara lo que pasara, no de aría que me lle ara de nue o.

—¿Me as a decir qué tienes que er con el God ather?, —pregunté. —Te matará. A ti y a tus malditos nue os amigos —amenazó Joel —¿Entonces dónde está a ora? Parece que no quiere sal arte el culo, de todos modos.

Joel izo una mueca y sonrió. —Él está tres pasos frente a ti.

Entonces dio un paso acia mí. Su sonrisa desapareció y tan solo quedó una mueca, como la de un lobo mostrando los dientes.

—No te mue as —siseé.

Se aproximó un paso más. Instinti amente, apunté el arma a la cara de Joel. Me pregunté si los transeúntes nos eían y llamarían a la policía, pero no me atre í a mirar alrededor. No podía perder a Joel de ista. —¡No te mue as, cara o! —grité.

—No tienes los ue os para apretar el gatillo, perra.

Nunca en mi ida lo abría admitido en ese momento, pero tenía razón. No apreté el gatillo, sino que retrocedí un paso.

—¿Por qué enfrentas a los carteles entre sí? —pregunté con seriedad y Joel guardó silencio.

¡Maldita sea, Joel! ¡Con iésalo todo!

Había imaginado que esto sería más sencillo. Más fácil y menos peligroso.

La distancia entre Joel y yo era cada ez más pequeña. Como estaba paralizada, lo de é acercarse cada ez más asta que estábamos parados tan cerca que podía oler su espuma de afeitar barata, el olor a cigarro y su sudor de miedo.

— uédate quieto —ordené con oz temblorosa. Entonces todo fue demasiado rápido. Joel me saltó encima como un enorme felino, empu ó el arma acia aba o y luego trató de arrebatármela de la mano. Pero su eté el arma en mi mano con todas mis fuerzas, como si mi ida dependiera de ello, ¡porque mi ida dependía de esta maldita arma!

—¿Estás cansado de i ir? —le grité a Joel. Pero continuamos peleando por el arma semiautomática que Dex me abía dado.

Mientras luc aba por el arma y por mi ida, mis pensamientos se ale aron y i frente a mis o os los que podría perder si fallaba. Las lágrimas corrieron por mis me illas, pues no quería fallar. uería proteger

a Damon, a mi nue a familia y a mi nue o ogar. ¡Finalmente abía encontrado mi lugar en el mundo y luc aría por él asta el final!

En la luc a por el arma, sonó un disparo que me resonó en los oídos. Por un segundo no escuc é nada más que un silbido ensordecedor. Lo siguiente que escuc é fue a Joel susurrar: —Joder. —Y después ubo un dolor tan intenso que me obligó a arrodillarme. Nunca antes abía sentido algo así. Mi camisa se coloreó de ro o sangre mientras Joel alternaba la mirada entre su arma y yo, murmurando “ oder, oder, oder” en un bucle interminable.

Joder.

28

Damon

Salté del auto y corrí en la dirección de donde pro ino el disparo. Nadie de mi gente me detu o, así era me or. Era me or de arme solo en momentos como ese, en donde la adrenalina y la ira me corrían por las enas y mi sangre er ía como la a.

Gente gritando y llena de pánico corría por todas direcciones. Busqué a Zoey, pero no la encontré.

—¡Zoey! —grité tan fuerte como pude mientras continuaba corriendo. Mis pulmones quemaban y sentí como si en mi erida lle ara esa espada imaginaria al ro o i o.

—Zoey —llamé de nue o. Pero no podía escuc arla en medio de las caóticas oces.

Jadeando, me detu e en una intersección usto detrás de la entrada y descansé los brazos sobre mis muslos. Me quemaban todos los músculos del cuerpo. En los últimos días, simplemente abía ec o demasiado esfuerzo. In umanamente demasiado. Tan solo Zoey me abía dado la fuerza para resistir. Miré alrededor, buscando su largo cabello castaño que olía a burbon de ainilla. Busqué sus o os erdes, que siempre eían lo me or en mí, y su sonrisa, que podía contagiar al mundo entero. Pero no abía ni una señal de Zoey.

A mi lado pasaban corriendo madres en llanto lle ando a sus i os a un lugar seguro y ombres que intentaban proteger a sus familias. Reinaban los ladridos y aullidos de los perros sin dueño que sentían el pánico que se extendía por Central Par .

Bienvenido al in del mundo…

Y otra maldita ez, ¡no podía encontrar a Zoey! a mi gente. ¿En

dónde estaban todos? ¿Por qué nadie acía nada? Se suponía que el parque debía estar lleno de policías, especialmente a ora que nuestro plan abía salido mal.

—¡Zoey!

Giré en círculos y seguí llamando su nombre. El maldito pánico masi o acía que la gente uyera en todas las direcciones posibles. Era imposible reconocer de dónde abía salido el disparo exactamente.

Alguien me tomó el ombro por detrás y me dieron ganas de oltear soltando un golpe, un instinto que se me abía grabado en lo profundo del corazón gracias al club de luc a, pero pude contenerme en el último momento.

No era un atacante quien me tocaba, sino una c ica con un sal a e afro y un rostro afligido. ¿ ué quería esta desconocida de mí?

—Zoey está allá atrás —sollozó, señalando al oeste.

—¿Lory?. —Lo supe. uien estaba frente a mí debía ser la me or amiga de Zoey. Todo este tiempo, Zoey no abía ablado muc o sobre Lory.

Ella asintió y se pasó la manga sobre la cara mo ada.

Cuando iba a comenzar a correr, ella me tomó por los brazos y gritó: — ¡Él tiene un arma!

—La protegeré —gruñí y corrí en la dirección que Lory me abía indicado. No podía perder más tiempo.

Lory gritó detrás de mí, confundida: —Seguiré esperando aquí, usto como Zoey quería.

La adrenalina realmente abía confundido a la pobre niña, pero mis pensamientos ol ieron inmediatamente a Zoey. El disparo seguía resonando en mi cabeza y esperaba tanto que todo estu iera bien.

Cuando descubrí a Zoey, mi pulso se detu o. Estaba arrodillada en medio del camino y Joel estaba parado frente a ella, agitando el cañón de la pistola en todas las direcciones posibles. Se mo ía inquieto, cambiando el peso de un pie a otro y maldiciendo tan fuerte que podía escuc arlo. Tan rápido como pude, corrí acia Zoey y se me fueron las palabras al er su camisa manc ada de sangre. Me daba igual que Joel me apuntara con el arma y me daba igual que Central Par pronto estu iera repleto de policías. Abracé a Zoey por la espalda y le aparté el cabello del rostro. Ella me sonrió con alentía, pero atormentada.

—Te amo —le susurré al oído.

—Yo también te amo —respondió ella débilmente.

Joder, ¿qué abía pasado? ¿Por qué sostenía a Zoey, empapada de sangre, en mis brazos?

—Perdóname, no abía otra forma —susurró Zoey tan sua emente que apenas yo podía escuc arla.

Negué con la cabeza. —Pequeña niña tonta. Podríamos aber

encontrado otra forma.

—No la abríamos encontrado, y lo sabes —protestó.

Maldición, incluso a ora Zoey me acía enloquecer. Si lo ubiéramos pensado lo suficiente, ¡ abríamos pensado en algo me or! Pero Zoey tenía razón. No abíamos tenido tiempo. Y otras soluciones estaban fuera de discusión. ¡A ora tenía que e itar que Zoey muriera!

—¡Necesitamos una ambulancia! —grité tan fuerte como pude. Esperaba que alguno de los transeúntes me escuc ara, ya que definiti amente no eran confiables los imbéciles que debían cuidarle la espalda a Zoey o escuc ar el dispositi o. ¿Por qué no abían inter enido antes de que esto sucediera?

Me odiaba por no aberlo podido e itar, por aber estado esperando a Joel en algún otro sitio del parque.

Mi ira pasó a mis ermanos, que me abían con encido de no esperar dentro del parque ya que Joel conocía mi cara.

Mierda, nunca debí aber permitido que Zoey abandonara mi sótano, ¡entonces nada de esto abría sucedido! Me maldi e a mí mismo. —Pagarás por esto —le gruñí a Joel.

—¡El arma se disparó! —gritó él.

—¿Así como yo?. —Mi oscura mirada atra esó al pequeño y atemorizado bastardo. Mierda, aulló como una niñita mientras Zoey se mantenía aliente en mis brazos.

—Cara o, el traba o debía aber sido muc o más sencillo —se di o Joel a sí mismo.

—¿ ué traba o? ¿Valió la pena, maldita sea? —bramé. Mis manos temblaban de ira.

—¡Tan solo debía causar problemas! ¡Nada más!

Zoey se aclaró la garganta. —Ya ora eres un asesino.

Sus palabras se me cla aron rápidamente en el corazón y casi lo destruyen.

—No, toda ía no estás muerta. Maldición, pequeña niña tonta —suspiré sua emente.

A pesar de que debía estar experimentando un dolor increíble, su respiración era tranquila y constante. Esa era una buena señal, ¿no?

Por avor resiste Zoey. ¡No soy nada sin ti!

—¡Mierda! No tenía forma de saber que todo esto se me saldría de las manos —continuó Joel. —Traba o fácil, dinero fácil. Un par de paquetes aquí, un par de días allá.

Fruncí el ceño. —¿Entonces admites que nos enfrentaste unos contra otros? ¿Alfas, Dragons y Brothers?

—¡Sí! Mierda, el God ather me matará —di o Joel con ansiedad. —Créeme, ay muc as personas esperando su turno, no solo el God ather —gruñí furioso.

La confesión de Joel abía costado demasiado. Todo el maldito mundo no alía nada para mí sin Zoey.

—Por fa or, ¡tenéis que protegerme del God ather! —declaró Joel. Al darse cuenta de que su arma aún nos apuntaba, la de ó en el suelo y le antó las manos.

—¿Por qué deberíamos acerlo? —pregunté cortante. Mierda, el pequeño bastardo definiti amente debía tenerme más miedo a mí que al padrino. Y cuando me ubiera di ertido suficiente con él, cobrado mi enganza, estaría encantado de pasárselo a Yu i Asai.

—Les contaré todo. ¡Todo! —su oz se ol ió más ronca.

—Ya sabemos todo —respondí sin dirigirle la mirada a Joel. Zoey abía apoyado su cabeza contra mi ombro y estaba en silencio.

—¿Dónde demonios está la maldita ambulancia? —bramé.

—¡No, no saben una mierda! Créeme, recibí muc as órdenes del God ather. No solo para Hells Kitc en. Pero nunca lo sabrás si estoy muerto.

Entrecerré los o os. —¿Por qué debería confiar en ti, pequeña rata miserable?

—¡Porque no quiero morir, ombre!

Zoey asintió. —Acepta el trato. La información es más importante que la enganza.

Incluso a ora, cuando Zoey tenía todo el derec o de engarse, era tan bondadosa que el corazón casi se me sale del pec o. Tal ez en sus últimos momentos, solo pensaba en el bien, en lo me or. Zoey era demasiado buena para este mundo y me uré cumplir todos sus sueños, por siempre.

—Está bien —gruñí. Solo porque lo estu iera protegiendo de la ira del God ather, no significaba que estu iera a sal o de mi ira. ¡Cada día de su odida ida Joel pensaría en mí, en mi enganza y en mi dolor!

—Bien. Pero no diré nada asta que tenga protección policial —exigió Joel.

—No te pases de la raya —le ad ertí. Pero Joel no di o nada más.

En cambio, Zoey me distra o con un beso. Sus labios sabían tan dulces, usto como olían. Bourbon de vainilla.

—Al final todo estará bien —le susurré al oído.

—Es cierto. Toda ía no es el final. Pero a ora todo está bien —sonrió Zoey. Me besó de nue o y entonces se liberó de mis brazos para ponerse de pie.

—Joder, niña —comencé a protestar. En su condición apenas y debía estar consciente, ¡tenía que guardar sus fuerzas! Pero entonces colocó su dedo en mis labios para acerme callar.

—Perdóname, Damon. En serio no abía otra forma. ¡Puedes lle arte a Joel a ora!

Inmediatamente aparecieron policías encubiertos de todas direcciones y obligaron a Joel a ponerse de rodillas. Desde le os i a Dex y a Da id acercándose a nosotros. Me ieron y asintieron.

Maldición, ¿qué estaba pasando aquí?

Zoey se le antó la camisa y me mostró su estómago ileso. Incrédulo, pasé los dedos sobre su piel sua e y úmeda. En un punto, unto al ombligo, ella izo una mueca de dolor.

—Balas de fogueo —explicó. —Aun así son malditamente dolorosas. Debía odiarla por de arme pensar que estaba a punto de morir. Pero, al contrario, me alegré de que no le abía pasado nada a Zoey. La abracé y la acerqué a mí tanto como pude.

—No me agas eso nunca más, niña —me que é. Toda ía no me daba cuenta de lo que abía sucedido.

—Nunca más, lo prometo —respondió Zoey sonriéndome.

—¿A quién se le ocurrió este maldito plan? —pregunté. La sonrisa triunfante de Zoey confirmó mis sospec as de que no abía sido nadie más que ella.

—Pero Dex me ayudó. Gracias a él tu e la idea, en primer lugar. —¡¿ ué, fingir tu muerte?!

—Sí, exactamente.

—¿Y por qué todos estaban malditamente enterados menos yo? Mirando de reo o a mis ermanos, los condené con una mirada de reproc e.

—Porque tenía que parecer real. Solo así Joel ablaría —di o Zoey encogiéndose de ombros.

—Y para que Joel se ol iera loco, ¿yo tenía que ol erme loco también?

—Exactamente —sonrió Zoey.

—Sois unos monstruos, ¿lo sabíais? —le di e a mi gente en cuanto se nos unieron.

—Yo soy inocente —sonrió Da id. —Todo fue plan de Zoey.

—¡Pero osotros, capullos, la abéis ayudado!

—Un poquito —di o Dex. Asintió a Zoey con aprobación. —Bien ec o, pequeña.

Zoey sonrió triunfante y se lle ó las manos a las caderas. —Entonces, ¿oficialmente soy parte de los Alfas? —Mi corazón dio un uel o de emoción cuando Zoey aseguró que era una parte de nosotros, una parte de mí. Maldita sea, eso era Zoey desde el momento en que me enamoré de ella.

—Ya no ay ninguna duda al respecto —aseguró Da id.

Le pasé un brazo a Zoey por los ombros. —Te lo di e, siempre serás mi problema. Debes saber que me tomo las amenazas muy en serio.

—Eso debes acer como líder. Me decepcionaría muc o si no —rió Zoey. Mientras discutía con Da id respecto a cómo iban las cosas, Zoey se quedó a mi lado en silencio, permitiendo que su mirada di agara sobre lo que estaba sucediendo. Entonces, sus o os se encontraron con los de Joel y su sonrisa se des aneció.

—Discúlpenme un momento.

29

Zoey

El estómago me dolía como el mismísimo inferno, pero no era nada comparado con la expresión de Damon. Había pensado que yo moriría.

Me sentía terrible por ello, pero abía sido necesario. Sin mi actuación, probablemente Joel no ubiese ablado. Incluso a ora que se abían resuelto todos los problemas y yo no abía muerto, Damon se eía atormentado.

Cuando i a Joel esposado, la ira y el ali io se mezclaron dentro de mí, pro ocándome un nudo en el estómago. Por un lado, estaba realmente feliz de que todo ubiera terminado y, por el otro, pensaba que la prisión era demasiado buena para lo que me abía ec o.

Cielos, toda mi ida abía cambiado por culpa de ese psicópata enfermo y ni siquiera quería pensar en qué abría pasado si no ubiera caído en las manos de Damon, sino en las de alguien más. Gracias a Damon a ora tenía un ogar y una familia. Y a ora tenía a mi me or amiga de uelta. Vi a Lory al borde del colapso mientras Damon continuaba ablando con Dex y Da id. Estaba siendo atendida por un médico. —Discúlpenme un momento —di e y caminé decididamente acia Joel, quien estaba entre dos policías.

Me miró lleno de odio, pero no e ité sus o os. Me detu e usto frente a él y miré sus o os elados.

—¿ ué quieres, perra? —gruñó.

—¿Tienes una idea de cuánto duele esta maldita bala?

Le di un puñetazo en el estómago y adeó.

—Créeme, nada comparado con lo que te mereces —di e, tranquilamente.

Realmente quería continuar golpeándolo y castigándolo por lo que le abía ec o a Lory, a mí y a todo Hells Kitc en, pero no lo ice. Mientras miraba a los o os psicópatas de Joel me di cuenta de que yo era me or que

eso. ¡Yo era me or que él! Joel no se merecía, en lo absoluto, que yo me ensuciara las manos por él.

Sin dirigir ninguna otra palabra a Joel, fui asta Lory y la abracé con fuerza.

—Lamento muc ísimo que Joel te aya secuestrado —suspiré. Hasta a ora no abía tenido tiempo de disculparme por mis errores.

El médico se retiró y nos dio un poco más de pri acidad.

—¡S ! No quiero escuc ar nada al respecto. Ciertamente no se compara a lo que tú tu iste que pasar, Zoey.

Admito que si ubiera podido prescindir del interrogatorio con Da id lo abría ec o, sin embargo, era el precio que abía tenido que pagar mi ogar.

—Todo está bien a ora —le aseguré a Lory—. ¿Te duele muc o? Miré su tobillo endado.

—No, solo es un esguince. ¿Y qué ay de ti? ¿Estás bien, Zoey? —Estoy me or que nunca —respondí con onestidad.

—¿Acaso esos tipos increíblemente sexis te la aron el cerebro? Si es así, ¿ dónde puedo conseguir uno? —bromeó Lory y me reí.

—No, no es eso. De alguna manera, a ora soy parte de ellos. Además, tengo un buen control sobre los ombres.

Le ice una miradita a mi me or amiga y ella abrió muc o los o os. —¡Tienes que contarme asta el más pequeño detalle, a ora!

Tan solo a ora que ablaba con Lory me daba cuenta de cuánto abía cambiado. A ora, yo ya no era una guerrera solitaria. Ya no era intocable y ya no ale aba a todos de mí. Al contrario, abía momentos en los que Damon no podía estar lo suficientemente cerca de mí.

Naturalmente no quería ocultarle ningún detalle a Lory, pero estaba realmente ex austa. Por lo tanto, resumí lo que abía i ido en una oración:

—Estoy enamorada, Lory.

—Sí, claro. Tú, Zoey Amber, ¿enamorada?

Lory no paró de reírse asta que io las miradas entre Damon y yo. —No odas, Zoey. ¿En serio?

—Sí, lo sé. Extraño. Pero nunca abía estado tan feliz.

Lory se frotó las sienes. —¿Te de as secuestrar y no se te ocurre nada me or que seducir al efe?

—¿Cómo sabes que Damon es el efe?

—¡Tan solo míralo! Ese carisma y ombros anc os —di o Lory y yo me reí. Tenía razón. A primera ista, era e idente que Damon era un líder. Su determinación era inconfundible. Además, no se abía ganado la lealtad de su gente por nada y todos los seguirían al inferno si fuera necesario, incluso yo.

Poco a poco el a etreo disminuyó y obser é a Damon, quien estaba con ersando con los líderes de los otros clanes. Incluso cuando no podía escuc ar, por su rostro sabía que Damon estaba satisfec o.

—Se en realmente peligrosos —suspiró Lory y yo asentí.

—También lo son, supongo. Pero Damon cuida de mí.

—Damon también se e peligroso. Jodidamente sexi, pero peligroso — contestó Lory.

—No para mí —sonreí. Sin importar qué pasara, Damon siempre me protegería. Además, él abía derrotado a mis propios demonios. Cuando apunté a Joel con el arma erdadera y cargada, me abía dado cuenta de que no abía otra opción.

Y si algo bueno abía salido de Joel, era que Damon y yo nos ubiéramos encontrado. Habíamos disipado las sombras del otro y nos acíamos brillar mutuamente.

—Hola, Tierra a Zoey —me llamó Lory.

—Perdóname, estaba pensando.

—Ay, sí —sonrió Lory—. Te pregunté si no querías presentarme a otro de esos tipos peligrosos y sexis.

—Claro. Pero no a ora. Todos estamos ex austos —suspiré. Cielos, nunca abía estado tan cansada en toda mi ida. Y eso que con muc a maldita frecuencia abía trasnoc ado estudiando para mis exámenes. —Comprensible, yo dormiré al menos una semana. ¡Como mínimo!

—¿ uieres enir a nuestra illa conmigo? —pregunté a Lory con cariño. Podía entender si Lory no quería estar sola a ora, después de todo lo que abía pasado.

—¿Una illa? —los o os de Lory se abrieron de par en par.

—A , sí. Algo así. Podría tener un poco más de color y orden, pero la encuentro bastante bonita.

—Se escuc a genial, pero mis padres están de camino aquí. Sabes cómo son, no me quitarán los o os de encima por diez años —se rió Lory.

—Sí, ya me lo imagino —sonreí de uelta. A eces en idiaba a Lory por su mara illosa y cariñosa familia, pero, por supuesto, de é a mi amiga

ser feliz. Además, a ora yo tenía mi propia familia. uizás mi familia no podía cocinar increíble Soul Food, pero me protegerían por siempre, así como yo a ella. Este intoxicante sentimiento de unión y confianza era nue o para mí, pero me encantaba.

El médico ol ió y nos llamó la atención. uería seguir tratando a Lory. —Saluda a tus padres de mi parte, ¿ ale? —me despedí.

—Y tú a tus infernalmente atracti os nue os amigos —me di o Lory guiñándome un o o.

Increíble. Su ex acababa de secuestrarla y ponerla en peligro mortal y ya estaba buscando más ombres. Lory realmente era incontrolable.

Abracé a mi me or amiga y ol í con Damon, quien seguía con ersando con Yu i Asai. Como siempre, se eía impenetrable y elada, pero en sus labios abía una ligera sonrisa de satisfacción. Realmente no quería interrumpirlo, pero apenas y podía mantenerme en pie. Me quemaban los músculos, mis o os continuaban cerrándose y cada respiración se sacudía dolorosamente en mis oídos.

Los últimos días abían sido realmente agotadores y necesitaba a Damon, un largo abrazo y una cama acogedora. A ora.

Cuando Damon me io, me saludó con un asentimiento de cabeza. —¿Está bien tu amiga? —me preguntó.

—Sí, solo necesita descansar.

—Como todos —suspiró Damon. Se agarró el ombro erido.

Yu i me obser ó bre emente. Como siempre, encontré extrañas sus miradas, pues su expresión de ielo era atra esada por algo de calor. ¿ uizás era nuestra conexión por ser mu eres en un mundo de ombres? Probablemente nunca podría er a tra és de esta mu er, pero no tenía que acerlo. Era suficiente si Damon podía.

—Hola —saludé a Yu i con cansancio.

—Estoy impresionada por tu fuerza interior —respondió Yu i. Después de cruzar una bre e mirada con Damon, ella comenzó a reír—. Si alguna ez tienes suficiente de toda esta testosterona, siempre serás bien enida en los Golden Dragons .

—Muc as gracias por la oferta —di e cortésmente. Dada la autoridad de Yu i, no me atre í a rec azar el ofrecimiento. Sin embargo, nunca elegiría a alguien más que a los Alfas, quienes me abían acogido cuando el mundo ya abía tenido suficiente de mí. Especialmente Damon, quien creyó en mí cuando nadie más lo acía.

—Estoy ex austa —le di e en oz queda a Damon, esperando que entendiera la indirecta.

—Lo sé. Ya nos amos —respondió con una sonrisa dulce.

Damon llamó a Da id y al resto de los Alfas, quienes estaban con ersando con los policías y otros miembros de los clanes. —En ía un gran saludo de mi parte a tu padre, Yu i —di o Damon.

—Definiti amente —respondió ella—. Seguro que le encantarán los giros inesperados.

—Eso espero —suspiró Damon. Entonces nuestros caminos se separaron y Damon me lle ó con los demás.

Susurró muy cerca de mi oído: —¿Sabías que corre el rumor de que su padre a estado muerto por años y que Yu i tan solo mantiene las apariencias?

—¿En serio? —pregunté frunciendo el ceño.

—Yo confiaría en Yu i. Es inteligente. Y como efe, ser su propio segundo al mando elimina una parte del peligro.

—Escalofriante —respondí.

Damon notó mi mirada crítica cuando pasamos unto a los policías, quienes estaban recolectando pruebas.

—Tranquila. Ni su nombre ni sus uellas aparecerán en ningún lado. —¿Hasta dónde llegan tus contactos? —pregunté sorprendida.

—Me temo que no lo suficientemente le os como para encontrar al God ather —respondió Damon suspirando.

Mientras yo toda ía me entregaba a la euforia de nuestra ictoria, sus pensamientos ya estaban en el futuro. ¿Por qué Damon no se tomaba al menos dos minutos de tregua?

Me detu e, lo tomé del cuello y lo besé. —Acabamos de e itar el fin del mundo, deberíamos celebrarlo.

—Tienes razón. ¿ ué clase de celebración crees que es apropiada? — preguntó Damon sonriendo.

—Tú y yo, untos con una pizza familiar sabor margarita y una cita en nuestra cama.

—Lo que tú quieras, mi sal adora del mundo —respondió Damon.

tra ez abía encontrado un nue o sobrenombre para mí, y me encantaban todos.

Niña. Guerrera. Salvadora del mundo.

—Te amo.

—Yo también te amo.

¿Acaso ese era el final, porque finalmente todo estaba bien? ¿ todo estaría bien asta el final?

Nuestros demonios estaban muertos. A ora, donde antes abía sombras estaba repleto de luces, c ispas y cometas. Era gracias a Damon que abía encontrado el cora e que necesitaba para luc ar por lo que amaba. Cielos, era gracias a Damon que abía encontrado algo por lo que alía la pena luc ar. Damon abía con ertido mi caos interno en orden y yo, a cambio, abía descongelado su corazón elado y a uyentado las dudas que lo abían estado de orando por dentro.

Sí, maldita sea. Todo estaba bien.

Tomados de la mano, Damon y yo abandonamos Central Par seguidos por los otros Alfas.

Mientras seguía disfrutando de mi ilusión del final perfecto, sonó un teléfono mó il. Damon se detu o. El relámpago que atra esó su cuerpo llegó asta mí. La llamada enía del mó il de Joel.

Pude er a Damon luc ando internamente consigo mismo. Tan solo abía dos opciones.

¿Ignorarla o contestar?

¿ ué abría ec o yo?

30

Damon

uité un mec ón de cabello del rostro de Zoey para er me or su

expresión inocente. Cuando dormía se eía tan tranquila, casi como un ángel y ello me traía ligereza de espíritu.

El e ento de Central Par fue ace una semana y aún no sabía cómo lidiar con eso. Lo que sí sabía es que no quería preocupar a Zoey, así que no le di ningún detalle respecto al God ather. Necesitaba concentrarse en su ida y en sus estudios, yo me ocuparía de todo lo demás, de alguna manera.

¡Maldito bastardo!

Tan solo mis confidentes más cercanos y yo sabíamos que estábamos usto en el o o de una tormenta incontrolable, causada por el mismísimo cabrón de mi ermano. De pronto tenía sentido por qué el God ather quería romper la alianza, aunque yo no tenía idea de a dónde quería llegar. Las metas de mi maldito ermano bastardo eran completamente a enas para mí y desde acía días me abía estado rompiendo la cabeza pensando en cuáles eran sus intenciones.

Tan solo una cosa era segura, él quería que atrapáramos a Joel. ¿Pero por qué? Patric debía aber estado traba ando en su plan por años, el God ather ya era mencionado cuando él toda ía era una parte de los Alfas. —Puedo escuc ar tus pensamientos —murmuró Zoey adormilada y yo sonreí.

—Buenos días.

—Es muy temprano para un ‘buenos’ días. Toda ía es casi de noc e — protestó Zoey. Se puso las mantas sobre la cabeza.

—No del todo —corregí a Zoey. Mientras yo estaba completamente despierto al primer rayo de sol, Zoey era una completa dormilona y ninguno de mis ombres se atre ía a siquiera mirarla antes del segundo café de la mañana. Además, ya todos se abían acostumbrado a que Zoey

i iera aquí. Desde su increíble plan en Central Par se abía ganado el respeto de cada Alfa.

Me metí deba o de las sábanas con Zoey y la besé. Sus sua es labios sabían a ainilla, igual de mara illosos que el olor de su cabello.

—¿ ué piensas de ba ar a desayunar? —pregunté.

—No. uedémonos en la cama —sonrió Zoey.

—Yo soy el gruñón entre nosotros. Tú eres la optimista, ¿recuerdas? —Mi optimismo tiene límites —sonrió Zoey. —Soy tu problema, con todos mis detalles. La realidad de la mañana es parte de ello.

Incluso deba o de las mantas, sus o os brillaban como esmeraldas. Claros y radiantes.

—No, niña. No eres mi problema. Nunca fuiste mi problema, siempre mi solución.

Zoey me regaló una cálida y sincera sonrisa.

Sin Zoey el mundo probablemente se ería muy diferente a a ora. scuro, lleno de sombras y demonios. Pero Zoey abía traído luz a la oscuridad y puesto mis sombras ba o la iluminación correcta, mientras ella abía estado arrastrando su propio pasado. En donde todos los demás tan solo eían un peligro impredecible, ella abía isto lo bueno en mí.

Nos quité las mantas de encima y Zoey parpadeó ante la repentina iluminación.

—¡ ye! —protestó ella. Tiré de las sábanas. —¿ ué aces?

—¿ ué parece que ago? Me le anto. Y tú también necesitas arreglarte para el traba o —di e. Aunque Zoey era la cuidadosa y sensata mientras yo era el impulsi o y pesimista que peleaba, nuestros papeles se in ertían por las mañanas. Se sentía extraño.

Antes de darme cuenta, Zoey se abalanzó sobre mí y presionó mis brazos contra la enorme pila de almo adas que ella abía comprado.

— uédate —di o ella dulcemente.

¿ uién podría resistirse a ella en esos momentos? Al menos, yo no. —Está bien. Tan solo un par de minutos —suspiré.

Incluso si sus pequeñas y tiernas manos no tenían ninguna oportunidad contra mis brazos llenos de músculos, le regalé la ilusión de que me abía capturado.

—¿ todo el día? —preguntó Zoey.

La miré le antando una ce a.

—¿Por qué estás e itando el traba o?

Ayer Zoey abía reanudado sus estudios y su antiguo traba o como asistente del Animal Care Center. Ella amaba su traba o, yo lo sabía, pero abía algo que la estaba molestando.

Se mordió el labio pensati amente asta que mi mirada se ol ió más seria, entonces abló.

—Ya no puedo er al Dr. Harper a los o os.

—Maldición, Zoey. Te metes con líderes ilegales. Sal as personas ba o las peores circunstancias y de as que te disparen sin pestañear. Pero una entana rota, por la cual tu misma pagaste, ¿te da dolor de cabeza?

—Sí —suspiró Zoey.

—Eres demasiado buena para este mundo.

La besé.

—Además, tengo que sacar todas esas toneladas de golosinas de perro de mi Maserati. Todo el interior apesta a esas cosas —refunfuñé.

—Tienes razón —respondió Zoey. Se le iluminó aún más el rostro cuando mencioné las golosinas de perro.

—Dale a Meera algunas galletas de perro de mi parte, ¿ ale?

—¡Sí! —exclamó Zoey. —Me gustaría darle todas de una ez. Por la promesa, sabes.

Ella era increíblemente tierna cuando estaba a ergonzada. Y romper promesas acía que Zoey se sintiera muy incómoda. Tierna niña.

—Creo que ella entiende las circunstancias. Y si no, a ora tienes suficiente material para con encerla —tranquilicé a Zoey.

Ayer, cuando recogí a Zoey del consultorio por la tarde, ella lloró. Pero no porque estu iera triste, sino feliz. En la noc e que me abía cosido, Zoey abía creído que el perro estaba muerto, sin embargo, uno de sus colegas lo abía adoptado y se lo abía lle ado a casa.

Entonces me abía lle ado a la tienda de mascotas más cercana para comprar trescientos dólares en golosinas para perro, uguetes y otras cosas que a ora apestaban en mi auto.

¿ ué no acía uno por amor?

Zoey abía demostrado que ella iría al fin del mundo por mí. Maldición, abíamos atra esado el infierno y regresado. No abía prueba de amor más grande.

Yo ice lo mismo por Zoey. Aun cuando prefería mantenerla cauti a en mi illa para así protegerla de todos los peligros que existían, le di su libertad. Ella necesitaba el mundo exterior y yo necesitaba a Zoey.

Perdida en sus pensamientos, Zoey acarició mi pec o y ba ó asta mi abdomen. Zoey inclinó la cabeza al er mi erida de bala.

—¿Toda ía te duele muc o? —preguntó.

—No —mentí. Por supuesto que el ombro toda ía me dolía como el mismísimo infierno, pero también tenía mi orgullo.

—La cicatriz te ará er como un erdadero guerrero —sonrió Zoey. —Entonces quedaré bien con mi guerrera. Tú eres mi niña con corazón de guerrera.

En presencia de Zoey, de pronto se me acía muy sencillo sentir, aceptar y mostrar mis emociones. Zoey me abía uelto me or persona. Con ella, confiar se ol ía la cosa más fácil del mundo.

Solía pensar que mis sentimientos eran mi debilidad y que me acían ulnerable, pero Zoey me demostró lo contrario. A tra és de mis sentimientos por ella abía desarrollado una fuerza inimaginable y ec o cosas que nunca antes creí posibles.

Y mientras miraba los o os color esmeralda de Zoey, me uré dos cosas. Primero, que nunca amás la ol ería a de ar ir.

Y segundo, que la protegería de todos los peligros.

Para siempre.

Epílogo

¿Sabías que no puedes sonreír mientras respiras?

Sí, te engañé, pero si te ice sonreír, entonces alió la pena la mentira. ♥ ¿Y sabes cómo también puedes acerme sonreír? Escribiéndome un bonito mensa e en Instagram o Faceboo sobre qué te pareció el libro.

No ay anticoncepti os en este libro, ¿por qué? Porque no ocurre en el mundo real, sino en el Lana erso, donde todos los millonarios tienen abdómenes marcados y son buenos en la cama, además de que no ay enfermedades de transmisión sexual ni embarazos no deseados. Es un mundo de sueños en el que te puedes de ar lle ar y ol idar la realidad.

Para obtener Ne s de Lana Stone, entra a:

ttps://landing.mailerlite.com/ ebforms/landing/a5g4l7

Lana en las redes:

.faceboo .com/Autorin.Lana.Stone/

.instagram.com/lana.stone.autorin/

Agradecimientos

Gracias a todos mis lectores de prueba que me ayudaron a me orar mi libro. ¡Son geniales!

Así mismo, quiero agradecer a Maria, El e, Marina y Steffi por tomarse el tiempo cuando les pedía conse os y por apoyarme desde el principio.

Además, mi esposo y yo queremos dar las gracias a mis fabulosos colegas C.R. Scott, Kim S. Caplan, Angelina Conti, Nancy Salc o , Hei e Frö ling, Daniela Arnold, Sara J. Broo s y Laura Winter por su apoyo y agradables con ersaciones.

Un enorme agradecimiento para ti, por aber leído mi libro.

Copyrig t 2020

Lana Stone

Todos los derec os reser ado Lo ing Hearts Publis ing LLC 2880W a land Par Bl d Suite 225C

a land Par , FL. Us 33311

Traductora: Analaura Sanc ez Mendez

Editor: Diana Casòliba

Para obtener Ne s de Lana Stone, entra a:

ttp://madmimi.com/signups/6b1a9fe7f8b74583bbdbc84803a5b427/ oi

n

Lana en las redes:

.faceboo .com/Autorin.Lana.Stone/ .instagram.com/lana.stone.autorin/