—Joder —gritó Damon. Me de ó ir y se agarró las sienes, mientras yo me desplomaba. Necesitaba llegar a él, comunicarme. Sabía exactamente cómo se sentía, yo estaba tan rota como él, quizás asta un poco más. Sabía por lo que estaba pasando y lo que necesitaba.
—Te quité la libertad, niña. No soy el bueno.
—Joel, Russell o como sea que se llame en realidad, es el culpable de todo —di e con oz queda. Sus manos estaban empuñadas y su mirada sal a e me tenía atrapada.
—Incluso a ora buscas culpar a alguien más por mis errores, niña. Escúc ame, no te aces ningún bien conmigo.
Respiré ondo antes de acer mi pregunta. —Entonces libérame o mátame a ora. —No puedo acer ninguna de las dos cosas.
—Se qué no as a matarme. Pero podrías preguntarme si quiero quedarme.
—Podría darte miles de razones por las que deberías ale arte de mí. —Tengo una sola razón para quedarme.
Los dedos de Damon se cla aron en mis ombros y me miró a los o os, llegando asta el fondo de mi alma. La tensión entre nosotros electrificó el aire, nuestros cuerpos ec aban c ispas. No supe qué me pasó, pero me acerqué a Damon y lo besé sin control antes de soltarlo, en shock, y abofetearlo en la cara.
¿Por qué me abía de ado besarlo? ¡Mi caos emocional era demasiado grande! Damon se frotó la me illa antes de que nos ol iéramos a besar. Esta ez la energía pro enía de él. Sus labios eran sua es y su barba rozaba sua emente mi me illa. Este beso me infundió sentimientos que nunca antes abía experimentado.
Nos separamos al quedarnos sin aliento y Damon susurró: —Te odio por er lo bueno en mí.
—Yyo te odio por descubrir mis mentiras. Desabroc ó mi camisa y me besó el cuello. —¿Realmente estamos tan rotos? —pregunté.
—Maldita c ica, me uel es loco, lo iciste desde el primer segundo. —Zoey —suspiré. —Mi nombre es Zoey.
—¿Por qué a ora, Zoey? —susurró Damon. Mi mundo se tambaleó cuando di o mi nombre por primera ez. Le abía dado todo lo que tenía, y se sentía bien.
— uiero que digas mi nombre —di e en un suspiro.
—¿Por qué? —gruñó como un lobo ambriento.
—Porque confío en ti, Damon. Y quiero que tú también confíes en mi. Damon lamió mi cuello, de ándome un cosquilleo que me erizó la piel. Podía sentir sus dientes rozándome la piel, listos para morderme en cualquier momento.
—¿Cómo puedes decir eso, después de que lo conozco todo sobre ti? ¿Cómo puedes perdonarme por eso?
Sus manos tomaron mis caderas y me acercó a él. Dios, lo deseaba tanto… Sí, él abía descubierto todos mis males, pero gracias a él abía descubierto algo muc o más importante en mí.
—Esos males no iban a ningún lado —suspiré. —Y no importa con cuántas piedras tropieces, siempre encontraré un camino acia ti.
Sentí como si conociera a Damon desde acía miles de años, sabía exactamente cómo se sentía. An elaba las mismas cosas que yo. Seguridad, amor, estabilidad, confianza. Dios, durante años abía rondado sola por el mundo, con el corazón elado y apagando cada c ispa de calor antes de que pudiera alcanzarme. Pero a ora eso abía terminado. Gracias a Damon finalmente reunía la fuerza que necesitaba para mostrar mis debilidades. Gracias a Damon al fin encontraba el fuego que necesitaba para calentar mi corazón.
Nuestros labios se encontraron de nue o, cálidos y exigentes. Damon se arrancó la camisa del pec o y me quitó los aqueros y las bragas.
—No tienes idea de lo que as ec o, Zoey. Soy incontrolable — susurró. Entonces me presionó nue amente contra la pared, me tomó por los muslos y me le antó. Estaba atrapada entre su firme cuerpo y la pared fría. No, no estaba atrapada, estaba a sal o.
—No me arás daño. —Lo decía en serio, podía sentir que era erdad. Mientras me aferraba con mis piernas alrededor de sus caderas, Damon abrió su pantalón y pude sentir su fuerte erección.
Suspiré de placer, mientras él se frotaba contra mí, pro ocando que mi umedad y su respiración se ol ieran cada ez más aceleradas. Me penetró e icimos el amor, sal a es y desin ibidos. Me empu aba con todas sus fuerzas contra la pared y me embestía con firmeza. Nunca abía estado tan cerca del orgasmo como en ese momento.
Finalmente abía expuesto lo más profundo de Damon y me sentía fantástica. Me encantaba su ferocidad, la cual me mostraba que me
an elaba desde el primer momento, tanto como yo a él.
—Maldición, Zoey. ¿ ué estás aciendo conmigo? —susurró Damon con oz áspera. Luego me mordió el ombro. Gemí, en parte por dolor, en parte por placer. A í estaba su lado incontrolable, pero era exactamente lo que yo quería. Me sentía segura en presencia del monstruo de Damon. No me aría daño, lo sentía. Damon me protegería de lo que sea que estu iera al acec o.
¡Cielos, Zoey! ¡Es tu maldito secuestrador!
Presioné mis caderas contra su pene duro, que seguía penetrándome. Damon presionó sus labios contra los míos y su lengua entró en mi boca. Lamió la punta de mi lengua, exigente, y no me de ó escapar de su beso. Damon me besó asta que se nos agotó la respiración. Jadeando, apoyé la cabeza contra la pared para recuperar el aliento. Dios, era tan sal a e e incontrolable y peligroso. Damon era todo lo que abía añorado en mi ida.
Damon me penetró cada ez más fuerte y cada ez más más profundo, asta que no podía soportarlo.
—¡Termina para mí, Zoey!
Desde mi interior se propagaron fuegos artificiales masi os que me recorrieron todo el cuerpo. Mi orgasmo fue tan intenso que tan solo i c ispas, una brillante luz que me cegó.
No solo se contra o mi abdomen, sino que de pronto todo mi cuerpo se ol ió incontrolable. Pero lo peor, y lo más ermoso, fue que Damon no de ó de acerme el amor. Continuó aciendo lo que abía ec o todo el tiempo. Damon me ol ía loca, del cielo al infierno.
En ese momento, lo abría seguido a todas partes.
—No de es de acer esto, Damon. Nunca, ¿me oyes?. —Deseaba que este momento fuera para siempre.
—Nunca —respondió él. Su oz era tan áspera y gra e como su mirada con la que continuamente me obser aba. Me abía de ado mirar su alma desgarrada, sin condiciones, y lo amaba por ello.
Con una mano masa eó mi pec o, mientras seguía sosteniéndome con el otro brazo contra la pared. ¡Era tan fuerte! Fascinada, obser é sus músculos mo erse a cada mo imiento, mientras su piel brillaba por el sudor.
Alrededor de toda la parte superior de su torso abía cicatrices, presumiblemente de cuc illos, que corrompían su brutal perfección.
Perdida en mis pensamientos acaricié las cicatrices que lo acían parecer tan belicoso. Sus cicatrices lo ol ían más eroico, mientras que mis cicatrices acían lo contrario. El adeo de Damon me tra o de uelta a la realidad. Entonces me di cuenta que Damon no solo controlaba mi cuerpo y mis sentimientos, sino que también tenía control sobre mis pensamientos.
Cielos, me abía secuestrado y yo me abía entregado a él. Damon me pellizcó el pezón con firmeza, y gemí nue amente. —Maldición, Zoey. Me encanta cómo gimes.
Respiré ondo mientras Damon estaba concentrado en mis senos, pro ocándome gemir aún más.
En sus labios abía una sonrisa diabólica, y la besé. Su mirada apasionada seguía a í.
Me miraba asombrado, como si yo fuera una diosa.
Me acía sentir como una diosa.
Él me abía con ertido en su diosa.
Cuando Damon se ino en mí, seguí su orgasmo asta el éxtasis y terminé por segunda ez. Luego me de ó con cuidado en la colc oneta y se recostó a mi lado.
—Maldita sea, Zoey, ¿por qué no puedo ale arte de mí? —adeó Damon. Su mirada pensati a estaba cla ada en el tec o.
—Por la misma razón por que yo no puedo uir de ti —respondí.
14
Damon
Había días en los que solo quería er al mundo arder, y oy era uno de esos días. Apenas y notaba los fuertes gritos a mi alrededor. A ora no abía nada más que mi ira y el tipo frente a mí que la abía causado. Estaba con los Dragons, para disuadirlos de desistir la guerra con los Brothers. Antes abía ido con los Brothers, para disuadirlos de desistir la guerra contra los Dragons. Y odida mierda maldita, ¡no abía logrado absolutamente nada!
Como no podía ol er a mi illa en ese estado, enfadado y con un fusible muy corto, fui al único otro lugar en el que podía pensar. El club de luc a.
Un puñetazo en la boca del estómago me tra o de uelta a la realidad. Ba é la guardia y entonces recibí otro iolento golpe. Contraataqué inmediatamente. Realmente me daba pena el pobre tipo que sufría el impacto de mis puños.
El suelo ibraba ba o mis rápidos mo imientos. El cuadrilátero sobre el que estaba pelando abía sido construido y le antado con materiales de por a í. No era particularmente bonito o glamoroso, sino funcional. Suficientemente con eniente para peleas calle eras.
Maldición, me dolían los puños a causa de las dos últimas peleas, en las que abía noqueado a mis contrincantes; sin embargo, seguía golpeando. Esta noc e el club de luc a abía recaudado una buena cantidad de dinero conmigo, eso estaba claro.
Antes, solía ganar aquí el capital inicial de los Alfas y mi nombre, aún años después, continuaba alto en los rankings. El Demonio.
La multitud a mi alrededor itoreó cuando terminé con mi oponente y éste se quedó tirado en el suelo, sangrando.
—¡Y de nue o, la ictoria a para El Demonio! —gritó el árbitro, quien sostenía un bulto gordo en sus manos. Había ganado, pero no abía
disfrutado de mi ictoria, al igual que las dos últimas ictorias anteriores. Me era indiferente el triunfo, al igual que la recompensa. Tan solo necesitaba des acerme de mi ira para poder regresar a la illa y contarle a mi gente cómo abía fallado en todos los sentidos.
Cuando miré a la multitud de mi alrededor, principalmente compuesta por ombres con barba, tatua es y cazadoras de cuero, i a Da id. Estaba recostado contra una de las columnas que sostenían el estacionamiento abandonado. Su expresión oscilaba en algún lugar entre la sorpresa y la conmoción.
Después de que no ubiera otro oluntario que quisiera pelear conmigo, el árbitro me lle ó a la equina del ring, me dio una parte del dinero y susurró: —Vuel e cuando quieras. Pero anúnciate con anticipación, para que así pueda conseguir más tipos para patearte el culo. —Él se rió y luego ol ió al ring para traer a su próximo luc ador al escenario. —Probablemente no —susurré. Después ba é del cuadrilátero. Por todas partes abía tipos dándome palmadas en los ombros y le antando sus ganancias porque abían apostado por mí. También i el ceño fruncido de los tipos que abían apostado por el perdedor.
—Hace muc o tiempo que no enías aquí —di o Da id. —Hace muc o tiempo que no estaba tan enfurecido —gruñí. —¿Y estás me or a ora?
Negué con la cabeza. Si el club de luc a no se ubiera quedado sin luc adores tan rápido, abría seguido peleando. La adrenalina toda ía me corría por la sangre, a ogando los rugidos y ítores de los espectadores ambrientos de sangre.
Da id me entregó una toalla que no tardó en ensuciarse con mi sangre y la de mis oponentes. Poco después me entregó el resto de mis cosas y salimos en silencio al estacionamiento cerrado. Tan solo cuando disminuyó el olor a sudor y sangre y los gritos se fundieron con el ruido de la calle, ol imos a ablar.
—Supongo que no te fue muy bien en las reuniones —inquirió Da id. —No, oder. ¿Estaría aquí de otra manera?
Da id me dio una palmada de comprensión en el ombro y se sintió como si su mano pesara toneladas. A ora que la adrenalina se disipaba lentamente, sentía cada golpe que abía recibido.
—¿ ué debo acer? —pregunté a mi me or amigo.
—No de es de pelear —di o él, con encido.
Sus palabras resonaron profundamente dentro de mí. Da id, nue amente, tenía toda la maldita razón. No podía permitirme de ar de pelear, después de todo, yo abía construido algo por lo que alía la pena luc ar. Y tenía a Zoey.
Cara o, toda ía no sabía qué abía pasado entre nosotros ni cómo estaban las cosas entre ella y yo. Un segundo estaba a punto de tirarla en el agu ero más profundo que encontré y enterrarla unto con mis sentimientos, y al siguiente momento, me la follé.
Pero fue más que solo sexo. Fue el momento más íntimo que dos personas pudieran compartir. Me abía re elado su nombre. Zoey.
ué nombre tan ermoso era, y ella quiso que yo lo conociera.
En el camino acia mi coc e me tambaleé y Da id me dio apoyo. Mis sienes punzaban iolentamente y se me nubló la ista.
—Dame la lla e, Damon. A uzgar por tu aspecto, no deberías conducir. No protesté, sino que le di la lla e de mi Maserati .
Al subirme, sentí como si mis costillas perforaran mis pulmones y maldi e la profunda carrocería de mi coc e deporti o.
—¿Me perdí de algo en la illa? —pregunté.
—No realmente. Los c icos están tensos y C ase sigue tocando la guitarra. Mierda, incluso Dean está e itándolo lentamente —sonrió Da id. Arrancó el coc e y condu o acia la carretera.
—Es una suerte que esté me or —di e ali iado. Sin C ase, todos mis clubs podrían cerrar y perdería docenas de informantes. C ase era uno de mis confidentes más cercanos, un erdadero amigo y me abría uelto loco si ubiera muerto.
—Es una maldita suerte, Damon. Sin esa c ica, todo se ería diferente a ora.
—Se llama Zoey —respondí.
Da id me miró desconcertado por un momento, antes de concentrarse en la calle nue amente. —A , ¿alguien des eló el expediente censurado? Me abía ol idado del expediente. Se sentía tan bien conocer a alguien con ideas tan afines a las mías, que no abía pensado en por qué su alma tenía cicatrices.
—No, ella me lo di o.
A ora, la mirada de Da id me atra esó por tanto tiempo, que tu e que gritarle: —Mira la carretera, ¡maldita sea!. —En ese momento, él
definiti amente era un mayor peligro para el tráfico de lo que ubiera sido yo.
—Perdón. Ella te di o tu nombre, ¿así como así?
No di e nada, sino que pensé en ello. Cuántas eces abía preguntado por su nombre y cuántas eces ella se abía quedado callada, mirándome con sus grandes y astutos o os. Zoey seguía siendo mi prisionera, pero me tenía en sus manos.
Joder, a excepción de ella, nadie se abía atre ido a ablarme así. Nadie, maldita sea.
Da id frenó el coc e abruptamente cuando tomó la salida, sacándome de mis pensamientos. El sol de la mañana me deslumbró mientras conducíamos por el este acia Nue a Yor .
—¿ ué? —pregunté, después de aber ol idado su pregunta.
—Lo que pasó ayer en el sótano. Todos pensamos que abía llegado su última ora, así de enfurecido como estabas con ella.
—Mierda, Da id. ¿Parezco un maldito asesino de niñas?
—No. Pero sí alguien con poco control sobre sus impulsos.
Gruñí, aunque sabía que él tenía razón. Era una bomba de tiempo, pero Zoey, de alguna manera, abía logrado desacti arme antes de la detonación.
—Tu imos un problema y luego lo aclaramos. Como adultos sensatos y no como un asesino en serie —di e.
Mi illa apareció en el orizonte y nos acercamos a ella rápidamente. —A , así que follaron —di o Da id con naturalidad.
—Ten cuidado con lo que dices —lo amenacé.
—No te a ergüences, ella te ace bien.
—Tus especulaciones no te acen nada bien, Da id —bramé, mientras Da id, sonriendo, conducía el e ículo a tra és del portón.
Cuando apagó el motor, su expresión ol ió a la seriedad nue amente. —Damon, tengo que decirte algo.
—Entonces escúpelo y de a la expresión enigmática —le exigí. —Son solo rumores, ¿cierto? Nadie lo io realmente, pero…
—No —interrumpí a Da id. No quería escuc ar el nombre de mi bastardo ermano traidor. Mi corazón se aceleró nue amente y sentí cómo ol ía el enfado. Hubiera deseado estar otra ez en el club de luc a para darle una paliza a algunos otros idiotas.
— uizás no sea cierto —di o Da id.
—Eso espero por él, maldita mierda. ¡De lo contrario, lo mataré con mis propias manos!
—Yo te cubriré las espaldas.
Asentí a Da id y lo de é.
¡Lo último que necesitaba era a mi ermano, ese maldito bastardo! Impulsado por la adrenalina, irrumpí en mi propia illa. C ase, Valentino y un par de otros ombres estaban sentados en el estíbulo, con ersando mientras pulían sus armas. Zoey estaba arrodillada frente a C ase ocupándose de su erida.
Cuando entré al estíbulo, ella me miró con una sonrisa amable en los labios. La ignoré, al igual que ignoré a todas las personas de alrededor asta que estu e en medio de la sala de entrenamiento. A í, entre bancos de pesas y sacos de boxeo, también abía un ring. Aquí siempre abía alguien entrenando, para mantenerse en buena forma.
—Lárguense de aquí —gruñí, reclamando el espacio para mí.
Mi gente asintió, luego de aron las mancuernas y pesas en el suelo, soltaron los sacos de boxeo y salieron de la abitación.
—¡Cara o! —grité tan fuerte como pude. Tan fuerte, que me ardieron las cuerdas ocales. Mierda, me ardían aún más los pulmones y también tenía encendido el resto del cuerpo.
Decidido, me acerqué a un saco de boxeo que colgaba del tec o, de forma que podía girar libremente en todas direcciones. Mientras caminaba, tomé un par de endas blancas y me las até alrededor de los nudillos, que ya abían sufrido bastante esa noc e.
La luz del sol brillaba a tra és de las entanas e iluminaba las c ispas de pol o. Golpeé el saco de boxeo tan fuerte como pude, imaginando que era mi ermano quien recibía el impacto.
Mierda, si alguna ez tu iera a Patric en mis manos, lo aría pagar por todo lo que izo, más intereses.
Escuc é cómo se abría la puerta de la sala de entrenamiento y sin le antar la ista grité: —¡Lárgate!
La puerta ol ió a cerrarse, luego unos pasos dentro de la abitación se aproximaron directamente a mí. El saco de arena me bloqueaba la ista. —Lárgate, maldita mierda —grité una segunda ez.
Mi saco de boxeo fue inmo ilizado y el rostro de Zoey apareció detrás. Me sonreía con sua idad y comprensión.
—¿Me as a ignorar otra ez sin ninguna razón? —preguntó.
—No —gruñí. Solamente quería estar solo.
—¿ uieres ablar de eso?
—No —gruñí de nue o.
—Bueno. Me quedaré aquí de todas formas, no deberías estar solo a ora.
No me izo ninguna pregunta, me dio una maldita orden.
—Estoy tan malditamente enfadado —grité lanzando mis puños contra el saco de boxeo que Zoey sostenía.
—Es difícil no notarlo.
Zoey soltó el saco de arena y se paró frente a él. No solo me obligó a acer una pausa, sino también a mirarla directamente a los o os.
—Te es terrible —suspiró ella. Sus tiernos dedos acariciaron mi me illa.
—Créeme, me siento aún peor.
—Entonces deberías ablar de ello.
Negué con la cabeza. —Nunca expreso mis sentimientos. Y tú no eres mi maldito psicólogo, ya te lo e dic o antes.
—No, no lo soy. Pero soy alguien que te comprende —di o Zoey. —Mierda, qué sabes de eso —maldi e. No pasó ni un segundo para que me arrepintiera. Mi ira me abía abrumado y tomado el control.
Zoey se mordió el labio y me miró furiosa. Sus o os erdes brillaban a la luz del sol como nobles esmeraldas.
—Jódete, Damon. Sé bastante —siseó ella. Después me golpeó con el puño en el pec o. —¡Sé malditamente bien cómo se siente la traición!
En sus o os furiosos se reunieron las primeras lágrimas que yo abía pro ocado. Me odié interminablemente por ello. La luz del día acía brillar a Zoey, resplandecía más ermosa que un cielo estrellado sobre el asto océano. Pero las luces más brillantes atraían a las sombras más oscuras. Zoey me abía atraído…
Me dio un segundo puñetazo en el pec o. —Maldición, no eres la única persona en el mundo que tiene un pasado de mierda, así que de a de fingir que estás solo.
Zoey estaba en llamas y su ira parecía ilimitada. En el fondo sabía que ella tenía razón. Pero abía ol idado algo, ¡ella acía exactamente lo mismo!
—¿ ué te pasa?
—¿ ué quieres que me pase? —preguntó ella. Su mirada afilada cual cuc illo me atra esó el corazón.
—Predicas confianza y que debo mostrarte mi lado bueno. Dices que debo abrirme, mientras tú te lle as todos tus secretos a la tumba —gruñí. Mierda, ni siquiera durante el interrogatorio con Da id abía re elado una sola palabra. Incluso frente a la muerte, ella abía guardado silencio. Zoey era muc o más fuerte de lo que las c icas deberían ser, no podía soportarlo para siempre.
—¿Disculpa? —preguntó, sarcástica, como acían todas las mu eres cuando era me or que un ombre cerrara la boca.
—Tus cicatrices, tu expediente censurado y tus pesadillas —enumeré todo lo que sabía respecto a sus secretos.
—¿ uieres saber lo que pasó en ese entonces?
—Sí, maldición. Desde el primer segundo quiero saber todo sobre ti, Zoey.
—Muy bien. Hui de Seattle porque no podía soportarlo más.
Hizo una pausa y asentí. —Continúa, Zoey.
—Mi madre estaba enferma y mi padrastro bebía cada ez más y más. —Su oz temblaba y una parte de mí ya no quería escuc ar más. No quería escuc ar el terror que abía i ido.
Zoey se apartó de mí. —Paul, mi padrastro, siempre estaba enfadado, siempre agresi o. Entonces mi mamá murió y no tu e a nadie más que a él.
—Las cicatrices son de él, ¿ erdad? —pregunté y ella asintió.
Cara o, si pudiera tener a ese i o de perra entre mis dedos… ¿Cómo podía golpear a una niña? ¡Bastardo enfermo!
—La mayoría de las eces usaba un cinturón. Pero si estaba demasiado borrac o… Una ez me rompió el brazo al tirarme por las escaleras.
Zoey apoyó la cabeza en el saco de arena, sus sollozos casi me partían el corazón.
—No tengas miedo Zoey, yo estoy aquí —susurré. Cuidadosamente la rodeé con mis brazos y le di el apoyo que necesitaba. —Voy a protegerte y te uro por Dios, por mi ida y por todo lo que me importa, que nadie amás ol erá a lastimarte.
Zoey suspiró y su cuerpo tembló. No podía er su rostro, pero sabía que abía algo más. Algo que aún no me abía dic o, sin embargo, le pesaba en el corazón. La última pieza del rompecabezas para entender su pasado.
—¿Es la primera ez que ablas de esto? —pregunté.
—Sí —respondió ella sua emente.
—No te detengas. Dime todo lo que pasó.
—No puedo —sollozó Zoey. Sus puños tamborilearon sobre el saco de arena y yo la de é.
—Vamos, tú puedes. ¿ ué pasó con Paul? ¿Cómo te escapaste de él? —Antes era tan amable, fue como un erdadero padre para mí —
exclamó.
—El camino al infierno está pa imentado de buenas intenciones. —Mierda, sí. ¡Me oy al infierno, Damon!
Tomé a Zoey por los ombros y la giré para que tu iera que mirarme directamente a los o os.
—Has i ido cosas terribles, te an pasado cosas malas, ¡pero no irás al infierno por eso!
Zoey negó con la cabeza. —No, no por eso. Pero por lo que ice. Mierda, a ora izo que me diera miedo. ¿ ué abía ec o Zoey para sentirse tan mal?
—Sí, eres más aliente de lo que te ace bien y me desquicias más de lo que deberías, pero no eres una mala persona.
La miré con intensidad durante muc o tiempo, asta que abrió la boca, acilante, y me confesó lo que abía ec o.
—Venía de regreso del colegio y Paul estaba enfurecido conmigo porque tiré su alco ol. Me atacó, me golpeó una y otra ez. Normalmente Paul se detenía cuando sangraba.
¡Bastardo en ermo!
—Pero no se detu o —concluí. Ella asintió.
—Me siguió golpeando. Entonces rompió una botella y pensé que me iba a matar. Pude escapar a la abitación. En la mesita de noc e abía un re ól er que pertenecía a mi madre. Solo quería mantenerlo ale ado de mí, Damon, lo uro. Pero él se acercó, se abalanzó sobre mí y de repente se disparó el arma. Lo maté. Soy una asesina. Lo odiaba y me persigue asta a ora, pero también era mi padrastro. uizás podría aberlo ec o de otra manera…
— uizás tú ubieras muerto en el proceso.
— uizás —suspiró Zoey.
La tomé entre mis brazos con fuerza y acaricié su largo cabello.
Me sentí como un maldito idiota. Mientras yo estaba enloquecido por mi ermano, Zoey abía i ido algo muc o peor. Durante mi infancia, cuando Patric y yo fuimos trasladados de una familia adopti a a otra, al menos nos teníamos el uno al otro. Y cuando Patric me abía apuñalado por la espalda, abía tenido a mi gente.
Pero Zoey, la pobre, pequeña Zoey, no abía tenido a nadie. Estaba sola y soportaba su duro pasado sin que arse.
—No eres una asesina, eres una super i iente —la besé en la frente y repetí mis palabras. —Eres una super i iente con corazón de guerrera. Zoey abía sobre i ido a ese monstruo y eso me daba esperanza. uizás era suficientemente fuerte como para sobre i ir a mí, a mí y a mi naturaleza impredecible.
Maldita sea, se las abía arreglado para sacarme del contexto en un abrir y cerrar de o os, abía logrado que ol idara mi ira por Patric . Aún más que eso, Zoey abía isto en lo profundo de mi alma y en lugar de ol er a la oscuridad, me abía inundado con su luz. En ese momento me uré que no de aría ir a Zoey de nue o. Haría todo lo que estu iera en mi poder para protegerla de todos los peligros, aun cuando eso significara matar a mis propios demonios.
—No quiero ser una íctima de mi pasado, Damon —susurró Zoey. —Bueno, entonces te enseñaré a pelear para que te con iertas en la luc adora que fuiste destinada a ser desde el principio, gracias a tu corazón de guerrera.
Me sonrió con calidez y amabilidad. Después de que Zoey se calmó, tomé su pequeña y delicada mano, la apreté en un puño y di un paso atrás. Sostu e su mano directamente a mi garganta.
—Si golpeas aquí tan fuerte como puedas, destrozarás la laringe. Con eso matas.
Continué conduciendo su mano asta mi plexo solar. —Un golpe aquí ace que tu atacante se doble de dolor, pero no morirá.
Para terminar, coloqué mi rodilla contra su pierna.
—Si tienes oportunidad, patea la rótula tan fuerte como puedas. Tu perseguidor no podrá soportarlo.
—¿Podría aberme escapado de ti con eso? —preguntó Zoey, pensati amente.
Negué con la cabeza, tomé su mano y la coloqué extendida sobre mi pec o. Sentí mi corazón latir a tra és de su palma.
—Mientras mi corazón lata, nada ni nadie podrá mantenerme ale ado de
ti.
—¿Y qué pasa si no quiero?
—¿Entonces por qué me abrías dic o tu nombre, compartido tu istoria o regalado tu corazón?
Zoey no di o nada, tan solo me sonrió.
¿Realmente me abía regalado su corazón? ¿ yo acababa de desear que fuera así?
Cara o, yo le abía entregado mi corazón a una casi desconocida. La conocía de apenas acía unos días y, sin embargo, se sentía como si ubiéramos estado conectados desde siempre.
Este sentimiento en mi interior, repugnantemente ermoso, casi me uel e loco.
¿Podía permitirme tener sentimientos por Zoey, sin debilitarme? No lo sabía, pero era consciente de que Zoey me abía dado una fuerza que nunca antes abía tenido.
—¿Damon? —Zoey me sacó de mis pensamientos.
—¿Sí?
—¿Por qué no quieres que nadie ea que tienes un lado bueno? —Porque tengo que ser frío y despiadado con los demás. Los sentimientos son debilidades y los débiles mueren.
—¿Y por qué no quieres que yo ea ese lado?
—Porque no soy la persona que es detrás de mi fac ada. Y no quiero decepcionarte —suspiré.
—En este momento, no me estás decepcionando —sonrió Zoey. —Es erdad —le de ol í la sonrisa.
—No eres un peligro para mí —di o Zoey con expresión determinada. —¿Cómo puedes estar tan segura de eso?
—Lo puedo sentir. —Miró su mano, que seguía posada sobre mi corazón latiendo.
Por Dios, esperaba que ella tu iera razón.
15
Zoey
Mientras Damon estaba fuera de la illa con Da id, yo caminaba alrededor de la mansión, pensati a y buscando algo que acer. A pesar de que oficialmente ya no era su prisionera y podía mo erme libremente, extraoficialmente toda ía estaba ba o arresto. Siempre abía o os igilantes sobre mí, y entre más me acercaba a las salidas, más o os de águila surgían a mi alrededor.
Mi última señal de ida para el mundo exterior fue una corta llamada al Animal Care Center, en donde solicité unas repentinas acaciones debido a problemas familiares y pregunté bre emente por Meera.
Dios, me odiaba por aber roto la promesa de erla todos los días. Pero ella era fuerte… eso esperaba.
Suspiré y me froté los brazos adoloridos. En los últimos días Damon abía entrenado muc o conmigo y poco a poco estaba me orando. Aunque nunca sería capaz de derrotar a la musculosa bestia, impulsada por su fuerza insaciable.
Damon era tan increíblemente fuerte…
Automáticamente me mordí el labio al pensar en sus o os oscuros, su abdomen definido y sus cicatrices de guerra.
Tan solo ol í a la realidad al c ocar con Dex, quien cargaba una pila de ca as de madera. Algunas ca as cayeron al suelo y cientos de balas rodaron en todas direcciones.
— , disculpa —suspiré. Después me arrodillé para recolectar las balas.
—Está bien, dé alo —gruñó Dex, pero lo ignoré.
—Estoy a punto de ol erme loca, estoy feliz de acer cualquier cosa que pueda mantenerme ocupada —respondí con sinceridad.
—¿Entonces c ocas con la gente para mantenerte entretenida?. —Su mirada era seria, sin embargo, yo sabía que era una broma, así que sonreí.
Debido a su pasado militar, Dex tenía un sentido del umor muy especial, del cual Damon ya me abía ablado. En el fondo de su caparazón duro, Dex tenía una esencia sua e y amable. Al igual que el resto de las personas aquí. Entre más tiempo pasaba con ellos, más lo entendía todo.
Los ombres eran malditamente peligrosos, al igual que las drogas y las armas a mi alrededor, pero todos tenían un pasado que no era muy diferente al mío y Damon los abía sal ado de lo peor. Estas personas no eran simples mercenarios luc ando por dinero, Damon se abía ganado a sus ombres a tra és de la lealtad, de la misma manera que ellos se lo abían ganado a él.
Cuando terminé de recoger las últimas balas, unto con Dex lle é las ca as a una mesa del estíbulo.
—¿ ué estás aciendo? —pregunté con curiosidad.
—Municiones.
La idea me re ol ió el estómago. Estas balas podían matar personas o sal ar idas, era la decisión del tirador.
—¿Puedo ayudar?
—La pól ora y las niñas pequeñas no son una buena combinación — murmuró él.
Coloqué las manos en mis caderas para reafirmar mi postura. —Toda la illa, cielos, todo el distrito no es un sitio para niñas pequeñas.
Dex murmuró algo ininteligible antes de abrir una de las ca as y colocarla frente a mi nariz. —Puedes comprobar si ay bordes afilados. —Gracias —sonreí. Cuando Damon estaba ocupado, me aburría asta la muerte y, dado que aparentemente yo era la única mu er del lugar, siempre abía una inquietud que realmente nunca desaparecía. uizás era porque algunos de los ombres toda ía no confiaban en mí.
Tomé con la mano el primer proyectil que i y pregunté: —¿ ué tipo de proyectiles son?
La mitad se eían como balas normales, doradas a la luz del sol y olían a pól ora. Pero la otra mitad eran redondas y estaban ec as de un material negro.
—Balas de goma.
¡Cielos, Dex! ¡No hagas que tenga que sacarte las palabras con cuchara!
—¿Y por qué a otros les disparas con goma?
Dex detu o su traba o, le antó una bala de goma y di o: —Porque duelen como el mismo demonio, pero no causan eridas de bala. No son mortales.
Fruncí el ceño.
—Créeme, pequeña. Si te golpean con esto, no dispararás tan rápido a alguien más. uiero e itar sacrificios innecesarios.
Por un segundo pude er en sus o os el orror de su pasado. Lo que sea que ubiese i ido en la guerra, debió aber sido terrible. No quise confrontarlo con los demonios de su pasado, así que cambié de tema rápidamente.
—¿Y también están disponibles en un color menos masculino? Soy más bien alguien de otoño, el negro no me queda bien —le sonreí.
Él se rió bre emente antes de sacudir la cabeza. —No. Pero en la CIA ay balas con cápsulas de sangre artificial que se acti an al impacto. Se marcan con colores. También ay balas con narcóticos. Y no ol ides las enenosas, con eneno de serpiente, mercurio o arsénico.
—Emocionante —di e con asombro. Pero, en realidad, me pareció algo espeluznante que a la umanidad se le ocurrieran tales armas.
Vol imos al traba o. Busqué bordes afilados en las balas mientras Dex preparaba municiones reales.
—¿Dex? —pregunté. —¿ ué tan malo crees que sea?
Sin le antar la ista, respondió: —Si Damon no puede e itarlo, malditamente malo.
Presioné los labios.
Dios, ¿en qué me metí aquí?
¿Y por qué, a pesar del peligro inminente, se sentía como un ogar?
De repente se abrió la enorme puerta y Damon entró seguido de cerca por Da id. Todos en la abitación le antaron la ista.
—Damon, ¡es nuestra única opción! —bramó Da id.
—¡Jódete, de ninguna manera! ¡Ella no se a a in olucrar! —gritó Damon de uelta.
—¡Zoey es nuestra única oportunidad!
Me estremecí al escuc ar mi nombre. ¿Yo era su única oportunidad de qué?
—¡No! —enfureció Damon. Desde le os podía er qué tan enfurecido estaba. Se dirigió a la sala de entrenamiento, pero se detu o una ez más y apuntó a Da id.
—Yni se te ocurra meterle ideas en la cabeza. ¡Zoey es tabú!
Mi mirada se alternó entre Damon y Da id, una y otra ez.
Aunque no sabía lo que estaba pasando, se sentía como si cargara el peso del mundo en mis ombros.
Damon dirigió su mirada acia mí: —Zoey, en conmigo.
—A ora estoy ayudando a Dex…
—¡A ora! —Damon me interrumpió imperiosamente.
—¿ ué tal con un ‘por fa or’? —le di e, exigiéndole que cambiara su tono.
—Mierda, no estoy de umor para eso —di o ásperamente.
Y yo no estaba de umor para recibir órdenes. Pero tampoco quería empeorar la situación, así que puse las balas de goma de uelta en la ca a de madera y seguí a Damon. Sabía que me estaba sacando del estíbulo para que Da id no tu iera la oportunidad de manipularme, aun así, le asentí bre emente con la cabeza y susurré: —Hablamos luego.
Aunque el primer encuentro con Da id me abía causado gran impresión y no quería ser íctima de sus interrogatorios por segunda ez, a ora podía sobrelle arlo bien.
Para Damon era un importante punto de calma.
Al entrar en la sala de entrenamiento, Damon cerró la puerta a mis espaldas y colocó en mi mano un arma descargada. Retrocedió tres pasos y di o: —Piensa en lo que te di e, Zoey.
Mi mirada alternó entre el arma en mi mano y el rostro enfadado de Damon.
—Ya emos entrenado oy —di e irritada.
—Y as perdido cada ez —gruñó él.
—No se me da bien, Damon —suspiré. Había dado mi más grande maldito esfuerzo por acer todo lo que Damon me enseñaba. Pero yo no era un maldito genio y él lo ol idaba frecuentemente.
Ni un segundo después, saltó frente a mí como una íbora, tomó mi mano y empu ó el arma acia el suelo. Al mismo tiempo, su puño fue directo a mí y no se detu o asta que estu o deba o de mi garganta.
—A ora estarías muerta.
Sobresaltada, tomé aire. Su mirada estaba nublada por la ira. Ira que dirigía a mí, aunque fuera culpa de otra persona, probablemente de Da id. —¿ ué pasa contigo, Damon? Tienes una eternidad para enseñarme todo lo que puedas.
Lo miré profundamente a los o os e intenté comunicarme con él. uería saber qué estaba pasando.
Me quitó el arma, se ale ó tres pasos de mí y me apuntó al dorso.
—¿Y qué si no? —preguntó. —¿ ué pasa si no tenemos la eternidad para eso?
El comportamiento de Damon me asustó y sentí cómo mi corazón latía contra mis costillas, cada ez más rápido.
—Desármame —me ordenó Damon.
—No —di e cruzando los brazos frente a mi pec o.
—Zoey, te lo ad ierto. —Su oz sonaba como el profundo estruendo de un trueno, pero me mantu e firme.
—¿ uieres decirme qué pasó?
Damon apretaba tanto los dientes que le temblaban los músculos de la mandíbula.
No conocía muc o acerca de los negocios de Damon, pero sabía que oy él y Da id estaban con un contacto que era bastante difícil de encontrar. Un par de eces abía escuc ado el nombre de God ather. Este nombre siempre se susurraba con miradas re eladoras. No tenía idea quién era el tipo, pero por la forma en que se comportaba la gente de Damon, aparentemente se trataba de un ombre importante.
—¿No te fue bien en la reunión? —pregunté de nue o.
—No oy a ablar de eso contigo, Zoey.
—¿Por qué no?
—Porque es muy peligroso. Punto.
—A ora soy parte de esto, así que me afecta tanto como a cualquiera — di e con firmeza.
—Maldición, Zoey. No tienes idea —susurró Damon y yo me enfurecí. —Soy parte de esto, ¿o no?
Damon no di o nada, tan solo me fulminó con la mirada.
Damon, ¿por qué me haces esto?
—¿Entonces solo soy una prisionera? ¿Una carnada para Joel, quien no se preocupa una mierda por mí? ¿ soy un buen pasatiempo para ti?
Me detu e bre emente. Joel no abía uelto a aparecer y casi no abía uelto a pensar en el asqueroso cerdo. Nunca lo perdonaría por traicionar mi libertad y a mi me or amiga.
—No es así —respondió Damon.
—¿Entonces cómo es? Cuéntamelo, a ora soy parte de esto, te guste o no.
Damon suspiró ruidosamente. —Ese es el problema, Zoey. uiero protegerte.
—Eso lo aces de cualquier manera.
Tenía que demostrarle que era lo suficientemente fuerte para la erdad. Después de una profunda respiración, me concentré en mi cuerpo y en las instrucciones que Damon me abía dado para poder desarmarlo. Desde la primera ez que me abía entrenado, no abía logrado quitarle el arma ni una ez.
Pero sabía que podía acerlo y a ora era un buen momento para demostrárselo.
¡No soy débil!
Primero, me ice a un lado y de é libre el campo de tiro, después me lancé acia adelante y desarmé a Damon tal cual me abía enseñado.
Me miró asombrado mientras yo recobraba el aliento y, con una mirada decidida, le pedía que se explicara.
—La reunión fue buena y fuimos in itados al casino pri ado del God ather.
Comprendí que la reunión tan solo era secundaria a los uegos de cartas. —Pero eso querías, ¿cierto?
—Realmente sí. Pero la in itación fue para mí y una figura femenina. Sería grosero negarse o aparecer solo, y Da id quedaría fatal disfrazado con un estido.
Me reí ante la idea y Damon me tomó por los ombros.
—Maldición. Niña. ¿No entiendes la gra edad de la situación?
Desde que él conocía mi nombre, no me abía llamado 'niña' ni una sola ez. El ec o de que a ora me llamara así, lleno de rabia y eno o, me pro ocó un sentimiento de nostalgia.
Me mordí los labios y asentí bre emente.
—No, es ob io que no entiendo. Puedes lle arme contigo. Definiti amente me eo me or en un estido que Da id.
—De ninguna manera.
—Acabo de demostrarte que puedo defenderme. Ya no soy una íctima —resoplé.
—No será una di ertida fiesta de té con el sombrerero, el gato y el cone o. —Le temblaba la oz y en su rostro se extendió la desesperación,
pues yo no quería escuc ar.
—Yyo no soy Alicia.
—Así es, no i imos en el País de las Mara illas. Vi imos en un mundo malditamente peligroso y tan solo porque te prote a, no quiere decir que yo sea uno de los buenos.
Me arrebató el arma de la mano y la tiró. Luego me agarró de la muñeca y tiró de mí de forma que quedara mi garganta en la cur atura de su brazo. Su aliento cálido rozó mi me illa y escuc é a mi corazón desenfrenado latiendo al mismo ritmo que el suyo.
—No soy un éroe. No soy un maldito caballero de armadura brillante —susurró. Su respiración era rápida. Lo abía puesto en mi contra, mientras todo lo que yo quería era ayudarlo.
Cielos, ¡quería comprometerme con él y realmente ser parte de todo!
Se sentía como lo correcto, aun cuando mi mente di era completamente lo contrario. Damon me sostu o con más fuerza, pero aun así no me resistí, pues no quería pelear con él. Estábamos del mismo lado.
—Te creo, Damon. Dé ame probártelo.
—Maldición, realmente te odio por siempre tener las palabras correctas. —Bien, entonces ódiame por eso, mientras aceptes.
—Entonces pelea conmigo —ordenó Damon.
—No —protesté.
Me arrodilló, sin aflo ar el agarre de su lla e.
—¡Defiéndete!
—No.
—Tan solo eres una pequeña niña tonta. ¿Por qué te entregas oluntariamente a los lobos?
—Porque es mi decisión —respondí desafiante.
¿Por qué se resistía tanto Damon a recibir mi ayuda? ¿De qué se trataba realmente?
—No, no lo es —di o Damon con oz áspera.
—¿Entonces quieres quitarme mi libertad? ¡Jódete!
En menos de un segundo, mi propia ira me abrumaba. Damon abía encendido el fuego en mí y ya no podía contener las llamas en mi cuerpo. Cuando Damon extendió su brazo izquierdo alrededor de mi garganta, todo su costado izquierdo quedó expuesto y apro ec é para atacar. Su agarre se soltó tanto, que pude liberarme.
—¿Perdiste la maldita cabeza? —maldi o.
En sus o os brillaba la locura. Después se abalanzó sobre mi como un lobo ambriento.
16
Damon
—¿Perdiste la maldita cabeza? —maldi e cuando Zoey me dio un codazo en las costillas. Había usado el elemento sorpresa para liberarse de mi lla e.
Mierda, la c ica me izo arder. ¿Por qué me pro ocaba constantemente? ¡Ella sabía bien que yo podía explotar en cualquier segundo!
Me abalancé sobre ella y la enterré ba o mi enorme torso.
—¡No soy tu enemigo, Damon! —bramó Zoey. Me golpeaba, pero los golpes no me impresionaban demasiado. Sus tiernas manos no tenían oportunidad ante los efectos de la adrenalina que me bombeaba en el cuerpo. Mi sangre resplandecía de ira.
—Entonces de a de actuar como si lo fueras —gruñí.
—¿Por qué continúas apartándome? —adeó Zoey, sin de ar de resistirse.
—¡Porque es mi naturaleza! —respondí. En realidad, era porque ella era la primera persona en tocar mi alma desde acía muc o tiempo, pero no podía decirle eso. No así y no a ora.
Aunque yo era más fuerte que Zoey, no me estaba resultando tan sencillo controlarla como en nuestro primer encuentro, cuando la abía secuestrado. Mi entrenamiento estaba surtiendo efecto y si ella no me ubiera ec o enfadar tanto, estaría odidamente orgulloso de ella.
De alguna forma, Zoey logró tirarme a un lado y se subió encima de mí a la elocidad de un rayo. Me en ol ió su aroma.
Nuestros rostros estaban tan cerca el uno del otro, que casi podía saborear sus labios seductores. En sus o os erdes se re ol ían la duda y la esperanza.
—¿Por qué no confías en mí? —preguntó ella. Cuando su cálido aliento me rozó la me illa, no pude resistirme más.
Tomé a Zoey por las muñecas, la tiré a un lado y me le ec é encima.
—Confío en ti.
—¿Entonces por qué no me de as ir contigo?
—Porque tengo miedo.
Zoey recompensó mi sinceridad al de ar de resistirse.
—Hablando ipotéticamente, ¿qué podría pasar en una buena reunión con el God ather?
Por años, tanto los irlandeses como los aponeses abían querido traba ar untos con el God ather. Justo antes de que todo lo que abía construido para mi ermano y para mí se fuera al cara o, el tipo apareció repentinamente y comenzó a mo er los ilos.
Teniendo una buena relación con el God ather, estaba seguro de que los Golden Dragons y los Green Brothers ol idarían sus enemistades.
—E itaría una maldita y sangrienta guerra.
Zoey asintió. —¿Y cuál sería el peor escenario?
—Todos entramos a un tiroteo masi o —di e con naturalidad.
En los labios de Zoey se dibu ó una sonrisa triunfante.
—Bien, entonces amos a la reunión. En el me or de los casos, aseguraremos la paz, y en el peor de ellos, moriremos tarde o temprano. No tenemos nada que perder.
Zoey lucía tan decidida que yo quería creer sus palabras. Pero desde ace muc o tiempo su ida me era más importante que mi maldita propia ida.
—Calla de una ez —gruñí. Sellé su boca con mis labios, obligándola a guardar silencio.
Joder, Zoey sabía tan dulce. La deseaba. Maldición, ¡la necesitaba y la tomaría a ora!
Mi lengua entró a su boca. La camiseta de Zoey estaba pegada a su cuerpo por el sudor y se la le anté para tener acceso a sus fenomenales pec os. Enca aban perfectamente en mis manos.
Maldición, me encantaban sus pec os, su trasero y su abdomen plano. Zoey parecía tan delicada y frágil, pero en realidad era fuerte e indestructible.
La tomé con fuerza de la cintura y presioné su cuerpo contra mi fuerte erección. uería que sintiera lo muc o que me excitaba.
Mierda, ella me acía arder de furia, arder de lu uria. Zoey me acía sentir cosas que me abían parecido extrañas por muc o tiempo. —Tómame —suspiró ella.
—Será un placer. —Le ba é los aqueros y luego liberé mi erección.
Me lamí los dedos y froté su parte más sensible asta que Zoey se retorció de placer. Estaba tan mo ada, tan mo ada para mí… pero no la penetré. uería demostrarle cómo me enloquecía, quería lle arla a la misma locura.
Zoey frotó su cuerpo cada ez más rápido contra mi mano, mientras me miraba con desesperación.
—Por fa or, Damon, ¡tómame!
No respondí nada, tan solo le sonreí, siniestro. Ella no tenía ni la menor idea de lo que me acía. Aparentemente yo tenía el control de nuestra situación, control sobre Zoey, pero si tan solo supiera qué tan grande realmente era su poder sobre mí, mi polla estaría dentro de ella desde acía muc o.
Sus sensuales suspiros se con irtieron en un gemido fuerte y sal a e. Con o os suplicantes, buscó mi mirada.
Todavía no, mi preciosa, todavía no.
Besé su cuello, lamí la endidura de su cla ícula y no me detu e asta que llegué a su pec o para lamerle el pezón endurecido, mientras acariciaba su otro pec o con mi mano. El cuerpo de Zoey subía y ba aba a cada segundo, sin embargo, se detu o cuando coloqué su pezón entre mis dientes.
Atormentada por el dolor y la lu uria, se estremecía ba o mis caricias y mi tortura. Utilizaba su increíble cuerpo para ele arme y me encantaba cómo Zoey temblaba de placer y gritaba de dolor.
Maldita sea, soy insaciable…
Tan solo cuando Zoey me en ol ió con su locura la de é ir y froté mi erga contra ella. Me recibió tan mo ada que no pude e itar notar su deseo de mí.
Maldición, la follé asta casi sacarle el alma del cuerpo, y a ella le gustaba.
—¡Más fuerte! —gimió, aciéndome enloquecer aún más.
Joder, ¡también la abía ec o enloquecer a ella!
Y lo icimos una y otra ez, irritados, odiándonos, amándonos, porque estábamos ec os para ello. Estábamos malditamente destinados el uno al otro.
Su feminidad se acumuló tanto a mi alrededor que me ubiera gustado enirme. Pero su deseo y mi ambición insaciable exigían más. En sus o os
erde esmeralda podía er el brillo del deseo y mi rostro, que refle aba su propio fuego.
—Nunca más te de aré ir. No tienes ninguna escapatoria —suspiré. Entonces la embestí tan fuerte como pude y Zoey gimió ruidosamente. Su cuerpo temblaba y pude sentir que se endría en cualquier momento. Zoey entrelazó sus piernas alrededor de mi cintura y se acercó a mí con cada empu ón. Joder, cómo me encantaba por ser tan sal a e y de sangre caliente.
Su cuerpo brillaba y sus ermosos senos se mecían a cada una de mis embestidas. Zoey me sonrió con de oción mientras yo tomaba lo que necesitaba y le daba lo que ella quería.
Presioné mis labios contra su boca y le arrebaté el aliento. Zoey tenía un sabor tan inocente que me parecía ilegal pecar.
Sin piedad, seguí follándola asta que no pude contener más mi orgasmo. En el mismo segundo que bombeé mi oro dentro de ella, Zoey terminó también.
Empu é dos o tres eces más antes de ponerme a adear sobre ella y aspirar su dulce aroma a ainilla.
— ué bueno que aclaramos las cosas —suspiró Zoey sua emente. Con sus dedos trazó el contorno de mis bíceps, que después de nuestra ele ación, seguían estando duros como piedras.
—Por mí, podemos resol er así todos nuestros conflictos —suspiré. Luego me le anté y me estí.
Zoey se quedó acostada en el suelo, respirando pesadamente, mirándome.
—¿Y a ora qué? —me preguntó.
Joder, sabía que más tarde me odiaría por esto, pero Da id y Zoey tenían razón. God ather, la paz de Hells Kitc en, era un riesgo que alía la pena tomar. No para mí, sino colecti amente, para todos los residentes del distrito, para mi gente, mis confidentes más cercanos.
—Iré a la ciudad para conseguir un par de cosas.
—¿Y qué ago mientras tanto?
Me froté las sienes.
Este es el error más grande que amás cometeré.
—De a que C ase y Dean te expliquen cómo funcionan los clubs ilegales y cómo debes comportarte.
Zoey me sonrió, contenta. —Gracias por tu confianza.
Se sintió tan mal que Zoey me agradeciera por algo que podía ser su final.
Yo soy tu inal…
—Toda ía creo que es una maldita idea de mierda —gruñí al grupo, conformado por Da id, C ase y Dean. Estaba en la ciudad no solo para ablar con mis informantes, sino también para buscar un estido adecuado para Zoey.
Definiti amente era la primera y última ez que entraba en una de estas tiendas de diseñador para mu eres. Cualquier pelea calle era era me or a rebuscar entre el tul, los enca es y el delicado color rosa bebé, asta que encontré algo adecuado.
¡Había sido el infierno absoluto!
Si Joel no fuera toda ía un peligro, ubiera en iado a Zoey sola a esas boutiques, le ubiera parecido más agradable que a mí.
—Lo sabemos —gruñó Da id de uelta.
—¿Y realmente Zoey lo entendió todo? —cuestioné a C ase y Dean. Realmente ellos eran los encargados de tales contactos. Mi mundo era la calle, mi lengua e de maldiciones y mi pistola Beretta. Yo podía prescindir de cortinas de terciopelo ro o, C ardonnay y saludos corteses.
—Lo ará bien —di o C ase y me dirigió un asentimiento de cabeza. —Sí, es más dura de lo que parece —concordó Dean.
—Me ol eré loco si algo sale mal —di e. Maldita sea, prendería fuego al mundo entero si algo le sucedía a Zoey.
Mientras discutíamos un bre e resumen de la situación actual de Hells Kitc en, yo esperaba a que Zoey se nos uniera. Se abía retirado con la ropa que le abía comprado: un montón de tacones y una tonelada de maquilla e. Se estaba preparando.
—¿Da id? ¿ ué dicen tus contactos del decimosexto distrito respecto a Joel?
—Nada. Pero aún tienen los o os abiertos. Y antes de que preguntes: No, tampoco lo encontraron en ningún control fronterizo.
Respiré ondo. Lo que sea que ese enfermo i o de perra abía planeado, toda ía no terminaba, podía sentirlo. Podía sentir el peligro, ¡maldición, incluso podía saborearlo con la lengua!
—El casino está entre la Casa Blanca y el Área 51, el casino es el sitio más protegido de todo Estados Unidos. Nadie entra ni sale desapercibido.
No le pasará nada a Zoey —di o Da id.
Asentí con lentitud. Sí, el God ather tenía un elaborado sistema de seguridad y trataría a los in itados no deseados ba o su código.
Al igual que yo les daba la bien enida a los in itados no deseados con mi puño y mi Beretta.
Cuando no ubo nada más que decir, me le anté y di e: —Voy a er rápido a Zoey —y me dirigí acia ella. Casi a cada paso, erifiqué que la pequeña ca a siguiera en el bolsillo de mi pantalón. Toda ía tenía algo para Zoey que no necesariamente quería entregarle frente a los o os de todos los demás.
17
Zoey
C on mirada crítica, me obser é en el espe o y examiné mis eridas casi curadas. Mi flanco toda ía brillaba de color púrpura, pero nadie lo notaría deba o del estido. Sin embargo, tenía que encargarme de las lesiones en mis muñecas. Se sentía como si estos dolorosos recuerdos del pasado pertenecieran a otra ida.
¡Toda mi antigua yo pertenecía a una extraña ida!
En el espe o frente a mí se erigía una c ica aliente. No, una mu er aliente, que era tan fuerte como para admitir sus debilidades.
Mis labios pintados pro ocati amente, ro os como el mismo diablo, me distra eron de mi mirada incierta. No quería decepcionar a Damon, ba o ninguna circunstancia. Me daba miedo el poder fallar. Dean y C ase me abían sermoneado todo el día respecto a la etiqueta de la mafia y lo abía asimilado lo me or que pude, pero abía sido tanta información… —Puedes acerlo, Zoey —me di e, para darme alor. Luego me até el largo cabello en una coleta alta y asentí con satisfacción.
Mi maquilla e era mi máscara y me con encí a mí misma de que era indestructible y opaca, mientras Damon estu iera a mi lado, no podría pasarme absolutamente nada.
Después de aberme maquillado las muñecas, me puse un estido ro o de C anel y unos tacones negros a uego. A ora mi máscara estaba completa y podía ugar el rol que me tocaba para e itar una guerra.
Dios, la carga sobre los ombros de Damon debía estar a punto de aplastarlo. Después de todo, durante meses y años abía luc ado sin descanso, y sus o os oscuros y determinados refle aban que él seguiría peleando siempre.
Me sentía casi como una guerrera, una eroína, por aberme unido a su luc a. Sí, las circunstancias de nuestro encuentro abían sido cualquier
cosa menos buenas… pero a ora peleábamos untos y eso era todo lo que importaba.
Aun así, un grueso nudo se formó en mi garganta al pensar que podría fallar. No podía ol er a mi ie o mundo tan fácilmente, gracias a Damon me abía con ertido en otra persona.
Antes, mi mundo abía sido tan claro, el blanco y el negro estaban nítidamente separados el uno del otro. Había personas buenas y personas malas. Pero a ora todo se ol ía difuso e interminablemente polifacético. Me era difícil tener una isión general y debía de arme guiar por mis sentimientos, en los que Damon era el centro.
Llamaron a la puerta. Damon. Vacilante, le pedí que entrara. Tenía miedo de que no le gustara mi aspecto. Apenas y me reconocía a mí misma, tan elegante y brutalmente ermosa como lucía.
Damon me estudió por muc o tiempo y su mirada continuó deslizándose sobre mí. Mi corazón latía sal a emente contra mi pec o y contu e el aliento. Mi cuerpo entero estaba tan tenso que me ardían los músculos.
—¿Y? ¿Te gusta? —finalmente me atre í a preguntar.
—Joder, te es espectacular, Zoey —susurró Damon.
Se acercó a mí y ex alé ali iada. Luego le de ol í el cumplido a Damon, pues el tra e Armani le lucía genial, incluso sin corbata. Los primeros dos botones de su camisa estaban desabroc ados, de forma que podía er la parte superior de su tonificado pec o.
Sí, Damon me gustaba aún sin sus aqueros y su oscura c aqueta de cuero.
Lo tomé por el cuello de la camisa y lo besé sensualmente.
—Maldita sea, Zoey —susurró Damon. Pasó su pulgar sobre mis labios ro os y yo abrí la boca mientras un temblor me recorría todo el cuerpo. Mi corazón latió más de prisa y ormigueó en mi interior.
Cielos, Damon lograba controlar mi cuerpo entero con tan solo una mirada, con tan solo un toque.
Disfruté de su tacto asta que la mirada de Damon se posó sobre su relo y dio un paso atrás.
El deseo se abía extendido alrededor de mí. Deseaba que se desnudara y que mis prendas lo siguieran… quería sentir su cálido y fuerte cuerpo y entregarme completamente a él. Pero en lugar de ello, pregunté: — ¿Debemos irnos?
—Sí, de inmediato. Pero antes ay algo más que quiero darte —di o Damon.
Del bolsillo de su pantalón sacó una pequeña ca a en uelta en terciopelo.
—¿ ué es eso? —pregunté con curiosidad.
—Es una señal de que a ora me perteneces. A mi familia. A los Alfas —di o Damon. Me estremecí por la forma en que lo di o. Abrió la ca a y apareció un ermoso collar de plata.
—Pensé que se ería me or un collar que un tatua e —sonrió.
Con el dedo índice acaricié el plateado símbolo triangular y las lágrimas me nublaron la isión.
—Sé que tienes un maldito pasado de mierda, Zoey, y nunca podré cambiarlo. Pero puedo darte un futuro me or. Permíteme darte nue os y buenos recuerdos que reemplacen tu pasado.
No i nada en sus o os más que calidez y onestidad. En ese momento, su oz era sua e y su alma mal umorada se abía des anecido en una agradable brisa.
—¿Zoey? —preguntó Damon con seriedad. —¿ uieres quedarte conmigo y ser parte de esto?
Finalmente me izo la pregunta que abía estado esperando por tanto tiempo. Finalmente ol ía a ser una persona libre y podía decidir mi ida por mí misma.
— uiero estar unto a ti —respondí, antes de que se me quebrara la oz. Dios, estaba tan feliz que podría aber llorado de alegría. El corazón me saltaba de felicidad. ¡ uería gritar al mundo entero que a ora yo era parte de Damon!
Él tomó el collar por el cierre, me di la uelta y lo colocó alrededor de mi cuello. Me miré en el espe o y sonreí.
Ya no era una prisionera y nadie me obligaba a estar aquí. Damon me abía de uelto mi libertad y mi oluntad y estaba enormemente agradecida por ello.
—Gracias —susurré. El collar en mi cuello me llenó de orgullo, amor y seguridad. Finalmente era parte de algo, tenía un ogar y algo por lo que luc ar. Pero lo más importante era que Damon me abía demostrado que ya no tenía que luc ar en contra de mi pasado.
—No, Zoey. Yo tengo que agradecerte por aber isto lo bueno en mí. Lo besé y deseé que fuera para siempre.
Mientras Damon abía isto lo peor en mí, yo eía lo me or de él. Nos complementábamos perfectamente, y este condenado testarudo finalmente lo entendía.
Cuando nos separamos, a regañadientes, Damon se aclaró la garganta y di o: —Tenemos que irnos.
—Continuaremos con esto más tarde —respondí con una sonrisa de martirio.
Con suerte.
—Sí, eso aremos —respondió Damon. Sonrió, igual de martirizado que yo. Estaba pensando en lo mismo que yo: con suerte.
Pero ninguno de los dos abló al respecto. Ambos sonreímos con alentía, esperando lo me or.
En el camino a la salida, ubo un silencio absoluto. Todas las miradas estaban posadas sobre mí y Damon, y la esperanza de todos pesaba sobre mis ombros.
Da id le dio una última palmada en el ombro a Damon, y él me condu o a su Maserati.
Cuando entré al auto, los recuerdos despertaron en mí y comenzaron a picarme las muñecas. Pero me des ice de los pensamientos. El pasado no tenía importancia.
De camino al casino, Damon repasó conmigo los puntos más importantes.
Ba o ninguna circunstancia se me permitía tartamudear, si no sabía algo, debía permanecer en silencio o decir que era cuestión de dinero. Sorprendentemente, en teoría esa era la respuesta para todo tipo de preguntas. En este y en cualquier otro mundo, el dinero era la solución uni ersal para todo. De la misma forma que para mí la solución siempre era escapar, ignorar o gratinar con queso. Pero, por desgracia, tan solo era pura teoría.
Maldita sea, ¿por qué mi vida siempre tiene que ser tan odidamente comple a?
Porque yo atraía las complicaciones y Dios me odiaba. Pero al menos esta ez no estaba sola. Vi a Damon, quien conducía concentrado en la carretera, y sonreí.
—¿ ué pasa? —preguntó sin apartar la mirada de la calle.
Me estremecí bre emente. No estaba preparada para que me atrapara mirándolo.
—Nada. Me gusta cómo te es cuando estás concentrado —respondí. Y era erdad. Cuando Damon se concentraba, sus o os se ol ían más oscuros y brillantes y se le tensaba la mandíbula. Todo ello acía que Damon luciera fuerte e indestructible.
—Maldita sea, odio el aberte arrastrado asta aquí, Zoey —suspiró Damon.
—No. No me arrastraste a ningún lado, yo te seguí. Son dos cosas diferentes.
—Entonces odio que me sigas.
Si Damon fuera directo al infierno, lo seguiría de igual manera. Eso bien es estupidez o… amor.
—Soy tu problema. No te librarás de mí tan rápido —sonreí. En los labios de Damon también abía una sonrisa sombría, la cual nue amente fue sustituida por su rostro serio.
— ue agas esto significa muc o para mí —di o Damon. Después colocó su mano sobre mi muslo.
—Podemos acerlo —di e decidida.
—Mierda, sí. ¡Podemos acerlo! —respondió Damon.
Luego nos quedamos en silencio, mientras mis pensamientos me torturaban con lo que pasaría si no podíamos acerlo.
Dios, mi corazón latía con más fuerza a cada metro que nos acercábamos al casino. Cuando llegamos, sentí como si mi corazón fuera a estallar.
Damon se ba ó y me ayudó a salir del auto. Miré a mi alrededor. A primera ista no se parecía al Bellagio, sin embargo, definiti amente era más aristócrata de lo que abía imaginado. En mi mente, el casino era un cobertizo de madera dentro de un patio trasero con parpadeantes luces neón y enormes porteros con ametralladoras. Pero desde el exterior parecía un pequeño teatro, limpio y sin pretensiones. Damon también le ec ó una mirada cuidadosa.
—¿Sabes lo que tienes que acer? —me preguntó por última ez.
—Sí —respondí. Dean y C ase me abían repetido todo el día que yo ugaba un papel importante como mu er del casino. Tenía que distraer a los ombres de la mesa, para así tener una enta a en la negociación. Los uegos eran irrele antes.
Aunque sabía muy bien cuál era mi traba o y que Damon me estaba protegiendo, tenía miedo. ¡Un enorme maldito miedo! Cielos, mi corazón
estaba a punto de acerse añicos por la tensión.
Damon se detu o un poco antes de la entrada y me dio un beso apasionado. El sentía mi miedo, aunque yo abía tratado de suprimido tanto como podía.
—Pase lo que pase, estoy contigo —susurró. Damon me calmó un poco más con su cálida oz.
Zoey, ¡contrólate! Este no es el momento para la histeria.
Respiré ondo, miré los o os marrones de Damon y me puse la máscara que abía estado practicado todo el día.
—Vamos —di e. Entonces tiré a Damon detrás de mí para que no pudiera cambiar de opinión. Los días en los que yo uía de todo abían terminado.
18
Damon
Al aproximarme al casino, conté al menos doce cámaras de seguridad. Doce que podía er y seguramente abía otra docena ocultas. ue alguien pasara desapercibido estaba completamente fuera de discusión.
Lle é a Zoey a la entrada del casino y sentí cómo le temblaban las manos.
Maldita sea, ¿en qué la estaba metiendo? Desde el principio supe que era una idea terrible. Pero mi gente tenía razón, necesitaba tener al God ather de mi lado. Era mi última oportunidad de calmar las olas que sacudían a Hells Kitc en.
En la entrada noté otras tres cámaras. Un ombre de mediana edad se paró frente a mí y me miró de mala gana. Ba o su tra e ec o a medida escondía un arma que le abultaba un poco la tela. Pensé en mi Beretta, la cual abía de ado a regañadientes dentro de la guantera. No estaban permitidas las armas dentro del casino.
El portero me escudriñó cuidadosamente y también a Zoey. La espiral transparente a un costado de su cuello re elaba que estaba conectado por radio con sus superiores.
—Damon Payne, tengo una in itación —di e.
El portero izo una pausa, asintió a las cámaras y finalmente nos abrió la puerta.
—Bien enido, Sr. Payne.
Asentí al portero y luego condu e a Zoey al interior del casino. Con o os de águila, busqué a mi alrededor alguna información que pudiera darme una pista respecto a la identidad del God ather. La decoración era suntuosa, olía a cigarros cubanos y brandi. Sobre la alfombra ro a abía mesas de uego para pó er, black ack y ruleta, y la barra del bar abarcaba toda la longitud de la sala.
Aunque el casino estaba concurrido, reinaba un silencio opresi o. Reconocí a arios ombres con los que definiti amente amás aría negocios ya que su dinero pro enía de la prostitución, el tráfico de personas o el contrabando de armas.
Maldita sea, me sentí mal tan solo de pensar que debía sentarme en alguna de las mesas. ¿Realmente quería llegar a un acuerdo con el God ather, cuando él acía negocios con estos tipos?
Joder, no. De ninguna manera.
Lle é a Zoey al bar y pedí un bourbon, mientras ella insistía en beber zumo de cereza.
—Por la mu er más bella de la noc e —brindó Zoey. Me sonrió y brindé de uelta. —Po una noc e exitosa.
Zoey me ol ía loco con sus labios ro o sangre, se eía tan elegante y mal ada al mismo tiempo. El rostro inexpresi o le quedaba realmente bien.
Maldición, mientras solo tenía o os para mi acompañante, también debería estar escudriñando la abitación y la gente a mi alrededor. ¿ uién de esas personas era God ather, si es que estaba presente?
—Es muc o más elegante de lo que esperaba —admitió Zoey. Después dio un trago a su zumo de cereza.
—Sí, pienso lo mismo. Ec aré un istazo alrededor —respondí. Me le anté del bar, le di un beso en la me illa y exploré la abitación.
Me detu e en cada una de las mesas y obser é los respecti os uegos, sin ba ar la guardia. No sabía por qué, pero no podía ol idarme de la sensación de estar siendo obser ado por las cámaras o el ser icio de seguridad. Sentía cada maldita mirada sobre mi espalda, causándome escalofríos.
De ez en cuando ol ía a mirar a Zoey, quien seguía en el bar acariciándose el increíble y largo cabello que le caía sobre los ombros. Me sorprendió que tan solo abía unas cuantas mu eres en el casino. Aquí, en el subsuelo, los ombres duros de negocios y la emancipación toda ía eran palabras desconocidas.
Inmediatamente pensé en Yu i y en cómo la mitad de los ombres aquí caerían de rodillas por su carisma, con tan solo un c asquido. Sin duda alguna, Yu i Asai, i a del líder de los Dragons, se sentiría malditamente cómoda aquí. Pero no abía forma de que ubiera podido traerla aquí, no
mientras la disputa con los Brothers no estu iera resuelta, los irlandeses lo abrían isto como una conspiración contra ellos.
—Sr. Payne, es un gusto que esté aquí —un ombre de la mesa de pó er me sacó de mis pensamientos.
bser é al tipo detenidamente. Se eía como una estrella de cine de unos treinta años. Su cabello lacio y oscuro estaba peinado acia atrás, tenía el rostro afeitado y portaba un tra e ec o a medida. Tan solo su sonrisa astuta lo exponía como un criminal.
—¿Con quién tengo el gusto? —pregunté.
—Llámeme Sr. Smit —di o él. Luego señaló el lugar libre a su lado. — Siéntese.
De mala gana, acepté su in itación. La mesa de uego estaba a un costado de la abitación y desde mi lugar tan solo eía una esquina acía, nada más. El bar, las mesas de uego detrás de mí y, sobre todo, Zoey, abían desaparecido de mi ista, lo cual me puso malditamente ner ioso. —¿ ué tal una partida de pó er? —preguntó el Sr. Smit . A nuestro lado abía otros dos tipos que me obser aban. Así mismo, abía un crupier que miraba al frente con discreción e indiferencia.
—No estoy aquí para ugar, sino por negocios —gruñí y bebí el resto de mi aso. Me di la uelta, busqué acer contacto isual con Zoey y la llamé agitando mi aso acío. Esperaba que entendiera mi señal. De ninguna manera quería de ar a Zoey aquí sola, en este maldito tanque de tiburones. —¿Será tan descortés, Sr. Payne? —preguntó uno de los ombres de la mesa. Gracias a las grandes gafas oscuras y las entradas del cabello, se eía como un reportero de noticias de los años oc enta.
—Siempre cerramos nuestros negocios con una buena partida —agregó otro más, con mostac o.
—Estoy aquí por in itación del God ather —di e. No quería acer negocios con tipos cualquiera, sino única y personalmente con el efe.
— uién no —sonrió el Sr. Smit con picardía.
—Tiene una ermosa cita esta noc e —di o el reportero de noticias y miró a Zoey por encima de la montura de sus gafas. No me gustó en lo absoluto la forma en que examinó a Zoey y no lo oculté. Apreté el puño e intenté respirar con tranquilidad. Pero, ante el pensamiento de que este tipo podría c anta earme con Zoey, casi pierdo el control sobre mí mismo. —Es me or concentrarnos en los negocios que en mi esposa —di e.
—Cierto. Entonces comencemos con einte mil —di o Mostac o. Colocó un fa o de billetes sobre la mesa y entonces el Sr. Smit y el reportero entraron.
Yo también saqué un fa o de billetes de mi bolsillo lateral y lo arro é sobre la mesa.
—También para mí. ¿Cuándo God ather nos ará el onor? —pregunté. El crupier reunió los fa os de billetes y repartió las primeras cartas. Joder, no tenía ganas de ugar en lo absoluto. ¡Literalmente! No era una persona particularmente paciente.
—Hoy no —sonrió el Sr. Smit y sacó un cigarro cubano del bolsillo de su pec o.
—Bien, entonces no tenemos nada más de qué ablar —di e. Me le anté sin siquiera mirar a los dos otros ombres de la mesa.
—Sí que lo tenemos, Sr. Payne —respondió Mostac o. Colocó una pesada pistola semiautomática sobre la mesa. El cañón de la pistola apuntaba a Zoey, quien estaba de espaldas a nosotros y ablaba con el camarero.
¿Debía traer conmigo a una acompañante femenina? No tenía idea… ¡maldición! Juré por Dios que, si le pasaba algo a Zoey esta noc e, quemaría el maldito lugar. Junto con todos los asquerosos tipos de aquí. —Entonces, Sr. Payne, esto tenemos. Siéntese y de e que su esposa le traiga una bebida —di o el reportero. Entonces su mirada alternó entre mi mano y Zoey. Él sabía que Zoey no era mi esposa. Mi corazón latió rápidamente y mis músculos estaban listos para la pelea. Pero, de mala gana, ol í a sentarme en mi lugar.
Maldita mierda, ¿en qué abía metido a Zoey?
— ué lindo. Entonces, uguemos al fin —sonrió el Sr. Smit . Sopló el umo de su cigarro y pequeños remolinos se ele aron en el aire.
Mientras que los ombres de la mesa estaban completamente
concentrados en su partida de pó er, yo ni siquiera abía isto mi mano. En cambio, traté de obtener una perspecti a general de mi situación. Estaba buscando una salida de emergencia, una ruta de escape, pero no abía ninguna y no tenía dudas de que los crupieres en las mesas estaban tan fuertemente armados como los guardias de seguridad escondidos. —¿Por qué estoy aquí? —pregunté impaciente.
—Porque a sido in itado —di o Mostac o.
—¿Y por qué me in itaron?
—Porque el God ather le encuentra interesante. Pero usted entiende que el efe debe tomar ciertas precauciones —explicó Smit .
No, no lo entendía. Maldita mierda, estábamos en un edificio protegido erméticamente con cientos de cámaras de igilancia, francotiradores en el tec o, crupieres armados y una lista de in itados que era más exclusi a que la lista de prensa del presidente.
—Naturalmente —di e en su lugar.
—Primero se tiene que ganar nuestra confianza, Sr. Payne. Así mismo, es su turno.
Asentí lentamente y arro é la requerida ugada en el centro. El crupier repartió una carta más a cada ugador y pidió más apuestas.
—Estoy fuera —gruñó Mostac o.
Maldita mierda, ya no podía quedarme quieto por más tiempo, esperando a que estos secuaces se reba aran a tener, finalmente, una con ersación decente. Pero conocía esta estrategia, yo abía ugado el mismo uego suficientes eces, solo que con reglas diferentes.
¿En dónde estaba Zoey con mi maldita bebida? uería tenerla cerca para no perderla de ista.
—La subo —di o el reportero.
—Me oy, y me gustaría saber cómo acelerar las cosas —siseé.
En la mesa, a ora abía cien mil dólares. Pero a mí el dinero me daba completamente igual.
—Solo siga ugando, Sr. Payne.
dié al Sr. Smit por el tiempo que tardaba. Maldito bastardo. Finalmente llegó Zoey con un aso en la mano y lo colocó en la mesa de uego, frente a mí.
—Una disculpa por aberme demorado tanto —me susurró Zoey.
—No ay problema —respondí con la misma tranquilidad. Cuando tu o la intención de ol er al bar, la tomé firmemente por la muñeca.
— uédate aquí y dame suerte —di e en oz alta y le guiñé un o o. Ella me sonrió y sus o os esmeraldas brillaron.
—Encantada —respondió Zoey. Se inclinó, demasiado aba o para mi gusto, y me besó la me illa.
uería tener a Zoey cerca, por sobre todas las cosas. En un casino normal no era extraño que los ombres se rodearan de mu eres ermosas para distraer a la competencia en la mesa de uego, pero este no era un
casino normal. Era el casino del God ather, un lugar exclusi o para relaciones de negocios y no un sitio para ugarte la suerte en la ruleta.
Con sus largas pestañas y sus cur ados labios ro os, Zoey inquietó a la mayoría de los ombres a nuestro alrededor. Parecía no aberse dado cuenta de ello, pero no, abía querido acerlo.
Joder, acía su traba o tan bien que la odiaba por ello. ¿Acaso C ase y Dean le abían enseñado eso? ¿Una sonrisa coqueta y besos intensos? ¡Zoey me pertenecía y a nadie más! Y, sobre todo, a ninguno de los ombres de aquí. No quería que estos criminales la ieran como yo la eía. Me disgustaba la mirada de los ombres que nos rodeaban.
El crupier repartió las últimas cartas y Smit sonrió. Después de que las apuestas se ele aran por última ez, mostró sus cartas. Tenía dos ases y dos nue es y se sentía bastante seguro de la ictoria.
—Dos pares —di o el crupier y miró al reportero. Este de ó sus cartas boca aba o y negó con la cabeza.
Entonces yo mostré mis cartas. Tenía cinco cartas del mismo color. —Color. El Sr. Payne gana —di o el crupier. Empu ó toda la pila de dinero acia mí y el Sr. Smit se rió a carca adas. —¡La señorita realmente trae buena suerte!
—Tan solo soy un buen amuleto —sonrió Zoey. Su oz era áspera y per ersa.
diaba que Zoey iciera eso. ¡Estaba coqueteando con el maldito tipo equi ocado! ¡C ase y Dean me las pagarían cuando ol iera a la illa! Además de mi eno o por el ec o de que el God ather no estu iera aquí, Zoey no me estaba facilitando las cosas. Mierda, estaba a punto de explotar y tenía que tranquilizarme de alguna manera.
19
Zoey
Me daban miedo todos estos ombres a mi alrededor, pero tenía que ser fuerte y continuar ugando mi papel. Debía ayudar a Damon tanto como pudiera, así que intenté acer todo lo que abía aprendido.
Mientras Damon ugaba al pó er con esos ombres, miré alrededor. Tenía un mal presentimiento, como de estar siendo obser ada.
No, solo es tu imaginación, Zoey.
Probablemente era porque no abía muc as mu eres en el lugar. Seguí sonriendo, con alentía, mientras Damon ganaba otra ronda de pó er. Había bastante dinero sobre la mesa. Cielos, tanto dinero como amás podría ganar en mi ida de eterinaria. Y para estos ombres tan solo era un pasatiempo.
¿Alguna ez me con ertiría en eterinaria? Había perdido mi traba o en el Animal Care Center, pero a ora no podía pensar en eso. Cuando Damon ubiera e itado una sangrienta pelea de pandillas, entonces podría pensar en mi futuro.
Damon continuaba mirándome. No cabía duda de que no estaba satisfec o. Podía er a tra és de su armadura de un metro de espesor como si se tratara de cristal. ¿Por qué estaba de mal umor? No podía ser por el uego, abía ganado cientos de miles de dólares.
Toda ía me sentía mareada al pensar en esa enorme cantidad.
Por un segundo me pregunté de dónde ganaban su dinero los tipos de la mesa, pero después no quise saberlo. Estos ombres emanaban peligro a tra és de cada poro. Verdadero peligro, asesino y brutal.
¿Damon acía negocios con asesinos? Me quité el pensamiento de la cabeza. No, Damon amás aría negocios con asesinos. Él era un criminal, sí, pero tenía un código.
Continuamente, las miradas de los ombres estaban cla adas en mí. Miradas que no me gustaban. Hubiera preferido darme una duc a
inmediatamente, pero tenía que seguir siendo aliente. ¡No podía permitirme mostrar algo!
Por avor, Damon, ¡apresúrate!
Damon se aclaró la garganta. —Discúlpenme un momento, por fa or. Luego se puso de pie, me susurró al oído: —Tocador de mu eres. Dos minutos —y desapareció.
Por unos segundos, en sus o os brilló una ira desenfrenada. ¿Lo abía molestado yo? ¿ me equi ocaba y en realidad eran los ombres con los que estaba ugando? Me pregunté de qué quería ablarme, y por qué no abía elegido la barra del bar. ¿ quería ablarme sin ser molestado?
Dios. ¿Acaso yo abía ec o algo mal? ¿Algo no andaba bien? Mi
corazón desenfrenado palpitaba cada ez más fuerte y respiré
profundamente un par de eces, para tranquilizarme. Aquí no era el lugar correcto para tener un ataque de pánico.
Yo también me disculpé, para así no estar más tiempo unto a los ombres que me rodeaban, cuyas miradas me incomodaban cada ez más. —Iré por otro trago.
—Adelante, pida lo que desee. La bebida corre por mi cuenta —sonrió el ombre que se acía llamar Sr. Smit . Tenía la sonrisa des onesta de un endedor de automó iles. ¿En cuántos uni ersos paralelos se dedicaba a robarle a su abuela todo su dinero a orrado? Demasiados, supuse. ¿Y cuántas personas aquí abían caído en su sonrisa falsa? ¿Acaso erdaderamente ugaba un papel en los negocios ilegales? Finalmente, todo tan solo era cuestión de dinero…
—Encantador —respondí. Luego puse mi sonrisa, igual de falsa, y me dirigí al bar. Una ez a í pedí otro zumo de cereza, deslicé un billete de cincuenta dólares al cantinero. En ningún uni erso posible permitiría que ese tipo me in itara a un trago.
De nue o, sentí a mis espaldas una mirada que me asustó. Cielos, ¡realmente no era la ideal para este traba o! ¿Cómo se me abía ocurrido que estaba preparada para la tarea? Estaba sola en una abitación llena de ombres sombríos.
Al tomar el aso noté mi mano temblorosa y por primera ez en muc o tiempo consideré pedir ron, od a o algo más fuerte que tu iera alco ol. ¡Cálmate Zoey!
Miré en la dirección del guardarropa, en donde se encontraban los baños, y i a un grupo de ombres de pie frente a la entrada. Por un
segundo creí er a Joel entre los ombres, pero debía estar equi ocada. ¡ b iamente estaba equi ocada! ¿Cuántas eces abía isto al fantasma de mi padrastro? Demasiado a menudo… no podía permitirme que eso me pasara de nue o.
Debía respirar profundamente. Damon creía en mí y mi fortaleza, ¡así que también debía creer en mí misma! Cuando me terminé el zumo de cereza fui al tocador de mu eres, tal como Damon me lo abía indicado, e ignoré la terrible sensación en mi estómago.
Cuando entré, Damon estaba parado frente a mí. Dios, de repente se eía muc o más grande de lo abitual. Sus brazos estaban cruzados frente a su pec o y me miraba furioso.
—Cierra la puerta.
Cerré la pesada puerta de madera y miré a mi alrededor. En total abía cuatro grandes cabinas, todas con las puertas abiertas. Estábamos solos. —¿ ué pasa? —pregunté.
—¿Toda ía lo preguntas? —me gruñó.
—Sí, porque no tengo idea de qué pasa —respondí molesta. diaba que me ablara con mensa es crípticos, en lugar de responderme claramente. —¿Por qué me uel es loco, niña? —preguntó. Después Damon me tomó por los brazos y me puso contra la pared.
—Las miradas —rugió. —¿Crees que no lo eo?
—Sí, ob iamente. Pero es actuación —respondí. ¡Era exactamente lo que debía acer! Al menos, eso pensaba. C ase y Dean me abían dado instrucciones precisas ba o las órdenes de Damon.
—¿Crees que también era actuación cómo te eían esos ie os per ertidos?
—No. Y si quieres saberlo, me disgustó —di e.
—¡Bien! Me perteneces, Zoey —me susurró Damon al oído. Su oz temblaba de ira y finalmente entendía su problema. Estaba celoso. Por un lado, me conmo ía que sintiera celos, pero por el otro, un casino ilegal era el lugar incorrecto para discutir.
—Nadie di o lo contrario, Damon —suspiré.
—Fue un error traerte aquí —di o Damon. Seguía furioso.
—No entiendo nada sobre tus negocios y no entiendo tus celos. Pero entiendo que esta reunión es importante, ¿de acuerdo? ¡Entonces dé ame continuar con lo que tu gente me enseñó!
No sir ió de nada, tenía que combatir fuego contra fuego.
—El God ather no está aquí.
—Entonces a erigüemos dónde está —di e con indulgencia.
—No. Ya nos amos.
—¿ ué? Con todo lo que as ec o, ¿a ora quieres tirar la toalla? —No toleraré más esas miradas nauseabundas acia ti, Zoey.
Cielos, ¡no abía querido poner a Damon celoso, deliberadamente, quería ayudarlo! Creí que le era de ayuda, pero me abía equi ocado. Había empeorado las cosas por no notar sus celos.
—Deberías enfriar tus sentimientos, Damon —le sugerí. Sus o os se oscurecieron y se le tensó la mandíbula. Había tratado de extinguir un incendio forestal con gasolina.
—Joder, Zoey. ¿Por qué tienes que estar ol iéndome loco siempre? — gruñó como un lobo ambriento.
—Porque tu máscara no funciona conmigo —di e sin miedo.
En lugar de responder, Damon se abalanzó sobre mi para presionar sus labios con los míos. El ambiente abía cambiado en un segundo. La agresión se con irtió en pasión y el odio en deseo.
Nuestros labios se tocaron una y otra ez y yo temblé con anticipación. Damon me lamió á idamente el labio inferior asta que abrí la boca y él entró.
Dios, ¡me robó el aliento al besarme y lo amé por ello!
Cuando se me aflo aron las piernas, él susurró: —Arrodíllate.
Me arrodillé y Damon se abrió el pantalón, sacándose la polla endurecida. Luego tomó la parte de atrás de mi cabello y me tomó la boca. —Me perteneces —di o Damon con brusquedad.
No podía responder nada. Una y otra ez me tocó con su fuerte erección, asta que la metió al fondo de mi garganta.
Me tomó con fuertes y rápidas embestidas, demostrándome que erdaderamente le pertenecía. Aunque mi garganta nunca abía estado tan tensa, mi abdomen pulsaba de excitación.
¡Sí, Dios mío! Me excitaba tanto que Damon me follara aquí. Me embriagué con sus celos y comencé a tocarme mientras él seguía metiéndose en mí.
—Maldita sea, Zoey. Jamás te ol eré a de ar ir —suspiró Damon. Deseé que di era la erdad. Daba igual qué tan irascible fuera en ocasiones o que tan peligroso fuera su mundo, yo no quería i ir sin él. Lo necesitaba como el aire que respiraba. Y tan solo a ora que Damon me
quitaba el aliento, sentía como si nunca antes ubiera respirado tan libremente. Dios, ¡no abía respirado en tanto tiempo!
Mis piernas comenzaron a temblar y sentí mi propia lu uria entre los dedos. Entre más duro me follaba Damon, más caliente me ponía.
Dios, Damon me mostraba tantos mundos extraños y me enseñaba tantas inclinaciones que nunca se me abían pasado por la cabeza.
uizás estaba loca, pero nunca me abía sentido tan amada como a ora. Él presionaba mi cabeza con fuerza contra su erección y me penetraba tan fuerte que la punta de mi nariz tocaba su estómago. No podía entrar ni un centímetro más…
Cuando traté de quitarme porque ya no podía respirar, me agarró con más fuerza.
—Mírame —me ordenó. Y entonces lo miré fi amente a los o os, que brillaban oscuros de deseo. Me de ol ió la mirada, lleno de orgullo y emoción. —Me perteneces, Zoey.
Casi me corro de tan solo acer contacto isual con él. Podía er, sentir y saborear la conexión entre nosotros. Me froté el clítoris cada ez más iolentamente y no pude reprimir un gemido.
Finalmente, la presión en mi cabeza disminuyó y pude respirar de nue o. Después de una profunda respiración, lamí su larga y dura erección, sin perder el contacto isual. Me encantaba la forma en que me miraba y me acía sentir más femenina.
Una y otra ez lamí y succioné la punta de su pene, mientras él me tenía tomada por el cabello, dominante y masculino.
—Maldición, ¿por qué nos encontramos asta a ora? —suspiró Damon pensati amente. Por un momento, pensé en su pregunta.
—Porque no nos abríamos necesitado tanto como a ora —respondí. Después ol í a mi próximo orgasmo. A medida que la erección de Damon se endurecía aún más y me follaba cada ez con más fuerza, mi lu uria se ol ía más grande. Cielos, mi abdomen completo estaba temblando.
Mis piernas comenzaron a temblar con más iolencia, anunciando mi orgasmo, que se rompió dentro de mí como un tsunami.
¡Dios mío!
La endorfina y el placer me inundaron en oleadas de ormigueos. Se sintió increíble, como una superno a en mi interior que me arro aba a reinos antes desconocidos. Toda ía estaba adeando, pero mi mente ol ió
lentamente a Damon, quien también se corrió. Saboreé su semen, ligeramente salado. Damon se eía tan rela ado como yo me sentía.
—Es usto lo que necesitaba en este momento —susurró Damon.
—Yo también —sonreí. Me le anté con las piernas temblorosas y tomé arias toallas de papel para arreglar el desastre de mi lápiz labial manc ado.
—¿Damon? —pregunté.
—¿Sí, Zoey?
—¿Puedes decirlo otra ez?
—¿ ué cosa?
— ue te pertenezco —respondí sonriendo.
—Me perteneces —susurró Damon.
Dios, me encantaba cuando decía eso. No abía algo que quisiera más que pertenecerle y ser parte de él. De la misma forma que una parte de él siempre me pertenecería.
Damon desabroc ó la correa dorada de su Rolex y me lo dio. Lo miré inquisiti amente y esperé una explicación.
—Tienes dos minutos para estar lista. ¿Me oyes?
—Dos minutos —repetí.
—Bien. No te quiero de ar aquí sola más tiempo del necesario.
—Yyo no quiero estar sola más tiempo del necesario, en una casa llena de delincuentes —respondí. Pero al mirarme en el espe o noté que mi lápiz labial ro o estaba en todas partes y mi cabello se abía anudado al elástico. Claramente dos minutos no era suficiente tiempo.
—Si en dos minutos no estás de uelta en la mesa, sabré que algo pasó. ¿Entendido?
La mirada de Damon era tan determinada que izo que mi corazón se saltara un latido. Un escalofrío me recorrió el cuello, asta los talones. —Me estás asustando, Damon —murmuré.
Me abrazó y me dio un beso en la frente.
—Te protegeré. Lo prometo.
—Bien. En dos minutos ol eré contigo —di e y sonreí con alentía. Damon abandonó el tocador de damas y de ó su relo en el la amanos.
En cuestión de segundos traté de reparar el daño en mi maquilla e y solté mi cabello. Pero erme igual que acía diez minutos era una cuestión imposible. Me puse nue o lápiz labial, me incliné acia adelante y sacudí
el olumen en mi melena para ocultar los pequeños enredos que se abían formado.
Escuc é cómo se abría la puerta y, al poco tiempo, se cerraba, pero no pensé en ello. Después de todo, además de mí debía aber otro par de mu eres por a í.
Pero cuando terminé de alisar mi cabello, terminé mirando directamente a los o os elados de Joel. Se me congeló la sangre de inmediato.
—¿ ué pasa, perra? Parece que iste a un fantasma —se rió.
uise decir algo ingenioso o de plano golpearlo, pero estaba paralizada. Una ez más, mi cuerpo ignoraba mis instintos y lo odié por ello.
¿Cómo demonios abía entrado Joel aquí? ¡Sabía que lo abía isto en el estíbulo! ¡ , si tan solo le ubiera contado a Damon al respecto! ¡Estúpida, estúpida Zoey!
Mi consciencia me bombardeó con reproc es asta que Joel se sacó un arma de la espalda.
—Ven conmigo —me ordenó. Con el cañón de su arma señaló la salida. —Realmente no quieres disparar, ¿cierto? Digo, en una casa llena de criminales armados —tartamudeé.
Autocon ianza, ¿en dónde estás?
—Mierda, ¿acaso ablo en c ino? ¡Ven conmigo! —me espetó.
Pero me quedé quieta. ¡No podía mostrar ninguna debilidad a ora! Especialmente no con este imbécil. ¡Me abía de ado atrás, maldita sea! Me abía sacrificado y a ora regresaba. ¿Por qué?
—¿ ué quieres de mí? —pregunté.
—¡ ue engas conmigo, perra! —bramó Joel.
Joel quería algo de mí, pero yo simplemente no sabía qué. Lo que sí sabía es que debía perder el tiempo. En cualquier momento, Damon se daría cuenta de que se me acía tarde.
—Hasta que me digas qué quieres de mí —di e.
Sí, era malditamente estúpido de mi parte confiar en que Joel no me aría nada porque necesitaba algo de mí, pero me fie de mis instintos. —Jódete Joel, Russel, o como sea que te llames.
La sorpresa brilló en sus o os por un segundo. Probablemente no esperaba que yo supiera quién era en realidad.
Después se ec ó a reír, cargó su arma y di o: —No, sígueme llamando Joel. Y si no ienes conmigo a ora, abrá muertos.
—Si me disparas a ora, no saldrás i o de aquí —lo amenacé. Damon se engaría, definiti amente. Aunque Damon no estaba conmigo, me daba la fuerza que necesitaba.
—No ablo de ti —di o Joel, sonriendo.
—Si no sé a quién estás amenazando, tu amenaza realmente no funciona —me burlé.
—¿Cuándo fue la última ez que ablaste con tu me or amiga?
Me quedé sin aliento. ¿Lory? Dios mío, ¿tenía a Lory en su poder? Cielos, la última ez que abía ablado con Lory ella estaba enfadadísima conmigo. Se me rompió el corazón al pensar en ello.
—No te creo —di e, pero no pude e itar expresar la duda en mi oz. —Estás arriesgando la ida de Lory —di o Joel encogiéndose de
ombros.
uería darle un puñetazo a Joel en el cuello y golpearlo asta que se rompieran todos los uesos de su cara y mi puño, pero me quedé quieta. ¡Por avor, Damon! ¡Ya ven!
Todas las esperanzas y súplicas eran inútiles, debía decidir en fa or de mi me or amiga. ¿ ué estaba aciendo Joel? ¿Y por qué estaba tan malditamente seguro de que nadie aquí lo detendría? ¿La gente del guardarropa o del estíbulo no tendría que someterlo si me obligaba a salir con una pistola en la mano? ¿Al menos estaba diciendo la erdad?
No importaba si Lory y yo abíamos tenido una discusión, siempre sería mi me or amiga y si estaba en peligro, no la de aría sola ba o ninguna circunstancia. Me sal aría de alguna manera, al menos eso esperaba. Incluso si se trataba de una simple mentira, no podía arriesgarme. Claramente elegía a mi me or amiga.
—¿A dónde? —pregunté. Él señaló la puerta y yo caminé frente a él. En un momento adecuado me arranqué el collar que Damon me abía dado
oy.
Esperaba que cuando Damon iera el collar entendiera que algo abía pasado y pudiera sal arme.
¡Sálvame por avor, Damon!
20
Damon
Después de aber ablado con Zoey mi umor definiti amente abía me orado y pude sentarme nue amente con Smit , Mostac o y Reportero. Sin embargo, sus uegos seguían siendo una erdadera molestia para mí. Yo no estaba aquí para ugar, ¡ abía una guerra entre pandillas que se desataría en cualquier segundo!
—Fue una con ersación larga, ¿o no? —me sonrió el Sr. Smit mientras acía gestos claros.
Maldita sea, odiaba su rostro siempre sonriente y ubiera querido golpearlo asta el alma por su comentario, pero eso difícilmente fortalecería mi relación con el God ather.
—Entonces, ¿ amos a seguir ugando? —gruñí. Inmediatamente, el crupier bara ó las cartas como tan solo los profesionales de Las Vegas podían acerlo.
—Veamos si a ora se termina tu rac a de la suerte —di o Mostac o. A la mierda la rac a de la suerte.
Me daba igual todo el dinero sobre la mesa. Maldición, si tan solo pudiera cambiar toda mi fortuna para poder garantizar un alto al fuego. Para el momento en que las cartas fueron repartidas y mis compañeros de uego y yo icimos las apuestas, Zoey ya debería aber regresado. Había estado contando los segundos en el fondo de mi mente, y su tiempo se abía agotado. Pero no abía rastro de ella. Durante nuestra “c arla” realmente abía destrozado bastante a Zoey, así que le di otro minuto antes de entrar en pánico.
Sin embargo, Zoey podía irse preparando mentalmente para un maldito largo sermón por aber ignorado mis instrucciones deliberadamente. En este lugar, con seme antes personas alrededor, cualquier error podía ser fatal.
El reportero subió la apuesta y el Sr. Smit y Mostac o lo siguieron.
—¿ ué le pasa, Sr. Payne?
Los escuc é a medias. El último minuto abía pasado y no abía señales de Zoey. Se me aceleró el pulso y sentí cómo se me empapaban las manos de sudor. Mis instintos me decían que claramente algo no andaba bien. —Discúlpenme —di e y me le anté.
—Si se a a ora, el uego a terminado —amenazó Smit .
—Por fa or, quédese con el dinero —di e ásperamente y seguí marc ándome.
—Eso no causa una buena impresión en el God ather .
Por un segundo me detu e, pero después continué mi camino. Zoey era más malditamente importante para mí que el God ather. Y algo debía de aber sucedido, de otra forma, ella estaría conmigo a ora. Zoey era una c ica inteligente, abría preferido regresar con el maquilla e corrido y despeinada a inquietarme.
Irrumpí en el tocador de damas, acío. En el la ábamos seguía mi Rolex dorado y tirado en el suelo estaba el collar de Zoey.
Cara o.
¿ ué demonios abía pasado? Tomé el collar plateado, la cadena estaba rota. No tenía la menor idea de qué pensar sobre esa situación.
Zoey se abía ido y tan solo abía dos posibilidades para lo que abía pasado. Se abía ido por su cuenta, oluntariamente, o la abían obligado a acerlo.
Tomé mi Rolex y ol í al estíbulo; frente al guardarropa abía un ombre delgado y de cabello canoso.
—¿Ha isto a mi cita irse? Cabello largo y castaño, estido ro o —le pregunté.
—Lo siento, señor. Me temo que no presté muc a atención.
¡Cara o, cara o, cara o!
Vol í a la entrada y pregunté nue amente por Zoey.
—Mi acompañante, ¿se a ido?
—Sí, señor —di o el portero.
Esto no podía significar nada bueno. ¿Zoey se abía ido sin mí? No, ¡ella amás aría eso oluntariamente!
—¿Y estaba con alguien?
—No lo creo. — bser é cada pequeña expresión de su rostro, sin embargo, no pude identificar nada en él, ni mentira ni erdad.
¿ ué demonios estaba pasando? ¿Por qué Zoey se abía marc ado sola?