Septiembre 6, 1988. Costa Este de EU. Las noticias.
A cientos de millas de distancia, bajo el manto protector del hogar o desde el refugio de un bar, la gente veía los noticiarios. Había una gran preocupación generalizada en la zona por donde entraba el huracán a tierra continental. - “El huracán Hilda, - decía el hombre de la televisión – al entrar a tierra por el área comprendida entre Myrtle Beach, South Carolina y Jacksonville, Florida… ha ido disminuyendo. Su intensidad, después de la furiosa categoría 4 que desarrolló hace 48 horas, con vientos hasta de 156 millas por hora, ahora ha sido considerado como de categoría 2 en los últimos reportes… está perdiendo su intensidad, se mantiene en dirección nor-oeste a 80 millas por hora y las autoridades han calculado que perderá toda su intensidad en 48 horas”
Septiembre 8, 1988. Delirio en el medio de la nada.
Tres días después de la tormenta, el cielo estaba nublado y el mar encrespado, pero la tormenta se había internado en tierra continental donde derramaba sus últimos golpes antes de desaparecer exhausta en mejores horizontes. Los bramidos del mar se habían aplacando, y el horizonte empezó a teñirse de sol con algo que parecía apenas una débil sonrisa de luz sobre el manto gris de las aguas.
Después de la tempestad viene la calma, siempre. El mar tiene esos arranques de ira que se desatan en huracanes… después la belleza retorna, vuelve a ser la plácida superficie que se mece con los vientos cálidos que impulsan las velas alegremente como si nada hubiera pasado. Al caer la tarde como un punto insignificante que vaga lentamente sin rumbo por la inmensa llanura del mar, el Milady se deja llevar por la corriente y el poco viento que sopla en dirección sur.
La cubierta del Milady estaba penosamente destruida. El mástil había sido doblado en dos, la parte superior colgaba por la borda de estribor, sostenida por una maraña de cables de acero, las velas convertidas en tristes andrajos. La botavara estaba torcida, como si hubiera sido de caramelo y parecía amortajada entre los jirones fúnebres de la vela mayor. La fuerza del huracán había borrado toda su belleza y su brío por los múltiples golpes de mar de furia desmedida. El Milady había sido vencido, flotaba a la deriva sin dar signos de vida, ya no tenía arrestos para seguir, no había forma de recuperar sus armas, no había fuerza ya de ninguna clase para encontrar el rumbo. Solo emitía débiles crujidos dolorosos y chirridos de angustia.
El interior del Milady era un desastre, había más de 20 pulgadas de agua inundando toda la cabina. Flotaban libros, ropa y latas de comida. Su tripulante yacía inmóvil sobre la mesa. En algún momento sintió que estaba despierto, pero aún se encontraba hundido en la profundidad de un largo y doloroso sueño. No podía abrir los ojos, todo el cuerpo le dolía y sólo podía emitir algunos sordos quejidos. Se incorporó penosamente y empezó a descubrir con la mirada cada uno de los detalles de aquel desastre, mitad sumergido y mitad flotando en su agonía. Sus facciones eran indolentes, inexpresivas. No había en su rostro ninguna muestra de sorpresa, ninguna emoción, parecía no estar consciente aun del daño que había sufrido. Se puso de pie con dificultad, y tambaleante se miró a los pies que chapotearon en el agua atrapada que le llegaba hasta cerca de las rodillas; un segundo después se desplomó en la litera, hundió su rostro entre las manos temblorosas y sacudió la cabeza con desesperación. Un quejido casi animal le broto del pecho y se le escurrió entre las manos. Intentó nuevamente ponerse de pie, se tocó el hombro destrozado. La pierna derecha difícilmente le sostenía y el simple respirar le producía un agudo dolor en las costillas. Nuevamente desparramó la mirada, como para asegurarse de que era lo mismo que había visto antes. No le extrañaba que todo estuviera destrozado o pudriéndose en el agua, eso era de esperarse, lo que le causaba una completa confusión era que no había nada que pudiera reconocer o recordar, no era posible que la tormenta hubiera cambiado la forma de todas las cosas. Levantó agua con las manos y se frotó el rostro. Otro quejido se le escapó, cuando la sal le penetro en una herida del pómulo y de la cabeza; sin embargo, esto le ayudo a recuperarse un poco más. Estaba hambriento y con mucha sed, un fuerte calosfrío le sacudió todo el cuerpo.
-Estoy sediento - dijo en voz alta.
Cruzó la cabina cuando vio el lavamanos en el baño. Se quedó mirando al grifo por algunos segundos sin comprender qué era aquello. Levantó la mirada, y al verse reflejado en el espejo dio un salto por la sorpresa y con un nudo en la garganta se retiró violentamente. ¿Qué era aquello? Una ventanilla y ¿alguien le había mirado desde el otro lado? Temeroso con la inseguridad en la mano, tocó la fría superficie… Su mente afiebrada no le permitía coordinar las imágenes que se le presentaban sin sufrir impactos irreflexivos.
-¡Vamos hombre. Que estoy delirando!
Se retiró rebotando contra la portezuela y volvió a la cabina. Miro hacía la escalerilla y se dio cuenta de que estaba encerrado. Abrió la escotilla y quito las compuertas para subir a cubierta. Lo que miró le dejó paralizado; no sólo no podía creer lo que estaba viendo, lo que le producía una terrible desesperación era no poder reconocer el barco. Miró a su rededor y solo encontró la fina línea del horizonte marítimo fundiéndose con un cielo nebuloso. Se fue desplomando como si los últimos hilos que le ataban a su existencia se cortaran, dejándolo caer en el abismo insondable, donde los recuerdos eran como imágenes falsas, repitiéndose como en golpes de eco, sin encontrar ningún significado.
-La tormenta... relámpagos - murmuraba, como queriendo atar los pedazos de memoria desperdigados entre el caos de su realidad.
El agotamiento le causó vértigo, y quedó nuevamente sumido en el sueño.
Despertó nuevamente cuando el sol inclemente le había clavado sus lanzas de fuego por largo tiempo. Estaba tendido sobre la cubierta, la cabeza le reventaba con un zumbido agudo. La sangre le hervía y le era difícil intentar cualquier movimiento. Hizo un esfuerzo enorme y logró escurrirse dentro de la cabina para tirarse de bruces en el piso inundado. Así logró calmar un poco el fuego de la insolación y poder volver a enfrentarse al dilema de su situación. Recogió un rollo de papel, era una carta de navegación.
-United Sta...tes - East coast... – leyó con dificultad y la dejó caer para seguir buscando.
-Será algo de comer - Y recogió una lata que había perdido su envoltura en el agua - Ahora un cuchillo.
Cuando logro abrirla, una sonrisa, que más parecía mueca, le iluminó el rostro.
-Vamos, que parece atún.
La sed lo volvió a estrangular y fue nuevamente hasta el lavadero de la cocineta. Se quedó mirando confundido. Finalmente logro dilucidar el misterio de la palanquilla para hacer que el agua saliera y pudo beber ávidamente. Se sintió mejor, pero seguía sin comprender lo que estaba pasando. Su mirada se detenía en cada objeto, pero su expresión seguía inerte. Recogió un libro que yacía en un rincón, descuadernado y empapado.
-La bitácora - exclamo entusiasmado. Pero cada hoja que separaba se rompía fácilmente y era imposible leer nada en los pedazos, la escritura se confundía al transparentarse por los dos lados. Encontró una fecha. Septiembre 4... Solo podía leer palabras sueltas sin lograr ningún significado, y otras en inglés.
-Mierda... ¿Qué es esto? - Y con coraje arrojó lejos el cuaderno ensopado. - Ni comprendo cómo es que he venido a dar aquí. Y por qué, únicamente yo.
Imágenes atropelladas cruzaban por su mente, sin que pudiera retenerlas. El recuerdo de los horrores de la tormenta, le taladraba los ánimos, pero había algo más que no lograba fijar y era el dolor de lo que había perdido, de lo que había dejado atrás y que ahora le pesaba en lo más profundo sin tener ninguna forma de explicarlo. Estaba derrotado, ya no le quedaba el menor deseo de sobrevivir. Era demasiado lo que había sufrido en tan poco tiempo, y comprendía que no había nada por delante. Estaba en medio de la nada. Perdido en el océano y sin ningún recurso para salir de ahí, peor aún… su mente estaba revuelta y hundida en una negra turbulencia.
Había examinado la mesa de navegación, atraído por los instrumentos electrónicos: el radio VHF, el Loran, el medidor de profundidad, nada de eso tenía ningún significado para él, no entendía de qué se trataba. Buscaba papeles que le dijeran donde estaba, palabras escritas que le dieran una explicación. Pronto se daba por vencido, y se desvanecía en sus vanos intentos. Su cuerpo se estremecía tanto por la fiebre como por el dolor que le causaba estar viviendo esa horrible pesadilla. Dentro de su inconsciencia se negaba a abrir los ojos para no caer una vez más en el abismo de la incertidumbre al mirar la ajena realidad. Y volvió a quedar perdido en el laberinto de las dudas.
Mayo 3, 1855. Los Filibusteros
Cinco años han pasado después del feliz incidente en que Diego se topara con la visión paradisiaca de ver a Zelú bañándose en el río. En todo ese tiempo, la vida le había sido muy generosa al darle la felicidad de haberse casado con ella y tener un precioso mestizo de cuatro años. Al principio habían vivido en la misma casa y con el papá de ella. Después, con sus propias manos se habían construido su cabaña, las rústicas paredes de palos cubiertos de barro fino y techos de hojas de palma, impenetrables por la lluvia y resistentes al calor. Se hicieron una gran palapa donde colgaban las hamacas para dejarse mecer con la cadencia de un suspiro hasta quedar vencidos por siestas irremediables en el sofocante efluvio de las cuatro de la tarde. Los días transcurrían suavemente y no deseaban otra cosa más, que estar juntos en medio de aquel paraíso terrenal, que les daba los frutos de la selva, los peces del lago y la carne de animales silvestres.
En cuanto Diego se unió a la familia, se puso a trabajar con nuevas ideas. Aprendió de otros amigos cómo cultivar el café, y al poco tiempo ya tenía plantado un pequeño cafetal que ya había dado su primera cosecha. Aprendió a vivir al ritmo de los calores insoportables del verano, a resistir los chubascos tan repentinos como interminables, aprendió el lenguaje de la selva, a reconocer las huellas de los animales y a gozar el canto de las aves. Y disfrutar de la vida, de la mano de Zelú que cada día le parecía más bella, era su única preocupación. Hubo días en que había que luchar contra la naturaleza, la misma que diariamente les daba la comida y la alegría de vivir, de pronto se tornaba temperamental y furiosa como risueña y benévola. Con un golpe de un aguacero irremediable, era capaz de barrer con cultivos, de derrumbar la cabaña, de inundar los valles. Al día siguiente, todo estaba nuevamente lleno de alegría, como si nada hubiera pasado. Así era ese mundo donde la naturaleza es el supremo poder. Diego también aprendió de los lugareños a saber resistir esos golpes y a remediar los que no podían evitarse. Aprendió a ser estoico y a no dejarse vencer por nada que pudiera afectar a su familia.
Nito, el hijo de ellos, era un pequeño diablillo, con toda la energía de sus cuatro años, era capaz de trepar árboles, de corretear por el monte cazando mariposas o persiguiendo iguanas. Se metía en el remanso del río y ya nadaba como un pececillo. Diego lo llevaba en sus hombros cuando iba de pesca o de cacería. Por las tardes se sentaban bajo el fresco de la palapa y Diego se convertía en el profesor para enseñarlos a leer y escribir. Zelú y Nito aprendieron al mismo tiempo.
Desde hacía ya un año, Diego hacía viajes esporádicos a Granada, para vender sus productos y comprar algo de lo necesario. Ya habían pasado cinco años de la triste huida y era muy posible que ya todo se hubiera olvidado. De cualquier manera, optó por disfrazar su apariencia. Por principio el color de su piel había tomado un bronceado profundo y natural, gracias a su vida diaria en el trabajo del campo. La barba y el pelo le habían crecido largo y vestía ropas de manta hecha por Zelú, así que su apariencia estaba muy lejos de ser la de un inmigrante español. Escuchó los rumores amargos de los problemas políticos de Nicaragua entre los partidos de Liberales que buscaban la independencia y los Conservadores, que se inclinaban a vivir bajo la bota del “protectorado” de Inglaterra y que dio como resultado que se desatara el fuego de una guerra civil.
Se agitaban banderas rebeldes por toda la América que buscaban sacudirse de la intervención de esos países sedientos de poder. Ya los Estados Unidos se habían anexado una buena porción de territorio mexicano bajo la oscura anuencia del General Santa Anna. En el escenario de esas disputas, ya había hecho su aparición un tal William Walker, norteamericano, abogado, periodista, pero principalmente un aventurero ambicioso, que andaba levantando polvaredas para la colonización de países al sur de su frontera a favor de los Estados Unidos de Norteamérica. El tres de mayo del año 1855, William Walker desembarcó en las costas de Nicaragua al frente de 60 hombres, ese era todo su ejército. Para su fortuna, encontró de inmediato el apoyo de 170 activistas del partido conservador y de 100 norteamericanos, que se unían a su causa en defensa de sus propios intereses. Llegó sin que hubiera poder humano ni bélico que lo detuviera hasta la ciudad de Granada y pronto, descaradamente se proclamó presidente de la república. Todos, propios y extraños, se quedaron con la boca abierta y cobardemente aceptaron la imposición. Con todo el estupor e indignación que causó la sorpresa, nadie se imaginó hasta dónde podía llegar el criminal propósito del filibustero, como dieron en calificarlo los cronistas de la época. Pronto corrieron los rumores sombríos de su siguiente objetivo: El de reinstaurar la esclavitud.
Los rumores que Diego escuchó en su visita a Granada, estaban más del lado de la realidad que de la incertidumbre. Esto le causó un tremendo impacto, vinieron a su mente de inmediato las imágenes vividas y lo mucho que odiaba que los hombres fueran tratados con tal desprecio y violencia y peor aún, como esclavos. Recordó que había puesto su vida en peligro por defender esos derechos. Se dio cuenta de que la injusticia estaba por instaurarse bajo el régimen de aquel sátrapa. Agradeció que no estuvieran, él y su gente, al alcance de los inhumanos tentáculos de William Walker, por no estar trabajando en las fincas y por vivir perdidos en su lejano mundo. Y se alejó de inmediato, como si él mismo sufriera la amenaza de la esclavitud.
Septiembre 10, 1988 El rescate incomprendido.
El Milady seguía flotando sin rumbo y arrastrando su desgracia. Su tripulante, igual, parecía estar flotando en el vacío, no tenía conciencia del tiempo que había pasado ni remota idea de su destino. Era un nuevo día, su mente se sacudió cuando escuchó voces que venían de afuera; ya antes había oído gritos, lamentos y maldiciones producto de sus delirios, se convenció de que eso era algo diferente. Se despabiló y cautelosamente se asomó por la escotilla. A cien metros estaba un enorme barco completamente diferente a todos los que conocía. Era un barco carguero de bandera Griega, que había avistado los restos del Milady a la deriva y mandó un bote a investigar. En cuanto lo vieron, los marineros le gritaron ofreciendo ayuda. El lenguaje le era totalmente desconocido, y la barcaza con su extraño ronroneo del motor y el monstruoso buque le espantaron; todo aquello era como una fantasía diabólica.
El bote de auxilio se acercó para abordar el Milady, y Antonio se escurrió a la cabina, para regresar de inmediato con un enorme cuchillo en la mano mostrándolo amenazadoramente a los marineros.
-We help - dijo un marinero- intentando comunicarse con señas amistosas.
La respuesta fue la amenaza del cuchillo en su mano izquierda y una total determinación a no permitirles el abordaje. Aunque sabía que por la inutilidad de su hombro derecho no sería capaz de resistir el mínimo embate. Otro marino dijo algo en su idioma haciendo el ademán de que estaba loco.
-We help - insistió el otro - We friends. You neede doctor.
-¡LARGO!... y su cara se bañaba de sudor frio. Estaba aterrorizado ante el supuesto ataque de aquellos hombres que le parecieron piratas empeñados en abordarle.
-Será mejor no provocarlo – dijo el marinero en su idioma – está delirando. Volvamos al barco y que den aviso a la Guardia Costera.
La barcaza regresó minutos después y le lanzaron una bolsa con provisiones y agua. Cuidadosamente sacó la cabeza por la escotilla para asegurarse de la posición de los intrusos y al verlos que se alejaban, presurosamente recogió la bolsa y se sorprendió del contenido. Encontró deliciosas naranjas, pan y comida enlatada. El barco se quedó a prudente distancia cuidando del náufrago.
Tres horas después, un barco guardacostas de los Estados Unidos se acercaba al Milady, siguiendo las coordenadas que el capitán del barco griego había radiado, reportando su situación y la urgente necesidad de atenderlo.
Haciendo un esfuerzo, se asomó a cubierta para descubrir la embarcación que se acercaba. Nuevamente quedó atónito al ver la enorme embarcación.
-¡Diantres! – Exclamó en voz alta – Parece toda de hierro… y sin velas…
Huyó a esconderse, aterrorizado, cuando escuchó la voz del capitán que tronó en el espacio por el sistema de altoparlantes. Era el vozarrón más fuerte que jamás hubiera escuchado y ni siquiera aún, había visto al hombre que la profería. Se sintió acorralado e indefenso, ante el asalto de alguien tan poderoso.
-THIS IS THE UNITED STATES COAST GUARD - dijo la voz en todo su volúmen - WE’RE HERE TO HELP YOU…WE’RE COMING ABOARD AND HELP YOU.
Sabía de la existencia de piratas despiadados, que eran capaces de destruir y matar todo lo que encontraran a su paso. En sus cavilaciones y el temor no se dio cuenta que una barcaza había amarrado junto al Milady hasta que escuchó las pisadas de tres hombres que habían saltado a cubierta. Las voces eran calmadas, pero en un lenguaje que él no comprendía, el pánico que ya sentía como un amargo compañero, se agigantó, destruyendo lo poco que quedaba de su integridad. Se derrumbó en un rincón y ocultó la cara contra sus rodillas, temblaba sin poder evitarlo.
Los marinos bajaron a la cabina y encontraron la piltrafa en que se había convertido aquel hombre, víctima de sus heridas y la desolación; abatido por los violentos choques emocionales y sin poder razonar la situación, lo que podía recordar no concordaba con nada de lo que sucedía en ese presente lleno de contradicciones. No sólo su cabeza estaba enmarañada por la incomprensión, su cuerpo era un despojo incoherente también. El hombro estaba destrozado y cualquier movimiento era muy doloroso.
-C’mon - le dijo alguien amistosamente - we’re helping you. Do you understand? This man is a paramedic and will assist you at once.
-Seems that he doesn’t speak English - exclamó el paramédico.
-¿Habla epañol, amigo? - preguntó uno de los marinos con la alegría de su acento cubano o dominicano - Ecúcheme… E’que tu habla epañol ?
Con dificultad pero logró entender esas palabras que llegaron a sus oídos, como una señal de alivio. Despegó lentamente la cara, buscando quien había hablado palabras que él comprendía.
-Mira, tú vé - continuó el marino, al encontrar respuesta. - Eta ‘e la gualdia costera. Tu balco no tiene remedio. Tú te’ve muy enfermo. Aquí el médico te ayudará. Vamo’amigo, venga conmigo - y le ofrecía sus manos como señal de ayuda.
Miró por algunos segundos la cara del hombre que le infundía confianza con su sonrisa, además de que ninguno de los hombres portaba ninguna clase de armas. Aceptó la ayuda incorporándose lentamente, como entregándose sin resistencia a una nueva propuesta del destino. Lo trasladaron cuidadosamente al guardacostas, y aunque era lo que menos le preocupaba, le aseguraron que remolca-rían lo que quedaba de su embarcación hasta puerto.
El médico lo examinó, y le dio sedantes para poder manejarlo adecuadamente. Después le dieron una comida ligera pero reconfortante y pronto cayó en un sueño profundo, en el total relajamiento después de haber llegado al punto más bajo de su resistencia. El capitán había radiado a su base la información completa del rescate y minutos después recibía el comunicado de respuesta.
“Está identificado - se escuchó de la radio. La embarcación con matrícula NY-2418-HR de New York, está registrada a nombre de Antonio Carrales, residente de esa ciudad. Tenemos su dirección, pero no existe ninguna información sobre su derrotero. Dígale al Sr. Carrales que localizaremos a sus familiares para informarles de su paradero. Cambio y fuera”
Aun estaba durmiendo por los efectos de los sedantes suministrados, cuando el guardacostas atracó esa noche en su base de Fort Lauderdale en Florida. Los sedantes le habían ayudado a desmoronar sus tensiones, pero aún así, no salía de su asombro por todo lo que le rodeaba. Ni se enteró del alboroto que se armó a su llegada al puerto; un grupo de periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión asaltaron a los marinos cuando lo bajaron encamillado para entregarlo a una ambulancia. Tomaron las fotografías que quisieron, pero no pudieron verle la cara. El apetito feroz de los periodistas por las declaraciones se quedó intacto ante un cuerpo cubierto con frazadas de pies a cabeza. Los guardias se abrían paso a empujones para poder llegar hasta la ambulancia que lo trasladaría al Hospital de St. Vincent Medical Center.
Septiembre 19, 1988. El enigma llega a New York.
Un hombre llegó hasta la puerta del edificio 410 de la calle 72 en el East Side de Manhattan, donde según la información del Motor Vehicle Department, vivía un Antonio Carrales, propietario de un sloop de 27 pies, con matrícula NY-2418-HR que había sucumbido a una tempestad en el océano Atlántico, y cuyo tripulante se encontraba en estado crítico, pero bajo cuidados médicos en un hospital de Jacksonvilie, Florida.
-Aquí vive, pero por ahora no está, - dijo el portero, después de revisar cuidadosamente la identificación del investigador del FBI – hace como dos, no… más de dos semanas salió de viaje. Dijo que se iba de este mundo, claro como una broma supongo. Pero como muchas otras veces, llevaba su maleta y se fue de viaje.
-¿Vive alguien con él, esposa, amigos?
-Nadie. Tenía amigas, sí; pero más no sé. Yo lo veía con más frecuencia con una españolita muy guapa, pero no supe quien era ella ni dónde vivía.
-Pero habrá dejado algunas instrucciones. Su correo, por ejemplo.
-Me dijo que todo estaba arreglado. Y… ¿Por qué lo busca. Se puede saber?
-Lo cogió una tempestad en el Atlántico...
-¿Murió el señor Carrales? - preguntó exaltado el portero.
No… pero los reportes dicen que está inconsciente. No ha podido hablar ni reconoce a nadie. Por ello es que queremos encontrar algún familiar o alguien que pueda hacerse cargo. ¿Usted sabe dónde trabajaba?
-… Nooo, sólo sé que viajaba con frecuencia - dijo el portero, sintiéndose importante – Trabajaba para revistas, o algo así. Luego andaba por aquí dos o tres semanas y luego desaparecía otras tantas. A uno no le dicen nada, you know? Sólo ve uno a la gente entrar y salir. Conoce uno a los familiares, y esas cosas… pero él, no, nada, era solitario, solamente la españolita que le…
-¿Sabe el nombre y la dirección de esa mujer?
-Pues no, le dije antes que no, pero el otro día, sucede que… yo…
-Le voy a dejar mi tarjeta. – dijo el agente interrumpiendo la palabrería que no le servía de nada. - Si sabe algo que pueda ayudarnos en esta investigación, llámenos por favor.
Septiembre 24, 1988 St. Vincent Medical Center
Mientras tanto, en Jacksonville, los médicos lograron estabilizar la condición física de Antonio. Sus heridas estaban sanando, las fracturas del hombro y dos costillas rotas estaban enyesadas, las fiebres galopantes se habían minimizado, ahora comía con cierto apetito pero con la dificultad que le causaba el enyesado y el sólido vendaje en el tórax. Sin embargo era necesario seguir dándole calmantes por su estado de crisis nerviosa. El problema principal que enfrentaban era el de su negativa para hablar. Se limitaba a aceptar o a rechazar, y su expresión seguía siendo de angustia; todo le atemorizaba: Los tubos que tenía insertados, uno en el brazo y otro en la nariz para llevarle oxigeno. Los monitores con sus extraños signos era lo único que le llamaba la atención, y la pantalla de televisión que absorto miraba por horas como si fuera una ventanilla hacia el mundo exterior.
Lilian Randall entró apresuradamente al estacionamiento del hospital, y dejó el automóvil mal estacionado en el primer lugar que encontró. Su cuerpo de piel morena clara, ágil y esbelto saltó al pavimento. Vestía shorts y camiseta con zapatos deportivos y mientras corría hacía la puerta principal, hacía malabarismos para meterse en la blanca bata de médico y encontrar su gafete dentro de la bolsa de piel para colgarlo de su cuello. Se dio esos toques femeninos en el cabello con la punta de los dedos que generalmente no cambian nada, pero que la hizo sentir más presentable. Eran las tres de la tarde, precisamente la hora en que empezaba su turno. Trabajaba en el departamento de sicología, aunque su especialidad era la siquiatría. Después de firmar el libro de asistencias, dio un respiro y se fue al tocador para asegurarse de que su apariencia fuera perfecta. Las líneas de su cara tenían el encanto del mestizaje; ella era hija de padres portorriqueños y nieta de negra de sangre taína. La naturaleza se había encargado de seleccionar lo mejor de cada parte para mezclarlo y dar como resultado ese cuerpo alto y hermoso con un rostro de facciones caribeñas con unos ojos negros brillantes y una boca excitante de labios ligeramente abultados, lo que aumentaba su sensualidad.
Por su especialidad en siquiatría y por hablar también español le habían asignado el caso Antonio Carrales. Su problema de pérdida de memoria y enclaustramiento, se había convertido para ella en un reto profesional de grandes dimensiones. Se apasionaba con cada uno de los casos que atendía, pero éste en particular le había cautivado y estaba poniendo toda su capacidad en ayudar a aquel hombre que en tres semanas había logrado apenas una ligera recuperación física, pero que su estado mental estaba declarado como un misterio. En su escritorio encontró la respuesta de los investigadores de New York, que después de todo, lo único que le confirmaban, era el nombre de su paciente, la dirección de su último domicilio, y un paquete de la oficina postal de Manhattan con el correo retenido: unas revistas y cuentas por cobrar.
-Buenas tardes Señor Carrales - dijo Lilian al entrar al cubículo de Antonio. Pero no logró causarle ningún impacto, sólo encontró la misma mirada vacía de siempre.
-Le tengo buenas noticias, señor. Usted es Antonio Carrales.
Aun cuando ya se había ido acostumbrando a las visitas de la doctora Randall, y no las rechazaba, en las tres o cuatro sesiones que llevaba, no había permitido establecer ninguna comunicación.
-¿Recuerda?, mi nombre es Lilian. Hoy vamos a revisar su correspondencia que le llegó a su dirección en New York. ¿Se acuerda donde vivía?
Antonio dejó caer en el rostro de Lilian su mirada llena de incertidumbre. Su rostro derramaba tristeza. Lilian trató de interpretar esa mirada.
-Hábleme Antonio… dígame qué siente.
Antonio cerró los ojos y se hundió en su pasado. Lilian dejó que se recuperara y le habló dulcemente.
-Miré en sus cartas y en estas revistas, está su nombre y su dirección. – dijo, señalando insistentemente las etiquetas de las suscripciones.
Cuando estaba hojeando el National Geographic, una de las páginas llamó la atención de Antonio. La doctora lo notó y abrió la revista plenamente.
-Le gusta está fotografía. ¿Le recuerda algo en especial?
Era un reportaje sobre las costas centroamericanas. Mostraba el paisaje tropical, las cabañas hechas de palmas, playas lánguidas de atardeceres intensos. Los hombres en los plantíos de bananas o pescando. Antonio pasó su mano por sobre las fotografías impresas, como queriendo sentirlas.
-Qué es Antonio. ¿Conoce usted estos lugares?
No hubo respuesta, el impacto le había derrumbado hasta encontrar refugio en las almohadas de su cama. Cerró los ojos y crispó los puños, soportando el dolor que le había causado ver aquellas imágenes.
-Antonio… tranquilícese.
Y pasó su mano con ternura por la mejilla de Antonio. Ella podía imaginar la lucha desconcertante que se había desatado en aquella mente enferma.
-Antonio - le dijo suavemente.
Abrió los ojos al sentir la dulzura de las caricias y el susurro de su voz, era algo que había sentido muchas veces antes y que ahora extrañaba intensamente. Se encontró con el rostro de Lilian y una mirada amable asomó a su rostro. Era el primer paso importante que la doctora Randall había logrado. Había provocado una reacción sentimental que borró por algunos momentos la expresión ausente. Ahora tenía algo material que le había impactado, y en lo sentimental, una sonrisa que le hacía sentir que iba ganando su confianza.
-Bien, Antonio. Ahora...
-Antonio no es mi nombre - la interrumpió secamente.
La doctora fue tomada por sorpresa. Por fin había logrado arrancarle sus primeras palabras. Se estaba abriendo un estrecho pasadizo por el que podría penetrar en ese espacio lleno de incógnitas.
-¿No?… ¿Cuál es su nombre, entonces?
No hubo respuesta, nuevamente cerraba las valvas que le protegían de esa locura que le rodeaba.
-Escúcheme - le dijo con firmeza y manoteando sobre las revistas y cartas - Todo esto nos dice que usted es Antonio Carrales. Que vive en New York y que salió en su barco velero de nombre Milady, con el que fue encontrado después de haber sobrevivido una tormenta. ¿Y usted dice no ser Antonio? ¿Quién es usted, entonces?
Una mirada angustiosa del hombre fue la respuesta. De su boca no salía una sola palabra.
-Está bien, Antonio. Tranquilícese, descanse. Ya hablaremos mañana. - Y dejó intencionalmente, sobre la mesita de junto a la cama, la revista que anteriormente había causado tanto impacto en Antonio. Lilian se acercó al rostro de Antonio y le habló con suavidad.
-Descansa, no debes preocuparte. Dejaremos que las cosas se aclaren sin prisas. El sueño te ayudara a despejar esas nubes negras que tienes en la mente... - Y nuevamente su mano cálida acarició el rostro de Antonio.
Cuando la enfermera del turno nocturno entró a tomarle la temperatura y a suministrarle el medicamento, Antonio estaba aun despierto, escapaba mirando por la ventana y perdiéndose en la inmensidad de un cielo oscuro y profundo. Allí estaban las estrellas de siempre, con esa aparente calma que gira vertiginosamente dentro de ese universo inmóvil de dimensiones infinitas y de misterios eternos.
La enfermera encendió la luz, y el leve chasquido del interruptor, quebró toda la magia de los sueños en un instante
-Hello mister Antonio. Are you OK? - le dijo con su tono desinteresado y como si él la hubiera estado esperando por toda la vida.
Ella siguió hablando, a sabiendas de que Antonio no la escuchaba; pero no importaba, ella pensaba que era bueno para los pacientes que alguien les diera un poco de ánimo en la aridez de las noches de hospital. Antonio ya había aprendido a ignoraría totalmente, como a tantas otras cosas que no tenían ningún sentido para él.
Cuando la enfermera terminó su rutina, estaba por apagar la lámpara de la mesita pero la mano de Antonio se adelantó y se atrevió a hablar.
-No… déjela encendida - exclamó, y esperó hasta que la mujer se retiró.
Junto a la lámpara estaban las revistas y tomó precisamente la que Lilian había dejado encima. Miró la portada con su marco amarillo que hacía resaltar los perfiles exuberantes de una fotografía de una playa de mar azul.
-Na...tio...nal geo... gra... pic.
Pronto aprendió a ignorar los textos que no enten-día por estar en inglés. Eran las imágenes fotográficas lo que le interesaba, sentía en alguna forma que encontraba su vida al mirarlas. Casi podía reconocer algunos de los lugares. Los plantíos de café, los campos bananeros. Su ambición se despertó, empezó a buscar palabras que pudiera entender, los números eran iguales para él y en la portada decía:
-Sep… tem…ber. Suena como setiembre – pensó.
Trató de seguir leyendo.
-¡No puede ser… demonios! – murmuró angustiado.
Una nueva tormenta le invadió el cerebro, y no pudo resistirla. Cayó vencido, como tantas veces había caído, ya no importaba. Todo era una comedía de caprichos y equivocaciones. Ni siquiera intentaba entenderlo, se dejaba ir por la ventana, para huir de la inconsciencia que lo aplastaba dormido o despierto.
-Mil… novecientos ochen… tiocho… - repetía sin entender lo que eso significaba.
De sus manos resbaló la revista y fue a estrellarse al piso; él ya no lo escuchó, ya estaba muy lejos de este mundo. Tal vez despierto, pero sintió que soñaba y recordó la ternura de la doctora que le hacía sentirse tranquilo pero que también le traía tristes recuerdos, le recordaba a su mujer; la recordó con su eterna sonrisa bañándole el rostro.
Al día siguiente, mucho antes de la hora programada, Lilian entró al cubículo de Antonio. Su rostro radiaba excitación y su entusiasmo hacía su voz más cristalina.
-Antonio... ¡Buenas noticias!
-No me llamo Antonio... doctora...
-Oh, disculpe. ¿Cuál es su nombre entonces?
-Diego…
Lilian no quiso adentrarse en ese punto.
-Me apresuré a traerle esto que acabo de recibir.
Los investigadores de la Guardia Costera, habían continuado con la inspección en el Milady, ahora que estaba en tierra y que le habían sacado toda el agua. El hallazgo importante fue el sobre, que gracias a la bolsa de plástico, había logrado mantener secos los papeles de importancia que guardaba.
-Mire… - dijo mostrando los papeles - el seguro del barco, licencia de manejo, tarjetas de crédito y algunos billetes. Vamos a ver... ¡Oh my God.. ¡como MIL DOLARES! es usted un hombre rico.
Antonio la miraba sorprendido, en una actitud que contrastaba totalmente con la de ella. ¿Licencia de qué? ¿Que tenía que ver con él toda esa feria de papeles, que a ella le hacían sentirse tan feliz?
-La licencia dice... Antonio Carrales Vélez... y la fotografía corresponde precisamente a USTED. ¿Qué le parece? - y le mostró la licencia para que pudiera apreciar la foto.
Antonio palideció, su cuerpo temblaba y absorto miraba el documento que según ella aseguraba su identidad. La doctora Randall notó la reacción.
-Dígame lo que pasa... por favor, hábleme. Para ayudarlo es necesario que me diga lo que piensa, todo lo que le está atormentando y que usted se empeña en mantener escondido. ¡Hábleme! Si usted no es Antonio, entonces dígame quien es.
Una lucha interna se desató en todo su ser. Confusión, miedo, y ahora la necesidad de aclarar toda esa maraña de dudas. Por fin, cuando logró en un desesperado esfuerzo vencer parte de sus temores, habló con dificultad.
-Ese no soy yo...- y señaló la foto de la licencia de manejo
-Pero...
-Mi nombre es Diego…
-¡Diego! - murmuró la doctora, desconcertada. -¿Recuerda su apellido?
-… Ruelas…
-Y… ¿de dónde viene… a dónde iba cuando…?
El hombre cerró los ojos y su mente volvió a los profundos rincones del dolor.
-Hábleme Diego, siga... siga.
-Me embarqué como marinero rumbo a España… -murmuró después de unos segundos. - Zarpamos en Punta Arenas. Quería dejar Nicaragua para siempre. Ya había hecho todo lo posible por encontrar a mi mujer y a mi hijo y... nada. Habían desaparecido. Perdí toda esperanza y derrotado quise regresar a España…
-¿Cuándo fue esto. Diego?
-Hace un año. Han sido tiempos difíciles de guerra… en Nicaragua.
-¿Qué año... qué guerra?
-Mil ochocientos... cincuenta y cinco. Los filibusteros... el pillaje... la esclavitud...
Lilian quedó como petrificada. Estaba hablando con un demente, o con un mentiroso que podía inventar cualquier historia. Era posible que después del impacto del naufragio y los efectos de la insolación, su mente hubiese quedado totalmente desquiciada y en sus desvaríos fuera capaz de decir cualquier incongruencia para satisfacer la insistencia de sus preguntas. Pero una explicación así, era un tanto elaborada, para alguien que no estaba en completo uso de la razón; sin duda había algo mucho más profundo en las memorias de aquel hombre que penosamente iba descorriendo los gruesos telones que envolvían el misterio de su personalidad.
-¿Está usted seguro, Diego? Mil ochocientos...
-Cómo podría olvidarlo. Ellos desaparecieron. Cuando regresé de Granada ya no estaban en casa. Eran los días que se llevaban a la gente como esclavos… ellos eran mulatos.
-¿Quienes son “ellos”?
-Mi mujer… que se llamaba Zelú y mi pequeño hijo, Niti.
Diego se dio vuelta y hundió la cara en la almohada para ocultar su dolor.
Recordó a Zelú en su continuo quehacer; ya lavando ropa en el rio, arreglando sus plantas que floreaban todo el tiempo y dándose tiempo para peinar su larga y negra cabellera. La recordó a la luz de la luna, cuando hacían el amor en la playa, cuando nadaban desnudos en el manso rio de aguas tibias. Cayó en el recuerdo de esas noches cálidas, de los días de intenso trabajo en los cafetales, de los soles y las lunas que habían visto juntos. Y ahora, estaba hundido en la oscuridad de un país en el que no sólo no entendía el lenguaje, además, todo era absolutamente nuevo y diferente a todo lo que él conocía. Y la doctora le llevaba a recordar todo eso, porque su piel era como la de Zelú, su dulzura era como la de Zelú, y ella... no era Zelú. Hubiera querido no verla más, para evitarse los tristes recuerdos, pero a la vez, ansiaba que llegara la hora de su visita, porque con ella era la única con quien podía sentir que aun estaba con vida. Ella trataba de ayudarle a entender toda esa confusión en que estaba metido y sabía que consciente o inconscientemente, él nada podía hacer para ayudar a remediarla. No podía entender por qué, en esa lucha con la muerte, él había resistido todos los embates, cuando precisamente lo que deseaba era morir, terminar con todo de una vez, pues desde que había perdido a su mujer, la vida ya no tenía ningún sentido para él y por eso precisamente se había embarcado de regreso a España. Lilian comprendió que era mejor dejarlo solo y no atormentarlo con más preguntas. Lo arropó con ternura y le acarició la frente.
-Descanse Diego… Mañana estará mejor, hay mucho que descifrar…
Septiembre 25, 1988. La historia no miente.
Esa noche, para Lilian fue difícil conciliar el sueño. Ahora era ella la que tenía una tempestad de dudas resilentes en la cabeza. ¿Qué era todo aquello? El hombre actuaba como si no perteneciera a este mundo actual. Por tanto, se podría decir que actuaba como un demente, y de esa desviación le salía una historia que se había inventado en su desequilibrio. Era necesario encontrar las puntas de los hilos que formaban aquella misteriosa madeja. En ese momento comprendió que tendría que empezar por buscar la forma de comprobar los comentarios que Diego había hecho sobre su vida en tiempos que no correspondían a los actuales.
Al día siguiente se fue a la biblioteca municipal. Encontró los títulos -Cuarenta Años de Historia de Nicaragua de Andrés Vega Bolaños y La Guerra de Nicaragua de Willlam Walker empezó a hojearlos con avidez. Conforme avanzaba leyendo las líneas generales de la contratapa o en el índice, su excitación seguía en aumento.
-My God, esto es casi ridículo…
Fue al mostrador para registrar los libros y llevarlos a casa. Esperó hasta la noche y cuando estuvo en cama empezó a leer el de los Cuarenta Años de Historia de Nicaragua, saltando capítulos hasta encontrar el que narraba los acontecimientos de los años a que Diego se había referido…
Y leyó emocionada…
….. A mediados de siglo se descubrió oro en California y miles de aventureros se lanzaron a su búsqueda en lo que se ha dado en llamar la -Fiebre del Oro. La ruta empezaba en Nueva York, de ahí se viajaba a San Juan del Norte (Greytown) Nicaragua. Se remontaba el Río San Juan para alcanzar el lago de Nicaragua y cruzarlo hasta la franja llamada el Istmo de San Jorge para llegar a la costa del Océano Pacífico y embarcarse nuevamente hasta San Francisco. Este complicado corte en la ruta bien podía recortar el tiempo del viaje hasta en uno o dos meses, si se optara por continuar hasta rodear el extremo sur del continente, y remontar toda la porción sudamericana...
La afluencia de viajeros originó la fundación de la llamada Compañía del Tránsito, propiedad del magnate Cornelius Vanderbilt...
Las rivalidades entre conservadores y liberales y las apetencias de Vanderbilt, junto con la ambición de otros aventureros sin escrúpulos propiciaron la invasión de los filibusteros a Nicaragua…
Se quedó paralizada al recordar que esa había sido la palabra que Antonio había mencionado con dolor… los filibusteros. ¿Es que esas coincidencias podrían revelarle las incógnitas de su paciente? Mejor dicho ¿cómo ese hombre podía hablar con detalles que sacaba de su memoria tan fuera de raciocinio, que ahora la historia le estaba confirmando? - y continuó:
En 1855 un aventurero llamado William Walker fue llamado a Nicaragua por los liberales de León para participar en su guerra contra los conservadores. Walker llegó a Nicaragua con 56 mercenarios conocidos como – los filibusteros- y al poco tiempo se había apoderado del país y se había hecho nombrar presidente. En el transcurso de la guerra, Granada fue arrasada, se instituyó la esclavitud (con la idea de incorporar Nicaragua a los Estados Unidos como un estado esclavista más) y se declaró el inglés como idioma oficial de Nicaragua. Al llamado de Walker acudieron muchos aventureros y mercenarios, engañados por la perspectiva de un enriquecimiento rápido y generoso…
Y siguió leyendo fascinada la historia con los hechos que afectaron la vida de Diego por más de media hora.
Lilian se quedó con la mirada fija en las líneas que había leído. Las palabras de Diego no eran incoherencias, estaba hablando con la certeza de haberlo vivido. -Mil ochocientos... cincuenta y cinco. Los filibusteros... el pillaje... la esclavitud...- Estaba hablando de hechos históricos, pero… ¡Dios mío! ¿Cómo es posible? Entonces ¿Diego? ¿Quién es Antonio? No… no puede ser… me estoy volviendo loca…
-“Los filibusteros… Diego… Walker… La esclavitud… Entonces, ¡Claro! mi abuelo sufrió la misma persecución ¡siendo blanco! No lo entiendo” – Recordó y como si despertara angustiada de una pesadilla, se incorporó violentamente en su cama, y se dio cuenta de que temblaba terriblemente impresionada. Todo era en su cabeza una danza diabólica de imágenes que no tenían explicación. Lo último que había leído fue quizá lo que más la impactó. Desde el momento en que la esclavitud se había reimplantado oficialmente bajo las inhumanas leyes de William Walker, los hacendados españoles y hasta los pudientes Nicaragüenses dueños de plantaciones, vieron de inmediato la posibilidad de hacerse de sirvientes y peones para el campo, lanzándose a la cacería de vidas humanas, implantando el terror y el crimen. Los hombres que osaban defender la libertad de su gente y de su familia eran asesinados sin piedad por los filibusteros o por los mismos terratenientes.
Atrapaban y encadenaban a los indígenas y a los negros donde los encontraran. La gente tenía que resignarse a aceptar su destino o morir. Las mujeres eran tomadas como sirvientes y las que provocaban los apetitos sexuales de los patrones eran violadas y regaladas a los soldados en calidad de objetos mórbidos. Pronto aparecieron los mercados de esclavos donde se podía comprar o vender mujeres… hombres y hasta jóvenes que ya pudieran trabajar.
Lágrimas asomaron a los ojos de Lilian, era también parte de su misma historia, sabía que por sus venas corría la sangre que tenía una parte de herencia africana. Recordó que sus ancestros habían sufrido lo mismo, la cacería en algún lugar de África, el viaje infrahumano en las sentinas de los barcos, hambre y muerte aun antes de llegar a su destino fatal. Después el trabajo bestial, la humillación extrema. Cuántas generaciones soportaron esa vida hasta llegar a lograr la libertad condicionada, porque de ahí siguió la discriminación en cualquier nivel en todos los países dominados por el hombre blanco.
El bisabuelo de Lilian, Karl Friedrich, llegó a Haití como uno de los fuertes inversionistas miembros de la colonia alemana, que se había asentado en Port au Prince para controlar el comercio que entraba y salía de sus muelles, además de que se habían asentado como terratenientes con las plantaciones bananeras y de café. Aun cuando los alemanes estaban muy inclinados hacia la integración social con la gente de color y rechazaban la esclavitud, no eran bien aceptados por los haitianos, que de todos modos los veían como a los blancos invasores y explotadores.
Su hijo, Hans Friedrich en una de sus borracheras se llevó a una negra a la cama. Se dijo, que no lo hizo por la fuerza, que la convenció con buenas palabras. Y en todo caso, ella lo había aceptado por la sumisión natural que los negros tenían hacia los amos. Tal vez fue el cálido ambiente y los vapores del alcohol con un poco de la sensualidad caribeña, tal vez la mujer por gusto se perdió en las marismas de unos ojos verdes que brillaban bajo una cabellera dorada, tal vez fue sólo el encanto de sus caderas las que provocaron la tormenta de deseos inevitables, no se sabe… pero en Julio de 1915 cuando Vilbrun Guillaume Sam que se había establecido como dictador en el país, temiendo una nueva revuelta que estaba auspiciada por los capitales privados, ordenó la cacería humana de sus enemigos, los alemanes y otros comerciantes de la élite social que financiaban el derrocamiento de Sam. El padre de Hans era uno de los condenados a muerte junto con su familia.
Los amores ocultos de Hans con la mujer Caribe le salvaron la vida. Esa noche estaba navegando por los caminos oscuros del amor que lo llevaban al negro vellocino y su abismo de placer, al roce de la piel cálida de su amada sobre una cama de hojas de banano y bañados por la luz de una lunita solapante. Los gemidos de amor se confundían con la música de las aguas del río que se arrastraba sin cesar sobre el lecho empedrado. Cuando regresaba a la finca los asesinos estaban cumpliendo su fatal cometido, destruyendo y saqueando la finca. Se ocultó hasta que los esbirros se fueron y entró para enterarse de la masacre que había acabado con la vida de sus padres, se dio cuenta de que tenía que huir de inmediato para salvar la vida, pero tuvo tiempo para abrir la caja fuerte oculta en el doble fondo de un ropero sin atractivos que fingía abandono en la caballeriza. En una bolsa puso todo lo que encontró, había dinero suficiente como para llegar al otro lado del mundo. Ordenó que le ensillaran sus dos mejores caballos, empuñó una carabina y salió a galope tendido. Sólo se detuvo por unos segundos frente a la choza donde vivía su negra pasión. Al oír el relinchido del caballo, la negra salió a medio vestir. No había tiempo para explicaciones y Hanz la levantó en vilo para montarla en el segundo caballo. Subió a su caballo y clavó las espuelas en los ijares del animal para salir en alocado galope en busca de la vida. No se detuvieron hasta que el alba les dijo que habían cruzado la frontera con la República Domicana, para alcanzar la libertad y buscar su felicidad. Ella ya llevaba un hijo en las entrañas… pero era un secreto que no le estaba permitido revelar.
Pronto Hans encontró al funcionario adecuado para que le tramitara la residencia y el cambio de apellido a cambio de una buena cantidad de monedas de oro. Al nacer su hijo ya le correspondía el apellido Randall que pronto se colocaba dentro de la sociedad dominicana ambiciosa del empuje de los hombres de negocios extranjeros que marcaran el paso del progreso en el país.
Lilian se sentía privilegiada. Era la nieta de un hombre alemán y una mujer de raza negra pura. Hija de un hermoso mestizo con la mitad de sangre germana y su madre, una mujer española que le había heredado su belleza. Llevaba en su sangre la fortaleza negra, la determinación germana y la fascinación hispana. Una combinación explosiva que la llevó a su ambiciosa migración en busca de un título en la escuela de medicina de Pennsylvania University. Sus notables calificaciones la hicieron merecedora a un par de becas con las que alcanzó la especialidad de sicología. Pero no podía olvidar su origen y que gracias al sacrificio de sus antepasados había logrado llegar hasta allí. Repasaba el sufrimiento de Diego y no podía aun decidirse a pensar si aquel hombre era un loco, o un usurpador que estaba representando una farsa sacada de los libros de historia. Sí, claro, podía ser un historiador enloquecido… pero… ¿cómo había ido a dar a ese barco, propiedad de otra persona? En este presente? Las heridas, la insolación, la tempestad no eran parte de ninguna imaginación. Entonces ¿dónde estaba Antonio?...
En algún momento quedó dormida por el agotamiento mental a que había llegado.
Octubre 20, 1988. St. Vincent Medical Center.
Al siguiente día, Lilian con el entusiasmo bulléndole en el pecho no pudo resistir el deseo de ver a Antonio cuanto antes.
Al sentarse frente a él, se sentía emocionada por lo interesante del caso, y ansiosa por esclarecer el misterio. Sabía que tenía que actuar con mucha cautela por estar pisando un campo que aun no estaba definido y dudaba que tuviera la experiencia o los métodos para tratarlo.
-Diego… ¿cómo se ha sentido? – y con suavidad le acomodó la almohada y se acercó una silla.
-Bien…
-¿Es todo… bien no más? Cuénteme, que ha visto en televisión… ¿que le gustaría hacer?
-Pues hombre… no puedo hacer gran cosa… Ni siquiera sé qué podría hacer. No tengo a nadie… Usted es la única persona con la que puedo hablar, todos los demás hablan otro idioma.
-Estamos en los Estados Unidos, ¿sabe eso, verdad?
-Ahora lo sé.
Diego se quedó mirando fijamente a los ojos de Lilian.
-Usted me recuerda mucho a mi Zelú, tan dulce que era ella.
-Háblame de ella Diego.
-Llegué a Nicaragua ya hace cinco o seis años. Encontré el paraíso, la gente alegre y amigable me recibió y yo me entregue a una nueva vida.
-¿De dónde llegó Diego, de qué país?
Diego se sintió confiado, disfrutaba la compañía de Lilian y le contó toda su aventura, desde que salió de España.
El rostro de Diego ensombreció cuando llegó a los acontecimientos donde perdiera a Zelú y su hijo…
Lilian estaba confundida en extremo, pero fascinada por la historia que tenía tantos visos de realidad, narrados como un presente cuando se trataba de lo sucedido hacía más de un siglo. ¿Era una historia producida por las fiebres, la deshidratación, que le producían esas imaginaciones? No se sentía capaz de encontrar explicaciones que seguramente serían muy lejanas de esa realidad desconocida. Se retiró silenciosamente, no quería romper aquella madeja de finos hilos por los que Diego o Antonio, quien quiera que fuera, se deslizaba como en una cuerda floja que conectaba el pasado con el presente. Se sentía conmovida por aquel hombre y se preguntó, ¿es el paciente el que me hace sentir tan conmovida y me obliga a darle ayuda? ¿Es el hombre que en su sufrimiento me atrae y me hace sentir que puedo darle amor, protección? No encontró una respuesta, solo sintió que su corazón latía con fuerza.
-Valor Diego. Ahora descansa - le dijo en un susurro al oído. Estaba por retirarse cuando escuchó la voz de Diego.
-No se vaya. Por favor.
Se volvió sorprendida, se dio cuenta en ese instante, que no sólo estaba logrando penetrar en la oscuridad de su pasado. Estaba ganando la confianza de aquel hombre - su paciente -, y esto era definitivo para lograr la recuperación mental de quien quiera que fuese él. El rostro de Diego mostró una leve sonrisa, cuando Lilian se sentó junto a él, suavemente a los pies de la cama.
-Aquí estoy, tranquilícese Diego. Estaré a su lado siempre que me necesite - y sus mejillas mostraron un ligero rubor. Se dio cuenta de que en ese momento, la mujer se había adelantado a la profesionista, en una respuesta sentimental. Y lo acompañó por más de media hora viendo televisión, hasta que Diego quedó profundamente dormido.
Esa noche, Lilian se fue a la cama, llevándose el peso enorme en que se había convertido - para ella - el caso Antonio Carrales. En el Hospital seguiría siendo Antonio Carrales, porque legalmente, de acuerdo con sus documentos era el único nombre con el que estaba registrado. Se consideraba prácticamente derrotada. No había podido dilucidar nada sobre la controvertida situación de su paciente. ¿Se trataba de una divagación incontrolada de sus memorias, causada por los golpes sufridos durante el naufragio? Po-dría tener sentido, sin embargo, los estudios radiológicos no habían mostrado nada que pudiera considerarse importante. Podría ser un intenso trauma sicológico, causado por la agonía sufrida durante la insolación y el shock de encontrarse perdido. Se negaba a creer que pudiera explicarse aquella inconsciencia en una forma tan simple, porque en general sus signos vitales habían alcanzado ya los niveles normales, con las consabidas razones del prolongado y severo estado crítico por el que había pasado. Pero había algo más, algo mucho más profundo que no lograba entender.
Antonio podría considerarse legalmente como desaparecido si se aceptaban las referencias de Diego, y estas referencias no tenían explicación pues sus actitudes hacia lo que lo rodeaba le hacían parecer como un ser extraño y radicalmente desubicado, por no decir de otro mundo; no había otra forma de considerarlo. Sin embargo las referencias históricas – aunque no tuvieran explicación – eran irrefutables. Gradualmente mostraba su conformidad ante el mundo que le rodeaba, pero el misterio de su identidad estaba presente a pesar de las largas horas que Lilian dedicaba a conversar con Diego en la búsqueda de ese algo extraordinario que rondaba al rededor de Diego, es decir algo que brotaba de su interior y que era totalmente desconocido para todos los que estaban conectados con el caso. Para ella se había convertido en un apasionante reto, que mucho tenía que ver con sus inquietudes en las controvertidas teorías sobre la mente humana.
Ya había realizado una serie de tests en Diego, guiados a determinar su IQ, y lo había encontrado muy bajo, pero no porque el hombre fuera estúpido, de ninguna manera. Lo que mostraban esos resultados era su lógica, su discernimiento que era muy extraño por corresponder al pasado. Había que tomar en cuenta que su falta de cooperación era el principal factor para que los resultados de las pruebas fueran inútiles, porque había respuestas incoherentes, actitudes incomprensibles. Por eso Lilian sentía la derrota, porque todos sus conocimientos, sus esfuerzos, su técnica, se habían estrellado fácilmente contra aquella mentalidad sin clasificación. Lo único que podía entender de él, eran sus reacciones sentimentales; allí no había duda, el tipo era muy sensible a las señales de alta frecuencia producidas por la ternura, las sonrisas, las caricias. Allí era donde ella era importante para él, y eso, Lilian lo entendía perfectamente, puesto que ella era precisamente el objeto - y se molestó al darse cuenta de que ella misma se había clasificado como -objeto- , y corrigió de inmediato, era el objetivo. Antonio o Diego (No sabía cómo llamarlo) se estaba transformando paulatinamente tan sólo por la presencia de ella, sonreía levemente detrás de su rostro duro e impenetrable. Con ella se abría en sus recuerdos y con nadie más. Lilian sabía que estaba poniendo en Diego - su paciente - más que su celo profesional, más que su compromiso como encargada del departamento, mucho más que eso. Ella sabía que , además, sus fibras de mujer vibraban agradablemente por aquel hombre. Esto fortalecía el reto profesional, porque ahora ella sentía la necesidad sentimental de sacar a Diego de su abismo, para ponerlo allí frente a ella, en igualdad de circunstancias. Un rubor le corrió por todo el cuerpo; estaba tendida en su cama, cubierta sólo con toda su intimidad, y no podía dejar de pensar en Diego, su corazón latió con mayor intensidad y apretó los labios tratando de evitar que se le escapara un leve quejido. La noche era calurosa y no le gustaba el aire acondicionado, se levantó desnuda como estaba y se metió bajo la ducha. Quería dormir y estar fresca para el día siguiente que tendría una reunión con el director de la clínica y otros médicos. Iba a exponerles sus conclusiones sobre el caso Antonio Carrales y, lo más delicado del caso, iba a solicitar autorización para aplicar métodos que se salían de las normas establecidas. La noche fue difícil y larga para ella, se mantuvo al borde de su subconsciente, entre sueños y pesadillas, entre angustias e ilusiones.
Al día siguiente, Lilian se encontraba entre la espada y la pared. Estaba frente al Dr. Ivan Rosenthal - director de servicios médicos del hospital que se había encendido como un castillo de fuegos artificiales echando chispas ardientes, sin dejar de girar alrededor de su escritorio.
-Doctora - dijo con voz áspera, después de escuchar las teorías de Lilian - me sorprende en extremo su actitud. Es totalmente impropia de una persona titulada en el ramo de la ciencia. ¡Es absurdo, en una palabra!
Lilian quería someter a Antonio a procesos hipnóticos con la ayuda de un parasicólogo y tratar de arrancarle el secreto de su identidad.
Lilian tampoco esperaba una reacción tan exagerada ante algo que no parecía tan descabellado. Su declaración de estar confusa con el paciente Antonio Carrales, y su proposición de que se le autorizara a tratar al paciente con prácticas hipnóticas, era algo que ella consideraba, con toda honestidad, la única arma disponible para poder penetrar en el complicado laberinto en que estaba encerrado Antonio o Diego. Sin embargo la mención de hipnotismo había sido el detonante para la explosión del Dr. Rosenthal.
-Discúlpeme doctor, pero yo no creo que esté proponiendo ninguna práctica absurda. Es inminentemente necesario penetrar en la mente de este hombre y asegurarnos de que lo que dice es verdad o es producto de un origen misterioso. Por lo tanto creo que se hace necesario recurrir a la ayuda del doctor Aishwarya Kumar, un reconocido parasicólogo - expresó Lilian con determinación y tratando de recuperar su aplomo - y si me permite, podre explicarle con mayor amplitud mi tesis.
No hay tesis que valga - y se detuvo frente al sillón donde Lilian se encontraba acorralada - La parasicología es una seudociencia frecuentemente mezclada con la charlatanería y los fraudes.
La medicina puede ser también charlatanería, – exclamó airada Lilian, poniéndose de pié – cuando es practicada por un farsante que se haga pasar por médico. Y la parasicología que usted llama “seudociencia” se ocupa de las dimensiones que están más allá de nuestro conocimiento limitado y materialista. Estudian el fenómeno de la muerte como un fenómeno que todos tomamos como real pero que no sabemos qué es.
Le recuerdo, doctora Randall que esta es una institución científica. - dijo el médico apuntando con el dedo a Lilian. - Usted, yo, todos aquí estamos al servicio de la ciencia y de la vida humana. ¿Y usted quiere ahora, recurrir oficialmente a la charlatanería de un hipnotizador que intentará penetrar los entretelones del cerebro? ¿Es eso lo que usted quiere, Doctora? Por qué no lo hace el viernes 13 a medianoche y nos invita a todos a la función de magia y espiritismo? ¿Qué le parece, doctora?
Lilian bajó la cabeza para ocultar el rostro enfurecido por sentirse profundamente ofendida por el sesgo de burla que le había dado su superior. Respiró profundo para controlarse y poder contestar el ataque.
-Doctor, le suplico, no haga una comedia de esto. No es charlatanería es un simple sicoanálisis.
-Entonces que lo haga un sicoanalista si usted no puede con el caso.
Lilian estaba a punto de llorar. Se sentía terriblemente humillada, se sentía vejada por la rudeza de su científico superior, pero en su interior aun estaba encendida la llama del orgullo, y no se dejaría vencer tan fácilmente. Su interior estaba en ebullición, su adrenalina - para concederse su actitud científica - estaba alcanzando niveles insospechados y sintió que tenía las agallas para mantenerse firme en sus conceptos, por aventurados que fueran, y defender la validez de su experimento. Irguió su rostro puro y firme para mirar directamente a los ojos del doctor Rosenthal.
-Usted me va a escuchar ahora, doctor, es mi turno - y mantuvo su mano, apuntándolo por unos segundos. - Me parece que usted se toma las cosas tan científicamente, que se ha olvidado de apreciar los valores primordiales de la existencia. Sí, es cierto, somos científicos, estamos obligados a actuar científicamente y hasta técnicamente. Estamos capacitados para operar instrumentos electrónicos, analizamos químicamente, reproducimos cualquier función orgánica; cortamos, mutilamos, reemplazamos, activamos células, reponemos corazones y riñones, igual que se reponen partes en una lavadora de platos o con un automóvil y todo, con el fin primordial de preservar la vida. Hacemos hasta lo imposible por mantenerla sana, se lucha hasta el último momento con bombas, choques eléctricos y drogas terroríficas. Pero en el instante en que llega la muerte ya no hay ciencia capaz de detenerla. Entonces, dígame doctor, ¿qué es la vida? ¿Qué es lo que se va y nos deja un cuerpo inerte en las manos? Explíqueme de donde ha venido la vida. Quien la da, quien la quita. Deme una explicación doctor, usted que domina la ciencia, dígame que es la mente humana. ¿Cómo le llama usted a esto que llevamos dentro y que nos mantiene vivos? ¿Para usted no existe el alma o el espíritu o el psiquis? ¿Acaso no existe nada de esto para usted? Quítese por un momento su sagrada investidura que le ha dado la ciencia. Usted cree que todo este complicado sistema es exclusivamente material, que el cerebro es una computadora, que el corazón es una bomba hidráulica, que todo es producto de reacciones químicas, de movimientos cardiovasculares y de condiciones metabólicas. Doctor, yo puedo decirle que está usted muy equivocado. La ciencia está muy bien para la preservación del organismo en condiciones más o menos saludables; pero no alcanza ni por equivocación a tocar el verdadero hilo de donde pende la teoría de la existencia; ese fino hilo, doctor, que es el alma, o la mente, o la herencia espiritual que gobierna esta materia que llamamos cuerpo, que no es otra cosa más que una envoltura pasajera para llevar durante algún tiempo toda esa fuerza cósmica que se llama espíritu...
Lilian se detuvo de pronto, estaba jadeando, sus manos sudaban crispadas y sus ojos flechaban al doctor Rosenthal que se había quedado de una pieza ante el desbordamiento de coraje de la doctora, que hasta antes, le había parecido una muñequita cuidadosa de sus deberes con unas piernas fenomenales.
-Está bien...cálmese - intento interrumpirla, pero Lilian no se detuvo.
-Dígame, con todo su poder científico: ¿Qué es el amor, que es el sexo? Seguramente para usted, es sólo la activación de sistemas sensoriales que dan como resultado un estado que llamamos sentimental. ¿Y la concepción de una vida? Simplemente la unión de células de diferente signo, que uniéndolas se multiplicaran hasta formar un nuevo ser viviente. Doctor, los robots no tienen vida, tienen micro-circuitos y motores, y... yo no sé que más tienen, (sonrisa del doctor), pero no tienen vida. Allí está la gran diferencia. Nosotros no estamos hechos de materia inorgánica… tenemos aquí en nuestro interior una vida…
-Esa vida, doctora… -Rosenthal trató de intervenir, pero Lilian lo cortó y continuó determinante.
-No sabemos si Antonio Carrales está en este mundo o es Diego al que tenemos con una vida que existió hace 100 años. ¿Con cuál vida estamos tratando? Antonio necesita recuperar su vida si es que este es su cuerpo. Y entonces ¿qué hacemos con la vida de Diego?... ¿En dónde lo ponemos? Es urgente saber de esto. Ustedes ya le han restituido las funciones de su cuerpo, pero no le han regresado la vida. ¡La vida, doctor… LA VIDA! Pero usted no lo puede entender.
Y no pudo más, se cubrió el rostro y se deshizo en llanto, desplomándose en el sofá. Había logrado desahogar todo su coraje hasta quedar exhausta.
-Ya basta, doctora - intervino Rosenthal, un tanto inutilizado y tratando de conservar su posición -. Esto es una discusión inútil. Usted me está juzgando como a cualquier hombre de la calle, no como al responsable de las prácticas medicas de cada uno de ustedes. Yo estoy aquí no para adivinar o para experimentar. Tenemos sistemas establecidos que...
-Que hay que seguir al pie de la letra. - interrumpió Lilian, recuperándose para ponerse de pie - Lo comprendo y le ruego que me disculpe, doctor.
Lilian se secó las lágrimas con el dorso de la mano y se dirigió a la puerta para salir de la oficina.
-¡Espere un momento, doctora!
Lilian detuvo sus pasos, sin soltar el picaporte y sin voltear a mirar al médico.
-Quiero que quede bien claro que no estoy de acuerdo con sus prácticas. Sin embargo... no voy a detenerla. Simplemente, no cuente conmigo y la responsabilizo de cualquier resultado.
Lilian giro sobre sus talones como impulsados por un resorte. Un nuevo brillo le inundaba el rostro; comprendía perfectamente que había logrado la autorización para seguir adelante con su plan.
-Gracias doctor. -dijo cortante, y salió con paso apresurado.
Septiembre 22, 1988. Bronx Community College, NY
Lilian había logrado concertar una entrevista con el doctor Kumar, profesor del Bronx Community College, en la ciudad de Nueva York, y jefe del departamento de Ciencias Sociales, donde tenía facilidades para conducir sus propias investigaciones. La línea oficial era la del razonamiento abstracto con análisis por métodos científicos del comportamiento humano, y el doctor Kumar – por su cuenta y con disfrazada anuencia de la dirección – se permitía ir más allá, para adentrarse en la parasicología, reforzada por el sicoanálisis por hipnosis.
Aishwarya Kumar, nacido en las pobrezas de Bombay y cursado la carrera de sicología en la Universidad de New Delhi, por obra y gracia de algunos de los numerosos dioses que mantienen vivos a los hindúes. Era un hombre de cuando mucho 55 años, aunque su apariencia era la de un viejo descuidado. Su barba gris abundante, al estilo hindú, partía de un rostro de piel muy oscura surcado con profundas arrugas que contrastaban enormemente con la mirada vivaz y penetrante que surgía de sus grandes ojos oscuros.
Lilian acudió puntualmente a la entrevista que le había concedido, y lo encontró detrás del desorden amurallado de libros y papeles sobre su escritorio en el fondo de su oficina, un extraño y casi impenetrable reducto que le había respetado la dirección del colegio, por más de ocho años. Dictaba las cátedras de teosofía y religiones orientales, sólo para cubrir las apariencias y procurarse un modus vivendi de cierta comodidad, y poder dedicar todo el tiempo restante al estudio e investigación de la parasicolo-gía. Aquí había logrado sorprendentes resultados en algunos de sus experimentos realizados bajo el estado hipnótico del sujeto, dirigidos principalmente a las experiencias del subconsciente ante el proceso de la muerte. Naturalmente, esos experimentos habían logrado atraer la atención de otros estudiosos del tema y la admiración de los seguidores de las teorías espirituales de cualquier origen. Sus trabajos habían sido objeto de publicación (lo que produjo la controversia existente con sus múltiples detractores, todos ellos naturalmente científicos encumbrados y religiosos de número) en las páginas de ‘Psychology Research’ boletín oficial de la Sociedad de Investigaciones Psicológicas con sede en Roma, Italia. Otros artículos habían aparecido en publicaciones como Hypnosis Society, y que por supuesto no se le había concedido la importancia que merecía, - en opinión del grupo de estudiosos que pugnaban por la aceptación del hipnotismo en el campo de la medicina - pero que aun así, tenía el poder necesario para poder circular por allí y aparecer subrepticiamente en manos de otros científicos.
El artículo Beyond the Deepness of the Mind, firmado por el Dr. Aishwarya Kumar, había llegado en alguna forma a manos de Lilian algunos meses atrás, y su contenido le había hecho pensar sobre el asunto. No le fue difícil encontrar las copias xerox que había guardado entre sus papeles personales y tener el nombre del autor, que ya había olvidado, así como la institución en que trabajaba. Y ahora, frente al doctor Kumar, lo estaba usando como tarjeta de presentación para dejarle saber el interés formal que ella tenía sobre el tema.
-No sólo estoy interesada en sus trabajos, doctor. Tengo un paciente que creo será de su interés. – dijo lanzándole directamente la flecha de su cometido.
-Señorita Randall. - le dijo con paciencia, como si se tratara de una niña curiosa metida en los asuntos de los mayores. - Ya tengo suficientes pacientes… Por ahora no tendría tiempo para uno más.
-Lo sé doctor, pero creo que mi paciente merece su atención porque… es un caso diferente. Parece que…
-Lo sé, señorita Randall. - la interrumpió - Todos los pacientes son diferentes, precisamente de eso nos ocupamos. Cada cabeza es un misterio en sí. Cada individuo tiene su propio universo en su mente y esto lo hace diferente a todos.
-Admito mi corta experiencia de doce años de ejercicio. - Expreso Lilian, tratando de hacerle ver que no era “la señorita Randall” - Pero este caso está fuera de mi alcance porque parece que algo tiene que ver con el otro mundo.
-No comprendo - dijo Aishwarya Kumar, mostrándose impaciente - ¿a qué se refiere con -el otro mundo-?
Lilian notó su actitud, sabía que le había concedido únicamente 15 minutos de entrevista, y se puso nerviosa, se encontraba ante un Kumar, evasivo y burlón.
-Doctor, permítame explicarlo. Mi paciente está vivo después de haber sufrido un naufragio; sin embargo y a pesar de las evidencias físicas, el actúa como un individuo nacido en el siglo pasado.
-Entonces es un caso de demencia regresiva, doctora. -Intervino Kumar - Y si es así, pues yo no veo en qué puedo ayudarla.
El doctor Kumar era un tipo nervioso y hasta cierto punto intransigente, lo que no le ayudaba en nada a Lilian para encontrar la rendija por donde introducirse a través de esa muralla de sabiduría seca, que estaba probando la tenacidad de la joven sicóloga.
-Mis conclusiones desechan toda posibilidad de demencia... o de mitomanía - se apresuro Lilian a añadir - Puedo asegurarle que el paciente está mentalmente sano. Lo que no es posible, es hacer coincidir la información que tenemos de su identidad, que corresponde a una persona que no concuerda con el paciente. Debo aclarar, físicamente es el mismo cuerpo, pero mentalmente...
-Es otro... - intervino Kumar, mostrando por primera vez interés. Lilian lo notó, y se apresuro a atraparlo.
-No es fácil para mí explicarlo, pues no tengo conocimientos del tema. Pero usted sí puede hacerlo doctor. Necesito su ayuda. Ese hombre necesita encontrar el lugar que le corresponde, y usted seguramente tiene la capacidad y los medios para lograrlo.
-¿Por qué cree usted que yo pueda hacerlo?
-Por haber leído sus artículos sobre las diversas aplicaciones del hipnotismo, estoy segura de que tenemos un paciente interesante.
-¿Tenemos? - interrumpió Kumar con mucha ironía.
-Sí doctor. Tenemos. - y lo recalcó - Porque yo ya estoy metida, hasta acá, y haré lo que sea necesario para lograr su participación.
Aishwarya Kumar la miró fijamente por unos segundos, y luego dijo secamente con las palmas de sus manos juntas frente a sus labios.
-Necesito saber más sobre “nuestro” paciente. – y soltó una risita burlona.
Lilian contuvo la respiración. No estaba segura si se trataba de otra ironía o ya había logrado atrapar al evasivo doctor Kumar. De cualquier manera no estaba dispuesta a salir de allí sin haber logrado una promesa de ayuda. Cuando miró con discreción el reloj, se dio cuenta de que ya habían pasado recién los 15 minutos y estaba más allá del tiempo concedido, lo que quería decir que ya estaba interesado, así que se arrellanó en el sillón y le puso al tanto del problema. Kumar escuchaba atentamente. Su mirada estaba fija en los ojos de Lilian, absorbía cada palabra, cada expresión de su rostro que proyectaba los profundos sentimientos que habían ido tomando forma hasta convertirse en una pasión. Cuando consideró que ya había mencionado lo más importante, dejó el espacio suficiente para escuchar a Kumar, que estaba como ausente; sus manos se entrelazaba bajo la barba y su mente trabajaba intensamente. Finalmente, después de una larga pausa, habló.
-Muy interesante, pero no podemos sacar de esto ninguna conclusión. De lo que podemos estar seguros es que hay un fuerte conflicto de manifestación espiritual. Y esto significa que... - y se ausentó, para escarbar entre sus recovecos mentales, donde tenía escondidas todas sus controvertidas teorías sobre la vida eterna, sobre los alcances de la mente y sobre sus personales conceptos del transitorio estado de muerte-vida.
Sus ojos quedaron inertes, viajando más allá de donde Lilian podía suponer. Ni siquiera parecía respirar, y el silencio de su cueva llena de misterios se agrandó hasta hacerse casi insoportable. De pronto sintió que se le clavaba la mirada del doctor Kumar, como un dardo candente cuando dijo.
-Bien, y qué podemos hacer con... ¿me dijo que se llama, Antonio?
Lilian quedo sorprendida, estaba segura que no había mencionado el nombre de su paciente.
-No doctor, no lo dije, yo misma no sé si es Antonio o Diego.
-Bueno, eso no tiene importancia… - expresó con cierta modestia - las cosas se saben siempre a su debido tiempo.
Era clarividencia lo que le había traído el nombre de Antonio y Lilian se pregunto si ¿algo más? O era un simple caso de telepatía en el que ella sin saberlo, había estado transmitiendo señales bien entendidas por Kumar. Cualquiera que fuera la explicación, Lilian estaba impresionada y extremadamente excitada por saber que desde ese mismo instante el doctor Kumar ya estaba tomando parte en la búsqueda de Diego, o dicho de otra forma en la reubicación corporal de Antonio. Sin embargo, su animación quedó suspendida súbitamente.
-Debo decirle – dijo Lilian, temerosa - que el cuerpo de Diego es mexicano y su hablar es en español…
-No hay problema – dijo sin dar importancia – hablo español y otros idiomas.
-Hay otra cosa que debe usted saber, doctor.
-Sí, dígame. - expresó sin dejar de buscar insistentemente entre el desordenado papelerío. Lilian se armó de valor para decir.
-No tengo el apoyo de mi director en el hospital; esto lo estoy haciendo por mi propia iniciativa, pero puedo asegurarle que de cualquier forma, conseguiré cubrir sus honorarios...
-Ah, aquí está - dijo Kumar sin escuchar a Lilian cuando encontró lo que buscaba. Era su agenda y empezó a hojearla. - Qué lástima - dijo sin levantar la mirada - esto me complica las cosas.
Lilian sintió que se la tragaba la desilusión.
-¿Qué quiere decir, doctor?
-Oh, sí, perdóneme - dijo regresando de sus cavilaciones. - Digo que se me complican las cosas, porque no podré ver a su paciente hasta fines de la próxima semana. Tengo un com...
Lilian no lo dejo terminar, dio un salto de alegría y se planto frente al escritorio de Kumar.
Doctor, no sabe cuánto le agradezco su aceptación. Usted dígame las fechas que le sean convenientes y yo le enviaré el boleto de avión y lo necesario para los gastos y le estaremos esperando, con mucho gusto.
Al día siguiente, de regreso al hospital, Lilian invitó a Diego a una caminata por los jardines para tranquilamente exponerle sus propósitos. Diego, como siempre, enclaustrado en esa celda invisible de su confusión, no tuvo opinión pero aceptaba la decisión de Lilian, simplemente por tratarse de ella; disfrutaba de la ternura con que lo trataba y sentía los esfuerzos que hacía por ayudarle en ese algo que no tenía explicación, especialmente para él.
-Creo que ya es tiempo de que encontremos una salida, Diego. - le dijo sin mirarlo, pero acentuando con la cabeza la seriedad con que hablaba - Considero que tu salud física está bastante bien, y que debemos encarar con más vigor esa confusión que tenemos con respecto a tu personalidad.
-No sé qué podéis hacer - murmuro Diego - vosotros estáis buscando algo, que yo no sé lo que significa y yo sigo extraviado en este mundo vuestro... que no tiene ningún sentido para mí.
-Precisamente Diego, eso es lo que trataremos ahora de poner en contacto, esos dos mundos, para buscar conclusiones. He invitado al doctor Kumar, que tiene profundo conocimiento de esto, y el viernes por la noche hablará contigo, si tú no te opones.
-No… está bien.
-Yo te pido que pongas toda tu voluntad, sé que lo puedes hacer, es muy importante para ti, por supuesto, pero créeme que también lo es para mí... es un reto profesional lo que estoy encarando contigo.
-De acuerdo - dijo Diego suavemente - si así lo queréis, yo estoy bien dispuesto.
-¡Gracias Diego! - y le abrazo efusivamente.
Octubre 4, 1988. Aeropuerto Internacional de Miami.
Llilian estiraba el cuello buscando ansiosamente entre los pasajeros que salían por la puerta 2-B, y fue fácil distinguirlo con su característico turbante blanco.
-¡Doctor Kumar! – le gritó Lilian acudiendo a su encuentro. - Gracias nuevamente por haber venido. ¿Tuvo un buen vuelo?
-Nunca hay un buen vuelo para mí… ¡Tengo terror a volar! Pero hay cosas que no se pueden evitar.
-Doctor, lo siento…
-No lo sienta… Usted me trajo aquí. – dijo con una sonrisa burlona.
Lilian le correspondió su agradable actitud con una de sus mejores sonrisas. Salieron del estacionamiento y se dirigieron al hospital.
Al llegar al hospital lo instaló en uno de los cuartos, que el doctor Kumar calificó como “de lujo” y lo dejó descansando mientras llegaba la hora de la primera entrevista.
Una hora después Lilian le llamó por teléfono.
-Todo está listo para poner nuestro paciente en sus manos. – dijo Lilian al recibir al doctor en el hall del piso 6, donde se alojaba Diego.
-Pues vamos a conocer a “nuestro” paciente... como usted dijo antes.
Lilian llevó al doctor hasta la habitación y después de la presentación, el doctor Kumar pidió que los dejara solos para tener la oportunidad de conocer al paciente.
Kumar habló con Diego durante algunos minutos. Todo fue en un plano totalmente informal. “Mi nombre es Aishwarya Kumar, pero me puede llamar Kumar, mi nombre es un enredijo… jajaja… ¿le gusta la comida?... en los hospitales siempre es horrible… la televisión me aburre… a mí no, me entretiene…”
Lo que trataba el doctor Kumar era presentarse como un hombre común sin aureolas de prestidigitador ni nada por el estilo y en el fondo, dejar que su mente superior empezara a hurgar en la de Diego. Lo logró en unos minutos y Diego se sentía cómodo frente a la extraña figura del hombre que acababa de conocer.
Una hora después, en el centro del foro del auditórium tenuemente iluminado, estaba una camilla de traslado de enfermos, una mesa con cuatro sillas y el grabador de sonido. El doctor Kumar había rechazado la proposición de que el experimento fuera grabado en video, hecha por el doctor Niconelli, asociado en el departamento, y que participaría únicamente como observador dada su experiencia en siquiatría y que en todo caso, trabajaría en conjunto para la interpretación de los resultados.
A las nueve de la noche en punto – por indicaciones del doctor Kumar - Lilian y el Dr. Niconelli entraron en el auditórium que a pesar de ser el espacio conocido, lo sintieron invadido por una extraña atmosfera, se respiraba algo diferente imposible de explicar que parecía manar de la figura del doctor Kumar que inmóvil estaba sentado en el centro del escenario, tenuemente iluminado por un reflector azul violáceo, de acuerdo al pedido de Kumar. Estaba con sus manos juntas al frente, la barbilla apoyada en las puntas de sus dedos, los ojos cerrados y en una actitud de profunda concentración. Su turbante blanco resaltaba en medio de la semioscuridad como si fuera un foco del que manara un magnetismo intenso. Los dos se detuvieron a la mitad del lunetario temerosos de romper la solemnidad del momento y no pudieron evitar intercambiar miradas inquisitivas.
Kumar permanecía estático, con los ojos cerrados y las manos a la altura de su frente, entre las dos cejas, donde radica el tercer ojo que estaba representado por una mancha roja. Estaba invocando el poder de su Chakra, la llamada Ajna. La que su elemento es la luz y la que busca “Solamente la Verdad” y que tiene facultades de la clarividencia.
Un par de minutos después, de pronto, su voz suave pero profunda cruzo el ámbito.
-Podemos empezar cuando ustedes quieran. Unos segundos después se puso de pie y camino hasta la orilla del foro.
Diego entró al auditórium acompañado por dos enfermeras y lo sentaron a un costado de la cama. El silencio pesaba cuando el Dr. Kumar empezó el interrogatorio. Niconelli puso en marcha el grabador de sonido.
-Señor mío - dijo suavemente, sin levantar la vista- Mi nombre es Aishwarya Kumar y mi especialidad es la Parasicología; sin embargo hemos estado de acuerdo la Doctora Randall y yo en que usaremos la hipnosis para tratar de penetrar en ese mundo al que la mente consciente no tiene acceso. Es decir, trataremos de llegar a los acontecimientos de la vida que están registrados en la memoria subconsciente. ¿Me comprende?
Antonio se limitó a mirarlo como a un animal raro, sin comprender nada, un movimiento indeciso de hombros fue la respuesta.