OTRO. UNO MÁS. NECESITABA UNO NUEVO que lo saciase durante un tiempo, que le curara el dolor, que le extirpara el miedo. Mataría uno más para quitarse el terror de encima, el pavor de ser el último de los suyos. Si por lo menos consiguiera llamar su atención…
Se relamió con la lengua, y limpiándose los dientes de la sangre de la víctima, se escabulló entre las sombras del callejón.
Irina
Irina cerró la puerta tras de sí con un sonoro golpe y, antes de dejar las llaves sobre la repisa de la entrada, unos espasmos le recorrieron el vientre. Salió disparada al cuarto de baño y se pasó varias horas sentada en la taza. Trató de alcanzar la cocina para reponer los líquidos perdidos entre los vómitos y la diarrea, pero un nuevo retortijón pinchando sus intestinos se lo impidió.
Mientras evacuaba el resto de sus entrañas, gracias al licor de hada, pensó en los tres testigos. No sabía la razón, pero cada uno parecía haberle mentido, a su manera, pero mentiras al fin y al cabo. La viejecita le había resultado la más sutil, no había percibido el embuste. O quizá tenía las defensas muy bajas para darse cuenta. El trasgo fue el más transparente, en la práctica le había cerrado la puerta en las narices. El troll, el más ladino, intentó llevarla a su campo de «empresario honesto». Además de la velada amenaza de que si metía las narices en sus asuntos, saldría malparada.
Una inhumana, forastera, de las especies que evitaban las polis… Solo podía estar trabajando como puta de altos vuelos o como bailarina de striptease, dos oficios en los que el exotismo de las ninfas estaba bien pagado. Necesitaba investigar más en aquel sentido. Su obra buena del día, si conseguía separarse del inodoro sin dejar la casa pringada de mierda, sería avanzar en aquella dirección.
El dolor de tripa, los escalofríos y una incipiente fiebre dejaron de lado sus reflexiones sobre el caso. Necesitaba rehidratarse rápido. Y tenía una idea del lugar al que acudir para conseguir información.
Michel, igual que antes, en el pasado
Tras varios tragos, terminó su pequeña botella de licor. Demasiado pronto, pues todavía le quedaba un largo camino hasta casa y pretendía emborracharse aún más para no tener que meditar sobre la propuesta que le había planteado el desconocido jugador. Y para no afrontar que había perdido todo el dinero que tenía para pagar su deuda, sin conseguir reducirla, sino agrandarla.
Nunca sería un chivato. Era como ir contra la misma esencia de trabajar como policía: proteger a la gente, impedir que se quebrante la ley. En eso creía y era lo que pretendía enseñar a los más jóvenes. Lo que le había transmitido a Irina, lo que había recibido de sus instructores y de los polis veteranos cuando él había sido un muchacho imberbe al que el uniforme le quedaba grande y no sabía hacerse el nudo de la corbata. Lo peor que podía ser un poli, por muy mal que le fueran las cosas, era ser una rata. Conocía a policías corruptos en mayor o menor medida, los evitaba igual que se mantenía apartado de las peleas. Luego estaba el dinero. Necesitaba el dinero. Necesitaba el dinero sobre todas las cosas. Su nómina de detective se agotaba en cuanto entraba en la cuenta corriente; el tratamiento de Isabel devoraba la mayor parte, menos el cáncer de su mujer.
Una última gota resbaló desde el interior del vidrio hasta su garganta, ávida de alcohol. Le quedaba un largo camino a casa para atormentarse con ello.
Irina, de fiesta por la Semura del presente
Los altavoces emitían una machacona sintonía, que aumentaba en las proximidades del escenario, inundando los oídos y sacudiendo las tripas. El local no adolecía del exceso de decoración de otros bares de striptease a los que había acudido para realizar redadas. Elegante y sofisticado, sin llegar a ser obsceno: terciopelo del bueno; chicas vestidas con lencería fina; detrás de las barras, camareros con pulcros uniformes; butacas en lugar de sillas en torno al espectáculo. Había mirado la lista de bebidas, las copas eran muy caras. Se pedía además que la propina que arrojaran a las bailarinas fuera de un mínimo de cincuenta. La afluencia era en su mayoría masculina, aunque también asistían a los contoneos bastantes mujeres, así que, no desentonaba demasiado en aquel ambiente. Y tampoco le disgustaba el despliegue de bellas curvas que estaba observando…
—Detective Gryzina, ¡qué sorpresa! —exclamó a su espalda una voz conocida. Justo lo que necesitaba, que su escapada para investigar de incógnito fuera descubierta. Así que continuó con el papel que había diseñado para sí misma aquella noche.
Volviéndose y mirándole directamente a los ojos, desplegó una sonrisa encantadora a la par que seductora. El maquillaje aplicado de la forma correcta transformaba a una ojerosa y débil poli en una mujer de armas tomar. Los labios destacaban con un rojo que los hacía más carnales y apetecibles. Los verdes ojos se asemejaban a esmeraldas enmarcadas por unas interminables pestañas y una sombra negra ahumada. El pelo lo había fijado con gomina, peinado muy pegado, con el flequillo al bies, que remataba en una afilada punta al caer sobre la ceja izquierda. También llevaba unos aros dorados que colgaban de sus orejas. Completaba el conjunto una entallada cazadora de cuero, unos pantalones negros ajustados y unas botas por la rodilla, con las que se sentía incómoda, a punto estuvo de caerse de los tacones en varias ocasiones. Pero el espectáculo debía continuar.
—Señor Chatarra —saludó al troll, que la estudiaba de arriba abajo y al que parecía agradarle la vista.
—Está espectacular esta noche —la piropeó.
—Gracias. Me gusta separar el trabajo del placer, ¿usted viene mucho por aquí?
—En realidad, el club es una de las muchas empresas que poseo, aunque no esté por aquí en el día a día. Es la primera vez que la veo en el Morgana.
—Sí, no había venido antes.
—¿Le gusta lo que ve? —le preguntó el empresario señalándole el escenario.
—Por supuesto. Gran espectáculo.
—Las chicas son las mejores. Buscamos a conciencia las más exóticas, que tras pasar pruebas de baile, estudian danza en las escuelas más exclusivas de la polis. Bueno, me alegro de verla. Tome, la invito a una copa —dijo tendiéndole una tarjeta que llevaba impresa el logotipo del local por un lado y un sello de tinta con la leyenda VIP por el otro.
—Gracias —le respondió escueta, despidiéndose del troll. Ahora tendría ojos observándola toda la noche. No podría indagar por su cuenta sin despertar sospechas.
Fue directa hacia una de las barras y pidió el cóctel más caro, para aprovecharse del ofrecimiento de Tony Chatarra.
Con total desvergüenza y tapando la vista de varios espectadores masculinos, se sentó en una de las butacas más cercanas al show y bebió con parsimonia el brebaje, demasiado dulce para ella que gustaba de bebidas fuertes. Entretanto, a medio metro por encima de su cabeza una belleza morena inhumana se contorsionaba al ritmo de la sensual melodía. Después de deslizarse por la barra metálica en una pirueta giratoria, lanzó su sostén al público, mirando a Irina y mostrando un par de pechos que esta enseguida reconoció como operados. La bailarina realizó unos cuantos contoneos, pero en el momento que comenzó a repetir la coreografía, perdió el escaso interés en ella y miró de reojo. Para terminar su espectáculo, le tiró un beso a la policía y esta alzó su copa hacia ella y bebió.
Sentado unas filas más atrás un troll grandullón parecía no perderse un ápice de sus movimientos. La policía se revolvió en el asiento adrede, fingiendo encontrarse incómoda, solo para observar la reacción del mirón. Sí, no le quitaba los ojos de encima. Una lástima que llevara demasiado poco alcohol encima como para jugar. Terminó la bebida de un trago. Necesitaba algo más fuerte.
Pasando delante del troll tan rápido que casi lo pilló mirándole el culo, regresó a la barra. En esta ocasión pidió un destilado de malta, doble y solo. Cuando se lo sirvió, ante la poca generosidad del barman al escanciar el líquido, le exigió que le dejara la botella, por la que pagó unos buenos billetes. Cuando el sabor amargo y el aroma ahumado del licor le inundaron la garganta y las fosas nasales, se sintió nueva. Ya no era aquella fachada vestida y maquillada como una fulana. Volvía a ser Irina Gryzina, jodida de la vida, policía cansada de todo.
—Debes de tener mucha sed —dijo el tipo que la había estado mirando. Se había acercado mientras Irina hablaba con el camarero. El troll, matón de Chatarra, que justo tenía pinta de aquello aunque vistiera un traje de diseño.
—Y tú debes de ser muy gilipollas —contestó y se echó al coleto el contenido de un vaso. Actuó desafiante, aunque notaba el bulto de la pistola del bruto a la altura del corazón. No lo putearía mucho, solo un poco.
—Dice el jefe que estás invitada, creo que le gustas. —Con una sonrisa del gigante, le hacían saber que no se pasara de la raya porque la tenían a tiro.
—A ti también te gusto. Pero a ti te gusta cualquiera que tenga tetas. Dile a Chatarra que esta ronda me la pago yo. Gracias.
—¿Algo más?
—Sí, como vuelvas a mirarme el culo te clavo la punta de la bota en los huevos. —La amenaza la lanzó mirándole directamente a los ojos, para que quedara claro que no iba de coña.
A pesar de su imponente figura, el troll se retiró azorado y sin decir una palabra, vencido ante la verborrea de una mujer mucho más inteligente que él.
—Chica dura, ¿eh? —anunció una voz diferente a su lado.
—Otro capullo que quiere quedarse sin bolsa escrotal. —Ni siquiera le concedió la atención de girarse para ver quién conversaba con ella.
—No intentaré ligar contigo, siempre que me invites a un trago de ese veneno que tienes ahí. —El recién llegado señaló la botella de alcohol.
—Te has librado —dijo mientras vertía dos dedos del destilado en el vaso del desconocido.
—Me llamo Mark, por cierto, y gracias —se presentó mientras tomaba la bebida que le ofrecían.
Mark, troll
Mark regresaba a casa, después de tomarse unas copas, pensando sobre lo que había escuchado y presenciado en la reunión de la bodega, la noche anterior. Si había una forma de deshacerse de los torques, que contaran con él, fuera al precio que fuera. Metió un índice por debajo del anillo metálico queriendo apartarlo de su cuello; le agobiaba, no quería aquella chatarra pegada a su cuerpo. Le daba igual quién lo ordenara, se iba a quitar esa cosa. No importaba el tiempo que tardara, lo conseguiría. La libertad de su pueblo, la vuelta a antes de la guerra, no le interesaban.
El chapoteo del agua al pisar alguien un charco lo devolvió a la realidad, pero había escuchado un sonido además de la salpicadura. Un ruido a su espalda lo hizo volverse por instinto. Nada. Acto seguido metió la mano derecha en su cazadora, buscó la pistola y desactivó el mecanismo del seguro. Había sobrevivido tanto tiempo por pasarse de precavido y los sonidos extraños detrás de uno en un callejón mal iluminado a altas horas de la madrugada, solían transformarse en problemas con rapidez.
La luz de una linterna lo cegó, ya que insistía en apuntar a sus ojos. Allí estaba el problema. Se protegió con el brazo izquierdo para hacerse visera. Una cara conocida, acompañada de tres amigos con barras de hierro, bates de béisbol y navajas. Giró la cabeza hacia el comienzo del callejón, otros tres sicarios se acercaban con parsimonia blandiendo la misma panoplia.
No tenía muchas posibilidades ni balas suficientes. Siete contra uno. A menos que estuvieran borrachos, o colocados, o ambas cosas.
—Mal sitio para una encerrona, ¿eh, Hombre del Norte?
Un coro de risas lo secundó.
El círculo compuesto por siete elementos se cerró en torno a Mark, no querían dejarle ni un solo resquicio de escape. No hacían falta explicaciones, era una venganza por lo ocurrido el otro día en el bar. Había dejado en ridículo al tipo y pretendía darle una lección. Apretó las mandíbulas y se dedicó a mirar a sus contrincantes, a medir las fuerzas: qué armas portaban, corpulencia, si mostraban signos de embriaguez. Al contrario que ellos, delincuentes menores, Mark apenas había bebido una copa, tenía un arma de fuego y sabía pelear. Sin embargo, sus ventajas se topaban contra el implacable muro de la inferioridad numérica.
Un estampido y uno de los de la banda cayó al suelo sujetándose una pierna teñida por una enorme mancha de sangre. Uno menos. El resto intentó echarse encima de Mark, pero dos nuevos disparos hicieron blanco, menguando el grupo de los acosadores. En aquel instante se encontraban tan cerca de él que no podía apuntar. Un cuarto se tambaleó, derrumbándose hacia atrás y golpeando la sucia calzada con un agujero de bala en el pecho.
De inmediato y sin tiempo para pensar, recibió dos impactos, el primero en el abdomen, producido por una barra metálica, y un segundo, en la espalda, por un bate. Los dos gamberros parecían leñadores intentando derribar un árbol, pero aquel tenía unas raíces extensas, bien asentadas y una corteza dura de pelar.
Sin contar la envergadura de sus brazos. Los utilizó comenzando un movimiento circular para golpear con la culata del arma al agresor situado detrás. La fuerza bruta combinada con el metal se estamparon en la mandíbula, que sonó a rota, aunque no tenía la certeza de cuánto tiempo lo detendría.
Ahora se las vería contra dos, una lucha justa.
Su amigo del bar intentaba por todos los medios acertarle en la entrepierna, pero solo alcanzó un muslo. El siguiente castigo llegó casi simultáneo por debajo del codo derecho, lo que le obligó a soltar la pistola, que se perdió en la oscuridad con un repiqueteo metálico. A pesar de su aguante, el dolor iba haciendo mella en su resistencia, por muy troll que fuera, y sus atacantes lo sabían igual de bien que él.
A la paliza regresó el de la mandíbula, que colocó la punta de su palo contra los gemelos de Mark. El choque lo forzó a doblar la rodilla y a aterrizar sobre ella contra el asfalto. El segundo de los que quedaban le atizó con su palanca en el pecho, con probabilidad le había roto una costilla.
El troll los había subestimado. Aquella jarcia tenía experiencia en dar palizas, buscaban las articulaciones y los puntos más dolorosos. El jugador del bar se había buscado una buena compañía. No había escapatoria. Si tuviera toda su fuerza…
—Se acabó Hombre del Norte, eres troll muerto. —El tipo del bar esbozó una sonrisa mientras lo apuntaba con su arma, que debía de haber encontrado entre la vorágine de la pelea. Sus correligionarios se limpiaban la sangre, propia y de Mark.
—Siete contra uno. Muy honorable —rio el inhumano.
Al interpelado se le borró la sonrisa triunfante del rostro y apoyó el cañón de la pistola contra una sien del troll.
—¿Tenéis la mollera más dura que nosotros? —preguntó.
—Sí. Y la polla más grande —replicó Mark con sorna.
Recibió un puñetazo en la cara como premio por su comentario.
La detonación de un disparo retumbó, iluminando el estrecho pasaje durante unos segundos. La siguió un segundo disparo.