28.
Negocios ocultos

RIO Y SE EMOCIONÓ COMO NO había hecho desde que era joven. La olía por cualquier resquicio. Sí, ella estaba allí fuera, buscándolo. Por fin había comprendido. Al final había sido una niña lista y lo había entendido todo.

Esperaba que lo encontrara pronto. Deseaba verla y tocarla.

Mark

Nunca había estado en aquel local, aunque sabía que existía por lo que le habían hablado de él. Llamó a la puerta con los nudillos y esperó unos instantes.

Un panel se descorrió mostrando el agudo rostro de un trasgo, que podía haber sido confundido con un roedor sin mucha dificultad. El hocico ratonil del inhumano husmeó en el exterior hasta que observó la imponente figura de Mark.

—¿Quién eres y qué quieres? —demandó.

—Mark Hombre del Norte, el jefe me ha pedido que os haga una visita.

El trasgo lo miró de arriba abajo, como si tuviera que comprobar que Mark tenía la forma correcta para ser quien decía.

—No nos han informado de nada de eso, grandote —escupió aquella palabra que era, según la tradición, el insulto más despreciable que un trasgo podía dirigir a su primo troll. Con devastadores resultados.

—Claro que no. Los capitanes están muertos, nos emboscaron ayer por la noche. Caímos en una trampa. Solo quedo yo. Tony me manda.

—Algo he oído. Pero no me gusta nada, grandote. No, no me gusta nada —repitió hablando consigo mismo y sorbiendo un moco inexistente en su nariz.

—Si no me abrís, Tony se va a enfadar mucho más de lo que ya está.

—No nos gusta Tony enfadado. No, no nos gusta nada el jefe enfadado. —Mark se dio cuenta de que el roedor con forma de trasgo estaba hasta las cejas de mierda de elfo. Porque aquel era el lugar donde Chatarra procesaba la droga para su posterior distribución a toda la polis.

—A mí tampoco me gusta Tony enfadado. Podríais abrirme y seguro que no se cabrea.

—Podríamos, sí. Tienes razón, grandote —asintió y se quedó mirándolo con cara estupefacta y sin mover un músculo.

—¿Entonces? —preguntó Mark, haciendo regresar al trasgo de su vahído.

—¿Entonces qué? —repitió.

—¿Vais a abrirme la puta puerta?

—No. De eso nada. No te conocemos, grandote —replicó, aunque sin rotundidad.

—Os vais a arrepentir —le advirtió Mark.

—¿Arrepentirnos de qué, grand…?

En ese momento, el troll arremetió contra la puerta, que cedió unos centímetros en su umbral. El trasgo colocado debía estar recuperándose de la sorpresa. Mark cargó de nuevo con su hombro. La puerta se abrió de par en par. A unos pasos de ella se encontraba el inhumano sentado en el suelo, rascándose la nariz y mirándolo embobado con la boca abierta, mientras el troll entraba.

Después lo levantó en vilo por el cuello de la camisa y lo situó a la altura de su cabeza.

—Vas a hacer lo que yo te diga, pedazo de mierda —lo amenazó—. ¿Entendido?

—Sí —asintió con dificultad—, grandote.

Mark podía ver cómo la característica sustancia mucosa que manaba después de meterse un tiro de mierda de elfo por la nariz, escapaba y bordeaba el límite de los labios.

El troll lo dejó caer y el trasgo se pegó un topetazo contra el suelo. Si le dolió no se quejó ni mucho ni poco. No se movió del metro cuadrado en el que había aterrizado y allí permaneció sin rechistar.

La entrada desembocaba en una estrecha escalera sin barandilla que daba acceso al piso superior. Desenfundó su arma y cargó una bala en la recámara, no esperaba unos guardianes tan drogados de ahí en adelante. Cuando subió, se dio cuenta de que la primera planta era un pasillo laberíntico con varias puertas en cada recoveco. Una trampa si habían escuchado las voces que había intercambiado con su colega, pues lo estarían esperando. Su única posibilidad consistía en ir avanzando despacio y con cuidado. Tenía que detenerse en cada revuelta del intrincado corredor y asegurarse de que no se topaba de narices con el cañón de otra arma. Contra el poco espacio que quedaba, descansaban cajas y bolsas de plástico de unas dosis que aguardaban a cumplir con su cometido.

Fue comprobando puerta por puerta, sin encontrar indicios de que hubiera alguien, hasta que alcanzó el final del pasillo, que terminaba en otras escaleras que descendían un piso por debajo. De aquel lugar sí que provenían voces. Por lo menos dos personas, tal vez otra más. Por el acento supo que uno de ellos era troll y el segundo trasgo, aunque parecía mucho más espabilado que su compañero.

Bajó las escaleras con cuidado, a pesar de su corpulencia. Los travesaños eran de madera que hacía siglos se había podrido y sintió miedo porque uno de los escalones se partiera bajo su peso. Resistieron, pero el último en el que había apoyado sus botas chirrió y reveló su posición.

De inmediato, un «¿Quién anda ahí?» impelido por el vozarrón de un troll atravesó el espacio que los separaba. A Mark no lo intimidó el aviso. Continuó el descenso y comenzó a ver con claridad: se trataba de un garaje. Había una furgoneta dispuesta para ser cargada. El producto final de la droga, refinado y cortado con cualquier porquería para rebajar su pureza, estaba preparado para ser repartido a los grandes distribuidores, que lo revenderían a los pequeños y estos se encargarían de ofrecerlo por las esquinas en los barrios de inhumanos. Había conocido a muchos de los suyos que habían terminado sus días bajo tierra por la adicción a la droga de los elfos. En Semura se habían acostumbrado a llamarla así. En otras polis en las que había estado también ese era el término más común. Lo cierto era que el apelativo resultaba un chiste, porque la anfetamina que contenía se cocinaba a partir del ingrediente base de los coprolitos hallados en antiguos asentamientos élficos.

El negocio de la mierda de elfo resultaba muy rentable, pues con muy poca materia prima se podía obtener una gran cantidad de cristal de droga. Chatarra poseía los yacimientos élficos más próximos a Semura y, según tenía entendido, se había hecho con más en diferentes polis, pujando muy fuerte por ellos. Ni que decir tenía que el negocio de la droga constituía la niña bonita de Tony, por el que era conocido, respetado y temido. Su primera gran empresa y que le había dado beneficios excelentes para extender su imperio y su control sobre la comunidad troll.

Mark iba a quitárselo de un plumazo.

Una bala que aterrizó un paso delante de su posición, lo puso alerta. Se agachó para intentar que la endeble escalera de madera le sirviera como cobertura y buscó un blanco.

Otro disparo, de un arma diferente y de más calibre, destrozó uno de los peldaños colindantes con el que soportaba al troll agazapado.

Irina

Irina se encontraba en la tercera escena del crimen, también muy cercana a las dos anteriores. Gracias a la información que le había conseguido el irlandés se la sabía de memoria. No encontró ningún indicio que le sirviera para dar con la pista del hombre del saco. Lo encontraría, desde luego. Dio un último repaso al lugar sin que surgiera nada que no conociera de antemano.

Se le ocurrió que quizá hallaría la pieza que le faltaba del rompecabezas en el Morgana, el local donde había trabajado la tercera víctima. La cordura le indicó que no se trataba de la mejor noche para adentrarse en el distrito de bares de los inhumanos. No sabía qué más podía hacer, así que el club de Chatarra resultaba la opción menos mala.

Subió con dificultad la cuesta en la que estaba situado el negocio que había hecho famoso a Tony Chatarra. La empinada rampa se fue abriendo hacia la derecha, y cuando Irina ya desfallecía por la falta de aliento, resultó que había terminado de subir.

La calle estaba mal iluminada, apenas media docena de farolas encendidas en la longitud de la avenida. Según iba avanzando se dio cuenta de que las habían roto a pedradas. Al contrario que en el resto de la polis, por allí no había nadie. Caminaba sola mientras la luz dibujaba caprichosas sombras con su figura.

Mark

—¡Sal de ahí! ¡Seas quien seas! —ordenó la voz de un troll.

—Hazle caso, la próxima vez no fallará —continuó un trasgo. Aquel sonaba más ladino e inteligente que el que habían puesto a vigilar la entrada. Seguro que ese no se había metido unos cristales machacados de mierda de elfo por la nariz.

Mark pensó que se encontraba en una mala posición y que no tenía posibilidades contra dos tiradores bien situados a los que apenas veía, así que decidió jugarse la última carta. No había llegado hasta allí por su cobardía.

—No disparéis, por favor —respondió en alto. Se levantó y quedó a la vista de los dos, aunque ocultó su pistola—. Soy Mark. Mark Hombre del Norte. Me manda el jefe.

—¿Por qué debería creerte? —contestó con rapidez el trasgo.

—Porque si eres el que maneja esto, aunque estés al margen, Tony te habrá contado que solo uno de sus hombres sobrevivió a la masacre de ayer por la noche.

—¿Eres tú? Menuda sorpresa. Baja el arma, Ricky —ordenó al troll—. Ven aquí que te veamos.

—Claro. —Mark bajó hasta el piso del garaje, donde ya podía observar a las dos figuras que lo miraban con curiosidad.

—Ricky, este tipo es un héroe —anunció el trasgo a su compañero con entusiasmo.

—Eso he oído. Debe tener unos huevos así de grandes, después de todo es un troll. —Lanzó una carcajada que sonó por el espacio del local.

Mark se encontraba casi a dos metros de la pareja.

—Me gustaría estrechar la mano al hombre que consiguió…

El rostro del trasgo cambió de expresión y de color cuando vio el negro cañón de Mark cada vez más próximo a su cabeza.

Una detonación. Un cuerpo que cayó seco al suelo.

Y acto seguido, un intercambio de impresiones en forma de disparos. Un tiro errado por la sorpresa, otro dio en el blanco, pero apenas provocó una herida superficial en el hombro de la curtida y dura piel de Ricky, un troll de las montañas.

Ambos contendientes, cegados por el humo y sordos por la cercanía de los estampidos de las armas, concedieron darse un minuto de tregua para ampliar la distancia que los separaba y apropiarse de cualquier objeto que pudieran utilizar de parapeto.

Ricky comenzó el intercambio de proyectiles. Por el sonoro impacto empuñaba un calibre cuarenta y cinco o superior. Si a Mark le alcanzaba de lleno una de aquellas balas, le provocaría un buen estropicio, o se desangraría hasta morir si sesgaba una de las arterias principales. Debía proceder con cuidado, aquel tirador no era ninguna tontería.

Asomó la punta de la pistola primero e intentó averiguar desde dónde le disparaba su igual. Se retiró medio segundo después al ver un destello, al que siguió una nueva detonación. Un pedazo de metal caliente, que giraba sobre sí mismo a una velocidad de más de novecientos metros por segundo, se estampó contra la portezuela de la furgoneta tras la que se había escondido.

Debía aprovechar el retroceso que tendría aquel trasto y que haría perder un par de segundos a su contrincante. Disparó dos veces, pero sus oportunidades se estrellaron próximas a su blanco y solo sirvieron para demostrarle que iba a plantarle batalla.

La respuesta a su invitación no tardó en llegar, aunque Mark ya se encontraba protegido por la chapa de la furgoneta.

No podía ser descortés y tendría que continuar con la conversación. Pero si no contaba mal, a su adversario le quedaban menos balas que a él, y las pistolas de calibres grandes solían tener un cargador más limitado que sus homólogas más ligeras. Eso teniendo en cuenta que no tuviera un cargador de repuesto, cosa muy probable. Le quedaban dos balas según sus cuentas. A él, once.

Ricky debía mantenerse alerta ante la falta de munición. Cometería algún error, seguro. Trataría de alejarlo y escapar como fuera. Mark no le concedería aquella ventaja. Buscó una posición más adelantada. Tres metros por delante de él había una prensa hidráulica de acero. Eso le serviría.

Disparó a ciegas dos veces en dirección a su oponente mientras se movía. No recibió respuesta alguna. Lo sentía respirar con pesadez, y sus jadeos le dieron una idea de su posición. Desde su nueva cobertura sería más fácil acertarle si es que acaso asomaba un poco de su piel.

Mark miró en derredor para conseguir otro escondrijo. Si lo mantenía entretenido y nervioso mientras se movía, resultaría más complicado que le acertara.

De repente, cuando había iniciado la carrera hacia la siguiente ubicación, el estruendo del cuarenta y cinco sonó muy cerca, demasiado. Ricky debía haber tenido la misma idea porque también se había aproximado a Mark.

Respondió al bulto y su bala chocó contra metal y rebotó. Siguió corriendo y realizó un disparó cuando una nueva andanada destrozó un palé de madera. Un tiro bastante certero que, de haberse descuidado, podía haberle hecho polvo un muslo.

Replicó de nuevo, cansado ya de aquel juego. Se levantó y siguió disparando con el gatillo pulsado a fondo mientras caminaba hacia Ricky. Tiró uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve proyectiles, acompasados con sus zancadas, hasta que el chasquido metálico de su pistola le indicó que no tenía munición.

No hubo ninguna réplica por parte de su enemigo. El masivo cuerpo del troll yacía con los brazos estirados y la cabeza ladeada. Mark vio que le había alcanzado en no menos de cinco puntos fatales.

Cogió el arma del muerto y sacó el cargador. Estaba agotado. Tiró el armatoste contra una de las paredes.

Se dispuso a amontonar juntos los envíos preparados de la droga. Iba a montar una buena pira y quería que Chatarra la oliera. Porque la mierda de elfo quemada, apestaba peor que el culo de un duende. Y lo olería, desde luego que lo haría.

En esta ocasión usó un mechero. Aplicó su llama en varias esquinas de los paquetes de droga, que empezaron a prenderse y a despedir un humo espeso entre grisáceo y azulado.

Allí había terminado. Siguiente parada, la joya de la corona del reinado de Chatarra: el Morgana.

Irina y Mark

Irina tenía la extraña sensación de que la seguían desde que había salido de su casa. Tal vez se había vuelto una paranoica, pero no estaba de más tomar las precauciones debidas. Aquellas intuiciones o impresiones solían ser acertadas. Sus sospechas se confirmaron cuando una alargada silueta se superpuso a su propia sombra. Agarró la pistola y se volvió de repente a su espalda con la intención de disparar a su persecutor.

—¡Tú! —exclamó Irina sinceramente sorprendida.

La figura conocida, alta y fuerte se dirigió hacia ella con rostro de enfado, que se transformó en una mueca más pacífica y tranquila en cuanto reconoció a la detective.

—La poli… —afirmó Mark sin tapujos.

—Hola, vaya sorpresa. ¿Qué haces por aquí? —preguntó Irina, que no creía que el troll estuviera de paseo.

—¿Qué haces tú? —replicó a su vez el troll, sin ganas de contestar.

—Si vas a realizar un negocio ilegal, tranquilo, estoy suspendida. No soy poli hasta nueva orden. —Esbozó una media sonrisa que surgió, por una parte, fruto de su resignación por su situación laboral y por otra del intento de que el inhumano confiara en ella.

—No tendría por qué contarte esto, pero voy en dirección al Morgana —afirmó él con franqueza.

—¿Asuntos con Chatarra?

—Algo así —respondió sin añadir más información—. ¿Y tú? ¿Qué haces por aquí? No parece la noche más recomendable para que una mujer ande sola por estos barrios —interrogó Mark a su vez.

—Asuntos privados también. Y sé defenderme solita, gracias.

Mantuvieron el silencio unos instantes. Continuaron caminando unos pasos sin dirigirse la mirada y muy concentrados en el suelo a sus pies.

—Mira, no quiero interrumpirte en lo que sea que tengas que hacer, pero tengo prisa —dijo el troll.

—Creo que nuestra conversación no va a ninguna parte y que no la hemos empezado con buen pie. Por cierto, ¿dónde está tu amigo? —quiso saber la mujer al notar la ausencia del chico troll.

—¿Juan?

—Sí, ese.

El troll bajó la vista y cerró los ojos durante un par de segundos.

—Muerto. Está muerto —dijo con dificultad y arrastrando las sílabas mientras la miraba a los ojos.

La mujer no dejó de observarlo con una mueca de sorpresa. Había entreabierto la boca para expresar una condolencia pero solo le salió:

—¿Cómo…? Quiero decir…

—Asesinado de la peor forma…

—Explícate —exigió, más interesada.

—Lo he encontrado en mi casa. Se había quedado dormido y… lo han abierto y destripado como a un cerdo.

—¿La caja torácica con una incisión irregular a lo largo? —El troll asintió—. ¿Heridas en el cuello? —repitió el gesto.

—¿Sabes algo? ¿Es cosa de Chatarra? —preguntó, ansioso.

—No. Chatarra no tiene nada que ver. —Negó con la cabeza.

—Entonces, ¿quién? —demandó Mark.

—Es el asesino en serie que estaba investigando antes de que me metiera en líos y me suspendieran. El modus operandi es el mismo.

—No jodas…

—Tan cierto como que me estás viendo aquí mismo ahora.

—¡Mierda, mierda, mierda! —exclamó el inhumano moviendo la cabeza a ambos lados.

—Y también se ha cargado a Jota —añadió Irina con pesar.

—¿A Jota? Hace unos días que no paso por el Duende Verde. Pobre hombre.

—Pues no vayas —dijo ella— porque te lo encontrarás cerrado por defunción.

—¿Sabes quién ha sido el hijo de puta?

—Ahora sí. Pero no dónde encontrarlo. Iba en dirección al Morgana, porque la víctima que se cargó antes de Jota era una dríada que trabajaba allí.

—Entonces llevamos el mismo camino. Acompáñame, voy a hacerle una visita a Tony. Igual consigues averiguar por dónde anda ese cabrón.

—Supongo que la visita no va a ser de cortesía.

—Supones, bien. Cuanto menos sepas, mejor.

—Venga. He confiado en ti. Confía tú en mí. —Lo miró abriendo los ojos y casi intentando una mirada seductora.

—Te diré que para ser poli me caes bastante bien. Y no quiero involucrarte en más problemas. —Realizó un gesto de un extremo a otro con la palma de una mano extendida a media altura para indicar que la cuestión quedaba zanjada.

—Eso lo decido yo, si no te importa —insistió Irina.

—Como quieras. Si te lo cuento, ¿me prometes que me dejarás en paz? —La miró con cansancio.

—Palabra de poli —bromeó la mujer.

—En serio…

—Claro que sí, hombre —contestó con una sonrisa.

—Tenemos que ir hasta mi camión, primero. Tengo unas cuantas cosas allí que necesito.

Irina asintió en silencio y siguió a la mole del troll a duras penas porque las zancadas del inhumano eran más grandes que las suyas.

—Por cierto, nunca te he dado suficientes gracias por haberme salvado la vida en el callejón —comentó mientras caminaban.

—De nada. Yo nunca te he dado las gracias por pagar mi fianza.

El troll se quedó estupefacto. Detuvo su marcha y se giró en dirección a la mujer.

—¿Cómo sabías que la había pagado yo?

—Mi única familia es mi madre y nunca sale de casa. —Extendió un dedo mientras lo señalaba con el índice de la mano contraria—. No tengo muchos amigos y el único que podría pagarla y haberme sacado de allí, murió hace cuatro años. No había muchas más opciones —explicó al mismo tiempo que se encogía de hombros.

—Vaya, siento lo de tu amigo.

—Y yo lo del tuyo.

—Ya que estamos en plan confesiones, debería decirte una cosa —dijo él.

—A ver, cuenta —pidió Irina.

—Tony me contrató para matarte —espetó. Siguió su marcha y ella intentó ponerse a su altura medio corriendo.

—¿Qué? —Los ojos de Irina se abrieron lo máximo que le permitieron los párpados.

—Lo que oyes. No sé qué le has hecho, pero solo manda cargarse a quienes le tocan mucho los cojones.

—Solo hice unas preguntas… —balbuceó la detective, que no podía creer lo que acababa de escuchar.

—No debían de ser muy agradables si Tony te puso un punto de mira en la cabeza.

—Gracias por no matarme, entonces… —contestó aturdida.

—De nada. A punto estuve… Hice un seguimiento y todo. Una vez pensé que me habías visto.

—Un momento… Un camión, como de reparto, ¿eras tú aquella noche? ¿La noche que me colé en la morgue? —Irina conectó los puntos.

—Sí.

—¿Y desde entonces, no me has vuelto a seguir?

—No. Desde que te detuvieron no.

—¿Por qué no lo hiciste? Necesito saberlo —insistió de nuevo.

—Bueno… Porque las razones que tuviera Tony no eran las mías y ya me parecía que tenías bastante lío por tu cuenta. No eras ningún jefe de la mafia, ni un ladrón o un violador, solo una poli que hacía su trabajo y que le había hinchado las narices. No me parecía justo —admitió el troll.

—Las debía tener muy grandes… Y gracias, porque tu sentido de la justicia me ha salvado el culo.

—Acepté porque quería entrar en su círculo de confianza y eso me daba la oportunidad de ganar puntos con él. Tengo mis propios motivos.

—Lo entiendo. Supongo que eso te lleva a hacer trabajos para él que no te gustan.

—Unos cuantos… —resopló el troll.

Alcanzaron el camión sin más conversación, cogieron cuatro latas de combustible y se las repartieron. Irina no preguntó para qué quería la gasolina, aunque lo intuyó y no quiso saber nada más.