6
Ulbricht y Adenauer: La cola menea al oso
Somos un estado que fue creado sin una base material de la que sigue careciendo y que, con las fronteras abiertas, ocupa el centro de la competencia entre dos sistemas de alcance mundial… La floreciente economía de la Alemania Federal, visible para todos los ciudadanos de la RDA, es el principal motivo por el que durante los últimos diez años dos millones de personas han abandonado nuestra república.
WALTER ULBRICHT en una carta al primer ministro Jrushchov,
18 de enero de 1961
Tras sondear el terreno, hemos constatado que necesitamos un poco de tiempo hasta que Kennedy clarifique su postura sobre la cuestión alemana y hasta tener constancia de que el gobierno de EEUU desea alcanzar una solución aceptable para ambas partes.
Respuesta de JRUSHCHOV a Ulbricht,
30 de enero de 1961
BERLÍN ESTE
MIÉRCOLES, 18 DE ENERO DE 1961
Walter Ulbricht nunca había escrito ninguna carta más trascendente que aquélla. Aunque estaba marcada como «ALTO SECRETO», Ulbricht sabía que la misiva que estaba a punto de mandarle a Jrushchov iba a circular por toda la cúpula soviética. Por su parte, Ulbricht iba a enviar copias a otros aliados comunistas que creía que podían apoyarlo a ejercer presión sobre el líder soviético.
Cada una de las palabras de la carta de quince páginas del líder de la Alemania del Este había sido cuidadosamente elegida para provocar el mayor impacto posible. Apenas dos meses después de su último encuentro en Moscú, Ulbricht había empezado a perder de nuevo la fe en que Jrushchov fuera a actuar en Berlín. Por ello decidió desoír a Jrushchov cuando éste le pidió paciencia, pues creía que sus problemas estaban creciendo con excesiva rapidez como para aplazarlos hasta que Jrushchov pudiera poner a prueba sus relaciones con Kennedy.
«Han pasado dos años desde que el camarada Jrushchov se refiriera a la problemática de Berlín Oeste en noviembre de 1958», se quejó Ulbricht. En una breve concesión hacia Jrushchov, el líder de la Alemania del Este le agradecía al líder soviético que hubiera invertido ese tiempo en convencer al resto de países de la necesidad de «eliminar la situación anómala de Berlín». Sin embargo, la mayor parte de la carta se centraba en tratar de argumentar por qué había llegado la hora de actuar sobre Berlín y cómo había que hacerlo. Incluso los adversarios de Moscú en la OTAN, aseguraba Ulbricht, eran conscientes de que las negociaciones para modificar el estatus del Berlín Oeste eran «inevitables».
Las condiciones durante el año que empezaba favorecían las acciones soviéticas, aseguraba Ulbricht, pues Adenauer quería evitar cualquier conflicto que pudiera perjudicarle de cara a las elecciones de septiembre y Kennedy haría lo posible por evitar un enfrentamiento durante su primer año de mandato.
A continuación Ulbricht exponía lo que osadamente había bautizado como «las exigencias de la RDA». Adoptando más el papel de quien da órdenes que de quien las recibe, Ulbricht ofrecía una detallada lista de lo que esperaba de Jrushchov durante el año que empezaba. Quería que pusiera punto final a los derechos de ocupación de los aliados en Berlín Oeste, que lograra primero una reducción y luego la retirada completa de las tropas occidentales y que garantizara la desaparición de las emisoras de radio occidentales y de los servicios de espionaje con todas sus influencias subversivas.
Su catálogo de exigencias era largo y tocaba asuntos de importancia mayor y menor. Ulbricht esperaba también de Jrushchov que le transfiriese todas las funciones estatales sobre Berlín que se encontraban aún en manos de las cuatro potencias, desde los servicios postales hasta el control aéreo. En particular, deseaba poder controlar el tráfico aéreo entre Berlín Oeste y la Alemania Federal, lo que le permitiría cancelar los vuelos que diariamente llevaban a decenas de miles de refugiados a nuevos hogares y a trabajos mejor pagados en la Alemania Federal.
Si Ulbricht podía controlar todo el acceso a Berlín Oeste, también podría constreñir la ciudad y erosionar poco a poco su viabilidad como ciudad libre y occidental. Ulbricht sabía que estaba sugiriendo algo muy similar al frustrado bloqueo de Berlín que Stalin había intentado en 1948, pero recurrió a los argumentos del propio Jrushchov, que había asegurado que ahora los soviéticos tendrían muchas más posibilidades de éxito, pues Moscú había logrado equilibrar la superioridad militar occidental y, además, tenía en Kennedy a un adversario menos decidido que en Truman.
Había tres asuntos concretos en los que Ulbricht le pedía a Jrushchov que tomara una decisión rápida y la anunciara públicamente.
La cola intentaba frenéticamente agitar al oso.
En primer lugar, Ulbricht quería que Jrushchov anunciara que Moscú proporcionaría ayuda económica a la RDA para demostrar a Occidente que el «chantaje económico» contra su país no iba a dar resultado. En segundo lugar, apelaba a Jrushchov para que anunciara que en abril se celebraría una cumbre entre la URSS y la Alemania del Este que reforzaría la posición de Ulbricht y de su país en las negociaciones con Occidente. Finalmente, exigía que el líder soviético celebrara una reunión del Pacto de Varsovia para garantizar el apoyo económico y militar de los aliados de Moscú a la Alemania del Este. Hasta la fecha, se quejaba Ulbricht, dichos países se habían comportado como espectadores poco serviciales. «Aunque su prensa habla del asunto», escribió Ulbricht, «no se sienten involucrados en él.»
El líder de la Alemania del Este le recordaba a Jrushchov que habían sido los soviéticos quienes habían colocado a la Alemania del Este en una situación tan comprometida, desde la cual ahora Ulbricht debía defender las posiciones globales del Kremlin. «Somos un estado», sermoneó Ulbricht a Jrushchov, «que fue creado sin una base material de la que sigue careciendo y que, con las fronteras abiertas, ocupa el centro de la competencia entre dos sistemas de alcance mundial».
Ulbricht le echó en cara a Jrushchov que el Kremlin hubiera perjudicado seriamente a la Alemania del Este durante los diez primeros años de posguerra, desproveyéndola de recursos económicos en virtud de las reparaciones de guerra (incluida la eliminación de todas sus fábricas), mientras EEUU reconstruía la Alemania Federal con sus inyecciones económicas y los créditos del Plan Marshall.
Era posible que las reparaciones hubieran tenido sentido en su momento, admitía Ulbricht, considerando lo que los países soviéticos habían sufrido durante la guerra y dada la necesidad de reforzar la posición de la URSS en el liderazgo mundial. Sin embargo ahora, continuaba argumentando Ulbricht, Jrushchov debía reconocer lo mucho que dichas medidas habían perjudicado a la Alemania del Este y su competitividad con la Alemania Federal. Desde el final de la guerra hasta 1954, aseguraba Ulbricht, las inversiones per cápita en la Alemania Federal duplicaban las que había recibido la Alemania del Este. «Ése es el motivo principal por el que nuestra productividad laboral y nuestro nivel de vida han quedado tan rezagados respecto a los de la Alemania Federal», escribió.
En pocas palabras, lo que Ulbricht le estaba diciendo a Jrushchov era: vosotros nos metisteis en este lío y sois quienes más tenéis que perder si no sobrevivimos, de modo que ayudadnos a salir adelante. Ulbricht incrementó aún más sus exigencias económicas de noviembre, que Jrushchov había aceptado en su mayoría. «La floreciente economía de la Alemania Federal, visible para todos los ciudadanos de la RDA, es el principal motivo por el que durante los últimos diez años dos millones de personas han abandonado nuestra república», dijo y añadió que precisamente eso era lo que permitía a la Alemania Federal ejercer su «constante presión política».
Un trabajador de la Alemania del Este tenía que trabajar tres veces más que un trabajador de la Alemania Federal para comprarse unos zapatos, si es que lograba encontrar unos. La Alemania del Este tenía ocho coches por cada mil habitantes, frente a 67 por mil en la Alemania Federal. La tasa de crecimiento oficial de la Alemania del Este, fijada en un 8 por ciento, no reflejaba la situación real de la mayoría de sus ciudadanos, pues incluía en el consumo interno las exportaciones de industria pesada a la Unión Soviética. Como resultado, en 1960, cuando la renta per cápita de la Alemania Federal dobló la de la Alemania del Este, se produjo un incremento del 32 por ciento en el número de refugiados, que pasaron de 140.000 a 185.000 al año o, lo que es lo mismo, quinientos al día.
Por todo ello, Ulbricht le pedía a Jrushchov que redujera de forma drástica las exigencias de reparaciones de guerra que la Alemania del Este debía pagar a la Unión Soviética y que incrementara el suministro de materias primas, productos semifacturados y alimentos básicos como carne y mantequilla. También solicitaba nuevos préstamos de emergencia tras haber pedido a Jrushchov que vendiera oro para ayudar a la Alemania del Este. «Si no se nos concede dicho crédito, no podremos mantener el nivel de vida de la población en los niveles de 1960», escribió. «Eso provocaría una grave situación en cuanto a suministros y producción que desembocaría en una crisis de consecuencias nefastas.»
El mensaje de Ulbricht a Jrushchov era muy claro: si no nos ayuda inmediatamente, se enfrenta a la posibilidad de otra revuelta. Jrushchov había logrado sobrevivir por los pelos al intento golpista que había tenido lugar en Budapest y Ulbricht sabía que el líder soviético no iba a ignorar su advertencia.
En su carta, Ulbricht combinó las exigencias maximalistas con las advertencias de que Jrushchov se exponía a graves consecuencias si no actuaba. La carta podía ofender al líder soviético, pero ésa era la menor de las preocupaciones de Ulbricht. La inacción de Jrushchov podía suponer el fin de la Alemania del Este, y también de Ulbricht.
Ese mismo día, Ulbricht envió un mensaje indirecto pero inequívoco a la Némesis de Jrushchov: Pekín.
Ulbricht no le pidió permiso a Jrushchov, ni tampoco le advirtió antes de enviar una delegación de alto nivel a la capital China, dirigida por el miembro del Politburó y leal seguidor del partido Hermann Matern. Teniendo en cuenta su conocimiento de la encarnizada disputa entre Jrushchov y Mao, la decisión de Ulbricht constituía un acto hostil tanto en su timing como en su ejecución.
Lo único que alertó a los líderes soviéticos de la misión fue la inevitable escala del vuelo de la delegación en Moscú. Yuri Andropov, por aquel entonces el miembro del Politburó responsable de las relaciones dentro del Partido Socialista, solicitó un informe del objetivo de la misión durante la estancia de la delegación en el aeropuerto. Matern insistió en que el objetivo de la misión era puramente económico, algo a lo que Ulbricht sabía que Jrushchov no podía negarse en un momento en el que las necesidades de la Alemania del Este eran cada vez mayores y suponían una carga para el Kremlin.
Sin embargo, tanto el momento como la coreografía del viaje tenían una gran carga política. En China, el grupo fue recibido por el viceprimer ministro Chen Yi, confidente de Mao, legendario comandante comunista durante la guerra chino-japonesa y mariscal del Ejército de Liberación Popular. Éste le dijo a Matern que China consideraba que su problema con Taiwán y el problema de la Alemania del Este de Ulbricht tenían «muchas similitudes», pues ambos presentaban zonas de «ocupación imperialista» en el interior de países comunistas.
En un desafío directo a Jrushchov, alemanes del Este y chinos acordaron prestarse apoyo mutuo para recuperar dichos territorios. Desde el punto de vista chino, Taiwán era el frente oriental y Berlín el frente occidental de un conflicto ideológico global, y Jrushchov estaba titubeando en ambas regiones como líder comunista mundial. En todo caso, Chen prometió que China ayudaría a echar a los estadounidenses de Berlín porque la situación en la ciudad afectaba también a otros frentes de la lucha global del comunismo.
Chen recordó a los representantes de la Alemania del Este que China había bombardeado las islas taiwanesas de Quemoy y Matsu en 1955, lo que desencadenó una crisis durante la que el Mando Conjunto de Eisenhower se planteó responder con un ataque nuclear. Eso, aseguró, no había sucedido porque China deseara provocar tensiones internacionales, sino porque Pekín debía «demostrar a EEUU y a todo el mundo que no nos conformamos con la situación actual en Taiwán. También debíamos poner en tela de juicio la impresión de que EEUU es tan poderoso que nadie osa plantarle cara y que todos deben resignarse a sus humillaciones».
Las palabras de Chen sugerían que había llegado la hora de actuar con la misma determinación en Berlín.
La proximidad del encuentro entre la Alemania del Este y China contrastaba vivamente con las gélidas relaciones entre chinos y soviéticos. Desde su reunión de noviembre con Jrushchov en Moscú, Ulbricht sabía que el líder soviético tenía una actitud sumamente competitiva respecto a Mao y ya había aprovechado esa carta para obtener un mayor apoyo económico de Moscú. Jrushchov había declarado en su momento que proporcionaría a la Alemania del Este un apoyo económico que Mao no podía permitirse con la creación de empresas conjuntas con los alemanes del Este en territorio soviético, algo que los soviéticos no habían hecho con ningún otro aliado. «Nosotros no somos China», le había dicho a Ulbricht. «No nos asusta darles un empujón a los alemanes… Las necesidades de la RDA son también nuestras necesidades.»
Tres meses más tarde, los chinos se convirtieron en un problema aún mayor para Jrushchov, a pesar de la aparente tregua que había negociado con ellos en noviembre durante el encuentro de Partidos Comunistas en Moscú. Mientras los representantes de la Alemania del Este se encontraban en Pekín en busca de apoyo económico, China estaba en Tirana alentando al líder albano xenófobo Enver Hoxha para que rompiera sus lazos con la Unión Soviética. Durante el Cuarto Congreso del Partido Comunista Albanés, celebrado entre el 13 y el 21 de febrero, los comunistas albaneses habían arrancado los retratos de Jrushchov que decoraban las calles y los habían reemplazado por los de Mao, Stalin y Hoxha. Ningún líder soviético había sufrido una humillación semejante en su propio territorio.
Pero aquel intento de Ulbricht de ejercer presiones diplomáticas sobre Jrushchov entrañaba ciertos riesgos.
Jrushchov, que era mucho más poderoso, podría haber decidido que la misión en China había sobrepasado una línea invisible y había llegado el momento de reemplazar a Ulbricht por alguien más sumiso y obediente como líder de la Alemania del Este. Sin embargo, Ulbricht había juzgado correctamente que a Jrushchov no le quedaban demasiadas alternativas.
EL KREMLIN, MOSCÚ
LUNES, 30 DE ENERO DE 1961
La respuesta de Jrushchov llegó sobre la mesa de Ulbricht doce días después de que el líder de la Alemania del Este le hubiera escrito y, casualmente, el mismo día del discurso de Kennedy en el Debate sobre el Estado de la Unión. Teniendo en cuenta la impertinencia de las exigencias de Ulbricht, la respuesta de Jrushchov fue sorprendentemente sumisa.
El líder soviético informó a Ulbricht de que el Comité Central «ha discutido su carta a fondo» y que los líderes de Moscú estaban en gran medida de acuerdo con su contenido. El hecho de que Jrushchov hubiera compartido la carta con la cúpula de su partido dejaba claro que reconocía la gravedad de las críticas de Ulbricht y también la urgencia de sus demandas. Dicho eso, Jrushchov le pidió una vez más a Ulbricht que controlara su creciente impaciencia.
«Actualmente nos encontramos al inicio del comienzo del debate de estas cuestiones con Kennedy», escribió. «Tras sondear el terreno, hemos constatado que necesitamos un poco de tiempo hasta que Kennedy clarifique su postura sobre la cuestión alemana y hasta tener constancia de que el gobierno de EEUU desea alcanzar una solución aceptable para ambas partes.»
El líder soviético admitía que las medidas extremas que Ulbricht sugería en su carta serían necesarias «llegado el momento». «Si no logramos alcanzar un acuerdo con Kennedy, acordaremos con usted el momento más apropiado para su implementación.»
Ulbricht había logrado menos de lo que pretendía, pero más de lo que había creído posible. Una vez más, Jrushchov iba a incrementar su apoyo económico. El líder de la Unión Soviética también convocaría una reunión del Pacto de Varsovia en Berlín. De todas las demandas de Ulbricht, Jrushchov tan sólo se negó a celebrar una cumbre entre la Alemania del Este y la Unión Soviética.
Jrushchov había aceptado el diagnóstico de Ulbricht del problema y no había rechazado las soluciones propuestas por el líder de la Alemania del Este. Ulbricht podía estar satisfecho de haber logrado que el Partido Comunista Soviético discutiera la cuestión de Berlín al más alto nivel.
Jrushchov aún le pedía tiempo para poder trabajar con el nuevo presidente estadounidense, pero Ulbricht había preparado ya el terreno para darle el empujón final al asunto en cuanto los esfuerzos de Jrushchov por negociar la problemática de Berlín con Kennedy fracasaran. Y el líder de la Alemania del Este estaba convencido de que eso era lo que sucedería.
Mientras tanto, Ulbricht decidió que su equipo se concentrara en las eventualidades.
LA CASA BLANCA, WASHINGTON, D.C.
VIERNES, 17 DE FEBRERO DE 1961
La relación entre EEUU y la Alemania Federal había empezado ya a enturbiarse cuando el ministro de Asuntos Exteriores Heinrich von Brentano di Tremezzo entró en el Despacho Oval con una cartera llena con las preocupaciones de Adenauer.
Durante varios años, los estadounidenses habían mostrado una actitud afable para con la Alemania Federal, impresionados por el entusiasmo con el que dicho país había abrazado el sistema de libertades estadounidense. Últimamente, sin embargo, la opinión pública había empezado a presentar de nuevo una actitud negativa, alimentada por los artículos sobre el inmediato juicio en Israel del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann y la publicidad alrededor del best seller de William L. Shirer Auge y caída del Tercer Reich, que presentaba una serie de nuevos y sórdidos detalles sobre el pasado reciente de Alemania.
El Ministerio de Asuntos Exteriores de la Alemania Federal había advertido a Adenauer a principios de año: «Aún existen resentimientos y sospechas latentes, que pueden estallar si se dan las condiciones apropiadas». Exasperado ante aquel cambio de humor, el embajador de la Alemania Federal, Wilhelm Grewe, había declarado ante un grupo de periodistas estadounidenses en una conferencia del Atlantik-Brücke, una institución creada para fomentar la unión entre ambos países, que debían «elegir si nos consideran aliados o una nación de agitadores sin remedio».
El informe previo de Kennedy para la reunión con Brentano advertía al presidente de que su visitante acudía a expresar la preocupación de Adenauer de que su administración pudiera ignorar los intereses de la Alemania Federal en Berlín a cambio de alcanzar un acuerdo con los soviéticos. «Los alemanes son absolutamente conscientes de que aspectos vitales de su destino se encuentran en manos ajenas», decía el informe, firmado por el secretario de estado Dean Rusk, que aconsejaba a Kennedy que reafirmara ante Brentano el compromiso de EEUU para con la defensa de Berlín Oeste y que le comunicara en la medida de lo posible los pensamientos del presidente sobre la posibilidad de una negociación con Moscú sobre Berlín.
Sin embargo, y teniendo en cuenta experiencias anteriores, los altos cargos de la administración estadounidense desconfiaban de la capacidad de sus homólogos de la Alemania Federal de guardar un secreto. Los servicios de inteligencia estadounidenses asumían que sus homólogos de la Alemania Federal tenían espías infiltrados entre sus filas y que, por lo tanto, no eran de fiar. «Aunque la franqueza es deseable, particularmente teniendo en cuenta la inseguridad crónica de los alemanes», decía el memorando de Rusk, «el gobierno alemán no tiene unos estándares de confidencialidad particularmente altos.»
Los detractores aseguraban que Brentano (un soltero de cincuenta y siete años que vivía para su trabajo y lo que éste comportaba) era poco más que un instrumento elegante y culto del obstinado Adenauer, una impresión que el ministro de exteriores hacía poco por intentar modificar. Adenauer estaba decidido a dirigir su propia política exterior y ningún elemento independiente habría durado demasiado en el puesto de Brentano. Sin embargo, Brentano y Adenauer discrepaban en su opinión respecto al papel de Alemania en Europa. Brentano pertenecía a una generación más joven que consideraba Europa como el destino natural de Alemania, mientras que Adenauer veía la integración europea tan sólo como un medio para anular el nacionalismo alemán.
Kennedy inició lo que sería una tensa reunión con Brentano ciñéndose al guión y expresando «la gratitud del gobierno de EEUU por la cooperación y la amistad del gobierno alemán durante los últimos años». Kennedy aseguró que deseaba citarse con Adenauer lo antes posible y expresó su deseo de que «todos los problemas mutuos puedan resolverse de forma satisfactoria».
El oponente político de Adenauer, Willy Brandt, había manipulado ya la situación para plantarse en Washington antes que Adenauer en marzo para reunirse personalmente con Kennedy, en lo que suponía una violación del protocolo, que estipulaba que el líder de un gobierno aliado tenía preferencia por delante de un alcalde. Rusk aprobó la visita de Brandt para «mostrar claramente ante el mundo nuestra determinación a la hora de apoyar Berlín Oeste a toda costa». Rusk quería que la reunión con Adenauer se celebrara de forma lo más inmediata posible tras dicha visita para no dar la impresión de que Kennedy prefería a Brandt en las elecciones alemanas, aunque no había dudas de que así era.
Kennedy le aseguró a Brentano que el hecho de que no hubiera mencionado el nombre de Berlín en su discurso de toma de posesión y durante el Debate sobre el Estado de la Unión, un asunto que la prensa alemana había tratado a fondo, «no pretendía en absoluto indicar que EEUU hubiera perdido interés en la cuestión de Berlín». Kennedy afirmó que simplemente lo había hecho para no provocar a los soviéticos en un momento de calma relativa en la ciudad. El presidente le dijo también al ministro de Asuntos Exteriores alemán que esperaba que Moscú reanudara su presión sobre Berlín durante los siguientes meses y le pidió a Brentano cuál era en su opinión la mejor forma de abordar «las sutiles presiones» que seguramente iba a aplicar Moscú.
Brentano dijo que la ausencia de una mención sobre Berlín en los discursos de Kennedy era algo tan irrelevante que ni siquiera figuraba entre los puntos de debate que Adenauer le había entregado para aquella reunión. Se mostró de acuerdo en que aún no había motivos para plantear la cuestión de Berlín, aunque, añadió, iban a tener que «abordar el problema antes o después». Con el ceño fruncido, Brentano declaró que «los líderes de la zona soviética no pueden tolerar el símbolo de un Berlín libre en medio de su Zona Roja». Le aseguró también a Kennedy que los líderes de la Alemania del Este «harán todo lo posible por lograr que la Unión Soviética pase a la acción en lo tocante a Berlín».
Por el lado positivo, Brentano calculaba que aproximadamente el 90 por ciento de la población de Berlín Este se oponía al régimen de la RDA, que definió como el segundo sistema comunista más duro después del de Checoslovaquia. Su mensaje era que los habitantes de las dos Alemanias preferían la versión occidental de su país y que, por lo tanto, llegado el momento darían su apoyo a la unificación.
Kennedy decidió sondear a Brentano más a fondo. Le preocupaba, dijo, que los soviéticos pudieran firmar unilateralmente un tratado de paz con la Alemania del Este para, acto seguido, suspender la libertad de Berlín Oeste, manteniendo el status quo durante apenas un breve período para apaciguar Occidente.
Brentano se mostró de acuerdo en que era posible que los acontecimientos tomaran ese rumbo y Kennedy le preguntó cómo debían actuar en su opinión los aliados de la OTAN llegado el momento.
Brentano le habló a Kennedy de la «política de fuerza» que aplicaba su canciller y sugirió que los soviéticos sólo iban a «dudar sobre la necesidad de adoptar medidas drásticas en Berlín si saben que los aliados occidentales no las tolerarían». Mientras Kennedy se mostrara firme, dijo, «es posible que los soviéticos nos sigan amenazando, pero no pasarán a la acción en el futuro inmediato». Sin embargo, Brentano advirtió de que los recientes reveses de EEUU en el Congo, Laos y Latinoamérica hacían aumentar las posibilidades de que los soviéticos decidieran poner a prueba a Kennedy en Berlín.
Como para corroborar el argumento de Brentano, Jrushchov incrementó simultáneamente las presiones sobre Adenauer en Bonn.
CANCILLERÍA FEDERAL, BONN
VIERNES, 17 DE FEBRERO DE 1961
Las peticiones urgentes del embajador Andrei Smirnov para reunirse con Adenauer no solían presagiar buenas noticias.
Jrushchov solía recurrir a Smirnov, su enviado en Bonn, para ejecutar sus maniobras de intimidación. Por ello, el canciller de la Alemania Federal se mostró aprensivo desde el momento en que recibió la petición de Smirnov para una reunión inmediata, más aún teniendo en cuenta que ésta coincidía en el tiempo con la visita de su ministro de Asuntos Exteriores a la Casa Blanca.
A menudo, Smirnov era un diplomático encantador y cortés que transmitía los mensajes más feroces con una actitud tranquila, alejado de los focos de la atención pública. En ese sentido, una de las pocas excepciones se había producido el octubre anterior, cuando había estallado ante un comentario del número dos de Adenauer, Ludwig Erhard, ante una delegación de doscientos líderes africanos de veintidós países, muchos de ellos recién independizados. «El colonialismo ha sido superado», había dicho Erhard, «pero peor aún que el colonialismo es el imperialismo de corte comunista totalitario.»
Antes de salir de la sala hecho una furia, Smirnov se había levantado de entre el público y había exclamado: «¡Ustedes hablan mucho de libertad, pero Alemania mató a veinte millones de personas en nuestro país!». Fue una exhibición nada corriente del duradero resentimiento ruso contra los alemanes.
En esta ocasión, Smirnov tenía una misión a la que estaba mucho más acostumbrado: iba a entregarle a Adenauer un memorando de nueve puntos y 2.862 palabras escrito por Jrushchov que era la prueba más clara desde el inicio de la administración Kennedy de que Jrushchov había adoptado de nuevo una actitud de confrontación respecto a la situación de Berlín. Los servicios de espionaje soviéticos habían descubierto las dudas de Adenauer sobre la fiabilidad de Kennedy y a Jrushchov se le ocurrió que a lo mejor Adenauer se mostraría más receptivo a las peticiones soviéticas de lo que se había mostrado cuando sabía que contaba con el apoyo de Truman y Eisenhower.
«Berlín Oeste presenta una situación totalmente anormal y está siendo utilizado para llevar a cabo actividades subversivas y abusivas contra la RDA, la URSS y otros estados socialistas», aseguraba el documento de Jrushchov en un lenguaje claro y nada diplomático. «No podemos permitir que esa situación se prolongue. O seguimos por el camino de un empeoramiento creciente de las relaciones entre ambos países, que conduce al conflicto militar, o firmamos un tratado de paz.»
El memorando, escrito como si se tratara de una carta personal de Jrushchov a Adenauer, definía Berlín como el punto más importante en las relaciones soviético-alemanas. Asimismo, criticaba lo que denominaba un apoyo popular más enfático y enérgico que nunca en la Alemania Federal a la revisión de los acuerdos de posguerra que habían concedido un tercio del territorio del Tercer Reich a la Unión Soviética, Polonia y Checoslovaquia. «Si hoy en día las fronteras de Alemania no coinciden con las que tuvo en su día, la culpa es íntegramente suya», aseguraba la carta, que recordaba a Adenauer que su país había invadido a sus vecinos y había matado «a millones y millones de personas».
Aunque el memorando había sido entregado por el embajador soviético a Adenauer, su mensaje iba también dirigido a Kennedy. El líder soviético declaraba de forma inequívoca que la indecisión de Occidente le había hecho perder toda la paciencia. En primer lugar, se quejaba, EEUU había pedido a los soviéticos paciencia para abordar la cuestión de Berlín hasta después de las elecciones, luego Moscú había tenido que esperar hasta que Kennedy se acomodara en su cargo y ahora resultaba que debían esperar una vez más hasta las elecciones en la Alemania Federal.
«Si cedemos, esa tendencia puede eternizarse», escribió Jrushchov.
La carta cerraba con otro de los cócteles de seducción y amenazas tan propios de Jrushchov, que apelaba a Adenauer para que empleara «toda su influencia personal y su gran experiencia como estadista» para garantizar la paz y la seguridad en Europa. Sin embargo, la carta le recordaba a Adenauer que, si la situación de confrontación se prolongaba, la correlación entre las diversas fuerzas militares iba a obligar a la Unión Soviética y sus aliados a ejercer toda la fuerza necesaria para defenderse.
La carta se burlaba de los llamamientos al desarme por parte de la Alemania Federal en una época en que Adenauer apostaba por la proliferación armamentística y por conseguir armas atómicas al tiempo que intentaba transformar la OTAN en la cuarta potencia nuclear del mundo. También reñía a Adenauer por haber afirmado que la campaña de su partido en las elecciones se centraría en el anticomunismo. «Si ése es el caso», decía la carta, «debe ser consciente de las consecuencias.»
La administración Kennedy no había cumplido aún ni un mes y Jrushchov ya había cambiado su enfoque sobre la cuestión de Berlín. Si Kennedy no estaba dispuesto a negociar un trato aceptable con él, Jrushchov estaba decidido a encontrar otras formas de conseguir lo que quería.