Marlene Schmidt,
la refugiada más hermosa del universo
Para Walter Ulbricht aquélla fue la humillación definitiva.
Mientras el líder comunista maniobraba entre bastidores para cerrar la frontera berlinesa, una de sus refugiadas desfilaba por una pasarela de Miami Beach con su reluciente corona de Miss Universo. Entre los flashes de las cámaras, el problema más insoluble de Ulbricht había adoptado la forma de una muchacha a quien los jueces acababan de declarar «la mujer más hermosa del mundo».
A sus veinticuatro años, Marlene Schmidt era una chica inteligente, radiante, rubia, un poco tímida y francamente escultural. La revista de la Alemania Federal Der Spiegel la describió como alguien con el cerebro de una ingeniera electrotécnica encima del cuerpo de una figura de Botticelli. Sin embargo, su verdadero atractivo (y la razón por la que copó los titulares de la prensa mundial) era la historia de su huida de película a la libertad.
Hacía tan sólo un año, Marlene había huido de Jena, una ciudad industrial de la Alemania del Este asolada por los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, las expropiaciones soviéticas habían terminado de destripar la ciudad y los encargados de la planificación centralizada soviética la estaban reconstruyendo según la monotonía gris de sus anodinos bloques de pisos. Aunque su nuevo hogar, la ciudad de Stuttgart, en la Alemania Federal, se encontraba a tan sólo 350 kilómetros de Jena, parecía que perteneciera a otro mundo.
Los ataques aéreos estadounidenses y británicos también habían destruido gran parte de Stuttgart, ciudad que acumulaba la mayoría de la industria alemana alrededor de los automóviles y los motores de combustión de Gottlieb Daimler. Sin embargo, el milagro económico de la Alemania Federal de posguerra había transformado ya la ciudad que, propulsada por la férrea determinación de la Alemania Federal por convertirse en el tercer exportador a escala mundial, se había transformado en una exuberante urbe verde y montañosa, llena de grúas, coches nuevos y grandes aspiraciones.
Pocas semanas después de llegar a Occidente, Marlene se había presentado al concurso de Miss Alemania tras leer en un anuncio de prensa que el primer premio consistía en un Renault descapotable. Tras imponerse en la lujosa ciudad balneario de Baden-Baden, en la Alemania Federal, Marlene se trasladó a Florida y superó en las votaciones a 48 competidoras de todo el mundo para convertirse en la primera y única Miss Universo alemana.
La revista Time no pudo resistirse a meter el dedo en el ojo de los comunistas por haberla dejado escapar. «Aun teniendo en cuenta la avalancha [de refugiados]», decía el artículo, «resulta difícil comprender cómo a los guardias fronterizos de la Alemania del Este se les pudo pasar por alto la grácil Marlene, con su metro setenta y cinco. […] Es evidente que Occidente no ha tenido ese problema.»
La victoria de Marlene fue retransmitida en Technicolor a todo el mundo con un desfile organizado y producido por Paramount Pictures, con el presentador de televisión Johnny Carson como maestro de ceremonias y la actriz Jayne Meadows como comentarista. Decenas de miles de habitantes de la Alemania del Este vieron también el espectáculo gracias a las miles de antenas chapuceramente instaladas en los tejados de las casas, que permitían a casi todo el país sintonizar la señal de la televisión de la Alemania Federal. No se perdieron ni un solo detalle.
Marlene, que ganaba 53 dólares a la semana como ingeniera electrotécnica en un laboratorio de investigación de Stuttgart, se refirió con excitación a la dotación económica del premio de Miss Universo, que ascendía a 5.000 dólares en efectivo, un abrigo de visón valorado en 5.000 dólares, un contrato de explotación de imagen de 10.000 dólares y un armario ropero completo. Los periódicos informaron de que la fiesta de celebración tras la victoria se había prolongado hasta las cinco de la madrugada. Posteriormente Marlene había tomado un «desayuno al estilo americano» con zumo de naranja, beicon y huevos, tostadas y café. «Estoy un poco cansada, pero muy feliz», declaró Marlene a través de su intérprete, un teniente de la Marina y lingüista alemán que la acompañó a todas las conferencias de prensa, entrevistas y sesiones fotográficas.
La atención mundial obligó al aparato de propaganda de Ulbricht a reaccionar. El líder de la Alemania del Este había diseñado una táctica triple para ralentizar el flujo de refugiados basada en (1) una publicidad más enérgica sobre las virtudes del socialismo y los defectos del capitalismo; (2) más medidas de represión, que incluían castigos para los miembros de las familias de los refugiados, a los que se acusaba de colaboración, y (3) mayores incentivos para los refugiados que regresaban, que iban desde trabajos hasta viviendas.
Sin embargo, nada parecía poder evitar la escalada del número de refugiados dentro de una población entre la que circulaban numerosos rumores de que las oportunidades de escapar podían desvanecerse bien pronto.
En el caso de Marlene, la publicación juvenil oficial del Partido Comunista, Junge Welt (Mundo joven), acusó a los estadounidenses de amañar el concurso de belleza para atraer la atención mundial sobre el problema de los refugiados en la Alemania del Este. La publicación se burlaba de cómo los medios de la Alemania Federal habían creado la falsa imagen de «una Cenicienta soviética» a la que el Dorado Occidente había salvado de morir de hambre por culpa del comunismo. El periodista afirmaba que, mientras los alemanes del Este la valoraban por su educación socialista como ingeniera, «ahora lo único que importa son sus pechos, su culo y sus caderas. Ya nadie se la tomará en serio. Se ha convertido en un maniquí».
Cuando los periodistas estadounidenses le pidieron que comentara esas noticias, Marlene se encogió de hombros con resignación. «Viniendo de ellos, no me esperaba otra cosa. Creo que al gobierno de la Alemania del Este le incomoda que el mundo se fije en la situación dentro de su país.»
Aparte de la corona de Miss Universo, la historia de Marlene era similar a la de tantas otras personas de la época. Pocas semanas después de ayudar a su madre y a su hermana a escapar, Marlene había decidido seguir sus pasos tras enterarse de que las autoridades la estaban investigando por su complicidad en el crimen de Republikflucht, huida de la República. Según el Gesetz zur Änderung des Passgesetzes (Ley de Modificación de las Regulaciones de Pasaportes) de 1957, si la declaraban culpable podía tener que cumplir hasta tres años de cárcel.
Junge Welt escribió que su victoria en Miami sería uno de los efímeros placeres del capitalismo, que terminaría desvaneciéndose y se vería reemplazado por una vida dura en un país hostil. «Sólo reinarás un año y después el mundo se olvidará de ti», decía el artículo.
En este sentido, la propaganda de la Alemania del Este demostró estar parcialmente en lo cierto. En 1962, Schmidt se convirtió en la tercera de las ocho esposas del actor de Hollywood Ty Hardin, estrella de la serie televisiva del Oeste Bronco. Se divorció de él cuatro años más tarde y a continuación trabajó como actriz, guionista y productora en once películas, aunque sus papeles no incluyeron nada memorable más allá de algunos desnudos. «Me di cuenta de que la vida de Hollywood no era para mí», dijo, explicando su decisión de regresar a la Alemania Federal y trabajar en una empresa de motores eléctricos en Saarbrücken.
Sin embargo, en el momento de huir de la Alemania del Este, Marlene había tenido que elegir entre la libertad o la cárcel. Marlene sabía que, de haber terminado en la cárcel, al salir le habrían prohibido trabajar como ingeniera y se habría visto atrapada en un mundo deprimente y con muy pocas opciones. Hollywood le había reportado una serie de decepciones, pero la huida a Occidente había sido su salvación.
Marlene Schmidt luciría la corona de Miss Universo durante menos de un mes antes de que Ulbricht tomara la decisión de cerrar la vía de escape por la que ella y tantos otros habían pasado.