Cuando llegaron al muelle, el doctor los esperaba con un gesto impaciente. Reflejaba en su rostro la sonrisa siniestra que siempre le había generado inquietud a Hensley, porque era la misma expresión que ponían los niños cuando se les regalaba un juguete nuevo. Así suponía el detective que el forense se sentía cuando le correspondía recibir un nuevo cadáver. Sin embargo, Markesan era un profesional en toda regla, y lo más importante era que siempre desempeñaba su trabajo con los mayores niveles de eficiencia. Todos los detectives de Bar Harbor confiaban en que este tendría siempre una respuesta útil que los ayudaría a avanzar al siguiente nivel. Por esa misma razón, la sonrisa que le incomodaba a Hensley también representaba un buen augurio para la investigación.
—Al fin están aquí —exclamo Markesan invitándolos a que lo siguieran—. Me alegra que llegaran antes de llevarlo a la morgue, detectives.
Markesan los condujo hasta el cuerpo depositado en la orilla. El lugar había sido acordonado, por lo que solo estaba ocupado por oficiales y médicos forenses. La brisa cargada de humedad atacaba con fuerza, despeinándolos a medida que avanzaban. Dos de los asistentes del doctor les extendieron a los detectives unas mascarillas y unos guantes para que se los colocaran antes de exponerse al cadáver recostado en la playa. Contrario a lo que acostumbraba cuando visitaba al doctor en la morgue, Hensley no pudo mantenerse a una prudencial distancia y así evitar que se le revolviera el estómago. Cuando menos se dio cuenta de que el cuerpo de Sanders estaba amoratado e hinchado a escasos metros de distancia.
—El agua lo ha dejado irreconocible —señaló Sally observando el cadáver sin apartar la mirada.
—No será un funeral con el ataúd abierto —replicó Markesan haciendo gala del macabro humor que lo caracterizaba—. Como pueden apreciar, el pobre hombre fue arponeado a corta distancia, y su mano ha sido cortada post mortem. Ya nadie podrá alegar que esto ha sido un accidente. Pero lo que es interesante sobre el cadáver, mis estimados, es el óxido metálico que encontré dentro de su cabello. El hombre ha estado nadando cerca de un viejo naufragio. ¿Lo ven?
Sally se inclinó para ver mejor lo que el doctor señalaba con los dedos. David hizo lo mismo cuando logró controlarse ante la náusea que le provocaba la situación.
—A ver si te sigo —contestó Sally dubitativa—. Te refieres a que se rozó contra un viejo barco, pero hay cientos de estos restos en este muelle.
—Nada de eso —negó Markesan sacudiendo la cabeza enérgicamente—. Lo que encontré no es la herrumbre ordinaria de un astillero. Diría que pertenece a un barco muy viejo, en algún lugar a lo largo de la costa o al fondo del mar.
—El cuerpo ha permanecido oculto en ese barco durante días —adivinó Hensley—. Y ha aparecido en las cercanías del muelle a la vista de todos, muy convenientemente. Parece demasiado torpe para tratarse de una casualidad.
—Alguien está asustado y actúa sin meditar sus acciones —opinó Sally—. Alguien quizá asustado tras el conocimiento de nuestra investigación y los interrogatorios específicos que hemos realizado.
—Quizá —respondió Hensley—. También cabe la posibilidad de que alguien ajeno a lo sucedido lo haya encontrado y tuvo miedo de denunciarlo directamente. Si encontramos ese barco, hallaremos otras pistas. Por supuesto, confío en que el doctor Markesan tenga algo más por decirnos. ¿No es así?
—Por lo pronto les puedo confirmar que el cuerpo corresponde a la edad y medidas del inspector Gil Sanders. Sería ideal que algún familiar viniera a hacerle el debido reconocimiento para cumplir con las formalidades en los informes.
—¿Alguna otra observación, doctor? —insistió Hensley—. En usted confiamos para avanzar.
—Necesito llevármelo. Quisiera poder decirles más.
Los detectives aceptaron la respuesta del doctor y se apartaron para dejar que los asistentes del forense envolvieran el cuerpo. Luego lo metieron a una camioneta en la que el doctor Markesan fue el último en subirse. Sally y David lo despidieron para enseguida compartir impresiones con los guardacostas que estaban continuando la búsqueda de evidencias a lo largo del perímetro. Ambos caminaban en dirección al muelle mientras escuchaban a uno de esos oficiales, pero alguien corrió hasta ellos para saludarlos. Se trataba de Jerry Wilson, quien parecía entusiasmado principalmente por la presencia de Sally. Ella, en cambio, se mostró seria y con amable indiferencia, aunque también parecía alegre de encontrarlo.
—Confiaba en que los vería acá. Me ofrecí como voluntario para ayudarlos en este caso en todo lo que fuera posible.
—Muchas gracias, Jerry —respondió Hensley—. Ojalá la cantidad de oficiales presentes se traduzca en un mismo número de resultados.
—Ha sido un proceso lento —dijo Jerry apenado—. Lamento que no hayamos podido ser más eficientes. Ahora nos encargaremos de buscar esa embarcación abandonada. No debería de estar lejos de aquí.
—Esperemos que la hallen antes de que intenten eliminarla —dijo Sally sin hablarle directamente a Jerry—. Entretanto, lo óptimo sería evitarnos las distracciones. Nosotros continuaremos con nuestro trabajo y ustedes con el suyo.
El detective aceptó la sugerencia de su compañera, propiciando una necesaria despedida para que los oficiales siguieran sus pesquisas en el muelle. Los oficiales que caminaban con ellos correspondieron el gesto. Wilson se despidió con torpeza para adentrarse de nuevo a la playa con el resto del equipo de búsqueda. Solo en ese momento Sally le dedicó una breve sonrisa, que fue suficiente para alegrarle el día. Ya a solas con Hensley, mientras se montaban en el SUV, este no evitó hacerle una observación graciosa al respecto.
—El pobre Wilson quedará distraído de todas formas el resto del día.
—Hay personas que se distraen fácilmente —replicó Sally con una expresión neutral—. Por fortuna nosotros no pertenecemos a ese grupo. ¿Cuál es la próxima movida?
—Supongo que informarle a la señora Sanders el destino final de su esposo. Es mejor hacerlo personalmente.
—En este punto no sé si la recibirá como buena o mala esa noticia.