Tras recibir la llamada de Jerry, el detective David Hensley se sintió tentado a desconectar el teléfono por el resto del día. Aunque no entendió con claridad lo que el policía le describió, supuso que era el tipo de situación que requeriría de él. Aún podría salvar su fin de semana si evitaba la entrada de cualquier nueva llamada que lo obligara a lanzarse al ruedo. A pesar de su deseo, no cortó la conexión. Al cabo de unos minutos, representaba un buen augurio que Wilson no hubiera intentado llamarlo por segunda vez. Comenzó a relajarse ante la suposición de que aquello había sido una falsa alarma producto de una reacción exagerada.
—¿Todo bien? —preguntó Louise—. ¿Debes ir a la comisaría?
—Espero que no —dudó Hensley—. Era el bueno para nada de Jerry. Seguro no es nada grave. Mejor decidamos adónde iremos a cenar esta noche.
—Siempre y cuando te lo permitan. Sé muy bien cómo terminan esas llamadas repentinas.
—No seamos pesimistas, querida.
Aunque David intentó desestimar los recelos de su esposa, en el fondo sabía que su presencia no tardaría en ser solicitada si el hallazgo de Jerry era verdaderamente legítimo. En efecto, cinco minutos más tarde lo llamaban de la comisaría para que se presente en una zona concreta de la costa de Bar Harbor, donde fue hallado lo que parecía ser un miembro humano mutilado. El oficial que le transmitió la orden no tenía idea alguna de que Jerry lo había llamado, por lo cual fingió sorpresa ante la solicitud. Oficialmente ya no podría zafarse de la situación. Así que cuando el detective se alistó enseguida con el objetivo de presentarse en la escena del crimen, su esposa no pareció impresionada ni emitió comentario alguno. En su lugar había una media sonrisa marcando su rostro que solo podía leerse como un «lo sabía».
—Lo siento, Louise. Lamento haber arruinado nuestros planes del fin de semana.
—No te preocupes, cariño —respondió Louise comprensiva y resignada—. Ya me lo compensarás.
David le dio un extenso beso antes de salir de la casa. Le habría gustado demorarse unos minutos más, pero su sentido del deber se imponía en cualquier circunstancia. Le tomaría al menos unos quince minutos llegar a la dirección indicada, dependiendo del tráfico a aquellas horas. Por fortuna para el detective, el camino estaba bastante despejado, por lo cual no tardó en llegar al cordón de seguridad que cercaba la zona de la costa desde donde Jerry lo había llamado.
***
Cuando Hensley sale de su auto, mira al joven Jerry con su equipo de surf. Hay una expresión de consternación y cansancio en su rostro mientras habla con un par de oficiales. Al reconocer al detective se excusa con sus interlocutores para acercarse a saludarlo:
—Supuse que te enviarían a ti de todas formas —observó Jerry—. Tantos policías y todavía no deciden qué hacer con la mano cercenada.
—Debiste ser más claro cuando me llamaste —lo reprendió Hensley—. ¿Por qué no me dijiste de qué se trataba todo esto en lugar de dar una descripción estúpida de lo que encontraste?
—No parecías particularmente receptivo —le recordó Jerry inclinando su cabeza apenado—. Luego me arrepentí de haber perturbado tu día libre. Te pido disculpas.
—Pues ya fue arruinado de todas maneras.
Hensley siguió gruñendo, y esto acentuaba la incomodidad de Jerry por sentirse interpelado por él. El policía lo respetaba y admiraba mucho como un ejemplo a seguir dentro de su campo profesional. Por fortuna las quejas del detective fueron aplacadas con la interrupción de Sally, quien acababa de llegar también siguiendo las órdenes de presentarse en la escena del crimen de inmediato.
—¡Tú también estás aquí! —saludó Jerry siendo incapaz de ocultar su entusiasmo—. Veo que han seleccionado a los mejores detectives para ocuparse de esto.
—Gracias por el halago, Jerry —correspondió Sally al mismo tiempo que le dedicaba una sonrisa a David—. Aunque más bien considero que lo hacen por el simple placer de no dejarnos descansar.
—Es el crimen lo que nunca descansa —bromeó Hensley—. Aunque todavía desconocemos si realmente existe un caso en el cual trabajar.
A Hensley le complace contar con la presencia de Sally. No habían vuelto a trabajar juntos en un nuevo caso desde que ella regresara de su retiro. Esa podría ser la oportunidad perfecta de hacerlo. Hasta el momento David había preferido guardar las distancias con ella, precisamente por lo mucho que la apreciaba. Había asumido con tristeza que renunciara a su profesión, algo por lo cual en parte se sentía responsable. Luego le complació enterarse de su cambio de opinión. Supuso que la partida del antiguo director fue un incentivo que le devolvió la fe en la justicia. A pesar de ello, no se había dado una ocasión apropiada para que ambos compartieran una conversación sobre el tema. Si bien Sally no le estaba dando la impresión de evitarlo, tampoco tomaba la iniciativa de llamarlo aparte para mantener una charla amistosa. El detective no quería presionarla siendo él quien la buscara, aunque comenzaba a sospechar que ella puso como condición para regresar que no la pusieran a trabajar con él otra vez.
—Veo que nos llamaron a ambos —observó Sally—. Si llega a haber un caso después de todo, supongo que querrán que lo trabajemos juntos.
—Pues así parece —respondió Hensley vacilante, tratando de descifrar sus sentimientos al respecto—. Será un placer volver a tenerte como mi compañera.
—Pienso igual —declaró Sally sin titubeos—. Supongo que ya era hora.
La respuesta de la detective era justo lo que David necesitaba escuchar para sentir alivio. Esto le confirmó que los temores en torno a su relación profesional eran infundados. Sally parecía en verdad alegre por estar en su elemento, sin mostrarse contrariada ante la perspectiva de trabajar con Hensley. Por supuesto, todavía no estaba confirmado que les asignarían oficialmente continuar con la investigación; dependería de lo que los forenses determinaran con el hallazgo.
—Fue horrible encontrarse eso —refirió Jerry tratando de atraer la atención de Sally—. Ya lo comprobarán ustedes mismos. Menos mal que andaba con el estómago vacío.
—¿Llegaste a tocarlo? —preguntó Sally casi desafiante—. ¿O temías que se te revolvieran las tripas?
Jerry levantó sus cejas sin quitarle los ojos de encima a la detective. La tensión erótica entre ellos era palpable hasta el punto de que Hensley apartó la mirada de la pareja, sintiéndose incómodo.
—No, no lo hice. E incluso si me pagases, no tocaría esa cosa. Es repugnante. Tampoco creo que tú lo harías.
—Si de ello dependiera conseguir una respuesta, seguro que sí —objetó Sally—. Pero prefiero que los forenses hagan su parte.
—Mejor dejémonos de tanta charla y vayamos al lugar de la acción —propuso Hensley, decidido a interrumpir el tira y afloja entre Sally y Jerry—. Si ya arruinaron mi fin de semana, espero que sea por algo que merezca la pena.
La iniciativa de Hensley fue apoyada por Sally, quien lo siguió de inmediato cuando encaminó sus pasos hacia la zona baja de la orilla donde Jerry encontró la trampa de langostas. Justo en ese instante vieron cómo los forenses extraían la mano cercenada, que había permanecido atrapada en el objeto hasta entonces. En su lugar fue depositada en una bolsa de plástico. Una de las forenses era amiga de Sally, así que se acercó a ella apenas la reconoció.
—Al fin un rostro familiar —la saludó Tessa antes de hablarle al resto—. ¿Vieron eso? ¿Quién haría una cosa tan atroz?
—Alguien cansado de comer langostas —bromeó Hensley, aunque su comentario no causó el efecto deseado, ya que todos guardaron silencio—. ¿Algún hallazgo preliminar, doctora?
—Trasladaremos la mano y la trampa a la morgue —refirió Tessa—. Aunque hemos hablado con alguien cuya opinión podría interesarles.
Tessa les contó que los policías interrogaron a algunos de los pescadores que vivían cerca del lugar. Ninguno de ellos había visto la trampa de langostas antes que Jerry. Sin embargo, hubo uno que aseguró saber a quién le pertenecía la trampa. Hensley le dedicó una mirada reprobatoria a Jerry tras escuchar esto. El oficial enseguida leyó la pregunta que entrañaba ese gesto: ¿Qué había hecho en todo ese tiempo siendo él quien encontró la dichosa trampa? De no estar distraído se habrían enterado de esa información mucho antes.
—No estoy en servicio —se excusó Jerry encogiéndose de hombros—. Solo estoy aquí en calidad de testigo. Me he mantenido al margen para no interferir con el trabajo de mis colegas.
Hensley ignoró sus disculpas y en su lugar se concentró en seguir conversando con la forense. Jerry se sintió apenado, tratando de ver si Sally también se había molestado, pero ella mantuvo una expresión neutra, indiferente a las mañas de Hensley, ya que la información que Tessa les estaba proporcionando era mucho más importante que cualquier otra cosa. Según sus indicaciones, buscaron a los agentes que hicieron esos interrogatorios preliminares. Jerry se mantuvo a una prudencial distancia, considerando la posibilidad de marcharse, aunque no estaba seguro de si ya era apropiado hacerlo. Luego cambió de opinión cuando Sally le hizo un gesto con la cabeza, invitándolo a unírseles a la conversación. Uno de los oficiales en cuestión les contó detalladamente la información recolectada hasta el momento:
—El pescador afirmó, convencido, que esa trampa le pertenece a una señora llamada Eliza Martín. La seguridad con que lo dijo parecía no dejar lugar a dudas. Pese a ello, ninguno de los pescadores quiso dar más información al respecto. Dicen que ella vive cerca. Ya estamos tratando de averiguar su domicilio.
El oficial aseguró que les haría llegar la información apenas la tuvieran. Hensley agradeció su receptividad, aunque se mostraba receloso. Cuando se apartaron del grupo, quedando nuevamente solo ellos dos y Jerry, la detective Lonsdale lo interrogó al respecto.
—¿Ocurre algo, David? Conozco esas arrugas en tu frente. Algo te inquieta.
—Pues no quiero comprometerme a trabajar en un caso que oficialmente no nos han asignado. Todo este asunto parece muy improvisado. Ni siquiera sabemos si se trata de un homicidio.
—Llamemos entonces al capitán Scott para recibir una orden directa —propuso Sally—. No quiero sentarme de brazos cruzados a esperar que confirmen lo evidente.
Para David, esa demostración de autoridad por parte de su compañera era completamente nueva. Sin lugar a dudas, las cosas habían cambiado más de lo que creía desde su regreso. Ella marcó enseguida el teléfono de la oficina central para hablar con su superior. Sin andarse con rodeos le expuso la situación, recalcándole que tanto ella como Hensley ya estaban allí en la costa.
—Hagan lo que consideren apropiado, como si se tratara de una investigación oficial —respondió Scott en altavoz—. En caso de que no se trate de un homicidio, tomaremos las medidas convenientes. Por ahora todo parece indicar que es el tipo de tarea que requiere la participación de dos detectives capaces como ustedes dos.
—Ya no tenemos excusas, compañero —dijo Sally cuando terminó la llamada—. Pongámonos manos a la obra.