Para el momento en que David y Sally iban camino al domicilio de Angelo Andretti, recibieron una llamada de Markesan. Este les dijo que habían logrado identificar a la tercera víctima: su nombre era Clayton Cannon y era un pescador que trabajaba justamente para la competencia de Eliza Martín. Al escuchar esta información, Sally hizo las búsquedas pertinentes para determinar quiénes eran los dueños de esta otra empresa a la cual no se preocuparon antes por investigar. Los resultados le causaron una sorpresa inmediata:
—Andretti es uno de los accionistas de esa compañía. Ahora todo comienza a cobrar mayor sentido. Es el hombre que buscamos.
—Eso lo sabremos en cuestión de minutos —auguró Hensley—. Ojalá no sea demasiado tarde.
En el domicilio de Andretti fueron atendidos por una empleada de servicio, quien les anunció que el señor había salido hacía menos de una hora. La mujer al principio se negó a darles mayor información. Por supuesto, ellos no se contentaron con una negativa como respuesta. Al sentirse intimidada por los detectives, y temiendo que hubieran repercusiones en su contra, esta les dio la dirección donde Angelo se encontraba en aquel momento. Se trataba de una parte de la costa en la que el hombre mantenía anclado su bote langostero personal. Ella les explicó que, a diferencia de los pescadores que trabajaban para su empresa, al señor simplemente le gustaba cazar langostas por diversión; una actividad para la cual era un experto.
Sally y David compartieron una mirada que entremezclaba el temor con las certezas. Le hicieron prometer a la mucama que no alertaría a su patrón. Ella prometió que no lo haría porque no deseaba meterse en problemas con la ley. Sin perder más tiempo, los detectives se dirigieron al lugar indicado, no sin antes solicitar en la comisaría que les enviaran refuerzos. Si sus cálculos eran correctos, ellos llegarían primero para aprehender al culpable.
—Debemos tener mucho cuidado mientras no lleguen los refuerzos —reiteró Hensley—. Ya sabemos de lo que este hombre puede llegar a ser capaz.
Por lo tanto, el plan era abordarlo con la intención de hacerle unas preguntas formales sobre Gil Sanders y su relación con él como inspector. Pretendían demostrarle que no lo veían como un sospechoso de su muerte y sí, en cambio, como un entrevistado más en su lista. Para cuando llegaran los refuerzos, entonces lo apresarían. Aunque sonaba una estrategia inteligente de fácil cumplimiento, siempre existía el factor sorpresa. Alguien como Angelo había demostrado ser tan violento como impredecible.
En efecto, la realidad no siguió al pie de la letra el escenario que imaginaron. Para el momento en que llegaron, reconocieron el langostero con las iniciales del sujeto. Sin embargo, Andretti no estaba allí. Los detectives decidieron esperarlo dentro. La sorpresa fue mayúscula cuando Sally encontró debajo de la cama del camarote dos jaulas con las manos de sus víctimas.
—¡Salgamos cuanto antes! —exclamó Sally—. Si Angelo nos ve aquí sabrá enseguida que lo hemos descubierto.
Su advertencia llegó un minuto tarde porque escucharon pasos que se aproximaban. Angelo se introdujo en el bote en ese preciso instante. Cuando se topó con los detectives se puso a la defensiva, sacando una navaja. Era un hombre alto, de cabello largo suelto y cuerpo musculoso.
—No somos ladrones, señor Andretti —advirtió Hensley de inmediato—. Somos detectives. Baje su arma enseguida. Venimos a hacerle unas preguntas relacionadas con un asesinato. Estamos entrevistando a todos los pescadores o dueños de compañías de pesca de langostas.
—Comprendo —dijo Angelo, guardando el cuchillo y relajándose—. Algunos pescadores me comentaron lo sucedido. Lamentable suceso, ¿eh?
Los detectives procedieron a hacerle preguntas de rutina similares a las de sus anteriores interrogatorios con otros pescadores. Angelo respondía con absoluta indiferencia. Incluso se atrevía a bostezar. Hensley contaba mentalmente los minutos, confiando en que no tardarían en llegar los refuerzos. Sally hacía lo posible para mostrarse tan calmada como su compañero, aunque no tuvo éxito. En algún momento de la conversación, como parte de una reacción nerviosa, ella lanzó una mirada hacia el lugar donde estaban ocultas las trampas con las manos, para luego cruzar miradas con Andretti, quien la observaba fijamente. Hensley se dio cuenta de que esa mirada accidental fue suficiente para que el hombre descubriera cuáles eran sus verdaderas intenciones.
Con una rapidez sobrecogedora, Angelo se abalanzó contra Hensley alzando su navaja multiusos. Sally también reaccionó aprisa, sacando su pistola para apuntarle a Andretti. El problema fue que el criminal sujetó al detective por el cuello, amenazándolo directamente a la yugular, usando el cuerpo de este como un escudo que se interponía entre él y el arma de Sally. La detective prometió bajar el arma si Angelo soltaba a Hensley de inmediato. En lugar de obedecer, clavó la navaja ligeramente en la piel de su cuello.
Se escucharon disparos. Los refuerzos neutralizaron al victimario con un disparo en sus piernas. Enseguida lo arrinconaron contra el suelo para esposarlo. Sally corrió en auxilio de su compañero, quien también yacía en el piso. Un hilo de sangre, nada grave, manaba de su cuello. Hensley se limitó a sacar un pañuelo del bolsillo y colocarlo sobre la herida superficial.
—Ya no podré decir que resolvimos el caso sin recibir un rasguño.
***
Angelo Andretti fue imputado por los cargos de homicidio y se le adjudicó la autoría de los tres asesinatos. El hombre no tuvo problemas en confesar con indiferencia que lo hizo cuando se enteró de que la policía ya había encontrado su tesoro. Todas las sospechas de los detectives resultaron ser ciertas, aunque Andretti no dio demasiados detalles al respecto. No tenía remordimientos. Le resultaba irritante, de hecho, que le hicieran las mismas preguntas repetidas veces. Simplemente dijo que los Sanders reclamaban un botín que no les pertenecía. También confirmó que mató al otro pescador porque pensó que sería una buena idea implicar a Diane en los asesinatos. Lo que más le inquietó a Sally del testimonio del hombre fue que este aseguró haber conseguido el barco abandonado gracias a un sueño.
Luego descubrieron que Andretti incluso había ganado medallas en competencias de buceo cuando era un adolescente. Al final, nunca reveló dónde estaban escondidas las monedas que había encontrado en Las Dos Flores. Tal vez algún día saldrían a la superficie en la trampa para langostas de alguien, ¿quién sabe?
Por su parte, una semana más tarde, Hensley no olvidó que existía una apuesta pendiente entre él y su compañera. Así se lo hizo notar a las puertas de la comisaría luego de que Scott les hablara del fallo del juez en relación al caso de Andretti:
—Supongo que cumplirás tu promesa, Sally Lonsdale.
—Ni siquiera me acordaba de eso —aseguró Sally fingiendo sorpresa—. Espero que Jerry sea menos tacaño que tú, siendo evidente que preferirías conseguir un tesoro pirata antes que pagarle una cena a tu compañera.
—En realidad saliste ganando. Jerry es más divertido que yo. Y probablemente más apuesto.
—No voy a contradecirte. Siempre has sido muy bueno a la hora de juzgar las virtudes y los defectos de otros. El único problema que le veo a esa apuesta es que no estamos tomando en cuenta a Jerry en absoluto. Ni siquiera sabemos si él querría invitarme a cenar.
—Sal de dudas y pregúntaselo tú misma.
Hensley la hizo notar que Jerry venía al encuentro de ellos. Sally se sintió ruborizada, especialmente cuando vio que el detective se apartó para dejarlos a solas. El policía se confundió ante lo ocurrido.
—¿Hice algo malo? ¿Hensley está molesto conmigo?
—Nada de eso —explicó Sally—. David te aprecia mucho. Y yo también.
—Y yo a ustedes. ¿Por qué me miras así?
Sally le estaba lanzando una mirada peculiar, con una combinación única de picardía y timidez.
—¿Me dejarías invitarte a cenar?
Jerry se quedó en silencio por un momento. Él también se ruborizó.
—Nunca una mujer se ha ofrecido a invitarme algo.
—No seas anticuado —acusó Sally—. Nunca un hombre se había lanzado al agua para buscar un tesoro de cien años que me ayudaría a resolver un caso. Supongo que estamos a mano.
—Eso es algo que haría alguien anticuado —resaltó Jerry—. Pero también puedo ser moderno, así que sí, acepto tu invitación.