Capítulo 6

El lunes por la mañana, Sally y David comienzan a entrevistar a los pescadores de varias granjas de mejillones y dueños de captura de langosta para medir el nivel de animosidad que puede haber existido entre el señor Sanders y su «bandada». El rango de sospechosos era considerablemente alto si se incluía a todos los pescadores que lidiaban con las inspecciones de Sanders. En un trabajo como el suyo, probablemente existieron desencuentros con quienes supervisaba a razón de un mal informe o una acusación injusta que trajo consecuencias negativas sobre alguno de estos trabajadores. Los detectives pretendían conseguir algún mínimo dato que confirmara estas posibilidades o una certeza que las negara por completo.

El primero de los entrevistados era Carl Willis, un viejo conocido de la zona que había pasado toda su vida en el trabajo especializado para la captura de langostas. De aspecto adusto y modales exageradamente corteses, al entrevistado no le gustaba la idea de ser interrogado. Sin embargo, se mostró preocupado cuando le dijeron que Sanders se encontraba desaparecido. Era uno de los pescadores independientes que vendía lo que pescaba personalmente, sin responder a las órdenes de ningún propietario de las granjas de langostas. La razón de su preocupación no se debía a que le afectara de forma particular si algo le ocurría al inspector ambiental, sino al hecho de que podría traer consecuencias negativas para quienes se dedicaban al oficio de la pesca de langostas.

—El señor Sanders no es un hombre fácil —reveló Carl—. Personalmente no tuve ningún problema con él. He estado en este oficio desde antes de que pensara en convertirse en un inspector ambiental.

—Otros sí tuvieron problemas con él, ¿no es así? —apuntó Hensley sin rodeos—. ¿Diría usted que su presencia entre los pescadores y comerciantes no era bienvenida?

—Es una pregunta tramposa —observó Carl—. No creo que haya una inquina particular en contra del señor Sanders, si eso es a lo que apunta. Cualquier recelo existente sería con lo que representa. Muchos se ponen a la defensiva cuando son cuestionados por un inspector ambiental por miedo a perder sus trabajos. No es mi caso, por supuesto, pero comprendo a mis compañeros. ¿No le parece una reacción natural?

—Su respuesta también está llena de trampas —se burló Hensley manteniendo una expresión intimidante—. Si no hay motivos en contra de la persona, pero sí en contra de lo que su trabajo representa, eso no excluye la posibilidad de un crimen. ¿Hay alguien en concreto que se sienta amenazado por el trabajo de ese o cualquier otro inspector?

—Si lo hay, no es de mi conocimiento. Como ya le dije, no soy yo el que ha tenido problemas con Sanders, ni con ningún otro inspector.

—¿Podría señalar directamente a alguien que sí los haya tenido? —intervino Sally previniendo que su compañero le diera una respuesta ruda al entrevistado—. Tenga en cuenta que cualquier declaración que haga frente a dos agentes de la ley es un asunto serio. Las conjeturas o los señalamientos indeterminados solo lo harán lucir sospechoso.

Las palabras de Sally consiguieron un efecto mejor que la confrontación de Hensley, porque el pescador lucía ahora asustado ante la perspectiva de meterse en problemas. Gracias a ello no dudó en cambiar la forma en que estaba comunicándose.

—Puedo nombrarles a algunas personas que discutieron con el inspector —afirmó Carl—. También doy fe de que no fueron discusiones graves, al menos contando con lo poco que vi al respecto.

Cumpliendo su promesa, Carl les proporcionó los nombres de varios pescadores. Enseguida trató de hacer una observación casual, que sin lugar a dudas era convenientemente intencional.

—Esos pescadores trabajaban para Eliza Martín. No sé si la conocen. Ella y sus hijos dirigen una de las granjas más grandes de la región.

—Estamos familiarizados con su nombre —respondió Hensley con calculada apatía—. Gracias por su colaboración. Si tiene alguna información extra, no dude en contactarnos.

David le extendió una tarjeta al pescador, quien dudó en agarrarla durante unos segundos de confusión. Cuando los detectives le dieron la espalda para seguir con su camino, este corrió hasta ellos para hacerles una pregunta.

—¿Algo malo le ocurrió al señor Sanders? ¿En serio creen que podría estar muerto?

—Veo que su curiosidad ha despertado tardíamente —se mofó Hensley—. Como comprenderá, no estamos autorizados para revelarle ningún detalle sobre el caso que estamos trabajando. Aunque igual le daré un consejo: preste atención a lo que el agua pueda traer de vuelta cuando se disponga a pescar.

Las enigmáticas palabras de David perturbaron al pescador, quien se alejó inmediatamente de ellos como si trajeran una enfermedad contagiosa. David le guiñó un ojo a su compañera, recordándole que muchos pescadores de la región eran bastante supersticiosos.

—No debiste asustarlo de esa forma —lo reprendió Sally cariñosamente—. Creo que causaríamos un mejor efecto si no intimidamos a nuestros testigos.

—Tu generación es más suave que la mía. Deberían aprender de las mañas de los viejos lobos. La amabilidad no siempre es la llave que abre todas las puertas. Nunca subestimes las verdades que salen a la luz cuando alguien tiene miedo.

—No estoy contradiciendo tus métodos —aclaró Sally—. Solo creo que deberías reservar esa rudeza para atrapar peces más gordos. Dudo que alguno de estos pescadores haya sido el responsable de lo que le sucedió a Sanders.

—Entonces crees que las sospechas sobre Eliza Martín son mayores —adivinó Hensley—. ¿Propones que vayamos a interrogarla directamente por segunda vez y nos saltemos los interrogatorios a pescadores?

—Si hacemos eso, entonces tendremos que ser mucho más persuasivos. Ahí sí nos vendrían bien tus tácticas de intimidación. De cualquier manera, intuyo que recibiremos respuestas similares a las del señor Willis con el resto de los pescadores.

—Opino igual —meditó Hensley—. Aun así, deberíamos culminar la ronda en esta parte de la playa. A mayor número de interrogados, mejora la validez de nuestros informes.

Sally se encogió de hombros con un gesto de fastidio. La cercanía con la playa la inquietaba sobremanera. Hensley no comprendía por qué, aunque consideró prudente no indagar al respecto. Algunas personas se mostraban temerosas ante la presencia del mar por el simple hecho de saberse indefensas frente a un poder incontrolable. El detective le prometió a su compañera seguir el consejo de abordar nuevamente a Martín, y, de ser posible, a otros miembros de su familia, para indagar más a fondo en su relación con Gil. Antes de ello cumplirían con el deber de entrevistar a unos cuantos pescadores más para comprobar patrones de respuestas, sin perder la esperanza de que alguno soltara un dato relevante.

Una hora más tarde seguían cortos de pistas e información esclarecedora, tal y como sospechaban. Tampoco escucharon nuevos señalamientos de un posible conflicto entre los pescadores de la señora Martín y el trabajo de inspección a cargo de Gil. Lo que sí notaron, en cambio, fue que nadie demostraba simpatía hacia el inspector ambiental, ya que no se mostraban interesados en saber si algo malo le ocurrió. El cuento de la mano hallada en una trampa para langostas de seguro se difundió rápidamente entre ellos, aun cuando la identidad de su propietario no fuera identificada de manera oficial. A pesar de esto, nadie pareció interesado en asociar el interrogatorio con aquel suceso.

—O son muy discretos, o realmente les importa poco lo que le ocurra a alguien como Sanders.

Hensley le hizo este comentario a Sally cuando estuvieron de nuevo a solas para compartir impresiones, mientras abordaban el SUV. Una vez más regresarían a la casa de Eliza conforme a lo propuesto.

—Podríamos inferir que nuestro sospechoso no era alguien muy querido —aseveró Sally—. Esto no necesariamente implica que fuera odiado hasta el extremo de hacerle algo así de horrible.

—Quien lo haya hecho ya traspasó ese límite —le recordó David—. Pero coincido en que podemos confiar en la inocencia de los pescadores independientes hasta que alguna prueba nos indique lo contrario. No diré lo mismo de aquellos que trabajan a las órdenes de Martín u otros granjeros.

—A ella no le agradará volver a recibirnos —auguró Sally—. Si tenemos suerte, conoceremos su lado menos amable.

El detective sonrió complacido al comprobar que no se mostraba condescendiente a la hora de juzgarla. En el oficio que desempeñaban les convenía no ablandarse ante nadie bajo ningún tipo de consideraciones. La desconfianza era el credo sobre el cual se asentaba el éxito de cada nuevo caso. Hasta la persona con el aspecto más indefenso y sin intenciones de hacerle daño a alguien no dejaba de ser un potencial sospechoso mientras no existieran pruebas que indicaran lo contrario. Si bien Sally le había demostrado con creces su capacidad y excelente entrenamiento, Hensley no dejaba de considerar que la detective todavía mantenía una dosis de fe en la humanidad que le hacía dudar del potencial monstruoso oculto en cualquier persona. Necesitaba mayor experiencia para alcanzar ese grado de comprensión sobre la naturaleza humana y usarlo como un arma para conseguir resultados. De todas formas agradecía que ella le hiciera contrapeso a su pesimismo y, al mismo tiempo, que no estuviera negada a contagiarse un poco de su natural cinismo, para estar en igualdad de condiciones. Poco a poco aceptaba sin recelos la idea de que juntos conformaban un equipo perfecto.