Las supuestas horas de descanso estuvieron definidas por un sueño intermitente. Sally se revolvía en la cama de un lado a otro. Cuando se despertaba del todo extendía la mano para chequear la hora en su teléfono móvil. El tiempo corría más lento que nunca: ¿cuándo llegaría el momento pautado para despertar? A la detective no le quedaba más remedio que continuar acostada, con los ojos deliberadamente cerrados, confiando en que acabaría durmiéndose de un momento a otro.
A un par de horas para que sonara la alarma de su despertador se sintió inmersa en un letargo profundo. Su cuerpo parecía estar flotando. Le daba miedo abrir los ojos, como si de ello dependiera no hundirse hasta el fondo. Poco a poco fue experimentando una nueva pesadilla, como si se tratara de una realidad comprobada.
En este nuevo sueño el agua la aprisionaba, parecía tener consciencia propia. Sin embargo, no la sujetaba de un modo agresivo. Solo lo suficiente como para controlar sus movimientos a voluntad, como si fuera un objeto inanimado. Cada vez que Sally intentaba nadar sentía que se hundía momentáneamente, y no volvía a ascender a la superficie hasta que dejaba de resistirse. Debido a ello optó por ser arrastrada por la corriente. Le pareció extraño no sentirse empapada. En lugar de estar rodeada de agua, más bien estaba contenida por el aire. Se atrevió a abrir los ojos y le sorprendió descubrir que el verdadero mar se alzaba sobre su cabeza. Un pensamiento la espantó: si tenía al mar suspendido encima de ella, entonces, ¿en dónde nadaba? Tardó en darse cuenta de que el mundo estaba de cabeza y ella nadaba en medio del cielo. Fue tal el miedo que sintió que la tierra volvió a su lugar y la fuerza de gravedad actuó de inmediato. Como consecuencia, ella cayó de lleno en el mar.
La sensación de ahogo fue aterradora. Por mucho que tratara de bracear para ascender hacia la superficie, una fuerza invisible quebrantaba sus esfuerzos. Ante la desesperación de ahogarse, no se dio cuenta de que estaba respirando bajo el agua sin problemas. Cuando así lo hizo, se atrevió a nadar siguiendo esta vez la dirección que antes evitaba: abajo y hasta el fondo. A lo lejos divisó la silueta de lo que parecía ser una embarcación. Recordó a su compañero detective como si se tratara de una figura distante a quien hace tiempo no veía. Deseó que estuviera allí acompañándola. No quería seguir avanzando si estaba sola, así que le dio la espalda a la embarcación para realizar un último intento de alcanzar la superficie. El proceso fue interrumpido cuando un objeto metálico la atravesó. La arponearon tal y como hicieron con el señor Sanders. Su cuerpo se desangraba, sin que nadie estuviera allí para socorrerla.
Fue justo entonces cuando despertó bañada en sudor y con el sonido de la alarma aturdiéndola. Sally la apagó enseguida, consciente de que al fin era el momento de alistarse, antes de que Hensley la fuera a buscar dentro de una hora. La pesadilla fue difuminándose con cada segundo que pasaba, aunque conservaba la sensación de que soñó algo significativo. Por lo menos agradeció que su madre no se hubiese despertado a causa de ello. No quería molestarla, ni mucho menos darle razones para que se preocupara.
Hensley llegó cinco minutos antes de la hora acordada. Por fortuna, Sally ya estaba lista. Se subió al SUV todavía con la sensación inexplicable de ansiedad que le dejó el sueño que no recordaba. Durante varios minutos ella no dijo nada al respecto, pero guardó un absoluto silencio que para su compañero no pasó desapercibido.
—¿Todo bien? —preguntó Hensley—. Te veo abrumada.
—No consigo explicármelo. Me siento así desde que desperté. Debe ser la incertidumbre por lo que nos depara el querer explorar esas aguas llenas de misterios.
—No te dejes contaminar por las supersticiones. Todo saldrá bien. Lo peor que podría ocurrir es que no consigamos nada.
—Eso ya es suficiente motivo para sentirnos desesperados —subrayó Sally—. Ya hay demasiados factores en nuestra contra.
—Al menos las cosas están marchando según lo planeado. Antes de venir para acá me aseguré de que enviaran el sonar directamente desde el aeropuerto hasta la costa. Es probable que llegue primero que nosotros.
El resto del recorrido fue muy poco lo que se dijo. Ambos detectives comprendían que seguir hablando sobre lo mismo no transformaría las conjeturas en hechos demostrables. En ese caso, la reflexión silenciosa les hacía bien. Compartir esa quietud sin sentirse incómodos el uno con el otro se convertía en otra prueba agradable del excelente equipo que ambos conformaban.