La fachada de la casa de los Sanders los dejó impresionados. No tenía nada que envidiarle al hogar de Eliza Martín, cuya comparación era inevitable en vista de que habían visitado dos lugares relacionados con el caso en un mismo día. Tan pronto como se bajan del SUV, el detective Hensley no se reserva sus comentarios:
—No me digan que un inspector ambiental gana el dinero que se necesita para comprar una casa como esta. Definitivamente elegimos la profesión equivocada.
—Tal vez es la señora Sanders la que tiene el dinero para costear una vida así —sugirió Sally de manera tentativa—. ¿O acaso no crees que una mujer pueda llegar a ser exitosa?
El detective la miró de soslayo. Sally le sonríe y él asiente levemente, concediéndole validez a su comentario. Aunque igual siguió mostrándose dubitativo al respecto.
—Una buena razón si es verdad —señaló Hensley—. Eso significaría que a su esposo lo han secuestrado. De alguna manera lo dudo. Ya habrían solicitado un rescate para su liberación. Pero sobran las conjeturas. Vayamos a hablar con la señora Sanders.
Los detectives fueron atendidos por una empleada doméstica que los condujo a una hermosa terraza con dirección a la playa. La vista desde aquel punto era arrebatadora. A su alrededor había macetas con flores de distintas clases y un par de pájaros enjaulados. Mientras esperaban que la señora Sanders viniera a recibirlos, Sally se distrajo hablándole a los pajaritos, a la vez que apreciaba el vistoso plumaje que presentaban. Cuando la señora Diane Sanders entró al fin, le agradó descubrir que la detective estuviera interesada en sus mascotas.
—Allí abajo hay una bolsa de alpiste —indicó Diane—. Los puedes alimentar tú misma si quieres. ¿No son adorables?
Hensley no se mostraba particularmente interesado por los animales, pero sí le gustó detenerse en el balcón para ver el borde de la costa que se dibujaba a lo lejos. Cuando Diane los interrumpió se volteó enseguida para ir hasta ella y estrecharle la mano. Lo mismo hizo Sally, quien ignoró la sugerencia del alpiste. En su lugar se reservó los comentarios sobre lo que verdaderamente pensaba en relación a los animales en cautiverio.
—¿Heredó la casa? —no pudo evitar preguntar Hensley tras las presentaciones de rigor—. Es muy hermosa.
—No, detective —respondió Diane con una risa tímida—. Gil ahorró dinero y todavía nos queda una parte de la hipoteca. Pero estoy segura de que no ha venido hasta aquí para preguntar sobre el costo de nuestra casa. Supongo que han venido en respuesta a mi denuncia. ¿Hay alguna pista sobre el paradero de mi esposo?
Los detectives se quedaron en silencio, sin saber cómo comenzar. Tras una larga pausa, meditando internamente su elección de palabras, David se condujo sin rodeos, explicándole la razón de su visita.
—De hecho, podemos tener buenas y malas noticias para usted —dice—. Encontramos una mano que posiblemente pertenezca a su esposo.
Al mencionar la mano mutilada, la mujer se puso la mano en el pecho notoriamente impresionada.
—¿Es la mano de Gil? —preguntó Diane alarmada—. ¿Quién le ha hecho eso a mi esposo? ¿Qué hay de su cuerpo?
—Escuche bien, señora Sanders —pidió Hensley con un tono amable—. Todavía desconocemos de quién es la mano amputada. Estamos aquí porque nos llamó la atención su denuncia de desaparición. En efecto, su esposo encaja con las características. Pero no es fiable afirmarlo por completo.
La explicación del detective no ayudó a que la mujer se calmara, sino todo lo contrario, insistiendo con las mismas preguntas. Sally intervino para mediar la situación, repitiéndole con mayor claridad que solo era una suposición probable. Esto no significaba que la mano perteneciera a su esposo, y en el caso de que lo fuera, tampoco implicaba que su marido estuviera muerto. Hensley observó con sospecha su reacción, ya que le pareció exagerada. Si había algo en lo que destacaba, gracias a los años de ejercicio de detective, era en los juicios de carácter. Aunque la mujer respondiera alarmada, no se mostraba realmente triste. Por supuesto, esto era una percepción. También era consciente de que algunas personas eran más superficiales que otras y preferían no darle rienda suelta a su dolor si esto significaba un perjuicio para su vanidad.
—Lamento mucho esta situación —continuó Hensley—. Comprendo que estas noticias son difíciles de digerir. Aun así, me llama la atención que no pareciera muy preocupada cuando nos recibió. Si ha hecho una denuncia de desaparición, supongo que está preparada para que cualquier cosa pueda pasar. Encontramos una mano y eso es todo. Todavía no hay significados para ese hallazgo, ni tampoco un dueño que la reclame.
A Sally le costó entender por qué Hensley la trataba con tanta dureza. Supuso que era una forma de probarla para comprobar si estaba mintiendo o si realmente le afectaba la noticia. Aunque ella no compartía esa clase de métodos, asumió la tarea de poner un contrapeso sin contradecir las acciones de su compañero.
—Estamos manejando varias teorías —explicó Sally—. En el caso de que se trate de su esposo, puede que lo hayan secuestrado para pedir luego rescate y la mano solo sea para señalar que sus secuestradores quieren decir algo. Por eso estamos aquí. Quizá usted pueda reconocer en esa acción un mensaje concreto asociado al trabajo de su esposo o algo incluso mucho más personal.
—Es cierto, detective —le dijo Diane a Hensley de modo un poco desafiante—. No me vio preocupada al principio porque no lo estaba. Hice la denuncia por pura formalidad, aunque no pensaba que realmente estuviera desaparecido y solo creí que se escondía de mí. Gil y yo hemos estado separados por unas semanas. Y cuando se perdió una de las sesiones con nuestro terapeuta, pensé que sería mejor presentar un informe de personas desaparecidas luego de intentar contactarlo por todas partes. En su trabajo no sabían nada de él desde hace días. Pensé que era una tontería y, en parte, una forma de venganza para ponerlo en ridículo. Pero sentí que algo no andaba bien, y era lo correcto.
—A ciencia cierta, no sabe entonces el momento exacto de su desaparición —expresó Sally tomando nota—. ¿Cuándo fue la última vez que lo vio?
—Durante la última terapia —respondió Diane sin asomo de duda—. Acordamos no tener contacto entre una terapia y la siguiente hasta que llegáramos a una decisión. Así que solo supe sobre su desaparición cuando no se presentó.
—Eso nos da un margen máximo de siete días como momento exacto de su desaparición —resaltó Hensley—. ¿Tiene idea de alguien que lo haya visto después de usted?
—Supongo que muchas personas, bien sea en su trabajo o en la pensión donde se estaba quedando —contestó Diane a la defensiva—. No creo que haya desaparecido inmediatamente después de nuestra terapia.
—No, pero imaginamos que usted hizo las preguntas necesarias a quienes pudieran tener contacto con él —insistió Hensley—. Nos ahorraría tiempo de trabajo para conseguir antes a su esposo si logró averiguar algo entre la gente que lo conoce.
—No hice esa clase de interrogatorios. Para eso hice la denuncia. Ese no es mi trabajo.
—De acuerdo —aceptó Hensley con un suspiro cargado de molestia y resignación—. Al menos podría decirnos lo que hablaron la última vez que se vieron. ¿Lo notó ansioso o preocupado por algo en específico? ¿Algo que no haya dicho, pero que usted pudo intuir?
En ese momento Sally se puso de pie para asomarse por el balcón de la terraza. Hensley fingió indiferencia ante el gesto, aunque enseguida le causó la impresión de que quizá ella podría estar molesta. Por su parte, Diane siguió manifestando un comportamiento altanero.
—Tenemos prohibido hablar sobre nuestras terapias con otras personas —replicó Diane de manera tajante—. Por supuesto, si el contenido de esas conversaciones revelara algo útil para dar con su paradero, no dudaría en comentarlo. Fue una terapia como cualquier otra de las que hemos hecho. Lo que sucede en ellas es responsabilidad de nosotros dos y nadie más. Confíe en mi palabra al respecto.
—Me cuesta confiar en los testigos que se niegan a compartir información —repuso Hensley—. De nosotros dependería decidir si la información es útil o no. Pero no es nuestra intención incomodarla. Si en el futuro inmediato tiene alguna declaración nueva que nos ayude a esclarecer la desaparición de su marido, no dude en comunicarse con nosotros. Nuestro trabajo aquí ha terminado, por lo pronto.
Esto último se lo dijo a Sally, y ella aceptó las palabras de David. Era evidente que no obtendrían nada más de la señora Sanders. Desconocían las razones por las cuales se comportaba de esa forma tan pedante y poco favorecedora para su imagen. De todos modos, eso no representaba una prueba real que la incriminara en ningún delito. Ellos eran plenamente conscientes de que las personas presentan reacciones de diversa índole cuando se enfrentan a interrogatorios o entrevistas con agentes de la ley. La imprudencia de algunos los hace parecer sospechosos, aunque no lo sean realmente, porque son incapaces de contener el natural nerviosismo que siente alguien cuando es interpelado. Aun así, a diferencia de Sally, su compañero era menos propenso a darle el beneficio de la duda.
—Todavía no creo que haya comprado esa casa con sus ahorros —manifestó Hensley mientras regresaba al automóvil con Sally—. Me di cuenta de que te mantuviste mayormente en silencio durante la entrevista con la señora Sanders. ¿Te molestó el modo en que la traté?
—Fuiste bastante rudo con ella desde el principio —reconoció Sally—. No me pareció una manera eficaz de conducirse. Independientemente de lo antipática que ella sea, creo que tu actitud la hizo sentirse intimidada. No es por justificarla, pero naturalmente estaba reaccionando al hecho de que la estabas tratando como si fuera culpable de algo y no como una simple testigo.
—Puede que se me haya pasado un poco la mano —admitió Hensley—, pero igual te sentí distante en la entrevista. Y luego te levantaste para alejarte un poco. Sentí que me estabas mandando un mensaje. Por eso decidí concluir el interrogatorio.
Sally no respondió a la observación de su compañero. Al menos no de inmediato, aunque no como para que David se sintiera exasperado.
—Entonces, ¿cuál es el problema? —preguntó Hensley—. ¿Te comió la lengua el gato? Si estás molesta conmigo, me gustaría que lo discutiéramos ahora mismo.
—No es eso —desestimó Sally enseguida ante cualquier posibilidad de estar molesta con él—. Cuando me levanté para asomarme por el balcón de la terraza fue porque de pronto se me ocurrió una idea. Justo en ese momento me di cuenta de que desde allí se puede visualizar South Beach.
—¿A qué te refieres? —preguntó Hensley inmediatamente, intrigado—. No veo por qué eso puede ser importante.
—Estoy casi segura de que desde ese lugar se podría divisar la escena del crimen con un par de binoculares. Por un momento se me ocurrió que ella pudo haber visto a Jerry cuando recogió la trampa. Lo sé, es una observación sin fundamento. Más bien se trató de una corazonada.
—Interesante observación. Puede que no nos demuestre nada comprobable, pero si algo he aprendido en este oficio es que las corazonadas pueden llegar a ser tan importantes como las deducciones lógicas. Con el tiempo desarrollas eso que llaman intuición como si fuera un músculo que se flexiona en momentos inesperados pero esenciales.
Tras esa reflexión poética por parte de Hensley, la cual hizo que Sally sonriera admirada, ambos guardaron silencio por un largo rato. Cada uno hundido en sus propios pensamientos, recordando esos instantes en que la intuición los sacó de apuros en algún caso o los ayudó a llegar más lejos que el resto.
—¿De verdad crees que la mujer quiere eliminar a su marido antes de divorciarse? —preguntó Sally rompiendo el agradable silencio—. Noté cierto resentimiento contra él de su parte, aunque también me pareció que todavía está enamorada de su esposo y por eso sus emociones fueron tan contradictorias en ese momento.
A Sally no le gustó la señora Sanders. Pero ¿tendría ella los medios para hacer cortar a su marido en pequeños pedazos? ¿Qué tendría que ganar al hacer eso? ¿Cuál es el motivo detrás de este crimen? Estas preguntas aparecían en su mente mientras trataba de conciliar distintas alternativas contradictorias entre sí, incluyendo la rara corazonada que le confesó a David.
—Debemos hacer el ejercicio de costumbre —le recordó David—. Antes de señalar a un sospechoso es fundamental cerciorarnos de sus motivos.
—Comprendo. La pregunta sería: ¿qué ganaría la señora Sanders con ese crimen? Y si los costos de ese crimen son superiores a las posibles ganancias, entonces no valdría la pena el riesgo. No como un crimen premeditado.
—Exactamente —reafirmó Hensley—. ¿Qué motivos tendría ella además de una inquina personal? Parece muy premeditado para tratarse de un mero crimen pasional.
—Es así —aceptó Sally—. Digámoslo de esta manera: necesitas tener un motivo bastante fuerte para hacerle eso a tu marido. Una oportunidad de ganar algo y salirte con la tuya.
—Aún nos queda mucho trabajo por delante —auguró Hensley—. Estoy seguro de que cuando encontremos su cuerpo obtendremos una respuesta.
—Ya sé lo que significa eso —respondió la detective, resignada—. Depender de otros y esperar. Lo que hagamos mientras tanto no servirá de mucho hasta que no haya un cuerpo. Avanzaremos a paso de tortuga.
—O de langosta —bromeó Hensley—. Solo esperemos no caer en ninguna trampa.
—Será difícil. Sospecho que nos tocará pasear por la playa en más de una ocasión.
Ambos detectives rieron de los chistes mientras avanzaban en la carretera. Habían resuelto regresar a sus hogares para organizar la información de la cual disponían hasta el momento. Al día siguiente desarrollarían una nueva estrategia para continuar con la investigación en caso de que todavía no recibieran noticias sobre el cuerpo desaparecido; lo cual era muy probable.