Capítulo 17

—¡Apártense! —gritó Sally—. Déjenlo respirar.

Para alivio de los tripulantes, Jerry arrojó el agua acumulada en su cuerpo tras varios intentos de respiración artificial efectuados por el paramédico que estaba a bordo. Al policía le tomó unos segundos volver en sí. El primer rostro que reconoció fue el de Sally, quien estaba arrodillada frente a él.

—¡El tesoro está allí abajo! —exclamó Jerry—. Ustedes tenían razón. Yo lo toqué con mis propias manos. Debo volver para buscarlo.

—Cálmate, Wilson —lo reprendió la voz de Hensley, a distancia, sin que Jerry alcanzara a divisarlo en su campo de visión—. Todo está bajo control. Menudo susto nos has dado. Pero hiciste un excelente trabajo.

—Pudo haber muerto —resaltó Edgar—. Y habría sido su culpa. Ahora no sabemos qué ocurrirá con los otros dos que han vuelto a ese cementerio marino.

—No discutan, por favor —intercedió Jerry—. Estoy bien. Fue un accidente.

El oficial quiso que lo actualicen con lo sucedido durante el tiempo que estuvo inconsciente. Sally le explicó que sus compañeros lo trajeron hasta la superficie y descendieron nuevamente para ir por la bolsa que él había encontrado.

—Ellos también la notaron cuando te recogieron —explicó Sally—. Estabas inconsciente, no muy lejos de la bolsa del tesoro. Por supuesto que la prioridad en aquel momento era ponerte a salvo. Ahora los estamos esperando.

—Fui excesivamente torpe —se disculpó Jerry—. Quería ser yo quien trajera las joyas.

—Tú las encontraste —terció Sally—. Gracias a ti resolveremos el caso. Lo importante es que este accidente no pasó de ser un susto. Cuando te trajeron pensé lo peor. No me habría perdonado si algo te hubiera sucedido a ti o a alguno de los otros chicos.

La detective decidió revelarle la razón por la cual estaba preocupada e inquieta desde que comenzó el día. Le contó sobre el sueño que tuvo y cómo eso la sugestionó ante la idea de que algo malo podría ocurrir. Cuando creyó que Jerry se estaba ahogando, pensó enseguida que esa era la desgracia que su mal presentimiento anticipaba.

—Ahora comprendo mejor la actitud que tenías. Pero ya no pensemos más en eso. Ambos estamos bien.

Esa conversación fue interrumpida por la llegada de los dos buzos trayendo la bolsa llena de oro y pedrerías. Al momento de subirse al bote y abrirla a la vista de cualquiera, nadie pudo hablar. Incluso Hensley quedó boquiabierto, estimando que el contenido de esa bolsa valía millones de dólares.

—Lamento haber dudado de ustedes, detectives —admitió Edgar—. Supongo que esto bastará como prueba para su investigación.

—La evidencia más importante —confirmó Hensley—. Ya podemos regresar a la costa.

Edgar aceptó su orden enseguida. Se vio obligado a llamarle la atención a su equipo, quienes estaban absortos en la contemplación de las joyas. Ya recuperado Jerry, se quedó atento a las reacciones de David y Sally ante el prodigioso hallazgo. Estos se apartaron para mantener una conversación privada, no sin antes pedirle a Jerry que se encargara de custodiar el tesoro. El policía aceptó con gusto esta nueva misión, considerando como un cumplido que confiaran en su integridad y honestidad para tamaña labor.

—Entonces sí existe un tesoro, tal como lo pensabas —declaró Sally—. Tal cantidad de dinero es motivación suficiente para que personas ambiciosas se maten entre sí. Me da miedo de solo estar cerca de esa bolsa, y no precisamente por la supuesta maldición.

—Compartimos el mismo sentimiento —dijo Hensley, comprendiendo exactamente lo que su compañera apuntaba—. No se necesita una maldición para que unos sujetos normales se conviertan en ladrones y asesinos. Se requiere demasiada integridad para no dejarse llevar por las tentaciones que trae consigo ese tesoro.

—Tenemos el motivo y conocemos a las víctimas. Sigue quedando pendiente la pregunta fundamental: ¿quién es el culpable original?

—Esa es precisamente la cuestión. Sospecho que el sujeto sustrajo un puñado del tesoro. Eso de seguro fue la razón por la cual Sanders lo descubrió y luego lo extorsionó. Pudo haber sido un pescador o alguno de sus jefes. Tampoco descartemos la posibilidad de que sea un compañero de trabajo. La venta de las piedras que ya se llevó lo delatará. ¿Cuánto tiempo tardará antes de que quiera deshacerse de ellas, si es que no lo ha intentado ya?

—Una venta así nadie la olvidaría. Debemos ponernos en contacto con todos los joyeros y dueños de casas de empeño en Bar Harbor. También hacer búsquedas de páginas de ventas en Internet que oferten algo que concuerde con el contenido de esta bolsa. ¿Crees que Scott extenderá nuestro tiempo de gracia? —preguntó Sally.

—Cuando vea la bolsa, no querrá que el FBI se encargue jamás de este caso. Nos pedirá que continuemos nosotros con absoluta discreción. Su ego no se dejará arrebatar un momento de gloria gracias a la recuperación de un tesoro robado hace un siglo. Ha sido como matar dos pájaros de un solo tiro.