La impaciencia sobrepasaba a los detectives dentro de la morgue. Esta vez no fueron capaces de limitarse a esperar que Markesan cumpliera con su trabajo hasta que se dignara a exponerles sus impresiones. En su lugar permanecieron con él dentro de la sala de operaciones mientras examinaba los cadáveres. El doctor mandó a desalojar la sala para quedarse exclusivamente con la compañía de David y Sally, ya que dos personas era más de lo que solía tolerar. Y si esta vez no podría echarlos para trabajar cómodamente y en silencio, tal como le gustaba, al menos prescindiría de sus ocasionales asistentes.
—Y bien, doctor —dijo Hensley—. ¿Qué piensa de todo esto?
—Pues si me siguen interrumpiendo, tardaré en hallar una respuesta —refunfuñó Markesan—. Apenas estaba terminando con un cadáver y ahora tengo que concentrarme en otros dos.
—Usted puede con eso y más —aseguró Hensley volteándose luego para guiñarle un ojo a Sally—. Comprenda que estamos en una carrera a contrarreloj. Temo que Scott pida refuerzos de agentes federales para culminar la investigación. Todos nuestros esfuerzos serían inútiles y empezaríamos desde cero.
—El FBI seguiría obligado a consultar conmigo. Así que no seré yo quien pierda el crédito.
—Pues no estaría tan seguro de eso —contradijo Hensley—. No sería la primera vez que desestiman lo que hacemos por considerarnos de poca monta. Incluso si llegan a los mismos resultados que nosotros, jamás lo admitirían.
Con el bisturí en la mano a punto de hacer una incisión, Markesan se detuvo. Su frente se arrugó, visiblemente contrariado por el comentario de Hensley. El detective comprendía que el orgullo era uno de los puntos débiles del forense. Su preparación, experiencia y credenciales eran dignas de admiración. No aceptaría que nadie pasara por encima de él creyendo que podría hacer un trabajo mejor. Hensley compartió otra mirada silenciosa y cómplice con Sally, para que comprobara la forma en que el doctor pasaba de una actitud algo irascible por sentirse importunado a la de un aliado que los apoyaría para demostrarle a Scott que no necesitaban ninguna injerencia externa.
—El asesino simuló que los arponeaba —explicó Markesan—. Y en ambos casos, esa herida ocurrió antes de que les cortara la mano. A primera vista podría interpretarse como un asesinato ritual. Personalmente, no estaría tan seguro de ello.
—Justo lo que nosotros pensamos —refirió Sally—. Parece más el producto de una improvisación con el objetivo de despistarnos.
—Sigue siendo difícil reconstruir la escena del crimen —continuó Markesan—. A pesar de eso, les puedo asegurar que hay al menos una hora de diferencia entre la muerte de ambos. En el caso de Diane, su herida y la amputación lucen más improvisadas, como si estuviera ejecutando algo que no planeó con antelación. ¿Qué interpretan de eso, detectives?
—Creo verlo con mayor claridad —respondió Hensley—. El asesino supo que Diane no estaba en su casa. Probablemente trasladó ese cadáver y lo sembró en su habitación para preparar una escena del crimen que la inculpara a ella, siendo la principal sospechosa. Todo le salió en contra de lo esperado cuando ella regresó antes de lo contemplado.
—Una buena hipótesis —concedió Markesan—. Lamentablemente se le pueden dar otras interpretaciones más escabrosas y llamativas, dependiendo de la agenda que se quiera promover con ello.
—Por eso requerimos resolver el caso con mayor anticipación —recalcó Hensley—. Si los federales vienen, querrán insistir en una visión heroica de ellos en la búsqueda de un asesino en serie.
—Aunque solo se trate de un idiota al cual se le ocurrió un buen truco —completó Markesan—. Comprendan que los apoyo completamente, pero la respuesta que buscan no necesariamente la hallarán en estos cuerpos. O tan siquiera en el primer cadáver. Sigo pensando en esa embarcación que te comenté antes. ¿Ya encontraron alguna pista sobre el naufragio?
—Interrumpimos momentáneamente esa pesquisa —gruñó Hensley—. Estas muertes nos cambiaron los planes. Tampoco nos diste mayor información para justificar la investigación por ese camino.
—Está bien, viejo lobo —dijo Markesan agitando su mano para calmar el mal humor del detective—. No me ataques por no haber sido más explícito. Me interesa esa evidencia en particular porque pasé un buen tiempo buscando historias de naufragios piratas cuando estaba en la universidad, antes de abocarme a la medicina. Digamos que era un pasatiempo de joven. Algo así como una segunda vocación frustrada. Y puedo decirles que tenemos dos naufragios en la región que tal vez valgan la pena examinar.
Sally y David escucharon con especial atención la anécdota que Markesan les refería. El doctor nunca le revelaba a nadie historias de carácter personal, ni siquiera de forma casual. Fuera del laboratorio, su vida era casi un misterio para todos los que lo conocían. Si lo estaba haciendo justo en ese momento era porque en verdad creía en la importancia de la información que estaba por transmitirles.
—El teniente Ginsberg no mencionó esa información —recordó Sally—. Supuestamente es experto en la geografía de la región.
—Pues hizo mal en no comentárselos —denunció Markesan—. Y si realmente es un experto, bastante que debe de haber escuchado sobre esos naufragios.
—¿Cuáles fueron esos naufragios? —preguntó Hensley—. ¿Hay algo especial acerca de ellos?
—Las Dos Flores y el HMS Leeds —respondió Markesan revelando los nombres—. Ambos tenían «carga preciosa» en su manifiesto. En cuanto a su ubicación hoy, probablemente tengas que enviar un sonar al mar para encontrar su lugar de descanso. Eso no significa que esta información sea relevante para el caso, aun así, nada pierden con investigar más a fondo.
—Ahora sí que ha encontrado un mejor modo de espantarnos, doctor —aseguró Sally entusiasmada—. ¿Qué dices, Hensley? ¿Tiempo de reanudar la «Operación Mano de Oro»?
El detective ahora tenía tanto interés en averiguar a fondo sobre el tema que se sentía como si fuera un niño a la entrada de una juguetería. Ahora necesitaba encontrar esos famosos naufragios.