Capítulo 3

La gran pregunta era: ¿de quién es la mano? Al menos esto es lo que David y Sally no dejan de pensar en el camino rumbo a la morgue. No están completamente seguros de cuánto tiempo tomaría identificar al correspondiente dueño, pero suponen que no debería de ser tan complicado, considerando las huellas dactilares. La verdad es que la situación era mucho más complicada de lo que pensaban. Así se los hizo saber enseguida el doctor Markesan, un veterano del Departamento de Policía de Maine, cuando se pusieron insistentes para que les proporcionara una pista inmediata.

—La impaciencia no adelantará los resultados —advirtió Markesan—. Solo les puedo exponer algunas pocas conjeturas llenas de incertidumbre.

—¿Al menos podemos afirmar que la víctima es un hombre? —preguntó Sally—. Todos asumimos que lo es porque esa era la impresión que nos dio por el tamaño y la forma.

—En efecto, es un hombre —confirmó Markesan—. Y diría que ronda los cuarenta años. Los invito a verla más de cerca, si es que no les repugna.

La mano mutilada estaba puesta sobre la mesa de operaciones. El doctor la manipulaba con sumo cuidado a la vista de los detectives, quienes se habían mantenido a una distancia prudencial hasta entonces. Ahora que los invitaba a acercarse, dudaron por un instante. Fue Sally quien dio el primer paso adelante, poniéndose una mascarilla para colocarse al lado del doctor Markesan. El detective hizo otro tanto, aunque no se acercó tanto como ella. En su lugar prefirió mantenerse a espalda de ambos, observando con atención lo que el doctor pretendía indicarles.

—Ven los callos en el interior de la mano —apuntó el forense, presionando sus dedos ocultos por el guante quirúrgico en el centro mismo de la palma de la víctima—. Es alguien que está acostumbrado al trabajo duro.

—Alguien que hace trabajo obrero, quizá —opinó Hensley—. Bien podría tratarse de un pescador.

—Tiene sentido —agregó Sally en apoyo de su compañero—. A lo mejor el hombre es un pescador, y por eso usaron la trampa de langostas para poner su mano allí.

Markesan no emitió ningún juicio mientras los detectives especulaban. Su silencio al respecto los pone en ridículo, los hace sentir como si estuvieran diciendo tonterías que en nada tienen que ver con las verdades que el doctor ha logrado descubrir gracias a su experiencia. Más allá de estas suposiciones, lo cierto era que el hombre simplemente se hallaba absorto en la observación de la mano para seguir esculcando los mínimos detalles ocultos entre la piel y el corte que la desprendió del cuerpo. Su expresión inmutable connotaba una profunda atención a su labor y les infundía respeto a los detectives, quienes guardaron silencio nuevamente esperando que fuera el doctor quien hiciera las acotaciones pertinentes.

—Por fortuna fue encontrada a tiempo, antes de que el agua le hiciera más daño —afirmó Markesan—. Aun así, fue perjudicada lo suficiente para hacer que mi trabajo tome mucho más tiempo del que quizá a ustedes les gustaría tolerar.

—Confiamos en usted, doctor —afirmó Hensley—. ¿Cuánto tiempo supone que la mano estuvo sumergida en el agua? El oficial Jerry la encontró en la orilla. No creo que haya estado tan sumergida en lo profundo.

—La erosión del agua en esta mano le ha hecho mella, aunque no del todo. Y, respondiendo a su pregunta, yo diría que ha estado sumergida más de veinticuatro horas. Y en un margen menor a setenta y dos horas, si eso ayuda.

—Significa bastante —asintió Hensley—. Hay alguien herido o un cadáver sufriendo descomposición en ese mismo tiempo.

—No encontraron ningún otro resto humano en los alrededores —le recordó Sally—. Al menos no hasta el momento. Todo parece indicar que la mano fue trasladada en la trampa luego de ser amputada en otro lugar.

—O fue amputada allí y luego se llevaron el cuerpo —agregó Hensley—. Eso si descartamos cualquier posibilidad de que haya sido un accidente. ¿No es así, doctor?

—Veo cero probabilidades de que haya sido accidental —reafirmó Markesan rotundamente—. A este hombre le amputaron la mano estando vivo. Si aún lo está es algo que por supuesto no soy capaz de saber teniendo solo esta parte de su cuerpo.

El forense les explicó que si alguien sufrió una amputación violenta de una parte del cuerpo, podría sobrevivir si la herida fue correctamente vendada y tratada con cuidado en las siguientes horas para evitar cualquier riesgo de infección. Por la naturaleza del corte, también existía el peligro de una falta considerable de sangre, para lo cual requeriría de donantes inmediatos. En vista de que ningún hospital de la zona reportaba la presencia de una víctima mutilada con esas características, las esperanzas de vida del amputado eran bajas; a menos que el victimario fuera un experto en medicina.

—Digamos que es un presunto muerto hasta que se compruebe lo contrario —aseveró Hensley con su humor macabro—. ¿Y cómo cree usted que la cortaron?

—Diría que cruda y dolorosamente —respondió Markesan—. Esa es otra razón que me hace creer que la víctima ya no está viva. La pérdida de sangre y el dolor que sintió se debieron traducir en horas de agonía hasta su muerte, a menos que su torturador haya tenido la gentileza de acabar con él antes.

—¿Y qué herramienta usó este hipotético torturador para cortarla? —inquirió Hensley—. El corte parece limpio y seguro.

—En efecto, parece haber sido un corte brutal e instantáneo.  El torturador usó algo muy agudo y pesado: un hacha de carnicero haría el truco, diría yo. Por lo pronto eso es todo lo que puedo decirles.

Con ello les daba a entender que prefería continuar su labor a solas, ya que la presencia de los detectives se convertía en un factor distractor. Antes de despedirse, Markesan les prometió que los llamaría de inmediato si encontraba cualquier otra novedad. También les recordó que una muestra de las huellas ya había sido enviada para su reconocimiento. A pesar de esto, les aconsejó que no pusieran todas sus expectativas en ello. El contacto con el agua había perjudicado el tejido bajo los dedos y no era seguro que conseguirían una huella completa y fiable de esa mano en particular.

Con una mezcla de resignación y frustración, los detectives abandonaron la sala de operaciones, dejando en paz al doctor. Seguían sin un punto de partida hacia dónde dirigirse luego, en lo que parecía ser una investigación llena de incertidumbres. Estaban acostumbrados a lidiar con casos como esos, pero en la mayoría de ellos al menos existía un cadáver identificado con un nombre o un rostro. Una mano amputada ofrecía pocos caminos a seguir para quienes eran impacientes. Solo les quedaba improvisar hasta que surgiera una pista real. Pasadas experiencias habían demostrado que ambos funcionaban como equipo incluso cuando estaban en callejones sin salida.