Capítulo 14

A partir de la información proporcionada por Markesan, David y Sally pasaron por la biblioteca del condado para fotocopiar toda la información disponible sobre los naufragios, en vista de que los datos recopilados en Internet eran muy pocos. Esto le causó una gran sorpresa a Sally, quien estaba acostumbrada a dar por sentado que todo lo que necesitara saber se encontraba a un clic de distancia. En cambio Hensley se sintió complacido por demostrarle que los métodos de la «vieja escuela» seguían siendo efectivos en momentos de crisis.

Con toda la información en sus manos, incluyendo los mapas que señalaban las zonas donde estaban depositados los restos de esos barcos, se presentaron en la comisaría para solicitar el permiso de reunir un equipo que los ayude a la recuperación de tales naufragios.

—¿Están dementes? —preguntó Scott exasperado—. ¿Qué nos importan unos barcos abandonados? Si quieren renunciar al caso, podrían encontrar una forma menos extravagante de solicitarlo.

—Si hacemos esta petición es porque queremos resolverlo —replicó Hensley mostrándose sereno y confiado—. Mi compañera y yo coincidimos en que estos naufragios esconden la respuesta para hallar al asesino que buscamos y explicar sus motivaciones.

—¿Cuáles motivaciones? —interrogó Scott—. Lo que ocurrió con Diane Sanders y el otro sujeto encontrado en su casa no esconde más motivos que la pura crueldad. Me temo que este caso es más grande de lo que parecía. Ahora no sabemos si podrían aparecer nuevas víctimas. Va siendo hora de que aceptemos los límites de nuestras competencias.

—Estoy en completo desacuerdo con lo que sus palabras sugieren. Sally y yo no hemos dejado de trabajar ni por un instante en este caso. Nos merecemos un voto de confianza. Antes de pedir interferencia de otros organismos tratemos de resolver esto internamente.

—Con gusto lo haría si me ofrecieran una estrategia coherente. Escuchen lo que me piden. ¡Una exploración marítima, por Dios! Necesitaremos la labor de varios guardacostas al menos.

—Además de un sonar en buenas condiciones —agregó Sally—. Tenemos las coordenadas de su ubicación. No creemos que se trate de un asesino en serie, sino de un sujeto ambicioso que terminó enredado en la trampa de su propia ambición. O varios sujetos siendo víctimas de esa misma ambición por querer una parte del botín.

—A mí me corresponde tomar una decisión inmediata sobre la investigación —sentenció Scott—. Si les concedo el permiso para esta tontería, no será por mucho tiempo.

—Tres días es todo lo que necesitamos —prometió Hensley—. Sally tomó la iniciativa de pedir el sonar al Departamento de Investigaciones Marítimas de Maine. Lo recibiremos mañana temprano.

El capitán frunció el ceño al descubrir el atrevimiento de la detective, aunque luego rio por lo bajo, tratando de disimularlo con una tos fingida. Sally no supo cómo interpretar su peculiar gesto. ¿Acaso estaba molesto o, en cambio, se sentía complacido por la rebeldía de sus detectives?

—Pues les concedo solo dos días y medio a partir de este momento —decretó Scott—. Si al cabo de ese tiempo no han conseguido nada que se conecte directamente con la investigación, entonces le pediré al FBI que tome cartas en el asunto. El caso dejará de ser un asunto de nuestra competencia.

—Eso no será necesario —enfatizó Hensley—. Verá que estamos más cerca de la verdad. El FBI solo confundirá más las cosas y le dará tiempo al asesino para que se escape.

—Ahórrese ese tipo de declaraciones, detective Hensley —reprendió Scott—. Demuestre sus verdades con acciones y resultados. Sus opiniones sobre si debo llamar al FBI no son de su incumbencia.

Hensley guardó silencio para no exasperar a su superior, especialmente después de haber conseguido el permiso que solicitaban. Aunque el tiempo otorgado no les ofrecía mucha ventaja, era mejor que una rotunda negativa. A Sally le sorprendió que pudieran convencer al capitán. Contraria a su compañero, ella estaba convencida de que les pedirían renunciar a la investigación antes de que llegara el sonar. Detrás del carácter severo de Scott, obligado a hacer y decir lo que era conveniente en momentos cruciales, había un aliado que secretamente los apoyaba en la locura que se proponían realizar.

Justo cuando se disponían a abandonar el despacho de Scott, este les llamó nuevamente la atención para que se voltearan.

—¡Esperen un momento! La solicitud de ese sonar nos costará dinero, supongo. ¿Cómo explicaré esa mala inversión de recursos si no resuelven con éxito el caso?

—No hay ningún gasto extra que justificar —explicó Sally—. Gracias a la carta que les escribí a los investigadores de Maine, accedieron a prestarlo sin ningún costo. Incluso se ofrecieron a cubrir los gastos de envío.

—Me deja sorprendido, señorita Lonsdale —alabó Scott—. ¿Qué pudo haberles dicho para convencerlos? ¿Acaso les habló sobre el caso en el que estamos trabajando?

—Por supuesto que no. Eso sería violar los protocolos.

—Entonces, ¿dijo alguna mentira?

—Tampoco. Simplemente expresé que mi compañero y yo éramos dos detectives de Maine con intereses académicos, movidos por la intención de actualizar los registros de la biblioteca. Lo tomaron como una noble labor de voluntariado cultural de nuestra parte.

—¡Vaya! —se admiró Scott—. Hensley tiene suerte de contar con una compañera como usted a su lado.

—La fortuna es también mía. Y por extensión, el resto del Departamento se beneficia de nuestro buen trabajo.

Con una sonrisa autosuficiente, Sally se despidió del capitán, seguida luego por Hensley, quien no hizo ningún comentario al respecto hasta estar lejos de la vista de su jefe.

—Si seguimos allí dentro, probablemente nos habrías ganado una semana más. Quizá debas entrar tu sola para terminar de convencerlo.

—No tentemos a nuestra suerte —argumentó Sally—. El tiempo de gracia que nos han dado debe ser suficiente. Por mucho que Scott quiera ponerse de nuestra parte, debe cumplir con su responsabilidad. Depende de nosotros no defraudarlo.

—Me importa poco decepcionarlo —contradijo Hensley—. Pero ambos merecemos resolver con éxito esta investigación.

En vista de que no harían mucho hasta la llegada del sonar, a la mañana siguiente, David le propuso a Sally que se tomaran el resto del día libre para descansar. A él mismo le pareció extraña esa resolución, considerando que, debido a la falta de tiempo, resultaba descabellado desperdiciar uno de los dos días que les concedieron. No obstante, esa era precisamente la decisión justa para renovar fuerzas antes de lo que sería un día difícil. Así que acordaron que era una decisión sensata: no había más razones para seguir en la comisaría, u otra parte relacionada con el trabajo, mientras tanto.

A las puertas de la comisaría, ya siguiendo el camino hacia los estacionamientos, escucharon a lo lejos que alguien los llamaba. Al detenerse para comprobar de quién se trataba, no tardaron en reconocer el rostro de Jerry Wilson. Lucía algo sudoroso y agitado, los saludaba.

—¿Cómo han estado? He escuchado rumores de que transferirían la investigación para que se hicieran cargo los agentes federales.

—No creas todo lo que escuchas —respondió Hensley—. El caso sigue siendo nuestra responsabilidad. Al menos por ahora.

—Ustedes lograrán resolverlo —manifestó Jerry—. Sé lo mucho que han trabajado para llegar hasta el fondo de este asunto. En parte me siento comprometido con esta investigación por haber sido la persona que halló la mano del inspector.

—Gracias por tus palabras de apoyo, Jerry —dijo Sally en correspondencia—. David y yo tenemos esperanzas de conseguir las respuestas que buscamos antes de que quieran arrebatarnos la investigación.

—Lamentaría que eso ocurriera. Si hay algo en lo que pueda ayudarles, no duden en solicitármelo. Estoy a sus órdenes.

—No creo que haga falta —negó Sally amablemente—. En caso de que nos hagas falta te avisaremos.

—Pensándolo bien, creo que sí nos serías de mucha utilidad —interpuso Hensley tomando a Sally por sorpresa—. ¿Qué planes tienes para mañana?

Con una expresión consternada, Sally miró fijamente a David tratando de descifrar sus intenciones. ¿Qué pretendía pedirle a Jerry Wilson? ¿Acaso quería que los acompañara a la búsqueda de las embarcaciones? La detective no dudaba de las buenas intenciones de Jerry, pero no veía ningún rol adecuado para él. Al contrario, no estaban en posición de incluir personas que no reportaran algún aporte inmediato. Sin embargo, daba la impresión de que Hensley albergaba otros pensamientos.

—Pues nada que no pueda postergar si me necesitan a su lado.

—David, no comprendo —interrumpió Sally—. No estamos en posición de complicar más nuestra situación.

—¿Qué tan buena nadadora eres? —le preguntó a Sally—. ¿Aguantas la respiración bajo el agua por bastante tiempo?

—Eh, no estoy segura —tartamudeó Sally—. No comprendo la pregunta.

—Además de los guardacostas, necesitamos a un aliado que sepa lidiar con el mar —explicó Hensley—. Ni tú ni yo tenemos la experiencia de Jerry.

Justo entonces comprendió hacia dónde apuntaba Hensley, admirando enseguida su buen tino. ¡Jerry era un surfista profesional! Ahora veía con claridad cuán útil podría serles si necesitaban a algún oficial que se sumergiera en la zona donde supuestamente se encontraban los restos de naufragios.

—Buena idea, David —apoyó Sally, aunque ahora era Jerry quien estaba más confundido que antes—. En efecto, Jerry nos será de mucha utilidad mañana.

—Te necesitamos listo a primera hora —le pidió Hensley—. En un rato te mandaré la dirección de la costa en donde nos encontraremos.

—Sigo sin entender de qué va todo esto —expresó Jerry—. Les reitero mis ganas de querer ayudarlos, pero me gustaría saber lo que quieren de mí para estar preparado.

—Sally te lo explicará con mayor detalle —sugirió Hensley—. Yo debo irme cuanto antes. ¿No tienes problema de llevarla a su casa?

—Por supuesto que no —aceptó Jerry ligeramente apenado—. Justo iba de salida, al igual que ustedes.

—Perfecto. Te veo mañana, Sally. Trata de descansar.

Antes de que ella pudiera manifestar sus objeciones sobre la petición de transporte que David le hiciera a Jerry, el detective ya había desaparecido por la entrada del estacionamiento. Por primera vez desde que comenzó a trabajar en el caso estaría a solas con Jerry. Sin saber por qué, se dio cuenta de que se sentía algo nerviosa. Y al parecer ella no era la única que se sentía así, porque ambos se quedaron en silencio durante unos segundos de incomodidad, hasta que al fin Sally tomó control de la situación.

—Bueno, Jerry. Será mejor que me digas dónde tienes aparcado tu auto. No quiero estar todo el día aquí parada.

—Discúlpame, Sally. Es en el ala izquierda de los estacionamientos.

Jerry asumió su papel de guía caminando delante de ella hasta llegar al automóvil correcto. Una vez a bordo se miraron de reojo, hablando con indiferencia sobre el tráfico que los esperaba. Cuando Jerry puso el vehículo en marcha, Sally enseguida asumió una actitud profesional para hablarle abiertamente sobre sus adelantos en torno al caso. Le describió la exploración que pretendían hacer con los guardacostas gracias al sonar que les llegaría en cuestión de horas.

—He leído sobre esos naufragios —dijo Jerry, tratando de buscar algún recuerdo esquivo en su memoria—. Esos barcos se hundieron a principios del siglo XX, si mal no recuerdo. Estoy casi seguro de que algún maestro de la secundaria nos habló sobre ellos.

—Aparentemente uno de ellos era un buque de contrabando encubierto —contó Sally repitiendo la información obtenida en la biblioteca—. Mientras uno trasladaba turistas, el otro cargaba consigo un cargamento de piedras preciosas sustraídas del Amazonas. Los contrabandistas interceptaron un mensaje en clave morse en el que se decía que estaban esperándolos para apresarlos. Así que Las Dos Flores chocó con el HMS Leeds para propiciar un escenario de confusión. Por supuesto, el plan resultó en una catástrofe mayor.

Sally le narró a Jerry todos los detalles fascinantes en torno a ambas embarcaciones. Los contrabandistas no consiguieron abandonar el barco a tiempo para escaparse con las joyas. Sin embargo, estas no fueron encontradas. En lo sucesivo otros se han atrevido a explorar los restos de ambas embarcaciones con la esperanza de encontrar las joyas. Los intentos han sido fallidos, y en cambio han incrementado la leyenda de que algo malo les ocurre a quienes intentan profanar esas tumbas marinas. Una nube de superstición rodeaba esos acontecimientos, inspirando una suerte de temor hacia los restos de esa embarcación. Luego, con el tiempo, se olvidó su importancia e incluso se puso en duda que las piedras preciosas existieran realmente.

—Ahora recuerdo mejor esas historias —aseguró Jerry—. Todos los niños que crecimos en Bar Harbor fantaseábamos con el tesoro de esos barcos. Qué fácil olvidamos cuando crecemos.

—Pues varios adultos no olvidaron esas historias —puntualizó Sally—. Aunque desconozcamos lo que sucedió realmente con el inspector y su esposa, Hensley y yo creemos en la posibilidad de que la búsqueda de ese antiguo tesoro ha sido la razón detrás de todos estos asesinatos.

—Tiene sentido —apoyó Jerry sin un asomo de duda—. Ahora que lo pienso, siempre hubo algo inquietante sobre esa parte de la costa donde se hundieron las embarcaciones. El mar es mucho más bravo y peligroso allí, comparado con otras zonas. Yo nunca he surfeado esas aguas, por ejemplo. Confío en tu instinto y el de David. Si creen que bajo el mar encontrarán las pistas que buscan es porque así será.

—Ni yo misma estoy completamente segura —confesó Sally—. De cualquier manera, tus palabras me animan.

La conversación debió llegar a su fin cuando Jerry se estacionó en la acera frente al edificio donde Sally vivía. Ella le dio las gracias, correspondiéndole con una sonrisa radiante al momento de despedirse.

—Supongo que sabrás llegar a la dirección correcta. Nos vemos mañana.