En el camino hacia la costa, Sally se comunicó con el capitán Scott para explicarle el desarrollo de la investigación en las últimas horas. Al ponerlo en altavoz, Hensley le expuso escuetamente sus conjeturas, con la suficiente prudencia como para que no pareciera la aventura novelesca que le narró a su compañera. A Scott le pareció buena idea que continuaran las pesquisas en la costa, aunque sugirió que los acompañara Mark Ginsberg, un teniente experto en cartografías. Dicho oficial ya estuvo coordinando con el equipo de búsqueda comisionado para el rastreo de pistas en la playa desde que la mano fue hallada. Gracias a sus acciones eficientes fue que consiguieron el cuerpo esa mañana. No obstante, al momento en que Sally y David fueron a encontrarse con Markesan el hombre había regresado a la comisaría para ofrecerle su reporte particular a Scott.
—Me parece bien que intenten encontrar esos restos —aceptó Scott—. Mandaré al teniente Ginsberg para que los acompañe personalmente. Él conoce muy bien el territorio de Bar Harbor porque ha estudiado a fondo sus mapas, incluyendo su mar.
—No quisiéramos distraer al teniente Ginsberg de la labor que él y su equipo han estado haciendo —se aventuró a disentir Hensley, quien prefería evitarse cualquier forma de supervisión—. Nosotros podemos arreglárnoslas solos. El trabajo que estamos haciendo será muy distinto al de ellos.
—El equipo de Mark seguirá en lo suyo —insistió Scott desestimando cualquier contradicción a sus órdenes—. Entretanto, al teniente no le importará invertir parte de su tiempo si con ello logramos otros resultados. Todos estamos interesados en resolver este caso lo más pronto posible. No le tenga miedo al trabajo en equipo, Hensley.
Como era costumbre del capitán, colgó la llamada para evitar escuchar cualquier objeción. Hensley profirió unas maldiciones por lo bajo ocasionando que Sally se riera.
—Scott tiene razón. La experiencia de Ginsberg será de gran utilidad.
—Sigo creyendo que no nos hará falta. A él no podré exponerle mi teoría tal como lo he hecho contigo. Se burlará de mí y propondrá algo distinto que acabará por alejarnos de la búsqueda que pretendo.
—No le diremos todo lo que pensamos. Solo lo suficiente para que nos ayudemos entre todos.
Hensley se encogió de hombros, resignado ante el hecho de que alguien más los acompañaría. Poco antes de estacionarse en las inmediaciones de la costa, a Sally se le ocurrió una idea.
—Deberíamos ponerle un nombre a nuestra aventura.
—¿Un nombre? ¿Como si se tratara de una expedición?
—Sí, un nombre en clave que solo tú y yo entendamos de qué se trata. Algo así como «Operación Mano de Oro».
—Me agrada. Suena apropiado para una misión que implica la búsqueda de una embarcación abandonada. ¿Sabes algo? La isla del tesoro era mi novela favorita cuando era niño.
—Eso es adorable. Supongo que querías ser un pirata y nunca te imaginaste siendo un detective.
—Mi deseo de ser detective lo descubrí unos años después, cuando vi El halcón maltés.
—Mejor no sigas, David. La edad te delata.
—Los clásicos no tienen edad —argumentó Hensley—. ¿Tú no tuviste algún libro que despertara tu vocación?
—Yo amaba los libros de Julio Verne —confesó Sally—. Y de niña deseaba tener mucho dinero para recorrer el mundo. Pero creo que la primera vez que quise ser detective fue durante las horas en que veía Los expedientes secretos X antes de irme a dormir.
—Ahora eres tú quien se delata —bromeó Hensley—. Yo ni siquiera me preocupé en verla. Creo que ya me sentía muy viejo en ese entonces como para engancharme con un programa.
La amena discusión llegó a su fin cuando se bajaron del vehículo en el punto convenido para estacionarse. No muy lejos de allí los esperaba el teniente Ginsberg, quien les dio un saludo efusivo a ambos. Sally correspondió con una sonrisa radiante, mientras que Hensley se mostró indiferente y malhumorado.
—Nunca ablandas ese carácter, ¿eh? —le dijo Mark dándole unas fuertes palmadas en la espalda—. Despreocúpate, no estoy aquí para vigilarte, sino para ayudarlos en lo que necesiten. Respeto el trabajo que hacen, así como ustedes no intervienen en el mío.
—Estaremos muy agradecidos por su apoyo —respondió Sally antes de que Hensley saliera con algún comentario inapropiado—. Tengo entendido que ustedes ya estaban trabajando en la búsqueda de la embarcación cuya existencia Markesan sugirió.
—No realmente —aclaró Mark—. Nos interesa más hallar el arma homicida. Sin embargo, supongo que todo está correlacionado. Si encontramos el lugar donde sucedió el hecho, probablemente descubriremos el arma. O viceversa.
—El lugar donde sucedió el asesinato revelaría no solo el cómo —replicó Hensley—, podría explicarnos los porqués. Y eso es mucho más importante.
—Confío en su instinto, detective —afirmó Mark—. Encontremos esos restos. Si existen.
Las últimas palabras del teniente irritaron a Hensley porque con ellas daba a entender que si bien estaba allí para prestarles su colaboración, no le daba en verdad la importancia que supuestamente proclamaba. Eso era justo lo que temía el detective porque entonces debía restringirse aún con mayor razón a la hora de exponer cualquier conjetura que se le ocurriera. Cuando disentía con Sally al menos ella respetaba sus diversos puntos de vista para llegar a un acuerdo. Con alguien como Mark, fácilmente, la falta de consenso conduciría a una confrontación.
—Bueno, menos charla y más acción —intervino Sally, saliendo al rescate para aligerar el mal humor de Hensley—. ¿Dónde debemos comenzar?
Mark sugirió un camino a seguir explicándoles brevemente su trabajo previo con las cartas náuticas de Bar Harbor. Según su conocimiento, existía en efecto una lista de restos de naufragios que habían plagado la costa durante los últimos doscientos años. Para él toda esa información era más teórica que otra cosa, ya que nunca tuvo la oportunidad de trabajar en un caso donde fuera necesaria ese tipo de búsqueda. Esto le entusiasmaba en parte, aunque se mostrara escéptico. El teniente les explicó que sería muy difícil encontrar una embarcación que encajara con las características que Hensley estaba suponiendo. A lo sumo hallarían pedazos de alguna y no una embarcación casi completa.
—No inviertan demasiadas esperanzas en esto —añadió Mark—. Seguramente el doctor encontrará alguna pista más fiable que lo dicho motivado por una primera impresión.
—Markesan jamás comenta algo al azar —lo defendió Hensley—. Si fue lo primero que decidió comunicarnos, antes de realizar pruebas más extensas, es porque lo consideró de gran importancia para nuestro caso.
—Las embarcaciones de esa naturaleza que hayan existido difícilmente se mantendrían —contradijo Mark de forma calmada—. Solo sugiero que seamos realistas. No debería costarle, Hensley. Ser objetivo es la principal característica de su oficio.
—No necesito que me recuerden las cualidades que debe tener un detective. Tanto mi compañera como yo sabemos lo que hacemos. Difícilmente hallaremos algo si insistimos en la idea de que no encontraremos nada.
Mark se encogió de hombros ante las réplicas del detective. Sally hizo un gesto de fastidio frente a la situación. Ella era consciente de que cuando dos egos masculinos competían abiertamente entre sí todos los hombres se volvían un poco como adolescentes, sin importar la edad o la experiencia que tuvieran. A ella le correspondería entonces convertirse en un elemento de razón y concilio entre ambos.
A pesar de las esperanzas de Hensley, la exploración no pudo ser menos fallida. Tras recorrer largas extensiones de la costa, incluyendo partes cerradas para el acceso general debido a sus fuertes mareas, no encontraron nada significativo. El teniente Ginsberg no dejaba de sonreír al comprobar que sus razonamientos eran los correctos, aunque no volvió a hacer ningún comentario al respecto. Entretanto, David se exasperaba porque no era lo mismo realizar la búsqueda junto con Sally, sin sentirse juzgado por ello, y en cambio hacerlo con alguien que veía como tiempo desperdiciado cada minuto que pasaba trabajando a su lado.
—Mejor dejemos la búsqueda hasta aquí —proclamó Hensley resignado—. Si tuviéramos unas coordenadas aproximadas, podríamos encontrarlo a pie.
—La cosa no cambiará de aquí a miles de kilómetros —opinó Mark—. Aun así aprecio tu sensatez en no persistir en esta búsqueda poco productiva.
Sally no hizo comentario alguno, aunque se sintió extrañada de que su compañero se rindiera fácilmente. Cuando se trataba de una de sus corazonadas, solía ser obstinado. Mark realizó una llamada telefónica para que alguien de su equipo viniera a buscarlos hasta el punto donde lograron llegar. De ese modo los condujeron de vuelta al lugar donde estacionaron el SUV. Ginsberg se despidió de ellos para retomar la búsqueda del arma homicida en las proximidades de la zona donde hallaron el cadáver de Sanders. Hensley a duras penas le estrechó la mano y le manifestó un lacónico agradecimiento. Una vez a solas, al fin Sally se sintió animada a preguntarle la razón de su negativa a seguir explorando.
—Nunca llegaríamos a ninguna parte con Ginsberg. En este punto no deberíamos darnos el lujo de perder tiempo.
—Entonces, ¿qué haremos ahora? —preguntó Sally—. ¿Reanudaremos la búsqueda solo tú y yo?
—Detengamos la «Operación Mano de Oro» por lo pronto. Lo que le dije a Ginsberg sigue siendo cierto: sin coordenadas para continuar, no tiene sentido. Además no se vería bien que continuáramos sin él luego de haberlo despedido. Scott podría sancionarnos.
—Apoyo tu decisión —manifestó Sally—. Y no dudo de que pudieras tener algo de razón. Solo necesitamos hallar alguna prueba más clara sobre dónde estaría esa embarcación.
—Entonces comienzas a hacerte la idea de cenar con Jerry —le recordó Hensley—. Y yo me ahorraré el dinero.
—No pensé que fueras un tacaño, David —se burló Sally afectuosamente—. Deberíamos llamar a Markesan para comprobar cómo le fue a la señora Sanders con el reconocimiento del cadáver.
El detective hizo un gesto de afirmación con las manos, animándola a que realizara la llamada en cuestión. Markesan atendió a Sally, anunciándole que la señora Sanders, en efecto, reconoció que el cadáver pertenecía a su marido y ya había sido conducida de vuelta a su casa. También le comentó que al fin habían recibido la prueba dactilar de la mano mutilada, confirmando que el miembro pertenecía al mismo cadáver.
—Eso es todo lo que puedo revelarles hasta el momento —aseguró Markesan—. Mi equipo y yo estamos trabajando arduamente para conseguir alguna pista significativa a partir del cadáver. En cuanto tenga novedades me comunicaré con ustedes.
—Una última pregunta antes de colgar —previno Sally evitando que el forense se despidiera—. ¿Cuál fue la reacción de la señora Sanders al reconocer el cuerpo?
—Tuvo náuseas —describió Markesan—. Pero eso es una reacción natural para alguien que nunca ha visto un cadáver, y mucho menos en las condiciones en que se encontraba. Aunque entiendo hacia dónde apunta tu pregunta. No parecía particularmente triste ni afectada. En cambio la noté impaciente, como si quisiera estar rápido en otro lugar.
Sally le hizo otras preguntas al respecto antes de despedirse del doctor. Este le confirmó que durante el tiempo que estuvo allá no la vio recibiendo ninguna llamada o contestando algún mensaje. No hizo ninguna acción que se interpretara como sospechosa. Fuera de eso, desde un punto de vista subjetivo, se le notaba la incomodidad de estar allí y esa sensación de apresuramiento que intentaba disimular. Era evidente que prefería estar en otro lugar, a menos que su presencia sí fuera requerida en otra parte. Hensley escuchó con atención el reporte de Markesan sin intervenir en la conversación. Compartió sus impresiones con Sally cuando se adentraron en la autopista.
—Estoy pensando en que quizá deberíamos volver a visitarla —propuso Hensley—. Todavía tenemos que descubrir cómo encaja la señora Sanders. Estoy seguro de que ella sabe algo sobre el naufragio e incluso puede tener una idea sobre su ubicación. Tendríamos que presionarla a confesar, garantizándole que no la condenaremos como cómplice de los delitos de su marido.
—Está bien —aceptó Sally—. Déjame a mí hablar primero. Creo que sabré cómo disuadirla para que nos preste su colaboración. Temo que tú no sabrás actuar con diplomacia cuando ella se ponga a la defensiva.
—Eso era justo lo que te iba a proponer. Si alguien puede doblegarla, eres tú. Confío en tus métodos.
Una oleada de orgullo y satisfacción inundó a Sally. El reconocimiento de su compañero la complacía profundamente, aumentando la seguridad en sí misma. Ambos compartían la esperanza de que Diane fuera la pieza clave para responder todas las preguntas que seguían pendientes.