Capítulo 2

A bordo del SUV de Hensley iban en camino al domicilio de la señora Martín, quien fue mencionada como dueña de la trampa para langostas. Sally había exigido que le pasaran información detallada de inmediato desde la oficina central, y así lo hicieron. Su compañero seguía cada vez más admirado de la seguridad con la cual ella se conducía. Si bien en el pasado nunca pecó de insegura, por lo general era más partidaria de esperar a que otros tomaran las iniciativas. Ahora que estaban al fin a solas, y sin la presencia a menudo impertinente de Jerry, parecía el momento ideal para confesar cómo se sentían realmente sobre el hecho de trabajar juntos desde el regreso de la detective Lonsdale.

—Sabes que no me gusta ser repetitivo —dijo Hensley tras el volante—. Pero me complace trabajar nuevamente contigo. Creo que tomaste la decisión correcta al regresar. Tienes mucho que aportar. Esta ciudad te necesita.

—Fueron semanas difíciles para mí —confesó Sally—. Me sentía defraudada por el sistema. ¿Cómo seguir trabajando si no confiaba en que en la propia comisaría se estuviese impartiendo justicia?

—Tu reacción fue natural y yo la apoyé por completo. Indirectamente, gracias a ello cambiaron muchas cosas. No se han acabado los problemas, pero hay mayor atención a la corrupción interna.

—Y de nosotros también depende lograr que esa atención se mantenga y mejore.

—Así es —afirmó Hensley, para luego continuar tras hacer una larga pausa—. Me preocupaba imaginar que pusieras como cláusula no trabajar conmigo de nuevo. Supe que te estabas encargando de tus primeros casos por tu cuenta.

—Eran casos sencillos —aclaró Sally—. Fueron una forma de calentar antes de ocuparme nuevamente de algo relacionado con homicidios. Cuando te llaman a ti para hacerte cargo de una investigación es porque se trata de una particularmente complicada. ¿Quién no querría volver a trabajar con el mejor detective de Maine?

La sonrisa de Sally al darle ese cumplido reafirmaba la honestidad de sus palabras, así como el respeto que le profesaba. Hensley entendió que no existía ningún resentimiento entre ellos, por lo cual podrían concentrarse en ese nuevo caso sin preocupaciones inútiles del pasado.

—Ahora entiendo mejor. Aunque todavía no estamos seguros de estar tras la pista de un homicidio. Una mano no es un cadáver.

—Tienes razón —aceptó Sally—. Pero si alguien no ha reclamado su mano perdida en las próximas horas, solo hay dos alternativas: alguien ha muerto o ha sido secuestrado. ¿Por qué alguien dejaría eso en la playa? ¿Habrá sido intencional?

—Podría tratarse de un mensaje. Pero ¿para quién? En una costa solitaria no hay nadie que califique como destinatario.

—A menos que seas Jerry.

Ambos se rieron ante la observación graciosa de Sally. El resto del recorrido siguieron compartiendo conjeturas acerca de la mano mutilada y otros casos de mutilaciones similares sobre los cuales hayan leído en el pasado. Hensley destacó que para muchos asesinos seriales mutilar a sus víctimas y dejar sus restos desperdigados para ser conseguidos por cualquiera representaba una acción ritual. Cabía la posibilidad de que anduvieran tras la pista de alguna especie de psicópata que pretendiese llamar la atención luego de haber cometido un crimen. Lo que no encajaba dentro de esa teoría era el origen de la trampa donde fue encontrada la mano. Como era natural en ella, Sally sacó su iPad para buscar más información sobre Eliza Martín antes de que se entrevistaran con ella.

—Aparentemente nació en Ecuador —señaló Sally leyendo lo que consiguió—. Es licenciada en Economía. Estudió aquí y se casó con un americano. Su esposo murió hace cinco años.

La detective había logrado acceder a copias de archivos digitales de las actas de matrimonio y de defunción que confirmaban la información que le estaba dictando a su compañero. En resumen, se trataba de una mujer normal y corriente sobre la cual nadie haría ninguna asociación frente a un hallazgo tan terrible como aquel, y por el cual pretendían interrogarla.

Al escuchar lo que Sally había encontrado, Hensley enseguida tuvo la impresión de que perderían su tiempo hablando con alguien que no tendría la menor idea de lo sucedido, y que seguramente se llevaría una gran sorpresa por el destino de una de sus trampas. Pese a ello, el detective no hizo ningún comentario pesimista al respecto. Apenas estaban dando los primeros pasos en el curso de una investigación incierta. Visitar a la señora Martín era mucho mejor que sentarse a esperar los resultados del equipo forense.

La casa de Eliza estaba ubicada en una zona bien cuidada donde vivían comerciantes y empresarios de la región. Para entrar al conjunto residencial tuvieron que mostrar sus identificaciones en un puesto de  control. El vigilante recibió con asombro las credenciales de los detectives. Sally le aclaró de inmediato que solo se trataba de una entrevista de rutina que no representaba ningún asunto comprometedor para la persona a la cual visitarían. A Hensley le pareció atinada su explicación porque de ese modo no perjudicaba a la señora Martín y su familia.

Una vez dentro, Hensley aminoró la marcha mientras pasaban a lo largo de las distintas casas para darle tiempo a Sally de que leyera los números de cada una de ellas hasta identificar a la correcta.

—Aquí es —alertó Sally—. Esta es la 451.

Hensley estacionó el SUV fuera de la verja principal, mientras, Sally ya se había bajado para anunciarse por el intercomunicador. Un par de minutos más tarde eran recibidos por una señora amable, aunque de aspecto confundido ante la presencia de los detectives. Esta los invitó a entrar, escoltándolos hasta la espaciosa sala de la gran casa donde vivía. Dos perros golden retriever se acercaron a ellos para saludarlos. Eliza los reprendió para que dejaran en paz a sus visitantes, aunque asegurándoles que eran completamente inofensivos. Sally los acarició, rendida ante lo adorables que eran.

Ya acomodados los detectives, le explican a Eliza la razón de su visita. La mujer no solo pareció asombrada, sino que al escuchar los detalles del miembro mutilado se puso una mano en el pecho manifestando su horror.

—¡Dios mío! —exclamó Eliza—. Si dicen que la trampa me pertenece, no dudaré de la palabra de ustedes. Sin embargo, en esta casa no tenemos nada que ver con una situación como esa. Eso es horripilante.

Cuando consiguió calmarse de la impresión, Eliza les explicó que ella era la dueña de una distribuidora de pesca de langostas para su venta en todo el país. Ella lideraba originalmente el negocio junto con su esposo, pero luego la responsabilidad fue enteramente suya tras la muerte de este. Juntos mantuvieron una gran captura de langostas a lo largo de la costa de Maine durante casi tres décadas. Cuando su esposo murió, Eliza dividió la «captura» entre sus tres hijos. Ella ayudaba a su hija a mantener una parte, mientras que los dos muchachos tenían que trabajar solos.

Para salir de dudas, Sally le enseña a Eliza la foto de la trampa encontrada en la playa. Por supuesto que optó por mostrarle una de las imágenes donde la mano ya había sido removida.

—Sí, esa es una de nuestras trampas —confirmó Eliza sin mostrarse nerviosa—. Pero no sabría decirte por qué se encontró en South Beach. Nunca tiramos trampas de esa manera. Está fuera de los límites. Además a las langostas no les gusta esa zona ni siquiera cuando es la estación apropiada para ello, que no es en este momento.

—Alguien debió robársela —agregó Hensley—. ¿Tiene muchos empleados que puedan acceder a esas trampas?

—Sin duda tenemos un inventario de las trampas —reflexionó Eliza—. Tendría que hablar con mi asistente al respecto. Aun así, no tenemos una vigilancia estricta sobre los pescadores que contratamos para usarlas. Siempre varían. A veces algunas trampas se dañan en pleno ejercicio. Pudo haber sido cualquiera.

Al mismo tiempo, Eliza les explicó que las trampas que ellos compraban tenían una identificación propia de su empresa por haberlas mandado a fabricar. Por esa razón era fácil reconocerlas si se perdían, tal como sucedió con la encontrada por Jerry.

—Entonces a ningún pescador le conviene robárselas —observó Sally—. Lo identificarían de inmediato.

—Exactamente —reafirmó Eliza—. Siempre recuperamos las extraviadas por esa razón.

—Esta vez no será la excepción —agregó Hensley—. Le prometemos que le devolveremos su trampa en cuanto el laboratorio termine con ella.

—Tarden todo el tiempo que sea necesario. Estoy dispuesta a prestarles toda la colaboración que necesiten. Lamento que el nombre de mi familia y de mi empresa esté relacionado con un suceso de esa naturaleza.

La mujer se mostró particularmente preocupada por las repercusiones que esto le traería, por lo cual preguntó de forma directa si habían encontrado a la persona que fue desmembrada y si se trataba de un asesinato. Si bien los detectives todavía no contaban con esas respuestas, tampoco estaban autorizados a dar tales detalles a alguien que no formara parte del Departamento de Policía. Sally le explicó amablemente que aquello era información confidencial, aunque no dudarían en hacerle saber cualquier novedad en la medida que la investigación requiriera otra vez de su participación o testimonio.

—Despreocúpese, señora Martín —le dijo Hensley para calmarla—. Si usted ni su familia tienen nada que ver con lo ocurrido, nada de esto les afectará en modo alguno. Nadie fuera del Departamento de Investigaciones Policiales y Forenses se enterará de la procedencia de la trampa. Su reputación no se verá afectada por lo que parece ser una desafortunada casualidad.

El tono de Hensley fue tajante para evitar que la señora siguiera insistiendo en conseguir más información de la que podían darle. Aunque naturalmente comprendía su inquietud, no era conveniente alimentar cualquier falsa convicción que tuviera de que estaba en su poder generar algún tipo de influencia sobre ellos. Ante todo, se debían a un proceso transparente en el que ningún civil estaba en posición de conseguir información no autorizada, independientemente de su estatus económico o social.

—Estaré atenta a cualquier llamada de su parte, detectives —se despidió Eliza resignada—. Espero que se resuelva pronto todo este asunto.

Los detectives correspondieron cortésmente a sus palabras y abandonaron la casa enseguida con el objetivo de ponerse en contacto con los forenses. Necesitaban saber si habían conseguido algo esclarecedor en todo ese tiempo. Antes de ello abordaron el SUV para salir del conjunto residencial, pasando una vez más por el control de vigilancia para notificar su salida.

—Tal como suponía —expresó Hensley—. No conseguimos nada viniendo para acá.

—Confirmamos que la trampa es suya —contestó Sally—. E hicimos la comprobación de rigor para determinar qué tan fiable es como testigo. No me dio la impresión de que fuera sospechosa de nada.

—A mí tampoco. Aunque esos ricachones pueden volverse problemáticos cuando interferimos con sus intereses. Así que no hay que descuidarse. Puede que ella y su familia no sean los responsables de esa mano mutilada, pero harán todo lo que sea necesario para que nadie los relacione con ello. No serán inofensivos si presienten que esto les afectará de algún modo.

El comentario de Hensley les hizo recordar a ambos el desenlace del último caso en el que trabajaron, donde hubo un intento de soborno por la devolución de evidencias. Aunque los dos se negaron a aceptar el dinero que les ofrecían, su superior de aquel entonces no hizo lo mismo. De cualquier manera, no tuvieron en ese momento poder suficiente para negarles la petición a quienes tenían más contactos e influencia que ellos. Aunque no lo dijeran en voz alta, existía entre los detectives el acuerdo tácito de que no permitirían que algo similar volviera a ocurrir.

—Mientras tanto ocupémonos del presente —sugirió Sally—. Vayamos a la morgue a ejercer presión para obtener más información. No haremos todavía nada con lo poco que tenemos.