Prólogo

Bar Harbor, Maine, Estados Unidos

Las olas estaban agresivas aquella mañana. Así lo pensó Jerry Wilson cuando estacionó cerca de la costa y contempló a distancia el indómito mar en el cual tenía intenciones de zambullirse para surfear. Las primeras horas de un sábado en la mañana de clima frío, aunque tolerable, era el momento perfecto para practicar su deporte favorito sin tener que toparse con nadie. Según lo acostumbrado, la costa apenas recibiría sus primeras visitas en un par de horas.

Jerry no se arrepintió de su decisión. Ningún factor en contra superaba sus ganas de surfear. Era justo la clase de olas que constantemente esperaba, durante sus visitas al litoral, para lanzarse a la aventura de conquistarlas. Si bien ya no era el mismo jovencito imprudente de antes, todavía conservaba la energía y el ímpetu de sus mejores años. A sus casi cuarenta lucía en excelente forma. Nunca descuidó su alimentación y llevaba una vida dedicada al ejercicio. Aunque era un hombre deportista, era el surf la actividad física que más le apasionaba.

Sin pensárselo dos veces, Jerry cogió su tabla y se adentró en el mar. La realidad no contradijo su anterior impresión visual. En efecto, el mar estaba iracundo e impaciente, tal como él mismo lo estaba al querer montar la primera ola que viniera a su encuentro, con el propósito de olvidar todo lo que no fuera el presente. Habían sido meses difíciles para Jerry desde que murió su padre, el hombre que lo crio a él y sus hermanos luego de que su madre los abandonara, y quien lo inspiró a convertirse en policía. Fue el único entre sus hermanos en continuar esa tradición, que de padre a hijo se siguió cabalmente durante generaciones en su familia. Jerry pensó que era lo apropiado por ser el primogénito. Sin embargo, también lo hizo porque le complacía. Una de las razones por las cuales quería tener un hijo era para enseñarle a surfear.

Lo cierto era que todavía lloraba por la ausencia de su padre. A veces le sobrevenían las ganas de hacerlo en los momentos más inoportunos, cuando algo le recordaba a él. Jerry era un clásico tipo rudo, al cual no le gustaba demostrar de forma abierta su lado más sensible. Incluso entre quienes lo llegaban a conocer más profundamente asumía siempre el carácter protector y fuerte, aparentando que nada le afectaba. A su vez prefería enmascarar el dolor con el sarcasmo. Prefería ser el bufón del grupo y nunca la nube negra de la cual era preferible alejarse. La muerte de su padre activó una conexión distinta con el sufrimiento que antes no había experimentado, ni siquiera cuando lamentaba el abandono de su madre siendo el mayor entre sus otros dos hermanos, todavía demasiado pequeños para que les afectara realmente. Era como si aquella muerte lo obligara a confrontar la acumulación de dolor que nunca se dio la oportunidad de desahogar.

Nada de eso importaba, en verdad, cuando nadaba aferrado a la tabla hasta que fuera el momento perfecto de subirse a ella y poner a prueba el equilibrio. Jerry sentía el aire frío y húmedo obligándole a entrecerrar los ojos. No le hacía falta tener pleno dominio de la visión en ese instante porque se conducía por puro instinto. No importa cuánto tiempo pasara sin surfear, su cuerpo nunca olvidaba cómo actuar. Minutos más tarde Jerry se colocaba encima de la cresta de varias olas que pretendían regresarlo a la orilla. Tal como previó, el mar estaba enfurecido y no se dejaría domesticar con facilidad. Eso era justo lo que él quería; una fuerza retadora que lo obligara a tensar todos sus músculos e incluso a sentir pavor si fuera necesario. En otras circunstancias habría sido más prudente, considerando que incluso para un surfista profesional existían límites al momento de decidir cuándo detenerse. Aun así continuó montando las olas, a pesar de que le costaba mantenerse en pie. En un par de oportunidades se resbaló de la tabla y tuvo que nadar a contracorriente para mantenerse a flote.

Tras varios intentos, Jerry al fin decidió rendirse, al menos momentáneamente. Todavía no estaba dispuesto a abandonar la costa, aunque solo fuera para permanecer sentado en la orilla contemplando el hermoso paisaje mientras lamentaba su derrota. Tenía la intención de recuperar fuerzas para intentarlo nuevamente. La playa seguía siendo toda para él, por lo cual sería insensato no aprovechar y alargar tanto como pudiera ese rato de introspección y soledad que necesitaba. Así que puso la tabla a un lado y se tendió, poco ajeno a prestarle importancia a detalles superfluos, como la arena que se le metería en el traje de baño.

En la posición de la orilla donde se encontraba, todavía el mar lo bañaba hasta la altura de los muslos cada vez que la corriente alcanzaba su máximo punto. Esa sensación de frialdad lo calmaba hasta el deseo de querer quedarse durmiendo allí. No obstante, era consciente de que sería riesgoso y comprometido dejarse llevar por la somnolencia que lo embargaba. Así que Jerry optó por ponerse de pie nuevamente al sentir que los párpados le pesaban, esta vez con la intención de caminar a lo largo de la orilla, todavía sujetando la tabla en caso de que se animara a lanzarse otra vez a la caza de olas.

Al cabo de un minuto de caminata Jerry notó un extraño objeto encallado a cierta distancia. A medida que se acercaba se dio cuenta de que era una trampa de langostas, la cual llevaba algo en su interior. Por lógica, el policía asumió que se trataba de una langosta o algún otro desafortunado animal. En el caso de que siguiera vivo, estaba dispuesto a liberarlo. Si bien no era vegetariano y él mismo disfrutaba la ingesta de langostas, le parecía razonable salvarlo si estaba en sus manos hacerlo. A escasos metros de distancia entre él y la trampa, no eran los contornos reconocibles de una langosta lo que el objeto retenía en su interior. Tampoco parecía un animal. Jerry sintió un nudo en la garganta mientras acortó los pasos restantes, corriendo para comprobar que su vista no le estaba haciendo una mala jugada.

—¡Dios santo! —exclamó horrorizado—. ¿Cómo es posible?

Jerry no era fácilmente impresionable, de ninguna manera, tomando en consideración lo que atestiguaba con frecuencia en su trabajo. A pesar de eso, encontrar una trampa para langostas que se ondula entre las olas y  lleva dentro una mano cortada era razón suficiente para agradecer que todavía no hubiera desayunado. El hallazgo le resultó chocante porque siempre había considerado ese lado de la costa como un refugio de paz y serenidad. Ahora aquella mano mutilada le recordaba que no existía lugar alguno que no pudiese ser afectado por las consecuencias del crimen.

Tras unos segundos de cavilación antes de tomar una decisión al respecto, optó por dejar caer la tabla contra las rocas cercanas y correr hasta su camioneta para buscar el teléfono móvil. Antes de marcar el número que tenía en mente regresó de nuevo al lugar donde dejó su tabla y la trampa para langostas. No era conveniente moverla de su sitio en vista de que se trataba de la escena de un crimen. Por otra parte, Jerry temía que la trampa se desatascara a efectos de la corriente y retornara al océano. Era probable que quien la haya colocado allí tuviese la intención de que eso fuera lo que sucediera. El policía no quitó los ojos de la trampa mientras llamaba al contacto que mejor sabría actuar ante una situación como aquella: el detective David Hensley.

Al primer intento de Jerry, el detective no atendió la llamada, tras esperar prudencialmente cuatro repiques antes de colgar. El policía dejó pasar unos minutos para intentarlo de nuevo. Era probable que Hensley no atendiera la llamada si es que se encontraba disfrutando un día de familia junto con su esposa. A Wilson le daba pena molestarlo, pero temía tomar una decisión errónea. Solo alguien como David sabría decirle cuál era la mejor alternativa antes de hacer una llamada oficial a la estación de Policía.

Por fortuna para el indeciso Jerry, Hensley le respondió al segundo intento. El tono de su voz no disimuló la molestia respecto a ser molestado tan temprano durante un fin de semana.

—Disculpa la molestia, David —saludó Jerry—. Eres la primera persona en la que pensé cuando…

—¿Te das cuenta de qué hora es? —Hensley gruñe al otro lado de la línea antes de que el policía pueda seguir disculpándose—. ¿O acaso olvidaste que es sábado?

Jerry duda antes de continuar. Considera apropiado insistir en su disculpa hasta conseguir que el detective suene más calmado para poder contarle sobre su hallazgo.

—Comprendo que debes estar descansando junto con tu esposa. Nuevamente te pido disculpas. Yo también andaba disfrutando de mi tiempo libre.

—Ya me molestaste, Jerry. Supongo que no darás marcha atrás, para mi desgracia. Ahórrate los rodeos y dime qué ocurrió. ¿Te metiste en un problema?

El tono áspero y directo del detective, aunque con un ligero dejo de cinismo y camaradería, era una buena señal para el policía. Hensley estaría dispuesto a escuchar lo verdaderamente importante aun al margen de su impertinencia.

—Es difícil describir lo que encontré porque yo no lo creería. ¿Has visto alguna vez una trampa de langostas? Encontré una en la costa con una mano dentro de ella.

—He visto algunas de esas trampas —respondió Hensley, asumiendo esta vez un tono mucho más serio—. Pero nunca con una mano dentro de ella. Supongo que es humana, ¿cierto? ¿No será una jugarreta de adolescentes?

—Luce como una mano real para mí —insistió Jerry—. Por supuesto, no pretendo tocarla para confirmarlo.

Ese mensaje es un poco más de lo que Hensley puede digerir a esa hora de la mañana. Así que, en lugar de continuar la conversación, simplemente cuelga. Jerry está sorprendido, pero no demasiado. Hensley puede ser difícil a veces. En parte, supuso que lo estaba castigando por haberlo importunado. No tenía caso volver a llamarlo, ya que era evidente que no estaba dispuesto a prestarle ninguna colaboración extraoficial que dañara sus planes para el fin de semana. A Jerry le habría gustado hacer lo mismo y desentenderse de aquel asunto como si nada hubiera ocurrido, para que fuera otro el que lo descubriera. Pero eso ya no era una alternativa para él según los límites de la ética en su profesión. Con o sin Hensley, le correspondía actuar.

En vista de que no obtuvo el consejo que buscaba del detective, no le quedó otra opción mejor que llamar a la comisaría para reportar la situación. Esta vez la respuesta al otro lado de la línea no se hizo esperar. Tras identificarse, describió la naturaleza de su descubrimiento y el lugar donde se encontraba. El sargento de la recepción hace una pausa por una fracción de segundo, lo suficiente para interpretar el mensaje de Jerry.

—¿Y dónde dijo que encontró la trampa para langostas, señor? —preguntó el sargento—. ¿Está seguro de que no es una broma?

—No, no es una mano de mentira —replicó Jerry exasperado—. He venido a la costa para pasar un sábado tranquilo. No estoy en mis horas de trabajo y esta clase de asuntos no deberían ser de mi competencia. Yo soy el primer importunado con esta lamentable situación.

—Pasaré el reporte, oficial Wilson. Y nos ocuparemos de inmediato.

El sargento le pidió que le diera su ubicación exacta, a pesar de que Wilson ya la hubiera mencionado.

—¿Puedo comunicarme con algún detective en relación a esto? —preguntó Jerry, aunque evitando revelar que llamó a Hensley antes de comunicarse con la comisaría—. Sally Lonsdale ha lidiado con situaciones similares. Quizá sería pertinente llamarla.

—El resto es tarea nuestra —le recordaron con un tono amable y condescendiente—. Los detectives asignados recibirán una llamada de la comisaría si este caso lo amerita, señor Wilson. No es necesario que se moleste. Le agradecemos su reporte.

Jerry sabía cuándo dejar de hacer preguntas. Antes de colgar, el sargento le pide que se mantenga en el lugar hasta que un equipo de oficiales llegue a la escena del crimen. Él ha sido amigo de Sally Lonsdale desde la escuela secundaria, y se podría decir que ahora eran más que «amigos». Quizá el término más apropiado para describir su actual relación era «amigos con beneficios». De cierta manera, quería tener una excusa para volverla a ver. Sin embargo, no estaba seguro de que le asignarían el caso. Desde que se reincorporó al equipo todavía parecía guardar cierto recelo frente al Departamento de Policía, a pesar del saneamiento que hubo tras el último caso que trabajó junto con Hensley, y que le hizo tomar la decisión de abandonar para siempre la carrera de detective. Solo gracias a que despidieron a su anterior jefe fue que accedió volver, a pesar de su resolución inicial.

—Mejor será que me vista pronto —dijo Jerry para sí mismo al percatarse de que andaba en traje de baño—. Tan pacífica que estaba la playa y ahora se convertirá en un hervidero de policías.