Capítulo 10

Diane tardó en abrirles. Los detectives se apostaron en la puerta de su casa esperando a que les respondiera durante al menos diez minutos. A consecuencia de que la última visita que le hicieron no fue particularmente agradable para ninguno, a ellos no les sorprendería que la mujer estuviera consultando con su abogado antes de recibirlos, o algo por el estilo. Ya estaban a punto de tomar la resolución de abandonar el lugar y encontrar otra alternativa para contactarla, con el permiso de sus superiores. No obstante, la puerta se abrió.

—Lamento haberlos hecho esperar. He estado combatiendo un resfriado. No quería lucir impresentable. ¿Traen noticias sobre mi esposo? ¿O debo someterme a otro interrogatorio?

En efecto, Diane lucía excesivamente arreglada, como si estuviera a punto de ir a una fiesta. En su rostro no se reflejaba ningún rastro de que estuviera enfrentando ningún resfriado. Hensley se adelantó para explicarle la razón de su visita de inmediato.

—Los interrogatorios los dejaremos para después, señora Sanders. Lamentamos informarle que los guardacostas hallaron el cuerpo de su esposo hace un par de horas. Por cómo encontraron el cuerpo se cree que ha pasado al menos una semana en estado de descomposición.

—Debe ser una noticia difícil para usted —añadió Sally mostrándose preocupada—. Ojalá hubiera un modo más apropiado de pedirle esto, pero requerimos su presencia para la pronta identificación del cadáver.

Contrario a lo que cabía esperarse como una reacción natural, Diane pareció entusiasmada, por no decir eufórica. Ni siquiera se molestó en fingir tristeza.

—Es preferible ya estar segura antes que seguir en la incertidumbre. Iré a identificarlo tal como me lo piden. ¿Averiguaron qué le sucedió realmente a mi esposo?

—Es información confidencial —respondió Hensley tajantemente—. Cuando llegue el momento sabrá lo que consideremos necesario.

—Comprendo, detectives —aseguró Diane sin mostrarse molesta—. Díganme entonces cuál es la dirección y voy ya mismo.

—Nosotros llamaremos a un oficial para que la lleve personalmente al lugar —aclaró Hensley—. Supongo que comprenderá que, dada la naturaleza de esta terrible situación, usted es un personaje clave de nuestra investigación. Mientras esperamos la custodiaremos.

—¿En calidad de qué? ¿De sospechosa?

Estas preguntas las hizo Diane con un tono desafiante, aunque demostrando la batalla interna que libraba por controla su ánimo y comportarse tan calmadamente como le fuera posible.

—Usted era su esposa. Habrá muchas preguntas que le corresponderá contestar, además de ciertos trámites que dependerán de su permiso. Es lo natural. Nada de lo que asustarse si no tiene algo que ocultar. Sobra decir que le recomendamos no salir del estado hasta no aclarar los detalles sobre el asesinato de su esposo.

—Y así es. No tengo nada que temer.

—No somos sus enemigos —prometió Sally—. Estamos aquí para ayudar a que se haga justicia.

Hensley le hizo un gesto a Sally para que marcara el número de la comisaría y solicite que alguien buscase a la señora Sanders con el objetivo de conducirla a la morgue. Después de las llamadas los tres pasaron una larga media hora en silencio, parcialmente interrumpida cada vez que Diane se sonaba la nariz con un pañuelo. O al menos hacía el gesto de intentarlo, aunque pareciera no producir ninguna mucosidad en el proceso. A Hensley todo ello le pareció una actuación torpe para continuar con la mentira que dijo al recibirlos en relación a su supuesto resfriado. Al menos debía darle crédito por esforzarse en querer mantener  el engaño. ¿Significaba esto una prueba de astucia frente a la posibilidad de que ella haya sido la responsable de la muerte de su marido? Hensley reflexionaba en esto silenciosamente mientras la observaba. Diane parecía notar la fuerte mirada que se posaba sobre ella, ante lo cual mantenía la cabeza gacha para evitar cualquier contacto visual. De pronto el detective pensó que ella temía que en ese tiempo le hicieran alguna pregunta para la cual no estaría preparada.

Por su parte, Sally no hizo gesto alguno que le hiciera creer a Hensley que compartían las mismas impresiones. Pero igual el detective tenía curiosidad de saber lo que su compañera pensaba sobre la señora Sanders y su relación con el asesinato del inspector ambiental. A David le tomó por sorpresa cuando Sally rompió el silencio para iniciar una conversación casual con Diane.

—¿Su esposo tenía algún deseo expreso en relación a su muerte? ¿Quería ser enterrado o cremado?

—Quería ser velado y enterrado —respondió Diane sin mirarla a los ojos—. Tuvo una formación católica muy arraigada, aunque no fuera el más devoto entre los creyentes. No le gustaba la idea de ser cremado o de que su cuerpo se perdiera sin cristiana sepultura. Supongo que cumpliré con sus deseos hasta donde las circunstancias me lo permitan.

Sally continuó la conversación de un modo inteligente y persuasivo para que su interlocutora no sintiera que estaba siendo interrogada con intenciones desconocidas. Todas sus preguntas eran de carácter cotidiano, expresando una preocupación sincera. La detective era consciente de lo difíciles que eran los trámites que venían como consecuencia de una muerte. Mientras los muertos descansaban en paz, a los vivos les correspondía preocuparse por las características de ese descanso.

Por su parte, Diane reveló que los padres de su esposo no estaban vivos, que no mantenía relaciones cercanas con otros miembros de su familia y que en general se calificaba como un hombre de pocos amigos. Explicó que serían los miembros de su familia quienes seguramente asistirían a un hipotético entierro cuando recibieran la noticia, aun cuando la mayoría de ellos vivían en otros estados. Hensley admiró la gracia con que su compañera dominó la conversación porque reconoció que él no hubiera podido actuar de tal forma sin intimidar a otros, incluso cuando no era su intención.

Aunque Hensley se sintió tentado de intervenir en la conversación, animado por la repentina disposición de Diane a responder sin inconvenientes las preguntas de Sally, comprendió que lo prudente era mantenerse a distancia; casi como una presencia invisible.  No obstante, la señora Sanders se dio cuenta de que el detective no apartaba la vista de ella. Por un momento sus miradas se cruzaron y esto causó el efecto instantáneo de que guardara silencio. Minutos más tarde llegó el oficial encargado de conducirla a la morgue. Ella abordó el vehículo sin despedirse de los detectives. David y Sally se quedaron a solas en la entrada de la casa, cada vez más confundidos en relación a sus pensamientos sobre ella.

—La espantaste —lo reprendió Sally—. Ya se estaba ablandando conmigo.

—No dijo nada que no pudiéramos averiguar por nuestra cuenta. Más bien creo que su conversación contigo fue una concesión fríamente calculada. Me pregunto por qué la mujer está tan feliz de que hayamos encontrado muerto a su marido. No hay ni un asomo de tristeza.

—Sé que la mujer no luce precisamente como alguien libre de sospechas. Sin embargo, no diría que pareciera feliz, sino más bien aliviada. Al menos ya está segura de que su esposo ha muerto y podrá ocuparse de lo que suceda después.

—En eso tienes razón —aceptó Hensley—. Tampoco parecía angustiada, como se esperaría de alguien a quien están a punto de descubrirle la culpabilidad de un crimen. Aun así nunca sabremos realmente lo talentosa que puede ser una persona para actuar como si no fuera responsable de nada. He visto muchos tipos de culpables actuando de modos tan disímiles entre sí.

—¿Qué propones hacer mientras tanto? —preguntó Sally—. No podremos interrogar a Diane hasta que no complete la formalidad de identificar el cadáver. Además de seguir confiando en que Markesan o los guardacostas encuentren algo significativo.

—Creo que hay mucho más en este caso de lo que parece. Y me gustaría echarle un vistazo a la lista de restos de embarcaciones que pueblan la costa de Maine, especialmente a lo largo de la costa de Bar Harbor.

Sally frunce el ceño, sin comprender exactamente hacia dónde apuntan las intenciones de su compañero con dicha propuesta.

—No te sigo. ¿Qué tienes en mente?

—Te voy a exponer un escenario hipotético. Bueno, digamos que tenemos un inspector ambiental involucrado en lo ilegal. Uno de sus clientes encuentra un barco hundido cerca de Bar Harbor que contiene objetos valiosos: monedas de oro tal vez, copas o incluso lingotes.

—Una historia fantástica y muy interesante —se burló Sally—. Yo la leería.

—Digamos que Sanders descubre esto durante el ejercicio de su trabajo como inspector —continuó Hensley haciendo caso omiso de la intervención irónica—. Al señor Sanders, corrupto tal y como nos lo han descrito, le gusta tener una parte de la acción.

A Sally no le quedó más remedio que dejarse llevar por la colorida «fantasía» expuesta por Hensley. Su elocuencia lograba convencer hasta al más escéptico.

—Si esto sucedió así, obviamente Gil querría un pedazo grande de ese pastel —dice la detective.

—Ambos tendrían que llegar a un acuerdo. Entonces él le diría al sujeto: «Si no me das mi parte haré que las autoridades se involucren».

—Y al decir eso, Sanders de hecho firma su sentencia de muerte. Dependiendo de cuánto pide, el otro medita lo que considera más conveniente.

—Exacto. El que encontró el naufragio no está preparado para compartir el botín con Sanders, y lo mata a la primera oportunidad.

—Has pintado un escenario muy preciso —concedió Sally—. No tenemos ninguna prueba de eso. Bien pudo tratarse de una embarcación abandonada donde dormitaba algún indigente, y la confrontación pudo haber sido cualquier otra cosa. O todo se trata de una extraña casualidad. El escenario donde sucedió la muerte, de haber sido ese barco, no necesariamente determina su causa.

—Soy plenamente consciente de que es solo una de muchas teorías posibles —aceptó Hensley—. Nada perdemos con pasear por la costa y comprobar la extensión de mi error.

—Pues acepto solo porque no se me ocurre un mejor plan. Y también porque disfrutaré ver hasta dónde llegas con esta fantasía, hasta probar que es incorrecta. No todos los días uno asiste al inédito espectáculo de comprobar que David Hensley se ha equivocado.

El detective se rio ante el comentario gracioso de su compañera. Ciertamente su exposición de conjeturas sonaría descabellada para cualquier otro, menos para él mismo. Lo que sentía al respecto era algo mucho más que una corazonada inspirada por una imaginación novelesca. No creía que la observación de Markesan sobre la existencia de un barco abandonado conduciría a un escenario azaroso. Cuando en una investigación todo parece absurdo y las partes que componen un caso no revelan una línea que las conecte, entonces arriesgarse a comprobar lo improbable podría ser el riesgo que marcaba la diferencia.

—Podemos apostar si quieres. Si gano, te pago una cena elegante.

—¿Y si pierdo?

—Le aceptas una invitación similar a Jerry Wilson.

—Me siento acorralada —dijo Sally y rio—. ¿Acaso te ha pedido que me invites?

—No, pero seguro me pedirá que lo ayude contigo —respondió Hensley encogiéndose de hombros—. No es un mal sujeto, y creo que le agradas. Y si mi intuición no me falla, a ti también.

—Nunca habría imaginado que también te gustaba hacer las veces de celestina, detective. Si algún día decides jubilarte, ya veo que tienes otro oficio al que podrías dedicarte. De acuerdo, acepto tu apuesta. Al menos será un caso interesante de contar si tus sospechas son remotamente ciertas.

Sally y David se estrecharon la mano para sellar el compromiso por la apuesta que estaban haciendo. Enseguida abordaron el SUV para buscar la ruta más cercana que los llevara directamente a la costa. El clima estaba un poco frío, por lo cual Sally anticipó que el paseo no sería tan agradable como se supone debería ser una caminata por la playa.