Por haber estado aislados en la morgue, descubrieron sorprendidos que había llovido en ese tiempo. El piso estaba resbaloso y el cielo presentaba unas nubes densas, amenaza de que podría seguir lloviendo próximamente. A Hensley se le escapó un suspiro mezclado de anhelo y cansancio. Con un clima como ese le encantaría estar a solas con su esposa. Ella seguramente estaría pensando lo mismo y lamentando que sus planes propuestos para ese fin de semana fallaran.
—Está bien, de nuevo a la rutina —propuso Hensley, volviendo en sí cuando regresaron al automóvil—. No es la primera vez que trabajamos en un caso sin pistas.
—Pues este parece querer ganarse el premio del caso más insólito de todos —replicó Sally—. ¿Tienes algún plan? En teoría, ni siquiera podríamos volver a nuestras casas a menos que el capitán nos dé una orden. Podría llamarlo y decirle que nos deje el día libre hasta que los forenses descubran algo.
—Nos dirá que nos mantengamos aquí en la morgue o que vayamos a la comisaría a redactar un reporte preliminar. Personalmente, no aguanto estar aquí sin hacer nada. Mucho menos pretendo estar encerrado en un sitio que no sea mi casa. Prefiero que nos movamos mientras nadie pueda controlarnos con órdenes inútiles.
—Coincido contigo —aceptó Sally—. Ya se nos ocurrirá algo en el camino.
A bordo del SUV manejaron sin un rumbo fijo. Al principio se les ocurrió que sería buena idea regresar a la playa donde fue hallada la trampa. Luego desestimaron ese plan, conscientes de que no conseguirían nada nuevo ahí, pues el equipo de rastreo y búsqueda no lo había hecho en todo ese tiempo con los equipos especializados. Por lo tanto, siguieron desplazándose en el auto mientras Sally redactaba en su iPad la poca información con la que contaban, así como la transcripción de la entrevista con la señora Martín, para llevar un registro formal del curso de la investigación. No hacía daño adelantar trabajo que de todos modos les correspondería hacer.
—Se me ocurrió una idea —soltó Hensley repentinamente entusiasmado—. Veamos quién ha perdido un esposo, un padre o un novio en los últimos tres días. Eso puede llegar a ser esclarecedor.
—¡Perfecto! Al menos podríamos tener una lista de presuntos desaparecidos a lo largo del estado, pero principalmente en Bar Harbor. Solo espero que no sea muy larga.
Compartiendo el entusiasmo de su compañero, Sally teclea en el iPad. A Hensley le sorprende la velocidad con que ella tipea para acceder a los registros de búsqueda. Al detective nunca se le ha dado bien la relación con la tecnología. Era conveniente contar con una compañera que cubriera sus puntos débiles en ese terreno. El trabajo detectivesco ya no era lo que solía ser en el pasado. Ahora la tecnología cobraba un peso importante para la resolución de problemas que antes tomaban más tiempo. Sally se desplaza a través de la última lista registrada en la Oficina del Comisionado de Maine. La relee un par de veces hasta que al fin encuentra un solo nombre que se ajusta a la descripción del doctor Markesan en cuanto a sexo y edad.
—Creo que he encontrado a un candidato. Gil Sanders es el único hombre cuya esposa ha catalogado como desaparecido desde hace tres días. El hombre tiene treinta y ocho años. Es lo más cerca que encaja dentro del perfil.
—Averigua más sobre él. ¿Algún otro dato interesante?
Hensley escucha otra vez el tipeo apresurado de la detective. Sally trata de hacer una pesquisa en redes sociales para encontrar perfiles correspondientes al nombre y la descripción del desaparecido.
—Voilà! —exclamó Sally sin apartar su mirada del iPad—. Este tiene que ser nuestro sujeto. Es un inspector ambiental que se ocupa de las capturas de langostas y de las granjas de mejillones al norte de Bar Harbor. Dudo de que se trate de una casualidad.
—Excelente trabajo —la felicitó Hensley girando brevemente la cabeza hacia ella—. Eso suena prometedor. Mucho más de lo que íbamos a conseguir estando en la morgue. Pero necesitaríamos más que una mano para asegurarnos de que el hombre «completo» esté muerto.
Sally le dedicó una mirada reprobatoria a su observación mórbida. Pero Hensley no era conocido por su jocosidad. También su carácter a menudo chocaba con la seriedad de los habitantes de Maine. David y su esposa se habían mudado a Bar Harbor algunos años atrás y realmente echaba de menos el aire de la montaña y la frescura de los bosques de Vermont. De donde venía la gente era mucho más abierta a las demostraciones de sarcasmo, sin que nadie se sintiera fácilmente ofendido. Sally era una de las pocas personas que comprendía su extraño sentido del humor, aunque no lo celebrara.
—Entonces visitemos a la señora Sanders —continuó Hensley—. Veamos cuánto echa de menos a su maridito. ¿Podrías conseguir la dirección?
A modo de respuesta, la detective tronó los dedos y nuevamente se lanzó al tipeo furioso. En menos de dos minutos había conseguido una dirección a la cual podrían acudir de inmediato. Un detalle les llamó la atención: vivían relativamente cerca de South Beach, donde la mano fue hallada.