Engaño



Marcos grita con todas sus fuerzas, aunque no puede describir lo que el diablo de Tasmania le está haciendo a la niña, ni siquiera encontraría las palabras para hacerlo. Al otro lado de la conexión, un grupo de policías arriesga su vida corriendo escaleras abajo en la oscuridad.

Cristina llega a una puerta de madera, parece maciza pero huele a podrido. El pomo no se abre, así que le da una patada, con tanta fuerza que la parte en dos. Siente el ímpetu de Livia tras ella, empujando por atravesar incluso su cuerpo y ocupar su posición. Se frena un segundo e impulsa con su cuerpo a la oficial hacia atrás. Oye cómo la chica cae sobre los agentes que la siguen. Aprovecha esos segundos de ventaja y entra con el arma en la sala, esperando abatir al pobre diablo, nunca mejor dicho, que está a punto de devorar a la niña.

Y, de repente:

—¡Atrás! ¡Atrás! —grita.

Livia solo ve oscuridad al otro lado de la inspectora.

—¡Atrás, es una orden!

Obedecen todos menos la oficial, que espera el momento de poder avanzar cuando la inspectora se descuide. Lo hace en un arrebato.

¿Quién podría impedirle ver lo que pasa allí? Su nombre estaba en el papel donde aparecía el enlace al vídeo. Ella es el motivo de que Mihai haya llamado y programado esta locura. Ella comenzó el ciclo y ella lo terminará. Nada ni nadie en este mundo le impedirán ver el resultado, llegar la primera, ser la que redacte el informe o la que reciba la primera bala en la incursión. Y en su vida.

Y la merecería.

«Vaya si la merezco».

Livia no sabe cómo ha sido capaz de zafarse de las tenazas de acero que suponen las manos de Cris, pero es consciente de que ha cumplido su objetivo, de que está donde quiere estar. Abre los ojos en la oscuridad, observa, olfatea, trata de sacar alguna conjetura válida a lo que tiene delante. No lo consigue. Y se agacha a vomitar.



Marcos sigue observando las dos pantallas, en las dos se muestra el mismo escenario, pero con diferentes espectáculos. Nuria y Víctor siguen con sus estómagos vueltos del revés, pero tratan de ayudar al comisario a descifrar lo que ocurre ante sus ojos.

En la pantalla de la derecha, iluminado por un foco, hay un monstruo hambriento devorando a una pobre niña, ya muerta.

En la pantalla de la izquierda, la que muestra lo que Cristina y Livia ven, hay un cuarto a oscuras y con docenas de huesos en el suelo, alrededor de la misma silla que ocupa la niña en la otra pantalla. Es el mismo escenario, pero no muestran la misma función.

—Nos la han jugado —murmura Marcos, Nuria asiente—. Malditos hijos de puta.