Nicoleta



Pasan otros dos días más viajando en el coche, circulan cerca de la playa, que se ve entre los árboles, al otro lado de una roca o bajo un acantilado cada pocos minutos, sin parar salvo para comer algo y dormir unas pocas horas. Ya no la tratan tan bien; bueno, nunca lo han hecho, pero ahora es peor; la despiertan de una patada y no le compran comida, se limitan a ofrecerle las sobras de la suya. Casi no le dan agua, para que no se orine en el coche o proteste pidiendo que paren y hacerlo en la cuneta.

Está muy sucia, su pelo largo y rubio se ha convertido en una masa apestosa y le pica cada centímetro cuadrado de su cuerpo.

Y lo peor es el interior. Poco a poco, hora tras hora, Nicoleta se va hundiendo entre pensamientos sin sentido y recuerdos en los que ya mezcla personas, lugares y tiempos.

Luego está el bicho, lo llevan encerrado en una caja en el maletero y le dan algo de comer de vez en cuando, más que a ella. No lo ha visto, pero lo oye gruñir cada dos por tres y se le eriza el vello de la espalda. No para de preguntarse qué es lo que llevan ahí y qué piensan hacer con él. Claro que su mayor preocupación es averiguar qué ocurrirá con ella.

Se han alejado de la playa cuando despierta. No solo no consigue verla por ningún recoveco entre los árboles o a lo lejos, también percibe que el paisaje árido y con encinas que atraviesan no le recuerda a los que ha estado viendo durante el camino los días anteriores. Hace calor, lo siente a pesar de que van con el aire acondicionado a toda potencia. Al otro lado de las ventanillas no se ve más que arena y encinas. La carretera ahora está en mal estado, con tramos de tierra llenos de baches que provocan que le duela la espalda y que el hombre de los dos dientes de plata se queje al conductor con muy malos modos.

Tras unos minutos, divisa una pequeña construcción blanca al final del camino. A medida que se acerca el coche, Nicoleta comprueba que aquello no es nada pequeño. Nunca había visto una vivienda de semejante tamaño. En el patio interior al que acceden con el coche podrían edificarse veinte casas como la suya, la que no volverá a ver jamás. Pasean sueltos varios perros enormes y enfurecidos, además de observar caballos preciosos que asoman sus cabezas con curiosidad por los pórticos de sus cuadras. Todo está limpio y, a pesar de los amenazadores ladridos, se ve que allí vive mucha gente; pero hay un respeto o miedo tremendo que produce un silencio incómodo, incluso de los tres que van con ella en el coche. Sí, miedo y respeto es lo que respira Nicoleta dentro del coche y también al salir fuera, junto con la bofetada tremenda de calor y el pánico que siente a que alguno de esos perros la muerda.

Un chico joven, delgado y muy moreno de piel y cabello se acerca para dar una patada a uno de los perros, dice algo en un idioma que ella no conoce y los canes salen despavoridos hasta un rincón a la sombra, donde se echan a descansar.

Otro hombre, más mayor y bien vestido, aparece y conversa con los tres acompañantes del coche, esta vez en rumano. No para de secarse el sudor de la cara con un pañuelo de tela.

—Habéis tardado mucho.

—Tuvimos que parar a por el puto bicho ese y a comprar el vestido.

—Menos mal, porque Mihai nos despelleja si mostramos en el vídeo a la pordiosera que lleváis ahí. Llevadla dentro y bañadla, que la peinen y le pongan el vestido nuevo, así parecerá una niña de bien y dará más pena.

—¿Puedo preguntar para qué es el bicho?

—No, no puedes preguntar. Haz lo que te he pedido.

El de los dos dientes de plata lanza una mirada acerada a sus dos acompañantes y estos cumplen con la tarea, llevándose a la niña de allí a empujones hacia dentro de la casa. Ella logra oír desde lejos el final de la conversación.

—Mihai ha pedido que vayáis con él para el canje.

—¿Por qué no lo hacen sus hombres?

—¿Quieres preguntárselo tú?

La conducen por interminables pasillos hasta un cuarto de baño que tiene eco, y la bañera es tan grande como para nadar en ella. Dentro del lugar no hace tanto calor, pero se oye el sonido de las cigarras con más intensidad, si cabe, que en el exterior. La desnudan sin miramientos cuando la bañera está llena hasta la mitad. Sabe bañarse sola, y le da mucha vergüenza que la vean desnuda esos dos asquerosos que la miran de esa forma, pero se calla para no empeorar las cosas. Se mete en el agua, que está templada, y comienza a frotarse el cuerpo con una pastilla de jabón que huele a jazmín. Pronto el agua se vuelve negra. Los dos cerdos la miran de un modo que le da miedo, como si ella fuese su postre favorito. Termina con el cuerpo y empieza con el pelo, que se le ha apelmazado hasta volverse un estropajo de color pajizo.

—Tú también quieres divertirte con ella, se te nota en la cara.

—No podemos, Mihai la quiere intacta.

—No jodas, no ha dicho eso.

—¿Para qué crees que la quiere tan aseada y con un vestido bonito? Si nos divertimos con ella como solemos hacer siempre, la dejaremos como un guiñapo, eso si sobrevive.

—Joder, podemos tener cuidado.

—Yo tengo las mismas ganas que tú, llevo semanas sin follar, pero prefiero aguantar y calmarme esta noche en un burdel que acabar con el cuello cortado por desobedecer a Mihai y joderle un negocio.

—A la mierda.

Nicoleta se ha comportado como si no oyera la conversación.  Temblando, eso sí, además de rezando para que no le hiciesen daño. Siente alivio al saber que finalmente no se divertirán con ella. Un alivio muy liviano, ya que sigue sin saber qué le depara el destino; y si ahora le toca pasar a manos de quienes provocan miedo a estos tipos…

El vestido es malva y le queda muy bonito, nunca ha tenido nada tan bello en su vida. Se ha secado el pelo y peinado, aunque les ha costado lo suyo a ella y a una señora, hediendo a sudor y queso, que ha aparecido para ayudarla. Ha intentado comunicarse con ella, pero no habla su idioma. Ahora esa misma mujer la conduce hasta una cocina enorme y que huele de un modo exquisito. Le señala con el dedo una silla y ella se sienta. Sobre la mesa comienzan a aparecer todo tipo de manjares, la mayoría no los había visto jamás. Come queso, huevos fritos, carne guisada, todo con las manos, sin importarle que estas se manchen, pero cuidando el vestido. Es tan bonito… También prueba unas lonchas de cerdo curado con un exquisito sabor. Bebe un sorbo de agua cada pocos minutos para no ahogarse y sigue con el atracón. La mujer la mira con cara de lástima, pero Nicoleta prefiere centrarse en el único momento feliz que ha vivido en los últimos días. Cuando cree que no puede comer más, la mujer le pone delante un trozo de pastel de chocolate y decide que es mejor reventar a quedarse sin probarlo. Tal vez no se lo ofrezcan nunca más, o se pase otros muchos días en el coche comiendo bocadillos duros o restos que dejan sus acompañantes.

La mujer le dice algo, cada vez muestra más cara de pena, y eso no le gusta a ella. No la entiende, pero le da las gracias. Puestos a elegir, tras salir de casa en la forma que lo hizo, no estaría mal que aquella mujer fuese su madre a partir de ahora. Eso le pregunta, si quiere ser su nueva madre, pero la mujer no comprende y se marcha sin responderle.

No sabe qué hora es, pero siente un sueño terrible tras el atracón de comer y cuenta con la posibilidad de dormir en un sitio que no sea el asiento trasero del coche, donde ya olía peor que la cochiquera de sus vecinos en el pueblo. Los dos que la observaban en la bañera aparecen para conducirla a un dormitorio, tiene miedo a que entren con ella, pero se quedan fuera finalmente y cierran la puerta con llave. Una gran cama se aprecia al fondo, todo lo que necesita. Al otro lado de la madera oye a esos dos por última vez:

—Aprovecha para descansar, es tu última oportunidad. —Y se marchan riendo.