No la han llevado a una sala de interrogatorios, ni la han esposado y leído sus derechos, pero ella se siente como si lo hubieran hecho, sobre todo por las miradas que ahora soporta de sus compañeros. Si antes, con la noticia de que su nombre aparecía en el papel con el enlace del vídeo, habían comenzado a observarla con recelo, en este momento ya no tienen la más mínima duda sobre ella. Parece que sus ojos emiten un mensaje, como un cartel luminoso en mitad de la noche, que dice «eres culpable, estás implicada».
Solo entra una persona en la cocina, la esperaba, no vienen el comisario y los demás junto a ella, tampoco la han hecho esperar una hora o más para que se derrumbe. No hay tiempo para tanto.
Cristina se sienta a su lado, en silencio y seria, observa unos documentos durante unos segundos y lanza su pregunta.
—¿Por qué?
—No, no hagas eso, no me trates como una delincuente habitual; tampoco como a una hija adolescente que ha pasado la noche entera con su novio sin avisar.
—¿Y cómo quieres que te trate? Dímelo tú.
—Como a una persona que lo ha aprendido todo de ti, al menos lo más importante.
La cámara frente a ella graba y los tabiques de cristal no dan mucho margen a la imaginación de los que observan desde el otro lado. En el despacho del comisario, a Marcos Navarro lo acompañan Nuria, Víctor e Irene. A Livia tampoco le importa, no tiene nada que ocultar, ni lo haría en caso contrario.
Huele a magdalenas de chocolate y ya es la hora de la cena, pero ella no tiene hambre.
—¿Has pensado que podrías salvar a la niña tú sola? ¿Por qué? Cuéntame lo que sabes. —Livia observa en silencio, duda durante unos segundos—. Ya has visto la cuenta atrás, no perdamos más tiempo, por favor.
La mirada de Cris es amigable, bondadosa incluso. Ojalá fuese de ira, eso sí que se lo merece. Pero la inspectora sabe cómo comportarse para provocar las reacciones que necesita obtener. Livia le cuenta lo de la llamada, el vínculo con Mihai y le da todos los detalles de la entrega. Entre ellas y sobre la mesa está la estatuilla.
—…y solo quedan unas pocas horas para hacer el canje.
—Bien, eso explica tu nombre en el correo recibido, aunque no debiste actuar sin nuestro apoyo, habría sido una locura.
—Lo sé, me di cuenta cuando estaba ante el taxi. He sido una estúpida y quizás he desperdiciado unas horas muy valiosas.
—Así es.
Cristina lo ha dicho con frialdad.
—Lo siento…
—Esto no es una regañina por no limpiar tu cuarto, puede morir una niña de la forma más horrible. ¿Lo entiendes? Eres policía, así que formas parte de un operativo, tú solo eres un eslabón, sin el resto de la cadena no tienes fuerza. Aprende la lección.
—Pero tú…
—Yo he cruzado la línea muchas veces, más de las que me gustaría, pero todas con el apoyo de mis compañeros. Ahora explícame de nuevo y con más detalle todo lo que te une a ese tal Mihai y luego lo que has hablado con él para la entrega de esta… cosa —dijo, señalando la estatuilla.
A pocos metros, aunque pareciesen kilómetros para los que estaban en el despacho del comisario, Nuria se llevaba las manos a la boca al oír la historia de la chica. Marcos, Víctor e Irene aguantaron el tipo como pudieron. Livia dio tantos detalles que la mayoría eran innecesarios, algunos demasiado escabrosos como para que ellos conciliasen el sueño tras oírlos, y eso que le ponían cuerpo de veinte años a la chica, no el que realmente tenía cuando todo sucedió, siete años atrás.
—Seguiremos con el plan de Mihai.
—¿Cómo has dicho?
—Es lo más inteligente, Livia, que él piense que todo sigue adelante. Mañana a primera hora harás la entrega de esto, a cambio de que te entreguen a la niña o te digan dónde la tienen. Pero no estarás sola, toda la comisaría seguirá tu pista, estaremos tan cerca de ti que olerás nuestros alientos. Incluso helicópteros. Te vamos a monitorizar hasta debajo de la piel, no vas a poder suspirar sin que sepamos el motivo que te lo provoca.
—Me parece bien.
—No pedía tu opinión. Recuerda que eres parte de esto, no quien da las órdenes. Si algo sale mal, es mi responsabilidad, por eso debes obedecerme. —La chica asiente con la cabeza—. ¿Tienes miedo? Sería normal tenerlo.
—Lo tenía cuando estaba con ese tipo hace años, pero estaba sola y era una niña asustada. Muchas cosas han cambiado desde entonces.
—Y lo más importante es que ya no estás sola.
—No, lo más importante es que ya no soy una niña asustada.
—Cuidado, no hagas una tontería, nuestro tiempo de reacción para sacarte de un apuro es infinitamente más lento que la velocidad de una bala. Mañana tendrás que obrar con cabeza, cosa que no has hecho hoy.
—Lo siento.
—Olvida las lamentaciones y piensa que aquí todos te tienen bajo una lupa; no porque seas joven, ni por ser mujer, tampoco porque yo te haya metido en la brigada tras conseguir la placa, ni por ser la primera de la promoción, ni la ascendida a oficial más rápido de la historia de la Policía Nacional.
—¿Por qué, entonces, estoy bajo esa lupa?
—Por una puta mezcla de todo lo anterior. Estás bajo una lupa solo por respirar, así que hazlo de la forma adecuada. Y ahora vete al departamento de la científica, allí van a comenzar con la monitorización.
Livia no dice una palabra más, observa los ojos de Cristina, en los que no ve un ápice de enfado o decepción por sus actos; luego echa un vistazo fugaz a la estatuilla, que para muchos parece más valiosa que la vida de una pobre niña, y se marcha. Al salir se cruza con sus compañeros, que la miran de soslayo. Eso le duele más que haber sido descubierta por Cristina. Se sienten traicionados, sobre todo Nuria, que ni se molesta en disimular. Le costará una eternidad que la perdone por no confiar en ella y decirle la verdad, a pesar de haberla implicado de forma directa para que entretuviese a Julián.
Livia no tiene que preguntar a nadie cómo la han atrapado, entre su actuación patética —no ganará nunca un Óscar— y que Julián y una docena de personas más verían su incursión en el almacén… Menos mal que eligió ser policía, como ladrona no hubiese durado un solo golpe. Claro que como policía tampoco lo estaba haciendo como para presumir.
Hace dos meses, poco después de obtener el ascenso por resolver el caso del asesino en serie que disolvía a sus víctimas con una solución ácida y corrosiva, Cristina le dijo que no se durmiese, que los ascensos no vienen si no hay implicación, talento y coordinación con los compañeros. Le dijo también que muchos casos, incluso algunos que parecen muy fáciles, acaban sin resolverse porque no están hechos para ella como inspectora.
Livia comprendió lo de que necesita la coordinación con los compañeros, cosa que no había tenido en cuenta esta vez, además de pensar que se requiere más cabeza y menos estómago a la hora de tomar decisiones. Pero no alcanzó a comprender que algunos casos no estuvieran hechos para ella. ¿Qué demonios significaba eso? Un buen inspector debe resolver cualquier caso que se le asigne. Cristina sonrió, estaban dando un paseo con la niña por el parque en ese momento, luego le dijo: «Sé que el ejemplo que te voy a dar parece ridículo, pero te ayudará a comprenderlo. Sherlock Holmes no aceptaba cualquier caso, los elegía de entre todos los que le proponían por correo o en entrevistas».
—¿Sherlock Holmes? Ese hombre no existió —respondió ella.
—Eso no importa, solo la sabiduría tras esa decisión.
—¿Decisión? ¿Elegía los casos que sería capaz de descubrir y así ser el mejor?
—Todo lo contrario, elegía los que no se sentía capaz de solucionar, los que veía imposibles.
—Eso es absurdo.
—No, porque para él solo merecían la pena los que supusieran un reto, los que implicaran demostrarse a sí mismo que podría salir vencedor, en contra de su propio pronóstico. ¿Qué pensaste cuando te viste en mitad del caso del asesino en serie?
—Que jamás lo encontraría —respondió la chica en un susurro.
—¿Y por qué no abandonaste el caso?
—Porque necesitaba resolverlo, necesitaba…
—Demostrarte a ti misma que podías hacer cualquier cosa que te propusieras. Y te esforzaste al máximo, así como la coordinación con todo el equipo que tenías a tu disposición.
Livia piensa en ello ahora, mientras sube a la planta superior para que le coloquen micrófonos y rastreadores.
«Menuda cagada. Lo he hecho fatal. Me he dejado llevar por impulsos que no llegaban de mí, sino de la niña que fui hace años. Y ahora no me lo puedo permitir. Soy yo la que debería resolver el caso, no aquella niña asustada, enfadada y con ganas de venganza, pero sin los medios a su alcance para lograrla».
Marcos toma del brazo a Cristina, esta ve lo que hay tras su mirada, y esperan a que el resto se marche a sus mesas para poder hablar a solas.
—Ponme otro café para mí, de todas formas no vamos a dormir esta noche.
—Laura te va a matar.
—Sí, lo hará, o me obligará a dejar la Policía y a convertirme en una especie de marido florero. Ahora vende tantos libros que mi sueldo resulta ridículo e innecesario para nuestra economía familiar.
—Me alegro por ella, pero ni se te ocurra pensar en mí para tu puesto. Me muero si me sacas de la calle.
—Lo sé. No, no, mejor con sacarina, que menuda barriga he echado con esto de no moverme del sillón.
Cristina sonríe y obedece, aunque para su propio café sí usa azúcar, le vendrá bien para una noche sin dormir. Le tiende la taza a Navarro y se sienta a su lado.
—Hace unos días que no voy a ver a David —confiesa en voz baja el comisario, como si se avergonzase.
—Tenemos mucho trabajo.
—Pero fue idea mía que fuésemos todos por turnos para que escuchase nuestra voz a diario.
—Saldrá de esta, te lo aseguro. Yo también llevo dos días sin ir, aunque Nuria no se pierde un turno y nos cubre a los demás.
—Me parece muy bonito lo que hace, a la vez que insano, espero que no le perjudique.
Cristina asiente.
—Pienso igual. Si David no sale del coma o muere, Nuria nunca se recuperará.
—Dejemos eso al margen, ¿lo tienes todo claro para lo de mañana?
—Contaba con tenerte a mi lado, por si se me escapa algún fleco.
—Eso está hecho. —Marcos sonríe.
—Quiero estar ahí fuera, con los mejores soldados que tenemos, todos preparados para que nos sintamos orgullosos de su eficacia y rapidez, pero para eso necesito un cerebro pensante aquí. Víctor es bueno, pero lo que muestra el vídeo de la niña me hace poner la piel de gallina. Unos desalmados que hicieron a Livia, y a cientos de niñas más, aquello no parpadearán ante la idea de que una bestia devore viva a esa pequeña.
—Está bien, no te dejaré sola, seré tus ojos y tus oídos mientras estás ahí fuera, al acecho. Tienes mi máxima confianza, después de todo, no te equivocaste con tu impresión inicial. Me dijiste que toda la planificación del caso sería una distracción para Livia, que todas las tareas debían centrarse en observarla sin que ella se diese cuenta, y ha sido un acierto.
—Espero que ella no lo sepa nunca.
—No lo hará por mí.
—Pero lo intuirá, es más lista de lo que pensaba, más que nosotros, pero demasiado impulsiva, ese es su talón de Aquiles. ¿Cómo llevamos la búsqueda de ese número de teléfono?
—El móvil de Livia no muestra ningún registro y los informáticos no pueden destripar el terminal porque eso lo inutilizaría durante demasiadas horas, impediría que pudieran llamarla de nuevo, así que están haciendo lo que pueden, pero ya me han advertido que no será sencillo. Quizás nunca puedan dar con el número desde el que llamaron.
—Mierda, es lo más seguro que teníamos, porque dejar que la chica se meta en esa trampa…