Huele a sudor y a helado de vainilla, ambos bien impregnados en la misma camiseta de fútbol que llevaba la última vez que habló con él. ¿Eso fue hace horas o días? A estas alturas ya no puede precisarlo. El caso es que Antón la ha liberado y eso lo convierte en su mejor amigo en estos momentos. Al otro lado de la puerta, abierta solo en un pequeño resquicio, se ve mucho movimiento, no parece la mejor ocasión para salir, menos aún en su estado tan débil y sin armas.
—Vamos a jugar, vamos a jugar.
—No podemos, Antón. ¿No oyes esos disparos? —dice Cristina mientras trata de ponerse en pie, está más débil de lo que había imaginado—. Hay hombres buenos y hombres malos disparando. Es muy peligroso.
—¿Los hombres malos te hicieron eso en el ojo?
—Sí, los malos. Ahora dime cómo salir de aquí sin pasar por ese pasillo.
—¡Saltamos por la ventana!
—Chsss, calla. No podemos saltar, nos haríamos mucho daño.
—Daño no, daño duele.
—¿Sabes lo que es un arma?
—¿Pistola?
—Sí. ¿Hay alguna en la habitación?
—En mi habitación no, papá se enfadaría si se entera.
—¿Si se entera? ¿De qué se va a enterar? Soy tu amiga, yo te cuidaré, solo dime si tienes alguna y verás qué divertido.
Cristina mira en todo momento a la puerta, no se fía de ser sorprendida, aunque tampoco podría defenderse de un ataque a golpes, menos aún de uno con armas.
—¡No! ¡Papá se enfada si se entera! —Se lleva las palmas de las manos a las orejas y menea la cabeza sin control de derecha a izquierda.
—Está bien, está bien. Quédate mirando por la puerta, en silencio, no digas nada y avísame si se acerca alguien, ¿de acuerdo?
—¿Es un juego?
—Sí, vigilamos a los malos. Tú hazme caso y no dejes de mirar.
Cristina ha oído un último disparo hace unos segundos.
Cuando Antón está de espaldas, comienza a registrar el dormitorio. Los cajones del escritorio están llenos de muñecos y coches pequeños. Los del mueble cómoda tienen ropa. Los de las mesitas de noche, calcetines y ropa interior. Antes de ir al armario, se agacha y mira bajo la cama: revistas porno de los años noventa, apelmazadas; zapatos malolientes y varias cajas, una con zapatos, otra con zapatos y la siguiente con dos pistolas, un cargador vacío y un cuchillo de cocina. Todo un botín. Prefiere no preguntar a Antón para qué querría almacenar aquello, qué tenía pensado hacer con esas armas que seguro robó a sus compañeros en la casa.
Una de las pistolas no lleva cargador, la otra lleva uno con seis balas; la examina a conciencia, parece que tiene algo de óxido, como de unos cinco o seis meses sin limpiar y recibiendo la humedad de la zona, quizás no dispare o le estalle en la cara, pero es mejor que nada. También se guarda el cuchillo en un bolsillo trasero del pantalón.
—Antón. —Este se da la vuelta—. Quiero que mires ahora por la ventana, verás cómo llegan los piratas.
—¿Piratas? ¡Increíble!
—Sí, pero en silencio, no hagas nada de ruido o los piratas nos harán daño.
Antón se lleva el dedo índice a la boca mientras sonríe, camina hacia la ventana y se asoma con cuidado. Mientras, Cristina vuelve al resquicio de la puerta. Se gira una última vez y observa a Antón, está obedeciendo, de espaldas a ella.
Camina despacio, sin hacer ruido, no se adapta a su nueva percepción, no consigue calcular cuántos metros hay hasta el final del pasillo, solo puede seguir avanzando.
De repente oye a Livia negociando con Mihai. Esperaba que fuese Pablo o Marcos, aquello hace que el corazón le dé un vuelco.
Permanece lo más quieta que puede, a la espera de una respuesta. Oye dos disparos y un gruñido, luego ve cómo arrojan al que sería uno de los esbirros de Mihai por las escaleras. La negociación ha terminado. Cristina trata de aprovechar el momento. Si solo hay seis tipos allí y su puntería no se ve muy afectada a esa distancia corta, puede acabar con todos o casi todos. Mejor que la maten a ella que a Livia. Puestos a elegir…
Llega al final del pasillo, respira hondo, comprueba que el arma no tiene el seguro puesto y asoma la cabeza un segundo, lo suficiente para saber dónde está cada uno. Son cuatro.
No se lo piensa más, sale y los abate, un disparo al pecho a cada uno, no llevan chalecos antibalas, así que solo uno de ellos requiere un disparo más para asegurarse de que no se le ocurren ideas peligrosas. El segundo que ha abatido es el albino que la mutiló.
—¡Livia! ¿Me oyes? Sube, está despejado.
La presión del arma en la espalda llega al mismo tiempo que el filo en su cuello. No espera a que le den la orden. Ha cometido un error y ahora solo puede colaborar, ser dócil para esperar y rezar por que se presente una nueva oportunidad. Acaba de tirar la pistola al suelo. Con un poco de suerte, el de atrás no se habrá dado cuenta de que lleva el cuchillo en el bolsillo del pantalón.
—Esa zorrita y tú sois imposibles de matar, parecéis cucarachas. No imaginas el dinero que os pagaría para que trabajarais para mí.
—Suena tentador, podemos sentarnos los tres a hablarlo. ¿Ofreces seguro dental?
—Derrotada, humillada, malherida, mutilada, casi desfallecida, pero siempre con humor. Bruce Willis ha hecho mucho daño con sus películas. Pero deberías saber que un poli no sobrevive a una situación como esta, menos si cree que bromear le ayudará.
—Yippee ki-yay hijo de puta.
—¿Qué pasa ahí arriba? ¿Cris?
—Cuidado, Livia.
La chica sube despacio, casi oculta tras el fusil. Le quedan unos peldaños, pero ya puede ver cómo Mihai se ha refugiado tras Cristina. La diferencia de tamaño hace que la inspectora parezca un dibujo impreso sobre la ropa del criminal. Livia podría acertarle cien disparos en el cuerpo sin que peligrase la integridad de su amiga, pero todos ellos provocarían que un acto reflejo de Mihai acabase en tragedia.
—Quédate ahí y escucha atentamente, puta. Quiero que, cuando lleguen tus compañeros, les digas que deben marcharse, pero antes dejarán un coche patrulla con el depósito lleno. Nos marcharemos tu amiga y yo. Si veo que nos siguen, le pegaré un tiro, ¿entendido?
—¿No te llevarás a Antón? —pregunta Cristina.
—A ese puto engendro debí matarlo cuando nació, seguro que fue él quien te desató. Era más dócil cuando lo tenía encerrado en el sótano. Y se acabó la conversación. ¡Tira las armas!
Livia deja el fusil con cuidado en el suelo, luego la escopeta. Cuando va a desenfundar su arma, despacio y con dos dedos, Mihai le dispara al pecho y ella cae escaleras abajo. Cristina reprime un grito, pero se ha movido lo suficiente para que el cuchillo le haya cortado la piel en el cuello. Ahora siente un hilo de cálida sangre recorriéndole el pecho y el estómago.
—¡Eh, zorrita! Sé que estás viva y que me oyes. La próxima vez te dispararé a la cabeza. Sal fuera y obedece, tienes diez minutos.
—Mihai —susurra Cristina—, la cosa se ha puesto muy fea.
—Calla o te mato.
—Yo sé que voy a morir hoy, y estoy preparada. Puedes disparar o cortarme el cuello cuando quieras. ¿También estás preparado tú?
—Algún día hay que morir.
—Eso suena a tipo que va de duro pero no engaña a nadie. Te has retirado a una casa preciosa con vistas al mar, te has acomodado y comenzado a disfrutar de la vida. Sin duda que ya no eres aquella roca impasible de hace diez o quince años. No engañas a nadie. ¿Quién crees que se tragaría lo de que estás listo para morir? Eres todo fachada, todo batallitas del pasado para intentar alargar un poco más tu estancia en el trono de tu mierda de organización.
—No te voy a repetir que te calles.
—¿Has pensado en el otro lado? ¿En la muerte? ¿Qué vas a hacer cuando tengas que enfrentarte a todos los que has matado? ¿Imaginas la eternidad sufriendo el castigo infinito de las miles de personas que te torturarán?
Mihai, en un movimiento mucho más rápido del que se puede imaginar para alguien de su tamaño, tira el cuchillo al suelo y apunta con la pistola a la cabeza de la inspectora, presionando con tanta fuerza que provoca un gruñido de esta.
—Se acabaron los juegos, deja de hablar de una puta vez y camina. Si tu amiga hace lo que tiene que hacer, haré que mueras rápido.
Al tercer paso que dan, Livia vuelve a aparecer, empuña su pistola y apunta a la cabeza de Mihai, pero este se refugia tras la cabeza de Cristina.
«Ya me gustaría ver aquí a un guionista de Hollywood, piensa Livia. Uno de esos que siempre muestran al malo detrás del escudo humano, pero asomando media cabeza. Seguro que los que escriben esas escenas nunca han tenido que meter el hocico en un panorama como este. Seguro que son guionistas y escritores gordos que inventan situaciones mientras se atiborran de Coca-Cola y Doritos en su sillón ergonómico del sótano de casa».
No se ve un solo milímetro de la cabeza de Mihai, solo la cara mutilada de su mejor amiga: nariz rota, ojo amputado, labios llenos de costra y la frente con sangre seca apelmazando parte del cabello. No, no es Cristina, no es su ángel inmaculado, y los que la han transformado en eso lo están pagando. Ya solo queda uno.
Livia siente una presión enorme en el estómago cada vez que observa la cuenca del ojo vacía y ensangrentada.
—Al final vais a morir las dos. No me has obedecido y eso hace que el juego se termine aquí.
—¿Y cómo piensas hacerlo? Si disparas a mi amiga, te acribillo. Y para dispararme a mí, tienes que salir de detrás de ella el tiempo suficiente para que yo te dispare. ¿Qué has pensado hacer?
Cristina comienza a hacer muecas con la cara. Livia no comprende lo que quiere decir.
—¡Vamos! Asoma la cara para que te dispare, cabrón.
Cristina cada vez es más expresiva, pero Livia no le presta atención, prefiere no mirarla a la cara.
Mihai comienza a caminar despacio hacia atrás, arrastrando a la inspectora.
Livia comprueba que Cristina trata de hacer que mire hacia abajo. Livia observa el suelo, pero no hay nada. No sabe qué quiere decir.
—¡Tres puntos! —grita Cristina.
—¡Calla!
—¡Triple! —vuelve a gritar.
—¿Qué coño dices? —Livia no deja de apuntar con su pistola.
—¡Que os calléis joder! ¡Os voy a matar!
«Tres puntos, triple, mira abajo. ¿Qué coño quieres? ¿Te has vuelto loca? ¿Es eso, estás loca? ¿Triple? ¿Abajo?».
Entonces Livia lo ve, lo ve tan claro que se siente de lo más estúpida. La situación de la que hablaron aquella noche viendo una película en el sofá de casa de Cris. La situación con rehén como escudo humano. La mano derecha de la inspectora, a la altura de la cintura, tiene el pulgar y el índice formando un círculo, los otros tres dedos apuntando arriba, como le enseñó Pablo aquella noche.
La señal.
Livia observa la cara de Cristina y asiente casi imperceptiblemente con la cabeza.
Cristina parpadea una vez con el único ojo que le queda.
Livia apunta en mitad de la cara de su amiga y comienza a apretar el gatillo.
Parpadea dos veces.
«Espera, espera. ¿Era tres y luego disparo o disparo justo en el tres? Joder, joder, joder».
¡Bang!