Media hora antes:
Livia aparca a pocos metros de la puerta de la UCI, es el acceso que mejor conoce al hospital tras haber visitado al inspector David Sobrá en varias ocasiones; también es el punto de entrada al Anatómico Forense. Llega a la recepción, enseña la placa y pide los números de habitación de dos pacientes. Atraviesa el interminable pasillo y gira a la derecha, sube por las escaleras hasta la primera planta y ve al fondo de un segundo pasillo al agente sentado a la puerta de la habitación; ha llegado a su primer destino.
—¿A dónde vas? —Ni ha levantado la vista del teléfono móvil. Tendrá unos cincuenta años y aún va de uniforme, físico muy descuidado y calva a lo Gárgamel.
—¿Es esta la discoteca Alameda 9? Tengo esta invitación VIP.
El agente apenas levanta la vista para observar la placa que le han puesto a veinte centímetros de su cara. A pesar del error, ni parpadea, se limita a decir:
—Adelante, oficial.
«Es lo que tienen estos personajes, que se pasan la vida haciendo trabajo de oficina o custodia de delincuentes hospitalizados, nada complicado ni peligroso. Como opositar a ser administrativo en una sede de Hacienda. Estos no son policías, son paseaplacas, como los llama Cristina. La vergüenza del cuerpo. Cristina dice que aun así son útiles porque alguien tiene que hacer este trabajo. Bueno, vale, pero no los llames policías, mejor oficinistas y seguratas con placa».
El interior de la habitación está en penumbra. Livia camina hacia la ventana y usa la manivela, que encuentra sobre el mueble del fondo, para subir por completo la persiana. La luz del sol es molesta a esa hora del día, mucho más para el paciente, que se queja con un gruñido.
—Joder, ¿qué haces, zorra? Baja eso.
—Me encanta cuando me dicen cosas tan bonitas. ¿Cómo estás, Ladislao? Espero que podamos hablar bien en castellano o rumano, el polaco nunca lo he controlado muy bien.
—Acércate y te daré dos besitos.
—Claro.
Sin tener en cuenta las magulladuras, el aspecto del tipo ya es para pensárselo dos veces antes de acercarse a él, pero Livia camina con seguridad y rapidez hasta el borde derecho de la cama, donde él tiene la mano libre, la otra está esposada al filo metálico, y se sienta como si lo hiciese al lado de un amigo.
Ladislao trata de golpearla, ella detiene el golpe sin dificultad y le lanza un puñetazo a la cara, luego le tapona la boca para que no grite.
—Vamos, vamos, grandullón, que no se diga que estás llorando. ¿Duele? ¿En serio? Tampoco te he dado tan fuerte. ¿Ya tenías la nariz rota antes? Pues me temo que no te va a quedar muy bonita tras este nuevo golpe. ¿A ver? Uf… qué mala pinta. Mejor no te traigo un espejo de mano. Venga, no lloriquees, gilipollas. Te quito la mano de la boca si no gritas. Pero te doy permiso para susurrarme cochinadas.
Ladislao contiene la rabia como puede, se sabe en desventaja por las fracturas de las que trata de curarse, y tampoco sabe si esta chica pelea tan bien como la que les dio la paliza a él y a Vasile, así que asiente con la cabeza y da muestras de estar más calmado.
—¿Qué coño haces aquí? ¿Qué quieres? No pienso hablar.
—Pero si aún no te he preguntado nada. ¿Cómo sabes que vengo a sacarte información?
—Zorra.
—Me encanta esa palabra, me recuerda a mi niñez. ¿Podrías decir pizdă? Me hace ilusión volver a oírlo.
—Tú eres la putita policía que Mihai trajo hace años.
—La misma, ¿has visto qué guapa estoy ahora?
—Mihai te triturará.
—Bueno, ¿quién sabe? Uno nunca debería apostar fuerte sin saber qué cartas tendrá al final de la partida, ni las que podrían tener sus adversarios. Por lo pronto voy a aceptar que me digas dónde vive Mihai y dónde podría tener secuestrada a una amiga mía.
—Que te jodan, zorra.
—No tengo tiempo para jugar, y que conste que, en otras circunstancias, me quedaría aquí muchas horas contigo haciéndote una cara nueva. Vamos a resolverlo rápido. Doscientos nueve mil trescientos.
—¿Cómo?
—¿No sabes de qué te hablo? ¿Eres imbécil? Es la cantidad de dinero que tienes escondido tras un hueco en la pared de la casa que has alquilado en San Juan del Puerto. Ya sabes, tras la cómoda del dormitorio principal. Casi todo está en billetes de cien y de cincuenta. ¿Necesitas más datos?
Ladislao está blanco como la nieve.
—Ese dinero sigue allí, tranquilo. Por cierto, deberías confiar más en los bancos, no sea que entre alguna policía fisgona y pueda llevarse los ahorros de tu mierda de vida. ¿Te imaginas que sales dentro de veinte años de la cárcel y no tienes un puto euro para pasar los años que te queden de vida?
—Te voy a denunciar.
—¿A quién? ¿A mis compañeros de la policía? ¿Qué les dirás? Socorro, agentes, me han robado el dinero que había ahorrado vendiendo niñas a burdeles. Seguro que te conviertes en el personaje del año en los noticiarios de todo el mundo, y no sabes lo que te van a respetar los compañeros de profesión.
Livia deja que el polaco rumie la información, debe de estar sintiendo ahora un dolor mucho mayor que el causado por el puñetazo, más aún que el infligido por Cristina en la paliza de la comisaría. Estos miserables se gastan el ochenta por ciento de lo que ganan en fiestas con prostitutas y droga, pero siempre reservan el resto para el futuro; lo recuerda de las conversaciones durante el viaje en que la llevaron desde Rumanía a España. Ese dinero siempre viaja con ellos, nunca se desprenden de él. Ese posible futuro con una cantidad respetable de dinero parece estar desapareciendo de la mente del polaco a medida que comprende su situación.
—Mihai me matará.
—Mihai no estará vivo cuando tú salgas de la cárcel, quizás no lo esté cuando tú entres. Mihai no es nadie, solo un pobre diablo como tú, quizás más estúpido por haberse metido con los policías equivocados.
—¿Tú qué sabes?
—Yo lo oía todo cuando iba en el coche, más de dos semanas de conversaciones, como si yo no fuese nadie importante, como si no existiese o lo que oyera no duraría mucho en mi mente; ya sabes, en el oficio de puta la esperanza de vida de una niña no es muy alta. Mihai hablaba con aquellos dos idiotas de entonces, seguro que ahora están muertos. Mihai ha metido la pata y lo sabes, pues toda la operación, todo el negocio, se basa en que la policía se quede al margen. Es la ley fundamental, ¿verdad? No te cuento nada que no sepas. Mihai la aprendió y luego la inculcó en las nuevas generaciones. La ley fundamental: la policía fuera. Y ahora se enfrenta a la policía por una mierda de estatuilla, implicando a toda la organización. Estás aquí por su culpa, por seguir las órdenes de quien ha perdido la cabeza y ya no sabe lo que hace. Te vas a comer veinte años en la cárcel por un viejo que disfrutará de la playa, el sol, las putas y todo lo demás mientras tú te pudres.
Deja que Ladislao siga dando vueltas a la información en la cabeza dos minutos más. Sabe que ese tiempo en silencio será como un alud que desmoronará la sólida nieve de sus principios y lealtad. Un alud provocado por el miedo a quedarse sin sus ahorros. Y toneladas de nieve fluirán hacia abajo: información que ella recogerá con una sonrisa.
—¿Cómo sé que no te has llevado ya mi dinero o que no lo harás?
—No lo sabes, solo puedes confiar en mi palabra. Es mucho más de lo que te ofrece Mihai. Imagina que sales de la cárcel dentro de veinte años, ¿estará Mihai vivo para darte trabajo?, ¿para reponerte el dinero perdido?, ¿para compensarte con medio millón por no haberle delatado?, ¿lo conoces?, ¿pagará tu fidelidad? —Una pausa de varios segundos—. Yo creo que pagará, te lo digo en serio, pero no en el sentido que tú estás pensando. Él pagará, pero para que un sicario te corte el cuello en cuanto pises los calabozos y estés a la espera de juicio. Mihai no se ha hecho fuerte confiando en la gente, sino quitándolos de en medio para que no hablen y le perjudiquen. Tu vida no vale ahora un euro. Dame una dirección y tendrás el dinero esperando en casa, además de la posibilidad de reducir la condena a quince años por colaborar con la justicia. Quince años… con buena conducta saldrás en ocho y medio. Piénsatelo, pero no mucho, tengo prisa.
Ladislao suda como un cerdo, ya no parece tan contrariado por la nariz que le han vuelto a romper, y eso que traga cada pocos segundos la sangre que siente llegar a la garganta. Su cabeza es una calculadora científica haciendo una ecuación de cinco incógnitas: dinero, futuro, seguridad, fidelidad y conveniencia.
La respuesta es la que espera Livia, aunque no puede fiarse de su palabra, aún no.
La chica apunta la dirección y no se molesta en despedirse. Cuando está a punto de abrir la puerta.
—Confío en que no me engañes, el dinero sigue en la casa, ¿verdad?
—¿Para qué iba a mentirte? —Y se marcha. No se molesta en despedirse del poli de la puerta.
Continúa hasta el final del pasillo, gira a la izquierda y encuentra a otro agente sentado a la puerta de otra habitación. Toca repetir el ritual.
Livia, cuando ve sonreír al matón de una forma que seguro él sabe que es muy intimidante, comprueba que le faltan cinco dientes, dos de ellos, los más relucientes, los guarda ella como recuerdo.
—No hablé con la otra, y eso que pegaba como un boxeador profesional, así que menos lo haré con una zorra como tú.
—¿No os enseñan más insultos en la academia de matones, proxenetas y resto de gentuza? No te preocupes, luego busco un papel y un bolígrafo y te hago un listado, así no resulta tan repetitivo hablar con vosotros.
—¿Has hablado con Ladislao? No le has sacado nada, lo aseguro, ese polaco es un tipo duro. —El aire se le escapa entre los dientes al hablar; eso, además del acento, provoca que su voz suene como una corneta rota: «Faf haflado con Ladiflao? No le haf facado nada, lo afeguro, efe polaco ef un tipo durof».
—Claro que no, es un tipo muy duro. Por eso vengo a verte.
—Estoy falto de cariño, hazme una mamada y a lo mejor me lo pienso.
—¿Una mamada? ¿Quieref que te haga unaf mamadaf?
—¡Zorra!
—¿Forra? ¿Qué es eso? Vocaliza, hombre, pareces un imbécil.
—Quítame las esposas de la mano y veremos lo imbécil que soy.
Livia se acerca hasta sentarse en el borde de la cama, como con Ladislao. Sonríe.
—¿De verdad quieres que te quite las esposas? Vosotros no aprendéis nunca, ¿verdad?
—No eres tan dura como la otra, veo el miedo en tus ojos, me he follado a tantas como tú que ya os distingo aunque hayan pasado años. Seguro que aún recuerdas el olor y la presión encima de tu pecho mientras te la metían por todas partes. Eso no se olvida nunca, zorra.
Esta vez no espera a que trate de golpearla, le sacude dos puñetazos en la mandíbula. Él no se queja, solo tose durante un rato, hasta que escupe tres dientes podridos, dejando la sábana y la almohada manchadas de sangre.
—Con la boquita que te está quedando, seguro que te dan el premio a la mejor mamada de la cárcel este año. Tus compañeros de pabellón, cuando desde la Policía filtremos que eres un violador de niñas, te buscarán más agujeros donde metértela. ¿Quién sabe? Tal vez te den más premios, como el del culito más caliente del sector sur. No vas a pasar frío, cada noche tendrás a cinco o seis cariñosos ositos deseando abrazarte la espalda, soltando su cálido aliento en tu nuca mientras tratas de agradecerlo, pero no podrás hablar porque tendrás también la boca llena de carne bien dura.
—¿Crees que me asusta eso? ¿Crees que no sabría cuidarme en una cárcel de nenazas como las de España? En un “balneario” de los de aquí sería el puto amo.
—Tal vez, no te lo voy a discutir, pero para ser el puto amo hay que contar con dinero.
—¿Y tú qué sabes?
—¿Yo? —La sonrisa de Livia hizo que el tipo desconfiase, y no solía hacerlo fácilmente—. ¿Y si jugamos a adivinar la cifra que estás pensando? Seguro que te gusta. Pregúntame una cifra, a ver si yo digo la que estás pensando.
—Qué te follen.
—Eso no es un número. Venga, no te hagas de rogar, joder.
—Largo de aquí.
—Me iré cuando tenga lo que he venido a buscar.
—No te diré nada, nunca.
—Nunca se aleja mucho de los treinta segundos que vas a tardar en cantar. Venga, piensa en un número, uno al azar, dame la oportunidad. Si no acierto, me marcho.
Él calla.
—Vale, pues pienso decirlo igualmente. Cuatrocientos sesenta y ocho mil doscientos.
La cara pálida es un déjà vu para Livia, que se levanta de la cama y toma del bolsillo una libreta y un bolígrafo.
—Dime si quieres que apunte insultos para que aprendas otros nuevos o alguna dirección en concreto. ¿La de Mihai?
—Si te has llevado mi dinero…
—¿Qué? ¿Qué vas a hacer? Saldrás en veinte años, si sobrevives al trato de los presos y… Por cierto, ¿qué edad tienes? A lo mejor sales siendo un anciano con bastón, además de arruinado.
—Zorra…
—Ese vocabulario hay que ampliarlo, ya cansa oír siempre el mismo cumplido. ¿Qué me dices? Me das la dirección de Mihai y yo hago que te reduzcan la pena por colaborar, serán quince años, ocho y medio con buena conducta. Y te doy mi palabra de que tu dinero estará esperándote cuando salgas.
—Tu palabra no vale una mierda.
—A ver si la tuya vale millones, no te jode. Venga, ¿qué respondes? ¿Me das la dirección o me compro una casa en la playa con tu dinero?
Masculla algo ininteligible, su mirada es fuego, si pudiera matarla con sus propias manos allí mismo…
—Apunta…