Una llamada



Es sábado, los cuatro tienen todo el fin de semana libre tras terminar un caso que se ha resuelto por la vía rápida, con la entrega del homicida tras presionarlo en el primer interrogatorio. Nuria llevaba mucho tiempo tratando de convencerlos para divertirse en una batalla de armas de pintura, por fin lo había logrado e insistió a la empresa organizadora para que les hiciese un hueco; prometió que terminarían mucho antes de lo que suelen hacerlo los grupos habituales, de unas veinte personas, sin formación y que se lo toman a risa.

Ahora, regresan a la capital y la sensación incómoda del sudor ya no es tanta gracias al aire acondicionado del coche. Aun así, los cuatro tienen planes para el resto del día y mañana domingo.

Víctor va a hacer una limpieza a fondo del apartamento. Aunque sea de alquiler y suela limpiarlo dos veces por semana, quiere verlo impecable y se emplea a fondo una vez al mes: ventanas, persianas, el interior del frigorífico, lámparas… Pondrá música clásica y tratará de no emplear más tiempo del necesario para así poder leer unos cómics que le llegaron el miércoles pasado por Amazon.

Nuria dormirá hasta las ocho de la tarde, así recuperará el sueño acumulado en los días anteriores. Se levantará para darse una ducha, se arreglará el pelo y se maquillará, para salir con Elena, una compañera de la comisaría, a tomar unas copas. Nada en plan salvaje, eso se terminó. Mañana domingo irá al hospital para hacer su visita de rigor a David Sobrá. El inspector aún sigue en coma desde el atentado sufrido casi cuatro meses atrás.

Livia piensa dormir, ver pelis, comer, dormir, ver pelis, comer, dormir, ver pelis…

Cristina ha quedado con su marido, junto a su hija irán a pasar el fin de semana en el velero y no piensa hacer más que terminar de leer el libro que empezó la semana anterior, comer pescado a la brasa, bañarse en el mar y jugar con la pequeña; hacer el amor y contemplar un par de bellos atardeceres sobre la ría de Huelva con una copa de vino blanco bien frío en las manos y música suave de fondo.

Ya avistan los altos edificios de la barriada de La Orden cuando el sonido del teléfono móvil de la inspectora jefe saca a los cuatro de sus pensamientos idílicos. Cristina baja el volumen de la radio del coche al mínimo y responde por el manos libres.

—¿Dónde estás?

Cuando el comisario Marcos Navarro pregunta eso como saludo, todos los presentes inician un proceso automático: primero el silencio, no saben qué decir; luego llega la pesada bola de metal al estómago; respondes lo que sea «estoy en casa, en la playa, con mi familia en la boda de un hermano»; y todo termina ahí.

Cristina responde.

—Pues lo siento, tenemos un caso muy importante y os necesito en la comisaría lo antes posible. Acabo de revocar vuestros permisos.

—Joder, tenemos planes —dice Livia sin poder evitarlo.

—Si quieres tener planes, pide el traslado a tráfico, te lo concedo hoy mismo. Cuando se entra en homicidios, ya se sabe lo que toca.

—No seas malo con la niña. —Cristina intercede por Livia, aunque logra el efecto contrario en ella: que no se sienta como la buena policía que es, que no se la respete por la edad, que no se tenga en cuenta que antes que ella jamás nadie ha sido ascendido a oficial a los tres meses de entrar en el cuerpo.

Marcos Navarro cuelga.

—Jo, Cris, deja de defenderme.

—Pues deja de decir jo, como si tuvieses veinte años.

—Es que tengo veinte años.

—Lo sé, pero en la policía no te respetan hasta los treinta. O los cuarenta, si eres mujer. Así que, si no tienes esa edad, al menos aparéntala.

—¡Qué asco!

Cristina observa a la chica, está enfadada; luego mira por el retrovisor interno, la cara de Nuria muestra cansancio y la de Víctor… esa es imposible de descifrar, parece un robot.

—Vamos, no os vengáis abajo. Marcos no nos llamaría si no fuese algo muy importante. Os prometo que hablaré con él para conseguir unos días libres extras para todos.

La inspectora parece la más entusiasta, si esa es la palabra, pero todos saben que es la que más perjudicada queda con esa decisión. No podrá estar con su marido e hija.

«Pablo va a matarme, lleva una semana planificándolo todo. Solo espero que lo pague con Marcos y no conmigo. Ya veré cómo le vendo la historia para que no se enfade demasiado».