Miedo



No mira antes de saltar al interior por la misma ventana que lo ha hecho su compañera, sabe que la zona está limpia porque no ha oído más disparos.

Observa que las seis balas del fusil han hecho más destrozos allí dentro de lo que imaginaba, no solo por el cadáver en el suelo, casi partido en dos y con una postura antinatural, sino por las paredes y techos destrozados que han llenado de polvo el aire, haciendo que la luz del sol a través de las ventanas cree caprichosas columnas etéreas, una luz grotesca que da entrada a la locura de una incursión de este calibre.

Nuria solo ha podido salir de la estancia por la única puerta, justo a la derecha. Livia avanza deprisa, sabe que su compañera va delante y no hay enemigos, pero también que Nuria puede oírla llegar desde detrás y dispararle por miedo a que sea uno de ellos. No confía mucho en la mirada de miedo que esgrimía su amiga unos minutos atrás.

Avanza por el pasillo, las dos puertas a ambos lados están abiertas, Nuria ya habrá controlado los…

«Mierda. Otro error más. Maldita sea, Livia, céntrate. Estoy dando por sentado que Nuria sigue viva y por la casa, cuando pueden haberla matado con un cuchillo o estrangulándola. Joder, espero que no, pero no puedo pasar por alto ninguna posibilidad».

Comprueba rápidamente, pero con seguridad extrema, el interior de las dos estancias. Vacías. Y sigue su camino. En el salón ve a Nuria. Suspira de alivio. En ese momento la tumban de tres disparos. Nuria cae al suelo, se acerca un tipo a ella y le apunta con su arma a la cabeza, la oficial está llorando a la vez que mira a su verdugo.

¡Bang!

Cuatro gramos de plomo encamisado en cobre disparados desde unos diez metros de distancia. Orificio de entrada en mitad del pecho: como una mísera nuez. Orificio de salida en la espalda: como un rechoncho melón. El tipo sale disparado hacia atrás y queda incrustado en la pared de ladrillos, literalmente.

Nuria se gira, aún llora y parece al borde de un ataque de pánico. Livia se acerca a ella corriendo.

—¿Estás bien?

—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío. Oh, Dios mío.

—Nuria, Nuria, escúchame.

—Oh, Dios mío, vamos a morir.

—Cálmate, no va a morir nadie, esta noche salimos de copas, ya lo verás.

—Voy a morir, voy a morir. Me duele mucho el pecho.

—Escúchame. Estás es shock, y no me sirves así. Escóndete allí, tras ese sofá grande, y espera en silencio a los refuerzos.

Tiembla tanto que no es capaz de levantarse, ni siquiera suelta la escopeta para usar las dos manos. Livia sí suelta el fusil y le quita la escopeta, la ayuda a levantarse y la deja tumbada y oculta tras el sofá. Está a punto de sufrir un trauma del que podría no recuperarse jamás.

—Escúchame, ¿me oyes? Mírame. Eso es. Yo me encargo de todo. No te muevas de aquí ni hagas ruido, ¿entendido?

Nuria tiene la mirada perdida al infinito, incluso con su compañera a menos de un metro frente a ella. La cara surcada de lágrimas y polvo, y el temblor de todo su cuerpo, hacen pensar que estuviese recibiendo una descarga eléctrica. Livia le da un beso en la frente y vuelve a por las armas.

«Mihai, he bailado tantas veces con el diablo que esto no es más que una fiesta infantil de cumpleaños. Dentro de unos minutos bailaremos juntos por última vez».

El sonido de sirenas cada vez más cercanas se filtra por las ventanas.

La pistola en la cintura, la escopeta colgada a la espalda y el fusil ante su cara. Sigue avanzando, a sabiendas de que Nuria estará segura si no le da por gritar de miedo o hacer alguna tontería. Una sombra surge a la derecha, está en la cocina. Dispara y lo abate. Recibe el impacto de una bala que viene de la izquierda. Había un segundo emboscado. El impacto en el chaleco quema como un cigarro apagado sobre su piel, algo que Livia ya sintió un centenar de veces cuando era una niña; ahora ni parpadea al sentirlo. Descarga una ráfaga de nueve balas que destrozan por completo la cocina y los electrodomésticos. Las sexta y séptima balas provocaron un grito acompañado de dos salpicaduras que indicaban que la zona estaba segura.

Aun así se sentó en el suelo, sacó el cargador y miró el plástico translúcido. Cuarenta y tres. Los cargadores dobles llevan sesenta balas y ella ha disparado ya diecisiete. Lleva otro cargador más en el bolsillo trasero derecho, suficiente para demoler la casa si es necesario.

«Si salgo con vida de esta, voy a pedirle a Navarro que me deje quedarme con este trasto. En una batalla de armas de pintura seguro que impones respeto si sacas este puto fusil».

Al fondo, a pesar de seguir medio sorda, oye llegar las sirenas a la fachada de la casa.

«La caballería ya está aquí. Eso les pondrá nerviosos y pueden cometer un error».

Livia sabe cómo piensa Mihai, seguro que igual que sus empleados. Actuará de una forma diferente según sus posibilidades de salir de allí con vida. Teniendo un solo enemigo, se considerará fuerte y confiado. Si ve la casa rodeada, se convertirá en un suicida, además de arrastrar el máximo número de vidas con él.

Tiene que darse prisa, aunque sea lo último que necesita para tener éxito en esta misión. La planta baja está despejada, la de arriba será una locura, allí la esperará el grueso de las fuerzas de Mihai para vender caras sus vidas.

Tal vez tenga una oportunidad si…

—¡Mihai! ¡¡¡Mihai!!! ¡Rahat vomitat de un porc!

—¿Eres tú, zorrita? ¡Qué sorpresa! Esto que te has montado es mejor venganza que la de los afganos contra Rusia.

—Y aun así te ofrezco salir con vida y escapar antes de que la policía rodee la casa. Te quedan pocos minutos para que entren aquí arrasándolo todo. Entrégame a mi compañera y te marchas.

—¿Por qué no subes aquí y lo hablamos?

«No ha funcionado, Mihai está en modo suicida. Pero me queda una baza por usar».

—Que te hayas vuelto loco lo comprendo, pero ¿qué piensan tus hombres? ¿Van a morir o ser arrestados y expatriados a una cárcel rumana, o una peor aún, cuando pueden escapar?

Los murmullos que oye hacen pensar a Livia que ha sembrado correctamente la semilla de una rebelión ahí arriba.

Dos disparos.

Un cuerpo cae dando tumbos por las escaleras.

Mihai ha ejecutado a uno de sus hombres, el que primero se haya pensado abandonarlo, y así ha recuperado el control total sobre ellos.

«Bueno, al menos he logrado que haya uno menos. Por cierto, ¿cuántos serán y qué armas tendrán? ¿Solo pistolas, como los de aquí abajo?».

Subir las escaleras es un suicidio, literalmente, arriba la están esperando Mihai y los suyos desde una posición inmejorable para vencer en la contienda. ¿Cómo podrá lograr su objetivo sin pasar por allí?