Acurrucadas en el sofá, para envidia de Pablo, que juega con la pequeña Eva a adivinar los animales que dibuja con extraños garabatos en un cuaderno, Cristina y Livia están terminado de ver una película de policías.

—¡Otra vez, otra vez! —grita Livia, derramando las pocas palomitas que quedan en el cuenco sobre su regazo.

—¿Qué dices? ¿Te ha dado un flus? —Su mejor amiga la observa entre asombrada y divertida.

—¿No lo ves, Cris? Mira la tele. El malo está usando a uno de los polis como escudo humano, y sus compañeros no disparan por miedo a herirle.

—Claro, es lógico.

—Pero eso es absurdo a la vez. Casi todas las películas de policías muestran escenas así en el final, con lo sencillo que sería salir de esa situación.

Cristina sonríe.

—En alguna película he visto que se dispara al costado o el hombro del policía y así se abate al malo.

—Pero eso no es efectivo, Cris. El malo puede disparar como acto reflejo y volarle la cabeza.

—Eso es cierto, pero solo es una película. No deberías tomártelo tan al pie de la letra.

—¿Y si pasa en la vida real? ¿Y si nos enfrentamos alguna vez a alguien y nos vemos en esa situación?

—Está bien, pues dime qué quieres que hagamos. —Cristina sonríe, le encanta ver a su amiga tan entusiasmada con el trabajo.

—No sé, supongo que habría que apartarse muy deprisa del malo para que tu compañero le disparase en la cabeza.

—Para eso se necesitan muchas cosas.

—¿Como cuáles? —Livia se gira y se sienta frente a ella con las piernas cruzadas como un indio.

—Pues necesitas que quien dispare tenga una precisión y rapidez de tiro casi perfectos.

—Yo 95 y tú 96, somos las mejores.

—No tan rápido, también requiere una rapidez de movimiento extremo por parte del rehén. Y lo último y más difícil de todo —Livia la observa como un niño de diez años viendo por primera vez Los Gremlins—: usar una especie de código entre compañeros.

—¿Un código? ¿Cómo es eso?

—Pues imagina que te guiño un ojo para que sepas que me voy a apartar rápido.

—¿Y cuándo tendría que disparar yo?

—Pues tras una cuenta atrás coordinada, por ejemplo, guiñando el ojo tres veces.

—Pero eso puede llevar a error, serían cuatro guiños, el primero para avisar y los otros tres para disparar.

—Vale, pues otra señal, quizás con las manos. La V de victoria.

—No me gusta.

—Estás un poco puntillosa.

—Es que prefiero la señal del triple de baloncesto.

—¿Cómo es eso?

Pablo interviene y lo hace con la mano, describiendo un círculo entre el pulgar y el índice, de modo que los otros tres dedos queden hacia arriba.

—Me parece bien. La señal del triple y luego los tres guiños.

—Y tenemos que acordar si disparamos al tercer guiño o después.

—Ahora eres tú la que lo complica, Livia. ¿Qué es eso de después?

—Ya sabes. A la de tres y disparas, es decir: «una, dos y tres» y luego disparas, «o una, dos» y disparas.

—Esa última, mismamente, ¿qué más da?

—Es la parte más importante, la que decide si me vuelas la cabeza a mí o al criminal.

—Vale, pues uno dos y disparo. Por cierto, me he perdido todo el final de la película por tu culpa.

—¿Y qué importa? No había ningún chico guapo.