«¿Y ahora qué?».
Nuria se cruza de brazos. Tras más de tres horas intensas de búsqueda de las dos viviendas, trabajo que le ha costado lo suyo, no sabe por dónde continuar en la investigación. Víctor está en la zona de playas del este de la provincia, junto con el comandante de la Guardia Civil. Marcos y Pablo patrullan por los pueblos costeros de la zona oeste, junto a una docena de patrullas de la Policía Local y otra de la Guardia Civil. El interior de la provincia, donde menos opciones piensan tener, es barrido por todas las dotaciones disponibles de cada localidad. Conocer a los habitantes del pueblo o aldea es importante a la hora de saber si hay extranjeros y nuevos vecinos. Por muy discretos que fuesen Mihai y los suyos, a los lugareños de esta región del país no se les escapa que ha llegado alguien nuevo, menos aún si son extranjeros; o forasteros, como se les llama aquí. Preguntarán casa por casa hasta que un vecino les ponga en la pista acertada.
Suspira hondo.
«Livia jugando a los espías, espero que su corazonada le lleve a buen término. David sigue en el hospital, ojalá se despierte pronto. Y Cristina secuestrada. ¿Seremos suficientes para encontrarla a tiempo… sana y salva?».
Al otro lado de la ventana, tras dos hileras de edificios más bajos que la comisaría y luego el puerto, se ve la ría de un azul tan intenso que parece irreal. Como estrellas en el cielo, varias barcas blancas se mecen despacio. Todo un lujo de panorama que puede disfrutar a diario, pero ella ya está acostumbrada, además, ¿cómo iba a pensar en disfrutar de las vistas cuando tiene a su mejor amiga a punto de morir y no sabe qué más hacer para ayudar?
Tomó el bolso, hibernó el ordenador y salió de la comisaría. Antes había llamado a varios agentes de patrullas para saber por dónde estaban, el cuarto la hizo sonreír. Al salir por la puerta, comprueba que Fernando ya está esperándola.
—¿A dónde te llevo, guapa?
—Al Juan Ramón Jiménez.
—¿Vas a ver a David? Yo me había hecho ilusiones de que quisieras dar un paseo por la playa conmigo. —El compañero de Fernando Solís, Miguel Tebas, se sonroja por vergüenza ajena.
—Anda, calla y arranca.
—Bueno, oficial, un poquito menos de soberbia, que nos jugamos Miguel y yo una amonestación por hacer de taxistas en lugar de trabajar.
—Pues dejad de mirarme el escote por el espejo retrovisor y observad la calle, así trabajáis buscando al secuestrador de Cristina.
El ambiente distendido, la broma, desaparece en cuando se menciona a la inspectora. El silencio se extiende hasta llegar a las puertas del hospital, donde la oficial se baja y le da las gracias a los compañeros por ahorrarle el precio del taxi.
Saluda al vigilante, a la recepcionista de la UCI, a dos enfermeras que caminan por un pasillo y entra en el ascensor. Antes de que se cierre la puerta, ve pasar de soslayo una cara conocida. Trata de impedir que se cierre la cabina como hace todo el mundo: se pone nerviosa, toca las superficies de las puertas mientras estas se cierran y, cuando comprende que la forma correcta es meter una mano en medio para cortar la conexión de seguridad por infrarrojos, ya es tarde y la cabina ha comenzado a subir.
«Mierda, el botón de parada. Seré idiota».
Pulsa el botón y las cuatro personas que comparten el espacio con ella resoplan. Nuria no les hace caso y a continuación pulsa el botón de la planta baja. Con lo rápido que se había cerrado la puerta antes, ahora parece abrirse con la mayor parsimonia posible.
Mira hacia ambos lados en el pasillo. Ya no está. ¿Habrá subido en el otro ascensor?, se pregunta. Hay otras dos posibilidades: a la derecha del pasillo y a la izquierda. Apuesta por la izquierda, si es que ha continuado por el mismo camino que cuando la vio antes. Corre durante un par de minutos, hasta que la encuentra.
¿Livia? ¿A dónde irá? Se supone que está investigando sin restricciones, lo que ha provocado que Marcos le diera unos días de vacaciones y haya toda una red de personas que le sirven de coartada por si es acusada de cometer alguna infracción. Conociendo a la chica, Nuria sabe que no dará dos pasos seguidos sin cruzar la línea que delimita lo legal de lo ilegal. La chica gira a la derecha, Nuria la sigue a unos treinta pasos, tratando de ocultarse tras médicos, enfermeras y visitantes que se encuentra por el camino. Es una suerte que Livia no sospeche que alguien pudiera seguirla en aquel lugar, o estaría más atenta y la hubiera descubierto.
Tras subir una planta por las escaleras y atravesar dos pasillos más, llega ante una puerta custodiada por un agente de policía de uniforme. Nuria observa cómo Livia enseña su identificación y el agente, sin molestarse mucho en comprobar su autenticidad, la deja entrar.
No ha estado nunca en esa zona del hospital, pero sabe que en aquel extremo se ubican las habitaciones reservadas a criminales que requieren custodia para evitar su fuga. Nuria no necesita acercarse al agente para preguntar quién es el huésped de la habitación. Solo hay dos opciones y ella conoce a los dos candidatos.
Se recoge el cabello en un moño y se sienta en un banco del pasillo, a unos treinta metros de la habitación, de espaldas y con una polvera cuyo espejo usa para estar al corriente de lo que suceda en la puerta. Finge maquillarse cuando observa una reacción del agente, como si hubiera oído algo en el interior de la habitación. Este parece aguzar el oído, luego vuelve a lo que sea que mire en su teléfono móvil.
Livia sale tras un tiempo que Nuria calcula de unos diez minutos, no camina hacia ella, sino hacia el otro extremo del pasillo. Gira a la izquierda y se detiene ante otra puerta custodiada por otro agente y repite el proceso. Nuria también rehace su actuación anterior. Al cabo de unos segundos, comprende que no hay más salida que aquella y que Livia la descubrirá al salir del hospital, así que decide ir a la zona de la UCI y tocar madera para que su amiga salga por donde ha entrado.
Tiene unos minutos de margen, así que envía un mensaje a Víctor y a Marcos:
<Estoy disponible aunque ahora no esté en la comisaría. Si necesitáis algo, llamadme>
Víctor responde en el acto con un OK. Marcos le hace una llamada.
—¿Marcos? ¿Ha pasado algo?
—¿Dónde estás?
—En el hospital.
—Pensaba que hacías la cobertura a Livia y al resto.
—Es difícil de explicar, pero eso es lo que estoy haciendo.
—¿Cómo? Bueno, olvídalo, sé que contamos contigo. Por cierto, ¿has localizado la vivienda de Mihai?
—Por ahora resulta imposible. No tiene ningún bien inmueble a su nombre en España ni en otro país de Europa, esta mañana a las nueve y media me llegaron los informes de la Europol y la Interpol.
—Debe de tener algo comprado o alquilado a nombre de un colaborador de confianza.
—Según los informes policiales de media Europa, ha tenido más de cuarenta colaboradores en las últimas décadas, la mayoría están muertos o repartidos por prisiones de todo el mundo. Yo me decanto por algo más inteligente.
—Ilústrame.
—Te daré dos opciones: Mihai se ha cambiado el nombre de forma ilegal pero con un DNI registrado en la base de datos, a todos los efectos es un ciudadano español y será difícil dar con su nueva identidad. La otra es que haya comprado o alquilado una vivienda a nombre de un lugareño.
—¿Crees que un vecino de un pueblo ha alquilado o comprado a su nombre para Mihai?
—Imagina que vives en un pueblo como Mazagón o Isla Cristina, con una pensión de jubilación miserable. De pronto aparece un tipo simpático que te ofrece veinte o treinta mil euros en fajos de billetes a cambio de que firmes en las escrituras o en el contrato de alquiler de una vivienda a modo de testaferro. ¿Qué harías?
—Te comprendo.
—Y no descarto que haya hecho las dos cosas, cambiar de nombre y comprar a nombre de otra persona.
—Está bien, pero no descuides cualquier vivienda que se asocie a sus hombres de confianza.
—Eso mismo he estado haciendo esta mañana por petición de Livia.
—¿Sabes dónde está ella?
—Casi con total seguridad.
—Bien, tengo que dejarte. Hablamos en unas horas.
Nuria cuelga y está a punto de girarse cuando Livia pasa de largo a pocos metros de ella. Con la distracción de la llamada, se ha confiado y casi la ha descubierto. Ahora seguirá a la chica para ver cuál es el siguiente destino.
El aparcamiento, un coche camuflado. No, no puede ser…
«Necesito un taxi con urgencia, y que Livia no vaya muy lejos, no tengo tanto dinero como para invertirlo en seguirla durante todo el día».