El comando barrió la casa sin encontrar más que agujeros de bala y cadáveres, así hasta llegar a la planta de arriba, donde Livia y Cristina seguían abrazadas en el suelo. Las chicas no reconocieron a los dos que iban en cabeza, con el mismo traje de incursión que el resto, incluyendo la cara tapada; Pablo y Marcos tuvieron que acercarse despacio e identificarse. El capitán sufrió un impacto enorme al ver el aspecto de Cristina, aún se está recuperando abrazado a ella y sentados en un amplio sillón, el único de la casa que no está agujereado. Nuria está siendo atendida por la ambulancia; cuando llegaron los refuerzos, seguía desmayada tras el sofá donde Livia la dejó; sus compañeros se asustaron al pensar que estaba muerta. Marcos, por su parte, no sabe qué decir; la acción de Livia ha sido la más suicida que recuerda en toda su carrera, pero ha acabado con una red de crimen organizado de las peores del continente y sin sufrir una sola baja en el equipo, y eso incluye el rescate, casi sana y salva, de su mejor inspectora.
—Esto parece Sarajevo —susurra el comisario—. La que habéis montado…
—No me mires a mí —responde Cristina—, esto lo ha hecho ella solita.
—No sé qué voy a decir en la rueda de prensa de dentro de dos horas.
—Seguro que se te ocurre algo. Por cierto, Marcos, ¿me puedo quedar con el fusil de asalto? Es una pasada.
—¿Sabes el miedo que me produces en este momento, Livia?
Unos minutos después, la chica se encuentra recorriendo la casa junto al comisario y un agente que toma nota a toda velocidad.
—Entonces pensé que Nuria podía haber sido atacada con un cuchillo o recibido un golpe, por eso no había oído más disparos. Comencé a avanzar más despacio, asegurando cada estancia, y al poco me topé con Nuria, que recibió tres balazos en el chaleco y cayó al suelo a pocos metros de mí. Disparé a los dos atacantes y comprobé que Nuria estaba bien, pero en un estado mental que nos pondría en riesgo a las dos, así que la oculté tras ese sofá, le quité las armas y seguí avanzando por la casa. Mirad, seguí justo este camino, acompañadme.
Los gritos llegan de repente, tanto los de dos policías que seguían inspeccionando otros lugares como los de Antón, que forcejea poniendo en un aprieto con su fuerza a los dos agentes.
—¿Qué está pasando? —pregunta el comisario.
—Lo hemos encontrado escondido en el sótano. Se ha resistido.
—Pues claro que se ha resistido, ¿acaso no tienes ojos? Tratadlo con más cuidado, llevadlo con los sanitarios y no dejéis que escape, podría echar a correr y que a algún lumbreras como vosotros se le ocurra dispararle.
Livia se alegró de no habérselo cruzado por la casa, le hubiera disparado antes siquiera de observar sus rasgos faciales y comprender que no era un enemigo.
«95, esa es mi nota en la prueba de tiro. Por más que lo intenté entonces y muchas más veces después, nunca pude abatir al homicida que tenía una rehén como escudo humano, siempre disparaba en mitad de la cara a la pobre mujer, menos mal que era de cartón. Hoy he hecho lo mismo, pero con cabeza, con coordinación, hoy he sacado un 100. O tal vez no. Si me hubiera cruzado con este pobre desgraciado por el pasillo, lo hubiese partido en dos con el fusil sin dejarle hablar siquiera. La prueba de tiro está bien, te hace pensar un poco, pero no es nada comparado con la vida real, con entrar en una casa donde las dianas de cartón también disparan, donde los rehenes que se usan como escudos humanos son tu familia, donde tu compañera sufre una crisis nerviosa, donde puedes cruzarte en el pasillo con un chico con síndrome de Down. Donde pueden ocurrir esas y docenas de cosas más sin previo aviso».
—¿En qué piensas?
Livia se gira, es Cristina, con media cara vendada, pero el mismo aspecto horrible de antes.
—En lo difícil que es este trabajo.
—Muchos policías, yo misma me incluyo, hemos pensado en dejarlo tras experiencias como esta.
—No me refería a traumas y eso, qué va, ha sido muy divertido, como jugar al Call of Duty.
Cristina abre la boca. Pablo está aún más sorprendido.
—Me preocupas, ¿lo sabes?
—No, te lo digo en serio. Al margen del miedo por llegar tarde y que… ya sabes, que te hubieran matado o hecho algo peor que lo del ojo, la sensación ha sido brutal. Esta noche no podré dormir. Si a Nuria no le recetan muchos Transilium, le preguntaré si quiere salir a tomar una copa.
—Vale, pero no te lleves el arma, ni el fusil de asalto.
—Ja, ja, ja. No me negarás que ha sido la leche, y nos ha salido bien lo del triple, la cuenta atrás. Menuda suerte.
—¿Cómo que suerte? Lo habíamos hablado, uno, dos y disparo.
—Sí, bueno, o uno, dos, tres y disparo. No me acordaba.
—¿Perdón?
—Era un cincuenta por ciento de probabilidades de éxito. Iba a disparar al uno, dos, tres y disparo, pero los nervios me hicieron disparar un segundo antes.
—¡¿Livia?!
—¿Qué? No te quejes, sigues viva y el disparo salió cojonudo. Te apunté entre los ojos, bueno, entre el ojo y el agujero, te apartaste justo a tiempo y le metí la bala en mitad de la cara a ese cerdo. Quiero la foto de la científica para ponerla en mi dormitorio, de recuerdo.
—Por Dios, dime que eso es una broma.
—Pues claro, tonta, dame otro abrazo de esos tuyos.
—No tengo tantas fuerzas, hoy aprietas tú.
Livia obedece y aprieta hasta no hacer daño, y así permanece unos segundos. Por fin ha recuperado a su hermana, a su ángel.
—Oye, me ha dicho Marcos que el seguro de la Policía te pagará un ojo de cristal que casi no se diferencia de uno de verdad.
—¿Sí? Me alegro, ya me imaginaba a Evita bien feliz por pensar que su madre es una capitana pirata con parche y todo.
—No me extraña… Y también me dijo Marcos que un policía muy famoso de la tele también tenía un ojo de cristal, y que resolvía muchos casos. Un tal Colombo, no lo conozco, ¿estaba bueno?
—No.
A su alrededor se está interpretando un concierto: Análisis y búsqueda de pruebas en Fa menor. Dos forenses y seis ayudantes, además de veinte técnicos de la científica. Un concierto tan bien dirigido que nadie osa interrumpir a las que han sido protagonistas casi una hora antes. Nuria aparece y se sienta al lado de sus amigas y compañeras. Pablo y Marcos las dejan solas.
—Hola.
—Ven aquí, anda. ¿Cómo estás?
—Drogada. Si me caigo al suelo, ponedme una almohada o un cojín debajo. Gracias.
—Descuida, lo haremos. Aunque si caes de cara, ya llevas los dos airbags.
—No estoy hoy para muchas bromas, lo siento si no me río. Creo que me voy a ir a casa, solo quería darte las gracias, Livia.
—¿A mí?
—Claro, por hacerlo todo tú. —Rompe a llorar y sus amigas la rodean con un abrazo—. No sirvo más que para estar delante del ordenador.
—No digas eso.
—Pues claro que sí, soy una inútil, casi me meo encima de miedo. Bueno… creo que, por el olor, me he meado.
—No —interrumpe Cristina—, esa he sido yo.
—Da igual, podía haber muerto; o peor aún, podía haber provocado que vosotras…
—Déjate de tonterías y olvida esto.
—Nunca, nunca podría olvidarlo. Te dejé sola contra todos esos cabrones, Livia, muerta de miedo tras un sofá. Es una suerte que no te hayan herido.
—Bueno, cuando Mihai disparó a mi chaleco antibalas y caí por las escaleras, creo que me hice daño en las costillas.
—Tu primera marca de guerra —apunta Nuria, tratando de sonreír.
—Sí, justo aquí —dice a la vez que levanta la camiseta hasta el pecho.
—Oooooh, Diooooos mííío. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué es eso? Livia, ¿qué te han hecho? ¿Qué es eso?
—Tranquila, tranquila, solo son cicatrices.
—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío.
—Nuria, cálmate, no me duelen, son de hace años.
Nuria tiene que ser calmada por Cristina ante la visión de las marcas que cubren todo el torso de la chica, cicatrices de quemaduras, cortes y otras heridas más serias, ni un solo centímetro cuadrado de piel sin testificar sus años de infierno. Solo Cristina las había visto. Jamás se ha desnudado en los vestuarios de la comisaría ni intimado con un chico con la luz encendida. Ni siquiera iba a la playa y la piscina con la excusa de sentarle mal el sol.
La reacción de Nuria le hace comprender que quizás sea pronto para mostrarse, tendrá que vivir unos años más ocultando las huellas de un pasado cada vez más lejano. Pero no es eso en lo que piensa Livia ahora, en absoluto:
«¿Era uno dos y dispara? Joder, yo pensaba que era uno dos tres y dispara. Menuda potra».
Flashes, focos, hay más que nunca. Marcos apenas oye quién le pregunta ahora, así que no sabe a dónde mirar. Están en una sala de la Casa Colón, una más grande de lo habitual para dar la rueda de prensa. Apenas le dejan contestar cuando ya aparece otra pregunta nueva. Cuando llegue a casa, Laura volverá a decirle que parecía lelo ante los periodistas, sin parar de titubear ni saber a qué cámara responder.
—¿Se han encontrado obras de arte robadas en la vivienda?
—No, pero estamos buscando inmuebles, como locales o contenedores del puerto, en busca de ellas. Tenemos que examinar los documentos, la mayoría en rumano, que hemos encontrado en la vivienda.
—¿Es cierto que se dedicaban también a la trata de blancas y de menores?
«¿Cómo coño se entera esta gente de todos los detalles?».
—Esa parte de la investigación aún es confidencial, les informaremos en cuanto tengamos un informe definitivo.
—¿La inspectora secuestrada se encuentra bien? ¿Saldrá con vida?
—La inspectora se encuentra bajo atención primaria en el hospital, es posible que reciba el alta mañana mismo.
—¿Es cierto que una policía novata de veinte años ha entrado en la casa en plan videoconsola y ha arrasado con todo?
—Por favor, no crean ese tipo de cosas que solo ocurren en las películas. La operación fue llevada a cabo por un comando completo de las fuerzas de asalto de la Policía, con todas las medidas de seguridad y los protocolos pertinentes.
Marcos evita la sonrisa como puede. Sobre el atril descansa su teléfono móvil boca abajo. Unos minutos antes ha recibido un mensaje que no ha tenido tiempo de contestar, ni siquiera sabe cómo podrá hacerlo.
<Buenas tardes. Nos acaba de llegar un informe sobre una oficial a su cargo: Livia Craciun. Estamos interesados en su incorporación en nuestro cuerpo policial. Por favor, llame lo antes posible para tener una entrevista con usted, deseamos un informe extraoficial y confidencial sobre las capacidades de la policía mencionada. Atentamente: Mathew Herbert, comisario de la Europol. La Haya, Holanda>
Hace media hora que se ha puesto el sol y comienza a refrescar, los transeúntes están en ese punto de inflexión en el que se fusionan los que regresan de dar un paseo para cenar en casa con los que salen a cenar fuera y tomar una copa después. Livia espera en la esquina en la que ha quedado, parece que ella ha sido más puntual que su cita. O no. Un precioso Porsche rojo frena a su lado y baja la ventanilla del acompañante.
«¿Qué pasa? ¿Me he vestido hoy tan provocativa que me han confundido con una puta? Todavía le suelto una hostia al gilipollas este como se pase de listo».
—¿Vas a entrar o qué?
Livia reconoce la voz y se agacha para mirar dentro del vehículo.
—¿Marcos?
—Vamos entra. —Livia pasa al interior, mirándolo todo con la boca abierta—. Es un regalo de Laura, vende más libros que nunca y ha tenido el detalle. Aunque creo que se trata más bien de un pago por años dándole información privilegiada para sus novelas.
Marcos arranca y pone rumbo al puerto, cerca de la comisaría.
—Dile que mi cumpleaños es el mes que viene, y que acepto coches espectaculares como este.
—Pues hablando de Laura y de ti, esta tarde le he contado algunos detalles del caso y está loca por hablar contigo, te va a fusilar a preguntas con su grabadora.
—¿Y para qué quiere hablar con…? No… no, ¿no? Noooooo. ¡¡Aaaaaah!! —Marcos casi se sale de la calzada con el susto, además de quedarse sordo—. ¿Va a escribir una novela sobre el caso? ¿Seré la protagonista? ¿En serio? ¿En serio? ¡Me putoencanta! ¡Adoro a tu mujer!
—Bueno, no te entusiasmes, dice que tu nombre suena raro, que quizás lo cambie por Noelia.
—¡Será zorra!
—¡Livia!
—Noelia es nombre de perrita faldera repelente.
—Bueno, eso ya lo tratas con ella.
Tras lograr Marcos aparcar medianamente cerca del restaurante, se acercan al mismo dando un paseo. La brisa que proviene de la ría es fresca, pero Livia parece no acusarla. El comisario se pone la cazadora. Tienen una reserva en La Cantina del Puerto, donde el camarero les da una mesa con vistas privilegiadas al reducto del atardecer sobre el agua. Aún no hay muchos comensales y se oye a la perfección la voz de Sam Cooke por el hilo musical. Es uno de los lugares favoritos del comisario, por eso lo eligió para invitar a Livia cuando esta le propuso no dejarla sola esta noche.
—Parecemos una parejita de enamorados, seguro que eso es lo que ha pensado el camarero. —Marcos sonríe ante el disparate de la chica—. Gracias por haber venido, no quería quedarme sola en casa ni estar con Cristina y Pablo en un momento en que deben estar solos.
—No creo que les molestases.
—Claro que sí, ellos necesitan su espacio. Y han llegado hace una hora del hospital, a Cris le han tenido que desinfectar la herida del ojo y el corte del golpe en la cabeza cuando la abordaron en la calle.
—Espero que se recupere pronto, especialmente en su interior.
—Cris es muy fuerte, ya pronto estará dando guerra por la comisaría. Además, también lo he dicho antes por ti, tienes dos hijos y casi no ves a tu familia por culpa del trabajo.
—No creas, Laura está encantada con que haya venido a cenar, sobre todo por si logro convencerte de que le cuentes la experiencia del caso.
—Pero si yo no tengo problema alguno en contarle todo lo que quiera saber.
Marcos le guiña un ojo.
—Ya entiendo —añade ella—, le has dicho que yo no quería y así… Jo, para ser un abuelo eres un tío de puta madre, no me extraña que Nuria haya estado años colada por ti.
—¿Cómo?
—¿Qué?
—¿Has dicho…?
—Qué sed. Mira, ahí viene el camarero. ¡Eh, tú, aquí, tenemos sed!
—Me hago mayor, definitivamente me hago mayor —murmura Marcos.
«¿En serio me ha llamado abuelo? ¿Y qué es eso que ha dicho sobre Nuria?».
El camarero les toma nota de la bebida y de unas tapas típicas de la casa. Al poco trae la cerveza sin alcohol de Marcos y el vodka con cola de Livia.
—Bueno, ¿de qué hablamos? —pregunta la chica tras beberse la mitad de la bebida de un sorbo—. ¡Qué sed tengo!
—Quizás no quieras hablar del trabajo, pero tengo aún muchas dudas y en el informe no han quedado muy claros determinados puntos importantes.
—La dirección de Mihai, ¿verdad? Yo estaba muy cerca de su casa cuando me llamó. Quieres saber cómo yo lo supe mucho antes.
—Mismamente.
—Visité en el hospital a los dos detenidos por mi intento de secuestro. Recuerda que me habías dado invisibilidad, como a la Dama Blanca.
Marcos no dice nada, en realidad nunca lo hizo, pensó que Livia daría palos de ciego y no creó el sistema de protección a su alrededor como había prometido en la reunión. También tocó madera durante esas horas para que la chica no cometiese un delito.
—No me creo que esos dos te dijesen la dirección de Mihai solo con preguntárselo.
—Claro que no, pero lo que voy a explicarte es algo que tenía que hacer en privado, solo lo sabremos tú y yo. Ni siquiera Cristina y Nuria lo saben. —Marcos tiene la cerveza a mitad de camino de la boca, está paralizado por la intriga—. Teniendo los datos de la Europol de estos tipos, que coincidían, además, con la documentación de sus carteras, Nuria buscó pisos que se hubieran vendido o alquilado a ellos, dando con dos direcciones en el pueblo de San Juan del Puerto.
—¿De ese modo encontró también la de Mihai?
—No seas tan impaciente. Tengo sed, me voy a pedir otra copa. ¡Eh, tú, camarero! ¡Otra! —grita a la vez que señala el vaso vacío en alto. Marcos solo puede sonreír, las lecciones de Nuria surten efecto—. Mihai llevaba años asentado y era invisible, eso implicaba una nueva identidad, que desconocíamos, y seguramente testaferros que compren o alquilen en su nombre, eso me lo dijo Nuria.
El camarero trae la copa y Livia le guiña un ojo tras decirle «gracias, guapo. Esa comida, que no tarde».
—¿Por dónde iba? Sí, por las direcciones. Nuria las encontró y yo fui a registrar las casas. —Marcos hace un gesto de desagrado al oír eso, pero ella no hace caso y continúa—. Conozco a estos miserables y sé que siempre llevan consigo sus ahorros, no confían en los bancos y guardan un porcentaje de cada trabajo. En definitiva, encontré su dinero y solo tuve que visitarlos en el hospital y decirles que Mihai les había abandonado a su suerte, que si colaboraban, no solo pasarían unos pocos años en una cárcel de España, en lugar de ser juzgados y encarcelados en un país con condiciones mucho peores, sino que también podrían recuperar su dinero. Les di mi palabra y esos dos idiotas cantaron en menos de dos minutos.
—Pero eso puede ser usado en nuestra contra en un juicio.
—Es su palabra contra la mía. Yo solo fui a pedirles por favor una colaboración; lo pactado en las habitaciones solo lo saben ellos, yo y ahora tú.
—¿Y te has quedado con su dinero?
«Pues claro, es para ti».
—¡No! Bueno, sí. Pero no para mí, pensé en los recursos limitados de la comisaría, en comprar o alquilar material para casos complicados que necesiten una inversión. El dinero es para ti, para que no tengas que depender del ministerio.
—Es increíble que hayas pensado en los demás y no en ti misma, pero eso no quita que sea un dinero incautado de los registros ilegales de dos viviendas. Tendremos que dejar ese dinero allí y convencer a los compañeros de la científica para que en sus informes no apunten que las casas ya habían sido registradas anteriormente y de forma anómala.
«Menuda mierda».
—Pues tendrás que contratar una empresa de limpieza antes de que lleguen los de la científica, porque lo dejé todo hecho un vertedero.
—Joder, Craciun… Por cierto, ¿es mucho dinero?
—Mucho. Unos doscientos mil euros.