El disparo la despierta.
Siente la garganta mejor, como si le hubieran dado agua mientras estaba dormida o inconsciente. O quizás estaba despierta y no recuerda el momento.
Lo último que recuerda es… Sí, por eso le escuece y solo logra ver por el ojo izquierdo. Le apetece gritar con todas sus fuerzas, pero está demasiado débil y sabe que tampoco recuperaría el ojo con un grito.
Si unos días antes le hubieran preguntado por su reacción al perder un ojo, hubiera respondido que sería una catástrofe tener que llevar un parche o uno de cristal, además de perder un porcentaje altísimo de su capacidad de lucha cuerpo a cuerpo y de precisión de tiro. En cambio, ahora mismo, solo piensa en salir de allí, en las probabilidades que tiene de que aparezca de nuevo Antón y lo pueda convencer de que la suelte. Solo quiere salir para poder ver a su pequeña, a Pablo, a Livia.
Se siente extraña al observar a su alrededor con un campo de visión reducido y sin apreciar la profundidad, además del cosquilleo, más mental que físico, que le produce la sensación de que tuviese un ojo derecho invisible moviéndose a la vez que el otro.
Moscas, hay moscas en la habitación, antes no había. Siente cosquillas en la frente y en el pómulo derecho, se están dando un festín con la herida y eso provocará una infección tremenda. ¿Saldrán los gusanos a acompañar en la comilona a las moscas antes de que ella muera? Lo más probable es que…
Tres disparos automáticos.
«¿Una G36? ¿Llegó la caballería? ¿Eso es bueno o malo? Entrarán como un huracán, barriéndolo todo a su paso. Quizás Mihai, viéndose sin posibilidades de huir, decida matarme antes de ser capturado o abatido».
En la casa se oyen murmullos y pasos amortiguados por el sigilo que necesitan para contrarrestar el ataque. La puerta de la habitación no está cerrada del todo y ella trata de imaginar la escena, pero no logra más que pensar en ratones perdidos en un laberinto, buscando un trozo de queso que pueda volverse una trampa mortal.
No se oye nada más.
«No se oye nada más, entonces no se trata de la caballería, es un poli en solitario con un fusil. ¿Marcos? ¿Pablo? ¿Los dos? ¿Quién si no?».
—Tengo miedo.
Cristina levanta la cabeza y lo ve. Antón.
—Ven conmigo, Antón, así no te pasará nada.
—Hay hombres malos ahí fuera. Hombres muy malos.
—Yo puedo protegerte, pero necesito que me sueltes. ¿Aún tienes el mechero?