El sol destellaba sobre el lago del parque Lincoln. Irina estaba sentada en el pasto recordando el último día que estuvo con Joshep. Lo amaba a pesar del tiempo, a pesar de lo que había sucedido, pero no podía aferrarse a un recuerdo, tenía que rehacer su vida tarde o temprano.
Mientras la tarde caía y el aire gélido comenzaba a soplar, Scott se acercó lentamente a ella.
—¿Te molesta si me siento?
Irina volteó sorprendida al escuchar la voz de Scott, sonrió y siguió mirando hacia el lago.
—Es un lugar público, puedes sentarte donde quieras.
Scott se sentó a un lado de la joven y miró hacia la misma dirección que ella. No pudo evitar notar que llevaba un hermoso reloj antiguo colgando de su cuello. Hubiera pasado desapercibido si la joven no se hubiera jalado el suéter para cubrirlo.
—Me gustaría saber en qué o en quién estás pensando.
—Te decepcionaría saberlo —Irina sonrió desviando la mirada hacía él.
—Al menos de esa forma sabría si tengo esperanza o estoy luchando una batalla perdida.
Irina sonrió y volteó a verlo nuevamente.
—Eres muy diferente a mí Scott.
—¿Cómo lo sabes? No nos hemos conocido lo suficiente.
—No eres lo que busco ni soy lo que necesitas.
—Déjame intentarlo, al menos quitarme la idea de la cabeza. Quién sabe quizá termines perdidamente enamorada de mí.
—Eres muy arrogante, ¿lo sabes? —dijo en tono de burla.
Scott lanzó una breve carcajada. –Lo sé pero nadie se había atrevido a decírmelo a la cara. Eso te hace especial Irina Brooks.
—Me tengo que ir. Ya casi anochece y aún tengo cosas de que ocuparme para mañana.
—¿Te puedo ayudar?
Irina negó con la cabeza, sonrió y se levantó del pasto, de inmediato él hizo lo mismo. Su rostro resplandecía con el sol de la tarde. Ella sonrió.
—Nos vemos Scott.
—Tenlo por seguro.
Irina estaba sentada en su oficina revisando unos expedientes. Un sorpresivo mensaje la desconcentró.
"¿Te veré esta tarde en el parque?"
Sin darse cuenta sonrió. No reconoció el número, pero a juzgar por el mensaje se trataba de Scott. Vaciló un segundo antes de decidirse responder, pensó cómo fue que él había conseguido su número, finalmente le respondió, "Quizá. Estoy trabajando".
Le gustaba su cortejo y por alguna extraña razón que ella desconocía, no podía responderle con poses o mentiras.
Cerca de las seis de la tarde, una sorpresiva lluvia cayó sobre la ciudad. Irina se acercó a la ventana e imaginó que sería obvio que la cita estaba cancelada. Tomó su bolsa, se puso su abrigo y salió de la oficina.
Cuando las puertas del elevador se abrieron, Scott apareció en la recepción cubierto por una gabardina negra ligeramente húmeda. La humedad de su cabello hacía que un mechón se deslizara sobre su rostro haciendo más profunda su mirada. Al verla sonrió. La perfecta curvatura de sus labios iluminó los ojos de Irina.
—Pensé que no te encontraría.
— ¡Scott! ¿Qué haces aquí?
—Vine por mi cita.
—No te prometí nada.
—Para mí un quizá basta para abrir un sinfín de posibilidades. Además me gusta jugar con las probabilidades.
—Dios no juega a los dados —susurró con la mirada perdida—. Está lloviendo –dijo acercándose a la puerta.
—Conozco un lugar al que podemos ir y discutir de Einstein o mejor aún de Shakespeare.
—¿Nunca te rindes?
Scott tomó a Irina del cuello y la dirigió a la salida, la puerta se abrió y ambos corrieron a su auto el cual estaba estacionado justo frente al edificio. Él se apresuró a abrirle la puerta y ella subió rápidamente.
Ligeramente empapada, se quitó el abrigo mientras Scott corría bajo la lluvia rodeando el deportivo hasta que finalmente subió.
Puso el clima para que se calentaran un poco, se quitó la gabardina aventándola a la parte de atrás y encendió el auto. Manejó por una ruta desconocida hasta tomar el periférico para finalmente salir por la autopista. Minutos más tarde llegaron a "Amadore", un jardín contemplativo cubierto en su totalidad por vitrales.
La lluvia había oscurecido prematuramente el día haciendo que resaltaran los colores de la fachada del jardín.
Plantas y flores exóticas, un interior cálido con iluminación artificial, un pequeño lago rodeado por arbustos, rocas y un puente de piedra eran las principales atracciones del lugar. Scott tomó la mano de Irina y la llevó al fondo del jardín. Una pequeña caída de agua simulaba una cascada, el eco de los pájaros trinando la transportó a su infancia en casa de sus abuelos.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué? —dijo sonriéndole a Scott.
—¿Qué te parece el lugar?
—Es hermoso Scott. No creí que hubiera un lugar tan bello aquí. Es tan irreal.—
—Es perfecto.
Irina volteó extrañada.
—¿Perfecto?
Él esbozó una breve y sínica sonrisa sin contestar nada. La observó mientras ella admiraba el lugar, su cabello caoba humedecido comenzaba a rizarse. Su piel porcelana estaba ligeramente sonrojada por el clima artificial del jardín.
—Recoge tu cabello, no deberías ocultar tu rostro.
Irina observó a Scott quien siempre elegante, llevaba un traje gris oscuro y una corbata naranja que contrastaba con su camisa azul claro. Lo miró con la boca abierta durante un par de segundos hasta que reaccionó pasándose un mechón atrás de la oreja.
Solía vestirse casual para ir a trabajar, pero ese día había amanecido nublado así que llevaba unos pantalones azul marino de lana, camisa blanca de manga larga y un chaleco rojo. Irina se sujetó el cabello con una horquilla que llevaba en su bolsa. No tenía idea de porque le estaba dando gusto a Scott.
El reloj que colgaba de su cuello llamó la atención de él.
—¿Puedo verlo? —Scott señaló el reloj y lo sujetó cuando Irina afirmó con un movimiento sutil de la cabeza–. Es una reliquia, debe valer una fortuna, ¿herencia familiar?
—No —Irina lo quitó de las manos de Scott y caminó dándole la espalda.
—Un regalo entonces.
—Algo así —contestó sin mirarlo.
Scott caminó hasta acercarse a la joven.
—¿Cómo era?
—¿Cómo era quién?
—El tipo que te dio el reloj.
—¿Cómo sabes que fue un hombre?
—No serías tan celosa del reloj si te lo hubiera dado una mujer.
—Preferiría no hablar de eso, si no te molesta. Nada personal Scott, espero lo entiendas.
—Lo intentaré. Ven, te mostraré algo —Scott tomó la mano de Irina y la dirigió al puente que cruzaba el lago justo frente a la cascada—. Hay una leyenda en torno a este lugar, si lanzas una moneda tus deseos se condescenderán.
—¿Como un pozo de los deseos?
—Algo así —Irina sonrió al escuchar las palabras de Scott. Le pareció una idea ridícula, no creía en los milagros, sin embargo, él sacó una moneda de su pantalón y la colocó justo frente a sus ojos—. ¿Qué dices, lo quieres intentar?
—No lo sé Scott.
—"Somos arquitectos de nuestro propio destino"
—Pensé que querías hablar de Shakespeare.
—No tengo nada contra Einstein. ¿Qué dices, por qué no la lanzas?
Irina tomó la moneda y la lanzó al fondo del lago.
—¿Me dirás qué pediste?
—Si lo hiciera no se cumpliría.
—Tienes razón aunque a final de cuentas todo lo malo está en tu mente.
—Seguro —. Irina sonrió dándole por su lado.
Volver a ver a Joshep era un deseo imposible, ella lo sabía, aun así no dudo ni un minuto en pedirlo.
Scott llevó a Irina a su casa, ella se despidió rápidamente de él. Su compañía la ponía nerviosa así que se apresuró a bajar y entrar corriendo al edificio.
El sábado por la tarde, Irina estaba sentada en una banca del parque Lincoln. Leía un libro al momento en que Scott se detuvo frente a ella.
—No deberías tener una rutina, podría ser peligroso.
Irina levantó la mirada y lo observó fijamente.
—¿Rutina? ¿De qué hablas Scott?
—Venir al parque por las tardes, sentarte a leer o meditar.
—¿Acaso me has estado siguiendo?
—Simples casualidades. También me gusta venir aquí, te he estado observando durante toda la semana.
—Así que esa es la razón por la cual desapareciste.
Scott se sentó a un lado de Irina.
—¡Vaya! Me alegra saber que lo notaste.
—No soy tan distraída.
—Vamos a tomar un café, comienza a hacer frío y no acepto un no por respuesta. Además me gustaría saber de qué trata tu libro.
—Pensé que te gustaba Shakespeare
—Macbeth, Hamlet pero no leí Romeo y Julieta.
—Es una de mis obras favoritas, la he leído más de siete veces. Un amor imposible separado por la discordia y el factor sorpresa.
—El suicidio.
—Pensé que no lo habías leído.
—No lo leí pero conozco la historia. Dos adolescentes que creen estar enamorados, pelean por un amor imposible debido a la rivalidad de su familias me parece o algo así. La inmadurez los lleva a cometer una tontería.
—"Si no recuerdas la más ligera locura en que el amor te hizo caer, no has amado".
—¿Nuevamente estamos con las citas celebres? —Preguntó sarcástico.
—Dime Scott, ¿Qué has hecho por amor? —Irina preguntó intrigada con ligero tono de molestia.
Él la miró, la tomó de la mano para que se pusiera en pie y así poder caminar rumbo una pequeña cafetería que estaba construida alrededor de un viejo árbol iluminado por diminutos focos blancos. Se sentaron en una de las mesas del interior, el mesero se acercó a darles las cartas y se retiró dejándolos solos para que pudieran escoger.
—Te extrañé —dijo Scott sujetando las manos de la joven.
—Solo pasaron unos días.
—Para mí fue una eternidad.
Ella bajó la mirada y quito sus manos discretamente fingiendo buscar la carta. Él sonrió cínico ante la reacción de la joven, le gustaba ponerla nerviosa y provocarla.
—No conocía este lugar, acabo de caer en la cuenta de que en verdad tengo una rutina. No suelo caminar por este lado del parque.
—Es acogedor y sirven buen café.
—En verdad que es un lindo lugar. ¿Vienes a menudo por aquí?
—Sólo cuando necesito meditar.
—Vaya contrastes. Tus centros de meditación van de lo ostentoso a lo simple.
—No suelo encerrarme en un solo círculo. Me gusta abrirme a todo lo nuevo, lo diferente. Y dime Irina, ¿harás carrera en la firma?
—Supongo que estaré ahí un par de años en lo que gano experiencia. Después no sé a dónde iré, me gustaría irme de aquí.
—¿Por qué?
—Quiero alejarme del bullicio de esta ciudad, de los recuerdos —dijo con la mirada triste.
—¿Qué recuerdos?
Irina se dio cuenta que había hablado demasiado. Se sonrojó, desvió la mirada y se quedó callada hasta que finalmente prosiguió.
—Será mejor que me vaya, comienza a hacer frío y olvidé mi chamarra, además mañana tengo que ir al gimnasio.
—Ni siquiera hemos ordenado —dijo extrañado.
—Lo siento Scott tengo que irme, en otra ocasión tomaremos ese café.
—¿Quieres que te lleve?
—No es necesario, puedo caminar.
—Preferiría llevarte.
—Adiós Scott —Irina se paró lo más rápido que pudo y salió de la cafetería.