El juicio de Jack se llevó a cabo a puertas cerradas. A pesar de la aglomeración de los periodistas a las afueras del juzgado.
Irina estaba ansiosa, nerviosa por el veredicto. Limpiaba la máquina de capuccino al momento que un hombre se acercó a la barra.
—Un espresso por favor.
Irina volteó, sonrió y lo sirvió. El hombre la observaba fijamente.
—¿Se le ofrece algo más? —preguntó incómoda.
—La busqué en el juzgado. Pensé asistiría al juicio de su padre.
—¿Quién es usted?
El hombre sacó su placa.
—Soy el detective Quiroz. Me gustaría hablar con usted señorita Brooks.
—¿Sobre qué?
—Sobre el señor Kyle Norman, ¿podríamos ir a otro lugar?
—Preferiría hablar aquí aunque no sé de qué utilidad le sea hablar conmigo. Crucé dos palabras con él. No lo conocía y como humano lamento su muerte.
—Me parece justo. Aun así quisiera saber sobre qué hablaron usted y él.
—Bueno yo estaba defendiendo al padre de un amigo. Lo conocí en Abarca.
—¿Norman en Abarca? ¿No le pareció extraño que un ex—convicto pisara nuevamente el lugar en el que residió?
—Sí. Supongo que tenía influencias. Me dijo que quería ayudar a mi cliente. Se conocieron en prisión e hicieron buena amistad.
—Tengo entendido que usted trabaja para la firma P & H Asociados, ¿correcto?
—No.
—¿Cómo es eso?
—Renuncié. Defendía a mi cliente de manera independiente.
—¿Cuándo volvió a ver al señor Norman?
—Lo vi en el hospital.
—¿Por qué?
—Mi cliente resultó lesionado durante el intento de fuga en Abarca. El señor Norman había ido a hacer un reportaje amarillista. Fingió estar visitando a su amigo.
—¿Le consta que fue a eso?
—No pero al día siguiente salió una nota al respecto en la que enlodaba la imagen de mi padre.
—¡Ah! —dijo sarcástico dándole un sorbo a su café—. ¿Se refiere a Jack Brooks?
—Sí. Escuche, yo no tengo nada que ver con ese tipo.
—Nunca lo insinué. Solo hago un interrogatorio de rutina. En especial ahora que su padre está siendo enjuiciado. ¿No le parece extraño? Sin parte acusadora no hay delito que perseguir.
—No, no me parece extraño. Un hombre tan vil como él debió tener muchos enemigos. Además, según leí en el periódico murió por una sobredosis.
—Así parece –dijo.
—Si me disculpa tengo clientes que atender.
—Pensé que era abogada.
—Lo que haga en mi tiempo libre no le incumbe.
—Tiene razón, disculpe señorita Brooks.
Quiroz sacó un billete de su cartera y lo puso en la barra. Sonrió y salió de la cafetería deteniéndose un momento en la puerta.
Le pareció un hombre extraño con un aire familiar. Algo tenía en su rostro que le recordaba a Matt.
Scott y Jack entraron al juzgado entre la trifulca que los periodistas armaron afuera.
El Juez Johns presidía el proceso. Él era buen amigo de la familia Parker. Considerado un juez ético e incorruptible. Claro que tenía ciertas inclinaciones por facilitar la vida de Jack.
Durante el proceso, las pruebas que presentó el fiscal fueron insuficientes como para llevar a Jack a juicio.
Con la muerte de Norman no había testigos ni parte acusadora. Sólo el testimonio del fiscal.
Scott presentó las escrituras originales que acreditaban al señor Bruno Parker como único dueño de la Hacienda.
El proceso de compra—venta lo llevó a cabo Inmobitex hacía poco menos de seis meses desligando de esta forma a Jack de cualquier fraude.
Asistir a la cafetería de su tía se había vuelto toda una tradición. Siempre estaba llena y no se daba abasto con el personal.
Servía café en una mesa cuando Scott apareció tomándola de la cintura. Ella pegó un brinco y volteó a verlo.
—¡Scott! —sonrió emocionada—. ¡Qué pasó! ¿En dónde está mi padre?
—Regresó a la inmobiliaria. Lo declararon inocente.
—¡Gracias! —lo abrazó efusiva.
—¿Cuánto tiempo estarás trabajando aquí?
—En realidad solo ayudo a mi tía en lo que puedo. No estoy percibiendo un salario. Necesitaba algo en que ocupar mi tiempo en algo y ella necesita personal.
—Vine a contarte lo de tu padre y a despedirme. Saldré mañana temprano a la capital. Dejaré todos mis pendientes arreglados así que, estaré aquí hasta la cena de fin de año.
—¿Por qué?
—Porque quiero estar aquí, contigo. Además necesito tomarme unas vacaciones.
—¿Vivirás dos semanas en un hotel? —preguntó burlona.
Scott hizo una pausa, se pasó los dedos por su abundante cabellera ébano. Irina se desconcertó. Finalmente tomó una profunda bocanada de aire.
—Me quedaré en la Hacienda.
—¿La Hacienda? ¿Cuál hacienda? —preguntó desconcertada.
—Irina yo, no te lo había dicho. Mi padre compró nuevamente la hacienda.
—¡Qué!
—La Hacienda volvió a pertenecer a la familia.
Ella palideció. Brandon tenía razón.
—¿Hablaste ya con Brandon? —preguntó preocupada.
—No. Yo me enteré con lo del juicio de tu padre. Presenté las escrituras como prueba. La verdad no sé cómo vaya a reaccionar. Le será muy difícil entenderlo. Está casado con la tonta idea de que todo fue una farsa orquestada por mi padre.
—La vez que hablaste con él, ¿te enseñó las escrituras?
—No. Comprenderás que el no hacerlo pone en duda su palabra.
Irina sabía que había algo turbio. Al terminar su turno en la cafetería Scott la llevó a casa. Ella entró y aprovechó que su padre estaba completamente dormido para tomar sus llaves y escapar por la parte trasera.
Recorrió las calles bajo la luz de la luna, eran casi las once. Sabía que Matt trabajaba hasta tarde. Entró al edificio, saludó al guardia y se dirigió a la oficina de su padre.
Abrió el archivo con el mayor sigilo y buscó el expediente Parker.
No tenía tiempo para revisarlo a fondo. Le tomó fotografías y lo regresó a su carpeta. Salió de la oficina y tocó la puerta de Matt.
—¡Irina! ¿Qué haces aquí?
—Vine a visitarte. Quiero hablar contigo.
—¿No es muy tarde para eso?
—No lo creo. Mañana tengo un día ocupado y bueno, casi no te veo. ¿Vamos a cenar?
—¿Sobre qué quieres hablar?
—¿Conoces a German Douzent?
—¿En persona? No, todos los tramites los llevamos a cabo a distancia. Al parecer vive en Francia y quería una casa de descanso. La verdad no se si ha hecho uso de ella desde que la adquirió.
—Creo que no lo podrá hacer más. La casa volvió a ser propiedad de Bruno Parker.
—Wow, no creí que quisiera tenerla de vuelta después de todos los problemas que tuvimos para venderla. Se me hace extraño, ¿por qué la quiso vender si iba a recuperarla?
—No lo sé. Dime entonces, ¿tienes sus datos?
—Déjame buscar en los registros.
Irina se había quedado en San Miguel. Sin Scott asediándola y con Joshep rendido se sintió sola.
La boda de Jame sería en una semana. Ayudar a su amiga planificándola la mantenía distraída.
Daniel se había molestado mucho con su hijastra debido a su embarazo presionado para que se casaran de inmediato. Ni siquiera los padres de Enrique asistirían y eso lo tenía en una situación incómoda. Ambos decidieron que se llevaría a cabo una boda en San Miguel y otra en España.
Como era de esperarse, Jamie le pidió a Irina fuera su dama de honor.
Ella la acompañaba junto con Madie a ver vestidos. Recorrían las boutiques más exclusivas de la ciudad en busca del mejor. Irina se limitaba a sonreír, evitaba dar su opinión y se sentaba exhausta, ausente, con la mirada perdida.
El recuerdo de Joshep y la incondicional presencia de Scott la mantenían incómoda.
Cuando Jamie lo notaba corría a animarla.
El día de la boda, Irina tenía la esperanza de que Joshep se presentara. Se esmeró en arreglarse, lucía más delgada que la última vez.
Las campanas de la iglesia sonaron. Jamie llegó con un retraso de veinte minutos haciendo que Enrique se pusiera nervioso.
Bajó del auto ataviada en un vestido corte sirena escotado de la espalda. Un diminuto velo cubría la mitad de su cara.
Irina sonrió al verla, jamás imaginó que su amiga la inmadura se casara antes que ella, mucho menos con el don Juan del grupo.
Al finalizar la ceremonia, Jamie le entregó el ramo directamente a su amiga. Le dio un fuerte abrazo y corrió por el atrio en busca de Enrique. Ambos se marcharon de luna de miel.
Irina caminó por el centro con sus altísimos stilettos y su falda corta. Se sentó en una banca y colocó su ramo a un lado. Estaba sola y deprimida.