Cuando Jack colgó el teléfono, se mantuvo pensativo un rato. Después volteó, vio las cartas que Matt le había dado. Las abrió y leyó.
Cada una de las palabras que Joshep escribía devotamente para la joven estaban llenas de amor y dolor.
Amor, cuando le hablaba de lo mucho que la extrañaba y deseaba volver a su lado. Dolor, cuando le describía los procesos de recuperación por los que estaba pasando.
Jack se enteró de la cirugía por la cual había pasado Joshep. El miedo que sintió cuando despertó y se enteró de lo que había sucedido.
Cuando se miró al espejo y vio esa grotesca cicatriz en su cabeza. Lo mucho que sufrió al creer que sus habilidades cognitivas estaban dañadas. Que quizá no podría volver a caminar.
Cuando creyó que se habían limitado sus funciones. Cuando comenzó nuevamente a caminar y a controlar su cuerpo. Todo lo hizo por ella, por el profundo amor que se tenían y porque de ninguna forma quería volver a su lado siendo una carga.
Él tomó las cartas y las colocó dentro de un sobre amarillo junto con una nota. Llamó a Mary por última vez y le pidió entregara las cartas a la dirección escrita después de que Irina y Scott se casaran.
Ella lo miró extrañada, después le preguntó si se sentía bien, al no recibir respuesta salió de la oficina y las guardó en su escritorio.
Un lúgubre gemido se escuchó como eco por los pasillos de la inmobiliaria. Matt, que aún seguía en su oficina se levantó asustado de la silla. Prestó más atención. Sintió que quizá se trataba de su imaginación.
Nuevamente lo escuchó, aunque más intenso. Regresó por su celular, llamó a seguridad y salió de la oficina recorriendo cada oficina.
Abrió la oficina de Jack. Se encontraba de pie, recargado sobre su escritorio.
—¿Tío? —cuando Jack no respondió, Matt se acercó hasta quedar de frente a él. Lo sujetó de los hombros—. ¿Tío?
Jack tenía los labios casi blancos. Se sujetaba el brazo izquierdo y mantenía un gesto de dolor. A penas pudo murmurar antes de desvanecerse.
El escalofriante grito de Matt pidiendo ayuda alertó a los guardias. De inmediato llamaron a la ambulancia. Cargaron a Jack hasta colocarlo encima del sillón. Su respiración era cada vez más lenta. Había perdido el conocimiento por completo.
La ambulancia tardó en llegar veinte minutos. Los paramédicos entraron corriendo a la oficina y le pidieron a Matt que se alejara. Le colocaron una mascará con una perilla para administrar oxígeno y unos electrodos en el torso.
Uno de los paramédicos encendió el desfibrilador. La pantalla que monitoreaba el ritmo cardiaco mostraba una línea sin fibrilaciones. Comenzaron con el protocolo de resucitación. Colocaron las paletas en su pecho y aplicaron la descarga seguido de compresiones cardíacas. Repitieron varias veces el proceso sin resultados. No pudieron restablecer su respiración ni sus palpitaciones cardíacas.
El optimismo de Matt lo hacía ver un cambio en la frecuencia que registraba el monitor.
Siguieron el protocolo de reanimación cerca de diez minutos pero Jack no reaccionó, los intentos fueron insuficientes.
Matt vió a los paramédicos rendirse, estaba convencido que no se detendrían hasta que reaccionara. Uno de ellos se acercó a él.
—Tenemos un protocolo a seguir en estos casos. Cuando el cerebro deja de oxigenar por más de diez minutos, aunque lográramos sacarlos del paro, quedaría con muerte cerebral.
—¿Qué?
—Un infarto tiene un proceso. Quizá comenzó a sentirse mal desde la mañana. Antes de tener un final catastrófico pasan alrededor de tres, máximo cinco horas. Empieza con una molestia, se sofoca, se siente mareado. Comienza la falta de aire y después un intenso dolor en el pecho. La verdad dudo mucho que el tiempo hubiera estado a nuestro favor. Se trató de un infarto fulminante.
—Aunque hubiéramos llegado a tiempo fue un infarto fulminante.
Matt se acercó al cuerpo aún tibio de quien lo había apoyado siempre. Acarició su cabello y lo abrazó.
—Necesitamos que nos llene esta hoja —dijo otro de los paramédicos—. ¿Sabe su fecha de nacimiento?
Matt estaba ausente, incrédulo. Cada una de las palabas de los paramédicos retumbaban como ecos en su cabeza. Esa mañana había sostenido una intensa plática con él respecto a Irina y su relación con Scott. Le pareció extraño que le hubiese pedido que cuidara a su hija. Nunca se le ocurrió preguntarle si se sentía bien.
Lucille apareció en la inmobiliaria tan pronto recibió la llamada de Mary comunicándole lo sucedido. Corrió a abrazar a su hermano y permaneció a su lado hasta que aparecieron los funebreros y se llevaron el cuerpo.
Matt abrazó a su mamá y tomó el teléfono. Había olvidado avisarle a Irina.
—¡No la llames! Éste tipo de noticias no se dan por teléfono hijo. Llama a su novio, que él le diga y la traiga. Será lo mejor.
—Tienes razón. No tengo idea de qué hacer.
—Le diré a Mary que hable a los periódicos para anunciar su deceso. Así se enteraran sus amistades.
—Los servicios funerarios se llevarán a cabo mañana temprano. El entierro será pasado mañana en el panteón Francés.
—Sí, su última voluntad, al lado de Nora. Le hablé a Daniel de camino a la funeraria. Me dijo que mi tío dejó un testamento.
Lucille lo miró extrañada.
—¡Él sabía que esto pasaría! Hasta en eso planeó las cosas.
—Lo sé.