Capítulo 11


Irina se dirigió al bufete. Entró a su oficina, se quitó el abrigo de cassimere y lo puso sobre el escritorio. Comenzó a guardar sus pertenencias en una pequeña caja de plástico. Ahora más que nunca tenía que marcharse de ahí. Se apresuró, no quería encontrarse con Scott y aunque la posibilidad de hacerlo era mínima lo deseaba con todas sus fuerzas.



Ana tocó la puerta. Scott estaba sentado en el sillón de piel de la oficina de su padre, sin girarse la dejó pasar.

—Ya llegó. Está recogiendo sus cosas —Scott jugaba con unas pelotas de imán—. ¿No dirás nada? ¿La dejarás ir así de fácil?

Scott se levantó del sillón y caminó hacia la ventana sin decir una sola palabra. Luego de un minuto se giró.

—¿Qué sugieres que haga?

—Bueno es más que evidente que la amas. En los años que llevo de conocerte jamás te había visto así por alguien. Vale la pena luchar por un sentimiento así.

—No estoy ni siquiera cerca de tenerla.

—¿Te lo ha dicho? ¿Te ha dicho que no te ama?

—No.

—Entonces no es un caso perdido, ¿acaso no correspondió a tu beso?

—¡Ana por favor! No he hablado con ella desde el sábado. Hoy la vi en el juzgado y se portó de una manera tan hostil y fría conmigo.

—Es natural, no la llamaste en todo el fin de semana. Yo solo digo que antes de tomar una decisión definitiva aclares las cosas con ella.

—No sé qué decirle, no sé cómo retomar el tema del beso y ahora esto de su renuncia.

—¿Scott Parker, el don juan, no sabe cómo hablarle a una mujer?

—Es diferente, no quiero perderla y cualquier cosa que diga puede afectar nuestra relación.

—Entonces quizá sea mejor dejarla ir. Sin la presión de trabajar juntos podrás retomar esa conquista sin problemas.

—No lo sé Ana, de verdad no sé que hacer.

—Bajaré a hablar con ella.

Ana salió de la oficina de Scott. Tomó el elevador y bajó al piso nueve. Tocó antes de entrar a la oficina de Irina.

—¿Lista? —dijo con una sonrisa de incredulidad. Ella la miró triste antes de contestar, así que Ana prosiguió—, ¿estas completamente segura de tu decisión Irina?

—Aquí está mi renuncia y bueno la oficina en buen estado. Los expedientes de los casos que llevé están en el archivero y los reportes en la computadora.

Scott entró sin que se percataran de su presencia interrumpiendo la conversación.

—¿Nos dejas solos Ana?

—¡Claro! —Ana emitió una sonrisa de complicidad.

Irina palideció, no podía sostenerle la mirada. Su presencia la extasiaba, deseaba abrazarlo, que se comportara de la misma manera en que lo hacía hasta antes de que se despidiera de ella el sábado. Incluso la indiferencia con la que en un principio actuó le parecía sexy, lo hacía más interesante.

Él caminó rodeándola hasta quedar de frente a ella, la miró sin que ella se diera cuenta y prosiguió.

—¿Estas segura de tu decisión?

—Sí —dijo cortante sin mirarlo.

Scott esbozo una risita irónica, apenas podía creer que Irina se fuera. Sabía que ella estaba molesta con él por no haberla llamado como prometió, pero era orgulloso como para dar una explicación que no había sido solicitada.

—Bien, entonces yo tomaré tu renuncia —dijo cortante y extendió la mano sin voltear a verla.

Irina levantó la mirada y le entregó la carta. Él la tomó, se apartó de ella de inmediato caminando hacia la ventana y le dio la espalda. Ella lo miró triste, intentó contener las lágrimas consecuencia de la frialdad de Scott. Tomó su abrigo, la caja, su bolsa y se acercó a la puerta envuelta en un nerviosismo sin perder la dignidad y sin decir una sola palabra. Él la observó a través del reflejo de la ventana.

Después de que Irina se marchó Ana entró a su oficina.

—¿La dejaste ir? ¿Así nada más?

—Fue ella quien se quiso ir.

—¡Pero tú no hiciste nada por evitarlo! No puedo creerlo Scott, por primera vez en tu vida te enamoras y te aterras.

—No estoy aterrado, no digas tonterías.

—¿Ah no? Y entonces por qué no dejaste tu maldito orgullo de lado y le dijiste que la amas, que si no la llamaste el fin de semana fue porque tenías miedo al rechazo.

—Especulaciones tuyas —dijo con total seriedad  y salió de la oficina sin decir más.



Cerca de las cinco de la tarde, Irina regresó al departamento. Dejó sus cosas, se cambió de ropa y llamó a Enrique, necesitaba respirar aire fresco y ocupar su mente en algo.

Tomó el metro en dirección al centro y caminó por varios minutos con la mirada perdida por entre las calles. Finalmente llegó a una librería que llamó su atención, la hizo recordar su primera cita con Joshep. 

Entre las frías paredes del lugar encontró un estante de libros usados. Buscó alguno que le interesara y se dirigió a la caja. Salió de la tienda rumbo a la cafetería para reunirse con Enrique.

Se sentó en una pequeña mesa redonda, mientras lo esperaba, leyó el libro que había comprado.

Enrique llegó apresurado, se sentó en la mesa.

—¡Tía! disculpa la hora pero mira que he corrido. Traje lo que me pediste sin embargo creo que sería prudente visitarlo.

—Ya lo había pensado. Ahora que tengo tiempo podemos ir cuando quieras.

—¿Cómo es eso?

—Es una larga historia. Déjame revisar su expediente.

Irina tomó los papeles y comenzó a revisarlos. Entre ellos encontró una fotografía. Norah, su madre y el padre de Joshep sonreían abrazados. 

—Se parece tanto a él...

—¿En serio? no lo había notado, déjame ver —Enrique tomó la foto entre sus manos—. No lo creo, él tiene el cabello diferente, incluso más claro.

—¿Tiene?

—Tenía guapa, tranquila. Vale voy a ordenar algo y regreso —dijo exaltado.

Mientras Enrique se levantó de la silla en busca de un café, ella continuó revisando el expediente.

La declaración inicial de Lucas Duncan decía que un auto los había perseguido hasta hacerlos derrapar.

Más adelante mencionaba el nombre de Jack.

Irina buscó en el expediente quién había llevado la defensa, el nombre no le pareció familiar sin embargo la parte acusadora había presentado una serie de pruebas no concluyentes pero que la fiscalía y el jurado habían considerado suficientes para hundir a Lucas.

 Mientras leía la declaración de Lucas varios recuerdos le vinieron a la mente. Los policías parados en su puerta, la tormenta de la noche y su padre.

Lucas Duncan recibió una condena de quince años por homicidio imprudencial la cual se revisaría a los cinco años. El juez Matthews se negó a reducir su condena. Habían pasado ya once años de eso. Pero había algo peor, Lucas había sido trasladado de la prisión estatal a una prisión de máxima seguridad. El caso tenía serias inconsistencias, podía apelar y seguramente ganaría.

Enrique regresó con un frapuccino. 

—¿Cómo ves? yo no soy abogado pero  me parece que la sentencia fue errónea.

—Tendré que revisar a fondo su expediente. 

—Vale, déjame arreglar una cita.

—Yo puedo hacerlo, despreocúpate de eso.

— Sí, es solo que no considero que sea necesario. Tienes todo, ¿para qué ir a verlo?

—Tengo que ratificar su declaración, además tú mismo sugeriste la visita.

—Vale, pues que he pensado bien las cosas y no lo considero indispensable. Además, han pasado años desde su declaración, seguramente que no lo recuerda al detalle.

—Créeme, recordará los hechos.

—Avísame ¿sí? no quiero que vayas sola.

—Seguro —dijo intrigada por la reacción de Enrique.



Scott estaba sentado en el sillón de piel de la oficina de su padre. Miraba hacía la ventana pero en realidad estaba perdido pensando en Irina. No se percató de la presencia de Ana.

—¿Sigues pensando en ella? Deberías ir a buscarla.

—¿Qué necesitas?

—Tienes que firmar estos documentos.

Scott volteó extendiendo la mano para recibir el folder que ella llevaba. Mientras firmaba las hojas lanzó una pregunta a su asistente. 

—¿Podrías cancelar mi reunión de la tarde?

—Imposible, sabes que los asociados son algo especial.

—Entonces entra por mí con cualquier excusa a los veinte minutos de haber entrado.

—¿Iras a buscarla?

—Ese no es asunto tuyo.

—¡Tranquilízate Scott!

—¿Sabes si esta mi escolta abajo? —Scott miró su reloj—. Búscalos y dime en donde están.

—¿Quieres que suban?

—Más bien quiero que me dejen solo. Entretenlos, haz que se olviden de mí por un momento en lo que salgo de aquí.

—La última vez que hiciste eso tu padre casi paraliza la ciudad buscándote.

—Tendrás que ser ágil para sacarme de la reunión y hacer que la escolta se quede aquí.

—¿A dónde irás?

—Haz lo que te digo.

Scott entró ausente a la junta, jugaba con su bolígrafo al momento que Ana entró requiriendo urgentemente su presencia. Se levantó de inmediato ofreciendo una disculpa y salió de la sala. Se puso el saco y mientras Ana lo seguía por el pasillo se despidió sin decir más.

Se dirigió al estacionamiento y tomó el auto de ella. Sabía que Irina seguía una rutina así que fue directo al parque Lincoln donde ya antes la había encontrado. Había decidido dejar de lado su orgullo y pedirle perdón por no haberle dicho la verdad desde un principio.

El cielo comenzaba a nublarse, una intensa ventisca desprendió las hojas de los arboles más viejos, la gente asustada corrió intentando resguardarse de la tormenta que se avecinaba. Ella estaba sentada en la misma banca de siempre con un suéter delgado de hombro caído gris como su estado de ánimo, los jeans deslavados y medio rotos, demasiado informal para la chica que conocía, el cabello cubría su rostro y se elevaba con el aire creando ondas.

Se acercó sin que ella lo notara. Estaba completamente ausente, clavada en sus pensamientos. Se sentó a su lado, tuvo el tiempo de mirarla y tomando una bocanada de aire prosiguió.

—Sabía que te encontraría aquí, un día reprendí tu rutina, hoy la agradezco.

Irina volteó, se quitó un mechón delicadamente, sus ojos brillaban de una forma inusual como si hubiera llorado. Lo miró asustada y se levantó de la banca. Scott la detuvo sosteniendo su brazo izquierdo.

—¡Perdóname! —dijo desesperado—. Fui un estúpido por no decirte nada desde un principio, por formarme una imagen de ti que no te correspondía. Dame otra oportunidad. Te amo.

Lo miró con los ojos llenos de lágrimas, asustados, incrédulos ante las palabras de él. Su boca tembló pero ningún sonido salió de ella, nuevamente se volteó y huyó. 

Scott se quedó perplejo ante la reacción de la joven, no intentó perseguirla, sabía que no tenía caso insistir.

La lluvia inundó las calles rápidamente. Irina caminó por las calles sin rumbo, estaba completamente empapada y con frío. Pronto oscureció, se detuvo frente a una galería de arte y observó en el fondo la escultura de "Psique y Eros", recordó el intenso y pasional beso que Scott le dio. Jamie tenía razón, no podía engañarse, él le gustaba y mucho.