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Xandra Tang
Sábado, 25 de octubre de 2064
Galatea

El pueblo chipriota comenzaba a recuperarse del shock que había supuesto la muerte de Panos Kana.

El presidente de la EBR no era ningún jovenzuelo, y en los últimos tiempos los rumores sobre su deteriorado estado de salud estaban en boca de todo el mundo. Sin embargo, nadie esperaba un final tan abrupto. Kana había ingresado en el hospital central de Galatea un jueves de octubre de 2064, para fallecer apenas dos días después. Por lo que decían las noticias, un fallo renal había sido la causa.

Los habitantes de la isla estaban desolados. Nunca había visto tanto dolor por la pérdida de un personaje público. Pero, ¿por qué sorprenderme? Él les había dado todo lo que tenían.

Kana había convertido las cenizas de un país destrozado por la guerra en un lugar al que todo el mundo coincidía en definir como el mejor lugar de la Tierra para vivir. Había puesto su carisma, su bondad y su coraje a disposición del país, trabajando de sol a sol para conseguir su sueño: fundar y gobernar la primera Economía Basada en Recursos de la historia. Por el camino, había tratado a toda la gente de igual a igual: desde los obreros rutinarios a los que decidía echar una mano un domingo cualquiera en las obras de construcción de Galatea hasta sus homólogos de otras naciones con los que se reunía en sus misiones diplomáticas. Todos coincidían en definirle como una persona cercana, sencilla, práctica e inteligente, con grandes ideales y una incansable determinación por alcanzarlos. Su compromiso era absoluto, hasta el punto de que, muy a pesar de su mujer, nunca tuvo hijos: la EBR ocupaba el cien por cien de su tiempo.

Lo impactante era ver como no solo Chipre estaba de luto. Su fallecimiento acaparaba titulares a nivel mundial, y los medios de comunicación de todos los países ofrecían reportajes y programas especiales sobre su vida y su persona, retratándole como uno de los personajes que más habían hecho por el bien de la humanidad en los últimos tiempos.

Su funeral había tenido lugar en la Plaza Verde hacía una semana. Nunca se había visto la plaza central de Galatea tan a rebosar de gente. Los medios aseguraban que el 95% de la población chipriota había acudido a darle un último adiós. Además, cientos de personalidades destacadas a nivel mundial habían viajado a Chipre para asistir a la ceremonia, que había sido retransmitida en todos los países.

Irónicamente, en el mundo capitalista ya podía adivinarse como miles de pequeños y grandes empresarios se dedicarían a explotar la leyenda de Kana con toda variedad de productos con su nombre, de la misma manera que había ocurrido anteriormente con Nelson Mandela o Bob Marley. Kana ya no era solo una persona. Kana era un mito. Una imagen para representar un concepto con el que millones de personas soñaban. Un icono, tanto para defensores del medio ambiente como para movimientos anticapitalistas.

Me encontraba inmersa en estos pensamientos mientras caminaba a lo largo del parque del sector Sur del anillo E, sin tener ni la más remota sospecha de que estaba viviendo mis últimas horas en Galatea. Era un sábado de finales de octubre por la mañana, y aquel parque parecía más bien una pista de atletismo. Todos los habitantes del anillo parecían querer aprovechar la inusual baja temperatura para poder salir a correr sin tener que madrugar o esperar al atardecer. Tras recibir la sencilla chaqueta marrón de otoño que había pedido a través del ordenador central unos minutos antes, había decidido, por la misma razón, no tomar el tranvía e ir caminando en su lugar hasta casa de Leah.

Tras cruzar la radial Filípides y entrar en el sector Suroeste, vi algo que me llamó la atención.

Una familia realizaba una sesión de carrera continua al lado del canal. El padre y la madre, por sus fuertes rasgos mediterráneos, eran claramente chipriotas. El hijo mayor, de unos doce años, era negro, mientras que la hija, algo más joven, parecía proceder de algún país del sudeste asiático, quizá Vietnam o Filipinas.

Un perfecto ejemplo del legado de Panos Kana, pensé, y esta idea me llenó de optimismo.

Su diversidad racial mostraba claramente que los hijos no eran biológicos, sino adoptados. Y esto se había convertido en una situación de lo más normal en Chipre, gracias a nuestro difunto presidente.

Kana creía que, en un mundo superpoblado, tener un hijo biológico no debería ser la opción principal para las familias. Él no inventó la adopción, por supuesto. Esta práctica había existido siempre, pero Kana fue un paso adelante. Hasta la creación de la EBR, la adopción era normalmente una opción secundaria, únicamente a considerar ante la posibilidad de no poder tener hijos propios o, en algunas ocasiones, como complemento a los mismos. Pero raro era el caso en el que unos padres jóvenes y fértiles se decidían a adoptar un niño.

Kana pensaba que había tres razones que explicaban esta situación: los prejuicios, la tediosa burocracia del proceso y el alto coste del mismo.

Por ello, tomó dos grandes medidas orientadas a superar estas barreras: en primer lugar, creó un fondo para financiar el proceso a través del Banco Puente. Más tarde, se dedicó a potenciar la colaboración con los principales países emisores de niños adoptados para reducir las exageradas medidas de seguridad que la convención de La Haya había establecido décadas antes y que impedían adoptar niños a miles de familias completamente válidas.

Como resultado, la media de tiempo de espera para la adopción de un niño en Chipre se situó en poco menos de un año, cuando para el resto de países solían ser cinco. Y, por supuesto, los costes para la familia eran inexistentes.

Estas medidas no pasaron desapercibidas para la sociedad. El número de adopciones creció exponencialmente con el paso de los años. Kana había pensado en una campaña para mostrar al pueblo las ventajas de la adopción y eliminar viejos prejuicios, pero la verdad es que no tuvo que esforzarse demasiado en este aspecto. Cuanto más se adoptaba, más se normalizaba esta práctica en la sociedad. Llegó el momento en el que más del cincuenta por ciento de las familias contaba con, al menos, un hijo adoptado. La tasa de adopción también aumentó entre las parejas homosexuales, para la consternación de los retrógrados países vecinos. Poco a poco, parecía que el momento en el que la adopción se convertiría en la opción principal para las familias estaba cerca. Como en tantos otros aspectos, Chipre fue el pionero de una práctica alabada e imitada por muchos otros países. La verdad es que todos salían ganando: miles de niños eran rescatados de la pobreza de sus países para disfrutar de una vida próspera, los padres eran felices al tener un hijo cuyo futuro podría haber sido mucho peor, los países emisores aliviaban la superpoblación y otros muchos problemas derivados de una creciente clase pobre, y Chipre aumentaba su población de manera controlada, dando una imagen de país cosmopolita y humanitario.

A medida que la familia se acercaba hacia mí por el parque, me di cuenta de otro detalle. Tanto los padres como los hijos corrían descalzos, dando pasos cortos en los que apoyaban la parte delantera del pie, casi como si corriesen de puntillas, y con una posición erguida que les confería un toque de elegancia.

Este era otro resultado de la influencia de Panos Kana en la sociedad.

Junto con el director de la Oficina de Deporte, Angelo Misoglou, Kana había sido el principal impulsor del barefoot running, algo que ya se consideraba como el deporte nacional de la EBR. Ambos defendían la postura de que correr descalzos era una opción mucho más sana que utilizar todas aquellas zapatillas que las multinacionales del mundo capitalista nos intentaban vender. Aparentemente, estas empresas aseguraban que el talón debía estar protegido por una superficie acolchada o por una cámara de aire para que el impacto no dañase a la rodilla. Basaban su estrategia de marketing en este argumento para vender millones de zapatillas, cuando lo cierto es que los humanos han corrido durante millones años sin protección alguna y sin incurrir en ningún tipo de lesión. Según Kana y Misoglou, al correr descalzos como nuestros antepasados, el pie hace contacto con el suelo únicamente en su parte media y delantera, evitando el impacto sobre el talón que puede ocasionar lesiones. Es precisamente la presencia de una zapatilla lo que nos hace apoyar el talón y aumentar el sufrimiento de la rodilla, decían, además de dificultar la postura y la forma de correr, disminuyendo resistencia y velocidad.

Para impulsar su teoría, la ciudad de Galatea había sido diseñada como un paraíso para corredores. Todos los anillos de la ciudad estaban equipados con parques de césped perfectamente cuidados, lo que proporcionaba a los ciudadanos una superficie ideal para correr descalzos. Además, para aquellos que deseasen practicar este deporte fuera de la ciudad, se había puesto a su disposición varios modelos de zapatillas que simulaban este tipo de pisada a la vez que protegían el pie de superficies que pudiesen dañarlo.

Estas ideas, que habían sido acogidas con dedicación, acercaron al pueblo chipriota a una manera mucho más natural de disfrutar del deporte.

En mi caso, pese a vivir en un entorno donde se daba gran importancia al ejercicio físico, nunca conseguí aficionarme a ningún deporte. La única razón por la que conocía las causas de la obsesión del pueblo por el barefoot running era mi amistad con Leah.

Este pensamiento me recordó mi gran preocupación, la razón de que me hallase camino del piso de mi amiga aquel sábado por la mañana.

Tenía el presentimiento de que algo iba mal y, ya que Leah no contestaba ni a mis mensajes ni a mis llamadas, había decidido acercarme a comprobarlo por mi misma.

Antes de continuar narrando los sucesos de mi último día en Galatea, haría bien en recordar cómo llegué a este país.

De alguna manera, Zuo había conseguido hacer llegar mi historial al gobierno chipriota.

Y, por alguna razón, alguien en Chipre decidió que yo era imprescindible para el desarrollo de la EBR. Poco les importó que en esos momentos me hallase en situación de búsqueda y captura y que mi foto se encontrase en las listas de personas más buscadas de China.

Varios agentes de CypEx sin uniforme se presentaron en el maloliente zulo en el que llevaba encerrada un mes, acompañados de un avanzadísimo equipo médico portátil para realizar reemplazos de CNI. Enseguida pudieron detectar mi falta de entusiasmo, fruto de mi reciente mala experiencia con ese tipo de operación. Por ello, ni siquiera preguntaron. Lo siguiente que recuerdo es despertarme sin ningún dolor y con uno de los agentes a mi lado dándome la enhorabuena por mi flamante nacionalidad chipriota.

No recuerdo haberles pedido nada les dije sin mucha energía.

¿Prefieres quedarte aquí? Me contestó uno de ellos, que parecía atareado metiendo mis pocas pertenencias personales en una enorme maleta.

Por supuesto que no quería, pero no podía soportar el depender tanto de alguien, y mucho menos que se regocijaran en ello. Estuve a punto de mostrarle donde estaba la puerta e indicarle por donde se podía meter aquella maleta. Por suerte, Zuo, que nunca se dejaba llevar tanto por las emociones, se me adelantó.

Lin, ya lo hemos hablado. Esta es tu única salida. Tienes información que Chipre necesita y están dispuestos a darte una nueva vida a cambio. Además, se han comprometido a proporcionarnos los medios que necesitemos para seguir con las investigaciones de Zhēnlǐ zhī dào.

Como siempre, Zuo tenía razón. El exilio era la única manera de no acabar en la cárcel y, si debía salir del país, Chipre era el mejor sitio para hacerlo. De hecho, debería haberme considerado la mujer más afortunada del mundo por disponer de esta opción. En ningún otro sitio podría tener la oportunidad de ser libre y poder continuar haciendo el trabajo de mi vida a la vez. Wenbo lo habría entendido, de eso no cabía duda.

Sin rechistar, dejé que me colocaran la máscara de maquillaje para completar mi transformación y que me llevaran al aeropuerto, donde no hubo absolutamente ningún problema para que tomáramos el siguiente vuelo Guangzhou-Anamur.

Durante mis primeros días en Galatea, estaba convencida de que alguien me estaba tendiendo una trampa. ¿Cómo podía ser todo tan jodidamente perfecto?

Aquella ciudad era el sueño de cualquier activista medioambiental. Los índices de contaminación eran ridículos, sobre todo comparados con los de China. El funcional diseño de Galatea, sus inmensas y numerosas zonas verdes, sus blancos edificios que relucían bajo ese cielo permanentemente azul, su novedoso sistema de transporte, su inteligente red de energía termosolar... Aparte de ser un modelo de eficiencia, aquellas infraestructuras estaban construidas con una grandiosidad, simetría y pulcritud que hacían que uno caminara hipnotizado por sus anchas y verdes calles peatonales.

Además, la abolición del sistema monetario había dado lugar a una nueva forma de vida en la que la optimización de recursos y la igualdad de condiciones eran los pilares del bienestar del pueblo. Esto había cambiado por completo la mentalidad de los ciudadanos, que parecían vivir en una milagrosa sintonía con ellos mismos y con la naturaleza que les rodeaba.

El gobierno me asignó una vivienda desde el primer día. Se trataba de un pequeño pero moderno, luminoso y equipadísimo apartamento en el sector Sur del anillo H. Para mi mayor incredulidad, se me dio acceso inmediato a la plataforma de distribución de bienes. Alimentación, ropa, muebles, electrónica, cosmética, higiene, artículos deportivos e incluso animales de compañía. Podía solicitar todo lo que quisiera, y en unos minutos mi pedido aparecería en el receptor que se hallaba empotrado en una de las paredes del piso.

¿Dónde está el truco? pregunté con desconfianza al agente que me acompañó al apartamento.

En tus manos contestó. Y en las de todos los ciudadanos de Chipre.

A la mañana siguiente, fui convocada a una reunión en una oficina del edificio Tres de la Plaza Verde por una tal Teresa Liberopoulos. Se trataba de una señora que rozaría los sesenta años y vestía un elegante traje gris. Tras abrirme la puerta de aquella sencilla sala de reuniones con enormes ventanas desde las que se podía contemplar la inmensidad de la plaza, Liberopoulos me invitó a sentarme mientras esperábamos al señor Kana.

¿El señor Kana? pregunté con incredulidad ¿Tiene algo que ver con el presidente de la EBR?

A no ser que algo haya cambiado desde ayer por la noche, él mismo ocupa el puesto de presidente contestó. Daba la sensación de que le divertía mi ignorancia. Así que en respuesta a tu pregunta: sí, tiene algo que ver.

Debido a la sorpresa, dejé pasar por alto la sarcástica respuesta. Tras unos segundos conseguí reaccionar, pero entonces alguien entró en la sala enérgicamente. Era Panos Kana.

¡Buenos días, Lin! vociferó con entusiasmo mientras se dirigía hacia mí con la mano tendida.

Buenos días, señor presidente contesté perpleja.

Llámame Panos por favor. No me gustan los formalismos. Por cierto, ya que hablamos de nombres, ¿has pensado en cambiarte el tuyo?

¿Por... por qué iba a cambiarlo?

No es una obligación, claro, pero te ayudará a integrarte. La mayoría de nuestros inmigrantes asiáticos lo prefieren para evitar complicaciones.

Le prometo considerarlo.

Y yo prometo aconsejarte un nombre si decides cambiarlo. Pero no es eso por lo que estás aquí, ¿no crees?

Supongo que no.

Siéntate por favor. Deja que te contemos. Aunque no sé muy bien por dónde empezar, estos temas son delicados. Creo que dejaré que Teresa tome la palabra, ella tiene mucho más conocimiento del asunto que yo y, al fin y al cabo, ella será tu jefa.

Liberopoulos comenzó a hablar. Acompañaba sus palabras con una permanente sonrisa, aunque sus ojos parecían no participar de ella. En su lugar, me miraban fijamente provocándome cierta incomodidad.

Permíteme presentarme antes de continuar. Quizá habrás oído mi nombre anteriormente en relación con diversos proyectos científicos tomó mi silencio como una negativa, y continuó. Sin embargo, en los últimos años he pasado a desempeñar un puesto bastante diferente. Soy la directora de CypEx, la Oficina de Exportación de Chipre.

Me pregunté qué tipo de productos exportaría un país como aquel. Como leyéndome la mente, continuó.

Y aquí he de resaltar la palabra Exportación. Lo normal es que los países cuenten con órganos que regulan el comercio exterior, que incluye tanto exportaciones como importaciones. Sin embargo, en la EBR es distinto. Nosotros no tenemos influencia alguna en los productos que Chipre necesita importar. Estos son determinados por la Oficina de Planificación, que nos envía diariamente la relación de artículos que necesita del extranjero. Como sabrás, este país apenas funciona con dinero, por tanto nuestro trabajo es descubrir qué podemos ofrecer a cambio a aquellos países o empresas de los que necesitamos bienes materiales.

Entiendo.

A lo largo de los años, hemos encontrado mil y una maneras de pagar a nuestros proveedores. Solo hemos usado el dinero del Banco Puente en casos excepcionales. En la inmensa mayoría de las operaciones, nuestra política para encontrar la forma de pago adecuada incluye el seguimiento de tres pasos tras una breve pausa para dar un trago de agua, continuó. En el primero de ellos, intentamos averiguar si ya tenemos lo que nuestro proveedor necesita: productos manufacturados en Chipre, excedentes de importación, servicios realizados por profesionales chipriotas, formación, conocimientos... en definitiva, todo lo que pueda llevarnos a un simple trueque.

¿Y funciona? pregunté con escepticismo.

Por desgracia, no tan bien como nos gustaría. Ojalá fueran las cosas tan fáciles, pero no es habitual el caso en el que disponemos de algo que el proveedor necesita. Esto nos lleva a nuestro segundo paso. Aquí intentamos llegar a los que denominamos acuerdos multibanda. Por ejemplo, digamos que necesitamos materiales que solo una empresa brasileña puede ofrecernos. Tras las pertinentes negociaciones, descubrimos que no tenemos nada que ofrecerles a cambio. Sin embargo, conocemos una empresa tailandesa con la cual hemos trabajado anteriormente y que está interesada en participar en nuestro programa de formación medioambiental. Resulta que esta empresa tiene en su plantilla a varios expertos en eliminación de plagas. Como sabrás, Brasil es uno de los países más afectados por las plagas de mosquitos ¿Qué crees que haremos?

Formaréis un acuerdo a tres bandas para el intercambio de servicios y materiales contesté, un tanto irritada de que pusiera a prueba mi inteligencia con una pregunta tan obvia.

Buena respuesta, aunque quizá lo de tres bandas sea demasiado optimista. A la empresa brasileña le importa un bledo que mueran miles de personas pobres por enfermedades transmitidas por mosquitos. Es al gobierno brasileño al que le podrían interesar los servicios de estos expertos, por tanto habremos de incluirle también. Y ellos encontrarán la manera de compensar a la empresa que nos envía los materiales.

Mientras Liberopoulos hablaba, Kana podía adivinar por mi expresión que algo no me cuadraba.

Perdona, Teresa. Antes de que continúes interrumpió educadamente. ¿Hay algo que quieras preguntar, Lin?

Kana tenía la virtud de calmar los ánimos con su mera presencia. Cuando él participaba en la conversación, ya no sentía la necesidad de estar a la defensiva. Incluso me apetecía ser amable.

De hecho... me gustaría entender la razón por la cual merece la pena realizar tal esfuerzo. Quiero decir, habéis formado un sistema en el que la optimización de recursos es uno de los principios básicos. Sin embargo, ¿Cuántos recursos, en forma de tiempo y personas, debéis gastar para llegar a todos aquellos acuerdos multibanda? ¿No sería mucho más eficiente una simple transferencia de dinero?

Liberopoulos me miró horrorizada, como si hubiese mentado al mismísimo diablo. Sin embargo, ahora Kana sonreía. Fue él quien tomó la palabra.

Lin, ahora veo la razón por la que tus informes decían que eras tan especial. Tienes inteligencia para cuestionar, y confianza y valor para preguntar.

No pude evitar sentirme halagada.

Si no te importa, contestaré yo a esta pregunta, Teresa continuó. Lin, tienes toda la razón. Muchas transacciones serían mucho más sencillas con dinero. Ahora, permíteme que encontremos juntos la causa por la que tendemos a evitar operaciones monetarias. Mi primera pregunta es ¿de dónde sacaríamos el dinero?

Tengo entendido que existe un banco nacional.

Cierto, el Banco Puente. Lo llamamos así por una sencilla razón: es la única conexión entre la EBR y el resto de economías mundiales. No creemos en un completo aislamiento, y por ello hemos puesto al alcance de nuestros ciudadanos esta herramienta. Pero ese es su único objetivo.

¿Por qué no usarlo también para movimientos internacionales? El sistema no monetario nacional no tendría por qué verse afectado.

Las relaciones internacionales no son más que un reflejo a gran escala de las relaciones entre individuos. ¿Qué tipo de ejemplo estaríamos dando? ¿Qué razón tendría un ciudadano para pensar que la EBR es el mejor sistema cuando su propio gobierno prefiere usar el dinero para sus transacciones? Por no hablar de la falta de iniciativa que demostraríamos ante los demás países. La EBR no nació como un proyecto a nivel nacional, Lin. Queremos demostrar al mundo que existe una forma más sana de desarrollo. Este proyecto no ha triunfado todavía, solo lo hará cuando el mundo entero tome conciencia de que el capitalismo, por muy beneficioso que fuera en cierto momento de la humanidad, no es un sistema adecuado para un entorno con recursos limitados.

Kana se reclinó en su asiento, como si no esperara que le rebatiera su discurso. Y no lo hice. En vez de eso sonreí, y me sorprendí a mí misma confesándole lo mucho que admiraba la EBR y el valor que había hecho falta para construirla.

Los halagos valen diez veces más cuando proceden de personas con sentido común contestó. Ojalá pudiéramos continuar este debate. Por desgracia, el tiempo de Teresa vale su peso en oro y más vale que lo aprovechemos.

Gracias, Panos respondió Teresa, forzando su sonrisa más que nunca. Acto seguido, volvió a dirigirse a mí. Como te dije, en CypEx tenemos tres maneras de negociar las exportaciones. Cuando las dos primeras fallan, hemos de hacer uso de la tercera.

Kana pareció revolverse en su asiento, como preparándose para una conversación incómoda.

¿Alguna vez has oído hablar de la última batalla de la guerra turco-chipriota? preguntó Liberopoulos.

A continuación, procedió a narrarme la historia de cómo el menguado ejército chipriota consiguió deshacerse del ejército turco introduciendo gas sarín en su bunker, cuyo emplazamiento habían averiguado gracias al soplo de un espía.

La información es poder, Lin dijo al terminar. Te sorprendería saber cómo, correctamente utilizada, puede valer mucho más que el dinero. Por eso, gran parte de los esfuerzos de CypEx van dirigidos a investigar a nuestros socios internacionales en búsqueda de información que pueda ser usada a favor de la EBR.

No daba crédito a lo que estaba escuchando. ¿Acababan de revelarme el gran secreto de la EBR? ¿Era este el poco honorable origen de aquel mundo tan perfecto?

¿Quiere decir que usan la extorsión y el chantaje para conseguir sus objetivos? pregunté atónita.

Liberopoulos no contestó inmediatamente, como si tuviera la esperanza de que Kana decidiera sacarla del atolladero. Pero no lo hizo, así que, tras un instante, se vio obligada a responder.

Lo consideramos un mal necesario para alcanzar una causa mayor.

Ante mi mirada incrédula, Kana decidió intervenir.

Creo que sé lo que estás pensando, Lin. ¿Es así como se han conseguido los recursos necesarios para la construcción de este país? La decepcionante respuesta es que el mero esfuerzo del pueblo nunca habría bastado para llegar a donde estamos. Cuando tengas un día libre, te aconsejo que busques un coche y te des una vuelta por nuestra isla. Verás un paisaje sin vida, lleno de antiguas tierras de cultivo asoladas por las sequías. Verás inmensos y apestosos vertederos en los que la basura de generaciones pasadas espera pacientemente a ser desintegrada. Verás pueblos costeros en ruinas, inundados por las olas de un mar que hace unos años terminaba a los pies de espectaculares playas atestadas de turistas. Esta fue la herencia de mi generación. Por ello, decidimos que un típico plan de posguerra no haría más que hundirnos en la miseria. De ahí nació la idea de la EBR. Poco a poco nuestras ambiciones crecieron hasta que nos dimos cuenta de que habíamos diseñado algo demasiado hermoso para que fuera disfrutado por un único país. Debería convertirse en un proyecto mundial, pero, para ello, no solo necesitábamos que fuera hermoso, necesitábamos que lo pareciera. ¿Cómo si no iba el mundo a fijarse en nosotros? Necesitábamos infraestructuras. Y, como ya habrás oído alguna vez, grandes objetivos requieren grandes esfuerzos. En nuestro caso, nuestro gran esfuerzo fue aceptar el hecho de que deberíamos convertirnos en el Robin Hood de los gobiernos: conseguiríamos recursos de países ricos y empresas poderosas para comenzar a construir un imperio que algún día supondrá la salvación del planeta que ellos mismos están destruyendo. Ellos no lo saben, pero algún día nos lo agradecerán.

A medida que hablaba, mi mirada de reprobación se iba atemperando. Me estaba dando cuenta de que llevaba toda mi vida quejándome de la ineptitud, la inoperancia y la pasividad de los dirigentes mundiales ante problemas fundamentales que constituían una amenaza para la humanidad. ¿Por qué iba a ofenderme de que alguien intentara pararles los pies? Quizá los métodos chipriotas fueran cuestionables, pero comenzaba a parecerme una frivolidad cuestionarme la validez moral del chantaje y la extorsión cuando había otros asuntos tan importantes en juego. Y, de todas formas, ¿quién era yo para juzgar el espionaje? ¿No había sido precisamente ésta mi principal ocupación en mi anterior vida en China?

El enemigo de mi enemigo es mi amigo, pensé.

Llegado ese momento, ya me imaginaba cual sería la propuesta de Kana y Liberopoulos. Con entusiasmo, les seguí escuchando.

Al acabar nuestra reunión y sellar nuestro acuerdo con una firma y un apretón de manos, Liberopoulos me acompañó hasta la puerta.

¡Xandra! oí a Panos Kana vociferar detrás de mío.

¿Perdone? me volví.

Te prometí que te recomendaría un nombre chipriota. Xandra significa defensora de la humanidad. Creo que es el nombre más adecuado para ti.

Los siguientes años fueron los más felices de mi vida.

Solía dormir con la ventana abierta para despertarme con la brisa matutina y la luz del amanecer, algo que nunca podría haber experimentado en la ruidosa, contaminada y oscura Guangzhou. Desayunaba fruta y cereales sentada a la mesa que había colocado al lado de los enormes ventanales del salón de mi apartamento. No disponía de las espectaculares vistas de los pisos superiores de los edificios del anillo H, pero podía ver de cerca el canal y el parque que lo recorrían. A esas horas, ya se podía observar como la ciudad se ponía en movimiento: los patos comenzaban a desperezarse, los primeros deportistas ya corrían descalzos por el parque circular, varios dueños sacaban a pasear a sus perros y grupos de niños uniformados se dirigían al tranvía radial que les llevaría al colegio de Galatea. Mis desayunos solían extenderse mientras observaba hipnotizada el ritmo de la ciudad, pensando en lo afortunada que era de haber acabado en un lugar tan especial.

A continuación, comenzaba mi jornada laboral. No hubo ni un día en el que no agradeciera aquella liberadora sensación de realizar mi trabajo sin sentirme perseguida.

De vez en cuando acudía a la oficina, pero normalmente trabajaba desde casa. Me apoltronaba en un cómodo sillón verde situado a dos metros de la enorme pantalla de grafeno del ordenador central de mi piso, dirigiendo mis operaciones con comandos de voz y con dos teclados inalámbricos incorporados a ambos lados del sillón. Todo ello con la compañía permanente de Karin, un desgarbado gato callejero blanco que había recogido en la Oficina Protectora de Animales de la EBR y que pasaba las mañanas en mi regazo combinando siestas con ronroneos y miradas escrutadoras.

A través del ordenador central, podía conectarme con Zuo, cuyos servicios Chipre había contratado a cambio de un suministro regular de hardware y software de alto nivel. Él me proporcionaba acceso a los servidores de Sipecorp, del gobierno chino y de cualquier entidad que me viniese en gana. Para evitar riesgos, estos accesos solían estar limitados a unos pocos minutos, por lo que tenía que tener muy claro lo que estaba buscando. Dado que la estructura de los servidores y las contraseñas de los archivos cambiaban constantemente para dificultar filtraciones, no siempre era fácil conseguir información relevante, pero poco a poco iba recolectando piezas de un rompecabezas que no tardaría en encajar.

Era el trabajo de mi vida. Chipre me ofrecía una vida llena de comodidades y las infraestructuras necesarias para dedicarme a aquello que más amaba.

Liberopoulos quería que continuase las investigaciones de Zhēnlǐ zhī dào, aquellas que hacían entrever el interés del gobierno chino por comenzar a hacer uso de las inmensas reservas de hidrato de metano en el mar de China Oriental, con el objetivo de conseguir su ansiada independencia energética.

Tras apenas unas semanas de trabajo, se confirmaron mis peores sospechas: el gobierno había adjudicado el proyecto a Sipecorp, la empresa de la que Lu Jing era accionista mayoritario. Me pregunto si los papeles que le robé en Macao y que perdí en el hotel tendrían algo que ver con esta operación, recuerdo haber pensado.

El proyecto se estaba llevando a cabo con el mayor de los secretos. Sipecorp había comenzado la construcción de lo que parecía ser una enorme planta petrolífera en la fosa de Xihu. Esto nunca levantó sospechas, si acaso puede que alguien se burlase de ellos por invertir recursos en un combustible en decadencia. En realidad, aquel monstruo no tenía nada que ver con el petróleo. Se trataba de una planta de extracción de hidrato de metano. Sus tubos de perforación conectaban el suelo oceánico con la superficie, haciendo llegar los cristales de metano a la plataforma a través de un fluido caliente que disolvía la celda de hielo que los envolvía. El gas era capturado a través de una segunda apertura, que sin embargo no evitaba liberar una significante cantidad a la atmósfera. El metano podía ser mucho más nocivo que el dióxido de carbono, colaborando hasta treinta veces más a crear un efecto invernadero. Además, los métodos de despresurización usados por los tubos desestabilizaban el lecho marino, provocando el caos en el fondo oceánico.

Mi objetivo siempre había sido detener esta barbarie, y ahora tenía la oportunidad. En cuanto reuniese las pruebas necesarias, lo único que tendría que hacer sería entregárselas a mis superiores, y ellos se encargarían del resto. Esta información sería mucho más valiosa en manos de un dirigente internacional que en manos de una simple organización activista de Guangzhou a la cual el gobierno podría eliminar fácilmente. Kana podría amenazarles con hacer pública esta información, lo cual China desearía evitar a toda costa. El Protocolo de Luanda de 2028 era el único acuerdo climático que todos los países habían estado de acuerdo en aceptar, y el que se descubriese su violación habría supuesto una hecatombe para China. La comunidad internacional nunca se habría arriesgado a que ningún país, por muy poderoso que fuera, comenzase el catastrófico círculo de destrucción del metano: temperaturas aumentando descontroladamente, que liberan el metano encerrado en el hielo del fondo del mar y del permafrost, lo cual a su vez hace subir aún más la temperatura. Teniendo en cuenta que había más metano en el mundo que carbón, petróleo y gas natural juntos, los efectos podrían ser letales. Si las intenciones de China eran descubiertas, el gobierno se enfrentaría a astronómicas multas, bloqueos comerciales y rupturas diplomáticas.

Esta investigación sería la manera perfecta para derrocar a la corrupta cúpula de mi país.

Mientras avanzaba en la elaboración de mi informe y en la recogida de pruebas, los días pasaban más rápido que nunca. Descubrí que podía haber una vida interesante más allá del trabajo, y mis jornadas laborales comenzaron a tener una duración más saludable que en tiempos anteriores. Me apasionaba mi proyecto, pero también disfrutaba teniendo las tardes libres para descubrir lo que Galatea podía ofrecerme.

Siguiendo los consejos de Liberopoulos, decidí acudir a sesiones de psicología nacional: estaba dispuesta a hacer un esfuerzo para integrarme en la EBR.

Y fue así como conocí a Leah Patroklou.

Leah fue una guía estupenda que con el tiempo se convirtió en alguien muy especial para mí. Nuestras sesiones de psicología comenzaron a convertirse en reuniones de amigas a las que acudía con ilusión: tomando unos cócteles en Mendel C, saliendo a correr juntas o simplemente paseando por el parque Kana. Leah era un ejemplo de bondad e integridad. Era respetuosa, amable y no juzgaba ni insultaba a nadie, sino que intentaba comprender todos los puntos de vista pacientemente. Su inteligencia emocional era superior a la de cualquier persona que hubiese conocido antes: sabía exactamente cómo leer a las personas y comportarse de acuerdo a ello. Estar con ella me devolvía la paz interior que parecía abandonarme cada vez que descubría las fechorías que mi gobierno trataba de perpetrar. Y no hacía falta que le hablase de mi trabajo. Ella sabía vagamente a lo que me dedicaba, pero nunca insistió para que le diera detalles. Me había propuesto proteger a las personas que quería manteniéndolas en la ignorancia.

Muy a pesar de su marido, con el cual nunca llegué a congeniar, me convertí en su principal confidente. Con ella aprendí que un amigo no siempre espera que le des la solución a sus problemas, a veces es suficiente con saber escuchar. Desde que su hijo abandonó el país y su situación matrimonial empeoró notablemente, solíamos vernos casi todos los días. Si no era así, siempre nos llamábamos por teléfono, aunque fuera para comentar cualquier tontería: desde las absurdas nominaciones a los estúpidos premios Galileo hasta la nueva colección de libros electrónicos que acababa de ser colgada en la red.

Aquella semana de finales de octubre debería haberme sentido exultante: acababa de dar fin al denominado Informe Xihu: un excelente dossier que reunía pruebas evidentes que mostraban la trama del metano y la implicación en la misma del gobierno chino, de Sipecorp y de Lu Jing. Acababa de enviárselo a Liberopoulos. Tenía unos días de vacaciones y esperaba ansiosa el resultado. ¿Conseguiríamos la cancelación del proyecto y la dimisión de sus responsables?

La muerte de Panos Kana había rebajado mi euforia, pero había algo que me inquietaba todavía más. Llevaba casi una semana sin tener noticias de Leah.

Teniendo en cuenta los últimos acontecimientos, me hallaba bastante preocupada. ¿Cómo es que ni siquiera me había llamado para comentar el fallecimiento de Panos Kana? ¿Por qué no contestaba a mis mensajes y llamadas?

Intenté acordarme de la última vez que nos vimos, en busca de alguna pista.

En nuestra última sesión, Leah lo estaba pasando mal por culpa del cretino de su marido. El tal Ioannis nunca me había caído bien, me parecía prepotente y egocéntrico. No me sorprendió demasiado cuando Leah me contó los problemas que tenían, pero no me atreví a decirle que debía cortar por lo sano. Al fin y al cabo, ella era mayorcita y yo no era quien para meterme en la relación de nadie. Sin mucho convencimiento, la aconsejé que lo volviera a intentar una vez más.

Solo esperaba que su marido no tuviera nada que ver con la falta de noticias.

Después de más de una hora caminando, llegué al edificio de Leah. Nerviosa, subí por el ascensor hasta la sexta planta y llamé al timbre de su piso.

Tras llamar una segunda vez y esperar más de un minuto, estuve a punto de abandonar, pero entonces oí unos débiles pasos y la puerta se abrió.

Apareció una frágil anciana cuyas tambaleantes piernas nunca se habrían mantenido de pie de no ser por el carrito que le ayudaba a caminar.

¿En qué puedo ayudarle? preguntó en griego, con la voz quebrada y un marcado acento chipriota.

Buenos días señora, estoy buscando a Leah Patroklou le contesté con mi precario griego.

¿Leah Patroklou? preguntó con la mirada perdida en algún punto del techo detrás de mí. Lo siento, jovencita. No conozco a nadie con ese nombre.

¿Podría haber sido tan estúpida como para equivocarme de puerta? No podía ser, era el número 3. ¡Había estado allí cientos de veces!

Disculpándome, bajé las escaleras precipitadamente. Juraría que estaba en el edificio correcto, pero puede que me equivocara. Al fin y al cabo, todos eran iguales. Salí del edificio y miré hacia arriba. El letrero enorme encima de la puerta decía E35. No me había equivocado.

Qué cojones...

Decidí volver a intentarlo, esta vez subiendo por las escaleras y parando en cada planta para asegurarme de que no había un error en la numeración de los apartamentos.

La misma pobre señora volvió a abrir la puerta del apartamento de Leah, y se me quedó mirando con confusión y un poco de miedo.

Disculpe otra vez, señora. Mi amiga Leah vivía en este piso hasta hace un semana, por lo menos. ¿De verdad no sabe que ha ocurrido con ella?

Eso es imposible contestó la señora. Panos Kana, que en paz descanse, nos dio este piso a mí y a mi difunto marido en 2048. Mi pobre George murió en el 59, y yo llevo desde entonces sin salir de él.

La anciana siguió hablando sobre lo feliz que habían sido aquellos tiempos, pero hacía tiempo que había dejado de escucharla.

Al salir del edificio de nuevo, llamé a Zuo.

Hola zorrupia me saludó alegremente.

Hola gordo cabrón el trato diario había reforzado nuestra confianza. Necesito que investigues algo urgentemente.

Es sábado.

No se trata de trabajo. Es personal.

Hacía tiempo que no te metías en líos.

Necesito que te introduzcas en el sistema de la Oficina de Vivienda de Chipre. Averigua qué ha ocurrido con los habitantes del piso 3 de la sexta planta del edificio E35.

Lin, todo mi equipo ha sido proporcionado por el gobierno chipriota. ¿No crees que se habrán asegurado antes de que no será usado para espiarles?

Usa una VPN. O usa tu antiguo equipo. O usa el de un colega. Joder, ¿tengo que decirte cómo hacer tu trabajo?

Haré lo que pueda.

Gracias dije con desdén, y colgué cerrando los ojos y arrugando la nariz con fuerza.

Comencé a caminar lentamente y sin rumbo fijo por el parque circular, en la misma dirección por la que había venido, intentando dar una explicación a esta situación. Tenía un muy mal presentimiento. De haberse mudado, Leah me lo habría dicho, de eso no cabía duda.

Pensé en lo que había dicho la anciana. Panos Kana, que en paz descanse, nos dio este piso a mí y a mi difunto marido en 2048. Mi pobre George murió en el 59, y yo llevo desde entonces sin salir de él.

Las mudanzas no eran comunes en Galatea, pero, cuando ocurrían, eran muy distintas que en cualquier otra ciudad. Una grúa recogería el módulo de vivienda completo y lo trasladaría hacia el edificio de destino, donde lo encajaría en un hueco de las mismas características del anterior. No eran solo los habitantes y los muebles los que se mudaban, sino la casa entera.

Llevo desde entonces sin salir de él...

Estaba segura de que la anciana decía la verdad. Ella no había salido de su casa, era su casa la que había cambiado de lugar. Y, probablemente, ella ni siquiera se había dado cuenta.

Pero, ¿por qué se habría mudado Leah? ¿A dónde? ¿Por qué no me había avisado?

Pensé en llamar a Zuo para decirle que buscara en los registros la nueva dirección de mi amiga, cuando vi a lo lejos cómo una furgoneta entraba en la parte asfaltada del anillo E, procedente del anillo F. Esto sí que es raro, pensé. No solían verse vehículos dentro de la ciudad. La furgoneta no hacía ningún ruido debido a su motor eléctrico, pero avanzaba con gran velocidad en la dirección en la que yo me encontraba.

Al llegar a mi altura, la furgoneta se detuvo y dos agentes uniformados bajaron de ella. Eran agops, como el gobierno se empeñaba en que los llamásemos. Agentes del Orden Público. Esto era parte de la pantomima que el gobierno insistía en mostrar de cara al exterior: un país tan perfecto no necesitaba policía, era suficiente con un pequeño cuerpo de agentes no armados que se aseguraran de que todo estaba en orden.

Pero estos dos agentes iban armados. Y comenzaron a correr hacía mí. De repente, se me heló la sangre y experimenté una sensación de terror que había olvidado desde el día de la operación de Macao.

No había nada que pudiera hacer.

Está usted detenida dijo uno de ellos con cara de pocos amigos cuando llegó a mi lado, mientras el otro procedía a colocarme unas esposas.

¿Puedo preguntar por qué? pregunté con firmeza.

No nos corresponde a nosotros darle explicaciones. Acompáñenos, por favor.

Obviamente, no era una petición.