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Marcelo Salas
Martes, 23 de septiembre de 2064
Galatea

El monitor del ordenador central de nuestro piso mostraba una vista aérea a tiempo real del canal de Panamá. La calidad de la imagen era suficiente como para que, sobre la tercera esclusa, pudiera apreciarse cómo un descomunal barco esperaba a que se le abrieran las puertas del océano Atlántico. Se trataba del buque de carga que no me había dejado pegar ojo últimamente. Lo había sacrificado todo para que este carguero hiciera llegar su pedido a Chipre, y la amenaza de que todo hubiera sido en vano era tan terrible que ni siquiera me atrevía a pensarlo.

Por ello, y aun sabiendo que no podía hacer nada al respecto, no podía evitar mirar nerviosamente cada pocos segundos hacia aquella pantalla de grafeno. En el lado derecho podían verse varios indicadores sobre la actividad real del barco: latitud, longitud, autonomía, distancia hasta el destino y velocidad. Todos ellos llevaban parados casi dos horas. Al principio no me había alarmado, sabía que el carguero debía hacer una pausa en el canal antes de continuar su viaje a través del Atlántico, pero ya comenzaba a darme la sensación de que esta pausa se estaba alargando demasiado. ¿Iría algo mal?

Malditos nicaragüenses, pensé. Habría sido mucho más fácil usar su canal.

El canal de Nicaragua había sido terminado en 2022 y desde entonces había sido utilizado como la alternativa low cost al canal de Panamá. Este nuevo canal solo tenía una esclusa, delante de la cual hacían cola cientos de barcos cada día, multiplicando el tiempo de espera. Además, el sabotaje y los robos de mercancías, incluso los asaltos de piratas en el lago Nicaragua, ocurrían más a menudo de lo que deberían. Sin embargo, el canal de Nicaragua se había convertido en un digno competidor del de Panamá debido a sus irrisorias tasas. Mientras que el peaje medio del canal de Panamá se situaba en torno al medio millón de dólares, en Nicaragua no llegaría a los cincuenta mil.

El precio del peaje de nuestro buque de carga amenazaba con romper todos los récords de la historia del canal de Panamá. No lo sabría hasta que el barco atravesara la última esclusa, si es que eso ocurría, pero no esperaba que bajara de tres millones de dólares. Y sin embargo, esto era lo que menos me importaba. Un carguero de aquel tamaño y, especialmente, con aquel contenido, probablemente llamaría la atención de las autoridades. Era previsible que las noticias se propagaran rápido, llegando a oídos de los países e inversores equivocados, aquellos que podrían evitar sutilmente que el barco cruzara el canal, un escenario que llevaba dándome pesadillas varios días.

Esto nunca habría ocurrido en Nicaragua. De acuerdo, el carguero habría tenido que esperar más tiempo a pasar, pero eso no habría sido un gran problema. Los piratas tampoco habrían constituido ningún riesgo, ya que sus barcos no estaban preparados para asaltar un barco de tales dimensiones. La gran diferencia era la visibilidad: a nadie le importaba lo que cruzaba el canal de Nicaragua. Nadie habría investigado, nadie habría hecho preguntas. Para cuando llegara el momento en el que alguien se extrañara de que un carguero tan desproporcionadamente grande decidiera usar el canal de Nicaragua, si es que esto ocurría, el buque ya se hallaría en aguas internacionales.

Sin embargo, este plan se había ido al garete tras el cierre del canal de Nicaragua. Por increíble que parezca, en el momento de su construcción nadie pareció tener en cuenta que el nivel del agua del mar incrementaría más a corto que a largo plazo. Este aumento por sí mismo no era ningún riesgo, ya que los barcos todavía podían cruzar el canal sin problema. Pero aquella diferencia de nivel multiplicó los efectos del huracán Zelda sobre las instalaciones, que acabaron prácticamente destrozadas. La empresa china que administraba el canal se había negado a llevar a cabo las reparaciones necesarias, por lo menos hasta que la economía global se recuperase y el transporte marítimo de mercancías volviese a los niveles de antaño. Pusieron el cartel de cierre indefinido, y los treinta mil trabajadores nicaragüenses que el canal empleaba acabaron en las listas del paro de un país literalmente destrozado.

Me sentí momentáneamente culpable por echar la culpa a Nicaragua de la situación, al fin y al cabo el pequeño país solo había sido una marioneta en manos de inversores chinos, y al final había acabado pagando con creces las consecuencias. Pero esto no hizo nada por disminuir mi angustia ni mi incapacidad de hacer nada productivo excepto mirar hacia el monitor deseando que alguno de los indicadores se moviese.

Decidí entonces ir a despertar a Astrid. Todavía la quedan diez minutos de siesta, pero creo que es lo único que conseguirá animarme, pensé egoístamente.

Hacía poco que la pequeña Astrid había dejado de dormir con Larissa y conmigo para pasar a dormir en su propia cama en su nueva habitación. El cambio había sido estupendo tanto para ella como para nosotros. Los llantos nocturnos se habían acabado, algo que demostraba que estos se debían a las ganas de llamar la atención más que a la necesidad. Desde el primer día, Astrid había dormido a pierna suelta cada vez que se metía en su nueva cama, y hoy no era una excepción.

Tras susurrar las palabras luz tenue al entrar en su habitación, me paré a observarla unos segundos. La lámpara del techo iba encendiéndose progresivamente, revelando aquel cuerpecito y aquella redonda carita de ángel que hacían que me derritiera. Por unos segundos, no hubo ningún problema en el mundo que pudiera hacer sombra al orgullo y al cariño de un padre que amaba a su hija sobre todas las cosas.

Me senté a su lado acariciándola el pelo, y pronto se despertó.

Buenos días Papá me dijo somnolienta y sin apenas abrir los ojos.

Buenas tardes, querrás decir. Te estás despertando de la siesta, cielo.

¿No tienes que ir a trabajar esta tarde? me preguntó con una expresión llena de esperanza que me hizo sentir un poco culpable.

Voy a trabajar desde casa. ¿Te gustaría ayudarme?

Claro, ¿qué puedo hacer yo? preguntó emocionada.

Hmmm, déjame pensar dije mientras simulaba meditarlo bien. Tengo que hacer dos cosas, así que te dejaré elegir la que más te guste. En primer lugar, tengo que asegurarme de que un barco enorme cruza de un océano a otro. Y en segundo lugar, tengo que colorear unos dibujos sin salirme de las líneas. ¿Con cuál de los dos te gustaría ayudarme?

Con el barco me contestó convencida. Los dibujos ya los he coloreado muchas veces.

De acuerdo, entonces me quedo yo con los dibujos. Pero tú me tienes que decir los colores que debo usar, ¿de acuerdo?

Trato hecho.

Caminamos juntos hasta el salón y, tras colocar varios cojines en la silla de mi escritorio, senté a Astrid encima. La expliqué que su trabajo necesitaba una gran concentración: debía mirar fijamente al monitor central y avisarme tan pronto como viera que el barco se movía. Le traje una macedonia de la cocina, y comenzó a comer lentamente mientras observaba con atención el monitor, casi con miedo a pestañear por si se perdía algún detalle.

Me encantaba que Astrid me acompañara mientras trabajaba. Dada la dedicación que mi puesto exigía, era la única manera de que consiguiéramos pasar tiempo juntos entre semana. Era exactamente la misma situación por la que había pasado mi padre años atrás.

Pensé con tristeza en que Astrid nunca podría conocer a sus abuelos. Llegase el buque a Chipre o no, el daño ya estaba hecho. Ni yo ni nadie de mi familia podíamos ya viajar a Chile. Recibir visitas por parte de familiares o amigos habría sido peligroso para ellos; incluso el intento de contacto les habría supuesto un grave problema. Por otro lado, después de lo que había hecho, dudaba que alguno de ellos deseara saber algo de mí. Quizá mi madre lo hubiera comprendido, pero estaba seguro de que tanto mi padre como Rodolfo me habían borrado de sus vidas para siempre.

Rodolfo, especialmente él. Aquella noche en Mendel C, cuando todo comenzó, fue la última vez que le vi. Probablemente, él pensaba que le había tendido una trampa.

Y, en realidad, no estaba tan equivocado.

Ioannis Patroklou y sus dos enormes acompañantes me habían escoltado aquella noche desde Mendel C hasta las oficinas centrales del gobierno en la Plaza Verde.

Como si de un secuestro se tratase, me colocaron una venda en los ojos mientras me conducían por interminables pasillos y puertas protegidas por códigos y detectores de identidad. Pese a suponer que se trataba de una simple medida de seguridad por su parte, no pude evitar sentirme intimidado.

Me permitieron quitarme la venda cuando llegamos a una amplia y sencilla estancia de paredes metálicas sin ventanas, lo que me hizo suponer que nos encontrábamos bajo tierra. Tres tubos halógenos iluminaban una enorme mesa gris alargada con pequeñas estaciones de comunicación en cada asiento. Debía ser una sala de reuniones, aunque ignoraba por qué era tan distinta de todas las que había conocido hasta ahora, bañadas por luz natural y tonos cálidos.

Me sorprendió ver a Teresa Liberopoulos, la directora de CypEx, sentada al final de la mesa. Ya habíamos coincidido alguna vez en varios eventos, pero mi puesto no era tan elevado como para tratar directamente con ella. Era una señora de unos sesenta años, con un elegante traje gris que no mostraba ni una arruga a pesar de lo que aparentemente era un largo día de trabajo. El pueblo la llamaba cariñosamente la Abuelita, ya que su pelo corto y grisáceo, sus pómulos altos y rosas, sus pequeños ojos negros y su amplia sonrisa la conferían una dulce fachada. Sin embargo, también era famosa por su rigurosidad y disciplina.

¿Sabía que las primeras construcciones de Galatea tuvieron fines militares? me preguntó a modo de saludo. Tenía un marcado acento griego.

¿Y por qué habría de saberlo? respondí, intentando ocultar mi confusión.

De hecho, ni siquiera fueron los chipriotas los que comenzaron su construcción contestó, ignorando mi pregunta. Ante el imparable avance de Chipre hacia el final de la guerra, cuando por fin los americanos decidieron enviar sus tropas de apoyo, los turcos decidieron construir una ciudad búnker camuflada bajo tierra donde hospedar los pocos miles de soldados que aun vivían. Además, les equiparon con sus mejores armas, las únicas que les quedaban. Decidieron jugárselo todo a una única carta. Dejarían pasar al ejército enemigo y, cuando éste estuviese seguro de su victoria y hubiese bajado la guardia, saldrían del bunker a librar una última y sangrienta batalla. Una especie de caballo de Troya del siglo XXI.

¿Por qué me cuenta esta historia?

El ejército turco no tenía ninguna duda de la lealtad de sus combatientes Liberopoulos estaba decidida a no verse interrumpida. Y tenían razones para ello. Los turcos no eran mercenarios precisamente. Podríamos discutir durante horas sobre la validez de sus ideales, pero el caso es que esas sólidas creencias fueron los que les llevaron a luchar tan ferozmente. Y, sin embargo, solo hizo falta un error. La única persona entre los ocho mil soldados restantes que no era fiel al ejército turco no fue descubierta. Y esa fue la persona que reveló los planes a Nicosia. Como resultado, el comandante Vryzas mando introducir mortíferas bombas de gas sarín por los conductos de ventilación del bunker, previamente identificados por el espía. El final de la guerra no sucedió tras un último bombardeo en la llanura de Mesaoria, como muchos creen, sino que se debió a una sencilla filtración de información.

La señora del traje gris parecía haber terminado y me miraba amigablemente esperando una respuesta.

Muy interesante. Pero no estoy seguro de comprender la razón por la que necesita darme estas noticias. De hecho, le agradecería que me explicara que hago aquí el efecto intimidatorio parecía haber desaparecido y volvía a sentirme enojado. Y, sobre todo, quiero saber qué ha ocurrido con Rodolfo Díez.

De acuerdo, le explicaré todo con calma. ¿Le importaría tomar asiento por favor? dijo, suavizando su tono con una amplia sonrisa que poco hizo por tranquilizarme.

Me senté a regañadientes. Ioannis Patroklou hizo lo propio al otro lado de la mesa, y los guardaespaldas se quedaron en la puerta.

Esta habitación solía ser el centro de reuniones estratégicas de la comandancia del ejército turco. Aquí se planeó la destrucción del pueblo chipriota. Sin embargo, acabó convertida en parte de los cimientos de Galatea, la ciudad que significó el renacer de Chipre. ¿No le parece irónico?

Mucho.

Y, como le he dicho, todo gracias a un único soplo. Podríamos decir que el origen de esta nueva civilización fue la obtención de información privilegiada.

Creo que ya sé dónde quiere llegar.

No lo creo, señor Salas.

Soy consciente de la importancia que la información tiene en este país y de que hoy he incurrido en un incidente que probablemente viola mi contrato de confidencialidad.

Podemos hablar de eso si así lo desea, pero no es la razón por la que está usted aquí.

Me vi tentado a preguntar, pero había otra cosa que me preocupaba más.

Solo quiero saber que ha ocurrido con Rodolfo Díez.

Tenía entendido que solo es un compañero de trabajo. Me sorprende que le preocupe tanto esta vez fue Ioannis Patroklou el que intervino, pero la señora del traje gris le atajó con una severa mirada.

Su amigo está bien. Acabamos de enviarle en un avión lanzadera a Anamur, desde donde embarcará en el primer vuelo de vuelta a su país.

Su respuesta me quitó un peso de encima. Temía que hubiesen enviado a Rodolfo a la cárcel, o algo peor. No obstante, intenté ocultar mi alivio. No dejaba de ser ridículo que un hombre fuera devuelto a su país por unas breves y ambiguas insinuaciones delante de apenas veinte personas.

Pensé que vivíamos en un país libre contesté enojado. ¿Qué nos diferencia de una opresiva dictadura si no podemos expresar nuestra opinión en público?

Yo vivo en un país libre, señor Salas. El señor Patroklou también vive en un país libre dijo mirando hacia Ioannis. Pero, ¿usted? Que yo sepa, solo reside aquí temporalmente con un visado profesional. Por no hablar del señor Rodolfo Díez, que se encontraba en un viaje de negocios. Ambos se benefician de las ventajas que nuestro Estado se enorgullece de ofrecerles durante su estancia, y lo único que se les pide a cambio es respeto. Hay determinados temas que el gobierno no considera conveniente que vean la luz. Puede que estemos equivocados, pero ustedes no son nadie para decirnos cómo debemos tomar las decisiones.

La señora Liberopoulos no se mostró alterada en ningún momento. Daba la sensación de que aquella leve sonrisa nunca iba a abandonar su expresión, independientemente de lo que estuviera comunicando. Era como hablarle a un robot. Decidí que no iba a conseguir nada enfadándome, e intenté calmarme.

Soy un gran admirador de las políticas de este país, las cuales conozco muy bien. Como usted ya parece saber, llevo viviendo aquí un tiempo, lo suficiente como para ser consciente de que las medidas tomadas contra mi amigo pueden tildarse de exageradas.

Creo que no hemos empezado con buen pie, señor Salas. En primer lugar, déjeme aclararle que no le hemos traído aquí para que nos dé explicaciones, ni tampoco para que nosotros se las demos a usted. Más bien está usted aquí para escuchar lo que tenemos que proponerle.

Su respuesta me desconcertó por un instante. Si mi fallo al no denunciar la filtración de información no tenía nada que ver con esto, ¿por qué estaba aquí? Decidí seguir escuchando.

Nos han llegado noticias de ciertas prácticas en las que su país, Chile, está incurriendo últimamente prosiguió.

Mientras decía esto, Ioannis Patroklou me tendió una tableta de grafeno desenrollada. En la pantalla se veía una carpeta con una etiqueta de confidencialidad que contenía unos veinte archivos de texto, todos ellos nombrados a través de un código interno.

Puede llevarse la tableta a casa para leer los informes. Un agente pasará mañana a recogerla dijo Ioannis. Oh, y no se moleste en intentar enviar la información a nadie, nada puede salir de este dispositivo.

Se me ocurrió que podría fotografiar los informes y enviarlos, o simplemente hablar sobre ellos por teléfono, pero algo me decía que también habría contemplado esta posibilidad. CypEx estaría siguiendo todos mis movimientos a partir de ahora.

¿De dónde proviene toda esta información? pregunté, y al instante me di cuenta de lo estúpido de mi pregunta. Por supuesto había sido creada por los agentes de CypEx, aquellos que tantos dolores de cabeza le daban a mi empresa y a mi padre.

Supongo que ha oído usted hablar de la Escuela Liberopoulos.

Claro que había oído hablar de ella.

Años atrás, había llegado el momento en el que la Universidad del Litio de Chile no era suficiente para atender la interminable demanda de ingenieros industriales, químicos y demás carreras relacionadas con la explotación energética. A pesar del enorme aforo de la universidad y de funcionar a pleno rendimiento, la industria energética parecía haber crecido más rápido que la pirámide de población. Simplemente, no había suficientes jóvenes en Sudamérica que cumplieran los requisitos necesarios para acceder a esta universidad.

Por supuesto, Chipre había previsto esta situación y se había adelantado a los acontecimientos. Teresa Liberopoulos era una de las científicas chipriotas más respetadas a nivel mundial. Había trabajado varios años en Chile y era conocedora de los procesos que utilizaban para obtener y procesar no solo litio, sino también otros productos estratégicos como el grafeno e incluso el carbino.

Chipre pareció ver claro que la clave estaba en España. Tras unas fáciles negociaciones con el empobrecido gobierno español, la EBR envió a Liberopoulos a Madrid para que fundara una escuela técnica que llevaría su nombre. Esta escuela, situada en una de las zonas valladas y protegidas de la ciudad, comenzó a acoger licenciados en cualquier carrera técnica procedentes de cualquier país europeo y a prepararlos durante dos intensos años para desempeñar un puesto de trabajo en la insaciable industria energética chilena.

La Escuela Liberopoulos tuvo un éxito arrollador para todas las partes implicadas.

Miles de ingenieros europeos, todos ellos desesperados por encontrar un trabajo, se mudaron a Madrid. Allí, Chipre les ofrecía una formación gratuita y el gobierno español les proporcionaba alojamiento en la parte segura de la ciudad a precios irrisorios. La capital española vivió un periodo de bonanza nunca visto en los últimos cuarenta años. Los barrios localeros se contagiaron también de la buena salud económica, e incluso algunos fueron incorporados a los núcleos vallados. Por su parte, Chile conseguía satisfacer su demanda de trabajadores sin tener que mover ni un músculo. Además, la mano de obra europea era mucho más barata que la nacional. Los europeos constituyeron la nueva ola de inmigración a Chile, tal y como había ocurrido con China veinte años antes.

¿Y qué ganaba Chipre con todo esto? Tras las correspondientes negociaciones con el gobierno chileno, se acordó que cada estudiante de la Escuela Liberopoulos que se mudara a Chile con un contrato de trabajo resultaría en la emisión de un bono de importación por parte de la empresa contratante. Este bono acreditaba a Chipre para adquirir productos de aquella empresa por un valor porcentual al sueldo de aquel trabajador. Los bonos, como no podía ser de otra manera, evolucionaron en multitud de variantes, dando como resultado incontables posibles operaciones. En definitiva, Chipre accedió a un flexible mercado en el que la energía, y en particular el litio, le resultaban mucho más fáciles de obtener que a través de las tradicionales negociaciones a través de CypEx que tan tediosas podían llegar a ser.

¿Qué tiene que ver la Escuela Liberopoulos conmigo? pregunté.

Su amigo Rodolfo se refirió al escándalo de la Escuela Liberopoulos.

Eso dijo, y no tengo ni idea de lo que hablaba mentí.

En diciembre de 2058, usted voló a Galatea porque su gobierno pensaba que CypEx estaba enviando espías enmascarados como estudiantes de dicha escuela. Me cuesta creer que no recuerde aquel viaje, pues fue el mismo en el que conoció a su prometida contestó la mujer, y me di cuenta de lo estúpido que había sido al pensar que conseguiría engañarla.

Cierto. Pero la confusión fue aclarada, y todo quedó en un malentendido esto era cierto, aunque, después de lo ocurrido aquella noche con Rodolfo, comenzaba a tener mis dudas. ¿No es así?

Siento decepcionarle, señor Salas. Las sospechas de su colega no iban del todo desencaminadas.

¿Cómo dice? no podía creer que Teresa Liberopoulos estuviera a punto de confesar. Esto significaría que Rodolfo estaba en lo cierto, y que yo había estado ignorando a mi país y lamiéndole el culo a la EBR durante el último año y medio.

Y lo que es peor, pensé aterrado, si la directora de CypEx me cuenta algo que no debería saber, ¿qué piensan hacer conmigo después?

El objetivo de la Escuela Liberopoulos no es solo el intercambio entre educación y energía. Existe una causa adyacente que muy pocos conocen.

Hizo una pausa para analizar mi reacción. Por mi parte, me limité a mirarla fijamente hasta que decidiera continuar. No quería mostrar ningún tipo de emoción hasta que todas las cartas estuvieran sobre la mesa, pero la verdad es que estaba atemorizado.

Algunos de los estudiantes graduados en la escuela no son únicamente estudiantes. Modificamos su currículum de manera que tengan la posibilidad de acceder a puestos estratégicos en el entramado industrial de su país. Puestos en los que tengan la oportunidad de acceder a información privilegiada que pueda ser utilizada por Chipre.

¿Reconoce que están tejiendo una red de espías en Chile? pregunté atónito.

Ojalá pudiera camuflarlo de alguna manera, pero sería un eufemismo no llamarlo así.

¿Y es así como han obtenido toda esta información sobre mi país? dije señalando la tableta.

Exactamente. Estamos hablando de profesionales del espionaje, gente que se ha infiltrado hasta la médula de su gobierno y de las empresas más importantes de su país. Algunos de ellos tienen puestos de gran importancia e incluso gozan de popularidad a nivel nacional. Gracias a ello, han conseguido información que nunca habríamos podido alcanzar a través de los agentes de CypEx.

Y de hecho, creo que éramos más felices cuando únicamente sabíamos lo que CypEx nos contaba intervino Ioannis lacónicamente.

Es cierto corroboró la señora del traje gris. Hemos recibido informes realmente alarmantes.

Me encontraba confuso. Por un lado, me ofendía lo que estaban organizando contra mi país, pero también sentía curiosidad por saber qué habían descubierto. No tenía ni idea de lo que esperaban de mí, pero intuía que el hecho de descubrir toda esta información no me acarrearía nada bueno. En cualquier caso, me hallaba a su merced y haría bien en seguirles la corriente de momento.

¿Puede darme un resumen de lo que han descubierto?

Un resumen nos llevaría toda la noche. Pero hay un informe específico que quizá atraiga su interés de manera especial dijo Ioannis señalando la tableta, y me pareció detectar una sonrisa ladina en su rostro. Abra el informe JMAAW-510.

Obedecí. Aquel archivo contenía un reportaje realizado por un agente de CypEx llamado Nicolas Bailly, cuyo currículum incluía un puesto en el consejo de una importante empresa de energía nuclear francesa. Las primeras líneas relataban cómo este señor, tras obtener su graduación en la Escuela Liberopoulos, había comenzado a trabajar en 2056 como consejero de Grafta, la mayor productora de grafeno del mundo. En 2060 ya formaba parte de la cúpula de la empresa y era íntimo amigo de su director ejecutivo, Fernando Centeno. A través de Centeno, se había abierto paso por la élite de la aristocracia chilena hasta el punto de ser invitado a un fin de semana en la mansión que José Ramón Duque, el engreído accionista mayoritario de un vasto grupo empresarial del sector tecnológico, tenía en Zapallar, un exclusivo destino de veraneo a orillas del Pacífico.

Allí fue testigo de la trama de la cual este informe trataba. La segunda página contenía la transcripción de una conversación que tuvo lugar aquel fin de semana en Zapallar.

[José Ramón Duque (JRD)]: ¿A quién le gustaría tomar algo? Tengo un whisky de cuarenta años perfecto para esta ocasión.

[Varias voces contestan de manera afirmativa y JRD abandona el salón, una opulenta estancia con vistas al mar. La conversación continúa, los presentes tratan temas de actualidad económica hasta que JRD reaparece empujando una lujosa mesita de licores con ruedas. Sobre la mesita porta una botella de whisky The Balvenie de 2021 sin abrir y cinco cuernos grises y huecos de diferentes tamaños, cada uno de ellos sujeto por un sencillo soporte de plata. Se hace el silencio en el salón.]

[JRD]: Esta sorpresa la reservo para mis invitados más allegados. Y también los más discretos. Mi mejor whisky, servido en un recipiente muy especial.

[JRD llena los cuernos de whisky y los reparte con cuidado entre los presentes, que siguen en silencio. Todos ellos miran asombrados los cuernos pero ninguno se atreve a decir nada.]

[Fernando Centeno (FC)]: José Ramón, ¿tiene esto algo que ver con tus viajes a Sudáfrica y Zimbabue?

[JRD]: El que tienes en tus manos es el mayor de ellos, Fernando. Me siento especialmente orgulloso de él.

[Eduardo Vega (EV)]: ¿Quieres decir...? ¿Lo cazaste tú?

[JRD]: Imagínate una interminable llanura de dorada hierba seca, salpicada aquí y allá con pequeñas acacias que parecen setas aplanadas. Mi equipo y yo llevamos días andando en ella sigilosamente, tratando de encontrar un animal monstruoso que ni siquiera sabemos si todavía existe. Tras casi una semana, decidimos tirar la toalla y asumir que quizá la prensa chilena tenga razón y los rinocerontes ya se hayan extinguido. Sin embargo, mientras esperamos a que el helicóptero venga a buscarnos, veo moverse algo a través de mis prismáticos. Intento acercarme en silencio, pero es demasiado tarde: el ruido del helicóptero aproximándose ha alertado al animal, que decide salir corriendo en estampida exactamente hacia el punto donde me hallo. Cualquiera con un poco de sentido común se habría apartado, pero en ese momento ni lo pensé. Tenía ante mí un animal formidable, el rinoceronte blanco más grande y majestuoso que haya visto nunca. Estaba convencido de que era el último de su especie. Cargué mi rifle y disparé hasta que no me quedaron cartuchos. Pero parecía no haberle hecho ni cosquillas. Me dije a mi mismo que aún tenía tiempo de cargarlo una vez más, y así lo hice. Cuando volví a apuntar el rifle, me estremecí ante lo cerca que se encontraba. Quizá no fueran más de quince metros. Sin pensar en las consecuencias, vacié el cargador sin moverme del sitio. Y vaya si le di. Las patas delanteras de la bestia fueron las primeras en ceder. El inmenso cuerpo del animal cayó con estrépito hacia delante, propulsado por la fuerza de la carrera, arrastrándose hasta detenerse a menos de un metro de donde yo me encontraba.

[FC mira el cuerno atónito]: José Ramón, si este es el cuerno del último rinoceronte... tiene que valer más que todas tus empresas juntas.

[JRD parece contrariado]: Por desgracia, no lo es. Me las prometía muy felices, pero apenas un año después, un magnate chino cazó otro rinoceronte blanco. Hace ya varios años de ello, y no se han vuelto a ver rinocerontes, así que he perdido toda esperanza de conseguir el último. ¿Sabéis que es lo peor de todo?

[EV]: El idiota del chino ni siquiera pretende venderlo. Simplemente se lo regaló a su esposa.

[JRD]: Veo que sabes algo de Lu Jing. Pero no es eso a lo que me refería. Lo peor es que estuvo en mis manos haber podido cazar al último.

[FC]: ¿Y eso?

[JRD]: Sucedió justo después de lo que os acabo de contar. Pensé que aquel enorme rinoceronte estaba solo, pero entonces vi una pequeña figura acercándose hacia mí. Debía tratarse de la cría del que acababa de cazar. Cuando llegó, pareció no importarle mi presencia y se tumbó al lado del cuerpo de su madre.

[EV]: ¿Qué hiciste con él?

[JRD]: Era una situación complicada. Por un lado, tenía la oportunidad de cazar en un mismo día los dos últimos rinocerontes. Esto me habría convertido en un héroe, ¿os imagináis? Mi colección sería inigualable. Sin embargo, también habría significado grandes pérdidas. Teniendo en cuenta a cómo se pagaba el gramo en Vietnam, pensé que merecería la pena esperar un tiempo a que el bicho creciera. Por ello, decidí dejarle vivir. No sin antes colocarle un dispositivo de rastreo para volver a por él en un par de años, claro.

[FC]: Pero Lu Jing se te adelantó...

[JRD]: No solo eso. Descubrió que el dispositivo de rastreo me pertenecía e hizo correr la voz en el mercado sobre mis métodos embusteros. Gracias a aquel desgraciado, ahora mi colección no vale ni la mitad de lo que debería.

[EV]: ¡Putos chinos! Incluso en el mercado negro nos tienen que tocar los cojones.

[JRD]: No por mucho tiempo. He oído que piensan destituir a Germán Salas como director ejecutivo de YCL. Parece ser que los inversores están cansados de tener a alguien que ceda continuamente a las presiones de China para respetar las fronteras mercantiles del litio. Y el nuevo gobierno no tuvo nada que ver con el Acuerdo de Antofagasta, por lo que es muy probable que apoyen esta decisión.

El pulso se me aceleró al leer el nombre de Germán Salas. Mi padre. Volví rápidamente a la primera página del informe para ver la fecha en que la conversación tuvo lugar. 22 de Enero de 2060. Hacía apenas un mes. ¿Qué habría pasado con él desde entonces? Continué leyendo ávidamente en busca de más información.

[FC]: ¿Nos estás tomando el pelo? Las fronteras mercantiles del Acuerdo de Antofagasta tienen una validez de cien años. ¿Cómo iba el gobierno a apoyar a alguien que no respete a nuestro aliado económico más importante?

[JRD]: China se está riendo en nuestra cara. Aquel acuerdo fue lo mejor que les pudo pasar. Recuperaron la inversión en diez años y ahora tienen otros noventa para aprovecharse de nosotros.

[FC]: Si no hubiera sido por ese acuerdo, nuestro país nunca habría vendido una sola batería de tercera generación. Seguiríamos vendiendo simples derivados de litio para que viniesen otros a enriquecerse con la venta del producto final. Ahora tenemos la mitad del mercado mundial de baterías, algo con lo que no nos atrevíamos ni a soñar hace quince años. ¿Por qué tanta avaricia?

[JRD]: Tú lo llamas avaricia, yo lo llamo evolución. Si no sales a comerte el mundo, el mundo te comerá a ti. Las baterías de litio han alcanzado su madurez, así que ya no podemos expandir el producto. Lo que hemos de expandir es el mercado.

[FC]: ¿Aún a riesgo de romper las relaciones comerciales con nuestro principal socio, que viene a ser la primera potencia mundial?

[JRD]: De eso se trata, de hacerlo de la manera más sutil posible. Por ello, están buscando a alguien que, aparte de conocer el mercado tecnológico, sea un experto en relaciones diplomáticas.

[EV]: ¿Conoces a algún candidato?

[JRD]: De hecho, tú también lo conoces. Ahora mismo estás bebiéndote su whisky.

Por lo visto, el salvaje de José Ramón Duque parecía dispuesto a suceder a mi padre en su puesto, aunque no se especificaba cuando ocurriría. Más bien, la conversación continuaba centrándose en lo ridículo que era que el crecimiento de una economía tan potente como la nuestra se viera supeditada a un abusivo acuerdo firmado con China veinte años atrás. Cuando José Ramón Duque tomara el poder de YCL, haría todo lo posible por ocupar parte del mercado de Asia-Pacífico.

No había que tener dos dedos de frente para saber que, por muy sutil que fueran sus intentos, estos crearían una gran tensión con el gigante asiático, nuestro principal socio.

¿Y bien? preguntó Liberopoulos tras dejarme unos minutos para asimilar lo que había leído.

Necesito hablar con mi padre contesté.

Lo siento, pero es demasiado tarde. Su padre ha sido relevado del puesto hace apenas unas horas. Ahora, la persona que dirige la mayor empresa energética del mundo es un sádico cazador de rinocerontes al que le importa un rábano despertar la furia del país más poderoso de la Tierra.

Me quedé sin palabras. Mi padre, despedido. Había dado todo por aquella empresa ¿Le habrían ofrecido otro puesto a cambio? ¿Peligraría mi puesto ahora que él no podía protegerme?

Supongo que se preguntará qué gana Chipre con todo esto continuó la señora. ¿Qué hacemos con esta información?

La verdad es que eso es lo último que se está pasando por la cabeza ahora mismo.

Se lo diré de todas formas Liberopoulos pareció adquirir una expresión severa por primera vez. Fernando Centeno, el director ejecutivo de Grafta, fue notificado hace unas semanas de que disponíamos de esta conversación gracias a un error suyo. El señor Centeno sabe que, ahora más que nunca, no conviene enemistarse con José Ramón Duque. Por ello, llegamos a un trato. Nosotros no haríamos pública la información, tanto la referente a los rinocerontes como la referente a las causas reales de la destitución de Germán Salas. Y, por su parte, él se comprometía a enviar una determinada cantidad de grafeno a Chipre durante los próximos tres años.

Lo normal habría sido preguntarme para qué narices necesitaba Chipre suministros regulares de grafeno, pero ya poco me importaba. Solo quería hablar con mi padre. Quería acabar la conversación cuanto antes, así que le pedí a la señora que fuese al grano.

¿Y qué pinto yo en todo esto?

Queremos que nos ayude a conseguir lo que necesitamos de YCL. No le engaño, nuestras prácticas van en contra del derecho internacional. Si fuéramos un negocio, podríamos decir que carecemos de ética empresarial. Sin embargo, nuestra víctima es un país para el cuál la ética empresarial tiene únicamente menos valor que los acuerdos que pisotean. La posición de Chile es abusiva con el resto del mundo, excepto con China. En ese caso es incluso peor, ya que están forzando una tensión que quien sabe cómo puede acabar. Nuestra intención es fortalecernos a la vez que intervenimos en su país para que deje de poner en peligro la paz mundial.

¿La paz mundial? ¿No le parece que está exagerando?

Solo le digo una cosa. Lea el resto de los informes. Tiene usted exactamente cuarenta y ocho horas para darnos una respuesta. El viernes a las once de la noche pondremos a su disposición un vuelo a Santiago. Tendrá entonces dos opciones: puede quedarse en Galatea y trabajar para nosotros. Recibirá nacionalidad chipriota y plenos derechos de ciudadanía. O, de lo contrario, puede coger aquel avión. En ese caso, CypEx enviará un mensaje a su empresa detallando las razones por las cuales se le prohíbe la entrada en nuestro país de por vida. Dado que su padre ya no puede protegerle, no hay que ser muy listo para aventurar que acabará en la calle.

Por fin. Ahí estaba el truco. Sabía que esta reunión no podría traer nada bueno.

¿Hemos terminado ya? la pregunté irritado.

Hemos terminado. El señor Patroklou le acompañará de nuevo hasta la salida.

Leí todos los archivos guardados en la tableta de grafeno aquella misma noche, en cuanto llegué a mi pequeño piso del sector Suroeste.

Ojalá la ruptura de convenios energéticos internacionales o la caza de rinocerontes fuera lo único de lo que tratara.

Había informes sobre la tala de sectores protegidos de la selva amazónica a manos de empresas chilenas. Sobre sobornos recibidos por el nuevo gobierno chileno a manos del sector ganadero a cambio de la eliminación de controles de seguridad alimenticia. Sobre la ocultación de emisiones de carbono. Sobre pactos con el lobby farmacéutico para la prohibición de medicamentos contra el cáncer. Sobre el apoyo a organizaciones terroristas bolivianas y argentinas para entorpecer el control de los gobiernos vecinos sobre sus reservas de litio. Y un largo etcétera.

La filtración de alguno de estos informes a los medios podría significar una grave crisis internacional y quién sabe si algo peor.

También estaba el asunto que me alcanzaba a nivel personal. El gobierno acababa de despedir a mi padre, un director decente y con principios que nunca habría vendido un gramo de litio de manera ilegal, para sustituirlo por José Ramón Duque, el mayor sinvergüenza del que jamás había oído hablar.

Me sentí abochornado por haber formado parte de todo este circo y me vi tentado a aceptar la oferta chipriota inmediatamente.

Pero, ¿me atrevería a hacerlo? Ello habría significado convertirme automáticamente en un traidor. Las acusaciones de Rodolfo apenas unas horas antes habrían sido ciertas. Ahora comprendía su enfado al hablar de la Escuela Liberopoulos. En su círculo, el verdadero objetivo de esta institución debía ser más que evidente.

Pensé de nuevo en mi padre, y en cómo su despido no habría servido de nada si decidía aceptar la oferta. ¿Cómo podría buscar la forma de acabar con estas injusticias sin apoyar a otro gobierno que jugaba tan sucio como aquellos a los que criticaban?

Efectivamente, había una manera.

Perdería mi trabajo en YCL, pero era un riesgo que estaba dispuesto a correr.

Estaba decidido.

Cogería aquel avión, volvería a Santiago y, tras ser despedido, usaría toda la información de la que disponía para exponer a YCL y al nuevo gobierno. Las organizaciones activistas se pelearían por tenerme entre sus filas.

Larissa podría venir conmigo y empezaríamos de nuevo en Chile. Sería difícil convencerla, pero debería entenderlo. Quizá si lo disfrazara como una lucha contra el capitalismo, tendría opciones de que aceptase.

Fue entonces cuando sonó el timbre de mi apartamento. Después de una noche como aquella, estaba preparado para cualquier cosa, así que no me alarmé lo más mínimo.

Abrí la puerta sin preguntar, y allí estaba Larissa.

Estaba equivocado. Había algo para lo que nadie me podría preparar.

Estoy embarazada dijo.

Papá, esta tarea es muy aburrida se quejó Astrid. Llevaba más de veinte minutos mirando a la pantalla de grafeno, pero el barco todavía no se había movido. Hacía tiempo que se había terminado la macedonia, y su único entretenimiento era rechupetear la cuchara.

Lo sé, cielo, pero los trabajos a veces son aburridos.

Y entonces, ¿por qué la gente los tiene?

Porque es necesario para el bien de todos. Cada uno tiene que ofrecer un pequeño sacrificio.

Mi amiga Paula dice que, fuera de Chipre, la gente recibe unos papeles que se llaman dinero a cambio de su trabajo.

Maldición. Sabía que llegaría el día en que esta conversación habría de tener lugar. Solo había esperado que fuese Larissa la que estuviera allí para contestar.

Si, bueno... algunos países creen que eso es lo mejor.

¿Y qué hace la gente con ese dinero?

Lo cambian por comida, ropa y juguetes.

Qué estúpido dijo pensativa. Ganar unos papeles para volverlos a perder.

Tienes mucha suerte de vivir en Chipre, Astrid. Aquí todo es mucho más sencillo. Nunca tendrás que preocuparte de tener suficiente dinero, solo tendrás que buscar el trabajo que más te guste.

Pues el tuyo no me gusta contestó decidida. Ser controladora de barcos es muy aburrido. Seré profesora como Mamá.

Pues si vas a ser profesora, creo que deberíamos cambiarnos las tareas. ¿Qué te parece si ahora tú coloreas los dibujos y yo vigilo el barco?

De acuerdo Papá. Aunque creo que lo dices porque no te gusta colorear. Te he estado mirando y no has terminado ningún dibujo.

A sus cuatro años, a Astrid ya le gustaba tener siempre la última palabra. Hasta en eso se parecía a su madre. Además, tenía razón. Me había pasado la última media hora mirándola embobado. Solo de vez en cuando dejaba de observarla para disfrutar de las espectaculares vistas del atardecer sobre Galatea que se apreciaban desde el salón de nuestro nuevo piso, un espectacular ático con vistas al sur en el sector Norte del anillo G.

A pesar de que el barco siguiera sin moverse, la presencia de Astrid me tranquilizaba. La pequeña tenía el don de reducir mis problemas profesionales a la categoría de rabietas de patio de colegio. Cuando la miraba, parecía que nada más importaba.

Sin duda, Astrid había sido lo mejor que me había pasado en la vida. Es cierto que no soy el primero en proclamar tal afirmación; soy consciente de que la llegada del primer hijo es algo que puede transformar la existencia de cualquiera. Pero en mi caso, Astrid había llegado en el momento más oportuno.

¿Qué decisión habría tomado si Larissa no se hubiera quedado embarazada? Es difícil de decir, pero aquella noche de febrero de 2060, antes de recibir la gran noticia, estaba convencido de volver a Chile. Nunca me habría convertido en un traidor. Es cierto que había aspectos que mejorar en mi país, pero la traición no era el único camino. Al fin y al cabo, la postura de Chipre al reclutarme no se veía motivada por una genuina disposición a arreglar los problemas en Sudamérica, sino por conseguir su propio beneficio.

La decisión estaba tomada. Solo quedaba convencer a Larissa para que se viniese conmigo.

Pero cuando recibí aquellas noticias, todo cambió.

Comencé a ver la realidad desde un punto de vista diferente. ¿Qué mundo quería para mis hijos? ¿Quería que crecieran en un entorno rodeado de avaricia, corrupción y desigualdad? ¿En un país cuya ambiciosa política energética cada día le acercaba un poco más a una posible guerra? ¿Con unos padres sin trabajo y en el punto de mira del gobierno?

¿O quería que crecieran en Chipre? Las ventajas serían abrumadoras: un entorno estable y seguro, sin desigualdad, respetuoso con la salud y el medio ambiente, que disponía de la mejor educación del mundo y que ofrecía grandes oportunidades profesionales.

Chile podría ser el sueño de cualquier activista, pero no el sueño de cualquier padre.

A falta de dos horas para el despegue del avión a Santiago, envié un mensaje a Liberopoulos a través de mis lentes.

Me quedo fue mi mensaje.

A los pocos segundos, llegó la contestación, igualmente breve.

¿Listo para su primer trabajo?

La vida de un espía era mucho más fácil de lo que imaginaba.

YCL me pedía resultados para mantener mi puesto.

A Chipre le interesaba que mantuviera mi puesto.

Mis resultados dependían de Chipre.

No había que ser Einstein para darse cuenta de que el gobierno chipriota iba a asegurarse de que yo cumplía mis objetivos. Se acabaron las interminables y tediosas sesiones de negociación con los agentes de CypEx y con cualquier pobre tercera parte que se viese inmiscuida en sus maquinaciones. Se acabó el trabajo de oficina y los rompecabezas para encontrar la manera de lograr las cifras inalcanzables que me exigían desde Santiago. Chipre se convirtió en un negociador dócil y manejable que siempre cedía en sus pretensiones. Esto les hizo perder grandes cantidades de dinero, o de recursos, como a ellos les gustaba llamarlo. Sin embargo, tenían la certeza de que lo recuperarían con creces gracias a mí.

Mientras tanto, yo intentaba engañarme de que estaba haciendo lo correcto. El gobierno chileno merece un escarmiento, solía pensar. Quizás a raíz de mi trabajo cambiarán algunas cosas.

Comencé a viajar a Chile más a menudo. Echo de menos las humitas de mi madre, solía bromear cuando me preguntaban por la razón de mis frecuentes viajes. También estaba la opción políticamente menos correcta, los chipriotas me han echado por no conseguir ninguno de sus premios Galileo.

Los buenos resultados del departamento de EMECA me daban una oportunidad de auto-marketing que no desaproveché. Organizaba conferencias, dirigía presentaciones y presumía de mi buen hacer ante mis superiores, que pronto me aceptaron en su círculo de confianza. Básicamente, mi trabajo consistía en construir una red de contactos de calidad lo más amplia posible. Fastuosas cenas, asistencia a múltiples eventos, pausas para un café a todas horas... era el trabajo de mis sueños.

Acercarme a José Ramón Duque fue más complicado. La verdad es que detestaba a aquel hombre, no solo por el hecho de que hubiese provocado el despido de mi padre, sino también por su prepotencia y su falta de escrúpulos. No me habría sorprendido si un examen psicológico le hubiera descrito como un psicópata. Por su parte, él también mostraba cierta reticencia a aceptarme entre sus más allegados; no en vano yo era el hijo del hombre al que había hecho despedir.

Al cabo de un año, pareció dar su brazo a torcer. Comenzó a mostrarse más receptivo y a incluirme en reuniones importantes e incluso encuentros de índole personal. Las tripas se me revolvían cada vez que me llamaba o me invitaba a cenar a su casa, pero de una manera o de otra conseguí mantener una creíble fachada exterior.

Estos encuentros eran fuente de cierta información confidencial, pero esta nunca llegaba hasta el punto de ser tan importante como para escribir siquiera un informe sobre ello.

Con el tiempo, comenzó a preocuparme cómo reaccionarían mis superiores chipriotas ante la falta de información.

Sin embargo, cada vez que volvía a Chipre y me reunía con Liberopoulos y Patroklou, estos aceptaban de buena gana cualquier dato que les pudiera proporcionar, por ridículo que pudiera parecer. Estaban encantados con mi colaboración y se mostraban mucho más amigables que el día que nos conocimos. Me tranquilizaban diciéndome que no podía ganarme la confianza de alguien de la noche a la mañana, que incluso el más eficaz de sus espías había necesitado un año para elaborar su primer informe. Tú eres un pez gordo, decían. Eres chileno, has crecido en la empresa y confían en ti más que en cualquier experto europeo. Tu potencial es enorme. Puede que tardes años, pero algún día aparecerás con algo grande.

Y así fue.

Hacia comienzos de 2064, José Ramón Duque me invitó a una reunión con unos representantes de una conocida empresa tecnológica australiana. Éste era solo uno más en una serie de infructuosos intentos de venderles nuestras baterías de litio a espaldas de China. Los riesgos de la operación eran demasiado altos para los australianos, que temían las represalias del gobierno chino si nuestro pacto salía a la luz. Por ello, intentaban rebajar el precio de la mercancía hasta unos límites que mi empresa ni siquiera concebía. Aquel día no iba a ser una excepción. La reunión terminó sin que hubiera ningún principio de acuerdo.

Por razones de seguridad, la reunión no había tenido lugar de forma remota, sino que José Ramón y yo nos habíamos desplazado hasta el hotel Park Hyatt at The Rocks de Sídney. Después de la frustrante reunión, nos montamos en una limusina que nos llevaría a cenar al restaurante favorito de José Ramón en Crown Street.

Esta limusina fue de las primeras en funcionar íntegramente con baterías de litio-aire comentó José Ramón irritado al subir al vehículo. Materia prima chilena, tecnología china. Qué desperdicio.

No tiene pinta de que esto vaya a cambiar en el corto plazo contesté, no sin un ápice de mal disimulada satisfacción por regodearme en su fracaso.

No, no lo parece. Y ya me estoy cansando de que estos gobiernos pusilánimes nos den largas. Seúl, Pyongyang, Singapur, Bangkok... China los tiene a todos cogidos por los huevos. Vamos a tener que pasar al plan B.

¿Tenemos un plan B?

Ignorando mi pregunta, José Ramón tecleó unos números en la palma de su mano y quedó en silencio unos segundos, mirando hacia arriba. Solía hacerlo a menudo, y cuando ocurría me daban ganas de arrancarle las lentes de los ojos con la menor delicadeza posible.

¿Carmen? dijo al fin. Carmen era su asistente. Necesito que cambies nuestros vuelos de vuelta. En vez de volver a Santiago, resérvanos el primer vuelo que haya mañana a Taoyuan... ¿Cómo que dónde está Taoyuan? Míralo en un mapa, joder, que no soy tu profesor de geografía.

José Ramón terminó la llamada. Encantador, como siempre.

Tras unos segundos pareció darse cuenta de algo y volvió a marcar.

Me cago en... exclamó indignado. Esta inútil es capaz de enviarnos a Sevastopol... ¡Carmen! Taoyuan es el aeropuerto de Taipéi, en Taiwán. Dos billetes, uno para mí y otro para Salas. En primera clase. Gracias, adiós.

Cerró los ojos enérgicamente para colgar la llamada, como si así pudiera quitarse a su asistente de encima de una manera más efectiva.

Me alegré de que hubiera explicado donde se encontraba Taoyuan. Yo tampoco tenía ni idea.

¿Qué se nos ha perdido en Taiwán? le pregunté.

Aquí no fue su elocuente respuesta para indicar que no le parecía seguro hablar de ello hasta que saliésemos de la limusina.

Llegamos al restaurante, donde un elegante camarero nos acompañó hasta la mesa habitual de José Ramón. Después de pedir el vino, me preguntó:

¿Qué sabes de Taiwán?

No mucho, la verdad contesté humildemente. Pero sé que están pasando por un momento clave. El Kuomintang lleva estable en el poder más de veinte años y su economía es probablemente la que más en forma del mundo se encuentra, después de la nuestra. Esto les ha acercado más que nunca a conseguir la independencia total de la República Popular de China. El Kuomintang goza del apoyo total del pueblo, al que no le dan miedo los miles de misiles que apuntan a su isla desde la costa china desde hace décadas. Se sienten respaldados por Japón y Estados Unidos, que están cerca de reconocerles oficialmente como país. El único escollo para conseguirlo es que China tiene poder de veto en la ONU.

No está mal respondió José Ramón. Amagó con continuar, pero se dio cuenta de que el camarero se acercaba con nuestro vino.

Tras probar el vino y hacer un gesto grosero al camarero para que se alejara, carraspeó y miro a los lados, como para asegurarse de que no había nadie lo suficientemente cerca como para oírnos.

¿Cómo crees que encaja en este escenario nuestra visita de mañana? preguntó bajando la voz y acercándose a mí. No pude evitar fijarme en cómo una gota de saliva suya aterrizaba en mi corbata, pero no pareció darle ninguna importancia.

Supongo que tenemos una reunión con alguna multinacional taiwanesa contesté. Se me ocurren tres posibles candidatas: HTC, GSK y Asus. El objetivo sería plantearles la misma propuesta que ya han rechazado todas las empresas tecnológicas y de transportes de media Asia: que compren nuestro litio en vez del litio chino.

¿Y qué opinión te merece?

Sinceramente, creo que perdemos el tiempo. La clave del crecimiento de aquellas empresas es el progreso chino. Si China se entera y les bloquea el mercado, se irán a pique.

Ese no es un argumento original. Lo mismo ocurre con el resto de multinacionales en la región. Por eso nos rechazan todas.

Que no sea original no significa que no sea cierto.

De acuerdo Marcelito que usara aquel nombre era otra razón para odiarle. ¿Qué hacer cuando los soldados te tocan los cojones?

Le miré con cara de mal disimulada confusión, apretando los labios para evitar soltarle algún improperio.

Te aseguras de que su sargento los pone en su sitio repuso, como si fuera la respuesta más obvia del mundo.

Nunca se me han dado bien los símiles, José Ramón.

No vamos a reunirnos con ninguna empresa, joder dijo bajando la voz aún más. Vamos a ver a Hsu Pai-Ho. El presidente taiwanés.

¿Esperas que me lo crea? ¡Si ni siquiera tenemos cita! Acabo de ver cómo cambiabas los planes para volar a Taiwán en el último minuto.

Hsu Pai-Ho se presentará donde yo le diga y cuando yo lo diga.

¿Y por qué iba a hacer eso?

Sabe de nuestra estrategia. Y quiere ayudarnos. De hecho, está muy interesado en ello. La única razón por la que no hemos aceptado antes es lo que pide a cambio.

¿Qué es lo que pide?

Dinero, como todos.

¿Cuál es la diferencia entonces?

Nunca dije que el dinero fuese para él tuve que acercarme más, ya casi no podía oírle. Hay alguien en China a quien le atrae más un buen maletín que los intereses de su país. Alguien lo suficientemente cercano al presidente como para ser enviado en su lugar a la Asamblea General de la ONU.

¿Me estás diciendo que Taiwán aceptará comprar nuestro litio a cambio de que sobornemos al delegado chino para que no ejerza el veto ante su independencia?

¡Baja la voz Marcelo! Esto es un secreto de Estado.

¿Nos apoya el gobierno?

Claro que nos apoya. Siempre que nos aseguremos de que China nunca se enterará de que nosotros fuimos los que hemos sobornado y ofrecido asilo político al delegado. Te puedes imaginar lo que ocurriría de lo contrario.

Podía imaginarlo perfectamente.

Aquellos misiles de la costa china ya no solo apuntarían a Taiwán.

¿Y por qué cojones te iba a contar Duque algo así?

Ioannis estaba fuera de sus casillas.

¿Y por qué no iba a hacerlo? contesté con rabia. Hace ya dos años que le estoy lamiendo el culo, que es de hecho para lo que me estáis usando, ¡el que tendría que tener más confianza eres tú!

No se me olvida de dónde vienes, ni las causas por las cuales aceptaste colaborar con nosotros.

Me pregunté si Ioannis sabía que el embarazo de Larissa había jugado un papel clave en mi aceptación de la oferta.

Mi origen es precisamente una de las razones por las que me contratasteis traté de hacerle entrar en razón. Mi patriotismo, o la simulación del mismo, ha sido probablemente otro de los motivos para que Duque confíe en mí.

Ioannis estaba rojo y negaba con la cabeza mientras hacía aspavientos con las manos. A su lado, Teresa Liberopoulos miraba la escena atentamente sin decir una palabra.

Además continué. Duque cree que soy un increíble negociador por lo que he conseguido con Chipre. Pretendía que pusiera a funcionar mi magia con Taiwán también.

Lo dejo en tus manos dijo Ioannis dirigiéndose a Teresa. Yo no me fío un pelo.

¿Por qué iba Marcelo a engañarnos? las primeras palabras de Teresa me tranquilizaron.

La pregunta es por qué no iba a engañarnos. ¿Quién en sus cabales traicionaría a su país de esta forma? No sé qué pretende, pero estoy seguro que nada bueno.

Varias gotas de sudor comenzaron a bajarme por la sien pese a la baja temperatura del búnker. Creía conocer una gran razón por la cual Chipre nunca provocaría una guerra entre Chile y China, y solo por eso había decidido confesar las intenciones de José Ramón Duque. Si estaba en lo cierto, mi gobierno podría ser extorsionado, pero los intereses y la seguridad del pueblo chileno quedarían salvaguardados, y eso era lo que realmente importaba. Me había repetido este razonamiento a mí mismo incontables veces para sentirme menos traidor.

Ioannis, me gustaría hablar a solas con Marcelo dijo Teresa Liberopoulos.

Respiré aliviado. Era la hora de comprobar si mi razonamiento sería acertado.

Ioannis miró a Teresa ofendido, pero no protestó. Musitando un de acuerdo apenas audible, abandonó la sala.

¿Te das cuenta de la magnitud de lo que nos acabas de contar, verdad? me preguntó Teresa con su sonrisa habitual en cuanto Ioannis cerró la puerta. Tenía la sensación de que estaban jugando al poli bueno y al poli malo.

Perfectamente.

¿Cuál es tu motivación para revelárnoslo todo? Sabes que no tienes la obligación de llegar tan lejos. No te habríamos reprochado nada.

Acabo de darles una información que les permitirá obtener materia prima de YCL a cambio de silencio. Y estoy seguro de que a la EBR ese silencio le beneficiaría tanto como a Chile. De hecho, creo que lo mejor para la EBR sería que Chile se viera tan amenazado por ustedes que no se atreviera siquiera a cerrar el trato con Taiwán.

¿Qué beneficio nos traería?

Evitarían una más que posible guerra entre Chile y China. Ellos son sus dos principales proveedores. Perderlos significaría un retroceso en el desarrollo de Galatea y del país. Creo que, incluso si YCL se niega a colaborar, ustedes nunca sacarían esta información a la luz.

Es decir, crees que vamos de farol.

¿Estoy en lo cierto?

Las acciones que se tomen a este nivel ya no dependen de mí. Mi trabajo en este caso ya está terminado.

Pero supongo que se asegurarán de alguna manera de que Chile no cierra el trato con Taiwán, ¿verdad? insistí, intentando que no me temblara la voz. Esta era la gran pregunta.

Como te he dicho, no depende de mí.

¿Será Panos Kana informado de esta situación?

Marcelo, te agradecemos inmensamente tu colaboración. Tu informe será estudiado y las acciones necesarias serán tomadas. ¿Por qué no te tomas unos días libres? Te aseguro que te informaremos de la decisión una vez ésta sea tomada.

Por qué no te tomas unos días libres.

Conocía a Liberopoulos lo suficiente como para saber que no se trataba de una mera sugerencia.

Me volví a casa con un mal presentimiento.

Al contrario de lo que esperaba, Liberopoulos no había asegurado que tratarían de evitar aquel acuerdo. Solo quedaba confiar en mi buen criterio.

Llamé a mis padres. Llamé a mis hermanas. Llamé a mis amigos. Incluso llamé a Rodolfo. Quizá aquella sería la última oportunidad para hablar con todos ellos. Si Chipre decidía actuar, me convertiría en persona non grata en mi propio país. Nunca podría volver. Incluso llamar por teléfono sería peligroso para mis seres queridos.

Al cabo de dos días, fui convocado por Liberopoulos en nuestro punto de encuentro habitual, la sala subterránea en el búnker al que fui llevado por primera vez con una venda en los ojos. Hacía ya tiempo que podía acceder a ella pasando los controles de seguridad por mí mismo. Cuando llegué, no había nadie todavía. Mientras esperaba con impaciencia, me acordé de la historia que me había contado Liberopoulos nada más conocernos.

El origen de esta nueva civilización fue la obtención de información privilegiada, había dicho. La EBR tenía una gran deuda con la red de espionaje del anterior gobierno: gracias a un sencillo soplo, la guerra había finalizado. Aquel era el origen de la importancia que Chipre daba actualmente a la obtención de información confidencial. Deseé con todas mis fuerzas que mi soplo no fuera el causante del comienzo de otra guerra.

Al fin, Liberopoulos y Patroklou entraron en la habitación. Formaban una extraña pareja. Siempre juntos, con Teresa al mando y Ioannis de actor secundario, como si fuera el perrito faldero de la directora. ¿Cuál sería su ocupación real? No tenía la sensación de que este trabajo le ocupara a tiempo completo, más bien parecía como si fuera responsable de un área que dependía directamente de los beneficios proporcionados por el espionaje. ¿Construcción, quizá? ¿Tecnología? Se había tomado mi caso de manera personal y solía mostrar continuos cambios de humor dependiendo de la dirección que tomaran los eventos.

Aquel día Ioannis estaba radiante. Pese a sus esfuerzos por ocultar aquella estúpida sonrisa, no podía evitar mostrar una expresión triunfal que me daba muy mala espina.

Teresa comenzó a dirigir la reunión, como era habitual.

Tenemos una noticia buena y otra mala, Marcelo.

Siempre me había puesto nervioso que la gente comenzara las comunicaciones de esta manera, pero en este caso me pareció una frivolidad inaceptable, como si un veterinario bromeara con un niño que solo espera conocer si su perro va a sobrevivir a una operación a vida o muerte. Hice acopio de fuerzas para no contestar alguna ordinariez. Tras unos segundos de silencio, Teresa continuó.

Nos hemos reunido con José Ramón Duque y con el presidente chileno para proponerles un intercambio: nosotros protegeremos el secreto de Taiwán y, a cambio, YCL nos enviará un cargamento de litio. Las negociaciones no han sido fáciles, pero han acabado aceptando.

¿Me han descubierto?

Siento decepcionarte, pero no había muchas más personas que conocieran la operación de Taiwán. Y tú eres la única de ellas que tiene contacto directo con nosotros. Creo que deberías aceptar lo inevitable.

El hecho de que esperara estas noticias no hizo más fácil el recibirlas. Estaba confirmado. Nunca podría ni volver a mi país ni ver a mi familia y amigos. El gobierno se aseguraría de que conocieran lo que había hecho, y para muchos de ellos esto sería incluso peor que verme muerto. Un nudo comenzó a formarse en mi garganta ante aquella sensación de pérdida.

Sin embargo, no podía evitar sentirme triunfante a la vez. Si aquella era la mala noticia, la buena debía ser que Chile había decidido cancelar el soborno, lo cual pondría fin a cualquier especulación sobre una guerra con China. El pueblo chileno estaba a salvo. Podía sentirme orgulloso.

Intenté asimilar toda esta información con la mirada perdida en algún punto de aquella enorme mesa gris mientras Teresa continuaba explicando el trato sin que yo le escuchara demasiado. Tanto ella como Ioannis parecían emocionados, asegurando que aquel cargamento de litio sería clave para la ampliación de Galatea y la ansiada construcción del anillo C. Aquellas palabras sonaban como un murmullo lejano, apagado por la mezcla de sensaciones que estaba experimentando.

Hasta que Teresa dijo algo que captó mi atención.

Ahora tengo que darte la mala noticia.

¿Cómo dices? respondí atónito.

Te dije que tenía una buena y una mala.

Pensé que habías empezado por la mala dije con un hilo de voz.

El trato se ha cerrado. Has conseguido tu objetivo. ¿Qué tiene eso de mala noticia?

Voy a ser nombrado persona non grata en Chile, ¿te parece que debería celebrarlo?

Tenía que esforzarme para que no se me quebrara la voz.

Si esto te sorprende, es que te estabas engañando a ti mismo. Era una consecuencia inevitable. Como también lo son la serie de recompensas que recibirás por parte chipriota: privilegios, protección, quizá algún premio Galileo... Y me atrevería a decir que se te considerará seriamente para un ascenso.

¿Un ascenso a qué? El único valor añadido que yo tenía en Chipre era poder conseguir información de mi país, y eso ya se había acabado.

Dime la mala noticia por favor dije, aunque ya sabía perfectamente lo que iba a decir.

De acuerdo suspiró. Tu gobierno no parece afectado por el hecho de que sepamos lo que están haciendo. Han decidido continuar adelante con su plan.

No podía creerlo. Sus palabras cayeron sobre mí como un jarro de agua fría, haciendo parecer mi destierro una trivialidad.

¿Están locos? ¿Cómo pueden atreverse a continuar cuando su secreto no está a salvo?

Puede que tenga que ver con el hecho de que hemos ofrecido asilo político al delegado chino.

¡¿Qué habéis ofrecido qué...?! no pude evitar subir la voz mientras me levantaba de la mesa como un resorte. Ioannis se levantó también en posición de defensa. Sin embargo, Teresa siguió sentada en su típica posición erguida y con las manos entrelazadas encima de la mesa gris, mostrando una tranquilidad insultante y lo que me pareció un atisbo de sonrisa.

Proteger los intereses chilenos formó parte de la negociación. A veces la simple extorsión no basta, Marcelo. Por no decir que se trata de una costumbre moralmente cuestionable. Uno se siente mucho mejor cuando tiene algo real que ofrecer.

¿Cómo de moralmente cuestionable le parece llevar a un país entero a una guerra que no desea?

Eso no ocurrirá, Marcelo. De hecho, como tú bien sabes, la guerra no está ni entre los intereses de Chile ni entre los nuestros. Es otra de las ventajas de acoger al delegado. Nos podremos asegurar de que China no tiene pruebas para incriminar a tu país.

¿Y cómo vais a hacer eso?

Parece mentira que lleves trabajando con nosotros tanto tiempo.

Teresa tenía razón. Era obvio que Chipre también habría trabajado su red de contactos en el gobierno chino. Aun así, China no era Chile. Tenía mis dudas de que tuvieran la capacidad para bloquear al país más poderoso del mundo.

Nuestra primera intervención tendrá lugar en unos días continuó Teresa. Chile enviará el cargamento de litio por vía marítima. Por su volumen, se tratará de uno de los buques de carga más grandes de la historia del canal de Panamá, por donde deberá cruzar. Esto sin duda llamará la atención de los chinos. El primer paso para evitar la guerra es encargarnos de que el carguero no sea detenido por ellos. Si descubren lo que hay en el interior y, sobre todo, a quien se dirige, no pararán hasta averiguar qué es lo que Chipre ha ofrecido a cambio. Y yo no me la jugaría con los servicios de inteligencia chinos.

Me desplomé sobre la silla, como si el peso de toda aquella información no me permitiera mantenerme en pie.

Ioannis se sentó también. Al muy cabrón no se le había borrado aquella estúpida sonrisa.

Cuando se oyó el sonido de la cerradura de la puerta de entrada al piso, Astrid profirió un grito de alegría y se lanzó corriendo a abrazar a su madre. Su cuchara llena de babas saltó por los aires aterrizando en el suelo de parqué.

¡Mamamamamamamamamamaaaaa! aquel solía ser su recibimiento habitual.

¡Hola cariño! ¿Me has echado de menos? preguntó radiante Larissa mientras cogía a su hija en brazos y la besaba. Los años y el embarazo parecían no haber hecho mella ni en su espectacular figura ni en la frescura mediterránea de sus rasgos. Pese al feo uniforme oficial de profesora de la EBR, una falda larga de color marrón claro y una americana verde y ancha que se ocupaba de ocultar todas las curvas que hubiera debajo, los hombres aún se volvían al verla pasar por la calle.

¡Mucho! contestó Astrid eufórica. No me gusta tu nuevo puesto, ¿por qué tienes que trabajar por las tardes?

Tu madre es demasiado inteligente para trabajar solo por las mañanas intervine mientras acudía al recibidor. Larissa me sonrió y me dio un beso que se hubiera alargado más si no fuera porque Astrid intentó separar nuestras cabezas.

¿Y por eso estás tú en casa, Papá?

Larissa intentó evitar una carcajada, aunque no tuvo mucho éxito. Yo tampoco pude evitar reírme, aunque en el fondo me mosqueaba un poco la obsesión que la pequeña tenía con su madre. Para Astrid, Larissa era más que una madre, era una divinidad. Con la convicción y la inocencia de una niña de cuatro años, creía firmemente que su madre era la persona más inteligente, encantadora y bella del mundo. Siempre que tuviera elección iba allá donde su madre fuera, imitándola en sus gestos y formas de hablar. Unido a su parecido físico, a veces me daba la sensación de que estaba ante una versión de mi mujer treinta años más joven.

¿Has dormido la siesta hoy? Larissa cambió de tema rápidamente.

Sí, pero Papá me despertó porque quería que le ayudara a trabajar.

¡Qué suerte, como una persona mayor! dijo Larissa con una sonrisa, aunque no sin dirigirme una breve mirada acusadora.

De suerte nada. Papá tiene el trabajo más aburrido del mundo. Cuando sea mayor voy a ser profesora como tú.

Vaya una sorpresa dije mirando a Larissa mientras sonreía, aunque no pude evitar un cierto toque de reproche en mi voz. Ahora se parecerá aún más a ti.

Ignorándome, Larissa se llevó a Astrid a su habitación con la excusa de que había que vestirse para salir a jugar un rato al parque.

Me acerqué a la puerta y las observé mientras charlaban animadamente. La pequeña intentaba convencer a Larissa de que fueran al parque Kana, ya que allí era donde iban las niñas de su guardería.

El parque de nuestro anillo está lleno de niños. Los niños son unos brutos y huelen mal. No puedo soportarles decía. No solo dominaba mucho mejor el griego que el español, sino que también comenzaba a usar las mismas palabras y expresiones que su madre.

Más que nunca, me pareció ver una copia en pequeño de mi mujer. Tenían el mismo pelo negro y brillante, el mismo fulgor en sus oscuros ojos, la misma forma de sus gruesos labios, los mismos hoyuelos cuando reían... ¿Y qué rastro había en ella de mí? Absolutamente ninguno.

Esto era algo sorprendente, ya que algunos de mis rasgos eran bastante particulares. Tenía la piel más bien oscura y los ojos ligeramente rasgados, herencia de mi abuelo peruano. Mi nariz era fina y alargada, mi mandíbula era prominente y mi barbilla tenía una característica hendidura en el medio.

Astrid no mostraba ni un ápice de ninguna de estas facciones. ¿Podría Larissa haber tenido un amante cuando se quedó embarazada? No, por supuesto que no.

Recordé aquellos tiempos. Acabábamos de prometernos y nos queríamos con locura; no nos separábamos ni un minuto, y la llama del deseo parecía inagotable. Aunque Larissa hubiese querido tener una aventura, algo improbable, no habría tenido ni tiempo ni energía para ello.

Entonces llegó Astrid, haciéndonos más felices de lo que nunca nos hubimos atrevido a soñar. ¡Cuán diferentes serían las cosas hoy en día si la pequeña no hubiese aparecido en nuestras vidas! Yo habría vuelto a Chile, furioso por el chantaje de la EBR, y lo más probable es que Larissa nunca hubiese aceptado venir conmigo. Pero la suerte me había sonreído, haciéndome cambiar de opinión en el último minuto. Y, ahora que tenía una hija, no podía imaginar mi vida sin ella.

Pensé en cómo las cosas no solo serían diferentes para mí y para Larissa, sino también para nuestros gobiernos. Chipre nunca habría descubierto la operación de Taiwán, lo cual también significaba que Chile nunca se habría visto forzado a enviar ese monstruoso barco cargado de litio que iba a ser clave en el futuro de Galatea y que amenazaba con poner en riesgo la estabilidad internacional.

Podría decirse que un único bebé había determinado el curso de acontecimientos históricos.

Un pensamiento terrible se me pasó fugazmente por la cabeza. Pero, antes de que pudiera darle forma, un pitido se escuchó desde el salón.

Era la aplicación de seguimiento del carguero.

Corrí al salón y miré hacia la pantalla de grafeno. Los indicadores se habían puesto en marcha y las esclusas se habían abierto. El buque se desplazaba lentamente hacia el océano Atlántico. De alguna manera, los chinos no lo habían detenido. Este era un enorme paso para evitar una guerra que mi país tendría todas las papeletas de perder. Respiré aliviado.

Me senté en el sillón, esperando sentir una sensación de desahogo. Acababa de quitarme un gran peso de encima, pero de alguna manera el horrible pensamiento que me había asaltado apenas unos segundos atrás había ocupado su lugar.

Esta vez dejé que mi mente diera vueltas a aquella idea.

Era una sospecha mezquina, retorcida y difícilmente real, pero de alguna manera se había instalado en mi mente y no podía ignorarlo.

¿Era una conjetura coherente o estaba siendo demasiado aprensivo?

Fue entonces cuando reparé en la cuchara llena de babas que Astrid había dejado caer al suelo, y me di cuenta de que había una manera muy simple de responder a esa pregunta.