La ventana no mide más que unos cuarenta centímetros de ancho y unos treinta de largo. Se encuentra en la parte superior de la pared, casi pegando con el techo, y está protegida por barrotes de hierro. A pesar de estar bien entrado el invierno, la dejo casi siempre abierta. Este mes de enero se han alcanzado temperaturas máximas históricas en el sur de China, por tercera vez en cinco años.
En el exterior, el suelo se encuentra al mismo nivel que la ventana. Se trata de un callejón oscuro y decrépito que parece tener dos únicas funciones principales. Los fines de semana se ve invadido por incontables pandillas de niños que se turnan para jugar al fútbol con una lata de refresco aplastada. Hacen un ruido tremendo y suelen ocasionarme terribles dolores de cabeza, pero es mejor que la alternativa. Cuando los niños están en el colegio, su lugar se ve ocupado por vagabundos, drogadictos o borrachos.
Hoy parece ser uno de esos días. A las cinco de la mañana, una pareja de drogadictos practicando sexo salvaje me ha despertado con sus roncos gritos, propios de los consumidores de ninfarmina.
Se trata de una droga que se consume de forma oral y que ha invadido el mercado en los últimos años. Proviene de la harmina, un compuesto químico natural que solía utilizarse como antidepresivo y que se obtiene a partir de ciertas especies de plantas y mariposas. Hace unos años se descubrió una potente mutación en una de las mariposas de la familia Nymphalidae, la cual dio lugar a esta nueva sustancia. Esta droga se bautizó como ninfarmina y se extendió rápidamente gracias a su bajo precio, a su sencillo proceso de obtención y al estado de euforia y desconexión con la realidad que provoca a los consumidores una gran adicción.
Pero hay otro efecto que diferencia a esta droga de las demás.
La ninfarmina afecta al área del cerebro responsable del reconocimiento facial, de manera que el afectado no es capaz de procesar caras nuevas. Si el consumidor se topa con alguien que no ha visto jamás, su cerebro no es capaz de asimilar esta información y vincula el nuevo rostro con el de alguien que ya esté en su memoria, de manera que el afectado siempre tiene la impresión de que conoce a todo el que le rodea. No es muy difícil adivinar porque no es muy recomendable consumir esta droga en público. Sin embargo, las Nymph-Ups se han vuelto tremendamente populares en los últimos años. En estas fiestas, todos los participantes se ponen hasta arriba de ninfarmina para conseguir la ilusión de que conocen a todos los presentes. Se encuentran con el amor veraniego de su adolescencia, con su mejor amigo de la infancia o con ese famoso jugador de fútbol que tanto admiran. Ellos les reconocen a su vez de otra manera, lo que da lugar a todo tipo de situaciones que no siempre acaban bien.
Yo misma dejé de acudir a estas fiestas hace años por esta razón. Tras una noche de la que no me acuerdo demasiado, me desperté junto a un desconocido bastante desagradable que aparentemente había confundido con mi novio por aquel entonces. Decidí entonces que ni él ni mi carrera se merecían que me viera involucrada en estas bacanales.
Los dos ninfadictos que perturban mi sueño han cometido el error de haber consumido la droga en un lugar donde la gente no está preparada para ello. Cuando un grupo de vagabundos entra en el callejón, comienzan los problemas. Por lo visto, uno de ellos se parece físicamente al fallecido padre de la chica, que al verle comienza a gritar como si hubiese visto al mismísimo diablo. El chico se abalanza sobre el vagabundo para proteger a su novia, o quién él crea que ella es. Esto no acaba bien para él. Los vagabundos le dan una paliza y acaba tendido en el suelo con la cabeza derramando un charco de sangre que llega hasta los barrotes de mi ventana. Cuando la chica se acerca a ver cómo se encuentra, la sangre la causa náuseas y comienza a vomitar.
La verdad es que me sorprende poder oler el nauseabundo olor del vómito colándose por mi ventana y resbalando por la pared, acercándose peligrosamente al colchón donde duermo. Después de varios días en este agujero inmundo que hace parecer el sótano de Zuo un paraíso, pensaba que había perdido totalmente el sentido del olfato. Por ello, casi me alegro de esta circunstancia.
Espera un momento, pienso entonces en un momento de lucidez, ¿y si atraen a la policía?
Antes de que pueda hacer nada, la ninfadicta me ve a través de la ventana y comienza a gritar.
―Hemos terminado. Yo me largo de aquí ―dijo Ma He mientras comenzaba a recoger sus herramientas.
Me encontraba en la lujosa habitación del hotel Grand Lisboa de Macao en la que Lu y Chun Jing solían hospedarse. Ma He me había estado esperando allí para reimplantarme mi CNI.
Esta vez la operación no supuso ningún trauma. Me hallaba demasiado concentrada en analizar lo que acababa de suceder como para tener miedo.
Había perdido los papeles que había robado a Lu Jing. ¿En qué momento de mi desenfrenada carrera se me habían caído? ¿Qué habría ocurrido con ellos después? ¿Qué tipo de información podrían contener y cuáles eran las consecuencias de que alguien los encontrara?
Lo que estaba claro era que no podía detenerme a buscarlos en el lobby. Si merodeaba demasiado por allí, corría el riesgo de que el dispositivo de la zona de recepción detectara mi CNI y mi identidad fuera revelada.
―Debes salir del hotel cuanto antes ―oí decir a Zuo a través de mis lentes. Parecía mantener la calma―. Ya nos ocuparemos después de lo que pueda pasar.
Tras deshacerme del maquillaje y las prótesis, volver a recoger mi pelo en una coleta, cambiar aquel incómodo vestido por mis vaqueros y calzarme mis zapatillas de deporte, volví a reconocer mi imagen en el espejo, mucho menos elegante y atractiva que la de la señora Jing. Me di cuenta de que Ma He me miraba fijamente, sin disimular su decepción por mi cambio de aspecto.
―¿Tú no deberías haber desaparecido ya? ―le espeté, y salió de la habitación sin despedirse.
Bajé al lobby del hotel preparada para dirigirme a la salida lo más rápido posible. La mala noticia, algo que era de esperar, es que no se veía ningún papel por el suelo. La buena, que tampoco se veía a ningún policía. Todo parecía haber vuelto a la normalidad.
Comencé a caminar hacia la salida a paso ligero, pero un súbito pensamiento me hizo cambiar de opinión. Torcí entonces a la izquierda y me dirigí a recepción, ignorando las airadas protestas de Zuo.
―¿En qué puedo ayudarle, señorita? ―me preguntó el mismo recepcionista de antes. Respiré aliviada al ver que no me había reconocido.
―Soy la asistente de Chun Jing. Creo que la señora Jing ha perdido unos documentos importantes en el lobby, ¿sería tan amable de devolvérmelos?
―Espere un momento por favor ―el recepcionista entró en una sala y oí cómo preguntaba algo en cantonés a un compañero―. Lo siento, señorita, no hemos encontrado nada ―me dijo al volver―. Le avisaré en caso de que lo hagamos.
Mierda.
Mierda, mierda, mierda. No solo me había asegurado de que mi CNI fuese identificado, sino que no había servido para nada. Consternada por haber corrido un riesgo innecesario, salí del hotel.
―¿Te das cuenta de lo que has hecho, Lin? ¿Es que quieres que te arresten? ―gritó Zuo a través de mis lentes.
―Tenía que intentarlo. No sabemos que contienen aquellos documentos.
―¿Y qué importa?
―Lu Jing los considera lo suficientemente importantes como para ser guardados en una caja fuerte de máxima seguridad. Algo me dice que contienen información sobre su proyecto de extracción de hidrato de metano.
―¿Y de que te sirve tenerlos si estás en la cárcel?
―¿No lo entiendes? Yo iría a la cárcel, pero por lo menos tú podrías hacerlos públicos y detener la barbarie.
―Pero los papeles no estaban allí.
―No, no estaban. Ahora no solo no tenemos nada, sino que encima el hotel me ha detectado. En cuanto Lu Jing descubra el robo, les será muy fácil llegar hasta mí.
―Vuelve a Guangzhou inmediatamente. Ya pensaremos en algo.
A pesar del pánico que me hacía temblar cada vez que me cruzaba con un policía, conseguí hacer el recorrido de vuelta sin ningún sobresalto.
Cuando salí de la boca de metro en Panyu, comencé a caminar hacia el sótano de Zuo. Fue entonces cuando mis lentes recuperaron la señal y le oí gritar.
―¡Corre!
No sabía que estaba pasando, pero no me iba a parar a averiguarlo. Por segunda vez en aquel largo día, comencé a correr como alma que lleva el diablo. Por suerte, el barrio de Zuo no era tan sofisticado como la zona financiera de Macao, lo que significaba que apenas había cámaras o detectores en las calles.
Tras un par de minutos, ya casi sin aliento, giré por aquel inmundo callejón que daba al sótano de Zuo, que me estaba esperando en la puerta, pálido como un fantasma. Lo que dijo entonces me dejó la sangre helada.
―Nos han descubierto. El Gobierno te busca y tu cara está en todos los medios.
Así fue como acabé en aquel rincón inmundo de la ciudad. Me encontraba en una especie de trastero casi subterráneo al otro lado del callejón donde Zuo tenía su sótano. Zuo lo había comprado años atrás bajo un nombre falso, con el objetivo de almacenar su chatarra ilegal.
Hacía ya más de un mes que yo era su chatarra ilegal más importante.
¿Cómo habíamos sido descubiertos tan pronto? Por lo menos esperábamos que pasaran unas horas hasta que Lu Jing se diera cuenta del robo.
―Podemos descartar que hayas sido descubierta por un detector de CNI ―había asegurado Zuo―. Es muy improbable que hayan detectado dos identidades iguales al mismo tiempo. En ese sentido lo hicimos todo bien.
―¿Crees que alguien me reconoció como impostora e hizo saltar la alarma? Quizá en el hotel, o en el banco.
―Lo dudo. He seguido los movimientos de todas las personas con las que interactuaste. He visto los vídeos que les estaban grabando en ese momento y he pinchado sus teléfonos. No he visto nada raro.
―Entonces, ¿Qué crees que ha ocurrido?
―Tengo mis sospechas de que alguien más sabía de nuestros planes.
―Aparte de nosotros, lo saben Ma He, el maquillador y tus dos colaboradores de Shanghai. ¿Pueden haber sido ellos?
―No pondría la mano en el fuego por nadie, pero no lo creo. Ninguno de ellos sabía nuestro plan completo.
―Aunque solo denunciaran la parte que sabían, habría sido suficiente.
―Denunciándonos podrían perder mucho más de lo que podrían ganar. Son gente metida en temas poco legales, y su implicación en el caso no les traería más que problemas.
―Podrían denunciarnos de forma anónima.
―¿Para qué? Nunca he tenido ningún problema con ellos, de hecho se benefician bastante de nuestra amistad. Si yo caigo, una gran parte de sus negocios caería también.
Zuo hizo una pausa y amagó con continuar hablando, pero algo le detuvo.
―¿Qué ibas a decir? ―le pregunté.
―Lin... ¿se lo has dicho a alguien?
―Por supuesto que no. Te recuerdo que es mi vida la que estaba en juego.
―Lo sé, solo intento eliminar opciones de manera objetiva.
―Pues olvídate de aquella. Yo no he dicho nada ―no pude evitar sonar ofendida.
―Solo me queda una opción entonces.
―¿Cuál?
―Quizá tenga que aceptar que puede haber mejores hackers que yo y que alguien nos ha estado espiando.
―¿Hay alguna manera de averiguarlo?
―Si alguien es tan bueno como para acceder a mi información y decodificarla saltándose todas las barreras de seguridad, dudo mucho que haya dejado algún rastro.
―Pero, ¿cómo comenzarían a espiarte? Tiene que haber algo que les haya llamado la atención. Algún error que hayamos cometido y del que alguien haya podido aprovecharse.
―No lo sé, Lin. Y la verdad, dudo que lo sepamos nunca. Quizá debamos centrarnos en nuestro próximo problema.
―¿Qué problema?
―¿Qué hacemos contigo? Es a ti a la que el gobierno está buscando.
Me alegré de que Zuo me considerara su problema. Nunca podría salir de esta situación sin su ayuda. Intenté sonreírle, pero probablemente no lo conseguí.
―De momento puedes quedarte en el trastero, pero tenemos que encontrarte una salida ―continuó―. No es un lugar seguro. Tarde o temprano acabarán encontrándote, lo que significa que probablemente me encuentren a mí también. Y lo que es peor, descubrirían mi equipo, lo cual nos implicaría aún más. Además, no creo que quieras vivir permanentemente en un espacio de siete metros cuadrados sin cuarto de baño.
Sabía perfectamente lo que Zuo quería decir con una salida. Cambiar de nuevo de identidad no sería suficiente, también tendría que salir del país. Y esto significaría renunciar al plan por el que llevaba años trabajando. Todos los sacrificios que había realizado serían en vano. Tendría que empezar de nuevo, pero... ¿cómo? ¿Abrir un restaurante en Bali? ¿Trabajar de monitora de yoga en Tailandia? Ahora tenía dinero y medios para empezar de cero con cualquier tipo de vida.
Sin embargo, solo había una ocupación que me motivara lo suficiente, y quería seguir dedicándome a ella. Lejos de desvanecerse, las convicciones que me habían llevado a mudarme a Guangzhou hacía ya ocho años se habían ido fortaleciendo a medida que pasaba el tiempo, y sobre todo a medida que iba descubriendo las barbaridades que las grandes empresas o mi gobierno estaban perpetrando. El descubrimiento de la intención de Sipecorp de construir una planta de extracción de hidrato de metano había sido la gota que colmó el vaso. Más que nunca, me sentía con la obligación moral de actuar. No podía dejar que se salieran con la suya mientras yo me quedaba sentada viendo cómo ocurría. Además, había hecho una promesa a Wenbo. Dejar a Zhēnlǐ zhī dào en la estacada no estaba en mis planes.
Por ello, la salida que Zuo me quería proponer no era una opción. Cualquier actividad que no fuera la resistencia sería como una prisión para mí, así que no tenía nada que perder. Continuaría luchando hasta que la única opción fuese la cárcel, tanto en sentido literal como figurado.
―Si es lo que estás pensando, no voy a salir de China.
―Me lo temía.
―¿No existe otra opción?
―Vuelve al trastero y deja que investigue. Pero debes de saber que cada día que pasas aquí nos pone un poco más en peligro.
Mi primer instinto es cerrar la ventana.
Sin embargo, pronto me doy cuenta de que no va a ser tan fácil. La hendidura se encuentra llena de trozos de vómito mezclado con sangre. Cuando por fin consigo retirarlos, la ninfadicta hace pasar sus brazos entre los barrotes.
Todavía sigue gritando. Me ha confundido con una tal Xiaoli, alguien a quien por lo visto no tiene en mucha estima, ya que parece querer estrangularme.
Los vagabundos que dieron la paliza al chico ya han salido corriendo, temerosos de que llegue la policía. Si la ninfadicta sigue gritando, esto no tardará mucho en ocurrir. Entonces verán que soy el único testigo de lo ocurrido y me querrán interrogar, lo cual acabará inevitablemente en mi detención.
Antes de que pueda pensar en ninguna solución, oigo a alguien venir corriendo desde el otro lado del callejón.
¡Es Zuo! Aunque correr es en realidad un término demasiado ortodoxo para él. Con su inconmensurable barriga que su camiseta naranja llena de grasa no llega a cubrir y sus cortas y débiles piernas embutidas en unos estrechos pantalones cortos que le impiden dar zancadas completas, no puedo evitar pensar que podría ser perfectamente el hijo de Jabba el Hutt y una hembra de pingüino con problemas de obesidad.
Bastante ridículo, pero efectivo. Los gritos de la ninfadicta escandalosa cesan de inmediato cuando Zuo la electrocuta con un táser. Acto seguido, pronuncia de nuevo la misma palabra que ya me puso los pelos de punta hace más de un mes.
―Corre.
Tras recoger mi equipo y las pocas cosas que considero de importancia (esta vez no voy a dejar pistas), le sigo hasta su sótano, una carrera de apenas cincuenta metros.
Esta vez no parece que nos vea nadie. Por suerte, el callejón no cuenta con cámaras ni detectores.
―Lin, esto no puede seguir así. Llevas un mes encerrada en ese trastero inmundo, intentando encontrar una solución que no llega. Si no hacemos algo, te acabaran descubriendo, por mucho escudo anti-CNI que hayamos instalado allí.
Tiene razón. Durante el último mes, no he hecho más que pensar. He perdido la noción de noche y día, algo a lo que la oscuridad del callejón no ayuda. Mi alimentación, cuando me da por comer, se basa en la dieta de Zuo, que consiste en instant noodles, bolsas de patatas, alguna pizza congelada y litros de té oolong. No me atrevo ni a cruzar la calle para usar el baño del sótano de Zuo, así que hago mis necesidades en un balde que vacío por las noches saliendo a un metro del trastero, después de pasar un buen rato asegurándome de que no hay drones sobrevolando la zona que puedan detectar mi CNI. No tengo agua corriente y solo me lavo cuando Zuo me trae un cubo de agua, algo que suele hacer los mismos días que él se ducha. En un mes, esto ha sucedido seis veces. Sin conexión a internet, dedico las horas muertas a leer las noticias que Zuo carga en mis lentes cada mañana. El resto del día me dedico a pensar en una solución, pero el tiempo pasa y ningún plan me parece plausible.
Zuo me propuso al principio comenzar a trabajar juntos en la segunda parte de nuestro plan, la que implica ayudar a Wenbo y a Zhēnlǐ zhī dào. Pero para mí eso es solo posponer lo inevitable. Sin poder salir a la calle, apenas podría hacer la mitad de mi trabajo, y eso no es una opción. Si hago algo, lo voy a hacer bien, y para eso lo primero es salir de esta situación.
Sin embargo, cada día parecemos estar más lejos de encontrar la manera de hacerlo. He perdido cinco kilos y noto que cada vez me cuesta más pensar con claridad. Los dos últimos días han sido especialmente improductivos y un creciente sentimiento de culpabilidad e impotencia no me deja pegar ojo.
―He estado investigando las opciones ―prosigue Zuo―. Solo he contemplado las que nos permitan continuar nuestro plan y tus investigaciones.
―Te escucho.
―Básicamente tienes dos alternativas. La primera es quedarte en el trastero y acostumbrarte a tu nueva y lujosa vida, confiando en que no seas descubierta. Obviamente, no es una buena idea.
―En eso estamos de acuerdo.
―La segunda es abandonar China e ir a un país que te apoye en tu propósito.
―Pensé que me ibas a proponer algo interesante ―le contesto irritada―. Eso no es nada que no supiéramos el primer día, el problema es encontrar ese país. Según están las cosas a nivel mundial, ¿quién coño va a arriesgar sus relaciones diplomáticas con el país más poderoso del mundo? Y no me hables de Chile, ya hemos tenido esta convers...
―Chipre ―interrumpió Zuo levantando la voz, y se me quedó mirando con la expresión del alumno que ha resuelto una ecuación imposible y espera la reacción de la profesora.
Chipre, ha dicho. El país diferente. El país que creó una Economía Basada en Recursos, remando en dirección opuesta al mundo entero. Para muchos, Chipre es la única esperanza, el único reducto que les hace tener fe en la humanidad. Para otros, la EBR es un simpático pero inútil intento de rescatar un planeta insalvable. Yo quería pertenecer a los primeros, pero mi desconfianza hacia los gobiernos y en general hacia todo órgano con poder hacía necesaria una gran cantidad de información para poder dar una opinión al respecto. Por mucha globalización y muchos amigos hackers que tuviera, esa información nunca la encontré en China. Hacía tiempo, Chipre había sido la gran novedad, disfrutando de sus quince minutos de fama por su novedoso sistema. Incluso a China habían conseguido llegar los detalles del nuevo gobierno de Panos Kana. Por mucho que intenté indagar más acerca del verdadero alcance de sus prometedoras políticas medioambientales, nunca conseguí llegar demasiado lejos. Al cuerno, pensé, como si no tuviera trabajo dentro de mi propio país. Desde entonces, la cantidad de noticias había disminuido. Si no recuerdo mal, fue en 2054 cuando Chipre abrió sus fronteras de manera controlada. El sistema había demostrado ser eficiente y el país crecía año tras año según su principal índice, el nivel de felicidad de los habitantes.
A pesar de todo, nunca se me había ocurrido esa opción, ya que se trata de uno de los países con las fronteras más controladas de la Tierra. Nadie se muda a Chipre por el mero hecho de querer mudarse a Chipre. Solo se puede emigrar allí con una invitación del gobierno. Ni siquiera conozco a nadie, tanto directa como indirectamente, que haya recibido tal invitación. Recuerdo haber leído noticias sobre aquel ingeniero holandés, aquel médico japonés o aquella científica australiana a los que Chipre acogió junto a sus familias enteras, pero nunca lo he vivido tan de cerca como para poder considerarlo una opción.
Sin embargo, Zuo lo ha considerado. Y Zuo no es ningún tonto.
Por ello, con una ilusión renovada, le sigo escuchando.