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Andrés Grande
Domingo, 9 de noviembre de 2064
Galatea

Mi despacho en las instalaciones de la AEC no era gran cosa, algo que no me importaba lo más mínimo ya que solía pasar la mayor parte de mi jornada laboral entre el hangar y el laboratorio. Sin embargo, me gustaba subir a este pequeño estudio situado en la octava planta cuando tenía que meditar o poner mis archivos en orden. Era una habitación sencilla y no muy amplia, en la que el único mobiliario consistía en una mesa con un moderno ordenador integrado y una silla de oficina. Sobre la mesa descansaba el microscopio que me llevé del CERN ante la insistencia de Monika. Los microscopios de la AEC eran mucho más sofisticados, pero, por alguna razón, me resistía a deshacerme del único recuerdo de mi anterior etapa.

Me gustaba proyectar la pantalla del ordenador sobre la pared blanca que había enfrente de la mesa. Los jóvenes solían llamarme anticuado por usar un desfasado proyector, pero la verdad es que, sabiendo lo difícil que era para la EBR acceder al grafeno de Chile, no pensé que mereciera la pena pedir una pantalla enrollable.

Detrás de mi mesa de trabajo había unos grandes ventanales con vistas a la agreste llanura de Mesaoria. En días como aquel, me gustaba girar la silla y quedarme mirando el paisaje durante largo rato mientras daba vueltas a mis asuntos.

Unos oscuros nubarrones llevaban horas anunciando una tormenta que, por mucho que aquel desértico paisaje necesitara, nunca llegaría. El sol había conseguido hallar un hueco entre el cubierto cielo, iluminando la llanura y acentuando su tono dorado, lo cual creaba un fuerte contraste con el gris oscuro de las nubes y daba como resultado un irreal paisaje que me recordaba a un cuadro de Van Gogh.

Es irónico, pensé mientras fijaba la vista en la línea del horizonte. Toda la vida esperando este momento, y ahora soy incapaz de disfrutarlo.

Aquel era el día en el que la construcción del módulo de antimateria que completaba la nave Alexia tocaría a su fin. Eso significaba que el proyecto estaría terminado. El módulo sería lanzado hacia la magnetosfera en apenas una semana para comenzar la recogida de antimateria que propulsaría a la nave el día del gran lanzamiento, pensado para el 25 de diciembre. El momento que llevaba décadas esperando estaba a la vuelta de la esquina.

Y, sin embargo, lo único que ocupaba mis pensamientos era Leah.

La mujer de mi jefe, mi psicólogo, mi... ¿amante? había desaparecido. Y yo no sabía a qué atenerme. ¿Estaría de viaje? ¿Habría huido del país? ¿La habrían secuestrado? ¿O podría haberle ocurrido algo? Era incapaz de pensar en ninguna posibilidad que significase algo positivo. En el mejor de los casos, se habría marchado sin avisarme, lo cual ya era tremendamente doloroso. En el peor... pensar en eso era exactamente lo que me torturaba. La realidad era probablemente mucho menos dura que los escenarios que mi imaginación sugería. Me moría por saber que había ocurrido, así podría dejar de hacer cábalas y mi agitación interior me daría una tregua.

Hacía ya dos semanas que Leah no había respondido a ninguna de mis llamadas para concertar nuestra sesión. Cansado de intentarlo, me arriesgué a presentarme en su apartamento una tarde en la que sabía que Ioannis estaría reunido.

Cuando llamé a su puerta, observé atónito cómo su casa ya no estaba allí. En su lugar vivía una anciana nostálgica y un poco senil. Pregunté entonces en el registro civil si la familia Patroklou se había mudado, pero no les estaba permitido revelar tal información. Busqué en los tres hospitales de Galatea, pero Leah no estaba ingresada en ninguno de ellos.

Era como si se la hubiese tragado la tierra.

Para mayor inquietud, estaba aquella sensación general de incertidumbre que se percibía en toda la ciudad. La misteriosa Teresa Liberopoulos acababa de asumir el poder del país tras ganar las elecciones, y nadie sabía muy bien qué nos depararía el futuro. Nuestra nueva presidenta se había labrado una gran fama como científica en los primeros años de su carrera, pero su popularidad había decrecido después de que accediera a la dirección de CypEx. Se la teñía de cruel y manipuladora, una fama que los rumores sobre la red de espionaje que su escuela de Madrid había creado no ayudaron a erradicar. Esta animadversión general hacia su persona quedó bastante clara durante la campaña electoral. Nadie parecía demasiado entusiasmado con su candidatura, las encuestas de intención de voto la daban por perdedora y sus mítines nunca llegaron a estar tan abarrotados de gente como los de su rival, Carlo Deligiannis.

Sin embargo, había resultado ganadora.

Era bien sabido que Liberopoulos solía tomarse las enseñanzas de Panos Kana y Rafail Deligiannis, precisamente el padre de su rival por la presidencia, demasiado al pie de la letra. Esto la convertía en una radical seguidora de la EBR sin muchos escrúpulos.

Una persona así en el puesto de directora de CypEx, si bien podría ser un fastidio para los demás países, no constituía una amenaza real para el pueblo. Sin embargo, ahora que gobernaba el país, nadie sabía muy bien hasta qué punto aquel radicalismo afectaría a sus vidas.

Es cierto que ya podía apreciarse algún efecto positivo del nuevo gobierno (el nivel de criminalidad, si ya antes era bajo, ahora era prácticamente inexistente) pero también había rumores, ciertos o no, de que comenzaban a producirse misteriosas desapariciones. Nunca fue algo que apareciera en los medios, pero de alguna manera, día tras día, a uno le llegaban noticias de alguien a quien no se había vuelto a ver en su puesto de trabajo. Resultaba extraño que todas estas desapariciones estuviesen llegando en el mismo momento. Para alimentar las sospechas, siempre se trataba de ciudadanos que en algún momento se habían mostrado críticos con la EBR.

El temor a estar controlados por un gobierno opresor y totalitario comenzaba a aflorar entre el pueblo. De momento, los ciudadanos se mostraban cautelosos y, al contrario que durante la campaña electoral, nadie se atrevía a hablar mal de Liberopoulos en público.

Cada vez que me enteraba de una desaparición más, aumentaba mi temor a que Leah formase parte de ese grupo. ¿Qué otra explicación podría haber?

Solo se me ocurría una persona que pudiese sacarme de dudas. Ioannis se había dejado ver varias veces por la AEC en las dos últimas semanas, pero nunca me había atrevido a preguntarle por Leah. Mi cobardía estaba justificada: no había que descartar la posibilidad de que Ioannis estuviera implicado en su desaparición. Si le preguntara, podría empeorar las cosas, aparte de no obtener ninguna respuesta.

Debía encontrar la manera de acceder a sus archivos sin que él se enterara. Quizá así encontraría un mensaje de Leah desde Buenos Aires, diciendo que el viaje fue bien y que su hijo Chris no parecía echarles mucho de menos. O quizá encontrara información sobre la nueva vivienda a la que se habían mudado. Aunque me doliera su silencio, sería un alivio descubrir que se encontraba bien.

Por otro lado, en el supuesto caso de que Leah se encontrara retenida por el gobierno, Ioannis podría tener información al respecto, dada su estrecha relación con Liberopoulos.

El despacho de Ioannis se encontraba en el mismo pasillo que el mío. Para entrar, un sensor debía identificar su CNI, seguido de la introducción de un código secreto. No había manera de que yo pudiera entrar por mi cuenta. Por tanto, necesitaría entrar con su permiso. No sería difícil inventar algo para que me invitase a su despacho, pero ¿qué pasaría entonces?

Usar alguna droga para dormirle sería lo más limpio. Una pastillita en el café que le mantuviera un tiempo grogui, lo suficiente como para que pudiera introducirme en su sistema y acceder a sus datos. Entonces llamaría a urgencias y vendrían a despertarle. Nadie sospecharía que entre su desmayo repentino y mi llamada habían pasado unos minutos.

El principal problema consistía en cómo conseguir la droga. El mercado negro se había tomado un descanso desde la subida al poder de Liberopoulos. Aquellos que solían acudir a las barcas del lago del parque Kana para encontrar lo que necesitaban ahora se lo pensaban dos veces, ya que la ciudad se había llenado de agops que no se andaban con contemplaciones a la hora de hacer cumplir la ley. Acudir a ese mercado sería la mejor manera de buscar un arresto.

Pero el mercado negro no era la única manera. Había otra forma que, aunque peligrosa, no conllevaría el riesgo de acabar detenido.

Las ruinas de Nicosia, la antigua capital de Chipre, nunca fueron completamente derruidas. Decenas de edificios, aunque abandonados, seguían en pie. En ellos permanecían los vestigios de las viejas tiendas, restaurantes, supermercados... y farmacias. Muchos de los productos que circulaban en el mercado negro habían sido extraídos durante un saqueo a estos locales.

Estos saqueos eran tremendamente peligrosos y no todo el mundo se atrevía a llevarlos a cabo. En la antigua ciudad todavía vivían permanentemente algunas bandas de salvajes ocupas no simpatizantes con la EBR cuya supervivencia dependía de los víveres que la generación anterior había abandonado allí. Cuando algún grupo de galitanos oportunistas se presentaban allí para robarles lo que consideraban suyo, no eran precisamente bien recibidos. Más de uno no había vuelto.

Las farmacias de Nicosia, con toda seguridad, guardarían todavía algún bote de Rohypnol, un poderoso tranquilizante que solía ser legal antes de la fundación de la EBR. Podría entrar en Nicosia en son de paz y explicar mi objetivo amistosamente. Incluso podría llevarles algo a cambio, seguro que aquella gente mataría por una buena botella de vino y un paquete de kourabiedes recién hechas. No era una garantía de éxito, pero era lo mejor que se me ocurría.

Me hallaba pensando en la forma en la que haría saber a los vigilantes de Nicosia que no suponía ninguna amenaza para ellos, cuando recibí una llamada en mis lentes.

Se trataba de Piotr Palowski, un arquitecto de mi equipo que, en esos momentos, se encontraba en el hangar encargándose de moldear las últimas láminas de grafeno para acoplarlas al módulo de recolección de antimateria de la Alexia.

Jefe dijo. Tiene que bajar al hangar. No se puede perder este momento.

Solo queda pulsar un botón dijo Palowski con gran excitación cuando llegué, y la última pieza será encajada. Creemos que este honor le corresponde a usted.

Palowski manejaba un complejo robot compuesto de varios brazos mecánicos que realizaba todo aquello que él le indicara a través de su ordenador. A unos prudentes diez metros de la zona de construcción, una multitud de alegres trabajadores se había congregado para asistir al encaje de la última pieza de un proyecto que les había ocupado durante años.

Pulsé aquel botón. Uno de los brazos mecánicos se elevó y se introdujo en uno de los compartimentos donde las piezas terminadas eran depositadas. Recogió una fina lámina rectangular de grafeno con varios agujeros en algunos puntos, y la bajó hasta donde se encontraba el módulo de antimateria, una especie de cápsula alargada no más grande que un utilitario. Otros cuatro brazos más finos tomaron la lámina y la acercaron lentamente hacia el módulo, preparados para ensamblarla.

Cuando la lámina estaba a punto de hacer contacto con el módulo, los cuatro brazos se detuvieron de repente. Extrañado, miré al monitor. Fue entonces cuando aparecieron unas grandes letras rojas acompañadas de un desagradable sonido de alarma.

Lámina demasiado pequeña, decían las letras. Debajo de ellas, una ventana informaba de la magnitud del error de cálculo.

Cuando el sonido cesó, me di cuenta de que en la sala se había hecho el silencio.

Palowski... acerté a balbucear ¿Te das cuenta de que ésta era nuestra última lámina de grafeno?

Se me pasó por la cabeza cómo iba a justificar ante Ioannis que no íbamos a poder lanzar la nave a tiempo por un estúpido error en el cálculo del tamaño de la última lámina.

Ah, y por cierto, nos hemos quedado sin grafeno. No te importará pedir un poco más a tus colegas chilenos, ¿verdad Ion?

Una gota de sudor frío comenzaba a bajarme por la sien mientras esperaba la respuesta de Palowski.

Venga conmigo por favor dijo enigmáticamente.

Le seguí intrigado mientras bajaba las escaleras de su puesto de control y se dirigía hasta el área donde se hallaba la multitud. Cuando estábamos a punto de llegar, todos ellos, incluido Palowski, estallaron en un grito:

¡INOCENTE!

Ya no permanecían en silencio ni parecían preocupados. Todos se reían y se felicitaban unos a otros mientras abrían un hueco que me dejó ver lo que estaban escondiendo.

Era el módulo de antimateria. Estaba terminado, y había una pancarta encima de él con las palabras Enhorabuena, Ande.

¿De verdad creía que íbamos a fallar en algo tan estúpido? me preguntó Palowski con una sonrisa de oreja a oreja. El módulo que estaba en el robot era solo la maqueta, y la lámina es una de las que usamos durante las pruebas.

Monika, que ya llevaba una copa de champán en la mano, me pasó un micrófono y el público me pidió unas palabras.

Sois unos cabronazos fue lo primero que acerté a decir. Pero gracias.

Sabiendo que no era amigo de grandes discursos, me quitaron el micrófono, lo reemplazaron por una copa de champán y me dieron un aplauso.

Sorprendentemente, me sentía a gusto con este equipo. Ya me conocían desde hacía tiempo y entendían mi particular forma de ser. Sabían que no le deseaba ningún mal a nadie y respetaban que, aunque no tuviese la capacidad de exteriorizarlo, tenía sentido del humor. Por lo visto, llevaban días planeando esta fiesta. Acabábamos de concluir un proyecto que había ocupado gran parte de nuestras vidas, así que había motivos de sobra para celebrarlo.

Muy a mi pesar, seguía sintiendo aquel gran vacío que me impedía disfrutar del momento. En cuanto pude, me escabullí y me dirigí de nuevo a mi despacho. Necesitaba seguir pensando en la manera de conseguir el Rohypnol en Nicosia, dormir a Ioannis y conseguir la información sobre el paradero de Leah.

Pasé de nuevo por la zona de construcción, donde los brazos mecánicos todavía sujetaban la lámina de grafeno. La maqueta a escala real del módulo que habíamos usado hace tiempo para simular el encaje con la Alexia también seguía allí.

Una idea irrumpió inesperadamente en mis pensamientos como un vendaval. De repente, todo estaba muy claro. Al fin y al cabo, puede que no hiciera falta poner mi vida en peligro yendo a Nicosia para conseguir lo que necesitaba. Y, además, podía llevar a cabo el nuevo plan en ese mismo instante.

Sin dudarlo, volví a la fiesta.

Palowski se hallaba repartiendo camisetas con la leyenda I did Alexia.

¿Cuál es su talla, jefe? me preguntó. Pensé en guardarle una M, pero con la barriga que ha desarrollado últimamente quizá deba agenciarse una XXL.

Te veo muy juguetón hoy, Palowski. ¿Qué te parece si gastamos una broma más?

Media hora después, me hallaba llamando a la puerta del despacho de Ioannis.

¿Qué desea? se oyó su voz a través del comunicador. Ioannis tenía la irritante costumbre de no abrir su puerta directamente. Por lo menos, esta vez no había preguntado quién era como otras veces, algo que era obvio ya que el sensor de su puerta identificaba mi CNI y se lo comunicaba directamente a través de sus lentes.

Tengo unos cálculos que compartir con usted.

¿No los puede enviar por correo?

Es importante.

De acuerdo, pase contestó, obviamente molesto.

Entré en su despacho, que era tres veces más grande que el mío y contaba con una hermosa panorámica de Galatea alzándose majestuosamente en medio de la desierta llanura de Mesaoria.

Ioannis parecía haber envejecido años en las últimas semanas. Varias canas podían apreciarse ya en su barba pelirroja y tenía un aspecto cansado. Supuse que, aparte del loco horario de trabajo que todo empleado de la AEC seguía últimamente, en su caso había que añadir la colaboración con Liberopoulos, que parecía haberse intensificado ahora que había ascendido a la presidencia.

¿Y bien? preguntó impacientemente. Ioannis nunca había sido especialmente afectuoso conmigo, pero, desde la fiesta de la AEC donde Kana me felicitó públicamente, su tono se había vuelto más hostil, incluso grosero en ocasiones.

Las predicciones del tiempo para el 25 de diciembre nos han llegado esta mañana.

¿Y bien? repitió con vehemencia.

Parcialmente nublado. Temperatura adecuada, unos dieciséis grados. El único problema para el lanzamiento podría ser el viento. La velocidad del mismo roza los límites establecidos por el protocolo de aborto.

Déjame ver eso.

Le entregué mi tableta de grafeno con el informe abierto, un documento de treinta páginas elaborado por la Oficina Meteorológica de Chipre especialmente para nosotros. Ioannis comenzó a leerlo concienzudamente. Tras varios minutos, me tomé la libertad de tomar asiento. Levantó un momento la mirada del informe para mirarme con enojo, pero continuó leyendo hasta que llegó a una conclusión.

La velocidad máxima estimada en el peor momento del día se queda dos kilómetros por debajo del primer nivel de alerta del protocolo dijo.

Exactamente. Y este informe tiene un margen de error del siete por ciento. Lo que significa que existe cierto riesgo de sobrepasar el límite.

Señor Grande, el margen de error se reducirá a medida que se acerque la fecha. A falta de diez días, este margen será insignificante. Y, si en ese momento descubrimos que existe la posibilidad de sobrepasar el límite, comenzaremos el ajuste de los paneles exteriores y el cálculo de la orientación de la plataforma, lo cual nos llevaría cuatro días en el peor de los casos. ¿Me puede explicar a dónde quiere llegar con su consulta?

Soy consciente de ello, señor. Pero aun así pensé que merecería la pena compartir con usted mi inquietud respondí sin mucha convicción. Nunca se me habría ocurrido hacer algo así de no ser porque necesitaba desesperadamente entrar en ese despacho.

La próxima vez un correo será suficiente. Estoy demasiado ocupado para distracciones innecesarias.

Entendido. Perdone las molestias, señor Patroklou.

Ioannis estaba a punto de despacharme, lo cual significaría que el plan habría fracasado. Pero en vez de eso, levantó las palmas de las manos en señal de frustración.

Acababa de recibir una llamada en sus lentes. Y yo sabía que la llamada provenía del hangar.

Patroklou al habla... Dígame Palowski... Espere.... ¡¿Qué ha ocurrido qué?! gritó.

Casi no pude reprimir una sonrisa al ver cómo se levantaba y salía corriendo de su despacho.

La puerta se cerró tras él.

Me acerqué a su ordenador inmediatamente para evitar que se bloqueara el uso del sistema. Proyecté la pantalla en la pared y comencé a buscar en su correo.

El último e-mail que había recibido provenía de Piotr Palowski. La foto adjunta era la que Ioannis había visto en sus lentes, la misma que le había hecho salir despavorido hacia el hangar. Mostraba el módulo de antimateria tumbado de costado en el suelo de la zona de construcción, con varias láminas despegadas yaciendo a su alrededor, algunas de ellas abolladas y magulladas. Solo yo sabía que se trataba, una vez más, de la maqueta del módulo. El asunto del mensaje rezaba las palabras FATAL ACCIDENTE en rojo y en mayúsculas. No pude evitar una sonrisa al pensar en la cara que pondría Ioannis al descubrir que se trataba de una broma. Es cierto que me sentía mal por Palowski, el pobre hombre no tenía ni idea que mi jefe no era un tipo con un gran sentido del humor. Pero, entre la bronca a un compañero y arriesgar mi vida saqueando una farmacia de Nicosia, tenía claro lo que debía elegir.

Calculé que tendría unos diez minutos por lo menos hasta que Ioannis volviera. Decidí descargar su correspondencia de los últimos tres meses en mis lentes para leerlo luego con más calma. Cuando terminé, todavía me sobraban tres minutos.

Ordené entonces sus archivos por uso reciente y descargué los veinte primeros.

Cuando acabó de descargarse el último, ya quedaba solo un minuto. Ahí fue cuando me di cuenta de que todos pertenecían a la misma carpeta: Proyecto FF. Nunca había oído hablar de tal proyecto, pero debía ser importante.

Qué cojones, pensé. Comencé la descarga de la carpeta completa.

Fui hacia la puerta del despacho y me asomé al pasillo. No se veía a nadie, y tampoco se oía ni un solo ruido. El ascensor se encontraba a la vuelta del pasillo, a unos veinte metros. Decidí dejar la puerta abierta para poder oír cuando alguien saliera del ascensor.

Volví al ordenador. Mis lentes mostraban que el tiempo de descarga restante era de ocho minutos. Nunca confié en que lo conseguiría, pero decidí quedarme. Cuanto más archivos recopilara, más probable sería que diera con el paradero de Leah.

Cuando apenas quedaban unos segundos para el final de la descarga, se oyó el ascensor, seguido de unos pasos acelerados. Tenía que reaccionar. Detuve la descarga y borré el historial de conexiones. Salir del despacho habría sido inútil, así que simplemente volví a sentarme en la silla, me recosté hacia atrás y me quedé mirando al techo, como si estuviera leyendo algo en mis lentes.

Menos de dos segundos más tarde, entró Ioannis.

¿Sigue aquí? preguntó, más sorprendido que enfadado.

Nunca me dijo que me fuera.

Ioannis suspiró, como si tuviera que hacer un gran esfuerzo para no mandarme a la mierda.

Desaparezca por favor. Ya he perdido suficiente tiempo con estupideces hoy.

¿Iba todo bien en el hangar? no pude evitar preguntarlo.

Todo bien, excepto la inteligencia de sus compañeros de equipo. A veces me pregunto cómo han llegado hasta aquí.

Descubrí que me iba a costar un esfuerzo considerable continuar aquella conversación sin reírme de él en su cara, así que decidí despedirme.

No le molestaré más. Buenas tardes.

Mientras cerraba la puerta por fuera, oí cómo despotricaba en voz baja contra los incompetentes anemolios, como si él mismo no fuera uno.

Triunfal, me dirigí a mi despacho para analizar la información descargada.

Descargué todo el contenido de las lentes en mi base de datos mientras me preguntaba atónito por qué Ioannis habría usado la misma fórmula que utilizábamos en el proyecto Alexia para encriptar todos sus archivos. Esto era una violación clara del protocolo de seguridad de la AEC y podría acarrearle una dura sanción, especialmente ahora que teníamos una maniática del tráfico de información a cargo del país.

No es que pudiera usar esta infracción en contra de mi jefe (hacer eso significaría confesar mi hurto), pero por lo menos me ahorraría unas cuantas horas buscando la fórmula de encriptación adecuada, algo que podría resultar bastante tedioso.

Coloqué toda la información dentro de una nueva carpeta y usé mi propia fórmula de encriptación para protegerla. Acto seguido, borré todas las descargas de mis lentes. Ya me sentía seguro.

Comencé mi análisis de la manera más directa que se me ocurrió: abriendo su correo e introduciendo Leah en la barra de búsqueda.

El pulso se me aceleró cuando el programa me devolvió el primer resultado. Por desgracia, mi gozo no duró mucho al darme cuenta de que era también el único, y que además no arrojaba demasiada luz. Era un email que provenía de Milos Darcevik, el jefe de Leah. Había sido enviado el miércoles 22 de octubre.

Querido Ioannis,

Me ha sido imposible contactar con Leah o contigo por teléfono o mensajería. Te ruego me contestes lo antes posible ya que Melinda y yo estamos preocupados. Leah no ha acudido a la consulta ni ha estado operativa en toda la semana, y nos preguntamos si ha ocurrido algo.

Gracias y un saludo de tu viejo amigo,

Milos

Sentí una punzada de culpabilidad. Este email había sido enviado un día antes de la consulta que Leah y yo planeábamos para el jueves 23, lo cual significaba que, para cuando yo empecé a preguntarme dónde se encontraba, ella ya llevaba casi una semana desaparecida.

Peor aún, ni siquiera Milos y Melinda sabían dónde se encontraba. Esto descartaba casi por completo la posibilidad de que se hallara de viaje. ¿Por qué si no se lo ocultaría a su jefe y a su amiga?

Las manos comenzaron a temblarme mientras pensaba en la siguiente manera de filtrar el correo de Ioannis. Temía lo que pudiera encontrarme.

Ya que Leah no ofrecía más resultados, filtré por Milos.

La primera entrada mostró el correo que ya había visto. Ioannis no había contestado, pero eso no significaba nada. Quizá les hubiera llamado por teléfono.

Había una entrada más. No se trataba de un solo email, sino de una cadena de tres mensajes entre Ioannis y un tal Phineas Beyoglu. Por la firma de éste último, pude averiguar que se trataba de un general de la AGOP, la Agencia del Orden Público de la EBR.

Enviado: Jueves 23 de octubre de 2064 a las 06:17

De: Ioannis Patroklou

A: Phineas Beyoglu

Asunto: Confirmación operación

Buenos días general Beyoglu,

Le ruego me confirme lo antes posible si la operación que acordamos anoche referente a Milos Darcevik ha sido ejecutada y si todo ha salido según lo planeado.

Saludos,

Ioannis Patroklou

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Enviado: Jueves 23 de octubre de 2064 a las 06:33

De: Phineas Beyoglu

A: Ioannis Patroklou

Asunto: RE: Confirmación operación

Señor Patroklou,

La operación se ha llevado a cabo y el señor Darcevik ya se encuentra en nuestras instalaciones. Hubo cierta resistencia inicial por parte de la señora Darcevik, pero se tranquilizó en cuanto le explicamos las razones de la detención y, sobre todo, cuando le mostramos la evidencia de los delitos de su marido. A partir de ese momento, no solo se alegró de que nos le lleváramos, sino que también tuvimos que sujetarla para evitar que le agrediera.

He de informarle también acerca de su mujer. Anoche volvió a darnos problemas. Como le prometimos, estamos intentando todo lo posible por protegerla, pero no estoy seguro de cuánto tiempo podremos seguir haciéndolo si continúa con esta actitud.

Un saludo,

Gral. Phineas Beyoglu

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Enviado: Jueves 23 de octubre de 2064 a las 06:39

De: Ioannis Patroklou

A: Phineas Beyoglu

Asunto: RE: Confirmación operación

Gracias por su respuesta, general Beyoglu.

No se preocupe por la señora Darcevik. Hoy me pondré en contacto con ella para atar cabos sueltos.

En cuanto a mi mujer, he de recordarle que la prioridad es el éxito del proyecto FF. Como participante prioritaria del mismo, mi mujer necesita que su integridad física sea respetada. Le sugiero que, en caso de que su actitud siga siendo problemática, la muden temporalmente a la unidad de aislamiento. Pero repito, no usen la violencia bajo ningún concepto.

Saludos,

Ioannis Patroklou

¡Leah estaba viva! Me di cuenta de que realmente había llegado a temer por su vida y sentí un gran alivio. Tampoco pude evitar alegrarme al darme cuenta de que no me había estado ignorando. Si no me había contestado, era porque se hallaba retenida en algún sitio.

Me sentí inmediatamente culpable por esta egoísta reacción. Acababa de enterarme de que Leah había sido secuestrada, y lo primero que parecía pasarme por la cabeza era mi orgullo.

Enterré estos pensamientos para continuar con la investigación. Ioannis había mencionado que Leah formaba parte del Proyecto FF. Me alegré de haber descargado la carpeta referente a ese misterioso proyecto.

Aquella carpeta contenía 258 archivos dispuestos en orden alfabético. Me llamó inmediatamente la atención uno de los primeros, que se llamaba Alexia.

Al abrirlo, me di cuenta de que este archivo contenía los planos de mi nave. ¿Qué tenía que ver la Alexia con todo esto?

Continué leyendo los nombres de los archivos de la carpeta, buscando alguno que pudiera sonar prometedor. Me decidí por uno que se llamaba Itinerario.

El archivo contenía el recorrido del Proyecto Alexia. Indicaba cómo la nave sería lanzada el 25 de diciembre de 2064, cómo recogería el módulo de antimateria en la magnetosfera, cómo cruzaría los confines del sistema solar en dirección a Próxima Centauri y cómo realizaría una trayectoria circular que le devolvería a su origen seis años después. Deduje que el proyecto FF era simplemente otra manera de llamar al proyecto Alexia. Quizá era así como Ioannis se refería a él.

Pero había algo diferente. La Alexia no iba a aterrizar en el mismo lugar donde había sido lanzada. En su lugar, el documento aseguraba que aterrizaría sobre Pafos. ¿Qué narices significaba esto? Según nuestros planes, la nave debería aterrizar en las instalaciones de la AEC, cerca de Galatea. Pafos era una antigua ciudad situada en la costa oeste de Chipre. A día de hoy, allí solo quedaban ruinas y un par de complejos turísticos para aquellos que se acercaran con sus campañetas a disfrutar de sus agradables playas. Pero, que yo supiera, allí no existía ninguna infraestructura que pudiera acoger el aterrizaje de una nave espacial, y tampoco había ningún plan para construirla. No tenía ningún sentido.

Curiosamente, el documento no ofrecía ningún otro detalle sobre Pafos. Escaneé el resto de archivos, observando un extraño patrón. Cada vez que se mencionaba Pafos, parecía faltar una sección del documento, como si alguien lo hubiera borrado por seguridad. ¿Por qué Ioannis, alguien que apenas protegía su documentación, había decidido eliminar parte de ella? Deduje que algo se estaba cociendo en Pafos, algo que Ioannis sabía gracias a Liberopoulos y que no deseaba compartir con ningún miembro de la AEC. Aun así, por el momento no tenía razones para pensar que esto nos afectara a mi o a Leah, así que di por zanjado el asunto temporalmente.

Continué buscando archivos. Abrí varios que no entendía, así como otros tantos que no parecían contener nada interesante.

Hasta que di con un archivo denominado Reunión Grupo Inversor 29 agosto 2064.

Se trataba del vídeo de una reunión que había tenido lugar entre Teresa Liberopoulos, Ioannis y una audiencia de cinco personas a las que no conocía. Me llamó la atención su vestimenta: los hombres llevaban corbatas de seda y relojes de lujo, mientras que las dos mujeres presumían de elegantes trajes y llamativas joyas... Obviamente, ninguna de estas personas vivía en Chipre.

Los siete participantes se hallaban sentados alrededor de una mesa circular, hablando despreocupadamente. A los pocos segundos, Liberopoulos se puso en pie y comenzó a hablar.

Buenos días a todos. En primer lugar, me gustaría agradecerles que hayan volado hasta Galatea con el motivo de esta reunión. Espero que merezca la pena y que puedan disfrutar de la hospitalidad de nuestro país si deciden quedarse unos días más.

El señor Patroklou los ha reunido hoy aquí a petición mía para que pueda informarles de los últimos progresos en nuestro plan. Somos conscientes de que han invertido gran parte de su tiempo y recursos en el mismo, y comprendemos perfectamente su impaciencia y su irritación al escuchar información contradictoria por parte de los dirigentes.

Permítanme comenzar con un resumen de la situación.

He de confesar que el retraso en la puesta en marcha del proyecto no solo se debe a motivos técnicos y operativos, sino también a importantes diferencias de opinión en la cúpula del país. Sin embargo, ya hemos encontrado una solución a las mismas.

Esto significa que el proyecto First Fleet no se retrasará más allá de este año. La fecha fijada para el lanzamiento de la nave será el 25 de diciembre.

Los participantes sonrieron y uno de ellos, de rasgos hispanos, aplaudió con entusiasmo. Fue entonces cuando me di cuenta de quién era: se trataba de Guillermo Stark, el hombre más rico del mundo y también uno de los más odiados en Occidente. Él había sido el principal promotor del Plan Stark en los tiempos en los que trabajaba para el FMI.

First Fleet. O sea, que eso significaba FF. Debía estar equivocado al pensar que era un simple nombre alternativo para la nave. ¿Podrían estar refiriéndose a una variación del proyecto Alexia?

El nombre First Fleet me recordó a un libro que había leído hacía tiempo sobre la primera flota de barcos que Inglaterra había enviado a Australia en el siglo XVIII con el objetivo de crear una colonia penal. Supuse que, en este caso, se refería a la flota de animales que iban a componer la tripulación en el primer viaje de la Alexia.

Continué la reproducción. Liberopoulos siguió hablando.

Los materiales necesarios para finalizar la construcción se hayan en camino, lo que nos permitirá completar el módulo a primeros de noviembre y enviarlo a la magnetosfera el día 14 del mismo mes.

En cuanto a la construcción de las cápsulas de criogenización, me alegra comunicarles que también vamos por el buen camino. Como saben, las cápsulas para los animales llevan terminadas un tiempo. Las nuevas cápsulas que usaremos para la tripulación humana son más complicadas, pero ya hemos completado la fabricación de cuarenta unidades. La sesenta restantes serán completadas en los próximos meses previos al lanzamiento.

Dicho esto, el señor Patroklou procederá a resumirles el estado actual de las construcciones en Pafos...

Detuve el vídeo de nuevo y reproduje otra vez la parte donde Liberopoulos hablaba de la tripulación humana.

Efectivamente, había entendido bien. Así que de eso se trataba el proyecto First Fleet. Pretendían enviar a cien hombres y mujeres al primer viaje interestelar de la historia. Les enviarían como si fueran ratas de laboratorio, dentro de una nave que nunca antes había sido probada en esas condiciones.

Mi nave.

Tuve la horrible sensación de haber sido brutalmente engañado para crear una máquina de aniquilar vidas humanas. No es que estuviera a favor de arriesgar la vida de animales, pero habíamos elegido especies que habían demostrado una fuerte resistencia a la radiación. Si la protección de la nave resultaba ser insuficiente, los rayos gamma de las explosiones interestelares atravesarían la piel humana como los rayos del sol atraviesan una fina tela blanca.

Y, de repente, me asaltó una duda, un pensamiento tan aterrador que tuve que apagar por completo aquel vídeo. Ya no me interesaba en absoluto saber qué tipo de construcción estaba levantando el gobierno en Pafos, ni qué tenía que ver Guillermo Stark con todo esto.

Seguí leyendo los nombres de los archivos, hasta que llegué a uno que tenía toda la pinta de aclarar aquella duda. Se llamaba tripulación. Esperé a que se abriera, con las manos temblorosas y el corazón latiéndome a mil por hora.

La pantalla devolvió una lista de nombres ordenados por orden alfabético. Desplacé el cursor hacia abajo para descubrir justo lo que me estaba temiendo.

Aquella lista contenía el nombre de Leah Patroklou.