Comprobé con consternación cómo mis sospechas se veían confirmadas cuando noté el roce de su mano mientras esperábamos impacientemente el despegue de la Alexia.
Teresa no había querido contemplar el lanzamiento desde la cabina de mandos, como habría cabido esperar. En vez de eso, me citó a solas en la azotea del edificio de oficinas de la AEC, que era casi tan alto como las torres del anillo J de Galatea. Desde allí teníamos unas vistas privilegiadas. Era un día claro y el mar podía divisarse a lo lejos, tanto al norte como hacia el sur. Al oeste quedaban las ruinas de Nicosia con los montes Troodos de fondo, mientras que al este podíamos admirar con orgullo cómo las torres de los anillos externos de Galatea se alzaban en medio de la nada, formando un perfecto círculo blanco que me recordaba a las mandíbulas de un tiburón.
Estábamos en el único lugar donde podían observarse a la vez la decadencia del pasado y el auge del presente, el abismo del antiguo sistema en contraposición a la prosperidad y esperanza de la EBR.
La cuenta atrás tocó a su fin.
A unos cientos de metros delante de nosotros, estalló una explosión ensordecedora. Tras ella, la Alexia comenzó a elevarse, iniciando su ascenso a la magnetosfera. Allí realizaría una parada de unas horas para acoplar el módulo de antimateria, lo que le permitiría contar con el combustible necesario para comenzar su épico viaje de ida y vuelta a las estrellas.
A medida que la Alexia cogía altura, la presidenta me iba agarrando la mano con más fuerza.
Quién me lo iba a decir hacía unos años. Cuando la conocí, Teresa era una influyente científica con una carrera impecable a sus espaldas que acababa de decidir dar un valiente giro a su carrera asumiendo la dirección de CypEx. Para mí fue un gran honor comenzar a trabajar con ella en los proyectos First Fleet y Pafos, aunque he de reconocer que en ocasiones podía resultar demasiado intimidante. Con el paso de los años, este sentimiento se convirtió en un mucho más saludable respeto. De hecho, las horas que pasamos juntos se ocuparon de estrechar nuestra relación hasta convertirnos en amigos íntimos, aunque en ocasiones llegué a pensar que ella habría deseado todavía algo más. Por suerte, era un hombre casado, lo cual me proporcionaba la excusa perfecta para mantener cierta distancia.
Pero hoy, esta excusa parecía haber perdido su validez. Supuse apesadumbrado que el hecho de que hubiera metido a mi mujer en aquella nave a las estrellas dio ciertos motivos a Teresa para pensar que nuestro matrimonio no estaba funcionando.
Tenía que pararle los pies antes de que fuese demasiado tarde.
―Nunca imaginé lo que llegaría a hacer por amor ―dramaticé, sin apartar la vista de la nave, que comenzaba a convertirse en un minúsculo punto en medio del cielo azul.
―¿A qué te refieres? ―preguntó desconcertada.
―A veces pienso que el amor es como la energía, una fuerza que ni se crea ni se destruye, sino que simplemente se transforma ―comencé a divagar, sabiendo que esto irritaría a Teresa.
―¿Ahora te has vuelto un filósofo? Por favor, déjate de gilipolleces y ve al grano.
―Hace años solía pensar que siempre amaría a mi mujer. En realidad no me equivocaba, pero nunca sospeché que este amor cambiaría radicalmente con el paso del tiempo, virando hacia unos sentimientos más bien paternales, orientados a protegerla de sus propias ideas, que, por desgracia, han tomado un rumbo divergente al de las mías. Iría absolutamente en contra de mis principios aceptar unas creencias tan contrarias a la EBR, por no decir que sería ilegal.
―Hiciste bien en denunciar su caso ―el tono de Teresa recuperó su calidez habitual.
―Lo sé. Los objetivos de la EBR están por encima de un simple matrimonio. Pero incluso en estos casos se puede buscar cierta compatibilidad.
―¿A qué te refieres?
―No he perdido la esperanza de que Leah entre en razón. Como tripulante de la Alexia, se convertirá en una heroína de la EBR. Si todo sale bien, estará de vuelta en unos pocos años. Para entonces, la situación en la Tierra será muy distinta, y quizá esto le haga replantearse algunas de sus ideas. Si estoy en lo cierto, podremos volver a estar juntos.
Me sorprendió a mí mismo la cantidad de basura que podía salir de mi boca sin afectar a la solemnidad de mi expresión. Deseaba que mi mujer sobreviviera, pero sabía que nuestro matrimonio había acabado para siempre. Por desgracia, Leah había pasado a ser un gran estorbo con el paso de los años. Sus ideas eran incompatibles con el desarrollo natural de la EBR, y nunca llegaría a entender los sacrificios que se necesitaban para alcanzar un modo de vida sostenible en nuestro planeta. Pertenecía al grupo de ilusos que seguían pensando que un simple cambio en el sistema podría permitir que billones de seres humanos continuaran poblando la Tierra. Conociéndola, nunca habría aprobado los planes del Grupo Inversor. Como una de las pocas personas con el sentido común necesario para entender el alcance del problema, era mi responsabilidad hacer algo al respecto. Estaba llamado a hacer grandes cosas, y no sería coherente mantenerla a mi lado. Después de manejar todas las posibilidades, llegué a la conclusión de que introducirla en el proyecto First Fleet sería lo más razonable. Todos salíamos ganando: ella tendría muchas más posibilidades de sobrevivir que permaneciendo en Galatea, y yo demostraría al Grupo Inversor mi compromiso con el proyecto. Es tremendo lo de este Ioannis, diría Stark con su acento mejicano. Es capaz de arriesgar la vida de su esposa por la EBR. ¡Esa es la actitud que necesitamos!
Lo más difícil fue manejar su estancia en el centro de selección de tripulantes, o más conocido por sus siglas en inglés, CEFF (Campus for the Establishment of the First Fleet). En circunstancias normales, los guardias no habrían aguantado sus continuas rabietas y la habrían pegado un tiro a las primeras de cambio. Por suerte, el general Beyoglu me debía varios favores y cumplió su promesa de protegerla.
Teresa seguía manteniendo su mano alrededor de la mía, si bien es cierto que no la agarraba con la fuerza de antes. Con un poco de suerte, se habría tragado todo aquel cuento de que deseaba transformar a mi mujer para poder volver a estar con ella.
Miré a la presidenta, intentando descubrir en su expresión el impacto de mis palabras, pero su rostro mostraba aquella enigmática sonrisa que podía significar cualquier cosa.
―Vas a necesitar compañía durante todos estos años ―dijo, y algo en su tono me indicó que se trataba más de una afirmación que de una sugerencia.
Antes de que pudiera contestar, Teresa se colocó delante de mí, a tan poca distancia que su pelo me hizo cosquillas en la barbilla. El agarre de su mano izquierda había recuperado la firmeza de antes, mientras que su mano derecha ya acariciaba mi pecho. Miró hacia arriba, perdiendo sus ojos en los míos con deseo, y supe que estaba esperando un beso.
En los instantes que pasaron antes de que reaccionara, tuve tiempo de fijarme en las arrugas verticales que partían de sus finos labios, parcialmente cubiertas con maquillaje. ¿Qué se sentiría al besar a una anciana?
Mierda, pensé. Otro sacrificio más.
Dejando a un lado mis prejuicios, agaché la cabeza, cerré los ojos y posé mis labios sobre los suyos. La presidenta los abrió, y su lengua comenzó a juguetear dentro de mi boca. Sus fláccidos brazos rodearon mi cuello y su cuerpo se apretó con fuerza contra el mío. Me sorprendí a mí mismo disfrutando aquel momento y comenzando a tener una erección, pero ésta remitió en cuanto me di cuenta de que en algún momento tendría que dar un paso más. Algo se me revolvió en el estómago cuando imaginé su decrépito cuerpo desnudo sobre el mío.
Llevo años trabajando para llegar a lo más alto, me recordé. No lo voy a echar a perder por unos estúpidos remilgos.
El beso terminó cuando la presidenta quiso. Nuestros cuerpos se separaron, pero nuestras miradas quedaron unidas. La dilatación y el brillo de sus pupilas reflejaban un deseo que yo esperaba poder corresponder.
―Hay que continuar con el plan ―dijo Teresa por fin, recuperando la compostura.
―¿Sigues pensando que el siguiente paso es estrictamente necesario? ―pregunté yo tras carraspear.
―Por desgracia, lo es. El Grupo Inversor ha perdido confianza en nosotros después de haber estado a punto de arruinar el plan de China. No quiero pensar que habría ocurrido de no habernos ocupado a tiempo de Kozo.
Un escalofrío me recorrió la espalda al recordar el momento en que el general Beyoglu puso su pistola en la nuca de Leah. Aquella perra de Xandra acababa de provocar que su amigo chileno recibiera un disparo, y estaba a punto de hacer lo mismo con mi mujer. Aceptó llamar a su hacker en el último momento, lo cual nos permitió encontrar a aquel gordo seboso antes de que nos delatara. He de admitir que el tal Kozo era más listo de lo que esperábamos. Había descubierto que fuimos nosotros los que enviamos el informe Xihu a Chile, en vez de destruirlo tal y como prometimos al gobierno chino. Estaba a punto de hacer pública esta información, lo cual nos habría puesto en el ojo del huracán. El mundo entero habría descubierto que fuimos nosotros los que provocamos la guerra.
A pesar de que Teresa consiguió evitar la catástrofe, no pudo evitar las preguntas de nuestros inversores, que vieron cómo su futuro comenzaba a tambalearse y empezaron a hacerse la pregunta de si realmente teníamos todo bajo control como les habíamos asegurado.
La presidenta tenía razón. Bajo estas circunstancias, no podíamos permitirnos otro resbalón.
―Sé que le tienes aprecio ―continuó Teresa―. Pero no te pediría que te ocuparas de él si no fuera imprescindible.
―Lo sé. Cuanto antes terminemos con esto, mejor será para todos. Lo haré ahora mismo.
Comencé a caminar hacia la puerta de la azotea.
―¿Ioannis?
Me di la vuelta, mientras pensaba en lo maravilloso que sería que la presidenta cambiase de opinión. Sin embargo, no era eso lo que quería comunicarme.
―Pafos merecerá la pena ―dijo.
Cuarenta y cinco minutos después, me hallaba recorriendo los lúgubres y laberínticos pasillos de color mostaza de Pafos, la ciudad subterránea construida a partir del antiguo búnker turco que se hallaba justo debajo de la Plaza Verde.
No eran muchos los que tenían conocimiento de su existencia, y muchos menos los que poseían la autorización para entrar en ella. Pronto acogería a mucha más gente, pero de momento solo la cúpula del gobierno y el Grupo Inversor gozaban del acceso a este complejo que guardaba todos los secretos de la EBR.
Y, de entre todos aquellos secretos, había uno que era demasiado peligroso. Y era mi trabajo que dejara de serlo.
Tras pasar numerosos controles de seguridad, por fin llegué a la puerta acorazada con el número 466, el que me había indicado la presidenta. Después de indicar a los agops que me seguían que retrocedieran unos pasos, introduje la llave mientras me acercaba al lector para que mi CNI fuese reconocido.
La puerta se desbloqueó. Era gruesa y muy pesada, y tuve que apoyar un pie en la pared para abrirla.
Dentro, las tenues luces estaban encendidas y mostraban un pequeño pero acogedor apartamento sin ventanas de una sola habitación, amueblado siguiendo el estilo minimalista de las viviendas de la EBR. Había un sofá cama en el centro y un pequeño escritorio pegado a la pared del fondo, bajo una bandera de la EBR y junto a una estantería repleta de libros escrupulosamente ordenados por tamaño.
Y allí, sentado en la mesa del escritorio y observándome en silencio con una expresión entre la decepción y la sorpresa, se encontraba Panos Kana.
―No me digas que tú formas parte de todo esto ―dijo Kana antes de que yo me atreviera a abrir la boca. Su expresión se había endurecido, su tono era severo y sus ojos parecían a punto de fulminarme en cualquier momento. No había perdido un ápice de aquel temperamento que, pese a aparecer en contadas ocasiones, todos habían temido durante sus años de mandato. Sin embargo, su presencia ya no era la misma. Ya no me encontraba ante el legendario presidente de la EBR, sino ante un hombre derrotado por su más odiado enemigo y traicionado por su propia gente. Allí sentado y mirándome con odio, no era más que un viejo decrépito cuyo huesudo cuerpo apenas llegaba a llenar aquel pijama deshilachado.
Ante aquella visión desgarradora, no pude evitar maldecir la mala gestión de la presidenta. Cuando el Grupo Inversor había ordenado el asesinato del presidente de la EBR, Teresa había desobedecido. Pensando que Kana sería la persona perfecta para fundar una colonia espacial cuando llegase el momento, había tomado la decisión de mantenerle con vida en secreto, escondiéndole en uno de los compartimentos secretos de Pafos. Sin embargo, tras los recientes acontecimientos, Teresa le había visto las orejas al lobo. Sabía que a Stark no le temblaría la mano a la hora de ordenar su cese o su ejecución si era necesario, y pensó que no se podía permitir otro tropiezo. Si el Grupo Inversor descubría que Kana seguía vivo, sería su fin. Muy a su pesar, decidió que no la dejaban más remedio que llevar a cabo lo que debería haber hecho dos meses antes. Pero claro, la presidenta no deseaba mancharse las manos. Siendo yo el único que conocía la situación, ahora era a mí a quien le tocaba hacer el trabajo sucio.
Me senté en el sofá cama que se encontraba en medio del apartamento, colocándome frente a él. Pasaron unos segundos en silencio. Todavía me hallaba asimilando el nuevo estatus de la persona a la que había venerado durante décadas.
―Espero que hayas venido a darme una explicación ―dijo él al fin.
―No creo que estés en posición de exigirme nada ―repliqué sin pensarlo. Parecía que ya había digerido la nueva situación de Kana, y no estaba dispuesto a que me faltase al respeto.
―Disculpa mi descortesía por favor. Supongo que estos dos meses de encierro han agriado mis modales.
Así estaba mucho mejor. Parecía que él también había asimilado su posición y el estatus de la persona con la que estaba hablando. Decidí dejar pasar por alto el hecho de que no me hablara de usted, al fin y al cabo aquel hombre había sido muy importante para mí y mi familia. Volví a sentir simpatía por él y decidí que merecía saber lo que estaba ocurriendo.
―¿Recuerdas haber estado en el hospital?
―Es lo último que recuerdo antes de haber acabado en esta cárcel.
―Oh, ¡esto no es ninguna cárcel! Puedes considerarte afortunado de haber podido disfrutar de estos lujos ―dije mientras miraba alrededor de la habitación―. Muchos no han tenido esta suerte.
―¿Quiénes son esos muchos?
―Cada cosa a su tiempo. Creo que este artículo te explicará mejor que nadie algunas cosas.
Saqué mi tableta de grafeno del bolsillo, la desenrollé y le mostré el artículo de cabecera del Diario Galitano de la tarde del 18 de Octubre. El titular era conciso: Muere Panos Kana.
Kana leyó el artículo con atención. Cuando hubo terminado, su rostro había adquirido un color pálido.
―¿Qué significa esto? ―preguntó con un hilo de voz.
―Significa que puedes estar orgulloso. No he podido traerte más artículos de prensa, pero he de confesarte que nunca he escuchado tantos halagos como los días posteriores a tu muerte. Tu funeral fue un acontecimiento planetario, se han creado movimientos pacíficos y ecológicos con tu nombre, y tu imagen se ha convertido en un icono a escala mundial. El paso de los años no hará más que engrandecer tu leyenda. ¿No te parece increíble?
Esperaba un millón de preguntas, pero Kana no respondió inmediatamente. En su lugar, se quedó mirando el artículo que le había entregado, aunque era obvio que no lo estaba leyendo. Parecía concentrado en atar cabos.
―Así que de eso se trata, ¿verdad? Stark ha decidido que valgo mucho más muerto que vivo ―dijo al fin.
―No se trata solo de Stark. Hay muchos más inversores. Y no se equivocan.
―¿Por qué no ejecutarme de verdad entonces?
―Creen que estás muerto. Mantenerte con vida fue idea mía y de la presidenta.
―¿La presidenta?
―Teresa Liberopoulos ha sido elegida tu sucesora.
Kana estalló en una carcajada nerviosa.
―¿Elegida? ¡Vamos hombre! Los dos sabemos el significado que las elecciones tienen en este país.
―No deberías reírte de la presidenta. Al fin y al cabo tu llegaste al poder de la misma manera.
―Debería haber imaginado que algún día querrían deshacerse de mí. Stark se convirtió en el verdadero dueño del destino de este país al ayudarnos a ganar la guerra contra Turquía, y ha estado moviendo los hilos de la EBR desde su creación. Fui un iluso por pensar que era intocable.
―Tienes razón, en parte. Tu imagen es intocable. Es tu persona la que no es esencial.
―¿Por qué Liberopoulos? No creo que goce con el apoyo y la simpatía del pueblo, precisamente.
―Es la única dispuesta a acceder a todas sus peticiones.
―A mí nunca me pidieron nada.
―Pero saben que te negarías.
―¿De qué tipo de peticiones estamos hablando? ―preguntó Kana mientras se incorporaba en la silla. Su expresión mostraba que no estaba de seguro de que le fuese a gustar lo que estaba a punto de escuchar.
―Panos, he de pedirte que no me malinterpretes. Como para el resto de los ciudadanos, has sido mi gran ídolo durante las últimas décadas. Creo que has transformado este país, creando un paraíso para todos sus habitantes y, lo que es más importante, mostrando un modelo de sostenibilidad al resto del mundo.
―No seas cínico, por favor ―me interrumpió Kana, apenas ocultando su indignación―. Ambos sabemos que fui simplemente una marioneta, la cara bonita encargada de engañar al pueblo y decirle que este paraíso era fruto de su esfuerzo.
―Ahora no finjas que nunca creíste en la farsa. De acuerdo, reconozco que toda la infraestructura en la que la EBR esta cimentada y el mantenimiento de la misma fue posible gracias al dinero del Plan Stark y a las posteriores contribuciones del Grupo Inversor. Es cierto que, paradójicamente, la EBR no existiría de no ser por aquello que sus creencias más aborrecen. Pero inculcar un modo de vida sostenible a millones de personas tiene un precio. Nosotros somos los únicos que lo hemos intentado, y también los únicos que lo hemos conseguido. Hemos de sentirnos orgullosos de ello. Especialmente tú, que fuiste la persona perfecta para transmitir al pueblo este sentimiento.
―¿Y de que sirvió? Casi veinte años después, Chipre es la única EBR del mundo. Somos menos de un millón de personas respetando el planeta, frente a más de doce billones destrozándolo.
―Y aquí es donde las peticiones del Grupo Inversor de las que hablábamos comienzan a tener sentido.
―¿Vas a contármelas o no? ―el ex presidente apenas podía contener su impaciencia. Poco quedaba ya del maestro de la negociación que había sido antaño.
―Hace ya tiempo que el portavoz del Grupo Inversor comunicó a Liberopoulos que habían perdido la esperanza de que algún país en la Tierra adoptara el modelo de la EBR, y que por tanto iban a dejar de financiar al gobierno de Chipre. Hay que entenderles, al fin y al cabo no dejan de ser una empresa. Las empresas dejan de invertir cuando creen que no habrá beneficios.
―Excepto que Stark nunca buscó beneficios económicos.
―Exacto. Lo único que anhelaban los inversores era un lugar decente para vivir. Un lugar donde no se vieran amenazados por enfermedades, guerras y criminalidad.
―¿Y no lo han estado haciendo durante años? Han estado viviendo entre nosotros, disfrutando de lo mejor que Galatea podía ofrecerles, en una sociedad pacífica que goza de los menores índices de desigualdad, crimen y cáncer en todo el mundo.
―Ten en cuenta que ya no estamos hablando de diez o veinte inversores. El grupo está compuesto por casi seiscientas personas que se cuentan entre las más ricas y poderosas del mundo. ¿No crees que era un poco optimista esperar que se vieran obligados a no abandonar nunca Galatea? Los inversores se resisten a aceptar que sus familias y sus futuras generaciones quedarán recluidas en un minúsculo país sin recursos naturales. Lo que quieren ver es crecimiento, necesitan tener la sensación de que su inversión y su renuncia al modo de vida capitalista tienen una recompensa.
―¿Y cuál es su solución? ¿Dejar de financiar la EBR? No tiene ningún sentido.
―Creen que ha llegado la hora de tomar medidas desesperadas. Y cuando las seiscientas personas más ricas del mundo toman esa decisión, más vale que estés de su lado.
―Ioannis, no tienes que justificar tu postura. Simplemente, cuéntame lo que quieren hacer.
―Nos han pedido que usemos la información recopilada por CypEx a lo largo de los años para provocar una guerra.
El ex presidente mantuvo silencio durante unos instantes. Intuí que estaba pensando en el tipo de información sobre la que estábamos hablando. Con solo recordar un par de operaciones, se daría cuenta de que CypEx tenía la capacidad de desencadenar todos los conflictos que quisiera.
Su cara no podía estar más blanca, y su expresión reflejaba horror e impotencia. Kana parecía estar dándose cuenta de repente de que él había apoyado los métodos de CypEx para negociar con información. A pesar de haberlo hecho con la mejor de las intenciones, ahora ese apoyo le hacía cómplice de la decisión del Grupo Inversor.
―Di... dime que no habéis publicado el Informe Xihu ―consiguió balbucear.
―No exactamente. Se lo hemos enviado a Chile. Ellos se han encargado de publicarlo.
―¿Estáis locos? ¿Tienes una idea de las consecuencias que esto puede acarrear?
―No se preocupe por China. Para igualar la contienda, nos hemos asegurado de que conocen el papel que jugó Chile en la independencia de Taiwán.
―Ioannis, Chile y China no son solo las dos primeras potencias mundiales. Son los líderes de dos bloques económicos muy bien definidos por el Acuerdo de Antofagasta. Esta rivalidad no solo les enfrenta a ellos, sino que llevaría a la guerra a las dos mitades del mundo.
―Y nos hemos asegurado de que así sea. Todos los países importantes parecen tener un buen motivo para entrar en la guerra. Solo nos estamos ocupando de que sean bien conscientes de ello.
―¿Por qué querría Stark provocar una guerra mundial?
―El Grupo Inversor cuenta con un ejército temible. Fueron ellos los que fundaron Black Fire, la empresa militar que ha reemplazado a los agops de Galatea en los últimos meses. Además, los inversores han ampliado el búnker turco. Han construido toda una ciudad subterránea acorazada, que han llamado Pafos, y que es por cierto donde has estado viviendo los últimos meses. Piensan mudarse a esta ciudad con su ejército y con las altas esferas de la población chipriota hasta que acabe la guerra. Ya sabe, todo por seguridad. No hay que descartar la posibilidad de que alguien descubra que Chipre tuvo algo que ver con el inicio de las hostilidades. Y una vez acabe la guerra, ¿se puede imaginar para qué harán uso del ejército?
―Quieren conquistar el resto del mundo aprovechando la debilidad de la posguerra.
―Me asombra que no le sorprenda. Incluso conociendo el poder de las personas que lo idearon, a mí este plan me pareció exageradamente ambicioso.
―A mí no me parece ni siquiera optimista. Conozco a los inversores muy bien. Solo los veinte más ricos acumulan más patrimonio que el 90% de la población mundial. Pueden hacer lo que quieran.
―Por suerte, son personas razonables. No les mueve el ansia de poder, sino la intención de implantar una EBR a escala mundial. Sueñan con una civilización global que pueda mantener la paz y respetar el planeta en el que habita. Y, para ello, calculan que la población mundial no deberá superar el medio billón de habitantes, como antes de la revolución industrial.
Kana volvió a estallar en carcajadas, y me pregunté si estos meses de encierro habían afectado a su cordura.
―¿Qué le parece tan divertido? ―pregunté, no sin un ápice de enojo.
―Es la ironía del plan lo que me hace gracia ―contestó Kana, enjuagándose las lágrimas―. Si el plan triunfa, significará el fin del capitalismo... ¡a manos de sí mismo! Además, será un suicidio que ocurrirá a través de la mayor de las falacias de todas las que este sistema ha perpetrado a lo largo de su historia: consiguiendo la paz a través de la guerra. A través del mayor atentado contra la humanidad que ha conocido el hombre.
―¿Atentado, dice? ―no pude evitar levantar la voz―. ¿Qué atentado le parece peor, el que le acabo de confesar o el que todos los hombres llevamos ignorando desde hace siglos? Estamos acabando poco a poco no solo con la raza humana, sino también con la Tierra y todas las criaturas que lo habitan. ¿Tienen las demás especies menos derecho a vivir que nosotros? ¿No le parece este un atentado mucho mayor?
―Ioannis, no es la primera vez que una especie debe abandonar un territorio. ¿Qué hace una colonia de hormigas cuando su hormiguero se vuelve inhabitable? ¿Qué hicimos nosotros mismos cuando Europa se nos quedó pequeña? Pensé que éste era el motivo por el que la EBR había construido la primera nave interestelar de la historia. Para buscar otros mundos que poder colonizar antes de que destrocemos la Tierra por completo.
―Y no le falta razón. De hecho, la Alexia ha despegado hoy mismo.
―¿Es que la EBR pretende entrar en guerra a la vez que mantener su programa espacial?
―Podría decirse que el Grupo Inversor no quiere poner todos sus huevos en la misma cesta. Confían en poder quedarse en la Tierra, pero no renuncian a la conquista de otros planetas. Es por ello que se planeó el lanzamiento de la Alexia justo antes de que la guerra comenzase. Esperamos que, para cuando vuelva, todo haya terminado. Si la Alexia termina su viaje con éxito, sabremos que podemos contar con ella para enviar más expediciones en busca de planetas habitables.
―¿Y entonces qué? ¿Enviarán a humanos en ella? Ambos sabemos que la AEC no contaba con dar este paso hasta que no se asegurara el completo aislamiento de la nave a los rayos gamma, algo que podría llevar décadas.
―No tenemos tiempo. La tripulación de la Alexia no solo incluye animales. También viajan en ella cien hombres y mujeres.
Kana ya no parecía sorprenderse por nada.
―Supongo que cien muertes más no significarán demasiado teniendo en cuenta la situación.
―¡No habrá ninguna muerte! ―grité. Su displicencia estaba comenzando a irritarme―. ¡No tienes ni idea del alcance del proyecto First Fleet! Los elegidos para el proyecto son tremendamente fuertes, personas que han pasado duras pruebas hasta demostrar ser las ideales para sobrevivir al viaje. Para protegerlas, el Grupo Inversor ha realizado una inversión sin precedentes: todos los tripulantes han sido criopreservados en cápsulas de hidrógeno líquido a -253°C, que no son baratas precisamente. Y la nave está recubierta de cuatro capas protectoras: titanio, aluminio, polietileno y grafeno. ¡Grafeno, joder! ¿Tienes idea de lo que cuesta una mísera lámina de un metro cuadrado de este material?
―Supongo que habrá que preguntarle a Fernando Centeno, el director ejecutivo de Grafta ―respondió Kana con cierta acritud―. Siempre pensé que aquel grafeno nos fue enviado a cambio de ocultar información sobre la caza de elefantes y la destitución de Germán Salas. ¿O hubo algo más detrás?
―¡Por supuesto que hubo algo más! El Grupo Inversor pagó buena parte de ese grafeno, como la mayoría de nuestras importaciones. Pero siempre fuiste tan iluso de pensar que la información lo compraba todo.
―Ahora entiendo por qué Liberopoulos fue la elegida para sucederme. Como directora de CypEx, era la única que aceptaría todas estas vejaciones.
―No te negaré que eso no haya influido. Pero no es la única razón. Teresa conoce las entrañas de la EBR mejor que nadie. Es astuta, comparte las opiniones del Grupo Inversor, cree en Deligiannis más que nadie, y lo más importante, es realista. Nunca se dejaría llevar por un cuento de hadas sin sentido como hiciste tú.
―Vaya, nunca pensé que había tenido el honor de trabajar junto a la verdadera salvadora de la humanidad ―respondió Kana con sarcasmo.
―Ten cuidado con lo que dices de la presidenta. Además, hay más razón en lo que dices de lo que tú piensas.
―Dime una cosa, Ioannis: ¿qué crees que habría ocurrido si Hitler hubiese ganado la guerra? Los nazis habrían conquistado el mundo, instaurando el fascismo a escala global. ¿Qué tenía esto de malo? De acuerdo, habrían muerto miles de millones de personas por el camino, pero habría merecido la pena. Todo por una civilización superior, con una economía eficiente y un estado permanente de paz.
―¿Estás comparando a Liberopoulos con Hitler? ―no podía dar crédito a lo que estaba escuchando―. ¡Deberías mostrar gratitud! Teresa no goza de popularidad, precisamente debido a las medidas preparatorias que está tomando en la actualidad. Pero ella es fuerte y sabe que lo hace por el bien del pueblo, como una madre que obliga a sus hijos a estudiar y comer verdura. Mientras tanto, tú eres el héroe de toda esta historia, la leyenda a la que todos idolatran, el nombre del que todos se acordarán... ¿No te parece injusto?
―Supongo que el tiempo pondrá a todos en su sitio.
―Oh, te aseguro que así será. En los próximos siglos, las futuras generaciones solo podrán agradecernos lo que hicimos para asegurar su supervivencia. Y entonces se acordarán de Liberopoulos y del Grupo Inversor, no de ti.
―Creo que podré vivir con esta carga.
Ya había tenido suficiente. Estaba malgastando mi tiempo en dar una explicación a Kana antes de eliminarle. Pensaba que se lo debía, pero su actitud me estaba demostrando que había cometido un error. Había llegado la hora.
Abrí el escritorio de mis lentes y accedí a la aplicación que manejaba el chip que había sido implantado en la médula de Kana durante su estancia en el hospital.
Ya había regulado la potencia de la batería de litio del chip antes de entrar en Pafos, así que lo único que debía hacer era activarla.
SHOCK ON, pensé.
Un zumbido comenzó a oírse en la habitación. Provenía de la nuca de Kana.
El ex presidente comenzó a sentir la vibración del chip. Por desgracia, la descarga no se activaba inmediatamente, necesitaba unos segundos.
Kana me miró asustado.
―Así que este es el motivo de tu visita. Tú también crees que valgo más muerto que vivo ―dijo con voz temblorosa.
―Lo siento, Panos. Tuviste tu oportunidad. Ahora la EBR debe prescindir de ti.
Una profunda tristeza asomó en su rostro por unos instantes antes de que el chip alcanzara de repente su máxima potencia. Entonces la tristeza dio paso al dolor. Su cara y su cuerpo se convulsionaron fuertemente durante unos segundos hasta que cayó fulminado al suelo.
Volví a sentarme en el sofá mientras miraba hipnotizado su cuerpo, que yacía en el suelo contorsionado de manera poco decorosa. Era la primera vez que acababa con la vida de alguien. Es cierto que los últimos tiempos habían sido turbios y se habían sucedido muertes que yo podría haber evitado, pero matar a alguien con mis propias manos era algo completamente distinto.
Me di unos segundos a mí mismo para asimilar lo ocurrido. Esperaba sentir arrepentimiento, agobio o aflicción. Sin embargo, al contrario que cuando cerré la capsula de hidrógeno donde había metido a Leah la noche anterior, no sentí nada.
Al contrario, me sentía bien, satisfecho, como quien acaba de terminar un complicado examen con la sensación de haber aprobado con nota. Panos había sido un buen hombre, pero había llegado su hora. Yo no había provocado su muerte, él moriría tarde o temprano de todas formas, simplemente la había acelerado de manera que fuera significativa. Ahora podríamos seguir con el plan del Grupo Inversor sin temer que Kana se interpusiera y sin miedo a que el grupo descubriera que les habíamos desobedecido.
Había sido un paso doloroso, pero necesario para la supervivencia de la humanidad, y yo había tenido el coraje para acometerlo. Podía sentirme orgulloso.
Cerré sus ojos, le tumbé boca arriba, entrelacé sus manos sobre su pecho y cubrí su cuerpo con una sábana blanca que encontré doblada pulcramente sobre el sofá cama.
Tras unos instantes, y pensándolo mejor, volví a poner la sábana blanca en su sitio, descolgué la bandera de la EBR de la pared y cubrí el cadáver con ella.
A continuación, ordené a los agops que lo recogieran y me dirigí hacia la salida de Pafos.
Pronto esta se convertirá en mi casa, pensé contrariado. En aquel enorme y laberíntico búnker no había luz natural, y las paredes de color mostaza hacían que la luz de las bombillas resultase un tanto enfermiza. Recordé el día en el que propuse a Stark mudarnos a la Luna y observar la guerra desde allí. El presupuesto alcanzaba de sobra para construir una ciudad en uno de sus cráteres. El emplazamiento había sido elegido, los planos habían sido creados y disponíamos del material y el conocimiento necesarios. Si algún país decidía atacarnos, primero tendría que descubrir donde estábamos, y después desarrollar la tecnología para hacerlo. ¡Habría sido el lugar más seguro!
Sin embargo, el Grupo Inversor no opinaba lo mismo. Pensaban que era un esfuerzo y un riesgo innecesarios mientras pudiéramos aprovechar el búnker turco emplazado debajo de Galatea. Lo único que habría que hacer sería ampliarlo, acondicionarlo para la vida moderna y reforzar la seguridad. Pero nos gusta el nombre, dijeron. Lo conservaremos. Así, la nueva ciudad subterránea paso a llamarse Pafos, el nombre que yo había imaginado para mi proyecto lunar. En la mitología griega, Pafos era el hijo de Galatea. Un nombre perfecto, no solo por el significado, sino también porque, de ser filtrado, crearía confusión con la antigua ciudad chipriota del mismo nombre.
Miré el reloj. Eran solo las 15:34 y ya había conseguido dos grandes triunfos en un mismo día. ¿Me daría tiempo a un tercero?
Esta vez se trataba de algo personal.
No culpaba a mi mujer de haberme sido infiel. Al fin y al cabo, le puse las cosas muy difíciles durante los últimos años y ella demostró ser muy paciente conmigo. Cualquiera habría abandonado el barco mucho antes. Quizá algún día la pueda compensar por ello. Si Chris sobrevive a la guerra, me ocuparé de que puedan volver a verse.
Sin embargo, no iba a ser tan benevolente con Andrés Grande. Aquel farsante español con la cara cortada y expresión de niño autista me la había jugado. No solo había acaparado todo el protagonismo de la construcción de la Alexia y había boicoteado mi oportunidad para obtener el reconocimiento del presidente, sino que también había acabado robándome a mi mujer. Solo por esto último podría haberle mandado al CEFF con apenas chasquear los dedos, pero Teresa me lo había prohibido terminantemente. Le necesitamos, había dicho. Una vez despegue la Alexia, puedes hacer lo que quieras con él, pero hasta entonces ni le toques.
Bien, ese momento había llegado. Puse rumbo a la AEC, donde estaba seguro que le encontraría. Desde que Leah había desaparecido, no salía de su oficina.
Me alegré de nuevo de haber tenido el valor de ocuparme de Panos Kana. Si puedo hacerlo una vez, puedo hacerlo dos.
La EBR no hace daño a nadie que haya demostrado su valía, todos tienen una oportunidad, me recordó mi conciencia.
Pero esta noche no represento a la EBR. Creo que merezco darme un homenaje.